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INTRODUCCION
Cuando era joven, solo pensaba en mi futuro. ¿Con quién me casaré? ¿Qué carrera
perseguiré? ¿Dónde viviré? Ahora que soy padre de 3 hijos, solo pienso en su futuro.
Aunque el Dios trino es la fuente final de la doctrina, ha optado por ministrarnos doctrina a
través de sus profetas y apóstoles en las Santas Escrituras. Hasta el día en que Dios nos hable
cara a cara en su reino eterno, la Sagrada Escritura es la fuente y norma de la sana doctrina
(2 Timoteo 3:16; ver Marcos 7:7-8). La doctrina se extrae de la Sagrada Escritura como de una
fuente. La Santa Escritura es la que mide la doctrina como una regla. Por otra parte, la
doctrina nos lleva de nuevo a la Escritura equipándonos para ser mejores lectores. De hecho,
los “ignorantes” de la sana doctrina son más propensos a torcer las Escrituras “para su propia
perdición” (2 Pedro 3:16).
La doctrina cristiana tiene un doble objeto. El objeto principal de la doctrina es Dios; el objeto
secundario es todo aquello que se relaciona con Dios. La doctrina nos enseña a ver a Dios
como aquel de quién y por quien y para quien existen todas las cosas, y la doctrina dirige
nuestra vida hacia la gloria de Dios (Romanos 11:36; 1 Corintios 8:6).
La doctrina propicia una serie de fines. La sana doctrina nos libera de la trampa de la falsa
enseñanza (2 Timoteo 2:24-26; Tito 1:9-11), que de otro modo amenaza con detener el
desarrollo espiritual (Efesios 4:14), y con fomentar la discordia eclesiástica (Romanos 16:17).
La doctrina sirve la obra salvadora de Dios tanto dentro (1 Timoteo 4:16) como fuera de la
Iglesia (Mateo 5:13-16; Tito 2:9-10; 1 Pedro 3:1-6). Por encima de todo, la doctrina promueve
la gloria de Dios. La doctrina brilla como uno de los gloriosos rayos del evangelio de Dios (1
Timoteo 1:8-11), y al dirigir nuestra fe y amor hacia Dios en Cristo, nos permite caminar en
su presencia y darle la gloria que Él merece (1 Pedro 4:11; 2 Pedro 3:18).
Dios nos ama; y en su bondad nos ha dado el buen don de la doctrina (Salmo 119:68) para
que aprendamos de Él y de su evangelio, y para que le agrademos en nuestro caminar. La
doctrina es la enseñanza de nuestro Padre celestial, revelada en Jesucristo, y transmitida a
nosotros por el Espíritu Santo en las Santas Escrituras, y debe ser recibida, confesada, y
seguida en la iglesia, para la gloria del nombre de Dios.