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CARTILLA DE TRABAJO DE

LENGUA Y LITERATURA
-2023-
2DO 5TA
2DO 6TA

CENTRO POLIVALENTE DE ARTE N 5092


Contenidos:
 Clases de palabras
 Oraciones
 Cohesión textual
 Texto expositivo
 Texto narrativo: cuentos (policiales y fantásticos) y novela

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CLASES DE PALABRAS
A) EL SUSTANTIVO

Por su significación, los sustantivos se clasifican en: comunes y propios.


Los comunes pueden clasificarse, a su vez, en: concretos, abstractos, individuales y colectivos.

* Sustantivos propios (no son descriptivos, designan individuos): María, López, Macedonia,
Campo Quijano, Asia, Argentina, Toyota, Sony.
* Sustantivos comunes (pueden describirse, designan grupos): casa, perro, luz, hada, velo.
* Sustantivos concretos: (se pueden percibir con los sentidos) foco, fuego, fantasma, lucero,
niño, hámster
* Sustantivos abstractos (derivados de verbos y adjetivos): grandeza, bondad, delgadez,
confianza, constancia, esperanza, bondad, amor, dulzura.
* Sustantivos individuales: perro, libro, hombre, casa, pino, individuo
* Sustantivos colectivos: jauría, biblioteca, gente, ciudad, pinar, conjunto

Sintácticamente, el sustantivo es, fundamentalmente, núcleo del sujeto. También cumple la


función de núcleo del término de una preposición, núcleo de la aposición, núcleo de la
construcción comparativa, núcleo del objeto directo, núcleo del predicativo obligatorio, núcleo
del predicado nominal y núcleo del vocativo.

Morfológicamente, el sustantivo posee morfemas de género y número: -o, -a, -os, -as.

El género:
Un sustantivo puede presentar:
 Género masculino: perr-o
 Género femenino: perr-a
Ejemplos de morfemas de género: ciudadano – ciudadana; portugués – portuguesa; león – leona;
poeta – poetisa; Jorge – Jorgelina; conde – condesa; contador – contadora; sacerdote – sacerdotisa;
emperador – emperatriz.

Prestar atención a: la tortuga, la comadreja, la jirafa, el patio, el miedo, la almohada, sillón, reloj,
portal, amanecer, luz, jirafa, elefante, rinoceronte.

En algunos casos, cada género dispone de una palabra distinta. Ej.: yerno – nuera; caballo –
yegua; toro – vaca; carnero – oveja; padre – madre.

Observar la diferencia entre: el mecánico – la mecánica; el cura – la cura; el pendiente – la


pendiente; el cometa – la cometa; el pez – la pez.

En otros casos, existe la misma forma para el masculino y para el femenino: Ej. el
instrumentista – la instrumentista; el cónyuge – la cónyuge; el mártir – la mártir; el testigo –
la testigo.
El número
Un sustantivo puede presentar:

 Número singular: perro


 Número plural: perros
El plural se forma de la siguiente manera:

- presenta morfema “-s” si termina en vocal átona: regla – reglas; alameda – alamedas; jinete -
jinetes

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- presenta morfema “-es” si termina en consonante o vocal tónica: maní – maníes; álbum –
álbumes; club – clubes; convoy – convoyes; luz – luces

- mantienen la misma forma en el plural las palabras graves terminadas en “-s” o “-x”: el o los
lunes, el o los paraguas, el o los análisis, el o los tórax, el o los ónix, el o los látex, el o los éxtasis, la
o las caries, la o las crisis, el o los bíceps

- algunas formas especiales son: lord – lores; zigzag – zigzagues; fraq – fraques; cinc o zinc –
cinques o zinques; ínterin – ínterin

- se usan sólo en plural los siguientes sustantivos: afueras, alrededores, andas, añicos,
boleadoras, cuclillas, efemérides, enaguas, gafas, modales, nupcias, preces, termas, vísperas,
víveres.

B) El ADJETIVO

Clasificación

- Adjetivos calificativos: atribuyen una cualidad al sustantivo. Por ejemplo: Buen día. Carácter
agrio.

- Adjetivos numerales: determinan cantidad con respecto al sustantivo. Pueden ser:

- cardinales: tres, veintena, once, millones.


- ordinales: primer, tercer, decimoctavo
- partitivos: media, cuarta, tercera
- múltiplos: vigésima, doble, triple
- distributivos: ambos, sendos
- Adjetivos gentilicios: determinan lugar de origen de los sustantivos a los que modifican. Ej.
castellanos, portugueses, francés, inglés, anglonormandas.

Sintácticamente, el adjetivo cumple la función de modificador directo del sustantivo. También


puede ser: predicativo obligatorio (Los disfraces están arrugados), predicativo no obligatorio
(Cantan felices), núcleo del predicado no verbal nominal (La manta, raída), núcleo del término
de preposición (Lo ganó por perseverante).
A su vez, los adjetivos pueden ser modificados por:
- una construcción con preposición: Un coche lleno de bultos.
- un adverbio: Una vida calladamente trágica. Poco divertida.
- una construcción comparativa: Paralizado como un poste
Estos grupos de palabras que tienen como núcleo a un adjetivo se denominan construcciones
adjetivas.

Morfológicamente, los adjetivos presentan género y número, pero además posen grados de
significación y apócope
Desde el punto de vista del género, los adjetivos pueden ser masculinos o femeninos.
Ejemplos: cercano – cercana, creador – creadora, catalán – catalana, grandote – grandota.
Observar: locuaz, hábil, zulú, tenue, urgente.
Por su número, los adjetivos pueden estar en singular o en plural.
Ejemplos: severo – severos, baldío – baldíos, mágica – mágicas, fértil – fértiles, feroz – feroces,
zulú – zulúes, rapaz – rapaces, protector – protectores.

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Grados de significación del adjetivo:
a) Esa espera fue larga.

b) Esa espera fue la más larga entre muchas. c) Esa espera fue tan larga como la entrevista.
Esa espera fue la menos larga de todas. Esa espera fue más larga que la
entrevista.
Esa espera fue larguísima. Esa espera fue menos larga que la entrevista
Esa espera fue muy larga.

En a) el sustantivo “espera” recibe al modificador “larga” que le atribuye una cualidad. Está en
grado positivo.

En b) se ha intensificado la significación del adjetivo “larga”. Se ha establecido el mayor grado


de significación (mediante el sufijo “-ísima” o el adverbio “muy”). Están en grado superlativo.
Son también superlativos: pulquérrimo, misérrimo, celebérrimo, paupérrimo.

En c) se establece una comparación que puede ser de igualdad, de superioridad o de


inferioridad. Estos matices están dados por las palabras: tan .... como (igualdad); más ... que
(superioridad); menos ... que (inferioridad). Es el grado comparativo.

Hay algunos adjetivos que tienen otras formas comparativas y superlativas propias. Son:

Grado positivo Grado superlativo Grado comparativo


bueno óptimo mejor
malo pésimo peor
grande máximo mayor
pequeño mínimo menos
alto supremo superior
bajo ínfimo inferior

Apócope del adjetivo: Apócope es la supresión de una o más letras finales. Esto se produce en
ciertos adjetivos antepuestos al sustantivo.

Ejemplos: buen tiempo, mal desenlace, gran valor, San Carlos, mi propósito, tu rencor, su
cautela, (también se apocopan los plurales: mis, tus, sus), un poema, cien hojas, primer
momento, postrer elogio, algún día, ningún aviso, cualquier documento

Concordancia entre adjetivo y sustantivo: El sustantivo concuerda con el adjetivo en género


y número. Por ej: La última despedida fue conmovedora. Las últimas despedidas fueron
conmovedoras. El último adiós fue conmovedor. Los últimos adioses fueron conmovedores.

Ejercicios:

1) Extraer del siguiente texto: los sustantivos y los adjetivos:

Era una noche tempestuosa, Holmes y yo habíamos estado sentados en silencio durante
toda la tarde: él empecinado en descifrar con ayuda de una potente lupa, los restos de la
inscripción original de un manuscrito, y yo concentrado, pensando en un reciente trabajo
de cirugía. De pronto, alguien tocó la puerta con insistencia. Era el joven detective, Stanley
Hopkins, que quería ver a Holmes.

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2) Clasificar los sustantivos y adjetivos encontrados

C) EL VERBO
Sintácticamente, el verbo es núcleo del predicado verbal.
Semánticamente, los verbos pueden denotar existencia, estado, acción o sentimiento.
* Existencia: En esas zonas conviven insectos de todas clases. Nunca se acostumbró a esa vida.
* Estado: Permaneció quieto toda la noche. Todos estaban temerosos.
* Acción: Se acercó al coche y subió inmediatamente. Cosecharon todo el trigo.
* Sentimiento: Sufrió la pesadumbre. Lo inquietaba aquella presencia.

Morfología del verbo


Raíz y desinencia
Morfológicamente, los verbos poseen raíz (que aporta el contenido semántico, es decir, el
significado léxico) y desinencias (que aportan información acerca de la conjugación, el tiempo,
el modo, la persona y el número del verbo). Por ejemplo:
La raíz se obtiene quitando las desinencias –ar, -er, -ir del infinitivo de los verbos. Por ejemplo:
- Pensamos (infinitivo pens/ar): raíz: pens; desinencia: amos
- Comprendieron (infinitivo comprend/er): raíz: comprend; desinencia: ieron
- Revivirías (infinitivo reviv/ir): raíz: reviv; desinencia: irías
Para conjugar un verbo regular, expresamos la raíz verbal y le añadimos las desinencias del
verbo modelo. Por ejemplo, si queremos conjugar el verbo empujar en presente de subjuntivo:
a) escribimos el verbo en infinitivo: empujar
b) separamos la raíz y la desinencia: empuj – ar
c) conservamos la raíz: empuj
d) agregamos las desinencias del verbo modelo de 1ª conjugación (amar o cantar) (cant/e,
cant/es, cant/e, cant/emos, cant/éis, cant/en)
En los tiempos compuestos, a la raíz del verbo principal sólo se le agrega la desinencia de
participio. El verbo que se conjuga, siguiendo a los verbos modelo, es el auxiliar haber.
Las desinencias verbales expresan las siguientes categorías:
 Modo: pone de manifiesto la actitud del hablante hacia la información que se enuncia.
Existen tres modos: indicativo, subjuntivo e imperativo. El modo indicativo expresa que el
hablante percibe las acciones como reales o posibles, pertenecientes al presente, al pasado o al
futuro, por ejemplo: conversábamos, habrían dicho. El modo subjuntivo da cuenta de la
subjetividad del hablante en oraciones que expresan deseo o duda. Quizás venga. Ojalá
vinieran. El modo imperativo expresa orden o exhortación, dirigida a un oyente: Vení. Sean
prudentes ustedes.
 Tiempo: permite ubicar una determinada situación con respecto al momento en que se
emite el enunciado. Existen tiempos simples (formados por una sola palabra) y tiempos
compuestos (formados por el auxiliar haber y el participio del verbo). Los tiempos verbales son:
o presente
o pretérito: imperfecto, perfecto (simple y compuesto), anterior,
pluscuamperfecto
o futuro (simple y perfecto)
o condicional (simple y compuesto)
 Número: la desinencia verbal expresa número singular (correspondiente a los
pronombres yo, tú, vos, usted, él, ella) y número plural (correspondiente a los pronombres
nosotros, vosotros, ustedes, ellos –cada uno con sus femeninos–)
 Persona: la desinencia verbal expresa las tres personas gramaticales:
o 1ª persona del singular: corresponde al pronombre yo
o 2ª persona del singular: corresponde a los pronombres tú, vos, usted

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o 3ª persona del singular: corresponde a los pronombres él, ella
o 1ª persona del plural: corresponde al pronombre nosotros
o 2ª persona del plural: corresponde a los pronombres vosotros, ustedes
3ª persona del plural: corresponde al pronombre ellos* La conjugación: existen tres
conjugaciones:
 1ª conjugación (verbos cuyo infinitivo termina en –ar, como amar, cantar, conversar)
 2ª conjugación (verbos cuyo infinitivo termina en –er, como temer, tejer, reconocer)
 3ª conjugación (verbos cuyo infinitivo termina en –ir, como partir, vivir, descubrir)
* La voz (voz activa y voz pasiva).
Cuando en una oración el verbo se encuentra en voz activa, es el sujeto quien realiza la acción.
Se trata de un verbo común, simple o compuesto. Por ejemplo: Juan ha escrito una carta. La
compañía diseñaría nuevos automóviles. En estas dos oraciones, Juan y la compañía realizan la
acción de escribir y diseñar.
En cambio, cuando en una oración el verbo se encuentra en voz pasiva, no es el sujeto el que
realiza la acción, sino el complemento agente, que pertenece al predicado y va antecedido por
la preposición por. El verbo en voz pasiva se forma con el verbo ser conjugado y el participio del
verbo principal. Por ejemplo: Una carta ha sido escrita por Juan. Nuevos automóviles serían
diseñados por la compañía.

Verbos regulares e irregulares

Por la manera en que se conjugan, se pueden distinguir dos clases de verbos: regulares e
irregulares.

Los verbos regulares son los que conservan la misma raíz en todas sus formas y tienen las
desinencias del modelo de su conjugación (saltar, comer, vivir).

Presente Pretérito perfecto simple Futuro

saltar (modelo) salt-o salt-é salt-aré

contestar contest-o contest-é contest-aré

Se consideran regulares los verbos que tienen cambios en su raíz en algunas de sus formas por
motivos únicamente ortográficos:

Presente Pretérito perfecto simple Futuro

cazar caz-o cac-é caz-aré

exigir exij-o exig-í exig-iré

Los verbos irregulares son los que no conservan igual la raíz en todas sus formas, o tienen
desinencias distintas del modelo de su conjugación, o ambas cosas.
Para saber si un verbo es regular o irregular basta observar las siguientes formas:

* Primera persona del singular del presente de indicativo.

* Tercera persona del singular del pretérito perfecto simple.

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* Primera persona del singular del futuro de indicativo.

Presente Pretérito perfecto simple Futuro

saltar (modelo) salt-o salt-ó salt-aré

mostrar muestr-o mostr-ó mostr-aré

andar and-o and-uvo and-aré

Verboides:
Son formas no personales del verbo. Se llaman verboides porque comparten rasgos de los
verbos y de otras clases de palabras. Los verboides son tres:
- Infinitivo: sus desinencias son –ar, -er, -ir. Comparte características con los sustantivos.
Ejemplo: Ayudar es bueno. El sujeto de esta oración es ayudar, por lo tanto cumple una función
sustantiva. En otros casos, el infinitivo actúa como verbo: Ayudar a la gente: a la gente es el
objeto directo del verbo ayudar.
- Participio sus desinencias son –ado, -ido. Comparte características con los adjetivos. Ejemplo:
El hombre mira espantado a sus rivales. El participio espantado es un predicativo no obligatorio,
por lo tanto cumple una función adjetiva. En otros casos, el participio actúa como verbo:
Espantado por los animales, se fue de allí. En la oración anterior, el complemento los animales
está exigido por el verbo espantar.
- Gerundio sus desinencias son –ando, -iendo. Comparte características con los adverbios.
Ejemplo: El chico camina rengueando. En esta oración, el gerundio rengueando cumple la
función de complemento circunstancial de modo, es decir, una función típicamente adverbial.
En otros casos, el gerundio actúa como verbo: por ejemplo: Camina acompañando a su madre:
a su madre es el objeto directo del verbo acompañar.

Ejercicio:

Completar el siguiente cuadro en la carpeta:


INFINITIVO PARTICIPIO GERUNDIO
COCINAR
VISTO
ESTUDIANDO
PENSAR
HECHO
DURMIENDO
IR

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Verbo modelo de la 1.ª
1. AMAR
conjugación
INDICATIVO
TIEMPOS SIMPLES
pret. perfecto condicional
presente pret. imperfecto futuro simple
simple simple
amo amaba amé amaré amaría
amas (amás) amabas amaste amarás amarías
ama amaba amó amará amaría
amamos amábamos amamos amaremos amaríamos
amáis amabais amasteis amaréis amaríais
aman amaban amaron amarán amarían
TIEMPOS COMPUESTOS
pret. perfecto
pret. futuro condicional
compuesto pret. anterior
pluscuamperfecto compuesto compuesto

he amado había amado hube amado habré amado habría amado


has amado habías amado hubiste amado habrás amado habrías amado
ha amado había amado hubo amado habrá amado habría amado
hemos amado habíamos amado hubimos amado habremos amado habríamos amado
habéis amado habíais amado hubisteis amado habréis amado habríais amado
han amado habían amado hubieron amado habrán amado habrían amado
SUBJUNTIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente pret. imperfecto futuro simple
ame amara o amase amare
ames amaras o amases amares
ame amara o amase amare
amemos amáramos o amásemos amáremos
améis amarais o amaseis amareis
amen amaran o amasen amaren
TIEMPOS COMPUESTOS

pret. perfecto compuesto pret. pluscuamperfecto futuro compuesto


haya amado hubiera o hubiese amado hubiere amado
hayas amado hubieras o hubieses amado hubieres amado
haya amado hubiera o hubiese amado hubiere amado
hayamos amado hubiéramos o hubiésemos amado hubiéremos amado
hayáis amado hubierais o hubieseis amado hubiereis amado
hayan amado hubieran o hubiesen amado hubieren amado
IMPERATIVO
ama (amá), amad
FORMAS NO PERSONALES

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infinitivo participio gerundio
SIMPLE COMPUESTO SIMPLE COMPUESTO
amado
amar haber amado amando habiendo amado

Verbo modelo de la 2.ª conjugación


2. TEMER
INDICATIVO
TIEMPOS SIMPLES
pret. perfecto condicional
presente pret. imperfecto futuro simple
simple simple
temo
temía temí temeré temería
temes
temías temiste temerás temerías
(temés)
temía temió temerá temería
teme
temíamos temimos temeremos temeríamos
tememos
temíais temisteis temeréis temeríais
teméis
temían temieron temerán temerían
temen
TIEMPOS COMPUESTOS
pret.
pret. futuro condicional
perfecto pret. anterior
pluscuamperfecto compuesto compuesto
compuesto

he temido
habré temido
has temido había temido hube temido habría temido
habrás temido
ha temido habías temido hubiste temido habrías temido
habrá temido
hemos había temido hubo temido habría temido
habremos
temido habíamos temido hubimos temido habríamos temido
temido
habéis habíais temido hubisteis temido habríais temido
habréis temido
temido habían temido hubieron temido habrían temido
habrán temido
han temido

SUBJUNTIVO
TIEMPOS SIMPLES
presente pret. imperfecto futuro simple
tema temiera o temiese temiere
temas temieras o temieses temieres
tema temiera o temiese temiere
temamos temiéramos o temiésemos temiéremos
temáis temierais o temieseis temiereis
teman temieran o temiesen temieren

TIEMPOS COMPUESTOS

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pret. perfecto
pret. pluscuamperfecto futuro compuesto
compuesto
haya temido hubiera o hubiese temido hubiere temido
hayas temido hubieras o hubieses temido hubieres temido
haya temido hubiera o hubiese temido hubiere temido
hayamos temido hubiéramos o hubiésemos temido hubiéremos temido
hayáis temido hubierais o hubieseis temido hubiereis temido
hayan temido hubieran o hubiesen temido hubieren temido
IMPERATIVO
teme (temé), temed
FORMAS NO PERSONALES
infinitivo participio gerundio
SIMPLE COMPUESTO SIMPLE COMPUESTO
temido
temer haber temido temiendo habiendo temido

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EL ADVERBIO

Sintácticamente, los adverbios son modificadores del verbo, del adjetivo o de otro adverbio.
Como modificador directo del verbo, el adverbio es exclusivamente complemento
circunstancial.
Por ejemplo: Escogió a las más bonitas chicas. Quizá tome después caminos diferentes.y ya no
vuelva nunca. Estaba tan mal destinada y era tan hermosa. Comiste muy poco. Muy
efectivamente jugaron. Lo hizo malísimamente.
Semánticamente, los adverbios se clasifican en:
- de lugar: atrás, delante, junto, enfrente, cerca, lejos, adentro, encima, alrededor, afuera, detrás,
fuera, arriba, adelante, ahí, aquí, acá, allí, allá.
- de tiempo: antes, luego, tarde, aún, temprano, después, siempre, pronto, nunca, todavía,
mientras, hoy, ayer, anoche, mañana, ahora, recién.
- de modo: adrede, bien, mal, regular, despacio, brillantemente, audazmente, cautelosamente,
(ADJETIVO + MENTE), así, etc.
- de cantidad: poco, demasiado, bastante, mucho, muy, más, menos, casi, solamente, tanto.
- de orden: primeramente, últimamente, antes, después, delante, detrás, respectivamente.
- de negación: jamás, tampoco, no, nunca.
- de afirmación: sí, efectivamente, también, claro, verdaderamente, cierto, indudablemente.
- de duda: posiblemente, quizá, tal vez.
Morfológicamente los adverbios son invariables (es decir, no presentan morfemas de tiempo,
de número, de persona, etc.) Algunos adverbios se apocopan (pierden algunos sonidos) cuando
se anteponen al adjetivo o a otro adverbio. Ejemplos: Es un muy (mucho) buen lugar. Cuán
(cuánto) grande es esta casa. Tan (tanto) difícilmente. Recién (recientemente) lavada.
Por otra parte, los adverbios admiten los grados de significación, como los adjetivos. Ejemplos:
Está lejísimo. Lo hizo pésimamente. Esa caja está más cerca que la otra. Hoy anduvo menos que
ayer. Actuó tan torpemente como un niño.
Por otra parte, los adverbios admiten las formas diminutivas. Ejemplos: cerquita, lejitos,
apenitas, poquito, tardecito, tempranito, lueguito.

Frases adverbiales:
Son estructuras fijas, formadas por dos o más palabras, que funcionan como adverbios.
Funcionan como circunstanciales. Algunas frases adverbiales son: a ciegas, a caballo, a
escondidas, a tiempo, a solas, a gritos, de pie, a carcajadas, a galope, a cántaros, a tientas, de día,
de noche, de golpe, de madrugada, de miedo, de tiempo en tiempo, de trecho en trecho, de veras,
de rodillas, de lleno, por alto, a punto, con todo, en seguida, en efecto, en fin, en vano, al revés, por
último, en resumen, en medio, de repente, de pronto, a veces, de vez en cuando, con cuidado, en
ocasiones, en rigor, a propósito.

LA CONJUNCIÓN
La conjunción es una partícula de unión. Tiene significación propia, pero ésta no es
independiente. Por ejemplo, se decimos “Carmen”, “orgullo”, estas palabras significan por sí
mismas aunque no integren una oración. En cambio, las partículas y, o, pero, no significan nada
fuera de la oración.
Por su significación, las conjunciones se clasifican de la siguiente manera:
1) Copulativas: unen dos o más elementos; son y, e, ni, más. Ejemplos: Persevera y triunfarás.
Triste, solitario y final. Ni tanto ni tan poco.
2) Disyuntivas: expresan una opción entre dos o más elementos, es decir, una elección. Son: o,
u. Ej: Él o yo.
A veces la elección no es terminante; sólo indica indecisión, inseguridad respecto de lo que se
dice. Ej: Hace dos o tres años que no lo veo.

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Otras veces, la coordinación disyuntiva puede usarse para unir dos palabras o expresiones que
son sinónimos, dos formas distintas de decir lo mismo. Ej: París o Ciudad Luz.
3) Adversativas: relacionan sólo dos elementos y el segundo expresa una objeción a lo dicho por
el primero. Son: pero, mas, sino, sin embargo, no obstante. Ej: Te espero pero sólo hasta el
mediodía.
Las conjunciones no tienen variaciones de forma.
Sintácticamente, las conjunciones se clasifican en coordinantes y subordinantes. Las
conjunciones mencionadas arriba, esto es, las copulativas, disyuntivas y adversativas, son
coordinantes, ya que unen elementos que corresponden al mismo nivel sintáctico, es decir,
tienen igual valor dentro de una oración.
Las conjunciones subordinantes unen elementos de distinto nivel sintáctico, es decir, expresan
relaciones de jerarquía, en las que siempre hay una parte de mayor valor sintáctico (llamada
subordinante) y otra parte de inferior jerarquía, denominada subordinada.
Algunas conjunciones subordinantes son: que, aunque, porque, donde, como, cuanto, cuando,
mientras, si, por lo tanto, etc.
Comparar los siguientes ejemplos:
Tengo un brillante ropaje pero la gente no me presta atención.
Tengo un ropaje tan brillante que la gente no me presta atención.
La gente me presta atención porque tengo un brillante ropaje.
La gente me presta atención y tengo un brillante ropaje.

LA PREPOSICIÓN
La preposición es una partícula de unión y no tiene significación propia fuera del enunciado del
que forma parte.
La preposiciones son: a, ante, bajo, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por,
según, sin sobre, tras.
Se consideran también preposiciones: durante, mediante, excepto, salvo, incluso, (no)
obstante.
Ya están fuera de uso las preposiciones: so y cabe.
Las contracciones son la unión de las preposiciones a, de más el artículo el: tales contracciones
son: al y del.
Las preposiciones no tienen variaciones de forma.
Sintácticamente, siempre expresan una relación de subordinación con respecto al elemento
que las antecede. Ejemplos: Las casas de mi barrio son todas pequeñitas. Se fugó sin sus valijas.
Un larguísimo viaje hacia el espacio exterior.

LA INTERJECCIÓN
La interjección es una clase de palabra muy especial: tiene en sí misma valor de oración y es,
fundamentalmente, expresiva o exclamativa, con distintos matices.
Por ejemplo, si decimos “¡Bah!”, referido a algo que escuchamos o presenciamos, esa palabra,
que es una interjección, podrá significar: “No te creo”, “No tiene importancia”, “No me
importa”, según la situación comunicativa de la que forme parte.
Las interjecciones tienen distinto origen.
- Las interjecciones propias son palabras de formación no habitual en la lengua, aceptadas por
el uso. Ej: ¡Bah!, ¡Huy!, ¡Ajá!, ¡Ay!, ¡Uff!, ¡Puah!, ¡Oh!, ¡Ea!, ¡Ah!, ¡Chist!.
- Las onomatopeyas (palabras que intentan reproducir sonidos) también se usan como
interjecciones, siempre con valor expresivo. Ej: ¡Cataplún!, ¡Rin-rin!, ¡Plaf!, ¡Pum!, ¡Zas!
En estos casos, las reglas ortográficas son permisivas: el hablante puede agregar una o más f a
¡Plaf! o repetir varias veces la i de ¡Riiiiiiiiin! para aumentar la expresividad de su enunciado.
- Finalmente, hay algunas palabras de la lengua que a veces son usadas como interjecciones y
pierden con este uso su valor lingüístico de origen. Ej: ¡Dios mío!, ¡Jesús!, ¡Demonio!, ¡Vaya!,
¡Caramba!, ¡Arriba!

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EL PRONOMBRE

Los pronombres son palabras no connotativas de significación ocasional, dependientes de la


posición del hablante en la situación comunicativa.
Se clasifican en: PERSONALES, DEMOSTRATIVOS, POSESIVOS, RELATIVOS, INDEFINIDOS
y ENFÁTICOS.
Por su función en las oraciones, los pronombres pueden cumplir el rol de sustantivos, adjetivos
o adverbios. Ejemplos: Yo (sustantivo) cambié de opinión. Tu (adjetivo) casa se asoma al río. El
río donde (adverbio) nos bañamos está seco.

Pronombres personales: señalan las tres personas gramaticales. Son:

1ª persona 2ª persona 3ª persona


Singular Plural Singular Plural Singular Plural
yo nosotros tú vosotros él ellos
me nosotras vos vosotras ella ellas
mí nos usted ustedes se se
conmigo te os sí sí
ti consigo consigo
contigo lo los
la las
le les

Por su función, los pronombres personales son siempre sustantivos.


Morfológicamente, los pronombres poseen declinación o caso. Esto quiere decir que tienen una
forma para expresar el sujeto (yo, tú), otra para expresar el objeto directo o el objeto indirecto
(lo, le, me, se) y otra forma para expresar el término de preposición (sí, mí, ti). Además, poseen
persona, número y, a veces, género.

Pronombres posesivos
Indican pertenencia con respecto a las personas que intervienen en la situación comunicativa.
Por su función son adjetivos, con excepción de los neutros (lo mío, lo tuyo) y los que expresan
parientes y allegados (los míos, los tuyos, los nuestros) que son sustantivos.
Morfológicamente, los pronombres posesivos poseen género, número y persona.
Un solo poseedor Varios poseedores
Masculino Femenino Masculino Femenino
Singular Plural Singular Plural Singular Plural Singular Plural

mío mi míos mis mía mi mías mis nuestro nuestros nuestra nuestras
tuyo tu tuyos tus tuya tu tuyas tus vuestro vuestros vuestra vuestras
suyo su suyos sus suya su suyas sus suyo su suyos sus suya su suyas sus

Pronombres demostrativos
Señalan lugar con respecto a las personas de la conversación. Se clasifican en:
Cuando el objeto está Cuando el objeto está Cuando el objeto está en
próximo a la persona o próximo a la persona o lugar distante de la primera y
personas que hablan (yo, personas a quienes se habla la segunda personas
nosotros, nosotras) (tú, vosotros, vosotras)
Este ese aquel

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esta esa aquella
estos esos aquellos
estas esas aquellas
esto eso aquello

Por su función los pronombres demostrativos pueden ser sustantivos (si reemplazan a los
sustantivos) o adjetivos (si modifican a un sustantivo).
Morfológicamente, los pronombres demostrativos poseen género y número.
Pronombres relativos
La significación de esta clase de pronombres no depende de la situación comunicativa, sino que
depende del antecedente y es ocasional. Son no connotativos, pues no caracterizan al objeto al
que reemplazan.
Son: que, cual, quien, quienes, cual, cuales, cuyo, cuya, cuyos, cuyas, donde, cuando, como,
cuanto.
Ejemplos. La lámpara que encendiste me molesta. La cámara con la cual fotografiás es muy
antigua. El poeta a quien nos referimos vive aún. Esta es la casa cuyos dueños abandonaron. El
pueblo donde nació permanece sin cambio. Fue en ese momento cuando advertí lo ocurrido. Hizo
tanto esfuerzo cuanto pudo. Creo que ésa es la forma como debiste proceder.
Sintácticamente, los pronombres relativos pueden desempeñar en la oración las funciones del
sustantivo (que, quien, quienes, cual, cuales), del adjetivo (cuyo) o del adverbio (donde, cuando,
como, cuanto).
Morfológicamente, algunos son invariables (que, donde, cuando, como), otros poseen género y
número (cuyo, cuanto), y otros sólo número (quien, cual)

Pronombres enfáticos
Al igual que los relativos, por su significación dependen del antecedente. Son: qué, quién,
quiénes, cuál, cuáles, dónde, cuándo, cómo, cuánto.
Los pronombres enfáticos son los interrogativos y exclamativos. Desempeñan en la oración la
función de sustantivos, adjetivos o adverbios.
Morfológicamente, algunos son invariables y otros poseen número y género.
Se emplean en las oraciones interrogativas directas y en las interrogativas indirectas. Poseen
siempre tilde. Ejemplos: ¿Qué te pareció? Te pregunto qué te pareció. ¿Cuál coloco aquí?
Contéstame cuál coloco aquí. ¿Cómo te lastimaste? Decíme cómo te lastimaste.

Pronombres indefinidos
Aluden de manera imprecisa o general a un objeto.
Algunos son: alguien, nadie, unos, otros, algunos, ninguno, cualquiera, cada, varios, algo, poco,
mucho, demasiado, todo, nada, más, menos, dondequiera, bastante
Por su función en la oración pueden ser sustantivos o adjetivos. Ej: Ninguno llegó. Llama a
alguien. Ningún niño llegó. Elige cualquier modelo.
Morfológicamente, poseen género y número. También admiten grados de
significación: poquísimo.

15
TRABAJO PRÁCTICO N 1

FECHA DE ENTREGA:

Los adjetivos

Los adjetivos son palabras que dan información sobre las características de cosas o personas
(que se expresan, normalmente, mediante un sustantivo). Los adjetivos concuerdan con ese
sustantivo en género (masculino o femenino) y en número (singular o plural).

La tarde

El día daba su último adiós. Me senté bajo el frondoso árbol que cubre mi patio con su sombra.
Dejé que la suave brisa acariciara mi rostro. La frescura de
la tarde me invitaba a descansar y me acosté en la tierna grama.
Mis ojos curiosos fueron observando los hermosos cambios que ocurrían a mi alrededor. El
dulce canto de los pajaritos, que revoloteaban entre las extendidas ramas, no se hizo esperar. El
perfume de las flores llegaba a mí, tan fresco como el agua que brota de un manantial. Un
hermoso conejo blanco cruzó el jardín. El imponente sol se ocultaba. Las blancas nubes cual
blandas motas de algodón, daban su recorrido por el cielo azul. La luna tímida, pero brillante,
hacía su entrada triunfal. Las estrellas movedizas y temblorosas empezaban a adornar el
firmamento. ¡Qué agradable sensación de paz y quietud la que sentía! Ante tanta belleza mis
inquietos ojos fueron cerrándose lentamente; mientras la dulce y suave brisa seguía trayendo
el delicioso aroma de las flores.

Ejercicios

1) Identifica las palabras que se usaron en el escrito anterior para describir los nombres o
sustantivos siguientes.

_____________ canto _____________ sol

_____________ ramas _____________ nubes

_____________ ojos _____________ motas

_____________ grama _____________ cielo

_____________ cambios _____________ aroma

2) Unir los sustantivos de la izquierda con su correspondiente adjetivo, de acuerdo a la


narración.

____ luna a. agradable

______ entrada b. suave

____ estrellas c. tímida

____ sensación d. lejanas

16
____ ojos e. temblorosas

____ brisa f. triunfal

____ flores g. inquietos

3) Busca otro adjetivo que se usó para describir:

_____________ luna _____________ estrellas __________________________brisa

4) Completa los huecos del texto con los adjetivos de la siguiente lista, poniéndolos en el
género y número necesarios para que concuerden con el sustantivo al que califican.

ENORME EXTRAÑO SEDOSO NUBLADA CÁLIDA ARRASTRADOR ELEGANTES DULCE


CANELA VERDES

Juanita era una gata de ________ pelaje color ________, ________ movimientos y ________
ojos ________. Pero ella no lo sabía.

Por mucho que buscase en su memoria, Juanita no recordaba otro lugar que la ________ casa
en que vivía y no conocía otros seres que los que componían su familia: el abuelo ________ de
zapatillas; papá, que a veces asustaba a Juanita con un ________ grito; mamá, que unas veces
la mimaba con voz ________ y otras la regañaba con cara ________; Nacho el grande y Bea.
(Pilar Molina, “Un abrigo para Juanita” de Un barco cargado de... cuentos. Colección El barco
de vapor, ed. SM).

5) Indica el significado de los siguientes adjetivos.

Maleable.

Vasto.

Onírico.

Decrépito.

Prodigioso.

6) Elaborar una oración con cada uno de los adjetivos que se indican

Fuerte

Traidor

Prodigioso

Pequeño

17
TRABAJO PRÁCTICO N° 2

Verbo y pronombre

1) Identificar los verbos en las siguientes oraciones y señalar en qué tiempo verbal está:
 El peregrino compró un canario.
 Juan se ha comprado unos zapatos.
 Celia ya había comprado el periódico.
 Mañana comprará mi hermano el pan.
 Él siempre compra los sábados.
 ¡Cuántas cosas compraría el niño!

2) Extraer los verbos del siguiente texto y señalar: persona, número y tiempo verbal:

EL REFRANERO DE ABRIL (Joaquín Calvo-Sotelo)


La primavera ha venido y yo sé cómo ha sido. De improviso, una mañana, allá por los
últimos días de marzo, se nota que el rayo de sol que entra por los intersticios de la
persiana de nuestro cuarto vibra como una cuerda de violín. Sabemos entonces que el
invierno es ya historia que pasó y que la primavera está entre nosotros.
Por ejemplo: entra: 3 persona del singular. PRESENTE

3) Completar las siguientes oraciones conjugando el verbo en el tiempo indicado.

a) Los integrantes del coro ______________ muy bien aquella noche en el teatro.
(cantar PRETÉRITO IMPERFECTO)
b) Me ____________ estudiar la carrera de biología al terminar la escuela. (gustar
CONDICIONAL SIMPLE)
c) El señor Juan ________________ hoy ir al museo para ver la exposición. (decidir
PRETERITO PERFECTO SIMPLE)
d) Mi hermano _____________ a caminar por la plaza de la ciudad. (acostumbrar
PRETERITO IMPERFECTO)
e) Las autoridades le ____________ el acceso al recinto por motivos de seguridad.
(negar PRETERITO PLUSCUAMPERFECTO)
f) Nosotros________ juntos todo el fin de semana. (estudiar FUTURO SIMPLE)
g) Nos prometió que ___________ a casa hoy para realizar los trabajos
pendientes. (llegar CONDICIONAL SIMPLE)
h) Ella ______ muy cansada del trabajo aquella noche. (retornar PRETERITO
PERFECTO SIMPLE)
i) José nos comentó que __________en la universidad a partir del lunes. (enseñar
FUTURO SIMPLE)

18
4) Clasifica los siguientes pronombres

EJEMPLO: 1) AQUELLOS: PRONOMBRE DEMOSTRATIVO

2) CUALQUIERA:

3) TANTOS:

4) MíA:

5) VUESTROS:

6) VOSOTROS:

7) QUIENES:

8) CUYA:

5) Completa estas frases con el pronombre personal adecuado.

Sólo ……… querés jugar.

El profesor ….. dijo la respuesta sólo a Juan.

Siempre se alaba a …… mismo.

……………..iremos pasado mañana.

La tía …..trajo los regalos a ellos.

6) Localiza los pronombres personales de las siguientes oraciones y subrayarlos:

A ellas no les gustó nada mi propuesta.

Ustedes no lo entienden, ella no pudo venir.

Yo iré contigo si nadie puede acompañarte.

Se lo dije claramente: "No digas nada malo de ellos".

¿Les gustaría dar un paseo?

19
8) Subrayar con rojo los pronombres que aparecen en el texto.

EL PRINCIPITO Y EL HOMBRE DE NEGOCIOS. El Principito. Antoine de


Saint-Exupéry
-¿Y qué haces tú con las estrellas?
-Las administro, las cuento y las recuento -dijo el hombre de negocios-. Es
difícil, ¡pero yo soy un hombre serio!
El principito no estaba satisfecho.
-Yo, si poseo un pañuelo, puedo ponerlo alrededor de mi cuello y
llevármelo. Yo, si poseo una flor, puedo cortarla y llevármela. ¡Pero tú no
puedes cortar las estrellas!

9) Resolver los siguientes ejercicios

20
TRABAJO PRÁCTICO N° 3

Tema: Pronombres
1) Completar el mensaje con pronombres posesivos, personales y demostrativos.

2) Subrayar los pronombres y clasificarlos

3) Completar con los pronombres del recuadro.

21
4) Realizar el siguiente ejercicio:

5) Indicar a qué palabra se refiere cada pronombre subrayado

22
TRABAJO PRÁCTICO N° 4

Tema: Adverbio

1) Indicar a qué palabras modifican los adverbios subrayados:


- Ellos llegaron ayer de Mendoza
- El viaje fue muy confortable
- Están bastante cerca.

2) Completar:
_____________vemos que ____________se respetan las normas de tránsito.
Desplazarse por la ciudad puede convertirse en una travesía_____________insegura.
Tanto los conductores como los peatones deberíamos
considerar______________seriamente las responsabilidades que nos corresponden. Si
todos colaboramos_______________, podemos lograr una tasa de
accidentes__________alarmante.

SUMAMENTE-NO-MUY-DIARIAMENTE-MENOS-CONSCIENTEMENTE

3) Clasificar los siguientes adverbios:

Adverbio Clasificación
De ningún modo
Afuera
De pronto
Tal vez
Apenas
Tampoco
De a poco
Amablemente
Ahí
De vez en cuando
Desde luego
Jamás

4) Reemplazar los adverbios subrayados por frases verbales

23
- Está lloviendo muchísimo
- El cielo se oscureció súbitamente
- Finalmente llegó la comida
- Nos explicó ese tema brevemente
- El abuelo nos visita ocasionalmente
- Cumplió exactamente lo que le pediste.

AL PIE DE LA LETRA- DE VEZ EN CUANDO- A CANTAROS- EN POCAS


PALABRAS- POR FIN- DE REPENTE

Trabajo integrador N 5 integrador

Clases de palabras

1) Subraya los pronombres personales de las siguientes oraciones e indica a qué


persona pertenecen:

Ella me dijo que tú irías con nosotros. (3ª sing.)

A mí me gusta como canta él.


¿Vendrás tú conmigo?
Yo les dije que los llamaran.
Nosotras nos llevamos nuestra parte.
Tu auto te lo llevás vos.
Mi gato no se aparta de mí.
Yo les contaré un cuento.
Nosotros la llevaremos a su casa.
Ellos te esperarán hasta la hora de comer.

2) Escribe de nuevo las siguientes oraciones sustituyendo las palabras en negrita por
los pronombres la, lo, las, los. Puede que tengas que cambiar el orden.

Al final me he comprado esa campera en la tienda.


Al final me la he comprado en la tienda.

Él colocó los zapatos en su sitio.


Marta dejó el ordenador en tu casa.
Ayer Beatriz recogió las naranjas en el mercado.

24
El profesor recogió nuestros cuadernos.
Se encontró a Beatriz por el camino.
¿Has visto a Miriam?

3) Subrayar los adjetivos en el siguiente texto:


«Los hobbits son gente pequeñísima, más pequeña que los enanos; menos corpulenta y
fornida, pero mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de
nuestra medida».
(R. Tolkien: El señor de los anillos)

4) Verbos regulares. Conjuga los verbos entre paréntesis en pretérito imperfecto.

Cuando nos vieron Luis y María (comer) comían con nosotros.

¿Desde cuándo (cantar/tú)_____________ en el coro?

(sacudir/yo) ____________el mantel.

(patinar/nosotros) _____________ en el parque.

Estos niños (toser) _______________continuamente.

5) Verbos regulares e irregulares. Conjuga los verbos entre paréntesis en futuro


simple.

Luego (acabar/nosotros) acabaremos nosotros el trabajo.

(conducir/yo) _________ estupendamente.

El profesor (evaluar) ________________ a los alumnos.

(dirigir/yo) ________________ la orquesta.

(llamarse/ellos) ______________Cristina y Pedro.

6) Identificar y clasificar los adverbios de las siguientes oraciones:


- El gato está debajo del árbol
- Los niños saldrán pronto a la calle
- Hoy se está nublando

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- La película me sorprendió gratamente
- Nunca volveré al bar de la esquina
- Daniel habla mal de sus vecinos
- Me gusta la ropa que venden aquí
- La cena tardará mucho en hacerse
7) Leer el siguiente texto y luego resolver:

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué
afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de
destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse
en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces?
Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una
vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco
estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me
insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un
ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que
lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, muy gradualmente, me fui decidiendo
a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Edgar Allan Poe, “El corazón delator”

Buscar en el texto y copiar:


a) Dos sustantivos abstractos y dos concretos:
b) Cuatro adjetivos calificativos:
c)Un adjetivo calificativo expresado en grado superlativo:
d)Un ejemplo de cada una de todas las formas verbales de indicativo que aparecen:
e) Un pronombre demostrativo, uno interrogativo y dos personales:
f) Todos los adverbios (señala la clase):

26
LA ORACIÓN SIMPLE
La oración es una unidad sintáctica formada por una palabra o conjunto de palabras
con entonación propia, sentido completo y autonomía sintáctica. Tiene entonación
propia porque no se pronuncia de la misma manera una pregunta, una afirmación o una
exclamación. El sentido completo se manifiesta porque presenta una idea propia, y la
autonomía sintáctica, porque la oración puede ser analizada independientemente del
contexto donde aparece.

Desde el punto de vista sintáctico, las oraciones se dividen: por un lado, en simples, que
a su vez, pueden ser unimembres o bimembres, y por otro, en compuestas.

La oración bimembre

Las oraciones bimembres permiten una división en dos miembros: el sujeto y el predicado.
El sujeto es un sustantivo o construcción sustantiva que concuerda en número y persona con
el verbo. El predicado es la parte de la oración que dice algo acerca del sujeto. Si su núcleo
es un verbo, se trata

de un predicado verbal (PV). Ambas construcciones son i nterdepend ¡entes, porque una
requiere de la otra para completar el sentido de la oración.

Si el sujeto y el predicado tienen un solo núcleo, son simples (SS, PVS) y si tienen dos o
más núcleos, son compuestos (SC, PVC).

El sujeto de la oración puede ser expreso (SE), como en los ejemplos anteriores, o tácito (ST)
cuando está elidido. El sujeto tácito se reconoce por la desinencia verbal de persona y
número ro, ya que el sujeto debe concordar con el núcleo del predicado.

1. Completá la oración con el tipo de predicado que se indica entre paréntesis.


Las películas de terror…………………………………………………………….(PVC)

Los personajes y el guión de la película ..........................................................................


(PVS)

a. Realizá el análisis sintáctico de las oraciones anteriores en tu carpeta.

2. Escribí en tu carpeta.
 Una oración con sujeto compuesto.
 Una oración con sujeto expreso simple y predicado compuesto.

El gran escritor argentino

Manuel Mujica Láinez nació en Buenos Aires. Escribió varios libros de cuentos y novelas.
El cuento "La galera" pertenece a su libro Misteriosa Buenos Aires. Un gran libro de
relatos porteños. Varias de sus novelas y sus cuentos fueron llevados al cine. El compositor
argentino Alberto Ginastera realizó una ópera de una de las novelas de Mujica Láinez:
Bomarzo.

27
a. Marcá los verbos de las oraciones que los lleven.
b. En el caso de las oraciones bimembres, señalá los sujetos.
C. Indicá en qué persona y en qué número se encuentran los núcleos del sujeto y del
predicado de las oraciones bimembres que marcaste.

LA CONSTRUCCIÓN SUSTANTIVA

Las oraciones están compuestas por unidades menores


La concordancia
llamadas construcciones, como el sujeto y el predicado. entre el sujeto y el
Cada construcción se organiza alrededor de un núcleo, que verbo
puede estar acompañado de otras palabras que lo
modifican. Cuando el núcleo de una construcción es un El núcleo del sujeto siempre es
un sustantivo que concuerda en
sustantivo, es decir, la clase de palabra que designa a seres,
número (singular o plural) y
objetos, lugares reales o imaginarios y cualidades abstractas, se
persona (primera, segunda o
trata de una construcción sustantiva.
tercera) con el núcleo verbal del
Desde el punto de vista sintáctico, el núcleo sustantivo predicado. Por ejemplo, en
establece con sus modificadores relaciones que pueden ser Catalina esconde un crimen, el
núcleo del sujeto es Catalina, que
de dos tipos: directa o indirecta. El modificador directo y la
concuerda en número (singular) y
aposición se relacionan directamente con el sustan tivo,
persona (tercera) con el núcleo
mientras que el modificador indirecto y la construcción
verbal esconde.
comparativa lo hacen de un modo indirecto, es decir, por
intermedio de un nexo (una preposición y un nexo comparativo, Una prueba para comprobar si el
sujeto está correctamente
respectivamente).
identificado es variar el número
del verbo y observar si, para que la
1. Subrayo en el siguiente fragmento los sustantivos.
oración esté bien formada, se tiene
La poesía es un género literario. Su principal propósito es que modificartambién el número
transmitir emociones y sentimientos. Las poesías juegan con los del sustantivo que es núcleo del
significados de las palabras. También son importantes los sonidos sujeto.
y la disposición de cada palabra dentro del poema. La poesía está
compuesta por estrofas. La estrofa es un conjunto de versos; estos pueden tener rima.

El modificador directo

El modificador directo (md) se relaciona directamente con el sustantivo al que


acompaña y puede ser un adjetivo (linda, grande), un artículo (la, los, un; o un
pronombre (este, aquella). El modificador directo siempre concuerda en género y
número con el núcleo de la construcción sustantiva.

1. Marcá en el texto de la actividad 1, los modificadores directos que


encuentres.

a. Incorporá un nuevo modificador directo en los sustantivos en los


que te sea posible. Escribí las nuevas construcciones en la carpeta.

28
La aposición

La aposición (apos) es un sustantivo o construcción sustantiva que expresa, con otras palabras,
el mismo referente que el núcleo sustantivo (una persona, un objeto, una idea) al que modifica.
La aposición aparece, generalmente, entre comas y puede intercambiarse con el núcleo sin
alterar el sentido de la construcción.

El modificador indirecto

El modificador indirecto (mi) se relaciona con el sustantivo mediante una preposición que
cumple la función sintáctica de nexo subordinante (ns). Este nexo introduce un término
(t), que es otra construcción sustantiva.

La construcción comparativa

La construcción comparativa (ccomp) está encabezada por un nexo comparativo (como


o cual, que introduce un término (t), que establece una relación de semejanza con el
núcleo sustantivo.

Copiar las siguientes oraciones en tu carpeta: señalar el sujeto y el predicado, y analizar


sintácticamente el sujeto.

a) Tu voz amiga, como el agua, rumorea el amor.


b) El agua de mi tristeza dejo en el camino.
c) Flores de la huerta, pequeñas amigas, me acompañan en mi alegría.

LOS MODIFICADORES DEL VERBO

El verbo, al cumplir la función privativa de núcleo del predicado, puede estar acompaña(
por distintos modificadores, como el objeto directo, el objeto indirecto, el predicativo
subjetivo y los circunstanciales.

El objeto directo

El objeto directo (od) es un sustantivo o una construcción sustantiva sobre el que recae
acción del verbo. Los verbos que necesitan del objeto directo para completar la
significación la frase se denominan transitivos (traer, escribir, devolver, regalar, etcétera). En
cambio, aquellos verbos que no lo requieren se denominan intransitivos. El objeto directo
puede ser reemplaza( por los pronombres la, lo, las y los, según el género y el número del
núcleo sustantivo del obje directo. También puede construirse con los pronombres me, te, nos
y os.

Cuando el objeto directo nombra a una persona, se encabeza la construcción con la


proposición a:

29
Los jueces condenaron a Justine.

S E S P V S

[Henry no descubrió el secreto de Frankenstein.] O.B.

n n od

SES PVS

[Henry no lo descubrió.] o.B.

n od n

El objeto indirecto

El objeto indirecto (oi) modifica al núcleo verbal y es una construcción sustantiva


encabezada por las preposiciones a o para, que funcionan como nexo subordinante
seguidas de un término. El objeto indirecto puede reemplazarse o duplicarse por los
pronombres le y les.

SES PVS ____SES PVS

[Justine confesó el crimen al juez.] 0.B. (Justine le confesó el crimen al juez.) 0.B.

n n od oi n oi n od oi

1. Reemplazar, en tu carpeta, los pronombres por una construcción sustantiva de objeto


directo

El autor de la novela lo recibió.

La escritora la escuchó atentamente.

Frankenstein los tiró al mar.

2. Agregar en las siguientes oraciones un objeto indirecto.

Ayer Henry leyó la carta de Elizabeth.

El padre de Víctor entregó las pruebas de su inocencia.

Los recién casados agradecían el viaje a la isla.

Frankenstein revelaría su secreto.

El predicativo obligatorio

El predicativo obligatorio (ps) es un sustantivo, un adjetivo (o una construcción


adjetiva o sustantiva) que se encuentra en el predicado pero que modifica, al mismo
tiempo, al núcleo del predicado verbal y al núcleo sustantivo del sujeto, con el que concuerda
en género y número.

30
SES PV S .

[El rostro del monstruo era espantoso.] o.B.

Md n mi n po

Algunos verbos exigen el predicativo subjetivo para completar su significación: son los verbos
copulativos (ser, parecer, asemejar, estar, cuando no indica lugar) que requieren como
modificador un predicativo obligatorio (po), que no puede suprimirse porque la oración
resultaría incorrecta (*El monstruo parece).

3. Completá las oraciones con un predicativo obligatorio.

El lugar estaba .................................................................................... y yo no soporté el miedo.

El engendro parecía .................................................

Elizabeth era………………….

La fealdad del monstruo era ...............................................................

4. Marcá con una X las oraciones que contengan predicativo obligatorio.

O James Whale dirigió la famosa versión cinematográfica de Frankenstein en 1931.

O Sus protagonistas fueron los actores Boris Karloff y Colin Clive.

O La película tuvo un gran éxito en Estados Unidos.

O Los espectadores estaban conmovidos por el monstruo.

O Muchos grupos religiosos permanecieron enojados.

O Mary Shelley escribió el libro interesada en la ambición desmedida del hombre.

a. Copiá las oraciones en tu carpeta y analízalas sintácticamente.

Los complementos circunstanciales

Los circunstanciales (circ) son palabras (adverbios) o construcciones adverbiales que ofrecen
información acerca de las condiciones en las que se produce la acción expresada por el verbo:
¿cuándo sucedió?, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿cuánto?

SES PVS .

[Sus ojos lo miraban fijamente desde la cama.] O.B.

md n od n circ modo circ lugar

Semánticamente, los circunstanciales se clasifican de acuerdo con el significado del


adverbio o de la construcción adverbial que los forman. Pueden ser:

 De lugar: cuando señalan el lugar donde se ejecuta la acción del verbo (aquí,
allí, arriba, allá, en aquel lugar).
 De tiempo: indican el momento en que se lleva a cab o la acción del verbo
(ahora, mañana, hoy, nunca, desde esa tarde).
 De modo: señalan la manera como se desarrolla la acción del verbo
(claramente, peligrosamente, con suavidad).

31
 De cantidad: indican la cantidad relacionada con el verbo (mucho, poco, nada,
en exceso).
 De negación: niegan la acción o el estado predicado por el verbo (no, nunca,
jamás).
 De afirmación: reafirman la acción o el estado predicado por el verbo (sí,
también, ciertamente).
 De causa: responden al porqué de algo o de algún suceso, ya q ue este tipo de
circunstancial señala el motivo de la acción (Se escapó por temor al monstruo).
 De fin: indican la finalidad de la acción ya que responden al para qué (Corrió
para llorar en el bosque).
 De instrumento: señalan el elemento que se usó para realizar la acción, responden
al con qué (Con su propias manos, construyó su ruina)
 De compañía: responden a con quién (Paseaba con Elizabeth).

5. Proponé, al costado de los circunstanciales, dos nuevos ejemplos de cada uno.


6. Completá las oraciones con el tipo de circunstancial que se indica entre paréntesis.

El monstruo entró ..................................................... (circ. modo) .....................................

....................................... (circ. lugar).

El joven salía ........................................................................ (circ. tiempo) .........................

....................................... (circ. fin) y .............................................................. (circ. negación)

trabajar ............................................................. (circ. de lugar).

El anciano estaba ciego y escuchaba ..................................................................... (circ. modo)

la narración de su hija ……………………………. (circ. tiempo).

Los coordinantes

Los coordinantes son palabras cuya función es relacionar entre sí otras palabras o
construcciones que tienen el mismo nivel sintáctico. El tipo de relación que establecen se
llama coordinación.

[Una película inteligente y entretenida.] OU

md n md md

[(La película tiene buenas actuaciones) pero (la trama es inconsistente).] OC


proposición1 nc proposición2

Clases de coordinantes

Según el valor semántico con que relacionen los elementos, los coordinantes se clasifican
en:

-Coordinantes disyuntivos: expresan alternativa u opción entre dos o más elementos. Son: o,
(u). No deje de verla o se arrepentirá.

-Coordinantes copulativos: expresan unión, suma o acumulación de dos o más

32
elementos.Son: y, (e), ni.

El largo de las paredes asombraba y el color de los techos iluminaba el salón.

-Coordinantes yuxtapuestas: las proposiciones se unen mediante signos de puntuación


como la coma o el punto y coma.

María está cansada; Claudia insiste en seguir.

-Coordinantes adversativos: plantean una oposición o contraste parcial entre dos elementos.
El segundo elemento constituye una objeción al primero. Son: pero, sin embargo, no
obstante, sino, mas.

La historia es interesante pero las actuaciones son desparejas.

Actividades

1. Identifica los coordinantes y clasifícalos según su valor semántico.


Pero, ¿quiénes son los lectores y quiénes los no lectores? No es tan simple como uno piensa.
No se trata de una distinción que tenga que ver con la clase social y tampoco tiene que ver con
los grupos de distintos ingresos económicos. Tampoco es algo masculino o femenino o una
cuestión de orientación sexual o de blancos o negros, como se dice. Se trata de una
diferenciación genérica entre la gente que siente una pasión primordial por los libros y la que
no. Todavía no encontramos una forma adecuada para explicarlo y, francamente, no estoy
seguro de que la educación siquiera pueda modificarlo.
Fuente: Revista Ñ, N° 4

2. Descubrí qué clase de coordinante no apareció en el texto anterior.


3- Escribí en tu carpeta una opinión sobre el texto de la actividad 1, que incluya la clase
de coordinante que falta y otros que necesites.
4- Relaciona las siguientes oraciones mediante coordinantes para formar oraciones
compuestas.
 Lucila y Julieta Mir desempeñan el papel de dos intrépidas espías.
 Esteban Lux y Mauro Díaz representan a los apuestos agentes
contrarios.
 La obra dura, aproximadamente, dos horas.
 El público mantiene su atención a lo largo de la función.
 La trama no pierde el ritmo.
 El tiempo pasa rápidamente.
5.Analizá en tu carpeta las oraciones compuestas.

33
ORACIÓN COMPUESTA POR COORDINACIÓN
TRABAJO PRÁCTICO

1) Coloquen los nexos coordinantes correspondientes para formar oraciones compuestas por
coordinación
a) Fran organizó la fiesta. Todos se divirtieron y bailaron hasta tarde.
b) Te despertaré a las seis. Llegarás tarde al colegio.
c) Lucas juega muy bien al basket. El profesor lo eligió para integrar el equipo.
d) Entramos sin hacer ruido. El perro nos descubrió y comenzó a ladrar.

2) Completen los espacios en blanco con una proposición para formar oraciones compuestas
a) Te llamo mañana para ir a correr o _____________________________________________
b) _______________________________________, así que la semana que viene comenzaremos
los ensayos.
c) La joven esperó dos horas en el café,
pero_____________________________________________
d) __________________________________________ y vos pintás las láminas con lápices de
colores.

3) Analicen sintácticamente las oraciones del siguiente fragmento. En las oraciones


compuestas, indiquen qué tipo de nexo presentan.

Llegó al barco una primera ola, impresionante, lo alzó en su cresta y lo lanzó


aproximadamente a cincuenta metros de profundidad. El capitán Gordon permanecía bien
plantado sobre el puente de mando y toda la tripulación aguantaba del mismo modo.
Un rayo cayó sobre el buque de acero. Las chispas saltaban por todas partes, pero los
tripulantes del “Argo” se habían entrenado durante meses para eso.
A causa del rayo, las partes más delgadas del barco se habían puesto incandescentes; en
consecuencia, todos se pusieron guantes de amianto.
Michael Ende, Momo (adaptación)

34
Coherencia y cohesión

Coherencia: Se dice que un texto es coherente cuando todas las oraciones corresponden a un
mismo tema. Se logra a través de la correcta organización de la información sobre un
determinado tema. Se relaciona, entonces, con el sentido.

Ej. El texto: "Este mes se llevará a cabo un encuentro de científicos argentinos. Sin embargo, el
blanco y el negro se seguirán usando. Entonces el prisma es un cuerpo." no es coherente, porque
las oraciones no se corresponde siempre al mismo tema, por lo tanto, pierde sentido.

En cambio el texto "Este mes se llevará a cabo un encuentro de científicos argentinos. Se reunirán
en la ciudad de Córdoba. Pero aún no conocemos la nómina de participantes." es coherente
porque todas las oraciones corresponden al tema "el encuentro de científicos".

Cohesión: Es la relación de dependencia entre dos elementos de un texto que pertenecen a


distintas oraciones. Para lograrla, se utilizan distintos recursos, como ser: los conectores, la
referencia, la elipsis y la sustitución. Se relaciona, entonces, con la organización.

Elementos o recursos cohesivos:

La referencia: Es el procedimiento que nos permite sustituir una palabra por otra que se refiere
a ella. Gracias a este recurso evitamos reiteraciones que podrían confundir a quien nos escucha.
Esta función es realizada por los pronombres.

Ej. Mafalda es una niña. Su comida favorita no es precisamente la sopa.


("Su" hace referencia a "Mafalda", es un pronombre posesivo, con función de adjetivo, cuyo
referente es "Mafalda")

La elipsis: Consiste en dejar un vacío en lugar del elemento a sustituir. Puede ser verbal (falta
un verbo) o nominal (falta un sustantivo)

Ej. Mafalda es una niña. Es muy graciosa.


(Delante de "es", no se repite "Mafalda")

La sustitución (o sinonimia): Consiste en sustituir una palabra por otra diferente pero que se
refiere al mismo objeto, acción o estado.

Ej. Mafalda es una niña. La jovencita odia la sopa.


("La jovencita" funciona como sinónimo de "Mafalda")

Antonimia: Relacionadas por nombrar objetos, acciones o estados opuestos.

Conectores: Son palabras o expresiones que sirven para conectar o unir ideas,
oraciones o párrafos. Clasificación:

35
36
TRABAJO PRACTICO N 6
FECHA DE ENTREGA:

37
El texto: clasificación
Tramas y funciones textuales
Se denominan funciones del lenguaje aquellas expresiones del mismo que pueden trasmitir las
actitudes del emisor (del hablante, en la comunicación oral y del escritor, en la comunicación
escrita) frente al proceso comunicativo.

El lenguaje se usa para comunicar una realidad (sea afirmativa, negativa o de posibilidad), un
deseo, una admiración, o para preguntar o dar una orden. Según sea como utilicemos las
distintas oraciones que expresan dichas realidades, será la función que desempeñe el lenguaje.
Para el lingüista ruso Roman Jackobson, el lenguaje tiene o puede cumplir seis funciones:

1.- Función emotiva: Esta función está centrada en el emisor quien pone de manifiesto
emociones, sentimientos, estados de ánimo, etc.

Ejemplo:

- ¡Ay! ¡Qué dolor de cabeza!

- ¡Qué gusto de verte!

- ¡Qué rico el postre!

2.- Función apelativa: Esta función está centrada en el receptor o destinatario. El hablante
pretende que el oyente actúe en conformidad con lo solicitado a través de órdenes, ruegos,
preguntas, etc.

Ejemplos: "¿Me alcanzas el azúcar, por favor”;

"Devuélveme mi libro".

3.- Función informativa: Esta función se centra en el contenido o “contexto” entendiendo este
último “en sentido de referente y no de situación”. Se encuentra esta función generalmente en
textos informativos, narrativos, etc.

Ejemplos:

"La ballena es un animal mamífero”;

"Claudia es una niña de vestido azul, con el pelo negro trenzado".

4.- Función metalingüística: Esta función se utiliza cuando el código sirve para referirse al
código mismo. “El metalenguaje es el lenguaje con el cual se habla de lenguaje.

Ejemplos:

"¿Qué quiere decir ‘ambiguo’?”; "’Ambiguo’ es sinónimo de ‘incierto’”; "Las

palabras acentuadas en la última sílaba se llaman agudas".

5.- Función fática: Esta función se centra en el canal y trata de todos aquellos recursos que
pretenden mantener la interacción, comprobar que se produzca exitosamente o cerrarla. El
canal es el medio utilizado para el contacto.

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Ejemplos:

"¿Alo? ¿Me escuchas?”; "Cómo decía,…”; "Hasta luego"

6.- Función poética: Esta función se centra en el mensaje. Se pone en manifiesto cuando la
construcción lingüística elegida intenta producir un efecto especial en el destinatario: goce,
emoción, entusiasmo, etc.

Ejemplo: “Y yo me la llevé al río, / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido.”

(Federico García Lorca)

Por otro lado, se llama trama textual a la manera en la que se organiza un texto; a través de una
narración, de una descripción, de una conversación, de argumentos, etc.

Siempre las tramas están estrechamente relacionadas a las funciones del lenguaje, propósitos
o intenciones de los textos. A menudo, ambas se confunden. ¿Cómo evitar que esto ocurra?

Esto se soluciona teniendo en claro que, por medio de las funciones del lenguaje, elegimos y
determinamos para qué se crea un texto o qué quiere lograr (informar, convencer, etc); una vez
determinado esto, veremos cómo lo hace: a través de una descripción, de argumentos, etc,
siendo éstas, las tramas.

Se reconocen seis tramas textuales:

Trama narrativa:

Comunica hechos o acontecimientos, dispuestos en una secuencia cronológica y que


mantienen una con jerarquía causal (hay acontecimientos que necesariamente ocurren antes
que otros). Algunos textos narrativos son: novelas, cuentos, leyendas, mitos, etc. Se caracteriza
por narrar utilizado verbos de acción (correr, caminar, pisar, sentir, etc.)

Ejemplo:

El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al
volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada en sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban
dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza
en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

A la deriva (fragmento) - Horacio Quiroga

Trama descriptiva:

Describe cómo son los objetos, lugares, personajes, animales, etc. Recrea los espacios y
situaciones. Se utilizan los sentidos del tacto para realizar las descripciones (vista, olfato, tacto,
oído, gusto). Algunos ejemplos de textos descriptivos son: guías, diarios de viaje, cartas, etc. La
trama descriptiva también puede aparecer en algunos fragmentos puntuales de un texto
narrativo. Se caracteriza por ser una narración en donde predomina el uso de adjetivos.

Ejemplo:

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A un costado del baldío, en el techo de un tranvía abandonado, duerme un gato. En el tranvía,
esqueleto comido por los vientos y la humedad y la sal, vive gente; hay ropa tendida en el cerco de
alambre. Un niño descalzo, con una bolsa al hombro, saluda desde lo lejos agitando la mano. El
campito huele a retamas.

La canción de nosotros (fragmento) Eduardo Galeano

Trama Conversacional:

Reproduce literalmente los dichos o palabras de los personajes de la historia. Se escribe o


redacta a manera de guion. Algunos ejemplos de textos en donde predomine la trama
dialogada son las obras de teatro, los pequeños fragmentos de diálogos que aparecen dentro
de un cuento o de una novela, las entrevistas periodísticas, etc.

Ejemplo:

-Buena mujer, ¿podrías darle albergue a un caminante?

-Pasa, marinero.

-¿No tendrás, buena mujer, algo para matar el hambre?

-¡Ay, buen hombre, yo misma no he probado bocado en todo el día!

-En fin... Cuando no hay, no hay...

(de un cuento popular ruso)

Trama expositiva:

Intenta explicar de una manera "objetiva" algún hecho. Trata de exponer los hechos de manera
"neutral", es decir, intentando no tomar partido o no posicionarse. Algunos ejemplos de textos
donde predomina la trama expositiva son los artículos de enciclopedia, artículos de divulgación
científica, diccionarios, etc. La finalidad de los textos expositivos es la transmisión de
información y se centran en el contenido. Se caracteriza por el empleo de un lenguaje claro y
directo.

Ejemplo:

Los flamencos son aves gregarias altamente especializadas, que habitan sistemas salinos de
donde obtienen su alimento (compuesto generalmente de algas microscópicas e
invertebrados) y materiales para desarrollar sus hábitos reproductivos. Las tres especies de
flamencos sudamericanos obtienen su alimento desde el sedimento limoso del fondo de
lagunas o espejos lacustre-salinos de salares, El pico del flamenco actúa como una bomba
filtrante. El agua y los sedimentos superficiales pasan a través de lamelas en las que quedan
depositadas las presas que ingieren. La alimentación consiste principalmente en diferentes
especies de algas diatomeas, pequeños moluscos, crustáceos y larvas de algunos insectos...

Para ingerir el alimento, abren y cierran el pico constantemente produciendo un chasquido leve
en el agua, y luego levantan la cabeza como para ingerir lo retenido por el pico. En ocasiones,
se puede observar cierta agresividad entre los miembros de la misma especie y frente a las otras

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especies cuando está buscando su alimento, originada posiblemente por conflictos de
territorialidad.''

Los flamencos del altiplano boliviano. Alimentación - Omar Rocha

Trama argumentativa:

Texto por medio del cual se expresan ideas y se defienden opiniones por medio de la
argumentación. Se trata de convencer al lector por medio de argumentos. Se explica un punto

de vista a partir de ciertos hechos que sirven de sustento para demostrar la veracidad (la verdad)
de todo aquello que se dice.

Ejemplos de texto donde predomina la trama argumentativa: artículos de opinión, críticas de


prensa de espectáculos, libros, etc. Se caracteriza por el empleo de verbos que expresan opinión
(creo que, pienso que, me parece que, etc.)

Ejemplo:

La naturaleza humana no es en sí ni buena ni mala, es la educación la que la hace buena o mala.


Más allá del ser, la educación apunta al deber ser. Presupone la perfectibilidad del hombre. Cuanto
más se eleva el individuo en la sociedad, más acepta responsabilidades y más importancia reviste
este deber ser. Cabe esperar de un jefe de Estado o de gobierno, de un diputado, de un responsable
sindical o de un dignatario religioso una perfecta probidad moral además de sus competencias.
Cuanto más educado se está más alto se llega, en el sentido moral tanto como social. Hace falta,
pues, tener confianza en la capacidad del hombre de superarse, y en la de la educación para
ayudarle a ello.

El ciudadano soberano (fragmento) de Augier.

41
Actividad
Indicar trama y función del lenguaje en cada uno de los siguientes textos:
La zorra y las uvas
Había una vez una zorra que llevaba casi una semana sin comer, había tenido muy mala suerte, le robaban las
presas y el gallinero que encontró tenía un perro guardián muy atento y un amo rápido en acudir con la escopeta.
Ciertamente estaba muertecita de hambre cuando encontró unas parras silvestres de las que colgaban unos
suculentos racimos de doradas uvas, debajo de la parra había unas piedras, como protegiéndolas.—Al fin va a
cambiar mi suerte, —pensó relamiéndose—, parecen muy dulces. Se puso a brincar, intentando alcanzarlos, pero
se sentía muy débil, sus saltos se quedaban cortos los racimos estaban muy altos y no llegaba. Así que se dijo:
—Para que perder el tiempo y esforzarme, no las quiero, no están maduras.
Pero resulta que si la zorra hubiese trepado por las piedras parándose en dos patas hubiese alcanzado los racimos,
esta vez le faltó algo de astucia a doña zorra, parece ser que el hambre no la deja pensar.

La reunión de vecinos El tala falso


Muy parecido al tala verdadero, el tala falso suele
confundir a primera vista. Sin embargo, un examen
Estimados vecinos:
más minucioso permite establecer diferencias entre
Yo estoy a favor de poner el las hojas simples con formas de huevo (ovadas), con
ascensor en nuestro edificio. En la los bordes aserrados y terminados en punta del tala
tercera planta viven personas verdadero y las hojas acorazonadas y frágiles del tala
mayores y prácticamente no salen falso. Los frutos de éste cuelgan como farolitos de
a la calle porque no pueden bajar papel y no son comestibles mientras que los de aquel
las escaleras. A mí me dan mucha
son esféricos, carnosos, dulces y comestibles. La
lástima. Además el presupuesto
madera del tala verdadero es dura y pesada. Sirve
que nos han dado no es tan caro
porque el 50% lo subvenciona el para postes, cabos de rebenques y se utiliza como
gobierno y el resto podemos mango en todas las herramientas de labranza por ser
pagarlo mediante un crédito a bajo flexible y fibrosa. En cambio, la madera del tala falso
interés. Muchos edificios de este presenta vetas rojizas sobre un fondo amarillento. Se
barrio ya lo han instalado: los usa para la construcción de alambrados rústicos y
vecinos del bloque 3, por ejemplo, como leña.
y están contentísimos. Cada vez
estoy más convencido de que
debemos hacerlo.

42
43
EL TEXTO EXPOSITIVO
Un texto expositivo se caracteriza por desarrollar un tema en forma clara y objetiva. Su principal
función es informar. Características:

- La principal intención es informar acerca del tema desarrollado.


-Utiliza la tercera persona.

-Se evita párrafos que denoten subjetividad en la expresión de las ideas.

-Presencia de vocabulario especializado, por ejemplo un texto de biología utiliza palabras


propias de esta ciencia.

-Entre los tipos de escritos que integran este grupo encontramos: redacciones académicas
como los exámenes, artículos de enciclopedia, un ensayo, una crónica periodística, una
biografía.

Estructura (partes del texto):

Los textos expositivos se organizan de la siguiente manera:

-Introducción: Presentación del tema

-Desarrollo: Se amplía y complejiza la información. Uso de estrategias explicativas.

-Conclusión: Cierre del tema.

Estrategias explicativas:

-DEFINICIÓN: Es delimitar, decir qué es algo. Son frecuentes las expresiones verbales del tipo:
se llama, se refiere a, se define como, está constituido por, contiene, etcétera.

Ejemplo: “Los ordenadores son dispositivos electrónicos automáticos que realizan tareas
complejas dividiéndolas en otras más sencillas que resuelven con rapidez. Todos los
ordenadores tienen cuatro partes básicas, llamadas unidades”.

-EJEMPLIFICACIÓN: Consiste en dar un caso concreto sobre el tema que se está hablando.

Ejemplo: Los sustantivos colectivos son aquellos que en singular designan un grupo de
elementos. Por ejemplo “ejército”, que nombra un grupo de soldados.

-COMPARACIÓN: Consiste en presentar similitudes y/o diferencias entre dos o más conceptos,
elementos, procesos, etc.

Ejemplo: Los virus a diferencia de las bacterias….

Tipos de organización de los párrafos:

44
Los mapas conceptuales

Los mapas conceptuales son una herramienta muy útil para presentar en forma
esquemática las diferentes ideas de un texto y el modo en que se relacionan entre sí.
Básicamente, se trata de un gráfico formado por óvalos que contienen las ideas
principales y secundarias, y líneas que unen estos óvalos. En medio de estas líneas se
escriben frases que relacionan unas ideas con otras (enlaces). Dicho gráfico establece
una organización jerarquizada de los conceptos y permite visualizar rápida mente su
estructura. Como ejemplo, veamos un texto y su correspondiente mapa conceptual.

La poesía ga uch esca es un estilo p o ético relacionado con las for mas de vida
del gauch o pampeano. Surg e a comienzos del siglo xix, ligada a las luchas por
la emancipación. Entre sus representantes podemos mencionar a Bartolomé
Hidalgo, quien escri be "cielito s"; a Hilario Ascasubi, que realiza el poema
narrativo Santos Vega y a José Hernández, que crea el gran poema Martín Fierro.

45
Para realizar un mapa conceptual, el mejor método es identificar primero el tema y
luego las ideas principales y secundarias. Posteriormente, se colocarán las ideas
principales en la parte superior y las secundarias abajo, en orden de importancia. El
mapa estará bien construido si dentro de los óva los solamente se encuentran las ideas
más importantes y si, al seguir las líneas verticales, podemos enlazar correctamente las
ideas por medio de las frases intercaladas.

46
TRABAJO PRÁCTICO N 7

47
1) ¿ Para qué sirven cada uno de los paratextos de este artículo?
2) Explicar el título del texto
3) Identificar las estrategias explicativas
4) ¿Cuál es la diferencia entre las dos memorias?
5) Elaborar un glosario

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TRABAJO PRÁCTICO N 8

ACTIVIDADES

1) Leer los siguientes textos y resolver en ambos:

a) Marcar la estructura

b) Marcar las estrategias explicativas (con distintos colores marcar cada estrategia e
indicar)

c) Identificar el vocabulario especializado

d) Elaborar tres preguntas que puedan ser respondidas con la información que da el texto
y responderlas

Revolución de mayo
Para comprender el clima reinante en el Río de la Plata en mayo de 1810 y los hechos que
contribuyeron a la revolución de mayo, debemos tener en cuenta el contexto de la época
tanto a nivel internacional como nacional, ya que no fue un solo hecho aislado el que lleva a
los criollos a iniciar dicha revolución sino que la misma es causada por varias razones que se
vienen forjando y evolucionando a través del tiempo.
Se conoce como Revolución de Mayo a la serie de acontecimientos revolucionarios ocurridos
en mayo de 1810 en la ciudad de Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, dependiente
del rey de España, y que tuvieron como consecuencia la deposición del virrey Baltasar Hidalgo
de Cisneros y su reemplazo por la Primera Junta de gobierno
El 18 de Mayo el virrey da a conocer la situación en España, publicando un bando, y
exhortando a la población a permanecer fiel a su gobierno.
El 19 de mayo se reúnen en la casa de Rodríguez Peña un grupo de patriotas, entre ellos
Belgrano, Castelli, Paso, Beruti, Viamonte y el comandante de la fuerza militar más
importante, el regimiento de Patricios, Saavedra. Se conviene en solicitar la convocatoria de
un Cabildo Abierto (una asamblea de los vecinos más notables). Belgrano y Saavedra le
comunican la solicitud al alcalde Lezica.
El 20 de mayo, Lezica se reúne con el virrey Cisneros y le informa de la solicitud de los vecinos.
Cisneros entonces convoca a los principales comandantes militares para sondear la situación.
La mayoría de los comandantes le manifiestan que no lo apoyaran. Entonces se convoca a un
Cabildo Abierto para el día 22 de mayo.
El 22 de mayo se reúne el Cabildo Abierto, luego de largas deliberaciones, se realiza una
votación, de la cual se conocen sus resultados el día 23 de mayo, siendo los mismos: El virrey
debe cesar en el mando, y el poder interinamente recaerá en el Cabildo que formara una junta
de gobierno.
El 23 de mayo ante el mandato del Cabildo Abierto, Leiva el titular del Cabildo, intenta
manipular los resultados de la votación, nombrando a Cisneros como el presidente de la nueva
junta de gobierno. Ante esto Belgrano y Saavedra se presentan en el Cabildo, exigiendo que
Leiva comunique al pueblo que el mando de Cisneros ha cesado. Este finalmente accede.
El 24 de mayo el Cabildo intenta una vez más la acción contrarrevolucionaria, nombrando una
junta de gobierno presidida por Cisneros, pero además integrada por Saavedra, Castelli, Sola
e Inchaurregui (estos 2 últimos españoles). Se consulta a los jefes militares y la junta jura
como nuevo gobierno. Ante la noticia el pueblo comienza a agitarse, y renuncian Saavedra y
Castelli. Los patriotas vuelven a reunirse en la casa de Rodríguez Peña y solicitan a los jefes
militares que le retiren el apoyo a la junta a lo cual acceden.

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El 25 de mayo el cabildo manifiesta que la junta no puede disolverse sino que debe continuar
gobernando. Ante esto los patriotas toman el Cabildo y exigen a sus miembros que para evitar
un levantamiento armado popular nombren a un nuevo gobierno y destituyan a Cisneros. Se
consulta a los jefes militares y estos no apoyan al Cabildo ante el temor de que la tropa se
subleve. En la actual plaza de mayo se reúnen manifestantes, muchos de ellos armados, para
apoyar a los patriotas. Ante esto el Cabildo finalmente accede a destituir al virrey. Los
patriotas igualmente una vez mas irrumpen en el Cabildo para asegurarse de que el gobierno
quede en manos de los candidatos que ellos apoyaban. Finalmente se forma la Primera Junta
de Gobierno patrio.
Una de las consecuencias principales de la Revolución de Mayo sobre la sociedad, que dejaba
de ser un virreinato, fue el cambio de paradigma con el cual se consideraba la relación entre el
pueblo y los gobernantes.

¿Qué es el efecto “invernadero”?


Cuando decimos que un objeto es “transparente” porque podemos ver a través de él, no
queremos necesariamente decir que lo puedan atravesar todos los tipos de luz. A través de un
cristal rojo, por ejemplo, se puede ver, siendo, por tanto, transparente. Pero, en cambio, la luz
azul no lo atraviesa. El vidrio ordinario es transparente para todos los colores de la luz, pero
muy poco para la radiación ultravioleta y la infrarroja.
Pensad ahora en una casa de cristal al aire libre y a pleno sol. La luz visible del Sol atraviesa sin
más el vidrio y es absorbida por los objetos que se hallen dentro de la casa. Como resultado de
ello, dichos objetos se calientan, igual que se calientan los que están fuera, expuestos a la luz
directa del Sol.
Los objetos calentados por la luz solar ceden de nuevo ese calor en forma de radiación. Pero
como no están a la temperatura del Sol, no emiten luz visible, sino radiación infrarroja, que es
mucho menos energética. Al cabo de un tiempo, ceden igual cantidad de energía en forma de
infrarrojos que la que absorben en forma de luz solar, por lo cual su temperatura permanece
constante (aunque, naturalmente, están más calientes que si no estuviesen expuestos a la
acción directa del Sol).
Los objetos al aire libre no tienen dificultad alguna para deshacerse de la radiación infrarroja,
pero el caso es muy distinto para los objetos situados al sol dentro de la casa de cristal. Solo
una parte pequeña de la radiación infrarroja que emiten logra traspasar el cristal. El resto se
refleja en las paredes y va acumulándose en el interior.
La temperatura de los objetos interiores sube mucho más que la de los exteriores. Y la
temperatura del interior de la casa va aumentando hasta que la radiación infrarroja que se
filtra por el vidrio es suficiente para establecer el equilibrio.
Esa es la razón por la que se pueden cultivar plantas dentro de un invernadero, pese a que la
temperatura exterior bastaría para helarlas. El calor adicional que se acumula dentro del
invernadero –gracias a que el vidrio es bastante transparente a la luz visible, pero muy poco a
los infrarrojos–, es lo que se denomina “efecto invernadero”.
La atmósfera terrestre consiste casi por entero en oxígeno, nitrógeno y argón. Estos gases son
bastante transparentes tanto para la luz visible como para la clase de radiación infrarroja que
emite la superficie terrestre cuando está caliente. Pero la atmósfera contiene también un 0,03
por 100 de dióxido de carbono, que es transparente para la luz visible, pero no demasiado para
los infrarrojos. El dióxido de carbono de la atmósfera actúa como el vidrio del invernadero.
Como la cantidad de anhídrido carbónico que hay en nuestra atmósfera es muy pequeña, el
efecto es relativamente secundario. Aun así, la Tierra es un poco más caliente que en ausencia
de dióxido de carbono. Es más, si el contenido en dióxido de carbono de la atmósfera fuese el

50
doble, el efecto invernadero, ahora mayor, calentaría la Tierra un par de grados más, lo
suficiente para provocar la descongelación gradual de los casquetes polares.
Un ejemplo de efecto invernadero a lo grande lo tenemos en Venus, cuya densa atmósfera
parece consistir casi toda ella en anhídrido carbónico. Dada su mayor proximidad al Sol, los
astrónomos esperaban que Venus fuese más caliente que la Tierra. Pero, ignorantes de la
composición exacta de su atmósfera, no habían contado con el calentamiento adicional del
efecto invernadero. Su sorpresa fue grande cuando comprobaron que la temperatura
superficial de Venus estaba muy por encima del punto de ebullición del agua, cientos de
grados más de los que se esperaban.

51
TRABAJO PRÁCTICO N°9

1) Lean el siguiente texto

LOS NOMBRES DE NUESTRO PAÍS


A partir de la llegada de los colonizadores europeos, el actual territorio argentino tuvo diferentes nombres.
Los más antiguos que conocemos se relacionaron con el río de la Plata, ya que fue éste el primer lugar al que arribaron
los exploradores españoles: mar Dulce o mar de Solís, luego río de la Plata.
Desde el siglo XVII, ya figuraba en los mapas, las crónicas y algunos poemas,
la palabra argentina, que quiere decir de plata. Las tierras argentinas eran los
territorios que rodeaban el río de la Plata y los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay-
todas voces indígenas- ya que remontándolos era posible llegar muy cerca del cerro
de Plata del Potosí. A medida que los españoles fueron poblando el territorio, les
dieron nombre a otras regiones, utilizando voces indígenas como Tucumán, por
ejemplo.
Hasta casi fines del siglo XVII, el actual territorio de nuestro país formó
parte del Virreinato del Perú. Cuando en 1776 se lo subdividió, la nueva unidad
política se llamó Virreinato del Río de la Plata.
Luego de la Revolución de Mayo, el ex virreinato fue llamado por los criollos
Provincias Unidas del Río de la Plata. Al poco tiempo comenzó a utilizarse en los
documentos oficiales el nombre de Provincias unidas en Sud América o, como dice el
Himno Nacional, las Provincias Unidas del Sur. Pero las palabras argentina o
argentinos siguieron siendo usadas, especialmente por los poetas.
La Constitución de 1853 estableció que Provincias Unidas del Río de la Plata,
Confederación Argentina o República Argentina eran en adelante nombres oficiales,
indistintamente, para la designación del gobierno y territorio de las provincias. En
1860, para dar uniformidad a los actos administrativos, se acordó usar únicamente
la denominación de República Argentina.
Alonso, M., R. Elisalde y E. Vázquez: Argentina y el mundo contemporáneo; Buenos Aires: Aique, 1994

a) Identifiquen las partes de la estructura y los paratextos


b) Copien un ejemplo de cada uno de estos procedimientos: definición y ejemplificación
c) ¿Qué tipo de organización predomina? Realicen el gráfico correspondiente

2) A partir de los siguientes esquemas, elaboren el texto correspondiente. La introducción ya


está escrita.

Hábitat: selvas tropicales de América Central y Norte de América


del Sur
Alimentación: frutas, flores y hojas. Peso hasta 15kg y longitud
hasta 2m.
Agresivas, especialmente en época de reproducción y anidamiento
Iguanas Edad de reproducción: desde 3 a 5 años.

Los huevos se entierran en la arena, en túneles excavados por


las hembras, en la estación seca.

Veneno, como las serpientes y otros reptiles, pero en menor


cantidad

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Deforestación
Peligro de extinción
Caza indiscriminada, en especial
para venta como mascotas

Cría controlada en granjas en


su propio hábitat

Iguanas en pie de guerra


En Occidente, las iguanas son mascotas, ¿pero podrían convertirse en manjares? Tal vez sí,
porque de hecho lo hacemos con animales de granja de aspecto mucho más enternecedor. Sin
embargo, antes de decidir qué hacemos con las iguanas- si las mimamos o las salpimentamos-
hay que saber algo más de ellas.
Fuente: Revista Muy Interesante, Abril de 2011

53
El texto narrativo

Un texto narrativo es aquel texto que cuenta una historia que se desarrolla en un período de
tiempo y un lugar determinado. La narración hace referencia a la manera de contar la historia,
en forma de secuencia o como una serie de acciones que realizan los personajes, y que permite
al lector imaginarse la situación.

Las historias, los personajes y los lugares pueden ser reales, imaginarios o basados en hechos
verídicos.

Un texto narrativo tiene como fin contar una historia, informar o entretener al lector. Se
caracteriza por la figura de un narrador quien puede aparecer a través de un personaje dentro
de la historia y estará en primera o segunda persona, o en caso de ser un narrador
omnipresente, el relato estará en tercera persona.

El autor es quien le da un estilo al texto narrativo, que puede ser directo (cuando reproduce de
manera literal y entre comillas, lo que dice cada personaje), indirecto (cuando el narrador
presenta o describe lo que dicen los personajes) o libre (cuando se funden los estilos directo e
indirecto).

Un texto narrativo se caracteriza por tener diversos elementos, como:

El narrador. Es quien cuenta la historia y puede estar presente como uno de los personajes, ser
omnisciente (que todo lo sabe y va relatando las secuencias) o ser testigo (no conoce toda la
historia, pero va narrando lo que observa).

Los personajes. Son quienes actúan en los acontecimientos que van sucediendo en el relato.
Pueden ser personajes principales (los protagonistas sobre los que se basa la historia), o
secundarios (quienes intervienen en hecho puntuales del relato).

El espacio. Es uno o varios lugares específicos en donde transcurre la historia. El lector logra
imaginar cada espacio y sentir emociones particulares a través de la descripción que detalla el
autor.

El tiempo. Es el momento o época en la que ocurren los acontecimientos y puede ser lineal
(cronológico) o con idas y vueltas (jugando con los hechos del pasado, del presente y de futuro
a lo largo de todo el relato).

La acción. Es el argumento de la historia que puede estar explícito desde un comienzo o que se
va deduciendo a medida que avanza el relato.

Estructura del texto narrativo

En el cierre de una narración se revelan las interrogantes que surgen durante el relato.

La estructura de un texto narrativo está compuesta por tres partes:

54
Situación inicial: Es la presentación de la historia que permite situar al lector en un contexto
determinado (en tiempo y lugar), y en la que se introduce a los protagonistas de la historia.

El desarrollo o complicación. Es la parte más extensa del relato donde se conocen los detalles
de la historia, de los personajes y de los acontecimientos que los conectan.

El desenlace o situación final. Es el cierre de la historia en la que se revelan los interrogantes


que surgieron durante el desarrollo del relato. Puede ser un final trágico, feliz o abierto a la duda
con posibilidad de continuar la historia en obras posteriores.

La novela y el cuento

La diferencia fundamental entre el cuento y la novela es la extensión. Sin embargo, también se


puede marcar el contraste entre ellos desde otros puntos de vista. Por ejemplo, el escritor
argentino Julio Cortázar, a quien le gustaba hacer comparaciones para que sus ideas se
comprendieran, sostenía que la diferencia básica entre un cuento y una novela podía pensarse
como la distancia que existe entre una fotografía y una película. De este modo, señalaba las
oposiciones entre ambos exponentes del género narrativo en términos de movimiento.

En definitiva, la novela es más extensa que el cuento, y esto trae como consecuencia otras
diferencias que se reflejan en la composición de cada tipo de texto:

La e st ruct ur a d e l a n ov ela

Todos los textos narrativos por ser tales se ajustan a una estructura determinada
(superestructura). Por su extensión, las novelas presentan varios episodios y los cuentos, pocos.
En nuestro texto, casi la totalidad del fragmento do puede resumirse en la estructura episodio
= marco + suceso.

55
Las clases de novelas

Sería imposible clasificar todas las novelas que existen porque hay tantas variedades como
escritores que las crean. Esto se debe justamente a las características del género. Pero
intentaremos ordenarlas tomando como base contenido de las obras.

 Novela de aventuras: se privilegia la acción y los hechos imprevistos. El argumento se


centra en situaciones de peligro. El personaje principal es un héroe reconocido por los otros
personajes.
 Novela de ciencia ficción: trata sobre la relación entre los avances tecnológicos y el
hombre. Suelen desarrollarse en sociedades del futuro.
 Novela fantástica: algún hecho o elemento sobrenatural irrumpe en la vida cotidiana. El
relato vacila entre -os mundos: el real y el que rompe con la lógica.
 Novela policial: se centra en un delito y en la figura de un detective que investiga cómo se
produjo y por qué.
 Novela romántica: privilegia las historias de amor, que suelen ser conflictivas.
 Novela realista: presenta historias verosímiles con hechos y personajes que resultan
familiares y cotidianos.

El cuento policial

El cuento policial es un relato que refiere la historia de un crimen, un robo o un suceso realizado
por un autor desconocido en circunstancias misteriosas o poco claras. Su trama narra el proceso
para resolverlo y se basa en la observación y la interpretación de una serie de indicios, tenidos
en cuenta por el personaje-detective para determinar o descubrir al culpable y explicar sus
móviles.

56
La aventura del vampiro de Sussex
Arthur Conan Doyle
Holmes había leído con mucha atención una carta que acababa de llegarle a través del correo.
A continuación, con el seco graznido que constituía en él lo más parecido a la risa, me la pasó.
—Creo que no se puede pedir más en cuestión de mezclar lo moderno con lo medieval, y lo
práctico con la fantasía más delirante —dijo—. ¿Qué le parece a usted, Watson? Yo leí lo
siguiente:

46 Old Jewry
19 de noviembre
Asunto: Vampiros.
Caballero:
Nuestro cliente, el señor Robert Ferguson, de Ferguson & Muirhead, comerciantes de té, de
Mincing Lane, nos hace con esta fecha una consulta acerca de vampiros. Dado que nuestra firma
se especializa exclusivamente en la tasación de maquinaria, el tema se sale claramente de
nuestras atribuciones, por lo que hemos recomendado al señor Ferguson que acuda a visitarle y
le exponga a usted el asunto. No hemos olvidado su brillante intervención en el caso Matilda
Briggs.
Nos despedimos de Usted con los más atentos saludos,
Morrison, Morrison & Dodd por E. J. C.

—Sepa, Watson, que Matilda Briggs no era el nombre de una mujer —dijo Holmes en tono
nostálgico—. Era un barco, y el caso tenía que ver con la rata gigante de Sumatra. Pero es una
historia para la que el mundo aún no está preparado. Ahora bien, ¿qué sabemos nosotros de
vampiros? ¿Acaso entra eso en nuestras atribuciones? Cualquier cosa es preferible al
estancamiento, pero esto es como si nos metiéramos en un cuento de hadas de los Grimm.
Estire el brazo, Watson, y veamos qué tenemos en la «V».
Me eché hacia atrás y cogí el volumen de referencias que me pedía. Holmes lo apoyó en sus
rodillas y sus ojos recorrieron lenta y amorosamente el archivo de antiguos casos, mezclados
con la información acumulada durante toda una vida.
—«Viaje del Gloria Scott» —leyó—. Mal asunto aquél. Creo recordar que escribió usted un relato
al respecto, aunque yo no le felicitaría por el resultado. «Victor Lynch, el falsificador». «Veneno
de lagarto: el monstruo de Gila». ¡Aquél sí que fue un caso curioso! «Victoria, la bella del circo».
«Venderbilt y el ladrón de cajas fuertes». «Víboras». «Vigor, la maravilla de Hammersmith».
¡Vaya, vaya! ¡Éste sí que es un buen índice! No lo encontrará mejor. Escuche esto, Watson:
«Vampirismo en Hungría». Y más adelante, «Vampiros en Transilvania».
Pasó las páginas con ansiedad, pero tras una breve e intensa lectura dejó caer el grueso volumen
con un gruñido de desilusión.
—¡Tonterías, Watson, tonterías! ¿Qué tenemos nosotros que ver con muertos vivientes, a los
que sólo se puede mantener quietos en su tumba atravesándoles el corazón con una estaca? Es
una pura chifladura.
—Pero el vampiro no es necesariamente un muerto —dije yo—. Una persona viva puede tener
el hábito. Por ejemplo, yo he leído acerca de viejos que chupan la sangre de los jóvenes para
recuperar la juventud.
—Tiene usted razón, Watson. En una de estas referencias se menciona esa leyenda. Pero ¿es
que vamos a tomar en serio ese tipo de cosas? Esta agencia tiene los pies bien plantados en el
suelo, y así debe continuar. Con el mundo real tenemos bastante. No necesitamos fantasmas
para nada. Me temo que no podremos tomarnos muy en serio al señor Robert Ferguson. A lo
mejor esta carta es suya, y puede que aclare algo más la cuestión que le preocupa.

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Tomó una segunda carta que había permanecido inadvertida sobre la mesa mientras él estaba
absorto en la primera y comenzó a leerla con una sonrisa divertida, que poco a poco se fue
desvaneciendo para dejar lugar a una expresión de gran interés e intensa concentración. Cuando
hubo terminado la lectura, se quedó sentado durante un buen rato, sumido en reflexiones, con
la carta colgando de los dedos. Por fin, despertó de su ensoñación con un estremecimiento.
—Cheeseman’s, Lamberley. ¿Dónde se encuentra Lamberley, Watson?
—En Sussex, al sur de Horsham.
—Ah, pues no queda lejos. ¿Y Cheeseman’s?
—Conozco esa región, Holmes. Está llena de casas antiguas que llevan el nombre de los que las
construyeron hace siglos. Se pueden encontrar Odley’s, Harvey’s, Carriton’s…, las personas han
quedado olvidadas, pero sus nombres siguen vivos en sus casas.
—Ya, claro —dijo Holmes fríamente. Una de las peculiaridades de su carácter orgulloso y
reservado era que, a pesar de la rapidez y exactitud con que archivaba en su cerebro cualquier
información nueva, casi nunca mostraba ningún reconocimiento a quien se la proporcionaba—
. Me da la impresión de que muy pronto vamos a saber mucho más acerca de Cheeseman’s y
Lamberley. Como había sospechado, la carta es de Robert Ferguson. Y por cierto, afirma que le
conoce a usted.
—¿Que me conoce?
—Será mejor que la lea.
Me pasó la carta, en cuyo encabezamiento figuraba la dirección citada.

Estimado señor Holmes:


Mis abogados me aconsejan que recurra a usted,
aunque la verdad es que se trata de un asunto tan
extraordinariamente delicado que resulta difícil
discutirlo. Actúo en representación de un amigo.
Dicho caballero contrajo matrimonio hace unos
cinco años con una dama peruana, hija de un
comerciante peruano al que había conocido en el
curso de sus negocios de importación de nitratos.
Se trataba de una mujer muy hermosa, pero el
hecho de ser de origen extranjero y profesar una
religión diferente ocasionó siempre una
separación de intereses y sentimientos entre
marido y mujer, y al cabo de algún tiempo el amor
que él sentía por ella comenzó a enfriarse, hasta
llegar a considerar que su matrimonio había sido un error. Mi amigo tenía la sensación de que
en el carácter de su esposa había facetas que él jamás podría penetrar ni comprender. Y lo que
hacía más doloroso todo esto es que ella era la esposa más cariñosa que un hombre podría tener.
Todo parecía indicar que era absolutamente devota a su marido.
Pasemos ahora al asunto que le explicaré con más claridad cuando nos veamos. En realidad, esta
carta es sólo para darle a usted una idea general de la situación y ver si existe posibilidad de que
se interese en el asunto. La dama empezó a manifestar algunos rasgos de comportamiento
sumamente raros, impropios de su carácter, generalmente dulce y amable. El caballero había
estado casado con anterioridad y tenía un hijo de su primer matrimonio: un muchacho de quince
años, simpático y cariñoso, aunque por desgracia estaba inválido a causa de un accidente sufrido
en la infancia. En dos ocasiones, la dama fue sorprendida agrediendo al pobre muchacho sin
provocación alguna, y una de las veces lo golpeó con un palo, causándole un gran cardenal en el
brazo.
Sin embargo, esto es poca cosa, en comparación con cómo se portaba con su propio hijo, una
criatura de menos de un año. En una ocasión, hace aproximadamente un mes, la niñera dejó solo

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al niño unos minutos. Un grito del bebé, que parecía de dolor, le hizo volver corriendo. Al entrar
en la habitación, vio a su señora inclinada sobre el niño y, al parecer, mordiéndole el cuello,
donde el niño presentaba una pequeña herida, de la que manaba un hilo de sangre. La niñera
quedó horrorizada y quiso avisar al marido, pero la señora le rogó que no lo hiciera y llegó a darle
cinco libras como pago por su silencio. No ofreció ninguna explicación y, por el momento, el
asunto quedó silenciado.
Sin embargo, había causado una terrible impresión en la mente de la niñera, que desde aquel
momento decidió vigilar de cerca a su señora y proteger a toda costa al niño, por el que sentía
un gran cariño. Le daba la impresión de que la señora la vigilaba a ella tanto como ella vigilaba
a la señora; y cada vez que se veía obligada a dejar al niño solo, la madre aprovechaba la ocasión
para acercársele. Día y noche montaba guardia la niñera, y día y noche la madre parecía acechar
como el lobo acecha al cordero. Todo esto le parecerá increíble, pero le ruego que se lo tome en
serio, porque están en juego la vida de un niño y la cordura de un hombre.
Llegó por fin un día terrible, en el que ya no se pudo seguir ocultando la situación al marido. A la
niñera le fallaron los nervios, no pudo aguantar más la tensión y se lo contó todo. Al marido le
pareció tan increíble como debe parecérselo a usted. Le constaba que su mujer era una buena
esposa y, exceptuando las agresiones a su hijastro, una buena madre. ¿Cómo iba a ser capaz de
hacer daño a su querido hijito? Le dijo a la niñera que aquello eran figuraciones suyas, que sus
sospechas eran propias de un loco y que no toleraría semejantes calumnias contra la señora de
la casa. Pero mientras estaban hablando, oyeron un súbito grito de dolor. Padre y niñera
acudieron corriendo al cuarto del niño. Imagínese, señor Holmes, lo que sintió mi amigo al ver
que su mujer se levantaba después de haber estado agachada junto a la cuna, y ver sangre en el
cuello de la criatura y en la sábana. Con un grito de horror, acercó a la luz el rostro de su mujer
y vio sangre en torno a sus labios. No cabía ninguna duda: la madre había bebido la sangre del
pobre niño.
Así está la situación. La madre se encuentra recluida en su habitación, y no ha dado explicación
alguna. El marido está medio loco. Ni él ni yo sabemos nada de vampirismo, aparte del nombre.
Siempre habíamos creído que era una leyenda fantástica de países extranjeros. Y sin embargo,
aquí en Sussex, en pleno corazón de Inglaterra…; en fin, todo esto lo podremos discutir mañana
por la mañana. ¿Querrá recibirme? ¿Pondrá en acción sus grandes facultades para ayudar a un
hombre enloquecido? De ser así, tenga la amabilidad de telegrafiar a Ferguson, Cheeseman’s,
Lamberley, y acudiré a su casa a las diez de la mañana.
Con mis más cordiales saludos,
Robert Ferguson

P.S.— Creo que su amigo Watson jugaba al rugby en el equipo de Blackheath cuando yo era el
tres cuartos del Richmond. Es la única presentación personal que puedo ofrecerle.

—¡Pues claro que me acuerdo de él! —dije, dejando a un lado la carta—. Big Bob Ferguson, el
mejor tres cuartos que jamás tuvo el Richmond. Siempre fue un tipo simpático. Es muy propio
de él preocuparse por los problemas de un amigo.
Holmes me miró pensativo y meneó la cabeza.
—Jamás conoceré sus límites, Watson —dijo—. Tiene usted posibilidades completamente
inexploradas. Ande, sea buen chico y vaya a poner en un telegrama: Examinaré su caso con
mucho gusto.
—¿Cómo que su caso?
—No podemos dejar que piense que esta agencia es un asilo para débiles mentales. ¡Pues claro
que es su caso! Mándele el telegrama y no volvamos a pensar en el asunto hasta mañana.
A las diez en punto de la mañana siguiente, Ferguson entraba en nuestra habitación. Yo lo
recordaba como un hombre alto, de hombros cuadrados, miembros ágiles y movimientos
rápidos, que le habían permitido superar a muchos defensas contrarios. No creo que exista en

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la vida nada tan triste como contemplar la decadencia de un magnífico atleta al que uno ha
conocido en su mejor momento. Su corpachón se había derrumbado, sus cabellos rubios
empezaban a escasear y su espalda se había encorvado. Mucho me temo que yo le debí de
producir a él una impresión semejante.
—Hola, Watson —dijo con una voz que todavía era profunda y cordial—. No parece usted el
mismo hombre al que tiré por encima de las cuerdas sobre el público del Old Deer Park. Supongo
que yo también he cambiado un poco. Pero han sido estos dos últimos días los que más me han
envejecido. En vista de su telegrama, señor Holmes, me doy cuenta de que es inútil seguir
fingiendo que actúo en representación de otro.
—Es más fácil tratar directamente —respondió Holmes.
—Desde luego que sí. Pero ya se imaginará lo difícil que resulta cuando se tiene que hablar de
la mujer a la que uno se ha comprometido a ayudar y proteger. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo voy
a acudir a la policía con semejante historia? Sin embargo, tengo que proteger a los niños. ¿Es un
caso de locura, señor Holmes? ¿Es algo que lleva en la sangre? ¿Ha tenido usted algún caso
similar en su carrera? Por amor de Dios, deme algún consejo, porque ya no sé qué hacer.
—Es muy natural, señor Ferguson. Vamos, siéntese, procure recuperarse y deme unas cuantas
respuestas claras. Puedo asegurarle que yo sí sabré qué hacer, y confío en que encontraremos
una solución. En primer lugar, dígame qué medidas ha tomado. ¿Está aún su mujer cerca de los
niños?
—Tuvimos una escena espantosa. Ella es muy cariñosa, señor Holmes. Si ha habido una mujer
que amara a un hombre con todo su corazón y toda su alma, ésa ha sido ella conmigo. Le
destrozó el corazón que yo descubriera este horrendo e increíble secreto. No quiso ni hablar del
asunto. No respondió a mis reproches más que con una mirada que parecía de locura y
desesperación. Luego corrió a encerrarse en su habitación y desde entonces se ha negado a
verme. Tiene una doncella que estaba con ella desde antes de casarnos. Se llama Dolores y, más
que una criada, es una amiga. Ella es la que le lleva la comida.
—Entonces, el niño no corre peligro inmediato.
—La señora Mason, la niñera, ha jurado que no se apartará de él ni de día ni de noche. Tengo
plena confianza en ella. El que más me preocupa es mi pobre Jack, que, como ya le decía en mi
carta, ha sido agredido dos veces por mi mujer.
—¿Pero nunca resultó herido?
—No, pero le pegó con mucha saña. Y la cosa resulta aún más terrible, tratándose de un pobre
inválido inofensivo —las demacradas facciones de Ferguson se suavizaron al hablar de su hijo—
. Uno pensaría que el estado del pobre chico debería ablandar el corazón de cualquiera. Se cayó
de pequeño y se torció la columna, señor Holmes. Pero por dentro tiene un corazón de oro puro.
Holmes había cogido la carta del día anterior y la estaba releyendo.
—¿Qué otras personas viven en su casa, señor Ferguson?
—Dos criadas que no llevan mucho tiempo con nosotros; Michael, el mozo de cuadras, que
duerme en la casa; mi esposa y yo, mi hijo Jack, el bebé, Dolores y la señora Mason. Ésos son
todos.
—Creo haber entendido que usted no conocía demasiado bien a su esposa antes de casarse con
ella.
—La conocía sólo desde hacía unas semanas.
—¿Cuánto tiempo lleva con ella esa Dolores?
—Bastantes años.
—Entonces, Dolores debe conocer mejor que usted mismo el verdadero carácter de su esposa.
—Pues sí, podríamos decir que sí. Holmes tomó nota.
—Me parece —dijo a continuación— que voy a resultar más útil en Lamberley que aquí. El caso,
evidentemente, exige una investigación personal. Si la señora no sale de su habitación, nuestra
presencia no puede molestarla ni ofenderla. Como es natural, nos alojaremos en la posada.
Ferguson hizo un gesto de alivio.

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—Tenía la esperanza de que dijera eso, señor Holmes. Si le es posible venir, hay un tren
excelente que sale a las dos de la estación Victoria.
—Claro que nos es posible ir. Atravesamos un periodo de inactividad y puedo dedicarle a usted
toda mi energía. Watson, por supuesto, viene con nosotros. Pero quedan uno o dos detalles de
los que quisiera estar bien seguro antes de empezar. Tengo entendido que esta desdichada
dama parece haber atacado a los dos niños, a su propio bebé y al hijo de usted, ¿no es así?
—Así es.
—Pero los ataques han adoptado diferentes formas, ¿no? Al hijo de usted le pegó.
—Una vez con un palo y otra con las manos, pero muy fuerte.
—¿No dio ninguna explicación de por qué le pegaba?
—Ninguna, excepto que le odiaba. Lo repitió una y otra vez.
—Bueno, eso ocurre a veces con las madrastras. Podría decirse que son celos póstumos. ¿Se
trata de una mujer de carácter celoso?
—Sí, es muy celosa…, celosa con toda la fuerza de su tórrido amor tropical.
—Pero el chico… tiene quince años, según he podido entender, y probablemente su mente
estará muy desarrollada para compensar las limitaciones de su cuerpo. ¿No le dio él ninguna
explicación de estos ataques?
—No, aseguró que no había ningún motivo.
—¿Se habían llevado bien en otro tiempo?
—No, jamás se cayeron bien.
—¿Y sin embargo, dice usted que es un chico cariñoso?
—No existe en el mundo un hijo tan devoto. Mi vida es su vida. Está siempre pendiente de lo
que yo digo y hago.
Holmes volvió a tomar notas y permaneció en silencio durante un buen rato.
—Sin duda, usted y el chico eran grandes camaradas antes de que usted se casara por segunda
vez. ¿Verdad que vivían muy unidos?
—Muchísimo.
—Y el chico, teniendo un carácter tan cariñoso, seguro que guardaba devoción a la memoria de
su madre, ¿o no?
—Devoción absoluta.
—Desde luego, parece un muchacho de lo más interesante. Otro detalle acerca de esas
agresiones: ¿se produjeron en la misma época los extraños ataques contra el bebé y los golpes
a su hijo?
—En el primer caso, sí. Fue como si se hubiera vuelto frenética y descargara su rabia sobre los
dos. En el segundo caso, fue Jack la única víctima. La señora Masón no tuvo ninguna queja
referente al bebé.
—Esto, la verdad, complica la cuestión.
—No acabo de entenderle, señor Holmes.
—Supongo que no. Uno se forma teorías provisionales, y aguarda a que el tiempo o los nuevos
datos las echen abajo. Es una mala costumbre, señor Ferguson, pero la naturaleza humana es
débil. Me temo que su viejo amigo Watson ha dado una imagen exagerada de mis métodos
científicos. No obstante, por el momento me limitaré a decir que su problema no me parece
insoluble, y que nos encontrará en la estación Victoria a las dos en punto.
Estaba ya avanzada la tarde de un día triste y nebuloso de noviembre cuando, después de dejar
nuestro equipaje en la posada «Chequers» de Lamberley, recorrimos en coche un largo y
ondulado sendero de arcilla de Sussex para llegar por fin a la antigua y aislada casa de campo en
la que vivían los Ferguson. Se trataba de un edificio grande y estrafalario: muy antiguo en la
parte central y muy nuevo en los laterales, con altas chimeneas Tudor y un tejado de pizarra de
Horsham muy inclinado y manchado de liquen. Los escalones de la puerta estaban tan gastados
que sus bordes eran curvos, y los antiguos azulejos que revestían el porche estaban decorados
con el emblema de un queso y un hombre, en alusión al nombre del constructor. En el interior,

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los techos estaban recorridos por gruesas vigas de roble, y los suelos eran irregulares y formaban
pronunciadas curvas. Un aroma de vejez y decadencia impregnaba todo el destartalado edificio.
Había un salón central muy amplio, al que nos condujo Ferguson. Allí, en una enorme y anticuada
chimenea con una pantalla de hierro que tenía la fecha de 1670, ardía y chisporroteaba un
espléndido fuego de troncos.
Miré a mi alrededor y comprobé que la habitación presentaba una curiosísima mezcla de épocas
y países. Las paredes revestidas de madera hasta la mitad podían muy bien haber pertenecido
al granjero que fue su primer propietario en el siglo XVII. Sin embargo, su parte inferior estaba
decorada con una hilera de acuarelas modernas muy bien elegidas; y en la parte alta, donde el
yeso amarillo sustituía a la madera de roble, colgaba una magnífica colección de utensilios y
armas sudamericanos, traídos, sin duda, por la dama peruana que habitaba en el piso superior.
Holmes se levantó, con aquella curiosidad imperiosa que surgía de su mente inquieta, y los
examinó con mucha atención. Regresó a su asiento con ojos pensativos.
—¡Caramba, caramba! —exclamó de pronto.
En un cestillo situado en un rincón había estado tumbado un perro de aguas que avanzaba
lentamente hacia su amo, caminando con dificultad. Sus patas traseras se movían de manera
irregular y la cola se arrastraba por el suelo. Al llegar ante Ferguson le lamió la mano.
—¿Ocurre algo, señor Holmes?
—El perro. ¿Qué tiene?
—Eso mismo se preguntaba el veterinario. Una especie
de parálisis. Supuso que sería meningitis espinal, pero
ya se le está pasando. Pronto estará bien, ¿verdad,
Carlo?
Un estremecimiento afirmativo recorrió la inerte cola.
Los ojos melancólicos del perro nos miraban, primero a
uno y luego a otro. Sabía que estábamos hablando de su
caso.
—¿Le sobrevino de repente?
—En una sola noche.
—¿Cuánto tiempo hace?
—Pues… unos cuatro meses.
—Muy curioso. Y muy sugerente.
—¿Qué ve usted en ello, señor Holmes?
—La confirmación de algo que ya se me había ocurrido.
—Por amor de Dios, ¿qué se le ha ocurrido, señor Holmes? Puede que para usted esto sea un
simple pasatiempo intelectual, pero para mí es cuestión de vida o muerte. Mi mujer, una
presunta asesina… mi hijo, en constante peligro. No juegue conmigo, señor Holmes; es un asunto
demasiado grave.
El corpulento jugador de rugby estaba temblando de arriba abajo. Holmes apoyó la mano en su
brazo para tranquilizarlo.
—Me temo que va usted a sufrir, señor Ferguson, sea cual sea la solución —dijo—. Procuraré
evitarle todo el sufrimiento que pueda. Por el momento, no puedo decir más, pero tengo
esperanzas de poder decirle algo concreto antes de marcharme de esta casa.
—¡Dios quiera que sea así! Si me perdonan, caballeros, voy a subir a la habitación de mi esposa
para ver si ha habido algún cambio.
Estuvo ausente unos minutos, durante los cuales Holmes reanudó su inspección de las
curiosidades colgadas en la pared. Cuando regresó nuestro anfitrión, su expresión abatida
indicaba claramente que no había hecho ningún progreso. Venía acompañado por una
muchacha alta y delgada, de piel morena.
—El té está preparado, Dolores —dijo Ferguson—. Asegúrese de que la señora tenga todo lo
que desee.

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—Está muy enferma —gimió la muchacha, mirando con ojos indignados a su señor—. No querer
comida. Muy enferma. Necesita doctor. Me da miedo estar sola con ella sin doctor.
Ferguson me dirigió una mirada interrogante.
—Si puedo ser útil, tendré mucho gusto —dije.
—¿Aceptaría la señora que la viera el doctor Watson?
—Mejor subir sin pedirle permiso. Necesita doctor.
—Entonces, subiré con usted ahora mismo.
Seguí a la muchacha, que temblaba a causa de la fuerza de sus emociones, escaleras arriba y
hasta el final de un vetusto pasillo. Al extremo del mismo había una gruesa puerta con refuerzos
de hierro. Al mirarla, pensé que, si Ferguson intentara abrirse paso por la fuerza hasta su esposa,
no le resultaría tarea fácil. La muchacha sacó una llave del bolsillo y los pesados tablones de
roble crujieron al girar sobre sus viejas bisagras.
Entré en la habitación y la doncella pasó rápidamente detrás de mí, cerrando a continuación la
puerta.
En la cama estaba acostada una mujer que evidentemente padecía una fiebre muy alta. Estaba
consciente sólo a medias, pero al entrar yo levantó un par de ojos asustados pero hermosos y
me miró con aprensión. Al darse cuenta de que era un desconocido, pareció aliviada y volvió a
desplomarse sobre la almohada con un suspiro. Me acerqué a ella pronunciando unas cuantas
palabras tranquilizadoras, y ella permaneció inmóvil mientras yo le tomaba el pulso y la
temperatura. Los dos eran muy altos, pero me dio la impresión de que su estado era
consecuencia de la excitación mental y nerviosa más que de una enfermedad física.
—Así lleva un día, dos días. Tengo miedo de que se muera —dijo la muchacha.
La mujer volvió hacia mí su atractivo y congestionado rostro.
—¿Dónde está mi marido?
—Está abajo, y le gustaría verla.
—No quiero verlo. No quiero verlo —de pronto, pareció caer presa del delirio—. ¡Ese monstruo!
¡Ese monstruo! ¡Ay! ¿Qué puedo hacer con ese demonio?
—¿Puedo ayudarla de algún modo?
—No, nadie puede ayudarme. Se acabó. Todo se ha venido abajo. Haga lo que haga, todo se ha
venido abajo.
La pobre mujer debía de ser víctima de alguna extraña fantasía. Me resultaba imposible imaginar
al honrado Bob Ferguson en el papel de un monstruo o un demonio.
—Señora —dije—: Su marido la ama, y todo esto le tiene terriblemente afligido.
De nuevo volvió hacia mí aquellos ojos espléndidos.
—Me ama, sí. ¿Y acaso no le amo yo a él? ¿Acaso no le amo, hasta el punto de sacrificarme yo
antes que romperle el corazón? Así es como le amo. Y sin embargo, que pensara eso de mí… que
me hablara de aquella manera…
—Está muy preocupado, pero no entiende.
—No, no entiende. Pero debería confiar en mí.
—¿Por qué no lo recibe? —sugerí.
—No, no; no puedo olvidar aquellas terribles palabras, ni la cara que tenía. No quiero verlo.
Váyase, no puede usted hacer nada por mí. Dígale solamente una cosa: quiero a mi hijo. Tengo
derecho a mi hijo. Éste es el único mensaje que tengo para él.
Volvió el rostro hacia la pared y se negó a decir nada más.
Regresé al salón de la planta baja, donde Ferguson y Holmes continuaban sentados ante el
fuego. Ferguson escuchó con tristeza mi informe sobre la entrevista.
—¿Cómo voy a enviarle al niño? —dijo—. ¿Cómo puedo saber qué extraño impulso puede
acometerla? ¿Cómo voy a olvidar cuando se levantó de su lado con la boca manchada de sangre?
—el recuerdo le hizo estremecerse—. El niño está seguro con la señora Masón y con ella se
quedará.
Una atractiva doncella, lo único moderno que habíamos visto en la casa, había traído el té.
Mientras lo estaba sirviendo, se abrió la puerta y entró en la habitación un muchacho. Era un

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joven distinguido, de rostro pálido y cabellos rubios, con ojos nerviosos de color azul claro, que
brillaron con una repentina llama de emoción y alegría al fijarse en su padre. Se lanzó hacia él y
le rodeó el cuello con los brazos, con el abandono de una muchacha enamorada.
—¡Oh, papá! —exclamó—. No sabía que ibas a venir tan pronto. Habría estado aquí para
recibirte. ¡Cuánto me alegro de verte!
Ferguson se desprendió del abrazo con suavidad, dando ligeras muestras de incomodidad.
—Hola, querido —dijo, palmeando con enorme cariño la rubia cabeza de su hijo—. He venido
pronto porque he podido convencer a mis amigos, el señor Holmes y el doctor Watson, de que
vengan a pasar la velada con nosotros.
—¿Este señor Holmes es el detective?
—Sí.
El joven nos dirigió una mirada muy penetrante y, a mi modo de entender, nada amistosa.
—¿Y su otro hijo, señor Ferguson? —preguntó Holmes—. ¿Podríamos conocer al bebé?
—Dile a la señora Mason que traiga al niño —dijo Ferguson a su hijo.
El muchacho salió del salón renqueando de un modo extraño, que mi mirada clínica interpretó
como un síntoma de lesión espinal. Regresó al poco rato, y tras él venía una mujer alta y austera,
que traía en brazos a un chiquillo precioso, de ojos oscuros y cabello dorado, maravillosa mezcla
de lo sajón y lo latino. Era evidente que Ferguson estaba embobado con él, ya que lo tomó en
sus brazos y lo acarició con
infinita ternura.
—¡Pensar que puede existir
alguien capaz de hacerle
daño! —murmuró, mirando
la pequeña y roja cicatriz
que destacaba en el cuello
del angelito.
En aquel instante, y por pura
casualidad, miré a Holmes y
vi en su cara una expresión
extrañísima. Tenía el rostro
como tallado en marfil viejo,
y sus ojos, que por un
momento habían estado
mirando al padre y al niño,
estaban ahora clavados con intensa curiosidad en algo que había al otro lado del salón. Seguí su
mirada, pero lo único que pude deducir fue que debía de estar mirando a través de la ventana,
hacia el jardín melancólico y empapado. La verdad es que una de las contraventanas exteriores
estaba medio cerrada y tapaba la vista, pero no cabía la menor duda de que era la ventana lo
que atraía la atención reconcentrada de Holmes. Al cabo de un momento, sonrió y sus ojos
volvieron a posarse en el bebé, y en la pequeña marca de su cuello. Sin pronunciar palabra,
Holmes la examinó atentamente. Por último, estrechó una de las rollizas manitas que se
agitaban ante él.
—Adiós, hombrecito. Has tenido un extraño comienzo en la vida. Señora Mason, me gustaría
cambiar unas palabras con usted en privado.
La llevó a un lado y estuvo hablando con ella durante unos minutos con gran interés. Sólo pude
captar las últimas palabras, que fueron: «Confío en que sus preocupaciones habrán terminado
muy pronto». La mujer, que parecía una persona severa y callada, salió del salón con la criatura.
—¿Cómo es esta señora Mason? —preguntó Holmes.
—No es muy agradable en su aspecto externo, como ha podido ver, pero tiene un corazón de
oro y adora al niño.
—¿Te gusta a ti, Jack? —preguntó Holmes, volviéndose de pronto hacia el muchacho. El
expresivo rostro de éste se ensombreció, mientras negaba con la cabeza.

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—Jack tiene simpatías y antipatías muy intensas —dijo Ferguson, rodeando al muchacho con un
brazo—. Por suerte, yo le caigo bien.
El muchacho soltó un arrullo y apoyó la cabeza en el pecho de su padre. Ferguson se
desembarazó de él con suavidad.
—Anda, vete, Jacky —dijo.
Y siguió mirando con ojos tiernos a su hijo hasta que éste desapareció.
—Y ahora, señor Holmes —continuó, en cuanto el chico se hubo marchado— empiezo a creer
que le he hecho venir para nada. Porque ¿qué puede usted hacer, excepto ofrecerme su
compasión? Desde su punto de vista, éste tiene que ser un asunto excesivamente delicado y
complejo.
—Delicado, sí que lo es —dijo mi amigo, con una sonrisa divertida—. Pero hasta ahora no me ha
llamado la atención por su complejidad. Ha sido un caso que se prestaba a la deducción
intelectual, pero cuando esta deducción intelectual se ve confirmada punto por punto por
tantísimos detalles independientes, lo subjetivo se convierte en objetivo y podemos decir con
plena confianza que hemos alcanzado nuestro objetivo. De hecho, ya lo había alcanzado antes
de salir de Baker Street, y el resto no ha sido más que mera observación y confirmación.
Ferguson se llevó su enorme mano a la arrugada frente.
—Por amor de Dios, señor Holmes —dijo en tono áspero—. Si es usted capaz de vislumbrar la
verdad en este asunto, no me deje en ascuas. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué debo hacer? No me
importa cómo ha logrado averiguar lo sucedido, con tal de que lo haya averiguado de verdad.
—Desde luego, le debo una explicación, y le aseguro que la tendrá. Pero permítame que lleve el
asunto a mi manera. ¿Está la señora en condiciones de recibirnos, Watson?
—Está enferma, pero razona perfectamente.
—Muy bien. Sólo en su presencia podremos ponerlo todo en claro. Subamos a verla.
—No querrá verme —se lamentó Ferguson.
—Oh, sí que querrá —dijo Holmes, garabateando unos renglones en una hoja de papel—. Por lo
menos usted, Watson, tiene derecho de entrada. ¿Será tan amable de entregarle a la señora
esta nota?
Volví a subir la escalera y le entregué la nota a Dolores, que abrió la puerta con recelo. Un
momento después, oí un grito en el interior de la habitación, un grito en el que parecían fundirse
la alegría y la sorpresa. Dolores asomó la cabeza.
—Los recibirá. Está dispuesta a escuchar.
Holmes y Ferguson subieron en respuesta a mi llamada. En cuanto entramos en la habitación,
Ferguson dio uno o dos pasos hacia su esposa, que se había incorporado en el lecho, pero ella
levantó la mano en señal de rechazo. El hombre se dejó caer en una butaca, y Holmes se sentó
junto a él, después de hacer una reverencia a la señora, que lo miraba con ojos desorbitados por
el asombro.
—Creo que podemos prescindir de Dolores —dijo Holmes—. Oh, muy bien, señora, si usted
prefiere que se quede, no hay inconveniente. Y ahora, señor Ferguson, tenga en cuenta que soy
un hombre muy ocupado, que recibo muchas llamadas, y mis métodos tienen que ser breves y
directos. La cirugía más rápida es la menos dolorosa. En primer lugar, permítame decirle algo
que le tranquilizará. Su esposa es una mujer excelente, muy enamorada, y que ha sido tratada
muy injustamente.
Ferguson se incorporó con una exclamación de alegría.
—Demuéstremelo, señor Holmes, y estaré en deuda con usted para siempre.
—Voy a hacerlo, pero para ello tendré que herirle terriblemente por otro lado.
—No me importa nada, con tal de que mi esposa quede libre de sospechas. Cualquier otra cosa
en el mundo es una insignificancia en comparación con eso.
—En tal caso, permítame explicarle la cadena de razonamientos que cruzó por mi mente allá en
Baker Street. La idea de un vampiro me resultaba absurda. Ese tipo de cosas no se dan en la
práctica criminal de Inglaterra. Y sin embargo, sus observaciones eran exactas. Usted había visto
a la señora levantándose junto a la cuna del niño, con sangre en los labios.

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—Sí que la vi.
—¿Y no se le ocurrió que se puede chupar una herida con otra intención que no sea la de beber
la sangre? ¿No existe una reina en la historia de Inglaterra que también chupó una herida para
extraer de ella el veneno?
—¡Veneno!
—Un artículo corriente en los hogares sudamericanos. Mi instinto supo de la existencia de esas
armas de la pared antes de que las vieran mis ojos. Podría haberse tratado de otro veneno, pero
ése fue el primero que se me ocurrió. Cuando vi esa pequeña aldaba vacía junto al pequeño arco
para cazar pájaros, vi exactamente lo que había esperado encontrar. Si al niño le pincharan con
uno de esos dardos impregnados de curare o algún otro veneno diabólico, moriría sin remedio,
a menos que le chuparan el veneno.
¡Y el perro! Si alguien se propusiera utilizar un veneno así, ¿no sería lógico probarlo antes, para
cerciorarse de que no había perdido efectividad? No había previsto lo del perro, pero lo
comprendí en cuanto lo vi, porque encajaba a la perfección en mi teoría.
¿Va comprendiendo ya? Su esposa temía un ataque de este tipo. Ya había sido testigo de uno y
había conseguido salvar la vida del niño, pero se abstuvo de contarle a usted la verdad, porque
sabía lo mucho que usted quería al muchacho y temía que la noticia le destrozase el corazón.
—¡Jacky!
—Me estuve fijando en él hace un rato, mientras usted
acariciaba al bebé. Su rostro se reflejaba perfectamente
en el cristal de la ventana, gracias al fondo oscuro de la
contraventana. Y vi en él unos celos, un odio y una
crueldad como pocas veces he visto en un rostro humano.
—¡Mi Jacky!
—Tiene que afrontar la realidad, señor Ferguson. Resulta
aún más doloroso porque la motivación de sus acciones
ha sido un amor retorcido, un amor exagerado y maniático
a usted y, seguramente, a su difunta madre. Su alma
entera está consumida por el odio que siente hacia este
precioso niño, cuya salud y belleza contrastan de tal
manera con su propia debilidad.
—¡Dios mío! ¡Es increíble!
—¿Tengo razón en lo que digo, señora?
La mujer estaba sollozando, con la cara hundida en la
almohada. Por fin, se volvió hacia su marido.
—¿Cómo iba a decírtelo, Bob? Sabía el daño que eso te haría. Era mejor esperar a que lo oyeras
de otros labios que no fueran los míos. ¡Cómo me alegré cuando este caballero, que parece
poseer poderes mágicos, me escribió diciéndome que lo sabía todo!
—Creo que un año a la orilla del mar será lo más conveniente para el señorito Jack —dijo Holmes,
levantándose de su asiento—. Sólo queda una cosa por aclarar, señora. Podemos comprender
perfectamente sus agresiones a Jack. La paciencia de una madre tiene sus límites. Pero ¿cómo
se ha atrevido a dejar solo al niño estos dos últimos días?
—Se lo conté todo a la señora Mason. Ella estaba enterada.
—Perfecto. Era lo que había imaginado.
Ferguson estaba de pie junto a la cama, jadeando, temblando y con las manos extendidas.
—Creo que ha llegado el momento de marcharse, Watson —dijo Holmes en voz baja—. Si coge
usted por un codo a la fiel Dolores, yo la agarraré por el otro. Vamos allá —salimos y Holmes
cerró la puerta a nuestras espaldas—. Me parece que lo mejor es dejarlos que arreglen el resto
entre ellos dos.
Sólo conservo una anotación más acerca de este caso. Se trata de la carta que Holmes escribió
como respuesta final a aquella otra carta con la que comenzó la narración. Decía lo siguiente:

66
Baker Street
21 de noviembre
Asunto: Vampiros
Caballeros:
En respuesta a su carta del 19 del corriente, me complace comunicarle que he atendido la
consulta de su cliente, el señor Robert Ferguson, de Ferguson & Muirhead, tratantes de té de
Mincing Lane, y que el asunto ha llegado a una conclusión satisfactoria.
Agradeciendo su recomendación, sigo siendo su más seguro servidor,
Sherlock Holmes

El Crimen casi perfecto


Roberto Arlt
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor,
Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se
suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una comisaría por su participación
imprudente en un accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el
pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto
al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de
leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las
cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para
festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención
funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos
años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde
se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el
portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la
señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se
presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba
anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban
sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió un vaso de
agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio.
A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de
pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente
contraídos. Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas

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pacíficamente en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de
suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en
la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese
suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no
contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el
veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la
suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo
estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél.
La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a
sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos
inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia
de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte transformaba
en disparatada la prueba mecánica del suicidio. Tal era la situación técnica del caso cuando yo
fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de
nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas.
Únicamente en el vaso donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua y
el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del
portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el
periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera
cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido
objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La
señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba
el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el
sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
Además, había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres.
Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios. Juan trabajaba como ayudante
de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y
lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado
a su hermana en una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero
estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber
dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, donde se ocupaba
de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces. El
día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa,
robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y
manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su
despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel “accidente”
la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse,
es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos
con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras
de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento
judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que
ésta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas
de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber
dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las
tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con una idea

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brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda
rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso?
Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla
solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad)
no policialmente, sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo,
posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado,
pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan
identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca
bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un
whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido
frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron
el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos
de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De
pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero,
le pagué la bebida que no había tomado, subí
apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la
sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro.
Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté
frente a ella y le dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora
Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
- ¿Dónde compraba el hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. -y la
criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez. - Ahora que me acuerdo, la heladera,
hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un
momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el químico de
nuestra oficina de análisis, el técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador
de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación destinada a revelar la
presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos:
- El agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir el
crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico)
arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que
le aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo
cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse
en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que
la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico, hasta que,
juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban
dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de
la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presen tamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor
Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar
nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el asesino
más ingenioso que conocí.

69
NIDO DE AVISPAS
AGATHA CHRISTIE
John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un
hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al
sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo.
Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y
lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire.
Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su
semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba.
—¡Qué alegría! —exclamó Harrison—. ¡Si es monsieur Poirot!
En efecto, allí estaba Hécules Poirot, el sagaz detective.
—Yo en persona. En cierta ocasión me dijo: "Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo,
venga a verme." Acepté su invitación, ¿lo recuerda?
— ¡Me siento encantado! - aseguró Harrison sinceramente - Siéntese y beba algo.
Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas.
—Gracias —repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre—. ¿Por casualidad no tiene
jarabe? No, ya veo que no. Bien, sírvame un poco de soda, por favor whisky no —su voz se hizo
plañidera mientras le servían—. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor.
—¿Qué le trae a este tranquilo lugar? —preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón
—¿Es un viaje de placer?
—No, mon ami; negocios.
—¿Negocios? ¿En este apartado rincón?
Poirot asintió gravemente.
—Sí, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas.
Harrison se rió.
—Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo
preguntar.
—Claro que sí. No sólo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas.
Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía allí
un asunto de importancia.
—¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave?
—Uno de los más graves delitos.
—¿Acaso un ...?
—Asesinato —completó Poirot.
Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las
pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento le invadió.
Al fin pudo articular:
—No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí.
—No —dijo Poirot—. No es posible que lo sepa.
—¿Quién es?
—De momento, nadie.
—¿Qué?
—Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado.
—Veamos, eso suena a tontería.
—En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después.
Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse.
Harrison lo miró incrédulo.
—¿Habla usted en serio, monsieur Poirot?
—Sí, hablo en serio.

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—¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo!
Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo:
—A menos que usted y yo podamos evitarlo. Sí, mon ami.
—¿Usted y yo?
—Usted y yo. Necesitaré su cooperación.
—¿Esa es la razón de su visita?
Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud.
—Vine, monsieur Harrison, porque ... me agrada usted —y con voz más despreocupada añadió:
-- Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye?
El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo:
—Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió
a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido.
—¡Ah! —exclamó Poirot —. ¿Y cómo piensa
hacerlo?
—Con petróleo rociado con un inyector de jardín.
Traerá el suyo que es más adecuado que el mío.
—Hay otro sistema, ¿no? —preguntó Poirot—.
Por ejemplo, cianuro de potasio.
Harrison alzó la vista sorprendido.
—¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en
las plantas.
Poirot asintió.
—Sí; es un veneno mortal —guardó silencio un
minuto y repitió—: Un veneno mortal.
—Útil para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? —se rió Harrison. Hércules Poirot
permaneció serio.
—¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con
petróleo?
—¡Segurísimo! ¿Por qué?
—Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que
firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude
Langton.
Harrison enarcó las cejas.
—¡Qué raro! Langton se opuso el otro día a que empleásemos esa sustancia. Según su parecer,
no debería venderse para este fin.
Poirot miró por encima de las rosas. Su voz fue muy queda al preguntar:
—¿Le gusta Langton?
La pregunta cogió por sorpresa a Harrison, que acusó su efecto.
—¡Qué quiere que le diga! Pues sí, me gusta ¿Por qué no ha de gustarme?
—Mera divagación —repuso Poirot—. ¿Y usted es de su gusto?
Ante el silencio de su anfitrión, repitió la pregunta.
—¿Puede decirme si usted es de su gusto?
—¿Qué se propone, monsieur Poirot? No termino de comprender su pensamiento.
—Le seré franco. Tiene usted relaciones y piensa casarse, monsieur Harrison. Conozco a la
señorita Molly Deane. Es una joven encantadora y muy bonita. Antes estuvo prometida a Claude
Langton, a quien dejó por usted.
Harrison asintió con la cabeza.
—Yo no pregunto cuáles fueron las razones; quizás estén justificadas, pero ¿no le parece
justificada también cualquier duda en cuanto a que Langton haya olvidado o perdonado?
—Se equivoca monsieur Poirot. Le aseguro que está equivocado. Langton es un deportista y ha
reaccionado como un caballero. Ha sido sorprendentemente honrado conmigo, y, no con
mucho, no ha dejado de mostrarme aprecio.

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—¿Y no le parece eso poco normal? Utiliza usted la palabra "sorprendente" y, sin embargo, no
demuestra hallarse sorprendido.
—No le comprendo, monsieur Poirot.
La voz del detective acusó un nuevo matiz al responder:
—Quiero decir que un hombre puede ocultar su odio hasta que llegue el momento adecuado.
—¿Odio? —Harrison sacudió la cabeza y se rió.
—Los ingleses son muy estúpidos —dijo Poirot—. Se consideran capaces de engañar a
cualquiera y que nadie es capaz de engañarlos a ellos. El deportista, el caballero, es un Quijote
del que nadie piensa mal. Pero, a veces, ese mismo deportista, cuyo valor le lleva al sacrificio
piensa lo mismo de sus semejantes y se equivoca.
—Me está usted advirtiendo en contra de Claude Langton —exclamó Harrison—. Ahora
comprendo esa intención suya que me tenía intrigado.
Poirot asintió, y Harrison, bruscamente, se puso en pie.
—¿Está usted loco, monsieur Poirot? ¡Esto es Inglaterra! Aquí nadie reacciona así. Los
pretendientes rechazados no apuñalan por la espalda o envenenan. ¡Se equivoca en cuanto a
Langton! Ese muchacho no haría daño a una mosca.
—La vida de una mosca no es asunto mío —repuso Poirot plácidamente—. No obstante, usted
dice que monsieur Langton no es capaz de matarlas, cuando en este momento debe prepararse
para exterminar a miles de avispas.
Harrison no replicó, y el detective, puesto en pie a su vez colocó una mano sobre el hombro de
su amigo, y lo zarandeó como si quisiera despertarlo de un mal sueño.
—¡Espabílese, amigo, espabílese! Mire aquel hueco en el tronco del árbol. Las avispas regresan
confiadas a su nido después de haber volado todo el día en busca de su alimento. Dentro de una
hora habrán sido destruidas, y ellas lo ignoran, porque nadie les advierte. De hecho, carecen de
un Hércules Poirot. Monsieur Harrison, le repito que vine en plan de negocios. El crimen es mi
negocio, y me incumbe antes de cometerse y después. ¿A qué hora vendrá monsieur Langton a
eliminar el nido de avispas?
—Langton jamás...
—¿A qué hora? —le atajó.
—A las nueve. Pero le repito que está equivocado. Langton jamás...
—¡Estos ingleses! —volvió a interrumpirle Poirot.
Recogió su sombrero y su bastón y se encaminó al sendero, deteniéndose para decir por encima
del hombro.
—No me quedo para no discutir con usted; sólo me enfurecería. Pero entérese bien: regresaré
a las nueve.
Harrison abrió la boca y Poirot gritó antes de que dijese una sola palabra:
—Sé lo que va a decirme: "Langton jamás...", etcétera. ¡Me aburre su "Langton jamás"! No lo
olvide, regresaré a las nueve. Estoy seguro de que me divertirá ver cómo destruye el nido de
avispas. ¡Otro de los deportes ingleses!
No esperó la reacción de Harrison y se fue presuroso por el sendero hasta la verja. Ya en el
exterior, caminó pausadamente, y su rostro se volvió grave y preocupado. Sacó el reloj del
bolsillo y los consultó. Las manecillas marcaban las ocho y diez.
—Unos tres cuartos de hora —murmuró—. Quizá hubiera sido mejor aguardar en la casa.
Sus pasos se hicieron más lentos, como si una fuerza irresistible lo invitase a regresar. Era un
extraño presentimiento, que, decidido, se sacudió antes de seguir hacia el pueblo. No obstante,
la preocupación se reflejaba en su rostro y una o dos veces movió la cabeza, signo inequívoco
de la escasa satisfacción que le producía su acto.
Minutos antes de las nueve, se encontraba de nuevo frente a la verja del jardín. Era una noche
clara y la brisa apenas movía las ramas de los árboles. La quietud imperante rezumaba un algo
siniestro, parecido a la calma que antecede a la tempestad.

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Repentinamente alarmado, Poirot apresuró el paso, como si un sexto sentido le pusiese sobre
aviso. De pronto, se abrió la puerta de la verja y Claude Langton, presuroso, salió a la carretera.
Su sobresalto fue grande al ver a Poirot.
—¡Ah...! ¡Oh...! Buenas noches.
—Buenas noches, monsieur Langton. ¿Ha terminado usted?
El joven lo miró inquisitivo.
—Ignoro a qué se refiere —dijo.
—¿Ha destruido ya el nido de avispas?
—No.
—¡Oh! —exclamó Poirot como si sufriera un desencanto—. ¿No lo ha destruido? ¿Qué hizo
usted, pues?
—He charlado con mi amigo Harrison. Tengo prisa, monsieur Poirot. Ignoraba que vendría a este
solitario rincón del mundo.
—Me traen asuntos profesionales.
—Hallará a Harrison en la terraza. Lamento no detenerme.
Langton se fue y Poirot lo siguió con la mirada. Era un joven nervioso, de labios finos y bien
parecido.
—Dice que encontraré a Harrison en la terraza —murmuró Poirot—. ¡Veamos!
Penetró en el jardín y siguió por el sendero. Harrison se hallaba sentado en una silla junto a la
mesa. Permanecía inmóvil, y no volvió la cabeza al oír a Poirot.
—¡Ah, mon ami! —exclamó éste—. ¿Cómo se encuentra?
Después de una larga pausa, Harrison, con
voz extrañamente fría, inquirió:
—¿Qué ha dicho?
—Le he preguntado cómo se encuentra.
—Bien. Sí; estoy bien. ¿Por qué no?
—¿No siente ningún malestar? Eso es
bueno.
—¿Malestar? ¿Por qué?
—Por el carbonato sódico.
Harrison alzó la cabeza.
—¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso?
Poirot se excusó.
—Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en
uno de sus bolsillos.
—¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso?
Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños.
—Una de las ventajas, o desventajas del detective, radica en su conocimiento de los bajos fondos
de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por
un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su
inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso
me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno.
Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré
sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico.
Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser
visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana.
Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados.
—Es muy peligroso —murmuró— llevarlos sueltos.
Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su
interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta
disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado.

73
Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un
par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de
quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la
cabeza y regresó al pórtico.
—Una muerte muy rápida —dijo.
Harrison pareció encontrar su voz.
—¿Qué sabe usted?
—Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió
inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que había comprado cianuro
de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo
mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de
vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas, y denunció el empleo de cianuro
como peligroso e innecesario.
—Siga.
—Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos
indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a
Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre
la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor.
—Siga.
—Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de
cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y
su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que sólo he observado un par de veces en mi vida,
pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón
o no?
—Sí. Sólo dos meses de vida. Eso me dijo.
—Usted no me vio, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en
su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio,
amigo mío. No se moleste en negarlo.
—Siga —apremió Harrison.
—No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de
registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el
cianuro, e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue
particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis
sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda
pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado.
—¿Por qué vino? —gritó Harrison—. ¡Ojalá no hubiera venido!
—Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia.
—¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir!
—No —la voz de Poirot sonó claramente aguda—. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida
y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. Él
compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se
encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan.
Harrison gimió al repetir:
—¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido!
—Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Lo aprecio, monsieur Harrison. Escuche, mon
ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Dígame la
verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese?
Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que
ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo:
—Fue una suerte que viniera usted.

74
Simbiosis
Rodolfo Walsh
El país es grande —dijo el comisario Laurenzi—Usted ve campos cultivados, desiertos,
ciudades, fábricas, gente. Pero el corazón secreto de la gente, usted no lo comprende nunca. Y
eso es asombroso, porque soy un policía. Nadie está en mejor posición para ver los extremos de
la miseria y la locura. Lo que pasa es que uno es también un ser humano. Pasado un tiempo nos
cansamos, dejamos que las cosas resbalen sobre nosotros. Siempre las mismas elipses
concéntricas, las mismas pasiones, los mismos vicios. Con tres o cuatro palabras explicamos
todo: un crimen, una violación o un suicidio. Vea, queremos que nos dejen tranquilos. ¡Pobre de
usted si me trae un problema que no se pueda resolver en términos sencillos: dinero, odio,
miedo! Yo no puedo tolerar, por ejemplo, que usted me salga matando a alguien sin un motivo
razonable y concreto.
El comisario, a todas luces, hablaba en presente histórico. Hace ocho años que está
jubilado.
—Gracias—dije, sin embargo—. Lo tendré muy en cuenta.
—Bueno, eso es lo que yo pienso. Pero, tarde o temprano, un hombre que se mueve por
el mundo husmeando en cosas turbias asiste al nacimiento de algo que es un monstruo. Fíjese:
no digo una cosa, un ser material. Puede ser una idea, un sentimiento, un determinado acto que
es de por sí aberrante. Puede ser todo eso al mismo tiempo. Hizo una pausa que aprovechó para
aumentar la presión barométrica' con el humo deletéreo de su cigarrillo negro. Estábamos en el
café de costumbre, en la mesa de siempre.
—Ciertas atmósferas —concluyó, espiando con los ojos encapuchados el efecto que me
producían sus palabras-generan monstruos.
Sonreí. El comisario, esta noche, mostraba cierta propensión al tremendismo.
—Hablo en serio —insistió—. ¿Le conté alguna vez que a mí me han tenido como bola
sin manija por todas las comisarías del país?
—No.
—No—repitió— Sería demasiado largo. Pero créame. —Una vez—dijo el comisario
Laurenzi—fui a parar a un pueblo de Santiago del Estero, a unos ochenta kilómetros de la capital.
Un pueblecito sucio con una calle única que tiene la invariable dirección del viento y donde
nunca termina de posarse el polvo. A las dos horas había una capa de polvo sobre los muebles,
los vidrios, la ropa: una película blancuzca, casi imperceptible, pero inexorable y triunfante. Creo
que con el tiempo eso llegaba a adquirir fina proyección anímica.
La población tenía casi toda sangre india. En los alrededores vegetaban algunos obrajes.
Esto quiere decir que durante i toda la semana el pueblo, falto de hombres, dormía. Usted sabe
lo que es ese sueño de los pueblos del interior. Los domingos, el panorama se animaba. Llegaban
los hacheros. Para nosotros, en la comisaría, aumentaba el trabajo. Había rozamientos,
pendencias. O esas interminables discusiones en que dos hombres bajo los efectos de la bebida,
al rayo del sol, hablan de todo y no se entienden; en nada, aunque finjan admitir el razonamiento
del contrario para entrar a refutarlo. Al fin apelaban al cuchillo y llegábamos nosotros, la policía.
Y después la curandera.
Pero a la mañana siguiente todo estaba muerto de nuevo. Ni un alma en la calle, las
puertas cerradas, y el sol calcinante y eterno. Como un escenario vacío donde periódicamente
se representara una misma escena. Porque esa animación dominical era lo irreal. La realidad
permanente era la otra.
Yo me había acostumbrado a esa inmovilidad, esa apatía, esa casi inexistencia. Es muy
extraño, porque yo era un hombre de Buenos Aires. Sin embargo, llegué a dilatar toda
resolución, a reducir mis movimientos al mínimo indispensable. Me convertí en la imagen
perfecta del comisario tomando mate.

75
Yo era feliz. Todo marchaba perfectamente. Hasta que ocurrió eso brutal que le voy a
contar. Se le había enfriado el café. Lo tomó de un trago, haciendo una mueca.
—Yo no sé —dijo—si usted ha visto un incendio en el campo. A veces arden leguas
enteras de pastizal. Usted mira el horizonte y ve las columnas de humo. De noche es como un
vasto cinturón de fuego, bello y terrible. Lo que pasó fue algo así, pero en otro plano. Ríase, pero
no encuentro palabras para designarlo: un inconcebible incendio de almas.
No —se anticipó—, no es una imagen poética. Las llamas sacan de sus guaridas toda
clase de bestias feroces. Dejan tras sí olores pestilentes. Aquí también hubo algo de eso.
El comisario carraspeó y encendió un nuevo cigarrillo. Tiene el don natural de la pausa
dramática. Tal vez por eso le he dicho que debería dedicarse a escribir cuentos para las revistas.
Él se ríe y contesta que lo deja para gente como yo. Conociendo su mal natural, presumo que es
una forma disimulada de insultarme.
—Es evidente —prosiguió—que las primeras señales de lo que acontecía se me pasaron
por alto. Debo atribuirlo, por una parte, a la inercia que me dominaba, y por otra al hecho de
que yo seguía siendo, para la gente del lugar, el forastero. Lo cierto es que una tarde comprobé
con asombro que el domingo estaba llegando a su fin y en el pueblo no había nadie.
Durante largos períodos yo no llevaba la cuenta de los días. Una vez a la semana me despertaban
los gritos de los hacheros, y entonces sabía que era domingo. Pero hoy la calle estaba vacía
desde el amanecer. El cabo y los dos vigilantes no habían aparecido después del mediodía.
Fui al almacén, y lo encontré cerrado. En las casas no Había luz. Tuve la impresión de
haber quedado absolutamente solo en un lugar desierto. ¿Sabe lo que hice? Me tomé media
botella de caña y me fui a dormir.
El comisario se rió con risa áspera.
—La tarde siguiente apareció el cabo y me contó lo que Basaba. Y fue entonces
cuando oí hablar por primera vez del Iluminado. Creo que los diarios de Buenos Aires, más
tarde, lo llamaron así. Usted recordará cómo les divirtió el asunto,
El Manosanta (dijo el cabo) estaba a unas dos leguas del pueblo, en un rancho a la orilla
del viejo cauce del río. Y por todos los caminos y picadas iba llegando gente para verlo. Gente
enferma: tullidos, lisiados, ciegos, hombres y mujeres cubiertos de llagas y pústulas. Gente
pobre, harapienta, con una caterva de perros de igual condición.
Empezaba a atardecer cuando aparecimos nosotros. Mire, yo nunca he visto nada igual.
Pensaba que cosas así sólo ocurren en esos países raros que vemos en los noticiarios.
—La India —intercalé—.La procesión anual a las aguas del Ganges.
—Si usted lo dice... —admitió—. Bueno, había allí como dos mil personas en círculo, en
un claro del monte. ¿Y sabe lo que hacían? ¡Rezaban! Estaban arrodillados y rezaban...Esas
voces, si usted las hubiera escuchado... Era como un rugido en el desierto que llegaba en ráfagas
potentes, histéricas, con algo indefiniblemente doloroso. Me costó trabajo reconocer las
palabras familiares. "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores...”
Y ese hombre, el Manosanta, pegado al tronco de un árbol en el centro del
círculo, tan inmóvil que las ramas del árbol parecían brotar de su cuerpo, y las hojas, de su
cara encendida por un crepúsculo violento.
Cuando terminó el rezo, hubo un gran silencio. Apenas un llanto casi imperceptible se
desprendía de algún rincón de la muchedumbre. Entonces, el Iluminado se adelantó y empezó
a hablar. Era increíble. Le digo que era increíble.
Yo no recuerdo las palabras exactas que dijo, y de todas maneras no importan, porque
era su voz, esa melopea áspera y al mismo tiempo irresistible, lo que hipnotizaba a la multitud.
Pero había algo más. Una especie de relación telepática. No puedo describirla de otra
manera. De otra manera no se explica el diálogo en que ese viejecito absurdo (yo ahora lo
veía perfectamente desde mi caballo: la barbita rala amarilla de nicotina, los ojos saltones) se
dirigía con una pregunta a la muchedumbre, y esta contestaba al momento, sin vacilar. Casi
todos los redentores, usted sabe, hablan el mismo lenguaje, un lenguaje que a los hombres
serenos, en circunstancias normales, nos deja enteramente fríos o nos hace sonreír. No le

76
pido, pues, que repare en las palabras que se cruzaron esa tarde, sino en el mecanismo de
esa comunicación.
—¿Cuál es nuestro pan?—preguntaba el santón.—¡El hambre!—rugía la multitud.
—¿Y nuestra agua?
—¡El miedo!
—¿Y nuestra esperanza?
—¡El milagro! ¡El milagro!
Él les prometía el milagro, un ancho y difuso milagro que lamería todas esas
cabezas vencidas, esos miembros llagados. ¿Acaso el viejo río no volvería a su antiguo
cauce? ¿Acaso no se quebraría el cielo, esa misma noche, en una lluvia purificadora y
bienhechora? Con los brazos abiertos trazaba imaginarias riquezas, fecundidades imposibles.
Mire, si en ese momento yo no me hubiera dado cuenta de que estaba anocheciendo,
si no hubiera visto el último sol que ardía entre los montes bajos, si no hubiera sentido el frío
imperceptible que invadía el aire, creo que me habría quedado allí indefinidamente escuchando
a ese hombre harapiento y sucio, colgado de sus palabras, como el último de los hacheros. Yo,
el hombre de la ciudad, de la civilización.
¿No le hablé todavía del hedor que reinaba en ese campamento inconcebible? ¿Ni de
las moscas y tábanos que notaban en nubes espesas? Seguramente fue eso lo que me decidió.
Empecé a abrirme paso con el caballo a través del gentío.
—¡Paso a la autoridá! —gritaba el cabo haciendo restallar vigorosamente el arreador.
Y así llegamos ante el profeta. Créame, cuando no hablaba, era un hombrecito
insignificante. Se quedó mirándome de soslayo, con esos ojos saltones y astutos, las manos
cruzadas al pecho.
Le dije... ¿Qué podía decirle? Vea, amigo, váyase, que le conviene. No me alborote
a esta pobre gente. Se van a apestar todos con tanto amontonamiento.
¿Usted cree que me hizo caso? ¡Cualquier día! Empezó a agitar los brazos y a
balbucear incoherencias. ¿Por qué lo perseguían? ¿Acaso él no era enviado para curar a los
pobres? Y otras estupideces por el estilo.
Giré en torno y solo vi caras amenazantes, manos oscuras apoyadas en los mangos
de las hachas. En cierto modo esos pobres diablos eran mi gente, yo me había acostumbrado
a tratarlos y a comprenderlos. Ahora me resultaban desconocidos. Estoy seguro de que me
hubieran hecho pedazos si intentaba algo contra ese individuo. Hasta el cabo, que siempre me
había demostrado una fidelidad de perro, empezaba a mirarme con desconfianza y reproche.
Una voz gritó que me fuera. Luego, otras y otras, muchas. Un cascote se desmenuzó en polvo
contra el pescuezo de mi caballo.
Pasó algo peor, algo que no alcanzo a explicarme. Yo creí y sigo creyendo que aquel
sujeto era un simple farsante, que mi deber era ponerlo en un calabozo, o por lo menos
alejarlo. Pero por un momento, un increíble momento, sentí esa vergüenza, ese
sentimiento de culpa que debe altar al que persigue a un inocente.
Ya era de noche cuando atravesé el campamento. Brillaban hogueras. Y la voz del
santón repetía un lúgubre estribillo:
-Mi sangre es la curación de todos los males. —O algo así.
Cuando llegué al pueblo, despaché un telegrama pidiendo opas del ejército. ¿Qué otra
cosa podía hacer? En cualquier omento estallaba una peste que se llevaría a la tumba a mitad
de aquellos infelices...
Hizo una larga pausa, como si pensara dejar la historia inconclusa.
-Bueno —apremié—, ¿qué pasó con el Manosanta?
—Lo mataron —dijo el comisario Laurenzi—. Lo mataron a misma noche.
Pidió una grapa doble y la tomó ceremoniosamente antes proseguir la narración.
—Entre la primera y la segunda vez que estuve en el campamento —dijo—pasaron
doce horas. Y en esas doce horas sucedieron algunas cosas raras. La muerte de ese pobre
diablo, desde luego, y el nacimiento del monstruo las huellas que dejó en el barro, y...

77
-¡Un momento! —grité—. Comisario, usted me toma pelo. Vea, primero se hace
el Lucio V. Mansilla, o si prefiere el Esteban Echeverría, y me pinta un desierto,
conmensurable, abierto, etcétera, donde nunca termina posarse el polvo. Luego pretende
reencarnar a Mary Shelley. Y ahora me sale hablando de huellas en el barro...
-Llovió esa noche —murmuró quedadamente—. Lo más raro de todo. En seis
meses no había caído una gota, hasta el cañadón traía agua, como si el río volviera al viejo
cauce.
-No —dije—. No. No puede ser.
Se quedó mirándome, de lo más divertido, mientras movía obstinadamente la cabeza.
- ¿Qué es lo que no puede ser?
—Que el Iluminado fuera auténtico. Que haya ocurrido el milagro. Que usted
pretenda introducir una nueva religión oficial, en evidente perjuicio de la Madre María y
Pancho Sierra. Que encima intente convertirme. Le doy mi palabra de honor, nada de eso
puede ser.
—Piense lo que quiera —dijo suavemente, llamando al mozo e iniciando ese vago
ademán de pagar que siempre completaba yo—. Desde el punto de vista policial, que era
el de la realidad escueta, que era el mío, el muerto se llamaba Varela, linyera y vagabundo
con muchas y frecuentes entradas en la policía de San Luis, Córdoba y Tucumán, por ejercicio
del curandismo.
—Así vamos mejor —aprobé—. ¿Cómo lo mataron?
—De una puñalada en la carótida. Limpita, vea. Casi más una incisión que un tajo.
—Perfecto. Ahora explíqueme lo del monstruo.
—Usted no cree, ¿verdad?
—Hechos, comisario. Hechos.
—Bueno. Los hechos es fácil de enunciarlos. Parece que apenas empezó a llover, Varela
fue al rancho y se acostó. Por lo menos allí lo encontraron a la mañana siguiente, tendido en
unas mantas. Al lado tenía un cofre abierto y sin nada.
Al criminal había que buscarlo entre centenares de personas. Menos mal que llegó una
compañía de soldados, y así pudimos impedir el desbande. Pero de todas maneras nadie quería
hablar.
Por eso me alegré tanto cuando descubrimos el rastro. Eran unas pisadas que seguían la
orilla del cañadón y se paraban ante el rancho. Con un poco de suerte, pensé, resultaría fácil
encontrar al asesino.
No me duró el entusiasmo. El cabo, que era medio baquiano, dijo que nunca había visto
huellas como ésas. Y me hizo notar que eran demasiado profundas, demasiado hundidas en la
tierra.
—Eso quiere decir que buscamos a un gordo —le dije.
No lo vi muy convencido. Hasta parecía asustado, supersticioso. Lo cierto es que el gordo
no apareció. Quiero decir que no apareció nadie capaz de duplicar esas pisadas en el mismo
terreno. Para eso, según el cabo, hacía falta un hombre que pesara entre ciento treinta y ciento
cincuenta kilos. Y él estaba convencido de que no era un hombre.
Entre tanto, el ambiente del campamento empezaba a descomponerse. Estallaban
peleas que los soldados apenas podían dominar. Cuando vinieron a decirme que habían
encontrado a un hombre con manchas de sangre en la camisa, pensé que todo se iba a aclarar.
Pero no fue así. Era un tullido. Tenía las dos piernas paralíticas, una lamentable cara de
idiota y no hacía más que sonreír. Era evidente que no podía haber caminado hasta la choza ni
dejado esas huellas. En cuanto a las manchas de sangre, se había lastimado con un cuchillo. Me
mostró el cuchillo y me mostró la herida, poco profunda, que se había hecho en el brazo
mientras dormía.
Fue entonces cuando apareció esa vieja, diciendo que de madrugada había visto al
diablo rondar el campamento. Calcule usted el caso que podía hacer yo a una historia semejante.
Pero hasta ese momento no tenía otra cosa.

78
Era evidente que la mujer hablaba en serio y estaba asustada. Había visto al diablo, dijo,
y sin duda el diablo había llevado al santo porque no podía sufrir que hiciera milagros. ¿Y cómo
era? Muy alto, aseguró, y encorvado, y ustedes no me van a creer: tenía dos cabezas. Bueno, él
se aparecía siempre en la forma que más le conviniera. ¿Si se había asustado? No ven que
apenitas les puedo hablar... temblaba y se hacía la cruz. Créame, yo estaba harto de esas cosas.
Al fin me trajeron un ciego, porque le habían enconado encima mucha plata y hasta
anillos y relicarios de oro. A lo mejor los había tomado del cofre del muerto. Pero él declaró que
los tenía en depósito y que no iba a decir quién se los dio. Lo amenacé con meterlo adentro por
encubridor.
Este ciego era muy inteligente. No se le movió un pelo ante mis apremios.
—Descubridor, puede ser—me dijo—. Ciego y desgraciado también. Pero delator,
¡nunca!
—¿Y no serás vos nomás el que mató al curandero?
—A lo mejor—repuso. Pero entonces tendría que explicar cómo había hecho para
atravesar todo el campamento dormido, con centenares de personas tendidas en el suelo, sin
pisar a nadie. Para alguien que no ve, era imposible.
En eso vino el tenientito que mandaba los soldados a preguntar qué íbamos a hacer con
esa gente. No podíamos tenerlos más tiempo; ni siquiera había para comer. Le dije que mandara
a cada uno a su casa, porque el problema ya estaba resulto.
No insultaré su inteligencia —concluyó el comisario Laurenzi con una sonrisa maligna—
diciéndole cuál era la solución, porque usted seguramente la ha adivinado.
—Mi inteligencia, señor comisario, prefiere ser insultada —le informé secamente.
—Voy a darle una ayudita —dijo el comisario, como en una audición de preguntas y
respuestas—. El testimonio de la mujer resultó decisivo. El culpable era ese monstruo de dos
cabezas.
—¿El diablo? —interrogué con profundo sarcasmo.
—Si usted quiere, aunque sólo en sentido figurado —respondió con perfecta
ecuanimidad—. Vea, es muy simple. Una cabeza era la del tullido. Otra, la del ciego que lo
llevaba a horcajadas. Ninguno de los dos podía haber llegado por sus propios medios a la choza
de Varela. Pero los dos juntos...
—Comprendo —interrumpí—. Es muy fácil. El ciego utilizó las piernas, y el tullido los
ojos y las manos. Pero su técnica narrativa es deplorable —agregué, buscando un ilusorio
desquite—. Usted acude al esperpento literario para referir un crimen vulgar con el más trillado
de los móviles: el robo.
-Eso cree usted —dijo mientras salíamos a la calle—. Porque usted se atiene a las
interpretaciones más superficiales. Yo le hablé de un monstruo, y usted cree que me refería
exclusivamente a esa extraña simbiosis del ciego y el paralítico. Por lo tanto, yo perdí el tiempo
cuando le aclaré, ya de entrada, que lo monstruoso podría residir más bien en una idea.
Las dos cabezas elaboraron ideas muy distintas con respecto al presunto Iluminado. La
del ciego, que era esencialmente la cabeza de un incrédulo, llegó a la conclusión de que Varela,
siendo un farsante, hacía dinero con sus enormes y falsos milagros. Por lo tanto, valía la pena
atarlo para quitarle el dinero. Hasta ahí, usted anda acertado. Pero la otra cabeza del monstruo
bicéfalo era la de un creyente absolutamente elemental.
Como tantos curanderos, Varela utilizaba esas frases espectaculares que constituyen el
repertorio universal del embaucamiento. Recuerde: "en mi sangre está la curación de todos los
males", Esa fue la última sentencia que yo le oí y le resultó fatídica.
Porque el paralítico, el creyente elemental, el simple idiota de la dulce sonrisa, la tomó
al pie de la letra.

79
TRABAJO PRÁCTICO N° 9

1) Completen el siguiente cuadro:

“La aventura del “El crimen casi “Nido de avispas” “Simbiosis”


vampiro de perfecto”
Sussex”

Crimen cometido/
intento

Móvil (motivo)

Culpable

2) ¿Cuáles son los indicios que señalan la culpabilidad de Jacky en “La aventura del vampiro de
Sussex”?
3) Busquen el significado de la palabra “simbiosis” y expliquen el título del cuento de Rodolfo
Walsh.
4) En todo relato policial el detective elabora hipótesis o teorías a partir de los indicios para
llegar a la resolución. ¿Cuáles son las que elabora el detective de “El crimen casi perfecto” hasta
que descubre al asesino?
5) Marquen con una cruz la opción correcta:

a) En “La aventura del vampiro de Sussex” el /la principal sospechoso/a era

la señora Mason Jacky la madre Ferguson.

b) La “simbiosis” del cuento de Walsh se da entre

Laurenzi y el narrador Laurenzi y el ciego el ciego y el paralítico.

c) El plan de Harrison en “Nido de avispas” era

suicidarse y acusar a Langton de asesinato matar a Molly y acusar a Poirot matar a Langton y suicidarse

80
Los gatos de Ulthar
H. P. Lovecraft
Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un
gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo
a aquel que descansa ronroneando frente al fuego.
Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas
extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del
antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades
olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores
de la selva, y heredero de los secretos de la remota y
siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su
idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda
aquello que ella ha olvidado.
En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la
matanza de los gatos, vivía un viejo campesino y su
esposa, quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a
los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé;
excepto que muchos odian la voz del gato en la noche,
y les parece mal que los gatos corran furtivamente por
patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la
razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y
matando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a
partir de los ruidos que se escuchaban después de
anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era extremadamente
peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión
habitual de sus marchitos rostros, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan
oscuramente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio trasero. La
verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas extrañas personas, les
temían más; y, en vez de confrontarlos como asesinos brutales, solamente tenían cuidado de
que ninguna mascota o ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los
oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se
escuchaban ruidos después del anochecer, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría
agradeciendo al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa manera había desaparecido.
Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.
Un día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró a las estrechas y
empedradas calles de Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros
vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado vieron la fortuna a
cambio de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos
peregrinos, nadie podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que habían
pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos humanos con cabezas de
gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y
un curioso disco entre los cuernos.
En esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre, sino con sólo un gatito
negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él, mas le había dejado esta pequeña
y peluda cosa para mitigar su dolor; y cuando uno es muy joven, uno puede encontrar un gran
alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente oscura
llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba mientras se sentaba jugando con
su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado de manera extraña.

81
Durante la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a
su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le contaron del viejo
y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al escuchar esto, sus sollozos dieron paso
a la reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó en un idioma que
ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho en hacerlo, pues su atención
fue absorbida por el cielo y por las formas extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era
muy peculiar, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba
las figuras sombrías y nebulosas de cosas exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos
de costados astados. La naturaleza está llena de
ilusiones como esa para impresionar al
imaginativo.
Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no
fueron vistos nunca más. Y los dueños de casa se
preocuparon al darse cuenta de que en toda la
villa no había ningún gato. De cada hogar el gato
familiar había desaparecido; los gatos pequeños
y los grandes, negros, grises, rayados, amarillos
y blancos. Kranon el Anciano, el burgomaestre,
juró que la gente siniestra se había llevado a los
gatos como venganza por la muerte del gatito
de Menes, y maldijo a la caravana y al pequeño
niño. Pero Nith, el enjuto notario, declaró que el
viejo campesino y su esposa eran
probablemente los más sospechosos; pues su
odio por los gatos era notorio y, con creces,
descarado. Pese a esto, nadie osó quejarse ante
la dupla siniestra, a pesar de que Atal, el hijo del
posadero, juró que había visto a todos los gatos
de Ulthar al atardecer en aquel patio maldito
bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y
solemnemente alrededor de la cabaña, dos en
una línea, como realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no
supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el malvado par había
hechizado a los gatos hacia su muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta
encontrárselo afuera de su oscuro y repelente patio.
De este modo Ulthar se durmió en un infructuoso enfado; y cuando la gente despertó al
amanecer ¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y
pequeños, negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron muy
brillantes y gordos, y sonoros con ronroneante satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos
con otros sobre el suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente insistió
en que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos no volvían con vida
de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa
de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber de sus platillos de leche era
extremadamente curiosa. Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos,
no tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego o bajo el sol.
Pasó una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña bajo los árboles,
no se prendían luces al atardecer. Luego, el enjuto Nith recalcó que nadie había visto al viejo y
a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el
burgomaestre decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del
deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero, y a Thul, el
cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la frágil puerta sólo encontraron lo

82
siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra, y una
variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas sombrías.
Posteriormente hubo mucho que comentar entre los
ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió
largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y
Shang y Thul fueron abrumados con preguntas.
Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue
detenidamente interrogado y, como recompensa, le
dieron una fruta confitada. Hablaron del viejo
campesino y su esposa, de la caravana de siniestros
peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro,
de la oración de Menes y del cielo durante aquella
plegaria, de los actos de los gatos la noche en que se
fue la caravana, o de lo que luego se encontró en la
cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.
Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella
extraordinaria ley, la que es referida por los
mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en
Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede
matar a un gato.

83
Morella
EdgarAllan Poe
El mismo, sólo por sí mismo,
eternamente Uno y único.
Platón, El banquete

Un sentimiento de profundo pero singularísimo afecto me inspiraba mi amiga Morella. Llegué


a conocerla por casualidad hace muchos años, y desde nuestro primer encuentro mi alma ardió
con fuego hasta entonces desconocido; pero el fuego no era de Eros, y amarga y torturadora
para mi espíritu fue la convicción gradual de que en modo alguno podía definir su carácter
insólito o regular su vaga intensidad. Sin embargo, nos conocimos y el destino nos unió ante el
altar, y nunca hablé de pasión, ni pensé en el amor. Ella, no obstante, huyó de la sociedad y,
apegándose tan sólo a mí, me hizo feliz. Es una felicidad maravillarse, es una felicidad soñar.
La erudición de Morella era profunda. Tan cierto como que estoy vivo, sé que sus aptitudes no
eran de índole común; el poder de su espíritu era gigantesco. Yo lo sentía y en muchos puntos
fui su discípulo. Pronto descubrí, sin embargo, que quizá a causa de su educación en Presburgo
exponía a mi consideración cantidad de esos escritos místicos que se juzgan habitualmente la
escoria de la primitiva literatura alemana. Eran, no puedo imaginar por qué razón, objeto de su
estudio favorito y constante, y, si con el tiempo llegaron a serlo para mí, ello debe atribuirse a
la simple pero eficaz influencia del hábito y el ejemplo.
En todo esto, si no me equivoco, mi razón poco participaba. Mis opiniones, a menos que me
desconozca a mí mismo, en modo alguno estaban influidas por el ideal, ni era perceptible
ningún matiz del misticismo de mis lecturas, a menos que me equivoque mucho, ni en mis actos
ni en mis pensamientos. Convencido de ello, me abandoné sin reservas a la dirección de mi
esposa y penetré con ánimo resuelto en el laberinto de sus estudios. Y entonces, entonces,
cuando escudriñando páginas prohibidas sentía que un espíritu aborrecible se encendía dentro
de mí, Morella posaba su fría mano sobre la mía y sacaba de las cenizas de una filosofía muerta
algunas palabras hondas, singulares, cuyo extraño sentido se grababa en mi memoria. Y
entonces, hora tras hora, me demoraba a su lado, sumido en la música de su voz, hasta que al
fin su melodía se inficionaba de terror y una sombra caía sobre mi alma y yo palidecía y
temblaba interiormente ante aquellas entonaciones sobrenaturales. Y así la alegría se
desvanecía súbitamente en el horror y lo más hondo se convertía en lo más horrible, como el
Hinnom se convirtió en la Gehenna.
Es innecesario explicar el carácter exacto de aquellas disquisiciones que, surgidas de los
volúmenes que he mencionado, constituyeron durante tanto tiempo casi el único tema de
conversación entre Morella y yo. Los entendidos en lo que puede designarse moral teológica lo
comprenderán rápidamente, y los profanos, en todo caso, poco entenderán. El impetuoso
panteísmo de Fichte, la παλγγενεσία modificada de los pitagóricos y, sobre todo, las doctrinas
de la identidad preconizadas por Schelling, eran generalmente los puntos de discusión más
llenos de belleza para la imaginativa Morella. Esta identidad denominada personal creo que ha
sido definida exactamente por Locke como la permanencia del ser racional. Y puesto que por
persona entendemos una esencia inteligente dotada de razón, y el pensar siempre va
acompañado por una conciencia, ella es la que nos hace ser eso que llamamos nosotros mismos,
distinguiéndonos, en consecuencia, de los otros seres que piensan y confiriéndonos nuestra
identidad personal. Pero el principium individuationis, la noción de esa identidad que con la
muerte se pierde o no para siempre, fue para mí, en todo tiempo, un tema de intenso interés,

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no tanto por la perturbadora y excitante índole de sus consecuencias, como por la insistencia y
la agitación con que Morella los mencionaba.
Mas en verdad llegó el momento en que el misterio de la naturaleza de mi mujer me oprimió
como un maleficio. Ya no podía soportar el contacto de sus dedos pálidos, ni el tono profundo
de su palabra musical, ni el brillo de sus ojos melancólicos. Y ella lo sabía, pero no me lo
reprochaba; parecía consciente de mi debilidad o de mi locura y, sonriendo, le daba el nombre
de Destino. También parecía tener conciencia de la causa, para mí desconocida, del gradual
desapego de mi actitud, pero no me insinuó ni me explicó su índole. Sin embargo, era mujer y
languidecía evidentemente. Con el tiempo la mancha carmesí se fijó definitivamente en sus
mejillas y las venas azules de su pálida frente se acentuaron; si por un momento me ablandaba
la compasión, al siguiente encontraba el fulgor de sus ojos pensativos, y entonces mi alma se
sentía enferma y experimentaba el vértigo de quien hunde la mirada en algún abismo lúgubre,
insondable.
¿Diré entonces que anhelaba con ansia, con un deseo voraz, el momento de la muerte de
Morella? Así fue; mas el frágil espíritu se aferró a su envoltura de arcilla durante muchos días,
durante muchas semanas y meses de tedio, hasta que mis nervios torturados dominaron mi
razón y me enfurecí por la demora, y con el corazón de un demonio maldije los días y las horas
y los amargos momentos que parecían prolongarse, mientras su noble vida declinaba como las
sombras en la agonía del día.
Pero, una tarde de otoño, cuando los vientos se aquietaban en el cielo, Morella me llamó a su
cabecera. Una espesa niebla cubría la tierra, y subía un cálido resplandor desde las aguas, y
entre el rico follaje de octubre había caído del firmamento un arco iris.
-Este es el día entre los días -dijo cuando me
acerqué-, el día entre los días para vivir o para
morir. Es un hermoso día para los hijos de la tierra
y de la vida… ¡ah, más hermoso para las hijas del
cielo y de la muerte!
Besé su frente, y continuó:
-Me muero, y sin embargo viviré.
-¡Morella!
-Nunca existieron los días en que hubieras podido
amarme; pero aquella a quien en vida aborreciste,
será adorada por ti en la muerte.
-¡Morella!
-Repito que me muero. Pero hay dentro de mí una
prenda de ese afecto -¡ah, cuán pequeño!- que
sentiste por mí, por Morella. Y cuando mi espíritu
parta, el hijo vivirá, tu hijo y el mío, el de Morella.
Pero tus días serán días de dolor, ese dolor que es
la más perdurable de las impresiones, como el
ciprés es el más resistente de los árboles. Porque
las horas de tu dicha han terminado, y la alegría no se cosecha dos veces en la vida, como las
rosas de Pestum dos veces en el año. Ya no jugarás con el tiempo como el poeta de Teos, mas,
ignorante del mirto y de la viña, llevarás encima, por toda la tierra, tu sudario, como el
musulmán en la Meca.
-¡Morella! -exclamé-. ¡Morella! ¿Cómo lo sabes?
Pero volvió su cabeza sobre la almohada; un ligero estremecimiento recorrió sus miembros y
murió; y no oí más su voz.
Sin embargo, como lo había predicho, su hija -a quien diera a luz al morir y que no respiró hasta
que su madre dejó de alentar-, su hija, una niña, vivió. Y creció extrañamente en talla e
inteligencia, y era de una semejanza perfecta con la desaparecida, y la amé con amor más
perfecto del que hubiera creído posible sentir por ningún habitante de la tierra.

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Pero antes de mucho se oscureció el cielo de este puro afecto, y la tristeza, el horror, la aflicción
lo recorrieron con sus nubes. He dicho que la niña crecía extrañamente en talla e inteligencia.
Extraño, en verdad, era el rápido crecimiento de su cuerpo, pero terribles, ah, terribles eran los
tumultuosos pensamientos que se agolpaban en mí mientras observaba el desarrollo de su
inteligencia. ¿Cómo no había de ser así si descubría diariamente en las ideas de la niña el poder
del adulto y las aptitudes de la mujer; si las lecciones de la experiencia caían de los labios de la
infancia; si yo encontraba a cada instante la sabiduría o las pasiones de la madurez centelleando
en sus ojos profundos y pensativos? Cuando todo
esto, digo, llegó a ser evidente para mis
espantados sentidos, cuando ya no pude
ocultarlo a mi alma ni apartarla de estas
evidencias que la estremecían, ¿es de
sorprenderse que sospechas de carácter terrible y
perturbador se insinuaran en mi espíritu, o que
mis pensamientos recayeran con horror en las
insensatas historias y en las sobrecogedoras
teorías de la difunta Morella? Arrebaté a la
curiosidad del mundo un ser cuyo destino me
obligaba a adorarlo, y en la rigurosa soledad de mi
hogar vigilé con mortal ansiedad todo lo
concerniente a la criatura amada.
Y a medida que pasaban los años y yo
contemplaba día tras día su rostro puro, suave,
elocuente, y vigilaba la maduración de sus
formas, día tras día iba descubriendo nuevos
puntos de semejanza entre la niña y su madre, la
melancólica, la muerta. Y por instantes se
espesaban esas sombras de parecido y su aspecto
era más pleno, más definido, más perturbador y más espantosamente terrible. Pues que su
sonrisa fuera como la de su madre, eso podía soportarlo, pero entonces me estremecía ante
una identidad demasiado perfecta; que sus ojos fueran como los de Morella, eso podía
sobrellevarlo, pero es que también se sumían con harta frecuencia en las profundidades de mi
alma con la intención intensa, desconcertante, de los de Morella. Y en el contorno de la frente
elevada, y en los rizos del sedoso cabello, y en los pálidos dedos que se hundían en él, en el tono
triste, musical de su voz, y sobre todo -¡ah, sobre todo!- en las frases y expresiones de la muerta
en labios de la amada, de la viviente, encontraba alimento para una idea voraz y horrible, para
un gusano que no quería morir.
Así pasaron dos lustros de su vida, y mi hija seguía sin nombre sobre la tierra. «Hija mía» y
«querida» eran los apelativos habituales dictados por un afecto paternal, y el rígido
apartamiento de su vida excluía toda otra relación. El nombre de Morella había muerto con ella.
De la madre nunca había hablado a la hija; era imposible hablar. A decir verdad, durante el breve
período de su existencia esta última no había recibido impresiones del mundo exterior, salvo las
que podían brindarle los estrechos límites de su retiro. Pero, al fin, la ceremonia del bautismo
se presentó a mi espíritu, en su estado de nerviosidad e inquietud, como una afortunada
liberación del terror de mi destino. Y, ante la pila bautismal, vacilé al elegir el nombre. Y muchos
epítetos de la sabiduría y la belleza, de viejos y modernos tiempos, de mi tierra y de tierras
extrañas, acudieron a mis labios, y muchos, muchos epítetos de la gracia, la dicha, la bondad.
¿Qué me impulsó entonces a agitar el recuerdo de la muerta? ¿Qué demonio me incitó a musitar
aquel sonido cuyo simple recuerdo solía hacer afluir torrentes de sangre purpúrea de las sienes
al corazón? ¿Qué espíritu maligno habló desde lo más recóndito de mi alma cuando, en aquella
bóveda oscura, en el silencio de la noche, susurré al oído del santo varón el nombre de Morella?
¿Quién sino un espíritu maligno convulsionó las facciones de mi hija y las cubrió con el matiz de

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la muerte cuando, sobresaltada por esa palabra
apenas perceptible, volvió sus ojos límpidos del
suelo al firmamento y, cayendo de rodillas en las
losas negras de nuestra cripta familiar,
respondió «¡Aquí estoy!»?
Precisas, fríamente, tranquilamente precisas,
cayeron estas simples palabras en mi oído y de
allí, como plomo derretido, rodaron silbando a
mi cerebro. ¡Los años, los años pueden pasar,
pero el recuerdo de aquel momento, nunca! No
ignoraba yo las flores y la viña, pero el acónito y
el ciprés me cubrieron con su sombra noche y
día. Y perdí toda noción de tiempo y espacio, y
las estrellas de mi sino se apagaron en el cielo, y
desde entonces la tierra se entenebreció y sus
figuras pasaron a mi lado como sombras
fugitivas, y entre ellas sólo veía una: Morella.
Los vientos musitaban una sola palabra en mis
oídos, y las ondas del mar murmuraban
incesantes: «¡Morella!» Pero ella murió, y con
mis propias manos la llevé a la tumba; y lancé
una larga y amarga carcajada al no hallar huellas
de la primera Morella en el sepulcro donde deposité a la segunda.

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La casa de azúcar
Silvina Ocampo
Las supersticiones no dejaban vivir a Cristina. Una moneda con la efigie borrada, una mancha
de tinta, la luna vista a través de dos vidrios, las iniciales de su nombre grabadas por azar sobre
el tronco de un cedro la enloquecían de temor. Cuando nos conocimos llevaba puesto un vestido
verde, que siguió usando hasta que se rompió, pues me dijo que le traía suerte y que en cuanto
se ponía otro, azul, que le sentaba mejor, no nos veíamos. Traté de combatir estas manías
absurdas. Le hice notar que tenía un espejo roto en su cuarto y que por más que yo le insistiera
en la conveniencia de tirar los espejos rotos al agua, en una noche de luna, para quitarse la mala
suerte, lo guardaba; que jamás temió que la luz de la casa bruscamente se apagara, y a pesar
de que fuera un anuncio seguro de muerte, encendía con tranquilidad cualquier número de
velas; que siempre dejaba sobre la cama el sombrero, error en que nadie incurría. Sus temores
eran personales. Se infligía verdaderas privaciones; por ejemplo: no podía comprar frutillas en
el mes de diciembre, ni oír determinadas músicas, ni adornar la casa con peces rojos, que tanto
le gustaban. Había ciertas calles que no podíamos cruzar, ciertas personas, ciertos
cinematógrafos que no podíamos frecuentar. Al principio de nuestra relación, esta
supersticiones me parecieron encantadoras, pero después empezaron fastidiarme y a
preocuparme seriamente. Cuando nos comprometimos tuvimos que buscar un departamento
nuevo, pues, según sus creencias, el destino de los ocupantes anteriores influiría sobre su vida
(en ningún momento mencionaba la mía, como si el peligro la amenazara sólo a ella y nuestras
vidas no estuvieran unidas por el amor). Recorrimos todos los barrios de la ciudad; llegamos a
los suburbios más alejados, en busca de un departamento que nadie hubiera habitado: todos
estaban alquilados o vendidos. Por fin encontré una casita en la calle Montes de Oca, que
parecía de azúcar. Su blancura brillaba con extraordinaria luminosidad. Tenía teléfono y, en el
frente, un diminuto jardín. Pensé que esa casa era recién construida, pero me enteré de que en
1930 la había ocupado una familia, y que después, para alquilarla, el propietario le había hecho
algunos arreglos. Tuve que hacer creer a Cristina que nadie había vivido en la casa y que era el
lugar ideal: la casa de nuestros sueños. Cuando Cristina la vio, exclamó:
–¡Qué diferente de los departamentos que hemos vivido! Aquí se respira olor a limpio. Nadie
podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con sus pensamientos que envician el aire.
En pocos días nos casamos y nos instalamos allí. Mis suegros nos regalaron los muebles del
dormitorio y mis padres los del comedor. El resto de la casa la amueblaríamos de a poco. Yo
temía que, por los vecinos, Cristina se enterara de mi mentira, pero felizmente hacía sus
compras fuera del barrio y jamás conversaba con ellos. Éramos felices, tan felices que a veces
me daba miedo. Parecía que la tranquilidad nunca se rompería en aquella casa de azúcar, hasta
que un llamado telefónico destruyó mi ilusión. Felizmente Cristina no atendió aquella vez al
teléfono, pero quizá lo atendiera en una oportunidad análoga. La persona que llamaba
preguntó por la señora Violeta: indudablemente se trataba de la inquilina anterior. Si Cristina
se enteraba de que yo la había engañado, nuestra felicidad seguramente concluiría: no me
hablaría más, pediría nuestro divorcio, y en el mejor de los casos tendríamos que dejar la casa
para irnos a vivir, tal vez, a Villa Urquiza, tal vez a Quilmes, de pensionistas en alguna de las
casas donde nos prometieron darnos un lugarcito para construir ¿con qué? (con basura, pues
con mejores materiales no me alcanzaría el dinero) un cuarto y una cocina. Durante la noche yo
tenía cuidado de descolgar el tubo, para que ningún llamado inoportuno nos despertara.
Coloqué un buzón en la puerta de calle; fui el depositario de la llave, el distribuidor de cartas.

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Una mañana temprano golpearon a la puerta y alguien dejó un paquete. Desde mi cuarto oí que
mi mujer protestaba, luego oí el ruido del papel estrujado. Bajé la escalera y encontré a Cristina
con un vestido de terciopelo entre los brazos.
–Acaban de traerme este vestido –me dijo con entusiasmo.
Subió corriendo las escaleras y se puso el vestido, que era muy escotado.
–¿Cuándo te lo mandaste a hacer?
–Hace tiempo. ¿Me queda bien? Lo usaré cuando tengamos que ir al teatro, ¿no te parece?
–¿Con qué dinero lo pagaste?
–Mamá me regaló unos pesos.
Me pareció raro, pero no le dije nada, para no ofenderla.
Nos queríamos con locura. Pero mi inquietud comenzó a molestarme, hasta para abrazar a
Cristina por la noche. Advertí que su carácter había cambiado: de alegre se convirtió en triste,
de comunicativa en reservada, de tranquila en nerviosa. No tenía apetito. Ya no preparaba esos
ricos postres, un poco pesados, a base de cremas batidas y de chocolate, que me agradaban, ni
adornaba periódicamente la casa con
volantes de nylon, en las tapas de la letrina,
en las repisas del comedor, en los armarios,
en todas partes como era su costumbre. Ya
no me esperaba con vainillas a la hora del
té, ni tenía ganas de ir a teatro o al
cinematógrafo de noche, ni siquiera cuando
nos mandaban entradas de regalo. Una
tarde entró un perro en el jardín y se acostó
frente a la puerta de calle, aullando. Cristina
le dio carne y le dio de beber y, después de
un baño, que le cambió el color de pelo,
declaró que le daría hospitalidad y que lo
bautizaría con el nombre Amor, porque
llegaba a nuestra casa en un momento de
verdadero amor. El perro tenía el paladar
negro, lo que indica pureza de raza.
Otra tarde llegué de improviso a casa. Me
detuve en la entrada porque vi una bicicleta
apostada en el jardín. Entré
silenciosamente y me escurrí detrás de una
puerta y oí la voz de Cristina.
–¿Qué quiere? –repitió dos veces.
–Vengo a buscar a mi perro –decía la de voz
de una muchacha–. Pasó tantas veces frente a esta casa que se ha encariñado con ella. Esta
casa parece de azúcar. Desde que la pintaron, llama la atención de todos los transeúntes. Pero
a mí me gustaba más antes, con ese color rosado y romántico de las casas viejas. Esta casa era
muy misteriosa para mí. Todo me gustaba en ella: la fuente donde venían a beber los pajaritos;
las enredaderas con flores, como cornetas amarillas; el naranjo. Desde que tengo ocho años
esperaba conocerla a usted, desde aquel día en que hablamos por teléfono, ¿recuerda?
Prometió que iba a regalarme un barrilete.
–Los barriletes son juegos de varones.
–Los juguetes no tienen sexo. Los barriletes me gustaban porque eran como enormes pájaros:
me hacía la ilusión de volar sobre sus alas. Para usted fue un juego prometerme ese barrilete;
yo no dormí en toda la noche. Nos encontramos en la panadería, usted estaba de espaldas y no
vi su cara. Desde ese día no pensé en otra cosa que en usted, en cómo sería su cara, su alma, sus
ademanes de mentirosa. Nunca me regaló aquel barrilete. Los árboles me hablaban de sus

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mentiras. Luego fuimos a vivir a Morón, con mis padres. Ahora, desde hace una semana estoy
de nuevo aquí.
–Hace tres meses que vivo en esta casa, y antes jamás frecuenté estos barrios. Usted estará
confundida.
–Yo la había imaginado tal como es. ¡La imaginé tantas veces! Para colmo de la casualidad, mi
marido estuvo de novio con usted.
–No estuve de novia sino con mi marido. ¿Cómo se llama este perro?
–Bruto.
–Lléveselo, por favor, antes de que me encariñe con él.
–Violeta, escúcheme. Si llevo el perro a mi casa, se moriría. No lo puedo cuidar.
–Vivimos en un departamento muy chico. Mi marido y yo trabajamos y no hay nadie que lo
saque a pasear.
–No me llamo Violeta. ¿Qué edad tiene?
–¿Bruto? Dos años. ¿Quiere quedarse con él? Yo vendría a visitarlo de vez en cuando, porque lo
quiero mucho.
–A mi marido no le gustaría recibir desconocidos en su casa, ni que aceptara un perro de regalo.
–No se lo diga, entonces. La esperaré todos los lunes a las siete de la tarde en la Plaza Colombia.
¿Sabe dónde es? Frente a la iglesia Santa Felicitas, o si no la esperaré donde usted quiera y a la
hora que prefiera; por ejemplo, en el puente de Constitución o en el Parque Lezama. Me
contentaré con ver los ojos de Bruto. ¿Me hará el favor de quedarse con él?
–Bueno. Me quedaré con él.
–Gracias, Violeta.
–No me llamo Violeta.
–¿Cambió de nombre? Para nosotros usted es Violeta. Siempre la misma misteriosa Violeta.
Oí el ruido seco de la puerta y el taconeo de Cristina, subiendo la escalera. Tardé un rato en salir
de mi escondite y en fingir que acababa de llegar. A pesar de haber comprobado la inocencia
del diálogo, no sé por qué, una sorda desconfianza comenzó a devorarme. Me pareció que había
presenciado una representación de teatro y que la realidad era otra. No confesé a Cristina que
había sorprendido la visita de esa muchacha. Esperé los acontecimientos, temiendo siempre
que Cristina descubriera mi mentira, lamentando que estuviéramos instalados en este barrio.
Yo pasaba todas las tardes por la Plaza que queda frente a la iglesia de Santa Felicitas, para
comprobar si Cristina había acudido a la cita. Cristina parecía no advertir mi inquietud. A veces
llegué a creer que yo había soñado. Abrazando al perro, un día Cristina me preguntó:
–¿Te gustaría que me llamara Violeta?
–No me gusta el nombre de las flores.
–Pero Violeta es lindo. Es un color.
–Prefiero tu nombre.
Un sábado, al atardecer, la encontré en el puente de Constitución, asomada sobre el parapeto
de fierro. Me acerqué y no se inmutó.
–¿Qué haces aquí?
–Estoy curioseando. Me gusta ver las vías desde arriba.
–Es un lugar muy lúgubre y no me gusta que andes sola.
–No me parece lúgubre. ¿Y por qué no puedo andar sola?
–¿Te gusta el humo negro de las locomotoras?
–Me gustan los medios de transporte. Soñar con viajes. Irme sin irme. “Ir y quedar y con quedar
partirse.”
Volvimos a casa. Enloquecido de celos (¿celos de qué? de todo), durante el trayecto apenas le
hablé.
- Podríamos tal vez comprar alguna casita en San Isidro o en Olivos, es tan desagradable este
barrio –le dije, fingiendo que me era posible adquirir una casa en esos lugares.
–No creas. Tenemos muy cerca de aquí el Parque Lezama.

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–Es una desolación. Las estatuas están rotas, las fuentes sin agua, los árboles apestados.
Mendigos, viejos y lisiados van con bolsas, para tirar o recoger basuras.
–No me fijo en esas cosas.
–Antes no querías sentarte en un banco donde alguien había comido mandarinas o pan.
–He cambiado mucho.
–Por mucho que hayas cambiado, no puede gustarte un parque como ése. Ya sé que tiene un
museo de leones de mármol que cuidan la entrada y que jugabas allí en tu infancia, pero eso no
quiere decir nada.
–No te comprendo –me respondió Cristina. Y sentí que me despreciaba, con un desprecio que
podía conducirla al odio.
Durante días, que me parecieron años, la vigilé, tratando de disimular mi ansiedad. Todas las
tardes pasaba por la plaza frente a la iglesia y los sábados por el horrible puente negro de
Constitución. Un día me aventuré a decir a Cristina:
–Si descubriéramos que esta casa fue habitada por otras personas ¿qué harías, Cristina? ¿Te
irías de aquí?
–Si una persona hubiera vivido en esta casa, esa persona tendría que ser como esas figuritas de
azúcar que hay en los postres o en las tortas de cumpleaños: una persona dulce como el azúcar.
Esta casa me inspira confianza. ¿Será el jardincito de la entrada que me infunde tranquilidad?
¡No sé! No me iría de aquí por todo el oro del mundo. Además no tendríamos adónde ir. Tú
mismo me lo dijiste hace un tiempo.
No insistí, porque iba a pura pérdida. Para conformarme pensé que el tiempo compondría las
cosas.
Una mañana sonó el timbre de la puerta de calle. Yo estaba afeitándome y oí la voz de Cristina.
Cuando concluí de afeitarme, mi mujer ya estaba hablando con la intrusa. Por la abertura de la
puerta las espié. La intrusa tenía una voz tan grave y los pies tan grandes que eché a reír.
–Si usted vuelve a ver a Daniel, lo pagará muy caro, Violeta.
–No sé quién es Daniel y no me llamo Violeta –respondió mi mujer.
–Usted está mintiendo.
–No miento. No tengo nada que ver con Daniel.
–Yo quiero que usted sepa las cosas como son.
–No quiero escucharla.
Cristina se tapó las orejas con las manos. Entré en el cuarto y dije a la intrusa que se fuera. De
cerca le miré los pies, las manos y el cuello. Entonces, advertí que era un hombre disfrazado de
mujer. No me dio tiempo de pensar en lo que debía hacer; como un relámpago desapareció
dejando la puerta entreabierta tras de sí.
No comentamos el episodio con Cristina; jamás comprenderé por qué; era como si nuestros
labios hubieran estado sellados para todo lo que no fuese besos nerviosos, insatisfechos o
palabras inútiles.
En aquellos días, tan tristes para mí, a Cristina le dio por cantar. Su voz era agradable pero me
exasperaba, porque formaba parte de ese mundo secreto, que la alejaba de mí. ¡Por qué, si
nunca había cantado, ahora cantaba noche y día mientras se vestía o se bañaba o cocinaba o
cerraba las persianas!
Un día en que oí a Cristina exclamar con un aire enigmático:
–Sospecho que estoy heredando la vida de alguien, las dichas y las penas, las equivocaciones y
los aciertos. Estoy embrujada –fingí no oír esa frase atormentadora. Sin embargo, no sé por qué
empecé a averiguar en el barrio quién era Violeta, dónde estaba, todos los detalles de su vida.
A media cuadra de nuestra casa había una tienda donde vendían tarjetas postales, papel,
cuadernos, lápices, gomas de borrar y juguetes. Para mis averiguaciones, la vendedora de esa
tienda me apreció la más indicada: era charlatana y curiosa, sensible a las lisonjas. Con el
pretexto de comprar un cuaderno y lápices, fui una tarde a conversar con ella. Le alabé los ojos,
las manos, el pelo. No me atreví a pronunciar la palabra Violeta. Le expliqué que éramos
vecinos. Le pregunté finalmente quién había vivido en nuestra casa. Tímidamente le dije:

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–¿No vivía una tal Violeta?
Me contestó cosas muy vagas, que me inquietaron más. Al día siguiente traté de averiguar en
el almacén algunos otros detalles. Me dijeron que Violeta estaba en un sanatorio frenopático y
me dieron la dirección.
–Canto con una voz que no es mía –me dijo Cristina, renovando su aire misterioso. Antes me
hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra persona, tal vez más feliz que yo.
Fingí no haberla oído. Yo estaba leyendo el diario.
De tanto averiguar detalles de la vida de Violeta, confieso que desatendía a Cristina.
Fui al sanatorio frenopático, que quedaba en Flores. Ahí pregunté por Violeta y me dieron la
dirección de Arsenia López, su profesora de canto.
Tuve que tomar el tren en Retiro, para que me llevara a Olivos. Durante el trayecto una tierrita
me entró en un ojo, de modo que en el momento de llegar a casa de Arsenia López, se me caían
las lágrimas como si estuviese llorando. Desde la puerta de calle oí voces de mujeres, que hacían
gárgaras con las escalas, acompañadas de un piano, que parecía más bien un organillo.
Alta, delgada, aterradora apareció en el fondo de un corredor Arsenia López, con un lápiz en la
mano. Le dije tímidamente que venía a buscar noticias de Violeta.
–¿Usted es el marido?
–No, soy un pariente – le respondí secándome los ojos con un pañuelo.
–Usted será uno de sus innumerables admiradores –me dijo entornando los ojos y tomándome
la mano–. Vendrá para saber lo que todos quieren saber, ¿cómo fueron los últimos días de
Violeta? Siéntese. No hay que imaginar que una persona muerta, forzosamente haya sido pura
fiel, buena.
–Quiere consolarme –le dije.
Ella, oprimiendo mi mano con su mano húmeda, contestó:
–Sí. Quiero consolarlo. Violeta era no sólo mi discípula, sino mi íntima amiga. Si se disgustó
conmigo, fue tal vez porque me hizo demasiadas confidencias y porque ya no podía engañarme.
Los últimos días que la vi, se lamentó amargamente de su suerte. Murió de envidia. Repetía sin
cesar: “Alguien me ha robado la vida, pero lo pagará muy caro. No tendré mi vestido de
terciopelo, ella lo tendrá; Bruto será de ella; los hombres no se disfrazarán de mujer para entrar
en mi casa sino en la de ella; perderé la voz que trasmitiré a esa otra garganta indigna; no nos
abrazaremos con Daniel en el puente de Constitución, ilusionados con un amor imposible,
inclinados como antaño, sobre la baranda de hierro, viendo los trenes alejarse”.
Arsenia López me miró en los ojos y me dijo:
–No se aflija. Encontrará muchas mujeres más leales. Ya sabemos que era hermosa, ¿pero acaso
la hermosura es lo único bueno que hay en el mundo?
Mudo, horrorizado, me alejé de aquella casa, sin revelar mi nombre a Arsenia López, que, al
despedirse de mí, intentó abrazarme, para demostrar su simpatía.
Desde ese día Cristina se transformó, para mí, al menos, en Violeta. Traté de seguirla a todas
horas, para descubrirla en los brazos de sus amantes. Me alejé tanto de ella que la vi como a una
extraña. Una noche de invierno huyó. La busqué hasta el alba.
Ya no sé quién fue víctima de quién, en esa casa de azúcar que ahora está deshabitada.

92
La muerta
Guy de Maupassant
¡La había amado desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el
mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre
en los labios… un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde
las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite incesantemente, que se
susurra una y otra vez, en todas partes, como una plegaria.
Voy a contarles nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La
conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan plenamente
envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de
día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo.
Y luego ella murió. ¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche regresó a
casa muy mojada, pues llovía intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió durante una
semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió, pero los médicos llegaron,
escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas, y algunas mujeres se las hicieron beber.
Sus manos estaban muy calientes, sus sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes.
Cuando yo le hablaba me contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo,
todo, todo! Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo:
“¡Ah!” ¡y yo comprendí! ¡Y yo entendí!
Me preguntaron acerca del entierro, pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí
recuerdo el ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella dentro.
¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío!
¡Ella estaba enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas…
mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de las calles, regresé
a casa y al día siguiente emprendí un viaje.
Ayer regresé a París, y cuando vi de nuevo mi habitación (nuestra habitación, nuestra cama,
nuestros muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano tras la muerte), me invadió
tal asalto de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la ventana y de arrojarme a la calle.
No podía permanecer ya entre aquellas cosas, entre aquellas paredes que la habían encerrado
y la habían cobijado, que conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en
sus imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y antes de llegar a la puerta pasé
junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había colocado allí para poder contemplarse
todos los días de la cabeza a los pies, en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía
bien, y era lindo, desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.
Me detuve delante de aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces… tantas
veces, tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí de pie,
temblando, con los ojos clavados en el cristal –en aquel liso, enorme, vacío cristal–- que la había
contenido por entero y la había poseído tanto como yo, tanto como mis apasionadas miradas.
Sentí como si amara a aquel cristal. Lo toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo,
ardiente espejo, horrible espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el
hombre cuyo corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él,
todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en su amor! ¡Cuánto
sufro!
Me marché sin saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una cruz
de mármol blanco, con esta breve inscripción:
“Amó, fue amada y murió”.

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¡Ella está ahí debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo, y
permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que oscurecía, y un extraño y loco deseo,
el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé pasar la noche, la última noche,
llorando sobre su tumba. Pero podían verme y echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando
una solución, me puse en pie y empecé a vagar por aquella necrópolis. Anduve y anduve. Qué
pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y, sin embargo, no
son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros necesitamos grandes casas,
anchas calles y mucho espacio para las cuatro generaciones que ven la luz del día al mismo
tiempo, beber agua del manantial y vino de las vides, y comer pan de las llanuras.
¡Y para todas estas generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido,
aquí no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra. ¡Adiós!
Al final del cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua,
donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las propias cruces
están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen mañana. Está llena de rosales
que nadie cuida, de altos y oscuros cipreses; un triste y hermoso jardín alimentado con carne
humana.
Yo estaba solo, completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me
escondí entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, aferrándome al tronco como un náufrago
se agarra a una tabla.
Cuando la luz diurna desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente
hacia aquel espacio de muertos. Caminé de un lado para otro, pero no logré encontrar la tumba
de mi amada. Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos,
mis pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla. Anduve a
tientas como un ciego buscando su camino. Palpé las lápidas, las cruces, las verjas de hierro, las
coronas de metal y las coronas de flores marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos
por encima de las letras. ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!
No había luna. ¡Qué noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos
senderos entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo tumbas! A mi
derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había tumbas. Me senté
en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas empezaron a doblarse. ¡Pude oír
los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué? Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido
en mi cabeza, en la impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de
cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo permanecí allí.
Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a morir.
Súbitamente, tuve la impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba
moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de levantarla. Di un salto
que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi claramente cómo se levantaba la losa sobre la
cual estaba sentado. Luego apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde
abajo con su encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En la
cruz pude leer:
“Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue
bueno y honrado y murió en la gracia de Dios”.
El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero,
una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró
lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A
continuación, con la punta del hueso de lo que había sido su dedo índice, escribió en letras
luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de fósforo:
“Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a
disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó
a sus vecinos, robó todo lo que pudo y murió en pecado mortal”.
Cuando terminó de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi
alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas

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y que todos habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas,
sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos habían sido atormentadores de sus vecinos,
maliciosos, deshonestos, hipócritas, embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que
habían robado, engañado, y habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres,
aquellas fieles esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados
comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos ellos
estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada verdad, la cual todo el
mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban vivos.
Pensé que también ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los
ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella, convencido de que la
encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin ver su rostro, el cual estaba cubierto
por un velo negro; y en la cruz de mármol donde poco antes había leído:
“Amó, fue amada y murió”.
Ahora leí:
“Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amado, tomó frío bajo la lluvia, enfermó y
murió”.
Parece que me encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.

El cuento fantástico
El género fantástico se caracteriza por presentar, en el comienzo de los relatos, hechos, lugares,
personajes y épocas que pertenecen a un orden natural, posible o normal para el lector. Sin
embargo, de pronto, en ese mundo de lo posible irrumpe un hecho sobrenatural o
extraordinario, que provoca un problema.
El relato fantástico plantea al lector la existencia de realidades diferentes a las conocidas. Este
contacto con lo sobrenatural o desconocido es lo que hace que esas historias sean inquietantes.
La aparición de fantasmas o dobles, cruces temporales elementos que sirven para hacerse
invisible, personajes que aparecen en lugares inesperados, realidades paralelas, viajes en el
tiempo, seres inanimados que cobran vida son algunos de los temas preferidos del género.
Los acontecimientos fantásticos suelen ocurrir en ambientes aislados (islas, desiertos,
montañas, cementerios), o cerrados (una habitación, un museo, un sótano), porque ese marco
favorece la construcción de una atmósfera que se vuelve amenazante tanto para los personajes
como para el lector. En conclusión, el relato fantástico se caracteriza por presentar hechos que
se van desarrollando como en un relato realista, hasta que acontece algo extraño o excepcional
que no encuentra explicación lógica, provocando inquietud y tensión en los personajes y en el
lector.
Esta sensación de inquietud es la que marca, por una parte, la diferencia con el relato
maravilloso, donde lo sobrenatural o mágico es parte del mismo ambiente donde se mueven
los personajes y no es percibido como extraño u hostil. Por otra parte, es lo que convierte al
relato de terror en una de las principales variantes de lo fantástico.

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TRABAJO PRÁCTICO N° 9

1) Determinen si en cada uno de los cuentos (o en cuáles) aparece alguno de los temas
característicos del relato fantástico.
2) ¿Por qué desaparecen los gatos en el cuento “Los gatos de Ulthar”? ¿A qué se debe la ley que
promulgan después?
3) ¿Puede considerarse “La muerta” como un cuento de terror? ¿Por qué?
4) Expliquen esta frase de Morella: “Me muero, y sin embargo, viviré”
5) Según Edgar Allan Poe, no debe haber descripción, interrupción o comentario que no esté
orientado a conseguir el efecto único que el autor se propuso previamente, es decir que todo
debe estar orientado para la sorpresa final. Copien un fragmento de cada cuento en el que se
vaya anticipando al lector este efecto.
6) Producción: elijan una de estas opciones:
a) Cambien el final de Morella por una resolución realista
b) Escriban la carta de despedida de Cristina a su esposo, en “La casa de azúcar”.

TRABAJO PRÁCTICO N 11

Novela: Rosaura a las diez de Marco Denevi

Guía de lectura
1) ¿Cuántos narradores tiene la novela? ¿quiénes son?
2) Explicar las siguientes expresiones de Doña Milagros:
-“le arrastraba el ala”
-“me convertían en una celestina”

3) ¿Qué piensan las hijas de Doña Milagros de Rosaura?


4) ¿Qué piensa Doña Milagros de Camilo y Rosaura?
5) ¿Qué piensa David Reguel de Camilo?
6) ¿Cómo termina la declaración de David Reguel? ¿Qué te parece que sucedió?
7) ¿Cómo era la relación de Camilo con su padre?
8) ¿Por qué Camilo inventa una historia?
9) ¿Quién es realmente Rosaura?
10) ¿Por qué en el retrato pintado por Camilo aparece María?
11) ¿Cómo sabe Rosaura dónde vive Camilo?
12) ¿Quién mata a María?
13) ¿Cómo se descubre la verdad del crimen?
14) ¿Cuáles son las diferencias entre las primeras cartas y la carta de María?
15) Explicar el nombre de la novela
16) Realizar la noticia que hubiera aparecido en el diario al día siguiente del crimen.

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