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El amor en los tiempos de “la cólera”

Con García Marquez descubrí el realismo mágico y con él, los mundos que somos
capaces de crear los seres humanos, donde la realidad y la magia, por momentos,
no parecen tan diferentes. Los mundos son esas realidades en las que cada uno
vive y que ha sido capaz de crear, lo cual supone cierta magia, porque ese mundo
se construye con el lenguaje antes que con las manos. El poder mágico del
lenguaje, los humanos, lo podemos usar para crear pesadillas inimaginables, a
partir de nuestros irrefrenables impulsos destructivos, o por el contrario, para crear
maravillosos instantes que dan a nuestra existencia un inesperado sentido. Todo
esto gracias al lenguaje y su magia.

En el realismo mágico en el que vivimos, el amor es quizás el afecto, que en este


sentido pareciera estar a la altura. Nos hace gozar, sufrir, odiar, añorar y lastimar,
efectos tan contradictorios como intensos, componen la alquimia del amor. Estos
no son para nada nuevos, acompañan al ser humano desde que fue capaz de ir
más allá de los instintos y transformar una necesidad en un deseo. Sin embargo,
resiste al paso de la historia, transformándose, mutando, incluyendo al cuerpo de
distintas formas.

La forma que tenemos de amar en nuestra cultura actual, no se la puede


desvincular de los modos que tenemos de sufrir. Por esto mismo, el momento que
nos toca vivir, da forma, moldea y arrastra a las maneras que tenemos de vivir el
amor y todo lo que puede generar.

Ahora bien, que caracteriza nuestro presente? ¿Qué ha cambiado en nuestra


forma de amar y sufrir? Creo que la respuesta es difícil y compleja, pero hay un
rasgo que me interesa y se observa en los vínculos actuales de cualquier tipo, lo
cual me permite decir que podría ser un título de nuestro tiempo, “los tiempos de
la cólera”.

La cólera como afecto tampoco tiene nada de novedoso para los humanos, pero
se está volviendo cotidiano y frecuente a una velocidad desconcertante. Sólo
basta pensar en lo que cada uno vive día a día, en lo que lee, en lo que oye, lo que
circula en las redes sociales y podrá encontrar su cientes ejemplos, donde la
cólera acaba por ser portador de algún mensaje de odio o confrontación absoluta
con el otro. Y entiendo que la cólera, como rasgo cultural, cobra fuerza de la
insatisfacción generalizada de una sociedad que debería haber alcanzado un
bienestar impensado, en otros tiempos, pero parece encontrarse cada vez más
lejos de su ideal de felicidad.

La cólera es en de nitiva un afecto entre otros, que tocan al cuerpo, pero se


distingue por el hecho de que se produce cuando esperamos algo del otro y no
viene, encontrando allí algo que resulta insoportable. Es lo que emerge cuando lo
que el otro da, no es lo que queremos y no se puede encauzar, apaciguar, esa
insatisfacción con palabras, por lo cual termina haciéndonos sentir en un instante
de pérdida absoluta, en donde solo existe el impulso y el presente, quedando la
razón en suspenso y el otro como causante de todo mal.

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La fuente de la cólera, la insatisfacción, es inherente al ser humano, sabemos que
desemboca en el odio, el miedo, la indignación y una suerte de venganza por
cumplir. Pero resulta que la insatisfacción, al mismo tiempo, puede ser motor del
amor y del deseo. Porque el amor es posible, si se le supone al otro algo que a
nosotros nos falta. Por eso, esta forma de entender el amor, puede incluir todas
las formas de amor que los seres humanos somos capaces de inventar. Puede ser
el amor de una madre a una hija, de una pareja, de dos hermanos, de un amigo
con un amigo, con o sin sexo, etc. Puede ser un amor libre, platónico, romántico o
tóxico. Pero hablamos de amor al n, cuando encontramos a alguien que parece
tener lo que creemos necesitar. Esto a veces lo sabemos y otras lo
desconocemos, pero igualmente amamos, buscando eso que se nos perdió, que
no sabemos ni cómo, ni cuándo.

El problema viene cuando la época en la que vivimos instala la idea de que nada
debiera faltarnos. Que si te lo propones, todo lo puedes alcanzar y si no lo haces,
es porque algo no estás haciendo bien y solo tu eres culpable. Estamos
atravesados por un empuje a la satisfacción sin límites. Entonces cuando no
encontramos lo que deseamos o necesitamos, porque el otro no lo tiene o no lo
quiere dar, sufrimos. Se trata de una forma de sufrir, que no da tiempo para
pensar, para entender, para hablar, pasamos directo a la cólera.

Aún así, el amor resiste y se transforma en encuentros que soportan menos la


decepción, en relaciones que reniegan de la insatisfacción o por el contrario, en
experiencias que hacen la vida más hermosa de lo que la imaginábamos, eso
ninguna época se ha perdido del todo. El amor se vuelve efímero porque durará lo
que dure la sensación de completud, o eterno porque se está dispuesto a todo por
amor, eso tampoco ha cambiado.

El amor es una de las formas en que lo extraño se vuelve cotidiano, como sucede
en las novelas de García Marquez. El amor es quizás la única condición necesaria,
aunque no su ciente, para que la relación con el otro y con los otros no se vuelva
destructiva.

Entonces el amor, muta, cambia y se vuelve un amor que nace en Tinder o en una
plaza, un amor tradicional o un amor virtual. Y nada de esto es mejor o peor que lo
que han vivido en otras épocas, sólo son los vestidos contemporáneos con los
que esta maravillosa y trágica experiencia, se viste para la ocasión y que conviene
reconocerlos, para que cada uno pueda seguir inventando una forma de amar que
devuelva la magia a la realidad. Para no quedar atrapados en la cólera de nuestro
tiempo, tan propia de la insatisfacción.

Diego Ortega Mendive.


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