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TE AMARÉ

“Aunque yo hablara todas las lenguas del mundo, si no tengo amor, soy como una campana
que resuena o un platillo que retumba. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos
los misterios de la ciencia, aunque tuviera una fe capaz de mover montañas, si no tengo amor,
no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes a los más necesitados y entregara mi cuerpo
a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, es servicial. El amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no
procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,
no se alegra de la injusticia.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

Este texto de San Pablo a los Corintios, el más leído en las bodas, enmarca lo que
tradicionalmente entendemos por el amor en toda su amplitud y perfección.
Para los que son más románticos, hagamos un repaso por algunas de las historias de amor más
grandiosas que han dejado huella durante generaciones: Cleopatra y Marco Antonio, Romeo y
Julieta, Dante y Beatriz, la historia de amor que enmarcó el hundimiento del Titanic y que
tantos kleenex nos hizo sacar, Escarlata O ‘Hara y Rhett Butler, …
En todas y cada una de estas historias y en alguna más que sin duda pasa por nuestra mente, el
amor se escribe con mayúsculas. Un amor que arrasa el corazón de sus protagonistas con la
fuerza de un ciclón, que supera todas las dificultades y que permanece intacto en pasión y
hechizo hasta el final.

Es ese tipo de amor perfecto y desinteresado el que sueñan encontrar muchas personas,
porque sabemos que está ahí, en alguna parte. Tiene que estar ahí, y siempre, en el fondo de
nuestro corazón, vivimos esperando a que algún día aparezca.

Pero, ¿realmente el amor es así?

¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta de que quizás la relación de pareja que tenemos no se
asienta sobre la base de ese amor tan maravilloso?
¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta de que esas mariposas, ese instante en que yo le miro,
él me mira y suena una increíble banda sonora, no sucede?
¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta de que los problemas del día a día, la rutina, el paso del
tiempo, van haciendo mella en la pasión que un día nos hizo temblar?

Seamos prácticos: investigaciones al respecto han puesto de manifiesto que en el


enamoramiento intervienen neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la oxitocina
o la vasopresina. Es por tanto el cerebro y no el corazón lo que hace que esa emoción y todo lo
que de ella se deriva (apego, sistema de recompensa, deseo sexual) nos embriague cual
perfume de Chanel.
Si pensáis que me acabo de cargar todo el germen de las maravillosas historias como Cumbres
Borrascosas, Orgullo y Prejuicio o Cyrano de Bergerac, puede que estéis en lo cierto, y para
poner en solfa aún más todavía mi posible romanticismo, os haré unas cuantas reflexiones:

¿Tengo que compartir con mi pareja absolutamente todo lo que hago, pienso o necesito?
¿El mayor apoyo y la mayor comprensión los obtengo de mi pareja?
¿Mi felicidad depende de que mi relación de pareja esté bien?
¿Tengo que pensar en mi pareja más que en mí?
¿Si mi pareja no me atiende como yo espero es que no me quiere?
Quizás, para poder contestar a todas estas preguntas, ayudaría tener algunas pistas que, sobre
el tema puede ofrecer la psicología.
Sternberg propuso que en el amor intervienen tres componentes básicos: intimidad, pasión y
compromiso.

La intimidad es aquel sentimiento que promueve el acercamiento entre dos personas. Es el


deseo de causar el bienestar del otro, el respeto, la necesidad de contar con el otro y el
entendimiento mutuo.

La pasión es la expresión de deseos y necesidades como la autoestima, la entrega, la sumisión


y la satisfacción sexual.

Por último, el compromiso es el grado según el cual una persona está dispuesta a implicarse
en la relación. Consta de dos componentes, uno a corto plazo, es decir, la decisión de amar a la
otra persona, y otro a largo plazo cual es la decisión de mantener ese amor.

Estos tres componentes pueden dar lugar a diversos tipos de amor. Vamos a verlos de uno en
uno:

1. Sin amor: este podría ser el primer paso, donde aún no existe ni intimidad, ni pasión ni
compromiso.
2. Cariño: se podría definir la amistad verdadera como un amor con cariño, donde hay
intimidad, pero no hay pasión ni un compromiso vital.
3. Amor apasionado: es el típico flechazo, muchísima pasión, pero vacío de los demás
elementos.
4. Amor vacío: tenemos un compromiso, pero sin intimidad ni pasión. Podríamos
catalogar en este tipo de relaciones aquellas formadas por pura conveniencia.
5. Amor romántico: es el amor perfecto, idílico y maravilloso que sueñan muchos. En
este tipo de amor priman la intimidad y la pasión, pero falla el compromiso.
6. Amor fatuo: existe un compromiso motivado por una pasión desenfrenada, pero no
hay suficiente intimidad. Las bodas rápidas o los compromisos formados
impulsivamente serían un ejemplo de amor fatuo.
7. Amor consumado: es el amor completo, el amor que San Pablo describía a su
comunidad de Corinto. El amor donde nos mostramos al otro tal y como somos, sin
disimular nuestros defectos, donde nos entregamos de manera completa y
vehemente, y donde mantenemos la decisión de amar a esa otra persona a pesar del
paso del tiempo, de las cosas que no nos gustan, de los malos momentos y de las
posibles “tentaciones”.

Amar no es fácil, si lo que se pretende es ofrecer un amor de calidad a la otra persona. Es


complicado conservar la voluntad de amar sobre todo si nos han herido. En cualquier relación
humana, son inevitables las discusiones, los roces y malentendidos, los distanciamientos y las
dudas. Pero si consideramos que la persona que está a nuestro lado merece la pena y nos
complementa a pesar de todas esas dificultades, el trabajo diario de cuidar y proteger ese
amor es transcendental.
No se puede vivir la vida sin amor. Somos seres con una naturaleza y una biología hecha para
amar y ser amados. Así que, ¿por qué no hacerlo bien?
Y, en cualquier caso, cuando a pesar de poner todo de nuestra parte, las cosas no salen como
esperamos, no dejemos nunca de amar, porque como dijera hace tiempo Oscar Wilde:

“EL MISTERIO DEL AMOR ES MAYOR QUE EL MISTERIO DE LA MUERTE”

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