¿Por qué Europa y por qué en el siglo XV?
Sin embargo, para algunos autores a China le
Historia de Iberoamérica II1
Tras comienzos de los siglos XIII y XIV, a partir de
comienzos del XV, los habitantes de varias regiones
de Europa occidental se lanzaron con notoria
fortuna a la conquista de los océanos. El
antropocentrismo europeo no permite a veces
albergar la duda de que otras partes del mundo
pudieran haber llevado la iniciativa en el proceso de
establecer una red de comunicaciones a nivel
planetario.
China se encontraba en los comienzos del siglo XV
con medios humanos, materiales y técnicos
superiores a los europeos, parecía tenerlo todo: a
fines del siglo XIV, su población de 150 millones
de habitantes suponía los 2/3 del total mundial;
también eran notorios sus avances en construcción
naval y, sobre todo, en el arte de navegar, campos
en donde se había adelantado a Europa. No soló
fueron los inventores de la brújula, sino que poseían
excelentes conocimientos astronómicos, y sus
embarcaciones estaban dotadas de un tipo de timón
central (timón axial) que les hacía fácilmente
gobernables.
1
Manuel Lucema Salmoral, Pablo Emilio Pérez y otros,
Historia de Iberoamérica II (Madrid: Editorial Cátedra,
2008), 27-35.
faltaron, quizá, motivos que impulsaran
imperativamente a sus embarcaciones. La China de
comienzos del siglo XV no era un mundo
continental como es en la actualidad, y
precisamente por eso poseía un enorme territorio
interior por el que expandirse; unas extensísimas
fronteras terrestres abiertas en proceso de
colonización.
China pareció elegir el control del centro de Asia y
dominio de las rutas marítimas, ello también
contribuyo a la centralización de un amplio
territorio en un sólo poder político, el cual fue capas
de imponer los intereses continentales generales a
las pequeñas particularidades de las regiones
marítimas.
La poderosa atracción que suponía el centro del
continente asiático, de donde venían las riquezas y
los peligros, debió pasar finalmente en los designios
expansivos del imperio chino. También se han
apuntado otros motivos, como la inexistencia de
una religión expansiva semejante al cristianismo
(los propios chinos habían sido convertidos al
budismo procedente de la India) o la carencia de un
tradicional enemigo (como era el Islam para los
europeos), al que se necesitaba rodear para atacar su
retaguardia.
La Europa cristiana representaba también uno de los
grandes centros en los que se agrupaba la población
del planeta, aunque sus 60 a 70 millones de
habitantes a comienzos del siglo XIV no llegaban ni
a la mitad de los de China en ese momento.
Con todo, su posición geopolítica parece algo más
propicia a lanzar a algunos de sus habitantes a la
conquista de los océanos. En primer lugar, si se
observa un planisferio puede comprobarse cómo la
propia Europa aparece como una península del gran
continente euroasiático y, como tal, supone una
cuña de tierra relativamente estrecha que se incrusta
en el mar.
Pero en ella, además, no existía un poder político
unificado, sino que aparecían una serie de estados
independientes, cada uno de los cuales actuaba
como freno o tapón de la expansión de sus vecinos.
Europa profesaba también una religión monoteísta
y, por tanto, intransigente y descalificadora para
otro dios que no fuera el "único", el suyo. En esto
chocaba con otra de las grandes interpretaciones
religiosas monoteístas, no menos intransigente:
Islam.
A pesar de todo, lo expuesto hasta el momento no
parece ser suficiente para explicar la ventaja que, en
la carrera por dominar las rutas atlánticas, llegaron
a alcanzar algunos estados de la Europa occidental
con respecto a sus posibles competidores orientales.
Las especiales condiciones de sus europeos para
aplicar los conocimientos teóricos a la explotación
del medio ambiente, es decir, capacidad técnica del
hombre europeo. Por otro lado, se habla de la lenta
revolución agrícola y del transporte que se produjo
en Europa medieval, que va ganando la batalla a las
enormes masas forestales que dificultaban las
comunicaciones y hacían escasear el suelo agrícola.
Después, cuando los europeos entran en contacto
directo, a través de rutas continentales, con los
inventos de Oriente, son capaces de darle un sentido
eminentemente práctico. Así, mientras en China se
inventan la pólvora y se emplea preferentemente
para fuegos artificiales; en Europa se considera más
interesante meterla junto a una piedra en un tubo de
hierro con el saludable propósito de acertar en la
cabeza del vecino, dando lugar a algo mucho menos
bonito, pero más "útil": la artillería.
Los viajes de vikingos hasta Islandia y Groelandia
durante el siglo X (no está probado que alcanzasen
el continente americano) estaban condenados al
fracaso. Estos pueblos del norte europeo no poseían
ni los instrumentos económicos, ni los contactos
comerciales, ni la población suficiente y, lo que es
más importante, no tenían la intención de realizar
tal misión.
Son más difíciles de explicar los motivos que
impidieron a los pueblos de la Europa occidental
alcanzar durante los siglos XIII y XIV los éxitos que
obtuvieron en los siglos siguientes. La Europa en
expansión del siglo XIII poseía ya la intención de
establecer lazos comerciales con Oriente y también
existían los instrumentos económicos y científicos
que podían hacerlo posible.
Las cruzadas (1099 al 1291) abrieron el contacto
con el cercano Oriente, y la paz mongola de la
segunda mitad del siglo XIII permitió los célebres
viajes de los venecianos Nicolo y Maffeo Polo
(1262-1269), y el famosísimo de Marco Polo (1271-
1295), con la posterior redacción en 1307 del Libro
de Maravillas.
Pero, en cualquier caso, la ruta terrestre-marítima a
través del Mediterráneo y las caravanas por el
centro de Asia, tenían una limitación importante en
cuanto al volumen de la carga transportada y al
precio elevadísimo de las mercancías, más un
componente importante de inseguridad propiciado
por las continuas irrupciones de nuevos pueblos
nómada procedentes de las estepas asiáticas.
El camino oceánico sí representaba una tentadora
novedad, y, desde que a partir de finales del siglo
XIII un reino cristiano, en el Castilla, logra dominar
el estrecho de Gibraltar, es decir, la puerta de
Océano, los comerciantes genoveses, desplazados
por sus competidores venecianos de las
tradicionales rutas terrestres con Oriente, se lanzan
a la conquista del Mar Tenebroso.
Los navegantes genoveses escogieron rutas
conocidas en la antigüedad, pero que habían
quedado en desuso tras la caída del Imperio
Romano. De esta manera enlazaron por vía
marítima Génova con Inglaterra y Flandes,
logrando abaratar considerablemente los costos del
anterior camino que atravesaba los Alpes. Pero,
además, se sintieron tentados por la gran aventura
de seguir hacia el sur la ruta de las antiguas Islas
Afortunadas, las actuales Canarias.
Los elementos impulsores
En el origen de todo se encuentra el extraordinario
crecimiento del mundo europeo a partir del año mil.
La expansión duró casi de forma ininterrumpida
hasta la importante crisis de mediados del siglo
XIV, para recuperarse luego algo más lentamente a
lo largo del siglo XV.
El aumento de las actividades mercantiles trajo
consigo la necesidad de medios que facilitasen los
intercambios, y éstos no eran otros que los metales
preciosos, el oro y la plata, que desde hacía milenios
eran reconocidos de forma universal como medios
para realizar las transacciones.
Estos metales engrasarían la maquinaria económica
y acelerarían el proceso expansivo.
Desgraciadamente, el subsuelo europeo no producía
oro. En el centro del contiene (Bohemia, Silesia,
Alsacia, Sajonia, el Tirol y Hungría) existían minas
de plata, algunas de ellas habían sido abandonadas,
pero la acuciante necesidad de metales preciosos
llevó a la búsqueda de nuevos procedimientos de
extracción. Entre ellos destaca el método de la
obtención de plata a través de la amalgama de
mercurio, puesto a punto durante el siglo XV y que
luego tanta importancia tendría en la minería
americana.
El comercio realizado con Oriente por las
repúblicas italianas estaba drenando las reservas de
metales y, especialmente, de oro. Este se convirtió
en la más apreciada de las mercancías y, como no
se producía en el interior de las fronteras europeas,
hubo que salir a buscarlo en el exterior.
Efectivamente, uno de los principales destinos de
los metales preciosos era servir de medio de pago
en el comercio con Oriente. La industria europea de
la época era capaz de producir objetos de vidrio, de
metal (desde jarras de estaño a armas de acero) o de
cuero, pero sus tejidos no podían competir con la
suavidad de la seda china o la suntuosidad de los
damascos o brocados del cercano Oriente. Al
mismo tiempo, la dieta alimenticia medieval
resultaba sumamente monótona al estar compuesta
permanentemente por una mezcla de cereales y
legumbres, reservándose la carne y el vino para los
ricos o los días festivos.
Los europeos de finales de la Edad Media estaban
deseosos de gozar de una existencia lujosa de la que
no habían podido disfrutar. Si se visitan los
magníficos museos de tejidos encontrados en las
tumbas reales castellanas de Oña (Sancho II) o de
las Huelgas (Alfonso VIII), veremos cómo los trajes
de reyes e infantes son de procedencia oriental.
En los albores del Renacimiento, una nueva clase
de comerciantes y financieros de las ricas ciudades
europeas siente la necesidad de obtener estos lujos
ultramarinos, como muestra y el símbolo de su
recién adquirida riqueza. Esta es la única manera de
valorar adecuadamente por qué se navegaron tantas
millas y se sortearon tantos peligros para conseguir
unos cuantos sacos de canela o de pimienta.
Las especias tenían una utilidad práctica; servir de
conservantes a la carne, pero su principal carácter
como elemento impulsor de la expansión marítima
europea es el de representar genuinamente el
anhelo por disfrutar de una existencia presidida
por el lujo de lo raro y exótico; un gesto de inicial
consumo.
Pero además de los metales preciosos y de los
objetos de lujo oriental; otros deseos impulsaron a
los europeos fuera de sus fronteras. Las épocas de
hambres seguían siendo frecuentes, y por ello, la
búsqueda de caladeros de pesca o de regiones de
alta producción en cereales deben ser tenidas en
cuenta.
Además, se deseaban esclavos para utilizarlos
como mano de obra en una Europa que se
recuperaba de la catástrofe demográfica de la
segunda mitad del siglo XIV. Estos esclavos se
emplearon frecuentemente en el cultivo de caña de
azúcar, que fue el elemento que hizo rápidamente
rentable la colonización de los archipiélagos del
Atlántico. A su vez, la búsqueda de nuevas tierras
donde poder establecer plantaciones de caña se
convirtió en una importante motivación para
sucesivas expediciones descubridoras.
Si hacemos un breve resumen de los incentivos
reseñados (oro, objetos de lujo, caladeros de pesca,
trigo, esclavos o tierras subtropicales optas para el
cultivo de la caña de azúcar), podemos ver que,
salvo las especias o la seda, el resto se podían
conseguir en África y no necesariamente en el
lejano Oriente. Es decir, aunque la atracción
ejercida por el comercio oriental fuese fortísima, no
debe dejarse de lado que la navegación de las costas
del continente africano no era tan sólo un medio
para llegar a la China o a las Malucas, sino un
objetivo en sí mismo.
Lo apuntado anteriormente nos lleva a matizar una
de las interpretaciones más difundidas sobre los
orígenes de los descubrimientos marítimos
europeos, según la cual, la búsqueda de nuevas rutas
comerciales a través de los océanos estaría
directamente desencadenada por la ruptura de las
comunicaciones con Oriente propiciada por la
expansión otomana.
No creemos que se pueda establecer una relación
causa-efecto entre ambos fenómenos. En primer
lugar, porque el comercio asiático no era la única
meta, y en segundo lugar, por la sencilla razón de
que los inicios de la salida a los océanos de los
europeos son anteriores a la consolidación del
Imperio Turco como una fuerza capaz de cortar los
contactos con extremo Oriente.
La constitución del Imperio Otomano no suponía
una novedad radicalmente diferente a la de otros
centros de poder que habían ido apareciendo en el
centro de Asia desde el siglo XIII, incluyendo los
creados por Gengis-Kan o Tamerlán. Es cierto que
el dominio de Asia Menor y luego de Grecia
interrumpía alguna de las mejores rutas con Oriente,
pero fueron varios los caminos empleados por las
caravanas, las cuales, por otra parte, no habían
conocido ninguna época en la que no estuviesen
amenazadas algunas de sus vías comerciales.
El problema debería abordarse desde un punto de
vista esencialmente económico y, desde esa
perspectiva, lo realmente grave no era la irrupción
de los turcos en el Mediterráneo, sino el enorme
número de intermediarios que intervenían en el
comercio de las especias o de la seda.
Estos productos pasaban a través de chinos,
malayos, indios, árabes, hasta llegar a poder de los
venecianos. En total, las mercancias podían cambiar
de diez a doce veces de mano y en cada transacción
el vendedor solía ganar entre un 50 por 100 y un 100
por 100. De esta manera, un quintal de pimienta
podía costar en Venecia entre 30 a 40 veces más
caro que un quintal.
Esta tremenda diferencia de precios era la que
impulsaba a crear rutas marítimas que pudieran
sortear los costos del transporte terrestre y las
decenas de intermediarios. Se trataba de una
situación anterior a la presencia turca en el
Mediterráneo y, aunque ellos pudieran contribuir a
agudizarla, sería excesivamente simplista achacar la
responsabilidad del inicio de la conquista de los
océanos a una nueva invasión de pueblos nómadas
procedentes del centro de Asia.
cristianas aisladas, las cuales podían ejercer de
aliados contra el común enemigo musulmán.
Entre este tipo de leyendas se encuadraría la
búsqueda del famoso reino del Preste Juan, una
comunidad perdida y localizada en el África
oriental, que a su vez podía ser una proyección del
cristianismo copto o abisinio.

Responda las siguientes interrogantes:

1. ¿Cuáles eran las condiciones de Europa para

conquistar otras zonas geográficas?

Hasta el momento nos hemos referido a incentivos

exclusivamente económicos, pero junto a ellos
también pesaron otros. Los viajes a remotas y
exóticas tierras siempre despertaron la curiosidad
de algunos temperamentos permanentemente
inquietos y tantos más después de las maravillas
contadas y difundidas por Marco Polo.
2. Los descubrimientos geográficos ocurrieron en
el siglo XV por las siguientes razones:

Pero, a demás, existieron motivaciones de carácter

religioso-político, como las relacionadas con la
antigua lucha de los pueblos del occidente cristiano
contra las relacionadas con la antigua lucha de los 3. Los principales elementos impulsores de los
pueblos del occidente cristiano contra el mundo descubrimientos geográficos fueron:
musulmán. Cercar al Islam estableciendo relaciones
directas con Oriente podía formar parte de una
campaña estratégica, de una especie de Cruzada a
nivel planetario, la cual no dejaba de estar presente
en el ánimo de muchos idealistas.

Así, lo mismo que Colón pretendía convencer a los

Reyes Católicos de emplear las ganancias de sus
empresas para reemprender la reconquista de
Jerusalén, otros pensaban que con estos viajes
podían entrarse en contacto con colectividades