Está en la página 1de 426

Ciencias Sociales

Georg SimmeJ
Sociología, 1
Estudios sobre las formas
de socialización A lia n z a U niversidad

BH3U0T1
J l ras u n p eríod o de rC afivo Je
;mtc?éd hacia <& ob ra , los desarrollos más recientes de la s o c io lo ¿ ;a
han d e /u e lto a G E O R G SIM M E l . ( í 858-! 918) 1 piem iiiente lugn.r
que le corresponde en el ám bito d e la disciplina. Publicada en 1908 ;;
traducida en 1977 al castellano por Revista tic O ccidente, su
S O C IO L O G IA apunta hacia el a m b icioso ob jetivo de c o r ic rir aí
(con cepto vacilante» de esc área <k con ocim ien tos «u n co n tenido
iiiequ ivoco, regido p o r un pensam iento seguro y »m etódico» Sirnrjel
♦enía píen i conciencia de que el carácter de ciencia n u e v i de i.i
soeiologtü exigía esa fundam entacíon básica que hiciera ¡rd ise jtiH e
.a legitimidad de* sus problem as: {jorque si la lincá que .raza c)
investigador entre los fenóm enos «n o encuentra fórmula propia cu
r nguna provincia, de reconocidas disciplinas cien! i ticas», entonces
ocurrirá que «su lugar en el sistema de las ciencia?. !a dis us'ón de
sus m étod os y dt sus posibles fru tos constituye un problem a iude-
p en d -.«u c». Pura lograr ese p rop osito, esiO¿ E ST U D IO S S O P R L
LA S F O R M *í> D E S O C IA L IZ A C IO N -s u b tit u lo de H c b -a .
publicada en lo? volúm enes p<'r r a /o ies editonale?— rc-Tz-an m
am plio y m in ucioso análisis sobre las cuestiones, tanto abstráete.»
c o m o p. i oculares, que se plantean a lo largo de diez c p í l a l o s : ci
problema de la sociolog ía ; la cantidad en ios grupos spepíesy la
su bordinación: ia lucha: ci secreto y ’ a sociedad secreta; el c mee de
los círculos sociales; el pobre; la aut-acondenacior. de 'tos grupos
sociales, c> espacio y la sociedad: la. am pliación de los grupos v la
form ación de la indiv-dualidad.

A lia n z a E d itorial

C u b ie rta D a n iel G ¡
f^ULÜftîE II ClùUCliS SOClftlS E ElWfô
biblioteca

U N L C SH FaculijWe te Ciëncfas Sortais ?


Hunanas
A• •*« Sarna ?â-L
S o c io lo g ia I
K stu d io s s o b r e las fo r m a s
d e s o c ia liz a c ió n
t h & ° 1 /á
G e o r gO Si mm el

Sociología 1
E studios sobre las form as
de socialización

Alianza
Editorial
•lit«-!.. . . . y . i l l : ,'ví»í'ixí<ii¡ií l , ’i i : c n W ’vr.-¿t/¡ u ! n ' lú e f -o r m v » ih -’ V< . - ; s, ,¡ /9Cijí

ï ' « « ’. « s de <X.\-idciiu-. S . A . . M i d i -0 . ¡'»77


■C E d . « m . : A ! ¡a n ¿ i Li«Jiiœ :a l. S A , M a d r id . I*W>
C a lie M it á n . JS ; A-lei . 7 « ) u .i a ï . 7SCH.Ì M a d i i d
IS B N : 8 Î-2 0 6 -2 W .Î-U H K M
IS B N : .S A O W t-^ 'y .M !»
Oep.->-ii!o leÿai MJS.429 .••WS
Fcí<X-om|>J>ídOti h H \
l.uprtrvo en G : a lic a i R o l w . S A
P r i m a l in Spa in
IN D IC E

P r ó lo g o .................................................................................................................................................. 9

C a p ítu lo i . E l p rob lem a d e U s o c i o l o g í a ......................................................................... 11

C a p itu lo 2 . L a cantidad en l o s g ru p os s o cia le s ........................................................... 57

C a p ítu lo 3. L a s u b o r d in a c ió n ............................................ • 147

C a p ítu lo 4. La lu ch a ................................................................................................................... 265

C a p itu lo 5. E l secreto y la s o cie d a d secreta ....................................................................... 357


PROLOGO

Cuando una investigación se produce en consonancia con


los fines y m étodos reconocidos de una ciencia ya existente,
encuentra por s i mism a e l lugar que le corresponde, sin nece­
sidad de que e l investigador fundam ente su propósito, bastán­
dole, desde luego, con partir de lo ya adm itido. P ero s i la inves­
tigación carece de ese nexo, que haría in discu tible la legitim idad
de sus problem as; s i la línea que traza por entre los fenóm enos
no encuentra fórm ula propia en ninguna provincia de recono­
cidas disciplinas científicas, entonces, evidentem ente, su lugar
en e l sistem a de las ciencias, la discusión de sus m étodos y de
sus p osibles fru tos constituye un problema nuevo e indepen­
diente, cuya solución no cabe en un prólogo y ocupa la primera
parte de la investigación misma.
En esta situación se halla e l ensayo presente que quiere
dar al concepto vacilante de la Sociología un contenido in eq uí­
voco, regido por «unr> pensam iento seguro y metódico. L o único
que, por tanto, rogamos al lector, en e l proem io de este libro,
es que tenga siem pre presente la posición d el problem a, tal
com o se explica en la prim era parte. D e otro modo, estas pági­
nas podrían darle la im presión de una masa inconexa, com ­
puesta de hechos y reflexiones, sin relación en tre si.
9
Capitulo 1
EL PROBLEMA D E LA SO C IO LO G IA

I es cierto que el conocim iento h um an o se h a desarrollad o


S partiendo de necesidades prácticas, porque el conocer la
verdad es un arm a en la lucha por la existencia, ta n to frente
a la n a tu ra le za extrah u m an a, com o en la concurrencia de lo s
h om bres entre sí, hace y a m ucho tiem po que dicho con oci­
m iento no está ligado a ta l procedencia y h a dejado de ser u n
sim ple m edio para los fines de la acción, trocándose en fin ú l­
tim o. E sto no obstante, el conocim iento no h a roto tod as las
relaciones con los intereses de la práctica, ni a u n en la form a
au tón om a de la ciencia, aun qu e ah o ra estos intereses no ap a­
recen y a como m eros resultados de la práctica, sin o como
acciones m utuas de dos esferas independientes. P u e s no sólo
en la técnica se ofrece el conocim iento científico p ara la r e a li­
zación de los fines exteriores de la volun tad, sin o que tam bién
en las situacion es prácticas, tan to internas como externas, s u r ­
ge la necesidad de una com prensión teórica. A veces aparecen
nuevas direcciones del pensam iento, cuyo carácter abstracto
no hace más que reflejar en los problem as y form as intelec­
tuales los intereses de nuevos sentim ientos y volicion es. A s í
las exigencias que suele fo rm u la r la ciencia de la S o cio lo g ía n o
son sin o la. p ro lo n gación y el reflejo teóricos del poder prác­
tico que h an a lcan zad o en el siglo xix las m asas frente a los
intereses del in d ivid u o . M odernam ente, las clases inferiores

11
12 S ociología

Kan dado la sensación de m a y o r im p o rtan cia y despertado m a­


y o r atención en las clases superiores; y si este KecKo se Lasa
ju sta m en te sobre el concepto de «sociedad», es porque la d is­
ta n c ia social entre u n o s y otros Kace que los interiores a p arez­
can a los superiores no como in divid uos, sin o como u n a m asa
u n ifo rm e , y que no se vea otra conexión esencial entre am bos
que la de form ar ju n to s «una sociedad». D esde el m om ento
en que — a consecuencia de la s relaciones prácticas de p o d er­
la s clases, c u y a eficacia consiste, no en la im p ortan cia visible
de los in d iv id u o s, sin o en su n a tu ra le za «social», atrajeron
sobre sí la conscien cia in telectu al, el pensam iento ecKó de ver
que, en ¿enera!, toda existencia in d iv id u a l está determ inada
por in n u m era b les in flu en cia s del am biente b u m an o. Y este
p en sam ien to adq uirió, por decirlo así, fu erza retroactiva. A l
lad o de la sociedad presente, la sociedad pasada se ofreció
com o la su sta n cia que engendra las existencias in divid uales,
no de otra suerte que el m ar engendra las olas. P areció, pues,
descubierto, el suelo nutricio, por cu yas energías resultaban
exp licab les la s form as p articu lares de los individuos. E sta
dirección del pensam iento se veía ap o yad a por el rela tivis­
mo m oderno, por la tendencia a descom poner en acciones
recíprocas lo in d iv id u a l y sustan cial. E »1 in d ivid u o era sólo
el lu g a r en que se a n u d ab an h ilo s sociales y la p erson ali­
dad no era m ás que la fo rm a p a rticu la r en que esto acon te­
cía. A d q u irid a la consciencia de que toda activid ad h u m an a
tran scu rre dentro de la sociedad, sin que nadie pueda s u s­
traerse a su in flu jo , todo lo que no fuera ciencia de la n a tu ra ­
le za exterio r ten ía que ser ciencia de la sociedad. S u rg ió ésta,
pues, com o el a m p lio cam po en que concurrieron la E tic a y la
H isto ria de la cultura, la E co n o m ía y la C ie n cia de la reli­
g ió n , la E sté tica y la D em o g ra fía , la P o lític a y la E tn o lo g ía ,
y a que los objetos de estas ciencias se rea liza b a n en el m arco
de la sociedad. L a ciencia del h om bre h ab ía de ser la ciencia de
la sociedad.
A esta concepción de la S o c io lo g ía , com o ciencia de
todo lo h u m an o , co n trib u yó su carácter de ciencia n u eva.
P o r ser n u eva adscribiéronse a ella todos los problem as que
eran d ifíciles de colocar en otra discip lin a; a la m an era como
las com arcas recién descubiertas aparecen cu al E ld o ra d o s para
F.l problem a d e la so cio lo g ía 13

todos los sin patria, p ara todos los desarraigados, pues la in de­
term inación e in d efen sió n de las fronteras, in evitab le en ios
p rim eros tiem pos, a u to riza a todo el m u n d o a establecerse
allí. P ero bien m irado, el h echo de m ezclar p ro blem as a n ti­
guos n o es descubrir u n n u evo territorio del saber. L o que
ocurrió fue, sim plem ente, que se echaron en u n g ra n puchero
todas la s ciencias h istóricas, psicológicas, n o rm ativ as, y se le
puso a l recipiente u na etiqueta que decía: S o cio lo g ía . E n rea ­
lidad, sólo se h ab ía gan ad o un nom bre nuevo; pero lo desig­
nado p or este nom bre o estaba y a determ inado en su con ten i­
do y relaciones o se p ro d u jo dentro de las p ro vin cias conocí- ^
das de la in vestigación . S i el h echo de que el p en sam ien to y
la acción h u m an o s se re a liza n en la sociedad y son determ i­
nados por ella, h a de convertir la S o cio lo g ía en u n a ciencia
que los abrace íntegros; <por qué no considerar asim ism o la
Q u ím ica , la B o tá n ica y la A s tro n o m ía com o cap ítu los de la
P sicología, y a que sus objetos, en ú ltim o térm in o, sólo ad ­
quieren realidad en la conciencia h u m a n a y están som etidos
a sus condiciones?
E l error se fu n d a en u n hecho m al interpretado, sin du d a,
pero m uy im portante. E l reconocim iento de que el hom bre
está determ inado, en tocio su ser y en todas sus m an ifestacio ­
nes por la circun stan cia de v iv ir en acción recíproca con otros
hom bres, h a de traer desde luego u n a nu eva m anera de co n si­
derar el problem a en las lla m a d a s ciencias del espíritu. H o y ya
no es p osible exp licar por m edio dei in d ivid u o , de su entendi­
miento y de sus intereses, los h echos históricos (en el sen tido
m ás am p lio de la palab ra), los contenidos de la cu ltu ra, las
form as de la ciencia, las n orm as de la m oralidad; y si esta ex­
plicación no basta, recurrir en seguida a causas m etafísicas o
m ágicas. P o r lo que toca al lenguaje, verbigracia, y a no esta­
m os ante la altern a tiva o de creer que ba sido in ven tado por
in d ivid u o s geniales, o de creer que ba sido dado por D io s al
hom bre. E n la religió n y a no cabe p lan tear el dilem a entre la
inven ción de astu tos sacerdotes y la inm ediata revelación, etc.
H o y creemos com prender los fenóm enos h istóricos por las
acciones recíprocas y co n ju n tas de los in d ivid u o s, por la sum a
y sub lim ació n de in co n tab les contribuciones in d iv id u a les, por
la encarnación de las en ergías sociales en entidades que están
14 S ociología

m ás a llá del in d ivid u o y que se d esarro llan por encim a de él.


P o r consiguiente, en su relación con las ciencias k o y existen ­
tes, la S o cio lo g ía es un n u evo m étodo, un a u x ilia r de la inves-
tigaci<5ñ~paH~lIegar« p o r n u e va s v ía s, a l o s fenóm en os que se
dan en aquellos cam pos del saber. P ero este p apel que des­
em peña la S o cio lo gía no es esencialm ente distinto del que des­
em peñó la inducción cuando en su día penetró como u n n u e­
vo p rin cip io de in vestigación en tod as las ciencias posibles, se
aclim ató en ellas y les ayu d ó a encontrar n u evas soluciones
para los problem as plantead os. P ero así com o la inducción no
con stituye u n a ciencia p articular, y m enos u n a que lo abarque
iodo, tam poco, por la s m ism as razon es, la S ocio logía. P o r
cuanto se fu n d a en la idea de que el hom bre debe ser com pren­
dido com o ser social, y en que la sociedad es la base de todo
acontecer histórico, no contiene la S o cio lo g ía ningú n objeto
que no esté tratado ya en las ciencias existentes, sino que es
sólo u n nuevo cam ino p ara tod as ellas, un m étodo científico
que, justam en te por ser ap licab le a la to ta lid ad de los proble­
m as, no con stitu ye u n a ciencia por sí.
<Pcro cu ál puede ser el objeto propio y nuevo cu ya in ves­
tigación h ag a de la S o cio lo gía u n a cien cia independiente con
lim ites determ inados? E-s evidente que, p ara que quede legiti­
m ada com o u n a n u eva ciencia, no hace falta descubrir un
objeto cuya existencia sea h asta a b o ra desconocida. T o d o lo
que designam os en general como objeto es un com plejo de
determ inaciones y relaciones, cada u na de las cuales, si se des­
cubre en u n a p lu ralid a d de objetos, puede convertirse a su vez
en objeto de u na llu eva ciencia. T o d a ciencia se fu n d a en u n a
abstracción, p o r cuanto considera en uno de sus aspectos y
desde el punto de vista de u n concepto, en cada caso, diferente,
la to talid ad de u n a cosa, que no puede ser abarcada por n in -
_ g u n a ciencia. A m e la to ta lid ad de la cosa y de las cosas, crece
cada ciencia por d ivisió n de a q u e lla to talid ad en diversas cu a ­
lid ad es y funciones, u n a vez que se h a h alla d o el concepto que
j1 sep ara estas ú ltim as, y perm ite com probar m etódicam ente su
presencia en las cosas reales. A s í, por ejem plo, los hechos lin ­
gü ísticos que a h o ra se com prenden com o el m aterial de la lin ­
gü ística com parada, e x istía n de an tigu o en fenóm enos som eti­
dos a estudio científico; pero la ciencia especial de la lin gü ística
Kl problema Je Id Sociología 13

com parada surgió a l descubrirse el concepto merced a l cual


aqu ellos fenóm enos, antes separados, se reu n ieron en u n id ad
y aparecieron regulados p o r leyes particulares.
D e l m ism o m odo, la S o cio lo g ía p^pdría con stitu ir u na
ciencia p articular, b a ila n d o su objeto u n a n u eva lín e a trazad a
a través de kecb o s que, com o tales, son perfectam ente conoci­
dos; sólo que, sin haberles sido b a sta entonces aplicad o el con­
cepto que descubre el aspecto de estos becbos correspondiente
a aq u ella lín ea, haciénd ole con stituir u n a u n id ad m etódica y
científica com ún a todos. F ren te a los becbos de la sociedad
histórica, ta n com plicados y que no se reúnen b ajo u n solo
pun to de vista científico, los conceptos de política, econom ía,
cultura, etc., producen series de conocim ientos de este género,
bien lig a n d o en cursos históricos singulares u n a parte de
aquellos becbos y ap artan d o los otros o no dejándoles m ás
que u n a colaboración accidental, bien dando a conocer a gru ­
paciones de elem entos que, independientem ente del aq u í y del
ah o ra in d ivid u ales, encierran u n a conexión necesaria, no s u ­
jeta a l tiem po. S i pues ha de existir u n a S o c io lo g ía com o cien­
cia p articular, será necesario que el concepto de sociedad como
tal, por encim a de la a gru p ació n exterior de esos fenóm enos,
som eta los b ecbos sociales históricos a u n a n u eva abstracción
y ordenam iento, de m anera que se reconozcan como connexas
y form ando p o r consigu iente parte de u n a ciencia, ciertas n o ­
tas que b a sta entonces sólo h a n sido observadas en otras
y va rias relaciones.
E ste p u n to de v ista surge m ediante u n a n á lisis del con­
cepto de sociedad, que se caracteriza por la distinción entre
form á y contenido de la sociedad — teniendo presente que esto
en realidad no es m ás que u n a m etáfora p ara designar a p ro x i­
m adam ente la oposición de los elem entos que se desea separar;
esta oposición h abrá de entenderse en su sentido peculiar, sin
dejarse lleva r p o r la sign ificació n que tienen en otros aspectos
tales designaciones p rovision ales. P ara llegar a este objetivo,
parto de la m ás a m p lia concepción im ag in ab le de la sociedad,
procurando evitar en lo posib le la contienda de las definicio­
nes. L a sociedad existe a llí donde vario s in divid uos en tran en
acción recíproca. E sta acción recíproca se produce siem pre por
determ inados in stin to s o para determ inados fines. In stin tos
Ib S ociologia

eróticos, religiosos o sim plem ente sociales, fines de defensa o


de ataque, de juego o adquisición, de a y u d a o enseñ an za, e in ­
fin ito s otros, Kacen que el hom bre se p o n g a en convivencia,
en acción co n ju n ta, en correlación de circun stan cias con otros
hom bres; es decir, que ejerza in flu en cias sobre ellos y a su vez
las reciba de ellos. L a existen cia de estas acciones recíprocas
sign ifica que los portadores in d i vid u ales d e a q u élIo T m stin to s
\Tfmes, que lo s m ovieron a unirse, se k a n convertido en u n a
unidad, en u n a «sociedad». P u e s u n id a d en sentido em pírico
no es m ás que acción recíproca de elem entos: un cuerpo o rgá­
nico es u n a u nidad, porque sus órgano s se encuentran en u n
cam bio m utuo de energías, m ucko m ás ín tim o que con n in ­
g ú n ser exterior; un lis ta d o es u n a u n id a d porque entre sus
ciudadanos existe la correspondiente relación de acciones m u ­
tuas; m ás aún . no p odríam os -llam ar uno a l m undo, si cada
parte no in flu yese de a lg ú n m odo sobre las demás, si en a l­
gú n punto se interrum piese (a reciprocidad de las influencias.
A q u e lla u nidad o so cia liza ció n puede tener diversos gra­
dos, según la clase e in tim id ad que tenga la acción recíproca;
desde la u n ió n efím era para dar un paseo, b asta la fam ilia;
desde las relaciones «a plazo», b a sta la pertenencia a un E s ­
tado; desde la convivencia fu g itiv a en u n h otel, b a sta la u n ió n
estrecha que sign ificab an los grem ios m edievales. A h o r a bien:
yo lla m o contenido m ateria de la so cialización , a cuanto
exista en los in d ivid u o s (portadores concretos e inm ediatos de
toda realidad histórica), capaz de origin ar la acción sobre
otros o la recepción de sus influencias; llám ese in stin to, in te­
rés, fin , in clin ación , estado o m ovim iento p síquico. E n sí
m ism as estas m aterias con que se llen a la vida, estas m oti­
vaciones no son to d avía un algo so cial. N i el ham bre ni el
am or, ni el trabajo n i la religiosidad, n i la técnica n i la s fu n ­
ciones y obras de la in teligen cia co n stitu yen to d avía so cia li­
za ció n cuando se dan inm ediatam ente y en su p ureza. L a so­
cia liza ció n só lo se presenta cuando la coexistencia aislad a de
los in d ivid u o s adopta form as determ inadas de cooperación y
colaboración que caen b ajo el concepto general de la acción
recíproca. P o r consiguiente, la so cia liza ció n es la form a, de
diversas m aneras realizad a, en la que los in d ivid u os, sobre la
base de los intereses sensuales o ideales, m om entáneos o du ­
t i problem a de la sociología 17

raderos, conscientes o inconscientes, que im p u lsan cau salm en ­


te o indu cen teleológicam ente, co n stitu y en u n a u n id a d dentro
de la cu al se realizan aqu ellos intereses.
E n todo fenóm en o so cial, el contenido y la form a so cia ­
les con stituyen u n a realidad u n itaria . L a form a so cia l no p u e­
de a lc a n z a r u n a existen cia si se la desliga de todo contenido;
del m ism o m odo que la fo rm a espacial no puede su b sistir sin
u n a m ateria de la que sea form a. T a le s son justam en te ios
elem entos (in sep arab les en la realidad) de todo ser y acon te­
cer sociales: u n interés, u n fin , u n m otivo y u n a form a o m a-
n era de acción recíproca entre los in d ivid u o s, p o r la cu a l o en
cuya figura a lcan za aqu el contenido realidad social.
A h o r a bien; lo que hace que la «sociedad», en cualqu iera
de los sentidos de la palab ra, sea sociedad, son evidentem ente
la s diversas clases de acción recíproca a que hem os alu dido.
U n grupo de hom bres no fo rm a sociedad porque exista en
cada u no de ellos por separado u n contenido v ita l o b jetiva ­
m ente determ inado o que le m ueva in divid ualm en te. S ó lo
cuan do la vida de estos conten idos adquiere l a foxm ft del in ­
flu jo m utu o, só lo cuantío se produce u n a a cció n de tinos
bre otros — in m ediatam en te o p o r medio de u n tercero — , es
cuando la nu eva coexisten cia espacial, o tam bién la sucesión
en el tiem po, de los hom bres, se h a convertido en u n a socie­
dad. S i, pues, h a deTtaber u n a ciencia cu yo objeto sea la so­
ciedad y sólo e lla , ú n icam en te podrá proponerse como fin
de su in vestigació n estas acciones recíprocas, estas m an eras y
form as de so cia liza ció n . T o d o lo dem ás que se encuentra en
el seno de la «sociedad», todo lo que se realiza por ella y en
su m arco, no es sociedad, sin o sim plem ente u n contenido que
se adap ta a esta fo rm a de coexistencia o a l que ésta se adapta,
y que sólo ju n to con ella ofrece la figura real, la «sociedad»,
«n el sentido am p lio y u su a l. S ep a rá r por la abstracción estos
dos elem entos, u n id o s inseparablem ente en la realidad; siste­
m atizar y som eter a u n punto de v ista m etódico, u n itario , las
form as de acción recíproca o de socializació n , m entalm ente
escindidas de los conten idos que sólo merced a ellas se hacen
sociales, me parece la ú n ica p osib ilid ad de fu n d a r u na ciencia
especial de la sociedad, tín ic a m e n te merced a ella, aparecerían
realm ente p royectados en el p lano de lo m eram ente social,
IX S ociología

los hechos que designam os con el nom bre de realidad so cia l-


h istórica.
A u n q u e sem ejantes abstracciones — la s ú n icas que per­
m iten extraer ciencia de la com plejidad y aun de la u n id a d de
Jo real — h a y a n surgido de las necesidades interiores del co­
n ocim ien to , h a de haber para ellas a lg u n a legitim ación en la
propia estructura del objeto. P u es só lo en la existencia de a l­
guna relació n fu n c io n a l con los hechos puede h allarse g a ra n ­
tía contra u n problem atism o estéril, contra el carácter acci­
dental de la conceptuación científica. S i y erra el n atu ralism o
in g en u o , creyendo que lo dado en la realidad contiene los
prin cip io s de ordenación, a n a lítico s y sintéticos, merced a ios
cuales puede esa realidad dada ser contenido de ciencia, es
cierto, sin em bargo, que las notas efectivas de la realidad son
m ás o m enos flexibles y se acom odan m ás o m enos a aqu ellas
ordenaciones; com o, por ejem plo, u n retrato transform a fu n ­
dam entalm ente la figura n a tu ra l h u m an a, y, sin em bargo, h ay
figuras que se acom odan m ejor que otras a esta tran sform a­
ción radical. C o n arreglo a este criterio puede, pues, definirse el
m ejor o peor derecho a la existencia, que ostentan los proble­
m as y m étodos científicos. E l derecho a som eter a un a n á lisis
de form as y contenidos (llevan d o las prim eras a u n a sín tesis)
los fenóm en os h istórico -sociales, descansa en dos condiciones
que sólo en los hechos pueden ser com probadas. P o r u n a parte
es preciso que u n a m ism a form a de so cialización se presente
con contenidos to talm en te distintos, para fin es com pletam ente
diversos: y p o r otra parte, es necesario que los m ism os intereses
ap arezcan realizad os en diversas fo rm as de socialización ; del
m ism o m odo que u n as m ism as form as geom étricas se encuen­
tra n en la s más diversas m aterias, y u n as m ism as m aterias en
la s m ás distin tas form as espaciales (lo que tam bién sucede
con la s form as lógicas respecto a los contenidos m ateriales del
conocim iento).
A h o r a bien, am bas cosas son de hecho innegables. E n ­
contram os las m ism as relaciones form ales de u n o s in d ivid u os
con otros, en gru p os sociales que p o r sus fines y por toda su
sign ificació n son lo m ás diversos que cabe im agin ar. Su b ord i­
n ación , com petencia, im itación , d ivisió n del trabajo, p artid is­
mo, representación, coexistencia de la u n ió n hacia adentro y
F.l problem a d e la sociología IV

la exclu sión hacía afu era, e in fin itas form as sem ejantes se
encuentran, así en u na sociedad política, como en u n a com u­
n idad religiosa; en u na banda de conspiradores, com o en u n a
cooperativa económ ica; en una escuela de arte, com o en u na
fa m ilia . P o r va riad o s que sean los intereses que lleva n a esas
socializacion es, la s form as en que se presentan pueden ser las
m ism as. P o r otra parte, un m ism o interés puede m ostrarse en
socializacion es de form as diversas, E l interés económ ico, por
ejem plo, lo m ism o se realiza por la concurrencia que por la
organ izació n de los productores con arreglo a u n plan; unas
veces por separación de grupos económ icos, otras, por an exión
a ellos. L o s contenidos religiosos, perm aneciendo idénticos,
adoptan unas veces u na form a liberal, otras, u na form a cen­
tralizad a. L o s intereses basados en las relaciones sexuales se
satisfacen en la p lu ra lid a d casi in calcu lable de las form as fa ­
m iliares. E l interés pedagógico ta n pronto da lu g a r a u na
relación lib eral del m aestro con el d iscíp u lo, como a u n a fo r­
m a despótica; u n a s veces produce acciones recíprocas in d iv i­
d u alistas entre el m aestro y los distintos discípulos, y otras
establece relaciones m ás colectivas entre el m aestro y la tota­
lidad de los d iscíp u lo s. A s í, pues, de la m ism a m anera que
puede ser ú n ica la form a en que se realizan los m ás divergen­
tes contenidos, puede perm anecer ú n ica la m ateria, m ientras
la convivencia de lo iT in d ivid u o s en que se presenta se ofrece
en una gran diversidad de form as. D e donde resulta que si
bien en la realidad la m ateria y form a de los hechos constitu­
yen una insep arable u n id ad de la vida social, puede extraerse
de ellos esa legitim ación del problem a sociológico que recla­
ma la determ inación, ordenación sistem ática, fun d am en tación
psicológica y evo lu ció n h istórica de la s puras form as de so­
cializació n .
E ste problem a es opuesto totalm ente al procedim iento
por el cual se h a n creado las diversas ciencias sociales exis­
tentes. E n efecto, la d ivisió n del trabajo entre ellas está ab so­
lutam en te determ inada por la diversidad de contenido. T a n to
la econom ía política, como el sistem a de las o rgan izacion es
eclesiásticas, tanto la h isto ria de la enseñ an za como la de las
costum bres, tanto la política como las teorías de la vida se­
xual, etc., se h an distribu ido entre sí de tal m odo el cam po de
20 S ociologia

los fen óm en os sociales, que tin a S o c io lo g ía que pretendiese


a b arcarlo s en su to talid ad no sería m ás que u n a sum a de
a q u ella s ciencias. M ien tras las lín eas que trazam os a través
de la realidad h istórica, p ara d istrib u irla en cam pos de in ves­
tig a ció n distintos, u n a n tan só lo aquellos pun tos en que ap a­
recen los m ism os intereses, no h ab rá lu g a r en esa realidad
p ara u n a S o c io lo g ía independiente. L o que se .necesita es una
línea que, cru zando todas la s anteriorm ente tra za d as, aislé
el h echo p u ro de la so cia liza ció n , que se presenta con di­
versas figuras en relación con los m ás divergentes contenidos
y form e con él un cam po especial. D e este m odo la S o cio ­
lo g ía se h ará u n a ciencia independiente, en el m ism o sentido
— sa lv a n d o las diferencias patentes de m étodos y resu lta­
d o s — en que lo ha lo grado la teoría del conocim iento, ab stra­
yen do de la p lu ralid ad de los conocim ientos sin gulares las
categorías o fun cion es del conocim iento com o ta l. L a S o c io ­
logía pertenece a aquel tipo de ciencias cu y a independencia
no d im an a de que su objeto esté com prendido ju n to con otros
b ajo un concepto m ás am p lio (com o F ilo lo g ía clásica y ger­
m án ica, com o O p tica y A cú stica ), sin o de considerar desde u n
p u n to de v ista especial el cam po to tal de los objetos. L o que
l a d iferen cia de~las dem ás ciencias h istó rico -sociales no es,
p ues, su objeto, sino el m odo de considerarlo, la abstracción
p a rticu la r que en e lla se lleva a cabo.
Ed concepto de sociedad tiene dos sign ificacion es, que
deben m antenerse estrictam ente sej>aradas ante la considera­
ción cien tífica. P o r un lad o, sociedad es el com p lejo de in d i­
vid u os socia liz a d o s, el m ateria l h u m a n o socialm ente confor­
m ad o, que con stituye toda la realidad h istórica. P ero de otra
parte, «sociedad» es tam bién la su m a de aqu ellas form as de
rela ció n p o r m edio de las cuales surge de los in d ivid u os ía
sociedad en su prim er sentido. A n á lo g a m e n te se designa con
el nom bre de «esfera», de u n lado u na m ateria conform ada de
cierto m odo, pero ta m b ién , en sentido m atem ático, la mera
figura o form a, merced a la cual resulta, de la sim ple m ateria
in form e, la esfera en el prim er sentido. C u a n d o se trata de
ciencias sociales en aqu el prim er sentido, su objeto es Lodo lo
que acontece en la sociedad y por ella. L a ciencia social, en el
segundo sentido, tiene por objeto las fuerzas, relaciones y f o r -
Ei problem a ele la sociolog ía 21

m as, por m edio de las cuales los hom bres se so c ia liz a n y que
por tanto co n stitu yen la «sociedad» sensu strictissim o; lo cual
no se desvirtúa p o r la circu n stan cia de que el contenido de la
socialización , la s m odificaciones especiales de su fin e interés
m aterial, decidan a m enudo, o siem pre, sobre su conform ación .
Sería totalm ente errónea la objeción que afirm ase que todas
estas form as (jera rq u ía s y corporaciones, concurrencias y fo r ­
m as m atrim o n iales, am istades y u sos sociales, gobierno de
uno o de m uch os), no son sino acontecim ientos producidos
en sociedades y a existentes, porque si no existiese de a n te­
m ano una sociedad, fa lta ría el supuesto y la ocasión p ara que
surgiesen esas form as. ILsta creencia dim an a de que, en todas
las sociedades que conocem os, actúan u n gran nú m ero de tales
form as de relación , esto es, de so cialización . A u n q u e sólo que­
dase u n a de ellas, tendríam os aún «sociedad», de m an era que
todas ellas puede parecer agregadas a u n a sociedad y a term i­
nada, o n acidas en su seno. P ero si im agin am os desapareci­
das todas estas form as sin gulares, y a no queda sociedad n in ­
guna. S ó lo cuand o a ctú a n esas relaciones m utuas, p roducidas
por ciertos m otivos e intereses, surge la sociedad. P o r co n si­
guiente, aunque la h isto ria y leyes d é la s organ izacion es to ta ­
les, así su rgid as, son cosa de la ciencia so cia l en sen tido
am plio, sin em bargo, teniendo en cuenta que ésta se h a escin ­
dido ya en las cien cias sociales particulares, cabe u na S o cio ­
logía en sentido estricto, con un problem a especial, el p roble­
ma de las form as ab straídas, que m ás que determ inar la
socializació n , la co n stitu y en propiam ente.
P o r tanto, la sociedad, en el sentido en que puede tom arla
la S o cio lo g ía , es o el concepto g en eral abstracto que abarca/
tod as estas form as, el género del que son especies, o la su m a
de form as que a ctú a en cada caso. R e s u lta , adem ás, de este
concepto que un n ú m ero dado de in d ivid u o s puede ser socie­
dad, en m ayo r o m en o r grado. A cada nuevo aum ento de for­
j a c io n e s sintéticas, a cada creación de partidos, a cada u n ión
Para u n a obra com ún, a cada distribución m ás p recisa del
m ando y la obediencia, a cada com ida en com ún, a cada adorno
que uno se ponga pora los dem ás, va haciéndose el m ism o g ru ­
po cada v e z m ás «sociedad» que antes. N o h a y sociedad a b so ­
luta, en el sentido de que fuera necesario previam ente su su -
22 S o c io lo g a

puesto para que su rjan los diversos fenóm en os de enlace; pues


tío h ay acción recíproca ab so lu ta, sin o diversas clases de ella,
cu ya a p a rició n determ ina la existencia d e l a so ciedad, y que no
son n i cau sa n i consecuencia de ésta, sin o la propia sociedad.
S ó lo la in ab o rd ab le p lu ralid a d y variedad en que estas form as
de acció n recíproca actúan a cada m om ento h a prestado u n a
ap arente realidad histórica au tón om a a l concepto general de
sociedad. A c a s o esta liip ó síasis de u na sim ple abstracción sea
la causa de la curiosa in determ inación e in segu rid ad que ha
ten id o este concepto en las investigaciones de S o cio lo g ía gene­
ral, hechas h asta ahora. A n á lo g a m e n te , el concepto de la vida
n o progresó de veras m ientras la ciencia lo consideró como \m
fen óm en o u n itario , de realidad inm ediata. S ó lo cuando se in ­
vestigaro n los procesos sin gu lares que se verifican en los orga­
nism os y c u y a sum a y tram a con stituye la vida; sólo cuando
se h ubo reconocido que la vida no consiste m ás que en los
fen óm en os p articulares que se dan en los órganos y células y
éntre ellos, só lo entonces adq uirió una base firm e la ciencia
de la vida.
U n ica m en te a sí podrá determ inarse lo que en la sociedad
es realm ente «sociedad.»; como la G eo m etría determ ina qué es
lo que co n stitu ye la esp ecialidad de las cosas espaciales. La
S o cio lo g ía , como teoría del ser so cia l en la h u m an id ad , que
puede ser objeto de ciencia en otros sentidos incontables, está,
pues, con las dem ás ciencias especíales en la relación en que
está la G e o m e tría con las ciencias fisicoqu ím icas de la m ate­
ria. L a G e o m e tría considera la fo rm a merced a la cual la m a­
teria se hace cuerpo em pírico, form a que en sí m ism a sólo
existe en la abstracción. L o m ism o sucede en la s form as de la
so cia liza ció n . T a n to la G eo m etría, com o la S o cio lo g ía , a b a n ­
don an a otras ciencias la investigación de los contenidos que
se m an ifiestan en sus form as o de las m anifestaciones totales
cu y a mèra form a la S o cio lo g ía y la G eo m etría exponen.
A p e n a s si es necesario advertir que esta a n a lo g ía con la
G eo m etría se lim ita a esta aclaración del problem a radical de
la S o c io lo g ía , que a q u í se h a inten tado. Sob re todo la G eo m e­
tría tiene la v e n ta ja de h a lla r en su cam po m odelos extrem a­
dam ente sen cillos en que pueden resolverse la s m ás com plica­
das figuras; por eso puede construirse con notas fu n d am en ta ­
t i problem a de la sociología 2?

les relativam en te escasas que abarcan todo el círculo de las


form as p osibles. P o r lo que se refiere a las form as de la so c ia li­
za ción , no es de esperar en tiem po previsible su reducción, n i
siqu iera ap roxim ad a, a elem entos sim ples. L a consecuencia de
esto es que la s form as sociológicas, sí bem os de definirlas con
a lg u n a precisión, sólo tien en v a lid ez p ara un círculo reducido
d e fenóm enos. A s í, por ejem plo, poco se k a logrado, sentando
la afirm ación general de que la form a de la su b ord in ación se
encuentra en casi toda sociedad h u m an a. L o que se necesita
es m ás bien entrar en la s diversas clases de su b o rd in ación , en
las form as especiales de su realizació n ; y , n atu ralm en te, cu a n ­
to m ás determ inadas sean, m enos extenso será e lc ir c u lo d e .s u
vigencia.
H o y suele colocarse toda cien cia ante esta altern ativa:
o se encam ina a descubrir leyes que rija n sin su jeció n al
tiem po, o_se aplica a exp lica r v com prender, pracesos s in g u la-
res h istóricos y reales, lo que por lo dem ás no e x clu ye la e x is­
ten cia de in co n tab les form as interm edias en el com ercio de las
ciencias. P u es bien: el concepto del problem a que aqu í se de­
term ina, para n ada requiere la previa decisión de dicha a lte r­
n ativa. E l objeto que hem os ab straíd o de la realidad puede
ser considerado, por u n a parte, desde el pun to de vista de la j
leyes, que dim an an do de la p u ra estructura objetiva de los
elem entos, se com portan indiferentem ente respecto a su reali­
zación en el espacio y el tiem po; rigen lo m ism o si las r e a li­
dades h istóricas las hacen aparecer una o m il veces. P ero, por
otra parte, aq u ellas form as de so cia liza ció n pueden ser con si­
deradas tam bién desde el pun to de v ista de su ap arición en tal
lu gar o tal tiem po, de su evo lu ció n histórica dentro de grupos
determ inados. D e la com petencia, verbigracia, oím os h a b la r
en los más- diversos cam pos; en la P o lítica, como en la E c o ­
nom ía, en la H istoria de las religiones como en la del arte, se
nos presentan casos incontab les de ella. P artien d o de esto, h a y
que determ inar qué es lo que sign ifica la com petencia como
form a pura de la conducta h um ana, en qué circu n stan cias se
Presenta, qué m odificaciones experim enta por la sin g u larid ad
de su objeto, por qué características form ales y m ateriales de
n n a sociedad resulta potenciada o rebajada, cóm o se diferencia
la com petencia entre in d iv id u o s de la que tiene lu g a r entre
24 S ociolog ía

grupos; en u n a palab ra, que es la com petencia como form a de


relación de los hom bres entre sí, fo rm a que puede aceptar toda
suerte de contenidos, pero que, p o r la identidad con que se
presenta, siem pre, por grande que sea la diferencia de aqu éllos,
prueba que pertenece a un cam po recu lad o según leyes p ro­
p ias y susceptibles de abstracción. E n los fenóm enos reales
com plejos, lo u n ifo rm e queda destacado com o por u n corte
lateral, y lo heterogéneo, es decir, los intereses que con stituyen
el contenido, queda, en cam bio, p aralizad o .
D e u n m odo an álo go debe precederse con todas las g ra n ­
des relacion es y acciones recíprocas que fo rm an sociedades:
con los partidos, con la im itación , con la form ación de clases,
círculos, d ivisio n es secundarias, con la en carn ación de las
acciones recíprocas sociales en o rgan izacion es p articulares de
n a tu ra le za objetiva, ideal o personal; con la ap arición y el p a­
pel que desem peñan las jerarqu ías, con la «representación»
de com unidades por in d ivid u o s, con la im p o rtan cia de un ene­
m igo com ún p ara la trabazó n in terior de los grupos. A tales
problem as fundam entales se agregan otros que contienen, por
decirlo así, la fo rm a determ inante de los grupos, y que son , ora
hechos m ás especiales, ora hechos m ás com plicados; entre
aqu ellos citarem os, verbigracia, la im p ortancia de los «im par­
ciales», de los que no form an partido, y la de los «pobres»,
como m iem bros orgánicos de las sociedades, la de la determ i­
nación num érica de los elem entos de los grupos, la del p rim us
in ier pares y del tercius gaudens. E n tre los hechos m ás com ­
plicados cabe citar: el cruce de v a rios círculos en p erson alid a­
des in divid uales, la fu n ció n especial del «secreto» en la fo r ­
m ación de círculos, la m odificación de los caracteres de grupo,
según abracen in divid uos que se encuentren en la m ism a loca­
lid ad o elem entos separados; y otros innum erables.
C om o queda indicado, prescindo aquí de la cuestión de si
existe u n a absoluta igu ald ad de form as con diversidad de con­
tenido. L a igu ald ad aproxim ad a que ofrecen las form as en
circunstancias m ateriales m u y distintas — así com o lo contra­
rio — , es suficiente para considerarla en p rincipio posible. E l
hecho de que no se realice por com pleto esa igu ald ad dem ues­
tra justam ente la diferencia que existe entre el acom ecer h is­
tórico esp iritu al, c o n s u s fluctuaciones y com plicacion es,
El problem a d e ¡a sociolog ía 25

irreductibles a p len a racio n alid ad , y la capacidad de la G e o ­


m etría para extraer con p len a p u reza de s u re a liza ció n en la
m ateria las form as som etid as a su concepto. T é n g a se tam bién
en cuenta que esta igu a ld a d en l a fo rm a de la acción recíp roca, .
sea cualq u iera la diversidad del m aterial b u m a n o y real, y vi- ¡
ceversa, no es, p o r lo pron to, m ás que u n m edio a u x ilia r para
rea liza r y ju s tific a r la distinci ó n cien tífica entre form a y con»!
ten ido,-en la s d iv ersas m an ifestacio n es d e co n ju n to. M etó d i­
cam ente, ésta sería necesaria, a u n cuando la s constelaciones
efectivas de los Hechos h icieran im p o sible el procedim iento
in d u ctivo , que de lo diverso saca lo igu al; de la m ism a m anera
que la abstracción geom étrica de la form a espacial de u n cuer­
po estaría justificad a, aun que este cuerpo a sí conform ado sólo
existiera u n a vez en el m undo. H a y que reconocer, sin em bar­
go, que ello representa u n a d ificu lta d de procedim iento. A s í,
por ejem plo, b a cía fin es de la E d a d M edia, ciertos m aestros
de grem io se viero n llevad o s, por la extensión de las relacio­
nes com erciales, a u n a ad q u isició n de m ateriales, a \ m empleo
de oficiales, a u n a u tiliz a c ió n de nuevos m edios para atraer a
la clientela, que no se a ven ían y a con los an tigu os p rin cipios
grem iales, segxín lo s cuales cada m aestro debía tener la m ism a
«congrua» que los otros; p o r eso, estos m aestros trataron de
colocarse fuera de la estrecha corporación grem ial. D esde el
punto d e v ista s o ciológico puro, desde el p u n to de v ista de la
form a, que hace abstracción de todo contenido especial, esto
sign ifica que la a m p lia ció n del círculo a que está ligado el
individ uo produce u na afirm a ció n m ás fuerte de la s in d iv i­
dualidades, u n a m a y o r lib ertad y diferen ciación de los in d iv i­
duos. P ero que y o sepa no existe n in g ú n m étodo seguro para
extraer de aquel factum com plejo, realizad o en su contenido, ,
este sentido sociológico. ¿ Q u é fo rm a puram ente sociológica,
qué relaciones m utu as entre lo s in d ivid u o s (abstracción hecha
de sus intereses e instintos y de la s condiciones puram ente
objetivas) contiene el acon tecim iento histórico? E l proceso
histórico puede interpretarse en diversos sentidos, y lo único
que podem os h acer es presentar en su totalid ad m aterial los
hechos h istóricos que a testigu an la realidad de las form as s o ­
ciológicas. P u es carecem os de u n m edio que n os perm ita, en
todas las circunstancias, discern ir claram ente el elem ento m a­
2h S ociología

terial y el sociológico form al. O cu rre aqu í com o con la dem os­
tración de u n teorem a geom étrico trente a la in evitab le conti-
g en cía e im perfección de u n a fig u ra dib ujada. P ero el m atem á­
tico puede contar con que el concepto de ía figura geom étrica
ideal es conocido y considerado como el ú n ico sentido esen­
cial de los trazos de tin ta o tiza . E n cam bio, en nuestro cam ­
po, no puede partirse de un supuesto an álo go , no puede dis­
tin gu irse entre la p u ra so cia liza ció n y el total fenóm eno real,
con su com plejidad.
E s preciso decidirse (a pesar de las posibles objeciones) a
h a b la r de un p rocedim iento in tu itiv o — p o r lejos que esté esta
in tu ició n de toda in tu ición esp ecu lativa y m e ta físic a — . N o s
referim os a u n a p articular d isp osición de la m irada, gracias a
la cual se realiza la escisión entre la form a y el contenido. A
esa in tu ición , por de pronto, só lo podem os irnos acostu m ­
brando, por m edio de ejem plos, hasta que m ás tarde se encaje
en un m étodo expresable en conceptos y que lleve a térm ino
seguro. Y esta d ificu ltad se acrece, no sólo porque carecemos
de u na base in d u d ab le p ara el m an ejo de! concepto sociológico
fu n d am en tal, sin o porque, aun en caso de operar con él de un
m odo eficaz, h a y m uchos aspectos de los acon tecim ientos en
que la su b o rd in ació n b a jo ese concepto o bajo el concepto del
contenido, sigue siendo a rb itraria. C a b rá n , por ejem plo, opi­
n ion es contradictorias a l decidir h asta qué punto el fenóm eno
de la «pobreza» es de n a tu ra le za socio ló gica, esto es, un resu l­
tado de las relaciones fo rm ales existentes dentro de un grupo,
un fenóm en o condicionado por las corrientes y m utaciones
generales, que necesariam ente se en gen d ran en la coexisten­
cia de los hom bres, o bien, sim plem ente, u na determ inación
m aterial de ciertas existencias p articulares, exclu sivam ente
desde el pun to de vista del interés económ ico. L o s fenóm enos
históricos, en gen eral, pueden ser contem plados desde J re s
pu n tos de vista fundam entales: 1.° C o n sid eran d o las existen ­
cias in d ivid u a les, que son los sujetos reales de la s circu n stan ­
cias. 2.° C o n sid eran d o las form as de acción recíproca, que si
bien sólo se re a liza n entre existencias in d ivid u ales, no se es­
tu d ian , sin em bargo, desde el punto de vista de éstas, sino
desde el de su coexistencia, su colab oración y m utua a yu d a.
Y 3 ." C o n sid eran d o los contenidos, que pueden form u larse en
El problem a de la sociolog ía 27

-conceptos, d é la s situ acion es o los acontecim ientos, en los cua­


les se tienen en cuenta, ah o ra, no sus sujetos o las relaciones
que éstos m an tien en entre sí, sin o su sentido puram en te o b je­
tiv o expresado en la econ om ía y la técnica, el arte y la ciencia,
las form as ju ríd icas y los productos de la vida sen tim en tal.
E sto s tres p un tos de vista se m ezclan continuam ente; la,
necesidad m etódica de m antenerlos separados tro p ieza siem pre ¡
con la dificultad de ordenar cada uno de ellos en u na serie in - i
dependiente de lo s otros, y con el ansia de obtener u n a im agen
única de la realidad, que com prenda todos sus aspectos. Y no
podrá determ inarse en todos los casos cuán p ro fu n d am en te lo
u no penetra en lo otro; de suerte que. por grand e que sea ía
claridad y rigor m etódicos en el planteam iento de la cuestión,
dificilísim o será evitar la am bigüedad. E l estudio de los p ro­
blem as p articulares sem ejará pertenecer tan p ro n to a u n a como
a otra categoría, y aun dentro y a de una de ellas será im p osi­
ble m an tenerse con seguridad en el procedim iento conveniente,
evitando el m étodo propio de las dem ás. E sp ero , sin em b a r­
go, que la m etodología sociológica, que aquí se ofrece, resulte
más segura y aun m ás ciara en las exposiciones de los p roble­
mas particulares, que en esta funda m entación abstracta. E n
las em presas esp iritu ales no es raro — y h asta es corriente
tratándose de problem as generales y hondos — que eso que
con u n a im agen in e v ita b le tenem os que lla m a r fundam ento,
no sea tan firm e com o el edificio sobre él levan tad o. L a prác-
tica científica, especialm ente en los cam pos h asta ah o ra no
cultivado~s, no puede prescindir de cierta dosis de in stin to , cu-
yos m otivos y n o rm as só lo después lleg an á clara c o n scien cia !
y elaboración sistem ática! E s cierto que el trab ajo científico
no puede en n in g u n a esfera fiarse p len am ente a aquellos p ro ­
cedim ientos poco claros aún , in stin tivos, que só lo actú an in ­
m ediatam ente en la in vestigació n particular; pero sería con­
denarlo a esterilidad, si ante problem as n u evo s se p id iera y a
ál prim er paso u n m étodo plena m óntente acabado (l).

(t) S i tenem os en cu en ta 1« in fin ita co m p lica ció n d e la v i J a s o cia l, y convidá­


ra m os q u e lo s con cep ta s y m é to d o s c o n que Ha d e set d om in a d a esp iritu a lm cn te, a ca ­
b an de salir á c su p rístin a ru d eza , sería Inca p reten sión querer con seg u ir desde lu eg o,
a h o ra . u n a claridad p enetrante y d efinida en lo s p rob lem a s y u n a ju ste ra plen a e n ln»
respuestas. M á s d ign o m e parece con fesa r esto de a n tem a n o, pues asi, a l (m enos, p la n -
28 Sociologia

D en tro del cam po de los problem as que se p lan tean a l


sep arar de u n a parte la s form as de acción recíproca, sociali-
zad ora, y de otra, el fenóm en o to tal de la sociedad, h a y parte
de la s in vestigacion es que aqu í se ofrecen, que están y a, por
decirlo así, cuan titativam en te fuera de los problem as g en eral­
m ente reconocidos como pertenecientes a la sociología. S i se
p lan tea la cuestión de la s acciones que va n y vien en entre los
in d ivid u o s, y de cu y a sum a re su lta la cohesión de la sociedad,
aparece en seguida u n a serie y h asta un m un d o de sem ejantes
form as de relación , que h asta ahora, o no eran in clu idas en la
ciencia social, o cuando ío eran perm anecían in cógn itas en su
sign ificad o fu n d am en tal y vita l. E n general, !a so cio lo g ía se
h a lim itad o a estudiar aquellos fenóm enos sociales en donde
la s energías recíprocas de los in d ivid u o s Kan cristalizado ya
en unidades, ideales a l menos. E stad o s y sindicatos, sacerdo­
cios y fo rm as de fam ilia, constituciones económ icas y o rga n i­
zacion es m ilitares, grem ios y m un icipios, form ación de clases
y d ivisió n in d u strial del trabajo, estos y otros grandes órganos
y sistem as an álogos parecían co n stitu ir exclusivam ente la
sociedad, llen an d o el círculo de su ciencia. E s evidente que
cuanto m ay o r, cuanto m ás im portante y dom inante sea u na
p ro vin cia social de intereses o u n a dirección de la acción, tanto
m ás fácilm ente tendrá lu g a r la tran sform ación de la vid a in -

team oo co n d ecisión el p rob lem a , m ientras que. d ecla ra n d o esta ciencia perfecta, se
b aria cu e stion a b le in clu s o el sen tid o de tales in ten tos. A j í . pues, lo s ca p ítu los de este
lib ro s ó lo deben con siderarse c o m o ejem p los, en cu a n to al m é to d o , y , en cu a n to al c o n ­
te n id o . có m o fra gm en tos d eT o q u e y o en tien d o p o r cien cia de la socied ad . E n a m b os
sen tid os p a re cí«,in d ica d o elegir temas lo m ás H eterogéneos p o sib le , m ezcla n d o l o gene­
ral y l o especial. C u a n to m eaos red on d ea d o en u n a c o n e x ió n sistem ática aparezca l o ­
q u e a q u í se ofrece? cu a n to m ás desviadas estén ru s partes, to n to m ás a m p lio Ha de
aparecer el círc u lo d en tro del cu al u n a p erfección fu tu ra d e la s o cio lo g ía u n irá lo s
p u n to s q u e y a a b o r a pu ed en fijarse aisladam ente. Y si y o m ism o d estaco de esta m a­
nera el carácter fra gm en ta rio e in com p leto <k este lib r o , n o quiere d ecir q u e pretenda
defenderm e c o n fá c il p reca u ción con tra ob jecion es de ese gén ero. S i la arbitrariedad
in d u d a b le en la elección de lo s prob lem a s particulares y d e lo s ejem plos pareciera una
fa lta , seria señal d e que n o h e con seg u id o h a cer com p ren d er con bastante claridad mí
p en sam ien to fu n d a m en ta l. S ó lo e t trata a q u í d e l co m ie n z o y gu ia para u n cam ino-
in fin itam ente la rg o ; pretender la p len itu d sistem ática sería, p o r lo m enos, engañarse a
SÍ m is m o . E n este p u n to , el in d iv id u o s ó lo puede a lca n za r p len itu d com p leta en el s e n ­
tid o su b je tiv o, co m u n ic a n d o cu a n to h a con seg u id o ver.
J-! problem a áe la sociología 29

m ediata, in te rín d iv id u a l, en organizacion es ob jetivas, su r­


giendo así u n a existencia abstracta, situada m ás a llá de los
procesos in d ivid u ales y prim arios.
P ero esto requiere u n com plem ento im portante en dos
sentidos. A p a r te de los organism os visibles que se im p on en
por su extensión y su im p ortan cia externa, existe u n núm ero
inm enso d e f o r m as de relación y de acción entre lo s bom -
"bres, qué, en los casos particulares, parecen de m ín im a m onta,
pero que se ofrece^ en "cantidad in ca lcu lab le y s o n la s que !
producen la sociedad, ta l com o la conocem os, intercalándose
entre la s form aciones m ás am plias, oficíales, por decirlo así.
L im itarse a estas ú ltim a s sería im ita r la a n tig u a m edicina
interna, que se dedicaba exclu sivam ente a los grandes órganos
bien determ inados: corazón, L igado, pulm ón, estóm ago, etc.,
desdeñando los incontab les tejidos que carecían de nom bre
p op u lar o que eran desconocidos, pero sin los cuales jam ás
p roducirían un cuerpo v iv o aqu ellos órgano s m ejor determ i­
nados. L a vid a real de la sociedad, tal como se presen ta en la
experiencia, no podría reconstruirse con solo los organism os
del género indicado, que co n stitu yen los objetos tradicion ales
de la ciencia social. S in la in tercalación de incontab les sín te­
sis poco extensas, a las cuales se consagran la m a y o r parte de
la.s presentes in vestigacion es, quedaría escindida en u n a p lu ­
ralid ad de sistem as discontinu os. L o que dificulta la fijación
científica de sem ejantes form as sociales, de escasa apariencia,
es al propio tiem po lo que las hace in fin itam ente im portantes
p a ra l a com prensión m ás p ro fu n d a de la sociedad: es el becho
de queTgeneralm ente, n o estén asentadas to d a v ía en o rg a n iza ­
ciones firm es, su p rain d ivíd u ales, sino que en ellas la sociedad
se m anifieste, p o r decirlo así, en status nascens, claro es que
n o en su origen prim ero, históricam ente in asequ ible, sin o en
aquél que trae consigo cada día y cada Lora. C on stan tem en te
se an u da, se desata y torna a anudarse la so cia liza ció n entre
los hom bres, en u n ir y ven ir continu o, que encadena a los
individuos, aun que no llegue a fo rm ar o rgan izacion es propia­
m ente dichas. S e tra ta aqu í de los procesos m icroscópico-
jn o leeu lares que se ofrecen en el m ate ria l h um a n o ; pero que
con stitu yen e lv e rd a d e ro acontecer, que después se o rgan iza
o L ip ostasia en aqu ellas unidades y sistem as firm es, m acros-
S ociología

cópicos. L o s hom bres se m ira n u n os a otros, tienen celos


m utuos, se escriben cartas, com en ju n to s, se son sim páticos o
antip áticos, aparte de todo interés apreciable; el agradecim ien­
to producido por la prestación a ltru ista posee el poder de un
la zo irrom p ib le, un hom bre le pregunta a l otro el cam ino, los
hom bres se visten y arreglan u n os p ara otros, y todas estas y
j m il otras relaciones m om entáneas o duraderas, conscientes o
inconscientes, efím eras o fecu nd as, q ue se d an entre persona y
persono, y de las cuales se entresacan arbitrariam en te estos
ejem plos, nos lig an incesantem ente unos con otros. E n cada
m om ento se Hilan h ilo s de este género, se aban donan, se vu el­
ven a recoger, se su stitu yen por otros, se entretejen con otros.
E s ta s son las acciones recíprocas que se producen entre los
átom os de la sociedad. S ó lo so n asequ ibles a i m icroscopio psi-
C 0 lógico; pero engendran toda l a resistencia y elasticidad, el
ahigarira m iento y u n id a d de esta vidaTsocial, tan_clara y ta n
enigm ática.
S e trata de ap licar a l a coexistencia social el principio de
las acciones in fin itas e in fin itam en te pequeñas, que h a resul­
tado tan eficaz en las ciencias de la sucesión: la G eo lo g ía, la
T e o r ía b ioló gica de la evolución, la H isto ria . L os pasos infi­
nitam en te pequeños crean la conexión de la u n idadH istórica;
I la s acciones recíprocas de persona a persona, igualm ente poco
¡ apreciables, establecen la conexión de la u n id ad social. C u a n ­
to sucede en el cam po de los con tin u o s contactos físicos y
esp iritu ales, la s excitaciones m utuas a l p lacer o al dolor, las
conversaciones y los silencios, los intereses com unes y an tagó­
nicos, es lo que determ ina que la sociedad sea irrom pible; de
ello dependen las fluctuaciones de su vida, en virtud de las
cuales sus elem entos gan an , pierden, se tran sfo rm an incesan­
tem ente. A ca so , partiendo de este p un to de vista, se logre para
la ciencia so cia l lo que se logró con el m icroscopio para la
ciencia de la vida orgánica. E n ésta, las investigaciones se
lim itab a n a los grandes órganos corporales, claram ente in d i­
vid u a liza d o s, y cuyas form as y fu n cion es se ofrecen a sim ple
vista. P ero con el m icroscopio apareció la relación del proceso
vita l con sus órganos m ás pequeños, la s células, y su identi­
dad en las innu m erables e incesantes relaciones m utuas que
se dan entre éstas. S ab ien do cóm o se adhieren o se destruyen
FJ problem a de la sociología 31

u n as a otras, cóm o se a sim ila n o se in flu en cian q uím icam en ­


te, vem os poco a poco de qué m odo el cuerpo crea su form a,
la conserva o m od ifica. L os grandes órganos en que se han
reunido, form ando existen cias y actividades separadas, estos
sujetos fund am entales de la v id a y sus acciones reciprocas, no
h ubieran nunca hecho com prensible la conexión de la vida, si
no se h ubiera descubierto que la vida fu n d am en tal, p rop iam en ­
te dicha, la co n stitu yen aqu ellos procesos in co n ta bles, que tie­
nen lugar entre lo s elem entos m ás pequeños, y que se com bis. \
nan luego p ara fo rm a r lo s m acroscópicos. N o se trata a q u í de
an alogía sociológica o m etafísica entre las realidades de la so ­
ciedad y el organism o. T rá ta se únicam ente de la a n a lo g ía con
la consideración m etódica y su desarrollo; trátase de descubrir
ios Kilos delicados de las relaciones m ín im as entre los h om ­
bres, en cuya repetición co n tin u a se fun d an aqu ellos grandes
organism os que se Kan hecho ob jetivos y que ofrecen u na his­
toria propiam ente d ic h a .lis to s procesos p rim a rio s,q u e fo rm a n -
la sociedad con un m aterial inm ediato in d iv id u a l, h an de ser
som etidos a estudio fo rm al, ju n to a los procesos y o rg a n iz a ­
ciones m ás elevados y com plicados; h a y que ex a m in a r las ac­
ciones recíprocas p articulares, que se ofrecen en m asas, a las
que no está h ab itu ad a la m irada teórica, con siderán dolas com o
form as con stitutivas de la sociedad, com o partes de la so c ia li­
zación. Y precisam ente porque la so cio lo gía suele p asarlas p or
alto, es por lo que será conveniente consagrar u n estudio dete­
nido a estas clases de relación, en apariencia in sign ifican tes.
M a s ju stam en te porque tom an esta dirección, la s in v e sti­
gaciones aquí p lan tead as parecen no ser otra cosa que ca p ítu ­
los de la p sicología, o, a lo sum o, de la psicología social. N o
cabe duda que todos los acontecim ientos e in stin to s sociales
tienen su lu g a r en el alm a; que la so cialización es u n k n o n ie -
no psíquico y que su hecho fundam eñtaTTeThecho de que una
pluralidad de elem entos se convierta en u na u n id a d , no tiene
an alogía en el m undo de lo corpóreo, y a que en este todo está
Ajo en la exterioridad in sup erable del espacio. Sea cual fuere
el acontecer externo que designem os con el nom bre de social,
sería p ara n osotros u n ju ego de m arionetas no m ás com pren­
sible n.i m ás sign ifica tivo que la co n fu sió n de la s nubes o el
entrecruzam icnto de la s ram as del árbol, si no reconociésem os
32 S ociología

.que los sujetos de aq u ellas exterioridades, lo m ás esencial de


ellas, lo único interesante para n o sotros, son m otivaciones,
sentim ientos, p ensam ientos, necesidades del alm a. P o r con si­
guiente, H abríam os llegad o a la in telig en cia cau sal de cu a l­
quier acontecer social, cu an d o p artien do de ciertos datos p si­
cológicos desarro llad os conform e a «leyes psicológicas» — por
problem ático que sea su concepto — , pud iéram os deducir p le­
nam en te esos acontecim ientos. N o cabe tam poco duda de que
lo que n osotros com prendem os de la existencia H istórico-so-
cial no son m ás que encad en am iento s espirituales que, por
medio de u na p sicología, in s tin tiv a u n a s veces y m etódica
otras, reproducim os y reducim os a la convicción interior de
que es p la u sib le, y a u n necesaria, la evo lu ció n de que se trata.
E n este sentido, to da H istoria, toda descripció n de u n estado
social, es ejercicio de ^psicología. P e: o H ay u n a consideración
que tiene e x trao rd in aria im p o rtan cia m etódica y es decisiva
para las ciencias del espíritu en general; a saber: que el tra ta ­
m iento científico de los Hechos del alm a n o es necesariam ente
p s ic o lo g ía r A u n eiT los casos en que Hacemos u so in in terru m ­
pido de reglas y conocim ientos psicológicos, a u n en lo s casos
en que la exp licació n de cada Hecho a islad o só lo es posible
p or v ía p sicológica, com o ocurre en la S o cio lo g ía , no es preci­
so que se refiera a la P sico lo g ía en el sentido e intención de
este m étodo; es decir, que no se dirige a la le y del proceso espi­
ritu a l (que sin duda necesita todo contenido determ inado), sino
a su contenido m ism o y a las configu raciones de éste. S ó lo
h a y a q u í u n a diferencia de grad o respecto a las ciencias de la
n a tu ra le za exterior — que en ú ltim o térm in o, y como hechos
de la vida esp iritu al, tam bién se producen dentro del alm a — .
E l descubrim iento de cualq u ier verdad astron óm ica o quím ica,
a sí com o la reflexión sobre ellas, es u n acontecer de la cons­
ciencia que u n a p sico lo gía perfecta pudiera deducir p uram en ­
te de las condiciones y m o vim ien to s del alm a. P ero aquellas
ciencias surgen cuando, en v e z de los procesos del alm a, tom a­
m os com o objetos sus conten idos y conexiones; análogam en te
a com o al considerar u n cuadro, desde el pun to de vista de su
sign ificacióA estética y de la h isto ria del arte, no atendem os a
las vibraciones físicas que co n stitu y en sus colores y que por
lo dem ás co n stitu y en tod a la existencia real del cuadro.
El problem a de la sociolog ía 33

L a realidad es siem pre im p osible de abarcar cien tífica-


TTtpnte en s u in teg rid ad inm ediata; hem os de aprehenderla des­
de varios puntos de vista separados, creando a sí u na p lu r a li­
dad de objetos científicos independientes u n os de otros. E sto
puede decirse tam bién de aqu ellos acontecim ientos espirituales
que no se reúnen en un m undo espacial independiente, y que
n.o se contraponen intuitivam ente a su realidad aním ica. L as
form as y leyes, verbigracia, de u n a len g u a que se ba form ado
por energías del alm a y para fines del alm a, son objeto, sin
em bargo, de una ciencia del len g u a je que prescinde com pleta­
m ente de aqu ella realizació n de su objeto, y lo expone, a n a ­
liza o con struye p o r su contenido objetivo y por las form as que
se dan en este m ism o contenido. A n á lo g a m e n te se presentan
los becbos de la so cializació n . E l Hecho de que los hom bres se !
influ y a n reciprocam ente' de que u no baga o padezca, sea o se |
transform e porque otros existen, se m anifiestan, obran o sien ­
ten, es, n aturalm en te, un fenóm eno del alm a, y la producción
Histórica de cada caso in d ivid u al sólo puede com prenderse
merced a form aciones p sicológicas, m erced a series psicológicas
acertadas, merced a la interpretación de lo exteríorm ente cons-
tatable por m edio de categorías psicológicas. P ero u n propósito
científico puede prescindir de este acontecer psíquico, aten d ien ­
do sólo a los contenidos del m ism o, que se ordenan b ajo el
concepto de so cia liza ció n , para perseguirlos, d istin gu irlos, po-_;
nerlos en relación.
A s í, por ejem plo, se descubre que la relación de u n p o­
deroso con otros m ás débiles, cuando tiene la fo rm a del p rí-
mus in ter pares, gravita típicam ente en el sentido de acentuar
el poder del prim ero, suprim iendo gradu alm ente los elem entos
de igualdad. A u n q u e en la realidad histórica sea éste u n pro-
ceso psíquico, lo que desde el punto de vista sociológico nos
interesa es cómo se suceden en estos casos los diversos estadios
de superioridad y su b o rd in ació n , basta qué pun to la sup erio­
ridad en unos sentidos es com p atible con la igu ald ad en otros.
en qué m edida el p redom in io a n iq u ila la igualdad, y tam bién,
si u n ió n y la p osib ilid ad de cooperación son m ayores en
los estadios anteriores o posteriores de esta evolución , etc. O
oten se descubre que las enem istades son más enconadas cu a n ­
do surgen sobre la base de u n a com u nidad anterior, o de una
.54 S ociología

com unidad que se siente a ú n de a lg ú n m odo, an álogam en te a


com o se h a dicho que el odio m a y o r era el que se daba entre
parientes. E ste resultado n o podrá concebirse, ni aun descri­
birse, com o no sea en form as p sicológicas. A lro ra bien; como
form ación sociológica, lo que tiene interés no es la serie espi­
ritu al que se desarrolla en cada u no de los in divid uos, sin o la
sinopsis de am bas b a jo la s categorías de acuerdo o desavenen­
cia. ¿H asta qué punto la relación entre dos in d ivid u o s o par­
tidos puede contener h ostilidad y solidaridad, para conservar
al todo la coloración de so lidaridad o darle la de hostilidad?
¿ Q u é clases de com unidad h an de h aber existido rara que,
obrando com o recuerdo o por in stin to im borrable, proporcio­
nen los m edios m ás adecuados para producir al enem igo un
daño m ás cruel y m ás profundo que sí se tratara d i personas
antes extrañas? E n u n a palabra: ¿de qué m anera puede aque­
lla observación exponerse com o realizació n de form as de rela­
ción entre los hom bres? ¿Q u é p a rticu la r com binación de cate­
gorías sociológicas expresa? E sto es lo que aqu í im porta, a u n ­
que la descripción sin g u lar o típ ica del acontecim iento h a y a de
ser forzosam en te psicológica.
R ecogien do u n a indicación, an terior, y prescindiendo de
tod as las diferencias, puede com pararse esto con la deduc­
ción geom étrica en un encerado, en el que h a y figuras d ib u ­
jadas. "Ni o se nos ofrecen aquí, n i pueden verse, m ás que
trazos físicos de tiza; pero cuando h ab lam o s de geom etría,
no nos referim os a ellos, sino a la significación que les pres­
ta el concepto geom étrico, que es com pletam ente heterogéneo
de la figura física, form ada por trazos de tiza; a u n cuando,
por otra parte, puede ser tam b ién esta figura física su b su -
m ida bajo otras categorías científicas y considerada com o
objeto de otras investigaciones particulares, verbigracia, la
producción fisio ló gica, la com posición quím ica, la impresión,
óptica. A s í, pues, los datos de la S o cio lo g ía son procesos p sí­
quicos, cuya realidad inm ediata se ofrece prim eram ente en las
categorías psicológicas. P ero éstas, aun que indispensables para
la descripción de los hechos, son ajen as al fin de la conside­
ración sociológica, la cual consiste ta n sólo en la objetivid ad
de la so cializació n , que se sustenta en procesos psíquicos, úni-
cós- m edios, a veces, de describirla. A n á lo g a m e n te, u n dram a
t i problem a de la sociolog ía 35

no contiene, desde el p rin cip io h asta el fin , sino procesos psi­


cológicos; sólo p sicológicam ente puede ser entendido; y , sin
em bargo, su in ten ció n no está en los conocim ientos p sicológi­
cos, sino en las sín tesis form adas por los procesos psíquicos,
desde los puntos de vista de lo trágico, de la form a artística,
de lo s sím bolos v ita les (l).
A l sostener que la teoría de la so cia liza ció n com o tal
— prescindiendo de todas las ciencias sociales determ inadas
por u n contenido p a rticu la r de la vida s o c ia l- es la única
que tiene derech o a ser lla m a d a cien cia social en gen eral, h a y
que tener en cuenta que lo im portante no es, n atu ralm en te, la
cuestión de nom bre, sin o el_nuevo com plejo de problem as
partfculaces—L a p olém ica acerca de ia sign ificación p rop ia de
la sociología no me parece interesante si se trata tan só lo de la
atribución de este títu lo a problem as y a existentes y e stu d ia ­
dos. P ero si se elige p ara esta colección de problem as el títu lo
de sociología, con la pretensión de cubrir p len am ente, con él
solo, el concepto de la S o cio lo gía, entonces será preciso ju s ti­
ficarlo frente a otro grupo de problem as que, indu dablem ente,
por encima de las ciencias sociales, in ten tan establecer ciertas
afirm aciones sobre la sociedad como tal y como u n todo.
C om o todas la s ciencias exactas, encam inadas a com pren­
der inm ediatam ente lo dado, la ciencia social está tam bién
flanqueada por dos d iscip lin as filosóficas. U n a de ella s se
ocupa de las condiciones, conceptos fundam entales y su p u es­
tos de toda in vestigación parcial; estos problem as no pueden
ser tratados en cada ciencia en particular, siendo m ás bien
sus antecedentes necesarios. U n la otra disciplin a filosófica la
investigación p arcial es perfeccionada y puesta en relación
con. conceptos que no ocupan lugar en la experiencia y en el
saber objetivo in m ed iato. A q u é lla es la teoría del co n ocj-
niiento;.ésta, la m etafísica. L a ú ltim a encierra propiam en te

(t) C uando «c in ició u n a n u eva m anera Je con sid era r In.e h e ch o s, h «> <jue
apoyar lo s d istin to s a sp ectos d e Sus m étod os en a n eja ría s sacadas d e ca m p o s >S c o n o ­
cidos; pero ú n icam en te el p rocesa (a ca so in fin ito ) en virtud del cu al el p rin c ip io se
d en tro de la in v estiga ción con creta (ren íizacidn <{t:c dem uestra su fe cu n d id a d ),
PQ«de hacer aupcrflu as $exne.¡entes analogía., y m ostra r ln igualdad de fo rm a en cu b ierta
*Jo lo diversidad de m ateria l. C la ro está «Juc este p roceso aclara diclsas a n a logía s a
h ed id a n u c ía » hace su p erfiu a ».
36 S ociolog ía

dos p roblem as que, sin em barco, suelen ir con fu n d id os, con


razó n , en el ejercicio real del p ensam iento. EJ sentim ien to de
in sa tisfacció n que nos produce el carácter fragm en tario de los
conocim ientos parciales, el prem aturo fin de las afirm aciones
ob jetivas y de las series dem ostrativas, conduce a com pletar
estas im perfecciones p o r los medios de la especulación, y ju s ­
tam ente estos m ism os m edios sirven tam b ién a l deseo p ara-
Ielo de com pletar la i n c o n ex ió n de aq u ellos fragm en tos, ^re-
u n ién d o lo s en la unidad de u n todo. P e ro ju n to a esta fu n ­
ción m etafísica, que atiende al ¿rado del conocim iento, h a y
otra que se orienta hacia otra dim en sió n de la existencia, en
la que reside la interp retación m etafísica de sus contenidos;
esta fu n ció n la expresam os como el sentido o fin , com o la
su stan cia ab so lu ta bajo lo s fenóm en os relativos y lam bién
com o el v a lo r o el significado religioso. E s ta actitud esp iritu al
produce frente a la sociedad cuestiones com o éstas: ¿es la so-
ciedad el fin de la e xistencia h u m a n a o__umnedio -para el in -
dividuCL? L ejo s de ser un medio ¿no será inclu so u n obstáculo?
¿R esid e su v a lo r en su vida fu n cio n a l o en la p roducción de
u n esp íritu objetivo, o en la s cualidades éticas que produce
en lo s individuos? ¿M anifiéstase en los estadios típicos de la
evo lu ció n social una a n a lo g ía cósm ica, de suerte que las rela­
ciones sociales de los hom bres h ab rían de ordenarse en una
form a o ritm o general que, sin m an ifestarse en ios fenóm e­
nos, sería el fun d am en to de todos los fenóm enos, y que diri­
g iría tam bién las fu erzas de los hechos m ateriales? ¿P ueden
tener, en general, las colectividades un sentido m etafísica-re­
lig io s o o queda éste reservado a la s alm as individuales?
P ero todas estas y otras incontab les cuestiones de pareci­
da n a tu ra le za , no me parecen poseer la independencia su sta n ­
tiva, la relación p eculiar entre objeto y m étodo, que las ju s ti­
ficaría com o bases para considerar la S o cio logía com o una
nu eva ciencia al lado de las y a existentes. T o d a s ellas son
cu estion es p u ra m ente filosóficas, y el que h a y a n escogido por
oTjeto la sociedad no significa otra cosa sino que extienden a
u n n u evo cam po u n m odo de conocim ientos que, por su es­
tructura, existen y a de antiguo. R eco n ó zca se o no como cien­
cia la filo so fía en general, lo cierto es que la filo so fía de la
sociedad no tiene n in g ú n derecho para sustraerse a las ve n ta ­
El p rob lem a de la sociología 37

jas o desventajas que le da su carácter filosófico, co n stitu y é n ­


dose com o u n a ciencia p articu lar de la S o cio lo gía.
L o propio ocurre con el tipo de problem as filosóficos que
no tienen, como los anteriores, la sociedad por supuesto, sino
que, a l con trario, in q uieren los supuestos de la sociedad. N o
se entienda esto en sentido h istó rico , como s i se tratase de
describir la ap arició n de una sociedad determ inada, o de las
condiciones físicas y an trop ológicas necesarias para que se
produzca la sociedad. T a m p o co se trata de los diversos in s tin ­
tos que m ueven a sus sujetos a realizar, en contacto con otros
sujetos, aqu ellas acciones recíprocas cuyas clases describe la
S ociología. L o que se trata de determ inar es lo siguiente:
cuando ta l s u jeto aparece ¿cuáles so n los sup u estos que im ­
plica su consciencia de ser~tm ser social? E n las partes tom a­
das aislad am en te no h a y a ú n sociedad; en las acciones recí­
procas ésta existe y a realm ente: ¿cuáles son, p u es, la s condi-
ciones interiores y fu n d am en tales que hacen que los in d iv i­
duos p ro vistos de sem ejan tes instintos p ro d u zcan sociedad?
¿ C u á l es el a pTiori que p o sib ilita y form a l a estructu r a j
em pírica del in d ivid u o com o ser social? ¿C ó m o son posibles,;
no y a sólo las form aciones particulares em píricam ente p rod u ­
cidas, que caen b a jo el concepto gen eral de sociedad, sin o la
sociedad en gen eral, com o form a objetiva de alm as subjetivas?

D igresión sobre e l problema:


¿C óm o es posible la sociedad?

S i K a n t p udo fo rm u la r la pregunta fu n d am en tal de su


filosofía: ¿cómo es p o sib le la naturaleza?, y responder a ella,
fué porque, para él, la n a tu ra leza no era otra cosa que la repre­
sentación de la n a tu ra le za. Y esto, no solam ente en el sentido
de que «el m undo es mi representación», y de que só lo pode-
mos h a b la r de la n a tu ra le za en cuanto es un contenido de
muestra consciencia, sin o en el sentido de que a q u ello a que
nosotros dam os el nom bre de n a tu ra le za es u n a m anera par-
a c u la r que tiene nu estro intelecto de reunir, ordenar y dar
orma a las sensaciones. E sta s sensaciones «dadas» (colores y
Sustos, son idos y tem p eratu ras, resistencias y olores) que
38 S ociología

a tra v ie sa n nu estra conciencia en la sucesión casu al del aco n ­


tecer su b jetivo , no son to d avía «naturaleza», sin o que se h a ­
cen ta l, m ediante la activid ad del esp íritu , que las com bina,
con virtién d o las en objetos y series de objetos, en sustancias y
propiedades, en relaciones causales. T a l com o se nos dan in ­
m ediatam en te lo s elem entos del m undo, no existe entre ellos,
segú n K a n t, aquel vínculo merced al cu al se produce la u n i­
dad ra c io n a l y n orm ada de la n atu raleza, o, m ejor dicho, el
v ín cu lo es ju stam en te lo que tienen de n a tu ra leza aquellos
fragm en tos, p o r sí m ism os incoherentes, y que se presentan
sin su je ció n a reglas. £ 1 m undo k a n tia n o surge de este s in ­
g u la r contraste: nuestras im presiones sen soriales son, segú n
K a n t, puram en te subjetivas, pues dependen de nuestra o rga­
n iza ció n físico-psíquica, que podría ser d istin ta en otros seres,
y del acaso de las excitaciones que las producen. P ero se con­
vierten en «objetos» al ser recogidas por la s fo r m as de nuestro
entendim ien to, y gracias a elias, tran sform ad as en regu larid a­
des firm es desfonde resulta u n a im agen coherente de la « n atu ­
raleza-». M a s, por otra parte, aqu ellas sensaciones son lo dado
realm en te, el contenido in v a ria b le del m un d o, ta l com o se
nos presenta, y la g aran tía de la existencia dé u n ser, indep en­
diente de nosotros. P o r lo cual, justam en te, aquellas fo rm a ­
ciones in telectuales de objetos, conexiones, leyes, nos parecen
su b jetiva s, nos parecen ser lo puesto por n osotros frente a lo
que recibim os de la realidad, las funciones del intelecto m is­
mo que, siendo in variab les, h u b ieran form ado, con otro m a­
te ria l sensible, xtna n atu raleza distinta. P a r a K a n t, la n atu ­
ra le za es u n a m anera determ inada de conocim iento, u n a im a ­
gen del m un d o producida por n uestras categorías cogn osciti­
v a s y en éstas nacidas. P o r consiguiente, la pregunta: ¿cómo
es posible la naturaleza?, esto CS, ¿qué condiciones so n m enes­
ter p ara que exista u n a natu raleza?, se resuelve según él m e­
dian te la in vestigació n de las form as que co n stitu yen la esen­
cia de nuestro intelecto, y producen, por ta n to , la n atu raleza
com o tal.
P are ce ría conveniente tratar de m odo a n á lo g o la cuestión
de la s condiciones a priori, en virtu d de la s cuales es posible
la sociedad. T a m b ién en este caso n os son dados elem entos
in d iv id u a les, que en cierto sentido su b sisten diferenciados,
F! problem a de la sociología

como las sensaciones., y sólo lle g a n a la síntesis de la sociedad


merced a u n proceso de conciencia que pone en relación el ser
in d iv id u a l de cada elem ento con el del otro, en form as deter­
m inadas y sigu ien do determ inadas reglas. P ero la diferencia
esencial entre la u n id a d de u na sociedad y la de la n a tu ra le ­
za, es que esta ú ltim a — en el supuesto k a n tia n o a q u í acep ­
tado — sólo se produce en el su jeto que contem pla, sólo se
engendra p or obra de este sujeto que la produce con los ele­
mentos sensoriales inconexos; al paso que la unidad social,
estando com puesta de elem entos conscientes que p ractican u n a
actividad sintética, se re aliza sin m ás n i m ás y no necesita
de n in gú n contem plador. A q u e lla afirm ación de K a n t, según
la cual la relación no puede residir en las cosas, es producida
por el sujeto, no tiene ap licació n a las relaciones sociales, que
se realizan inm ediatam ente, de hecho, en la s «cosas», que son,
en este caso, las alm as individ uales. C la ro está que esta rela­
ción, como síntesis que es, sigue siendo algo esp iritu al, sin p a ­
ralelism o algu n o con la s figuras espaciales y sus influencias
recíprocras. P ero la u nificación no h a m enester aq u í de n in g ú n
factor que esté fu era de sus elem entos, pues cada u n o de éstos
ejerce las funciones que la energía esp iritu al del contem plador
realiza trente a l exterior. L a conciencia de con stitu ir u n a u n i­
dad con los dem ás es aquí, de hecho, la u nidad m ism a cu ya J
explicación se busca. E sto, por u n a parte, n o supone, n a tu ra l­
mente, la conciencia abstracta del concepto de u n id ad , sino
las incontables relaciones in d ivid u ales, el sentir y saber que
uno determ ina a otros y es. a su vez, determ inado por ellos; y,
por otra parte, tam poco exclu ye que un tercero, en p osición de
observador, realice adem ás entre la s personas u n a síntesis que
sólo en él esté fund ad a, com o la que realizaría entre elem en­
tos espaciales. <¿Qué p ro vin cias de la realidad externa e in tu í-
ble h an de reunirse en unidad? E llo no depende del contenido
inm ediato y objetivo, sino que se determ ina según la s catego­
rías del sujeto y sus necesidades de conocim iento. L a sociedad,
empero, es la u nidad objetiva, no necesitada de contem plador
alguno, distinto de ella.
P o r u n a parte, en la n a tu ra leza la s cosas están m ucho
ntás separadas que la s alm as. E s a u nidad de un hom bre con
°tro, esa u n ió n que se verifica en el am or, en la com prensión
4C S ociología

o en la obra com ún, no tien e a n a lo g ías en el m undo espacial,


donde cada ser ocupa u n p u n to del espacio, que n o p uede
com partir con n in g ú n otro. P ero por otra parte, en la con­
ciencia del contem plador los elem entos de la realidad espacial
se fu n d en en u n a u n id ad a que no llega la u n id ad de los in d i­
vidu os. P u es en este caso los o'bjetos de la síntesis so n seres
independientes, centros espirituales, unidades person ales, y se
jreslsten a la fu sió n a b so lu ta en el alm a de otro sujeto, fu sió n
a que en cam b io tienen que som eterse la s co sas in an im ad as,
p o r su carencia de person alidad. P o r esta razón, un gru p o de
Hombres co n stitu ye u n a u n id ad que realiter es m ucho más
a lta, pero idealiter m ás b a ja que la que form a el m o b iliario
de u n a h ab ita ció n (mesa, sillas, sofá, alfo m b ra y espejo), o u n
p aisaje (río, prado, árboles, casa), o u n cuadro sobre el lien zo .
S i digo que la sociedad es «mi representación», es decir, que
d im an a de la activid ad de m i conciencia, he de tom ar el dicho
en m uy otro sentido que cuando digo que el m undo exterior
es mi representación. E l alm a ajen a tiene p ara m í ia m ism a
realidad que y o m ism o; u n a realid ad que se diferencia m ucho
de la de u n a cosa m aterial. P o r m ucho que K a n t asegure que
la existencia de los objetos exteriores tiene exactam ente la
m ism a seguridad que la m ía propia, ello sólo es cierto al refe­
rirn o s a lo s contenidos p articulares de m i vida subjetiva. P u es
el fun d am en to de la representación en general, el sentim iento
del Y o g o z a de u n a in co n d icio n a lid a d e in con m ovilid ad a
que no llega n in g u n a representación p articular de algo m ate­
ria l exterior.
P ero ju stam en te esa seguridad, susceptible o no de fu n ­
d a m e n ta ro n , ia tiene para nosotros el hecho del T ú ; y como
causa o, si se quiere, efecto de esa seguridad, sentim os eí T ú
, como a lg o i ndependien te de la representación que de él nos
form am os, com o a lg o que existe tan por sí m ism o como n u es­
tra propia existencia. E l h echo de que este «ser por sí» del
otro no nos im pida convertirlo en nuestra representación; el
hecho de que algo que no se resuelve por entero en nuestra
representación pueda, no obstante, convertirse en contenido,
esto es, en producto de ella, con stituye el más hondo problem a
p sicológico y lógico de la socia liza ció n . D en tro de la propia
conciencia distin gu im os perfectam ente entre nuestro Y o
£1 problem a d e la so cio lo g ía 41

fundam ental — sup u esto de todas la s representaciones, base


prim aria que no participa en el p roblem atism o, n u n ca com ­
pletam ente a n u la b le , de sus conten idos — y estos contenidos
m ism os, los cuales, y e n d o y vin ien d o , siendo accesibles a la
duda y a la corrección, se n os aparecen como m eros productos
de aquella ab so lu ta y riltim a fu erza y existen cia de nuestro
ser espiritual. E n cam bio, a l alma, ajena, aunque en ú ltim o
térm ino sea tam bién por n osotros representada. hem os de
trasladarle esas m ism as condiciones o, m ejor dicho, in con d i-
cionalidades del propio Y o . E l alm a ajen a tiene para nosotros
aquel sum o grado de realid ad que posee nuestro T o frente a
sus contenidos.
T e n ien d o e n cuenta todo esto, l a cu estió n : ¿cóm o es
posible la sociedad? adquiere u n sentido m etódico distinto
que la de ¿cómo es p osible la n atu raleza? P u es a la ú ltim a
responden la s form as de con ocim ien to, por m edio de las
cuales el su jeto realiza la síntesis de los elem entos dados,
convirtiénd olos en «naturaleza»; m ientras que a ,la prim era
responden la s condiciones, sitas a p riori en los elem entos
m ism os, gracias a la s cuales se u n en éstos realm ente para
form ar la sín tesis «sociedad». E n cierto sentido, todo este
libro, ta l como se desen vuelve sobre el p rin cip io y a estableci­
do, con stituye la base p ara responder a aq u ella pregunta.
P u es pretende descubrir lo s procesos que, realizán dose en de­
fin itiv a en los in d ivid u o s, con d icion an la «sociai idad». no
como causas a n tecedentes en eí t i empo, sino como procesos
inherentes a la sín tesis q u e, resum iendo, lla m a m o s sociedad. !¡
P ero la cuestión ha~de entenderse en un sentido m ás fu n ­
dam ental aún . H e dicho que la fu n ció n de realizar la u nidad
sintética, cuando se refiere a la na tu ra le za , descansa en el su ­
jeto con tem plador, y cuando se refiere a la sociedad, se tra sla ­
da a los ciernen tos de ésta. C ie rto que el in d iv id u o no tiene
presente, en abstracto, la conciencia de form a r sociedachjpero, f
en Todo caso, caU aT n o sabe que el otro está Ogado a él, a u n
cuando éste saber que el otro está socializad o , este con ocim ien ­
to de que todo el com plejo es sociedad, suele realizarse con
referencia a contenidos in d ivid u a les, concretos. Q u iz á ocurra
con esto lo que con la «unidad del conocim iento»; y es que en
procesos conscientes procedem os con arreglo a ella, coor­
S ociología

denando un conten id o concreto a otro, s in que tengam os de


ella una conscien cia aparte, sa lv o en raras y posteriores ab s­
tracciones. L a cuestión se nos presenta a h o ra de este modo:
«¿Qué elem entos generales y a p riori h an de servir de fu n d a ­
m ento. qué supuestos h a n de a ctu ar para que los procesos
sin g u la re s, concretos, de la conscien cia del in d ivid u o sean
verdaderos procesos de so cia liza ció n ? «¿Qué condiciones con ­
tenidas en ellos h acen p o sib le que su resultado sea. dicho
en térm inos abstractos, ja p roducción de u n a u nidad social
con elem entos in d ivid u ales? L o s fundam erttos a priori socio­
lógicos tendrán la m ism a doble sign ificación que aqu ellos
que «bacen posible» la n a tu ra le za. P o r u na parte determ ina­
rán. m ás O m enos perfecta o deficientem ente, los procesos rea­
les de socia liz ación, com o fu n cio n e s o energías del acontecer
esp iritu al. M a s por otra parte serán -o - su p u esio s ideales ló g i­
cos de la sociedad perfecta, au n q u e q u izá nu n ca realizad a con
está perfección a n álo gam en te a com o la le y de la causalidad
por u n lad o vive y actúa en los procesos efectivos del con oci­
m iento, y por otro co n stitu ye la fo rm a de la verdad, como sis­
tem a ideal de conocim ientos perfectos, independientem ente
de que esa form a sea re a liza d a o no por el dinam ism o, re la ti­
vam ente accidental, del espíritu, e independientem ente de la
m ay o r o m enor a p ro x im a ció n que revele la verdad realm ente
conseg u id a , a la verdad ideal m ente pensada.
L a in vestigació n de estas condiciones del proceso de so­
cia liza ció n ¿debe llam arse epistem ología? E s ésta u n a m era
cuestión de nom bre, pues los productos resultan tes de esas
con d icio n es y determ inados por ellas no son conocim ientos,
sin o p rocesos p rácticos y realidades, ^ o obstante, esto a que
me refiero, y que hem os de estud iar com o concepto gen eral de
la so cia liza ció n , es algo a n á lo g o al conocim iento: es la con­
ciencia de so cia liza rse o estar so c ia liz a d o . E l sujeto no se en ­
cuentra aquí trente a un objeto del que va adquiriendo g ra d u a l­
m ente u n a idea teórica, sin o que la conciencia de la so cia líza -
' ción es in m ed iata m ente la que s u stenta y encierra su sentido
interno. Se trata de los procesos de acciónJX'CÍpjtQca, que para
e í in d ivid u o sig n ifica n el b ecb o — no abstracto ciertam ente,
pero sí cap az de ser abstractam ente expresado — de estar so ­
c ia liza d o . ¿C u á le s son las fo rm as fu n d am en tales, o qué cate­
FJ problem a d e la sociolog ía 43

gorías específicas debe poseer el kom bre p ara que su rja esta
conciencia y , por con sigu ien te, cuáles son las form as que
debe tener esta consciencia u n a vez form ada, la sociedad cons­
titu id a como hecbo sabido? T o d o esto puede con stitu ir u n a
epistem ología de la sociedad. E n lo que sigue inten taré esbo­
zar, com o ejem plo de ta l in vestig a ció n , a lg u n as de estas con-
diciones o form as de socia liza ció n , que actú an a priori. a u n au e >
ño puedan ser designadas, com o las categorías k a n tia n a s , con
una sola palabra.
I. L a idea que u n a p erson a se form a de otra, m ediante
contacto person al, está condicionada por ciertas m odificacio­
nes que no son sen cillo s errores de experiencia incom pleta, o
falta de agudeza en la visió n por prejuicios de sim p a tía o a n ­
tipatía, sino cam bios radicales en la estructura del objeto real.
E stas m odificaciones cam inan en dos sentidos. V em o s a los
demás gen eralizad o s en cierta medida, acaso porque no nos
es dado representarnos p len am ente u na in d iv id u a lid a d dife­
rente de la nuestra. T e d a im agen que u n alm a se form a de
otra está determ inada por la sem ejan za con ella; y si bien
no es ésta, en m odo algun o, la condición ú n ica del conoci­
m iento esp iritu al — y a que, por una parte, parece necesaria
u n a desigualdad sim u ltá n ea p ara que b a y a d ista n cia y obje­
tividad, y, por otra parte, u na capacidad in telectual que se
m antiene m ás allá de la igu ald ad o no ig u a ld ad del ser - ,
un conocim iento perfecto presupondría, sin em bargo, u na
igu ald ad p erfecta. P arece com o si cada h om bre tuviese en si
un punto p rofu ndo de in d ivid u alid ad que no pud iera ser im a­
ginado interiorm ente por n in g ú n otro, cu yo centro in divid ual
es cualitativam ente diverso. Y sí esta exigen cia no es com pa­
tible lógicam ente con la d istan cia y en ju iciam ien to ob jetivos
en que descansa nuestra representación del otro, ello prueba
solam ente que n os está ved ado el conocim iento perfecto de hi,
in d iv id u a lid a d ajena. D e la s variaciones de esta deficiencia
dependen las relaciones de u n o s hom bres con otros. A h o r a
bien; sea cu al fuere su causa, es su consecuencia en todo caso
u na gen eralizació n de la im agen esp iritu al del otro, u n a con-
,fu sió n d e con to rn o s que p one en relación con otras esa im a-
j?en, que debiera ser ú n ica. P a r a los efectos de nu estra conduc­
ta práctica, im agin am os a todo hom bre como el tipo «hombre»
44 S ociologia

a que su in d iv id u a lid a d pertenece. A pesar de'su sin gu larid ad ,


le pensam os colocado b ajo u n a categoría que ciertam ente no
coincide con él por entero — circun stan cia esta ú ltim a que
diferen cia esta relación de a q u ella que existe entre el concepto
gen eral y lo s casos in d ivid u a les b ajo él com prendidos — . P ara
conocer a l bom bre no le vem os en su in d iv id u a lid a d pura,
sin o sostenido, elevado o, a veces tam bién, rebajado por el
tipo general, en el que le ponem os. A u n cuando esta tra n sfo r­
m ación sea tan im perceptible que y a no podam os reconocerla
inm ediatam ente; a u n en el caso de que nos fa lle n los h a b i­
tu ales conceptos característicos, como m oral o in m o ra l, libre
o siervo, señor o esclavo, etc., designam os interiorm ente al
hom bre, segú n cierto tipo, inexp resable en p alab ras, con el que
no coincide su ser in d ivid u al.
Y esto n os conduce m ás lejos to d avía. Sobre la total sin ­
g u larid a d de una' persona, nos fo rm am o s de ella u n a im agen
que no es idéntica a su ser real, pero que tam poco representa
un tipo general, sino m ás bien la im agen que presentaría esa
persona si, por decirlo asi, fu era ella m ism a plenam ente, si
realizase, por el lado bueno o por el m alo, la p osib ilid ad ideal
que existe en cada hom bre. T o d o s so m o s fragm entos, no sólo
del hom bre en general, sino de nosotros m ism os. Som os in i­
ciaciones, no sólo del tipo h u m an o absoluto, no sólo del tipo
de lo buen o y de lo m alo, etc., sino tam bién de la in d iv id u a li­
dad ú n ica de nuestro propio y o , q u e, como dibujado por
lín eas ideales, rodea nuestra realidad perceptible. P ero la m i-
rada del otro com pleta este carácter fragm en tario y nos con-
vierte en lo que no som os n u n c a p u ra y enteram ente. N o
podem os reducirnos a no ver en los dem ás sino lo s fragm en ­
tos reales yu xtap u esto s, sin o que, de la m ism a m anera, como
en nuestro cam po visu al, com pletam os la m ancha ciega de
m odo que no n o s dam os cuenta de ella, a sí tam bién con esos
datos fragm en tarios construim os íntegra la ajen a in d iv id u a li­
dad. L a práctica de la vida nos obliga a form ar la im agen del
hom bre con los torsos que realm ente conocem os de él. Pero
justam en te por eso resulta entonces que dicha im agen descan­
sa en aqu ellas m odificaciones y com plem entos, en la transfor­
m ación que sufren los fragm en tos dados, al convertirse en el
tipo general y en la p len a p erson alid ad ideal.
t i problem a de la so cio lo g ía 4V

E ste m étodo fu n d am en tal, que en la realidad raras veces


es llevado a la perfección, obra dentro de la sociedad exis­
tente, como el a jj r io r i de las acciones recíprocas que posr
teriorm ente se entretejen entre los in d ivid u o s. D e n tro de u n i
T írcu lo ligad o p o r la com u n idad de profesión o de interés« |
cada m iem bro ve a l otro, no de u n m odo p u ram ente em pírico»
siñcTsobie el fu n d a m ento de u n a p r io ti que ese círculo im p o­
ne a todos lo s que e n él p articipan- E n los círculos de los
oficiales, d é lo s creyentes, de los fu n cion ario s, de los intelec­
tuales, de la fam ilia, cada cu a l ve a los dem ás sobre el sup u es­
to de que es un m iem bro del círculo. D e la base v ita l com ún
parten ciertas su p osicion es, a través de las cuales los in d iv i­
duos se ven u n os a otros como a través de un velo. E ste velo
no se lim ita a encubrir la peculiaridad personal, sino que le
confiere nueva form a, fu n d ien d o su consistencia in d ivid u a l
con la del círculo. > lo vem os a los dem ás p uram en te com ojj
individuos, s in o com o colegas, o com pañeros, o corrcligiona-j
ños; en u na palab ra, como hab itantes del m ism o m undo par-j j
ticular. Y este supuesto in evita b le, qu'e actúa de un m o d o .j
a u tom ático, es u n o de los m edios que tiene el Kom bre^paral
dar a su p erson alid ad y realidad, en la representación d e ll
otro, la cualid ad y form a requeridas por su sociabilidad.
E s evidente que esto puede aplicarse tam bién a las reía- |
ciones que los m iem bros de distin tos círculos m antienen entre I
sí. E l paisano que traba conocim iento con un oficial no puede
prescindir de que este in d ivid u o es oficial. Y aun que el ser
oficial sea nota efectiva de su in d ivid u alid ad , no lo es, sin em ­
bargo, del m odo esquem ático com o el otro se lo representa. Y
lo propio ocurre a l protestante respecto del católico, a l com er­
ciante respecto del fu n cio n ario , al laico respecto del clérigo, et­
cétera. P o r doquiera encontram os que la realidad queda v e la -)
da por ía gen eralización social, con velos que excluyen en
prin cipio su descubrim iento, dentro de u n a sociedad social-
m en te mu y "d iferen ciada. D e este m odo el hom bre encuentra
en la representaciónTlel hom bre ciertos desplazam ientos, abre­
viaturas y com plem entos - pues la gen eralización es, por
unos lados, m ás, y por otros, m enos que la in d iv id u a lid a d —
que p rovien en de todas estas categorías a priori, de su tipo
como hom bre, de la idea de su p ro p ia perfección, del grupo
S ociología

social a que pertenece. Y sobre todo esto flota com o prin cipio
eurístico la idea de su defin ición real, absolutam ente in d i­
v id u a l. P ero si bien parece que únicam ente cuando h ayam os
conseguido ésta podrem os establecer nu estra relación justa
con el otro, sin em bargo, esas m odificaciones y tran sform acio­
nes que im piden su conocim iento ideal son, justam ente, la s
condiciones merced a las cuales resu ltan posibles las relacio­
nes; que conocem os como sociales — poco m ás o m enos del
m ism o m odo que, en K a n t. las categorías del entendim iento,
al convertir las intu iciones dadas en objetos com pletam ente
nuevos, h acen que el m undo dado resulte cognoscible.
I II. H a y otra categoría desde !a cual los sujetos se ven a sí
I m ism os, y u n o s a otros, y se tran sfo rm an de suerte que pueden
( p roducir la sociedad em pírica. E sta categoría puede form u larse
en la afirm ación aparentem ente triv ia l de que cada elem ento
f/de u n gru p o no es sólo u n a parte de la, sociedad, s in o adem ás
a lg o fuera~de ella. E ste hecho actúa com o u n a prior i social,
porque la paríé~3 el in d ivid u o que no se orienta hacia la socie­
dad o que no se agota en la sociedad, no debe concebirse como
algo que se h alla jun to a la parte social, sin relación con ésta,
com o a lg o que está fu era de la sociedad, com o algo a que la
sociedad debe dejar espacio, quiéralo o no. E l hecho de que el
íjn d i v iduo en ciertos aspectos no sea clen\£nlO-d.e la sociedad,
> co n stitu y e la condición p o sitiv a p ara que lo sea en otros aspec­
tos, y la índole de su «socialidad» está determ inada, al m enos
| en parte, por la índole de su «insocialulad». E n las in vesliga-
‘ ciones que siguen verem os a lg u n o s tipos cuyo sentido socioló­
gico queda fijado en su esencia y fundam ento, justam ente por
el hecho de estar excluidos en cierto modo de la sociedad, para
la cual, sin em bargo, es im portante su existencia; a sí ocurre con
el extranjero, el enem igo, el delincuente y a u n el pobre. P ero
esto puede aplicarse, no sólo a estos tipos generales, sino, con
incontab les varian tes, a tod a existencia in d ivid u al. E l hecho
de que en cada m om ento n os h allem o s envueltos en relacio­
nes con otros hom bres, y directa o indirectam ente determ ina­
dos por ellas, no argu ye nada en contra de esto; porque la co-
I lectivíd ad social se refiere justam en te a seres a los que no
abarca_poiLj:omplc‘to. Sabem os que el em pleado no es sólo
em pleado, que el com erciante no es sólo com erciante, que el
£| problem a de la so cio lo g ía -»7

oficial no es sólo oficial; y ese su ser extrasocial, su tem pera­


m ento y los reflejos de su destino, su s intereses y el va lo r de
su person alidad, aun qu e n o alteren en lo fu n d am en tal las
actividades burocráticas, com erciales, m ilitares, prestan al
hom bre u n m atiz p a rticu la r y m odifican, con im ponderables
extrasociales, su im agen social.
E l trato de lo s hom bres, dentro de las categorías sociales,
sería distinto si cada cual sólo apareciese ante el otro como
com prendido en la categoría correspondiente, com o sujeto de
la fu n ció n social que le está asign ada. L o s i nd ividuos, como
las profesiones v posiciones sociales, se~chstingucn según e[
gradcTen que adm iten ju n to con su contenidcTsocial aquel otro
elem en to « extra río a l o social». E n la serie de esos grados, uno
dé los polos puede estar con stituid o por la relación de am or o
de am istad. E n estas relaciones, lo que el in d ivid u o reserva
para sí m ism o, a llen d e la activid ad dedicada al otro, puede
acercarse cu an titativam en te al va lo r-lím ite cero. N o existe
en ellas m ás que u na vida ú nica, que puede ser contem plada
o vivid a, por decirlo así, desde dos puntos de vista: en el
aspecto interior, term inus a quo del sujeto, y tam bién, pero
sin m odificación a lg u n a , en la dirección de la persona a m a ­
da, b ajo la categoría de su term inus adquein, que la persona
am ada asum e totalm ente. E n otro sentido distinto, ofrece el
sacerdote católico un fenóm eno d e fo rm a igual, por a ia n to su
función eclesiástica cubre y agota por com pleto su realidad in ­
dividual. E n el prim ero de estos casos extrem os, si desaparece
el elem ento «ajeno» a la activid ad sociológica, es porque su
contenido se ha agotado to talm en te en la dirección del otro
termino* ch"él caso secundo. es_norque ios conten idos c!e acti­
vidad no social h an desaparecido en p rin cip io. E l p olo con­
trario pueden ofrecerlo, por ejem plo, las m anifestaciones de la
civilización m oderna, determ inadas por la econom ía m oneta­
ria, en la cu al el Hombre, considerado como productor, como
com prador o vendedor, como trabajador, en cualq u ier sentido,
se ap roxim a al ideal de la objetivid ad a b so lu ta . P rescindien do
de la s posiciones elevadas, directivas, la vida in d iv id u a l, el
tono de la person alidad desaparece de la obra; los hom bres no
s on sino sujetos de com pensaciones enere prestación y con­
traprestación, regidas por norm as objetivas, y todo lo que no
48 S ociolog ía

pertenezca a esta pura objetivid ad , desaparece de ellas. £ 1 ele­


m ento «no social» recoge p o r com pleto la p erson alidad, con su
color especial, con su irra cio n alid a d y su vida interior; sólo
cfuedan para a cu e lla s actividades sociales las energías especí­
ficas necesarias.
L as in d ivid u alid ad es sociales se m ueven entre estos ex-
I trem es, de ta l m anera, que las energías y determ inaciones que
convergen L acia el centro íntim o, tienen im p ortan cia y sentido
p ara la s actividades y sen tim ien tos dedicados a los dem ás,
P u es, en el caso lím ite, la conciencia de que esta activid ad o
sentim iento social co n stitu ye algo d istin to del resto no social,
alg o que no adm ite en la relación sociológica n in g ú n elem ento
«no social», ejerce un in flu jo p o sitivo sobre la actitud que el
sujeto adopta frente a los dem ás y los dem ás frente a él. _E1
Ia p riori de la vida social em pírica a firm a que la vid a n o es
com p leta m en te s o c ia L N o só lo co n stitu im o s n uestras relacio­
nes m utuas con la reserva n eg ativa de que u n a parte de nu es­
tra personalidad no entra en ellas; la parte n o social de n u es­
tra persona no actúa só lo por conexiones psicológicas gen era­
les sobre lo s procesos sociales en el a lm a, sin o que justam en te
el hecbo fo rm al de estar esa parte fuera de lo social, determ ina
la n a tu ra le za de su in flu en cia.
A sim ism o , el Lecho de que la s sociedades están cons­
titu id as por seres que al m ism o tiem po se h a lla n dentro y
fuera de ellas, form a la base para u n o de los m ás im p o rta n ­
tes fenóm enos sociológicos, a saber: que cn lrc u n a so e je d a d y
lo s in d iv id u os que la fo rm a n puede e x istir u n a relación com o
la que existe entre dos p artidos, e in clu so que esta relación;
decía rada o latente, existe siem pre. C o n esto la sociedad crea
acaso la fig u ra m ás consciente y, desde luego, la más general
de u n a form a fu n d am en tal de la vida; que el alm a in d ivid u al
no puede estar en u n nexo, sin estar al m ism o tiem po fuera de
él, ni puede estar in clu sa en n in g ú n orden sin h allarse a l
propio tiem po colocada frente a él. E sto puede aplicarse lo
m ism o a la s conexiones trascendentes y m ás generales, que
a las sin gulares y casuales. E l hom bre religioso se siente ple­
nam ente en vu elto en el ser divin o, como si no fuera m ás que
una p u lsació n de la vida d ivin a; su propia su stan cia se ha
sum ido del todo, con in d istin ció n m ística, en la sustancia
El problem a d e la so cio lo g ía 49

absoluta. N o obstante, p a ra que esta fu sió n ten ga sentido, h a


de conservar el hom bre en a lg u n a m anera u n ser propio, u n a
contraposición person al, u n y o separado, p ara quien la d iso ­
lución en el todo d ivin o sea un in fin ito problem a, un proceso
que m etafísicam ente sería im p o sible de realizar y re lig io sa ­
mente im p osible de sentir, sí no arran case de u n sujeto con
propia realidad. E l ser u n o con D io s no tiene sentido, si no set
es Otro que D io s.
S i prescindim os de esta cum bre trascendente, la relación
que ha m an tenido el esp íritu h um an o, a ío largo de s u h isto ­
ria, con la n a tu ra leza com o u n todo, ofrece la m ism a form a.
N o s sabem os p o r u n a parte in corporados en la n a tu ra leza,
como u n o de sus productos, que, con los dem ás, es un ig u a l
entre iguales; n os percatam os de no ser m ás que u n p un to por
el que cru zan las m aterias y energías natu rales, com o cru zan
por las agu as corrientes y la s plan tas en flor. Y no obstante,
el alm a tiene el sentim ien to de una existencia propia, indep en­
diente de todos esos nexos y relaciones, independencia que se
designa con el concepto, ta n inseguro lógicam ente, de libertad,
y que la n za a todo ese tráfago (de que n o sotros m ism os som os
un elem ento) u n meivtís que cu lm in a en la afirm ación rad ical
de que la n a tu ra le za no es sino u n a representación del alm a
bu m an a¿
P ero asi com o la n a tu ra le za, con sus innegables leyes pro­
pias, con su só lid a realidad, se encierra dentro del Y o , a sí por
otra parte este Y o , con toda su lib ertad y su sta n tivid ad , con
toda su oposición a la n a tu ra leza, n o es sino u n m iem bro de
ésta. Justam ente el c a r á c t e r trascendente del nexo n a tu ra l
consiste en eso: en que com prende dentro de sí ese ser indepen­
diente y con frecuencia enem igo. Y a u n lo cu e por hondo sen­
tim iento vita l se sitú a fu era de la n a tu ra leza, ha de ser, no
obstante, u n elem ento de la n a tu ra le za. E sta fórm u la no es
toenos ap licab le a la relación entre lo s in d iv id u o s y los círcu ­
los p articulares de su s v ín cu lo s sociales, o — si se fu n d en éstos
eji el concepto o sentim ien to de la so cia liza ció n en gen eral —
a la relació n de los in d ivid u o s sim plem ente. P o r u na p arte
sabernos que som os produ cios de la sociedad. L a serie fis io ló ­
gica de los an tepasados, su s adap taciones y determ inaciones,
las tradicion es de su trab ajo , su saber y su creencia, tod o el
30 S ociolog ía

¡espíritu del pretérito, cristalizad o en form as ob jetivas, deter­


m in a la s disposiciones y contenidos de nuestra vida, b a sta el
pun to d e que b a podido p lan tearse la cuestión de si el in d iv i-
duo es algo m ás que u n a v a sija en que se m ezclan , en can ti­
dades variab les, elem entos an terio rm ente existen tes; pues si
bien, en d efinitiva, estos elem entos son producidos p o r in d iv i-
duos, la con trib ución de cada cual co n stitu ye une. cantidad
in a prccm ble, y~sólo p o r su co n flu en cia genérica y social engen-
dran los factores, en cu ya sín tesis, a su vez, consiste luego la.
in d ivid u alid ad . P ero por otra parte sabem os que som os m iem ­
bros de ’ a sociedad. N o s o tro s , con nu estro proceso v ita l y el
sentido y fin de éste, nos sentim os ta n en trelazad os en la co­
existencia como en la sucesión social. E n calidad de seres n a tu ­
rales no constituim os u n a realidad sep arada; el ciclo de los
elem entos naturales pasa p o r nosotros, com o seres totalm ente
im personales, y la igu ald ad ante las leyes n atu rales reduce
n u estra vid a a un m ero ejem plo de su necesidad. D e la m ism a
m anera, en calidad de seres sociales, no viv im o s en derredor
de un centro autón om o, sino que en cada m om ento estam os
form ados por relaciones recíprocas con otros, siendo a sí com ­

Íp arables a là sustancia corpòrea, que p ara nosotros sólo existe


com o su m a de v a ria s im presiones sensoriales, pero no como
existencia en sí y por sí.
N o obstante, sentim os que esta d ifu sió n social no d isuel­

I ve enteram ente nu estra p erson alidad. Y no se trata sólo de


las y a m encionadas reservas, de esos contenidos in d iv id u a ­
les cu yo sentido y evolución se basan, desde luego, en el alm a
in d iv id u a l y no tienen lu gar a lg u n o dentro de la conexión
social: no se traía únicam ente tam poco de la formación de los
conten id os so ciales, cuya unidad, a l m odo del alm a in d i­
vid u a l, n o es, a su vez, íntegram ente social, d el'm ism o modo
que no puede deducirse de la n a tu ra leza quím ica de los co­
lores la fo rm a artística que tom an en el lien zo las m an chas
crom áticas. D e lo que se trata es, an te todo, de esto: que el
contenido so cia l de IfTvida, aun qu e pueda ser explicado to­
talm ente por los antecedentes" sociales y por las relaciones
sociales m utuas, debe considerarse al propio tiem po tam bién,
b ajo la categoría de la vida in d iv id u a l, como vivencia del in d i­
viduo y orientado enteram ente h acia el in d ivid u o. E sta s son
t i problem a d e la so cio lo g ía

diversas categorías b ajo la s cuales se considera u no y el m is­


mo contenido; a la m anera como u n a m ism a p la n ta puede ser
considerada desde el pun to de vista de sus condiciones b io ló ­
gicas o atend ien do a su u tilid a d práctica o a su v a lo r estático.
E l punto de v ista desde el cu al la existencia del in d iv id u o es
ordenada y com prendida, puede tom arse dentro o fu gra del
in d iv id u o L L a to ta lid a d de la vida, con todos sus conten idos
sociales, puede considerarse como el destino central de quien
la vive; pero puede considerarse tam bián, con todas las partes
reservadas para el in d iv id u o , com o producto y elem ento de la
vida social.
A s í. pues, el hecho de la so cia liza ció n coloca a l individuos
en la doble s itu a ció n de que hem os partido: la de estar en e lla l
com prendido y ah propio"tiem po encontrarse en fren te de e lla ; |
Ta^de ser m iem bro de u n organ ism o y a i propio tiem po un
todo orgánico cerrado, u n ser p a ra la sociedad y u n ser p ara s í 1
m ism o. P e ro lo esencial v i o due presta sentido al a o rio ri so ­
ciológico, que en esto se fu n d am en ta, es que la reía ció n_dc
interiorid ad y de ex terio ridad entre el in d iv id u o y la socie­
dad, no son dos d eterm inaciones que su b sistan u na ju n to a la
otra — aun que en ocasiones a sí sea y puedan lleg ar h asta una
h ostilidad recíproca — , sin o que am bas caracterizan la p o si­
ción u n itaria del hom bre que viv e en sociedad. L a existen cia
del hom bre no es, en parte, so cia l y, en parte, in d iv id u a l, con
escisión de sus contenidos, sin o que se h a lla h ajo la categoría
fundam ental, irreductible, de u na unidad que sólo podem os
expresar m ediante la sín tesis o sim u ltan eid ad de las dos de­
term inaciones opuestas: el ser a la vez parte y todo, producto
d e ja sociedad y elem ento de la sociedad; el v iv ir p or el propio
centro y el v iv ir”para el propio centro. L a sociedad no consta
sola~meñte, com o antes se vio , d e b e re s en parte no s o c ia liz a -
^0s» sinp^gue consta de seres que por un lado se sienten cual
g x iste n cia sp le n a m e n te sociales, y por otro, cu al existe n cia s}
personales, s in cam b iar p o r ello de contenido, Y estos no son
ó°s p un tos de vista coexistcntcs, pero sin relación, como
cuando se considera el m ism o cuerpo m irando a su peso o a
color, sino q u e am bos co n stitu yen la u n id a d de eso que I
.J a m a m o s ser social, la categoría sintética; del m ism o m odo
^Ue el* concepto de causa co n stitu ye u n a u n id ad a priori, a u n ­
52 S ociología

que encierra lo s dos elem entos, totalm ente distintos en su


contenido, de lo causante y de lo causado. U n _ a p riori de la
sociedad em pírica, u na de las condiciones que Hacen posible
f su form a, ta l com o la conocem os, es, pues, esa f a cultad que
poseem os de co n stru ir en ciertos seres, capaces de sentirse tér­
m inos, y sujetos de sus p ropias evoluciones y destinos, el con -
cepto de sociedad, que tiene en cuenta a estos in divid uos y que
es conocida, a su vez, como sujeto y térm ino de aqu ellas vid as
y determ inaciones.
I I I . L a sociedad es u n producto 'de elem entos desiguales,
P u es a u n en los casos en que ciertas tendencias "dem ócrá -
ticas o socialistas planeen, o en parte consigan, u n a «igual­
dad», esta igualdad es siem pre equivalencia de las personas,
las obras y la s posiciones, nunca igualdad de los Hombres en
su estructura, sus vidas y sus destinos. Y , por Otra parte,
cuando u n a sociedad esclavizada no co n stitu ye m ás que una
m asa, com o en la s m onarquías orientales, esta igualdad de
todos con todos no se refiere m ás que a ciertos aspectos de la
existencia, los p o lítico s o económ icos, por ejem plo, pero no a
su to ta lid ad : pues las cualidades n ativas, las relaciones per­
Se planteas o n a le s, los destinos v iv id o s, tienen inevitablem ente algo
el tínico e in co n fu n d ib le, no só lo por el lad o interior de la
problema vida, sin o tam b ién por lo que toca a la s relaciones con otras
de la
existencias. S i consideram os la sociedad com o un esquem a
identidad
puram en te objetivo, aparécesenos cual ordenación de conteni­
dos y actividades, relacionados u n os con otros por el espacio,
el tiem po, lo s conceptos, los valores, y en donde puede pres-
cindirse de la personalidad que sustenta su dinam ism o.
A H o ra bien; si aq u ella desigualdad de los elem entos Hace
que toda obra o cualidad aparezca dentro de esta ordenación
como a lg o in d ivid u alm en te caracterizado, claram ente determ i­
n ado en su sitio, la sociedad se nos presentará como un cosm os
de diversidad in calcu lab le en cuanto a ser y m ovim iento; pero
en el cu al cada pun to só lo puede estar constituido y desarro­
llarse de u n a determ inada m anera, si no Ha de v a ria r toda
la estru ctu ra del conjunto. C o n referencia a la estructura del
m undo en general, se Ha dicho que n i un gran o de aren a
p odría ten er otra fo rm a n i situ ació n , sin que se produjese un
cam bio de la existencia entera. E sto se repite en la estructura
El prúblcuiíi de la so cio lo g ia 53

¿e la sociedad, considerad a com o u n tejido de fen óm en os


determ inados. E s t a im ag en de la sociedad encu entra u n a a n a ­
logía en m in iatu ra, in fin itam en te sim plificada, y por decirlo
así, estilizada, en la b u ro cracia, que consiste en u n orden
determ inado de «puestos», de funciones, que in dep en dien te­
mente de quien en cada caso las desem peñe, producen u n a
conexión ideal; y dentro de ésta, cada recién llegad o h a lla u n
sitio claram ente dem arcado, que, p o r decirlo a sí, le estaba
esperando, y con el cual tien en que a rm o n iza r sus aptitudes.
L o que en este caso es u n a determ inación consciente y siste­
m ática de trabajos, co n stitu ye en la to talid ad social, n a tu ra l­
m ente, u n a in extricab le co n fu sió n de fun cion es. A q u í los
puestos no son el producto de u n a vo lu n ta d constructiva;
sólo p or la obra y la vida de los in d ivid u o s pueden ser conce­
bidos. Y pese a esta enorm e diferencia; pese a cuanto de irra ­
cional, im perfecto y condenable, desde un pun to de vista
valorativo, se encuentra en la sociedad h istórica, su estructura
fenom enològica — la sum a y relación de la s existencias y
óbraFquc cada elem ento ofrece desde u n pun to de v ista obje­
tivo social — es u na ordenación de elem entos, cada u n o de los
cuales ocupa un puesto determ inado; es u n a coordinación de
funciones y centros fu n cio n a le s, colm ados de objetivid ad , de
sentido social, au n q u e no siem pre de valo r. A q u í lo p u ram en ­
te personal, lo ín timam en te productivo, los im p u lsos y refle­
jo s del yo propiam en te dicho, perm anecen fu era de la consi-
j j racxón. OT~dicho de otro m odo: la vid a de la sociedad
transcurre no psicológica, sin o fenom en ològicam ente, desde
el punto de vista exclu sivo de sus contenidos sociales — como
si cada elem ento estuviese predeterm inado para su p uesto en
junto" A pesar de la d csarm on ía que existe con respecto
a las exigencias ideales, la vid a social discurre como s i todos
sus m iem bros estuviesen en u n a relación u n ifo rm e, de m ane-
ra que cada u no de ello s, precisam ente por ser éste y no otro,
Se refiriese a todos lo s dem ás, y an álogam en te todos los de-
“ tás a él.
P artien d o de esto, se reconoce cuál es el a p rio ri de que
ja m o s a h ab lar a h o ra , y que representa p ara el in d iv id u o el
u udam ento y «posibilidad» de pertenecer a u n a sociedad que
Cada individ uo, por su cu alid ad m ism a está lla m a d o a ocupar
54 Socio!»*;!..

u n lu g a r determ inado dentro de s u m edio so cia l, y de que este


lu g ar, Que id ealm ente le corresponde, existe realm ente e n el
tod o so cia l — este es el sup u esto sob re el cual v iv e el in d i­
v id u o su v id a so cial. P o d ríam o s lla m a rle «el v a lo r general»
del in d iv id u o . E ste supuesto es indep en díente de su m ás
o m enos clara y consciente' concepción, como tam b ién de su
rea liza ció n en el curso efectivo de la vida; del m ism o m odo
cjue el ap riorism o de la le y causal, com o sup u esto fo rm al del
con ocim ien to, es independiente de que la conciencia la fo r­
m u le en conceptos claros y de que la realidad psicológica p ro­
ceda o no con arreglo a ella. N u e s t r a v id a cogn oscitiva des­
can sa en el supuesto de u n a a rm o n ía preestable.cida entre
nuestras energías espirituales (por in d ivid u a les que sean) y la
existen cia exterior, ob jetiva. P u e s ésta es siem pre la expresión
del fenóm en o inm ediato, aun qu e después quede este fenóm eno
referido m etafísica o psicológicam ente a la producción de
la existencia p o r el propio intelecto. D e l m ism o m odo, la vid a
so cia l está atenida al supuesto de u n a arm on ía fu n d am en jaj
entre el in d iv id u o y el to d o social, sin que estoTmpícfiT la s
estridentes dison an cias de la vid a ética y la eudem onística. S i
la realid ad social se conform ase a este supuesto fu n d am en tal,
sin dificultades n i quiebras, tendríam os la sociedad perfecta; y
no en el sentido de la perfección ética o eudem onística, sino
de la perfección conceptual. Sería, por decirlo así, no la
sociedad perfecta, sino la sociedad perfecta. M ien tras el in d i­
vid u o no realice o no encuentre realizad o este a priori de su
existen cia so cia l — la plena correlación de su ser in divid ual
con los círculos que'íénrü'dyañ; la necesidad de su vida persq-
f n a l in terio r p ara la v id a del todo — no póHra~3 ecirse que este
j so cia liza d o n i será l a sociedad ese co n ju n to contin u o decoc­
ciones recíprocas, que en u n cia su concepto.
E s ta relación se m uestra particularm ente acen tuada en la
categoría de la profesión. L a an tigüed ad no conoció este con­
cepto, en el sentido de la diferen ciación person al y de la socie­
dad o rg a n iza d a por d ivisió n del trabajo. P ero la idea que le
sirve de base, la idea de que la activid ad so cia l efectiva es la
expresión u n ívo ca de la calidad interior, la idea de que el fo n ­
do perm anente de la sub jetivid ad encuentra su objetivación
práctica en la s fun cion es sociales, esta idea fu e p atrim on io
m problem a de la sociolog ía >5

también de los an tig u o s. S ó lo que esta relació n se verificaba


para los an tigu o s en u n contenido u niform e. S u p rin cip io que­
j a declarado en el dicho aristotélico de que u n o s por n a tu ra ­
leza están destinados a ser esclavos y otros a ser am os. C u a n -
Jo el concepto obtiene m ás fin a elaboración, m uéstrase en él
u na estructura p articu lar. D e u n a parte, la sociedad crea y
ofrece u n «puesto», que, au n qu e diferente de los dem ás en con­
tenido y lím ites, puede ser en p rin cip io ocupado por m uchos,
siendo por lo ta n to algo, p o r decirlo así, an ó n im o. P ero de
otra parte, pese a éste su carácter de generalidad, el puesto es
ocupado por el in d iv id u o , en virtu d de u n a «vocaci^n»_fnl¿rÍQx,
de~uña cuaíificación que el in d ivid u o percibe como enteram ente
personal. P a r a que existan profesiones en gen eral debe existir
u na especie de a rm o n ía entre la estructura^ y proceso v ital de
ía sociedad, de u n lad o, y la s cualidades e im p u lsos in d iv id u a -
les,_de otro. F in a lm en te, sobre ella, como supuesto general,
descansa ía representación de que la sociedad ofrece a cada
persona u na posición y labor, para la que esta persona ha sido
destinada, y rige el im p erativo de b uscarla h asta encontrarla.
L a sociedad em pírica só lo resu lta «posible» gracias a este
a priori. que cu lm in a en el concepto ¿e p ro fesión; au n q u e ta l
a priori, an álogam en te a lo s y a tratad os, no pueae designarse
con un sencillo calificativo , como sucede con las categorías
k a n tia n a s. L o s procesos de conciencia en que se realiza la
socialización — la u n id ad de m uchos, la m utua determ inación
de los in d ivid u o s, la im portancia m utua de los in d ivid u o s
para el todo y del todo para lo s in d iv id u o s — se verifican so ­
bre un presupuesto fu n d am en tal, que, cñ abstracto»no es cons­
ciente. pero que se expresa en la realidad de la práctica; y es
que el elem ento in d iv id u a l h a lla un puesto en la estructura
general, e in cluso que esta E stru ctu ra es, en cierto m odo, ad e­
cuada, desde luego a la in d iv id u a lid a d y a la lab o r del in d iv i­
duo, pese a l o in c a lc u la b le q u e es este últim o. L a concatena­
ción causal, que entreteje cada elem ento social con el ser y la
actividad de todos los dem ás, produciendo así la red externa
de la sociedad, se transform a en concatenación teleológica, ran
Pronto como se la considera desde eí punto de vista de lo s in ­
dividuos, sus productores, que se sienten personas a islad as y
cuya conducta se desarro lla sobre la base de la personalidad,
56 S ociología

que existe por sí y se determ ina por sí. E s a totalid ad fen om é­


n ica se atem pera, pues, a l fin del in d iv id u o , que, por decirlo así,
se acerca desde fueras ofrece a l proceso v ita l del in d ivid u o, de­
term in ad o en su interior, el puesto en donde su p ecu liar per­
son a se convierte en m iem bro necesario de la vida del todo. E s
esta u n a categoría fund am ental, que presta a la conciencia in ­
d iv id u a l la form a necesaria para to rn arse elem ento social.
* * *

E s cuestión -bastan te b a la d í la de si las investigaciones


sobre la epistem ología social — de las que esta digresión h a de
servir de ejem plo — pertenecen a la filo so fía social o a la s o ­
ciología. A c a s o sean u n territorio fro n terizo entre am bos m é­
todos. P ero, como antes b e indicado, el planteam iento del pro­
blem a sociológico y su delim itación con respecto al filosófico
no su fren en nada por ello, com o tam poco sufren los conceptos
de d ía y noebe porque exista el crepúsculo, n i los de hom bre y
a n im a l porque acaso lleguen a encontrarse grados interm e­
dios que ligu en las características de am bos de un modo q u i­
zá inseparable en conceptos. E l problem a sociológico se pro-
p one ta n sólo abstraer lo que en el fenóm eno com plejo“ que
I llam am o s v id a so cia l es realm ente sociedad, es cíecir, so ciaTi-
zación . L a sociología tom a este concepto en su m áxim a p u re ­
za, alejan do de él iodo aquello que, si bien sólo en la sociedad
puede obtener realización histórica, no con stituye em pero la
sociedad como tal, com o form a de existencia tínica y au tó n o ­
m a. N o s encontram os, pues, con u n n ú cleo de problem as in ­
confun dibles. P ued e suceder que la p eriferia de este círculo de
problem as entre en contacto, efím ero o perm anente, con otros
círculos. A c a so las determ inaciones fron terizas resulten d u d o­
sas. N o por eso el centro perm anece m enos fijo en su lugar.
P a so ah o ra a dem ostrar la fecu nd id ad de este concepto y
problem a central en estudios p a rd ales. S in pretender n i re­
m otam ente ago tar el núm ero de las form as de acción recíproca,
que constituyen la sociedad, estas in vestigacion es se lim ita n
a señ alar el cam ino que pudiera conducir a la determ inación
cien tífica de la extensión que corresponde a la «sociedad» en
la to talid ad de la vida. Y lo se ñ a la rá n dando los prim eros p a­
sos por él.
C a p ítu lo 2
LA C A N T ID A D E N LOS GRUPOS SOCIALES

A M O S a ex a m in a r u n a serie de form as de convivencia,


V de u n ificació n y de acción recíproca enere los in d iv i­
duos, atendiendo sólo a l sentido que tiene el núm ero de los
individuos so cia liza d o s en dichas form as. D e an tem an o, y
partiendo de las experiencias diarias, habrá de concederse que
un grupo, .cuando posee cierta extensión, toma resoluciones,
crea form as y órganos para su conservación y fom ento, de las
que antes no necesitaba; y que, por otra parte, los círculos m ás
lim itados tienen cualid ad es y re a liza n acciones m utu as, que
desaparecen in evitab lem en te al sobrevenir u n a am p liación n u ­
mérica. U n a doble im portancia debe concederse, pues, a la
cantidad. P rim ero la negativa: que ciertas form as, necesarias
o posibles en virtu d de las condiciones v ita le s, sólo pueden
realizarse m ás acá o m ás allá de cierto lím ite num érico de ele­
mentos. Y después la positiva: que ciertas form as resu ltan di­
rectamente de las m odificaciones cu an titativas que sufren los
grupos. C o m o es n a tu ra l, éstas no se presentan siem pre en
iodos los casos, sin o que dependen de otras determ inaciones;
Pero lo decisivo es que las form as de que se trata sólo pueden
Producirse b ajo la condición de u n a determ inada am p litu d
A m é r ic a .
A s í, por ejem plo, puede com probarse que h asta a h o ra las
°ygan izaciones socialistas, o que a l socialism o se a p roxim an ,
So o h an sido realizab les en círculos m u y pequeños, h abiend o

5?
58 Sociología

fracasado en lo s grandes. L a tendencia in terior de estas o rga­


nizacio n es, la ju sticia en la distrib u ció n de trabajo y goce,
puede realizarse bien en un grupo pequeño y — lo que se­
guram ente es tan im portante — puede ser com probada e inter­
venida por los in d ivid u o s. L o que cada cual trabaja para la
com unidad y lo que de la com u nidad recibe como retribución,
aparece en estos casos m u y claro: de m an era que es fácil la
com paración y equip aración . E n cam bio, en un círculo a m ­
p lio , esta distribu ción dificu lta la in e v ita b le diferencia entre
la s personas, sus fu n cio n es y sus pretensiones. U n nú m ero
m u y grande de hom bres no puede fo rm ar unidad m ás que
im p lan tan d o resueltam ente la d ivisió n del trabajo; no sólo
por razones o bvias de técnica económ ica, sin o porque ú n ica ­
m ente la d ivisión del trabajo puede hacer que los in divid uos
estén referidos y atenidos u n o s a otros, lo cual pone a cada
in d ivid u o en relación con los dem ás por incontab les m iem ­
bros interm edios, previn ien d o así el peligro de descom posi­
ción, que am en aza siem pre a lo s gru p os extensos. P o r esta
razó n , cuanto m ás estrecha sea la u n id a d exigida, tan to m ás
escrupulosa h a de ser la esp ecialización de los in d ivid u os,
y , por consiguiente, tanto más in co n d icio n al ha de ser la de­
p endencia del in d ivid u o con respecto al todo y del todo con
respecto a l in d ivid u o. E l socialism o de un círculo m uy am p lio
e xigiría la m ay o r diferen ciación de las personas, diferenciación
que, n atu ralm en te, trascendiendo de su trabajo, h ab ría de e x ­
tenderse a sus sentim ientos y deseos. P ero esto dificu lta extre­
m adam ente la com paración de las prestaciones y de la s re tri­
buciones, así como el eq u ilib rio de am bas; m ientras arte,
tratán dose de círculos pequeños, y p o r tan to índiferenciados,
subsiste la p o sib ilid ad de un so cialism o ap roxim ad o.
L o que, bajo el im perio de u na cu ltu ra progresiva, conde­
na, p o r decirlo así, lógicam ente estos gru p os a escasez n u m é­
rica, es s u necesidad de obtener bienes que no pueden p rocu ­
rarse ellos m ism os, dadas sus condiciones de producción. Q u e
y o sepa, en la E u ro p a actu al só lo existe u n a organ ización ap ro­
xim ad am en te socialista ( l) , el fa m iliste rio de G u is a , g ra n fá -

(j) L o con fin n za q u e pu ed e m erecer el m aterial h is tó r ic o q u e u tiliz a n estas in ­


vestig a cion es está d eterm in ada p o r d os circu n sta n cias. A te n d ie n d o a l servicio q u e ha
La cantidad on los grup os sociales 59

trica de objetos de h ierro, fu n d ad a en 1880 por un d iscíp u lo de


Fourier, sobre los p rin cip ios de asisten cia plen a a cada tra b a ja ­
dor y su fa m ilia , asegu ram ien to de un m ínim o de existencia,
crianza y educación g ra tu ita de los h ijos, a d q u isició n colecti­
va de las subsistencias. H a c ia el año 90 , la com u n id ad ocupa­
ba, aproxim adam ente, a 2.000 personas, y parecía tener condi­
ciones de vida. P e ro esto se debe indudablem ente a l hecho de
estar rodeada p o r u n a sociedad que viv e en condiciones com ­
pletam ente diferentes y por m edio de la cual puede lle n a r
para la satisfacción de sus necesidades, los vacíos que necesa­
riam ente h a n de quedar en su p ropia producción. L a s necesi­
dades h um an as no pueden racio n alizarse, com o la producción;
más bien parecen sujetas a un acaso in calcu lable, que sólo
permite satisfacerlas a condición de que al propio tiem po se
produzcan in n ú m eras cosas irracio n ales e in ap rovech ab les.
P or consiguiente, u n círculo que evite esto y se proponga la
plena sistem atización y fin alidad de sus actividades, sólo p o­
drá ser un círculo pequeño; únicam ente a'sí podrá recibir de
uno grande que le circunde lo que necesita para viv ir, p ose­
yendo cierto grado de cultura.

de préster, habría que h a b erío s eleccion a d o en ta n tos y ta n h eterogéneos ca m p os d e la


vida L istó rico -s o cia l, q u e ct tra b a jo d e u n a s o la p erson a n o p od ría bastar a rceoger l o
esencial, c o m o n o fuera a cu d ien d o a fu en te? secundarias, y éstas s ó lo p o ca s veces p o ­
drían ser com p rob a d as p o r u n a in v estiga ción p erson a l d e los h ech os. P o r o tr o p arte, el
trabajo se extendería sob re u n a la rga serie de a ñ os; y s e com prende, p o r ta n to , q u e n o
todos los h echos h a n p o d id o ser co n fr o n t a d o s c o n el estado m om en tá n e o d e la in v e s ­
tigación, inm ediatam ente antC6 de lo p u b lica ció n del lib r o . S i lu e x p o s ició n de L ech os
sociales efectivos fu era el o b je to — bien que s ecu n d a rio — J e este lib r o , n o sería a d ­
m isible ese m argen que aqu í q u ed a ' p a ra a firm a cion es n o p ro b a d a » o e rrón ea s. P e ro
este lib ro intenta m ostrar la p o sib ilid a d -d e u n a n u eva a bstra cción científica de la exis­
tencia social. P o r lo ta n to , l o esencial con siste en lleva r a ca b o esta a b s tra cció n s o b r e
algunos ejem p los, m ostra n d o q u e liO carece de sen tid o. S i se rae perm ite expresarm e
con alguna exageración, en bien de la cla rid a d m etód ica , diré q u e l o q u e im p o r ta es que
***03 ejem plos sean p o sib les, y n o q u e s e «n r e c le s . P u es su verdad n o está d estin a d a a
dem ostrar ( o s ó lo en ¡p ocos ca sos) la verd od de u n a a firm a ción gen eral, s in o qu e, a u n
en lo s casos en q u e la exp resión pudiera h a cerlo creeT, s o n sim plem ente el o b je t o , e n sí
l® d iftrftití, de u a análisis.
La justeza y fecu n d ida d de este a n álisis y n o la verdad acerca de la rea lida d de su
°b je t o es lo q u e se p ro p o n e el a u to r y en l o q u e cabe p ara el a u tor é x ito o fra ca s o - E n
Principio, la in vestiga ción p od ría ilu stra rse in clu s o co n ejem p los fin g id os, d e escu ela ,
“ Pelando, para darle sen tid o real, al ca u d a l d e h ech os c o n o c id o s p o r el le cto r,
60 Sívciologie

E x is te n adem ás gru p os ¿ e ín d o le religiosa, que, en virtu d


de su estructu ra sociológica, no perm iten su ap licación a u n
nú m ero crecido de m iem bros: tales la s sectas de los valdenses,
m en o n itas, h u sita s. E n las sectas cu y o dogm a prohíbe, por
ejem plo, el ju ra m en to , el servicio m ilita r, la aceptación de car­
gos p úblicos; en aqu ellas en que la producción, la distribu ción
del día y h asta el m atrim on io están sujetos a regla com ún; en
a q u ella s en que los fieles tien en u n a vestim enta especial, des­
tin a d a a distin gu irles de los dem ás hom bres y a designarles
com o pertenecientes a la com u nión; en aqu ellas en que la
experien cia su b jetiva de u na relación inm ediata con Jesús
co n stitu y e el nexo propiam ente dicho de la com unidad, in d u ­
dablem ente la extensión a círculos m ás am p lios rom p ería el
v ín cu lo , porque éste descansa en g ra n parte ju stam en te en la
a ctitu d excepcional y de o p o sició n adop tada por el conjun to.
E n este aspecto sociológico, al m enos, no deja de estar ju s ti­
ficada la p retensión de estas sectas de representar el cristia­
n ism o p rim itivo. P u es éste, que exp resab a u n a u nidad in d i-
feren ciada aún do dogm a y vida, sólo fu é p osib le en pequeñas
com u nidades, rodeadas por otras m ayores, que les servían ta n ­
to p ara com p letar lo s m edios de vid a necesarios como de con­
traste para adquirir conciencia de su verdadero ser. P o r esta
razó n , la exten sión del cristian ism o a todo el E stad o hubo de
m od ificar totalm ente su carácter sociológico, no m enos que su
esp íritu y contenido.
A s im ism o , de su concepto se desprende y a que u n a cor­
p oración aristocrática sólo puede tener u na extensión reduci­
da. P ero por encim a de esta evidencia, que resulta de su p osi­
ció n d om in an te frente a la s m asas, parece existir aqu í una
lim ita ció n d f núm ero, que, au n qu e oscile dentro de lím ites
m u y variab les, es ab so lu ta a su m anera. Q u ie ro decir que no
sólo existe u na proporción determ inada que p erm itiría que en
todo caso al crecer los súb ditos creciese tam bién a p rorrata la
a risto cracia dom inante, sin o que h a y p ara ésta u n lím ite ab­
so lu to , m ás a llá del cual la form a del grupo aristocrático no
puede sostenerse. E ste lím ite está determ inado, en parte, por
circu n stan cias exteriores, y en parte tam bién, por circu n stan ­
cias psicológicas.
U n gru p o aristocrático que h a y a de actuar com o totalidad,
La cantidad en los grup os sociales 61

debe ser abarcable p ara todos sus in d iviu d o s. E s to s tienen que


conocerse u n os a otros personalm ente, de m an era que los p a­
rentescos y cru zam ien to s se ram ifiq u en por toda la corpora­
ción y puedan perseguirse fácilm ente. P o r eso, el hecho de que
las aristocracias h istóricas, desde E sp a rta h asta V en ecia , m a­
nifiesten la tendencia a la m ay o r lim itació n n u m érica p osi­
ble, no es debido só lo a la rep u gn an cia egoísta a com p artir el
dom inio, sino a l conocim iento in stin tivo de que las con di­
ciones v ita les de u na aristocracia no pueden cum plirse sino
dentro de un núm ero escaso de elem entos, núm ero lim itad o ,
no sólo relativa, sin o ab solutam en te. E l derecho de prim oge-
nitura, cu ya n a tu ra le za es aristocrática, co n stitu ye el m edio
para im pedir las exp an sion es. S ó lo sobre su sup u esto fu e p osi­
ble la an tigua le y tebana que p ro h ib ía au m en tar el núm ero
de posesiones rurales, y la le y corin tia, que disp on ía que
el núm ero de fa m ilia s fuese siem pre el m ism o. E s caracterís­
tico, en este sentido, el h echo de que en u n a ocasión h a b la n d o
P la tó n de lo s oligo i dom inantes, lo s lla m e los «-no nu m ero­
sos?. C u a n d o u n a corporación aristocrática deja cam po abier­
to a las tendencias dem ocrático-cen tiífu gas, que suelen ap are­
cer al verificarse el trán sito a com unidades m ayores, se pierde
en contradicciones m ortales con su propio p rin cip io vita l,
como le ocurrió a la n ob leza de P o lo n ia . E n lo s casos m ás
felices, esta contradicción se resuelve sencillam ente por tran s­
form ación en la fo rm a social dem ocrática. A s í, p or ejem plo, la
an tigu a com u nidad lib re de los cam pesinos, en G e rm a n ia
— en la que rein aba la com pleta igu a ld ad person al de sus
m iem bros — era aristocrática; sin em bargo, a l con tin u arse en
las ciudades, se convirtió en la fuente de la dem ocracia. P a r a
evitar esto, no cabe sin o fija r u n lím ite rigoroso de au m en to ,
y oponer la cerrazón cu a n tita tiva del grupo a todos los ele­
m entos que pretendan entrar y que acaso ten gan derecho
a hacerlo. P o r cierto que a m enudo es en estos m om entos
cuando aparece clara la n a tu ra le za aristocrática de u n a corpo-
ración. E s ta adquiere conciencia, a l unirse fren te a los que
Pretenden am p liarla. A s í, la a n tig u a organ ización g en tilicia
Parece haberse tran sform ad o en. u n a aristocracia p ropiam en te
dicha, p o r el hecho de que u n a p o b lació n ex trañ a p retendió
lrrum p ir en la s com unidades gen tilicias, en núm ero h arto ele­
62 Sociología

va d o p a ra poder ser ad m itid a grad u alm en te en las agru p a cio ­


nes de parentesco. F ren te a esta am p liación del gru p o, las
asociacion es gen tilicias, esencialm en te lim itad as, sólo pud ie­
ron sostenerse en form a aristocrática. A n á lo g a m en te, la g u il-
da de C o lo n ia , R ich erzech e, estaba form ada originariam ente
por la to ta lid ad de los ciu dadano s libres; pero, a l au m en tar la
p o b la ció n , se convirtió en u n cuerpo aristocrático, cerrado a
tod os los intrusos.
E s cierto que esta tendencia de las aristocracias p olíticas
a «no ser num erosas» conduce ordinariam ente, no a la con­
servación, sino a su dism in ución y extinción. \ esto, n o sólo
por m otivos fisiológicos, sino porque lo s gru p os pequeños y
cerrados se distinguen , en general, de los grandes, en que los
m ism os destinos que fortalecen y ren u evan los prim eros
d estru yen lo s segundos. U n a guerra in fo rtu n a d a que arru in a
a u n pequeño E stad o -ciu d ad puede regenerar a un E stad o
grande. Y esto, no sólo por las razones extern as,'q ue se com ­
prenden a sim ple vista, sin o porque la relación entre las fu er­
zas de reserva y las energías actuantes es, en am bos casos,
m u y diferente. L o s gru p os pequeños y de o rga n iza ció n centrí­
peta em plean todas las fu erzas de que disponen, y las gastan.
E n cam bio, los grandes gru p os tien en m uchas fu erzas en
estado laten te, no sólo en sentido relativo, sin o absoluto. E l
todo, con sus exigencias, no acapara a todos los m iem bros
constante y totalm ente, sin o que puede perm itirse conservar
energías sin hacer de ellas uso social. Y estas energías, en caso
necesario, so n evocadas y a ctu a liza d a s. P o r eso, cuando las
circun stan cias e x c lu y e n lo s peligros que ponen en actividad
ciertas energías sociales intactas, pueden ser perfectam ente
adecuadas m edidas de lim ita ció n num érica, que in clu so se
refieran a la procreación. E n la s m o n tañ as del T ib et rein a la
poliand ria, con v e n ta ja p ara la colectividad, como reconocen
in clu so a lg u n o s m isioneros. E l suelo es ta n in fecu nd o en ellas
que u n crecim iento rápido de la p o b lació n p roduciría la m a ­
y o r m iseria, y la p o lian d ria es u n m edio excelente p ara pre­
ven irla. C u a n d o oím os decir que entre los b osqu im an os la
infecundidad del suelo es tanta que en ocasiones tien en que
separarse las fam ilias, parécenos m u y ju s ta la disp osición que
lim ita la s fam ilias a u n a exten sión com patible con la s dispo-
1.a cam idád cn lo* grup os sociales

nubilidades de su bsistencia, precisam ente en interés de la u n i­


dad y del v a lo r social, que se b a sa en la u n id ad . E l p eligro de
la lim itación cu a n tita tiva queda prevenido cn estos casos por
las condiciones exteriores de la vida del gru po y por sus con­
secuencias para la estructu ra in terio r del m ism o.
C u a n d o u n círculo pequeño som ete las personas a su u n i­
dad, en proporciones considerables, especialm ente en grupos
políticos, tiende a ad o p tar u n a actitud m ás decidida 1ron te a
las personas, frente a lo s problem as reales y trente a otros
círculos. E l círculo grande, en cam bio, dada la p lu ralid a d y
diversidad de sus elem entos, fom enta o soporta pruebo m enos
ta l actitud. L a h isto ria de las ciudades griegas e ita lia n a s y la
de los cantones su izo s m uestra que la s com unidades peque­
ñas, p ró xim as u n as a otras, si no lleg an a constituirse en
federación, suelen v iv ir en h o stilid ad abierta o latente. L a g u e­
rra y el derecho bélico so n a llí m ás duros y. sobre todo, más
radicales que entre los grand es E stad o s. E sto se explica por la
falta de reservas, de elem entos indeterm inados y de tra n si­
ción, que dificu ltan toda m odificación y adecuación; p or lo
cual, como tam bién por sus condiciones exteriores y p or su
configuración sociológica fu n d a m e n ta l, encuéntranse estos
pequeños círculos m ás veces ante cuestiones de ser o no ser.
Frente a estos rasgos típ icos de los círculos pequeños, haré
re sa lta r— con selección necesariam ente a rb itraria — lo s s i­
guientes rasgos, entre m uchos, que caracterizan sociológica­
mente los grandes círculos. P arto d el hecho de que los g ra n ­
des círculos, com parados con los pequeños, parecen m ostrar
un m enor grado de rad icalism o y decisión en la actitud. P ero
esto requiere u n a lim itación . Justam ente cuando entran en
m ovim iento grandes m asas — en asuntos políticos, sociales,
religiosos — , m an ifiestasen en ellas un radicalism o ciego: es
la victoria de los partidos extrem os sobre ios m oderados. E sto
depende, en prim er lugar, de que las grandes m asas sólo pue­
den ser m ovidas y dirigid as por ideas sim ples; lo que es
com ún a m uchos h a de ser asequ ible a lo s espíritus más
«ajos y p rim itivos. T am p o co p o drán ser m uchas las perso­
nalidades de elevado n ivel y bien diferenciadas que coinci-
*• an en ideas e im p u lso s com plicados y refinados; solam ente
Co-ncidirán en los que sean relativam en te sen cillos y de un
64 S ociologi,.

carácter general h u m an o. A h o r a bien; las realidades en que


h a n de verificarse prácticam ente la s ideas de la m asa son
siem pre com plicadas y están com puestas de un g ra n núm ero
de elem entos m uy divergentes. A s í. pues, sólo las ideas sim ­
ples podrán actuar, y actuarán siem pre, de un m odo parcial,
inconsiderado, radical. E ste carácter se acen tuará tod avía más
cuando se trate de la conducta de u n a m asa que se encuentra
actualm ente reunida. E n tales casos, la s incontables su ges­
tiones, que v a n y vienen, determ inan u n a extraord in aria
agitació n nerviosa, que con frecu encia arrastra a l individ uo
sin darse cuenta, en grosan do los im pulsos, como olas, y con ­
virtiendo a la m asa en b o tín de la p erson alid ad m ás a p a s io ­
nada. P o r esa razón se h a considerado como un m edio esen­
cial de m oderar la dem ocracia la regla de que las votaciones,
en el pueblo rom ano, se verificasen p o r gru p os fijos — tri-
butim et centuriatim d escriptis ordinibus, classibus, ¿ctatibus.
etcétera — , a l paso que las dem ocracias griegas votab an u n i­
tariam ente b ajo la im p resión inm ediata del orador. E sta
fu sió n de las m asas en un sen tim ien to que suspende toda
peculiaridad y reserva de la p erson a, es, en su contenido, de
u n radicalism o ta n absoluto, tan ajeno a toda m ediación y
ponderación, que conduciría a resultados irrealizab les y des­
tructores, si la m ay o r parte de las veces la consecuencia de
aq u ella exageración no estuviese y a com pensada por de­
caim ientos y reacciones interiores. A gre g ú ese a esto que las
m asas — en el sentido de que aqu í se trara — tienen poco que
perder, m ientras que creen poder gan arlo todo. E n esta s itu a ­
ción, suelen ser derribados todos los obstáculos que se o p o­
nen al rad icalism o. A d e m á s, los gru p os o lvid a n con m ás fre­
cuencia que lo s in divid uos que su poder tiene lím ites; y lo
olvid a n tan to m ás fácilm ente cuanto m ás desconocidos son los
m iem bros entre sí, como sucede en u n a m asa grande, reun id a
casualm ente.
A p a r te este radicalism o, que por su carácter puram ente
sentim ental se encuentra, sin duda, en los grandes gru p os,
puede observarse, en general, que los partidos pequeños sor.
m ás radicales que los grandes, n atu ralm en te dentro de los
lím ites que im pone la ideología co n stitu tiva de cada partido.
E l radicalism o a que aqu í nos referim os es el sociológico; es
u cantidad en los grup os sociales 65

decir, el que se fu n d a en la entrega sin reservas del in d iv i­


duo a la tendencia del gru p o, el que consiste en la rigorosa
determ inación del grupo, frente a form aciones vecin as, p or la
necesidad de conservación, el que se basa en la im p o sib ilid a d
de incluir, dentro del m arco estrecho de u n a p lu ralid a d , cier­
tas aspiraciones y pensam ientos am p lios. E l radicalism o,
como teoría, es b astan te indep en diente de esto. S e h a n o ta ­
do que en la A le m a n ia a ctu a l (antes de l 9 l 4 ) los elem entos
conservadores-reaccionarios se ven obligad os a m oderar el
radicalism o de sus pretensiones, justam en te por cau sa de su
fuerza num érica. E s tá n form ados por tantas y ta n diversas
capas sociales, que no pueden perseguir en lín e a recta, h asta
el final, n in g u n a de sus direcciones, sin causar recelos en a lg u ­
nos de los elem entos de que se com ponen. Igu alm en te el p ar­
tido socialdem ócrata se ha v isto obligado, p o r su exten sión
cuantitativa, a d ism in u ir su rad icalism o cu a lita tivo , a conce­
der cierto m argen a la s h erejías, a consentir, si no expresa­
mente, de hecho a l m enos, a lg ú n a b lan d am ien to de su irre-
ductibilídad.
L a ab so lu ta cohesión de los elem entos, base so cio ló ­
gica que hace posible el rad icalism o, es tanto más d ifícil de
mantener cuanto m ás va riad o s so n lo s elem entos in d iv id u a ­
les que trae consigo el crecim iento num érico. P o r eso, las
coaliciones de trabajad o res, cu yo fin es la m ejora de las
condiciones de trabajo, saben m u y b ie n que, a l au m en tar en
extensión, pierden en coh esión interna. P ero en estos casos la
extensión num érica tiene, por otra parte, la enorm e im p ortan ­
cia de que cada n u evo m iem bro lib ra a la co alición de u n
competidor, que p odría ser peligro so para su existencia. Y es
Que, indu dablem ente, surgen condiciones de vid a com pleta­
mente especiales p ara aqu ellos gru p os que se fo rm a n dentro
otro grupo m ayo r, y cu yo propósito ideal consiste en re­
u n ir en su seno todos lo s elem entos que caen bajo los m ism os
supuestos. E n sem ejantes casos suele regir el p rin cip io de:
0 conm igo o co n tra m í. L a s p erson alidades que, por decirlo
pertenecen idealm en te a l grupo, según las pretensiones de
este, le causan u n p erju icio positivo con su m era indiferen cia
y ausencia: b ien porque com piten con él, com o sucede en el
caso de las coalicion es obreras; bien porque su m in istra n ele­
66 S ociología

m entos p ara c[ue los de afu era m id en el poder del grupo; bien
porque el grupo no puede form arse com o no sea in clu yen d o a
todos los elem entos: p o r ejem plo: en m ucb os carteles in d u s­
triales. P o r consiguiente, cuand o a u n grupo se le plantea
la cuestión — en m odo a lg u n o ap licab le a todos — de to ta ­
lid ad , la cuestión de si todos lo s elem entos a que se extiendo
su p rin cip io están realm ente conten idos en él, b a y que dis­
tin g u ir cuidadosam ente las consecuencias que se derivar,
de esta totalidad y las que se d erivan de su tamaño. C la ro
está que el gru p o será m ás grand e si está com pleto que sí está
incom pleto. P ero lo que tiene im p ortancia para ciertos grupos
n o es la p u ra cantidad, sin o el problem a — derivado — de si
con esa can tidad queda rellen a cierta área prefijada. A s í, en el
caso de la s coalicion es obreras las desven tajas que, por pérdi­
da de co b esió n y u n id ad , trae consigo el mero aum ento n u ­
m érico, están com pensadas por las ven ta ja s an tagón icas que
resu ltan de la m ayo r ap roxim ación a la totalid ad .
E n general, las in stitucion es p ropias de lo s grandes círcu­
los pueden explicarse com o com pensaciones o su stitu tivos de
la cobesión persona! e inm ediata que caracteriza los círculos
pequeños. S e trata de in stan cias que o rga n iza n y m ediatizan
las acciones recíprocas de los elem entos, actuando a sí como
su sten tácu lo s de la u n id ad social, y a que ésta ba dejado de
ser u na relación de persona a persona. C o n este objeto su r­
gen los cargos y representaciones; las leyes y los sím bolos
de la vida social; las o rgan izacion es y los conceptos sociales
generales. D e la fo rm ació n y fu n cio n am ien to de estas in s ­
tituciones tra ta este lib ro en num erosos pasajes; bastará,
pues, in d icar aqu í su relación con el pun to de vista n u m é ­
rico. S ó lo en grandes círculos se producen, puras y bien des­
arro llad as, como form as abstractas del nexo social, y a que
la s form as concretas no pueden e x istir en gru p os de cierta
extensión. S u fin alidad, que se Tamifica en m iles de cualidades
sociales, descansa, en ú ltim o térm ino, sobre supuestos nu m é­
ricos. E l carácter tran sp erso n al y objetivo con que frente
a los in d ivid u o s se presentan esas encarnaciones de las ener­
gías sociales, procede justam en te de la m uchedum bre de ele­
m entos in d ivid u ales activos. E l gran núm ero de éstos p a ra liza
lo in d iv id u a l y eleva lo gen eral a ta l altu ra, que aparece
i_a cantidad en los g ru p os sociales 67

c o m oa lg o existente por sí, com o a lg o que no necesita del in ­


dividuo, e inclu so m uch as veces com o algo an tagó n ico a l in ­
dividuo; an álogam en te a com o el concepto, que reún e lo que
h ay de com ún en fenóm en os sin gulares y diversos, está tanto
más a lto sobre cada u no de ellos cuanto m ay o r nú m ero com ­
prende; de m anera que precisam ente los conceptos m ás gene­
rales, lo s que d o m in a n m ay o r círculo de in divid ualidad es
— las abstracciones de la m etafísica — adquieren u n a vida
separada, cu yas n orm as y desarrollos son a m enudo extra­
ños o enem igos de lo s del in d ivid u o tan gible. P o r con si­
guiente, el grupo grande, p ara conseguir la u n id a d que se
expresa en sus ó rgan o s y en su derecho, en sus conceptos
políticos y en sus ideales, h a de p agarla a l precio de u n a gran
distancia entre todas estas organizacion es y el in d ivid u o , con
sus ideas y necesidades; m ientras que, en la vida social de un
círculo pequeño, ob ran los in d iv id u o s inm ediatam ente, y son
inm ediatam ente tenidos en cuenta. A s í se ex p lican las fre ­
cuentes dificultades con que tropiezan aquellos organism os
que encierran en su seno u na serie de asociaciones m ás pe­
queñas, abarcadas por la grande; las situacion es reales son
m ejor conocidas y con m ás cuidado tratad as desde cerca que
desde lejos, m ientras que la s relaciones ju stas y regulares en­
tre todas la s unidades se determ inan m ejor desde la le ja n ía
del órgano central. E ste dualism o se presenta constantem en­
te, por ejem plo, en la p o lítica de beneficencia, en los sin d ica ­
tos, en la ad m in istra ció n de la enseñanza. L a s relaciones de
persona a persona, que co n stitu yen el principio vita l de los
círculos pequeños, no se com p agin an con la distancia y irial-
dod de las norm as objetivas y abstractas, sin las cuales en
cam bio los círculos grandes no pueden su b sistir (l).

(l) S u rg e a q u i u n a d ificu lta d típica de las rela cion es humana.«. E n n u estra s a c­


titudes teóricas y prá ctica s, fren te a tod os los p osibles ob je to s, n os vem os co n sta n te -
tnente im p elid os a estar al p r o p io tiem p o d en tro y fu era de ellos. P o t ejem p lo: el <jae
kabla co n tra el u s o del ta b a co , tien e q u e fu m a r; y . p o r otra parte, cla ro c j que
n ° debe h a cerlo. E n efecto, «i n o fu m a . le fa lta rá el co n o cim ie n to de lo s e n ca n to s que
condena; y *i fu m a , n o es leg itim o que con d en e lo q u e p ractica. P a ra fo rm u la r una
op in ión s obre las m ujeres, < cn p lu r a l» , será necesaria la exp erien cia d e rela cion es ín ti-
rn‘>a c o n ellas; pero tam bién será p reciso estar libre y a p artad o de d ich os rela cion es, que
■deforman sentim entalm en te el ju ic io . S ó lo cu a n d o estam os ju n to a u n a cosa , dentro
68 Sociologia

T o d a v ía resu ltarán m ás claras la s diferencias estructura­


les p roducidas por la s sim ples diversidades cu an titativas de
los gru p os, si atendem os a l papel que desem peñan ciertos ele­
m entos de em inente in flu en cia. N o sólo ocurre el hecho evi­
dente de que cierto núm ero de tales elem entos tiene u n sen ti­
do distin to en u n círculo grande que en u no pequeño, sino
que, con la m odificación cu a n tita tiva del círcu lo, cam bia
tam bién la eficacia de aquellos in flu jo s, aun qu e su propia
cantidad aum ente o d ism in u y a en la m ism a proporción que
la del círculo. E l papel desem peñado por u n m illo n ario en
u n a ciudad de 10.000 habitantes, la situ a ció n económ ica m edia
y la fiso n o m ía que este vecino presta a la ciudad, son com ple­
tam en te distin tos de la sign ificació n que 5 o m illo n a rio s o
cada uno de ellos tienen en una ciu dad de 500.000 habitantes.,
aun qu e la relació n num érica entre el m illo n ario y sus con ve­
cinos (que parecía ser la ú n ica determ inante) sigue siendo
la m ism a. S i en u n partid o p arlam en tario de 20 in d ivid u os
h a y cuatro m iem bros que critican o a b an d o n a n el p rogram a,
esto tiene u n a im portancia m u y distinta, en la ideología y
práctica del partido,, que si disponiendo éste de 50 in d ivid u os
fu esen 10 lo s rebeldes. E n general, aun qu e la proporción n u ­
m érica perm anezca igu al, será m ayor la im portancia de los
disidentes en el m ay o r partido. Se b a dicho, en fin, que una
tira n ía m ilitar, ceteris paribus, puede sostenerse tanto me­
jo r cuanto m ás extenso sea su territorio; pues supon ien do
que el ejército com prenda el 1 por 100 de la p oblación, será
m ás fá c il d o m in ar a u n a población de 10.000.000 con un
ejército de 100.000 hom bres, que a u n a ciudad de 100.000
b ab itan tes con 100 soldados, o a u n pueblo de 100 habitantes
con u n o . L o característico es, en estos casos, que los núm eros
ab solutos del grupo total y de los elem entos en él influyen tes,

de ello, p oseem os s u co n o cim ie n to y com p ren sión : p ero s ó lo cu a n d o la distancia sup rim e
el c o n ta cto in m ed ia to, en tod os sen tid os, p oseem os la ob jetivid a d , a u e es tan necesaria
c o m o la p rox im id a d para ju z g a r. E ste d u a lism o d e la p ro x im id a d y la leja n ía .
<jue ta n n ecesa rio es p ara la co n d u cta u n iform e, con trib u y e, en cie rto m o d o , a u n a de las
fo rm a s fu n da m en ta les d e nu estra vida y del p rob lem a vitaL U n o y el m ism o a su n to
n o p o d rá ser tra ta d o, p o r u n a parte, m á* 4 u c d en tro d e u n a a so c ia ció n estrecha; m as,
p o r o tra , necesitará serlo en una grande. H e ac¡ui u n a con tra d icció n fo rm a l s o c io ló g i­
ca , a u e c o n stitu y e u n ca so especial d e a cu e lla gen eral h u m ana.
L.a cantidad en los grupos-sociales 69

aunque p erm anezca idén tica su proporción nu m érica, deter­


m inan diversam ente la s relaciones dentro del grupo. T o d o s
estos ejem plos, c[ue pueden aum entarse indefinidam en te,
m uestran que la s relaciones entre los elem entos sociológicos
dependen, no sólo de la s cantidades num éricas relativas, sino
tam bién ab solutas. S i designam os los elem entos de este géne­
ro, lla m á n d o lo s partid o dentro del grupo, entonces direm os
que la proporción del p artid o frente a la to talid ad se m odifica,
no sólo cuando, perm aneciendo ig u a l la ú ltim a, sube o b a ja
el partido nu m éricam ente, sin o tam b ién cuando esta m od ifi­
cación afecta en la m ism a m edida a l todo y a la parte. C o n
esto queda señ alad a la im p o rtan cia sociológica de la m agnitud
o pequenez d el círcu lo total, frente a las relaciones num éricas
de los elem entos, a la que parece a prim era v ista referirse ú n i-
roente el sentido de los n ú m eros para las relaciones interiores
de los grupos.
L a diferencia fo rm a l que en la conducta social de los in d i­
viduos introduce la can tidad o m agnitu d del grupo, no sólo se
m anifiesta en la m era efectividad, sino que tam bién cae bajo
la categoría de la n orm a, del deber. Y donde m ás claram ente
se aprecia esto es q u izá en la diferencia entre la costum bre y
el derecko. D ijé ra se que en los pueblos arios, los prim eros
vín cu los que lig a n el in d iv id u o a u n orden de v id a tran sin d i-
vidu al, nacieron de un in stin to o concepto p rim ario que sig ­
nificaba precepto, o b ligació n , deber en general. E s ta «norm a-
ción» indiferen ciada, se declara, por ejem plo, en el dharma de
los in d ios, en la tem is de los griegos, en el fas de los latin o s.
L as regu laciones p articulares, en las esferas de la religión , la
m oral, la convención, el derecko, son ram ificaciones de aquel
in stin to n o rm ativ o , que es la u n id ad p rim ordial de tod as esas
form as diferenciadas.
E n contra de la op in ió n , según la cu al la m oral, la cos­
tum bre y el derecko, se k a n desarrollado como brotes p arale­
los, por decirlo así, de aqu el germ en origin ario, creo y o que
lo que llam am o s costum bre co n stitu ye la form a actu al de
aquel in stin to n o rm ativ o p rim ario y representa aqu el estado
^ d iferen cia d o , de donde las form as del derecko y de la m oral
Surgen en distin to s aspectos. L a m o ralid ad só lo nos interesa
a 3 u í en cuanto representa la conducta del in d iv id u o frente a
7C S ociolog ie

otros in d ivid u o s o frente a las com unidades; es decir, en cu an ­


to tiene el m ism o contenido que la costum bre y el derecho.
L a diferencia está únicam ente en que ese otro sujeto, merced
a cu y a contrap osición se desarrolla en el in d ivid u o la form a
de la conducta m oral, reside., en el in d ivid u o m ism o. A s í como
el in d iv id u o se escinde a l decir: y o s o y — contraponiéndose a
sí m ism o como 'sujeto que sabe y com o objeto sabido — , es­
cíndese tam bién al decir: y o debo. L a relación de dos sujetos,
relació n que aparece como im perativo, se repite en el alm a
in d iv id u a l, merced a la capacidad fu n d am en tal de nuestro
esp íritu de contraponerse a sí m ism o, viéndose y tratándose
como si fu era otro. (N o trataré a q u í el problem a de si en esto
h a y u n a transposición de anteriores relaciones em píricas in ­
terin d ivid u ales, que se p asan a l terreno del alm a in d iv id u a l, o
sí ese im p erativo brota de la pura espontaneidad.) P o r otra
parte, u n a vez que las form as de norm ación se h an apoderado
de determ inados contenidos, em ancípanse éstos de sus p rim i­
tivos susten tácu los sociológicos y se exa lta n b a sta adquirir
u n a necesidad propia que llam am os necesidad ideal. E sto s
conten idos — m aneras de conducirse o estados internos de los
sujetos — son entonces valiosos por s í m ism os, son debidos; y
el hecho de que tengan n atu raleza social o algu n a im portancia
so cia l, no decide y a exclu sivam ente sobre su acento im p erati­
vo, el cu al m ás bien brota de su sentido y v a lo r objetivo-ideal.
P ero n i aq u ella figura personal de la m oralidad, ni esta
evo lu ció n de las tres norm as en el sentido de la im portancia
o b jetiva y sup rasocial, im piden que sus contenidos sean con­
siderados a q u í como fin alidades sociales, y aqu ellas tres fo r­
m as, como seguridades de su realizació n por el individ uo. Son
realm ente formas de la relación interna y externa del in d iv i­
duo con u n grupo social; pues el idéntico contenido de esta
relació n h a adoptado, históricam ente, ora u p a , ora otra de es­
tas form as o m otivaciones. L o que en u n a época o en u n lu g a r
era costum bre, h a sido en otro lugar, o m ás tarde, derecho po­
lítico, o h a quedado ab an donado a la m o ral personal; lo que
estaba g aran tizad o por la coacción legal, se h a transform ado
luego en m era costum bre; lo que estaba ab an donado a la con­
ciencia del individ uo, h a sido con frecuencia, después, exigido
legalm ente p o r el E stad o , etc. L o s térm in os extrem os de esta
La cantidad en los grupos sociales 71

serie so n el derecho y la m oral, ocupando en cierto m od o el


centro, la costum bre, de la que K an nacido aqu éllos. £1 dere­
cho tiene, en la le y y en lo s poderes ejecutivos, los órgan o s d i­
ferenciados que le sirv en p ara circunscribir exactam ente sus
contenidos y p ara e x igir coactivam ente su cum p lim ien to; p or
eso se lim ita con razó n a los supuestos indispensables de la
vida social: lo que la gen eralid ad puede exigir in co n d icio n a l-
mente a l in d iv id u o , eso es lo que debe exigirle. E n cam bio, la
m oral lib re del in d iv id u o no posee o tra ley que la que és :e se
dicta autom áticam ente, desde s u propia intim idad, n i otro p o ­
der ejecutivo que la p ropia conciencia. P o r eso su dem arcación
abarca en p rin cip io la to talid ad de la conducta; pero es claro
que, en la práctica, tien e en cada caso lím ites accidentales y
oscilantes (l).
P o r m edio de la costum bre, cada círculo se asegu ra la

(l) E l d erech o y 1« m o ra l surgen, p&rt passtt, en un. re c o d o d e la e v o lu ció n


social. E llo se refleja en el sen tid o i d e o ló g i c o d e a m b os, que, m ás d e lo q u e p a rece a
prim era vista, se refieren el u n o al o t r o . C u a n d o la co n d u cta estricta del in d iv id u o ,
que com p ren d e to d a u n a vid a re c u la d a p o r 1« costu m b re, ccd c a n orm a s generales de
derecho, q u e se a leja n m u c h o d e t o d o l o in d iv id u a l, es d e interés s o cia l el n o dejar
aban don ad o a s í m ism a la lib erta d a sí lo g r a d a . L o s im p erativos m ora le s co m p le ta n lo*
ju ríd icos, llen a n d o lo s v a cío s p r o d u c id o s p o r la desa p a rición de la co stu m b re , reg u la ­
dora gen eral de la -rida. F íen te o la costu m b re, la s otras d os form a s de n o r m a ció n
trasladan el ord en p o r encim a del in d iv id u o y, al m is m o tiem p o, d e n tro d el in d iv id u o .
Pues cu alesqu iera q u e sean lo s va lores p ersonales >- m eta firicos que representen
la con cien cia y la m ora lid a d a u tó n o m a , su v a lo r s o cia l, ú n ico d e q u e a q u í se tra ta ,
w tó en su enorm e u tilid a d p ro filá ctica . E l d erech o y la costu m b re a fecta n a la a ctiv i­
dad de la v o lu n ta d en su a sp ecto ex terior y en s u re a liza ció n ; a ctú a n prev en tiv a m en te
V p o r el m ied o. P a ra h a cer su p e rflu o este m o tiv o necesitan la m a y o ría d e las veces
n o siem pre — ser a cog id a s a p o s t e r io r / en la m ora lid a d person a l. P e r o ésta se h a lla en
1“ * raíces d e la a cció n ; m od ifica l o m ás in te rio r del s a je to . h a sta q u e é ste llega a xe o li-
p or s í m ism o la a ctiv id a d ju sta , s in recu rrir a l a p o y o de a q u e llo s p od eres rela tivos,
c*tcriorea. A h o r a b ien, la s ocie d a d n o tiene n in g ú n interés en la p e rfe cció n p uram ente
W oral d el s u je to ; s ó lo le im p orta d ich a p e rfe cció n — y la fo m en to — p o r cu a n to re p rc-
* « u a la m a y o r ga ra n tía im a g in a ble p a ra las a ccion es sociales útiles de este s u je to . E n
h» m ora lid a d in d iv id u a l, la socied ad se crea u n ó rg a n o , n o s ó lo m u ch o m ás eficaz que
el derecho y la costu m b re, s in o q u e, adem ás, l e a h o rr a los g a stos e in co m o d id a d e s de
**tai Institu cion es; c o m o igu alm en te l a ten d en cia de la socied ad a p lan tea rse esdgen-
Cia* lo m ás equitativas p osib les en g en d ra la «tra n q u ilid a d de c o n c ie n c ia » , c o n lo cu al
*1 in d iv id u o serecom p en sa a si m ism o p o r su buena co n d u cta , q u e, a n o ser p o r esto,
P robablem ente h a b ría de estar ga ra n tiz a d a de a lgú n m o d o p o r el d e rech o o la c o s ­
am b re.
72 S ociología

conducta adecuada de su s m iem bros a llí donde la coacción del


derecho no tiene cabida, n i la m oral in d iv id u a l ¿ a r a m ia b a s ­
tante. A s í, la costum bre, que era la ú n ica recu lación de la vid a
en el tiem po en que las otras form as de norm ación diferen cia­
da no e x istía n a ú n o e x istía n sólo en germ en, actúa h oy com o
com plem ento de las otras dos. C o n esto queda indicado el
lu g a r que sociólogam ente ocupa. L a costum bre se sitúa entre
el círculo grande, en el que los m iem bros están som etidos a l
derecho, y la in d ivid u alid ad ab solu ta, sujeto de la m oralidad
libre. Pertenece, pues, a los círculos m ás estrechos, a las fo r ­
m aciones interm edias entre los grupos a m p lio s y el individ uo.
C a s i tod as la s costum bres son costum bres de clase o profesión.
S u s m anifestaciones: conducta exterior, m oda, h onor, d om i­
n a n ta n sólo en cada u n a de las su b d ivisio n es del g ra n grupo
en que im pera el derecho; y en cada u no de esos subgrupos
tienen y a otro contenido (l). F ren te a u n a vio lació n de las
b uen as costum bres sólo reacciona el círculo estrecho de aq u e­
llo s a quienes h a afectado o que h an sido testigos de ella; a l
paso que u n a vio lació n del orden ju rídico provoca la reacción
de toda la com unidad. C o m o la costum bre no tiene m ás poder
ejecutivo que la op in ió n pública y ciertas reacciones in d iv i­
duales que se añaden inm ediatam ente a ésta, es im p osible que
la adm inistre u n círculo grande. E s un hecho de experiencia,
que no necesita m ayo r exp licación, el de que la s costum bres
de los com erciantes perm iten u ordenan cosas distin tas que las
de la aristocracia; y las de un círculo religioso, que la s de uno
literario, etc. E sto revela que el contenido de la costum bre
consiste en las condiciones p articulares de que ba m enester
todo círculo reducido, que no dispone para g a ra n tiza rla s n i
del poder coactivo del derecho político, n i de im p u lsos m ora­
les autón om os dignos de com pleta confianza.
L o ú n ico que estos círculos tienen de com ún con lo s p ri­
m itivos (con los cuales com ienza p ara nosotros la h istoria
social) no es otra cosa que la escasez num érica. L a s form as
v ita les que b astab an entonces a l círculo, dada su fuerte cohe-

(l) V ía s e la discu sión «o b re la t o n n a i o d o l ó i i c a del h o n o r en lo s ca p ítu lo s c o n ­


sagrad os a 1* » u t o c o n je r v a d ó n de loa ¿xu p oa y al cru za m ien to de lo s círcu los.
1j cantidad en ios grup os sociales

sión, se k a n traslad ad o a sus su b d ivisio n es a m edida que el


círculo to ta l k a ido creciendo. E n estas su b d ivision es están,
en efecto, contenidas aqu ella p osibilid ad es de relación perso­
nal, aq u ella igu ald ad ap ro xim ad a de los m iem bros, aquella
com unidad de intereses e ideales que son necesarios para que
pueda dejarse la regu lació n social a cargo de n o rm as tan pre­
carias y elásticas com o la s de la costum bre. C u a n d o los ele­
mentos crecen en can tidad kácense m ás independientes, y en­
tonces desaparecen esas condiciones para el círculo total, k a
fuerza o b ligato ria de la costum bre resulta dem asiado pequeña
para el E sta d o y dem asiado grande para los individ uos; m ien ­
tras que su con ten id o,'p or el contrario, es dem asiado grande
para el E stad o y dem asiado pequeño para lo s in divid uos.
A q u é l pide m ayores g aran tías, éstos m ayor libertad; y por
eso, cada elem ento sólo se encuentra som etido a la costum bre
en aqu ellos aspectos en que pertenece a círculos m edios.
S i el círculo grand e fo m en ta y perm ite mejo^ que el m e­
diano o pequeño la severa y ob jetiva norm a del derecho, es
porque sus elem entos g o za n de u n a m ayo r libertad, m ovilidad
e in d iv id u a liza ció n . M erced a l derecho, las constricciones so­
cialm ente necesarias quedan determ inadas exactam ente y k a n
de ser observadas escrupulosam ente. P o r otra parte, esta o rga­
n ización resulta m ás soportable para el in d ivid u o, porque fu e ­
ra de esas ob ligaciones im prescindibles, le concede m ay o r es­
pacio libre para desenvolverse. E sto se ve tanto m ás claro
cuanto m ás tiene el derecho — o la norm a que asp ira a serlo —
un carácter de im pedim ento o prohibición . E n tre lo s ab oríge­
nes del B ra sil está p ro h ib id o en gen eral casarse con la propia
herm ana o con la h ija del h erm ano. E ste precepto se observa
tanto m ás severam ente cuanto m ay o r es la tribu; a l paso que
cu hordas pequeñas, que viv e n en el aislam iento, es frecuente
la u n ió n de h erm anos y h erm anas.
E l carácter p ro h ib itivo de la norm a — m ás propio del
derecho que de la costum bre — se acom oda m ejor a los círcu ­
los grandes, porque éstos ofrecen a l in d ivid u o m uch as más
com pensaciones p o sitivas que los pequeños. E l aum ento del
átupo favorece la conversión de sus norm as en form as ju ríd i-
-^ s. E sto se m an ifiesta, por otra parte, en el h echo de que las
N o d a c io n e s de pequeños g ru p o s p ara form ar un gru po m ayor,
74 Sociología

se Kan llevad o a cabo m uch as veces con el propósito de fa c ili­


tar la ad m in istra ció n de justicia» y su u n id ad se b a ila bajo e)
sign o exclu sivo de u n derecho u niform e. A s í la county de los
E stad o s de N u e v a In g laterra no era originariam ente m ás que
u n a agregación de towns para ju d icia l purposes.
H a y aparentes excepciones a este nexo., que u ne la dife­
ren cia entre la form a social de la costum bre y del derecho a la
diversa m agnitu d de los círculos. L a s p rim itivas unidades po­
p u lares de las tribus germ ánicas, sobre las que fu eron edifica­
dos los grandes rein os franco, inglés, sueco, sup ieron reser­
varse durante largo tiem po la adm in istración de justicia, que
relativam en te tarde pasó a ser atrib u ción del E stad o . P o r otra
parte, en las relaciones in tern acio n ales m odernas dom inan
m uch as costum bres que no h an sido elevadas todavía a l rango
de derecho; h a y a lg u n as form as de conducta que dentro de los
E sta d o s p articulares están fijadas por el derecho, y que en las
relaciones exteriores, o sea en el círculo m ás am plio, quedan
ab an d o n ad as a la form a m ás su e lta de ía costum bre. R esolver
esta contradicción no es d ifícil. L a m agnitu d del círculo sólo
favorece la fo rm a ju rídica, en la m edida en que la p lu ralid ad
de su s elem entos se reúne en unidad. S i lo que perm ite a tri­
b u ir a l círculo u n a unidad es sim plem ente un núm ero de
contactos sueltos y no u n a cen tralización fija, entonces la de­
sig n a ció n de «uno» tiene un carácter netam ente relativo. L a
u n id a d social es un concepto que adm ite grados; y si cierta
form a de regu lación viene exigida por cierta cantidad o m ag­
n itu d del círculo, puede suceder que a diferente cantidad de
m iem bros corresponda, sin em bargo, la m ism a form a, y a
igu a l cantidad, d istin ta form a, si es distinto el grado de u n i­
dad que la sostiene y por la que está sostenida. P o r consi­
guiente, n o se m enoscaba la im p ortan cia de las relaciones
nu m éricas por el h echo de que un círculo grande, a conse­
cuencia de su especial condición, tenga que ren u n ciar a la fo r­
ma ju ríd ica de sus n o rm as como h acen los círculos pequeños.
A q u e lla s organ izacion es p o líticas de los p rim itivos tiem pos
germ ánicos no poseían aún la cohesión de los elem entos que,
cuando existe en gru p os grandes, es tanto causa com o efecto
de su co n stitu ció n ju rídica. Y asim ism o ciertas norm as se pre­
sen ta n como m eras costum bres en la s relaciones, tanto colee-
I 3 cantidad en los grup os sociales 7h

uvas como in d ivid u ales, de los E stad o s m odernos, porque


falta la u n id ad sobre las partes, que es sosten del orden ju r í­
dico, y que en los círculos pequeños o de poca cohesión queda
sustitu id a por u n a acción in m ed iata recíproca entre sus ele­
mentos. P ero a esto es a lo que responde ju stam en te la cos­
tum bre como form a de regu lación . D e este m odo se ve cómo
justam ente las excepciones aparentes con firm an la conexión
que existe entre la costum bre y el derecho, por un lado, y la
cantidad de los círculos, por otro.
C la ro está que los conceptos de círculo grand e y pequeño
son de u n a extrao rd in aria b a steza cien tífica, ab solutam en te
indeterm inados y sólo u tiliza b le s p ara m ostrar la dependencia
en que, por lo general, la fo rm a sociológica está con respecto
a la cantidad nu m érica del grupo. N o sirven de n in g ú n m odo
para m ostrar la proporción efectiva que h a de existir entre la
form a y la cantidad. Y sin em bargo, q uizá no sea im p o si­
ble en todos los casos determ inar con m ayor exactitud esa
proporción. D esde luego sería u n a em presa fan tástica para
nuestro saber actual, y en m ucho tiem po, reducir a valores
num erales exactos las form aciones y relaciones h a sta aqu í
consideradas; pero dentro de más m odestos lím ites y a pueden
indicarse h o y algu n os rasgos de las socializacion es que tien en
lugar entre u n núm ero lim itado de personas y que se caracte­
rizan por esa lim itació n . E n u m e raré a lgu n o s casos que sirvan
de ejem plo de la región interm edia entre la com pleta indeter­
m inación num érica y la determ inación num érica perfecta, ca­
sos en los que la cantidad tiene ya algu n a im p ortan cia socio­
lógica, sin que pueda llegarse tod avía a su fijación exacta en
concreto.
1. E l núm ero actúa com o prin cipio de d ivisió n del grupo,
es decir, que las partes de éste, a que se llega por d ivisió n , son
consideradas com o u nidades relativas. M ás tarde in sistiré en
la im portancia especial! de a lg u n o s núm eros; aq u í nos basta
indicarla como prin cipio. E l hecho de que un grupo total, que
se siente unitario, se divida, y no en superior e in ferior, en
dom inantes y dom inados, sino en m iem bros coordinados,
constituye u n o de los m ás enorm es progresos realizad os por
la h um anidad; es la estructura an atóm ica en que se fu n d a ­
m entan los m ás elevados procesos orgánico-sociales. L a d iv i­
S ociología

sión no puede hacerse m ás que: o segú n las ascendencias de


cada u n o , o p o r asociaciones v o lu n ta ria s, o por a n alogía de
ocupacion es, o p o r clasificación en distritos locales. A estos
p rin cip io s se agrega el num érico, que divide por u n núm ero
determ inado la sum a de hom bres o fam ilias existentes, fo r­
m an d o a sí sub divisiones igu ales en cantidad; frente a cada
u n a de estas su b d ivision es, el todo se com porta, poco m ás o
m enos, com o ellas frente a sus in divid uos.
A h o r a bien; este p rin cip io es ta n esquem ático que para
lle g a r a realizarse tiene que com pletarse con otro m ás concre­
to, y la s sub division es, num éricam ente igu ales, se com ponen
de gentes en cierto m odo p róxim as (parientes, am igos, veci­
n o s), o de elem entos igu ales, o de elem entos desiguales, pero
com plem en tarios. L o esencial es que la unidad num érica s u ­
m in istra el prin cipio fo rm a l de división . P ero no decide nunca
por sí sola, sin o que representa u n p apel que oscila entre un
m áxim o y u n m ínim o. A s í, por ejem plo, las tribus nóm adas,
que carecen de contenidos v ita le s estables, no tienen m uchas
veces o tra p osib ilid ad de O rganizarse que el p rin cip io nu m é­
rico. T o d a v ía h o y la estructura de los ejércitos está determ i­
n a d a por la im p ortancia del nú m ero para u n a m ultitud en
m archa. T ie n e tam bién g ra n im p ortan cia en la distribución
de u n país conquistado o recién abierto p ara la colon ización .
E n estos casos, al com ienzo, cuando fa lta n a ú n criterios obje­
tivos de organ izació n , do m in a el prin cipio de la d ivisió n por
gru p os igu ales en núm ero. E ste criterio im pera, verbigracia,
en la a n tig u a constitución de Isla n d ia . C o n m áxim a pureza
realizó la reform a de C listen es, m erced a este prin cipio, u na
de las m ás grandes in n o vacio n es h istóricas. A l crear el C o n ­
sejo de Ó00 m iem bros, 5 o por cada 10 phylái, cada dem os ob­
tu vo u n núm ero de puestos en el C o n sejo , correspondiente a
su núm ero de habitantes. E l pensam iento racion al de esta­
blecer u n a corporación rep resentativa de la to talid ad del g ru ­
po, según el principio del n ú m ero, aparece aq u í com o u n a fase
su p erio r de evolución, que está por encim a de la «centuria»
típ ica — de la que h ab laré m ás adelan te — y u tiliz a p or vez
prim era el m edio de la d ivisión num érica para hacer fu n cio ­
n a r la u n id a d de gobierno com o sím bolo de la p oblación.
2. H a s ta a h o ra sólo se h a tratado de la igu a ld ad n u m éri-
Lî cantidad en Jos grupos sociales 77

cs de d istin tas su b d ivisio n es. P e ro el núm ero puede servir


tam bién para caracterizar, dentro de un .grupo, u n círculo
único, directivo, de p erson as. A s í, con frecuencia se design a­
ban las directivas de los grem ios por su núm ero. E n F ra n cfo rt,
los jefes de los tejedores de la n a se lla m a b a n lo s Seis; los de
los panaderos, los O ch o . E n la B arcelo n a m edieval, el S e n a d o
se lla m a b a el C o n se jo de C ie n to , etc. E s sin g u la r que con es­
tos n úm eros indeterm inados, indiferen tes a toda cu alifícació n ,
sean designadas justam en te las personalidades sob resalientes.
E l fun d am en to de ello me parece ser que con el núm ero, con
el seis, por ejem plo, no se design an seis elem entos in d iv id u a ­
les, aislados, yu x ta p u esto s, sin o u n a síntesis de ellos. S eis no
es uno y uno y u no, etc., sin o u n nuevo concepto que resulta
de la reu n ió n de estos elem entos y que no está realizad o a
prorrata en cada u n o de ellos. C o n frecuencia en este libro
designo la acción m u tu a, v iv a y fu n cio n al, de elem entos,
llam ánd ola su u n id a d , por encim a de la mera sum a y en
contraposición sociológica a los elem entos sum ados. P ero en
estos casos a l designar u n a ju n ta directiva, u n a com isión, etc.,
por la m era su m a num érica, piénsase, en realidad, en aquel
conjunto fu n cio n a l, y la sum a sirve de den om in ación ju s ta ­
mente porque el núm ero y a de su y o representa u n a u n id a d de
unidades. P o r consiguiente, en el caso indicado, lo s Seis no
están esparcidos en un círculo hom ogéneo, sino que sign ifica n
una determ inada y firm e articulación d e l círculo, g ra cias a la
cual se destacan de éste seis personas que se reú n en en u n a
unidad directiva. E l carácter im p erson al y n eutro de la d esig­
nación num érica es en este caso justam en te m u y sign ificativo;
Pues m ucho m ás claram ente que podría hacerlo cu alq u ier con­
cepto form al, in d ica que los in d ivid u os no son p ensados como
personas, sino com o co n stitu yen d o un organism o puram ente
social. L a estructura del círculo exige que la dirección esté en
cierto núm ero de elem entos; pero en el concepto puram ente
numérico reside y se m arca la objetivid ad p u ra de la form a,
3ue es indiferen te a todo p erson alism o de cada m iem bro in d i­
vidual, y sólo pide que sea u no de los S eis. A c a s o no h a y a
o p r e s ió n m ás clara p ara designar la a lta p osición so cia l de
es*0s in divid uos, m arcan do que es por com pleto indiferen te a
que éstos sean com o personas, fu era de su fu n ción .
78 S ociologia

L a u n id a d de agru pación, que se m an ifiesta m erced a la


reu n ió n de elem entos en 'un núm ero m ás alto, resu lta p a rti­
cularm ente acen tuada p o r u n hecKo que, en apariencia, su m i­
n istra u n a prueba en contra. A q u e l S en a d o de B arcelon a que
se llam ab a el C o n sejo de C ie n to llegó, en realidad, a tener
m ás m iem bros, e incluso alca n zó los dos cientos, sin cam biar
p or eso de nom bre. E l m ism o fenóm en o se produce cuando el
núm ero no actúa como prin cipio que destaca, sin o com o p rin ­
cipio que divide. E n los pueblos donde regía la d ivisió n por
centu rias (de que luego se h ab lará ), no se atendía a que el
núm ero de m iem bros respondiese exactam ente a esta clasifi­
cación. D e las an tig u a s centurias germ ánicas se sabe expre­
sam ente. P o r consiguiente, en este caso el nú m ero es sin ó n i­
mo del m iem bro social, que prim eram ente encerraba o debía
encerrar un círculo de unos cien in d ivid u o s. E ste hecho, en
ap ariencia indiferente, m uestra la enorm e im portancia de la
determ inación num érica en la estructura de los grupos. E l
núm ero se hace independíente in clu so de su contenido a rit­
m ético, y dice tan sólo que la relación de lo s m iem bros con el
todo es una relación num érica, o, en otras p alabras: el n ú m e­
ro que se b a estabilizad o representa esta relación . S ig u e v i­
gente la idea que preside a la d ivisió n p o r ciento, aun qu e las
circunstancias em píricas sólo la realicen de u n m odo m ás o
m enos exacto. D ecir que las centurias germ ánicas sólo exp re­
sab an u na p lu ralid ad indeterm inada entre los in d ivid u os v í a
totalid ad de los m iem bros, es designar ju siam cn te el tipo so ­
ciológico que a q u í se p ostula. L a vida del grupo exige u n in ­
term edio entre el individ uo y el todo, un su jeto de determ ina­
das funciones, que n i el in d ivid u o n i el todo pueden realizar,
v el organism o designado para tal m isión lleva el nom bre de
su determ inación num érica. N o son las /unciones — harto
va rias 'y m udables — las que dan el nom bre; lo ú n ico p erm a­
nente es la reun ión de u na parte a lícu o ta de la com unidad en
u na unidad. L a m agn itu d que h a y a de tener esta parte en
cada caso es incierta; pero la perm anencia de la designación
num érica dem uestra que la relación nu m érica es considerada
como lo esencial.
C o n esto surge en el cam po social u n fenóm eno, cuya
form a psicológica se presenta tam bién en otras esferas. P arece
La cantidad en ios grupos sociales 79

que la s d istin tas clases de m onedas rusas se d erivan de un


antiguo sistem a de pesos; de ta l suerte, que cada tipo superior
contiene diez veces m ás que el in fe rio r. P ero de hecho cam b ia­
ba con frecuencia la can tidad de m etal en la s m onedas, no sólo
absoluta, sin o relativam en te, a pesar de lo cu al sus relaciones
de v a lo r perm anecían constantes, u n a vez in tro d u cid as en el
orden num érico. A s í, pues, m ien tras las relaciones reales de
valor m etálico cam bian, el servicio que h an de prestar a l trá ­
fico por la co n stan cia de su v a lo r n o m in al queda señalado
por el h echo de que las prim eras relaciones h istóricas de los
pesos son la s que su m in istra n perm anentem ente nom bres y
sím bolos para aq u ellas relacion es n o m in ales. E n otras oca­
siones el núm ero se convierte tam bién en representante de la
cosa contada, y en tales casos lo esencial, o sea cierta relación
entre el todo y u na parte, queda señ alado por el hecho de (jue
e! concepto num érico de las relaciones prim eras designa ta m ­
bién la s m odificaciones posteriores. A s í en E sp a ñ a , en el
siglo xvi, el im puesto sobre los metales se lla m a b a el quinto,
porque consistía en el q u in to del va lo r, y conservó este n o m ­
bre m ás tarde, aun qu e las proporciones cam biaron. A n á lo g a ­
mente la palab ra diezm o entre los an tigu os israelitas, y m ás
tarde en otras m uch as ocasiones, pasó a designar el im puesto
en general, como la centu ria designó la su b d iv isió n en gene­
ral. L a rela ció n cu a n tita tiva que co n stitu ye la esencia, tanto
del im puesto como de la d ivisió n social, se ha su stitu id o
psicológicam ente a la determ inación de su contenido, com o
claram ente se ve en el h echo de que la determ inación num éri­
ca o rigin a ria se h a y a cristalizad o y designe todas las m odifi­
caciones exteriores de la proporción.
3. L a determ inación num érica, como form a de o rg a n iza ­
ción, adquiere u n a p o sició n típ ica en el desarrollo social. H is ­
tóricam ente la d ivisió n num érica aparece com o sustitu to del
principio de la estirpe. P arece ser que en m uchos pueblos los
grupos estaban com puestos de subgrupos form ad os sobre la
base del parentesco, y qué co n stitu ían unidades económ icas,
Penales, p olíticas y de otros órdenes. E s ta organ ización , bien
fundada en lo interno, fué em pero sustitu id a p o r la reunión
de diez o cien hom bres, que en solidaridad realizab an aquellos
actos económ icos, penales, etc. S em ejan te su stitu ción puede
80 Sociologia

parecer al pronto algo sin g u lar, u n esquem atism o desprovisto


de vida. E n va n o buscaríam os en los p rin cip ios inm anentes,
que dan cohesión a aqu ellos grupos, n a d a que ju stifiq ue esa
su stitu ció n de la raíz orgánica por la base m ecánica y fo rm a ­
lista . Y es porque la ra zó n no puede estar sino en el todo,
que abarca esos gru p os y Ies p la n tea exigencias in d ep en ­
dientes de los principios vitales que rigen sus partes. A m edi­
da que el todo com o u n id ad va teniendo m ás contenido y
poder, las partes (al m enos a l p rin cip io y en los grados de
evolución m ás altos) pierden su p ropia significación; tr a n s ­
fieren al todo el sentido que ten ía n por sí m ism as, y resultan
ah o ra tanto más adecuadas cuantas m enos ideas propias
viven en ellas y cuanto m ás se o rg a n iza n en partes m ecán i­
cas, que sólo por su con trib ución a l todo adquieren posición
e im portancia (l). E sto no es verdad, si lo referim os a ciertos
tipos, m u y perfeccionados, de la evolución . H a y órganos
sociales que, justam en te por tener las m ayores dim ensiones y
la m ás perfecta organ ización , pueden dejar al elem ento in d i­
vidu al la m ay o r libertad p ara que v iv a según norm as p ar­
ticulares y en form as propias. H a y , por otra parte, otros que
adquieren su fu erza m áxim a ju stam en te porque sus elem en­
tos viven u na vida propia m ás potenciada y diferenciada. E l
trán sito de la estirpe a la centuria parece caracterizar el esta­
dio medio, en el cual la falta de sentido y de carácter peculiar
de los m iem bros con stituye u n progreso para el todo: pues sólo
así son fácilm ente abarcables en determ inadas circunstancias,
dirigibles según norm as sencillas, incapaces de desarrollar
contra el poder central esa resistencia que se produce fá c il­
m ente en todo subgrupo que siente fuerte su cohesión interior.
C u a n d o la constitución o la acción de los grupos está
determ inada num éricam ente — desde la centuria an tig u a h a s ­
ta el rein ado m oderno de las m ay o ría s — , existe u n a v a s a ­
llam ien to de la in d ivid u a lid a d . E s éste un p un to en el que se
m anifiesta con gran pureza la p ro fu n d a discrepancia entre la
idea dem ocrática y la idea lib e ra lin d iv id u a lisla de la socie­
dad. C o n s titu ir con varias personalidades u n a sum a en «nú-

(i) V éa se el ¿ » a r r o l l o d e esta id ea en el ca p ítu lo s o b r e el cru z a m ie n to de les


círcu lo s.
L acanüdad en los g ru p os sociales $1

meros redondos», operando con ella sin consideración a las


particularidades de los in d iv id u o s que la integran : co n ta r los
votos en v e z de pesarlos; fu n d ar las in stitucion es, las disp osi­
ciones, las p rohibicion es, la s prestaciones, la s concesiones en
Un núm ero determ inado de p erson as, será despotism o o
democracia, pero en todo caso supone la h u m illa ció n de la
verdadera person alidad in d iv id u a l, que queda reducida al
hecho form al de ser una. C u a n d o el in d ivid u o ocupa un
puesto en u na o rgan izació n , determ inada tan sólo por el n ú ­
mero, su carácter de m iem bro del grupo do m in a por com ­
pleto sobre su carácter in d iv id u a l diferenciado. L a distribu ­
ción en subgrupos nu m éricam ente iguales podrá ser ta n g ro ­
sera y variab le com o en las centurias de lo s germ anos, de
los p eruanos, de los ch in os, o tan afin ada, adecuada y exacta
como en u n ejército m oderno; siem pre revelará de u n m odo
claro e im p lacable la le y form al del grupo, que, en lo s prim e­
ros casos, se m an ifiesta com o u n a tendencia reciente, en lu ch a
y com prom iso con stan te con otras tendencias divergentes, y en
el ú ltim o caso se m uestra p len am ente establecida. N u n c a im ­
pera de m odo ta n a b so lu to y rad ical el elem ento su p rain d i-
vidu al de la agru pación, la plena independencia de la form a
respecto a todo contenido de la existencia in d ivid u al, com o en
la aplicación de los p rin cip ios sociales puram ente aritm éticos.
Y la m edida — m u y v a ria b le — en que cada gru p o se a p ro x i­
ma a esos p rin cipios aritm éticos, indica hasta qué punto la
idea de agru pación, en su fo rm a más abstracta, h a absorbido
la in d iv id u a lid a d de sus factores.
4. F in a lm en te, h a y otras im p ortantes consecuencias socio­
lógicas que van ligad as a la determ inación n u m érica — a u n ­
que las cantidades eficaces de los elem entos pueden ser m uy
distintas, según la s circun stan cias — . M e refiero a ciertas oca­
siones en que se re aliza la idea de «sociedad» en el sentido de
vida m u n d an a. ¿ C u á n ta s personas h ay que in v ita r para que
constituyan u na «reunión de sociedad»? L as relaciones c u a li­
tativas entre el a n fitrió n y los invitados no deciden n ada, y
la in vitació n de dos o tres p erson as que interiorm ente no tie­
nen relación con nosotros, no form a u na «reunión de socie­
dad». E n cam bio ésta se co n stitu ye a l reunirse, por ejem plo,
los quince am igos m ás íntim os. L o decisivo es siem pre el n ú ­
82 Sociología

mero; aun qu e su caniidad en cada caso depende, n a tu ra lm en ­


te, de la clase e in tim id ad de la s relaciones que existan entre
lo s elem entos. T re s condiciones: las relacion es del dueño con
cada in vitado, la s de éstos entre sí y la m anera cómo cada
participante siente estas relaciones, co n stitu yen la base sobr­
ia cu al el nú m ero de elem entos decide luego acerca de si la
reu n ió n es u n a «reunión de sociedad» o u n m ero encuentro
— am istoso o determ inado p o r fin es objetivos — . P o r con si­
guiente, en todos estos casos u n a m odificación num érica p ro­
duce u n a tran sform ación n o tab le en la categoría sociológica,
a u n cuando no podem os fijar la m edida de esta m odificación
con nuestros m edios psicológicos. N o obstante, pueden descri­
birse h asta cierto punto las consecuencias sociológicas c u a li­
tativas de la causa cu an titativa.
P rim eram ente, la «reunión de sociedad» exige un aparato
externo determ inado. E l que teniendo u n círculo de conocidos,
com puesto de u n as treinta personas, por ejem plo, no convida
n u n ca m ás que a u n a o dos, no necesita «andarse con cum ­
plidos». P ero si convida a la s treinta a l m ism o tiem po, in m e­
diatam en te surgen exigencias en cuanto a l m enú, la bebida, el
atavío , la s form as de u rb an idad; au m en tan ex trao rd in aria ­
m ente la s condiciones en el sentido del deleíte sensual. E s éste
u n ejem plo m u y puro de cóm o la sim ple form ación de una
m asa hace descender el n iv e l de la p erson alidad. E n u n a re­
u n ió n de m u y pocos, el acom odam ien to m utuo, las coincid en­
cias que co n stitu yen el contenido de la relación social, pueden
in clu ir tantas y tan elevadas partes de la ind ivid u alid ad , que
la reun ión tenga un m arcado carácter de espiritualidad, y en
ella se desen vuelvan las energías m ás diferenciadas y desarro­
llad as del alm a. P e ro cuantas m ás personas se reúnan, tanto
m enores serán las p robabilidades de que coincidan en sus más
va lio sa s e ín tim as esencias, y tanto m ás b ajo h ab rá de b u s­
carse el p un to de concordancia de los im p u lsos e intereses
com unes (l).

< i) P o r era ra z ó n , d a n m uestra d e u n a to ta l in com p ren sió n s o cio ló g ica lo s <{ue


se lam en tan de la trivialidad <jue rein a en el tra to s o cia l a m p lio . N o puede, en p rin ci­
p io , elevarse el n iv el relativam ente b a jo «juc ofrece siem p re u n a m u ltiiu d con siderable.
T o d o s lo s p ro d u c to * elev a d os y refin a d os tienen u n carácter in d ivid u a l, y n o pueden
ser el co n te n id o d e la* com u n id od c*. E s cie rto c u e p u ed en tener u n efecto s ocia liza n te
{.a cantidad en los grupos sociales S3

C u a n d o la can tidad de los elem entos congregados no ofre­


ce y a cam po para el desarrollo de la parte in d iv id u a l, esp iri­
tual, la fa lta de este a tractivo h ab rá de ser com pensada p or un
acrecentam iento de los excitantes exteriores y sen suales. E n tre
el núm ero de p erson as congregadas en una fiesta y el lu jo y
el mero goce se n su a l de su convivencia, ka existido siem pre
ana estrecha co n exió n . A fines de la E d a d M edia, en ¡as bodas
e llu jo creció de tal m odo, sólo por el séquito que acom pañaba
a los n ovio s, que en las le y e s su n tu a rias la s au toridades pres­
cribieron a veces exactam ente el núm ero m áxim o de personas
del acom pañam iento. Siem pre Ka sido la com ida y bebida el
medio m ás a propósito para reun ir círculos am p lios, en los
cuales sería d ifícil con seguir de otra m anera la u n id a d de á n i­
mo e interés. P o r eso la s «reuniones de sociedad», sólo p or el
elemento cu a n tita tivo que exclu ye toda com unidad y com u n i­
cación de los sen tim ien to s m ás fin os y espirituales, h a b rá n de
acentuar los placeres sen suales, que son los más com unes.
O tr o rasgo que caracteriza la «reunión de sociedad» por
su diferencia nu m érica fren te a la reunión de unos pocos, con­
siste en que no puede — n i debe — conseguirse en la prim era,
como se consigue en la ú ltim a , u na total u nidad de sen tim ien ­
tos. A d e m á s — y esta es otra distin ción — , la «reunión de so ­
ciedad» facilita la form ació n en ella de gru p os parciales. E l
principio v ita l de u na con viven cia am istosa entre pocas perso­
nas es contrario a su escisión en dos estados de á n im o d iver­
sos, e inclu so en dos conversaciones particulares. P ero la «re­
u n ión de sociedad» surge al punto cuando, en ve z de u n centro
único, se producen dos clases de unidades: la u n id ad cen tra li­
zada y general, que es m u y elástica y que, en lo esencial, se
funda sólo en lo externo o exclusivam ente en la u n id ad del
espacio (por lo cu al la s reun ion es de sociedad en u n a m ism a
clase social serán tanto m ás parecidas entre sí cuanto m ayores
sean, aun que entren en ellas m u y vario s elem entos), y la s u n i-

Caando se trata de a lca n za r « n « u n id a d , p o r m ed io de la d iv isió n d el tra b a jo ; p ero esto


só lo en escasa m ed id a e.i p o s ib le d en tro de u n a «re u n ió n d e s o cie d a d »; y eleva d o a
f t o p o r d o n e s m ayores s ó lo con seg u iría d estru ir el carácter esencial de esto socied ad ,
^ o r con sigu ien te, es m u y a certa d o sociológ ica m en te el in stin to q u e con sid era c o m o u n a
¿alto d e tacto el destacar d e mancTa visible en u n a «re u n ió n de s o cie d a d » la p e rso n a li­
dad in d iv id u a l, p o r in teresan te y grata efue ésta sea en « m ism a.
dades parciales, pequeños centros de conversación, de estado
de án im o e intereses com unes, pero cu yo s m iem bros cam bian
incesantem ente. S urge de aqu í en las grand es reun ion es esa a l­
tern a tiv a constante entre verse tan p ronto com prom etido com o
libre; altern a tiva que, según el tem peram ento del sujeto, es
sentida p o r u n os como la m ás in so p o rtab le superficialidad, y
por otros como un ritm o on d u lan te del m a y o r atractivo es­
tético.
E ste tipo sociológico fo rm al se presenta en su form a m ás
p u ra en los bailes m odernos: u na relació n m om entánea de
s in g u la r in tim id ad para cada pareja, pero n eu tralizad a p or el
cam bio con stan te de parejas. E s a in tim id a d física entre per­
son as extrañ as se hace p osible, de u n a parte, por ser tod as
huéspedes de un m ism o anfitrión, lo que presta a los in v ita ­
dos cierta g aran tía y seguridad, por la x a que sea su relación
con él — y de otra parte, por el carácter im personal y casi a n ó ­
n im o de las relaciones, carácter que resulta de lo dilatad o de
la reu n ió n y del fo rm alism o de la conducta. E videntem ente,
estos rasgos de las reuniones, que en el baile se nos ofrecen
sublim ados y como en caricatura, se dan sólo cuando b a y un
nú m ero m ín im o de participantes. A veces puede hacerse la
interesante observación de que u n círculo ín tim o de pocas per­
sonas adquiere defpronto el carácter de «reunión de sociedad»
al sobrevenir u n a persona más.
H a y u n caso — que se refiere a hom bres b astan te m enos
com plicados — en el que parece m ás fija y definida la cantidad
n u m érica necesaria para engendrar la figura sociológica n u e ­
va. L a fa m ilia p atriarcal consta de u n a s veinte o trein ta cabe­
zas, en las más diversas com arcas, aun qu e la s condiciones
económ icas sean totalm ente diferentes. N o pueden, pues, ser
éstas, o al m enos no pueden ser exclu sivam en te éstas las que
determ inen tal igualdad num érica. M á s bien parece verosím il
que las acciones recíprocas internas, que co n stitu yen la o rg a ­
n iza ció n de la fam ilia p atriarcal, crean, dentro de dichos lím i­
tes, las proporciones necesarias entre am p litu d e intim idad. E n
todas partes la fa m ilia p atriarcal se b a caracterizado por u na
g ra n in tim id ad y solid arid ad , con su eje y centro en el pater
fam ilias; por la tutela que éste ejercía sobre los demás, ta n to
en interés colectivo como en el su yo egoísta. D e aqu í resulta
La cantidad en los grup os sociales $5

el lím ite superior; este género de conexión y de con trol, en


el grado correspondiente de desarrollo psicológico, no parece
poder abarcar m a y o r nú m ero de elem entos. P o r otra parte, el
lím ite in fe rio r queda fijad o p o r el KecKo de que un gru p o que
está atenido a s í m ism o, p ara la satisfacción de sus necesida­
des y el cuidado de su conservación, engendra ciertas realid a ­
des p síqu ico-colectivas que no suelen producirse m ás que por
encim a de u n determ inado lím ite num érico. T a le s son la s deci­
siones de la o fen siva y la defensiva; la co n fian za de cada cual
de que ha de h a lla r a cada m om ento los ap oyos y com plem en­
tos necesarios, y , sobre todo, el sentim iento religioso, que sólo
se eleva sobre el in d iv id u o — o al in d ivid u o sobre sí m ism o —
por esp iritu aliza ció n y su b lim a ció n , m ezclando m últip les
contribuciones que m utu am ente a n u la n su carácter in d iv i­
dual. E l núm ero m encionado Ha señalado, q u izá p o r exp e­
riencia, el m argen ap roxim ad o, fuera del cu al n o puede el
grupo tener los rasgos característicos de la fa m ilia p atriarcal.
D ijérase que, a! crecer la in d ivid ttalízació n y pasado este es­
tadio cu ltu ral, las intim id ad es no fu ero n y a posibles sino en
círculos cada vez m ás restringidos, a l paso que lo s fen óm e­
nos fun d ad os sobre la m agnitud de la fam ilia p atriarcal fu e ­
ron exigiendo círculos cada vez m ayores. L as necesidades que
se satisfacía n desde a rrib a y desde abajo justam en te p a ra ese
núm ero, v a n a b o ra diferenciándose. U n a parte de ellas re­
quiere un núm ero m enor y otra u no m ayor; de m odo que y a
no se vuelve a encontrar m ás tarde n in g u n a fo rm a so cia l que
Pueda satisfacerlas a la vez, como la s satisfacía a la fa m ilia
Patriarcal.
P rescin dien do de estos casos singulares, todas las cuestio­
nes sem ejantes a la de cuál sea el núm ero m áxim o necesario
para form ar u n a «reunión de sociedad» tienen un tinte sofís-
tico. ¿C u á n to s soldados form an u n ejército? ¿C u á n to s p a rti­
darios se necesitan para form ar u n partido político? ¿Q u é
número de personas form an un m otín? P arece repetirse aq u í
enigm a clásico: ¿cuántos gran os fo rm a n u n m ontón? E s
indudable que u no, dos, tres, Cuatro granos, no lo form an;
Pero m il, sí. D ebe de haber, ):>or tanto, entre estos núm eros un
h'mite, sobre el cual, si se añade u n solo grano, se obtiene el
*nion.tón». P ero si prueba a sacar la cuenta, se ve que no es
posible encontrar este lím ite. E .1 fu n d am en to lógico de esta
d ificu ltad estriba en que n os encontram os ante una serie
cu a n tita tiva Que, a causa de las escasas dim ensiones de caca
u n o de sus elem entos, aparece como en ascenso continuo; ha
de perm itir, pues, desde u n punto determ inado, la aplicación
de un concepto nuevo, distinto rigorosam ente del anterior.
A h o r a bien; ésta es, indudablem ente, u n a exigen cia con tra­
dictoria; por su concepto m ism o, lo co n tin u o no puede ju s tifi­
car por sí u n a sú b ita transform ación.
P ero la d ificu ltad sociológica tiene adem ás u n a com plica­
ción Que no se da en los casos plan tead os por los an tigu os so­
fistas. B a jo la den om inación de «m ontón» de granos se en tien ­
de, o bien u n am on tonam ien to, en cu y o ceso, lógicam ente, está
ju stificad a ta l designación tan p ron to com o h a y a u n a capa
su p erio r encim a de la inferior, o bien se designa u na ca n ti­
dad, y entonces se pide, injustificadam en te, que un concepto
com o el de m ontón, concepto oscilan te c indeterm inado, tenga
ap licació n a realidades com pletam ente determ inadas e inequi-
vocadam en te delim itadas. P ero en los casos sociológicos, el
au m en to de can tidad crea nuevos fenóm enos totales específi­
cos, que, en cantidades m enores, no parecen existir ni aun a
prorrata. U n partido político tiene distinto sentido cualiratívo
que una pequeña tertulia. U n o s cuantos curiosos reunidos
ofrecen rasgos com pletam ente distin tos que u n a m an ifesta­
ción, etc. L a inseguridad de que adolecen estos conceptos, a
consecuencia de la im posibilid ad de fija r num éricam ente las
cantidades correspondientes, acaso desaparezca del m odo si­
guiente: L a duda se refiere, evidentem ente, a las cantidades
m edias; ciertos núm eros m u y bajos no con stituyen aún, segu ­
ram ente, la colectividad en cuestión; otros m ás altos la cons­
titu y e n y a sin la m enor duda. A h o r a bien; esos grupos,
num éricam ente in sign ifican tes, tienen, sin em bargo, algu n as
cualidades sociológicas características (la reu n ión pequeña,qué
no es a ú n de «sociedad», el pelotón de soldados, que a ú n n'o
con stitu ye u n ejército, lo s bribones que no son to d avía u na
«banda»). S u s cualidades sociológicas se ofrecen, empero, en
contrap osición a las que son propias de las colectividades m a­
yores; por lo tanto, el carácter de las agrupaciones que nu m é­
ricam ente se encuentran entre las dem asiado pequeñas y las
cantidad en los grupos sociales 87

graneles, puede interpretarse com o com puesto de am bas, de m a­


nera que las fo rm as de los dos extrem os aparecen en ellas en
rudim ento, y ta n pronto surgen com o se esfu m an o quedan
en estado latente. A s í, pues, si estas agrupaciones, situadas en
la zo n a interm edia, participan, p arcial o alternativam ente, del
carácter de las situ ad as por encim a o por debajo, se explica
bien la inseguridad su b jetiva de su determ inación. N o se tra ­
ía, pues, de que en u n a figura desprovista de cualid ad socioló­
gica su rja súb itam en te u n a o rgan izació n so ciológica determ i­
nada. sin que se pueda decir el m om ento en que se h a hecho
esta transform ación. S e trata de que dos form as diversas, cada
u na de las cuales posee u n cierto núm ero de rasgos propios,
cualitativam ente gradu ab les, coinciden en un grupo so cio ló ­
gico determ inado, por virtu d de ciertas condiciones cu a n tita ­
tivas, y se d istribu yen en diversas m edidas. A s í, pues, le cues­
tión de a cuál de las dos form as pertenece el grupo, no toca, en
modo algun o, a la s d ificu ltad es de las series con tin u as, sino,
sencillam ente, es u n a cuestión m al p lanteada ( l ) . ‘
A q u e lla s consideraciones se referían , pues, a figu ras
sociológicas que, si b ien dependen del núm ero de elem entos
cooperantes, esa su dependencia no puede form ularse, a nu es­
tro entendim iento, con la clarid ad suficiente p ara poder sacar
las consecuencias so cioló gicas de ciertos núm eros determ ina­
dos y concretos. N o obstante, esto ú ltim o no es a b so lu tam en ­
te im posible, si nos encontram os frente a figu ras m uy sim ­
ples. S i com enzam os por el lím ite inferior de la serie num éri-

t l) M á s exa cta m en te, la s itu a ció n es esta: a co d a n ú m ero d eterm in ad o d e ele­


m entos corresp on d e, según el fin y sen tid o de su co m b in a ció n , una fo rm a s o cio ló g ica ,
Una org a n iza ción , fijeza , rela ción de: t o d o co n las partes, etc. A cada elem en to ¡(ue se
o se disgrega, esa fo rm a s o cio ló g ica su fre u n o m o d ifica ció n , a u n q u e sea in fin i­
tamente pequeda e indeterm in ab le. P e ro co m o n o tenem os una exp resión especial para
estos in fin ito s estados s o c io ló g ic o s , a u n cu a n d o p od a m os apreciar su carácter, n o n o s
queda o tr o recurso m u ch o s veces q u e pen sarlos com p u estos d e d os estados, u n o de los
Cuales d ic e m ó * y o t r o m en os- N o h o y , en cato* ca sos, fu s ió n , c o m o n o la h a y ta m p o ­
co en lo s sen tim ien tos m ezcla d o* de a m istad y a m or, d e o d io y desprecio, de placer y
d o lo r. H a y a q u í — y de e llo n o s volv erem os a o cu p a r más tarde — , la m a y o ría de las
'«cea , u n estado sentim ental u n ita rio , para el cu al n o tenem os n in g ú n co n ce p to inm e­
diato, y que, p o r ta n to , n o s co n te n ta m o s m ás b ie n co n circu n scrib ir que describir, p o r
steáío d e la síntesis y lim ita ció n m u tu a de otros d o s. A q u í, com o en m u ch o s casos,
ss Socioioy;.;-'

ca, aparecerán ciertas cantidades determ inadas com o el supues­


to in evitab le de ciertas form as sociológicas.
L as fig u ra s nu m éricas m ás sen cillas que pueden conside­
rarse com o acciones sociales m utuas, parecen ser las que se
dan entre dos elem entos. Y , sin em bargo, existe una figura
que es m ás sim ple todavía, si se considera exteriorm ente, y
que entra en las categorías sociológicas. E sta fig u ra es — por
paradójico y contradictorio que parezca — la del Hombre in d i­
vid u a l, aislad o . P ero, por otra parte, los procesos que dan fo r­
ma a la dualidad de elem entos son, con frecuencia, más senci­
llo s que los que se requieren para la caracterización sociológi­
ca del núm ero u n o . P a ra este ú ltim o se trata principalm ente
de dos fenóm enos: la soledad y la libertad. E l m ero Hecho de
que u n in d iv id u o no esté en n in g u n a relación recíproca con
otros in d ivid u o s, no con stituye, sin duda, una realidad socio­
lógica; pero tam poco realiza totalm ente el concepto de soledad.
P u e s cuando la soledad se destaca y adquiere verdadera im ­
p ortan cia, no só lo sign ifica la ausen cia de toda sociedad, sino
tam bién, justam en te, la existencia de u n a sociedad que, siendo
de a lg ú n m odo postulada, es inm ediatam ente después negada.
L a soled ad só lo adquiere su sentido in co n fu n d ib le y positivo
com o efecto lejano de la so cied ad ,ya se presente ésta como eco
de relacion es pasadas o com o anticip ación de futu ras, o como
n o sta lgia o com o ap artam iento deliberado. N o queda caracte­
rizado el hom bre so litario sí lo consideram os como único
h ab ita n te del planeta; su estado vien e tam bién determ inado

p o d e m o s com p ren d er la u n id a d verdadera del ser, s in o q u e h e m o s de escindirla en una


d u a lid a d de elem en tos, n in g u n o d e loa cu ales cu b re la realidad p o r entero, y esa u n i­
d a d surge lu eg o del (e jid o de a m b o*. P e ro este n o es m ás q u e u n a n álisis q u e se
lleva o ca b o p osteriorm en te y que n o rep rod u ce el p roceso de e v o lu ció n real, la re a li­
dad p rop ia d e a qu ella* u n idades. P o r con sig u ien te, cu a n d o lo s co n ce p to s d* las u n id a ­
des s ocia les (r e u n ió n d e am igo* y r e u n ió n d e socied ad , trop a y e jó rcito , tertulia y p a r­
tid o , a d h esión p e rs o n a l y escuela, g ru p os y m asas) n o encuentran a p lica ción , p orq u e el
m a teria l h u m a n o de q u e *e trata parece p o c o para u n o y d em asiad o para o t r o . e xi*:«.
s in em ba rg o, u n a figu ra s o c io ló g ic a u n ita ria q u e corresp on de a la cantidad num érica,
n i más ni m en os q u e en aqu ellas o tra s figu ras bien definida*. L o ú n ico que sucede es
q u e fa lta u n co n ce p to p a rticu lar para estos in fin itos m atices, lo cu al n o s o b lig a a de-
sig n a r sus cu alid a des c o m o una m ezcla de lo s form a * q u e corrcp o n d e n a las figu ras de
m e n o r n ú m ero y a las d e m a y o r n ú m ero.
[ji cantidad en los grup os sociales 89

por la socialización , aun qu e esta so cializació n lle v e sign o


negativo. T a n to el placer com o la am argu ra de la soledad son
reacciones ante in flu jo s sociales. L a soledad es u n a acción
recíproca, de la que u no de los m iem bros, a la vu e lta de deter­
m inados in flu jos, SC h a separado realm ente; es u na acción
recíproca que só lo idealm ente co n tin ú a vivien d o y actuand o
en el espíritu del otro sujeto. E s m u y sign ifica tivo en este sen­
tido el conocido hecho psicológico de que raras veces el sen ti­
miento de la soledad se produce con tan ta v io len cia y ta n ra­
dicalm ente en los casos de soledad física efectiva, com o en los
casos en que nos sabem os solos y sin relaciones, pero nos h a ­
llam os entre personas que físicam en te están cerca de nosotros,
en u na reunión, en el ferrocarril, en la con fu sió n callejera de
una gran ciudad. P a r a la con figu ración de u n gru po es esencial
el saber si dicho gru p o favorece, o hace posible a l m enos, la
soledad en su seno. L a s com unidades estrechas c ín tim as con­
sienten rara vez en su estructura esos espacios solitarios in ­
tercelulares. A s í com o h ab lam o s de cierto déficit social, que se
produce en proporción determ inada con respecto a las condi­
ciones sociales — los fenóm enos antisociales de los degenera­
dos, los delincuentes, las p rostitu tas, los suicidas — , así ta m ­
bién ciertas cantidades y calidades de vid a so cia l crean cierto
núm ero de existencias so lita ria s, tem porales o crónicas, a u n ­
que éstas no puedan ser fijad as num éricam ente por la esta­
dística.
L a soledad adquiere otro sentido sociológico, cuand o no
consiste en u n a relació n sita en el interior de un in d ivid u o
y m antenida entre éste y un determ inado grupo o la vid a so ­
cial en general, sin o que se presenta como u na interrupción
o periódica diferenciación, dentro de u na y la m ism a relación.
Esto resulta im portante, sobre todo en aq u ellas relaciones
que en idea se encam inan a la negación de la soledad, com o
el m atrim on io m onogám ico. E n la estructura del m atrim on io
se expresan los m ás delicados m atices interiores; existe, por
tanto, u na diferencia esencial entre un m atrim onio donde el
Marido y la m ujer, a pesar de la perfecta dicha de la con viven -
^a, se h an reservado el p lacer de la soledad, y u n m atrim on io
donde la relación no se ve in terru m p id a nu n ca p o r la soledad,
^'a sea porque el h áb ito de la convivencia le h a y a arrebatado
90 Sociplo£:*

sus encantos, y a porque la fa lta de in terior co fia n za en el am ot


m utuo h aga terribles tales in terru p cion es, considerándolas
com o infidelidades o, lo que es peor, como peligros de infide­
lidad. P o r tanto, la soledad, que en ap ariencia es un fenóm eno
lim itad o a l sujeto in d iv id u a l, y consiste en la negación de. la
sociab ilidad, tiene, no ob stan te, u n a im p ortancia sociológica
p o sitiva, no sólo desde el pun to de v is ta del sujeto, como sen­
tim ien to consciente de cierta relació n bien determ inada con la
sociedad, sin o tam bién por la rigorosa característica que su
ap arición , como causa o com o efecto, presta tanto a los grupos
am p lio s com o a las relaciones m ás íntim as.
T a m b ié n la libertad, con su s v a ria s sign ificaciones socio­
lógicas, ofrece interés en este sentido. A prim era vista , parece
m era negació n del vín cu lo social, y a que todo v ín cu lo repre­
senta una constricción. E l h om b re lib re n o form a u n id ad con
oíros, sino que es u n id ad por sí m ism o. A h o r a bien; puede
h ab er u na lib ertad que co n sista en esta fa lta de relaciones, en
la m era ausencia de toda lim ita ció n por parte de otro ser. U n
erm itaño cristiano o indio, un so lita rio de los bosques ger­
m án icos o am ericanos, puede disfru tar de la lib ertad en el
sentido de que su existen cia está llena de contenidos no socia­
les. Y lo m ism o ocurre con u n ser colectivo, fam ilia patriarcal
o E stad o , que viva en p len o aislam ien to in sular, sin vecinos
n i relaciones con otras entidades. P ero para u n ser que está en
relacion es con otros, la lib ertad tiene u n sentido m ucho más
positivo. E s u n determ inado género de relación con el am ­
biente, un fenóm eno de correlación que pierde su sentido
cuando el sujeto no tie n e kx quien contraponerse. L a libertad,
en ta l caso, tiene dos sign ificados extrao rd in ariam en te im por­
tantes para la estructura p ro fu n d a de la sociedad.
1. P a r a el hom bre social, la lib ertad no es n i un esta
prim ario, dado por sí solo, n i u n a propiedad sustan cial, per­
m anente, adq uirida de u n a vez p ara siem pre. L a prim era
ra zó n de ello es que toda exigencia fu n d am e n tal que em puja
la energía del in d ivid u o en u n a dirección determ inada, tiene
la tendencia a p rolon garse sin lím ites. C a s i toáas las rela cio ­
nes — políticas, partidistas, fam iliares, am istosas, eróticas —
ruedan com o sobre u n p lan o in clin ad o , y, ab an don adas a sí
m ism as, apresan en sus exigencias a l h om bre entero. E l
'cantidad en los grup os sociales 91

hombre las ve rodeadas de u n a esfera id eal — a veces es in g ra ­


ta esa v is ió n — , frente a la cu al b a y que reservar expre-
samente cierta p ro visió n de fu erzas, sentim ien tos, intereses.
P ero no es só lo la am p litu d de la s exigencias sociales la
que am en aza la lib ertad de los elem entos que en tran en s o c ia ­
lización, sino tam bién la falta de m esura con que p lan tean
sus exigencias todas la s relacion es contraíd as. C a d a u n a de
éstas reclam a su derecho im placablem ente, con in diferen cia
total de los dem ás intereses y deberes, sin preocuparse de si
arm onizan con ella o son con ellos incom patibles. E ste carác­
ter de dichas relaciones, no m enos que su exten sió n cu an ­
titativa, lim ita , p u es, la libertad del in d iv id u o . E rente a
esta form a de n u estras relaciones, la libertad se m uestra como
un proceso co n tin u o de lib eració n , com o u n a lu ch a p or con ­
quistar, no sólo la indep en dencia del yo , sin o tam b ién el
derecho a que, en cada m om ento, sea la voluntad lib re la que
se m antenga en dependencia. E s u n a lu ch a que se renueva a
cada victoria. P o r consiguiente, la carencia de vín cu lo s, como
conducta social n egativa, no co n stitu ye casi nunca u na pose­
sión tra n q u ila , sin o u n con tin u o desligarse d e ataduras,
que, sin cesar, lim ita n realm ente la indepen dencia del in d iv i­
duo o tratan de lim ita rla idealm ente. L a lib ertad no es u n
estado del y o aislad o, sino u n a activid ad sociológica; no es un
modo de ser lim itad o a l nú m ero sin g u la r del sujeto, sin o u na
relación, bien que considerada desde el punto de vista de un
sujeto.
2. L o m ism o que en su aspecto fu n cio n al, es en su conte­
nido la libertad algo más que la negación de relaciones, algo
más que la in ta n g ib ilid a d de la esfera in d iv id u a l por otras
inm ediatas. Se sigue esto de la m u y sen cilla con sideración de
que el hom bre, no sólo quiere ser libre, sino tam b ién u tiliza r
Para a lg o su libertad. P e ro estf uso consiste casi siempre
en el dom inio y ap rovech am ien to de u u a a personas. P a r a el
m dividuo social, es decir, p ara el que vive en constantes rela­
jo n e s m utu as con otros, la lib ertad no tendría m uch as veces
Contenido n i fin a lg u n o , si no hiciese posible y a u n fuese pro­
piam ente la extensión de la v o lu n ta d a aqu ellos otros. M u y
acertadam ente decim os en exp resión v u lg a r «tom arse lib erta ­
o s con alguien», p ara referirnos a ciertas brusquedades y
92 S ociologi.

violen cias, y an álogam en te m uchos idiom as a p lican la p a la ­


bra libertad en el sentido de derecho y privilegio. D e esia
m an era el carácter negativo de la libertad, como relación
del sujeto consigo m ism o, se com plem enta, en am bas direc­
ciones, con algo positivo. L a libertad consiste, en g ra n parte,
en un proceso de liberación; se a lza frente a u n vín cu lo , y
só lo com o reacción contra éste recibe sentido, conciencia y
v a lo r. P ero, por otro lado, consiste tam bién en u n a relación
de poder frente a otros, en la im p o sib ilid ad de im ponerse, de
o b lig a r o som eter a otros, gracias a lo cual h a lla su v a lo r y
ap licació n . P o r consiguiente, el sentido de la libertad, cuando
se lim ita a l sujeto en sí y por sí, no es sino la lín ea de de­
m arcación entre esas dos sign ificacion es sociales: el vínculo
a que se som ete el sujeto p o r parte de otros, y el vín cu lo que el
sujeto im pone a otros. P o r decirlo a sí, el sentido de la lib er­
ta d desciende a cero, cuando se descubre propiam ente. A u n
en el caso de representarse la libertad com o cualid ad del in d i­
vid u o , ésta consiste en dicha relación sociológica bilateral.
A h o r a bien; aun que m uchas veces ios nexos que dan
consistencia sociológica a form as tales como la soledad y la
libertad, son nexos indirectos y m u y variad os, sin em bargo
la form ación sociológica m ás sim ple desde el punto de vista
m etódico, es la que se produce entre dos elem entos. E n ella se
encuentra el esquem a, el germ en y el m aterial, para las
in co n tab les form aciones de varios m iem bros que puedan pre­
sentarse, aun qu e su im portancia sociológica no descansa sóto
en esas am pliaciones y m ultip licacion es ulteriores. E lla m is­
m a es y a u n a so cializació n , en la que no sólo se realizan
p u ra y característicam ente m uch as form as sociales, sin o que
su lim itació n a dos elem entos es in clu so la condición que
hace posible toda u na serie de form as de relación . L a típica
n a tu ra le za sociológica de estas form as se m anifiesta, adem ás,
en el h echo de que no sólo la m u ltip licación de los in d iv i­
duos y de los m otivos so cia liza n tes no altera la igu ald ad de
tales form aciones, sin o que a veces éstas se dan incluso entre
dos grupos (fam ilias, E stad o s, asociacion es de diversos géne­
ros), com o entre dos in d ivid u o s.
L a caracterización especial de una relación p O T el hecho
de ser dos lo s copartícipes, se nos m uestra en la experiencia
La cantidad en lo s grup os sociales 93

diaria. U n a suerte com ún, u n acuerdo, u n a em presa, u n secre­


to, cuand o se lim ita a dos, es bien d istin to de cuand o se
extiende a tres. D o n d e acaso sea esto m ás característico es en
el secreto; pues la experiencia g en eral parece m ostrar que,
cuando el secreto se lim ita a l m ín im o de dos, es justam en te
cuando consigue la m áxim a g a ra n tía de conservación . U n a
sociedad secreta eclesíásticopolítica, c[ue se fo rm ó a com ienzos
del siglo xix en F ra n cia e Ita lia , ten ía distintos grados, y los
secretos im portantes de la aso ciación , que sólo eran conocidos
de los grados superiores, no p o d ían ser objeto de conversa­
ción sino entre dos m iem bros de los grados superiores. T a n
decisivo parece, pues, el lím ite del dos, que, cuando n o puede
m antenerse, por lo que al conocim iento del secreto se refiere,
m antiénese a l m enos para su m an ifestación h ab lad a . E n
térm inos generales, la diferencia entre las asociacion es de dos
miembros y la s de vario s, consiste en que la relación entre
la u nidad de sus in d iv id u o s y cada uno de los m iem bros,
se presenta m u y de otra m an era en la aso ciación de dos
que en la de va rio s. S i bien la asociación de dos aparece fren­
te a u n tercero como u n id a d independiente, tra n sin d iv íd u a l,
no ocurre esto para sus copartícipes, por regla general, sino
que cada uno de ellos se siente frente a l otro, pero no frente a
una colectividad sup erior a am bos. E l organism o social des­
cansa inm ediatam ente sobre uno y otro. L a desaparición
de u n o de ellos d estru iría el todo, lo cu al es causa de que no
se llegue a aqu ella vid a transp ersonal que el in d ivid u o siente
como independiente de sí, m ien tras que en u n a asociación ,
aunque sólo sea de tres m iem bros, si desaparece u no de ellos,
puede quedar subsistente el grupo.
L os grupos de dos dependen, pues, de la pura in d iv id u a ­
lidad de cada m iem bro, y esta dependencia Lace que la repre­
sentación de su existen cia v a y a acom p añada de la de su ter­
m inación m ás inm ediatam ente que en otras asociaciones, en
donde cada m iem bro sabe que, después de su separación o
muerte, la asociación puede co n tin u ar existiendo. C o m o la vi-
del individ uo, la de las asociaciones adquiere u n color de­
terminado, segxín su m odo de representarse su m uerte. T por
•representación» entendem os a q u í, no sólo e! pensam iento
teórico, consciente, sin o u na parle o m odificación de nuestro
94 S o cio lo g i.

ser. L a m uerte no está ante nosotros como u n destino in e v ita ­


ble que su rg irá en un m om ento dado, pero que b a sta entonces
só lo existe como idea o profecía, com o tem or o esperanza, sin
penetrar en la realidad de n u estra vida. N o ; sino que el becho
de que bem os de m orir con stituye u n a cu alid ad que penetra en
la vida. E n toda nu estra realidad vivien te hay algo que, des­
pués, no h ará sino b a ila r en la m uerte su ú ltim a fase o reve­
lación; desde nuestro n acim iento som os seres que h an de m o ­
rir. C la ro está que lo som os de diverso modo. N o sólo es d is­
tin ta la m anera como n os representam os subjetivam en te esta
condición y su efecto fin a l y como reaccionam os frente a ella,
sino que tam bién el m odo como este elem ento de nuestro ser
se entreteje con lo s otros elem entos es altam en te variab le. Le
m ism o, empero, ocurre con los gru p os. T o d o grupo de más de
dos m iem bros puede, en su idea, ser inm ortal; y esto presta a
cada u no de sus m iem bros — sea cu al fuere la relación en que
esté personalm ente con la m uerte — u n sentim ien to so cio ló g i­
co perfectam ente determ inado (l). P ero el hecko de que una
aso ciación de dos dependa, no en cuanto a s u vida, au n qu e sí
en cuanto a su m uerte, de cada u no de los elem entos — pues
si p ara su vid a necesita del segundo, no necesita de él para su
m uerte — , b a de con trib u ir a determ inar la actitud del in d iv i­
duo frente a ella, aunque no siem pre de u n m odo consciente
ni siem pre en el m ism o grado. D a r á a l sentim iento de estas
asociacion es u n m atiz de peligro y de cosa irreem plazable, que
las cu alifica como asiento de tragedia sociológica, p or u na
parte, y de sen tim en talism o y p roblem atism o elegiaco, por
otra.
E sta em oción existirá siem pre cuando el térm ino de la
asociación esté de algú n m odo in clu id o en su estructura p osi­
tiva. N o bace m uebo tiem po se h ab ló de u n a extrañ a «socie­
dad del plato roto», fu n d ad a en u n a ciudad del N o rte de
F ran cia. H ace unos años h ab ían se reunido varios in d u stria ­
les en u n banquete. D u ra n te la com ida se cayó un p lato, que
se h izo añicos. U n o de los com ensales notó que casualm ente

(l) V éa n se sob re esto Loa exp lica cion es cjue d o y en e! ca p itu lo so b re la « A u t o -


co n s c r v a c ió a de lo s jtrv p os».
L;i cantidad en los grupos sociales 9S

el núm ero de los tro zo s en que se h a b ía partido el p la to era


exactam ente ig u a l a l de las personas presentes. E ste sign o dio
lugar a que los com ensales fo rm asen u n a sociedad de am igos
para prestarse m utua protección y am paro. C a d a u no de los
presentes cogió u n trozo del p lato. A l m orir u n o de los m iem ­
bros el trozo que le h a b ía correspondido debía ser rem itido al
presidente, que estaba encargado de pegar los pedazos que iba
recibiendo. E l ú ltim o su p ervivien te había de pegar el ú ltim o
trozo, y entonces el p lato a sí reconstruido sería destrozado.
C on lo cual la «sociedad del p la to roto» quedaría d efin itiva ­
mente disuelta. S in duda, el tono sentim ental que rein a en el
seno de esta aso ciación y que a n im a a cada m iem bro de ella
sería totalm en te distinto si se adm itiesen n u evos m iem bros
que perpetuasen indefinidam en te l a vid a del grupo. E l estar
destinada de antem an o a m o rir le da un ton o p articu lar, que
es el que poseen las asociaciones de dos por la lim ita ció n n u ­
mérica de su estructura.
P o r la m ism a razón estructu ral, sólo las relaciones de dos
son susceptibles de recibir el colorido — o falta de colorido —
que designam os con el calificativo de trivialid a d . P u es lo que
determ ina el sen tim ien to de trivialid a d es que. exigiéndose
previam ente de un fenóm eno o de u n a obra que tenga un sello
individual, resulte luego que no lo tiene. N o creo que se h aya
observado suficientem ente b a sta qué p un to relaciones de id én ­
tico contenido adquieren cierto color, merced a la represen­
tación de su frecuencia o su rareza. L as relacion es eróticas no
son las únicas que están in flu en ciad as por la idea de que «se­
m ejante em oción no b a existido nunca»: no son las únicas
que adquieren por ello u n tim bre especial y colm ado de s ig n i­
ficaciones, que sobrep asan con m ucho su conten id o y v a lo r
Propios. A c a s o no exista n in g ú n objeto de posesión externa,
cuyo v a lo r — no sólo el v a lo r económ ico — no esté codeterm í-
ttado, consciente o inconscientem ente, p o r la rareza o a b u n ­
dancia de los objetos análogos; com o probablem ente no habrá
tampoco n in g u n a relació n que, en su sentido interior, sea para
s us m iem bros indepen diente del factor, «¿cuántas veces»?, te­
jie n d o en cuenta que éste cuán tas veces puede sign ificar las
repeticiones de lo s m ism os contenidos, de la s m ism as s itu a ­
ciones y em ociones dentro de la relación. L a sen sación de trí-
Sociología

v ia lid a d acom paña cierto grado de frecuencia, cierta idea de la


repetición de u n contenido v ita l, cuy o v a lo r está condicionado
justam en te por a lg ú n grado de rareza. A h o r a bien; parece
com o si la v id a de u n a u n id a d social su p ra in d ivid u al, o la re­
lación del in d ivid u o con ella, no se plantease nunca esta cues­
tió n . D ijé ra se que en este caso, siendo el contenido de la rela­
ció n sup erior a la in d iv id u a lid a d , no ju ega n in g ú n papel el
otro sen tido de la p a la b ra in d iv id u a lid a d , el sentido de cosa
ú n ica o rara, y que por consecuencia de ello no se produce la
sen sación de trivialid ad . E n las relaciones entre dos — amor,
m atrim on io, am istad — , o tam bién en a lg u n as relaciones de
m ás de dos, cuando no engendran u n organ ism o superior (co­
mo a m enudo sucede en la vida de sociedad), el ton o de tri­
via lid a d arrastra a veces a la desesperación y a la infelicidad.
E sto prueba que el carácter sociológico de la s form aciones
duales consiste en asirse a las acciones recíprocas inm ediatas,
privando a cada u n o de los elem entos de la u n id ad suprain-
d ivíd u al que está frente a ellos y en la que a l propio tiem po
participan.
E l hecho de que el proceso sociológico perm anezca de este
m odo dentro del m utuo a p o yo personal, sin pasar a la form a­
ción de un todo sup erior a los elem entos — como ocurre en
p rin cip io en los grupos de dos - , constituye, por otra parte,
la base de la «intim idad». E l carácter «íntimo» de u n a re la ­
ción m e parece fund ad o en la in clin ació n in d iv id u a l a conside­
rar cada cu al que lo que le distingue de otros, la cualidad in d i­
vid u a l, es el núcleo, va lo r y fu n d am en to prin cipal de su exis­
tencia; supuesto éste que ho siem pre es fundado, pues m uchas
veces lo típico, lo com partido con m uchos, es lo esencial y sus­
tan cial de u n a person alidad. A h o r a bien; el hecho se repite
en las asociaciones. T a m b ié n las asociaciones propenden a
considerar que lo específico de sus contenidos, lo que sus
m iem bros com parten entre sí y no com parten con nadie de
fu era de la com unidad, constituye el centro y el sentido pro­
pio de la colectividad. É sta , empero, es la form a de la in tim i­
dad. S in duda en toda relación m ézclanse elem entos, que sus
m iem bros sólo encuentran en dicha relación, con otros que no
son exclu sivos de ella y que el in d ivid u o com parte de u n m odo
ig u a l o sem ejante con otras personas. A h o r a bien; cuando se
i , ¿anudad en !o<¿ grupos sociales. 97

í5tíma com o lo esencial aquel aspecto in terio r de la relación;


fia n d o la estructura sen tim en tal de la relación se basa en
ai¡uello que cada cual no da o enseñ a sin o a otro, entonces es
.;uando surge ese colorido p ecu liar que lla m a m o s in tim id ad .
£a intim id ad no descansa en el contenido de la relación. D o s
relaciones pueden ser idénticas, por ser igu a l la proporción en
que se m ezclan lo s conten idos in d ivid u a les exclu sivos con los
comunes tam bién a otras direcciones; pero ín tim a será tan
sólo aquella en que lo s prim eros aparezcan com o la base o el
eje de la relación. C u a n d o ciertas situacion es exteriores o es­
tados de án im o nos im p u lsan a hacerle a u n a p erson a, que
nos es relativam en te ex trañ a , m an ifestacion es o confidencias
ile las que reservam os para lo s ín tim o s, sentim os m u y bien
que no basta ese contenido «intim o» para dar in tim id ad a la
relación. N u e stra relación h ab itu al con esa persona es, en su
sustancia y sentido, general, no in d ivid u al; por lo tanto, aque­
lla confidencia, acaso nunca revelada a nadie, no b a sta para
incluir a dich a persona en nu estra in tim id ad , porque no cons­
tituye la base de nuestra relación con ella.
.Esa nota esencial de la in tim id ad la bace con frecuencia
peligrosa p ara las u n ion es d u ales m uy estrechas, especial­
mente para el m atrim o n io . L o s esposos se com unican la s «in­
timidades» indiferentes del día, las am ab ilidades o rud ezas de
!a hora, las debilidades cuidadosam ente ocultas a todos los
ticmás. Y esto les lleva fácilm ente a tran sp ortar el acento y
sustancia de la relación a estas cosas plenam ente in d ivid u ales,
Pero sin im p ortancia objetiva; m ien tras aquella o tra parte del
^0, que es com partida con los dem ás y que acaso representa lo
más im p ortan te de la p erson alidad, lo esp iritu al, lo m ag n á n i­
mo, lo orientado h acia los intereses generales, lo objetivo, es
considerado com o fuera del m atrim o n io y g rad u alm en te eli­
minado de él.
A h o r a bien; es claro que la in tim id ad propia de las a so ­
ciaciones de dos está en relació n estrecha con su carácter esen­
cial sociológico, que con siste en no fo rm ar unidades sup erio-
res por encim a de los dos elem entos in divid uales. P u e s esa
Utiidad, au n qu e sus bases concretas no serían n u n ca otras que
1qs dos partícipes, co n stitu iría, en cierto m odo, u n tercero, que
'•'endría a interponerse entre los dos. C u a n to m ás extensa es
98 Soctol.v

u n a com u nidad, tanto m ás fácilm en te se form a u na unidad


objetiva p or encim a de lo s in d ivid u os; pero entonces la aso-
ciación se hace tanto m enos ín tim a. E sto s dos caracteres van
interiorm ente u nidos. L a condición de la in tim id ad es que la
relació n consista tan só lo en estar el u no frente a l otro, sin
sentir a l m ism o tiem po com o existente y activo u n organism o
su p ra in di vid u a l. E sta condición se presenta raras veces. A s i.
lo que caracteriza la fin a estructura de los gru p os de dos, ev
que su sentido m ás in ten so q uedaría interrum pido por u>-,
tercero, aun que fu era la u nidad con stituid a por los dos aso­
ciados: y rige de ta l m odo este p rin cip io, que la in tim id ad se
interrum pe inclu so en el m atrim o n io, ta n pronto com o ha
n acido un h ijo . V a le la pena de fu n d am en tar esto con a l­
gun as p alab ras, p ara caracterizar bien las u n ion es de Jes
elem entos.
E l du alism o, que suele co n stitu ir la form a de miestros
contenidos vitales, nos im p u lsa a conciliaciones cu yo logro o
fracaso hace resaltar con g ra n claridad dicha form a. C om o
p rim er ejem plo o m odelo de lo que decim os, recordarem os que
lo m ascu lin o y lo fem enino se sienten im p u lsados a una unión
que sólo resulta posible por la oposición de am bos, y que, pre­
cisam ente por el ap asio n am ien to con que se busca, aparece
como algo, en lo m ás hondo, inasequible. E n n in g ú n otro cáse­
se siente m ejor que el yo no puede apoderarse real y a b so lu ta ­
m ente del no yo , y esto justam en te en la relación en que la 3
oposiciones parecen creadas para su com plem ento y fusión-
L a p asión quiere derribar los lím ites del y o y fu n d ir el uno
con el otro; pero no consigue convertirse en u nidad, y lo que
surge es u na unidad nueva: el h ijo. L a condición d u a lista de
la generación - u n a p roxim idad que, no obstante, ha de ser
alejam ien to , sin poder a lca n za r nu n ca la pretensión extrem a
del alm a, y u n alejam ien to que, no obstante, se a p ro x im a en
lo infin ito a la u n ificació n — se im pone igualm ente a lo en­
gendrado, que se h a lla entre sus engendradores; y los variable.'
sentim ientos de éstos hacen que u n as veces actúe lo u no y
otras lo otro. A s í acontece que m atrim on ios fríos, en donde
lo s cónyuges se son interiorm ente extrañ os uno a l otro, no
desean h ijo s, porque el h ijo liga; la fu n ción de u n id a d que
desem peña el h ijo se funda en aqu el du alism o dom in an te >'
La cantidad en los grup os sociales 99

cesulta por ello ta n to m ás activa y , por lo m ism o, indeseada.


Pero otras veces m atrim o n io s m u y ap asion ados y u n id o s no
desean tam poco h ijo s, porque lo s h ijo s separan. L a fu sió n
m etafísica, que am bos cón yuges apetecían, se les va, por de­
cirlo así, de entre las m anos, y se transform a en un tercero,
-un ser físico que in tervien e entre am bos. P ero esta in terven ­
ción h a de parecer u n a sep aración a aquellos que b u scan la
unidad inm ediata; del m ism o m odo que u n puente, aun qu e
une las dos o rillas, hace perceptible la distancia que existe
entre ellas. Y a llí, donde toda interven ción es superfíua, re­
sulta, en realidad, peor que superfíua.
E sto no obstante, el m atrim on io m onogám ico parece que
debiera form ar u n a excepción a uno de ios caracteres so cio ló ­
gicos que bem os considerado esenciales en los grupos de dos:
la falta de la u n id ad s u p ra in d iv id u a l. E l hecho nada raro de
que entre personalidades v a lio sa s h a y a m atrim on ios resu elta­
mente m alos y, en cam bio, lo s h a y a m u y buenos entre perso­
nas llen as de defectos, in d ica que esta in stitución , au n q u e de­
pendiente de los copartícipes, puede tener u n carácter que no
coincida con el de n in g u n o de ellos. C u a n d o u n o de lo s espo­
sos padece com plicaciones, dificultades, deficiencias, pero sabe,
por decirlo así, lo ca liza ría s en s í m ism o, reservárselas, no
dando a la relación co n y u g a l sin o lo m ejor y m ás puro de su
ser y m an teniendo el m atrim o n io apartado de todos los defec­
tos de su p erson a, esta actitud podrá sin duda, en p rim er tér­
mino y ante todo, referirse a l cónyuge com o persona; pero, al
cabo, producirá el sen tim ien to de que el m atrim on io es algo
transpersonal, a lg o va lio so y sagrado por sí m ism o, a lg o que
está por encim a de las m ácu las que puedan tener cada uno de
los elem entos. C u a n d o , dentro de u na relación, cada m iem bro
no siente sino por el lado orientado hacia el otro, y se conduce
siempre, por consideración a él, entonces sus cualidades, aun
cuando, natu ralm en te, son las su y a s, adquieren un colorido,
ün sentido y posición com pletam ente distin tos del que ten­
drían si, referidas al propio yo, se entretejieran siem pre exclu ­
sivamente en el com plejo person al. D e esta suerte puede la re­
lación, para la con cien cia de am bos, cristalizar en a lg o esencial
superior a ellos, algo m ay o r y m ejor — o tam bién peor — que
d io s, algo fren te a lo cu al tienen ellos deberes y de donde,
ICO Sociolo-,

com o de u n a sociedad ob jetiva, se derivan p ara ellos bienes


y desgracias.
P o r lo que se refiere a l m atrim o n io , este hecho de que ]A
u n id a d se desentienda de sus cim ientos — el m ero y o y el
m ero tú — se encuentra facilitad o por dos circun stan cias. F.r*
prim er lu gar, por su in com p arab le estrechez, Q u e dos seres
fun d am en talm en te distintos como el hom bre y la m ujer pue­
dan u n irse en tan estrecho vín cu lo ; que el egoísm o in divid ual
se ap liqu e tan radicalm ente, no sólo en pro del otro, sin o en
pro de la relación total, con sus intereses fam iliares, su honor
fa m ilia r y, sobre todo, los hijos, es, realm ente, un m ilag ro que
se retrotrae a esas bases del in d ivid u o que están situ ad as más
a llá del y o consciente y que resu ltan in exp licab les p or m oti­
vos racionales. Y lo m ism o se expresa en la d istin ción entre
esta u n id a d y sus elem entos singulares. C a d a u no de éstos
siente la relación como algo que tiene u n a vida propia, con.
fu erzas propias. L o cual no es sino la fórm ula de su in con ­
m en surabilid ad con lo que acostum bram os a representarnos
en el y o person al y por sí m ism o com prensible.
E sto , por otra parte, se ve m u y favorecido por la trasind i-
v id u a lid a d de las form as m atrim on iales, en el sentido de su
regu laridad so cia l y tradición h istórica. P o r m u y distintos
que sean el carácter y v a lo r de los m atrim on ios — n adie puede
atreverse a decidir si más o m enos distin tos que los in d iv i­
duos p articulares — , en ú ltim o térm ino no es u n a p areja la que
ha inven tado la form a del m atrim on io, sino que ésta se h a lla
vigen te en cada ám bito cu ltu ra l, com o a lg o relativam en te fijo,
no som etido a l capricho; como algo c u y a esencia form al
no em paña los m atices y p articularidad es in d iv id u a les. ELn
la h isto ria del m atrim on io sorprende el g ra n papel siem ­
pre trad icio n al por cierto — que juegan terceras personas
m enudo n i siquiera parientes) en la petición, en el con ven ^
sobre la dote, en la s cerem onias n upciales, h asta lleg ar al
sacerdote, que consagra el m atrim on io. E sta iniciación , no
in d iv id u a l, de la relación sim b o liza notablem ente la estructu­
ra sociológica p eculiar del m atrim on io, a saber: la relación
m ás personal de todas se encuentra acogida y dirigid a por
instancias hxstórico-sociales, transp ersonales, tanto por el lo.'-'
de su contenido como por el de su form a. E sta in clu sió n d-
l .i cáOtitlad en los grup os sociales 101

elem entos exteriores en la relación co n yu g a l, contrapone el


m atrim onio a la lib ertad in d iv id u a l, (fue se da, p or ejem plo, en
la relación am istosa. E l m atrim on io no tolera sin o aceptación
o renuncia; pero no adm ite m odificaciones. T o d o esto fom en ­
ta, evidentem ente, el sentim ien to de una form a objetiva y de
una u n id ad tra n sp erso n a l del m atrim on io. A u n q u e cada uno
de los cón yuges só lo tiene enfrente al otro, siéntese, sin em ­
bargo, p arcialm ente con el sentim ien to de h allarse frente a u n a
colectividad, com o mero su sten tácu lo de u n organ ism o su p ra-
in divid ual, que en su esencia y n orm as es indepen diente de él.
P arece que la cu ltu ra m oderna, al in d iv id u a liza r m ás y
más el carácter Je cada m atrim o n io, deja intacta, sin em bargo,
la supr& individualidad, que con stituye el núcleo de su form a
sociológica. E s m ás, en cierto sentido parece fortalecerla. L a
m últip le diversidad de form as m atrim on iales — determ inadas
por la elección de los contrayen tes o por su d iversa p osición
social -- que se da en a lg u n a s sem ieulturas y en cu ltu ras ele­
vadas del pasado, parece a l pronto con stituir u n a fo rm a -más
in d ivid u al, u n a fo rm a particularm ente flexible y acom odada
a la diferen ciación de los casos particulares. P ero , en realidad,
sucede lo contrario. C a d a u n a de estas clases de m atrim on io
es algo superior a l individ uo, algo predeterm inado so cia lm en ­
te; su tendencia a la p a rticu la riza cíó n resulta m ás estrecha y
coactiva que una form a de m atrim on io general y a p licab le a
todos lo s casos, la cual, por su n a tu ra leza abstracta, necesa­
riam ente Ha de conceder m ay o r m argen a las diferencias per­
sonales. E ste es u n fenóm en o sociológico general; existe u na
m ayor libertad p a r a la conducta in divid ual, cuando la estruc­
turación social se refiere a lo com ún, cuando a cualesquiera
relaciones se im p on e u na m ism a form a social, que, cuando
los estatutos sociales se esp ecializan en variedad de form as
Particulares, por querer, en apariencia, acom odarse m ejor a
situacion es y necesidades in divid uales. E n este ú ltim o caso es
cuando m ás perjudicado resulta el elem ento in d iv id u a l. L a
libertad para m an ten er toda suerte de diferenciaciones es m a­
yor cuand o la constricción se atiene a los rasgos m ás gene-
m ies ( l) .

(i) D e es to s c o r r e la c io n e s t r a t a m o s d e t a lla d a m e n t e e n e l ú l t i m o c a p í t u lo .
102 S o c io lo g y

P o r eso, la u nidad de la form a m atrim on ial m oderna


ofrece m ay o r m areen p ara figuras p articulares c[ue u n a plu ­
ralid a d de form as sociales predeterm inadas; y , por otra parte,
su generalidad aum enta extrao rd in ariam en te el carácter obje­
tivo , la vigen cia au tón om a del vín cu lo , fren te a tod as las m o­
dificaciones in d ivid u a les, de que se tra ta ah o ra para n os­
otros (l).
A lg o an álogo sociológicam ente podría descubrirse ta m ­
b ién en la du alidad de los asociados en un negocio. A u n q u e
la fu n d ació n y exp lo tació n del negocio esté basada en la co-

(l) E s* p ecu lia r fa s ió n del carácter s u b je tiv o y o b je tiv o , de lo p erson a l y lo


tratisperson al q u e ofrece el m a trim on io, existe y a en el p ro ce s o fu n da m en ta l: el em pa­
re ja m ien to fis io ló g ic o , q u e es el ú n ico ra sgo com ú n a tod as las fo rm a s de m atrim on io
h istóricam en te con ocid a s. P u es q u iz á n in g u n a Otra d eterm in ación se encuentre en todas
ellas, sin excep ción . E ste p roceso es s en tid o, d e u n a parte, c o m o lo m ás in tim o y per­
s o n a l, y de o tra , c o m o lo genera; y a b s o lu to , q u e reduce la p erson a lid a d at s e rvicio de
la especie, a la exigencia orgán ica gen eral de la n a tu ra leza . E n este d o b le carácter del
a cto , que es plenam en te p erson a l p or un la d o y tra n sperson al p o r o tro , reside su sccte-
t o p s ic o ló g ic o ; y esí «e com p rend e cóm o justam en te este neto h a p o d id o ser la base ce
la rela ción m a trim o n ia l, lo cu al rep rod u ce ese d o b le carácter en u n gra d o s o c io ló g ic o
m i* s it o . P e ro , ju sta m en te s o b r e lo rela ción del m a trim o n io c o n el a cto s e x u a l, p r o d ú ­
cese una c o m p lic a c ió n form a l m uy sin gu la r. Si bien n o es p osib le una d efin ición p o s i­
tiva del m a trim o n io , d ada la heterogeneidad d e sus fo rm a s , en ca m b io puede afirm arse
q u e existe u n a rela ción entre el L o m b tc y la m u jer q u e n o e* m a trim o n io : la relación
p u ra m en te sexual. E l m a trim on io, s e a -lo q u e fuere, es siem pre y en tod as partes a lg o
m ás q u e el com ercio sexual. P o r m u y divergentes q u e sean las direccion es en que el
m a trim o n io trascien de del com ercio s e x u a l, pu ed e decirse q u e esc trascender de lo
sexual es lo q u e co n stitu y e el m a trim on io. S o cio ló g ica m e n te , ésta es una estructura
ca si única. E l ú n ic o p u n to q u e tienen de co m ú n to d o s las form a s m atrim on ia les es, a:
m ism o tiem p o, justam ente, el q u e todas b an de superar para p ro d u c ir u n m atrim o­
n io . S ó lo on a log la s m uy leja n a s parece h a b er en o tro s ca m p os. A s i lo s artistas, p or
heterog én ea s q u e sean sus ten d ea d a s estilísticas o im a g in a tiva », tienen que c o n o ­
cer escrup u losam en te lo s fen óm en os naturales, n o para quedarse en e llos, s in o para
llen a r su m isión artística específica, sob rep a sá n d olos. A s i, todas loa variedades h is tó ­
ricas e in d ivid u a les de cu ltura ga stron óm ica, tienen de com ú n el satisfacer lo » necesi­
dades fisiológica s; pero n o para detenerse er. e llo, s in o ju sta m en te p ara sobrepa sar con
lo s m ás d iversos estim ulo» esto necesidad general. P e ro d en tro de las fo rm a cio n e s
s o c io ló g ic a s , e l m a trim on io parece ser el tín ico ejem plar o , al m en os, el más p u ro
ejem plar d e este tip o , q u e p od em os caracterizar del m o d o s ig u ien ie: lo s d istin tos ca s o »
de tin m ism o co n ce p to socia l n o con tien en m ás que u n elem en to realm ente co m ú n a
to d o s; pero n o llegan con él a la rea liza ción d e d ich o co n ce p to , s in o cu an d o agregan s
CSC elem en to com ú n a lg o m ás; es decir, algo qu e, inevita b lem en te, e s in d iv id u a l y dis­
tin to en lo s d istin to» caso».
1.4cantidad en io^ grupos sociales 103

laboración de am bas personalidades, el objeto de dieba cola­


boración, el negocio o la «firma», es u n a realidad objetiva, con
respecto a la cual tiene derechos y deberes cada u n o de los
com p on entes.. . frecuentem ente como podría ocurrirle a u n
tercero. N o obstante, esto tiene u n sentido sociológico distinto
que el caso del m atrim o n io . £ 1 «negocio», a consecuencia del
carácter objetivo de la econom ía, es, desde luego, algo sep ara­
do de la persona del propietario , tan to en el caso de que h a y a
dos propietario s, com o en el de que sean uno o varios. La
relación m utua, en que están u n os con otros los copartícipes,
tiene su fin fu era de s í m ism a, al paso que en el m atrim on io
tiene su fin en sí m ism a. E n el prim er caso, la relación se
establece como m edio p ara obtener ciertos resultados ob jeti­
vos; en el segundo, lo objetivo no es sino u n m edio p ara la
relación sub jetiva. T a n to m ás notable resulta, pues, que en el
m atrim onio surja, fren te a la subjetividad inm ediata, la obje­
tividad y a u to n o m ía del grupo, de que suelen carecer la s de­
más agrupaciones duales.
H a y una característica de la m ay o r trascen d en cia socio­
lógica, que falta en las agrupaciones duales, y que las plurales
pueden tener siem pre en principio; me refiero a l hecho de
cargar los deberes y respo n sab ilid ad es a cuenta del organism o
im personal, hecho que con tan ta frecuencia caracteriza la vida
social, y no en v e n ta ja su y a . Y esto acontece en dos direccio­
nes. T o d a com unidad, que sea algo m ás que m era coexistencia
de in d ivid u o s, tiene cierta indeterm inación en sus lím ites y su
poder, por lo cual fácilm en te tendem os a reclam ar de ella
m ultitud de obras, que propiam ente correspondería rea liza r a
cada m iem bro in d iv id u a l. E s a s obras las cargam os a cuenta
de la sociedad, como, en otro sentido, las cargam os a cuenta
del porvenir, sigu ien d o u n a tendencia psicológica análoga;
Pues el porvenir tiene n eb u losas p osibilid ad es que dejan espa­
cio lib re para todo, y del p o rven ir esperam os que, con fu erzas
espontáneas, resuelva todo aq u ello que en el m om ento presen­
te no deseam os realizar. F rente a l poder del in d ivid u o, que,
aunque visib le en estas relaciones, es siem pre lim itado, álzase
la fuerza de la com unidad, que tiene siem pre algo de m ístico,
y de la cual, por tan to , se espera fácilm ente, n o sólo que haga
tq u ello que el in d iv id u o no puede hacer, sino tam b ién aqu ello
104 Sociología

que el in d ivid u o no desea hacer. Y esto ocurre en la creencia de


que dicho traslado es perfectam ente legítim o. U n o de los m e­
jores conocedores de N o rtea m érica a trib u y e gran parte de las
deficiencias y dificultades con que lu c h a a llá la m áq u in a del
U stado, a la fe en el poder de la o p in ió n pública. S eg ú n él, el
in d iv id u o confía en que la colectividad h a de reconocer lo
ju sto y realizarlo ; y así am in o ra su in icia tiv a in d iv id u a l res­
pecto a los intereses públicos. U sté sentim ien to se exalta h a s ­
ta el punto de con stitu ir el fenóm eno positivo que describe el
m ism o autor, de 3a sigu ien te m anera: C u a n to más tiem po ba
gobern ad o la o p in ión p ública, tan to m ás fácil es obtener la
m á ' a b so lu ta autoridad de la m ayo ría; y cuanto m ás difícii
es que se p roduzcan m in o rías enérgicas, ta n to m ás in clin ados
se sienten los políticos a preocuparse, no de form ar op inión,
sin o de descubrirla y obedecerla en seguida.
P ero tan peligrosa com o en el aspecto de la om isión
resu lta p ara el in d iv id u o la pertenencia a una com unidad en
el aspecto de la acción. N o se trata solam ente en este caso del
aum ento de im p u lsivid ad y de la a n u la ció n de los resortes
m orales, que se producen en el in d ivid u o cuando form a parte
de u n a m uchedum bre, y que conducen a lo s delitos de las
m asas, en los que es distícutible la respon sab ilidad ju rídica
de los copartícipes; se trata de que, a veces, el interés verdad e­
ro o supuesto de u na com u nidad a u to riza u obliga al in d iv i­
duo a re a liz a r actos con cu y a respon sabilidad no querría
cargar si obrase particularm ente. L a s asociaciones económ icas
tienen exigencia«» de ta n desaforado egoísm o; los colegios
oficiales toleran ab usos tan irritantes; las corporaciones de
orden político o científico ejercen tan in d ign an te tiran ía sobre
los derechos individuales, que el in d ivid u o, si tuviese que
responder de estos actos com o persona, no los realizaría, o, ai
m enos, no sin rubor. Un cam bio, com o m iem bro de una cor­
p oración realiza todo esto con perfecta tranquilid ad de co n ­
ciencia; porque entonces es an ón im o y se siente cubierto, y
a u n encubierto, por la colectividad, cuyos intereses cree repre­
sentar, form alm ente a l m enos. H a y pocos casos en que la dis­
tancia entre la u nidad social y sus elem entos constituyentes
a p arezca y actúe con tal fuerza, degenerando casi en cari­
catura.
L» cantidad en los g ru p os sociales 103

E ra preciso indicar esta degradación de los valores perso­


nales, que con frecuencia trae consigo la in clu sión del in d iv i­
duo en un grupo. E,n efecto, su ausencia caracteriza los g ru ­
pos de dos. P u e sto cjuc cn los gru p os duales cada elem ento no
tiene a su lad o m ás que otro individ uo, y no una p lu ralid ad ,
que even tualm en te co n stitu y e u n a u n id ad superior, la depen­
dencia en que está el todo con respecto del in d iv id u o y la res­
ponsabilidad de éste en todos los actos colectivos aparecen per­
fectam ente claras. P ued e, es cierto, como sucede frecu entem en­
te, cargar la respon sab ilidad sobre el com p añero; pero éste
sabrá rech azarla m ás inm ediata y resueltam ente que u n con­
ju n to a n ó n im o , al que falta la energía del interés personal
o la representación legitim a para tales casos. Y de la m ism a
m anera que n in g u n o de los dos puede am p ararse tras el grupo
por lo que hace, tam poco puede confiar en el por lo que om ite.
L as fu erzas del gru p o p lu ra l superan al in d ivid u o de un
m odo m u y indeterm inado y p arcial, pero m uy sensible. P ero
en el grupo du al esas fu erzas no pueden, como cuando se trata
de asociaciones grandes, com pen sar la insuficien cia in d iv i­
dual. P u es aunque dos in d iv id u o s u nidos hacen m ás que dos
separados, lo característico aqu í es que cada u no de ellos tiene
que hacer algo, y si no lo hace, só lo queda el otro, no una
fuerza su p ra in d ivid u al, como acontece en el caso de a so ciacio­
nes de tres.
L a im p ortancia de esta determ inación no reside ta n sólo
en su aspecto negativo, en lo que ella exclu ye. T a m h íc n con­
fiere u n tono p a rticu la r a las u niones de dos. P recisam en te
el hecho de saber cada cu al que no puede confiar nada más
que en el otro, presta a estos grupos duales — verbigracia,
«1 m atrim onio, a la am istad y tam bién a asociacion es más
externas, inclu so a las asociacion es políticas de dos grupos
una consagración especial: en ellos, cada elem ento se encu en­
tra, por lo que toca a su destino sociológico y a la s conse­
cuencias de éste, ante la altern a tiva de o todo o nada, con
m ucha m ayo r frecuencia que en las asociaciones m ás am p lias.
D on d e con m ás sen cillez se ve esta intim id ad p eculiar es en !a
contraposición con las asociacion es de tres. E n éstas, cada uno
de los elem entos aparece cual in stan cia m ediadora en tre los
otros dos, y ofrece la doble íu n ció n propia de todo interm edia-
S o c io lo g ia

río, <íue lo m ism o lig a que separa. C u a n d o tres elem entos,


A , B, C , form an u n a com unidad, la relación inm ediata que
existe, por ejem plo, entre A y B . se com plem enta p or la m e­
d iata que estos m ism os, A y B m an tien en m edían te su re la ­
ción com ún con C . C o n s titu y e éste u n enriquecim iento socio­
lógico form al; los dos elem entos A y B , adem ás de estar lig a ­
dos por la lín e a recta, la m ás corta, están tam bién u nidos por
u n a quebrada. P u n to s, entre los cuales no puede darse ningún
contacto inm ediato, entran en relación m utua por medio del
tercer elem ento, que vu elve b acía cada u n o de los otros dos
u no cíe sus lados, reun ién dolos a l m ism o tiem po en la u n id ad
de su person alidad. E scisio n es que los interesados no pueden
resolver por sí m ism os vu e lv e n a deshacerse en el conjun to,
gracias a l tercero que las ab arca.
P ero la u n ión indirecta, si por un lado favorece la directa,
por otro la estorba. E n toda asociación de tres, por estrecha
que sea, h a y ocasiones en que u n o de los tres es sentido como
u n in tru so por los otros dos, aun qu e sólo sea por su p artici­
pación en estados de án im o cu y a concentración y delicadeza
ruborosa sólo perm iten el desarrollo entre dos personas. T od a
u nión sen sitiva de dos se irrita cuand o tiene u n espectador.
T a m b ié n puede observarse cuán raro es que tres p erson as lle ­
guen a encontrarse en la m ism a disposición de án im o a l v is i­
ta r u n m useo, verbigracia, o al con tem p lar u n paisaje; cosa
que entre dos se produce con rela tiva facilidad. A y B pueden
acen tuar y sentir sin obstáculos el elem ento m, que les es co­
m ún, porque el elem ento n que A no com parte con B y el ele­
m ento a- que B no com parte con A , pasan a con stituir como
reservas in d ivid u a les, sitas en otro p lano. P ero si se agrega
un C , que tenga de com ún con A el elem ento n y con B el x .
entonces, aun en esta situación , que es la m ás favorab le para
la unidad del todo, quedará destruido en principio el carácter
u n itario del sentim ien to. D o s personas pueden form ar rea l­
m ente u n solo partido — o bien encontrarse m ás a llá de todo
partido — . P ero tres personas, en las relaciones m ás delicadas,
suelen form ar h asta tres p a r tid o s — de dos cada p a r tid o — ,
suprim iend o así la relació n u n ita ria de cada cual con cada
uno de los otros dos.
L a e s t r u c t u r a s o c io l ó g ic a d e la a s o c i a c i ó n d e d o s se c a r a C ­
1.3 c a n tid a d c u lo s g r u p o s so cia le s 107

teriza por el Hecho de que le falta , no só lo el refu erzo del ter­


cero o de u n m arco so cia l sup erior a am bos, sino tam b ién esa
perturbación y desviación de la p u ra reciprocidad. P ero en
m uchos casos, justam en te esta deficiencia puede hacer m ás
intensa y recia la relación . P o rq u e el sentim ien to de la pura
recij>rocidad, sin esperanza de otras fuerzas u nifican tes que las
procedentes de la acción recíproca inm ediata, prom ueve a la
vida fuerzas de com unidad a ú n vírgenes, procedentes de a p a r­
tadas reservas psíquicas, e in cita a evitar cuidadosam ente la s
dificultades y los peligros que fácilm en te sobrevienen cuando
el sujeto con fía en un tercero o en la com unidad. E s ta in ti­
m idad a que tienden las relaciones entre dos personas es la
causa de que éstas sean el asien to p rin cip al de los celos.
E ste m ism o fenóm eno sociológico se m an ifiesta tam bién
en la ob servación de que los g ru p o s de dos, los con ju n tos de
dos solos copartícipes, p resu p onen m a y o r in d iv id u a lid a d en
éstos que — ceteris p a r ib u s — los de m uchos elem entos. L o
esencial, en este sentido, es que en las asociaciones Üe dos no
h a y m ay o ría que pueda im ponerse al in d ivid u o. P ero la p o si­
bilidad de la m a y o ría se presenta y a con la agregación de u n
tercero. A b o r a bien; aqu ellas relaciones en que es posib le la
coacción del in d iv id u o por la m ay o ría degradan la in d iv id u a ­
lidad. L a s in d iv id u a lid a d e s m uy resueltas no g u stan de entrar
en ellas. C o n v ie n e en este punto d istin g u ir dos conceptos, que
a m enudo se con fun den : la in d ivid u alid ad m arcada y la in d i­
vid u a lid a d fuerte. H a y personas y colectividades dotadas de
gran in d ivid u a lid a d , pero que no tienen fu erza p ara defender­
la fren te a im posicion es o energías niveladoras; al paso que la
p erson alid ad fuerte suele afirm arse justam en te en medio de las
oposiciones, en la lu ch a por su p ecu liarid ad y frente a todas
las tentaciones de acom odo o m ezcla. L a prim era, la in d iv id u a ­
lidad m eram ente cu alitativa, evitará las asociacion es en que
pueda h allarse fren te a u na m ay o ría eventual; en cam bio, está
como predestinada para la s m ás v a ria s aso ciacion es de a dos,
porque, tanto por su diferen ciación como p o r su debilidad, ne­
cesita de com plem ento. E l otro tipo, en cam bio, la in d iv id u a li­
dad in ten siva, preferirá verse fren te a u n a p lu ralid ad , en cu y a
superioridad n u m érica puede ejercer su predom inio dinám ico.
E s t a preferencia está ju stificad a por razones técnicas, d i-
S ociología

gám oslo así. E l consulado trin ita rio de N a p o le ó n h a b ía de


serle m uch o m ás cóm odo que u n a dualidad; pues no necesita­
ba m ás que g a n a r a su causa á u n o de los colegas — cosa que
con sigu e fácilm en te la n a tu ra le za m ás fuerte — para dom inar
lcgalm en te a l otro; es decir, de hecho, a los otros dos. Pero, en
general, puede decirse que, com parada con ia asociación de
v a rio s, la de dos favorece por u na parte y supon e por otra la
in d iv id u a lid a d relativam en te m ás considerable de los copartí­
cipes, y a n u la la necesidad de sofocar la propia in d iv id u a l pa­
ra acom odarla a un n iv e l m edio. S eg ú n esto, si es verdad que
la s m ujeres con stituyen el sexo m enos in d iv id u a l, si es cier­
to que en ellas las diferen ciacion es se a p arta n del tipo g e­
nérico m enos que en los hom bres, exp licaríase bien la opinión,
m u y difun dida, de que, en gen eral, las m ujeres son m enos
aptas para la am istad que los hom bres. P u es la am istad es
u n a relación que se basa exclu sivam en te en la ind ivid u alid ad
de los elem entos, acaso m ás aún que el m atrim on io, el cual,
por sus form as tradicion ales, por su estructu ra social y sus
intereses reales, contiene m uchos elem entos tran sin dividu a-
les, independientes de la peculiaridad person al. L a diferencia­
ción fu n d am en tal en que descansa el m atrim on io no es en sí
m ism a de carácter in d iv id u a l, sin o genérico. E n cam bio, la
am istad descansa sobre lo puram en te person al, y por eso se
com prende que en los grados inferiores de la personalidad
sean raras las am istades reales y duraderas, y que, por otra
p a n e, la m ujer m oderna, m u y diferen ciada, m uestre una ca­
pacidad e in clin a ció n m a y o r para las relaciones de am istad,
tan to con hom bres como con m ujeres. A q u í la diferenciación
in d iv id u a l hH a lcan zad o el predom in io sobre la genérica, y asi
vem os cóm o se establece la correlación entre la m ás acen tu a­
da in d ivid u alid ad y u n a relació n que en este estadio se lim ita
exclu sivam en te al n útmcrodu&l; lo que, n atu ralm en te, no e x ­
clu ye que la m ism a persona m an ten ga sim ultáneam ente
diversas relaciones am istosas.
L as relaciones de dos tienen, pues, rasgos específicos. D e-
m u ésfran lo , no sólo d hecho de que la entrada de un tercero
las m odifica totalm ente, sino aún m ás otro hecho observado
con frecuencia: que las relaciones p lu rales, a l con tin u ar exten­
diéndose a cuatro o m ás m iem bros, no sigu en m odificándose en
¡ j c a n tid a d en lo s g r u p o s s o c ia le s

proporciones correspondientes. A s í, por ejem plo, el m atrim o ­


n i o con u n h ijo tiene u n carácter totalm ente d istin to del m a ­
t r i m o n i o sin h ijos; pero y a no se diferencia tanto del m atri­
m o n i o con dos o m ás h ijo s. S in duda, la diferencia que in tro ­
duce en su ser in terior el segundo h ijo , es, a su vez, m uch o
m á s considerable que la que resulta del tercero. P ero esto está
de acuerdo con la norm a indicada; pues el m atrim on io con un
h i j o es, en cierto sentido, tam bién u n a relación de dos m iem ­
bros: lo s padres, com o u n id ad , por un lado, y el h ijo por otro.
E l segundo h ijo n o es sólo u n cuarto m iem bro, sino tam bién,
considerado sociológicam ente, el tercer m iem bro de u n a rela­
c i ó n , y produce los efectos propios de tal; pues, dentro de la
fam ilia, cuando Ha pasado la edad in fa n til, ios padres form an
m á s frecuentem ente una u nidad, que no la to talid ad de lo s
h ijo s .
T a m b ié n en la esfera de las form as m atrim on iales lo
esencial es saber si reina la m onogam ia o si el m arido tiene
una segunda m ujer. E n el ú ltim o caso, la tercera o vigésim a
mujer carece, relativam ente, de im portancia para la estructura
del m atrim onio. D en tro de los lím ites asi trazados, el trán sito
a una segunda m ujer tiene, a l m enos en u n a dirección, m u ­
chas más consecuencias que el tránsito posterior a m ás m u je­
res. Pues, justam ente, la d u alid ad de m ujeres puede dar lu g a r
en la vid a del hom bre a viv o s conflictos y a grandes d ificu lta ­
des, que no se producen cuando el núm ero aum enta. E n efec­
to, este aum ento sup on e tan p rofu nda degradación y d esin d i­
vid u a liza ció n de las m ujeres, e im plica tan declaradam ente
una relación reducida a su aspecto sen su al (ya que el esp iri­
tual es siem pre de n a tu ra leza in d ivid u al) que, por lo com ún,
no pueden sobrevenirle al hom bre esos grandes trastorn os que
son siem pre consecuencias de u na relación doble.
E n el m ism o m otivo está insp irada la afirm ación de
V o ltaire sobre la u tilid ad política de la an arq u ía religiosa:
dos sectas rivales dentro Je un E stad o engendran, in evita b le­
mente, dificultades y disturbios, que doscientas no producirían
nunca. L a im portancia que posee el du alism o de uno de los
Cem entos, en u na aso ciación de varios m iem bros, no es m enos
e$pecífica y eficaz cuando, en vez de perturbar las relaciones
« fe r a le s , las asegura. P o r eso se b a sostenido que los dos
110 Sociología

cónsules rom anos se Kan opuesto q u iz á m ás eficazm ente a los


apetitos m onárquicos, que el sistem a ateniense de los nueve
fu n cio n a rio s suprem os. E l d u alism o , con su tensión, actúa en
sentido destructor o conservador, según las restantes circuns­
tan cias de la asociación total; lo esencial es que ésta últim a
tiene u n carácter sociológico totalm ente distinto, según que la
fu n ció n de que se tra ta corra a cargo de u n a so la persona o de
un núm ero de personas superior a dos. C o n frecuencia, y en el
m ism o sentido que los cónsules rom anos, los colegios directi­
vos se com ponen de dos m iem tro s, v- gr.: lo s dos reyes espar­
tanos, cu yas con stan tes desavencncíavS eran consideradas de­
claradam ente com o g a ra n tía de la seguridad del E stad o: los
dos gen eralísim os iroqueses, los dos alcaldes del A u g sb u rg o
m edieval, donde se castigab a severam ente tod a p retensión al
puesto de burgom aestre ú n ico. L o s roces peculiares que se
producen entre los elem entos du alistas de u n a estructura más
am p lia, m an tien en e ls fa íu quo en la fu n ció n que desem peñan.
E n cam bio, en los ejem plos aducidos, la fu sió n en u n id a d h u ­
biera determ inado un p redom in io in d iv id u a l, y la extensión
en p lu ralid ad hubiera producido fácilm ente el predom inio de
u n a p a n d illa oligárquica.
A d e m á s del tipo en que la d u alid ad de los elem entos
resulta tan decisiva que los dem ás aum entos num éricos no le
alteran considerablem ente, m encionaré dos hechos m u y s in ­
gulares, pero m u y im portantes como tipos sociológicos. La
»situación política de F ran cia en E u ro p a sufrió u na m u d a n ­
za radical a l ligarse en a lia n z a con R u s ia . U n a vez aconteci­
da esta m odificación esencial, la adición de u n tercero o cuar­
to aliad o no hubiera producido n in g ú n cam bio fundam ental.
L os conten idos de la vid a h u m a n a se diferen cian grandem en­
te, según que el prim er paso sea el m ás grave y decisivo — te­
niendo los posteriores u na im p o rtan cia secundaria — o no sig ­
nifique n a d a to d a v ía por sí solo, siendo sus con tin u acion es y
a fian zam ien to s los que producen las tran sform acion es que el
prim er paso no h izo m ás que indicar. C o m o se verá m ás tar­
de, cada vez con m ayo r claridad, la s proporciones num éricas
de la so cia liza ció n ofrecen ab un d an tes ejem plos de am bas
form as. P a r a un E stad o cuyo aislam ien to está en relación
m u tu a con la pérdida de su prestigio p olítico, el hecho de una
Lj cantidad en los grup os sociales 111

a lia n z a es decisivo; en cam bio, otras veces, determ inadas ven­


ta ja s económ icas o p o líticas no pueden realizarse b asta que se
h a llegado a con stituir u n circulo de inteligen cias, que son
necesarias todas para que se produzca el efecto deseado. E n tre
e s to s dos tipos se encuentra aquél en que el carácter y el éxito
d e la u n ió n resultan proporcionados a l nú m ero de los ele­
m e n t o s , como su ele suceder en las uniones de grandes m asas.
D en tro del segundo tipo está com prendida la experien cia
de que las relaciones de m an do o sub ordin ación cam b ian esen­
cialm ente de carácter cuando en vez de un criado, asisten te o
subordinado, se em plean dos. L as am as de casa aparte la
cuestión del gasto — prefieren a veces m an ejárselas con u na
criada sola, para evitar las dificultades que el núm ero plu ral
engendra. E l criado único, m ovido por la necesidad n a tu ra l
de ap o yo , procurará ap roxim arse a la esfera personal y al
círculo de intereses del am o; pero, en cam bio, ese m ism o in s­
tinto le m overá a form ar partid o contra los señores con un
segundo, pues entonces cada u no de los dos encuentra a p o yo
en el otro. E l sentim ien to de clase, con su oposición latente o
consciente a los señores, sólo tendrá efectividad a l aparecer el
segundo criado, porque entonces se ofrecerá com o lo com ún
a ambos. E n u n a palabra; la relación sociológica entre el su p e­
rior y los inferiores, cam bia totalm ente tan pronto com o se
añade el tercer elem ento; en vez de la solidaridad aparece
entonces en prim er térm ino el partidism o, y en ve z de acen­
tuarse lo que une al servidor con el señor, se a cen tu ará lo que
los separa, porque la com u nidad se busca por el lad o del com ­
pañero y, n aturalm en te, los inferiores se encontrarán en el
plano que con stituye su oposición frente a l sup erior com ún.
T a m b ién es fu n d am en tal la transform ación de la diferen­
cia num érica en cu alitativa, cuando para el elem ento d om i­
nante de la asociación ofrece la consecuencia co n traria, fa v o ra ­
ble, de serle m ás iá i il m antener a distancia a dos sub ordinados
que a u no solo. L o s celos y com petencias entre los su b o rd in a ­
dos su m in istrarán a l jefe un instrum ento de do m in io que no
P u e d e tener frente a u n o solo. E n este sentido dice un viejo
Proverbio alem án: « Q u ie n tiene un h ijo, es su esclavo; quien
t ie n e vario s, su señor». E n todo caso, la aso ciación de tres se
destaca sobre la de dos com o una figura com pletam ente nue-
152 Socioluv. La cantidad en los grup os sociales 113

va. L a de (res se diferencia específicam ente de la de dos, h a d a u n id a d que existe entre todos los que h an recibido su nueva.
atrás, por decirlo así, pero no h acia adelan te, pues y a no hay F ren te a esta nueva, la a ltern a tiva no se lim ita a pedir que sea
diferencia entre ella y la de cuatro o m ás elem entos. aceptada o rech azad a, sin o que quiere que sea aceptada o com ­
C o m o trán sito para las form acio n es p articulares de tr. s b a tid a. E.S esta la expresión m ás fuerte que cabe p ara desig­
elem entos, estudiarem os la diversidad de caracteres colectivos, n a r la unidad a b so lu ta de lo s que se consideran dentro y el
segú n que lo s elem entos se escindan en dos o en tres partidos ap artam ien to ab solu to de los que no lo están. L a lu ch a, la ac­
principales. E n épocas accidentadas de la vid a pública, todos tu ación en contra es siem pre u na relación; revela una u n id a d
suelen acogerse al lem a: «el que no está conm igo, está contra in tern a que, au n qu e pervertida, es m ás fuerte que la coexis­
mí». L a consecuencia de esta situ ació n debe ser la d ivisión ¿o tencia indiferen te o la to lera n cia d é la s actitudes m edias. E ste
los elem entos en dos p a rtid o s.T o d o s los intereses,convicciones sentim iento sociológico fu n d am e n tal im pulsará, pues, a la
e im p u lso s que nos ponen en relació n p o sitiv a o n egativa co:. escisión de lo s elem entos todos en dos partidos. E n cam bio,
otros, se d istin guen según la vigencia que tenga en ellos aquei cuando falta esc sen tim ien to ap asion ado, que aspira a abarcar
prin cipio, y pueden ordenarse en u n a serie, que va desde la el todo, forzand o a cada cu al a colocarse en u n a relación po­
exclu sión rad ica l de todo térm ino medio y de toda im p arcia­ sitiva — de aceptación o de com bate — con la idea o exigencia
lidad, h as(a la tolerancia de los p u n to s de vista contrarios, p lanteada; cuando cada grupo parcial se conform a con su
com o visio n e s igu alm en te justificad as, en u n a escala de acti­ existencia parcial, sin pretender seriam ente in clu ir en su seno
tudes que coinciden m ás o m enos con la propia. T o d a resolu ­ a la colectividad entera, entonces el terreno está ab on ado para
ción que guarde relación con nuestros círculos am bientes, m ás una p lu ralid a d de p artid os, p ara la toleran cia de los p artidos
o m enos rem otos, que nos lo calice en éstos, que im plique para medios, para u na escala de opiniones en m últip les grados.
n osotros cooperación interna o externa, benevolencia o sim ­ A q u e lla s épocas en que se m ueven grandes m asas, son fa v o ­
ple toleran cia, notoriedad o peligro; toda resolución de es<a rab les a l dualism o de lo s partidos; e xclu yen el indiferen tism o
clase ocupa un puesto determ inado dentro de aq u ella escala. y am en gu an la influencia de los partidos m edios. F.ilo se
C a d a u na de ellas tra/a alrededor de nosotros una línea ideal com prende bien teniendo en cuenta el radicalism o, que hem os
que o in clu ye o ex clu ye decididam ente a las dem ás o que tiene reconocido antes como el carácter de los m ovim ientos de
h uecos en los cuales no se plantea la cuestión de dentro > m asa. L a sim p licid ad de ideas con que las m asas son d irigi­
iuera, o si se plantea es de tal m odo que hace posible un mero das propende a p lan tear la s cuestiones en la form a de un sí o
contacto o una in clu sión p arcial, com pletada en una exclu­ un no radicales (l).
sió n , tam bién parcial. L a cuestión de si se ofrece y el rigor E ste rad icalism o, que caracteriza los m ovim ien tos de
con que se ofrezca el dilem a de o conm igo o contra mí, no de­ m asas, no im pide a veces su conversión total de un extrem o a
pende tan só lo de la exactitud lógica de su contenido, n i s i' otro. In cluso es fácil de com prender que esto acontezca por
q uiera d é la pasión con que el alm a se adhiera a éste, sino m otivos fútiles. U n caso X , que corresponde a l estado de á n i­
sobre todo de la relación que el que interroga m antiene con m o a, se verifica ante u na m asa reun ida. E n ésta se encuentran
su círculo so cia l. C u a n to m ás estrecha y so lid a ria sea esta re­
lación, tanto m enos puede el sujeto co existir con otros, como ( i ) A través de to d a la hisTorin. loa tendencias dem ocráticas d e loe ¿runde* m o ­
vim ien to* co le ctiv o s prefieren d isp o s icio n e s, leyes y p rin cip ios se n cillo s. A la d em ocra ­
com pañeros de igual o p in ió n . Y cuanto m ás fuerte sea la u n í'
cia le son a n tipáticas tod as las p iá ctica s com p licad a *, en que entran varias con sid e ra ­
dad que un ideal im p rim a a todos los m iem bros de un par­
cion es y q u e tienen en cu e n ta d iversos p u n to * de vista. P o r el co n tr a r io , lo aristocra ­
tido, tanto m ás rad ical se planteará ante cada uno la cuestión cia suele s e m ir L o r t o r o la* leyes ¿ene:ale.s y o b lig a to ria s , con ced ien d o el m ás a m p lio
del pro o del contra. E l rad icalism o con que Jesús form ula m argen a las particularidades d e lo s elem en to* in d ivid u a les, person a les, ló ca le », o b ­
este dilem a obedece al sentim ien to in fin itam en te fuerte de la jetivos.

3
114 Socioln^M

u n o s cuantos in d ivid u os, o u no solo., cuyo tem peram ento y


pasión n a tu ra l se in clin an h acia a. A éstos Ies afecta v iv a ­
m ente el caso X ; es agu a p ara su m o lin o , y se com prende que
tom en la dirección de la m asa, que y a está dispuesta en algú n
m odo por el caso X ; en fa v o r de a. L a m asa sigu e las sugestio­
nes que proceden del sen tim ien to de éstos, exagerado por la
ocasión. E n cam bio, los in d iv id u o s que por n a tu ra leza sim ­
p a tiza n con b, lo contrario de a, gu ard an silen cio a! encon­
trarse con X . P ero si surge a lg ú n caso Y , que ju stifiq u e b, serán
los prim eros los que tendrán que callarse; y el juego se repe­
tirá en la dirección de b, con la m ism a exageración. L a exage­
ración procede de que en la m asa existen in d ivid u os cuya n a ­
tu ra le za tiende a lle v a r a l extrem o la disposición del ánim o
excitado: esos individuos, por ser de m om ento los m ás fuertes
e im p resion an tes, arrastran a la m asa en la dirección que
quieren; a l paso que los que susten tan la d isp osición ’ opuesta,
m ien tras d u ra este m ovim iento (que no Ies ofrece ni a ellos n i
al todo incitaciones en su dirección), se m an tien en pasivos.
D ich o en otros térm inos: el rad icalism o form al de las m asas,
con sus variacion es fáciles, se debe a que los elem entos pre­
dispuestos en d istin tas direcciones no dan de sí u n a resultan­
te. u na lín e a media; sino que cierto p redom in io m om entáneo
de u na de la s direcciones reduce com pletam ente al silen cio a
los representantes de las otras, en vez de con trib u ir todas pro­
p orcion alm en te a determ inar la acción de la masa. G ra cia s a
esto, la dirección que en cada m om ento dom ina no encuentra
ob stácu lo y se precipiia en el extrem o. F rente a los problem as
p rácticos fu n d am en tales no h a y o rdin ariam en te m ás que dos
p un tos de vista sim ples; en cam bio, puede b aber m uchos m ix-
tos o interm edios. A n á lo g a m e n te , todo m ovim iento apasiona­
do, dentro de un grupo (desde los fam iliares h asta los p o líti­
cos, p asand o por todas las com unidades de intereses), propen­
derá a escin dir el grupo en u n a pura dualidad. E l «tempo?
acelerado en el desarrollo de intereses, en el curso de la e v o ­
lu ción , im p u lsa siem pre a decisiones radicales y a separacio­
nes resueltas. T o d a s las posiciones m edias requieren tiem po y
ocio. L a s épocas tran q u ilas y estancadas, en donde no se tocan
la s cuestiones vitales, cubiertas bajo la regularidad de los in ­
tereses diarios, favorecen los m atices im perceptibles y dejan
J.3 cantidad en los g ru p os sociales 115

espacio a cierto in d iferen tism o de las personalidades, que si


reinase u n a corriente m ás ap asion ad a, serían arrastrad as en la
oposición de los partidos principales. La diferencia típ ica en­
tre la s constelaciones sociológicas, en este punto, es que e x is ­
tan dos o tres partidos principales. E n la fu n ción del tercero,
que sirve de interm edio entre dos extrem os, pueden d istin ­
guirse varios grado s escalonados. A q u í se trata ta n só lo de
una am plificación o refinam ien to de la form a técnica del
prin cipio, pues la tran sfo rm ació n radical, la que cam bia fu n ­
dam entalm ente la form a, queda y a realizad a por la ad ición
del tercer partido.
C o n esto están y a indicados, en lo esencial, no só lo el p a­
pel que representa el tercero, sino tam bién las figu ras que se
producen entre tres elem entos sociales. E l dos representaba a
un tiem po la p rim era síntesis y unificación, e igu alm en te la
prim era escisión y antítesis. L a aparición del tercero sign ifica
el tránsito, la reco nciliación, el aban dono de la op osición a b ­
soluta, aunque a veces tam bién la producción de u n contraste.
E l núm ero tres provoca, a m i parecer, tres form as de a g ru p a ­
ción, que, por una parte, entre dos elem entos no son posibles,
y por otra parte, entre m ás de tres o no se producen ta m p o ­
co o se lim itan a a m p lia rse cu an titativam en te sin cam biar
de tipo.
1 . E l im parcial y e l mediador. H a y un kecbo s o c io ló ­
gico m u y im portante, que consiste en la relación com ún de
varios elem entos aislad o s con u n a ootencia exterior a todos
ellos, relación que crea entre dichos elem entos una u n id ad ,
cuyas m an ifestacion es v a n desde la a lia n z a de varios E stados,
concertada para defenderse de u n enem igo com ún, b a sta la
Iglesia in visib le, que reúne en u n a u nidad a todos los fieles
por la relación de todos con D io s. E sta fu n ció n s o c ia liz a -
dora de u n tercer elem ento h a de ser objeto de estudio m ás
adelante, con otro m otivo. P u e s el tercer elem ento se en cu en ­
d a aqu í a tal d istan cia de los oíros dos, que no existen accio­
nes recíprocas sociológicas propiam en te dichas entre lo s tres
C em entos, sino m ás bien form as duales, ya que lo que con sti­
tuye el caso es la relació n entre los dos que se reúnen o la re-
W tó n sociológica entre la u nidad form ada por esos dos y el
Centro de intereses a que am bos se refieren. A q u í, em pero,
Sociolos*:

querem os tra ta r de tres elem entos ta n p róxim os que constitu-


y e n , d u rad era o m om entáneam ente, u n grupo.
E,n el caso m ás im portante de las u n io n es duales, en ei
m atrim o n io m onogám íco, el n iñ o o los n iñ o s ejercen frecu en ­
tem ente, como tercer elem ento, la fu n ció n de m an tener unido
el todo. E n m uchos pueblos p rim itivos, el m atrim on io no se
considera realm ente perfecto o in d iso lu b le h asta que ha naci­
do u n hijo; y u n o de los m otivos por los cuales el aum ento de
la cu ltu ra m an tien e m ás p ro fu n d a y estrecham ente ligad os a
lo s m atrim on io s, es que los h ijo s tard an m ás tiem po en h a­
cerse independíenles, porque exigen m ás largos cuidados. Y.
fu n d am en to del hecho prim eram ente m encionado está en. e.
v a lo r que tiene el h ijo para el hom bre, y en la tendencia, sa n ­
cionada por la le y y la costum bre, a rep u d iar a la m ujer esté­
ril. P ero el resu ltad o efectivo es que el tercero es propiam ente
el que cierra el círculo, lig an d o entre sí a los otros dos. E sto
puede acontecer de dos m aneras. O bien la existencia del ter­
cer elem ento crea, o fortalece, la u n id ad de los dos — como
cuand o el n acim ien to de un h ijo acrecienta el am or m utuo de
los esposos o a l m enos el del m arido por la m u je r — , o bien
la re la ció n de cada u no de los dos con el tercero crea un
v ín cu lo n u evo e indirecto entre ellos, com o cuando los cu id a­
dos dedicados al Hijo representan un la z o que trasciende di-
h ijo m ism o, v a veces consiste en sim p a tía s que no podrían
su rg ir sin esa estación interm edia. Es1a socialización interior
que resulta de los tres elem entos y a la que los dos elemento*
p rim eros se oponen aisladam ente, co n stitu ye la hase del he­
cho, y a antes observado, de que m uchos m atrim on ios, entre
los que no reina arm o n ía in terior, no desean tener h ijos; m a­
n ifiéstase aqu í el in stin to que sabe que el h ijo cerrará un
círculo, dentro del cual los cón yuges se encontrarán ligados
m ás estrecham ente de lo que desean, y no sólo de modo exte­
rior, sin o en las capas m ás p rofu ndas del alm a.
O tr a clase de m ediación se produce Cuando el tercero ac­
tú a com o elem ento im p arcial. E n sem ejante caso, o Lien con­
segu irá la u n ió n de las partes hostiles, exclu yén dose él y lim i­
tán d o se a procurar que la s dos partes desavenidas se liguen
in m ediatam en te, o bien actuará com o árb itro y procurará
a su m ir la s pretensiones contradictorias, para a rm o n iza rla s y
I j cantidad en los grup os sociales 117

r e s o lv e rlo que tengan de incom patible. L as desavenencias en­


tre obreros y p atron o s Kan producido, especialm ente en I n ­
glaterra, am bas form as de solu ción . A s í, existen C á m a ra s p a­
ritarias, en donde las partes elim in an los m otivos de d isen ti­
m ie n t o , m ediante negociaciones celebradas bajo la presidencia
J e u na persona im parcial. S in duda, u n m ediador de este g é­
n e r o no logrará realizar la u n ió n sino cuando ésta esté ju s ti­
ficada, en op inión de cada u n a de las partes, por la relación
e x is te n te entre los m otivos de la contienda y las ven ta ja s de
la paz; en sum a, cuando la situ ación -real la acon seje p or sí
m i s m a . L a enorm e p rob ab ilid ad de que esta creencia se pro­
duzca entre las partes, por obra del m ediador im p arcial, se
debe a lo siguien te — prescindiendo de la n a tu ra l elim in ación
de las m alas inteligen cias, del in flu jo de los buenos conse­
jo s , etc. — : a l exponer el árb itro im p arcial las pretensiones y
razones de u n partido, pierden éstas el tono de p asión sub je­
tiva que suele provocar igu a l ap asion ada réplica en el otro
la d o .
R e s u lta aquí salu d a b le lo que en tantas ocasiones es la ­
mentable; a saber: que el sentim iento concom itante o un con­
tenido esp iritu al suele debilitarse considerablem ente cuando
pasa de su prim er sujeto a u n segundo. P o r esta razón , las
recom endaciones que p asan por m uchas personas interm edias
son con frecuencia ineficaces, a u n en el caso de que su conte­
n i d o objetivo llegue com pletam ente ileso a la in stan cia deci­
siva. Y es que, a l trasladarse de u n sujeto a otro, se evap oran
lo s im ponderables sentim entales, q u e no sólo sirven para
completar las razones objetivas insuficientes, sin o que inclu so
a la s suficientes im prim en im pulso para su realizació n p rác­
tica. L s te hecho, altam en te im portante para el desarrollo de
influencias puram ente espirituales, determ ina, en el caso sen­
c i llo de un tercer elem ento m ediador, que los acentos sen ti­
m entales que acom p añ an a las dem andas desaparezcan de
Pronto a l ser éstas fo rm u lad as por una persona im parcial,
con lo cu al se evita el círculo fa ta l que im pide toda inteligen -
C1&, y que consiste en que la vio len cia del u no provoca la del
Ot*o, y ésta, a su vez, aum enta la del prim ero, y así su cesiva­
mente sin lím ite n in g u n o . A grég u ese a esto que cada partido,
n° sólo o ye razones más objetivas, sin o que tiene que expre­
118 S o cio lo g i;

sarse tam bién con m ás objetivid ad . P u es a h o ra debe intentar


g a n a r a sa pun to de v ista a l m ediador; cosa que no puede es­
perar, com o no sea fund án dose en razon es objetivas, sobre
todo citando el m ediador no es árbitro, sino solam ente direc­
to r de la s deliberaciones, y , por tanto, o b ligad o a m antenerse
siem pre m ás allá de la decisión propiam en te dicha, a l paso
que el árb itro acaba por ponerse definitivam en te del lad o de
u n a de las partes. D en tro de la técnica sociológica no hay
n ada que pueda servir a la avenen cia entre los partidos mejor
que la objetivid ad , esto* es, la exposición escueta de las quejas
y dem andas — filosóficam ente diríam os: el espíritu objetivo
de la op in ió n del partido — , de m anera que las personas sólo
a p are zcan com o sus in sign ifican tes portavoces. L a form a per­
so n a l en que los contenidos objetivos v iv e n u n a vida in d iv i­
d u al tiene, es cierto, m ás calor, más colorido, m ás p ro fu n d i­
dad sentim ental; pero paga estas ven tajas con la v io len cia del
an ta g o n ism o que produce en los conflictos. R e b a ja r este tono
personal es la condición p ara llegar a la avenen cia y unión
de los adversarios, sobre todo porque só lo a sí com prende cada
partido cuáles son en realidad los pun tos en que el otro ba ce
m antenerse irreductible. D ich o psicológicam ente: se trata de
red u cir la form a v o litiv a del an tagon ism o a la form a intelec­
tu a l; el entendim ien to es siem pre el p rin cip io de avenencia y
en su terreno puede coexistir lo que rech a za ría n irreconcilia­
bles el sentim ien to y las ú ltim a s decisiones de volun tad. La
obra del m ediador consiste en lle v a r a cabo esta reducción, ya
exp resán d o la por sí m ism o, y a co n stitu yen d o u n a especie cu­
estación central que, a l trasladar de u n o a otro lado los argu ­
m entos, los presenta en form a objetiva, elim in an do todo lo
que suele com plicar in ú tilm en te la lu ch a cuando transcurre
sin m ediador.
P a r a el a n á lisis de la vid a colectiva es m u y im portante
tener presente que el fenóm eno que acabam os de describir se
produce constantem ente en todos los grupos que constan de
m ás de dos elem entos, aun que el m ediador no h a y a sido espe­
cialm en te designado y no se dé cuenta de que obra como tal-
E l grupo de tres debe entenderse a q u í como sim ple tipo y es­
quem a, y a que, en ú ltim o térm ino, tod os los casos de m edia­
ción pueden reducirse a él. N o h a y n in g u n a com unidad de tres
La cantidad en los grupos sociales 119

— desde la conversación de u n a h o ra Hasta la vid a de fa m ilia —


en que u n a s veces entre estos dos y otras entre aqu ellos dos,
no se p roduzca u n d isentim ien to, n im io o grave, m om entáneo
o duradero, teórico o práctico, y en que el tercero no actúe
como m ediador. In co n tab les veces acontece esto de un m odo
com pletam ente rudim entario, en form a larvada. m ezclad a con
otras acciones e in flu en cias m utuas, de las cuales no puede
separarse claram ente la fu n ció n de m ediador. N i siquiera es
necesario que tales m ediaciones se expresen en p alabras: un
¿testo, u n adem án de atención, la actitud de u n in d iv id u o , son
suficientes para en cam in ar h acia la arm o n ía u na diferencia
entre otros dos, para hacer sentir lo esencialm ente com ún en
las diferencias de op in ion es, p ara dar a éstas la form a en que
resulte más fácil la avenen cia. N o es preciso que se trate de
una contienda o lu c h a propiam en te dicha. L a s innum erables
diferencias ligeras de o p in ió n , la iniciación de un a n ta g o n is­
mo entre dos caracteres, la ap arición de oposiciones m om en­
táneas entre intereses o sen tim ien tos, colorean con tin u am en te
las form as oscilan tes de tod a convivencia. P ero la presencia
del tercero, que ejerce casi inevitablem ente fu n ció n de m edia­
dor, determ ina constantem ente el curso de esos m atices. Y la
función m edianera es ejercida altern ativam en te por los tres
elementos, ya que el flu jo y reflujo de la vida comúti realiza
esta form a en todas las posibles com binaciones.
La im p arcialid ad requerida por la m ediación puede ba­
sarse en dos supuestos. E l m ediador es im p arcial cuando es
ajeno a los intereses y conflictos en colisión, o cuando p artici­
pa igu alm en te de ambos. E l prim er caso es el m ás sen cillo, el
que produce m enos com plicacion es. E n las discusiones entre
obreros y p atron os ingleses, por ejem plo, se h a recurrido con
frecuencia a una persona im p arcial, que no era n i obrero n i
Patrono. E s n o tab le el rigor con que. en estos casos, se realiza
la separación antes a lu d id a , entre los elem entos reales y los
elem entos personales de la lu ch a. E n principio, el árbitro im -
Parcial no tiene n in g ú n interés personal en el asunto objeto
de la divergencia. L a s o p in io n es encontradas se presentan ante
*•’! com o ante un intelecto puro, im p ersonal, sin afectar a n in ­
guna capa su b jetiva . E n cam bio, frente a las personas o com ­
plejos do personas interesadas en la lu ch a — para el m ediador
120 SocñjJti-:.!

p uram en te te ó r ic a — , h a de .sentir éste u n interés subjetivo,


pues de lo contrario no a su m iría las fu n cio n es de mediador.
P o r consiguiente, h a y aqu í un m ecanism o puram ente objeti­
vo , que entra en m ovim iento a im pulsos de u n calor subjetivo.
E l desinterés person al respecto del sentido objetivo de la lucha
y , a l m ism o tiem po, el interés por su aspecto subjetivo, cola­
b oran a caracterizar la posición del árbitro im parcial, que será
tan to más aprop ósito para su fun ción , cuanto m ás desarrolla­
dos estén en su persona cada u n o de estos dos aspectos, los
cuales, al propio tiem po, h an de coexistir y actuar en unidad.
M á s com plicada es la posición del m ediador im parcia!
cuando lo que le cualifica para ta l fu n ció n es el hecho de par­
ticip ar igualm ente de los intereses opuestos, en vez de hallarse
ap artado de ellos. M ediaciones de este género se producen fre­
cuentem ente cuando una persona pertenece, en sentido loca!,
a u n círculo de intereses distinto de aquel a que pertenece por
su profesión. A s í, en épocas anteriores, los obispos interven ían
a veces entre el señor de su diócesis y el Papa; así, el fu n cio ­
nario ad m in istrativo , que conoce perfectam ente los intereses
especíales de su distrito, será el m ediador indicado cuando se
produzca u na colisión entre aquéllos y los intereses generales
del E stado; del m ism o m odo sucede con frecuencia que la com ­
bin ació n de im p arcialidad, y al propio tiem po de ínierés, (fue
se requiere para m ediar entre dos grupos locales, se encuentra
en personas que, procediendo de u n o de ellos, vive en el otro.
E n estos casos la posición del m ediador es d ifícil, porque no
se puede apreciar con ab soluta certeza la igu ald ad de su in te­
rés por am bos contendientes, el equilibrio perfecto de su a cti­
tud; y a sí resulta que, frecuentem ente, sospechan de él las dos
partes. U n a situ ació n más d ifícil, y a veces trágica, surge
cuando no son intereses concretos los que el tercero tiene de
com ún con uno y otro partido, sino que es su personalidad
entera la que está en am bos. E ste caso asum e su form a extre­
m a cuando el asunto que h a provocado la lucha no puede
objetivarse bien y el sentido real de la contienda no es p ropia­
m ente sin o pretexto o causa o casion al de p rofu ndas dife­
rencias personales. E n este caso, el tercero, ligado estrecha­
m ente a las dos partes, y a por el am or, y a por el deber, bien
por el destino o por el hábito, puede resultar m ucho m ás des-
l_j cantidad en los grup os sociales 121

trozado interiorm ente que si se p ronun ciara por u no de los dos


bandos; tanto m ás cu an to que, en estos casos, el m ediador no
puede lograr gen eralm en te sus propósitos de que la b a la n za
no se in clin e n i a u n lad o n i a otro, porque no le queda el re­
curso de reducir el conflicto a u n a contrap osición objetiva.
Éste es el tipo de m uch os conflictos fam iliares. E l m ediador,
cuando su im p arcialidad consiste en b a ila rs e alejad o ig u a l­
mente de los dos contendientes, resuelve con rela tiva facilidad
su problem a. P ero la situ ación del que está igu alm ente p ró x i­
mo a la s dos partes es m ucho m ás d ifícil y le hace caer perso­
nalm ente en la s a lte rn a tiva s m ás dolorosas. P o r eso, cuando
el m ediador es elegido, se preferirá, en igualdad de condiciones,
al igualm ente desinteresado, m ejor que a l igu alm en te interesa­
do. A s í, por ejem plo, en la E d a d M edía, algu n as ciudades ita ­
lianas so lía n buscar sus jueces en otras ciudades, p ara estar
seguras de su im p arcialid ad frente a la s disensiones in testin as.
E sto nos señ ala el trá n sito a la segunda fo rm a de a ven en ­
cia, m ediante el tercero im p arcial: el arbitraje. M ien tras el
tercero actúa como sim ple m ediador, el térm in o del conflicto
está en m an os de las partes m ism as. P ero a l elegir u n árbitro,
las partes se desprenden de este poder decisivo; es com o si h u ­
bieran encarnado en el árbitro su vo lu n ta d de reconciliación.
C on lo cual, éste adquiere p a rticu la r relieve y notoria fuerza
frente a los elem entos en lucha. E l nom bram ien to vo lu n ta rio
de un árbitro, a quien nos som etem os a priori, sup on e una
m ayor con fian za sub jetiva en la objetividad del ju icio , que
nin gu n a otra form a de decisión. A n te el trib u n a l del E stad o,
la acción del dem andante supon e, sí, la co n fian za en la deci­
sión ju sta (pues por ju sta entiende la que le favorece a él);
mas el dem andado, en cam bio, tiene que entrar en el pleito,
crea o no crea en la im p a rcia lid a d del ju ez. P e ro como se h a
dicho, el arb itraje sólo se produce cuando existe esa con fian za
en ambos contendientes. E n p rin cip io, la m ediación se dife­
rencia claram ente del a rb itra je por la distinción indicada; y
cuanto más oficial sea la acción de reco nciliación, tanto m ás
kab rá que atenerse a esta diferencia, desde las lu ch as entre ca­
pitalistas y trabajadores y a m encionadas, h asta las de la gran
Política, en la cu al los «buenos oficios» interpuestos por un
G o b ie rn o en u n conflicto entre otros dos, son cosa m u y d is­
122 S ociología

tinta ¿el arbitraje, confiado a veces al soberano de un tercer


país. E n la v id a privada diaria, donde los grupos típicos de a
tres p o n en constantem ente a u no de lo s miembros en disen­
sión expresa o latente, total o p arcial, con respecto a los
otros dos, se producirán m uchos grados intermedios; teniendo
en cuenta la inagotable variedad de las relaciones posibles, el
lla m a m ien to de las partes a u n tercero, o su in iciativa v o lu n ­
taria, o incluso impuesta, para procurar la avenencia, provo­
carán con frecuencia casos en que no se pueda separar el ele­
mento de la mediación del arbitraje. P a r a comprender el tejido
real de las sociedades h u m a n a s y su a b und an cia y m ovilidad
indescriptibles, lo esencial será afinar la mirada para descubrir
esos indicios y esas transiciones, para percibir las form as de
relación que apenas indicadas desaparecen, para advertir sus
figuras em brionarias y fragm entarias. L os ejemplos en que se
representan puros cada u n o de los conceptos correspondientes
a estas form as de relación son, sin duda, instrumentos indis­
pensables de la Sociología; pero frente a la vida real de la so­
ciedad se comportan como las form as aproxim adam ente exac­
tas, que sirven de ejemplo a los teoremas geométricos, frente
a la infinita complicación de las realidades materiales.
E n conjunto, la existencia del tercero imparcial sirve a la
conservación del grupo. C o m o representante en cada caso de
la energía intelectual, frente a los partidos dom inados m o m en ­
táneamente por la volun tad y el sentim¡enlo, complementa,
por decirlo así, los partidos, llevánd olos a la plenitud de la
u n id a d espiritual que alienta en la vida de los grupos. E s , por
u n a parte, el freno que detiene el apasionam iento de los otros:
por otra parte, dirige el m ovim iento del grupo total cuando el
antagonism o de los elementos contendientes a m e n aza pa ra li­
z a r sus fuerzas. S in embargo, este efecto puede trocarse en lo
contrario. P o r las razones indicadas, los elementos más inteli­
gentes de un grupo serán los que m ás se inclinen a la im p a r­
cialidad, porque el entendim iento frío suele h alla r en ambos
lados lu z y sombra, y su justicia objetiva no se inclina fácil­
mente de u n lado sólo. P o r eso, a veces los elementos m ás in ­
teligentes quedan apartados de la influencia sobre la decisión
de los conflictos, cu ando justam ente sería más conveniente su
intervención. E sto s elementos inteligentes deber ían ser los
La cantidad en los grup os sociales 123

que, cuando los grupos se p la n tean el dilema entre el sí y el


no, arrojasen su peso en la b a la n z a , que probablemente in cli­
narían del lado justo. C u a n d o , pues, la imparcialidad no sir­
va para la mediación práctica, determinará, por su com b ina­
ción con la intelectualidad, que la decisión quede abandonada
a los elementos más insensatos, o por lo menos a los m ás in ­
teresados del grupo. P o r eso, si la conducta imparcial, como
tal, es tantas veces — desde S o lí n — desaprobada, débese a un
sano instinto social, y a un profundo sentim iento de lo que
al todo le conviene, m ucho m ás que a la sospecha de cobar­
día, que con frecuencia alcanza a la im parcialidad, a veces,
empero, injustamente.
E s evidente que la imparcialidad como alejam iento equi­
distante o como interés igual hacia los dos contendientes, p ue­
de mezclarse como las más variadas relaciones que se den en-
trc^cl tercero y los otros dos, o con la totalidad de! grupo. E l
hecho, por ejemplo, de que el tercero, conviviendo con los de­
más en un grupo, aunque apartado de sus conflictos, sea a rras­
trado a éstos, pero ostentando el sello de la independencia
frente a los partidos y a existentes, puede servir m ucho a la
unidad y equilibrio de los grupos. E n esta form a sociológica
prodújose en Inglaterra la primera participación del tercer es­
tado en los negocios públicos. D esde la época de E n r iq u e II I
la política estaba irrevocablemente ligada a la colaboración
de los grandes barones, a quienes competía, ju n to con los pre­
lados, consentir los impuestos; el complejo de estos dos esta­
dos era poderoso frente al rey, y a veces hasta superior. Pero
en vez de una colaboración fecunda entre ellos y la corona,
surgieron incesantes discusiones, abusos, a lternativas de p o ­
der, choques. L legó un m omento en que am bos partidos s in ­
tieron que sólo podía poner remedio a esta situación el ingre­
so de u n tercer elemento, constituido por los vasallos y h o m ­
bres libres de los condados v í a s ciudades que hasta entonces
babían estado alejados de toda intervención en los negocios
públicos. A l reunirse sus representantes en concilio — el co­
m ie n z o de la C á m a r a de los C o m u n e s — , el tercer elemento
ejerció u n a doble función. C o n v ir tió el gobierno en u n reflejo
real de la totalidad del E sta d o , y funcionó como u n a in s ta n ­
cia que se hallaba, frente a los anteriores partidos, en una
124 S O C toW i ;

situación en cierto modo objetiva; con lo cual contribuyó a


dirigir arm ónicam ente al servicio del E s ta d o las dos fuerza.-
que antes se desbastaban en m u tu as luchas.
2. K 1 «tertius gaudens». — E n las combinaciones ba
aq u í enumeradas, la im parcialidad del tercer elemento servía o
da ñ a b a al grupo como totalidad. T a n t o el mediador como el
árbitro quieren salvar la u n id a d del grupo, en peligro de rom ­
perse. Pero el tercero im parcial puede evidentemente utilizar
l a superioridad de su posición en pro de intereses puramente
egoístas. M ientras en las dos prim eras figuras se comportaba
como medio para los fines del grupo, aquí, por el contrario,
convierte las relaciones m utuas entre los partidos y entre él
y los partidos en u n medio para sus propios fines. N o se tra­
ta siempre, en este caso, de organizaciones anteriormente con­
solidadas, en cu y a vida social surja este acontecimiento junto
a otros. M u c h a s veces, la relación entre las partes y el tercero
•imparcial es creada ad hoc. E lem e n to s que no form an un ida o
de acción recíproca pueden entrar en lucha; un tercero, sin
relación h asta entonces con los antagonistas, puede aprove­
char espontáneam ente las probabilidades que esta lucha le
ofrece como elemento im parcial; y de este modo es posible
que se produzca u n a acción recíproca fugitiva, cuya vivacidad
y riqueza de form as no g u a rd a n proporción, para cada ele­
mento, con la brevedad de su existencia.
M en cion a ré dos form as del tertiu s gaudens, sin entrar
en detalles, porque en ellas no se ofrece de u n modo bastante
característico la acción recíproca dentro de los grupos de tres,
de cuyas form aciones típicas tratamos ahora. A c a s o lo más
característico sea cierta pasividad, bien do los dos contendien­
tes* bien del tercer elemento. P u e d e ocurrir, en efecto, que
la ven taja obtenida por el tercero consista en que los otros
dos se neutralizan m utuam ente, permitiéndole así embolsarse
u n a g an an c ia que de otro m odo le h ubieran disputado. E n
este caso, la desavenencia produce u n a p aralización de fuer­
za s que, si pudieran, se vo lverían contra el tercero. L a s itu a ­
ción, en realidad, suprime aqu í la acción recíproca entre los
tres elementos en vez de crearla, sin que por esto dejen de pro­
ducirse los resultados m ás sensibles para todos. A l estudia i
la p róxim a form a de asociación entre tres, hablarem os d<-
12 c a n tid a d en lo s g r u p o s s o c ia le s

cómo esta situación se produce intencionadam ente. P uede


ocurrir, en segundo lugar, (fue el tercero obtenga ventaja, por
íjue la acción de uno de los contendientes, aun qu e dirigida al
logro de sus propios fines, se la produzca, sin que el favoreci­
do necesite tom ar por su parte in iciativa alguna. E l ejem plo
típico de este caso son los beneficios que hace un partido a un
tercero, sólo por m olestar al partido contrario. A s í las leyes
inglesas de protección obrera surgieron al principio, en parte,
por el rencor de los tories contra los fabricantes liberales.
Tam bién se explican de este modo muchas empresas de bene­
ficencia, debidas a u na p ugna de popularidad. E l Hacer bien a
un tercero para molestar a un segundo supone una intención
particularmente m e zq u in a y perversa. N a d a como esta exp lo­
tación del altruism o su b ra ya tan claramente la indiferencia
frente al carácter m ora l del beneficio a otros. Y es doblem en­
te significativo que la fin alidad de molestar al adversario pue­
da lograrse lo m ism o favoreciendo a sus am igos que a sus
enemigos.
L a s form aciones esenciales en este terreno se producen
cuando el tercero, por su parte, se dirige hacia u n o de los p a r­
tidos para prestarle a y u d a práctica (es decir, no en una actitud
puramente intelectual y objetiva como el árbitro), y obtener así
ganancia m ediata o inmediata. D entro de esta fo rm a se en­
cuentran dos figuras fundam entales: unas veces dos partidos
son enemigos entre sí, y por serlo, buscan en competencia el
favor del tercero; o bien dos partidos buscan el favor del ter­
cero, y por esta razó n son enemigos. Esta diferencia vale es­
pecialmente en el desarrollo ulterior de esta figura. C u a n d o
una Hostilidad previa im p u lsa a am bos partidos a buscar el
favor del tercero, la decisión de esta competencia, la resolución
del tercero en pro de u n o de los partidos, significa el com ienzo
de la lucha. P o r el contrario, cuando dos elementos se esfuer­
zan por obtener el favor de u n tercero y ello c onstituye el fu n ­
damento de su antagonism o, la donación definitiva de este
favor — que es aqu í objeto y no medio de lucha — significa la
terminación de ésta: la decisión se h a producido y la h o s tili­
dad carece y a prácticamente de objeto. E n am bos casos, la
ventaja de la imparcialidad, con que el tercero se presenta
inicialmente a los otros dos, estriba en que puede imponer las
126 S o c io lo g ía

condiciones de su resolución. S i por cualquier m otivo no pue­


de imponer estas condiciones, entonces no saca completo pro­
vecho de l a situación. A s i ocurre en u n o de los casos más fre­
cuentes del segu n d o tipo: la competencia entre dos personas
del m ism o sexo por obtener el ia v o r de una persona del sexo
contrario. E n este caso, la decisión de la últim a no depende,
en general, de su vo lu n ta d , en el m ism o sentido que la de un
com prador ante varías ofertas o la de un príncipe entre varios
solicitantes, sino que viene determinada por sentimientos
que no están a merced de la vo lu n ta d , y que de antem ano
in h ib e n toda elección. P o r eso, a un qu e sólo en casos excep­
cionales m edian aquí ofertas encam inadas a determinar 1«
elección, sin embargo, la situación es la del tertiu s gaudens,
bien que esta situación no pueda ser aprovechada por comple­
to. E l ejemplo m ás a m p lio del tertiu s gaudens es el público
com prador en u n a econom ía de competencia libre. L a lucha
de los productores por conquistar al comprador coloca a éste
de u n a independencia casi completa de los proveedores indivi­
d u a le s — aun qu e depende de la total com unidad de dichos pro­
veedores, que pueden coaligarse invirtiendo al punto la rela­
c i ó n — y le permite aju star su compra según sus exigencias
respecto a calidad y precio de la mercancía. S u situación tiene
adem ás la sin g u lar ven ta ja de poner a los productores en el
trance de adelantarse in clu sive a esas exigencias, procurando
a d iv in a r los deseos inexpresados o inconscientes del consum i­
dor, sugiriéndole otros que n o tiene o h ab itu án d ole a ellos.
D esd e el primero de los casos m encionados — el de la m ujer co­
locada entre dos pretendientes, caso en el cual, por depender
la decisión, no de la conducta, sino de la personalidad misma
de los rivales, la m ujer que elige no suele poner condiciones,
y, por consiguiente, no explota la situación -, h a y u n a serie
continu a de form as que llegan hasta el tráfico de mercancías
a la moderna, en donde desaparece enteramente la personali­
dad, y la ven ta ja del que elige llega tan lejos, que las partes
le permiten e x altar al m á x im o sus condiciones. E ste último
caso es el más provechoso para el tertiu s gaudens.
L a historia de toda asociación, desde la s que se form an
entre E stad o s hasta las que se producen entre m iembros de
u n a fam ilia, suele ofrecer ejemplos de la otra figura, de aquc-
I t1 c a n t i d a d e n ío.ñ g m p o s s o c i a l e s 12 7

lia en la cual una hostilidad, que originariam ente n o se refiere


a1 tercero, impulsa a los contendientes a buscar en com peten­
cia el a u x ilio de este tercero. E l sencillo proceso de esta form a
adquiere un particular interés sociológico, con la siguiente
modificación: P a r a obtener fa situación ventajosa, la fu erza
que b a de m an eja r el tercero no necesita ser cuantiosa, en re­
lación con la de los dos partidos hostiles. L a cuantía de esa
fuerza está determinada exclusivam ente por la relación en que
estén u n a s con otras las fuerzas de Jos dos partidos hostiles.
L o que importa es, evidentemente, que la intervención del
tercero, al lado de u n o de los dos, dé a éste el predom inio. A s í ,
pues, cuando los dos poderes hostiles son casi iguales, basta
un m ínim o de increm ento para decidir definitivamente la
cuestión por u n lado. A s í , sucede con frecuencia que pequeños
partidos parlam entarios adquieren u n a gran influencia, no por
su propia importancia, sino porque las fuerzas de los grandes
partidos están aproxim adam ente equilibradas. D o n d e quiera
que decidan las m ay o ría s y donde, por tanto, todo depende, a
veces, de un. solo voto, existe la p o sib ilid ad de que partidos
completamente insignificantes im p o n ga n las condiciones más
tiránicas a cambio de su a p oyo. L o propio puede acontecer en
la relación de los E stad o s pequeños con los grandes que se
encuentran en lucha. L o que im p orta es que las fuerzas a n t a ­
gónicas se paralicen m utuam ente, con lo cual la posición del
tercero, por débil que éste sea, adquiere un v a lo r ilim itado.
Elem entos por sí m ism os fuertes no se a p ro vech arán menos,
como es natu ral, de esta situación.
S in embargo, en a lg u n a s colectividades, como, por ejem ­
plo, en los partidos que viven una vida m u y desarrollada, es
ello difícil, justam ente porque los grandes partidos suelen m o ­
verse dentro de módulos fijos objetivos, y suelen, tener regladas
sus relaciones, lo que les impide disfrutar de la plena libertad
de decisión necesaria para obtener todas las ven tajas que i m ­
plica la postura del tertius ¿aadens. G ra c ia s a circunstancias
Particulares m u y favorables, ha podido el partido alem án del
centro, en los últim os decenios, librarse de esta lim itación. L o
que lortalece extraordinariam ente su postura es que su pro­
grama no le se ñala una norm a fija m ás que en a lg u n o s asuntos
Parlamentarios. Respecto d é l o s otros, puede decidir con plena
I’ X S o r io io g ú

libertad, tan pronto en u n sentido como en otro; puede resol­


verse en pro o en contra de las a d u an as protectoras, en pro o
en contra de las leyes obreras, en pro o en contra de los gastos
militares, sin falta r por ello a su programa. E n todos estos ca­
sos le es posible hacer de tcrtiu s gaudens entre los demás p ar­
tidos. N o se le ocurrirá a n in g ú n agrario pedir el a p o yo de los
social-deniócratas para im p on er u n arancel aduanero al trigo,
pues sabe que el partido social-dem ócrata es contrario a estos
aranceles. N i n g ú n liberal pedirá n i pagará el ap oyo de los
socialistas para combatir u n o s aranceles, porque sabe que el
programa del partido socialista coincide ya con este propósito.
E n cambio, los agratios y los liberales pueden acudir al cen­
tro, que está en condiciones de poner precio a su decisión,
precisamente por no tener p rogram a fijo en estos asuntos.
P o r otra parte, para u n factoi de su y o fuerte, la s itu a ­
ción del tertia s éaudcns resulta a veces provechosa, porque
le aho rra el despliegue efectivo de sus tuerzas. L as ventajas
del tertiu s gaudens re sultan entonces, no sólo de una lucha
real, sino simplem ente de u n a relación tirante o a n ta g o n is ­
mo latente entre los otros dos partidos. E l tertiu s gaudcns
produce sus efectos por la sim ple posibilidad de decidirse en
pro de u no o de otro, aun qu e no se llegue a un choque se
rio. E n el paso de la E d a d M edia a la M oderna, la política
inglesa se caracteriza por el hecho de no buscar en el C o n ­
tinente territorios y señoríos, sin o procurar disponer de una
fuerza que, potencialm ente, decidiese entre las de los rei­
nos continentales. Y a en el siglo xvi se decía que Francia y
E sp a ñ a eran los platillos de la b a la n z a europea, e Inglaterra
tbe tongue or tb c hold er o í tbe balance. L o s obispos de R o m a
elaboraron cuidadosamente este principio form al, en su e vo lu ­
ción hasta L e ó n e l G rande, o b ligan do a los partidos de '.a
Iglesia a reconocerles la jerarquía de poder decisivo. Desde lo c
prim eros tiempos, los obispos que te n ía n desavenencias dog­
máticas u otras, con otros obispos, se dirigieron en busca de
protección al colega romano; éste, en principio, se ponía siem­
pre de parte del solicitante. A l contradictor no le quedaba,
pues, otro recurso que dirigirse también al obispo de R o m a ,
para no tenerle de antem an o en contra su y a . D e este modo, el
obispo ro m a n o fué adquiriendo la prerrogativa y la tradición
¡ a cantidad en los grup os sociales 129

de ú ltim a instancia. C o n particular pureza e intensidad se


desarrolla en el aspecto del tertiu s ¿audens eso que pudiera
llamarse la lógica sociológica de la situación de tres, cuando
dos de ellos sostienen u n a lucha.
P e r o la ven taja que nace para el tercero de encontrarse
con otros dos en u n a relación de igual independencia y, por
tanto, determinante, no depende necesariamente de que entre
aquellos dos reine hostilidad. B asta conque exista entre ellos
cierta diversidad, cierta diferencia, cierto dualism o cualitati­
vo. T a l es propiamente la torma general del tipo, siendo la
hostilidad de los elementos u n caso, aunque quizá el más
frecuente. E s m u y característica l a siguiente v e n ta ja que
para u n tercero resulta de la mera dualidad: S i B está o b liga­
do a hacerle a A una prestación determinada y esta ob liga­
ción se traslada de B a C y a D , entre los cuales ha de repar­
tirse, es fácil que A sienta la tentación de im p on er a cada u no
de ellos un poco más de la mitad, para disfrutar de algo más
que antes cuando la obligación radicaba en una persona sola.
E n l 75l , el G o b ie r n o de B ohem ia tu vo que prohibir que al
dividirse las suertes de los campesinos, el señor impusiese a
cada u n a de las partes más de lo que según las prestaciones
feudales totales le correspondiese por su tam año. A l dividirse
entre dos la obligación, surge la idea de que de todas m aneras
cada u no tiene que prestar m enos que aquél sobre quien pesa­
ba toda la carga; el cálculo exacto de la cuota se deja a u n lado
y fácilmente es superado.
S i aquí la ventaja del tercero resulta, por decirlo así, del
mero hecho numérico de la dualidad, de la no u n id a d de las
partes, en el caso que sigue se produce en virtud de u n a d u a ­
lidad determinada por diferencias cualitativas. E l poder ju d i­
cial del rey de Inglaterra después de la conquista n o rm an da
tuvo u n a extensión inau d ita para la E d a d M e d ia germánica.
Esto se explica porque G u ille r m o el Conquistador encontró
establecidos los derechos de la población anglosajon a, que en
Principio tenía que respetar, m ientras por otra parte sus n o r ­
mandos traían los derechos de su patria; estos dos complejos
Jurídicos no a rm o nizab an , no producían una unidad del de­
techo p op ular ante el rey, y éste, dada la unidad de sus inte­
nses, podía colocarse entre am bos y a nu larlo s en gran medí-
130 Sociología

da. E n el antagonism o de las dos naciones — no sólo porque


lu c h ab a n constantemente entre sí, sino porque su diversidad
dificultaba u n a afirmación común del derecho — h a lló un
punto de ap o yo el absolutism o, cuyo poder comenzó a decre­
cer tan pronto como las dos nacionalidades se fund ieron real­
mente en u n a sola.
L a situación favorable del tercero desaparece, pues, en el
m om ento en que los otros dos se unen, es decir, cuando Ja
agrupación pasa de nuevo de tres a dos. E s instructivo,'no
sólo para este problema particular, sino para la vida de los
grupos en general, el observar que este resultado puede conse­
guirse tam b ién sin u n ió n personal o fu s ió n de intereses, en
cuanto que el objeto del a n tagonism o queda sustraído a las
pretensiones subjetivas, merced a u n a fijación objetiva de:
m otivo de desavenencia. E sto aparece claro en el caso siguien­
te: L a in du stria m oderna conduce a u n a constante confusión
de los lím ites entre los diversos oficios, y crea labores nuevas
que no pertenecen a n in g u n o de los oficios existentes, lo cual
produce, especialmente en Inglaterra, frecuentes conflictos de
competencia entre las diversas categorías de obreros. E n las
grandes explotaciones h a y constantes disputas acerca de a
quién corresponde u n trabajo determinado, sí a los carpinte­
ros o a los ebanistas, a los hojalateros o a los herreros, a los
caldereros o a los ajustadores, a los albañiles o a los tejadores.
C a d a oficio abandona el trabajo tan pronto como cree que
otro se encarga de faenas que le corresponden. L a contradic­
ción insoíuble consiste en que se quieren determinar derechos
subjetivos en objetos que, por su naturaleza, están sometidos
a flujo continuo. Sem ejantes conflictos entre los trabajadores
h a n comprometido a m enudo gravemente su posición frente
al patrono. É ste saca una ven ta ja m oral de que la h u elga de
sus trabajadores sea a consecuencia de sus disensiones inte­
riores, produciendo con ello daños incalculables; y por otra
parte, está en situación de oprim ir a su arbitrio a cualquiera
de los oficios, am en azánd ole con ocupar a otro en el trabajo
discutido. E l interés económico que tiene cada oficio en no
dejar que se merme su trabajo obedece a l tem or de que el
competidor lo haga m ás barato y eventualmente deprima e¿
salario pagado por dicho trabajo. P o r esa razón se h a pro-
1,3 cantidad en los grupos sociales 131

puesto como ú nico remedio posible que los Sindicatos, de


acuerdo con los patronos unidos, fijen el salario tipo para
cada trabajo determinado, dejando luego al arbitrio de los ú l­
timos el determ inar qué clase de trabajadores Kan de em plear
en cada faena; a sí el excluido no teme y a que se le produzca
daño en su interés económico. L a objetivación del m o tiv o de
la lu c h a priva al p atrono de la ven ta ja que tenía; y a no puede
el patrono deprimir el salario oponiendo uno a otro am bos
partidos, a un qu e le queda la elección entre los distintos ofi­
cios. P ero ésta y a de nada le sirve. L a anterior indistinción
entre ei elemento personal y el objetivo Ka quedado s u p rim i­
da, y aun qu e el patrono continúa estando en la situación fo r­
mal del tertiu s gaudens, la fijación objetiva del salario le im­
pide ex p lota r las posibilidades de esa situación.
M u c h a s de las lu c h a s m encionadas aquí y en la figura
anterior h a n debido contribuir a crear o fortalecer la posición
preeminente de la Iglesia entre ios poderes profanos de la
Edad M edia. E n el estado de inquietud y lueba constante que
existía entre las grandes y pequeñas organizaciones políticas,
el único poder estable, venerado o temido por iodos los p a rti­
dos. tenía que conseguir un predominio incomparable. In c o n ­
tables veces sólo la estabilidad del tercero en medio de los es­
tadios cam biantes de ía lucha, sólo la independencia del ter­
cero respecto a la materia de la discusión, en torno de la cual
oscila el alza y baja de los partidos, le proporciona el predo­
minio y las posibilidades de adquirir ventajas. C u a n to más
violenta sea y , sobre todo, cuanto m ás tiempo dure la luch a de
los partidos, haciendo va cila r sus posiciones, tanto m ás alto,
respetado y a fia n za d o vivirá, ceteris paribus, el tercero, por el
hecho m eram ente form al de su robustez y permanencia. D e
esta constelación, que puede observarse donde quiera, no h ay
sin duda ejemplo ta n gigantesco como el de la Iglesia católi­
ca. A greg ú ese para la caracterización general del tertiu s gau-
derts en todas sus form as, que entre las causas de su predo­
minio está y a la simple diferencia entre las energías espiri­
tuales que aportan en la relación el tercero y los otros. Y a
hemos dicho antes que el tercero ímparcial representa más
k»en la intelectualidad, al paso que los contendientes repre­
sentan m ás bien el sentim iento y la voluntad. E l tercero, por
132 S o íir t lo £ .(

tanto, cuando quiere explotar egoístamente su situación, se


encuentra en posición dom inante, a u n a altu ra ideal, por de­
cirlo así, y obtiene las ven tajas exteriores que surgen en caca
com plicación para el que n o tom a parte en ella de u n modo
sentim ental. Y a u n cuando el tercero desprecie la explotación
práctica de su imparcialidad y de sus fuer/as no empeñadas
en la contienda, sino siempre disponibles, la situación le pro­
ducirá al menos el sentim iento de una leve superioridad iró­
nica sobre los partidos que por tan indiferente premio expo­
nen tanto en el juego.
3. D iv id e et impera. — E n todas estas combinaciones de
a tres tratábase de una escisión y a existente entre dos elemen­
tos, y de la cual el tercero se aprovecha. Q u e d a por considerar
a h o ra u n caso particular, que se distingue de los anteriores
só lo por u n m atiz, que, en realidad, no siempre puede apreciar­
se. E s el caso en que el tercero produce volun tariam en te ia
desavenencia para obtener así u n a situación dom inante. H a y
que tener en cuenta también aquí que el nú m ero de tres no es
m ás que el núm ero m ín im o de elementos necesarios para
que se produzca esta form ación, por lo cual puede servirnos
de esquema sencillo. Se trata, pues, de que dos elementos
están unidos originariam ente frente a un tercero, el cual sabe
m over u n a s contra otras las fuerzas aliadas contra él. E l
resultad o será o que los dos elementos se m antengan en equi­
librio, de manera que el tercero pueda perseguir su provecho,
sin que le estorbe ninguno de los otros dos, o que los dos ele­
m entos se debiliten m utuam ente de tal manera que n ingu no
pueda resistir al predominio del tercero. V o y a caracterizar
a lg u n o s de los grados de la escala en que pueden ordenarse
estas combinaciones.
E l más sencillo se da cuando un poder superior impide la
u n ió n de elementos que todavía no aspiran positivamente ser
fuertes, pero que acaso pudieran hacerlo. F ig u r a n , sobre todo,
en este capítulo, las prohibiciones legales de asociaciones po­
líticas, tanto de asociaciones en general como de sociedades
entre asociaciones, cada u n a de las cuales está autorizada-
L a m a y o ría de las veces no existe n in g ú n tem or preciso. N i n ­
g ú n peligro visible a m en aza al poder dom inante por parte de
estas asociaciones. L o que se teme es la forma m ism a oe
1.a cantidad en los g ru p os sociales 133

]a asociación, que puede llegar a adquirir u n contenido peli­


groso. E x p re sa m en te dice P lín io , en su correspondencia con
Tr&jano, que los cristianos eran peligrosos por constituir u n a
asociación, siendo, por lo demás, totalmente inofensivos. E l
hecho empírico de que las tendencias revolucionarias, o en ge­
neral encam inadas a la transform ación de lo existente, adop­
ten la form a de asociación del m a y o r número posible de inte­
resados, ha sido la causa de que se invierta la proposición,
cometiendo un error lógico, bien que explicable psicológi­
camente, y se díga: T o d a s las asociaciones tienen u n a tenden­
cia hostil a los poderes dom inantes. L a prohibición se fund a,
pues, por decirlo así, en una posibilidad de segundo grado.
N o sólo las asociaciones prohibidas s e encuentran en el
grado de mera posibilidad, puesto que no existen, ni a u n
siquiera a veces en la mente de los individuos, sino que ta m ­
bién los peligros, en cuya previsión se dicta la prohibición,
permanecerían en el terreno de lo posible, a u n después de
realizada la asociación. P o r consiguiente, en la form a de pro­
hibición de asociaciones, el divide et im pero se presenta como
la profilaxis más sublim ada que cabe im ag in ar por parte de
u no de los elementos contra las posibilidades que puedan
surgir de la u n ión de los otros. E s t a form a preventiva puede
repetirse fo rm alm ente cuando la m ayoría, que se presenta
frente al uno, consta de los diversos elementos de poder de
u na y la m ism a personalidad. L a m onarq u ía anglon orm a n da
cuidaba de que, en la época feudal, los señoríos estuviesen lo
más diseminados posible; algun os de los más poderosos v a s a ­
llos estaban distribuidos entre l 7 a 21 condados. G ra c ia s
a este principio de partición local, los señoríos de los va sa llos
de la C o ro n a no pudieron consolidarse y llegar a ser grandes
cortes soberanas, como en el C ontinen te. A s í , cuando en los
primeros tiempos se repartían territorios entre los hijos del
soberano, los trozos que se atrib u ía n a cada u no eran reparti­
dos lo m ás abigarradam ente posible, para impedir una sepa­
ración completa. L a idea u nitaria del E sta d o quería salva r su
soberanía disem inando, desm igajando cada poder parcial, que,
de h aber dispuesto de un territorio unido, se hubiera separado
fácilm ente.
L os obstáculos profilácticos a las asociaciones se hacen
134 SoCÍoIog;

m ás radicales cuando existe y a u n a aspiración directa hacia


ellas. A este tipo pertenece el hecho — complicado, sin duda,
con otros m otivos — de que, en general, los patronos se nie­
g u e n resueltamente a tratar acerca de cuestiones de salario o
de otro género con intermediarios no pertenecientes a sus pro­
pios trabajadores. D e este modo, no sólo im piden que los tra-r
bajadores se fortalezcan, ligándose a u n a persona que nada
tiene que esperar ni que temer del patrono, sino que dificultan
tam bién l a acción uniform e de los trabajadores de distintos
establecimientos cuando esta acción se propone, por ejemplo,
la im p lan ta ció n de tarifas colectivas de salario. A l rechazar al
intermediario, que podría tratar al m ism o tiempo por varias
agrupaciones de trabajadores, el patrono impide la peligrosa
inteligencia entre los obreros. C u a n d o se advierten aspiracio­
nes hacia tal asociación, el impedirlo a tiempo es considerado
tan importante, que con frecuencia las sociedades patronales
im ponen a sus miembros la obligación reglamentaria de
exigir el aislam iento de los obreros en todo conflicto y nego­
ciación. E n la historia de los sindicatos ingleses, especialmen­
te en el ú ltim o cuarto del siglo xix, constituyó un gran progre­
so el hecho de poner coto a la explotación de este divide
por los patronos, mediante u na instancia impersonal. Se
com enzó por conferir a las sentencias arbitrales de personas
im parciales v a lid e z por encima del caso individual. D e aquí
derivó pronto u n a regla general sobre las negociaciones, a u n ­
que fueran celebradas individualm ente entre el patrono y sus
obreros; éste es, evidentemente, un grado intermedio para
llegar al contrato colectivo, que abarque el oficio total, com­
prendiendo a todos los interesados en él. D e este modo des­
aparece la práctica del divide.
M á s a llá de la mera profilaxis llegan los intentos de los
soberanos constitucionales para impedir, por medio de disen­
siones en el Parlam ento, la form ación de m ayorías in có m o ­
das. S ó lo m encionaré un ejemplo, de interés fundam ental por
su radicalism o. E n el reinado de Jorge III. la corte inglesa
tom ó la costumbre de declarar todo género de partidismo in to ­
lerable e incom patible con el bien del E stad o, fundándose en
que sólo la persona aislada y su capacidad individ ual podía
prestar servicios políticos. P uesto que la actividad específica
j j c an tid ad en los g ru p o s sociales 135

de aquellas p luralidades consiste en dictar leyes y orientacio­


nes generales, declararon que lo que Hacía falta era m en, not
measures. D e esta m anera, el sentido práctico de le. in d iv id u a ­
lidad fue u tiliz ad o frente a las acciones de las m ay oría s, y con
lo identificación un tanto desdeñosa de la p lu r a lid a d social
con la generalidad abstracta, se quiso deshacer a q u é lla en sus
átomos, como lo único real y eficaz.
L a escisión de los elementos to m a la form a activa en vez
de la prohibitiva, cuando u n tercero siembra celos entre ellos.
N o me refiero tod av ía a los casos en que el tercero produce
choques entre los otros dos para crear, a costa de ellos, u n
nuevo orden de cosas. T rá ta se a h o ra de las frecuentes ten­
dencias conservadoras que se m anifiestan cuando el tercero
quiere ¿naniencr u n a prerrogativa y a existente, evitando, por
medio de los celos que siem bra entre los otros, u n a coalición
temible, o a l m enos el progreso de esta coalición, sí ya está
iniciada. C o n particular finura parece Haberse hecho uso de
esta técnica en un caso que se refiere del antiguo Perú. E r a
costumbre general de los incas dividir las tribus conquistadas
en dos mitades aproxim adam ente iguales, poniendo al frente
de cada u n a un jefe, con una leve diferencia de rango en tre
los dos. E r a éste, en efecto, el medio más adecuado para pro­
vocar una rivalidad entre estos cabecillas, im pidiendo toda
acción conjun ta del territorio sometido. L a igu ald ad o una
gran diferencia de rango se hubieran prestado mejor para una
acción común; aquélla, porque Hubiera sido m ás fácil estable­
cer una partición efectiva de la jefatura, y porque, cuando
es necesaria la subordinación, son justam ente ios pares los
que con m ás facilidad se someten a esta necesidad técnica;
ésta, porque la jefatura de u n o solo no hubiera tropezado con
la oposición del otro. L n cambio, u n a leve diferencia de r a n ­
go es la m ás favorable para impedir una relación orgánica y
satisfactoria en la unión temida; pues el uno, basándose en su
plus, reclamará, indudablem ente, el predom inio incondicio-
nal, y el m inus del otro no será suficiente para refrenar en él
aná log a ambición.
E l principio de la repartición desigual de a lg ú n valor,
utilizando como medio para el divide et impera los celos
así producidos, es u na técnica m u y usada, contra la cual, por
1*6 Sociología

otra parte, ofrecen protección igualm ente fu nd am ental cíenos


estados sociológicos. Se ha intentado a zu za r unos contra otros
a los indígenas australianos, repartiéndoles dones desiguales.,
para luego dom inarlos m ás fácilmente. Pero el intento ha
fracasado siempre, a causa del com unism o que practican las
hordas. E stas repartían por igual entre todos los miembros
los dones, sin fijarse en quién los recibía. A d e m á s de los ce­
los, la desconfianza se utiliza tam bién como medio psicológi­
co para contener la form ación de asociaciones y conjuras en
grandes masas. E l que utilizó con más eficacia este medio fué
el G o b ie rn o veneciano, in vita n d o en gran escala a los ciuda­
danos a denunciar a cualquier sospechoso. N a d ie estaba segu­
ro de que su amigo m ás íntim o no estuviese al servicio de 1?.
inquisición de Estado, con lo cual se cortaban de raíz los pla­
nes revolucionarios, que presuponen siempre la confianza
mutua de u n núm ero considerable de personas, hasta el punto
de que en la historia de los ú ltim os tiempos de V enecia ape-
ñas se registran rebeliones francas.
L a form a más radical del divide et impera, el desencade­
nam iento de u n estado positivo de lucha entre dos elementos,
puede tener su intención, tanto en la relación del tercero con
ambos, como en la relación del tercero con objetos situados
fuera. L o ú ltim o sucede, por ejemplo, cuando u no de tres pre­
tendientes a u n cargo consigue enconar de ta l modo a los
otros dos, u no contra otro, que, gracias a las m urmuraciones
y calum nias que ponen en circulación m utuam ente, se in h a b i­
lita n el u no al otro. E n todos los casos de este tipo el arte del
tercero se revela en la distancia a que sabe situarse de ia
acción por él desencadenada. C u a n t a m ás habilidad tenga
p ara dirigir la lucha, m oviendo hilos invisibles; cuanto mejor
sepa encender el fuego de modo que arda sin necesidad cíe
atizarlo, tanto m ás probable será que la luch a de los otros
dos prosiga violenta y resueltamente h asta su m utuo a n iq u i­
lam iento y hasta que el precio de la lucha, o los objetos v a lio ­
sos de que se trata, caigan en sus m an os como por sí solos.
T a m b ié n en esta técnica fueron maestros los venecianos. Para
apoderarse de los bienes que poseían los nobles en la Terra-
ferma, emplearon el medio de conceder títulos de alta nobleza
a nobles modernos o de menor rango. L a indignación que
|.a cantidad en los grup os sociales

esto produjo entre los nobles antiguos y más distinguidos dio


constante ocasión a pendencias y luchas entre ambos parti­
dos, lo que permitía al G o b ie r n o veneciano confiscar los bie­
nes de los culpables con todas las de la ley. Precisam ente en
casos de estos, en que la u n ió n de los elementos desavenidos
contra el opresor común sería de la m ás clara utilidad, se ve
m uy bien que u n a condición general del divide et impera
consiste en que las enemistades no tienen su ú nica razón
suficiente en la oposición de intereses reales. C u a n d o existe en
el alm a un deseo de h ostilidad en general, u n antagonism o
que busca pasto, es fácil sustituir por otro completamente dis­
tinto el adversario contra el cual la enemistad tendría sentido
y finalidad. E l divide et impera exige de sus artistas que,
azuzando, c alu m n ia n d o , a d u land o , despertando esperan­
zas, etc., produzcan ese estado general de excitación y ese
deseo de lucha, dado el cual, es posible in sin u a r otro adversa­
rio que propiamente no estaba indicado. E l tercero, contra
quien, realmente, debería ir la hostilidad de los otros dos,
puede hacerse como invisible entre ellos, de modo que el ch o ­
que no sea contra él, sino entre los dos.
C u a n d o el fin que el tercero se propone no es u n objeto,
sino el dom inio inmediato sobre los otros dos elementos, son
esenciales dos puntos de vista sociológicos: 1.° C iertos ele­
mentos están constituidos de tal manera que sólo pueden
ser combatidos eficazmente por otros del m ism o género. L a
voluntad de someterlos no b a ila inmediatamente n in g ú n
punto de ap oyo a propósito, y no queda más recurso que divi­
dirlos, por decirlo así, en sí mismos y mantener entre las par­
tes una lucha que sólo puede tener lugar con arm as hom ogé­
neas. hasta que estén debilitadas lo bastante para caer en las
manos del tercero. D e Inglaterra se ha dicho que sólo por la
India pudo conquistar la India, y y a Jerjcs bahía reconocido
<íue la mejor m an era de combatir a G recia era por medio de
los griegos. P recisam ente los que están ligados por igualdad
de intereses s o n los que conocen mejor sus debilidades y
Puntos flacos; por lo cual, el aforism o del sim ilia sim ilibu s
el aniquilam ien to de u n estado por la provocación de otro
análogo — puede repetirse aqu í en gran escala. L a a y u d a y
unificación m utuas se consigue mejor cuando media cierna
S ú a o lo i , j

diferenciación cualitativa, porque de ese modo se produce el


complemento, la cooperación, la vida orgánicamente diferen­
ciada. E n cambio, la destrucción m u tu a parece que puede
lograrse mejor cuando reina u n a igualdad cualitativa, excep­
tuando. naturalmente, el caso en que el predominio cuantita­
tivo de un partido sea tan grande que resulte indiferente la
relación de las estructuras. E s a categoría'de enemistades, que
culmina en la lucha fraticida, toma su carácter destructivo
radical del hecho de que, tanto la experiencia y el conocimien­
to, como los instintos derivados del mismo origen Común,
proporcionan a cada parte las arm as más mortíferas para
h erir al adversario. E l conocimiento m utuo de la situación
exterior y la comprensión simpática de la interior es, eviden­
temente. el medio de inferir las más profundas heridas, sin
perdonar nin g u n a posibilidad de ataque, y por ser, en esencia,
recíproco tal conocimiento, conduce al más completo aniq u ila ­
miento. P o r eso, combatir lo igual por lo igual, escindir ai
adversario en dos partidos cualitativam ente homogéneos, es
uno de los logros más completos del divide et impera.
2 .n C u a n d o no es posible para el opresor dejar sus a s u n ­
tos ol exclusivo cuidado de sus víctimas, y tiene que intervenir
él mismo en la lucha, el esquema que resulta es m uy sencillo:
a p o y a r a uno de los partidos hasta que el otro esté vencido,
y después, aquél es presa fácil. L o mejor es prestar ese apoyo
al más fuerte, y esta táctica puede tom ar una form a más bien
negativa, como cuando de un complejo de elementos que se
pretende dom inar, se exceptúan los más potentes. A s í, R o m a ,
al someter a G recia, guardó frente a A te n a s y E sparta una
evidente reserva. E ste procedimiento tiene que engendrar
encono y celos en una de las partes, orgullo y confianza en ;a
otra. Y esta división facilita la tarea del opresor. L a técnica
del d om inador consiste, pues, en proteger al más fuerte de los
dos elementos que están interesados contra éí, hasta aniquilar
al más débil, cambiando luego de frente para atacar al que ha
quedado aislado, y someterle. Esta técnica se emplea lo m is­
mo en la fund ación de grandes imperios que en las peleas de
los chicos callejeros; lo m ism o en el m anejo de los partidos
políticos por un gobierno, que en las luchas de competencia,
en que se encuentran frente a frente un financiero o industrial
La lanlidnd en lo s grupos sociales

muy poderoso y otros dos insignificantes, pero incóm odos para


el primero y desiguales entre sí. E n este caso, el poderoso,
para impedir u n a coalición de los otros dos, conclu irá con el
más fuerte un acuerdo de precios o de producción que le ase­
gure a éste ven ta ja s considerables y sirva para a n iq u ila r al
más débil. C o n se gu id o esto, el poderoso puede y a prescindir
de su aliado, y, h a llá n d o le sin defensa, arruinarle, a ta r a ta n d o
los precios o por otro método.
P asem os a otro tipo, completamente distinto, de fo rm a ­
ciones sociológicas condicionadas por el número de sus ele­
mentos. E n las agrupaciones de dos y de tres tratábase de la
vida interior del grupo, con todas las diferenciaciones, con
todas las síntesis y antítesis que se desarrollan en este n ú -
mero m ínim o o m áx im o de miem bros. L a cuestión no se re­
fería al grupo como totalidad, en su relación con otros o con
uno m ay o r del que form are parte, sino a la relación mutua
inmanente de sus elementos. P e ro si nos preguntam os ahora
cuál es el sentido que tiene bacía fuera la cantidad numérica,
habremos de contestar que su función esencial es hacer po­
sible la clasificación de un gru p o en subgrupos. E l sentido
ideológico de ésta es, como y a se ha indicado antes, que el g r u ­
po tota l resulta más fácilm ente abarcable y dirigible. A veces
constituye la primera organización o, m ejor dicho, m ecaniza­
ción del grupo. E n un sentido puramente form al, se obtiene
la p osibilidad de conservar la forma, el carácter e instituciones
de los subgrupos, con independencia del desarrollo cuantitati­
vo del grupo total. L o s elementos con que cuenta la a d m in is ­
tración del grupo siguen siendo los mismos, en cuanto a la
cualidad sociológica; el aum ento del todo no h ace m ás que
modificar su m ultiplicador. E sta es, por ejemplo, la enorme
utilidad que tiene la clasificación num érica en los ejércitos.
G ra cia s a ella, su aum ento se hace con u n a relativa lacdidad
técnica, pues se produce como repetición constante del cuadro
ya prefijado numérica y orgánicamente.
E sta ventaja va u nida, evidentemente, a toda determ ina­
ción numérica en general, y n o a determinados números.
E xiste, sin embargo, un núm ero y a mencionado, que ha teni­
do gran importancia histórica en el establecimiento de las
divisiones sociales; el diez y sus derivados. E l m otivo prin ci­
Sociología

pal de esta reunión de diez m iem bros en obras y responsabi­


lidades solidarias; el m otivo p rin cip al de estos grupos decena­
les Que aparecen en m u ch as civilizaciones antiguas, Kan sido,
indudablem ente, los dedos de la m ano. C u a n d o aún los h o m ­
bres no tenían soltu ra bastante en el cálculo aritmético, en­
contraron en los dedos u n primer principio de orientación
para determinar u n a plu ralidad de unidades y hacer percepti­
bles sus divisiones y composiciones. E ste sentido general, ya
baslantes veces subrayado, del cinco y el diez, h alla u n com ­
plem ento especial, para su aplicación social, en el hecho de que
los dedos tienen u n a relativa independencia m u tu a y u n m o ­
vim ien to autónom o, y , sin em bargo, están reunidos de un
m odo inseparable (en F ran cia se dice de dos amigos: están
u n id os como dos dedos de la m ano), y únicam ente en su cola­
boración adquieren su sentido propio, p o r lo cual son una
im agen m u y exacta de las u n ion e s sociales. N o puede sim b o­
lizarse de un modo m ás claro la unidad y peculiar cooperación
de los subgrupos en las grandes colectividades. T o d a v í a hace
poco, la sociedad secreta checa « O m lad in a» se constituyó con
arreglo al principio del núm ero cinco; la dirección correspon­
día a varías «manos», form adas cada u n a de ellas por u n p u l­
g ar (el jefe) y cuatro dedos (l). L a u n id a d que el número diez
form a dentro de u n gru p o m a y o r h a sido siempre sentida más
o m enos claramente, como demuestra la costumbre, que data
de los tiempos más remotos, de diezm ar ejércitos, en revolu­
ciones, deserciones, etc. Se escogían diez hombres, considerán­
dolos como u n a unidad que podía ser castigada por el casti-

( i ) C on sid era d a desde o t r o a sp ecto m ás gen eral, la d iv isió n p o r el n ú m ero de


d e d o » v a in clu id a en la tendencia típ ica a u tiliza r, p o r lo m e a o s, co m o n o m b re y
s ím b o lo , figuras d e u n ritm o d a d o, perceptible >- n a tu ra l, c o n este fin s o c io ló g ic o . CTna
s o cie d a d p o lítica aecreta q u e se c o n s titu y ó b a jo el rein a d o d e L n i* Felipe llevaba el
n o m b re d e «L a s C u a tro E sta cio n e s ». S eis m iem b ros, b a jo la d ire cció n de un séptim o,
lla m a d o D o m in g o , form a b a n u n a sem ana; cu a tro sem anas, un m es; tres m eses, una
esta ción : cu a tro estaciones, la u n id o d su p erior co lo ca d a b a jo el m a n d o d e u n gen era lí­
s im o . A pesar d el ca p rich o ju g u e tó n q u e h a y en estas d en om in a cion es, interviene,
duda, en ellas el sen tim ien to de repetir u n a fo rm a u n ita ria de diferentes elem en tos n a ­
turales. Y la co lo ra ció n m ística a q u e siem pre tienden las sociedades secretos, habrá
fa v o re cid o este s ím b o lo , c o n el cu al se creía in y ectar u n a energía plástica de la natu­
ra leza en asta orgonizsriÓ Q arbitraria.
cantidad en los grup os sociales 141

go de u n solo individ uo. O interviene en esto quizó también


la experiencia de que entre diez suele bailarse, por término
medio, u n director o cabecilla.
L a división de u n grupo en diez partes numéricam ente
iguales, aunque conduce a distinto resultado y no tiene prác­
ticamente n in g u n a relación con la división en diez individuos,
arranca psicológicamente de ésta, a mi parecer. C u a n d o los
judíos regresaron del segundo destierro (42.360 con sus escla­
vos), fueron distribuidos de m anera que u n a décima parte fijó
su residencia en Jerusalén y la s otras nueve en el campo.
P a ra la capital eran dem asiado pocos, y pronto h u b o que pro­
curar el aum ento de los habitantes de Jerusalén. A q u í parece
que la fuerza ciega del principio decenal, como base de división
social, cegó a los judíos para las exigencias de la práctica.
L a centenada - o centuria — derivada del principio dece­
nal, es, por de pronto, esencialmente un método de división;
el más importante en la historia. Y a he dicho que llegó a
identificarse con el concepto m ism o de división, hasta el punto
de darse el nom bre de ceiituria a todo subgrupo, a u n q u e con­
tenga bastante más o bastante menos miembros. L a centena­
da llega a ser como la idea del subgrupo en general; no se
altera su sentido, cualquiera que sea el número efectivo de
miembros que contenga. D o n d e mejor se ve esto es en el papel
importantísimo que ia centenada representaba en la In g la te ­
rra anglosajona. E.s tam bién característico en este sentido el
hecho de que las centenadas del antiguo Perú pagasen to d a ­
vía a los incas su tributo, voluntariam ente, em peñando en
ello todas sus fuerzas, aun cuando ya h ab ían quedado redu­
cidas a una cuarta parte de su total. L l hecho sociológico fu n ­
damental es aquí qtte estas asociaciones fronterizas se sentían,
como unidades, independientes de sus miembros. P e r o como
el impuesto no gravitaba, a l parecer, sobre la asociación como-
tal, sino sobre los cien miem bros, el hecho de que los veinti­
cinco restantes asumieran toda !a obligación, muestra clara­
mente que la centenada era sentida como una unidad a b so lu ­
to, solidaria por naturaleza.
P o r otra parte, es inevitable que la división en centenadas
rasgue muchas relaciones orgánicas — de parentesco, ve cin ­
dad, sim patía — ; pues es siempre un principio mecánico-téc-
142 S o c io lo g y

nico, u n principio teleológico, no producido por instintos n a ­


turales. E n ocasiones la división decenal se com bina con otra
de u n carácter m ás orgánico. A s í , el ejercito m edieval del I m ­
perio a le m án estaba dividido en pueblos; no obstante, sabe­
m os tam b ién de u n a división en m illares, la cual ten ía que
c ru zar y superar aquel otro orden m ás na tu ra l, más determi­
n a d o por el term inus a quo. Sin embargo, la m arcada centri-
p etalidad de la centenada induce a buscar su sentido en otro
aspecto que no en el solo fin de la división, siempre algo ex­
terior y a! servicio del gru p o m a y o r que la abarca. Prescin­
diendo por ahora de esto, se b a ila que, en íecto, la centena
de m iem bros presta al gru p o u n a significación y dignidad es­
pecíales. L a nobleza, en la ciudad epicefírica Locros, areía des­
cender de nobles mujeres pertenecientes a las «cien casas» que
h a b ía n participado en la fun d ació n de la colonia. A n á l o g a ­
mente lo s primeros establecimientos con los que se fundó
R o m a estaban, según se dice, compuestos de cien genres lati­
nas, cien sabelias y otras cien de diversas procedencias. E v i ­
dentemente, el centenar de miembros presta al grupo cierto
estilo, u n contorno exactamente delim itado, frente al cual
otro núm ero menor o m ay o r pareciera algo vago, algo menos
cerrado en sí mismo. E l número ciento tiene u na u n id a d y
sistema interior que le hacen particularm ente adecuado para la
form ación de mitos genealógicos; posee u n a combinación p a r­
ticular de simetría mística y sentido racional, de que carecen
los demás números, siempre algo accidentales y desprovistos
todos de principio interno, siempre variables en su estructure-.
L a relación particularm ente adecuada con las categorías de
nuestro entendimiento, la facilidad con que se percibe, hacen
del núm ero ciento u n principio apropiado de división, y lo
presentan como reflejo de u n a peculiaridad objetiva del grupo,
que procede justam ente de esta determinación numérica.
E sta cualificación que acabam os de m encion ar se distin­
gue completamente de las que hem os estudiado hasta ahora^
E n las com binaciones de dos y de tres, el núm ero determina­
ba la vida interior del grupo; pero no como cantidad. E l gru­
po ofrecía todas aquellas manifestaciones, mas no porque su
totalidad tuviera dicha m agnitud; aquellas determinaciones
eran adquiridas por cada u n o de los elementos merced a su
La cantidad en ios grup os sociales 143

acción recíproca con otro o con otros dos. D e m u y diversa


manera acontecen las cosas en los derivados del número diez.
A q u í el fund am ento de la síntesis se h alla en la m ay o r fa c i­
lidad de vigilancia, organización, dirección; es deíir, no en el
grupo mismo, sino en el sujeto que tiene que habérselas con
el grupo, teórica o prácticamente.
P o r último, una tercera significación del núm ero consiste
en que el grupo, objetivam ente y en su totalidad — esto es,
sin distinguir disposiciones individuales de los elementos — ,
no muestra ciertas cualidades sino cuando está por encima o
por debajo de cierto núm ero. D e un modo general, hem os tra­
tado de esto, al f i j a r l a distinción entre los grupos grandes y
los pequeños. P ero aho ra preguntam os si determ inado n ú m e­
ro de m iembros no producirá ciertos rasgos de carácter en el
grupo total. N a tu ra lm e n te , el fenóm eno real y decisivo siguen
siendo las acciones recíprocas entre los individuos; pero abora
el objeto de nuestro problema no s o n éstas en su in d iv id u a li­
dad, sino su reunión en u n todo. L os hechos que ab onan este
sentido de la cantidad colectiva pertenecen todos a u n tipo
único: los preceptos legales sobre el número m ín im o o m á x i­
mo de asociaciones que, como tales, solicitan ciertas funciones
o derechos y h a n de cum plir ciertos deberes. K l fundam ento
de esto es patente. L a s cualidades especiales que las asocia­
ciones desarrollan, en virtu d del ntimero de sus miembros y
que justifican los preceptos legales sobre éstas, serían siempre
las m ismas, estarían siempre ligadas al mismo número, si no
hubiese diferencias psicológicas entre los hombres y si la ac­
ción de un grupo dependiera tan exactamente de su cantidad
como la acción energética de una m asa hom ogénea en m o v i­
miento. Pero las diferencias individuales entre los miembros
hacen completamente ilusorias toda determinación exacta
previa. P ued en ser causa de que la misma energía o im pru­
dencia, la misma centralización o descentralización, la misma
autonom ía o dependencia a parezcan como cualidades de un
grupo de determinada extensión y de otro m ucho m ás peque­
ño o m ucho más grande. P e r o los preceptos legales que deter­
m in an las cualidades que h a n de tener las asociaciones no
Pueden contar técnicamente con tales oscilaciones y p a ra liza ­
ciones, producidas por el material h um ano accidental, sino
144 Jj cantidad en los grupos sociales 145
Sociología

que deben ex igir cierto n ú m ero definido de miembros, a l que actos que el G o b ie rn o no quiere que se cometan. D o n d e esto
v a n u n id os entonces los derechos y deberes. E l fundamento Se ve m ás claro es en las leyes moralizadoras. A l lim itar el
de todas estas determinaciones está en ei supuesto de que en­ número de las personas que pueden tomar parte en un b a n ­
tre personas asociadas n o se produce cierto espíritu común, quete o el de los acom pañantes de u n a comitiva, etc., se parte
cierto ambiente y fu erza y tendencia más que cuando este n ú ­ de la convicción empírica de que, en una masa grande, fácil­
mero ha alca n za d o determinado nivel. S e g ú n que este resui- mente gan an predominio los im pulsos sensuales, progresa rá­
tado sea deseado o temido se exigirá u n número m ín im o o se pidamente el mal ejemplo y se p araliza el sentido de la res­
permitirá un nú m ero m áxim o. ponsabilidad individual.
C ita ré primero alg u n os ejemplos del últim o caso. E n la C o n e! mismo fundamente, oriéntanse. en dirección op ues­
G re c ia antigua h ab ía prescripciones legales que disponían ta. las prescripciones que exigen un m ínim o de copartícipes
que la tripulación de los barcos no p odría exceder de cinco, para que se produzca un determinado electo jurídico. A s í , en
para impedir de ese modo ¡a piratería. P o r temor a las a so­ Inglaterra, toda asociación económica puede conseguir los de­
ciaciones de oficiales de gremios, dispusieron en 1436 las ciu­ rechos de corporación, si está compuesta al menos de siete
dades del R i n que no pudieran ir vestidos del m ism o modo m íe m b o s . E l derecho exige en tod as partes un núm ero m ín i ­
más de tres oficíales. L a s más frecuentes prohibiciones de mo de jueces — núm ero extraordinariam ente fluctuante en su
este género son las políticas. Felipe e l H erm oso prohibió determinación - para dictar una sentencia válida, hasta el
en l 505 todas las reuniones de más de cinco personas, a cual­ punto de que. en algun os lugares, ciertos tribunales colegiados
quier estado a que perteneciesen y en cualquier form a que lo se llaman, sencillamente, «los siete». C o n respecto a ia primer
hicieran. E n el a nd en régime no podían reunirse veinte n o ­ form a, se supone que ú nicam ente con ese número de m iem ­
bles sin que el rey lo permitiera especialmente. N a p o le ó n í l i bros están dadas ias garantías suficientes de solidaridad acti­
prohibió todas las asociaciones de más de veinte personas no va, sin las cuales los derechos de corporación serían un peli­
a u to rizad as especialmente. E n Inglaterra, el con veaiicle act, gro para la economía pública. E n ei segundo ejemplo, el
en la época de C a r lo s II, castigaba todas las asam bleas reli­ número m ínim o prescrito parece surtir el efecto de que los
giosas celebradas en u n a casa entre m á s de cinco personas, y errores y opiniones extrem as de ios individuos se equilibren
la reacción inglesa de principios del siglo xix prohibió todas unos con otros, con lo cual, la opinión colectiva podrá acertar
las reuniones de m ás de cincuenta personas n o anunciadas con lo objetivamente jus.ro. E sta exigencia de u n núm ero m í­
mucho tiempo antes. E n estados Je sitio, con frecuencia, no nim o aparece, particularm ente clara en manifestaciones reli­
pueden detenerse en. la calle m ás de tres o cinco personas; y giosas. L as reuniones regulares de los frailes bud istas de de­
hace u nos años, la A u d ie n c ia de B erlín decidió que existía terminado territorio, para hacer ejercicios religiosos y u n a
una «reunión» en el sentido de la ley (reunión que, por tanto, especie de confesión, requerían la asistencia de cuatro monjes
necesitaba anunciarse previamente a la policía) con sólo qué como mínimo. E ste número constituía, por decirlo asi, el s ín o ­
estuvieran presentes ocho personas. E n el campo económico do, y cada uno de ellos, como miembro del mismo, tenía una
se manifiesta esto, por ejemplo, en la ley inglesa de l7o8 — que Significación distinta de la q u e le correspondía com o fraile i n ­
fué votada por la influencia del B an co de Inglatera — , la cua: dividual. Igualm ente, los ju d ío s h ab ía n de reunirse por lo
menos en núm ero de diez para orar. E n la constitución que
dispuso que las asociaciones legales para el tráfico de dinero
no podrían a b razar más de seis copartícipes. E sto indica que hizo L ocke para la C a r o lin a del N orte , cualquier iglesia o co­
existía entre los gobernantes la convicción de que sólo en g ru ­ munidad religiosa podía establecerse con tal de constar, al
pos de la cantidad enunciada se encuentra el valor o la im p re ' menos, de siete miembros. E n estas disposiciones se supone,
visión, la audacia o la ligereza suficientes para cometer ciertos pues, que la fuerza, concentración y estabilidad de la creencia
IO
146 S ociología M (C a p í t u l o 3

religiosa com ún, sólo puede producirse a partir de un cierto LA SU B O R D IN A C IO N


nú m ero de m iembros que se sostienen y elevan mutuamente.
R e s u m ie n d o : cuando la ley prescribe u n núm ero m ín im o es
porque confía en la plu ralidad y desconfía de las energías i n ­
dividuales aisladas; cuando prescribe u n núm ero m áxim o,
im púlsala, por el contrario, la desconfianza en la pluralidad,
desconfian za que no alca n za a sus elementos individuales
componentes.
Pero, bien sea con la prohibición de un m áx im o o con la
autorización de un m ínim o, el legislador no duda de que los
resultados que desea o teme se producirán, sólo por términos
medios y de u n modo inseguro, dentro de los límites prefi­
jados. E n cuanto a lo arbitrario de la determ inación es, en
este caso, ta n inevitable y tan justificado, como en la fijación
del m omento en que el hombre adquiere los derechos y debe­
res de la m a y o r edad. C la r o es que la capacidad interna se
produce en unos, antes, y en otros, después, y en ninguno, en oa lo general, a nadie le interesa que su influencia sobre
el m inuto m ism o fijado por el legislador. Pero la práctica ne­
cesita un criterio fijo, y sólo puede obtenerlo cortando la serú-
continu a en dos secciones, que reciben un trato com pletam en­
P otro determine a este otro, sino que esta influencia, esta
determinación del otro revierta sobre el determinante. P o r eso
existe y a una acción recíproca en aquel afán de dom inio que
te diverso, aunque esto no tenga justificación alguna en su es­ se da por satisfecho cuando el hacer o el padecer del otro, su
tructura objetiva. P o r eso resulta tan extraordinariamente estado positivo o negativo, aparecen a l sujeto como produc­
instructivo el hecho de que en todas las determinaciones, a que to de su propia voluntad. E ste ejercicio, por decirlo así, solip-
se refieren los ejemplos mencionados, no se tenga para nada en
sista de u n poder dom inador, c u y o sentido se reduce para el
cuenta la calidad particular de los hombres a quienes el pre­ superior a la conciencia de su actuación., no es sino u n a for­
cepto se refiere, siendo ella, sin embargo, la que determina ma rudimentaria sociológica,que no produce más socialización
cada caso singular. Pero esa disposición individual no es de la que existe entre un artista y su estatua, la cual reobra
aprebensible; por eso h a y que recurrir al núm ero. Y es esen­
también sobre el artista en la conciencia de su poder crea­
cial com probar el profundo sentim iento que existe en todas dor. P o r lo demás, el afán de dom inio no es suprem a des­
partes de que sería lo decisivo, sí las diferencias individuales
consideración egoísta, n i a ú n en esta forma sublim ada, cuya
no a nu lasen sus efectos; pero que, precisamente por ello, estos
finalidad no consiste propiamente en la explotación del otro,
efectos están contenidos en el fenóm en o total. sino simplemente en la conciencia de s u posibilidad. E s
verdad que el a fá n de dominio quiere q uebrantar la resis-
tencia interior del sometido, mientras que el egoísmo suele
conformarse con la victoria sobre la resistencia externa. P e ro
el afanoso de dom inio siente siempre por el otro u n a espe­
cie de interés; el otro tiene para él algún valor. S ó lo cuando
el egoísmo 110 es y a n i siquiera afán de dom inio; cuando el
otro es perfectamente indiferente y recibe tan sólo la conside-

147
148 Sociología

ración de mero instrum ento para fines que están fuera de él,
só lo entonces desaparece toda som bra de colaboración sociali-
zadora. E l principio, form ulado por los juristas rom anos pos­
teriores, de que la societas leonina no puede considerarse como
u n contrato de sociedad, muestra de u n m odo relativo que, al
p rivar de tod a significación propia a u n a de las partes, queda
suprim ido el concepto de' sociedad. E n el mismo sentido, y
refiriéndose a los trabajadores de las grandes empresas mo-
d e rn a s— que excluyen toda concurrencia de empresas rivales
en el reclutam iento de b razos--, se ha dicho que la diferencia
entre la posición estratégica del obrero y la de sus patronos es
tan grande, que el contrato de trabajo deja de ser u n «contra­
to» en el sentido corriente de la palabra; pues los obreros
tienen que entregarse incondicionalm ente al patrono. T e n ie n ­
do esto a la vista, la m áx im a moral: no emplees nunca ai
h om bre como simple medio, se revela en efecto como fórmula
de toda socialización. C u a n d o la significación de una de las
partes desciende hasta tal punto que su personalidad y a no
entra para nada en la relación, no puede y a hablarse de so­
ciedad, como no puede decirse que exista sociedad entre el car­
pintero y su banco.
P ero, ei, realidad, esa ausencia de toda espontaneidad en la
relación de subordinación, es m ás rara de lo que parece dedu­
cirse de los giros populares que h ab lan abundantem ente de
«coacción», de «110 tener opción», de «necesidad absoluta».
A u n en la s relaciones de sum isión m ás opresoras y crueles,
subsiste siempre una cantidad considerable de libertad perso­
nal. L o que sucede es que no nos dam os cuenta de ella; porque
afirm arla en tales casos costaría sacrificios que no estamos
dispuestos a realizar generalmente. L a coacción «absoluta»
que ejerce sobre nosotros el más cruel tirano está siempre, en
realidad, condicionada; está condicionada por nuestra v o lu n ­
tad de eludir las penas u otras consecuencias de nuestra in su ­
misión. E strictam ente hablando, la relación de subordinación
no aniq u ila la libertad del subordinado, sino en el caso de
coacción física inmediata. E n los demás casos, se limita a
exigir por nuestra libertad u n precio que no estamos dispues­
tos a satisfacer; puede estrechar sin duda más y más el círculo
de condiciones exteriores para que se realice esa libertad, pero
j j subordinación 149

no llega n u n c a a an iq u ila rla totalmente, salvo en el citado


caso de violencia física. N o nos interesa aquí el aspecto m oral
de estas consideraciones. Só lo nos importa el sociológico: que
la acción recíproca, es decir, la acción m utuam ente determ i­
nada, que parte de a m b os centros personales, subsiste a ú n en
los citados casos de subordinación completa, y bace de esta
subordinación u n a form a «social», aún en los casos en que la
opinión corriente considera que la «coacción» de u n a de las
partes p r iv a a la otra de to d a acción espontánea y a n u la por
tanto u n o de los lados de la acción recíproca.
T e n ie n d o en cuenta el enorme papel que en la vida social
representan las relaciones do subordinación, es sum am ente
importante, para el análisis de la existencia social, percatarse
claramente de esa espontaneidad y actividad que conserva el
sujeto subordinado, y que con frecuencia se oculta a las ideas
corrientes. E so que lla m a m o s «autoridad» supone, en mucho
m ayor grado del que suele creerse, la libertad del sometido; ni
a ú n en el caso de que la autoridad parezca «oprimir» a l som e­
tido redúcese a u n a coacción y simple sojuzgam iento. L a forma
propiamente dieba de la «autoridad», que tan im portante es
para la vida social, en sus grados m ás varios, desde el m ero in ­
dicio basta su exageración, desde el estado agudo b a sta el per­
manente, parece producirse de dos maneras. U n a personalidad
superior por su valer y su energía, inspira fe y confianza a las
gentes que la rodean de cerca o de lejos; sus opiniones adquie­
ren u n peso que les presta el carácter de instancia objetivo; la
personalidad consigue para sus decisiones u n a prerrogativa y
una confianza a xio m ática, que supera el valor de la persona­
lidad subjetiva, va lo r siempre variable, relativo y sujeto a crí­
tica. C u a n d o un hom bre actúa «autoritariamente», la cantidad
de s u im portancia se transform a en u n a nueva cualidad y a d ­
quiere, para su m edio ambiente, el carácter de algo objetivo.
A l m ism o resultado puede llegarse por el cam ino inverso. U n a
potencia suprain dividu al, E stad o, Iglesia, escuela, org a n iz a ­
ciones fam iliares o m ilitares, confieren a u n a personalidad in ­
dividual un prestigio, u n a dignidad, un poder de decisión in­
apelable, que acaso n u n c a hubiera surgido de su individualidad
Propia. L a «autoridad»— cuya esencia consiste en que u n h o m ­
bre decide con esa seguridad y poder obligatorio que lógica-
150 Sociologia

mente sólo debiera corresponder a los axiom as y deducciones


transpersonales y reales— , h a venido a posarse, en este caso,
como desde arriba, sobre u n a persona. E n cambio, en el pri­
mer caso, la autoridad brota de las cualidades personales como
por generatio aequívoca. E n el punto de esta transform ación y
conversión, es donde evidentemente ha de insertarse l a creen­
cia m ás o menos volun taria del sum iso a la autoridad; pues
a c u e lla transform ación d e l v a lo r transpersonal y del valor
personal, aquel cambio que agrega al v a lo r personal u n plvs,
aun qu e sea m ínim o, sobre el que racionalm ente le correspon­
de, es realizado por el que cree en la autoridad y constituye un
acontecimiento sociológico, que exige la cooperación espon­
tánea del elemento subordinado. E s más; el hecho de sentir
como «opresora» u n a autoridad, supone la independencia del
otro, independencia que no se puede n u n c a a n u lar por com ­
pleto.
D e b e m o s distinguir de la autoridad ese m atiz de superio­
ridad, que se lla m a prestigio. F a lta en éste por completo el
elemento de la significación transubjetiva, la identificación
entre la persona y una fuerza o norm a objetivas. L o que dá
en este caso al jefe su condición de jefe, es exclusivamente u
energía individual; y esta energía permanece consciente de si
m ism a. Y frente al tipo medio del jefe, en el que se da siempre
u n a cierta mezcla de elementos personales y elementos objeti­
vos, el prestigio arranca de la pura personalidad, como la a u ­
toridad nace de la objetividad de normas y poderes. A ú n cu a n ­
do la esencia de esta clase de superioridad consiste justamente
en «arrastrar», en llevar iras de sí un séquito incondicional de
individuos y m asas— más que la autoridad, cuyo elevado, pero
frío carácter de norma, deja lugar a críticas por parte del so­
metido— , el prestigio aparece como una especie de homenaje
volun tario al superior. Q u i z á s de hecho sea más libre el suje­
to cuando acata la autoridad, que cuando se deja arrastrar por
el prestigio de un príncipe o un sacerdote, de u n jefe m ilitar o
espiritual. P ero en la conciencia del dirigido sucede cosa bien
distinta; contra la autoridad es lo corriente que no podamos
defendernos, mientras que el impulso que nos lleva hacia un
hombre prestigioso contiene siempre u n sentim iento de espon­
taneidad. Justamente porque la entrega se hace a una persona-
La subordinación 151

lidad, parece brotar del fondo de la personalidad, de su libertad


imprescriptible. Ciertamente, yerra el Hombre incontables veces
al estimar el grado de libertad con que realiza u n a acción; a u n ­
que sólo sea por la poca seguridad y claridad con Que nos clamos
cuenta de aquel hecho interno. Pero cualquiera que sea el modo
de interpretar la libertad, puede afirmarse que algun a libertad—
aunque no en la medida que suponem os— poseemos siempre
cuando tenemos el sentimiento y la convicción de poseerla (l).
T o d a v ía más positiva es la actividad desplegada por los
elementos en apariencia pasivos, cuando se dan relaciones
como la del orador con el auditorio o el maestro con su clase.
E l orador, el maestro, parece ser el único director, el superior
momentáneo. "No obstante, todo el que se encuentra en seme­
jante situación, experimenta pronto la reacción determinante
y orientadora de esa masa, que en apariencia es puramente re­
ceptiva y pasiva. Y esto no ocurre sólo en el caso de presencia
inmediata. Todos los jefes son a su vez mandados, y , en in ­
contables casos, el señor es el esclavo de sus esclavos. « Soy su
jefe; por tanto, tengo que seguirlos», dijo uno de los más g r a n ­
des políticos alemanes refiriéndose a sus secuaces. E sto resulta
clarísimo en el caso del periodista, que presta contenido y di­
rección a las opiniones de u n a masa rauda, pero que al propio
tiempo Ha de escuchar, combinar, adivinar, cuáles son las ten­
dencias de esa m asa, qué es lo que desea oír, lo que quiere ver
confirmado, adonde desea ser dirigida. Dijécase que el público
está bajo la sugestión del periodista; pero, en realidad, el pe­
riodista sufre igu alm ente la sugestión del público. A s í , pues,
tras la aparenté superioridad total de uno de los elementos y
la obediencia pasiva del otro, escóndese una acción recíproca
m u y complicada, cuyas dos fuerzas espontáneas adoptan diver­
sas formas. E n relaciones personales, cuyo sentido y contenido
( l) A q u í — y ta sa an á loga sucede en m u ch os o tro s C O SO S — , n o es lo im portante
definir el cO/SCCpro del p restig io, s in o c o m p r ó la : la presencio de cierto clase y tip o Je
rela cion es m u tu os entre los h om b res, sin tener p a ta nada en cu ento cu ál /sea s u d e n o ­
m in a ció n . S u ced e o veces q u e la in v estiga ción co m ie n z a , c o m o es ju s t o . r ° r aqu el c o n ­
ce p to q u e , segú n el USO del id io m a , con vien e m e jo r ti lu rela ción q u e se investida. E sto
p ro d u ce la im p resión d e q u e el in ótcd h «e lim ita a definiciones, cu a n d o en realidad lo
q u e a q u i h a cem os n o es buscar el co n te n id o de u n con cep to, s in o d escribir u n co n te ­
n id o e fe ctiv o q u e a veces tend rá la fo rtu n a de con ven ir m ás o m en os co n u n con cep to
ya existente.
152 S o c io lo g ;j

ponen u n a de las partes al servicio exclusivo de la otra, esta


T L.a subordinación

E n singular transposición manifiéstase el elemento de la


153

entrega plena va unida m uchas veces a la entrega correspon­ acción recíproca (dentro de u n a subordinación, en apariencia,
diente que la otra parte hace de sí m ism a a la primera, aunque completamente pasiva) en u n a doctrina medieval del E stad o,
en otra capa de la realidad. A s í dice B is m a rc k a propósito de según la cual el origen del E stad o consiste en que los h o m ­
sus relaciones con G u i ll e r m o I: «Las leyes determinan cierto bres se obligaron m utuam ente a someterse a u n jefe común,
grado de adhesión y l a s convicciones políticas determinan un y el s o b e r a n o - i n c lu s o el a b so lu to — obtiene su poder en vir­
grado m ayor. P ero si se pasa de aquí, se requiere ya u n cierto tud de un contrato entre los súbditos. E n esta teoría la idea
sentimiento personal de reciprocidad. M i adhesión estaba fu n ­ de la reciprocidad y a no reside en la relación de so b eranía— que
dada, en principio, sobre m i convicción m onárquica; pero el ca­ es donde la ponen las doctrinas contemporáneas del contrato
rácter especial de esa mi adhesión sólo era posible bajo la for­ entre el soberano y el p u e b lo — , sino que pasa al fundam ento
ma de cierta reciprocidad, la que puede haber entre el señor y el mismo de esa relación; la obligación para con el príncipe es
servidor.» Q u i z á s el caso m as característico de este tipo lo considerada como m era forma, expresión y técnica de u n a re­
ofrezca la sugestión hipnótica. U n distinguido h ipnotizador ha lación de reciprocidad entre los individuos del pueblo. Y si
declarado que en toda hipnosis h a y cierta acción, no fácil de para H obbes el soberano no puede nunca, sea cual fuere su
determinar, del hipnotizado sobre el h ip n o tiza d o r, sin la cuai conducta, faltar para con sus súbditos, puesto que no ha cele­
no se conseguiría el efecto. L a apariencia de las cosas no nos brado n in g ú n contrato con ellos, en cambio, tam poco el s ú b ­
ofrece aquí m ás que un absoluto «influir» por u n lado, y un dito infringe n in g ú n contrato, aunque se rebele contra el sobe­
absoluto «ser influido» por otro; y, sin embargo, cierta acción rano; el contrato que infringe en tal caso es el que h a celebrado
recíproca se esconde también bajo esa apariencia y h a y una con los demás m iem bros de la sociedad y que h a consistido en
reciprocidad de influencias que convierte en form a sociológica dejarse gobernar por aquel soberano.
la pura parcialidad de la subordinación. L a desaparición de este elemento de reciprocidad es la que
V o y a m encionar algunos casos m ás de subordinación, to­ explica que la tiran ía de u n a com unidad sobre un miembro de
mados de la esfera jurídica, en los cuales se descubre sin di­ la m ism a pueda ser m ucho peor que la de un príncipe. E l h e ­
ficultad la existencia de u n a acción recíproca real, tras la ap a ­ cho de que la com unidad (y no me refiero sólo a la política)
riencia del influjo único de u na sola de las partes. C u a n d o en considere a sus miembros, n o como seres que están frente a ella,
u n régim en de ilim itado despotismo, el soberano une a sus sino como partes de ella m ism a, da lu g ar m uchas veces a una
preceptos la am en aza de u n a pena o la promesa de u n a re­ desconsideración, harto distinta de la crueldad personal de un
compensa, esto quiere decir que él m ism o se liga al decreto que déspota. E l hecho de sentirse dos, u no enfrente de otro, aunque
h a dictado; que concede al subordinado el derecho a exigir algo el segundo aparezca como subordinado, implica u n a acción re­
de él, puesto que al fijar la pena, por horrenda que sea, se com ­ cíproca que, en principio, supone u n a lim itación de am bos ele­
promete el déspota a no im poner otra m ayor. Q u e luego, de mentos. Só lo excepciones particulares infringen esta regla.
hecho, conceda la recompensa prometida o limite la pena a las C u a n d o la relación con el subordinado ostenta ese carácter de
proporciones por él fijadas, eso es y a otra cuestión. Pero el desconsideración, que se manifiesta en el caso de una c o m u n i­
sentido de la relación es el de que, si bien el superior determi­ dad avasalladora, es que no existe esa contraposición en cuya
na por completo la suerte del subordinado, asegúrale, empero, acción recíproca se realiza la espontaneidad de am bos elemen-
un derecho que éste puede hacer valer o al que puede re n u n ­ tos y, por tanto, su lim itación m utua.
ciar; de m anera que incluso esta forma extrema de l a relación E sto se expresa con gra n belleza en el prim itivo concepto
permite to d av ía cierto grado de espontaneidad en el subordi­ rom ano de la ley. E n su sentido puro, la le y exige u n a su m i­
nado. sión, en la cual no cabe espontaneidad o reacción alg u n a por
15 4 S o c io lo g ía La su bordin ación 155

parte del subordinado. E l hecho de que éste h a y a colaborado en ser ejercido por un individ uo, por un grupo, por un poder ob­
la legislación o incluso de que se h a y a dado a s í m ism o la ley, jetivo, sea social o ideal. E studiaré tan sólo algun as significa­
n o modifica en nada el sentido; en tal caso escíndese el sub o r­ ciones sociológicas de estas posibilidades.
dinado en sujcio y objeto de la legislación, y la determ ina­ L a subordinación de u n grupo a una persona, tiene como
ción de la ley que va del sujeto al objeto no altera su sentido consecuencia principal una considerable unificación del gru­
porque am bos coincidan casualm ente en una m ism a persono po. E sta unificación es casi equivalente en las dos form as
física. Y , sin embargo, los rom anos h a n indicado in m ed iata ­ características de esta subordinación: la primera, que consiste
mente en el concepto de le y e l concepto de acción recíproca. en que el grupo, con su cabeza, constituya una verdadera u n i­
O rig in ariam en te, le x significa en efecto contrato, aunque en el dad interior y que el jefe dirija las fuerzas del grupo en el sen­
sentido de que las condiciones del m ism o son fijadas por el tido m ism o del grupo, de manera que en este caso la superio­
que propone, no teniendo m ás intervención la otra parte que ridad sólo significa propiamente que la vo lu n ta d del grupo ha
la de aceptarlas o rechazarlas en bloque. A s í , originariamente, h alla d o en el jefe u n a expresión o cuerpo unitarios; la segun­
la le x p u blica p o p u li rom ani significaba que el rey la había da, que consiste en que el grupo se h alle en oposición a su ca­
propuesto, y el pueblo aceptado. D e aquí se sigue que la desig­ beza, y forme un partido frente al jefe. Respecto al primer
n a ción hace referencia a la acción recíproca en el concepta, caso, el más superficial estudio de un tema sociológico m ues­
que más parece excluirla categóricamente. E sto s e m a n i­ tra desde luego las inm ensas ven tajas de la soberanía única
fiesta también en la prerrogativa otorgada al r e y rom ano, d? para la concentración y uso económico de las energías colecti­
ser el único autorizado para h ab lar al pueblo. T a l prerrogati­ vas. S ó lo mencionaré dos términos de subordinación común,
v a significa, sin duda, el celo exclusivo con que pretende el que aunque m u y diferentes en su contenido, revelan cuán i n ­
rey afirmar la unidad de su sob eranía— así como en la a n ti­ sustituible es la soberanía única para la unidad del conjunto.
güedad griega, el derecho de cada cual a hablar al pueblo, s ig n i­ L a sociología de las religiones se diferencia, en principio,
fica la democracia perfecta— ; pero h a y también en ella el re­ según que la u n ión d é l o s in divid uos en un grupo sea la que
conocimiento de la im portancia que tiene el poder h ab lar a. produce, por decirlo así, al D io s com ún, como sím bolo y consa­
pueblo y, por consiguiente, el pueblo mismo. E s t a importancia
gración de su parentesco m utuo (como ocurre en m uch as reli­
estriba en que el pueblo es parte contratante, aunque el dere­ giones prim itivas) o que la idea de D io s sea la que reúna los
cho de contratar con él estuviese reservado a ttna sola per­
elementos que no estaban antes unidos o que estaban en u n ió n
sona.
poco estrecha. N o hace falta explicar hasta qué punto se ha
N o s proponíam os, con estas observaciones, mostrar el ca­
realizado en el cristianism o esta ú ltim a forma; tampoco insis­
rácter propiamente sociológico, sociogénico, de la subordina­
tiremos en el caso de alg u n as sectas que se sienten estrecha­
ción, aún en aquellos casos en que parece que en vez de una mente unidas por la relación absolutam ente subjetiva y m ís­
relación social existe u n a relación m eramente mecánica y el
tica que con la persona de Jesús establece cada individuo, con
subordinado se presenta como u n objeto o medio en manos
Completa independencia de los demás y de la comunidad. Pero
del superior y como privado de toda espontaneidad. Pero, al
incluso de los judíos se ha dicho que, en oposición a las de­
menos en algun os casos, hemos logrado hacer ver cómo tras
m ás religiones de la m ism a época (en las cuales el parentesco
la influencia unilateral se escondía la acción recíproca que es
ligaba a cada m iem bro con otro y sólo después al conjunto
el proceso sociológico decisivo.
con el principio divino), el contrato c o m ú n —es decir, que
Las especies de subordinación pueden clasificarse por de
atañía a cada cual inm ediatam ente— con Jeh ová era sentido
pronto — siguiendo u n criterio externo, pero cómodo para la
como la verdadera fuerza y significación de la com unidad n a ­
exposición— en u n esquema de tres miembros. E l m ando puede
cional. E l feudalismo m edieval con sus complicadas relacio-
156 Sociología

nes personales de dependencia y «servicio», encontró frecuen­


tes ocasiones de repetir esta estructura formal. L a s más carac­
terísticas en este sentido acaso sean las corporaciones de los
m inisteriales, servidores de C a s a y corte, que estaban en rela­
ción intima, puramente personal, con el príncipe. E stas corpo­
raciones n o tenían n in g u n a base real, como las que tenían las
comunidades de siervos rurales con sus posesiones contiguas.
L a s personas que las form aban estaban em picadas en servicios
completamente distintos, tenían domicilios diversos, y no obs­
tante form aban corporaciones cerradas, sin cuya venia nadie
podía ser admitido ni despedido. H a b ía n desarrollado un de­
recho propio, fam iliar y real; disfrutaban entre sí de libertad
contractual y comercial, pedían indem nizaciones por delitos
interiores. Y , sin embargo, esta estrecha unidad no tenía más
fu nd am ento que la identidad del señor, a quien todos servían,
que los representaba y que actuaba por ellos.
C o m o en los casos de las religiones y a m encionadas, la su ­
b ordinación a u n a potencia in divid ua l, no es en este caso
como en otros m uchos, y especialmente* en la esfera política,
la consecuencia o expresión de una com unidad orgánica o
económ ica y a existente, sino que, por el contrario, la subordi­
n a ción a un señor es la causa que crea una comunidad, que de
otro modo no se hubiera conseguido, y que no está indicada
por n in g u n a otra relación. P o r otra parte, no la igualdad
entre las relaciones de todos los subordinados con la cabeza
dom inante, sino justamente su desigualdad es la que presta
firmeza a la form a social así caracterizada. L a diversa distan­
cia a que los subordinados se encuentran del jefe, crea entre
ellos u n a gradación firme y definida, aunque con frecuencia el
lado interno de esa distancia esté constituido por la envidia, 1&
repulsión, el orgullo. E l n ivel social de cada casta india está
determinado por su relación con los bramanes. ¿Aceptaría el
b ram ón u n regalo de uno de sus miembros? ¿Recibiría sin v a ­
cilar un vaso de agua de su mano? ¿Lo aceptaría con dificul­
tad? ¿Lo rechazaría con repugnancia? E l hecho de que la pecu­
l ia r solidez de la gradación en castas dependa de esto, es
característico para la form a de que tratamos, porque justam en­
te el mero hecho de existir u n a cabeza suprema constituye un
elemento ideal que determina la relación estructural en cada
V
^ s u b o r d in a c ió n 157

elemento y, por lo tanto, en el conjunto. S in duda, esa capa s u ­


perior está form ada por m uchas personas individuales; pero
esto no tiene n in g u n a im p ortancia para el caso, y a que la for­
ma sociológica de su actuación es exactamente la m ism a que
si fuera u na persona sola; lo decisivo es la relación con el
«braman». A s í, pues, la nota form al que caracteriza la sub or­
dinación a u na sola persona, puede producirse también a u n ­
que las personas superiores sean varias. E l sentido sociológi­
co específico de esta pluralidad nos aparecerá claro en otros
fenómenos.
L a consecuencia unificativa de la subordinación a u n solo
poder dom inante, aparece tam bién y con no m enor intensidad,
cuando el grupo se h alla en oposición a dicha fuerza d o m i­
nante. T a n to en el grupo político, como en la fábrica o en la
clase, o en la com unidad religiosa, puede observarse que el
hecho de que la organización culm ine en una sola cabeza,
a yuda a realizar la u n id a d del conjunto, no sólo en caso de
armonía, sino también en el de oposición. Y acaso la op osi­
ción obligue todavía m ás al grupo a concentrarse. E l tener
adversarios comunes es, en general, u n o de los medios m ás po­
derosos para obligar a los individuos O a los grupos a reunirse;
y este efecto se intensifica todavía más cuando el enemigo
común es al propio tiempo el señor común. S in duda, esta
combinación, no en form a clara y eficaz, pero sí en una forma
latente, se encuentra en todas partes; en cierta medida o en
cierta relación, el señor es casi siempre un adversario. Interior­
mente el'hom bre mantiene una relación doble con el principio
de la subordinación. P o r u n a parte, quiere ser dom inado. L a
m ay oría de los hombres no pueden vivir sin acatar u n a direc­
ción, y sintiéndolo así, buscan el poder superior que les libre
de la propia responsabilidad, buscan u na severidad lim itativ a y
reguladora que les proteja, no sólo contra el exterior, sino con­
tra ellos mismos. P ero no necesitan menos la oposición frente
a este poder directivo, que gracias a estas acciones y reacciones
llega a ocupar el lu g ar conveniente en el sistema vital de los
que obedecen. P ud iera decirse que la obediencia y la oposición
constituyen dos aspectos de u n a m ism a conducta, aspectos que
aparecen como dos instintos orientados en diversas direccio­
nes. E l caso más sencillo es el de la política, en la cu a l la co-
S o u o io v i ,

m u n id ad , por muchos y adversos que sean los partidos que l a


integran, tiene el interés común de lim itar la competencia de
la corona, a pesar de qúe prácticamente la considere indisp en­
sable e incluso sienta una adhesión sentim ental por ella. E,n
Inglaterra, m uchos siglos después de la C arta M agn a, estuvo
v iv a la convicción de que ciertos derechos fundam entales ha­
b ía n de ser m antenidos y aum entados para «todas» las clases;
de que la nob leza no podía afirmar sus libertades, sinafirmaT
al m ism o tiempo la libertad de las clases m ás débiles; y de
que u n derecho común para los nobles, los burgueses y los
campesinos, era el correlato necesario de las limitaciones ai
gobierno personal. Y se ha hecho resaltar con frecuencia que.
siempre que se puso en cuestión este objetivo final de la lucha,
la nobleza tu v o a su lado al pueblo y al clero. Pero aún en los
casos en que n o se llega a este género de unificación, merced
al gobierno de uno solo, surge, al menos para los sometidos,
un campo de lucha com ún, y los sometidos se dividen en los
que están al lado del soberano y ios que están contra éste.
A p e n a s h a y esfera alg u n a sociológica, sum isa a una cabeza
suprema, en la que este pro y contra no inyecte en los elemen­
tos u n a vivacidad de acciones recíprocas y de relaciones que
prestan al conjunto, pese a (odas las repulsas, rozam ientos y
gastos de guerra, una fuerza unificadora superior a muchas
convivencias pacificas, pero indiferentes.
M a s no se trata aquí de construir series dogm áticas u n i ­
formes, sino de señalar procesos típ ico s- cuyas masas y cuyas
combinaciones, infinitam ente varias, hacen que con frecuencia
resulten opuestas unas a otras sus manifestaciones superficia­
les. Debemos, pues, decir, que la sum isión com ún a un poder
dom inante no siempre conduce a la unificación, sino que a ve­
ces tropieza con disposiciones determinadas y resultados com ­
pletamente opuestos. L a legislación inglesa estableció contra
los no-conformistas (esto es, contra los presbiterianos, los ca­
tólicos. los judíos), una serie de medidas y exclusiones que se
referían al servicio militar, al derecho electoral, a la propie­
dad, a los cargos del E stado. Los adeptos de la religión oficial
u tilizaron sus prerrogativas para expresar uniformem ente su
odio contra todos los demás. Poro esto no tuvo por resultado
que los oprimidos se uniesen; porque el odio de los ortodoxos
subordinación 159

füé superado por el que lo s presbiterianos profesaban a ios ca­


tólicos y viceversa. Parece darse aquí una curiosa m an ife sta ­
ción de «umbral» psicológico. H a y u n grado de enemistad
entre elementos sociales, que desaparece ante u n a opresión
com ún y se trueca en u n a unidad externa e inclu so interna.
P ero si esa hostilidad prim aria excede de cierto lím ite, la opre­
sión com ún produce el efecto contrarió. Y la causa de ello es,
primero, que cuando se experim enta una viva irritación en
cierto sentido, toda excitación, aunque proceda de otra fuente,
aum enta aquella irritación prim era y, contra toda razón, aflu­
ye al prim itivo lecho profundo, ensanchándolo. A d e m á s , sí
bien es cierto que el sufrir en com ú n acerca a los que sufren,
también es verdad que, justamente, esta proximidad forzada
les hace ver con m a y o r vivacidad su a lejam iento interior y lo
irreconciliable de su encono. S i la unificación no es bastante
a vencer u n antagonism o, tenderá, no a conservar el status (Juo
ante, sino a intensificarlo, pues es sabido que el contraste en
todas las esferas se torna más agudo y consciente cuanto más
se acercan los objetos contrastados.
O tr a clase de repulsión m ás visible crean los celos cuando
varios individuos son dom inados en común por uno. E-sta for­
ma constituye el correlato negativo de la que acaba de mencio­
narse. E n efecto, si el odio com ún es un medio m u y intenso de
unión, cuando lo odiado en común es a l m ism o tiempo el co­
mún señor, también el am o r com ún, por virtud de los celos, lia-
ce enemigos a sus sujetos, y tanto m ás cuanto que el amado co­
m ún es al m ism o tiempo el señor común. U n buen conocedor
déla v id a turca refiere que los hijos de un harem, cuando tienen
distintas madres, son siempre enemigos unos de otros. E ! fu n ­
damento de esta enemistad son los celos con que las madres v i ­
g ilan las m anifestaciones de afecto del padre h acia los hijos
que n o son suyos. E l m atiz particular que presentan los celos
cuando se refieren a l poder a que están subordinadas las dos
partes, es que el que consigue ganar el afecto de la person ali­
dad discutida ha triunfado de su rival en un sentido particular
y con u n poder particular. E l encanto sublime de dom inar al
rival dom inando al señor de éste, intensifica a l m á x im u m el
sentimiento de los celos, justam ente por la reciprocidad que
la com unidad de señor establece.
160 S ociologi*

V o lv a m o s ahora, de las consecuencias disociadoras que la


subordinación a u n poder in d iv id u a l trac consigo, a las conse­
cuencias unificadoras. H aré resaltar, ante todo, que las disen­
siones entre los partidos se arreglan m ás fácilm ente Cuando
éstos están sometidos a un mismo poder superior, que cuando
son completamente independientes. ¡C u án tos conflictos que
condujeron a la ruina, v. gr., a los ciudades griegas e italianas,
no hubieran tenido ton desastrosas consecuencias, si esas ciu-
dades-Estados h ub ieran estado dom inadas por un poder cen­
tral y sometidas a una instancia superior! C u a n d o ésta falta,
el conflicto entre varios elementos tiende fatalmente a resol­
verse por choque inmediato de las fuerzas. Desde un punto ce
vista general, el concepto de «instancia superior» posee una
eficacia que se extiende en form as diversas sobre casi iodos lo-;
modos de convivencia h u m a n a . C o r stituye u na característica
sociológica de primer orden el hecho de que exista o no, en una
sociedad o para una sociedad, una «instancia superior». N o es
preciso que esta instancia sea un soberano en el sentido ordi­
nario o extremo de la palabra. A s í, por ejemplo, sobre relacio­
nes y controversias que se fu n d an en intereses, instintos, sen­
timientos, constituye siempre una instancia superior el reino
de lo «intelectual», con sus particulares contenidos, o sus re­
presentantes, en cada caso. P o d rá la intelectualidad resolver
de un modo parcial e insuficiente; podrán sus decisiones en­
contrar o no acatamiento; pero siempre en un grupo de varios
miembros el más inteligente será la instancia superior— a n á ­
logamente a como la lógica es la instancia superior sobre los
contenidos contradictorios de nuestras representaciones, inclu­
so cuando pensamos ilógicamente. L o cual no impide que,
en casos concretos, sea la volun tad enérgica o el sentimiento
cálido de una personalidad el que pacifique la hostilidad de
los m iem bros del grupo. L o específico de la «instancia supe­
rior» a que apelam os para conseguir la avenencia, o a cuya
intervención nos sometemos con el sentimiento de que está
justificada, reside por modo típico en el lado de la intelectua­
lidad.
O t r a m anera de uníficai partidos discordantes, favorecida
particularmente por la existencia de u na instancia superior, í -s
la siguiente: allí donde existen ciertos elementos que, o
|.a subordinación 161

encuentran en luch a o conviven indiferentes y extraños y no


parece posible establecer u n a u n ió n entre ellos sobre la base
de sus cualidades efectivas, consíguese a veces ta l finalidad
colocándolos en u n a situación nueva, que posibilita la u nión,
o fom entando en ellos nuevas cualidades, en virtu d de las
cuales la u n ió n puede verificarse. Lógrase con frecuencia
borrar el descontento, la excitación producida por intereses
antagónicos y crear com unidades profundas— lo m ism o en los
juegos de los n iñ o s que en los partidos religiosos o p olíticos—
añadiendo a los m otivos y propósitos divergentes o indiferen­
tes, uno nuevo en el que pueden todos coincidir y merced al
cual resulta u nido lo que antes estaba separado. T a m b ié n
muchas veces puede llegarse a la conciliación indirecta de cua­
lidades directamente inconciliables, exaltándolas a un grado
de evolución superior, o añadiéndoles un nuevo elemento que
modifica el fund am ento en que se basan. A s í, por ejemplo, la
homogeneidad de las provincias galas fue considerablemente
fomentada por su latinización . E s evidente que para esta m a ­
nera de unificación, la «instancia superior» es m u y beneficiosa,
porque un poder que esté por encima de los partidos y los
domine de a lg ú n modo inyectará fácilmente en ellos intereses
y determinaciones que Ies sitúen en u n campo com ún y a los
que acaso no hubieran llegado nunca abandonados a sí m is­
mos, por impedírselo la obstinación, el orgullo, la obsesión de
la hostilidad. S uele encomiarse la religión cristiana porque
dispone los ánim os a la paz. E l fund am ento sociológico de
este hecho es seguramente el sentimiento de la subordinación
común de todos los seres a l principio divino. E l creyente cris­
tiano está convencido de que, por encim a de él y de su adver­
sario— sea o no creyente— , está aquella instancia suprema; y
esta convicción debilita en él la tentación de medir violenta­
mente sus fuerzas con las del enemigo. Si el D io s cristiano
puede ser un lazo de u n ió n para círculos tan amplios, com­
prendidos de antem an o en la «paz cristiana», es justamente
por hallarse a u n a distancia tan inm ensa sobre todo indivi­
duo, que el in divid uo encuentra en él siempre, junto con los
otros, su «instancia superior».
L a unificación por subordinación com ún puede m anifes­
tarse en dos formas: nivelación y jerarquía. C u a n d o u n cierto
Sociología

número de hombres está sometido uniform em ente a uno


solo, son iguales. D e antiguo se h a echado de v e r l a córrelo,
ción existente entre el despotismo y el igualitarism o. N o solo
se produce en el sentido de que el déspota intenta nivelar a sus
súbditos— de lo que se h ab lará en seguida— , sino también er.
l a dirección contraria: una nivelación radical Jleva a su ve>:
fácilm ente a la im plantación de form as despóticas. S in embar­
go, esto no rige para toda clase de «nivelaciones». Cuantíe
A lc ib ía d e s dice de las ciudades sicilianas, que están form adas
por abigarradas masas populares, quiere indicar con ello que
son presa fácil para el conquistador. D e hecho, una ciu dada­
n ía uniform e ofrece m a y o r resistencia al tirano que una po­
blación compuesta de elementos m u y divergentes, y, por tanto,
inconexos. Y es que la nivelación que más favorece a l despo­
tismo es la que elim ina las diferencias de rango, no las de n a ­
turaleza. U n a sociedad homogénea en cuanto a su carácter y
tendencias, p e r o ordenada en diversas- jerarquías, resistirá
enérgicamente al despotismo: en cambio será m enor la resis­
tencia-si coexisten elementos de población esencialmente diver­
sos, pero en igualdad y sin jerarquía orgánica. A h o r a bien, e:
m otivo fundam ental que im pulsa al monarca a suprimir las di­
ferencias de clase, es que la existencia de relaciones de subor­
dinación m u y acentuadas entre los súbditos, hace la compe­
tencia a su propia superioridad, tanto en un sentido real, come­
en un sentido psicológico. P o r otra parte, prescindiendo de este,
el hecho de que unas clases sean dem asiado oprim idas por
otras, puede ser tan peligroso para el despotismo como el ex­
cesivo poder de aquellas; pues un alzam iento de las clases so­
juzg ad as contra los poderes intermedios llegará fácilm ente,
por la fuerza de velocidad adquirida, a derrocar el poder su­
premo, si éste no se coloca a la cabeza del m ovim iento, o a.'
menos le presta su apoyo. P o r esta razón los m onarcas orien­
tales h a n solido combatir la aristocracia: tal era la táctica de
s u ltá n turco, quien, de esta m anera, quedaba encumbrado tic
u n m odo absoluto y radical por encima de todos sus súbditos,
sin intermediario alguno. C o m o todos los poderes del Estad
procedían de él y a él volvían a la muerte de sus depositarios
no podía formarse una aristocracia hereditaria. D e este tnocb
resultan correlativas la absoluta eminencia del soberano y
■ ~£a s u b o rd in a c ió n I6 >

nivelación de los súbditos. E s t a tendencia se m anifiesta en el


hecho ele que los déspotas no quieran otros servidores que los
de m edianas capacidades, como se ha hecho resaltar a p ro pó­
sito de N a p o le ó n I . C u én tase que habiéndose solicitado de un
príncipe alem án permiso para que u no de sus empleados pa­
sase al servicio de otro E stad o, el príncipe preguntó a su m i­
nistro: ««iNos es indispensable ese hombre?— C om p le tam ente,
alteza.— E n to n c es le dejaremos que se va y a . N o me gustan
los servidores indispensables.» L a correlación íntim a entre el
despotismo y la n ivelació n resalta en esto particularmente,
porque, en realidad, el déspota no busca tampoco servidores de
ínfimo valor. D ice T á c ito sobre la tendencia de T ib e r io a u tili­
zar m edianías para su servicio: e x optim is pericu lu m sibi, a
pessim ís dedecus p a b licu m nieíuebat. Obsérvese, además, que
cuando la m o n a rq u ía pierde el carácter de despótica, esta ten­
dencia se debilita e n seguida, e incluso se trueca en la contra­
ria; así dice B is m a r c k de G u ille r m o I, que no sólo soportaba
tener un servidor prestigioso y poderoso, sino que se sentía
realzado por ello.
C u a n d o él soberano no impide, como el su ltán, la fo rm a ­
ción de poderes intermedios, trata a menudo de producir una
nivelación relativa, favoreciendo las aspiraciones de las clases
inferiores a conseguir la unidad jurídica con aquellas clases
superiores. L a historia medieval y moderna están llenas de
ejemplos de esto. E n Inglaterra, el poder real llevó a cabo con
enérgica decisión, desde la época de los norm andos, la correla­
ción entre su propia om nipotencia y la igualdad jurídica de
los súbditos. G u ille r m o el C o n q u ista d o r rom pió el laz o que
basta entonces e xistía— como en el C o n tin e n te — entre la aris­
tocracia inm ediatam ente v a s a lla de la corona y ios su b v a -
sallos, obligando a éstos a prestar el juram ento de fidelidad
al m ism o rey. D e esta m anera evitó, por u n a parte, que los
grandes feudos de la corona fuesen aum entand o en poder
basta adquirir soberanía y , por otra parte, puso la base para
u n a organización jurídica uniform e de todas las clases. La
realeza inglesa de los siglos xt y xn fund a su extraordinario
poder en la u nifo rm id ad con que toda la propiedad libre está
-sometida, sin excepción, a los deberes militares, jurídicos, p o ­
licíacos y económicos. L a m ism a form a aparece en el Imperio
16* SociÓ lo Jjl H

rom ano. L a R e p ú b lica no pudo subsistir porque y a no era


posible m antener la supremacía jurídica o efectiva de la ciu­
dad de R o m a sobre Italia y las provincias. E l Imperio logró
restablecer el equilibrio, porque privando a los rom anos d e­
sús derechos, los equiparó a los pueblos sometidos; de esta
m anera fue posible u n a legislación imparcíal para todos los
ciudadanos, u n a nivelación jurídica, cuyo correlato fué la ab­
s o lu ta eminencia y unidad del soberano.
A p e n a s necesitamos advertir que, en este sentido, la «nive­
lación» h a de entenderse como u n a tendencia, m u y relativa y
lim itad a en su ejecución. U n a ciencia fu n d am e n tal de las for­
m as sociales ha de form ular los conceptos y las conexiones
entre los conceptos, con u n a pureza y abstracción tal, que no se
encuentra nu nca en su realización histórica. L a intelección
sociológica, que quiere aprehender el concepto fundam ental dc-
s ocia liza ción en sus sentidos y form as singulares, y analizar
los complejos en que se presentan los fenóm enos hasta descu­
brir en ellos regularidades inductivas, sólo puede lograrlo v a ­
liéndose de líneas y figuras por decirlo así absolutas, que en el
acontecer real de la sociedad se encuentran sólo en forma <■ *•
iniciaciones, fragm entos y realizaciones parciales, interrump'-
das y m odificadas de continuo. E n cada configuración de las
que se presentan en la historia social, actúa una cantidad d •
elementos probablemente incalculable, y no podemos descom­
p o ner su forma en todos sus factores parciales y recomponerla
luego reuniendo estos factores; del m ism o m odo que la figura
de u n trozo de materia no puede n u n c a descomponerse y re­
componerse exactamente en las figuras ideales ele nuestra
geometría, aunque ambas operaciones deben ser en principia
posibles, por diferenciación y com binación de las formas cien­
tíficas. P a r a que sea conocida sociológicamente una m anifes­
tación histórica, ha de ser de tal modo transform ada, que su
unidad se escínda en u n a serie de c o n c e p to s y síntesis que van.
por decirlo así, en lín ea recta, de entre los cuales u n a consti­
t u y e por regla general la característica principal; por mutua
lim ita c ió n y desviación v a proyectándose, cada ve z con mayo-
exactitud, la im agen de aquel fenóm eno social en el nuev"
p la n o de la abstracción. E l señorío del s u ltá n sobre súbditos
sin derechos; el del rey inglés sobre un pueblo que y a ciento
La su bordin ación 163

cincuenta años después de la muerte de G u ille r m o el C o n q u is ­


tador se leva n ta valerosamente contra el rey Juan; el del em­
perador romano, que propiamente no es sino el presidente de
las comunidades, m ás o m enos autónom as, que constituían el
Imperio; todas estas form as m onárquicas son extraordinaria­
mente diversas, como diversa es igualm ente la «nivelación»
correspondiente de los súbditos. N o obstante, el hecho de la
correlación vive en todas ellas, y la diversidad ilim itada de los
fenómenos inm ediatos, materiales, ofrece espacio a l a línea
por decirlo así ideal, en que se dibuja aquella correlación
(que en su pureza y u nifo rm id ad es, sin duda, u n a figura cien­
tífica abstracta).
L a m ism a tendencia a la dom inación por medio de la nive­
lación existe en fenóm enos que, aparentemente, son opues­
tos. E s típica la conducta observada por Felipe el B u en o de
B orgoñ a, cuando trata de sojuzgar la libertad de las ciudades
holandesas, concediendo privilegios m u y amplios a algun as
corporaciones. P u es estas diferencias jurídicas, que se originan
en el puro arbitrio del soberano, marcan m ás ostensiblemente
la u niform idad de sum isión en que se encuentran a priori los
súbditos. E n el ejemplo mencionado, esto se caracteriza m u y
bien por el hecho de que l o s privilegios, m u y amplios,
eran de duración breve; de esta manera el privilegio jurídico
no se separaba y desligaba de su fuente y origen. A s í , el p rivi­
legio, que es aparentemente lo contrario de la nivelación, se
manifiesta en algun os casos como una potenciación de la m is­
ma, en correlación con el dom inio absoluto.
Se h a reprochado incontables veces a la m onarquía el con­
trasentido que representa la desproporción cuantitativa entre
el soberano individual y la pluralidad de los dominados. Se la
h a censurado por lo que h a y de indigno y de injusto en la re­
lación que u n a y otra parte aceptan. Y , en efecto, l a solución
de esta contradicción ofrece u n a constelación sociológica
m u y sin g u lar y fecunda. L a estructura de una sociedad en que
u n o so lo dom ina y la gra n m asa se deja dominar, adquiere su
sentido norm ativo por el hecho de que la masa, es decir, el ele­
m ento dominado, entrega a la relación sólo una parte d e cada
personalidad integrante, al paso que el soberano le entrega su
personalidad entera. E l soberano y cada u no de los individuos
Ií>
6 Sociolo^M

dom inados no entran en la relación con la m ism a cantidad de


personalidad. L a «masa» se constituye por el hecho de que
muchos individ uos reúnen fracciones de su personalidad, do-
terminados instintos, intereses y fuerzas. L o que cada persona­
lid ad es, como tal, queda fuera de este p lano de nivelación y no
entra en la «masa», esto es, en aquello que el m onarca d o m i­
na. 2ÑTo hace falta subrayar que si esta n u e va proporción, en
que la personalidad entera del soberano es contrapesada por
los m últiples fragmentos parciales de las personalidades do­
m inadas, se expresa en form a cuantitativa, es tan sólo por falta
de otro sím bolo mejor. L a personalidad, como tal, escapa a
toda expresión aritmética tan totalmente, que cuando habla­
m os de la personalidad «entera», de su «unidad», o de una
«parte» de ella, nos referimos a algo interiormente cualitativo,
a algo que sólo puede ser vivido como intuición del a lm a. Pero
no tenemos para designar esto n in g u n a expresión directa;
hemos de acudir, pues, a expresiones procedentes del orden
cuantitativo, que son tan insuficientes como indispensables.
T o d a relación de dominio entre uno y muchos (evidentem en­
te. no sólo la relación política), descansa en esa escisión de 1»
personalidad. S u aplicación a las relaciones de subordinación
no es m ás que un caso especial de su sentido en todas las
acciones recíprocas, en general. Incluso en u na asociación tan.
estrecha como la del m atrim onio, puede decirse que no se esta
nunca enteramente casado, sino que, en el mejor caso, sólo
entra en el m atrim onio una parte de la personalidad, por
grande que ésta sea. A n á lo g a m e n te no se es nu nca por entero
ciudadano, n i miembro de una unidad económica, ni miembro
de una Iglesia. ILsa escisión de la persona h u m a n a , que va
implícita en principio en el dom inio de uno sobre m uchos, fué
reconocida y a por Grocio. A l responder éste a la objeción de
que la soberanía no puede adquirirse por compra, y a que sr
refiere a hombres libres, distinguió entre sum isión (subjectio)
privada y pública. L a subjectio pública no suprime, como la
su b jectio privada, el s u i ju r is esse. C u a n d o se enajena un
populas, el objeto de la enajenación no son los hombres in d iv i­
duales, sino el ja s eos re&endi, c/ua p opulus sunt. L ina de la*
más delicadas tareas del arte político en g eneral— compren­
diendo en él la política eclesiástica, la fam iliar y toda política
f t.a subordinación

de d o m in a ció n — consiste en reconocer y por decirlo así prepa­


rar aquellos aspectos en que los hombres form an una «masa»,
más o menos nivelada, frente al soberano, distinguiéndolos
de aquellos otros que deben dejarse a la libertad individ ual, y
que reunidos con los prim eros constituyen la personalidad
total del subordinado.
L e s agrupaciones se distinguen unas de otras, de un modo
m u y característico, según la relación que la personalidad total
de sus miembros m antenga con la parte de personalidad que
entra en la «masa». D e esta relación depende que sean m ás o
menos gobernables; en el sentido de que u n grupo puede ser
regido tanto m ás fácil y radicalmente por uno solo, cuanto
m enor sea la parte de personalidad total que el individuo
entregue a la m asa, objeto de la subjectio. C u a n d o la unidad
social encierra dentro de sí u n a parte m u y considerable de la
personalidad de sus miembros; cuando éstos están ín tim am en ­
te ligados a aquélla, como sucedía en las ciudades griegas o
medievales, el gobierno de u no solo es contradictorio e irreali­
zable. E sta relación fund am ental, en sí m u y sencilla, se com­
plica por la acción de dos factores: la m ay o r o menor exten­
sión del círculo subordinado y la medida en que las persona­
lidades están diferenciadas dentro de él. C u a n t o m a y o r sea un
círculo, tanto menor será ceteris paribus la extensión de los
pensamientos e intereses, de los sentimientos y cualidades
contenidos en la «masa». Y puesto que la soberanía se extien­
de a lo com ún a todos los subordinados, éstos la soportarán
tanto m ás fácilm ente cuanto m ayor sea la m agnitu d del círcu­
lo. T e n ie n d o esto a la vista, se comprende el sentido fu n d a ­
mental de la m onarquía, que puede formularse así: cuanto
m ás numerosos sean los dom inados, tanto menor será la parte
en que cada individuo es dominado.
P ero, en segundo lugar, es también de importancia decisiva
el saber si los individ uos tienen una estructura espiritual bas­
tante diferenciada para distinguir práctica y sentimentalmente
los elementos de su ser que quedan dentro del radío de la do­
minación, y los que quedan fuera de él. ¿»ólo cuando esto coin­
cida con el arte del gobernante, a que antes hemos aludido, y
que consiste en distinguir dentro de los individuos sub ordina­
dos los elementos susceptibles de dom inio y los que escapan a
168 Sociología

éste, se resolverá aproxim adam ente la contradicción entre la


sum isión y la libertad, la desproporcionada preponderancia de
u no sobre m uchos. E n ta l caso, podrá desenvolverse libremen­
te la individualidad, incluso en un ¿ r a p o regido despóticamen­
te. L a form ación de la in d iv id u a lid a d moderna comenzó bajo
los despotismos del R en acim iento italiano. A q u í como en otro;,
casos, por ejemplo bajo N a p o l e ó n I, el soberano tiene interés
en conceder la m ay o r libertad posible a todos los aspectos dé­
la personalidad que no pertenecen a la «masa», es decir, aque­
llos que están fuera del radio de la soberanía. Se comprende
bien que en círculos m u y pequeños, donde la ín tim a fusión
en que se encuentran sus elementos y la estrecha solidaridad
que los une, confunde y entu rbia aquella distinción, sea mu>
difícil m antener separados los dos aspectos y las relaciones de
dom inio de¿eneren fácilm ente en insoportable tiranía. E sta
particularidad de los círculos pequeños se u n e con frecuencia
a la torpeza de las personas preponderantes; por lo cual suce­
de que m uchas veces las relaciones no se organ izan bien, como
ocurre por ejemplo entre padres e hijos. A m enudo los padres
cometen el ¿rave error de im p on er autoritariam ente a sus hijos
u n a n orm a de vida inexorable, a ú n en aquellas cosas en que
los hijos tienen u na individ ualidad irreductible. L o mismo
sucede cuando el sacerdote, saliéndose de la esfera en que
puede m antener u n id a la com unidad, pretende dom inar la
vida privada de los fieles, vida en la cual éstos aparecen dife­
renciados ante la com unidad religiosa. E n n in g u n o de estos
casos se ha realizado la justa selección de las partes aptas
para form ar «masa» y que, por tanto, pueden ser dominadas
fácilmente, sin que se sientan heridos los dominados.
L a nivelación de la masa, que se produce gracias a la selec­
ción y reunión de los elementos dom inables, tiene la m a y o r im ­
portancia para la sociología del dom inio. A s í se explica que a
m enudo sea más fácil regir un grupo grande que u no pequeño;
especialmente, cuando se trata de individ uos m u y diferencia­
dos, pues en tal caso todo nu evo súbdito reduce m ás aún la
la esfera de lo común a Codos. C u a n d o se reúnen tales perso­
nalidades, el p lano de la nivelación de m uchos está eseteris pa­
ribus más bajo que el de pocos, por donde resultan aquéllos
más gobernables. Este es el fu nd am ento sociológico que abona
l a su bordin ación i 69

u n a observación. hecha por H a m ilto n en el Federalista: que


sería el m a y o r de los errores populares el creer que aum entando
el número de los m iembros del P arlam ento , se a u m e n ta b a la
g ara n tía contra el gobierno de unos pocos: m ás allá de cierto
número* la representación p op ular parecerá, sin duda, más
democrática, pero, en realidad, será m ás oligárquica; podrá ser
am pliada la m áquina, pero serán pocos los resortes que rijan
sus m ovim ientos. Y en el m ism o sentido bacía observar cien
años m ás tarde u n o de los mejores conocedores de la vida
política anglo-am ericona, que cuanto m ás aum enta el poder y
la influencia de un jete de partido, tanto m ás ba de darse
cuenta de que «el m undo está gobernado por m u y pocas per­
sonas». E sta es la ra íz sociológica profunda de la estrecha re­
lación que existe entre el derecho de un conjunto político y
su soberano. El derecho para todos vigente surge de aquellos
puntos de coincidencia, que están m ás allá de los contenidos
o formas puramente individuales de la vida, o, dicho de otro
modo, que no ab arcan la totalidad de la persona individ ual.
E l derecho da u n a form a objetiva concordante a todos es­
tos intereses y cualidades transindividuales, que encuentran
su form a subjetiva o su correlato en el soberano de este
conjunto. Pero siendo este análisis y síntesis particular de
los individuos el fundam ento del régimen unipersonal, en
general, se comprende fácilm ente que en ocasiones baste al
soberano una cantidad asom brosam ente m ín im a de cualida­
des sobresalientes para asegurarse el dom inio sobre u na colec­
tividad: ésta se somete con una facilidad, que, lógicamente, se­
ría incomprensible si comparásemos cualitativam ente ai sobe­
rano con sus súbditos, considerados como personas completas.
Pero cuando ralla esa diferenciación de los individuos, in d is ­
pensable para el dom inio de las masas, las cualidades que se
exigen al soberano rebasan y a aquel modesto límite. A r is tó te ­
les dice que, en su época, no podían producirle y a monarquías,
porque b abía en cada E stado tantas personalidades i g u a lm e n ­
te eminentes, que ningu na podía pretender semejante superio­
ridad s ó b re la s demás. E l ciudadano griego estaba tan ligado
a la colectividad política por sus intereses y sentimientos; b a ­
b ía entregado a la colectividad su personalidad en tan am plia
medida, que no le era posible cribar, por decirlo así, los ciernen-
170 Sociología

tos políticos de su personalidad, reservándose como propiedad


privad a otra parte considerable de ésta. E n situaciones de este
género, el gobierno unipersonal, si lia de estar interiormente
justificado, presupone que el soberano sea superior a cada uno
de sus subditos, en cuanto a su personalidad total. E s t a ex i­
gencia no se presenta, en cambio, cuando el objeto de la sobe­
ranía es la sim ple suma de aquellas partes de los individuos,
que, reunidas, fo rm an u n a «masa».
Ju nto al tipo de gobierno unipersonal, cuyo correlato es la
n ivelación radical de los sometidos, está el segundo tipo, en
que el g ru p o tom a la form a de u n a pirámide. Los sub ordina­
dos aparecen, frente al soberano, en sucesivas gradaciones de
poder; capas cada vez menos extensas y más importantes van
desde la m asa interior basta el ápice. E s t a forma colectiva
puede producirse de dos maneras. E n primer lugar, puede
em an ar del poder autocràtico de u n o solo. E ste pierde el con­
tenido de su poder -conservand o la form a y el títu lo — y lo
deja resbalar hacia abajo. C o m o es natural, las capas más
p róxim as al soberano se apropian m ay o r cantidad de poder,
que la s m ás lejanas. A l irse desm enuzando de esta manera
poco a poco el poder, si no se añaden al proceso para defor­
m arlo otros acontecim ientos y condiciones, ha de crearse una
con tin u id a d y gradación de subordinaciones. D e este modo se
producen con frecuencia las form as sociales en los Estados
orientales; el poder del grado supremo se va desmembrando,
bien por no poder sostenerse interiormente y porque no m an ­
tiene la proporcionalidad antes indicada entre sum isión y li­
bertad in divid ua l, bien porque las personalidades regentes son
demasiado indolentes e ignorantes de la técnica del gobierno
para conservar su poderío.
L a form a piram idal de la sociedad, ofrece un carácter com­
pletamente distinto cuando e m an a de la intención del sobera­
no. E n ton ces no significa una debilitación de su poder, sino
una am pliación y consolidación del mism o. E n este caso, no se
reparte entre las capas inferiores el poder del soberano, sino que
sencillam ente las capas son o rganizadas unas sobre oirás se­
gún grados de poder y posición. L a cantidad de subordinación,
por decirlo así, es la m ism a que en el caso de la nivelación; sólo
que tom a la form a de la desigualdad entre los individuos sobre
La su bordin ación 171

quien.es pesa. AI mismo tiempo se produce en lo externo una


a p ro x im a ció n de los súbditos al soberano, según su rango re­
lativo. D e aquí puede resultar u n a m a y o r solidez del edificio
total; sus fuerzas a flu y en h acia la cabeza con m a y o r seguridad
y concentración, que si estuviesen niveladas frente a ella. DI
RccKo de que la superior im portancia del príncipe, o de la per­
sona que en cada círculo ocupa la posición dirigente, irradie y
recaiga sobre otros, según la proxim idad a que se b a ile n del
primero, no significa dism in ución, sino aum ento de su propia
importancia. A l principio de la m onarq u ía n orm an d a inglesa,
el rey no tenía n in g ú n consejo permanente y obligatorio; pero
justam ente la m ay o r dignidad e im p ortancia que iba adqui­
riendo, fué causa de que, en casos graves, solicitase el consejo
de u n con siliu m baronum . Dsta dignidad que aparentemente
se eleva al grado supremo, por concentrarse en la personalidad
del rey, necesita, sin embargo, irradiación y extensión, como si
no cupiera en u n a sola persona. DI rey llam a a varios súbdi­
tos para que colaboren con él, los cuales, al conllevar el poder
e im portancia del soberano, y , por consiguiente, en cierta m a ­
nera al compartirlo, lo concentran y Racen refluir de nuevo,
con m a y o r eficacia, sobre él. Y a ú n más; el RecRo de que los
servidores del rey a n g lo s a jó n paguen m ás rescate y de que su
juram ento tenga u n v a lo r particular; el RecRo de que sus cria­
dos y el Rombre en c u y a casa ba bebido sean elevados sobre
la m asa por protección jurídica especial, no se debe sim ple­
mente a las prerrogativas regias, sino que este corrimiento
gra d u a l de la prerrogativa es al m ism o tiempo un apoyo. A l
dar a otros participación en su superioridad, esta superioridad
no d ism in u y e, sino que aum enta. A d e m á s , cuando existen tan
m inuciosas gradaciones, el soberano dispone de distinciones y
recompensas, en form a de ascensos jerárquicos, que n a d a le
cuestan, pero que lig a n m ás estrechamente a su persona a los
que así quedan colocados m ás cerca de ella. DI gra n núm ero
de grados sociales creados por los emperadores ro m a n o s— des­
de los esclavos y los h u m ilio res, pasando por el hombre libre
y ascendiendo en u n a escala ininterrum p id a basta el sena­
dor— parece inspirado directamente por u n a tendencia seme­
jante. D n este sentido, la aristocracia es form alm ente igual a
'a monarquía; tam bién ella u tiliz a la ordenación de los súbdi-
3
172 Sociología

tos en m uch o s grados. A s í. v. gr., en G in e b ra , existían todavía


a mediados del siglo xvm variadas gradaciones de derechos
entre los ciudadanos, según que esios se llam asen citoyens.
bour¿eois, habitants, ntiiífs. sujeta. C u a n d o h a y muchos que
tienen todavía debajo de sí a otros, todos aquellos están in te­
resados en conservar el orden existente. C o n frecuencia, en
semejantes casos, m ás que de una gradación de poder efectivo,
se trata de u n a jerarquía de títulos y posiciones, con suprem a­
cía puramente ideal. P e r o estas distinciones pueden ser pródi­
gas en consecuencias, como se ve, acaso con m áx im a claridad,
en las finas gradaciones de clases que existeit en el sistema de
las castas indias. A h o r a bien, estas pirámides construidas a
base de honores y privilegios sociales, y que h alla n en el sobe­
rano su vértice, no siempre coinciden con la estructura de po­
deres graduales, que acaso subsiste a l m ism o tiempo.
L a estructura del poder en form a de pirámide tropezará
siempre con la dificultad fundam ental de que las disposiciones
irracionales y fluctúan tes de las personas, no coinciden nu nca
exactamente con los contornos de las diversas posiciones, tra­
zados con lógico rigor. Este es un defecto fo rm al que aqueja
a todas las jerarquías construidas sobre un esquema previo;
defecto que no se da solam ente en las jerarquías con ápice m o­
nárquico personal, sino también en los proyectos socialistas
que confían a u n a determinada institución la m isión de llevar
a la posición suprema directiva a la persona que merezca efec­
tivamente ocuparla. Se llega, en ambos casos, a esa inconm en­
surabilidad fundam ental entre el esquema de las posiciones y
la naturaleza del hombre, que es interiormente m udable y no
se acomoda exactamente a form as conceptuales. A esto se
añade l a dificultad de conocer la personalidad adecuada para
cada posición, sobre todo por la razón de que m uchas veces
no se sabe si u n a persona merece o no ocupar una posición
determinada, hasta que la ha ocupado. P o r motivos arraiga­
dos en lo más hondo y valioso de la na tu ra leza hum ana, pue­
de decirse que la colocación de u n hombre, en un nuevo poder
o u n a nu eva función representa siempre un riesgo, aunque se
h ay a n hecho las pruebas m ás escrupulosas y se tengan los a n ­
tecedentes más seguros; es siempre u n ensayo, que puede re­
sultar o no. L a relación que el hombre m antiene con el m u n -
1.2su bordin ación 173

do y con la vida nos ob liga a resolver siempre de antemano; es


decir, a producir por nuestra resolución aquellos hecKos que
deberían ser y a producidos y conocidos, para poder tom ar la
resolución racionalmente y con seguridad. E s t a dificultad ge-
neral, apriorísíiea, de toda actuación h u m a n a se m anifiesta con
particular claridad a l construir escalas de poder social, cuando
estas escalas no surgen orgánicamente de las propias fuerzas
individuales y de las relaciones naturales de la sociedad, sino
que son construidas espontáneamente por u n a personalidad
gobernante. C la r o está que este caso casi nu nca se producirá
históricamente con absoluta pureza— a lo sum o puede h a llá r ­
sele paralelismo en las utopías socialistas a que hemos a lu d i­
d o — ; pero sus particularidades y complicaciones pueden obser­
varse en la realidad, en sus form as m ás rudimentarias y m ez­
cladas con otros fenómenos.
E n dirección opuesta va otro modo de construir esa escala
de poder que llega a un vértice supremo. Partiendo de una re­
lativa igualdad originaria de los elementos sociales, adquieren
alg u n os de estos m a y o r importancia que los demás. D e l com ­
plejo de estos se destacan a su ve z individualidades especial­
mente poderosas, hasta que la evolución culm ina en uno o
varios vértices. E li este caso, la pirámide de la subordinación
jerárquica se construye de abajo a arriba. N o hace falta acu­
m ular ejemplos de este proceso, que se verifica en todas partes,
aun qu e con ritmos m u y diversos. D o n d e acaso se presente con
más pureza es en el campo económico y político; pero se percibe
también, perfectamente en la educación intelectual, en las es­
cuelas, en la evolución de la vida, en la relación estética, en el
desarrollo prim itivo de la organización militar.
E l ejemplo clásico en donde coinciden los dos cam inos por
los cuales puede producirse u n a organización jerárquica d é lo s
grupos, es el E stad o feudal de la E dad M edia. C u a n d o el ciu ­
d a d a n o — griego, romano, g e rm a n o — no conocía subordinación
alguna a u n individuo, existía para él, de u n a parte, libertad
plena frente a sus iguales, y, de otra, rigorosa separación de
las clases inferiores. E s t a form a social característica encuentra
en el feudalism o— presuponiendo todos ios miembros históri­
cos intermedios— su contrapeso igualmente característico, que
llena el vacío existente entre la libertad y la servidumbre, con
174 S ocio lo g ji

u n a serie gradual de estados. E l servitiam u n ía a todos lo•>


m iembros del reino entre sí y con el rey. E ste daba a sus gran­
des súbditos tierras en feudo; éstos, a su vez, a los vasallos que
les estaban subordinados; y así se producía u n a gradación de
posiciones, patrim onios y obligaciones. Pero al mismo resul­
tado llegaba el proceso social, cam inando en la dirección con­
traria. L as capas intermedias nacían, no sólo por desprendi­
mientos de arriba, sino también por acum ulación de abajo.
Pequeños propietarios, originariam ente libres, entregaban sus
tierras a señores poderosos para recibirlas de nuevo en calidad
de feudo; y los señores, gracias a esta constante am pliación de
su poder— que la realeza, debilitada, no podía e v ita r— , a lc a n ­
zaban un poder rival del de los reyes. E sta form a de pirámide
presta a cada u n o de sus elementos u na doble posición entre
los más bajos y los m ás altos. C a d a uno de ellos es señor y su ­
bordinado, depende de arriba y, al propio tiempo, es indepen­
diente en cuanto que otros dependen de él. Q u iz á s sea esta d u a ­
lidad sociológica del feudalism o— acentuada particularm en­
te por su doble génesis: desprendimientos de arriba y acum u­
laciones de a b a jo — la que h a determinado la contradictoriedad
de sus consecuencias. S e g ú n que la práctica y la conciencia
Kan hecho dom inar, en los elementos intermedios, el m atiz de
la independencia o el de la dependencia, así el feudalism o ha
conducido a u n o s u otros resultados: en A le m a n ia , al socava-
m iento del poder supremo; en Inglaterra, a la atribución a la
corona de la form a propia para un poder m u y amplio.
L a jerarquía es una de esas formas de ordenación y de vida
colectiva que parten de un pun te de vista cuantitativo y que,
por consiguiente, son m ás o menos mecánicas y preceden his­
tóricamente a las agrupaciones orgánicas propiamente dichas,
basadas en diferencias individuales cualitativas. S in embargo,
no son completamente anu ladas por éstas, sino que subsisten
en unión de ellas. E n tre las manifestaciones de la primera fór­
m u la mecánica, figura, en primer término, la división de los
grupos en subgrupos, cuyo papel social está ligado a su igu a l­
dad numérica o, a i menos, a su determ inaciónn uméríca, como
sucede en las centurias; a este género pertenece la determinación
de la posición social atendiendo exclusivamente al patrimonio,
así como la form ación de los grupos según grados fijos, como
La subordinación

se observa, sobre todo, en el feudalism o o en las jerarquías


burocráticas o militares. Y a el prim er ejemplo m encionado de
las formaciones de esta clase indica su objetividad, su sujeción
a u n principio. Precisamente, merced a ello, el feudalism o, tal
como com en tó a form arse al principio de la E d a d M edía ger­
m ana, quebrantó los antiguos órdenes de libres y siervos, de
patricios y plebeyos, que descansaban en la diversidad de le
relación en que estaba el individ uo con la comunidad. P o r e n ­
cima de esto, elevó akora, como principio de absoluta validez,
d eservicio», la necesidad objetiva de que cada cual sirviese a
algún superior. Y en este principio no cabía más diferencia
que la de a quién y bajo qué condiciones se sirviera. L a gra­
dación de posiciones que así resultó, y que en lo esencial fué
cuantitativa, era independiente de la importancia que antes
tuvieron las posiciones corporativas de los individuos.
N o es necesario, naturalmente, que esta gradación va y a
ascendiendo basta llegar a un miembro absolutam ente supre­
mo; su característica form al se muestra en todo grupo, sea
cualquiera el m odo en que éste aparezca caracterizado como
un todo. A s í , la «familia» servil rom ana ofrecía y a las más
finas gradaciones, desde el v illícu s y procuraior, que dirigía
con total independencia ram as enteras de la producción, en la
gran explotación de esclavos, pasando por todas las clasifica­
ciones posibles, basta los capataces que m andaban diez h o m ­
bres. Semejantes formas de organización son m u y claras de
percibir, y cada u n o de sus miembros, al encontrarse determi­
nado por arriba y por abajo, como superior y como s u b o r d i­
nado, adquiere, por decirlo así, una más segura definición de
su sentimiento sociológico de la vida; y esto Ha de reñejarse
en el grupo contribuyendo a afirmarlo. P o r eso, los regímenes
despóticos o reaccionarios, en su tem or a todas las asociacio­
nes entre los súbditos, persiguen con especial encono aque­
llas agrupaciones que se h a n organizado jerárquicam ente.
C o n singular detallismo, explicable tan sólo por la sensación
de la fuerza socializante a n t a a las organizaciones jerárqui­
cas, prohibió el M inisterio reaccionario inglés de l 83l todas
las asociaciones: «compuestas de individuos separados, con
varias divisiones y subdivisiones, bajo jefes con graduación
de rango y autoridad, distinguidos por ciertas insignias y su-
176 Soc¡olü£,.,

jetos al control y dirección general de u n consejo supremo»


P o r lo demás, esta form a debe distinguirse de aquella otra en
que se dan al mismo tiempo la jefatura y la subordinación:
que u n individ uo sea jefe en u n a serie o sentido y subordina­
do en otra serie o sentido. E s t a organización tiene m ás bien
un carácter individual y cualitativo; suele ser u n a com bina­
ción oriunda de las disposiciones y condiciones particulares
del individuo. E n cambio, cuando la coincidencia de la jefatura
y la subordinación se da en u n a y la m ism a serie, esta orga­
n iza ció n está más predeterminada objetivamente, y, justam en­
te por eso, queda definida de un m odo m ás inconfundible
como posición sociológica. Y el becho de que, como be indi­
cado ya, tenga gran valor de cohesión para la serie social, pro­
viene de que el ascenso en esta constituye eo ipso una aspira­
ción deseable. D entro de la masonería, v. gr,, se b a utilizado
este m otivo, como puramente form al, para abogar por la con­
servación de los «grados». Y a al «aprendiz» se le ba c o m u n i­
cado lo esencial del saber objetivo— ritual en este caso— que
poseen los iniciados en el grado de oficial y maestro; pero se
afirm a que la existencia de estos grados presta a la h e rm a n ­
dad cierta tensión y anim a, con el encanto de la novedad, e!
celo de los novicios.
E stas estructuras sociológicas que se producen con igualdad
form al en los grupos de m ás diverso contenido, merced a ln
subordinación a u n a sola persona, pueden darse también,
como queda y a indicado, en la subordinación a una p lu ra li­
dad. Pero la pluralidad de los jefes— si éstos están coordena­
dos unos a otros— no es lo característico de ellas, y, por consi­
guiente, sociológicamente carece de im portancia el hecho de
que la jefatura individ ua l sea casualmente desempeñada por
una pluralidad. H a y que notar, sin embargo, que el gobierno
de u n o solo constituye el tipo y forma prim ordial de la rela­
ción de subordinación. E sta suposición fund am ental en los
fenómenos de subordinación, es la causa de que pueda dejar
legítimo espacio, dentro de su esfera, a otras formas de orde­
nam iento, rep ublicanas y oligárquicas (no sólo en sentido
político). E l campo de acción del m onarca admite perfecta­
mente estructuras secundarias de estas especies; en cambio, la
form a m onárquica sólo puede coexistir, de u n m odo relativo c
La subordinación 177

ilegítimo, cuando aquellas otras form as no monárquicas son


las m ás amplias y dominantes. L a jefatura de uno solo tiene
tal poder intuitivo, que continúa influyendo incluso en consti­
tuciones originadas en reacción contra ella y para suprimirla.
D e l presidente norteamericano se ha dicho— como del arconte
griego y del cónsul r o m a n o — que con ciertas limitaciones viene
a ser el heredero del poder real, que los monarcas perdieron tras
las respectivas revoluciones. H e oído decir a m uchos norteame­
ricanos que su libertad consiste en que los dos grandes partidos
alternan en el poder, pero que cada uno de ellos ejerce una
tiranía enteramente m onárquica. Ta m bién se ha intentado de­
mostrar que la democracia de la R e v o lu c ió n francesa no es
sino una inversión de la m onarquía, con las mism as cualida­
des que aquella. L a volonté générale de R o u ssea u , que es,
para él, sum isión sin resistencia, tiene la propia naturaleza
del monarca absoluto. Y P r o u d h o n afirma que un parlam en­
to nacido del sufragio universal no se diferencia en nada del
monarca absoluto. E l representante del pueblo es infalible,
inviolable, irresponsable. N o es más, en lo esencial, el m onar­
ca. E l principio m onárquico se dice— está tan vivo y tan ín ­
tegro en un parlam ento como en un rey legítimo; y de hecho
no falta, frente al parlam ento, n i siquiera el fenómeno típico
de la adulación, que parece específicamente reservado a la per­
so n a individ ual.
E s típico el fenóm eno de que existan entre elementos co­
lectivos relaciones formales, que continúan subsistiendo aun
cuando el cambio de la tendencia sociológica total parece h a­
cer imposible tal subsistencia. L a fuerza singular de la m on a r­
quía, que, por decirlo así, sobrevive a su muerte, transm itien­
do su m atiz y sus instituciones a otras figuras, cuyo sentido
parece consistir justamente en su negación, es u no de los ca­
sos m ás salientes de esta vida propia que tiene la form a socio­
lógica, gracias a la cual no sólo recoge contenidos m aterial­
mente m u y distintos do ella, sino que infunde su espíritu
en otras form as nuevas, que representan lo contrarío de ella.
E s tan grande esta importancia formal de la m onarquía, que
se conserva exp lícitam ente aún a llí donde su contenido es
negado y, precisamente, por serlo. E l cargo de d u x en Venecia
fué perdiendo cada vez más poder, hasta que acabó por no te­
178 S o o o lo jji a

ner ninguno; y, sin embarco., fué conservado cuidadosamente,


para evitar de ese m odo evoluciones que acaso h ubieran lleva­
do al trono a u n rey de veras. E n este caso, la oposición, en vc¿
de suprim ir la m onarquía, para acabar consolidándose en U
form a m onárquica, la conserva justamente para impedir su
consolidación efectiva. A m b o s casos opuestos atestiguan U
fuerza form al de esta fo rm a de gobierno.
E sta fuerza es de tal n a tu raleza, que m uchas veces se f u n ­
den en ella los elementos m ás opuestos. L a m onarq u ía tiene
interés en que se m antengan las instituciones monárquica.-,
a u n en sitios que están completamente fuera de su esfera de
acción. L a s realizaciones varías de una forma social determi­
nada, por alejadas que estén, se ap oya n m utuam ente y se ga­
ran tizan , por decirlo así, unas a otras. E ste hecbo se manifieste
en las form as de dom inio más diversas, pero particularmente
en la aristocracia y en la m onarquía. P o r eso, las m onarquías
pagan a veces cara la política que consiste en debilitar el p r in ­
cipio m onárquico en otros países. L a resistencia, casi rebelde,
que ofrecían al gobierno de M a z a r in o tanto el pueblo como e:
parlam ento, se ha atribuido a que la política francesa había
favorecido en países vecinos levantam ientos contra los go­
biernos respectivos; de'esta manera el principio m onárquico se
debilitó en u n grado tal, que refluyó sobre el autor mismo de
aquella política, que creía favorecer sus intereses fomentando
las rebeliones. P o r el contrario, cuando C r o m w c ll rekusó d
título de rey, entristeciéronse m ucho los realistas. P u es aunque
hubiera sido m u y duro para ellos ver en el trono al matador
del rey, el hecho de que volviese a haber u n rey, les habría pa­
recido plausible como preparación de la restauración. Pero-
aparte de estas razones utilitarias que pueden abonar la e x ­
pansión de la m onarquía, el sentim iento monárquico actúa a
veces frente a determinados fenómenos en manera y sentido
directamente opuesto a los intereses del monarca. C u a n d o ,
durante el reinado de L u is X I V , estalló la sublevación p o rtu ­
guesa contra E s p a ñ a — sublevación que debía ser m u y grata d
rey de F r a n c ia — , éste dijo, no obstante, comentándola: « P o T
m alo que sea un príncipe, la sublevación de sus súbditos es
infinitam ente criminal.» Y B ism arck refiere que G u ille r m o í
sentía una «repugnancia monárquica instintiva» contra Ben-
ka su bordin ación 179

1 nigsen y la actividad que éste había desplegado en H an n ov er.


A pesar de lo que B en n ig se n y su partido h a b ía n trabajado
por la prusincación de H an n o v er. esta actitud de u n súbdito
contra s u prim itiva dinastía, hería los sentim ientos m o n á rq u i­
cos de G u ille r m o I. L a fu e rza íntim a de la m o n a rq u ía es b a s ­
tante para incluir aún al propio enemigo en u n a s im p a tía de
principios, y para considerar, en las capas profundas del s e n ­
timiento, como adversario, al amigo que ss encuentra en op o ­
sición a a lg ú n m onarca.
F inalm ente surgen otros rasgos, todavía no mencionados,
cuando de un modo o de otro se torna problemática la
igualdad o desigualdad, la p roxim idad o distancia que existen
entre el superior y el subordinado. E s esencial en la figura s o ­
ciológica de un grupo el hecho de que prefiera subordinarse a
u n extranjero que a u n m iem bro del propio grupo, o lo contra­
rio, y de que considere lo u no o lo otro como lo m á s adecua­
do y digno. L os señores medievales alemanes te n ía n o rig in a ­
riamente derecho a nom brar para la com unidad cortesana
jueces y regidores de donde quisieran, hasta que finalm ente la
comunidad logró que los funcionarios fuesen nom b rad os de
entre los m iembros de la com unidad misma. En. cambio, con­
sidérase como concesión m u y importante la que hizo el conde
de Fland es en 1228 a sus «queridos escabinos y burgueses» de
Gante: que los jueces y fun cion a rios ejecutivos, así com o sus
subordinados, no serían nom brados de entre los vecinos de
G a n te n i de entre los que estuviesen casados con una gante-
sal E s t a diferencia tiene sin duda sus razones: el forastero es
más imparcial, el indígena m ás comprensivo. Indudablem ente
la primera de estas razones fu é la que determinó el deseo de
los ciudadanos de G a n te , y atendiendo a ella, elegían las ciu­
dades italianas con frecuencia sus jueces en otras ciudades,
para que la adm inistración de justicia n o fuese influida por
consideraciones de fa m ilia o de partido. P o r el m ism o m o tiv o,
gobernantes tan avisados como L u is X I y M a tía s C o r v in o
elegían en lo posible sus altos funcionarios, bien entre e x tr a n ­
jeros, bien entre personas pertenecientes a las clases bajas.
O tr a ra z ó n de utilidad ha indicado, en el siglo xix, B en th a m ,
para explicar por qué son con frecuencia los extranjeros los
mejores empleados públicos: y es que se íes vig ila celosamen-
180 Sociología

te. L a preferencia por los allegados o semejantes, parece desde


luego m enos paradójica, aunque, si es exagerada, puede con­
ducir a u n a m ecanización del sim ília sim ilib u s, análoga a la
que se refiere de u n a antigua tribu líbica y m odernamente de
los aschantis: que en estos países el rey reina sobre los h om ­
bres, y la reina— que es su h e rm a n a — sobre las mujeres. La
tendencia del poder central a eliminar la jurisdicción in m a­
nente de los subgrupos, confirma mi tesis de que la subordi­
nación a iguales favorece la cohesión de los grupos. Todavía
en el siglo xiv estaba m u y extendida en Inglaterra la creencia
de que el ju e z competente para cada individ uo era su propia
com u nidad nativa; pero R icard o II dispuso terminantemente
que nadie podría ser juez de los A s i sos o del G o a l delivery en
su propio condado. E n este caso la cohesión del grupo encon­
traba su correlato en la libertad del individuo. T o d a v ía en la
época de decadencia do la m onarquía a n g losajo n a, el derecho
a ser ju zg ad o por los compañeros, por los pares, era tenido en
g ra n estima, como salvaguardia y g ara n tía contra la arbitra­
riedad de los jueces reales o señoriales. E l campesino de rea­
lengo, sobre el que pesaban tantas cargas, velaba celosamente
sobre este derecho, que era el tínico que daba contenido y v a ­
lo r al concepto jurídico de la libertad en el sentido del derecho
privado.
Son, pues, seguramente razones de educación o utilidad,
las que hacen preferir unas veces la subordinación al compa­
ñero y otras al extranjero. S in embargo, no son estos los ú n i­
cos m otivos que determinan la elección; a ellos se añaden otros
motivos m ás instintivos y sentimentales y tam b ién m ás abs­
tractos y mediatos. T a n to m ás cuanto que aquellas primeras
razones de utilidad se encuentran con frecuencia equilibradas
e n la b a la n za ; la m ayor comprensión de los de dentro y la
m ay o r im parcialidad de los de afuera, se com pensan muchas
veces y entonces h a y necesidad de recurrir a otra instancia
para decidir entre ellas. A p arece aquí u n a antinom ia infinita­
mente importante en toda form ación sociológica: de u n a parte
nos atrae lo que nos es homogéneo y de otra lo que nos es
opuesto. é E n qué casos, en qué esferas actúa u n a u otra ten­
dencia? é C u é l de ellas predomina en nuestro ser? E sto depen­
de, al parecer, de las disposiciones primarias, inherentes a la
La subordinación 1K1

propia n a tu ra le za del individuo. L o opuesto nos com plem en­


ta; lo hom ogéneo nos fortalece. L o opuesto nos excita e incita;
lo hom ogéneo nos calma. C o n medios completamente diver­
sos, lo u no y lo otro nos sum inistran el sentim iento de que
nuestra manera de ser es justa, legítima. Pero si frente a u n
determinado fenóm en o sentimos una de las dos tendencias
como la adecuada, l a otra nos repugnará; lo opuesto se nos
aparece como hostil, y lo hom ogéneo nos produce h astío; lo
opuesto nos plantea problemas demasiado elevados, y lo h o ­
mogéneo dem asiado pequeños. Frente a lo u n o como frente a
lo otro, nos es difícil tom ar posición; frente a lo heterogéneo,
porque nos fa lta n p untos de contacto o comparación, y frente
a lo hom ogéneo, porque lo igu a l a nosotros se nos aparece
como superfluo o, lo que es peor, nosotros m ism os n o s apare­
cemos como superfinos. L a s diferentes relaciones íntim as que
establecemos entre nosotros y un individ uo o u n grupo, pro­
ceden esencialmente de que éste se nos ofrece con u n a p lu ra li­
dad de rasgos, que h a n de entrar en relación con nosotros y
que encuentran e n nosotros otros rasgos en parte homogéneos
y en parte heterogéneos; lo cual hace posible tanto la atracción
como la repulsión. L a relación total resulta de las alternativas
y com binaciones de estos sentimientos. Igual efecto se produce
cuando una m ism a relación (v. gr., u n a cualidad del otro, seme­
ja n te a u n a cualidad nuestra), despierta en nosotros, por una
parte, sentim ientos de sim p atía y, por otra parte, de antipatía.
A s í u n poder social favorecerá sin duda los poderes análogos
que se encuentren dentro de su esfera y no sólo por natural
sim p atía hacia lo semejante, sino porque todo fortalecim iento
del principio en que se fund an redunda en beneficio suyo.
P ero, por otra parte, los celos, la competencia, el deseo de ser
el ú nico representante del principio, producirán tam bién el
resultado opuesto. E sto se nota m ucho en la relación de la
m onarquía con la nobleza. P o r u n a parte, el principio heredi­
tario de la nobleza es interiormente a fín al de la m onarquía,
por lo cual ésta concluye a lia n z a con aquélla y, encontrando
en ella u n apoyo, la favorece. P ero, por otra parte, la m o n a r ­
q uía no puede tolerar que subsista junto a ella un estado pri­
vilegiado, con derecho hereditario y, por consiguiente, propio;
ha de preferir que cada individ uo sea particularmente privile-
182 S o c io lo g ia

giado por ella. A s í los emperadores rom anos al principio f a v o ­


recieron la no b leza senatorial y le g a ra n tiz a ro n el derecho
hereditario; pero después de D iocleciano la nobleza senatorial
fué convirtiéndose cada vez m ás en u n a mera sombra, siendo
sustituida por la no b leza burocrática, en la que cada miembro
llegaba a los altos cargos por ascensos personales. E l hecho
de que en tales casos predomine la atracción o la repulsión de
lo hom ogéneo, depende, evidentemente, no sólo de motivos
utilitarios, sino de aquellas disposiciones profundas del alm a
que determ inan la distinta valoración de lo igu a l y lo desigual.
U n caso particular de este problema general sociológico Os
el de que estamos tratando. E l hecho de sentirnos m ás h u m i­
llados por la subordinación a un allegado que a un extraño,
o viceversa, depende m uchísim as veces de sentimientos que no
pueden racionalizarse. A s í , todos los instintos sociales y los
sentim ientos vitales de la E dad M edía fueron la causa de que
en el siglo xm , cuando se concedió jurisdicción pública a los
gremios, se decretase, al propio tiempo, que quedarían subor­
dinados a ellos todos los obreros del m ism o oficio, pues h u b ie ­
ra sido absurdo que un tribunal grem ial juzgase a quien no
pertenecía a la comunidad del oficio. P e ro un sentimiento
opuesto, c igualm ente ajeno a todo sentido de utilidad, es e'
que m ueve a alg u n as hordas austra lia n a s a no elegir por si
m ism as sus cabecillas, reservando dicha elección a los jefes de
las tribus vecinas; como tam bién, en a lg u n o s pueblos salvajes,
el dinero corriente entre ellos, no es fabricado por ellos m is­
mos, sino traído de fuera, hasta el punto de que en algunos
sitios florece la industria de fabricar signos monetarios (con­
chas, etc.) para exportarlos a lugares apartados en donde sir­
ven de moneda. E n genera!, y a reserva de a lg u n a s modifica­
ciones, cuanto m ás bajo sea el nivel de un grupo, cuanto más
h abituados estén a la subordinación sus miembros, tanto más
repugnancia sentirán en dejarse dom inar por uno de sus ig u a ­
les. P o r el contrario, cuanto más alto sea su nivel, tanto más
tenderán a buscar jefe entre sus pares. L a subordinación a los
iguales es difícil, en el primer caso, porque todos están en un
nivel bajo; es, empero, en el segundo caso fácil, porque todos
se b a ila n en un nivel alto. L a m ayor exageración de este sen­
tim iento encuéntrase en la vieja C á m a r a de los lores, que no
La subordinación

sólo era reconocida por sus m iem bros como tínico trib u n a l de
justicia, sino que, en el año l 330 , rechazó la insin ua ción de
ju z g ar a otras ¿entes además de los pares. L a tendencia, pues,
a no dejarse ju z g ar m ás que por sus iguales, es a veces tan ra­
dical que actúa, incluso, de modo retroactivo. L o s lores pensa­
ban de un modo poco lógico; pero, psicológicamente, profundo
y comprensible: «puesto que nuestros iguales sólo pueden ser
juzgados por nosotros m ism os, todo el que sea juzg ad o por
nosotros se convierte, en cierto modo, en nuestro igual».
Y así, como en este caso, u n a relación patente de sub ordi­
n ación (la que medía entre e'i acusado y el juez) es sentida
como una cierta coordinación, así también, viceversa, la coor­
dinación es a veces sentida como subordinación. Y conceptual-
inente repítese aquí el du alism o en la separación como en el
enlace— entre los m otivos de razón y los instintos oscuros. E l
burgués medieval que, por razón de sus derechos, está debajo
de la nobleza, pero encima de los cam pesin os,rechaza en oca­
siones la idea de u n a igualdad general de derechas; teme que
esa nivelación le h aga perder, en beneficio del campesino, más
de lo que gana en daño del noble. A lg u n a s veces tropezam os
con el tipo sociológico que consiste en que una capa social i n ­
termedia no puede elevarse hasta la capa superior, sino equi­
parando a sí la capa m ás baja; pero siente esta equiparación
como u n a h um illación tal, que prefiere renunciar a l encum ­
bramiento que podría conseguir. A s í en la A m é r ic a española,
los criollos sentían gran envidia de los españoles procedentes
de E uro p a; pero era a ú n m ay o r el desprecio que les inspiraban
los m ulatos y mestizos, los negros y los indios. P a r a equipa­
rarse a los españoles, h ub ieran tenido que coordinar consigo a
aquellos inferiores; m as esto significaba tal degradación para
sus sentimientos de raza, que prefirieron renunciar a la igu a l­
dad con los españoles. P e ro esta com binación form al se expre­
sa de un modo m ás abstracto o instintivo todavía en las p a ­
labras de H . S. M a in e : « E l principio de nacionalidad, tal
como se form ula con frecuencia, parece significar que a los
hombres de cierta raza se les infiere injusticia si se les quiero
im poner instituciones políticas comunes, con m iembros de otra
raza.» P e r tanto, si existen dos caracteres sociales diversos,
A y B , A aparecerá como subordinado a B , tan pronto como
184 S ociologi H

se le quiera dar la m ism a constitución que a éste, aún en el


caso de que aquella constitución no signifique, por su conteni­
do, re ta ja m ie n to n i subordinación.
F inalm ente, la subordinación a u n a personalidad extraña
tiene u n a significación m u y importante: la de ser tanto más
adecuada cuanto más elementos heterogéneos, ajenos u opues­
tos u n o s a otros, entren en la composición del círculo de los
subordinados. L o s elementos de una pluralidad, subordinados
a una personalidad superior, guardan con ésta una relación
análoga a la que m an tien en las representaciones particulares
con el concepto general que las comprende. E ste ba de ser ta n ­
to más elevado y abstracto (esto es, tanto más distante de las
representaciones singulares), cuanto más diversas sean entre
sí estas representaciones en él contenidas. E l caso m ás típico,
que se presenta con la misma forma en las m ás diversas esfe­
ras, es el y a mencionado de las partes en p ugna que nombrar,
u n árbitro. C u a n to más apartado se baile éste de los intereses
de unos y otros— teniendo presente que, como el concepto supe ­
rior h a de participar, sin embargo, de algun a manera en lo co­
m ú n a ambas partes, en lo que fundam enta la contienda y la
posible avenen cia— , tanto m ás voluntariam ente se someterán
las partes a su decisión. H a y empero un ¡im ito en las divergen­
cias, m ás allá del cual y a no es posible el acuerdo de las partes
en n in g ú n punto común, por m uy alto y lejano que se sup o n­
ga. C o n relación a la historia de los tribunales industriales ar­
bitrales en Inglaterra, se ha hecho notar que prestan excelente«
servicios en 1» interpretación de los contratos y leyes de tra­
bajo; pero éstos son rara vez causa de grandes huelgas o
íocauts, los cuales se producen m ás bien porque patronos u
obreros intentan m odificar las condiciones del trabajo, y , en
tales casos, tratándose de establecer nuevas bases para deíer~
m inar las relaciones entre las partes, no está indicado y a e!
tribu nal arbitral, porque ía tensión entre los intereses es tal.
que el árbitro habría de estar colocado a inconmensurable
altura por encima de ellos, para abarcarlos y avenirlos. D e ^
m ism a manera, Cabe im agin ar conceptos de tan heterogéneo
contenido, que no sea posible h a lla r ningú n concepto genere-1
que contenga lo que les sea común.
A d em ás, cuando las partes en p u g n a se someten a un árbi­
La subordinación

tro, es de la m a y o r importancia que aquéllas estén en u n a rela­


ción de igualdad. S i existe entre ellas a lg u n a relación de
subordinación, fácilm ente se produce en el juey, una actitud de­
terminada respecto a a lg u n a de ellas, actitud que perjudica a su
imparcialidad. A u n q u e el ju e z sea completamente ajeno a los
intereses de am bas partes, con frecuencia tendrá u n prejuicio
favorable para el superior y otras veces para el subordinado.
A q u í es donde actúan las sim patías de clase, m uch as veces in ­
conscientes, porque están ligadas inexorablemente al pensar y
sentir total del sujeto, y constituyen, por decirlo así, la base
a p rio ri de que parte su estudio de la cuestión, en apariencia
puramente objetivo. H a s ta tal punto están unidas dichas s im ­
patías coit la esencia m ism a de la persona, que el pretender
evitar su influencia, lejos de conducir a una objetividad y equi­
librio reales, llevan a m enudo al extremo opuesto. C u a n d o las-
partes tienen m u y diverso nivel y poderío, basta a veces la
mera sospecha de parcialidad en el árbitro— aunque en reali­
dad no exista— para hacer ilusorio todo el procedimiento. E n
las desavenencias entre patronos y obreros, las C á m a ra s a rb i­
trales inglesas acuden con frecuencia a un fabricante e x tra n ­
jero para que sirva de árbitro. Pero, regularmente, si su decisión
es contraria a los obreros, éstos a cusan al árbitro (por in ta ch a ­
ble que sea) de haber favorecido a su clase. P o r el contrario,
cuando el nom bram iento recae en. un parlam entario, los fabri­
cantes le presumen inclinado a favorecer a la clase numerosa
de sus electores. P or consiguiente, el arbitraje sólo caerá en
terreno favorable cuando h a y a u n a perfecta igualdad de s itu a ­
ción entre las partes, a un qu e no sea más que porque la parte
que está más alta suele aprovechar las ventajas de su posición
para conseguir que el nom bram iento del árbitro recaiga sobre
persona grata. K, incluso puede hacerse la deducción inversa y
decir que el nom bram iento de un árbitro imparcial es siempre
una prueba de que las partes contendientes se reconocen, al
menos, cierta igualdad. Justamente, en los tribunales a rb itra ­
les voluntarios ingleses, en los cuales obreros y patronos se
someten contractualmente a la decisión de un árbitro, que no
puede ser n i patrono n i obrero, fue necesario que los patronos
reconociesen a los obreros cierta igualdad, para inducirles a
renunciar a la intervención de u n o de los su y os, en la solu-
1SÍ. SOCIOJO.': La subordinación 187

ción del conflicto, y confiar en u n a persona ajena a ambos. co nstituyen sociedades a n ó n im a s o están adm inistradas como
F in a lm en te , otro ejemplo tom ado de u n a esfera completa­ si lo fuesen, los empleados se encuentran en mejor situación
mente diversa, nos enseña que la relación com ú n entre varios que los que trabajan en pequeños comercios explotados perso­
elementos subordinados a un superior, supone o produce cier­ nalm ente por ei dueño. L a m ism a relación se produce cuando
ta coordinación o igualdad entre estos elementos— aparte de en lu g ar de la diferencia entre individuos y colectividades, se
las diferencias, diversidades, oposiciones q u e existan entre plantea la diferencia entre colectividades m ayores y menores.
e llo s — y que esa coordinación es tanto m ay o r cuanto que I?, L a situación de la India bajo el G o b ie r n o inglés es bastante
potencia superior es m ás alta y lejana. P ara que la religión más favorab le que ba jo la C o m p a ñ ía de las Ind ias orientales.
ejerza u n a influencia socializadora sobre am plios círculos, es C o m o es natural, n a d a importa que esa colectividad m ay o r
m u y im portante que D io s esté situado a una distancia deter­ viva bajo u n régim en m onárquico, siempre que la técnica de
m in ad a de los creyentes. L a proxim idad inmediata, local, por la soberanía, ejercida por ella, tenga carácter superindividual,
decirlo así, en que se encuentran con los creyentes los princi- en el sentido más a m p lio de la palabra; el régimen aristocrá­
cios divinos de todas las religiones totemistas y fetichistas, y tico de la R e p ú b lica rom an a oprim ió mucho m ás duramente
tam bién el viejo D io s judaico, es la causa de que esas religio­ las provincias que el im p erio, que fue mucho m ás justo y ob­
nes no convengan para d o m in a r círculos amplios. S ó lo la enor­ jetivo. P a r a los que se encuentran en la posición de servido­
me a ltu ra a que está sobre el m und o el D io s cristiano Lizo res, suele ser lo m ás favorable el pertenecer a un círculo am ­
posible la igualdad de los desiguales ante él. L a distancia a plio. L as grandes propiedades señoriales que se produjeron en
que los creyentes están de D io s es tan inm en sa que se borrar, el Im perio franco, durante ei siglo vu, colocaron con frecuencia
ante ella todas las diferencias entre los hombres. E sto no ha a las clases inferiores en una nu eva y ventajosa situación. La
impedido la proxim idad en la relación cordial con D ios; por­ gran propiedad permitió que se organizase y diferenciase el
que esta relación pone en juego aquellas partes del hombre en personal trabajador; ce donde nació un trabajo cualificado y,
las que se borran todas las diferencias individuales, partes que por consiguiente, más estimado, que permitía a los siervos en­
por decirlo así cristalizan y se actu a liza n con entero pureza cumbrarse socialmente. P o r l a m ism a razón, ocurre con fre­
cuando actúa aquel principio suprem o y entra el hombre en cuencia, que las leyes penales del E sta d o son m ás benignas
relación con él. Pero acaso la Iglesia católica h a y a conseguido que las de los círculos exentos.
crear u n a religión universal, justam enle porque interrumpió N o obstante, como queda y a indicado, h a y una porción le
también esta relación inm ediata entre D io s y el hombre, in ­ fenóm enos que siguen un curso enteramente opuesto. Los
terponiéndose entre am bos y haciendo que, a ú n en este aspec­ aliados de A te n a s y R o m a , los territorios que antiguam ente
to, fuese D io s inaccesible para el in div id uo por sí solo. estaban sometidos a algun os cantones suizos, fueron op rim i­
P o r lo que se refiere a aquellas estructuras sociales que se dos y explotados con una dureza que difícilm ente hubiera sido
caracterizan por la subordinación de alg u n o s individuos o co­ posible en u n régimen unipersonal. L a m ism a sociedad a n ó ­
m unidades a una p lu ralida d o a u n a com unidad social, lo nim a que, por la técnica de su funcionam iento, explota menos
priir ero que salta a la vista es que el efecto es m u y desigual a sus empleados que un patrono particular, puede en muchos
par« los subordinados. E l supremo deseo de los esclavos es­ casos, tratándose de indem nizaciones y socorros, no proceder
partanos y tes-alios era ser esclavos del E stad o, en vez de serlo tan liberalm ents como el particular, que no tiene que dar cuen­
de un individuo. E n Prusia, antes de la emancipación, los ta a nadie de sus dispendios. Y por lo que toca a los impulsos
siervos de realengo estaban en mejor situación que los de se­ indi*iduales, las crueldades que se ejecutaban para entreteni­
ñores particulares. E n las grandes explotaciones y almacenes m iento de los concurrentes al circo rom ano y que a menudo
modernos, que no están regidos por un individuo, sino que o eran llevadas al extremo, a petición de los espectadores mis-
183 Sociolou .1

mos, difícilm ente h ubieran sido ejecutadas por m uchos de es-


tos, de haberse b ailad o a so las cara a cara con el delincuente.
La razó n fund am ental de esta diversidad de efectos que
produce el dom inio de u na plu ralidad sobre los que le están
som etidos, ha de buscarse en prim er térm ino en el carácter de
objetividad que le es propio, en la elim in ación de ciertos sen ti­
m ientos, actitudes, im pulsos, que sólo actúan en la conducta
in d iv id u a l de los sujetos, pero no cuando estos obran colecti­
vam ente. R e su lta rá n aqu ellas diferencias según que la posi­
ción del subordinado en cada caso sea m ás o m enos favorecida
por la objetividad o por la subjetividad in divid ual. S i el su ­
bordinado, por su situación necesita la com pasión, el a ltru is­
m o, la benignidad del superior, le irá m al bajo el dom inio ob­
jetivo de una plu ralidad. E n cam bio en relaciones que exijan
únicam ente legalidad , im parcialidad, objetividad, será más de­
seable la dom inación de un gru po que la de un individ uo. E;
sign ificativo en este sentido el hecbo de que m ientras el E s ta ­
do condena legalm ente al delincuente, no puede en cam bio
indultarle, y hasta en las R ep ú b lica s suele atribuirse el dere­
cho de gracia a personas singulares. D o n d e más claram ente se
m anifiesta esto, es en ios intereses m ateriales de las com unida­
des que se rigen por el principio absolutam ente objetivo de
obtener las m ayores ven tajas con los m enores sacrificios p osi­
bles. L a dureza y desconsideración que m an ifiestan en su con­
ducta no tiene nada de esa crueldad por la crueldad m ism a,
que a veces practican los individ uos; no es m ás que la objeti­
vid ad llevada al m áxim o rigor lógico. A s í m ism o la b ru ta li­
dad del Hombre de negocios, que procede con igu a l criterio, no
se le aparece a él m ism o como culpa m oral, porque sólo tiene
conciencia de haber seguido u n a conducta estrictam ente ló g i­
ca, sacando las consecuencias objetivas de la situación.
P ero esta objetividad de la conducta colectiva, no es m u­
chas veces sino puram ente n eg ativa, y consiste sim plem ente en
la elim in ació n de ciertas n orm as, a las que suele someterse la
person alidad in d ivid u al, y al m ism o tiem po u n a m anera de
d isim u lar esta elim inación y de tran q u ilizar la conciencia, t o ­
dos los in d ivid u o s que han interven id o en la decisión, pueden
am pararse en el hecho de haber sido esta u na resolución colec­
tiva, enm ascarando su codicia y b rutalid ad con la disculpa do
l . i subordinación 189

que sólo perseguían el provecko de la com unidad. E l axiom a


de que el poder— el adquirido rápidam ente y el que dura desde
kace m ucko tiem p o — induce a l abuso, sólo es ap licab le a los
in d ivid u o s, con m u ckas y lu m in o sas excepciones. E-n cam bio
k a n sido siem pre circun stan cias particularm ente favorab les
las que k a n im pedido que rija para corporaciones y clases. E s
m u y de n otar que la desaparición del sujeto in d iv id u a l tras la
com unidad acen túa eí ab u so del poder, aunque la parte som e­
tida sea u na colectividad. La reproducción psicológica del do­
lo r ajen o, que es el veh ículo p rin cip al de la com pasión y la
b en ign id ad , quiebra fácilm ente cuando su sujeto no es u n in ­
d ivid uo determ inado sin o u n a totalid ad , que, com o ta l, carece,
por decirlo así, de estados de ánim o subjetivos. A s í se ha h e ­
cho n o ta r que la com unidad inglesa se caracteriza, en el curso
de toda su h istoria, por u n a extrao rd in aria ju sticia p ara las
personas y una in ju sticia a n á lo g a para las colectividades. Sólo
teniendo presente este fund am ento psicológico se com prende
que un país, con u n sentim iento tan acentuado del derecho de
las in d ivid ualidad es, h aya tratado con tanta dureza a disiden­
tes, jud íos, irlandeses, y en períodos anteriores, a los escoce­
ses. L a subm ersíón de las form as y norm as personales en la
objetividad de la existencia colectiva, determ ina no sólo el h a ­
cer, sino tam bién el padecer de la s com unidades. L a o b jetiv i­
dad actúa en la form a de la ley; pero si esta no rige o b lig a to ­
riam ente y ha de ser su stitu id a por la conciencia personal,
m uéstrase a m enudo que esta conciencia no con stituye u n ras­
go de psicología colectiva; y tanto m ás cuanto que, por tener
carácter colectivo, el objeto de la conducta no induce siqu iera a
desarrollar aquel rasgo personal. L o s abusos de poder, que se
dan, v. gr., en las adm in istracion es de los E stad o s norte­
am ericanos, difícilm ente h ubieran alcanzado tales proporcio­
nes si los dom inantes no fu era n corporaciones y los dom i­
nados colectividades; es característico, por tan to , el hecho de
que a veces se h a y a creído d ism in uir aquellos ab usos au m en ­
tand o las atribuciones del M a y o r, para que h a y a a lg u ien a
quien hacer responsable personalm ente.
H a y u n a aparente excepción a la regla de objetivid ad que
rige los actos de las colectividades; pero, en realidad, dicha
excepción confirm a m ás hondam ente la regla. M e refiero a la
190 S o i¡o j...,_

conducta de u na m uchedum bre, de la que pongo como ejem ­


plo la m u ltitu d rom an a reun ida en el circo. E xiste, en efecto,
una diferencia fu n d am en tal entre la acción de u n a colectivi­
dad, encarnada en un organism o y que puede considerarse
com o u n a abstracción— aso ciación económ ica, E stad o, Iglesia,
y en general todas las asociaciones que pueden ser designadas
com o personas juríd icas en realidad o m etafóricam ente— y la
do u na p lu ralid ad representada por u na m uchedum bre con­
creto, que actualm ente se encuentra reun ida. L a .supresión de
la s diferen cias in d iv id u a les, personales, que en los dos casos
acontece, conduce, en el prim ero, a destacar los rasgos que
están, por decirlo así, por encim a del carácter in divid ual, y en
el segundo los que están por debajo. U n a masa de personas en
contacto m aterial sufre la in flu en cia de incontables sugestio­
nes y acciones nerviosas, que v a n y vienen en todos los senti­
dos y que arrebatan al in d ivid u o la serenidad e independencia
de la reflexión y de la acción; de m anera que, con frecuencia, en
u na m uchedum bre, las m ás fu g itiv a s incitaciones crecen en
proporciones descom pasadas, se d ilata n y a n u la n las funcio­
nes de orden elevado, m ás diferenciadas y m ás críticas. Por
eso, en los teatros y en las reuniones reím os de chistes que nos
dejarían frío s en nuestras casas; por eso las m anifestaciones
espiritistas tienen éxito sobre todo en «círculos»; por eso los
juegos de sociedad son, por regía general, tanto más divertidos
cuanto m ás b ajo es su n ivel. A s í se exp lican igualm ente los
cam bios bruscos de opinión en las m asas, cam bios que, ob jeti­
vam ente, serían inexplicables; y asim ism o las incontables ob­
servaciones sobre la «estupidez» de las colectividades (l). Y o
a trib u yo , com o queda dicho, esta p a ra liza ció n de las cualid a­
des superiores, este dejarse arrastrar sin resistencia; al número
in calcu lab le de in flu jo s e im presiones que en u na m uche­
dum bre se entrecruzan, se fortalecen, se quiebran, se desvían, se
reproducen. E sta confusión de excitaciones m ín im as, por de­
b ajo de la conciencia, produce a costa de la razó n clara y con­
secuente, u na gran irritab ilid ad nerviosa, en la que despiertan
los m ás oscuros y p rim itivo s instintos, ordinariam ente refre­
nados, y adem ás u na p arálisis hipnótica, que hace que la m ul-

(t) V é a s e e! * stn d ¿ 0 SOÍíxe I i t iu t o c o i w r v f l íi ó r » .


L.u subordinación 191

titu d obedezca h asta el extrem o a todo im pulso sugestivo. A


esto h a de agregarse la em briagu ez del poder y la fa lta de res­
pon sab ilid ad in divid ual en la m uchedum bre, lo cu a l rom pe los
fren os m orales que se oponen a ÍOs instintos m ás bajos y b ru ­
tales. E sto basta p ara exp licar la crueldad de la s m asas— espec­
tadores del circo rom ano, perseguidores m edievales de los ju ­
díos o lin ch adores am erican os de n egros— . S i n ‘duda tam bién,
en esta relación sociológica de su b ord in ació n se ofrece la
típica du alidad de efectos; la im p u lsividad y sugestíon ab iiidad
de la m uchedum bre puede, en ocasiones, hacerla sensible a s u ­
gestiones de generosidad y entu siasm o de que serían incapaces
acaso los in d ivid u o s. L a ú ltim a ra zó n de las an tin o m ias que se
ofrecen dentro de esta configu ración, puede form ularse d icien ­
do que entre el in d ivid u o , con sus situacion es y necesidades,
de u na parte, y todos los organ ism os su p ra o inl ra-in d ivid u a -
les, todas la s estructuras in tern a s y externas que produce la
reunión colectiva, no existe u n a relación fu n d am en tal y cons­
tante, sino, por el contrario, variab le y accidental. P o r lo tanto,
el hecho de que las unidades sociales ab stractas procedan de
u n m odo m ás objetivo, frío y consecuente que el in d ivid u o, y,
al con trario, que las m asas concretas obren de un m odo m ás
im p u lsivo , irreflexivo y extrem o, lo m ism o puede ser, según
los casos, favo rab le que desfavo rab le para los som etidos a
ellas. E sta casu alidad no es, por decirlo así, n ada casu al, sin o
la expresión lógica de la in con m en su rab ilid ad que existe entre
las situacion es in d ivid u ales de que se trata y las estructuras y
sentim ientos que se dan en la coexistencia de u na pluralidad.
E n todas estas especies de su b o rd in ació n a u na p lu ralid ad ,
lo s elem entos de esta p lu ralid ad eran iguales y coordinados
unos a otros, o, a l m enos, actu ab an com o si lo fuesen . P ero
h a y otros casos en que la p lu ralid ad dom inante no se presenta
com o u n a u nidad de elem entos hom ogéneos; los que d om in an
pueden, o bien ser opuestos unos a otros, o bien co n stitu ir una
serie, en la cual el dom inante está a su vez sub ordinado a otro
más alto. M e ocuparé, prim eram ente, del prim er caso, cu yas es­
pecies pueden distinguirse por la diversidad de sus efectos en
los subordinados.
S i a lg u ien está som etido totalm ente a varias personas o
grupos, es decir, sin conservar la m enor espontaneidad, están-
1V2 SocíoJoui I i subordinación 193

do, por tanto, en com pleta dependencia de todos y cada u no de nen cía. P u e s m ien tras dura la lu ch a entre elem entos que pre­
los superiores, sufrirá gravem ente cuando h aya oposición en ­ tenden todos dom inar por entero a uno y al m ism o sujeto, no
tre éstos. P u es cada u no de los jefes pretenderá u tiliza r ín te ­ cabe para éste u n a d ivisión de fu e rza s que pueda satisfacer
gram ente sus fuerzas y servicios, y, por otra parte, 1c h ará res­ a qu ellas pretensiones: en la m ay o ría de los casos, sem ejante
ponsable de toda acción u om isión hecha por obediencia a otro d ivisió n no podrá siqu iera proporcionar una solu ción parcial
jefe, considerán dola como espontánea. E sta es la situ a ció n tí­ y rela tiva , porque cada acción se encuentra ante un inflexible
pica del «servidor de dos señores». Se presenta, por ejem plo, pro o contra. E n tre la pretensión del grupo fa m ilia r que, con
para los h ijos cuando los padres están en conflicto. E s tam ­ carácter religioso, reclam a el entierro de P o lin icio , y la le y del
bién la situación de u n E stad o pequeño que depende por igual E sta d o que lo prohíbe, no h a y com posición posible para A n ­
de dos E stad o s vecinos poderosos; en caso de conflicto entre tífo n a : después de m uerta ella, las pretensiones contrapuestas
ellos, cada cual le hará responsable de aquello a que le o b li­ se encuentran frente a frente, tan acusadas e irreductibles como
gue hacer por el otro su situ a ció n de dependencia. a l com ienzo de la tragedia, m ostrando «si que no h a y conducta
S i este conflicto es interior; s i los dos círculos a n tin ó m i­ o destino del som etido a ellas, que pueda resolver el conflicto
cos actúan com o potencias ideales, m orales, que presentan sus que en el sub ordinado proyectan.- Y aún en el caso de que la
exigencias en el interior del hom bre, la situación se ofrece colisión no se presente entre las dos potencias sin o en el in te ­
en form a de «conflicto entre deberes». A q u e lla pugna exterior rior del sujeto som etido a am bas, y , por tanto, parezca m ás fá ­
no surge, por decirlo así, del sujeto m ism o, sino que cae sobre cil de resolver repartiendo entre am bas la actividad del sujeto
él; en cam bio, la interior se produce por cuanto, en el alm a, la som etido, sólo u n acaso feliz que resulte de la situación m ism a
conciencia m oral tiende b a cía dos direcciones a la vez, que­ hará posible la solu ción . E l caso típico es el que plantea la sen­
riendo obedecer a dos potencias que se exclu yen . L a primera tencia: «Dad al C ésa r lo que es del C ésa r y a D ios lo que es
a n u la , pues, en principio toda espontaneidad del sujeto, ya de D ios». P ero ¿y si justam en te la m oneda que reclam a C ésar
que el conflicto se resolvería pronto y fácilm ente si esta espon­ es necesaria p ara una obra grata a D ios?
taneidad se produjese. E l conflicto entre deberes, en cam bio, E l m ero hecho de que la s in stan cias, de que un in d iv i­
supon e justam en te la m ayor lib ertad del sujeto, a cuyo cargo duo depende al m ism o tiem po, sean extrañas u na a otra, bas­
corre, exclusivam ente, el reconocim iento de las dos pretensio­ ta para que la situ ación sea en principio contradictoria. Y
nes como m oralm ente obligatorias. S in em bargo, esta dualidad ello en tanto m ayor grado cuanto más in teriorizado esté el
no impide que la pugna de dos potencias, que exigen nuestra conflicto en el sujeto, surgiendo de las exigencias ideales
obediencia, adopte am bas form as a l m ism o tiem po. C u an d o el que plantea la conciencia del deber. E n los dos ejem plos a rr i­
conflicto es puram ente exterior, resulta tanto m ás grave cuanto ba m encionados, recae el acento m oral sub jetivo especialm ente
que la personalidad es m ás débil; pero siendo interior, será en u no de los dos lados, y a que el sujeto depende del otro m ás
tanto más destructor cuanto m ás fuerte sea la personalidad. bien por in evitab les circunstar cias externas. P ero cuando am ­
N o s adecuam os de tal modo a las form as rud im en tarias de bas pretensiones tienen el m ism o peso interior, de poco nos
esos conflictos, que penetran nuestra vida en lo grande como sirve decidirnos por u na de ellas, con arreglo a n u estra m ejor
en lo pequeño; nos avenim os instintivam ente a ellos de tai convicción , o d ivid ir entre am bas nuestra actividad. P u es la
m anera, en com ponendas y divisiones de nu estra actividad, pretensión in sa tisfech a —-to tal o parcialm ente -seguiré ac­
que en la m ayo ría de los casos n i tenem os conciencia siquiera tu an do con todo su peso sobre nosotros; nos sentirem os res­
de ellos como tales conflictos. P ero si el conflicto se hace cons­ ponsables de ella, au n qu e exteriorm ente sea im posible sa tisfa ­
ciente, la situ a ció n aparece in so lu b le, en su form a sociológica cerla en todo o en parte, y aun que la solu ción h a y a sido la más
pura, aunque sus contenidos casuales adm itan acom odo y ave- justa m oralm ente, dadas la s circunstancias. T o d a exigencia
194 Socio)ogí.>

verdaderam ente m o ral tiene algo de absoluto; no se conform a


con u n a satisfacción relativa, determ inada p o r la presencia de
la otra. In cluso en el caso de no necesitar in clin a rn o s ante otra
in stan cia que la conciencia p e r s o n a r ía d ificu ltad es la misma
que en el caso de dos exigen cias exteriores contradictorias, n in ­
g u n a de las cuales nos perm ite reservarnos nada en pro de la
o tia; n i interiorm ente a lcan zam o s sosiego m ien tras u n a nece­
sidad m oral quede sin cum plim ien to, aun qu e n u estra concien­
cia nos disculpe de no h aber podido hacer m ás de lo que he­
m os hecho, por consideración a o tra que a su vez nos impera,
independientem ente de la p osibilid ad m ayo r o m enor de rea­
liza rla .
E n la sub ordin ación a potencias exteriores, opuestas o e x ­
trañas entre sí, la posición del subordinado cam bia totalm en ­
te, si posee a lg u n a espontaneidad, si puede interven ir en la
relación con a lg ú n poder propio. E n este caso, la relación pue­
de adq u irir los aspectos diversos que h an sido dilucidados en
el estudio anterior: duobus lítig& ntibus tertiu s gaudet. Sólo
m encion arem os aqu í algu n as de sus aplicaciones para el caso
de la subordinación del tertius, así com o p ara la eventualidad
de que no exista luch a, sino pura dualidad, entre las instancias
superiores.
L a sum isión a dos in stan cias suele in icia r para el su b ord i­
nado un aum ento de libertad, que en ocasiones llega hasta
m an um itirle por com pleto. U n a diferencia esencial entre e:
siervo m edieval y el va sa llo con sistía en que aquél no tenía n¿
podía tener m ás que un señor, m ien tras que éste podía recibir
tierras de diversos señores, prestándoles juram ento de fideli­
dad. G ra c ia s a esta posibilidad de entrar en distintas relacio­
nes de va sa llaje , el va sa llo obtenía frente a cada u no de sus
señores u n a fuerte capacidad de resistencia, y así se encontra­
ba considerablem ente com pensada su situ ación fundam ental
de va sa llo . U n a posición fo rm a l a n á lo g a crea p ara e! sujeto
religioso el politeísm o. A u n q u e se sabe dom inado por una
p lu ralid a d de potencias divin as, puede apartarse del D io s es­
q u ivo o im poten te y dirigirse a otro m ás favorab le, q uizá no
con entera claridad lógica, pero con total realidad psicológica
en este estadio. T o d a v ía , en el actu al catolicism o, el creyente
a b an d o n a con frecuencia a determ inado S a n to , que no ha re-
La su bordin ación 195

com pensado debidam ente su devoción especial, p a ra con sa­


grarse a otro, aun qu e n o puede negar en principio que aquél
siga teniendo poder. D esde el m om ento en <Jue el sujeto puede
elegir (al m enos, b a sta cierto punto) entre las p o ten cia s colo­
cadas p or encim a de él, adquiere frente a cada u n a de ellas y,
p ara su sen tim ien to, acaso frente a tod as ellas, cie rta in d ep en ­
dencia que no se produce cuando la m ism a can tid a d de su b o r­
d in ación religiosa está, por decirlo así, co n cen trad a in e x o ra ­
blem ente en u n a ú n ica representación de D io s . Y esta es tam ­
bién la form a en que el hom bre m oderno adquiere cierta
independencia en la esfera económ ica. E l h om b re m oderno,
sobre todo, el h ab ita n te de las grandes ciudades, depende m u­
chísim o m ás de la su m a de sus proveedores que ios que viv en
en países de econom ía n a tu ra l. P ero com o, por otra parte, tie ­
ne p osibilid ad es ilim ita d a s de elegir entre los diversos pro­
veedores, o de cam b iarlo s, d isfru ta frente a cada u no de ellos
de u na libertad incom p arab lem en te m ay o r que la de los que
viven en el cam po o en las ciudades pequeñas.
L a m ism a form a de relación se presenta cuand o la d iver­
gencia de los poderes superiores se desarrolla en sucesión en
vez de m an ifestarse en coexisten cia. E ntonces, y segú n la s cir­
cun stan cias h istóricas p articu lares, se ofrecen las m ás diversas
varian tes, en tod as las cuales alien ta el m ism o caso form al.
Form alm ente, el S e n a d o rom an o estaba m u y su b ord in ad o a
los a lto s m agistrados; pero como éstos ocupaban por breve
tiem po su cargo, m ien tras que el S enado conservaba in d efin i­
dam ente los m ism os m iem bros, el poder de esta in stitu ció n era
en realidad m ucho m ay o r de lo que parecería deducirse de la
relación legal en que se h allab a con aquellos suprem os depo­
sitarios del poder. P o r el m ism o m otivo, fué acrecentándose el
poder de lo s C om m ons frente a la corona inglesa, desde el si­
glo xiv. L o s partidos dinásticos ten ía n aún poder bastante
para decidir las elecciones en el sentido del realism o o de la
reform a, en fav o r de Y o r k o de L an caster. P ero b ajo todos es­
tos alardes de poder de los soberanos, la C á m a ra de los C o ­
m unes, com o tal, perm aneció in variab le y , justam en te, gracias
a aq u ellas fluctuacion es y m u d an zas en las region es suprem as,
adq u iría u n a firm eza, u n a fu erza e independencia, que acaso
no h u b iera conseguido n u n ca con u n a unidad perfecta en las
I9f> Socioloj;

orientacion es del gobierno suprem o. A n á lo g a m e n te , el creci­


m iento de la conciencia dem ocrática en F ran cia L a sido ex p li­
cado por el hecho de que, desde la caída de N a p o le ó n I, los
gob iern os se h an sucedido rápidam ente en el poder, y todos
incapaces, vacilan tes, buscando el favor de la s m asas; con lo
cu al cada ciu dadano fue adquiriendo conciencia de su im p or­
tan cia social, y aun qu e, sub ordinado a cada uno de estos g o ­
biernos en sí, sintióse fuerte, por con stituir el elem ento perm a­
nente en todos estos cam bios y oposiciones de gobiernos.
A s í, pues, en toda relación el elem ento perm anente adquie­
re poder frente a los elem entos variables. E ste poder constitu ­
ye u na consecuencia fo rm al tan general, que su explotación
por el elem ento subordinado en u n a relación, no puede ser
considerada sino como un caso especial. E sta consecuencia
puede aplicarse igualm ente al elem ento dom inante. E n este-
sen tido p ued en citarse las enorm es p rerrogativas que «el E sta ­
do» y «la Iglesia», en virtu d de su estabilidad, adquieren por
la escasa d u ració n de los elem entos dom inados. P ued e citarse
tam bién el becho sin g u lar de que la frecuencia de la fiebre
puerperal en la E d a d M edia con trib uyó a fortalecer extraord i­
n ariam en te la autoridad del varó n en la casa. R esu lta b a, en
efecto, que la m ay o ría de los hom bres fuertes ten ían varias
m ujeres sucesivam ente; con lo cual se concentraba, por decirlo
así, el poder paterno en u na so la persona, a l paso que el m a­
terno se distrib u ía entre varias que se iban sucediendo u n as a
otras.
H em o s visto cóm o los fenóm enos de la subordinación p a­
recen, a prim era vista, presentar las m ás opuestas consecuen­
cias p ara los subordinados; pero donde quiera Hemos visto
tam bién que la esp ecialización m ás detallada nos da a conocer
la s razo n es de esta oposición, en el terreno del m ism o tipo ge­
n eral, sin perder el carácter de form a dispuesta para recibir
cualqu ier contenido. L o propio sucede con la segunda de las
com binacion es que estudiam os: el caso de que las varias in s ­
ta n cias superiores, en vez de ser enem igas o extrañ as, estén en
u n a re la ció n de sub ordin ación entre sí. L o decisivo en esto
caso es saber si el subordinado se h a lla en relación inm ediata
con el que m an da sobre su superior, o si la in stan cia interm e­
dia que le do m in a, pero que es a su vez dom inada por la autn-
I.a subordinación

ridacl suprem a, le separa en absoluto de ésta, asum ien do fre n ­


te a él la to ta l representación del elem ento suprem o. C a s o s
del prim er género se encu entran en el feudalism o, en el cu al el
súbdito de lo s grandes vasallo s, era a l m ism o tiem po tam b ién
sú b d ito de la casa reinante. U n a im agen m u y p u ra de esto
n o s ofrece el feu d alism o inglés de la época de G u ille r m o el
C o n q u ista d o r, descrito por S tru b b de esta m anera: « T o d o s los
h om bres segu ían siendo prim ordialm ente hom bres del rey, y
la p az p ú b lica segu ía siendo su paz. S u s señores p od ían re­
clam ar sus servicios para cum p lir sus propias obligaciones;
pero el rey podía lla m a rle s para la guerra, som eterlos a sus
trib u n a les y tasas, sin in terven ción de los señores, y al re y p o ­
d ía n acudir en d em an da de protección contra todos sus ene­
m igos.» A s í, pues, la p o sició n del in ferio r frente al su p erior es
favorab le, cuando éste, a su vez, se encuentra su b ord in ad o a
u n superior, en el que el prim ero puede encontrar a yu d a .
T a m b ién es esta la consecuencia n atu ral de la c o n fig u ­
ración sociológica a q u í estudiada. Prodúcese de o rd in a rio c ie r­
to an tagon ism o o com petencia entre los elem entos in m ed iatos
en la escala de la sub ordin ación , por lo cual el elem ento i n ­
term edio se encuentra a m enudo en conflicto, tanto con el de
a rrib a com o con el de abajo. L a h o stilid ad com ú n lig a a ele­
m en tos que por lo dem ás son divergentes y no pueden unirse
p or n in g ú n otro m edio. E sta es u n a de las reglas fo rm ales tí­
picas que se confirm a en todas las esferas de la vida social.
H a y u n m atiz p articu lar de esta regla, que ofrece especial
im p ortan cia p ara el problem a de que aqu í se trata. Y a en el
an tig u o O rien te era glo rio so para un soberano am p arar la
causa del débil, oprim ido por el fuerte, aun que sólo fuese
porque de ese m odo aparecía como el m ás fuerte entre los
fuertes. E n G re cia acontece que u n a oligarqu ía, h asta en to n ­
ces dom inante, califica de tiran o a la m ism a p erson alid ad a
quien las m asas inferiores veneran por libertador de la tira n ía ,
com o le sucedió a E u fro n de Sicion e. A p e n a s hace fa lta in sis­
tir sobre la frecuencia con que se repite en la h isto ria el caso
de que las m asas inferiores sean apoyadas por el so b eran o, en
su lu ch a contra la aristocracia. E incluso cuando no se da
esta relación in m ed iata entre el grado suprem o y el ín fim o de
la escala social, para dom inar a l interm edio, sin o que este y ci
198 Sociologi.

in ferio r se encuentran igu alm ente oprim idos por el suprem o,


y a e l sim ple hecho de que tam bién dich a clase interm edia sea
víctim a de. ig u a l opresión, produce un a livio , al m enos psico­
lógico, sentim ental, en la situ a ció n de la clase inferior. E n
m uchos pueblos african o s y asiáticos, la p oligam ia adopta
u n a form a ta l que sólo u n a de las m ujeres es la esposa pro­
p iam ente dicha, la prim era o la legítim a, y las otras ocupan
fren te a ella u na posición subordinada o de servidum bre; pero
al propio tiem po, frente a l m arido, la prim era no se encuentro
en m ejor posición que las dem ás, sino que es tan esclava del
hom bre com o la s otras. T o d a situ a ció n en la cual la relación
de sub ordin ación se co n stitu ya de m odo que el de en medio
esté en la m ism a dependencia, respecto del superior, que el d<-
ab ajo, determ ina— tal como están co n stitu id os en general los
h om bres— que a l subordinado in fe rio r le parezca m ás sopor­
tab le su dependencia. E l hom bre o b tien e cierta satisfacción de
ver que su opresor se encuentra a su ve z oprim ido, y acostum ­
bra a identificarse en ánim o, no sin cierto sentim iento de su ­
perioridad, con el señor de su Señor, aun cuando esta constela­
ción sociológica no signifique a liv io real algu n o de su opresión.
C u a n d o el contenido o la form a de la estructura sociológi­
ca im p iden el contacto entre el elem ento suprem o y el ínfim o
y su a lia n z a en h ostilidad com ún contra el elem ento ínterm e-
d o y establecen u na continu idad ab soluta de arrib a a abajo,
queda entonces cam po líb re para un suceso típico sociológico
que puede llam arse «descarga de la presión». Frente a l caso
sen cillo de que el poderoso utilice las ven tajas de su posición
para exp lo tar a l débil, la descarga de la presión consiste en
que el poderoso, cuando ve su p osición em peorada por cir­
cun stan cias que no puede evitar, traslad a este em peoram iento
a otro elem ento indefenso, procurando m antenerse así en el
status quo ante. E l detallista descarga en el alm acenista la*
dificultades que le o rigin an las exigencias y caprichos del p ú ­
blico; el alm acen ista las traslada al fabricante, y el fabricante
a sus obreros. E n toda jerarqu ía, toda n u eva presión o exigen ­
cia se transm ite a lo largo de la lín e a de m enor resistencia, que
en ú ltim o térm ino suele ser la dirigida h acia abajo, aunque
no lo parezca en el prim er estadio. E sta es la tragedia de la
ciase ínfim a en todo orden social. N o sólo h a de sufrir las pri-
[.a subordinación 199

vaciones, fatigas y pretericiones, c u y a sum a caracteriza su p o ­


sición, sin o que, adem ás, cuan tas n u eva s presiones afectan a
cualq u iera de las capas superiores, so n trasladadas h a c ía ab ajo
siem pre que ello es técnicam ente p osible, y v a n a p arar a la
clase inferior. Iba situ ació n a gra ria de Irlanda nos ofrece un
ejem plo particularm ente típico de este hecho. E l lo rd inglés,
que poseía en Irla n d a fincas que no visitaba nu n ca, las arren­
daba a u n arren datario general, que, a su vez, las arrendaba a
arren d atarios m enores, y a sí sucesivam ente; de m odo que el
pobre cam pesino era, con frecuencia, el quinto o sexto s u b ­
arrendatario de s u reducida parcela. E l resultado era, en p ri­
mer térm ino, que tenía que pagar seis lib ras esterlinas por u n
terreno que al propietario sólo le rentaba diez chelines; pero,
adem ás, cada su b id a de u n ch elín que el propietario im p o n ía
a l arren datario general, era, p ara el colono, no de u n chelín,
sin o de doce. P u es es fácil com prender que el p rim itivo a u m en ­
to de presión no se transfiere en su m agnitu d ab soluta, sin o
en la relativa, que corresponde a la m edida del poder del s u ­
perior sobre el inferior. A s í, la am onestación que u n fu n c io ­
nario superior in flige al inferior, puede m antenerse en los tér­
m in os m oderados de u n a exq u isita cortesía; pero, probable­
m ente, este fu n cio n ario expresará su disgusto groseram ente a
su sub altern o, el cual, irritado, acaso pegue a sus h ijo s por un
m otivo fútil.
A s í, pues, la situ a ció n del elem ento inierior es p articular­
m ente desfavorable en una serie jerárquica de va rio s m iem ­
bros, cu ya estructura perm ita que la presión se deslice de un
m odo continu o de arriba a abajo. P ero h a y otra estructura,
form alm ente m u y diversa, que conduce ai m ism o resultado
p ara el inferior, porque im p o sib ilita tam bién el contacto de
éste con el elem ento suprem o, contacto que co n stitu iría su
a p o yo frente al jefe interm edio. C u an d o el elem ento interm e­
dio se intercala entre los otros dos con tanca am p litu d y tanto
poder, que todas las resoluciones de la iiistancia suprem a en
favor de la capa íntim a, h an de pasar por la capa interm edia,
in vestida con fun cion es de soberanía, entonces es fácil que en
v ez de u n a relación entre la capa de arriba y la de abajo exista
de hecho u n a separación total. M ientras subsistió la servidum ­
bre territorial, fué la n ob leza un órgano a d m in istrativo del
S ocioloj.

E stad o ; ejercía, frente a sus súb ditos, fun cion es judiciales,


económ icas, fiscales, sin la s que no h u b iera podido conservar­
se el E stad o de entonces. D e este m odo se m an ten ían , sin
d uda, las m asas som etid as a l interés gen eral y a l poder supre­
mo; pero com o, adem ás, la n o b leza ten ía intereses privados,
en c u y a esfera quería exp lotar a l cam pesino en su provecho,
u tiliza b a con esta fin alidad su p o sició n de órgano adm i­
n istrativ o interm edio entre el go b iern o y los cam pesinos y de
hecho a n u la b a m uch as veces la s leyes y m edidas con que el
gobierno p retendía favorecer directam ente a los cam pesinos,
siendo a si que sólo a través de los nobles podía conseguirlo.
Se ve en segu ida que esta estructu ra aislad o ra no sólo p erju ­
dica a l m iem bro inferior de la serie, sin o tam b ién al superior,
pues éste se ve p rivad o de u sa r las fu erzas que nacen de las
capas inferiores. A s í, los reyes alem anes de la E d a d M edia
perdieron m ucho poder, porque la pequeña n ob leza que co­
m en zaba a form arse, estaba o b ligad a sólo para con la alta
n obleza, de la que recibía el feudo. F in a lm e n te, la capa in ter­
m edia de la a lta nobleza acabó por im pedir toda com u n ica­
ción entre la pequeña y la corona.
P o r lo dem ás, el efecto de esta estructura, con sus separa­
ciones y asociaciones, depende para la capa inferior, n a tu ra l­
m ente, de la tendencia que el m iem bro su p erior de la serie
m an ifieste frente a ella. M erced a m odificaciones va rias de esta
tendencia, puede o currir—-en contradicción a los fenóm enos
observad os— que esa separación to tal causada por el m iem bro
interm edio sea favo rab le al ínfim o y , en cam bio, le sea desfa­
vo ra b le la relació n directa con el suprem o. E l prim er caso se
produjo en In glaterra, desde E d u a rd o I, cuand o el ejercicio de
las fun cion es ju d iciales, fiscales y p olicíacas, fu é pasando, poco
a poco, por m in isterio de la ley, a la s clases p ropietarias, o rga­
n iza d a s corporativam ente en los condados y ciudades. É stas
a su m iero n la protección de los in d ivid u o s contra el poder ab­
so lu to y , a l reun irse en el p arlam ento la s unidades com u n a­
les, con stitu yero n un contrapeso del poder suprem o, a m p aran ­
do a los débiles contra los abusos ilegales e injustos de-
E stad o . U n cam in o inverso sig u ió el proceso en la F ran cia de!
a n d en régim e. L a nobleza estaba de an tig u o íntim am ente li­
gada a los círculos locales, en los que ad m in istrab a y dom in a­
I j Nubordinación 201

ba y cuyos intereses representaba frente a l gobierno central.


E n esta relación entre nobles y cam pesinos se interpuso el E s ­
tado, que, poco a poco, fu é p rivan do a aquéllos de su ju risd ic­
ción, de la adm in istración de ju sticia, de la beneficencia, de la
p olicía, de la construcción de cam inos. L a n o b leza no quiso
tener n ada que ver con este régim en centralista, que sólo pre­
ten d ía obtener dinero; se apartó, pues, de sus fu n cion es socia­
les y aban donó al cam pesino a los intendentes y delegados
reales, que sólo pensaban en la caja del erario o en la su y a
propia; así, quedaron los cam pesinos com pletam ente privados
del a p o yo que antes ten ían en los nobles.
L in a form a especial de su b o rd in a ció n b ajo u na pluralidad
es el prin cipio de la su m isó n de las m in orías a las m ayorías.
P ero este principio A t r a i g a y se ram ifica— allende su sentido
p ara la sociología de la su b o rd in a ció n — en ta n ta s form as c in ­
tereses sociales, que creem os o p ortun o consagrarle u n a digre­
sió n especial.

D IG R E S IÓ N S O B R E LA S U M I S I Ó N D E LA S M I N O R Í A S

A LA S M A Y O R Í A S

E l carácter esencial de la s form aciones sociales, la ra íz Je


donde provienen no sólo el m atiz incom parable de su s resul­
tados, sino la in so lu b ilid a d de sus problem as in tern os, es que
en ellas surge u na nu eva unidad, form ada de u nidades cerra­
das en sí m ism as, com o lo son en m ayor o m enor grado las
personalidades k u m an as. N o se puede Lacer u n cuadro de cua­
dros, n i un árbol de árboles. L o to tal, lo independiente, no se
form a de totalidades, sin o de partes dependientes. L a sociedad
es la ú n ica form ación que convierte lo total, lo centrado, en
sim ple m iem bro de u n a to talid ad superior. L a in can sab le evo­
lución de las form as sociales, tanto en lo grand e como en lo
pequeño, no es, en ú ltim o térm ino, sino el inten to renovado de
conciliar la unidad y totalidad in terior del in d iv id u o con su
fu n ció n sociai de parte, salva n d o la u n id ad y totalid ad social
del peligro de ser destruida por la auto n o m ía de la s partes
202 S o c io lo g o

T o d o conflicto entre los m iem bros de u n a colectividad pone en


p eligro la existencia del grupo. P o r eso, la vo tación , a cuyo re­
su lta d o consiente en avenirse la m in o ría , sign ifica que la u n í-
dad del todo debe dom inar siem pre sobre lo s an tagon ism os
provocados por las distintas convicciones e intereses. N o ob s­
tante su aparente sim plicidad, es uno de los m edios m ás gen ia ­
les que se Kan inven tado, p ara bacer que la contradicción entre
los in d ivid u o s venga a parar, fin alm en te, en u n resultado
u n itario .
P ero esta m anera de conservar la ad h esió n del disidente,
esta form a, gracias a la cual todo el que to m a parte en una
vo tació n , acepta prácticam ente su resu ltad o — a no ser que se
separe del círcu lo — , esta form a no h a sido siem pre tan evi­
dente com o ahora nos parece. U n -.s veces la torpeza espiri­
tu a l, que no com prende la fo rm ació n de unidades sociales con
elem entos disidentes, otras veces el sentim ien to in divid ual
m u y acentuado, que no acepta el som eterse a ningu na decisión
sin haberla antes aprobado, h a n sido causa de que m uch as
com unidades no adm itan el prin cipio de la m ayo ría y exijan
u n an im id ad para todas las decisiones. L as resoluciones de ias
com unidades de las m arcas germ ánicas h ab ían de ser u n á n i­
mes; la propuesta que no lograba u n an im id ad quedaba recha­
zad a. H asta m u y entrada la E d a d M edia, el noble inglés que
h a b ía disentido de u n im puesto, o que no h ab ía estado pre­
sente en el acto de su ap robación , se negaba frecuentem ente a
p agarlo. C u a n d o para la elección de u n rey o jefe se exige
u n a n im id a d , predom ina el sen tim ien to in d ivid u alista; no se
espera n i se pide obediencia al que no ba votado en pro. E n
el consejo de la s tribu s iroquesas, com o en la D ieta polaca, no
era v á lid a la decisión que tuviese u n solo voto en contra.
S in em bargo, la idea de que sería contradictorio colaborar
en u n á acción com ú n que, como in d ivid u o, se b a rechazado,
n o conduce por consecuencia lógica a exigir para todo la u n a ­
n im id ad . E n efecto, sí se considera como rechazada toda pre­
p osición que no obtiene la to talid ad de votos, se evita sin duda
el a va salla m ie n to de la m in oría, pero en cam bio se provoca el
de la m ayo ría. L a om isión de u na m edida aprobada por la
m a y o ría es m uch as veces u n acto absolutam ente positivo, que
tiene consecuencias perceptibles, y estas consecuencias le son
La subordinación 205

im pu estas a la com unidad por la m inoría, gracias al principio


de la necesaria u n an im id ad . Prescindiendo de esta m a y o riza -
ción de la m in oría, con la cual e! principio de la u nanim idad
niega en el fondo la libertad in d iv id u a l, que quiere gara n tiza r,
encuéntranse en la h isto ria casos en que se ve prácticam ente
e¡ m ism o resultado. N a d a fue m ás favorable p ara !a opresión
de las cortes aragonesas por los reyes españoles, que ju s ta ­
mente esa «libertad». H asta l 59s la s cortes no podían tom ar
acuerdo válid o, si disentía uno sólo de los m iem bros de los
cuatro b razos. E sto em pero sign ificab a u n a p arálisis de la ac­
ción, cu c ab on aba la idea de su b stitu ir las cortes por otro po­
der m enos em barazado de obstáculos.
A h o r a bien, cuando el aban dono de u na proposición, la
ren u n cia a un resultado práctico no es posible, sino que ha
de resolverse en todo caso, com o sucede con el veredicto de un
jurado, la exigencia de u n an im id ad (v. gr., en Inglaterra y
N orteam érica), obedece m ás O m enos conscientem ente al s u ­
puesto de que la verdad o b jetiva arrastra siem pre la con vic­
ción sub jetiva, y de que inversam en te la igu ald ad de las con­
vicciones sub jetivas es sign o de verdad objetiva. S e supone,
pues, que probablem ente la sim ple decisión por m ayo ría no
contiene toda la verdad, y a que, de lo contrario, hubiera con ­
seguido reunir la to talid ad de los votos. P o r consiguiente, la
creencia (m ística en el fondo, a pesar de su claridad aparente)
en el poder de la verdad; la creencia de que a l fin h a de co in ­
cidir lo lógicam ente verdadero con lo psicológicam ente real,
sirve aqu í para resolver el conflicto radica) que existe entre las
conviccion es in divid uales y la necesidad de sacar de ellas un
resultado total u n itario . S ó lo que en la práctica esta creencia,
com o la fun d ación in d ivid u alista de la u nan im id ad , desvía su
propia tendencia fu n d am en tal. C u a n d o el jurado ba de per­
m anecer recluso b asta lleg ar a un veredicto un án im e, es casi
irresistible para la m inoría la tentación de vo tar en contra de
su convicción p ropia— que no espera bacer triu n fa r— , agre­
gándose a la m ayo ría, pata evitar la prolon gación absurda y
eventualm ente insop ortab le de la sesión.
C u a n d o , por el contrario, las decisiones se tom an por m a­
yoría, la su m isió n de las m in orías puede obedecer a dos m oti­
vos, cuya distinción tiene la m ayor im portancia sociológica.
204 S o c io lo a ñ

L a opresión de la m in oría puede derivarse, en prim er lugar,


del kech o de que los m uckos son m ás fuertes que los pocos.
A u n q u e , o m ás bien, porque en u na votación los individuos
valen igu a l, la m a y o ría — lo m ism o si se trata de votación pro­
pia que de votación p o r representantes— ten d ría fu erza física
suficiente para fo rzar a la m inoría. L a votación entonces tiene
por fin alid a d eL evitar que se llegue a u na efectiva medición -ru­
las fuerzas, anticipando en el escrutinio su resultado eventual,
para que la m in o ría pueda convencerse de la ineficacia de une-
resistencia efectiva. E n el grupo total encuéntranse, por tanto,
frente a frente, dos partidos, o. por decirlo así, dos sub-grupos.
entre los cuales decide la fuerza, m edida en este caso por ios
votos. L a votación presta entonces el m ism o servicio m etódico
que la s negociaciones diplom áticas, o de otro orden, entre los
p artidos que quieren evitar la últim a ratio de la lu ch a. E n ú l­
tim o térm ino, el individuo, en este caso, no cede (salvan d o a l­
gun as excepciones), sino cuando el adversario le dem ues­
tra claram ente que sí se llegara a u na lu cka perdería, por lo
m enos, tanto como quiere ganar. L a votación, com o las n ego­
ciaciones, proyecta las fuerzas reales y su cóm puto en un plano
espiritual; es la anticipación sim bólico del resultad o que h a ­
brían de tener la lu ch a y p u gn a concretas.
Desde luego, lo que representa este sím b olo son relaciones
reales de poder y la subordinación fo rzo sa im puesta a ia m i­
noría. P ero , a veces, esta violen cia se su b lim a y de la form a
física pasa a la ética. C u an d o al fin al de la E d a d M edia se fo r­
m ula frecuentem ente el principio de que la m in oría debe se­
gu ir a la m ayo ría, no se quiere sign ificar tan sólo que. prácti­
cam ente, la m in oría k a de co lab orar en ¡o que la m ayoría
decida, sino que debe aceptar tam bién la v o lu n ta d de la m a ­
y o ría y adm itir que ésta ka querido lo justo. E n este casó,
la u nan im id ad no reina como kecko, sino como exigencia m o­
ral; la acción realizada contra la vo lu n tad de la m in oría debí-
ser legitim ada por la creación u lterio r de u na volun tad u n i­
taria. D e esta m anera, la exigen cia de u n an im id ad real corno
la que existía entre lo s antiguos germ anos, se convierte en une-
exigencia ideal, donde se perciben resonancias de un nuevo
m otivo: eí de un derecho íntim o que posee la m ayoría, más
a llá de su predom inio num érico, m ás allá del poder ext«-m 1
L asu bordiu ación 2C5

que e l núm ero sim b o liza . L a m a y o ría aparece entonces como


la representante n a tu ra l de la com unidad y p articipa de aqu el
sentido que posee la u n id a d del todo por encim a de la m era
sum a de in d ivid u o s, sentido que no carece de cierto ton o su -
praem pírico y m ístico. G ro cio fija este derecho interno de la
m ay o ría sobre la m in oría, cuando afirm a que la m a y o ría tiene
naiuraU ter ju s integri; pues ur: derecho no sólo tiene que ser
reconocido, sin o que debe ser reconocido.
P ero la afirm ación de que la m ay o ría posee el derecho «por
n atu raleza» , esto es, por necesidad in terio r racional, n os c o n ­
duce a l secundo m otivo fu n d am en tal en que puede asentarse
el predom inio de la s m ayo ría s. E l voto de la m a y o ría y a no
significa sim plem ente el voto del m ayor poder dentro del g ru ­
po; ah o ra sign ifica que la v o lu n ta d u n itaria del gru p o se ha
decidido en este sentido. L o s fu n d am en tos para exigir u n a n i­
m idad en las votaciones descansaban, como h em os visto , sobre
bases in d ivid u alistas; el sentim ien to sociológico p rim a rio de
los germ anos era que la u nidad del procom ún no v iv e allende
los in divid uos, sino en ellos m ism os y , por tanto, m ien tras un
solo m iem bro d isienta, no solam ente no está determ inada la
v o lu n ta d del grupo, sin o que ni siqu iera existe. P o r otra par­
te, tam bién el derecho de la m ayo ría se funda en base in d iv i­
d u a lista, cuando su sentido es el de que los m uchos tienen
m ás poder que los pocos y que la vo tació n no es sin o u n a a n ­
ticipación del resultado, que produciría la lu ch a efectiva. E n
cam bio, el p rin cip io se altera totalm ente cuando se presupone
que el grupo co n stitu ye u n a u n id a d objetiva con una v o lu n ta d
propia, suposición que puede ser consciente o estar im p lícita
en la práctica, com o si, efectivam ente, existiese tal v o lu n ta d
o rigin aria del grupo. D esde este m om ento, la v o lu n ta d del E s ­
tado, del m u n icip io , de la Iglesia, de la asociación , existe por
encim a de los an tago n ism o s entre las volun tades in d ivid u a les,
com o tam bién por encim a del cam bio tem poral de los sujetos.
Y , puesto que esa v o lu n ta d es una, ha de obrar de u n m odo
determ inado, u n itario ; m as como es im posible elu d ir la exis­
ten cia de volicion es antagónicas, en los sujetos in d iv id u a les, la
contradicción se resuelve su p o n ien d o que la m ay o ría conoce o
representa m ejor que la m in o ría aqu ella v o lu n ta d colectiva.
L a su m isión de ésta ú ltim a adquiere en esta hipótesis u n sen-
206 S o c io lo g ía

tido m u y distinto; pues, en. p rin cip io, no queda fuera, sino
dentro, y la m ayo ría no obra en nom bre de su m ay o r poder,
sin o en el de la u n id ad y to talid ad ideales. A esta u nidad y to ­
talid ad , que h a b la por boca de la m ayo ría, es a la que se
som ete la m in o ría, porque, desde luego, pertenece a ella. E ste
es el principio en que se basan las votaciones parlam entarias,
en las cuales cada diputado se considera como m andatario de
todo el pueblo, en contrap osición a las representaciones de in ­
tereses que, en ú ltim o térm ino, sólo atienden a l principio in ­
d ivid u a lista de la m edición de la s fu erzas y , tam bién, en con­
traposición a la s representaciones locales, que descansan en la
idea equivocada de que la to talid ad de los intereses locales es
igu a l al interés general.
E n ía evo lu ció n seguida por la C á m a ra de los C om u n es
in glesa, puede observarse el trán sito a este prin cipio socioló­
gico fu n d am en tal. D esde un principio, sus m iem bros se con­
sideraban no como representantes de un núm ero determ inado
de ciudadanos, n i tam poco de la totalid ad del pueblo, sino
como diputados de determ inadas corporaciones políticas lo ca ­
les, ayu n ta m ien to s y condados, que tenían derecho a colab o­
rar en la co n stitu ció n del P arlam ento. E ste principio lo ca ­
lis ta — tan severo que durante m ucho tiem po los m iem bros de
los C om u n es h ab ía n de tener su d om icilio en su distrito— ,
poseía y a cierta n atu raleza id eal, puesto que se elevaba por
encim a de la m era sum a de los electores in d ivid u ales. A h o ­
ra bien, bastó que predom inase y se hiciese consciente el in ­
terés com ún a todas estas corporaciones para que, poco a poco,
apareciese com o sujeto propio de su representación la com u­
n idad su p erio r a que todos pertenecían: el E stad o . L os distri­
tos representados, al reconocer su so lidaridad esencial con la
totalid ad del E stad o , fundiéronse de ta l m odo, que cada dis­
trito acabó por no tener otra fu n ció n que la de elegir los d ip u ­
tados para la representación del todo. C u a n d o se supone se­
m ejante vo lu n ta d u n ita ria d e l grupo, l o s elem entos de la
m in oría disienten, por decirlo así, com o m eros in d ivid u os, no
como m iem bros del grupo. E ste es el sentido p rofu ndo de la
teoría de L o ck e sobre el contrato o rigin ario en que se funda el
E stad o . D ich o contrato, puesto que con stituye el fundam ento
absoluto de la asociación política, ha de estar celebrado con
La su bordin ación 207

ab solu ta u nan im id ad . P ero contiene, por su parte, el precepto


de que todos deben considerar la vo lu n ta d de la m ay o ría como
la s u y a propia. C u a n d o el in d ivid u o celebra el contrato social,
es a ú n com pletam ente libre, y, por tanto, no puede ser som e­
tido a l voto de n in g u n a m ayo ría. P ero una vez que lo ha ce­
rrado, y a no es un in d iv id u o libre, sin o un ser social y , como
ta l, u n a sim ple parte de u na u n id a d , cu ya vo lu n ta d h alla su
expresión decisiva en la vo lu n ta d de la m ayo ría. R o u ssea u no
hace más que fo rm u la r esto de u n modo más decidido, cuando
dice que no h a y violencia de la m ayoría sobre la m inoría, por­
que la disensión sólo puede ser provocada por un error de los
que disienten: que estos h a y a n tom ado por volonté ¿énérale
algo que no lo es. L o cu al presupone la convicción de que un
elem ento del grupo no puede querer otra cosa que la vo lu n ta d
del grupo, acerca de la cu a l cabe que el in d ivid u o se engañe,
pero no la m ayo ría. P o r eso R o u sse a u distingue m u y su til­
m ente entre el hecho fo rm al de la votación y el contenido que
esta tiene en cada caso; y declara que quien participa en la vo ­
tación participa y a en la form ación de la v o lu n ta d com ún. A l
em itir el v o to — asi podía explicitarse el pensam iento de R o u s ­
seau — , nos obligam os a no eludir la u nidad de esa volu n tad ,
a no destruirla poniendo nuestra vo lu n tad in d iv id u a l frente a
la m ayoría. A s í, la su b o rd in ació n a la m ayo ría no es m ás que
la consecuencia lógica de pertenecer a la u n id ad social, perte­
nen cia que queda declarada por el hecho de em itir el voto.
L a práctica no está m u y lejos de esta teoría abstracta. Sobre
la federación de lo s sindicatos ingleses, dice su más a u to riza ­
do com entarista que en ellos las decisiones de m ayoría sólo
se ju stifican y son posibles prácticam ente cuando los intere­
ses de los individuos confederados son hom ogéneos; pero que,
cuando entre la m ayo ría y la m m oría se producen diferencias
de opinión que proceden de diferencias reales de intereses, la
violen cia de la m ayo ría conduce irrem ediablem ente a u na Se­
paración. E sto quiere decir que la votación sólo tiene sentido
cuando los m tereses presentes pueden ser reducidos a unidad.
S i existen aspiraciones divergentes, que im pidan esta centra­
liza ció n , entonces resulta contradictorio confiar la decisión a
la m ayoría, pues no h a y y a esa unidad de vo lu n tad , que la
m ayoría, sin duda, podría reconocer m ejor que ia m inoría.
208 S o c io lo g ia

H a y en todo esto u n a contradicción aparente, que ilu m in a


perfectam ente la n a tu ra leza de la relación; y es que justam ente
cuando existe o se supone u n a unidad su p ra in d ivid u al, es po­
sible la decisión por m ayorías; pero cuand o falta , es necesaria
la u n an im id ad , que reem p laza aq u ella u n id ad prácticam ente
por la u nidad efectiva en cada caso. E n este sentido están in s ­
piradas las orden an zas de la ciudad de L eiden, de 1266, que
determ inan que para la adm isión de forasteros en la ciudad
es necesaria la a u to rizació n u n án im e de los ocho escabinos,
m ien tras-que para las sentencias judiciales no se exige dicha
u nan im id ad , sin o sim plem ente u n a m ayo ría. L a ley por !a
cual ju zg a n los jueces, está determ inada de una vez para
siem pre, de un m odo u n itario; sólo se trata de h a lla r su re­
lación con el caso sin gu lar, cosa que probablem ente consegui­
rá m ejor la m ayo ría que la m in oría. E n cam bio, la adm isión
de u n n u evo ciu dadano toca a todos los variados y divergen­
tes intereses que existen en el seno del vecindario, por lo cual
no puede concederla la u nidad abstracta de los m ism os, sino
ú nicam ente la sum a de todos los intereses singulares, es decir,
la u nanim idad.
P ero esta fun d am en tación m ás profunda de la resolución
m ayoritaria, que consiste en considerarla como m anifestación
de la vo lu n ta d u n itaria, y a preexistente por decirlo así de un
m odo ideal, no resuelve, sin em bargo, la dificultad inherente a
la m ayoría com o mero poder superior coactivo. P u es el conflic­
to acerca de cuál sea el contenido de esa v o lu n ta d u n itaria ab s­
tracta, no es m ás fácil de resolver, a veces, que el conflicto de
los intereses reales inm ediatos. L a violen cia que sufre la m i­
n o ría no es m enor porque, gracias a un rodeo, aparezca bajo
otro nom bre. A l m enos debiera añadirse al concepto de m a­
y o ría una nueva dignidad. E n efecto, puede ser p lau sib le, pero
no seguro de antem an o, que el m ejor conocim iento esté de
parte de la m ayo ría. P articu larm en te será esto dudoso cuando
el conocim iento y la acción subsigu iente quede confiada a la
respon sab ilidad propia del in d ivid u o , com o sucede en las reli­
giones m ás refinadas. D u ra n te la historia toda de la religión
c ristian a existe la oposición de la conciencia in d iv id u a l contra
las decisiones y actos de las m ayo rías. C u a n d o en el siglo n
las com unidades cristianas de distrito introdujeron la eos-
I j subordinación 209

lum bre Je celebrar asam bleas para tratar Je asu n tos relig io ­
sos y exteriores, se declaró expresam ente que las resoluciones
Je la asam b lea no o b ligab an a la m inoría disidente. P e ro la
asp iració n de la Ig le sia a la u n id ad se encontraba en in so lu ­
ole conflicto con este in d iv id u a lism o . E l E stad o rom ano no
quería reconocer m ás que u n a Ig le sia u n ita ria , y la propia
Iglesia trataba de afirm arse, im itan d o la unidad del E stad o;
de suerte que la s com u nidades cristian as, origin ariam en te in ­
dependientes, hubieron de fu n d irse en un organism o total,
cu y o s concilios decidían por m ay o ría sobre el contenido de la
fe. F uá esto u na in a u d ita vio len cia ejercida sobre lo s in d iv i­
duos o a! m enos sobre las com unidades, cu y a unidad basta
entonces sólo h a b ía consistido en la igu ald ad de los ideales y de
las esperanzas que cada cu al atesoraba auton óm icam ente. P o r
razon es interiores o person ales podía haber su m isión en cosas
de fe; pero que la m a y o ría , sólo por serlo, exigiese esta su m i­
sión y declarase que no eran cristianos los que disin tieran , es
algo que sólo podía ju stificarse dando al voto de la m ayo ría
un sentido totalm ente nu evo, supon ien do que D io s estaba
siem pre con la m ayo ría . E s ta concepción, en fo rm a de sen ti­
m iento inconscien te fu n d am e n tal o form ulado de a lg ú n modo,
penetra toda la evolución posterior que siguen los va rio s m o­
dos de voto. Q u e cierta op in ión , só lo porque quienes la profe­
san sum an m ay o r núm ero que los que profesan la contraria,
b a y a de expresar el sentido de la u n id ad su p ra in d ivid u al, es,
sin duda, un dogm a indem ostrable; tiene tan m ezquino fu n d a ­
m ento que, a m enos de recurrir a u n a relación m ás o m enos
m ística entre a q u e lla u nidad y la m ayo ría, queda propiam ente
flotando en el aire o ap o ya d o en la m u y endeble base de que
de algun a m anera b a y que proceder y que si no puede asegu­
rarse que la m ay o ría esté en lo cierto, tam poco b a y razón
n in g u n a para sup on er que lo esté la m in oría.
I odas estas dificultades con que tropieza p o r distintos
IadoS tanto la exigencia de u nanim idad com o la sum isión de
las m inorías, son expresiones parciales del problem a fu n d a ­
m ental im p lícito en la situación: la dificultad de reducir a u n a
acción v o lu n ta ria com ún u na totalid ad o colectividad com ­
puesta de in d ivid u o s divergentes. E l resultado n u n ca puede
ser exacto; del m ism o m odo que no se puede form ar con rlc-
210 Sociología

m entos b lan cos y negros un producto que en conjun to sea e x ­


clu sivam en te negro o blanco. A u n en el caso m ás favorable
de u n a hipotética u n id a d del grupo allende los individuos
(u n id ad cu yas tendencias se revelan por m edio de la votación),
no está dem ostrado, ni m uebo m enos, que la decisión objeti­
vam ente necesaria coincida con el resultado de la votación.
A u n aceptando que los com ponentes de la m in oría sólo disien­
tan com o in d ivid u o s y no com o elem entos de la u n id ad colec­
tiva, siem pre resultará que existen como in d ivid u os y perte­
necen a l gru p o en un sentido am p lio y que su existencia no
puede ser a n u la d a frente al todo. D e un modo u otro penetran
com o in d ivid u o s disidentes en la totalidad del grupo. L a dis­
tin ción del hom bre como ser social y el hom bre como in d iv i­
duo, es, sin duda, u na ficción necesaria y útil; pero que no
agota en m odo algu n o la realid ad y sus exigencias. L a in su fi­
ciencia de los sistem as de votación y el sentim iento de interior
contradicción que todos producen, queda bien caracterizad»
por el hecho de que en a lg u n o s sitios (últim am ente en 1»
D ieta h ú n gara, hasta el tercer decenio del siglo xix) los votos
no eran contados, sin o estim ados, de m odo que el presidente
podía an u n ciar, como resultado de la votación, la op inión de
la m in oría. Parece absurdo que. un hom bre se som eta a una
op in ión que considera falsa, sim plem ente porque otros la con ­
sideren verdad era— otros que, según la esencia m ism a de la
votación, tien en in divid ualm en te los m ism os derechos y el
m ism o v a lo r que él.
P ero la fórm ula de la u n an im id ad con que se pretende
evitar este contrasentido se h a m an ifestado, según hem os visto,
como no m enos contradictoria y violen ta. Y no es este un d i­
lem a casual o una dificultad puram ente ló gica, sino que re­
presenta uno de los síntom as de ese p rofu ndo y trágico d u a­
lism o que escinde toda sociedad, toda form ación de una u nidad
com puesta de unidades. E l in d ivid u o que vive sobre u na base
in terior y que no puede responder de sus actos sino cuando
los dirige su propia convicción, no solam ente ha de acom odar
su v o lu n ta d a los fines de otros esta acom odación, com o acto
m oral considerada, es cosa de la volu n tad propia y m an a de
lo m ás ín tim o de la person alidad — , sin o que ha de inclinar
hacia fuera su centro personal, ha de hacerse m iem bro de una
La subordinación 211

com unidad que tiene su eje fu era de él. N o se tra ta a q u í de


arm on ías o colisiones accidentales entre am bas exigen cias,
sino de que nos encontram os som etidos interiorm ente a dos
n orm as heterogéneas; el m ovim iento en torno a l centro perso­
nal, que no tiene nada que ver con el egoísm o, es algo tan de­
fin itivo como el m ovim ien to en torno al centro social, y, como
éste, tiene la p retensión de ser el verdadero sen tid o de la vida.
A h o r a bien, en las votacion es acerca de lo que debe hacer el
grupo, no actúa el in d iv id u o como ta l, sino en esa fu n ció n de
m iem bro, en ese sentido su p rain d ivid u ai- P ero el disen tim ien ­
to del voto traslada a ese terreno, plenam ente so cial, un refle­
jo, una form a secun d aria de la ind ivid u alid ad y de la p eculia­
rid ad in d ivid u al. Y aun aquella otra in d iv id u a lid a d m ism a,
que no pide sin o conocer y expresar la v o lu n ta d de la u n id ad
tra n sín d ív id u a l del grupo, queda n egada por el hecho de so­
meterse a la m ayo ría. La m in oría, a la que nadie está libre de
pertenecer, ha de someterse; y no sólo en el sentido en que or­
dinariam ente son o b stacu lizadas las conviccion es y asp iracio­
nes por oíros podares adversos que ap agan su eficacia, sino en
u n sentido, por decirlo así, m ás refinado: que la m in oría derro­
tada, estando com prendida dentro de la u nidad del grupo,
tiene que colaborar p ositivam en te a la resolu ción tom ada con­
tra su volun tad y convicción , y a u n aparecer com o copartícipe
de ella, puesto que la u nidad de la resolución definitiva no
contiene h uella a lg u n a de disentim ien to. D e este modo, la de­
cisión por m ayo ría trasciende de la sim ple v io len cia hecha a
uno por m uchos y se convierte en expresión potenciada del
d ualism o radical que existe entre la vid a del in d ivid u o y la del
todo social, du alism o que en la práctica se arm oniza con fre­
cuencia, pero que en p rin cip io tiene u n carácter trágico e irre­
conciliable.
**»

L leg o finalm ente a la tercera form a, lista se presenta cu an ­


do la subordinación no es a u n in d ivid u o ni a u n a plu ralidad,
sin o a un prin cipio im personal, objetivo. E n este caso queda
excluida toda acción recíproca, al m enos inm ediata; lo cual
parece ser causa de que esta form a de subordinación no posea
212 S o c io lo g ía

el elem ento de la libertad. E l que está subordinado a u na ley


ob jetiva, se siente determ inado por ella, pero no la determ ina
en m odo alg u n o ; no tiene la m enor posibilid ad de reaccionar
de u n a m an era que afecte a la ley m ism a. E n cam bio, el más
m ísero de los esclavos puede reaccionar en u na u otra form a
frente a su señor. P o r otra parte, el que no obedece a la ley, no
le está realm ente subordinado. Pero si m odifica la ley, no está
sub ordinado a la a n tig u a ley, y carece frente a la nu eva en
ab solu to de libertad. S in em bargo, para el hom bre m oderno,
objetivo, p ara el hom bre que sabe distin gu ir entre la esfera de
la espontaneidad y la de la obediencia, la sum isión a u n a Ies-
dictada por poderes im personales, substraídos a todo influ jo,
es el estado m ás digno. O tra cosa acontecía cuando la perso­
nalidad, p ara sentirse plenam ente satisfecha, necesitaba con­
servar toda su espontaneidad; porque la espontaneidad requiere
siem pre, in clu so en la subordinación, la relación de persona a
persona. P o r eso, todavía en el sig lo xvi, h alla b a n los p rin ci­
pes de F ran cia, A le m a n ia , E scocia y los P aíses Bajos, con si­
derables resistencias cuando gob ern ab an por medio de sabios
sustitu tos o de organism os adm in istrativo s, es decir, cuando
gob ern ab an m ás bien por leyes que por m andatos. L a orden
directa del rey, parecíales a los súbditos algo personal y pre­
ferían rendir obediencia al príncipe personalm ente. E l acata­
m iento personal, por in co n d icio n al que sea, tiene siem pre la
form a de u na reciprocidad libre.
E ste ap asionado personalism o en la relación de su b ord i­
nación lleg a casi a la caricatura en el prin cipio que a com ien­
zos de la E d a d M oderna regía, segú n se dice, en E sp añ a. U n
noble em pobrecido que entraba de cocinero o Je la ca yo en una
gra n casa, no perdía definitivam ente su nobleza; ésta quedaba
como dorm ida y podía despertar cuando la suerte cam biase
favorablem ente. Pero un noble que se hacía artesano, perdía
definitivam ente su nobleza. E sto contradice el sentir m oder­
no, que discierne entre la persona y la obra y considera que la
dignidad personal está tanto m ejor gara n tiza d a cuanto m ayor
sea la objetividad de la dependencia. U n a m uchacha n o rte­
am ericana trabajará en u n a fábrica sin sentir h u m illación a l­
g u n a, y , en cam bio, se sentirá com pletam ente desclasificada si
ha de trabajar como cocinera en una casa. Y a en el siglo xm,
I a subordinación 213

en F lorencia, los grem ios in ferio res com prendían la s ocu p a­


ciones que están al servicio inm ediato de o lía s personas (za ­
pateros, posaderos, m aestros de escuela), a l paso que lo s oficios
que, a ú n sirvien do igu alm en te a l público, lo b acen con m ayor
objetividad, sin depender de nadie en p articular, com o los
tejedores y tenderos, co n stitu ía n lo s grem ios superiores. E n
cam bio, en E sp a ñ a , donde estaban m ás v iv as las tradiciones
caballerescas, con su característica consideración de la perso­
na en tod a clase de activid ad , la relación de persona a persona
b ab ía de considerarse com o soportable, siendo, en cam bio, h u ­
m illan te la sub ordin ación a exigen cias m ás ob jetivas, el aco­
m odo a un orden de trabajo s im personales que sirven a m u ­
chas y anónim as personas.
T o d a v ía en las teorías juríd icas de A ltu s io se percibe la
aversión a la o b jetivid ad de la le y . E l sum m us m agistratus
ap lica sin duda, según él, un derecho ajeno; pero no como
representante del E stad o , sino sólo porque es nom brado por
el pueblo; tod avía le es extrañ a a A ltu s io la idea de que en
vez del nom bram ien to personal del pueblo pudiera la le y
d esign ar a l soberano com o representante del E stad o . E n cam ­
bio a la A n tig ü e d ad , la su b o rd in ació n a la ley le parecía
m uy adecuada, ju stam en te a causa de su falta de carácter per­
sonal. A ristó te le s a la b ab a a la le y por ser to mesón, lo m ode­
rado, im parcial, lib re de pasiones; y y a P la tó n en el m ism o
sentido había reconocido que el m ejor rem edio contra el egoís­
m o es el señorío de la ley im personal. P ero esta no es m ás que
una m otivación psicológica, que no toca al núcleo de la cues­
tió n : el tránsito fu n d am en tal, no deducido de consecuencias
u tilitaria s, del person alism o a la objetivid ad de la relación de
obediencia. E n cu én trase ta m b ién en P la tó n la otra teoría;
según él, en el E stad o ideal, el criterio del soberano es superior
a ia le y . y si el soberano cree que el bien de la com unidad lo
exige, puede obrar contra sus propias leyes. S ó lo donde falten
los verdaderos hom bres de E stad o serán necesarias leyes que
no puedan ser vio lad as b ajo n in g ú n pretexto. A s í, pues, ia ley
aparece aquí com o el m al m enor. P ero no como para el sen ti­
m ien to germ ano, porque la su b o rd in ació n a u na person a posea
u n carácter de d ign idad libre, frente a l cual toda obediencia
a una le y signifique m ecanism o y pasividad, sino porque se
214 S o c io lo g i^

considera Que el defecto de la le y estriba en su rigid ez, que la


hace in flexib le e insuficien te ante las dem andas m udables e
im p revisibles de la vida. A este defecto escapa, empero, e".
criterio de u n soberano person al, que no está ligad o gor pre­
ju icio algu n o . L a rigid ez de la ley no aparece com o u n a ven­
ta ja relativa, sin o en el caso de que falte ese soberano prudente.
E s, pues, siem pre el con tenido de la le y el que determ ina que
!a ley v a lga m ás o m enos que la su b o rd in ació n a u na persona.
L a relación de obediencia es, sin duda, distinta, en su p rin ci­
pio interno y en el sen tim ien to del que obedece, según que
proceda de u n a le y o de una persona; pero de esta diferencia
no podem os ocuparnos aquí. L a relació n gen eral o form al que
existe entre el gobierno de la le y y el de las personas, puede
expresarse desde luego en u n sentido práctico diciendo que
cuando la ley no es bastante fuerte o a m p lía , Lace fa lta la
persona, y cuando la persona no es suficiente, h a y que recurrir
a la ley. P ero las decisiones u lteriores dependerán siem pre de
los ú ltim o s sentim ientos va lo ra tívo s que, sociológicam ente,
son indiscutibles. E so s sentim ien tos son los que h a n de decidir
si el gobierno personal h a de considerarse com o algo p ro vi­
sion al, con respecto al gobierno lega l, o si, por el contrario., el
gobierno de la le y ha de ser u n m al m enor respecto a l gobierno
de u n a persona que reúna las cualidades plenas de soberano.
La in stan cia objetiva puede determ inar tam b ién de otro
m odo las relaciones entre superiores y sub ordinados, si la re­
lación de soberanía no está definida por u n a le y o norm a
ideal, sino por un objeto concreto. A s í ocurre cuando dom ina
el prin cipio p atrim on ial, según el cual los súb ditos pertenecen
al territorio. E s la servidum bre de la gleb a, radicalm ente re­
presentada por La servidum bre agraria rusa. L a terrible dureza
de esta situ a ció n excluye, al m enos, aqu ella esclavitud perso­
n a l que perm itía la ven ta del esclavo; lig a la relación de depen­
dencia de tal m odo a la tierra, que el siervo sólo puede ser
enajenado juntam ente con ésta. E sta situ a c ió n — pese a las d i­
ferencias cu an titativas y c u a lita tiv a s— se repite a veces en le
vida del m oderno obrero de fábrica, a quien el propio interés
vin cu la , por medio de ciertas in stitu cio n es, al establecim iento
en que trabaja; así, por ejem plo, cuando ba podido adquirir
una casita propia, cuando participa con sus aportaciones en
l.a subordinación 215

institutos benéficos, etc., perdiendo todas estas ven tajas a l


ab an d on ar la fábrica. D e esta m anera y por m eros objetos, se
encuentra el obrero de ta l m odo vin cu lad o , que se b a ila in de­
fenso en u n sentido m u y p a rticu la r frente a l patrono.
E n ú ltim o térm ino, esta m ism a form a de dom inio ora ta m ­
bién la que, en la s relaciones p atriarcales m ás rudim entarias,
ven ía determ inada por u n objeto, bien que no puram ente m a ­
terial, sin o viv o . L o s h ijo s pertenecían a l padre, no porque éste
lo s h ubiera engendrado, sin o porque era el dueño de la madre;
del m ism o m odo que el propietario de! árbol dispone tam bién
de sus fru to s. Y en consecuencia, el dueño de la m ujer dispo­
n ía igualm ente de los h ijo s engendrados por oíros padres.
E ste tipo de dom in io suele lle v a r consigo u n a dureza y u na
in con d icion alidad h u m illan te en la sum isión . P u es h a llá n d o ­
se el hom bre som etido por el hecho de pertenecer a u n a cosa,
desciende, psicológicam ente, tam bién a la categoría de sim ple
cosa. G u an d o la soberanía es ejercida por la ley, puede de­
cirse— con las necesarias reservas— que el superior asciende a l
plano de la objetividad; en cam bio, cuando el m edio de la so­
beran ía es una cosa, el subordinado es el que se convierte en
objeto. L a situ ació n del sub ordinado suele ser, por ta l causa,
m ás favorab le en el prim er caso, y m ás desfavorable, en el se­
gun do, que en m uchos casos de su m isió n personal.
L a sub ordin ación a un prin cipio objetivo, sólo tiene in te ­
rés sociológico inm ediato en dos casos fundam entales. E n p ri­
mer lu gar, cuando aquel p rin cip io ideal sup erior puede con si­
derarse como conden sación psicológica de u n poder real social;
y en segundo lu g a r, cuando crea relaciones específicas y carac­
terísticas entre aquellos que le están subordinados en com ún
£ 1 prim er caso se refiere, sobre todo, a los im perativos m ora­
les. E n la conciencia m oral nos sentim os sub ordin ados a un
precepto, que no parece d im an ar de n in g ú n poder h um an o,
personal. S ó lo en nosotros percibim os la voz de la conciencia;
pero la percibim os con u n a fu e rza y decisión tales, irente a
todo egoísm o sub jetivo, que parece proceder de u n a in stan cia
situada fuera del sujeto. E s sabido que se h a tratado m uch as
veces de resolver esta contradicción, deduciendo de preceptos
sociales los contenidos de la m oralidad. Se h a supuesto que lo
que es ú til a la especie y a l grupo, lo que el grupo para m an-
216 $OC¡olo£ij

tenerse exige, por consigu iente, de sus m iem bros, adquiere en


los in d ivid u o s, gradualm ente, la form a del in stin to y acaba por
aparecérseles com o u n sentim ien to autónom o, ju n to ai pro­
piam ente p erso n al y , frecuentem ente, en oposición a éste. A s:
q uedaría explicado el doble i carácter del precepto m oral: que
por u n a parte se nos presenta como un m andato im personal,
a l que hem os de som eternos incondicionalm ente, sin que, por
otra parte, nos lo im p on ga n in g ú n poder exterior, sino ú n i­
cam ente nuestro im pulso propio e ín tim o. E n todo caso, nos
h alla m o s aq u í frente a u na de esas circunstancias en que el
in d iv id u o reproduce, dentro de su conciencia, las relaciones
que existen entre él y el grupo. D e an tig u o se ha observado
que las representaciones del a lm a in d iv id u a l se com portan, en
sus relaciones de asociación y disociación, de diferenciación y
unificación, como unos in divid uos con respecto de otros.
H a y , em pero, u n a sin g u la r espeeialización de este fenóm eno;
y e s que aqu ellas relaciones psicológicas interiores repiten, no
sólo las que se dan entre in d ivid u o s, sino la s que se dan entre
éstos y el círculo que les rodea. E l in d ivid u o se exige a sí m is­
m o lo que la sociedad exige a sus m iem bros: su b ord in ación y
fidelidad, altru ism o y trabajo, dom in io de sí m ism o y ve­
racidad.
M ézclanse en este fenóm eno vario s im portantes m otivos.
L a sociedad aparece frente al in d ivid u o con preceptos, a cu ya
coacción el in d ivid u o se h ab itú a, h asta que y a no le son nece­
sarios los m edios m ás o m enos groseros de que se vale esta
coacción. E n to n ces puede ocurrir que su n a tu ra leza se form e
o m odifique de tal modo que obre en el sentido conveniente
com o m ovido por u n in stin to, con volun tad inm ediata sin
conciencia de u n a ley. A s í los árabes preislám icos carecían
de todo concepto de coacción objetiva jurídica; su ú ltim a in s ­
tancia era la decisión puram ente personal; pero esta decisión
estaba absolutam ente penetrada y norm ada por la conciencia
tribal y la s necesidades de la vida colectiva. P ero puede tam ­
bién ocurrir que la le y viv a en la conciencia in d iv id u a l como
algo im perativo, procedente de la autoridad social, pero sin que
la sociedad esté realm ente detrás de ella con su poder coacti­
vo, o, al m enos, con u n a vo lu n ta d declarada. D e este m odo, el
in d ivid u o representa, frente a sí m ism o, a la sociedad, a esa
La subordinación 217

realidad social externa con sus opresiones, lib eracion es y acen­


tuaciones variables; el in d ivid u o se h a convertido en el juego
alternado de sus propios im p u lsos sociales y de sus im p u lsos
in divid uales, en sentido estricto, com prendidos am bos en el
yo , en sentido am p lio.
P ero esta no es tod avía la norm a m oral realm ente ob jeti­
va, la norm a a que antes a lu d íam o s, y en cu y a conciencia y a
no se percibe el m enor rastro de origen h ístó rico -social. C u a n ­
do ascendem os a cierta a ltitu d de la m oralid ad , el m otivo de
la acción no reside ya en un poder real h u m an o , por m uy su -
p rain d ivid u a l que sea; la fuente de donde m an an la s necesi­
dades m orales h rota m ás a llá de la oposición entre el in d iv i­
duo y la totalidad. E sta s necesidades no proceden de la colec­
tivid ad n i de la realidad sin g u lar de la vida in d iv id u a l. E n la
conciencia libre del sujeto, en la ra/.ón in d iv id u a l, h a lla n só lo
el lu g a r de su actividad; pero su fuerza o b ligatoria proviene
de ellas m ism as, de su vigencia interior, transpersonal, de u n a
idealidad o b jetiva que hem os de acatar, querám oslo o no,
como la verdad, cu y a vigen cia es com pletam ente indep en díen­
te de que adquiera o no realidad en una conciencia. E l conte­
nido, empero, que llen a estas form as es— no necesariam ente,
pero sí con frecu encia— la exigen cia so cial, que a h o ra no obra,
por decirlo así, com o un im p u lso social, sin o que, a l m odo de
la m etem psicosis, se h a convertido en u na norm a que debe ser
cum plida por sí m ism a, no por m í, n i por ti. S e trata aqu í de
distinciones que n o sólo afectan la m ayo r .sutileza psicológica,
sino cu yo s lím ites, en la práctica, se esfum an constantem ente.
P ero esta m ezcla de las m otivaciones, en que se m ueve la rea­
lid ad del alm a, hace tan to m ás necesaria su distin ción fu n d a ­
m ental. O la sociedad y el in d ivid u o se encuentren frente a
frente, como dos poderes, y la sum isió n del in d iv id u o se reali­
za merced a u n a energía constantem ente renovad a, que flu ye
de la sociedad como de u na fuente; o esta energía se tra n sfo r­
me en un im p u lso psicológico dentro del alm a in d iv id u a l, y
el individ uo, sintiéndose «ser social», com bate y sofoca los
im pulsos de su y o «egoísta»; o el deber, al que el hom bre se-
siente subordinado, es u n a realidad ta n objetiva com o el ser,
realidad que sólo necesita llen arse con el contenido de las
condiciones vitales y sociale s— he aq u í los tipos en que se
218 Sodologié

agotan las form as de su b o rd in ació n del in d ivid u o a l grupo — ,


E n esta enu m eración , las tres potencias que llen a n la vida
histórica: la sociedad, el in d iv id u o , la objetivid ad , aparecen,
u n a tras otra, com o norm ativas; pero de m anera que cada u na
de ellas recoge en sí el contenido social, la cu an tía de su p erio­
ridad que !a sociedad tiene sobre los in d ivid u o s, y cada u n a
de ellas form a y m an ifiesta de m an era p articular el poder, la
volu n tad , las necesidades de la sociedad.
E n relación con las otras dos, la o b jetivid ad no sólo repre­
senta la ley absolutam ente vá lid a, asentada en un reino ideal
superior, sin o que puede tam bién ser determ inada, por decirlo
así, en otra dim ensión. L a sociedad es con frecuencia el terce­
ro que resuelve los conflictos entre el in d ivid u o y la ob jetivi­
dad, y tiende puentes sobre sus desacuerdos. E n la esfera del
conocim iento genético, el concepto de sociedad n os h a librado
de la a lte rn a tiv a que, en épocas anteriores, o b ligab a a c o n s i­
derar los va lo res cu ltu rales, o com o productos de un individ uo,
o com o m ercedes de un poder objetivo, según vim os con alg u ­
nos ejem plos en el cap ítu lo I. E n la esfera de la práctica, el
trabajo social es el que perm ite que los in d ivid u o s puedan sa­
tisfacer sus pretensiones en el orden objetivo. E l hecho de que
1a cooperación, el esfuerzo de la sociedad com o unidad, en la
coexistencia y en la sucesión, extraiga de la n a tu ra le za para
satisfacer las necesidades h u m an as, no sólo m ayores can tid a­
des, sino n u evas cualid ad es y tipos que no p odrían obtenerse
por m edio del trab ajo in d iv id u a l, co n stitu ye u n sím bolo para
el becbo p rofu ndo y esencial de que la sociedad se h a lla colo­
cada entre el hom bre in d iv id u a l y las leyes generales de la n a ­
turaleza. L a sociedad, siendo a lg o psíquico, concreto, se rela­
ciona con el individ uo; m as, siendo tam bién algo general, toca
en cierto m odo a las leyes n atu rales. L a sociedad es lo gene­
ral, pero sin abstracción. S in duda, todo grupo histórico es,
com o el hom bre histórico, u n in d iv id u o . P ero lo es en relación
con lo s otros grupos; en cam bio, en relació n con sus propios
m iem bros, es su p ra in d ivid u al. P ero esta generalidad no es la
del concepto con respecto a sus realizaciones singulares, sino
que co n stitu ye u n m odo especial de generalidad, como la de
un cuerpo orgánico sobre sus m iem bros, o la del m obiliario de
u n a h ab itació n con respecto a la m esa y a la silla, al arm ario
La subordinación 219

y a l espejo. E sta gen eralid ad p a rticu la r coincide con la ob jeti­


vidad p eculiar que la sociedad posee frente a sus m iem bros
considerados com o sujetos. E l in d iv id u o no se sitúa ante la so­
ciedad com o ante la n a tu ra leza, cu ya objetividad sign ifica la
indiferen cia respecto al becbo de que un sujeto ten ga o no par­
te esp iritu al en ella, la piense con verdad o error, o no la pien­
se en absoluto; el ser y la s leyes de la n a tu ra leza rigen inde­
pendientem ente del sentido que puedan tener p ara un sujeto.
T a m b ién la sociedad excede del in d ivid u o , vive su propia vida
regular, está frente a l in d iv id u o con solidez Histórica e im pe­
rativa. P ero ese estar enfrente es, al propio tiem po, u n estar en
él; la fría indiferen cia de la sociedad para con el in d iv id u o es
a l propio tiem po interés por éste; y la objetivid ad social nece­
sita de a lg u n a subjetividad in d iv id u a l, aunque n o sea precisa­
m ente de ta l o cu ál sub jetivid ad determ inada. D e esta m ane­
ra, la sociedad se convierte en un interm edio entre el sujeto y
la generalidad y objetivid ad ab so lu ta e im personal.
E n este m ism o sentido v a la sigu ien te observación. C u a n ­
do la econom ía no 1ra llegado a ú n a la fijación de precios pro­
piam ente objetivos; cuando el conocim iento y regulación de la
dem anda, la oferta, los gastos de producción, las prim as de
riesgo, las gan an cia s, etc., no Han conducido aún a la conclu ­
sión de que esta m ercancía va le tan to y debe ser vendida a tal
precio, las intervenciones in m ediatas de la sociedad, sus órga­
nos y sus leyes, son frecuentes y rigorosas en lo relativo al
precio y solidez en las transacciones com erciales. T a sa s, v ig i­
lan cia de la cantidad y calidad de la producción y , en un sen­
tido am p lio, leyes su n tu a ria s y consum os obligatorios, apare­
cen con frecuencia en los estadios económ icos en que la lib er­
tad sub jetiva de las transacciones com erciales em pieza a b u s­
car u n a especie de o b jetivid ad que n o llega aún , sin em bargo, a
la pura y abstracta determ inación objetiva de los precios. E n
este estadio, la generalidad concreta, la objetivid ad v iv a de la
sociedad, in tervien e con frecuencia de u n m odo torpe e in h á ­
b il y esquem ático. P ero a u n a sí es siem pre un poder tra n su b -
jetivo que da a los in d iv id u o s u n a norm a, antes de que esta
pueda su rg ir de la estructura m ism a de la cosa y del conoci­
m iento de sus leyes.
E n grado más am p lio tod avía, prodúcese en la esfera inte-
6
12 O S ociologi.;

lectu al esta m ism a evolución fo rm al, que de la subordinación


a la sociedad p asa a la sub ordin ación a la objetividad. L a h is ­
to ria entera de la cu ltu ra m uestra b asta qué pun to la in te li­
gencia del in d ivid u o , antes de enfrontarse inm ediatam ente
con el objeto, p ara recibir de él el contenido de sus conceptos,
lle n a estos exclusivam ente con representaciones tradicionales,
autoritarias, «aceptadas por todos». E l a p o yo y n orm a del es­
píritu, que quiere saber, no es p ;im eram eníe el objeto, cu ya o b ­
servación e interpretación inm ediatas excede a sus fuerzas,
sino la o p in ió n general acerca del objeto. E sta op in ión pro­
porciona a l sujeto sus conceptos teóricos, desde la superstición
m ás grosera b a sta los m ás fin os prejuicios, que velan y casi
bacen im perceptible la dependencia del que los recoge y la fa l­
ta de objetividad de su contenido. D ijé ra se que no le es fácil
a l kom bre afro n tar la visión del objeto cara a cara; que no es
cap az el hom bre de soportar n i la dureza de la s leyes o b jeti­
vas, n i la libertad que la objetivid ad otorga a la persona, por
oposición a la coacción procedente de los otros hom bres. La
sum isión a la autoridad de los m uebos o sus representantes,
la sujeción a la op inión tra d icio n al, al criterio socíalm ente
aceptado, es un térm ino m edio, o por lo m enos, resulta m ás
fácil de m odificar que la le y de la cosa y m anifiesta m ejor la
intervención de lo espiritual; transm ite, por decirlo así, un pro­
ducto y a digerido espirítualm entc. P o r otra parte, nos sum i­
n istra un ap oyo, nos perm ite descargarnos de la respon sab ili­
dad, y es com o u n a com pensación a la fa lta de independen­
cia— de esa independencia que la pura relación entre el y o y
la cosa nos otorga.
N o m enos que el concepto de la verdad, b aila el de la ju s ­
ticia en las actitudes de la sociedad el criterio interm edio, a
que se acoge el individuo antes de llegar al estadio de lo pura­
m ente objetivo. E n la esfera del derecho penal, como en la*
de las dem ás regulaciones de la vida, la correlación que se es­
tablece entre delito y pena, m érito y recompensa, servicio y
pago, procede, ante todo, de consideraciones u tilitaria s o de
im p u lsividades sociales. A c a s o la equivalencia de la ección y
reacción— en que consiste l a justicia — no pueda deducirse
nu n ca inm ediata, analíticam ente, de estos elem entos, y ne­
cesite siem pre de un tercer térm ino, de un fin, de u n ideal, de
La s u b o rd in a c ió n 221

un estado o situ ació n m odelo, p ara que, según él, p ueda cons­
truirse sintéticam ente la correspondencia de aqu ellos térm i­
nos. E ste tercer térm in o está o rigin ariam en te co n stitu id o por
los intereses y form as de la vid a social, que rodea a lo s in d i­
vid u os, a los sujetos en que h a de cum plirse la ju sticia. E sta
vida to ta l crea e im pon e lo s criterios en que se m an ifiesta la
ju sticia o in ju sticia de la relación entre aqu ellos in divid uos.
E s a ju sticia o in ju sticia n o p odría descubrirse si los in d iv i­
duos estuvieran aislad o s. P o r m edio de esa v id a total surge,
com o estadio ob jetivo e h istóricam en te posterior, la necesidad
in tern a de que h a y a u n a correspondencia ju sta entre aquellos
elem entos. L a n o rm a superior, que acaso co n tin ú e determ i­
n an d o peso y contrapeso segú n sus proporciones, se h a sum er­
gido plenam ente en los elem entos, se h a convertido en un v a ­
lo r que obra desde el in terior de éstos. L a ju sticia aparece
a h o ra com o u n a proporción ob jetiva, que nace de la sign ifica­
ción ín tim a del pecado y el dolor, de la b uen a acción y la
dicha, de la oferta y la com pensación; h a de ser realizad a por
ella m ism a: üat ju s iitia , pereat m undus. E n cam bio, en el
punto de vista an terior, la con servación del m un d o era el fu n ­
dam ento de la ju sticia. S e a cu al fuere el sentido ideal— que
aqu í no se discute— de la ju sticia, h istó rica y p sicológicam en ­
te, la ley ob jetiva en que e n c a m a y que pide ser cum plida por
sí m ism a, con stituye un estadio posterior en la evolu ción , al
que precede, sirvién d o le de tran sició n , aquel otro en que la
exigencia de la ju sticia se fo rm u la en nom bre de la objetivid ad
social.
F in alm en te, la m ism a evo lu ció n se verifica dentro de lo
m oral, en sentido estricto. E l prim er contenido de la m o ra li­
dad tiene u na n a tu ra le za a ltru ista y social. Y no en el sentido
de que lo m oral posea u n a esencia independiente, cap a z luego
de acoger tal contenido. L a entrega del y o a u n tú (en sin g u la r
o p lu ral) aparece com o el concepto m ism o de lo m oral, como
su definición. F rente a esto, la s doctrinas m orales filosóficas,
en las que el deber, ab so lu tam en te objetivo, prescinde de la
Cuestión del y o y del tú , representan un estadio m u y posterior.
L o que le im porta a P la tó n es que se realice la idea del bien; a
K a n t, que el prin cipio de la acción in d iv id u a l sirva de le y ge­
neral; a N ie tzsch e , que el tip o hom bre sobrepase el grado de
222 S ociolog ía

evo lu ció n que m om entáneam ente h a alcan zad o. Y si estas


n orm as pueden coincidir, en ocasiones, con la s entregas de
u n os in d ivid u o s a otros, no es esto, en p rin cip io, lo que in te ­
resa, sino la realizació n de u n a le y ob jetiva, que n o sólo pres­
cinde de la sub jetivid ad del que obra, sin o tam bién de la del
ser a quien eventualm ente se refiere la acción. P u es, m irada
desde este pun to de vista , la relación con el com plejo social de
los sujetos no es sin o el cum plim ien to casu al de u n a norm a y
deber m ucho m ás general, que si b ien pueden legitim ar las ac­
ciones sociales y a ltru istas, tam bién pueden condenarlas. L a
obediencia ética a las exigen cias del tú y de la sociedad es, en
la evo lu ció n del in d ivid u o com o en la de la especie, la prim era
m anera de superar el estado prem oral, el egoísm o ingenuo.
In con tab les personas perm anecen en este estado. P ero, en
prin cipio, este estado es preparación y trán sito para la su b ord i­
n ación a una le y ética ob jetiva, que está ta n lejos del yo como
del tú , y partien do de la cual, se a trib u ye calidad m oral a los
contenidos de u n o u otro.
L a segunda cuestión sociológica que p lan tea la subordina­
ción a u n p rin cip io ideal, im p ersonal, consiste en determ inar
la acción de este p rin cip io sobre las m u tu as relaciones entre
los sub ordin ados. £ n este sentido debe tenerse ante todo en
cuen ta que a la sub ordin ación ideal, antecede con frecuencia
u n a su b o rd in ació n real. Frecuentem ente vem os que u n a per­
so n a lid a d o u n a clase social ejercen su m an do en nom bre de
u n p rin cip io ideal, a l que ellos m ism os se reconocen subordi­
nados. P arece, pues, que lógicam ente esta su b o rd in ación ideal
es la p rim era, y que la o rga n iza ció n de dom in io sobre los otros
hom bres es sólo u n a consecuencia de dicha organ ización ideal.
P ero h istóricam ente el cam ino suele ser el inverso. R elacion es
person ales de poder, m u y m ateriales y efectivas, dan lu g a r a
subordinaciones, sobre las cuales lentam ente se encum bra un
poder ideal, objetivo, por esp iritu alizació n del poder d om in an ­
te o porque se am plifica y desp ersonaliza la relación; y el
superior ejerce después su m ando com o representante inm e­
d iato de ese poder ideal. L a evo lu ció n del pater fam ilias entre
lo s arios lo m uestra claram ente. A l p rin cip io — segú n se des­
cribe este tip o — el poder del pater fam ilias era ilim itado y
ab solutam en te subjetivo; es decir, que decidía en todos los
I .a s u b o r d in a c ió n 223

casos segú n su capricho m om entáneo o su con ven ien cia perso­


nal. P ero este poder arb itrario fué gradualm ente cediendo ante
un sentim iento de respon sabilidad; la u n id ad del gru p o fa m i­
liar, que podía considerarse encarnada en el sp iritu s iam ilia-
ris, se convirtió en u n a potencia ideal, frente a la cu a l el pro­
p io señor de todo se sen tía com o un mero ejecutor y obligado
tam bién a obediencia. P o r esto ocurre que sus actos, decisiones
y sentencias, en vez de ser determ inados por eí capricho sub je­
tivo, lo son ah o ra por la costumbre-. Y a no se com porta como
señor in con d icion al del p atrim onio fam iliar, sino com o ad m i­
nistrad or del m ism o, en interés de todos; y su posición tiene
m ás el carácter de una m agistratura que el de un derecho
ilim ita d o .
D e esta m anera, ia relación entre superiores y su b ord in a­
dos queda asentada sobre b a s e s com pletam ente distintas.
M ien tra s en el prim er estadio los subordinados no eran, por
decirlo así, m ás que la com petencia personal de lo s jefes, ah o ra
y a se h a creado la idea de la la m ilia sup erior a todos los in d i­
vidu os, y u la que el patriarca jefe está tan som etido com o los
dem ás m iem bros. DI pater m anda sólo en nom bre de le unidad
ideal. Surge aqu í un tipo form al extrao rd in ariam ente im p or­
tante: el que ordena, se som ete a la ley decretada por él m ism o.
S u vo lu n ta d , desde el m om ento en que se hace ley, adquiere
un carácter ob jetivo y corta toda relación con su origen sub-
jetivo-p erso n al. D n cuanto el señor decreta la le y com o ley,
adquiere el carácter de órgano de una necesidad ideal y no
hace sin o revelar u n a norm a, que rige en virtud de su sentido
interno y de las exigen cias de la situación , indepen dientem en­
te de que él la decrete efectivam ente o no. D s m ás, si en vez de
esta legitim ación m ás o m enos clara, la volun tad del sob erano
se afirm a por sí so la com o ley, no por eso puede e v ita r el que
este acto su yo salga de la esfera de la mera su b jetivid ad . DI
soberano lleva entonces, por decirlo asi, a priori, en. sí m ism o,
la legitim ación transp ersonal. P o r eso la form a in tern a de la
ley exige que el legislador, a l prom ulgarla, quede som etido a
ella, com o persona, lo m ism o que los dem ás. A s i en los p riv i­
legios de la s ciudades flam encas de la D dad M ed ia se declara
expresam ente que los escabinos deben ju sticia a todo el m u n ­
do, aun contra el m ism o conde que había otorgado el p rívile-
224 S o r io lo g !

gío. Y u n soberano tan ab soluto com o el G r a n E lector, h a ­


biendo im puesto, sin. previa axttorización de los E stad os, u na
con trib ución person al, no sólo hace que la pague to d a su corte,
sin o que la satisface él m ism o.
L a época m oderna nos ofrece un ejem plo de form a sem e­
jan te a l que hem os visto en la h isto ria de la fam ilia: aparición
de u n poder objetivo al cual h a de su b ordin arse el poder p ri­
m ero ju n tam en te con sus subordinados. M e refiero a la orga­
n ización de la producción, en cuanto que en ésta dom inan los
elem entos objetivos y técnicos sobre los personales. M u ch as
relaciones de sub ordin ación , que antes ten ía n un carácter per­
so n a l, siendo u no de lo s m iem bros ab solutam en te superior y
el otro absolutam ente sub ordinado, se h a n m odificado de ta'.
m odo, que am bos m iem bros están som etidos ahora ig u a l­
m ente a un fin ob jetivo , y sólo dentro de esta relación común
con el p rin cip io superior, co n tin ú a, com o u na necesidad téc­
nica, la sub ordin ación del u no al otro. C u a n d o el trabajo asa ­
lariad o es considerado com o un contrato de arrendam iento de
persona— se arrienda el trabajad o r— , existe un elem ento, al
m enos, de su b o rd in ación del obrero al p atron o. P ero este ele­
m ento desaparece desde el m om ento en que el contrato de tra­
bajo n o es considerado com o locación de la persona, sino como
com pra de la m ercancía trab ajo. E n to n ces, la subordinación
que el p atron o exige del obrero no es m á s— así se ha dícho-
*que la sub ordin ación al proceso cooperativo, subordinación
tan necesaria p ara el p atron o (en cuanto ejerce u n a actividad)
com o para el obrero». E ste y a no se encuentra, pues, sometido
com o persona, sin o com o cooperador en u n proceso económ i­
co objetivo, dentro del Cual el elem ento Superior, que funciona
com o patrono o director, no actúa en virtud de un poder per­
so n a l, sino de exigen cias reales, objetivas.
E l sentim ien to de la propia dignidad que an im a a l obrero
m oderno, debe estar en relación con este fundam ento, cuyo
carácter, puram ente sociológico, se m anifiesta tam bién en e1
hecho de que, con frecuencia, no ejerce n in g ú n influ jo en el
m ejoram iento de la situ ació n m aterial de lo s trabajadores.
D esde el m om en to en que el trabajad or sólo vende un trabajo
objetivam ente definido— que puede ser m ayo r o m enor del que
antes se le exigía en la form a person al— , libértase como hom -
I .i su b ord in ación 225

bre de la relación de su b ord in ació n , a la cual y a sólo está


sujeto por cuanto, com o factor de la producción, necesita coor­
d in a r su activid ad a la s disposiciones del director de la p ro­
ducción. E sta objetivid ad técnica tien e su sím bolo en la obje­
tividad jurídica de !a relación contractual. U n a vez que el con­
trato está concluido, álzase com o norm a objetiva por encim a
de ambas partes. E ste contrato señala, en la E d a d M ed ia , 1a
transform ación de los oficiales de los grem ios, que o rig in a ria ­
m ente están en u n a com pleta dependencia p erson al respecto
del m aestro: el oficial se lla m a b a , generalm ente, criado. L a re­
u n ión de los oficiales en una clase especial, cu lm in a en el in ­
tento de tran sfo rm ar la servidum bre personal en u n a relación
contractual. E s sign ificativo que, una vez lograda la o rg a n iza ­
ción de lo s criados, este nom bre se cam bia por el de oficiales.
L a form a contractual, sea el que fuere su contenido m aterial,
tiene com o correlato la coordinación relativa, en vez de la s u ­
b ordin ación ab soluta. L a objetivid ad se fortalece m ás tod avía
cuando el contrato, en vez de hacerse entre in d ivid u os, se hace
p or acuerdos colectivos entre u n grupo de obreros de u n a p ar­
te y un grupo de p atron os de la otra, como sucede, sobre todo,
en los sindicatos ingleses. L o s sindicatos obreros y la s asocia­
ciones patron ales celebran, en ciertas in du strias adelan tad as,
contratos sobre salario s, jo m a d a de trabajo, h o ras extrao rd i­
n arias, festividades, etc., a cu yas condiciones no puede sus­
traerse n in g ú n contrato p articular que se co n clu ya entre in d i­
vid u os de estas categorías. C o n esto se acrecienta extrao rd i­
nariam ente la im p ersonalidad de la relación de trabajo, y su
objetivid ad encuentra adecuada expresión en la colectividad
tra n sin d ivid u a l. F in a lm en te, este carácter aparece especial­
m ente g aran tizad o cuando los contratos de trabajo se celebran
por el tiem po m ás breve posible. L o s sindicatos ingleses han
insistid o siem pre en este requisito, a pesar de la inseguridad
resultante. Y exp lican esta insistencia diciendo que el obrero
se diferencia del esclavo por el derecho a ab an d on ar el esta­
blecim iento en que trabaja, y si ren u n cia a este derecho -por
largo tiem po, quedará sujeto a todas las condiciones que, con
excepción de las expresam ente escipuladas, le im ponga el pa­
trono, y perderá a sí la protección que aquel derecho le conce­
día para la defensa de sus intereses. C u an d o la duración del
226 S o c io l o g i ;

contrato es larg a, esta lo n g itu d su stitu ye a la am p litu d de s u ­


m isión con que antes Quedaba encadenada la personalidad
entera. L o que g a ra n tiza la objetividad, en lo s contratos de es­
casa d u ración , no es n a d a positivo, sino sim plem ente el Kecho
de im p edir que las relaciones objetivam ente fijad as degeneren
en otras, determ inadas por el arb itrio in d iv id u a l. C o n tra este
riesgo, lo s contratos a largo p la zo no ofrecen bastante pro­
tección.
L o que p rin cipalm ente hace insoportable la relación de ser­
vicio dom éstico es que, tal com o está constituid a actualm ente,
por lo m enos en la E u ro p a central, hace que, por decirlo así,
la person a entera resulte su b ord in ad a, no habiéndose llegado
a ú n a determ inar el trabajo de u n m odo objetivo. D e hecho, la
relación dom éstica va acercándose a u n a form a m ás perfecta,
quedando reducida a los servicios prestados por personas que
sólo tienen que re a liza r en la casa determ inadas fun cion es o b ­
jetivas, y, por lo tanto, están coordenadas al «ama de la casa».
E n cam bio, en la relación a n terio r— y , en parte, a ú n actu al—
el servidor entra en la casa con toda su person alidad, estando
obligado a prestar servicios ilim itad os (com o se m anifiesta
claram ente en la frase «criada para todo»), y justam en te por
esta in determ inación es por lo que se encuentra som etido como
persona a l am a de la casa. E n épocas decididam ente patriar­
cales, la «casa» era u n fin y v a lo r objetivo, a l que colab ora­
b an el am a de casa y la servidum bre. D e este m odo, aunque
la subordinación era plenam ente personal, producíase cierta
coordinación, determ inada por el interés que suele in sp irar ía
casa al servidor, ligado a ella perdurablem ente. E l tuteo de los
criados sign ificab a de u n a parte su su b o rd in ación como per­
sonas, pero de otra parte los a sim ilab a a los h ijo s de la casa y
los lig a b a m ás estrecham ente a su o rgan ización . A s í se da e»
caso curioso de que esa relación de obediencia sirv a de algú n
m odo a u n a idea objetiva, justam en te en lo s dos polos op ues­
tos de su evolución: prim ero, en la su b o rd in ació n plenam ente
p atriarcal, cuando la casa tenía u n valo r, p o i decirlo así, abso­
luto, al que servía, aun que en situ ació n m ás elevada, el trabajo
del am a de la casa lo m ism o que el de la servidum bre; y segu n ­
do, en la com pleta diferenciación, estando trabajo y rem unera­
ción previam ente determ inados de m odo objetivo y no existien -
L a s u b o r d in a c ió n 227

do esa adh esión personal, que es el com plem ento de la su b o rd i­


nación ilim itad a. L a situ ació n actu al de la servidum bre, sobre
todo en las grandes ciudades, h a perdido la prim era de las o b ­
jetividades sin haber adquirido a ú n la segunda. Y a no está la
p erson alidad entera del sirvien te consagrada a la idea objetiva
de la «casa»; pero tam poco puede por com pleto sustraerse a
ella, como correspondería a la ín d o le de la prestación.
F in alm en te, otro ejem plo de esta clase de form as se en ­
cuen tra en la s relaciones que se dan entre los oficiales y los
soldados. A q y í la disparidad entre la su b o rd in ación , dentro
del organism o colectivo, y la coordin ación , determ inada por el
servicio com ún a la defensa de la patria, es lo m ás am p lia que
cabe pensar; y esta am p litu d se m an ifiesta p articularm ente en
cam paña, donde por u na parte la d iscip lin a es despiadada, y
por otra parte, al propio tiem po, la relación am istosa entre
oficiales y soldados se ve favorecida p o r situacion es in d iv id u a ­
les y por el tono general del sen tim ien to . E n tiem pos de paz,
el organism o m ilita r se encuentra en la situ ación de un medio
que no llega a cum plir su fin; la estructu ra técnica del ejército
se convierte entonces irrem ediablem en te en fin ú ltim o , de m a­
nera que las relaciones de su b o rd in ació n , que son las bases en
que se sustenta la técnica, de la organ izació n , pasan a ocupar
el prim er térm ino de la conciencia, y a q u el característico c ru ­
zam ien to sociológico con la coordin ación , merced al servicio
com ún a u n a idea ob jetiva, no se produce h asta que un cam bio
de situación hace aparecer en la conciencia esa idea como el
fin propio de la m ilicia.
E ncontram os, pues, frecuentem ente a l individ uo desem pe­
ñand o u n doble papel: en la o rg a n iz a c ió n de su contenido v i­
ta l especial, ocupa u n a posici.ón de m an do o de su b ord in ación ,
m ientras que esta o rgan izació n , com o tal, está som etida a una
idea dom inante que confiere a cada uno de sus m iem bros una
p osición an álo ga, o casi an á lo g a , frente a todos los que están
fu era del grupo. E sta duplicidad de fun cion es hace que la po­
sición sociológica fo rm a l determ ine la aparición de los más
m ezclados sentim ientos. E l em pleado de u na g ra n casa com er­
cial puede tener en ella u n a posición directiva, que le h aga sen ­
tirse superior frente a sus subordinados; pero tan p ron to com o
se h alle ante el público y obre b a jo la in flu en cia de la idea de la
228 Sociólogo

•<casa» com o u n todo, adoptará u na actitud servicial y amable.


U n proceso contrario se desenvuelve en el orgu llo, tan (re­
cuente, de los subalternos, de los criados de casas d istin gu i­
das, de los que pertenecen a círculos espirituales o sociales p ri­
vilegiados. E so s sub ordinados, precisam ente porque pertene­
cen tan sólo o la periferia de dichos círculos, representan con
tan ta m ayo r energía la dignidad y la idea del círculo frente a
los de afuera; tratan , en efecto, de conseguir, por el cam ino ne­
gativo, por diferenciación de los dem ás, esa posición firm e que
no tienen en su efectiva relación p o sitiva con el círculo refe­
rido. L a m ay o r com plejidad form al de este tipo se encuentra
q uizá en la jerarq u ía católica. C o m o iodos sus m iem bros se
h a lla n ligados a u na obediencia ciega y absoluta, el ú ltim o de
ellos está, sobre todos los laicos, a la infinita a ltu ra en que se
cierne la idea de la eternidad; pero, al propio tiem po, el más
elevado de sus m iem bros se reconoce como «el siervo de los
siervos». E l fraile que puede ser, dentro de su O rd en , un sobe­
rano absoluto, envuélvese, frente a cualqu ier m endigo, en la
hum ildad y sum isió n m ás profundas. P ero el ú ltim o herm ano
en la O r d e n e s superior a los príncipes tem porales, con el ca­
rácter ab soluto que le presta la autoridad de ía Iglesia.

* ■
>•>

H em os agrupado los fenóm enos de la subordinación p ar­


tiendo del problem a: ¿ Q u ié n ejerce la soberanía? ¿U n o o m u ­
chos? ¿P erson as u organism os objetivos? P ero tam bién pueden
considerarse esos fenóm enos, sociológicam ente, desde el punto
de vista de la cantidad de soberanía, sobre todo en relación
con la libertad y sus condiciones. E n este sentido van a d iri­
girse las consideraciones siguientes:
C u a n d o en un grupo existen variad as y enérgicas relacio­
nes de subordinación — ya sea en un organism o jerárquico, ya
en u n a p lu ralid ad de m andos coexisten tes- , el carácter del
grupo, considerado como un todo, adquiere predom inantem en­
te el tono de la subordinación. E sto se ve con particular clari­
dad en los E stad o s regidos burocráticam ente. E n efecto, las ca­
pas de p oblación se extienden h acia abajo, en rápida progre­
l.a s u b o r d in a c ió n 229

sión; por consigu iente, cuando las relaciones de su b ord in ación


están en el prim er p lan o de la conciencia sociológica, el elem en­
to de esta relació n que predom ina cuantitativam ente, el de los
sub ordinados, es el que presta su color a l conjun to del ctiadro.
S in em bargo, a lg u n a s m u y p articulares com binaciones pueden
p roducir tam b ién en un grupo la im presión y el sentim iento
de u n a superioridad general. E l o rgu llo característico de los
españ oles y sú desdén por el trabajo, procedía de que, durante
largo tiem po, em plearon com o trabajadores a los m oros som e­
tidos; cuando fueron a n iq u ila d o s o expulsados éstos y lo s ju ­
díos, no les quedó a los españ oles m ás que el gesto de la su p e­
rioridad, no habiendo y a n in g ú n subordinado que con stitu ­
yera el necesario com plem ento. U n la época de su m áx im a
gran d eza, los españoles declarab an sin rebozo que querían,
com o nación, ocupar en el m undo el puesto que en el E stad o
ocupaban los nob les, los m ilitares y los fu n cio n arios. A lg o
sem ejante h a b ía ocurrido y a — aun que sobre bases m ás s ó li­
d as— en la dem ocracia m ilita r espartana. L o s esp artanos so­
m etieron a lo s pueblos vecinos, pero no los h icieron esclavos,
sino que les dejaron sus tierras, tratán doles sólo com o a sier­
vos; estos siervos acabaron por fo rm ar u n a capa in ferior, fre n ­
te a la cual la to talid ad de los ciudadanos con stitu yó como
u n a clase señ o rial, aun que entre sí se condujesen en sentido
dem ocrático. N o fu é ésta u n a sim ple aristocracia que form ara
u n grupo u n ita rio con los otros elem entos inferiores en dere­
cho; fué en realidad el E stad o p rim itivo todo el que, perm ane­
ciendo en su statu quo, gracias a aq u ella capa in ferior, pudo
hacer, por decirlo así, nobles a todos sus elem entos. E ste p rin ­
cipio de la superioridad general se m an ifestaba tam bién en a l­
g u n as in stitucion es especiales de lo s espartanos; así su ejército
estaba jerarqu izad o de ta l m odo que, en realidad, constaba
principalm ente de jefes.
A q u í surge una sin g u la r form a sociológica. C ierta s deter­
m inaciones de un elem ento, que sólo pueden producirse en la
relación de éste con otro (del cu al to m an contenido y sentido),
conviértense, sin em bargo, en cualidades au tó n o m as, indep en­
dientes de toda acción recíproca y como propias de aqu el ele­
mento. S er señor supon e u n objeto sobre el que se ejerce el se­
ñorío; pero la realidad psicológica puede eludir b asta cierto
23C S o c io lo g ia

p u n to esta necesidad lógica. U n o de lo s m o tivos internos de


este becbo se encuentra y a explicado en P la tó n . S egún P la tó n ,
entre las diversas esferas de sob eran ía, que so n in fin itam en te
d istin tas en cu an to a su extensión y contenido, no existe di­
ferencia a lg u n a p o r lo que se refiere a la sob eran ía como ta l,
com o fu n ció n . U n a y la m ism a facu lta d de m an d o es la que
debe poseer tanto el político com o el rey, tan to el déspota como
el adm in istrador. P o r eso para P la tó n , el verdadero político
no es necesariam ente el depositario del poder suprem o del E s ­
tado, sino el que posee la «ciencia del m ando», siendo in d ife­
rente que tenga o no algo sobre que m andar. V o lvem o s, pues,
aq u í a l fun d am en to sub jetivo del d om in io , fun d am en to que no
nace en la correlación de un do m in io efectivo, sino que existe
con independencia de ésta. E l «rey nato» no necesita, por de­
cirlo así, tener u n reino; es rey, no se hace rey. S i los esparta­
nos, a pesar de no b aber creado entre ellos n o b leza algu n a, se
sin tiero n nobles; sí los españoles ten ía n la conciencia de ser
señores, a ú n cuando y a no p oseían servidores a quienes m a n ­
dar, el b ecbo tiene el sentido p rofu ndo siguiente: que la acción
recíproca de la relación de dom inio no es sin o la expresión
sociológica o a ctu alizació n de ciertas cualidades internas del
sujeto, y que quien posea estas cualidades es señor en potencia.
D e la relación b ilateral b a desaparecido, por decirlo así, uno
de los lados, que sólo subsiste y a en u n a fo rm a ideal; pero no
por eso pierde el otro lad o el sentido que en la plen a relación
le correspondería. C u a n d o este b ecbo se verifica en todos los
m iem bros de un grupo considerable, desígnanse entre sí todos
com o «iguales», sin especificar en esta designación a qué se re­
fiera dieba igualdad. L o s ciudadanos de E sp a rta, con derecho
de su fragio , se lla m a b a n los «iguales», sin m ás. E l aristocra-
tism o de su posición política y económ ica frente a las otras
clases es algo evidente, basta el punto de que para su designa­
ción sólo em plean la relación form al que m an tien en entre sí,
y no m encionan para nada la relación que m an tien en con
las otras clases, relación que propiam ente debería constituir el
contenido de su arisíocratism o. U n sentim ien to an álogo se da
dondequiera que los aristócratas se designan a sí m ism os
como pares. L o s pares existen, por decirlo así, para ellos solos;
los dem ás no Ies interesan lo bastante p ara in clu ir en su de­
] .a s u b o r d in a c ió n 231

nom in ación colectiva su sup eriorid ad sobre ellos, a pesar de


que sólo por esta superioridad tiene propiam ente sentido tal
den om inación (l).
L a otra m anera de realizar el concepto de dom in io sin el
com plem ento lógico de la su b o rd in ació n correspondiente, con ­
siste en tran sp ortar ciertas form as, que se h a b ía n constituido
dentro de u n grupo grande, a un gru po pequeño, en el cu al no
se encuentran justificad as. U n los círculos am p lios, determ i­
nadas posiciones im p lica n un poder, una superioridad, que
pierden si se repiten en otro círculo m enor, sin alterar su for­
ma. N o obstante, en este círculo m enor conservan el ton o de
superioridad y m ando que poseían en el m ayor, ton o que se
ha convertido, por decirlo así, en cualid ad su sta n cial de la po­
sición m ism a, independientem ente de que se produzca o n o la
relación en que esc ton o se h a lla b a justificado. C o n frecuen­
cia, en estos casos, sirve de interm ediario u n «título», que en

(l) É ste es s ó lo u n ejem p lo d e u n fe n ó m e n o s o c io ló g ic o general. U n d e x to n ú ­


m ero de elem en tos tien en la m b a i rela ción c o a u n a d eterm in ad » co n d ic ió n , q u e presta
a lo s intereses de! g r u p o co n te n id o y s ig n ifica d o. P e r o sucede q u e este p u n to decisiv o,
en el q u e con vergen lo s elem en tos, desaparece de ¡a d en om in a ción colectiva y acaso
hasta d e la con cien cia d e su s m iem b ros, ¿esta cá n d ose tan s ó lo el h e ch o de la igualdad
de lo s elem en tos, a u n q u e esta ig u a ld a d se p ro d u z ca exclusivam ente p o r re la ció n co n
aque! p u n to . A s í, con el m ism o n om b re de P a res c o n que se designaban los n o b le s,
d esign a ron cu lo s siglos XII >* XJti m u ch a s ciudades f r a n c o « « a sus Jurados y cscabin os.
A l fu n d a rse en B erlín la S ocied a d d e C u ltu ra É tica , p u b licóse acerca d e e lla u n fo lle to
co n este títu lo: C o m u n ic a c io n e s p rep a ra toria s d e u n c ir c u lo J e h o m b r e s y m u /eres
q u e tie n e n igu a les id ea s. N o se decía n i u n a palabra que indicase en q u é con sistí*
C6ta igu ald a d d e id eas. E n la C ám a ra española se fu n d ó , ap roxim a da m en te h ocia l 9 o 5 .
un p a rtid o que se llam aba S o lid a rid a d , sin m ás. U n g r u p o de artistas m u niqueses, hacia
e l a ñ o 9 0 , se lla m ó E l ¿ t u p o d e io s coleg a s, sin a ñ a d ir a este titu lo oficia l na d a q u e e x ­
plícase e n q u é con sistía sem ejante coleg iolid a d y q u é diferen cia h a b ía en tre esta a socia ­
c ió n y u n a a so cia ció n de m aestros d e escuela, o d e a ctores, o de agentes, o d e re d a cto ­
res. E sto s ca sos, sin relieve o p n rcn íc. con tien en u n h ecb o de gran im p o rta n cia s o c io ­
ló g ica : que la rela ción fo rm a l entre ciertos in d iv id u os puede d om in a r so b re el co n te n id o
y finalid ad de esta re la ció n ; pues esto n o p od ría a con tecer en tod as aqu ellas d en om in a ­
cio n e s, s i en ellas n o se in d ica se de a lg ú n m o d o la d irección de (».c o n cie n c ia s o cio ló g ica .
E l h ech o de q u e lo s elem en tos de u n g r u p o sean igu ales o p rofes en Jas m ism as ¡deas,
o aean colegas, alcanza u n a im p o r ta n c ia extra ord in a ria frente ft la m ateria con ten id a en
estas fo rm a s s o cio ló g ica s, m ateria q u e serio la ü n ie » q u e les p od ría dar algún sen tid o.
Y en cu a n to a i* con d u cta p rá ctica , a u n q u e esté determ inada p o r eso m ateria q u e rales
d e n o m in a cio n es ex clu y en , se e n cu en tra tam bién in flu id a in con ta b les veces p o r las puras
relaciones y estructuras form a les.
232 S o c io lo g ia

la s n u eva s circun stan cias apenas conserva h u ella s de poder,


pero s í el aplom o y la prestancia que tenía en el grupo m ás
am plio. L o s rederykers h olandeses (especie de m aestros can ­
tores del siglo xv) ten ían , en cada u n o de sus m uchos grupos,
reyes, príncipes, arch idiácon os, etc. R ecuérdense lo s «oficiales»
del ejército de salva ció n , los «grados» de la m asonería. U n ca­
bildo de m asones celebrado en F ran cia en l 756 , declaró a sus
m iem bros «soberanos y príncipes n atos de to d a la orden», y
otro, celebrado poco después, se llam ó C o n se il des em pereurs
d ’ O r ien t et d 'O cc id e n t.
N a tu ra lm en fe, no son los m eros cam bios cu a n tita tivo s, de
exten sión y núm ero, los que determ inan que u n a posición pri­
m ariam ente dom inante descienda y se vea p rivad a de las
necesarias sub ordin acion es correspondientes, m an teniendo, sin
em bargo, el tono externo de la superioridad. E ste efecto pueden
producirlo igu alm ente las contracciones de la vida colectiva, en
el sentido de la inten sidad . L o que destrozó toda la existencia
helénica en la época del Im perio, fu é la lim itación en que se
m ovía, la fa lta de todo conten id o am p lío o p rofu ndo, habiendo
conservado, en cam bio, el sentim ien to de que podía o debía
m antener a lg u n a superioridad; quedó sup ervivien te u n a a m b i­
ción que se alim en tab a en el recuerdo de las grandes épocas
pretéritas. A s í surgió aqu ella van id ad que sugería u n sen ti­
m iento de im p ortancia y prerrogativa, sin real superioridad,
a l vencedor en los Juegos O lím p ico s, a l fu n cio n a rio de un m u ­
nicipio in sign ifican te, a l poseedor de u n asiento honorífico, al
orador que a fa lta de in flu encia p o lítica veía sus frases b r illa n ­
tes aplaud id as por un público de ociosos. L a altu ra sobre el
nivel medio, a que Se elevaban los p rivilegio s de esta clase de
personas, no podía ser a lcan zad a por ia estructura real de la
sociedad griega de entonces. E sa s situacion es p rivilegiad as que
h ab ían nacido en épocas pasadas, cuand o la colectividad g rie ­
ga tenía m ayo r im portancia, ap licábanse ah o ra, sin d ism in uir
sus proporciones, sobre bases m ucho m ás m odestas, y ju s ta ­
m ente por carecer de contenido, h acían posible ese afán general
de alcan zar posiciones sociales elevadas, a las que faltab a el
com plem ento de abajo.
A c tú a aquí, en cierto modo retrospectivam ente, u n rasgo
singxilar que se entrem ezcla m uch as veces en la conducta de
L a s u b o r d in a c ió n

los hom bres, y en que se revela con gran p ureza el «em bruja­
m iento sim pático» de lo s prim itivos; se cree poder provocar fe ­
nóm enos que están fu era del poder h u m an o, produciéndolos
en m enor escala. A s í, en m uchos pueblos, el riego con a g u a se
considera como gran llu v ia . £ 1 poder del concepto general es
ta n grande que realizán d o lo en proporciones m ín im as o p ar­
ciales, cree el h om bre h aber conseguido su realizació n en grado
superior de extensión e intensidad. C iertas m anifestaciones de
la «autoridad» nos presentan u n a m odificación p articular de
este tipo de conducta. £ 1 va lo r interno que algu ien h a conse­
guido. en virtu d de u n trabajo o de una cualidad especial, le
sirve con frecuencia p ara conseguir «autoridad» en cuestiones
y temas que, en realidad, n a d a tien en que ver con la esfera de
actividad en que se m an ifestó realm ente aquella excelencia.
T am bién en este caso la su p erio rid ad que existe y se justifica
en una esfera p articu lar es tra sla d a d a a una relación total,
donde ya le falta el com plem ento de un objeto realm ente «do­
m inado». A q u í aparece, aunque en otra dim ensión, por decirlo
así, la m ism a paradoja que antes vim os: u n elem ento que se
siente superior, pero al que le falta la subordinación correlativa
del otro elemento.
N u estro pun to de partida fu é que un grupo podía o!recer.
en conjunto, el carácter de la su b o rd in ació n , sin que existiese
en él práctica y p alpablem en te la can tidad correspondiente de
superioridad o dom inio. E l caso opuesto es el que acabam os
de tratar: hem os visto que piiede existir la superioridad como
cualidad ab so lu ta, no b asad a en n in g u n a subordinación co­
rrespondiente. P ero esta form a raras veces se produce. M ás
bien aparece, com o lo opuesto al prim er caso, la libertad de
todos. P ero si exam in am o s detenidam ente esta situ ación , en ­
contrarem os que casi siem pre el libertarse de u na su b ord in a­
ción sign ifica al m ism o tiem po adquirir un dom inio, y a sea
sobre los que h asta entonces h ab ían sido superiores, y a sobre
u n a capa nueva, destinada definitivam ente a la obediencia. A s i,
el gran h isto riad o r de la C o n stitu ció n inglesa hace n otar en
un pasaje, a propósito del conflicto del puritanism o: «como
todas las dem ás lu ch as por la libertad, ésta acabó siendo una
lu ch a por la suprem acía». C o m o es n atu ral, esta fórm ula ge­
neral no siem pre se realiza con absoluta pureza; más bien apa-
234 S ociología

rece com o u na tendencia, entre otras coincidentes, en form as


fragm en tarias, desviadas, m odificadas, de las cuales em erge, no
obstante, siem pre la vo lu n ta d fu n d am en tal de su b stitu ir la
libertad por el dom inio. D e sus prin cip ales tip os v o y a tratar
seguidam ente.
P a ra el ciu d ad an o griego, am bos va lo res no eran estricta­
m ente separables en lo político. F a ltá b a le la esfera in divid ual
de derecho, que le protegiese co n tra la s exigen cias y la arb itra­
riedad, a ú n procedentes de la colectividad, y le garan tizase una
existencia realm ente independiente; faltáb ale la libertad cons­
titu cio n a l a ú n fren te al E stad o . P o r eso p ara él, propiam ente,
no h a b ía lib ertad m ás que en u n a so la form a: com o participa­
ción en la so b eran ía del E stad o . C orresp onde esto exactam en­
te, en cuanto a l tipo sociológico, a lo s m ovim ien tos com unis­
tas de la A n tig ü e d a d , lo s cuales no asp iraban a la supresión
de la propiedad privada, sino a que lo s desheredados tuviesen
en ella u n a m ay o r participación. Y , finalm ente, en los grados
inferiores, au n q u e no puede h ab larse de adq u irir superioridad,
se repite esta form a esencial de la conducta; lo s alzam ientos
de los esclavos griegos se enderezan, no a rom per las cadenas
de la esclavitud, sin o a conseguir que ésta se dulcifique; pro­
ceden m ás b ien de la in d ig n a ció n contra abusos in divid uales
que del deseo de su p rim ir radicalm ente la in stitu ción m ism a.
H a y u n a diferencia típica entre que la protección de los in d i­
viduos, la su p resió n de los abusos, la ad q u isició n dé los v a lo ­
res deseados sea conseguida por la ab olición de la form a so ­
ciológica, en que descansan estas negatividades, o que sea b u s­
cad a dentro de la fo rm a tradicion al. Donde, las relaciones de
su b ord in ació n están firm em ente asentadas, la liberación de los
sub ordin ados no sign ificará en m odo algu n o la conquista de
la libertad ab so lu ta, que supon dría u na m odificación fu n d a ­
m en tal de la fo rm a social, sin o solam ente el ascenso de aqué­
llos a la clase dom inante. M á s adelante verem os las contradic­
ciones prácticas a que lle v a la contradicción lógica aqu í enun­
ciada. L o que consigu ió el tercer estado en la R e v o lu ció n fra n ­
cesa fu é aparentem ente u n a sim ple liberación de los p rivile­
g io s de los p rivilegiados; en realidad fué la ascensión a la p o­
sició n predom inante, en los dos sentidos arrib a indicados.
G ra c ia s a su predom in io económ ico, puso b ajo su dependen­
L a s u b o r d in a c ión 235

cia a las clases h asta entonces dom inadoras, y , por otra parte,
su em ancipación sólo fué fru ctífera, por cu an to existía un
cuarto estado (o se co n stitu yó m ediante aquel proceso) al que
la b u rgu esía pudo ex p lo ta r y sobre el que pudo elevarse.
P o r eso en m odo a lg u n o es legítim o co n clu ir por a n a lo g ía
que el cuarto estado quiere hacer h o y lo que h izo entonces el
tercero. E s este u n p un to en el que la libertad m uestra su re­
lación con la igualdad; pero tam bién la ruptura necesaria de
esta relación. C u a n d o rein a u na libertad gen eral, existe al
propio tiem po u n a igu ald ad general, pues a q u élla expresa tan
sólo la nota n eg ativa de que no existe n in g ú n dom inio, nota
que, justam ente por su carácter negativo, puede ser com ún a
los elem entos m ás diferenciados. P ero esta igu ald ad , que se
presenta como prim era consecuencia o accidente de la libertad,
no es, en realidad, sin o la estación de tránsito por donde la
p leon exia (afán dom inador) de los hom bres tiene que pasar,
tan pronto como se apodera de las m asas oprim idas. N a d ie se
acom oda con la posición que ocupa frente a sus com pañeros,
sin o que todo el m undo quiere conseguir otra posición que, en
a lg ú n sentido, le sea m ás favorab le. A h o ra bien, cuando la
m ayo ría está in satisfecha y siente el deseo de elevar su n ivel
de v id a , la prim era expresión de ta l deseo consistirá en querer
ser lo que son lo s p rivilegiad o s y poseer lo que éstos poseen.
L a igu a ld ad con el m ás a lto es el prim er contenido con que se
llen a el in stin to de la propia elevación, com o puede verse en
cualqu ier círculo reducido, y a sea entre los a lu m n o s de una
clase, y a entre los com erciantes, o en u n a jerarqu ía de fu n cio ­
narios. É ste es u n o de los fund am entos por los cuales el en­
cono de los proletarios no suele dirigirse contra la s clases s u ­
prem as, sino contra el burgués, que es quien está en la capa
in m ed iata superior; el burgués es para el proletario el prim er
escalón de la escala de la dicha, en el cual, por tan to, se con­
centra de m om ento su deseo de ascensión. E l in ferior quiere,
por de pronto, ser ig u a l al superior inm ediato; pero u n a vez
que h a conseguido esto, u n a repetidísim a experiencia n os en­
seña que este estado, que era antes el colm o de sus asp iracio­
nes, y a no es m ás que el punto de partida de otras nuevas,
la estación in m ed iata en el cam ino infin ito que conduce a la
m ejora continu a de su situación . Siem pre que se h a querido
236 S o cioloR W

conseguir la igu ald ad , hase m an ifestado en todas las form as


el deseo del in d ivid u o de sobrep u jar a los dem ás, partiendo
del nuevo terreno conquistado. L a igu ald ad , que la libertad
lleva lógicam ente consigo (m ientras rige en su aspecto pura­
m ente negativo , en el sentido de no h ab er dom inio), no es en
modo a lg u n o el propósito defin itivo , a pesar de que con fre­
cuencia la in clin ació n del hom bre a considerar como d efin iti­
va la etapa m ás próxim a de su deseo, le hace creer que la li­
bertad es su ú ltim o afán. E s m ás: lo. fa lta de clarid ad que existe
en el pensam iento ingenu o, in clu ye y a en la igu ald ad misma
esa sup eriorid ad a que el afán de lib ertad tiende. A s í, por
ejem plo, es típ ic o — h a y a sucedido o no-- el dicho de una car­
b on era a una dam a elegante de l 848 : «Sí, señora, ahora v a ­
m os a ser todas iguales; y o vestiré de seda y usted llevará el
carbón.»
E sta es la consecuencia inevitable, de lo que y a se h a e x ­
puesto; que n adie se conform a con poseer la libertad, sin o que
la quiere u tiliz a r pata algo m ás. A s í la «libertad de la Iglesia»
no suele lim itarse a su liberación de los poderes tem porales,
sin o que consiste en dom inar estos poderes; la libertad de en­
señ an za p ara la Iglesia, v. gr., sign ifica que el E stad o reciba
ciu dadano s im pregnados y sugestionados por ella, merced a lo
cual, con frecuencia, la Iglesia consigue d om in ar a l E stado.
A cerca de los privilegios de clase, en Ja E d ad M edía, se ha
dicho que fueron m uchas veces el medio de a yu d a r a conseguir
la libertad de iodos, incluso de los no privilegiados, bajo una
opresión tirán ica que a rodos se extendía. P ero u na vez logra­
do esto, el p rivilegio sigue actuando, de m odo que a su ve z se
u u eca en enem igo de la libertad de todos. La libertad de los
p rivilegiados engendra u n a situ ació n , cu y a estructura lleva
consigo, como consecuencia o condición, la libertad de todos;
pero esta libertad im p lica latente la preferencia de aquellos ele­
m entos de quienes ha partido, preferencia que, en e! curso del
tiem po y al am paro de la libertad de m ovim iento s conq uista­
da, torna a actualizarse, es decir, a oprim ir la libertad de los
dem ás.
E sta tendencia de la libertad a com plem entarse m ediante e:
predom in io, adquiere una form a p articular, cuando se trata de
la libertad de un grupo parcial dentro de un grupo m ayor y.
I a s u b o r d in a c ió n 237

sobre todo, dentro de la com unidad E stad o. E sa libertad se


m anifiesta, frecuentem ente, en la h isto ria, com o u na ju risd ic­
ción especial, m ás o m enos extensa y propia del grupo parcial.
L a libertad sign ifica, pues, en ta l caso, que el grupo, com o tal,
com o u nidad su p ra in d ivid u al, se h a convertido en señor de sus
m iem bros in d ivid u ales. L o decisivo es, sin em bargo, que el
grupo p arcial no tiene derecho a la arb itrariedad— esto no se­
ría bastante a su b o rd in arle, en principio, a sus m iem b ros— ,
sin o derecho a poseer un derecho propio: que es lo que le
coordina al círculo m ás am p lio circundante, el cual a d m in is­
tra, por lo dem ás, el derecho y som ete in con d icion alm en te a
cuantos están en él com prendidos. E n estos casos, el grupo
particular suele exigir con la m ayo r energía que sus m iem bros
se som etan a su jurisd icción, porque sabe que en ello estriba
su libertad. E n D in a m a rca , durante la E d a d M edia, el m iem ­
bro de u n a g u ild a o corporación sólo podía reclam ar su dere­
cho a l tribunal de la gutlda. E xteriorm en tc, nada le im pedía
reclam arlo tam bién ante el tribunal público, del rey o del obis­
po; pero esto— salvo que la guilda lo hubiese expresam ente
a u to riza d o — pasaba por u n atentado ilegítim o, tan to contra la
guilda como contra el m iem bro dem andado, y era castigado,
por tanto. L a ciudad de F ran cfort había obtenido del em pera­
dor el privilegio de que nunca podría apelarse contra sus ciu ­
dadanos a u n trib u n a l forastero; en 1396 fué encarcelado un
ciu dadano de F ran cfort, porque h ab ía reclam ado u na deuda a
un convecino ante un trib u n a l forastero.
L a libertad puede siempre tener dos aspectos; puede ser, de
una parte, u n a estim ación, u n derecho, un poder; y de otra,
una exclusión , u n a indiferencia despectiva por parte del poder
superior. N o es, pues, de extrañ ar que la jurisd icción exenta
que, en asu ntos propios, disfru taban los ju d ío s m edievales,
parezca h aber ido u n id a m ás bien a cierto desdén. M u y otra
cosa sucedía, en cam bio, con los ju d ío s del oriente rom ano,
durante el Im perio. D e los alejan d rin o s, v. gr., refiere Strabón ,
que ten ía n un juez suprem o propio, para resolver sus quere­
llas, privilegio jurídico que fu é u n a de las fuentes del odio a
¡os judíos. Y esto acontecía, porque los judíos sosten ían que su
religión dem andaba u n a adm in istración de ju sticia p articu lar
y exclu siva. E sta tendencia aparece exaltada en u n hecho que
S o c io lo g ia

se refiere de la ciudad m edieval de C o lo n ia : durante breve


tiem po, los ju d íos h ab ía n disfru tad o el p rivilegio de que sus
p leitos con cristianos fuesen resueltos por un ju e z ju dío. E n
sem ejantes casos, es probable que lo s m iem bros del grupo, con­
siderados in divid ualm en te, no fu eran m ás libres que si se h u ­
bieran som etido a l derecho com ún; pero, com o totalidad, como
grupo, go zab a n de u na libertad que los dem ás ciudadanos con­
sideraban como exención ostentosa. P u es el p rivilegio de u n
círculo, que g o za de jurisd icción propia, no se fu n d a en modo
a lg u n o en la peculiaridad m aterial del derecho adm inistrado
por él; es el hecho m ism o de que su s m iem bros sólo estén s o ­
m etidos a l grupo el que, por su form a, con stituye u n a libertad.
L os m aestros de los grem ios com batieron la jurisd icción espe­
cia l de la s asociaciones de oficiales, aun que la com petencia de
éstas fuese m ín im a y sólo se extendiese, por ejem plo, a velar
por el decoro y las buenas costum bres de los asociados. L os
m aestros sab ían perfectam ente que la p o licía de las costum ­
bres. codificada y ejercitada por estas asociaciones, daba a los
oficiales u na conciencia de su solidaridad, de s u h o n o r colec­
tivo , de s u independencia organizada, que les servía de ap oyo
y n exo firm e frente a los m aestros. Y sab ía n que esta form a
sociológica era lo esencial y que, u n a vez otorgada, la m ayor
extensión de su contenido dependía tan sólo de las relaciones
de poder y de las coyu n tu ras económ icas, propias de cada
m om ento.
E l contenido general de esta libertad del gru po es la su m i­
sión del in d iv id u o ; con lo cual y a queda corroborado lo que
se indicó antes: que en m odo algu n o sign ifica esa libertad
del gru po u n a m ay o r libertad m aterial del individ uo. L a teo­
ría de la sob eran ía p opular, frente a la de lo s príncipes, teoría
form ulada en la E d a d M edia, no sign ificaba en modo alguno
la libertad del in d ivid u o , sin o la de la Iglesia, que quería do­
m in ar en ve z del E stado; y cuando en el siglo xvx los enem i­
gos de la m o n arq u ía recogen la idea del pueblo soberano y
fun d an la soberanía en u n a especie de contrato p rivad o entre
el príncipe y el pueblo, no pretenden tam poco libertar a l in d i­
vid u o , sino som eterle a l predom inio de su confesión y de las
clases sociales.
E s más; sucede a veces que el interés em inente que tiene el
I i nulx>fdin a c ió n 239

¿tu p o p a rd a l en do m in ar a sus in d ivid u o s y la situ ación reli­


g io sa en que viv e n estos círculos lim itad os y p rivilegiados, da
lu g a r a que las jurisd icciones especiales sean m ás rigu rosas de
lo que seria el círculo m ás am p lio que consiente dich as excep­
ciones. L as g u iid a s danesas, de que y a hem os h ab lad o , tenían
ordenado que cuando el m iem bro de u na g u ild a violase un
contrato de com p raventa celebrado con otro, el ven dedor h ab ía
de p agar a l com prador doble ind em n izació n de la que hubiera
tenido que p agar a los fu n cio n ario s reales, si no fuese m iem ­
bro de la guilda. E l círculo m ás am p lio puede, por su estruc­
tura, otorgar a sus m iem bros m ayo r libertad que el círculo
m enos am plio, cu y a existencia depende m ás inm ediatam ente
del com portam iento que sigan con él sus m iem bros. A dem ás,
por la severidad de su ju sticia, tiene que p robar que ejerce
firm e y dignam en te sobre sus m iem bros la ju risd icción que le
ha sido confiada, no dando ocasión n in g u n a a l poder público
para interven ir a pretexto de corrección.
P ero este poder sobre su s m iem bros, en que consiste la li­
bertad del grupo, puede conducir a algo peor que a la dureza
jurídica. L a g ra n independencia de que go zab an la s ciudades
alem anas, fom entó, sin duda, h asta bien entrado el siglo xvi,
su desarrollo de u n m odo extraordinario; pero p rodujo luego
un régim en o ligárq u ico de com padres, que oprim ió cruelm ente
a cuantos no ten ían participación en el poder. S ó lo al cabo de
una lucha, que duró cerca de doscientos anos, co n sigu iero n los
poderes del E stad o contener esta explotación tirán ica de la li­
bertad del in d ivid u o . L a auto n o m ía lo cal, cu y a s excelencias
están, en principio, dem ostradas, lleva en sí el p e lig ro de los
P arlam en to s particulares, en que dom inan los intereses egoís­
tas de clase. E n esta exageración, por decirlo así, patológica,
degenera la correlación en que se encuentra la ad q u isición de
la libertad y la adquisición del poder (o su am plificación en
contenido).
O tr a form a com pletam ente distinta adquiere, a veces, el
tipo de que aqu í se trata. T o d a liberación de un g ru p o , en el
que se hacen los in d ivid u o s igu ales, sin necesidad de estar s u ­
bordinados a otros, tiende a desarrollarse, com o h em os visto»
en el sentido de asp irar a u n a superioridad. A h o r a bien, ob­
servam os, a veces, que se produce una gran diferen ciación en
240 S o c io lo g ía

una capa social p rofu nda al ascender a condiciones m ás libres,


o sim plem ente m ejores, de vida. C o n frecuencia, el resultado
de este m ovim ien to es que, en efecto, ascienden y prosperan
ciertas partes de ac{uel grupo que unánim em ente aspiraba a
ascender; pero es porque se convierten en partes de las capas
superiores y a existentes, m ieñtras las otras continúan en la
sub ordin ación . C o m o es n atu ral, esto se produce con m ayor
facilidad cuando entre la s capas an im adas de tendencia ascen­
sio n a l existe y a u na distinción entre superiores e inferiores.
E n tales casos, u n a ve z que term ina la rebelión contra la capa
social que las do m in a a am bas, la diferencia interna entre los
rebeldes (que durante la lucha h ab ía quedado oscurecida)
vu elve a m anifestarse, y, a consecuencia de ello, los que antes
estaban m ás altos, se asim ilan a la capa superior com batida,
m ientras que sus an tigu o s com pañeros de lucha quedan aún
más h u m illad os. D e este tipo fué vina parte de la revolución
obrera de In glaterra en l 830. P a ra conseguir el derecho de
elección al P arlam en to , los obreros se unieron al partido re­
form ista y a las clases medias; el resultado fué la prom ulga­
ción de u na le y que concedía el derecho de sufragio a todas las
clases... salvo a la obrera. C on arreglo a la m ism a fórm ula, se
desarrolló, hacia el siglo iv am es de Jesucristo, la lucha de
clases en R o m a . L o s ricos plebeyos, que en interés de su capa
social deseaban el connubium y una p rovisión más dem ocrá­
tica de los em pleos públicos, celebraron u na a lia n za con la
clase m edia y con las clases bajas. E l resultado de este m ovi­
m iento com binado fu é que se lograron aquellos puntos de!
program a que interesaban especialm ente a los grandes bur­
gueses, m ientras que las reform as que iban a favorecer a la
clase media y a los pequeños labradores, se deshicieron en
h u m o . A n á lo g a m e n te se desarrolló la revolución bohem ia
de 1848, en la cual los cam pesinos acabaron con los últim os
restos de servidum bre feudal. U n a vez logrado esto, surgieron
claram ente, entre los labradores m ism os, la s diferencias de si­
tuación que antes y durante la revolución estaban borradas
por la com ú n servidum bre. L as clases inferiores de la p obla­
ción rural p id ieron el reparto de los bienes com unales. Esto
despertó inm ediatam ente el instinto conservador de los lab ra ­
dores acom odados, que se opusieron a las pretensiones del
I i s u b o r d in a c ió n 24!

p roletariado ru ral (a cu yo lad o acab aban de vencer a los señ o ­


res), de la m ism a m anera que éstos se h ab ían opuesto a las
su yas. A co n tece con típica frecuencia que el m ás fuerte, que
por otra parte es acaso el que Ha con trib uido m ás a la victo ­
ria, quiere cosechar lu ego todos los frutos; su p articipación ,
relativam en te m ayor en la victoria, se convierte en el deseo de
una p articipación ab solutam en te m a y o r en el botín. E s ta fó r­
m ula encuentra n o tab le a u x ilio para Su realizació n en el fen ó­
m eno que ya h em os hecho notar: que cuando existe u n a d iv i­
sión en capas sociales y la capa p rofu nda asciende en conjun to,
destácanse los elem entos m ás fuertes de ésta, consigu iendo asi
adherirse a la capa m ás elevada y basta entonces por todos
com batida.
D e esta m anera la diferencia puram ente relativa que b a sta
entonces existía dentro de esa clase inferior entre los elem en­
tos m ejor situados y lo s elem entos peor situados, se convierte,
por decirlo así, en absoluta; la cu an tía de las ven tajas obteni­
das por los prim eros h a traspasado el lím ite en el cual se tras­
muta y a en una n u eva cualidad. E n un sentido form alm ente
a n á lo g o procedíase en la A m é ric a española, cuando entre la
población de color aparecía un in d ivid u o de grandes dotes, que
o in augu rab a ü b acía temer u n a m ejora en la situ ación y li­
bertad de su raza. E n tales casos se le concedía u n a patente
para que valiera com o u n b lan co . A s im ilá n d o le a la clase do­
m inante, su superioridad sobre sus com pañeros de raza venía
a sustitu ir a la igu ald ad con los blancos, que h ubiera podido
con q u istar eventualm ente para los su y o s y para sí. E n virtud
de u n sen tim ien to que corresponde a este m ism o tipo so cio ló ­
gico, b a n se elevado protestas en A u s tria , justam ente por p o lí­
ticos am igos de ios trabajadores, contra las com isiones de
obreros, con las cuales se pretendía, sin em bargo, a liv ia r la si­
tu ación de los trabajadores. T e m ía n , efectivam ente, que estas
com isiones pudieran constituirse en u n a especie de aristocra­
cia de la clase trab ajad o ra y que fácilm ente fueran llevadas a
com partir los intereses de los patronos, gracias a su posición
privilegiada y m ás próxim a a éstos; con lo cual se encontra­
ría n m ás ab an d on ad o s los obreros, a consecuencia de tal p ro­
greso aparente. A s im is m o , en general, el ascenso de los m ejo­
res obreros a la s clases propietarias, parece a prim era vista de-
242 Socm lo p .i

m ostrar el progreso de la d a se trabajadora com o tal. P ero en


realidad no le es favorable en m odo algu n o , pues gracias a
ese fenóm eno, se encuentra p iiv a d a de sus m ejores elem entos
directivos. E l ascenso ab soluto de algun os m iem bros es al
propio tiem po u na elevación relativa de estos por encim a de
su clase, y , por tanto, una separación, u n a san gría constante
que roba a la clase obrera su sangre m ejor. P o r eso la a u to ri­
dad contra quien se alza u na m asa, tiene interés en conseguir
que ésta elija representantes encargados de la s negociaciones.
Se quiebra así, por de pronto, el ím petu arro llad or de la masa;
sus propios directores la tienen co n ten id a— cosa que ya no lo ­
grab an los superiores— y desem peñan frente a la m asa la fu n ­
ción no rm al de la autoridad, preparando de este m odo la
vu elta a l redil.
T o d a s estas m anifestaciones, que descargan en las m ás d i­
versas direcciones, tienen un com ún den om inador so cio ló g i­
co: q u e 'la aspiración a la libertad y la conquista de la liber­
tad, en sus significaciones m ás variad as, tanto negativas como
positivas, arrastra como correlato o consecuencia necesaria la
a sp iración a l poder, la conquista del poder. E l socialism o y el
anarquism o n iegan la necesidad de esta conexión. M ientras
el eq uilib rio dinám ico de los individuos, que puede designarse
con el calificativo de libertad social, aparece aquí tan sólo
com o un punto de tran sición — real o m eram ente ideal— más
a llá del cual la b a la n za torna a inclinarse de un lado, los s o ­
cialistas y los anarqu istas consideran posible su estabilidad,
tan pronto com o la o rgan ización social en general no esté es­
tructurada en relaciones de subordinación, sino com o una
coordinación de todos los elem entos. L a s razon es que suelen
aducirse contra esta posibilidad, y cuya discusión no interesa
en este lugar, pueden resum irse en razones del ferm inu s a q u o
y razon es del term inus «</ qaem . L a desigualdad n atu ral de
los hom bres, que no puede ser ab olida por n in g u n a ley, no
dejaría de expresarse en u n a ordenación jerárquica de arriba
a abajo, de lo s que m andan y los que obedecen; y la técnica
del trabajo culto exige para su perfeccionam iento m áxim o una
construcción jerárquica de la sociedad, un «espíritu para mi:
m anos», u n a estructura de directores y ejecutores. D e este
m odo la constitución del sujeto por una parte y las exigencias
L a s u b o r d in a c ió n 2 »3

de la obra objetiva por otra, es decir, el ejecutor del trabajo y


la perfección de su fin alid ad , coinciden en la necesidad de u n a
o rga n iza ció n de superiores y subordinados; la causalidad y
la teleología se o rien ta n por igu a l h acia esta fo rm a. E llo de­
m uestra, sin duda a lg u n a, que Se trata de u n a fo rm a ju sta e
indispensable.
S in em bargo, es cierto que en la evo lu ció n h istó rica apare­
cen indicios esporádicos de u na form a social cu ya realización
podría hacer com p atible la existen cia de la su b ord in ación con
los valores de la lib ertad , que son las causas por las cuales el
socialism o y el an arq u ism o desean la su p resió n de toda su ­
bordinación . E l m otivo que a n im a las asp iracion es socialistas
reside exclusivam ente en los sen tim ien to s del sujeto, en la
conciencia de la in d ign id ad y la op resión , en la h u m illación
del y o entero, rebajado a los escalones sociales inferiores; y , por
otra parte, en el o rgu llo p erso n al que produce la posición
directiva externa. S i hubiese a lg u n a o rga n iza ció n de la socie­
dad capaz de evitar estas consecuen cias p sico ló gicas d é la des­
igu a ld ad social, podría esta d esiguald ad co n tin u a r su b sistien ­
do sin in conveniente. C o n frecuencia se olvida el carácter
puram ente técnico del so cialism o , que es un m edio para pro­
ducir ciertas reacciones sub jetivas y c u y a ú ltim a instancia
reside en el hom bre y en su sen tim ien to v ita l. E s cierto que,
dado el modo de ser de nu estra alm a, con frecuencia el m edio
se trueca en fin y , por consigu iente, la o rgan izació n racional de
la sociedad y la sup resión del m an do y la su m isión aparecen
com o valores que se ju stifican por sí m ism os, que exigen ser
realizad os, sin consideración a lg u n a a aquellos fines eudem o-
n istas personales. Y , sin em bargo, en éstos reside la verdadera
fu erza psicológica que el so cialism o injerta en el m ovim ien to
Histórico. S ó lo que, com o sim ple m edio, está sujeto a l destino
de todo medio: no ser en p rin cip io el único. C o m o d iversas
cau sas pueden producir el m ism o efecto, nunca puede a seg u ­
rarse que el m ism o fin no pueda lograrse por distin tos m edios.
E l socialism o, siendo u na o rga n iza ció n que depende de la
v o lu n ta d del hom bre, representa ta n sólo la prim er p roposi­
ción para que sean su p rim id as aqu ellos im perfecciones eudc-
m onísticas, que nacen de la desiguald ad histórica; y por eso
está tan íntim am ente asociado con la aspiración a dicha su -
244 S o c io lo g ia

presión, que parece solidario de ella. P ero no h ay ningún


m otivo lógico para que el sentim ien to decisivo de dignidad y
vida au tón om a v a y a ligado exclu sivam en te al socialism o, sí es
posible deshacer la asociación estrecha en que se nos presenta
la su b ord in ació n a un superior con el sen tim ien to de h u m illa ­
ción personal y de opresión. A c a s o pueda lograrse esta diso­
ciación acrecentando la indepen dencia psicológica entre el
sen tim ien to in d iv id u a l de la vid a y la activid ad externa en
general, o la posición que cada cual ocupa en la vida activa.
C a b e pensar que a lo largo de la cu ltu ra, la activid ad produc­
tora se haga cada vez m ás técnica, pierda cada vez m ás com ­
pletam ente su in flu en cia sobre la intim idad y personalidad
del hombre.
D e hecho h alla m o s que cierta ap roxim ación a esta inde ­
pendencia co n stitu ye el tipo sociológico de m uch as evo lu cio ­
nes. A l prin cipio la personalidad y la obra estaban ín tim a ­
m ente u nidas. P ero la d ivisió n del trabajo y la producción
para el m ercado, esto es, para consum idores com pletam ente
desconocidos c indiferentes, determ ina que la person alidad
v a y a separándose cada vez m ás de la obra y refugiándose en
sí m ism a. P o d rá ser todo lo íncondicionada que se quiera la
obediencia exigida en el nuevo estadio; por lo m enos no p ene­
tra en la esfera p ro fu n d a, decisiva para el sentim ien to vital y
p ara el va lo r de la personalidad, porque no es m ás que una
necesidad técnica, u n a form a de o rgan izació n , que perm anece
recluida en el cam po lim itado de lo externo, com o el trabajo
m an u al m ism o. E sta diferenciación entre los elem entos sub je­
tivos y ob jetivos de la vida, esta diferen ciación m erced a la cual
la subordinación se m antiene en lo referente a sus valores
técnicos y de o rgan izació n , pero pierde las consecuencias per­
sonales de depresión íntim a, no es, n aturalm en te, u na panacea
contra todas las dificultades y dolores que trae con sigo la
relación entre lo s que m an dan y los que obedecen, en todas
las esferas. E n este sentido es sólo la expresión, en p rin cip io,
de u n a tendencia que actúa m uy p arcialm ente y que no llega
nu n ca en la realidad a producir un efecto total, com pleto. Un«-»
de los ejem plos m ás puros de esta tendencia se encuentra en
el servicio vo lu n ta rio del ejército actual. U n hom bre colocado
a la m ayo r altu ra esp iritu al y so cial, puede som eterse ai sub
L>3 s u b o r d in a c ió n 243

oficial y soportar un trato que, si realm ente alcan zase á su yo


y a su sentim iento del Konor, ie lle v a ría a las m ás desespera­
das reacciones. P e ro la conciencia de tener que in clin arse ante
u na discip lin a, e x i g i d a por la técnica objetiva, y no com o per­
sonalidad in d iv id u a l, sin o com o m iem bro im p erson al del
organism o m ilitar, hace que no se pro lu z c a — en m uebos casos
al m enos— ese sen tim ien to de h u m illación y opresión. E n la
econom ía, el paso de! trabajo personal al trabajo m ecánico, y
del salario en especie al salario en m etálico es el que particu­
larm ente h a favorecido la objetivid ad de la sub ordin ación ; en
cam bio, la relación m edieval era de la! m odo, que la v ig ila n cia
y dom inio del m aestro alca n za b a a toda la v id a del oficial y
excedía con m ucho a la prerrogativa exigida por la relación
de trabajo.
A la misma fin alid a d podría servir otro tipo im portante de
estructura sociológica. C o m o es sabido, P ro u d h o n quiere s u ­
prim ir toda relación de subordinación, disolviendo las in stitu -
ciones directoras, que h a n ido diferenciándose como susten ­
táculos de la s energías sociales y h an nacido en el seno de la
acción recíproca entre los individ uos; y fu n d a de nuevo todo
orden y toda cooperación en la acción m utu a inm ediata en ­
tre in d ivid u o s librem ente coordinados. Pero acaso sea posible
conseguir esa coordinación conservando la relación entre s u ­
periores y sub ordinados, con ta l de que ésta sea recíproca; se­
ría u na constitución ideal, en la cual A fuera el superior de B
en cierto sentido o en cierto tiem po, y, en cam bio, su su b o rd i­
nado en otro sentido o en otro tiempo. D e esta m an era se c o n ­
servaría el valor o rga n iza d o r de las relaciones de su b o rd in a ­
ción. desapareciendo lo que h a y en ellas de opresión, p a rciali­
dad e injusticia. D e hecho existen m uchísim as m an ifestacio­
nes de vida social, en que se realiza esta form a típ ica, aunque
sólo de un modo em brionario, m utilado y disim ulado. E je m ­
plo de ella, en un círculo restringido, es la asociación de pro­
ducción realizada entre los obreros de un establecim iento,
que eligen un m aestro 0 director de la obra. M ien tras los
obreros están subordinados a este director en la parte técnica,
son, en cam bio,s us superiores en cuanto a la dirección general
y resultados de la em presa. T o d o s los grupos, cu yo jefe cam ­
bia, o por elecciones frecuentes, o por turno rigu roso— como,
246 S o c io lo g i;;

por ejem plo, lo s presidentes de sociedades— , trasponen esta


com b in ació n de superioridad y su b o rd in ació n , conviertiéndola
de sim u ltán ea en a ltern a tiva y consiguiendo a sí las ventajas
técnicas de la su b o rd in ación sin sus inconvenientes p erson a­
les. T o d a s la s dem ocracias radicales b a n tratado de conseguir
esto, estableciendo cortas duraciones p ara los cargos de m ag is­
trado. D e este m odo se realiza, en lo p osible, el ideal de aue
cada cu a l lleg u e a su turno a l poder. D e aqu í proviene tam ­
bién la frecuente p ro h ib ición de la reelección. L a coexistencia
de la superioridad con la sub ordin ación es u n a de las form as
m ás enérgicas de acción recíproca, y cuando está distribuida
equitativam en te en la s diversas esferas, puede sign ificar un
la zo m u y fuerte entre lo s in d ivid u o s, aun qu e sólo sea por la
in tim id ad de sus relaciones m utuas.
Stirn er ve lo esencial del con stitucion alism o en que: «los
m in istros d o m in an a su señor, el príncipe, y los diputados, a
su señor, el pueblo». P ero el parlam entarism o adquiere esta
form a de correlación en u n sentido m ás profundo todavía. L a
ju risp ru d en cia m oderna clasifica las relaciones jurídicas en re­
laciones de ig u a ld ad y relaciones de subordinación; pero con
frecuencia la s prim eras pueden ser tam bién relaciones de su ­
perioridad y subordinación, sólo que ejercidas altern a tiva ­
mente. L a igu ald ad de dos ciudadanos puede consistir en que
nin gu n o de ellos tenga una p rerrogativa sobre el otro. Pero
desde el m om ento en que cada u no de ellos elige un diputado
que in tervien e Cn la votación de las leyes aplicables tam bién
a l otro, surge una relación de superioridad y subordinación
recíprocas, en la cual se expresa la coordinación de todos.
E sta form a es de u na im portancia decisiva, en general, para
las cuestiones constitucionales, com o lo reconoce y a A ris tó ­
teles, cuand o distingue entre la participación de derecho en el
poder del E stad o y la p articipación de hecho en el m ism o.
Q u e el ciudadano, cn contraposición al no ciudadano, partici­
pe* en el poder del E stado, no quiere decir que dentro de la or­
g an iza ció n de éste, no cuente entre los que se lim ita n a obede­
cer siem pre. E l que figura entre los ohgoi (los pocos), los pro­
pietarios, por lo que respecta a la capacidad ciudadana para
tom ar las arm as, puede pertenecer a los m enores propietarios»
al dem os (pueblo), en cuanto a l ejercicio del poder público, si
L a s u b o r d in a c ió n 247

lo dispuesto es que só lo sean elegibles para los cargos públicos


gentes con cierto p atrim o n io , y que lo s que posean u n p a trim o ­
n io m enor sólo estén capacitados p ara pertenecer a la ckklesia
(com un idad). A s í, puede suceder que un E,stado que en el p ri­
mer sentido pud iera ser calificado de o ligarq u ía, sea en el se­
gundo u n a dem ocracia. A q u í el fu n cio n a rio está som etido ai
poder general del E stad o , cu yo s m iem bros, a su vez, en la or­
g a n iza ció n práctica, están som etidos a l fu n cio n ario. S e h a re­
finado, y expresado a l propio tiem po, de un modo m ás gene­
ral, esta relación , contrap oniendo el pueblo, com o objeto del
im perio, al in d ivid u o com o m iem bro coordinado a todos los
demás; en aquel sentido, el in d ivid u o sería objeto de deberes,
y en éste, sujeto de derechos.
Y esta diferenciación, ju n to con la unidad de la vida del
grupo, determ inada por la reciprocidad entre el m ando y la
subordinación, se acen túa a ú n m ás si se atiende a ciertos con­
tenidos a que esta form a se refiere. Se h a considerado que la
fu erza de las dem ocracias— dándose cuenta perfecta de la pa­
radoja que ello sig n ifica — consiste en que todos son servid o­
res justam en te en aquellas cosas en que poseen m ayores co­
nocim ientos, en las profesionales, y a que h an de obedecer a
los deseos de los consum idores o a las instrucciones del p a­
trono o director de em presa, m ientras que todos so n cosobera-
nos en lo que se refiere a los intereses generales o políticos de
la com unidad, acerca de los cuales n o poseen n in g ú n conoci­
m iento especial, sino sólo el que poseen tam bién los dem ás. Se
ha dicho, en este sentido, que cuand o el que m an da en ú ltim a
in stan cia, es al m ism o tiem po el m ás entendido, resulta in evi­
table la opresión ab so lu ta de los inferiores; y que si en la de­
m ocracia la m ayoría nu m érica poseyese esta com penetración
de saber y poder, no sería su despotism o m enos no civo que el
de la autocracia; pero que, para evitar esta escisión entre los de
a rrib a y los de ab ajo , g a ra n tiza n d o u n a u nidad del conjunto,
es necesaria esta sin g u la r lim itación , en virtu d de la cu al el
poder suprem o es confiado a aqu ellos que en lo referente a co­
nocim ientos objetivos, son subaltern os.
Ig u a l tejido de superioridades y subordinaciones, entre las
m ism as potencias, fué la base en que se asentó la u n id a d de
idea política a que llegaron , después de la g lo rio sa revolución
S o c io lo g ía

de In glaterra, la constitución p arlam en taria y la eclesiástica.


L o s eclesiásticos sentían u na inven cib le xepugnancia frente al
régim en parlam entario y especialm ente frente a la preem inen­
cia que éste reclam aba sobre ellos. L a paz entre am bos pode­
res se h izo esencialm ente conservando la iglesia una jurisd ic­
ción p articular, en m ateria de m atrim on ios y testam entos, as:
como su penalidad sobre católicos y no practicantes. A cam ­
bio de esta concesión, retiró su doctrin a de la «obediencia» in ­
m utable y reconoció que el orden d ivin o del m undo dejaba lu ­
gar a u n a constitución p arlam en taria, a cuyas prescripciones-
estaban tam bién sujetos los sacerdotes. P ero a su vez la Ig le­
sia dom inaba sobre el P arlam e n to , por cuanto para ingresar
en éste era preciso prestar ju ram en tos que sólo los fieles de la
iglesia ortodoxa podían prestar sinceram ente, teniendo que
hacerlo de so sla yo los disidentes y sin poder hacerlo los de las
dem ás confesiones. L a clase eclesiástica, dom in an te y secular,
se articu ló de ta l m odo, que en la C á m a ra de los Lores los a r­
zobispos tenían su puesto antes de lo s duques, y los obispos
antes de los lores, m ientras todos lo s párrocos se su b ordin a­
ban a l patronato de la clase secu lar gobernante. JLn cam bio,
ob tu vieron nuevam ente los párrocos rurales la dirección de la
asam blea com u nal. E-sla fué la fo rm a, a lte rn a t•v «j y recíproca,
que h u b iero n de adoptar los poderes opuestos para establecer
la iglesia de L sta d o en el siglo xvin y form ar u na o rga n iza ­
ción u n itaria de la vida inglesa.
T a m b ié n la relación co n y u g a l debe, en parte a l menos, su
solid ez interna y externa a l hecho de que ab raza un gran n ú ­
m ero de esferas, en u n as de la s cuales im pera u no de los cón­
yuges y en las dem ás el otro. S u rge así u n encadenam iento,
una unidad, que, sin em bargo, .10 im pide exista en la relación
u na vivacidad que difícilm ente pueden a lca n za r otras form as
sociológicas. L o que se lla m a «igualdad de derechos» del m a­
rido y la m ujer en el m atrim o n io — ya sea u n hecho efectivo o
u n deseo p iad o so— es en la m ayor parte de los casos u n engra­
n aje de m u tu a superioridad y subordinación. A l m enos, de este
m odo podría producirse (sobre todo, si se tienen presentes todas
la s sutiles relaciones de la vida diaria, que no pueden abarcar­
se en un principio) u na relación m ucho m ás orgánica que si
rein ase una igu ald ad m ecánica. P o r de pronto, este engranaje
I.a s u b o r d in a c ió n 249

Hace que la superioridad no se m anifieste com o un m andato


brutal. E sta form a de relación co n stitu yó igu alm ente uno de
los lazo s m ás sólidos en el ejército de C ro m w e ll. E l mism o
soldado Que en las relacion es m ilitares obedecía ciegam ente a
su jefe, era en la oración , con frecuencia, predicador de este
m ism o jefe; un cabo podía rezar el oficio, en el Que tom aba
parte su capitán, ju n to con los dem ás soldados rasos; y el ejér­
cito, que seguía in con d icion alm en te a sus generales, una vez
aceptada cierta fin alid a d política, era el que Había tom ado a n ­
tes resoluciones de orden p olítico, a las Que tenían que som e­
terse los jefes. G ra c ia s a esta altern ativa de superioridad y
subordinación, el ejército p u ritan o consigu ió m antenerse con
extrao rd in aria solidez.
P ero este favorab le resultado de la form a de socialización
que aquí estudiam os, depende de Que la esfera en donde u no de
los elem entos sociales ejerce el m ando esté exactam ente des­
lindada de aquella otra parte en que el otro elem ento es el que
m anda. S i esto no sucede, su rgirán constantem ente cuestiones
de com petencia, y el resultado será, no la cohesión, sino el de­
bilitam iento. Sobre todo, cuando, ocasionalm ente, el que, en
general, ocupa un puesto su b ord in ad o adquiere u na su p eriori­
dad en la m ism a esfera en que ordinariam ente era su b o rd in a ­
do, padecerá la solid ez del grupo; en parte, por el carácter de
rebelión que esta situ a ció n suele tener, y en parte, tam bién, por
falta de capacidad en el ex-subordinacto p ara m an dar en la
m ism a esfera en que siem pre iu é subordinado. A s í, en la épo­
ca de la m ayo r grand eza esp añ ola, esta llab a n en el ejército es­
pañol, por ejem plo, en los P aíse s B ajo s, rebeliones periódicas.
A pesar de la feroz discip lin a en que ae ordinario era m ante­
nido, Hacía g a la en ocasiones de u na in ven cib le energía dem o­
crática. C o n in tervalos, que casi podían calcularse previam en­
te, los soldados se rebelaban contra lo s oficiales, los deponían
y elegían sus propios oficiales, que quedaban bajo la vig ila n ­
cia de la tropa, y que no podían Hacer nada que no estuviese
aprobado por sus subordinados.
N o Hace falta esforzarse en dem ostrar los inconvenientes
de sem ejantes altern a tiva s de superioridad y subordinación, en
la m ism a esfera. E n form a indirecta, prodúcense igualm ente
en la breve duración que tienen los cargos públicos elegibles en
250 Sociología

m uch as dem ocracias; es cierto que a sí se consigue que el m a­


y o r núm ero posible de ciudadanos ocupe posiciones directivas
a lg u n a vez; pero, por otro lado, esto impide- con frecuencia,
que se realicen p lanes de am p lía p revisión , acciones co n tin u a­
das, m edidas consecuentem ente im puestas, perfeccionam ientos
técnicos. E n las R e p ú b lica s an tigu as, estos rápidos cam bios no
eran tan p eligrosos, porque su adm in istración era sencilla y
transparente y la m ayo ría de los ciudadanos poseía los cono­
cim ientos y el entrenam iento necesarios p ara ocupar los cargos
públicos. L a m ism a form a sociológica que ios sucesos referidos
en el ejército español, presentan, en circunstancias m u y diver­
sas, la s grandes dificultades que surgieron a com ienzos del si­
g lo xvin en la iglesia episcopal am ericana. L a s com unidades
fueron acom etidas de u n a fiebre in q u isid o ra que los llevab a a
ejercer estrecha vig ila n cia sobre sus pastores, la s cuales, preci­
sam ente, estaban colocados en sus puestos p ara velar por la
m oralid ad de las com unidades. C o m o consecuencia de este de­
sasosiego de la s com unidades, fueron en V ir g in ia los sacer­
dotes durante m ucho tiem po nom brados por só lo u n año.
E ste m ism o fenóm eno sociológico, aunque u n poco m odi­
ficado, se produce tam bién, con los m ism os caracteres form a­
les generales, en aquellas jerarqu ías burocráticas en que el su ­
perior depende técnicam ente del inferior. A l alto funcionario
le falta con frecuencia el conocim iento de los detalles técnicos
o de la situ ació n actual de los asuntos. E n cam bio, el em plea­
do in ferio r suele m overse durante to d a su vida en el mismo
círcu lo de problem as, con lo cual adquiere un conocim iento
especializado, dentro de su estrecho cam po, conocim iento de
que carece el que pasa rápidam ente por diversos grados. M as,
por otra parte, es lo cierto que las decisiones de este jefe no
pueden carecer del necesario conocim iento de los porm enores.
A s í, por ejem plo, los caballeros y los senadores gozab an en el
Im perio rom ano el p rivilegio de servir a l E stado; n o adqui­
rían , pues, n in g u n a preparación teórica previa, sino que agu ar­
daban a que la práctica les sum inistrase los conocim ientos ne­
cesarios. P ero esto tuvo como consecuencia— y a en los ú ltim os
tiem pos de la R e p ú b lic a — que los fu n cio n ario s superiores de­
p endían del person al in ferio r, que, por no estar cam biando
constantem ente, ad q u irían u n cierto conocim iento rutinario
l.a su b o rd in ació n

de los asu ntos. E n R u s ia es este un fenóm eno constante que


se h a lla favorecido especialm ente por la m anera de p ro v e e rlo s
cargos. L o s ascensos se hacen p o r jerarquías, pero no lim ita ­
das a u n a ram a de la ad m in istració n . E l que h a alcanzado
una categoría determ inada puede set trasladado, a petición
s u y a o del superior, a otra ram a com pletam ente distinta. A s í
n o era nada extraño, p o r lo m enos hasta hace poco tiem po,
que el estudiante graduado se encontrase convertido en oficial
a los seis m eses de servicio; en cam bio un oficial p odía obtener
en el servicio civil u n a categoría eq uivalen te a su grado. In e v i­
tablem ente esto tiene que producir un desconocim iento técni­
co en los fu n cio n ario s superiores, ign oran cia que in evita b le­
m ente les h ará depender de sus sub ordinados m ás peritos. L a
reciprocidad del m ando y la subordinación hace que aparezca
com o subordinado el que de hecho es jefe y com o jefe el que
de hecho es sim ple ejecutor, cosa que dañ a a la firm eza de la
o rgan ización , tanto com o puede favorecerla u n a altern ativa
adecuada de superioridad y subordinación.
A llen d e estas form aciones especiales, el hecho de la sobe­
ran ía plantea el siguien te problem a sociológico, de carácter ge­
neral: L a subordinación con stituye, por u n a parte, u n a form a
de la organ ización ob jetiva de la sociedad; p o r otra parte, em ­
pero, expresa las diferencias personales cu alitativas que exis­
ten entre los hom bres. <Q ué relación hay entre osas dos deter­
m inaciones? «¡Qué influ jo ejercen sobre la form a de so c ia liza ­
ción las diferencias en esta relación?
A l com ienzo de la evo lu ció n social, la suprem acía de una
personalidad sobre otras debió de ser la expresión adecuada y
la consecuencia, de u na superioridad personal. E n u n estado
social, sin o rga n iza ció n firm e que señale a p r io ti a l in d ivid u o
su puesto, no h a y m otivo algu n o para que se sub ordin e nadie
a otro, a no ser que a ello le determ ine la vio len cia , la piedad,
la superioridad física o esp iritu al, la robustez de la volu n tad ,
la sugestión, en sum a, la relación de su ser personal con el ser
personal del otro. P o r lo m enos, careciendo de conocim ientos
históricos suficientes acerca de los estadios in iciales de la so­
cializació n , habrem os de obedecer a l principio m etódico que
n os m an da estatuir la h ipótesis m ás sencilla, la de u na s itu a ­
ción aproxim adam ente equilibrada. Sucede con esto com o con
252 S o c io lo g i,!

la s deducciones cosm ológicas. P u esto que no conocem os el p u n ­


to in icial del proceso cósmico h ubo que p artir de lo más sim ple
posible, de la hom ogeneidad y eq uilib rio en los elem entos del
m undo, para deducir el com ienzo de las variedades y diferen­
ciaciones. P o r otra parte, no cabe duda de que si aquellos su ­
puestos se tom asen en el sentido absoluto, no podría iniciarse
nin gú n proceso cósm ico, por no haber en ellos causa algu n a
de m ovim iento y diferenciación. E s, pues, necesario colocar en
el estadio in icial u n a activid ad diferen cial de los elem entos,
por m ínim a que sea, para hacer posibles, a partir de ella, las
ulteriores diferenciaciones. A s í, en la evolución de las varieda­
des sociales, nos vem os obligados a p artir tam bién de un esta­
do sim ple, ficticio; y el m ínim o de variedad que se requiere
para que sirv a de base a todas las diferenciaciones ulteriores,
habrá de buscarse en la diversidad puram ente person al de las
disposiciones in divid uales. P o r tan to , las diferencias exterio­
res de los hom bres, en la s posiciones en que se refieren u n o s a
otros, h ab rá n de ser deducidas de esas cualidades individuales
diferentes.
A s í, en los tiem pos p rim itivos, se exigen o se suponen a los
príncipes tales perfecciones que, en ese grado y com binación ,
son extrao rd in arias. E l rey griego de la época heroica no sólo
debe de ser valien te, sabio y elocuente, sino tam bién h a de so ­
bresalir en los ejercicios atléticos, y, si es posible, ser adem ás
un excelente carpintero, m arinero y labrador. La situación
del rey D avid depende, en g ra n parte, com o se ha hecho notar,
de que era a l m ism o tiem po cantor y guerrero, lego y profeta,
y poseía capacidad bastante para fu n d ir el poder tem poral del
E stad o con la teocracia espiritual. P artien d o de este origen,
de estas superioridades natu rales (que, naturalm ente, siguen
actuando en todo m om ento en el seno de la sociedad y están
constantem ente creando nuevas relaciones) desarróllen se or­
gan izacion es perm anentes de suprem acía y subordinación.
Los in d ivid u o s, o nacen y a en ellas, o alcan zan las diversas
posiciones en virtu d de cualidades com pletam ente distintas de
las que originariam ente engendraron tales suprem acías.
E s ta tran sición del predom inio sub jetivo a u na form a y
fijación objetivas, se produce por la pura extensión cuan titati­
v a de la esfera en que el dom inio se ejerce. D o s m otivos pro-
1.3subordinación
píam ente opuestos tienen im p ortancia para determ inar esta
relación (que puede observarse en todas la s esferas) entre el
aum ento de la cantidad de elem entos y la m ay o r objetividad
de las n o rm as por que se rigen. E l aum ento de elem entos su p o ­
ne u n aum ento de las peculiaridades cu a lita tiva s que en ellos
concurren. P o r lo tanto, aum enta tam bién la dificultad de que
un in d ivid u o m antenga una relación ig u a l o suficiente con
cada uno de ellos. A m edida que crecen las diferencias en el
cam po de los gobern ados o norm ados, h a de perder el señor o
la n orm a su carácter in d iv id u a l, p ara adoptar un carácter ge­
neral, que se ciern a por encim a de las fluctuaciones subjetivas.
P o r otra parte, esta am pliación del círculo conduce a la d iv i­
sión del trabajo y diferenciación entre sus elem entos directi­
vos. E l señor de un grupo grande y a no puede ser, com o el rey
griego, la m edida y el jefe en todos los intereses esenciales. E s
precisa una e sp cd a liza ció n va riad a y u na distribu ción profe­
sio n a l del gobierno. P ero la d ivisión del trabajo está siem pre
en acción recíproca con la objetivación de la conducta y de las
relaciones; refiere la obra del in d ivid u o a u n nexo situado
m ás allá de su esfera; la personalidad interior y con ju n ta si­
túase más a llá de su lab o r parcial, cu yo s resultados o b je tiv a ­
m ente circunscritos sólo form an un todo cuando están unidos
a los de otras personalidades. E l conjunto de estas causas h a ­
brá hecho que la s relaciones de dom inio, n acidas a l acaso y
según las personas, se acom oden en la form a ob jetiva, en la
cual, por decirlo así, no es el hom bre, sino la posición, quien
predom ina y m anda. E l a p rio ri de la relación no es y a el
elem ento in d iv id u a l con sus cualidades, de las cuales surge la
posición social respectiva, sino estas relaciones m ism as como
form as objetivas, com o «posiciones» o «cargos» que son como
espacios o contornos vacíos que llen a n luego los in d ivid u os.
C u a n to m ás firm e y m ás elaborada técnicam ente sea la or­
gan iza ció n del grupo, tanto m ás objetivos y form ales serán
los esquem as de la subordinación. P a ra llen ar lo s cuales se
buscarán posteriorm ente la s personas adecuadas, a no ser que
se llen en por el acaso del nacim iento u otros factores de la
suerte. Y no nos referim os m eram ente a la jera rq u ía de las
posiciones en el E stad o. L a econom ía m onetaria engendra una
form ación análoga de la sociedad, en las esferas por ella do-
254 Sociología

m inadas. L a posesión de u n a determ inada sum a de dinero, o


la carencia de ella, lleva consigo una p osición social determ i­
nada, casi con com pleta independencia de las cualidades per­
son ales del que la ocupa. E í dinero La llevado a l colm o la d is“
tin ció n antes m encionada entre el h om bre com o personalidad
y como ejecutor de u na obra o tenedor de un sentido singular.
L a posesión gara n tiza , a todo ei que pueda conquistarla o ad ­
q u irirla de a lg ú n m odo, un poder y u n a situación que surge y
desaparece con el hecbo de tener el dinero, y no con la perso­
nalid ad y sus cualidades. L os hom bres p asan por las posicio­
nes que corresponden a determ inadas cantidades de dinero,
com o m aterial indiferente que lle n a , de m odo puram ente ca­
su a l, form as íijas y perm anentes. P o r otra parte, r»o necesita­
m os in dicar que en la sociedad m oderna no se da de u n modo
ab solu to esta discrepancia entre posición y personalidad. M ás
bien sucede con frecuencia que ía distinción entre el conteni­
do objetivo de la posición y la personalidad como tal, p rod u z­
ca u n estado de cosas merced a l cu al la proporción adecuada
se realiza sobre nuevas bases, a m enudo m ás racionales— esto
sin contar con las enorm es posibilidades que las ordenaciones
liberales ofrecen para conquistar u n a posición correspondien­
te a las facu ltades de cada cu a l— . A dem ás, b a y que tener en
cuenta que las facu ltades de que aquí se trata son, a veces, tan
específicas, que la superioridad conseguida en virtu d de ellas
no recae sobre el valor to tal de la personalidad. Justam ente, en
ciertas form aciones m edias, como en las de clase y grem io,
aquella discrep ancia alcan za en ocasiones su m áxim u m . C on
razón se h a h ccb o resaltar que el sistem a de la gran indu stria
ofrece m ás ocasiones que antes para que se distinga el hom bre
extraord in ariam en te dotado. E s cierto que la proporción entre
directores y obreros es b o y m enor que la que existía hace dos­
cientos años entre m aestros y trabajadores asalariados. Pero,
en cam bio, el talento especial puede llegar más fácilm ente a
ocupar una posición edevada. L o que aquí im porta es tan sólo
la sin gu lar separación entre la s cualidades personales y su po­
sición, en las relaciones de sub ordin ación , separación produ­
cida por la o b jetivación de las posiciones, por la diferenciación
de las posiciones, com pletam ente distintas del elem ento per­
sonal e in d ivid u al.
La subordinación 235

A pesar de la energía con que el socialism o censura esta re­


lación casu al y ciega entre la serie ob jetiva y g ra d u a l de las
posiciones y el m érito person al, la o rga n iza ció n por él preco­
n iza d a v a a p arar a u n a form a so ciológica análoga- E x ig e u n a
constitución y ad m in istració n absolutam ente cen tra liza d a s y ,
por tan to , estrictam ente gradu adas y jerarq u izad as, su p o n ien ­
do que todos lo s in d ivid u o s están a p rio ri igu alm en te capaci­
tados para ocupar cualqu ier puesto de esta jerarq u ía. C o n lo
cu al eleva a la categoría de p rin cip io — por lo m enos, en u n a s ­
pecto— eso m ism o que aparece sin sentido en la o rga n iza ció n
actual. P u es el becho de que, según la estricta consecuencia
dem ocrática, los dirigid os elija n al director, no ofrece g ara n tía
algu n a contra la accidentalidad de la relació n entre la persona
y el cargo; no só lo porque para elégir al m ejor esp ecialista h a y
que ser especialista tam bién, sino porque el p rin cip io de la
elección desde abajo su m in istra en todos los círculos am p lios
resultados ab solutam en te casuales. U n a excepción de esto
co n stitu yen las puras elecciones de partido. P ero en ellas que­
da elim inado el elem ento, por el cual, justam en te, planteam os
aqu í la cuestión de si las elecciones dan resultad os racionales
o casuales: la elección de partid o, com o ta l, no recae, en efecto,
sobre la persona, porque posea determ inadas cualidades, sino
p o rq u e— extrem ando la s cosas — es el representante an ón im o
de u n determ inado prin cipio objetivo. P a r a ser consecuente, el
socialism o ten d ría que recurrir al sorteo para adjud icar los
puestos y designar los directores. M á s aún que el tu rn o (que
en gru p os grandes no puede realizarse m utuam ente), el sorteo
expresa el derecho ideal de cada u n o . P o r eso no es en sí de­
mocrático; no só lo porque puede tam bién aplicarse en u na
aristocracia dom inante y porque, com o principio fo rm a l, está
m ás allá de estas diferencias, sin o , sobre todo, porque la de­
mocracia significa la co lab oració n efectiva de todos, m ientras
que la adju d icació n de los puestos directivos por sorteo la
transform a en u na colaboración ideal, en el derecho p u ra m en ­
te potencial de cada in d iv id u o a ocupar u na p o sició n elevada.
E l prin cipio del sorteo corta toda relación entre el h om bre y
su posición. G ra c ia s a la o rga n iza ció n puram en te fo rm a l de las
relaciones de m ando y sub ordin ación , dom ina sobre la s c u a li­
dades personales, que fueron su pun to de partida.
256 S ociolog ía

E,n el problem a de la relación entre el predom inio perso­


nal y el predom inio fu n d ad o exclu sivam en te en la posición,
sepáranse dos pensam ientos form ales sociológicos m u y im p or­
tantes. T en ien d o en cuenta la desiguald ad efectiva que existe
entre las capacidades de los h o m b res— y de la cual sólo una
u to p ía puede prescindir- . el «gobierno de los m ejores» es la
constitución que m ejor expresa exteriorm ente la relación inter­
na e ideal entre los hom bres. E ste es, acaso, el m otivo profundo
por el cual los artistas tien en con ta n ta frecuencia sen tim ien ­
tos aristocráticos; todo arte descansa en el supuesto do que el
sentido ín tim o de la s cosas se revela adecuadam ente en su m a­
n ifestación externa, siem pre que sepam os verla de u n modo
exacto y com pleto. L o m ás contrario al sentir artístico es la
separación entre el m undo y sus valores, entre la m an ifesta­
ción externa y su sentido; lo cual no estorba para que el artis­
ta tenga que tra n sfo rm ar lo dado inm ediatam ente para extraer
su form a verdadera, allende la pura accidentalidad, form a que
es al propio tiem po la palabra que expresa su sentido esp iri­
tu al o m etafísico. P o r consiguiente, la conexión psicológica e
histórica que existe entre la concepción aristocrática y la con­
cepción artística de la vida, debe atribu irse, en parte al m enos,
a la idea de que sólo un orden aristocrático confiere a las in te­
riores relaciones de valor entre los hom bres vina form a visible,
su sím bolo, por decirlo así, estético.
P ero esta aristocracia pura, entendida en el sen tid o p la tó ­
nico, com o gobierno de los m ejores, no puede realizarse em pí­
ricam ente. P rim eram ente, porque, hasta ah o ra, no se h a des­
cubierto n in g ú n procedim iento que perm ita distin gu ir con
seguridad a «los mejores» y adjudicarles el puesto que les
corresponde; tanto el m étodo a p riori, la cria n za de une casta
dom in an te, com o el m étodo a posteriori, la selección natural en
lu ch a lib re por el puesto m ejor, lo m ism o que la form a, por de­
cirlo así, interm edia de la elección de las personas desde abajo,
o desde arriba, se han revelado insuficientes. A cuyas d ificu lta­
des se agregan otras más. L os hom bres raras veces se resignan
a acatar la superioridad, ni aun de los m ejores de entre ellos,
porque no quieren reconocer superioridad a lg u n a, al menos, sin
tener parte en ella. P or otra parte, el poder, aun el que o rigin a ­
riam ente ha sido adquirido con buen derecho, suele desm ora-
La subordinación 257

lizax, si no siem pre al in d ivid u o , casi siem pre a las corporacio­


nes y clases. A s í resulta com prensible la o p in ió n de A r is tó te ­
les cuando sostiene que, desde u n p un to de vista abstracto,
corresponde el dom in io ab so lu to sobre los dem ás al in d ivid u o
o casta que les aven tajen en arete (virtud), pero que, aten d ien ­
do a las conveniencias prácticas, es recom endable u n a m ezcla
del poder de aquéllos con el de la m asa, y de esta m anera el
predom inio num érico de la m asa colaborará con el cu alitativo
de aquéllos. P ero saltando por encim a de estos pensam ientos
acom odaticios, las dificultades indicadas, inherentes al «go­
bierno de los m ejores», pueden in d u cir a considerar la igu ald ad
general como la regla práctica que representa el m al m enor,
frente a la s desventajas del régim en aristocrático, ú n ico ló g i­
cam ente justificado. Se aduce en favor de esta igu ald ad , que,
puesto que es im posible expresar en relaciones de dom in io las
diferencias sub jetivas, con seguridad y de un m odo p erm an en ­
te, es preferible elim in arlas de la determ inación de la estructu­
ro social y regu lar ésta como si las diferencias no existiesen.
P ero , dado que la cuestión del m al m ayo r o m enor no puede
resolverse, por regla general, sino en virtu d de estim aciones
personales, ese m ism o pesim ism o puede conducir a la conclu ­
sión absolutam ente opuesta: la de que tanto en los círculos
grandes como en los pequeños la cuestión es que gobierne
alg u ien , siendo preferible que lo h agan personas inadecuadas,
a que no lo haga nadie. S e adm ite entonces que el gru po social,
en virtu d de u na necesidad in tern a y ob jetiva, tiene que adop ­
tar la form a de superiores y subordinados, no siendo luego,
por decirlo así, m ás que un accidente deseable el que un puesto,
determ inado por u na necesidad objetiva, sea ocupado por un
individ uo verdaderam ente apto.
P arte esta tendencia fo rm al de experiencias y necesidades
com pletam ente p rim itivas. E n prim er lugar, cree que la form a
de dom inio sign ifica o crea un nexo. E pocas rud im en tarias,
que no disponen de m últiples form as de acción recíproca, no
tienen con frecuencia otro m edio para afirm ar la pertenencia
form al al todo, que su b o rd in ar los in divid uos que no le están
inm ediatam ente ligados, a los m iem bros que a p rio ri le perte­
necen. C u an d o en A le m a n ia h ubo dejado de regir la cons­
titu ción prim itiva, a base de plen a igualdad person al y p atri-
238 S ociologia

m onial dentro de la com unidad, el hom bre que no disp on ía de


tierra, carecía igu alm ente de derecho efectivo a la libertad; si
n o quería cortar todos lo s la zo s que le u n ían a la com unidad,
tenía que vin cu larse a u n señor, para entrar así, como cliente,
en la s corporaciones públicas- L a com unidad tenía un interés
en que lo hiciese así; pues no p odía tolerar que h u b iera en su
territorio n in g ú n hom bre que no estuviera vin cu lado, y por eso
el.derecho a n g lo sa jó n o b lig ab a expresam ente a l que no poseía
tierras a buscar un señor. A s im ism o en la In g laterra m edieval,
el interés de la com unidad exigía que el forastero se som etiese
a u n patrono. S e pertenecía al gru p o cuando se era propietario
de u n trozo de su territorio; el que carecía de tierra y , sin em ­
bargo, quería u n irse a l grupo, ten ía que pertenecer a alguien
que perteneciera a l grupo por la relación p rim aria de la pro­
piedad territo rial.
L a im p ortan cia general que tienen las personalidades direc­
tivas, siendo relativam en te indiferentes sus cualidades in gén i­
tas, es un rasgo que aparece con sem ejan za form al en varias
m an ifestacion es tem pranas del prin cipio electoral. A s í, por
ejem plo, las elecciones para el P a rla m e n to m edieval inglés pa­
recen haberse lleva d o con descuido o indiferen cia asom brosos;
lo ú n ico que a l parecer im portaba era que el distrito tuviese un
representante en el P arlam ento. Q u ié n fuese este represen­
tante, era cosa de m enor im portancia. E sto se m anifiesto tam ­
bién en la indiferen cia respecto a la cualificación de los elec­
tores, que nos adm ira frecuentem ente en la E d a d M edia. V o ta
aquel que está presente en el m om ento; y parece que ni la legi­
tim ación del elector ni la existencia de u n cierto núm ero de
votaciones tiene entonces gran valor. E videntem en te, esta
indiferen cia respecto al cuerpo electoral es sín to m a de la in d i­
ferencia que in sp ira el resultado de la elección, en cuanto a las
cualidades personales de los elegidos.
F in alm en te, actú a de u n m odo general, en el m ism o senti­
do, el convencim iento de que la coacción es necesaria, de que la
n a tu ra le za h u m an a la requiere para no caer en u n a com pleta
an arq u ía de la conducta. P a r a el carácter gen eral de este pos­
tulado, resulta totalm ente indiferente que la subordinación sea
a u na persona y su arb itrio , o a u n a ley: prescindiendo de
ciertos casos extrem os en los cuales el valor de la su b o rd in a ­
La subordinación 259

ción, como form a, no puede triu n far del contrasen tido de su


contenido, el hecho de que la ley sea m ejor o peor no tiene
m ás que un interés secundario; lo m ism o que sucedía con las
cualidades de la personalidad gobernante. E n este sentido po­
drían aducirse las excelencias del despotism o h ered itario — que
es independiente hasta cierto pun to de la s cu alid ad es de la
p erson a— , particularm ente cuando se trata de la u n id ad p olí­
tica y cu ltu ral de grandes territorios, donde tiene, sobre la
libre federación, ven tajas an álo gas a la s que tiene el m atrim o­
n io sobre el am or libre. N a d ie puede negar que la coacción del
derecho y de la costum bre m an tien e u nidos a in con tab les m a ­
trim onios que. m oralm ente, debieran separarse: las personas
aquí se som eten a u n a ley que no se acom oda a su caso. P ero
en otros casos, la m ism a coacción, por dura que resulte de
m om ento y subjetivam en te, tiene va lo r irreem p lazab le, porque
m antiene unidos a los que m oralm ente debían estarlo, pero
que, a causa de un disgusto, de u n a excitación o arrebato m o­
m entáneos, se Hubieran separado si h u b ieran p odido, destro­
zan do así, irreparablem ente, su vida. Sea la le y del m atrim o ­
nio buena o m ala, en cuanto a su contenido; acom ódese o no
al caso de que se trate, la mera coacción que de ella dim ana,
obligan do a la convivencia, desarrolla va lo res in d iv id u a le s
eudem onistas y éticos prescindiendo de la con ven ien cia so ­
c ia l— que, según el criterio pesim ista, que aqu í se exp one y que
acaso sea parcial, no podrían producirse en m odo a lg u n o si
desapareciera aquella coacción. E n a lg u n o s casos, es cierto, la
m era conciencia de h alla rse u n id o a l otro coactivam ente, pue­
de hacer insoportable la convivencia: pero, en otros, se p rodu­
cirá u na condescendencia, un do m in io de sí m ism os, un a fin a ­
m iento del alm a, a que nadie se sentiría m ovid o si pudiera
disolver el lazo, y que sólo proceden del deseo de hacer lo m ás
soportable posible una com unidad inevitable.
La conciencia de encontrarse som etido a una coacción, a
tina instancia superior -ya sea una le y ideal o social, ya una
personalidad que disponga arbitrariam en te, y a u n a d m in istra ­
dor d e norm as superiores— , podrá en ocasiones in citar a la
rebeldía o dar la im presión de un despotism o; pero para la
m ayo ría de los hom bres con stituye un a p o yo y nexo in d is­
pensable en la vida interna y externa. N u e stra a lm a — em-
260 S ociología

pleando las expresiones in evitab lem en te sim b ó licas de toda


p sico lo gía — parece viv ir en dos capas. U n a de ellas es la capa
profunda» que no se m ueve o se m ueve difícilm ente, y en la
que reside el verdadero sentido o sub stan cia de nu estra exis­
tencia; la otra, empero, está form ada por los im pulsos y ex­
citaciones aislad as, que dom inan en cada m om ento. E sta se­
gunda capa a lca n za ría , m ás veces de lo que de becho sucede,
la victoria sobre la prim era, sin dejar a ésta bxteco para aso­
m ar a la superficie, por la aglom eración y rápida sucesión de
los elem entos, si el sentim ien to de u n a coacción, procedente de
a lg u n a parte, no encalm ase su corriente, poniendo coto a sus
vacilacion es y caprichos y dejando ¿'.sí espacio para que predo­
m ine la constante base subterránea. F rente a este sentido fu n ­
cio n al de la coacción, su contenido p articu lar no tiene sino
u na im p ortancia secundaria. E l contenido absu rdo puede sus­
titu irse por otro justificado; pero aun éste sólo deberá su sen­
tido a lo que tiene de com ún con aquél. M ás ario, no sólo el
tolerar la coacción, sino también el oponerse a ella; la lucha
contra la coacción in ju sta, com o contra la justificada, ejerce
sobre el T'tm o de nuestra vida superficial la fu n ción de obs­
táculo e interrupción, gracias a la cual las corrientes p ro fu n ­
das de la vida m ás propia y substancial, que no pueden ser
interrum pidas desde afu era, llegan a la conciencia y actúan en
ella. A h o r a b ien , en cuanto que la coacción es idéntica a cu al­
quier dom in io, vem os en éste tam bién un elem ento indiferen­
te a la cu alid ad del que dom ina, al derecho que tenga o no
tenga su in d ivid u alid ad al dom inio. D e este modo se m an i­
fiesta el sentido profundo que encierra toda afirm ación de
autoridad.
E s, cr. principio, im posible que las cualidades personales y
la posición social se correspondan totalm ente en la serie de
las subordinaciones, cualquiera que sea la o rgan ización que
para este efecto se proponga. L o cual se fu n d a en el hecho de
que el núm ero de hom bres cualificados para ocupar puestos
superiores es m ayor que el de estos puestos. Seguram ente en
una fábrica h a y m uchos obreros que podrían ser perfecta­
m ente jefes de sección o patronos; h a y m uchos soldados que
tienen condiciones p ara ser oficiales. D e los m illon es de sú b d i­
tos de un príncipe, un gran núm ero podrían ser tan bueno-;
La subordinación 261

príncipes como él, o m ejores. E l reinado «por la gracia de D ios»


expresa justam en te el pensam iento de que no son las c u a lid a ­
des sub jetivas las que deben decidir, sino o tra in stan cia que se
alza por encim a de la s m edidas hum anas.
P ero el contraste entre los que Kan llegado a ocupar una
posición directiva y los que están capacitados p ara ocuparla,
no Ka de llevarse al extrem o de creer que, por el contrario, b a y a
m uch as personas en los puestos superiores sin tener con dicio­
nes para ello. P u es esta desproporción entre persona y p osi­
ción nos parece, por varias razones, bastante m ayor de lo que
es en realidad. E n prim er lu gar, la incapacidad p ara desem pe­
ñ a r u n puesto directivo se echa de ver con p articular facilidad,
y, por razon es ob vias, es m ás d ifícil de d isim u lar que otras in ­
suficiencias; esto sucede particularm ente porque h a y m uchos
capacitados p ara desem peñar ese puesto que ocup an puestos
sub ordinados. P o r o tra parte, esta inadecuación se debe fre­
cuentem ente, no a deficiencias personales, sin o a las exigencias
contradictorias del cargo, cuyo resultado inevitable se achaca
fácilm ente a l titu la r, im p u tán doselo como culpa person al. E l
m oderno «gobierno del E stado» posee, por definición, u n a in ­
fa lib ilid a d que es expresión de su objetividad ab so lu ta, fu n d a ­
m ental. C o m p arad os con esta in fa lib ilid a d ideal, lo s fu n cio ­
n arios efectivos aparecen, com o es n a tu ra l, insuficientes fre ­
cuentemente.
P ero, en realidad, las incapacidades puram ente sub jetivas
de las personalidades directoras son relativam ente raras. S i se
tienen presentes los azares arb itrario s y absurdos, gracias a
los cuales, en todas la s esferas, lleg an los hom bres a ocupar
sus posiciones, seria u n m ilagro incom prensible que no ap a­
reciesen m ás incapacidades en su desem peño, si no existiesen
en g ra n cantidad las condiciones latentes para los puestos. E n
esta idea se basa el h e d ió de que algun as constituciones repu­
b lican as no exijan a sus fu n cio n ario s m ás que condiciones ne­
gativas; por ejem plo, que el candidato no se h a hecho indigno
del cargo por algo. A s í en A te n a s los nom bram ientos se hacían
por sorteo, cuidando tan sólo de que el designado h u b iera tra-
íad o bien a sus padres, pagado sus im puestos, etc. S e in vesti­
ga, pues, tan sólo si h a y algo contra el nom bram iento, porque
se supon e que a p riori to d o s son dignos de él. E ste es tam bién
262 S ociolog i«

el sen tim ien to profundo del dicho: a quien D io s da un cargo,


le da tam b ién el entendim iento necesario p ara desem peñarlo.
£ 1 «entendim iento» necesario para desem peñar altos puestos
se da en m uch os hom bres; pero no se m anifiesta ni se desarro­
lla h asta que ocupan dichos puestos.
E sta in con m en surab ilidad entre la can tidad de personas
capaces de m an d ar y el núm ero de puestos preem inentes, se
explica, acaso, por la diferencia entre el carácter del hom bre
com o m iem bro de grupo y como in d ivid u o . E l grupo, como
ta l, tiene un n iv e l b ajo y necesita dirección. L as cualidades
que despliega en com ún no son m ás que las heredadas, esto es,
las m ás p rim itiva s e indiferen ciadas o las m ás fácilm ente su-
geribles, es decir, las «subordinadas». P o r tanto, a l constituirse
un grupo am p lio, es conveniente que la m asa se organice en la
form a de la sum isió n a pocos. P ero esto, evidentem ente, no
im pide que los in divid uos de esta m asa posean cualidades m ás
altas y refinadas. L o que sucede es que estas cualidades son
in d ivid u a les, exceden en varios aspectos al p atrim onio com ún
y , por consiguiente, no evitan el n ivel bajo de aqu ellas cu ali­
dades en que todos coinciden con seguridad. Se sigue de aquí
que, por una parte, el grupo en conjun to necesita jefe y , por
consiguiente, que h a y m uchos sub ordin ados y pocos sup erio­
res, m ientras que, p o i otra parte, cada uno de los individuos
tiene, com o individ uo, un nivel m ás alto que com o elemento
de! grupo, y , por ta n to , com o subordinado.
C o n esta contradicción, que es propia de todas las form acio­
nes sociales y que opone a la asp iración justificad a a u n pues­
to sup erior la im p osibilid ad técnica de satisfacerla, se avienen
el principio de la s clases y el orden actual, disponiendo las
clases en form o de pirám ide, con un núm ero cada v e z m enor
de m iem bros, y lim itan d o así a p riori la cantidad de lo s «cua­
lificados» para los puestos superiores. E sta selección no se rige
por los in d iv id u o s dados, sin o que los presupone. D a d a una
m uchedum bre de iguales, no pueden colocarse todos en la p o ­
sición merecida. P o r eso aquellas ordenaciones pueden con si­
derarse como un intento de producir los in d ivid u o s necesarios,
partiendo de las posiciones de antem an o -determ inadas. E n
vez de la len titu d con que consiguen esto la herencia y la edu­
cación de clase, pueden aplicarse procedim ientos m ás radica­
L a> ubordm ac¡ón

les, que dan a la person alidad la capacidad de dirigir y gober­


nar, prescindiendo de su condición anterior, com o por u na im ­
posición autorit& tiva o m ística. E n los E stad o s tutelares de los
siglos xvii y xviii, el súbdito no tenia capacidad p ara p articipar
en lo s asuntos públicos; en lo político necesitaba constante d i­
rección. P ero en el m om ento en que ingresaba a l servicio del
E stad o, adquiría de golpe la alta in teligen cia > el sentido pú­
blico que le capacitaban para la dirección de la com unidad,
com o si por el ingreso en la burocracia, el m enor se tornase,
por fteneratio acquivoca, no só lo en m ayo r, sin o en jefe, con
todas las necesarias condiciones de intelecto y carácter. La
oposición entre el estado de incapacidad ab soluta para la m e­
nor superioridad y el estado de la absoluta capacidad, poste­
riorm ente adquirido m ediante la acción de u na in stan cia s u ­
perior, alcanza el m áxim u m de su tensión dentro del sacerdo­
cio católico. N o Hay aqu í n i tradición fam iliar, n i educación
desde la n iñ ez, que colabore a l encum bram iento. E s más; las
cualidades personales del candidato son, en principio, de m e­
nor im p ortancia com paradas con el esp íritu objetivo, m ístico,
que le confiere la ordenación sacerdotal. L a fun ción directiva
no le es confiada porque sólo él, por su n atu raleza, sea ade­
cuado a ella (au n cuando, n aturalm en te, esta consideración
colabora tam bién determ inando cierta selección entre los as­
pirantes); ni tam poco porque se piense que el candidato puede
ser, por suerte, desde luego, un elegido, sino que la con sagra­
ción crea a l sacerdote, porque 1c confiere el esp íritu ; la con sa­
gración produce las cualidades especiales necesarias p ara el
desem peño de la fu n ció n de que se inviste a l in d ivid u o. A q u í
se realiza con el m ayo r radicalism o el principio de que D io s
da «entendim iento» a aquel a quien da el cargo. Y este p rin ci­
pio se aplica aquí en sus dos aspectos, en el de la anterior in ­
capacidad y en el de la posterior capacidad, creada precisam en­
te por la accesión al cargo.
C a p ít u l o 4
LA LU C H A

la lucha tiene im portancia sociológica, por cuanto

Q
u e

causa o m odifica com unidades de intereses, u n ificacio ­


nes, organizacion es, es cosa que en principio nadie h a puesto en
duda. E,n cam bio, h a de parecer paradójico a la op in ión com ún
el tem a de si la lu ch a, como tal, aparte sus consecuencias, es ya
una form a de so cialización . A l pronto parece ésta u n a mera
cuestión de palabras. S i toda acción recíproca entre hom bres
es u na so cializació n , la lu ch a, que con stituye u n a de las m ás
viv a s acciones recíprocas y que es lógicam ente im posible de
lim itar a un in d ivid u o , ha de con stituir necesariam ente una
socialización . D e h echo, los elem entos propiam ente disociado-
res son las causas de la lucha: el odio y la en v id ia, la necesi­
dad y la apetencia. P ero cuando, producida por ellas, h a e sta ­
llad o la lucha, ésta es un remedio contra el du alism o d isocia­
d o s u na vía para llegar de a lg ú n modo a la u nidad, aun que
sea por el an iq u ilam ien to de uno de los partidos. A s í ocurre
con frecuencia que las m anifestaciones m ás viv a s de la enfer­
medad significan los esfuerzos del organism o para ven cer las
perturbaciones perjudiciales. N o se refiere esto a la trivialid a d
del s i vis pacem para b ellu m , m ás bien es lo general, del cual
este caso representa una ram ificación particular. La lu ch a es
va u na distensión de las fuerzas adversarias; el h echo de que
term ine en la paz, no es sin o u na expresión que dem uestra

265
S ociología

que la lo ch a es u n a síntesis de elem entos, u n a contraposición,


q ue jun tam en te con la com posición, está contenida b ajo un
concepto Superior. E ste concepto se caracteriza por la común
contrariedad de am bas form as de relación; tanto la contrapo­
sición como ía com posición, n iegan , en efecto, la relación de
indiferen cia. R e c h a za r o d iso lver la socialización son tam bién
negaciones: pero la lucha sign ifica el elem ento positivo que,
con su carácter u nificador, fo rm a u na u n id ad im posible de
rom per de hecho, aun que sí pueda escindirse en la idea.
M ira d a s desde el punto de vista de la positividad socioló­
gica de la luch a, todas la s form as sociales adquieren u n orden
p articular. vSe ecba de ver en seguida que si las relaciones de
los hom bres entre s í —en contraposición a lo que es cada cual
en sí m ism o y <' ' dación con los o b je to s - constituyen la m a­
teria de u n a cons. .teración particular, los tem as tradicionales
de la S o cio lo g ía no son sino u na parte de esta ciencia am plia,
determ inada realm ente por ur. principio. D ijérase que no hay-
m as que dos objetos de la ciencia del hombre: ía unidad de)
in d ivid u o y la u n id ad form ada por los in d ivid u o s, o sea la
sociedad, y que lógicam ente no cabe posibilidad de un tercer
térm ino. Y entonces la lueba, com o ta l, prescindiendo de la.s
contribuciones que ap orta a las form as inm ediatas de unidad
so cia l, no tendría u n lu g ar propio para ser investigada. E s la
lucirá un bocho s a i generis, y su in clu sió n en el concepto de
la unidad sería ta n vio len ta como infecunda, y a que la lucha
sign ifica la negación de ía unidad.
P ero en un sentido m ás am p lio, la teoría de la s relaciones
entre lo s hom bres parece distinguirse en dos: las que constitu ­
y en una unidad, esto es, las sociales en sentido estricto, y
aqu ellas otras que actúan en contra de la unidad. M as es me­
nester tener en cuenta que, en toda relación histórica real, sa c­
ien darse ambas categorías. E l in d ivid u o no lieg a a la unidad
de su person alidad únicam ente porque sus contenidos arm o­
nicen según norm as ló gicas u ob jetivas, religiosas o éticas,
sino que ía contradicción y la lucha no sólo preceden a esta
unidad, sin o que están actuando en todos los m om entos de su
vida. A n á lo g a m e n te no h ay n in g u n a unidad social en que
las di recciones convergentes de los elem e n to sn o estén insepa­
rablem ente m ezcladas con otras divergentes. U n grupo abso-
La lucha 267

lu lam en te centrípeto y arm ónico, u n a pura «unión», no sólo


es em píricam ente irreal, sin o que en él no se d aría n i n g ú n
proceso v ita l propiam ente dicho. L a sociedad de los santos,
que D a n te contem pla en la rosa del P a ra íso , podrá ser tal; y
es in cap az de to d a m u d a n za o evolución. E n cam bio, la a sa m ­
blea de los padres de la Iglesia, en la D isp u ta de R a fa e l, aun
n o siendo verdadera lu ch a, ostenta y a u n a considerable diver­
sidad de sentim ien tos e ideas, de la cual b ro ta toda la vida y
coordinación o rgán ica que h a y en su convivencia. A s í como
el cosm os necesita «am or y odio», tuerzas de atracción y de
repulsión, para tener u n a form a, a sí la sociedad necesita u n a
relación cu an titativa de a rm o n ía y desarm onía, de asociación
y com petencia, de fav o r y disfavor, para lleg ar a u na form a
determ inada. Y estas d ivisio n es in testin as no son m eras ener­
gías pasivas sociológicas; no son in stan cias negativas; no pue­
de decirse que la sociedad real, definitiva, se p roduzca sólo por
obra de las otras fuerzas sociales, positivas, y dependa nega­
tivam en te de que aquellas fu erzas dísociadoras lo perm itan.
E sta m anera de ver, corriente, es com pletam ente superficial; la
sociedad, tal com o se presenta en la realidad, es el resultado
de am bas categorías de acción recíproca, las cuales, por tanto,
tienen am bas un va lo r positivo (l).
E l error de creer que la una destruye lo edificado por la
otra, y de considerar lo que al fin queda como el resultado de
su substracción (siendo a sí que en realidad m ás bien es el pro-

(l) E ste es el «a s o s o c io ló g ic o de u n a o p o s ic ió n en la rnañera de co n ce b ir la vida


en fccner&L Para la o p in ió n com ú n , d latingucnse p o r d oq u iera d o s p a rtid os de la vida,
u n o de loa cuales representa l o p ositivo, «1 con ten id a p r o p io , y a u n la su b sta n cia de la
■vida. m ien tras q u e el o t r o es, en su sen tid o m ism o. !o n o existente, a q u e llo q u e Jebe
ser e lim in a d o parn q u e las positivid a d es antedichas con stru y a n la verdadera vida. A s í
*e co m p o rta n , p o r ejem p lo, la felicid a d y el d o lo r, la virtud y d v ic io , la fu e r z a y la
deb ilid a d , el éx ito y el fra ca so, lo s co n te n id o s e fectiv os y las pausas del cu rso vítaL P a ­
réenme, en ca m b io, q u e la co n ce p ció n s u p erior, sobre estas op o sicio n e s, es ln con traria ,
a saber: la q u e con cibe todas esns d iferen cia s diam etrales co m o u n « , y la m ism a vida,
la q u e rastrea el p u ls o d e una vitalidad central in clu so en las cosas qu e, vistas desde
el p u n to de vista de u n id eal p articular, n o deben «er y co n stitu y e n p u ro s negacion es.
E n el n e x o u n iversal d e la vida, t o d o l o q u e aisladam ente puede parecer o b s t á c u lo y
p e rju icio , es. en realidad, p ositiv o y n o significa d efecto, s in o com p le m e n to d e una f u n ­
ció n p rop ia A h o r a b ien, para sentir c o m o u n a am plia u n id a d vital el c o n ju n t o de
to d o s esos excesos y d efectos de realidad y de v a lo r, el tota l de esos co n tra d iccio n e s y
o p o sicio n e s, es necesario elevarse a una altura q u e a coso n o *ea p osib le a lca n zar o cor—
26 « S ociología

ducto de su adición), proviene, sin duda, del doble sentido del


concepto de u nidad. C onsid eram os com o unidad la coinciden­
cia y coordinación de los elem entos sociales, en contraposición
a sus escisiones, aislam ientos, desarm onías. P e ro tam bién es
unidad la síntesis ¿enera! de las personas, energías y form as
que co n stitu yen un grupo, la to talid ad fin al en que están com­
prendidas, tanto la s relaciones de unidad en sentido estricto,
com o las de du alidad. L o que ocurre es que los grupos que
sentim os como «unidos», los explicam os por aqu ellos de sus
elem entos fu n cio n ales que actúan com o específicam ente u n i­
tarios, exclu yen do, por tanto, la otra sign ificación m ás am p lia
de la palab ra. A esta in exactitu d contribuye tam bién, por su
parte, el doble sentido correspondiente del térm ino escisión u
oposición. V ie n d o cómo despliega entre los elem entos s in g u ­
lares su virtu d n eg ativa o destructora, suponem os que debe
actuar del m ism o m odo sobre la relación total. P ero, ¿n reali­
dad, no es preciso que lo que considerado entre individuos,
cam inando en determ inada dirección y aislad am en te, es oigo
negativo y substractor, actúe de la m ism a m an era en cuanto
a l co n ju n to de la relación. P u es en esta— com o revela c la ra ­
m ente la com petencia de in d ivid u o s en una u nidad económ i­
ca el elem ento aislador, com binado con otras acciones recí­
procas no afectadas por el conflicto, nos ofrece un nuevo cu a ­
dro, en el cual lo negativo, el d u alism o , representa u n papel
absolutam ente positivo, allende los destrozos que h a y a podido
ocasion ar en la esfera de las relaciones individ uales.
serva r; h a rto p rop en sos m m d s a rendar y sen tir n u estro esencial y o . nu estra p ro p ia y
p ro fu n d a substancia co m o idéntica a ur.o c c esos p a rtid os, y segú n que n u estro sen ti­
m ien to de la vid.-, sea op tim ista o pesim ista ha <ic a p a recem os el o t r o p a rtid o c o n o
su p erficia l, a ccid -n t.'!. ro m o n '- o q u e es j> r « i" o elim in a r o rep rim ir, para que salsa a
flo te k verdadera v;dr>- V iv im o s com p lien Jos p or d oquiera en este d u a lism o — q u e e n
t i texto de recib ir ulterior ¿ e s a n o l l o - d e s d e las m ás red u cida s a las m ás extensas
p ro v in cia s de ia vid a, en io personal, en lo o b je tiv o , en lo s o cia l. T e s e m o s o so m o s una
to ta lid a d o unidad q u e se esconde en d o s p a rtid os op u estos ló g ic a y realm en te; co n u n o
d o íe s d o s p a rtid os, em pero, id en tificam os e.m u n id a d y tota lid a d de n u e stro ser. y c o n ­
sid eram os e' o tro p a rtid o c o m o extra ñ o a n o s o tro s , com ü a l i o que niega nuestra esen­
cia p ro p ia , l.n tre esta tendencia y la otra — !¡i q u e acepta el t o d o verdaderam ente co m o
un t o d o y con sid era !:i u n idad su p erior n los d os p a rtid o s corno un id ad reo! y v iv o en
a m ó o s — oscila con tin u a m en te la vida. P ero es tan to m ás u rgente reivin dicar esta se­
gu nda actitud, p or lo que se refiere ;tl fe n ó m e n o s o c io ló g ic o de ia lu ch a , cu an to que la
:uc!ul im pune corno h e c h o , al parecer in d iscu tib le, su fuerza d isolven te y á íso cisd o ra .
I a lucha 269

L o s casos m ás com plicados presentan dos tip os opuestos.


P rim e ro tenem os l a s com unidades exteriorm ente estrechas,
que ab razan m uch as relacion es de la vida, com o el m atrim o ­
n io . !No sólo en m atrim o n io s irrem ediablem ente desavenidos,
sin o en otros que Kan encontrado u n m odvs vivendi sop orta­
ble, o al m enos soportado, K ay necesaria e inseparablem ente
u n id a a la form a sociológica, u na cierta su m a de disgustos,
disentim ientos y polém icas. E stos m atrim on ios no pierden su
con dición de m atrim on ios porque exista lu ch a en ellos, sino
que se h an producido como totalidades características, gracias
a l a sum a de m últip les elem entos, entre ios que figura esa can ­
tidad inevitable de lu ch a. P o r otra parte, la fun ción a b so lu ta ­
m ente p o sitiva e in teg rativ a del antagonism o, se m an ifiesta en
casos en que la estructura social se caracteriza por la precisión
y pureza cuidadosam ente conservadas d é la s d ivision es y g ra ­
daciones sociales. A s í el sistem a social indio no descansa sólo
en la jerarqu ía de las castas, sin o tam bién en su m u tu a rep u l­
sión . L a s h ostilidades no sólo im piden que v a y a n poco a poco
borrándose las diferencias dentro del gru p o — por lo cu al p ue­
den ser provocadas deliberadam ente, com o g a ra n tía de las
constituciones existentes— , sin o que, adem ás, son sociológica­
m ente productivas: gracias a ellas con frecuencia encuentran
las clases o ¡as p erson alidades sus posiciones propias, que no
h u b ieran h alla d o o que h u b ieran h alla d o de otro m odo, si,
existien do las cau sas ob jetivas de la h ostilidad, hubiesen estas
causas actuado sin el sen tim ien to y las m an ifestaciones Je la
enem istad.
E n m anera a lg u n a la desaparición de las energías rep u lsi­
vas y (consideradas aislad am ente) destructoras de un grupo,
p roducirá siem pre u n a vid a m ás rica y plena de la co m u n i­
d ad — al m odo com o un p atrim onio aum enta cuando desapa­
rece su p asivo — . L o que resultará será otro cuadro, ta n dis­
tinto y con frecuencia tan irrealizab le como si lo desaparecido
iuesen las energías de cooperación y afecto, de ayu da m utu a y
a rm o n ía de intereses. 1' esto no es sólo aplicable a la com pe­
tencia, que determ ina exclu sivam en te com o oposición form al,
desatendiendo los resultados reales, la form a del grupo y la
posición y d istan cia m utu as de los elem entos, sitio tam bién
cuando la u n ió n descansa en las em ociones de las alm as in d i­
270 S ociología

viduales. A s í, v. gr., la oposición de un elem ento frente a otro


en u na m ism a sociedad, no es u n factor social m eram ente ne­
gativo, aun que só lo sea porque m u ch as veces es el único m edio
que hace posible la con viven cia con personalidades p rop ia­
m ente intolerables. S i no tu viéram os fuerza y derecho que
oponer a la tira n ía y a i egoísm o, al capricho y a la falta de
tacto, no sop ortaríam os relaciones tan dolorosas, sin o que nos
veríam os im p u lsados a recursos de desesperación, que cierta­
m ente destruirían la relación , pero precisam ente por eso no
serían «lucha». Y esto no sólo por el h ech o — que no es esen­
cial a q u í— de que la opresión suele aum entar cuando es tole­
rada tran q u ilam en te y sin protesta, sino porque la oposición
nos proporciona interiores satisfacciones, distracción y a livio ,
exactam ente com o, en otras circun stan cias psicológicas, la h u ­
m ildad y la paciencia. N u e stra oposición provoca en nosotros
el sen tim ien to de no estar com pletam ente oprim idos; nos per­
m ite adquirir conciencia de nuestra fu erza y proporciona así
vivacidad a ciertas relaciones que, sin esta com pensación, en
m odo a lg u n o soportaríam os.
Y la oposición produce este efecto no sólo aunque no lle­
gue a resultados perceptibles, sino in clu so sí no se m anifiesta
exter¡crínente y se queda en lo puram ente interior. A u n cuan­
do apenas se exteriorice prácticam ente, la oposición puede
producir un eq u ilib rio in terio r— a veces h asta para Jos dos
elem entos— un sosiego y un sen tim ien to id eal de poder, que
sa lv a n relaciones, cu y a continu ación resu lta con frecuencia
incom p rensible p ara los de fuera. E n to n ces la oposición se
convierte en m iem bro de la relación m ism a y adquiere los
m ism os derechos que los dem ás m otivos de la relación. N o
sólo es u n m edio para conservar la relación total, sin o una de
la s fun cion es concretas en que ésta se realiza. C u a n d o las re­
laciones son puram en te exteriores y no tien en actualización
práctica, presta este servicio la form a laten te de la lucha: la
a versión , el sentim iento de una extrañ eza y rep ulsión recípro­
cas, que se traduciría en odio y com bate si se produjese por
cualq u ier causa un contacto inm ediato. S in esta aversión , re­
sulta in im a g in a b le la vida de la gran ciudad, que nos pone
diariam ente en contacto con m uch as gentes. T o d a la organ i­
zación interior de esta vida u rb a n a descansa en una grada­
I .a lucha 271

ción extrao rd in ariam en te variad a de sim p a tía s, indiferen cias


y aversion es, m ás o m enos breves y duraderas. S in em bargo,
la esfera de la in d iferen cia es relativam en te pequeña. L a acti­
vid ad de nuestra alm a responde a casi todas las im presiones
que proceden de otros hom bres, con u n sen tim ien to determ i­
nado, que si aparece com o indiferen te es p or su carácter
subconsciente, breve y cam biante. E n realidad, la indiferen cia
es tan poco n atu ral, com o insoportable sería la con fu sión de
las m utuas sugestiones. D e estos dos peligro s típicos de la
gran ciudad nos salva la an tip atía, p reludio del an tagon ism o
activo. L a a n tip atía produce las distancias y ap artam ien tos,
sin las cuales no sería p osible este género Je vida. L os grados
y m ezclas de la a n tip atía , el ritm o de su ap arición y desap a­
rición, las form as en que se satisface; todo esto, con los ele­
m entos uníficadores en sentido estricto, form a un todo in se­
parable en la vida de las grandes ciudades. L o que en esta
vida aparece inm ediatam ente como disociación, es, en realid ad ,
u na de las form as elem entales de so cializació n .
P o r consiguiente, si las relaciones de lucha no pueden pro­
ducir u n a concreción por sí solas, pero colab oran con la s otras
energías unificadoras para co n stituir entre todas la u n id ad
vita l del grupo, resulta que las prim eras apenas se diferen cian
de las restantes form as de relación que la sociología tom a de
las variad as existencias reales. N i el am or, n i la d ivisió n del
trabajo, ni la actitud com ú n frente a u n tercero, n i la am istad,
ni la pertenencia a u n partido, n i la su b o rd in ación , pueden
constituir por sí so las tin a unidad histórica y m an ten erla de
m odo duradero; y cuando esto, sin em bargo, sucede, el proceso
así designado contiene y a u na p lu ralid ad de form as de rela­
ción diterencíables. L a esencia del alm a h u m an a no consiente
en dejarse ligar por un h ilo sólo, aun que el a n á lisis científico
h aya de detenerse en las unidades elem entales y su potencia
específica de u n ió n . E s más; acaso todo este a n á lisis no sea —
en un sentido superior y en ap arien cia co n trario— sin o u n a
activid ad sub jetiva. A c a so las asociaciones entre los elem entos
in divid uales sean en efecto u n itaria s, resu ltan d o esta unidad
empero inconcebible para nu estro entendim ien to — unidad
m ística, que se nos presenta con m áx im a fu erza, precisam ente
en las relaciones m ás ricas y m ás cargadas de elem entos v a ­
272 S or ¡i tingia

r ia d o s— y no quedándonos otro recurso que representarlas


com o la cooperación de u n a p lu relid ad de energías asociado-
ras. E sta s se van lim itan do y m odificando m utuam ente h as­
ta que surge el cuadro que la realidad ob jetiva Ira conseguido
crear p or un procedim iento m ás sen cillo y u n itario, pero im ­
practicable p ara el entendim iento observador.
A s í sucede tam bién en los procesos del alm a individ ual.
S o n estos en cada m om ento tan com plicados, esconden ta l
can tidad de vibraciones diversas u opuestas, que su design a­
ción por u n o de nuestros conceptos psicológicos es siempre
im perfecta y , propiam ente, falsa. T am p o co entre los m om en­
tos vitales del alm a in d iv id u a l se a n u d a nu n ca un h ilo sólo.
Pero esta tam bién es u n a mera im agen que el pensam iento
an alítico se form a de la unidad del alm a, im penetrable para
él. S egu ram en te m ucho de lo que tenem os que representar­
nos com o sen tim ien to m ezclado, com o reu n ió n de instintos
varios, com o com petencia de sensaciones contrarias, es en sí
una perfecta u nidad. P ero el entendim iento observador care­
ce del esquem a necesario para percibir esa unidad v se ve
ob ligad o a co n stru irla, com o u na resultante de m últiples ele­
m entos. C u a n d o ante a lg u n as cosas nos sentim os a l m ism o
tiem po atraídos y repelidos; cuando en u n a m ism a acción pa­
recen m ezclarse rasgos de carácter nobles y m ezquinos; cuan­
do el se n tim ien to que uno persona nos in sp ira se com pone de
respeto y am istad , de im pulsos paternales o m aternales y eró­
ticos, o de valo racio n es éticas y estéticas, todos estos fenóm e­
nos del alm a son con frecuencia com pletam ente unitarios;
pero no podem os designarlos directam ente y por eso los con­
vertim os en u n concierto de variad o s elem entos aním icos,
em pleando toda suerte de a n alo g ías, va lién d o n o s de m otivos
precedentes o de consecuencias exteriores.
S i esto es exacto, tam bién las relaciones, aparentem ente
com puestas, que se dan entre varias alm as, h a n de ser con
frecuencia i realidad unas. La distancia, v. gr., entre dos
hom bres ligados de a lg ú n m odo, esa distancia que caracteriza
su relación, se n o s presenta con frecuencia com o efecto de una
in clin ación , que propiam ente debiera p r o d u c i r u n m ayor
acercam iento, y de u n a repulsión , que h ab ría de separarlos;
pero a l lim itarse m utuam ente estos dos sentim ientos, se pro­
La lucha 273

duce— creem os— la d istan cia observada. M a s esto puede ser


com pletam ente equivocado. L a relación está dispuesta por sí
m ism a segú n esta distancia; tiene por decirlo así inicialm ente
cierta tem peratura, que no se produce por la com pensación
entre cierto calor y cierta friald ad . Fd grado de superioridad
y de sugestión que se produce entre dos personas, lo conside­
ram os a m enudo como engendrado por la fu erza de u na de
las partes, que se cru za con cierta debilidad en otro sentido.
P u ed e que existan esta fu erza y esta debilidad; pero con fre­
cuencia su dualism o no se m an ifiesta en la relación real, que
se determ ina por el conjunto de los elem entos y sólo a pos­
terio ri podem os escincir su u n id a d inm ediata en aquellos
factores.
L a s relaciones eróticas nos ofrecen los ejem plos m ás fre­
cuentes de esto. M u ch as veces nos parecen entretejidas de
a m o r y de estim ación o desprecio; o de am or y sentim iento
de la arm o n ía entre las dos n atu ralezas, con la conciencia de
com plem entarse m utuam ente en virtud del contraste; o de
am or y a fá n de dom in io o necesidad de ap oyo. L o que de
este modo el observad or— o el sujeto m ism o — escinde en
dos corrientes m ezcladas, es, en realidad, m uchas veces u n a
sola. E n la relación, ta l com o queda fin alm en te con stitui­
da, la personalidad total del u no actúa sobre la del otro, y su
realid ad es independíente de la consideración de que, si no se
diese esta relación, la s dos personas se in sp irarían estim ación
o sim p atía o lo contrario. Incon tab les veces designam os estas
relaciones como relaciones o sentim ientos m ezclados, porque
construim os los efectos que las cualidades de u n a de la s par­
tes producirían en la otra, s i actuasen aisladas, cosa que ju s ­
tam ente no hacen; prescindiendo de que h ab lar de m ezcla de
sentim ientos y de relaciones es siem pre una exp resión proble­
m ática, aun en lo s casos en que se em plea m ás ju stificad a­
mente; porque traslada con in cauto sim bolism o un acontecer
espacial e in tu itiv o a relaciones aním icas totalm ente hete­
rogéneas.
E sto m ism o debe acontecer, pues, con la llam ada m ezcla de
corrientes convergentes y divergentes en una com unidad. O
bien la relación es de antem an o s u i gencris, es decir, su m oti­
vación y form a es com pletam ente u n itaria y sólo posterior­
274 S o c io lo g ía

m ente, para poder describirla y clasificarla, la suponem os com ­


puesta de dos corrientes, u n a p o sitiv a y otra antagónica; o
bien estas dos corrientes ex istía n de antem ano, pero, p or de­
cirlo así, antes de Que se produjese la relación , llegando en ésta
a con stituir u n a u n id ad o rgán ica en la que dejan de percibirse
los com ponentes con su .energía específica. N o deben olvidarse,
por lo dem ás, el enorm e núm ero de tratos interindivid uales
en que las relaciones parciales opuestas sub sisten con inde­
pendencia y corren p aralelas u n a s a otras, pudiondo recono­
cerse en cada m om ento.
H a y un m atiz p articular en ía evo lu ció n h istórica de ciertas
relaciones; y es el caso de que a lg u n o s estadios p rim itivos pre­
senten u n a u nidad indiferenciada de tendencias convergentes y
divergentes, que m ás adelan te se separan para distinguirse ya
del todo. T o d a v ía en el siglo xm existen en las cortes de la E u ­
ropa central asam bleas perm anentes de nobles, que constituyen
u n a especie de C o n sejo de los príncipes, viven com o huéspedes
del rey y al m ism o tiem po form an u n a representación de la
n ob leza, defendiendo los intereses de ésta, inclu so frente al
príncipe. L a com unidad de intereses con el rey, a cuya adm i­
n istración sirven en ocasiones, y la defensa de sus derechos de
clase frente al rey, no sólo coexistían, sino que estaban fu n d a ­
das en estos organism os. La posición era seguram ente sentida
com o u nitaria, a pesar de lo in conciliables que a nosotros nos
parecen sus elem entos. E n Inglaterra, por esta época, el P a r la ­
m ento de los barones apenas se distingue de u n C o n sejo real
algo am plio. L a adhesión al rey y la oposición crítica, p artid is­
ta, se encu entran to d av ía en u n id a d germ inal.
M ientras se trate de elaborar in stitu cion es que h a y a n de
resolver el problem a com plicado del eq uilib rio interior del
grupo, será d ifícil decidir si esta colaboración en beneficio
colectivo ha de verificarse en la fo rm a de la oposición, com pe­
tencia y critica, o en la form a de u nidad y arm onía inm ediatas.
E x is tirá , pues, un estado p rim ario do indiferencia que, con si­
derado desde el punto de vista de la diferenciación posterior,
parecerá contradictorio lógicam ente, pero que corresponde al
escaso desarrollo de la organización . L as relaciones subjetivas,
personales, se desarrollan m uchas veces en dirección opuesta.
E n la s épocas p rim itivas, la adhesión u h ostilidad suelen m a­
l a lucha 275

nifestarse con m ás claridad y decisión relativam en te. L a s rela ­


ciones m edias e indecisas, que se b asan en u na penu m bra del
sentim iento y cu y a ú ltim a palab ra lo m ism o puede ser el odio
que el am or, son m ás frecuentes en épocas m aduras que en
épocas tem pranas.
S i es cierto que el an tagon ism o por si só lo no con stituye
u n a socializació n , tam b ién lo es que no suele fa lta r — prescin­
diendo de esos extrem os— como elem ento de las socializacion es.
Y su papel puede potenciarse a i in fin ito , es decir, b a sta la s u ­
presión de todos lo s elem entos de u nidad. L a escala de relacio­
nes, que así resulta, puede construirse tam bién acudiendo a ca­
tegorías éticas; au n qu e éstas, en ¿eneraI, no ofrecen pun tos de
ap oyo adecuados para extraer fácil y totalm ente de los fen ó­
m enos lo que b a y de sociológico en ellos. L o s sentim ien tos de
v a lo r con que acom pañam os las acciones vo lu n ta ria s de los in ­
dividuos, engendran series que guardan u n a proporción p u ra ­
m ente casual con la determ inación de sus form as de relación
segú n puntos de vista objetivos y conceptuales. R ep resen tarse
la ética como u na especie de sociología sería p rivarla de su
contenido m ás p rofu ndo y fino: la actitud del alm a ante sí
m ism a, actitud que no aparece en sus m anifestaciones exterio­
res, los m ovim ientos religiosos, que sólo sirven a la propia
salvación o perdición, la dedicación a lo s valo res ob jetivos del
conocim iento de la belleza, de las dignidades en la s cosas,
todo lo cual está allende las relaciones con los dem ás hom bres.
E sto no obstante, la m ezcla de relaciones arm ónicas y h ostiles
hace que coincidan las series sociológica y ética. C o m ien za
con la acción de .4 en provecho de B; pasa luego a l provecho
propio de A por medio de B , sin aprovech ar a éste, pero sin
dañarle; y term ina finalm ente en la acción egoísta a costa
de B. A l contestar B , aun que casi nu n ca del m ism o m odo y en
la m ism a m edida, surgen las in calculables m ezclas de con ­
vergencia y divergencia que se dan en las relaciones hxtm anas.
H a y , sin duda, lu ch as que parecen exclu ir la interven ción
de n in g ú n otro aspecto, como la lu c h a entre el bandido o el
m atón y su víctim a. C u a n d o estas lu ch as se orientan h acia el
aniquilam ien to, aproxím anse al caso extrem o del exterm inio,
en que el aspecto u n ificad or se reduce a cero. Pero tan pronto
como aparece a lg u n a consideración, un lím ite de la violencia,
276 S ociología

n os encontram os y a con un aspecto s o c ia liz a d o s aunque sólo


sea de conten ción. K a n t afirm aba que toda guerra en que las
partes no se im p on en ciertas reservas, en cuanto al uso de los
m edios posibles, ten ía que convertirse por m otivos psicológi­
cos en u n a guerra de exterm inio. P u e s el partido que no se
abstiene, a l m enos, de rem atar Heridos, de in cu m p lir la palabra
dada y de la traició n , destruye a q u ella con fian za que hace p o­
sible concertar u n a paz. C a si im perceptiblem ente se desliza en
la h o stilid a d u n elem ento de com unidad, cuando el estadio de
la v io len cia franca cede el paso a otra relación en la cual la
sum a total de enem istad, existente entre las partes, puede no
h aber d ism in u id o en nada. C u a n d o los longobardos conquis­
taron a Ita lia en el siglo vi, im pusieron a los som etidos un im ­
puesto de un tercio del producto del suelo, distrib u yén dolo de
m anera que a cada u no de los vencedores le eran asignados
va rio s ven cid os, que h a b ía n de satisfacerle personalm ente el
im puesto. Q u iz á s el odio del vencido al vencedor fuese tan
grand e y a ú n m ay o r en esta situ a ció n que du ran te la guerra;
y acaso el vencedor respondiese a l vencido con el m ism o sen­
tim ien to , bien porque el odio a l que nos odia constituye una
m edida de prevención in stin tiva, b ien porque, como es sabido,
solem os odiar a aquellos a quienes h em os causado algtín daño.
S in em bargo, en esta relación había cierta com unidad; la si­
tu ació n producida por la h ostilidad, la participación forzosa
de los lon go bard o s en las tierras de los naturales, era al m is­
m o tiem po origen de u n innegable paralelism o de intereses.
A l fundirse de este modo indisolu blem ente la divergencia y
la arm on ía, quedaba creado el germ en de u na com unidad
fu tu ra .
E ste tipo de form a se h a realizad o principalm ente en la es­
c la v iza ció n — en vez de la m uerte— del enem igo prisionero. E n
esta esclavitu d se presenta m uch as veces, sin duda, el caso ex­
trem o de la enem istad ab soluta interior; pero con m otivo de
e lla surge u n a relación sociológica y, con frecuencia, su propio
a liv io . P o r eso, cabe provocar a veces la agu d ización de la
h ostilid ad , justam en te, para d ism in uirla. Y no como una espe­
cie de cura por la vio len cia, confiando en que el antagonism o
se acabará, m ás a llá de cierto lím ite, o por agotam iento o por
el convencim iento de su insensatez, sino por razones internas;
I.a lucha 27 7

como a veces sucede que en a lg u n as m onarquías se le dan a la


oposición príncipes por jefes, como hizo, v. gr., G u s ta v o W a s a .
C o n esto se fortalece, sin duda, la oposición, a la que a flu y e n
elem entos que de otro m odo h u b ieran perm anecido apartados;
pero al m ism o tiem po se la m antiene en determ inados lím i­
tes. E l G o b iern o , aparentem ente, fortalece la oposición; pero,
en realidad, le rompe la punta.
O tro caso extrem o parece darse cuando la lucha se origina
exclusivam ente en el placer de com batir. Sí la lu ch a se desen­
cadena por a lg ú n objeto, el a fá n de posesión o de d om in io, la
cólera o la ve n gan za, entonces no sólo dim anan del objeto Q
situ ació n que se desea alcan zar condiciones que som eten la
lu ch a a norm as com unes o restricciones recíprocas, sin o que,
por perseguirse una fin alidad exterior a la lucha, ésta adquie­
re un color peculiar, merced al hecho de que todos los fines
pueden, en principio, conseguirse por varios m edios. E l afán
de posesión o de dom inio, e in clu so el deseo de a n iq u ila r al
enem igo pueden satisfacerse por m edio de otras com b in acio­
nes y acontecim ientos que no sean la lucha. C u a n d o la lucha
es un sim ple medio, determ inado por el term inus ad quem , no
h a y m otivo algu n o p ara no lim ita rla o suspenderla, si puede
ser sustitu id a por otro m edio con el m ism o resultado. P ero
cuando la lucha viene determ inada exclusivam ente por el
term inus a cjuo sub jetivo; cuando existen energías interiores
que sólo pueden ser satisfech as por la lucha m ism a, entonces
es im posible su stitu irla por otro m edio, pues que constituye
su propio fin y conten id o y , por tanto, no adm ite la colab ora­
ción de otras form as. E sta s luchas, por el placer de luch ar,
parecen determ inadas form alm ente por un cierto instinto de
h o stilid a d , que se ofrece a la observación psicológica y de cu­
yas diversas form as vam os a h a b la r ahora.
D e u na enem istad n a tu ra l entre los hom bres h ab lan los
m oralistas escépticos, que creen que el hom o est h o m in i lu p us,
y que «hay algo en la desgracia de nuestros m ejores am igos
que no nos desagrada». P ero la creencia opuesta, la que de­
duce el altru ism o mora! de los fundam entos transcendentales
de nuestro ser, no se aleja tam poco m ucho de ese pesim ism o;
pues confiesa que en la experiencia calculable (le nuestras v o ­
liciones, no se h a lla la dedicación al tú. S eg ú n esta idea, el
S ociología

hom bre es, em píricam ente, p ara el entendim iento, u n ser


egoísta, y las m odificaciones de este h echo n a tu ra l no acon­
tecen por obra de la n a tu ra le za m ism a, sino por el deus e x
m achina de u n a realidad m etafísica. Parece, pues, que ju n to a
la sim p a tía entre los hom bres debem os colocar, com o form a o
base de las relaciones h um anas, u na h o stilid a d n atu ral. E l
interés extrañam ente fuerte q¡ue, por ejem plo, in sp ira n al
h om bre los padecim ientos de los dem ás, sólo puede explicarse
com o resultado de u na m ezcla de am bas m otivaciones.
T a m b ién es resultado de esa a n tip atía n a tu ra l el fenóm e­
n o no raro del «espíritu de contradicción». E ste espíritu no se
encu entra ta n sólo en el conocido tipo que por p rin cip io dice
Que no a todo, ese tipo que vem os en los círculos de am igos y
de fa m ilia , en los com ités y en los p ú b lico s de teatro y que
con stitu ye la desesperación de los que le rodean. T am poco
encuentra sus ejem plares más característicos en la esfera p o lí­
tica, en esos hom bres de oposición cu y o tip o clásico describe
M a c a u la v cuando dice de R o b erto F ergu son : «Su Hostilidad
no se dirigía a l P ap a d o o ai P ro testan tism o, a l G o b ie rn o m o­
nárquico o a l rep ublicano, a la casa de E stu a rd o o a la de
N a s s a u , sin o a todo cuanto en su época estaba establecido.» N o
siem pre son tipos de «oposición pura.» los que como tales se
consideran; pues generalm ente éstos se presentan com o delen-
sores de derechos m enoscabados, com o cam peones de lo ob jeti­
vam en te ju sto , com o caballerescos am paradores de la m inoría.
H a y sín to m as m enos destacados que, a m i parecer, d elatan ,
sin em bargo, m ás claram ente el afán abstracto ce oposición.
T a le s son, por ejem plo, la tentación, a m enudo inconsciente o
apenas ap untad a, de oponer la negación a u n a afirm ación o
solicitu d cualquiera, sobre todo si es form ulada de un m odo
categórico. H asra en m om entos de arm on ía e inclu so en n a tu ­
raleza s absolutam ente condescendientes, surge este in stin to
de oposición, con la necesidad de un m o vim ien to reflejo, y se
m ezcla, aunque sin resultad os perceptibles, en la conducta
total. Y aunque quisiéram os considerarlo como un in stin to
de defensa— an álogo al que lle va a m uchos an im ales a res­
ponder a un sim ple contacto, desplegando autom áticam ente
sus m edios de defensa o ataqu e— , n o h aríam os con ello sino
dem ostrar justam ente el carácter p rim ario y fun d am en tal de
La lucha 27 9

la oposición. E sto sign ificaría, en efecto, que la person alidad,


au n q u e no sea realm ente atacada, aun que sólo se encuentre
ante m anifestaciones p uram en te ob jetivas de otros, necesita
oponerse para afirm arse, siendo el prim er in stin to de p ropia
afirm ació n a l m ism o tiem po la negación del otro.
P ero, sobre todo parece in evita b le el reconocer un in stin to
de lu c h a a priori, si se tiene en cuenta los m o tivos increíble­
m ente n im ios y b a sta rid ícu lo s, que o rigin an las lu ch as m ás
serias. U n h istoriador in glés refiere que no hace m ucho tie m ­
po dos partidos irlandeses h a b ía n ensangrentado a l p aís, a
consecuencia de u n a enem istad que surgió p o r u n a disputa
sobre el color de u n a vaca. E n la In d ia, hace a lg u n o s decenios,
o cu rriero n peligrosas revu eltas, a consecuencia de la riv a lid a d
de dos partidos que no sab ía n u n o de otro sin o que el uno era
el de la m ano derecha y ei otro el de la m an o izqu ierd a. E sta
pequenez de los m o tivo s se ofrece, por decirlo así, en el otro
extrem o, cuando se considera la s señales rid icu las en que se
m an ifiesta a veces la h ostilidad. E n la In d ia, m ah om etan os e
in d ios, viv e n en enem istad laten te, que se m an ifiesta en que
los m ahom etan os ab roch an sus vestidos a la derecha y los in ­
d io s a la izqu ierd a, en que en las com idas en com ú n aquéllos
se sien tan en círculo y estos en h ilera, en que los m ah o m e­
tanos. pobres u sa n com o plato u n lad o cíe cierta h o ja y los
in dios el otro. E n las enem istades entre hom bres es frecuente
que la causa y el efecto sean tan incoherentes y desproporcio­
nadas, que no puede saberse bien si el aparente objeto de la
Iucba es, en efecto, la causa de ésta, o sólo la m an ifesta ció n de
una h o stilid a d y a existente. E n a lg u n o s episodios de la lucha
entre lo s partidos griegos y ro m an o s del circo; en las disputas
por el orooiísios y el om oiúsios; en la guerra de la rosa r o ja y
la rosa blanca; en las luchas de los gü elfos y los gib elín o s, la
im p osibilid ad d e h a lla r u n m o tivo razo n ab le de lu c h a nos
su m e en la citada incertidum hre. E n general, se recibe la im ­
presión de que los hom bres no se han am ado n u n ca por m o­
tivo s ta n fú tiles com o lo s que les llevan a odiarse.
F in alm en te, la facilid ad con que se sugieren sen tim ien tos
h ostiles, m e parece indicar tam b ién la existen cia de u n in s tin ­
to h u m a n o de h ostilidad. E n gen eral, es m ucho m ás d ifíc il al
h om b re m edio in sp ira r a otro co n fia n za y afecto h acía u n ter-
280 S ociologi.!

cero indiferente, que in fu n d irle desconfianza y rep ulsión . E n


este sentido, parece particularm ente sign ificativo el h ecko de
que dicha diferencia sea m ayor, tratán dose de los grados in fe­
riores de aquellos sentim ientos, p o r ejem plo, la m era in ic ia ­
ción del prejuicio en pro o en contra de algu ien . E n los gra­
dos m ás elevados que conducen a la práctica, no decide y a esta
in clin ació n fu g itiv a sino estim aciones conscientes; pero aqué­
lla delata la existen cia de un in stin to fu n d am en tal. E l m ism o
hecho esencial se revela cuando consideram os que esos le­
ves prejuicios que ve ía n com o con u n a som bra nu estra im a ­
gen de otro, pueden sernos sugeridos por personas com pleta­
m ente indiferentes, a l paso que u n prejuicio favorable sólo
puede sernos sugerido por algu ien que ten ga autoridad sobre
nosotros o que pertenezca al círculo de nuestros am igos. A c a ­
so no a lca n za ra su trágica verdad el aliq uid haerei, sin esta
facilid ad o lig ereza con que el h om bre m edio reacciona a su ­
gestiones desfavorables.
L a ob servación de determ inadas a n tip atía s y pugnas, in ­
trigas y lu ch as francas, podría llevar, sin duda, a la creencia de
que la enem istad figura entre aqu ellas energías h um an as pri­
m arias, que no se desencadenan por la realidad exterior de
sus objetos, sino que se crean a sí m ism as dichos objetos. A s í
se h a afirm ado que el hom bre tiene religión , no por que crea
en D io s, sino que cree en D io s porque tiene en su alm a el
sentim iento religioso. C o n respecto a l am or reconoce todo el
m undo que, particularm ente en la juven tu d , no es u n a m era
reacción de nu estra alm a, u n a reacción producida por el obje­
to, com o se producen las sensaciones de color en nuestro ap a­
rato óptico, sin o que el alm a siente la necesidad de am ar y
aprehende u n objeto cualquiera que la satisfaga, vistiéndole a
veces con aquellas cualidades que, a i parecer, determ inan el
am or. N a d a se opone a que— con las lim itaciones que ahora
diré— no sea esta tam bién la evolución del afecto opuesto. E l
alm a poseería entonces u n a necesidad au tócto n a de odio y de
luch a, y a m enudo transp ortaría a los objetos elegidos las
cualidades que despiertan el odio. Y si esto no se m an ifiesta
de u n m odo ta n patente com o en el caso del am or, es q u izá
porque el instinto erótico, gracias a su enorm e v io len cia física
en la juven tu d, m uestra de un m odo in co n fu n d ib le su espon-
La lucha

tan eidad, su determ inación por el term in vs a quo. P o r excep­


ción ta n sólo tiene el in stin to del odio estadios de esta vio ­
lencia, en los que se p a ten tiza su carácter su b jetivo y espon­
tán eo (l).
S i realm ente existe en el hom bre u n in stin to form al de
h o stilid a d , sim étrico a la necesidad de sim p atía, me parece
que h istóricam ente ha de proceder de u n o de esos procesos de
d estilación , que hacen que los m ovim ien tos internos dejen en
el a lm a su form a com ú n, com o in stin to au tón om o. Intereses
de todo ¿enero o b lig an frecuentem ente a lu ch ar por determ i­
n ados hienes, a la oposición contra determ inadas personas; y
es m u y fácil que el residuo de esas luchas y oposiciones, en la
p rovisión hereditaria de nuestra especie, sea u n estado de ex­
citación que im pele a m an ifestacion es de an tagon ism o. L as
relaciones entre los g ru p o s p rim itivos son, com o es sahido, to­
talm ente de h o stilid ad , y por razones m uchas veces dichas. E l
ejem plo m ás extrem o n os lo dan los indios, entre los cuales
cada tribu se consideraba en estado de guerra con todas las
dem ás, a no ser que h ubiera concertado un tratado de paz ex­
preso. P ero no h a y que o lv id a r que en la s cu ltu ras prim itivas,
la guerra co n stitu ye casi la ú n ica form a de contacto con g ru ­
pos extrañ os. M ien tra s el com ercio in terterrito rial estuvo poco
desarrollado, m ien tras eran desconocidos los viajes in d iv id u a ­
les y las com unidades esp iritu ales no tran sp o n ían las fron te­
ras del grupo, no h ab ía entre lo s diversos grupos otra posible
relación sociológica que la guerra. L a relació n que m antienen
entre sí lo s elem entos de u n grupo y las que m antienen los
gru p os u n o s con otros es, en la s épocas p rim itivas, com pleta-

(t) T o d a s las rela cion es de u n h om b re c o n lo s dem ás se d ivid en , e n su tnás h o n ­


d a rafe, según la respuesta q u e se dé a la* p resu n tos siguientes, a u n q u e c o n in n u m e ­
rables transicion es entre lo s p o lo * de ln afirm ativo y ncaa tiva : ¿es s u base espiritual un
in s tin to que, co m o tal, S e d esen vu elve atSn sin estim u lo extern o y b u s ca p o r su parte
u n o b je t o ad ecu a d o O u n o b je t o q u e lo fa n ta sía y la necesidad con vierten en adecua­
d o ? , o ¿co n siste la base espiritu a l en la rea cción p ro v o ca d o en n o s o tr o s p o r la existen­
cia . la a ctiv id a d de cierta p erson a ? N a tu ra lm en te, en este ú ltim o ca so , h a n de existir
las p osib ilid a d es en nuestro alm a, a u n q u e laten tes e incapaces p o r si s o lo s d e co n fig u ­
rarse en in stin to. L as rela cion es entre io s h o m b r e s — rela cion es in telectu a les y estéti­
cas, de sim p a tía >• de a n tipatía — pu ed en a com od a rse en esa o p o sic ió n , y de e sc fu n d a ­
m e n to es de d on d e con frecu en cia deriva n sus form a s de e v o lu c ió n , s u in ten sid a d y su
peripecia.
282 Sociología

m ente opuesta. D en tro del grupo, Ja enem istad sign ifica por
regla gen eral la rup tu ra de relaciones, el apartam iento y la
evitació n de contactos; hasta la v io len ta acción recíproca de la
lucha fran ca se encuentra acom pañada de estas m an ifestacio­
nes negativas. E n cam bio, los grupos viv e n en total in d iferen ­
cia, u n o s frente a otros, m ien tras rein a la p az, y sólo con la
guerra adquieren u n a sign ificación recíproca activa. P o r eso
u n o y el m ism o im p u lso de exp an sió n y activid ad , que en el
in terior fom en ta la paz como base de la com binación de in te ­
reses y de la b u en a m archa de las acciones recíprocas, se m a­
n ifiesta hacía afu era como una tendencia belicosa.
P ero esta a u to n o m ía que se puede conceder en el alm a a l
in s tin to de h o stilid ad , no es suficiente para fu n d am en tar todas
la s m an ifestacion es de la enem istad. P o r de pronto, el instinto
m á s espontáneo ve lim itad a su soberanía, por cuanto no pue­
de verterse sobre cualquier objeto, sino sólo sobre los que de
a lg u n a m anera le convienen. E l ham bre surge, sin duda, en el
su jeto sin necesidad de objeto que la actualice; sin em bargo,
n o se precipita sobre la piedra o la m adera, sin o sobre objetos
que sean , en cierta m anera, com estibles. A s i tam bién el am or
y el odio, aun que sus im pulsos no procedan de excitaciones
externas, necesitan que en la estructura de sus objetos h aya
a lg o adecuado a ellos, con cu ya colaboración se p roduzca !a re­
lació n total. P o r otra parte, me parece p robab le que el in stin to
de h ostilid ad , Jado su carácter fo rm al, no se presente, en gene­
ral, sino para fortalecer controversias o rigin adas en m otivos
m ateriales, para actuar com o pedal, p o r decirlo así. Y cuando
la lu ch a se produce puram ente por el placer fo rm a l de la con­
tiend a y es, por tanto, indiferente en prin cipio tatu ó al objeto
com o al adversario, surge en el transcurso de ella, in evita b le­
m ente, odio c irritació n contra el enem igo com o persona, y
acaso tam bién interés por el precio de la lucha; porque estas
pasiones alim en tan y aum entan la energía aním ica de la
lu ch a. E s conveniente odiar al adversario contra quien por
cualq u ier m otivo se lu ch a, como es conveniente am ar a aquel
a quien se está ligado y con el que h a y que con vivir. L a ver­
dad que se enu ncia en un cantar p o p u lar de B erlín: «Lo que
se hace por am or, m archa m ejor», puede aplicarse tam bién a
lo que se hace por odio. L a conducta recíproca de los hom bres
I a lucha 283

se exp lica m uch as veces por u n a adap tación in terior que va


encendiendo en nosotros los sentim ien tos m ás adecuados a la
situ a ció n dada, para e x p lo ta rla o com batirla, para sop ortarla
o ab reviarla; esos sentim ientos n os su m in istran la s fuerzas
necesarias a la ejecución de la tarea y a la p a ra liza ció n de ios
m ovim ien to s contrarios.
N in g u n a lu ch a seria puede durar m ucho sin el a u x ilio de
un com plejo de im p u lso s aním icos, que se v a n produciendo
lentam ente. T ie n e esto u n a g ra n im p ortan cia sociológica. L a
pureza de la lu ch a, por el placer de la lu ch a, sufre con tam in a­
ciones de intereses ob jetivos, de im pulsos que pueden ser satis­
fechos de otro m odo que por la lu ch a y que en la práctica cons­
titu y e n el puente entre la contienda y las otras form as de ac­
ció n recíproca. P ro p iam en te n o conozco m ás que u n caso en
que el atractivo de la lu ch a y la v icto ria por sí m ism as sea el
m otivo único; en lo s dem ás casos, ese am or a la lu ch a es un
elem ento m ás que se su m a al antagonism o provocado por
otros m otivos. M e refiero a los juegos de lu ch a y, especial­
mente, a aquellos en que no h a y n in g ú n prem io de la victoria,
fuera del m ism o juego. A q u í la atracción puram ente so cio ló ­
gica del predom inio y de la sup eriorid ad se com bina con dis­
tin to s factores: en las luch as de h abilid ad , con el placer p u ra­
m ente in d iv id u a l del m ovim ien to adecuado y logrado; en los
juegos de azar, con el fa v o r de la suerte, que nos otorga u n a
m ística relación de arm o n ía con las potencias residentes a lle n ­
de el in d ivid u o y los acontecim ientos sociales. E n todo caso,
los juegos de lu ch a no contienen, en su m otivación socioió¿i-
ca, n a d a m ás que la lu ch a m ism a. L a ficha sin va lo r, por la
cu al a m enudo se com bate con la m ism a pasión que si se tra ­
tase de m onedas de oro. sim b o liza el form alism o de este in s­
tin to , que. a veces, a u n en la s lu ch as del dinero, sobrepasa con
m ucho al interés m aterial.
P ero debemos advertir que justam en te este d u alism o per­
fecto supone, para su realizació n , form as sociológicas en el
sentido m ás estricto de la palabra; supon e u nificaciones. L os
h om bres se reúnen p ara lu ch ar y lu ch an bajo el im p erio, por
am bas partes reconocido, de norm as y reglas. E,sta.s u n ifica ­
ciones. en cu yas form as se re a liza la lu ch a, n o entran, em pe­
ro, como queda dicho, en su m otivación; con stituyen la técni­
284 S ociología

ca, sin la cual no podría verificarse u n a lu ch a que exclu ye


toda base heterogénea u ob jetiva. L a reglam en tación de estas
lu ch as es, con frecuencia, rigu ro sa e im personal, y la observan
am bas partes como un código del h o n o r, con u n a discip lin a,
que pocas veces se da en las form as de u n ió n y de cooperación.
E ste ejem plo nos ofrece, casi con la p u reza de los concep­
tos abstractos, el principio de la lu ch a y el principio de la
u n ió n , que reúne los opuestos. A s í vem os cóm o el u no sólo
adquiere, gracias a l otro, su pleno sentido y efectividad socio­
lógicas. L a m ism a form a do m in a en la contienda jurídica,
aun qu e no con igu al pureza en los elem entos. S in duda existe
aq u í u n objeto de la contienda, con cuya cesión v o lu n ta ria
podría term in ar la pugna, cosa que no sucede en la lu ch a por
el placer de la lu ch a. T am b ién puede decirse que lo que en los
pleitos se llam a el placer de la lucha es, en la m a y o ría de los
casos, otra cosa: el enérgico sen tim ien to del derecho o la im p o ­
sibilid ad de sop ortar u na agresión re a l o sup u esta, en la esfera
ju ríd ica con que el yo se siente so lid ario. L a ob stin ación y la
tenacidad con que tan a m enudo se desangran las partes en
los pleitos, no tienen, ni aún en el d em an dan te, el carácter de
o fen siva, sino el de u na defensiva en el sentido m ás hondo.
Se trata, efectivam ente, de afirm ar la person alidad que está tan
lig a d a a su p atrim on io y a sus derechos, que todo m enoscabo
la a n iq u ila , y la lleva consecuentem ente a u n a lu ch a donde
pone en ju ego la existencia toda. P o r consiguiente, es este
in stin to in d iv id u a lista y no el sociológico de la lu c h a el que
determ ina tales casos.
P ero si m iram os a la form a m ism a de la lu c h a , verem os
que la contienda ju ríd ica es absoluta; esto es, que las p reten­
siones de am bas partes son defendidas con pura objetivid ad y
em pleando todos los m edios perm itidos, sin desviarse o a m i­
norarse por consideraciones personales o exteriores de n in g ú n
género. L a contienda ju ríd ica es, pues, en este sentido lu ch a
ab solu ta, porque en toda ella no entra nada que no pertenezca
a la lucha com o ta l y no sirv a a su fin. E n la esfera no ju ríd i­
ca, a u n en las lu ch as m ás violen tas, es al m enos posib le algo
subjetivo, la in terven ción del destino, la m ediación de un ter­
cero. P ero en la contienda ju rídica queda excluido todo eso,
por la objetividad con que se desarrolla. E sta elim in ación de
L.» lucha 285

tod o cuanto no sea la lu c h a m ism a, puede convertir la con tien ­


d a ju rídica en u na lu c h a perm anente fo rm a l, indep en diente de
s u contenido. E sto acontece de u n a parte en la casuística ju r í­
dica, en la cual y a no se pesan com parativam ente elem entos
reales, sino (fue los conceptos lu c h a n u n a contiend a com p leta­
m ente abstracta. P o r otra parte, la lu ch a se tra sla d a a veces
a elem entos que no tienen la m enor relació n con lo que h a de
ser decidido en la contienda. E n la s civ ilizacio n es elevadas las
contiendas jurídicas corren a cargo de abogados p rofesionales,
lo cu al lim p ia la lu ch a de todas las asociaciones personales
que n ada tienen que ver con ella. P ero cuando O tó n el G r a n ­
de dispuso que las cuestiones ju ríd icas se resolvieran en ju icio
de D io s, por un com bate a cargo de luchadores p rofesion ales,
y a no queda de todo el conflicto de intereses sin o la p u ra fo r ­
m a del lu ch ar y el vencer; esto es lo ú n ico que h a y de com ú n
entre la contienda que h a de ser decidida y la lu ch a que la
decide. E ste caso expresa con exageración caricaturesca la re­
d u cción y lim itació n de la contiend a ju rídica a la m era lu ch a.
P ero justam ente por su p u ra ob jetivid ad , este tipo de
lu c h a — el m ás despiadado de todos, precisam ente por estar
m ás a llá de la o p osición su b jetiva entrc^compasión y crueldad
— supone en conjun to la u n id ad y com u nidad de la s partes,
en ta n alto grado, que apenas se encontrará en n in g u n a otra
relación . L a sum isión com ún a la ley; el reconocim iento
m u tu o de que la decisión só lo h a de recaer según el valor
objetivo de las razon es aducidas; el m an tenim iento de form as
in v io la b le s para am bas partes; la conciencia de encontrarse
en vu elto s durante todo el procedim iento en u n poder y orden
.sociales, que le prestan sentido y seguridad, todo esto hace
que la contienda ju rídica descanse sobre u n a am p lia base de
unan im id ad es y coincidencias entre los enem igos. A n á lo g a ­
m ente, aunque en m enor grado, las partes que con tratan , los
que intervienen en u n negocio com ercial, co n stitu yen una
un id ad , por cuanto, aun que sean opuestos sus intereses, acatan
n orm as para todos igu alm en te o b ligatorias. L o s supuestos
com unes que exclu yen de la contienda ju rídica todo lo m era­
m ente personal, ostentan aquel carácter de pura ob jetivid ad , al
que corresponde la im p lacab ilid ad , la dureza, la in con d icion a-
lid ad de la lucha. A s í, pues, la contiend a-ju ríd ica m uestra, no
286 Sociología

m enos que lo s juegos de lu ch a, esa a lte rn a tiva entre el d u a lis ­


m o y la u n id a d de la relació n sociológica; la extrem a in con d i-
c io n a lid a d de la lu c h a se produce ju stam en te m erced a la u n i­
dad severa, determ inada p or las n o rm as y condiciones co­
m unes.
F in alm en te, esto m ism o sucede siem pre que la s partes es­
tá n penetradas de un interés objetivo, es decir, cuando lo que
con stitu ye el interés de la lu ch a, y con ello la lucha m ism a,
está diferenciado de la person alidad. E n estos casos puede
ocurrir: o bien que la lu ch a gire en torno a cuestiones p u ­
ram ente ob jetivas, quedando f u e r a de e lla y e n paz todo
lo person al, o bien que haga presa en la s personas y en su
aspecto su b jetivo , sin que por ello su fran alteracion es o d isi­
dencias los intereses objetivos com unes a la s partes. E l ú lti­
m o tip o está caracterizado en la exp resión de L eib n itz: que
correría tras de su enem igo m ortal, si pudiera aprender algo
de él. E s ta n evidente que esto puede calm ar y aten u ar la
enem istad , que sólo el resultado opuesto queda en cuestión.
L a enem istad que corre paralela a cierta com u n id ad c in te li­
gencia en lo objetivo, tiene, por decirlo así, u n a gran pureza
y seguridad de derecho; la conciencia de la separación veri­
ficada nos asevera que no lleva m o s la rep u lsión personal
adon d e n o debe entrar, y la tra n q u ilid a d de conciencia que así
a d q uirim os, puede, en ocasiones, condu cir a que la enem istad
se encone. P u e s al lim ita rla a su verdadero foco, que es al
propio tiem po lo m ás sub jetivo de la person alidad, nos a b a n ­
donam os a veces a ella de u n m odo másS am plío, m ás ap asio­
n a d o , m ás concentrado, que si h ubiéram os de arrastrar ade­
m ás el lastre de anim osidades secund arias, producidas por
con tagio de aqu ella central.
E n cam bio, cuando la diferenciación de la lu c h a no deja
en la contienda sino intereses im personales, desaparecen por
u n a parte el encono y la irrita ció n in ú tiles, con que suele
ven garse la p erso n alizació n de controversias objetivas; pero,
por otra parte, la con vicción de no ser m ás que el represen­
tante de pretensiones im personales y de no lu ch a r por sí m is­
m o, sin o por la causa, puede prestar a la lu ch a u n rad icalis­
m o y u n a desconsideración, que h a lla su a n a lo g ía en la con­
ducta g en eral de m uch as personas a ltru ista s, con tendencias
La luch3 287

m u y idealistas y que, no teniendo consideración a lg u n a de sí


m ism os, tam poco las tienen de los dem ás, y se creen a u to ri­
zados para sacrificar a los dem ás a la idea, por la cu al se sa­
crifican ellos m ism os. E ste género de lu ch a, en la que actúan
todas las fuerzas de la persona, pero cuyo triunfo redunda en
beneficio de la causa, tiene u n carácter distin gu id o, pues el
hom bre distinguido es el que, siendo com pletam ente personal,
sabe, sin em bargo, reservar su personalidad; p o r eso la o b jeti­
vidad produce la im presión de ía nob leza. P ero una vez rea­
lizada de esta diferen ciación y ob jetivad a la lu ch a, esta y a no
se somete a m ás reservas, pues ello con stitu iría un pecado con­
tra el interés objetivo en que la lucha se h a concentrado. S o ­
bre la base de la com unidad que las partes co n stitu y en , a l l i ­
m itarse cada cual a la defensa de la causa o b jetiva y ren u n ­
ciar a todo elem ento person al y egoísta, presentará la lu ch a
toda la violencia p osible, sin las agravacion es, pero tam bién
sin las atenuaciones que trae consigo la interven ción de ele­
m entos personales; no obedecerá m ás que a su propia ló gica
inm anente.
E ste contraste entre la u n id ad y el an tago n ism o, se m an i­
fiesta del m odo m ás acusado, cuando am bas partes persiguen
realm ente uno y el m ism o fin, la investigación, v. gr., de u n a
verdad científica. E n este caso, to d a condescendencia, tod a cor­
tés renuncia a la victoria sobre el adversario, toda p a z firm ada
antes de conseguir el triu n fo d efinitivo, sería u na traición a
la objetividad, en cu yas aras se h a excluido de la lu ch a el
personalism o. E n la m ism a form a se desen vuelven la s lu ch as
sociales desde M a rx , siendo enorm es la s diferencias en otros
sentidos. D esde el m om en to en que se ha reconocido que la
situación de los trabajadores está determ inada por la s con di­
ciones objetivas de la producción, indepeiidientem ente de la
volu n tad de los in d ivid u o s, ha decrecido visiblem ente el en­
cono personal de las lu ch as, tanto generales com o locales. E l
patrono y a no es, p o r ser p atron o, u n vam piro y u n egoísta
condenable; el obrero y a no actúa siem pre m ovido por u na
codicia perversa; am bas partes com ienzan a l m e n o s a no
echarse a la cara sus dem andas y tácticas Como fru to s de
m aldad personal. E sta ob jetivació n se h a conseguido en A l e ­
m an ia propiam ente por un cam ino teórico, y en Inglaterra,
288 S ociología

p or el desarrollo del trad eu n io n ism o . E n A le m a n ia lo perso­


n a l e in d iv id u a l del an tago n ism o h a sido superado por la ge­
n eralid ad abstracta del m o vim ien to h istórico y de clases; en
In g laterra , gracias a l carácter su p ra in d iv id u a l y u nitario que
tom ó la acción de los sindicatos obreros y de las asociaciones
p atro n ales. P e ro no por ello k a d ism in u id o l a violen cia de la
lu ch a; antes, a l contrario, se k a kecho m ás consciente, m ás
concentrada y a l propio tiem po m ás a m p lia , al adquirir el in ­
d ivid u o la conciencia de que lu ch ab a , no só lo para sí,* sino
p a ra u n g ra n objetivo im personal.
U n síntom a interesante de esta correlación puede encon­
trarse, v. gr., en el b oycot acordado por los obreros en 1894
con tra las fáb ricas de cerveza de B e rlín . F u é esta u n a de las
lu c h a s locales m ás v io len ta s de l o s últim os decenios. P o r
a m b as partes fu é llevad a con la m ay o r energía; pero sin que
hubiese n in g ú n encono p erson al— lo que h u b iera sido fá c il—
de los obreros contra los directores de la s fábricas o a l con tra­
rio. F u é posible in clu so que dos de los jefes exp usieran , en
p len a Iucba, sus opiniones acerca de e lla en u n a m ism a revis­
ta, coincidiendo am bos en la exp osición objetiva de los He­
chos, y separándose ta n só lo en la s consecuencias prácticas
deducidas por cada, partido. L a lu ch a prescindió de todo lo no
objetivo y puram ente personal, lim itan d o así cu a n tita tiva ­
m ente el antagonism o; y haciendo posible la in teligen cia en
todo lo personal, produjo un respeto m utuo, y engendró la
convicción de que iban arrastrados am bos en com ú n por n e­
cesidades h istóricas. Y esta base de u n id a d no d ism in u yó,
sino que potenció la intensidad, la decisión y la ob stin ada
consecuencia de la luch a.
E l hecho de que los adversarios ten g an algo de com ún,
sobre lo que se a lz a la lu ch a, puede, es cierto, m an ifestarse en
form as m ucho m enos nobles. Sucede esto cuando ese elem en­
to com ú n no es u na norm a objetiva, un interés superior al
egoísm o de los partidos en lu ch a, sino u n a in teligen cia secre­
ta sobre u n fin egoísta, com ún a am bas partes. E n cierto sen­
tido, fué este el caso en los dos grandes partidos ingleses del
siglo x v i i i . F ío existía entre ellos u n a oposición radical de
convicciones p olíticas, y a que se trataba para am bos de m a n ­
tener el régim en aristocrático. E r a curioso ver cómo dos par-
L a lu c h a 2S9

tidos que se habían, distribu ido el cam po de la lu c h a p o lítica,


n o se com batían radicalm ente... porgue habían concertado un
pacto tácito contra algo que no era partido político. E sta sin ­
g u lar lim itación de la lu ch a se h a relacionado con la corrup­
ción parlam entaria, im perante en aquel período; no parecía
crim en grave vender las propias convicciones en favor del p a r­
tido contrario, porque el program a de éste ten ía con el propio
una am p lia, b ien que secreta base com ún, m ás a llá de la cu al
com enzaba la lucha. L a facilidad de la corrupción m uestra
que la lim itación del antagonism o por u na com unidad entre
las partes, no íu é causa de que aqu el antagonism o se tornase
m ás objetivo y fund am ental, sino que, por el contrarío, lo
ab lan d ó, im purificando su sentido necesario.
E n otros casos m ás puros, la síntesis del m onism o y el a n ­
tagonism o de la s relaciones, puede producir e l resultado
opuesto, cuando la u n id ad es el pun to de partida y el fu n d a ­
m ento de la relación, alzán d o se por encim a de ella la lucha.
E s ta entonces suele ser m ás ap asionada y radical que cuando
no existe n in g u n a com unidad de los partidos, que sea anterior
o coetánea. L a a n tig u a le y judaica, aunque perm itía la b iga ­
m ia, p ro h ib ía el m atrim o n io con dos h erm anas (aunque,
m uerta u na de ellas, podía el viudo casarse con la otra), pues
esto hubiera fom entado lo s celos. Se supone aquí, sin m ás n i
m ás, que sobre la base del parentesco surge m ayor a n ta g o n is­
mo que entre personas extrañas. E l odio m utuo que se profe­
san los pequeños E stad os vecinos, cuya concepcxóíi del m u n ­
do, cu yas relaciones e intereses locales son inevitablem ente
m u y sem ejantes, e in clu so coinciden en m uchas cosas, es más
enconado e irreconciliable que el que existe entre grandes n a ­
ciones, com pletam ente extrañ as en el espacio como en la m a­
nera de ser. E sta fue !a desgracia de G recia y de la Ita lia post­
rom ana; e Inglaterra se víó conm ovida por un caso sem ejante
antes de que, tras la conquista norm an da, se fun d iesen las dos
razas. E stas dos razas viv ía n m ezcladas en los m ism os terri­
torios, ligadas por intereses constantes y reunidas por el pen­
sam iento de un E stado u n itario ; sin em bargo, eran com pleta­
m ente extrañas en lo interno, n o se com prendían m utuam ente
y eran enem igas por lo que respecta a los intereses de poder.
E ste odio, com o se h a dicho con razón , era aún m ás encona-
S o c io lo g ía

do que el que puede existir entre raízas separadas exterior e


interiorm ente. E n los asu ntos eclesiásticos es donde vem os los
ejem plos m ás acentuados de este hecho, porque la m ás peque­
ñ a divergencia dogm ática adquiere en seguida u n carácter de
an tagon ism o irreconciliable. A s í sucedió en la s lu cb as confe­
sionales entre luteranos y reform ados, especialm ente en el
siglo xvii. A p e n a s efectuada la separación del catolicism o, so ­
brevin o, por las causas m ás nim ias, la escisión en partidos; y
con frecuencia se oía decir que v a lía m ás entenderse con pa­
p istas que con los de las otras confesiones. Y cuando en 1875,.
en B erna, se produjo u na dificultad sobre el sitio en que h ab ía
de verificarse el culto católico, el P ap a no perm itió que se ce­
lebrase en la iglesia que u tiliza b a n los «viejos católicos», y sí,
en cam bio, en u n a iglesia reform ada.
D o s clases de com unidad sirven de fundam ento a una
agu d ización p articular del antagonism o: la com unidad de
cualidades y la com unidad que consiste en estar com prendidos
en u na m ism a conexión social. L a prim era procede exclu siva­
m ente del hecho de que som os seres de diferenciación. E l an ta ­
gonism o excitará la conciencia, tanto m ás h o n d a y v io len ta ­
m ente cuanto m ayo r sea la igu ald ad sobre que se produce.
C u a n d o rein a un am biente de p a z y afecto; la h ostilidad cons­
titu y e un excelente m edio para proteger y conservar la asocia­
ción, m edio sem ejante a la fu n ció n que ejerce el dolor en el or­
gan ism o , avisan do la presencia de la enferm edad. E n efecto, la
energía con que la disonancia se m anifiesta, cuando por lo de­
m ás reina perfecta arm onía, es un aviso que nos in vita a sup ri­
m ir en segu ida el m otiyo de disensión, y no dejar que siga tra­
b ajan do en la subconcíencia y am en azan d o la base m ism a de la
relación. P ero cuando fa lta este deseo fundam ental de aven en ­
cia, la clarid ad con que se percibe el antagonism o, destaca so­
bre la general arm o n ía y contribuye a agu dizarlo. P erson as
que tienen m uchas cosas en com ún se b acen frecuentem ente
m ás d añ o y m ayores in ju sticia s que los extraños. A lg u n a s ve­
ces, porque la extensión grande de la s coincidencias entre
ellos h a pasado a ser cosa sobreentendida, y entonces la rela ­
ción recíproca de las partes no es determ inada por esa com u­
nidad, sin o por las diferencias m om entáneas; pero, p rin cip al­
m ente, porque habiendo entre ellos pocas cosas diferentes, el
La lucha 291

m enor an tagon ism o adquiere u n a im p o rtan cia m ucho m ay o r


que entre extraños, los cuales, y a de antem ano, están ap ercib i­
dos a todas las diferen cias posibles.
D e aqu í los conflictos fam iliares, producidos por las m ás
asom brosas m enudencias; de aqu í lo trágico de la m in u cia,
que bace que se separen personas que v iv ía n en com pleto
acuerdo. L s t a rup tu ra no prueba en m odo a lg u n o que las
fuerzas de conciliación estén en decadencia; puede suceder que
la gran igu a ld ad de cualidades, in clin acion es y conviccion es,
b a ga que la escisión en un punto cualquiera, por in sig n ifica n ­
te que sea, se sien ta com o ab solutam en te in tolerab le, por la
v iv eza del contraste. A gregú ese a esto que a l extrañ o, con
quien no com partim os n i cualid ad es n i intereses, le conside­
ram os objetivam ente, reservando nuestra p erson alidad; por lo
cual no es fá c il que esa diferencia se apodere de todo nuestro
ser. C o n los m u y diferentes nos encontram os ta n sólo en el
punto de u n trato o en u n a coincidencia de intereses; y , por
eso, el conflicto se lim ita a estas cosas concretas. P e ro cuanto
m ás com unidad tenga nu estra persona com pleta con la perso­
na de otro, tanto m ás fácilm ente asociarem os nuestro y o total
a cualquier relació n con ese otro. D e aquí la vio len cia despro­
porcionada a que, a veces, se dejan arrastrar frente a sus ín ti­
m os personas que ordinariam ente se dom inan.
L a felicidad y p ro fu n d id ad en la s relaciones con u n a perso­
na, con la cual nos sentim os, por decirlo así, idén ticos— u n ió n
que consiste en que n in g u n a relación , n in g u n a palab ra, n in g u ­
n a acción o sufrim iento particulares es verdaderam ente p a rti­
cular, sino como u n a en vo ltu ra con que se viste el a lm a en­
tera— , es justam en te la que bace que las disensiones sean tan
exp an sivas y ap asionadas y que el conflicto en vu elva la perso­
n alid ad entera del otro. L a s personas lig a d a s de este m odo es­
tán dem asiado hab itu ad as a in clu ir todo su ser y su sen tim ien ­
to en la s relaciones que m an tien en, para no adornar la lu ch a
con acentos y, por decirlo así, con u na periferia, que excede con
m ucho a l m otivo concreto y a su sign ificación o b jetiva y que
arrastra en la ruptura a la p erson alid ad entera. L a s personas
m u y cultivadas espirítu alm en te podrán evitar esto, pues es p ro ­
pio de ellas el com binar la dedicación plena a u n a person a con
u na distinción m u tu a de los elem entos del alm a. L a p a sió n in -
292 S ociologi

diferen ciada m ezcla la to talid ad de la persona con la irritación


de u n a parte o de un m om ento. P ero la educación refinada no
deja que estos estados excedan de su propia esfera, bien cir-
cunserista, y esto concede a la relación entre n atu ralezas ar­
m ónicas la ve n ta ja de que. justam en te en los conflictos, se dan
clara cuenta de cuán insign ificantes son las diferencia* en
com paración con la s fuerzas unificadoras.
P ero prescindiendo de esto, ocurre, especialm ente en n a tu ­
ralezas p rofundas, que el refinam ien to de su sensibilidad kará
tan to m ás ap asio n ad os los afectos y las repulsiones, cuanto
m ás se destaquen sobre el pretérito de color contrario; y esto
sucede por decisiones súbitas e irrevocables de su relación, en
contraste con las altern ativas diarias de una convivencia sin
discusión . E n tre hom bres y m ujeres, u n a a versió n com pleta­
m ente elem ental, e incluso un sentim ien to de odio sin ra zo ­
nes p articu lares, y provocado por sim ple repulsión m utua, es,
a veces, el prim er estadio de relaciones, cu yo secund o estadio
es u n am or apasionado. P o d ría llegarse a la paradójica h ip ó ­
tesis de que, en las n atu ralezas destinadas a entrar en u n a es­
trecha relació n sentim ental, este tu m o u oscilación va deter­
m in ad o por u n a especie de sab idu ría in stin tiv a , que consiste
en em pezar por el sentim iento contrarío al que k a de ser de­
fin itiv o — como quien retrocede u n os pasos atrás antes de dar
el s a lto — para conterir a este u n a culm inación apasionada y
a v iv a r la conciencia de lo que se ka gan ad o. L a m isina form a
aparece en el fenóm eno contrario; el am or truncado engendra
el odio m ás profundo. L o decisivo en este cam bio de sentim ien­
tos no es só lo la sensibilidad refinada, sino, sobre todo, el m en­
tís dado a l pasado propio. T en er que reconocer que nuestro
am or profundo fue u n error y u n a falta de instinto (y no me
refiero »solamente al am or sexual), nos pone en descubierto
an te n osotros.m ism os y supone tal atentado a la seguridad y
u n id a d de nu estra conciencia, que, inevitablem ente, fiem os de
cargar la cu lp ab ilid ad sobre el objeto causa de tan insoporta­
ble sentim iento. E l sentim iento secreto de que la culpa es nu es­
tra , queda así oculto m u y adecuadam ente tras el odio, que nos
perm ite echar toda la culpa al otro.
E sta especial violen cia de los conflictos que surgen en rela­
ciones en las cuales, por su esencia, debiera reinar la arm onía.
L j lu c h a 291

parece ab on ar el prin cipio evidente de que la in tim id ad y el


poder de las relaciones entre personas se eck a de ver en la fa l­
ta de diferencias entre ellas. P ero este principio evidente no
rige sin excepciones. E s im p osible que, en com unidades m u y
ín tim as que, com o el m atrim on io, d o m in an o tocan al m enos
la vida entera de los in d ivid u o s, no su rja n ocasiones de con­
flicto. N o ceder nu n ca a ellas, p revin ién d olas y a de an tem a­
no y , por la m utu a condescendencia, cortán dolas antes de que
surjan , no es cosa que proceda siem pre del m ás gen u in o y p ro­
fund o afecto; antes a l contrario, donde esto se da con m ás fre­
cuencia es en án im o s que, siendo am orosos, m orales, fieles, no
llegan , sin em bargo, a la ú ltim a y ab so lu ta entrega sentim en­
tal. E l in d ivid u o se da cuenta de que no puede verter en la re­
lación esta com pleta y ab so lu ta entrega, y por eso procura
m an tenerla lib re de toda som bra, se esfuerza por in d em n izar
a l otro, tratán dole con u n a am ab ilid ad , u n a con sideración y
u n dom inio de sí m ism o extrem os; y, sobre todo, procura tran­
q u iliza r su propia conciencia, por la m a y o r o m enor in sin ce­
ridad de su conducta, que no puede ser transform ad a, en ver­
dad, n i por la m ás decidida y a u n a p asio n ad a vo lu n ta d , p or­
que se trata de sentim ien tos que no dependen de la vo lu n ta d ,
sino que van y vienen com o fu erzas del destino.
L a inseguridad que sentim os en estas relaciones, ju n tam en ­
te con el deseo de m an tenerlas a cualquier precio, nos m ueve
a m enudo a realizar actos de u n extrem ado conform ism o, nos
in cita a tom ar cautelas m ecánicas, evitando por prin cipio toda
posibilidad de conflicto. E l que está bien seguro de que su sen­
tim iento es irrevocable y ab soluto, no necesita practicar tales
condescendencias, porque sabe que n a d a puede con m over la
base de la relación. C u a n to m ás fuerte es el am or, m ejor pue­
de soportar los choques; este am or no teme las consecuencias
in calculables del conflicto, y , por tanto, no piensa en evitarlo.
A s í, pues, aun que las desavenencias entre personas ín tim as
Pueden tener consecuencias m ás trágicas que entre extrañ os,
sin em bargo, en las relaciones m ás p rofundam ente arraigadas
es donde aquéllas se dan con m ás frecuencia, a l paso que otras
relaciones, perfectam ente m orales, pero basadas en escasas p ro­
fundidades sentim entales, viven en apariencia con m ás arm o­
n ía y m enos conflictos.
294 Sociologia

U n m atiz p articu lar de la sensibilidad sociológica p ara las


diferen cias y de la acentuación del conflicto, sobre la base de
la igu ald ad , se produce cuando la separación de los elem entos
origin ariam en te hom ogéneos es el fln propuesto, es decir,
cuando propiam en te no resulta el conflicto de la escisión, sino
la escisión del conflicto. £ 1 tipo de este caso es el odio del re­
negado y el que el renegado in sp ira. E l recuerdo de la u n a n i­
m idad anterior actúa con ta l fu erza, que la oposición actual
resulta in fin itam en te m ás agu da y enconada que s i no h u b ie ­
se h ab id o antes n in g u n a relación entre las partes. A gregúese
a esto que am bas partes, para lle g a r a diferenciarse, por con­
traste con la igu a ld ad que a ú n sigue actuand o en ellos, nece­
sitan extender esa diferencia allende su foco propiam ente d i­
cho y a m p lia rla a todos lo s p un tos com parables; con el fin de
fija r y asegurar las posiciones, la ap ostasía teórica o religiosa
in cita a am bas partes a declararse m utu am en te herejes en
todos los sentidos: ético, person al, in terio r y exterior, cosa que
no aparece necesaria cuando la diferencia se m anifiesta entre
quienes siem pre fueron extraños. E s m ás, cuando h a n ex isti­
do previam ente igu ald ad es esenciales entre las partes, es cu a n ­
do m ás generalm ente degenera en lu ch a y odio u n a diferencia
de op iniones. E l fenóm eno sociológicam ente m u y im portante
del «respeto a l enem igo» suele no existir cuando la enem istad
se produce entre personas que antes h a b ía n pertenecido a u na
m ism a unidad. Y cuando queda a ú n suficiente ig u a ld ad para
que sean posibles confusiones y m ezclas de fron teras, es pre­
ciso que lo s pun tos de diferencia sean destacados con ta l rad i­
calism o, que m uchas veces no se encuentra justificado por la
cosa m ism a, sin o por el deseo de evitar aqu el p eligro. E sto s u ­
cedió, v. gr.. en el caso antes m encionado de los «viejos cató li­
cos» de B ern a. E l catolicism o rom ano no se sen tía am en azado
en su p eculiaridad por u n contacto fu g a z con u n a iglesia tan
com pletam ente heterogénea com o la refo rm ad a, pero sí con
u n a que le está ta n p róxim a como el «viejo catolicism o».
E ste ejem plo toca y a a i segundo de lo s tipos que aqu í se
presenta y que, en la práctica, se m ezcla con el prim ero en
m a y o r o m enor grado: nos referim os a la enem istad, cu ya a g u ­
dizació n se funda en colab oración y u n id a d — que no es siem ­
pre igu a ld ad — . L o que m otiva la necesidad de tratar este tipo
L.i lucha 295

separadam ente es que, en él, en vez de la sensibilid ad para las


diferencias, surge otro m otivo fund am ental, com pletam ente
distinto, el fenóm eno sin g u lar del odio social, esto es, del odio
contra u n m iem bro del grupo, no por m otivos personales, sino
porque sign ifica un peligro p ara la existencia del grupo. C u a n ­
do, pues, la disensión dentro de] grupo sign ifica u n peligro
p ara el grupo, cada u n o de los partidos odia al otro, no sólo
por la ra zó n m aterial que h a producido la disensión, sin o, ade­
m ás, por la razó n sociológica de que solem os odiar a l enem i­
go del grupo com o ta l. Y com o este odio es recíproco, y cada
uno considera que el que pone en peligro a l grupo es el otro,
agrávase el an tagon ism o justam ente porque las partes perte­
necen am bas a la m ism a u n id ad colectiva.
L o s casos m ás característicos son aquéllos en que no se lle­
ga a la escisión propiam ente dicha del grupo; pues cuando
ésta se verifica, sign ifica y a en cierto sentido u n a solu ción del
conflicto, la diferencia personal descarga sociológicam en te y
desaparece el acicate de constantes y renovadas excitaciones.
P ara que el an tagon ism o se agudíce h asta el m áxim u m , es
preciso que actúe la tensión entre la h ostilid ad y la pertenen­
cia a un m ism o grupo. A s í com o es terrible h allarse en disen­
sión con u na persona, a la que, a pesar de todo, estam os lig a ­
dos— exteriorm ente, pero en lo s casos m ás trágicos in terior­
mente tam b ién — y de la que no podemos separarnos aun que
queram os, asim ism o el encono crece cuando no Queremos se­
pararnos de la com unidad, porque no podem os sacrificar los
valores que se derivan de la pertenencia a dicha u n id a d supe­
rior, o porque sentim os esa u nidad como un va lo r o b jetivo, y
estim am os que quienes la am en azan merecen odio y lucha.
C o y u n tu ra s de este género son las que causan la violen cia con
que se lucha, por ejem plo, en los conflictos que se producen en
el seno de u n a fracción política o de un sindicato o de u na
fam ilia.
£ 1 alm a in d iv id u a l n os ofrece con esto u n a a n a lo g ía . £ 1
sentim iento de que u n conflicto entre nuestras aspiraciones
sensuales y estéticas, o egoístas y m orales, o prácticas e intelec­
tuales, no sólo rebaja en nosotros los derechos de u na de la s
dos partes, no dejándolas desarrollarse librem ente, sin o que,
con frecuencia, am enaza la u nidad, el equilibrio y la energía
296 Sociologia

totales del alm a, ese sentim iento hace que en m uchos casos se
resuelva el conflicto antes de estallar: pero, si esto no sucede,
da a la lucha un acento particularm ente enconado y desespe­
rado, com o sí en realidad luchásem os por a lg o m ás esencial
que el objeto inm ediato de la lu ch a. L a energía con que cada
u n a de las tendencias se a fa n a por so ju zga r a la otra no se
alim enta sólo de sus intereses, por decirlo así, egoístas, sino del
interés superior en la u n id ad del yo , para quien la lucha sig ­
nifica escisión y desconcierto, si no term in a con el triu n fo de
u na de las partes. A n á lo g a m e n te , las lu ch as que tienen lu g a r
dentro de los grupos estrecham ente u nidos, va n con frecu en­
cia m ás a llá de lo que exigiría el ohjeto y el interés inm ediato
de las partes; porque interviene el sentim iento de que la lu ch a
no es solam ente por interés de las partes, sin o tam bién del
gru p o en su totalid ad , y cada partido lu ch a, por decirlo a sí,
en nom bre del grupo, y en el adversario no odia solam ente al
adversario, sin o tam bién a l enem igo de la m ás a lta unidad so­
ciológica a que pertenece.
F in a lm en te, h a y un hecho en apariencia com pletam ente
in d iv id u a l, pero en realidad de u na gran im portancia socio­
lógica, un hecho que relacion a la extrem a violen cia del a n ta­
g on ism o con ¡a intim idad del trato. E ste hecho lo constituyen
los celos. E l lenguaje corriente no precisa bastante este con ­
cepto y con frecuencia lo confunde con el de la envidia. A m ­
bas pasiones tienen, sin duda, la m ayo r im portancia p ara la
estructura de las relaciones h u m an as. E n am bas se trata de
un va lo r cu ya consecución o conservación nos es im pedida real
o sim bólicam ente por un tercero. C u a n d o se trata de conseguir,
h ab larem o s m ás bien de envidia; cuando de conservar, de ce­
lo s, advirtien d o que, com o es n a tu ra l, lo que im porta no es la
distin ció n de las p alabras, sino la de los procesos psicológicos
que las p alab ras designan. E s característico de lo que designa­
m os con el nom bre de celos, que el sujeto cree tener derecho a
la posesión que afirm a, m ientras que la envidia no se preocupa
del derecho, sin o sencillam ente de lo apetecible que es el ohjeto
en vid iad o, siéndole indiferen te que el bien deseado le sea ne­
gado por poseerlo un tercero, o por causas a la s que no rem e­
diaría el tercero, ni perdiendo dicho bien ni renu ncian do a él.
E n cam bio, lo s celos reciben su dirección y colorido propios
La lu ch a 297

precisamente por el hecho de que si se nos niega la posesión


del objeto, es porque se encuentra en m an os del otro, y vendría
a nosotros caso de que aquél lo renunciase. L a sensación del
envidioso se orien ta m ás b ien h acia lo poseído; la del celoso
m ás bien hacia el poseedor. Puede en vid iarse la g lo ria de a l­
guien, aunque sin tener u n o m ism o el m enor derecho a la g lo ­
ria. P ero tendrá celos de ese glorificad o quien crea m erecer la
g loria tan to y a ú n m ás que él. L o que am arga y corroe el
alm a del celoso es cierta ficción del sen tim ien to — por in ju stifi­
cada y h asta in sen sata que se a — , en virtu d de la cu al el otro le
h a robado, por decirlo así, la g lo ría que le corresponde. L os
celos son un sentim ien to de ta n específica ín d o le e intensidad,
que, u n a vez engendrados por cualquier com binación en el
alm a, com pletan interiorm ente su típica situación.
H a y un tercer sentim iento que puede considerarse com o
colocado, en cierto m odo, entre estos dos de la envid ia y los
celos; encuéntrase en la m ism a escala y pudiera calificarse de
envidia m alévola. E s la apetencia en vid iosa de un objeto, no
porque éste sea p articularm ente deseable para el su jeto, sin o
sólo porque lo posee otro. E ste sentim iento se desarrolla en
dos extrem os que se convierten en la negación de la propia
posesión. D e u n a parte h a y la form a ap asionada, que prefiere
renunciar a l objeto y aun destruirlo, antes que consentir que
lo posea otro; y de otra parce la form a que consiste en sentir
indiferencia o aversión h acia el objeto, y no obstante b a ila r
intolerable el pensam iento de que lo posea el otro. E sta s fo r­
m as de envid ia m alévo la penetran en m il grados y com b in a­
ciones en la conducta recíproca de los hom bres. E l gran con­
ju n to de problem as en que se m an ifiestan las relaciones de los
hom bres con las cosas, como causas o consecuencias de sus
tratos m utuos, está ocupado en parte no pequeña por este tipo
de pasiones. N o se trata tan sólo de apetecer cí dinero o el po­
der, el am or o la p osición social, en el sentido de que la com ­
petencia o el ven cim iento y an u lació n de u n a persona sea una
cuestión de pura técnica, no m u y diferente de la su p eración de
u n obstáculo físico. L os sentim ientos concom itantes que acom ­
p añ an a esta relación externa y m eram ente secund aria de las
personas, crecen en estas m odificaciones aportadas por la en­
vidia m alévola, llegan d o a adquirir form as sociológicas p ro -
298 Sociología

p ías, en la s cuales la apetencia de los objetos no es sino el con­


tenido; lo que resu lta de que en lo s ú ltim o s grados de la serie
se h a suprim ido com pletam ente el interés por el contenido ob­
je tiv o 'd e l fin . y sólo se conserva éste com o el m aterial to ta l­
m ente indiferente* en derredor del cual crista liza la relación
person al.
D e esta base gen eral se deriva la im p ortan cia que tienen
lo s celos p ara nuestro problem a p articular, cuando su conte­
n id o es u n a persona o la relación de un sujeto con ella. P o r
lo dem ás, m e parece que el l e n g u a j e corriente no reconoce la
existencia de celos provocados p o r un objeto puram ente im ­
personal. L o que aqu í interesa es la relación entre el celoso y
la persona por la cual surgen sus celos frente a un tercero; la
relació n con este tercero tiene otro .carácter sociológico com ­
pletam ente distinto, m enos p ecu liar y com plicado. P u es con­
tr a aquél surgen cólera y odio, desprecio y crueldad b ajo el
sup u esto de la com unidad, del derecho interno o externo a ú n a
relació n de am or, de am istad, de reconocim iento o de u n ió n ,
de cu alq u ier género que sea. E l an tagon ism o, lo m ism o si es
b ila teral que si es u n ilateral, resulta tanto m ás fuerte y am plio
cuanto m ás in co n d icio n al es la u n id a d sobre la cual ha su r­
gido y cuanto m ás ansiosam ente se desea sti superación. E l
hecho de que el celoso parezca oscilar a m enudo entre el am or
y el odio, quiere decir que d o m in an en él, alternativam ente,
estas dos capas, la segunda de las cuales se a lz a sobre la p ri­
mera en toda la anch ura de ésta.
E s m u y im portante la condición anteriorm ente m encion a­
da: el derecho que se cree tener a la posesión espiritual o físi­
ca, a l am or o a la ven eración de la persona que con stituye el
objeto de los celos. Puede u n hom bre envidiar a otro la pose­
sión de u n a m ujer; pero celoso se siente sólo el que cree tener
a lg ú n derecho a poseerla. E sta pretensión puede, sin duda,
radicar tan sólo en el m ero apasionam iento de su deseo; pues
es general en el hom bre la tendencia a deducir del vivo deseo
un derecho; el n iñ o se disculpa de h aber in frin gid o u n precep­
to diciendo que le gustaba m ucho lo prohibido: el adúltero,
si conserva un resto de conciencia, no podría disparar en
duelo contra el m arido ofendido si no considerase que su
am or a la esposa le da sobre ella un derecho que él defiende
La lucha 299

contra el m ero derecho le g a l del cónyuge. D e la m ism a m an era


<jue la sim ple p osesión va le com o u n derecho, a sí tam b ién el
estadio previo de la posesión, la apetencia, se convierte ta m ­
bién en u n derecho, y el doble sentido de la p alab ra dem anda
(sim ple pretensión o pretensión jurídica) in d ica que el que­
rer tiende a a ñ a d ir al derecho de su fuerza la fu erza de un
derecho.
S in duda, la ap arición de esta pretensión ju ríd ica es la que
da a los celos, frecuentem ente, un aspecto lam entable: deducir
pretensiones juríd icas de sentim ien tos como el am or y la
am istad, es proceder con m edios totalm ente inadecuados. DI
plano en que está situ a d o el derecho sub jetivo, tan to el in ter­
no com o el externo, no tiene contacto a lg u n o con aqu el otro
en que se encuentran los sentim ientos de am or y am istad.
Q u e rer fo rza r estos afectos con u n sim ple derecho, p or h on d o
y bien fu n d ad o que pueda estar, es tan insensato com o querer
persuadir con p alab ras a l p ájaro para que se reintegre en la
jau la. L a van id ad del derecho al am or da origen a u n fen ó­
m eno m u y característico de los celos; y es que estos acaban
por asirse a las m anifestaciones extern os del sentim iento, que
pueden obtenerse h aciend o u n llam am ien to a l deber, conser­
vando, merced a esta m ísera satisfacción y engaño, el cuerpo
de la relación, como si en él quedase prendido algo de su
alm a.
D se derecho, qtic co n stitu ye un elem ento esencial de los
celos, es acatado con frecuencia por la otra parte; sign ifica o
funda, com o todo derecho entre personas, u n a especie de u n i­
dad; es el contenido ideal o legal de u n a u n ió n , de u n a rela­
ción positiva de determ inado género, o, por lo m enos, su a n ­
ticip ación sub jetiva. P ero sobre esta unidad, que co n tin ú a
actuando, se a lza al m ism o tiem po su negación, que es la que
crea la co yu n tu ra provocadora de los celos. D n este caso no
sucede lo que en otras m uchas coincidencias de u n id a d y a n ­
tagonism o; no sucede que am bas cosas estén d istrib u id as en
distintos cam pos, reuniéndose tan sólo en la relación total de
las personalidades. L o que aquí ocurre es que esa unidad, que
con tin ú a existiendo en form a interna o ex tem a, o que al me­
nos es sentida por u na de las partes como existien do, es ne­
gada, real o idealm ente. DI sentim iento de los celos engendra
3C0 Sociología

un encorvo particularísim o, deslum brador, irreconciliable, en­


tre los hom bres, porque lo que los separa se apodera aquí del
punto m ism o de u nión, y de esta m anera presta a l elem ento
negativo la m ás extrem ada potencia y violencia.
E l hecho de que esta relación fo rm a l sociológica dom ine
com pletam ente ¡a situ ació n interior, explica la sin gu lar am ­
p litu d de m otivos, propiam ente indefinida, que alim en tan los
celos, y la falta de sentido con que estos proceden. Siem pre
que la estructura de la relación se preste y a de antem ano a
est.vs síntesis de síntesis y a n títesis, o que esta disposición se
dé en e! alm a de! in d ivid u o , toda ocasión producirá conse­
cuencias que obrarán tanto m ás fácilm ente cuantas más veces
h ayan actuado ya. E l hecho de que todo acto o palabra h u ­
m an os perm itan interpretaciones varias, en cuanto a su pro­
pósito e inten ción, ofrece un instrum ento dócil a los celos,
que no ven más que una interpretación. L o s celos pueden com ­
b in a r el odio más violen to con la persistencia del m ás apa­
sionado am or, y el sentim iento de la com unidad íntim a con el
an iq u ilam ien to de ambas p artes— pues el celoso destruye la
relació n del m ism o m odo que al o tro — ; por eso acaso sea este
sentim iento el fenóm eno sociológico en que adquiere su form a
sub jetiva m ás radical la construcción del an tagon ism o basado
sobré la unidad.
C lases p articulares Je esta síntesis nos ofrecen los fenóm e­
nos que se reúnen bajo el nom bre de com petencia. P a ra la
esencia sociológica de la com petencia, lo m ás im portante es
por de pronto que en ella la lueba es indirecta. E l que daña
inm ediatam ente al adversario o lo ap arta de su cam ino, no
com pite ya con él. E l len gu aje corriente em plea en gene­
ral la palabra para designar aquellas luch as que consisten
en esfuerzos parciales p aralelos de am bas partes, para conse­
guir uno y el m ism o premio. L as diferencias que separan esta
clase de lucha de las dem ás, pueden sin tetizarse de este m odo.
L a form a pura Je la com petencia no es la ofensiva ni la de­
fen siva. porque el premio Je la victoria no se encuentra en
poder de n in gu n o de íes adversarios. E l que lucha con otro
para quitarle su dinero, o su m ujer, o su g lo ria, procede con
uno técnica m u y distinta de la em pleada por el «que compite»
con otro, es decir, el que quiere m eter en su bolsillo el dinero
l a lucha 301

del público, o lograr el favo r de una m ujer, o conseguir m ayor


nom bre p o i sus hechos o palabras.
E n otras m uch as ciases de lu ch a, el ven cim iento del ad­
versario no sólo im plica inm ediatam ente e! prem io de la v ic ­
toria, sin o que lo es ya. E n la com petencia, en cam bio, surgen
otras dos com binaciones. C u a n d o el vencim iento del com peti­
dor es el prim er requisito tem poral, conseguirlo no sign ifica
aun nada; el ob jetivo se logrará tan sólo cuand o se h a y a obte­
nido cierto va lo r que, en sí m ism o, es independiente de aque­
lla lucha. E l com erciante que ha conseguido hacer a s u com ­
petidor sospechoso ante el público, nada ha lo grad o todavía
con ello si, por ejem plo, los gustos de! público se ap artan sú ­
bitam ente de las m ercancías que le ofrece. E l pretendiente
am oroso que ha elim in ad o a su riv a l o lo h a hecho im p osible,
no por eso ha adelan tad o un paso, si la dam a le niega tam ­
bién a él su afecto. U n a con fesión que lu ch a por conquistar
un prosélito, no puede considerar que y a ha conseguido su
propósito cuando ha exp u lsad o del cam po a las com petidoras,
dem ostrando su insuficien cia; es preciso adem ás que el alm a de
aquel prosélito sienta ju sta m en te la s necesidades que ella pue­
de satisfacer. E n este tipo, lo característico de la com petencia
es que la term in ació n de la lu ch a no significa por sí m ism a la
consecución del objetivo, com o en los casos en que la lu ch a
está m otivada por la cólera, la ven gan za, el castigo o el valor
ideal de la victoria.
T o d a v ía se diferencia m ás de otras luch as el segundo tipo
de com petencia. E n éste la lu ch a só lo consiste en que cada
uno de los que en ella p articip an va hacia el ob jetivo, sin em­
plear su fu erza contra el adversario. El corredor que sólo ac­
túa con su rápida carrera; el com erciante que sólo actúa con el
bajo precio de sus m ercancías; el propagandista que sólo actúa
con la fuerza persuasiva de su doctrina, son ejem plos de esta
form a sin g u la r de lu ch a, que igu a la a todas las dem ás en vio ­
lencia y en derroche a p asion ad o de tod as las fu erzas y va im ­
pulsad a a este extrem o por la actuación del adversario, pero
que exteríorm ente procede com o si no existiese en el m undo
°dversario algu n o , sin o sólo el objetivo. C aracterizad a por la
dirección inq ueb rantab le hacia el objetivo, esta form a de com ­
petencia puede presentarse de m odo que el an tagon ism o sea
332 S o c io lo g ía

puram ente form al; éste entonces n o só lo sirve a un fin com ún


de am bas partes, sino que inclu so la victo ria del vencedor
puede aprovechar a l vencido. E n el sitio de M a lta por los tu r­
cos, en 1565, el G r a n M aestre d ivid ió lo s fuertes de la usía en­
tre las va rias naciones a que pertenecían los caballeros, para
que la em ulación entre los diversos n acio n ales, aprovechase a
la defensa del todo. N o s h alla m o s ante u n caso gen u in o de
com petencia, y de la cual, sin em bargo, está exclu id o a p riori
todo d añ o al adversario, que pueda ser obstáculo para el des­
pliegue to ta l de sus fuerzas en la lu ch a. C o n stitu y e este u n
ejem plo m u y puro, porque si b ien el deseo de vencer en esa
com petencia de h o n o r es el acicate que desencadena el m á x i­
m o em pleo de la s fuerzas, sin em bargo, la victoria sólo puede
alcan zarse de m anera tal que sus resultad os se extiendan
tam b ién a l vencido.
A n á lo g a m en te, en todas las com petencias de em u lación en
el cam po científico, SC ofrece u n a lu ch a que no v a dirigida
contra el adversario, sin o h acia u n fin com ún, suponiéndose
que los conocim ientos descubiertos por el vencedor, so n ta m ­
bién u na adquisición y progreso para el vencido. E n las com ­
petencias artísticas suele faltar esta su b lim ació n del p rin cip io,
porque el va lo r total objetivo, que abarca a am bas partes en
ig u a l grado, no existe conscientem ente, dado el carácter in d i­
vid u a lista del arte, aun que acaso se dé tam b ién idealm ente.
T o d a v ía es m ás clara esta falta , en la com petencia com ercial,
que, sin em bargo, se encuentra som etida al m ism o prin cipio
form al. P u es tam b ién en esta esfera la com petencia se enca­
m in a inm ediatam ente a la perfección del servicio, y Su resu l­
tado es la ven taja de un tercero o del todo. A s í, pues, en esta
form a, se ab ra za n del modo m ás sin g u la r la subjetividad del
fin ú ltim o con la subjetividad del resultado últim o; u na u n i­
dad su p rain d ivid u al, objetiva o social, envuelve a las partes y
su lucha; se lu ch a con el adversario, sin atacarle, y, por decir­
lo así, sin tocarle. D e esta m anera, lo s im pulsos sub jetivos
antagónicos nos conducen a la realizació n de valores ob jeti­
vo s, y la victoria no es propiam ente el resultado de u n a lu ­
cha, sino realizacion es de valo res que están m ás a llá de la
lucha.
E n esto consiste el enorm e v a lo r de la com petencia para el
L a lu c h a

círculo so cial, en que lo s com petidores se encuentren com ­


prendidos. E n ios otros tip os de lu c h a — en los cuales o el pre­
m io de la victoria se encuentra de antem an o en poder de u n a
de las partes, o el m o tivo de la lu c h a es la enem istad su b jeti­
va y no la co n q u ista de un p rem io — , los valores y fu e rza s de
los luchadores se destru yen recíprocam ente, y con frecuencia
no le queda a la to ta lid ad otro resultado que el resto de la
sim ple substracción de fuerza que el m ás débil hace al m ás
fuerte. P o r el con trario, la com petencia, cuand o se m an tien e
pura de toda m ezcla con otros géneros de lu ch a , aum en ta, ge­
neralm ente, la p ro visió n de valores gracias a la in com p arab le
com binación de sus elem entos; desde el p un to de v ista del
grupo, ofrece m otivos su b jetivo s com o m edios para p roducir
valores sociales ob jetivos, y desde el punto de v ista de la s
partes u tiliz a la p roducción de valores ob jetivos, com o m edio
p ara lo gra r satisfaccion es su b jetiva s (l).
P ero el progreso ob jetivo que la com petencia produce m er­
ced a su form a p ecu liar de acción recíproca, n o es en este caso
tan im portante com o el inm ediato sociológico. E l fin en derre­
dor del cual com piten en u n a sociedad los p artidos, suele ser el
favor de u n a o m uch as terceras personas. P o r eso cada u n a de
las dos partes en com peten cia procura atraerse a ese tercero y

(l) E s este un ca s o m u y p u r o de u n tip o frecu en te: q u e p a ra la especie, p ora el


gru p o. p ara la estru ctu ra m ás a m p lia , resulta m ed io l o Que para el in d iv id u o es fin ú l­
tim o , y viceversa. E n su m a y o r a m p litu d p o sib le aplicase este t ip o a la Tclación del
hom b re c o n la tota lid a d m eta física , c o n D io s . C u a n d o surge la id ea de u n p la n d iv in o
del m u n d o , lo s fines ú ltim os de lo s seres in d ivid u a les n o son m ás Que gra d os y m ed ios.
Que a yu d a n a realizar el o b je tiv o fin a l a b s o lu to de to d o s lo s m o v im ie n to s terrenales,
ta l c o m o e c encuentran en el espíritu d iv in o . P e r o p a ra el s u je to , duda le in co n d ic io n a -
lidad d e su in feres p erson a l, n o s ó lo :a realidad em pírica, s in o tam b ién la transcend en­
te son sim ples m edios p a ro su fin . E l bienestar en la tierra o la s a lv a c ió n e n el m ás
allá, la d ich a de la p erfección serena c d e la estática c o n te m p la c ió n d iv in o , s o n b u sca ­
d o s p o r el h o m b re m ed ia n te D io s , p rov id en cia un iv ersal. D e l m ism o m o d o Que D io s ,
co m o ser a b s o lu to , llega a si m ism o d a n d o u n r o d e o a través del h o m b re , éste llega a
Sj m ism o d a n d o u n r o d e o a través de D io s . H a ce m u c h o tiem p o Que e sto se h a e ch ad o
¿ e ver en la rela ción entre el in d iv id u o y su especie, en s en tid o b io ló g ic o ; el g o c e e r ó ­
tico q u e p ora a qu él es u n fin ú ltim o , ju stifica d o e n si m ism o, n o CS paira ésta m á s Q U C
m edio p o r el cu al se asegura su persistencia. E ata co n se rv a ció n de In especie. Que
Puede con sid era rse, al m e n o s en m etá fora , c o m o su fin , n o es para el In d iv id u o , a a e -
AvJd o . s in o el m e d io d e p erpetuarse o s i m is m o en sns h ijo s , d e su m in istra r a su patri­
m o n io , a sus cu alid ades, a su vita lid a d , u n a especie d e in m orta lid a d . E n las relaciones
3C4

adh erírselo estrecham ente. C u a n d o se h a b la de la com petencia,


suelen hacerse resaltar sus efectos destructores, disociadores,
envenenadores, no concediéndole m ás ven taja c[ue la de aq u e­
llo s valores concretos que se consiguen &to.cias a ella. P ero ,
ju n to con esto, h a y que tener en cuenta su enorm e poder socia-
lizad o r; o b liga al com petidor a sa lir a l encuentro del tercero, a
satisfacer sus gustos, a ligarse a él, a estud iar sus puntos fu er­
tes y débiles para adaptarse a ello s, a buscar o con struir todos
los puentes que pueden vin cu la r su propio ser y obra con el
otro. £ s verdad que con frecuencia este beneficio cuesta la d ig­
nidad personal y el valor objetivo de la producción. Sobre
todo la com petencia entre los que crean los m áxim os ren d i­
m ien tos espirituales, es causa de que los destinados a d irigir
la m asa se som etan a ésta; para ejercer con éxito la fu n ción de
m aestro o jefe de partido, de artista o periodista, hace falta
obedecer a los in stin to s y caprichos de la m asa, y a que ésta
escoge entre los com petidores.
S in duda, de este m odo se verifica u na in versió n de las
categorías y de lo s valores sociales de la vida; pero ello no d is­
m in u y e la im p ortan cia form al de la com petencia, para la s ín ­
tesis de la sociedad. L a com petencia logra incontables veces lo
que sólo el am or puede conseguir: ad ivin a r los m ás ín tim os

s o cia le s ese es el sen tid o de lo q u e se llam a arm on ía de intereses entre la so cie d a d y e;


in d iv id u o. L a a ctivid ad J e! in d iv id u o se recu la p e ía q u e su sten te y desarrolle lo c o n s ­
titu c ió n ju ríd ico y m n ro!, p o lítica y cu ltu ra l del Hom bre: pero e sto s ó lo SO con sigu e r o r
cu a n to lo s p rop ios intereses ru dom on istas y mornte.*, m ateriolc* y a bstractos del in ­
d iv id u o . se a p od era n de a q u ellos valores ttanSin di viduales, u tiliz á n d o lo * c o m o m edios;
a sí. la cien cia , v. £x.. es u n con ten id o de la cu ltu ra ob jetiv a , y c o m o (al u n fin ú ltim o
a u t ó n o m o de la e v o lu ció n s ocia l, que ce realiza u tiliz a n d o el m e d io del in stin to in d i­
vid u a l de co n o cim ie n to ; m ientra* para e l in d iv id u o la ciencia existente, ju n t o co n la
ela borad a p o r f i , n o es m ás que un m ed io p aro la sa tisfa cción de s u an sia p e rs o n a l de
c o n o c im ie n to . E s cierto que estas rela cion es n o ofrecen siem p re ton a rm ó n ica sim etría:
p or el co n tr a r io , con bastante frecu encia, escon d en la co n tr a d icció n , segú n ¡a cu a l tan­
to el l o d o c o m o la parre SC traten a si m ism os c o m o C ae» ú ltim os y. p o r con sigu ien te,
a io s o t r o s c o m o m ed ios, sin que n in g u n o de lo s Jo* se avenga a desem peñar este
p o p e ! ds m ed io. íiesu íta r. de a q u í roza m ien to* perceptibles en to d o s lo s p u n to* de
la vida, y íar.to los tiñes del t o d o c o m o los de las partes eólu pueden tca liza rsc to le ­
ra n d o ciertas rcd u crion c*. I.O S roces m u tu o s ¿e las fu erza s q u e n o ap rovech a n ol resu l­
ta d o p o sitiv o y la inutilid ad de las que resu ltan débiles, determ in an en la com p eten cia
pura el balance final, red u ccion es d e una im p orta n cia que s ó lo licn e igu al en aqu ella
sim etría de series d e fines op u estos.
deseos de otro, a u n antes de que éste se h a y a dado cuenta de
ellos. L a tensión an tagó n ica en que el com petidor se h alla ,
frente a los dem ás com petidores, afina en el com erciante la
sensibilid ad para percibir la s in clin acion es del público y llega
a dotarle de u n a especie de in stin to a d ivin ato rio p a r a la s m u ­
taciones inm inentes de Sus gustos, sus m odas, sus intereses. Y
esto no le sucede únicam ente al com erciante, sino tam bién a
Jos periodistas, a los artistas, a los editores, a los parlam enta­
rios. L a com petencia m oderna que se h a caracterizado dicien­
do que es la lu ch a de todos contra todos, es al propio tiem po
la lucha de todos para todos. N a d ie negará que resu lta trágico
que los elem entos de la sociedad trabajen u n os contra oíros en
vez de colaborar; que en la lu ch a con los com petidores se de­
rrochen energías incontables que pudieran haberse utilizad o
en un trabajo positivo; y que, finalm ente, u n a obra positiva y
va lio sa resulte in ú til y se pierda, sin recom pensa, en la nada,
cuando com pite con e lla otra m ás va lio sa o solam ente m ás
atractiva. P ero todo este p asivo de la com petencia, en el b a la n ­
ce social, está contrapesado por la enorm e fuerza sintética del
hecho de que la com petencia en la sociedad es com petencia por
eí hom bre, una pugna por el ap lauso y el gasto, por concesio­
nes y sacrificios de todo género, u na lucha de los pocos para la
conquista de los m uchos, como de los m uchos p ara la conquis­
ta de los pocos; en u n a palab ra, un tejido de m iles de h ilos
sociológicos m ediante la concentración de la in teligen cia en el
querer, sentir y pensar del prójim o; m ediante la adaptación
del que ofrece a los que dem andan; m ediante las posibilidades
m ultiplicadas, del m odo m ás refinado, p ara lograr enlaces y
favores. D esde que la estrecha c ingenu a solidaridad de las
constituciones sociales prim itivas ha cedido el puesto a la des­
cen tralización , que h ab ía de ser el efecto inm ediato de la am ­
p liación del círculo, los esfuerzos del hom bre por conquistar
a l hom bre, la adaptación del u no a l otro, no parecen posibles
sino pagando el precio de la com petencia, es decir, de la lu ch a
con otro por la conquista de u n tercero, con el cual acaso se
com pite en a lg u n a 01ra esfera.
A l am pliarse e in d ivid u alizarse la sociedad, m uchos inte­
reses que m antienen u nidos a lo s m iem bros del círculo, sólo
parecen estar vivo s cuando la necesidad y el calor de la com -
306 S ociologia

pctencia los im pon e a l sujeto. P o r otra parte, la fuerza so cia li-


zaclora de la com petencia no se m uestra só lo en estos casos
¿roseros y . por decirlo así, públicos. E n in con tab les co m b in a ­
ciones, tan to de la vida fam iliar com o de las relaciones eróti­
cas, de la ch arla social como de las polém icas en torno a c o n ­
vicciones serias, de la am istad com o de la s satisfacciones v a ­
nidosas, encontram os a dos personas que com piten para con­
q uistar el fav o r de u n a tercera, con frecuencia en puras in d i­
caciones, por sugestiones al punto ab an don adas, com o aspectos
parciales de u n fenóm eno to tal. P ero dondequiera que la
com petencia se presenta, corresponden al an tagon ism o de los
com petidores otras ofertas o atracciones, prom esas o enlaces
que ponen a cada uno de ello s en relación con el tercero. L a
acción del vencedor, especialm ente, adquiere de este m odo u n a
in ten sidad que no h ubiera conseguido sin. la com paración
constante, im puesta por la com petencia, entre el propio ren d i­
m iento y el rendim iento del com petidor, y sin la excitación
que producen la s a ltern a tiva s de la lucha. C u a n to m ás el li­
b eralism o h a ido penetrando no sólo en la s esferas políticas y
económ icas, sino tam bién en las fam iliares y sociales, en las
eclesiásticas y am istosas, en el trato general entre las perso­
nas; cuanto m ás estas relaciones h an ido dejando de estar pre­
determ inadas y reguladas por norm as h istóricas generales, y
h an sido ab an don adas a los eq u ilib rio s inestables y a las co­
y u n tu ra s que v a rían de caso a caso, tan to m ás depende su
conform ación de com petencias constantes. Y el resultado de
estas com petencias, a su vez, dependerá, en la m ay o ría de los
casos, de la cantidad de interés, am or, esperanza, que sepan
despertar los com petidores en el tercero o terceros, centros con ­
vergentes de los m o vim ien to s en com petencia.
T a n to inm ediata com o m ediatam ente, el objeto m ás v a ­
lioso para el hom bre es el hom bre. M ediatam ente, porque en
él están acu m u lad as las energías de la n atu raleza, com o en
los an im ales que com em os o que hacernos tra b a jar para n os­
otros, están acu m ulad as las del reino vegetal, y en éste la s del
suelo y la (ierra, el aire y el agua. E l hom bre es el ser m ás
condensado y el más susceptible de aprovech am ien to, y a m e­
dida que cesa la esclavitud, es decir, el apoderam iento m ecá­
nico del hom bre, aum en ta la necesidad de adueñarse de él es­
La lucha 307

piritualm ente. L a lucha contra el hom bre, que era una lu ch a


para conquistarlo y esclavizarlo , se trueca en el fenóm eno
com plicado cíe la com petencia, en el cual el hom bre lucha
tam bién contra otro hom bre, pero p ara la conquista de u n ter­
cero. Y la conquista de este tercero, conquista que sólo puede
conseguirse por ios m edios sociológicos de la persuasión o
convicción, de la oferta en más o m enos, de la su gestión o la
amenaza., en sum a, por m edio de nexos espirituales, trae por
única consecuencia a m enudo el establecim iento de u no de
esos nexos, desde el m om entáneo que se verifica com prando
en una tienda, hasta el m atrim on io. A medida que au m en ta la
intensidad cu ltu ral y condensación de la vida, la lu ch a por el
más condensado de todos los bienes, el alm a h u m an a, h ab rá
de abarcar cada vez m ay o r espacio, aum entand o y p ro fu n d i­
zando por tanto las acciones recíprocas, sintéticas, que co n sti­
tuyen su medio y su objetivo.
Q u ed a y a con esto indicado que el carácter sociológico de
los círculos sociales se diferencia m ucho, según la can tidad y
las clases de com petencia que en su seno perm itan. C la ra m e n ­
te se ve que este es u n fragm en to del problem a de la correla­
ción, ai cual h an su m in istrad o u n a contribución las asevera­
ciones hechas hasta aquí: existe u n a relación entre la estructura
de un círculo social y la can tidad de enem istades que puede
tolerar entre sus elem entos. E n lo político, es la ley penal la
que con frecuencia fija el lím ite h asta donde la lu ch a y la ven ­
ganza, la violencia y el engaño, son com patibles con la e x is­
tencia del todo. P ero n o es com pletam ente exacto lo que se ha
dicho de que la ley penal podía considerarse com o el m ín i­
mum ético. P u es u n E sta d o se d isolvería si, a u n evitand o todo
lo prohibido por la le y penal, se realizasen en él los atentados,
daños y hostilidades que son aún com patibles con dicha ley.
La ley penal tiene y a en cuenta el hecho de que la g ra n m a­
y o ría de estas energías destructoras quedan im pedidas de des­
arrollarse, merced a coacciones en la s que la ley no in ter­
viene.
P o r consiguiente, el m ín im um de m oralidad y de paz, sin el
cual n o podría su b sistir ia sociedad civil, va m ás a llá de las
categorías garan tizadas por la le y penal; fun d án dose en la e x ­
periencia se supone que estas perturbaciones no castigadas,
S o c io lo g ía

aban donadas a sí m ism as, no trasp asarán la m edida que p u e­


de soportar la sociedad.
C u a n to m ás estrecham ente u n ificad o esté el grupo, tantas
m ás sign ificacion es opuestas podrá tener la enem istad entre
sus elem entos. P o r u n a parte, el grupo, justam en te por su in ­
tim idad, podrá soportar sin disolverse ciertas disensiones in ­
testinas, porgue la s fuerzas sintéticas tienen suficiente energía
para contrarrestar a las antitéticas. P o r otra parte, un grupo
cu yo prin cipio vital contenga u n a u nidad y com unidad co n si­
derables, se encontrará particularm ente am en azado por aque­
lla s discordias intestinas. U n a y la m ism a centripetaliaad del
grupo hará, según las dem ás circunstancias, que sea m uy re­
sistente o que no pueda ofrecer resistencia a las enem istades
entre sus m iem bros.
E n u n ion es estrechas, com o el m atrim on io, se dan am bas
cosas a l m ism o tiempo. S in duda, no h a y otra form a de u nión
que pueda soportar, sin disolverse exteriorm ente, odios tan fe­
roces, an tip atías tan com pletas, tantos choques y ofensas cons­
tantes. P ero , por otra parte, es, si no la ú n ica, u na, a l m enos,
de las pocas relaciones que, por u n a escisión exteriorm ente
im perceptible y aun inexpresable en p alab ras, por un sim ple
gesto de antagonism o, pueden perder de ta l m odo su p ro fu n ­
didad y belleza, que n i la m ás ap asio n ad a vo lu n tad de am bas
partes sea capaz de restablecerla. E n los grupos de grandes pro­
porciones b a y dos estructuras, com pletam ente opuestas en
ap ariencia, que adm iten u na cantidad considerable de in terior
h ostilidad. E n prim er lu g a r, las uniones superficiales, fáciles
de an u d ar y que producen u n a cierta solidaridad de elem entos.
P o r m edio de éstas, los daños causados por choques produci­
dos aqu í y a llá , pueden arreglarse con relativa facilidad; los
elem entos dan tantas energías o valores ai todo, que éste p u e­
de m uy bien dejar a los in d ivid u o s en libertad para sus a n ta ­
gonism os, en la seguridad de que el gasto de energía determ i­
n ado por ello s será cubierto por otros ingresos. E sta es una
de las razones por las cuales las com unidades bien o rg a n iza ­
das puedan soportar m uchas m ás escisiones y rozam ientos
interiores que los conglom erados m ecánicos, sin lazos de
u n ión interiores. L a unidad a que puede llegar p or o rga n iza ­
ciones afinadas u n a gran m asa, es cap az de equilibrar fá c il­
1 j lu ch a 309

mente el activo y el p asivo, dentro de la vid a to ta l, y tran s­


portar las energías disp onibles a aquellos sitios en donde se
h a y a producido a lg u n a debilidad por discordias entre los ele­
m entos, o por otra causa cualquiera.
E l m ism o efecto general produce, empero, la estructura in ­
versa; de m odo sem ejante a la com posición de los barcos, que
están hechos de m uchos com partim ientos estanco’«, de suerte
que al ocurrir u na avería el agu a no penetra en todas partes.
E l principio social, en este sentido, es cierto aislam ien to de las
partes en lucha, las cuales tienen que arreglar entre sí sus
conflictos y sop ortar ellas m ism as los daños producidos, sin
que sufra el todo. La ju sta elección o la com binación de los
dos métodos, el de la so lid arid ad orgánica, en que el todo res­
ponde de los daños producidos por los conflictos parciales, y
el del aislam iento, en que el todo se reserva frente a estos d a­
ños, es naturalm en te u na cuestión fund am ental para la vida
de toda asociación, desde la fam ilia h asta el E stad o , desde las
que se m antienen por lazos económ icos hasta la s que sólo se
sostienen por lazos espirituales. L o s extrem os están concreta­
dos de una parte en el E stad o m oderno, que no sólo sop orta la
lucha de los partidos políticos, por m uchas fuerzas que se
consum an en ellos, sino que inclu so la s u tiliz a para favo re­
cer su equilibrio y su evolución; y, de otra parte, en los E sta ­
dos-ciudades antiguos y m edievales, que se d eb ilitab an , hasta
perecer, en ocasiones, por las luch as intestinas de los partidos.
E n general, cuanto m ayo r sea el grupo, en tanto m ejores con ­
diciones se encontrará p ara em plear am bos métodos; el proce­
dim iento consistirá en dejar que los partidos rem edien por sí
los daños prim arios producidos por la lucha, acudiendo, en
cambio, el todo con sus reservas a p a lia r las consecuencias se­
cundarias que puedan tener im p ortancia para la vida co n ju n ­
ta. C laram en te se ve que esta com binación es d ifícil de realizar
en los grupos pequeños, cuyos elem entos se encuentran m u y
cerca unos de otros.
V o lvien d o ahora a la relación p articular entre la com pe­
tencia y la estructura de su círculo, surge prim eram ente esta
distinción; los intereses del círculo pueden determ inar una
form a que prohíba o lim ite la com petencia, o bien el círculo,
siendo en sí accesible a la com petencia, se ve im pedido de en-
> 10 S o c io lo g ía

tremarse a e lla por virtu d de su especial fo rm ación h istórica y


por causa de principios generales que están más allá de los in ­
tereses en cuestión. L o prim ero es posible bajo dos supuestos.
E s claro que la com petencia se produce cuando u n b ien — que
no b a sta p ara todos los aspirantes, o no es accesible a todos
ellos— queda reservado a l vencedor. P ero entonces no puede
haber com petencia si lo s elem entos del círculo no asp iran a
poseer u n bien que todos desearían igu alm en te, o si a sp iran ­
do a obtenerlo, ese bien es suficiente p ara satisfacerlos a todos
p or igu a l. P ued e presum irse que se dé el prim er caso, siem pre
que la so cia liza ció n sea causada, no por un term inus ad quem
com ú n, sin o por u n m ism o term inus a quo, u na raíz u n itaria.
A s í acontece, ante todo en la fam ilia. C iertam en te pueden
su rgir en e lla com petencias ocasionales; pueden com petir los
h ijo s por el am or o la herencia de lo s padres, o éstos por el
am or de sus h ijos. P ero estas com petencias están determ ina­
das por contingencias person ales— no de otro m odo que cu an ­
do dos h erm anos son com petidores com erciales— y sin rela­
ción con el principio de la fam ilia. E ste p rin cip io es, en efecto,
el de u n a vida orgánica; pero el organism o tiene en sí m ism o
su fin y no se refiere, allende sí m ism o, a un objetivo exterior,
p ara cu y a conquista h a y a n de com petir sus elem entos. S in
duda, la enem istad puram ente person al que brota de la a n ti­
p atía de las natu ralezas es bastante con traria al principio de
paz, sin el cual la fam ilia no puede sub sistir a la larga; pero
justam en te la intim id ad de la con viven cia, la conexión social
y económ ica, la presunción, en cierto m odo coactiva, de u n i­
dad, dan lu g a r m uy fácilm ente a rozam ien tos, tensiones, o p o­
siciones. E l conflicto fam iliar con stituye una form a de lu ch a
s u i generis. S u s causas, su agu d izam ien to , su extensión a los
que no ten ían parte en él, la s características de la lu ch a y de
la reconciliación, son com pletam ente peculiares, porque se
realizan sobre la base de u n a u nidad orgánica, form ada por
m il lazo s internos y externos, y no puede com pararse con n in ­
gún otro conflicto. P ero en este com plejo de síntom as falta la
com petencia; porque el conflicto fam iliar va directam ente de
person a a persona, y la referencia indirecta a u na finalidad ob­
je tiv a , referencia que es propia de la com petencia, aun que p ue­
de darse ocasionalm ente, no procede de sus energías específicas.
|.3 lucha 311

D e l otro tipo sociológico, que exclu ye la com petencia, se


encuentran ejem plos en la vid a de las com unidades religiosas.
E n ella se dan, sin duda, esfuerzos p aralelos de todos hacia
u na fin alidad igu al; pero no llega a producirse la com petencia,
porque la consecución de esta fin alidad por u n o de ellos, no
exclu ye a los dem ás. A l m enos, en la concepción cristiana, la
casa de D io s tiene sitio p ara todos. S i la gracia p riva a a lg u ­
nos de este sitio y se lo concede a otros, ello dem uestra preci­
sam ente la in u tilid ad de toda com petencia. E s ésta m ás bien
una form a característica de la s aspiraciones p aralelas, que p o­
dría designarse con el nom bre de com petencia pasiva. L a lo ­
tería y ios juegos de a z a r son buen os ejem plos de ella. H a y
ciertam ente u n concurso p ara un premio; pero falta lo esen­
cial de la com petencia, la diferen ciación de las energías in d i­
viduales com o base y ra zó n de la gan an cia y de la pérdida.
Sin duda, el resultado va vin cu lad o a u na activid ad previa;
pero los diferentes resultad os no dependen de la s diferencias
en estas actividades. E sto da lu g a r a que entre los in d ivid u os
del círculo form ado por sem ejante azar, se p roduzca una rela­
ción peculiar, en la cual, a distinción de lo que sucede en la
com petencia, aparece una m ezcla com pletam ente n u eva de
igualdad y desigualdad de la s condiciones. C u a n d o cierto n ú ­
mero de hom bres ponen en el juego exactam ente lo m ism o y
tienen las m ism as probabilidades de éxito, pero saben que u n a
potencia, sobre la que no pueden influ ir, niega o concede ese
éxito, reinará entre ellos u na indiferencia que no puede exis­
tir en las com petencias, cu yo resultado depende de la com para­
ción de las distintas actividades. P o r otra parte, la conciencia
de que el prem io se obtiene o no, según la calidad del esfuer­
zo realizado, tra n q u iliza y o b jetiva el sentim iento que el otro
nos produce; en cam bio, cuando esta conciencia falta , la en vi­
dia y la irritació n en cu en tran el terreno abonado. E l elegido
P O r gracia, el g an an cio so en el trein ta y cuarenta, no será

odiado, pero sí en vid iad o p o r el perdidoso. L a m utua in de­


pendencia de los esfuerzos realizad o s por am bos hace que los
dos se m iren a m ay o r distancia y se vean con m ayor in d ife­
rencia que los competidore.', en u n a lueba económ ica o depor­
tiva. E n estas luch as justam en te, el hecho de que el fracaso
sea merecido, engendra fácilm en te un odio característico, que
312 Sociología

consiste en trasladar nuestro propio sen tim ien to de in su ficien ­


cia a l que lo h a hecho nacer.
P o r consiguiente, la relació n — m u y floja por lo dem ás—
que se da en aquellos círculos cu ya com u n id ad está determ i­
n a d a por u n a elección graciosa de D io s, de los hom bres o del
destino, es u na m ezcla específica de indiferen cíá y en vid ia la ­
tente, que se a ctu a liza a l producirse la decisión, determ in an ­
do en el vencedor los sentim ientos correspondientes. A u n q u e
estos sentim ientos se diferencian m ucho de la s altern a tiva s
sentim entales p ropias de la com petencia, h a y tam bién proba­
blem ente en toda com petencia g e n u in a algo de esta relación ,
engendrada por probabilidades de a z a r com unes; h a y cierta
ap elación a un poder superior a la s partes, que decide por sí
y no en virtu d de los diferentes valo res de las partes. L a m e­
dida m u y variab le en que se d a este sen tim ien to fata lista , en­
gendra u n a gradación m u y p articu lar de las relaciones de
com petencia, hasta llegar a l tipo de la elección graciosa en
donde dom ina, y en donde los elem entos activos y diferen cia-
dores, característicos de la com petencia, desaparecen por com ­
pleto.
O tr a aparente com petencia m ás se ofrece ei\ los grupos re­
ligiosos. C o n siste en la pasión celosa por superar a los dem ás
en la conq uista de los bienes suprem os, p asión que puede e x ­
citar a las obras, al cum plim ien to de los preceptos y a la rea­
liza ció n de obras m eritorias, devociones, ascetism os, oracio­
nes, lim osnas. P ero aquí falta la otra característica de la com ­
petencia; que la gan an cia obtenida por u no le sea negada al
otro. N o s encontram os aqu í ante u n a diferencia de im p o rtan ­
cia sociológica. P o d ríam o s considerarla como la diferencia que
existe entre la com petencia y la em ulación. En. toda com pe­
tencia, aun que se trate de los bienes ideales de la h o n ra y del
am or, el va lo r de la actuación está determ inado por la rela­
ción que esta gu ard a con la actu ación del com petidor. L a ac­
tu ació n del vencedor, siendo la m ism a, h u b iera ten id o un re­
sultado com pletam ente distinto para él, sí la del com petidor
h u b iera sido m ejor que la suya, en vez de ser peor. E sta de­
pendencia en que se h a lla el resultado ab soluto del relativo (o
en otros térm in os el real del personal) determ ina todo el m o ­
vim ien to de le competencia; y fa lta com pletam ente en aq u e-
L j lucha

Ha em ulación religiosa. E n esta, la activid ad del in d iv id u o


produce su fruto inm ediatam ente. F u era in d ign o de la ju sticia
absoluta el Hacer que la recom pensa de la activid ad in d iv i­
du al dependiese de que los m éritos de otro in d ivid u o fuesen
m ayores o m enores. C a d a cual es recom pensado según sus
obras, m edidas por norm as transcendentales. E n cam bio, en
la com petencia, cada t:ual es tratado según las obras del com ­
petidor, según la relación entre u n a s y otras. P o r cuanto el
fin a que asp iran los m iem bros de u n círculo, es la p o sib ili­
dad relig io sa — es decir, ilim ita d a e independiente de tod a re­
lación com p arativa— de la gracia, ei círculo no podrá desarro­
lla r n in g u n a com petencia. E ste es tam bién el caso en todas
a cu ella s asociaciones que, siendo de p u ra receptividad, no de­
jan espacio a actividades in d ivid u alm en te diversas: asociacio­
nes científicas o literarias, que se lim ita n a o rg a n iza r confe­
rencias, sociedades de viajes, asociaciones p ara fines p u ra­
mente epicúreos.
E n todos estos casos, los fines p articulares del gru po dan
lugar a form aciones sociológicas que exclu yen la com petencia.
P ero puede Haber otras razon es que, aparte los intereses y el
carácter del grupo, im p o n ga n la renu ncia, b ien a la com peten­
cia m ism a, bien a algun os de sus medios. O cu rre lo prim ero
cuando predom in an el principio socialista de la organ ización
u niform e del trabajo y el m ás o m enos com u nista de la ig u a l­
dad en los productos del trabajo. C onsiderada según su form a,
la com petencia descansa en el prin cipio del in d iv id u a lism o .
P ero cuando es practicada dentro de un grupo, no resulta clara,
sin m ás, su relación con el prin cipio social: la subordinación
de lo in d iv id u a l al interés u n itario de la com unidad. In d u d a ­
blem ente el com petidor in d iv id u a l es el fin para sí m ism o, em ­
plea sus fuerzas p ara conseguir el triu n fo de sus intereses. P e ro
como la lucHa de la com petencia se'verifica por m edio de pres­
taciones objetivas y suele producir resultados de a lg ú n m odo
valiosos para un tercero, el puro interés so cia l— con stituid o en
últim o térm ino por este resultado, que para los com petidores
es u n producto secun d ario— no sólo puede perm itir la com pe­
tencia, sino p rovocarla expresam ente. P o r consiguiente, la
competencia no es so lidaria, como se piensa con m anifiesta
ligereza, del prin cipio in d iv id u a lista , para el cual el individuo»
314 S o c io lo g i:!

su dicha, su obra, su perfección, co n stitu yen el sentido y fin a­


lid ad ab solu to s de tod a vid a h istórica. E n relación con el fin
ú ltim o , la com petencia es u n a sim ple técnica y , por tanto, más
bien indiferen te. P o r consiguiente, la oposición y negación de
la com petencia no v a n u n id a s al p rin cip io del interés social,
considerado com o ú n ico dom inante, sin o a la idea de otra
técnica, que se designa con el nom bre de socialism o, en sentido
estricto.
E n general, la valoració n del todo com o superior a los des­
tin o s in d ivid u a les, la tendencia de las in stitucion es o al m enos
de las ideas h acía lo com ú n, h acia lo que a todos com prende,
y sobre todos m anda, determ inará 3a propen sión a la organiza­
ción de todos los trabajo s in d ivid u ales; es decir, que se in te n ­
tará d irigir estos trabajos en virtu d de u n plan racion al de
con ju n to , que evite todo rozam ien to entre los elem entos, todo
derroche de fu erzas por com petencia, todo a z a r de in iciativas
puram en te personales. E l resultado para el conjun to no se
conseguirá por el choque an tagó n ico de la s fu erzas en lucha
espontánea, sino por u n a dirección cen tralizada que de a n te ­
m ano organice todos los elem entos, para que cooperen y se
com plem enten, como vem os en la burocracia de un E stad o o
en el personal de u na fábrica. E sta form a de producción so cia ­
lista no es m ás que u n a técnica para a lca n za r los bienes m ate­
riales de la dicha y la cultura, de la justicia y el perfecciona­
m iento; debe, por tanto, ceder el terreno a la líbre concurren­
cia, a llí donde ésta parezca ser el m edio prácticam ente más
adecuado. N o es esta u n a cuestión que ata ñ a tan sólo a los
partidos políticos. E l problem a de si !a satisfacción de u na
necesidad, la creación de un valor, h a de confiarse a la com pe­
tencia de fu erzas in divid uales o a su o rga n iza ció n racion al, a
la oposición o a la colab oración , es u n problem a que se p la n ­
tea en m il form as parciales o rudim entarias: en la ad m in istra­
ción por el E stad o y en los carteles, en la s com petencias (le
precios y en los juegos de n iñ os. E l m ism o problem a aparece
en la cuestión de si la ciencia y la relig ió n crean más hondos
valores vitales cuando se coordinan en un sistem a arm ónico, o
cuando cada tin a de ellas trata de superar las solucion es que
ofrece la otra, obligán dose am bas, por esta com petencia, al
m ayor rendim iento. S urge tam bién en la s cuestiones p lantea-
1.a lucha 315

Jas por la técnica teatral, cuando h a y que decidir sí p a ta el efec­


to total es preferible dejar que cada actor desarrolle p len am en ­
te su in d iv id u a lid a d y que gracias a esta em ulación se anim e
y vivifiqu e el co n ju n to, o si de antem ano ha de tenerse presen­
te u na visió n co n ju n ta, a la que H ayan de acom odarse la s in d i­
vidualidades. Se refleja asim ism o en el in terior del in d ivid u o,
ya que en a lg u n as ocasiones sentim os que el conflicto entre ios
im pulsos éticos y estéticos, entre las decisiones intelectuales e
in stin tivas, es condición esencial de las Hondas resolu ciones en
que se expresa y vive m ás verdaderam ente nuestro ser, m ien ­
tras que en otras ocasiones no concedem os la palab ra a estas
fuerzas individuales, sin o en cuanto se coordinan dentro de un
sistem a u nitario, dirigido por una tendencia.
N o se puede com prender bien el socialism o, en su sentido
corriente, como aspiración económ ica y p o lítica, s in o se le con­
sidera al propio tiem po com o la form a perfecta y m ás pura de
una técnica v ita l que, lo m ism o que la opuesta, se extiende so­
bre todos los problem as p lan tead o s por el m an ejo de u n a p lu -
ralíd ad de elem entos. C o n o cid o el carácter p uram en te técnico
de estas ordenaciones, la o rg a n iza ció n so cia lista tiene que re­
nu nciar a la pretensión de ser u n fin que se ju stifica en sí
m ism o y una ú ltim a in sta n cia de v a lo r, y debe en trar en u na
com paración estim ativa con la com petencia in d iv id u a lista , en
cuanto esta es tam bién un m edio para la consecución de fines
súprat »di viduales. P ero no cabe negar, por otra parte, que di­
cha com paración estim ativa es a m enudo in solu b le para n u es­
tros recursos intelectuales, dependiendo entonces la preferen­
cia por una u otra técnica, de los in stin to s fund am entales que
actúan en las diversas n atu ralezas. C iertam en te, s is e conside­
ran las cosas en abstracto, los in stin to s h a b ría n de lim itarse
a fija r el fin ú ltim o, debiendo los m edios ser determ inados por
el conocim iento teórico. P ero , en la práctica, el conocim iento
es tan im perfecto, que los im p u lso s subjetivos tienen que Ha­
cer la elección en su lugar; y frecuentem ente es adem ás ta n
débil, que no puede resistir a l poder persu asivo de lo s in stin ­
tos. P o r eso sucederá a m enudo que, por encim a de toda ju s ­
tificación racio n al, el poder de atracción contenido en la for­
ma colectiva u n itariam en te o rga n iza d a , interiorm ente eq u ili­
brada y contraria a todo razo n am ien to , tal com o aparece su-
316 Soc¡olo£l.l

b lim ad o actualm ente en el socialism o, a lca n za ra la victoria


sobre la fo rm a rapsódica, fragm en taria, sobre la dilapidación
de fuerzas, la escisión y el a za r que lle v a consigo la com peten­
cia en la producción. Y a m edida que esta disposición v a y a
apoderándose de los in d ivid u o s, irá n desalojando a la com pe­
tencia de todos aquellos cam pos cu y a índole no la excluye.
A lg o an álo go sucede cuando se trata, no de la u nidad or­
gán ica, sino de la igualdad m ecánica de las partes. E l caso
m ás puro de este tipo lo co n stitu ye la organ ización grem ial,
en cuanto descansa sobre el p rin cip io de que cada m aestro h a
de tener «la m ism a congrua sustentación». L a esencia de la
com petencia im p lica que la ig u a ld a d de cada elem ento con
los dem ás, se esté m odificando co ntinu am ente hacia arriba o
h acia abajo. C u a n d o existe com petencia entre dos p roducto­
res, cada u no de ellos, prefiere, sin duda, a la m itad de la g a ­
n an cia, que tend ría segura si estuviese establecido el reparto
exacto de la oferta, la inseguridad de la diferenciación; ofre­
ciendo otras cosas, o de otra m anera, pueden corresponderle, es
cierto, m enos de la m itad de los consum idores, pero tam bién
m uch os m ás. E l principio del riesgo, que se realiza en la com ­
petencia, contradice de tal m anera al prin cipio de la igu ald ad
que los grem ios hicieron todo lo posible para evitar que su r­
giese la com petencia, p roh ib ien do al m aestro tener m ás de
u n despacho y m ás de cierto núm ero de oficiales m u y lim i­
tado, vender productos que no fueran los fabricados por él,
ofrecer cantidades, calidades y precios distin tos de los que el
grem io bahía determ inado. E l hecho de que estas lim itacion es
cayeran bien pronto en desuso, dem uestra que no estaban de
acuerdo con la n a tu ra leza de las cosas. E l prin cipio, abstracto
por un lado y personal por otro, de la igu a ld ad en la g a n a n ­
cia, fué el que m otivó que se prohibiese la form a de la com pe­
tencia en ¿a producción. N o hace falta citar m ás ejem plos. L a
a ltern a tiva (que se da en in co n tab les p rovin cias y casos de la
actividad h um an a), de si se h a de lu ch ar por un hien o repar­
tírselo en buena arm onía, se presenta aqu í en este género
esencial de lucha llam ado com petencia. C o m o en esta esfera
las partes no luchan entte sí de u n m odo inm ediato, sino p ara
obtener el éxito de su p roducción ante terceras personas, la
p artición del va lo r consiste en la igu ald ad vo lu n ta ria de esta
La lucha 31?

producción. L a decisión no depende en m odo a lg u n o exclu si­


vam en te del cálculo de p robabilidades, que u n a s veces aconse­
jará la aventura de la com petencia, oscilan do entre el todo y
el nada, y otras acon sejará la m ás lim itad a y m ás segura p rác­
tica de la igu a ld ad de la s prestaciones. L a disposición de á n i­
mo de cada época o el tem peram ento de los in d iv id u o s, deci­
dirá m uch as veces, p rescindiendo de todo cálculo del entendi­
m iento. Y este carácter sen tim en tal y general de la decisión,
h ará que la renu ncia a la com petencia pueda extenderse in ­
cluso a esferas en que no está aconsejada por la n atu raleza
de la s cosas.
O tra s m odificaciones de la acción social recíproca se p ro­
ducen cuando no se elim in a la com petencia en sí, sino algun os
de sus m edios. T rá ta se aquí de estadios de evo lu ción , en los
cuales la com petencia ab soluta de la lu ch a a n im a l por la exis­
tencia conviértese en relativa; es decir, en los cuales van
desapareciendo gradu alm ente todos aquellos rozam ien tos y
p aralizacio n es que no son exigidos por la propia com petencia.
E n estas m odificaciones no se altera n i el producto n i la in ­
tensidad de la com petencia; lo que se hace es orien tar ésta h a ­
cía el puro resultado final, can alizán d o la de m odo que las
fuerzas de los dos p artid os no se pierdan, en daño tan to de la
u tilid ad su b jetiva com o de la objetiva. P rodúcen se así dos fo r­
m as, que pueden llam arse la lim itació n in te rin d iv id u a l y la
lim ita c ió n su p ra in d ivid u al de los m edios de com petencia. L a
prim era surge cuando u n cierto núm ero de com petidores acuer­
dan volu n tariam en te ren u n ciar a ciertas prácticas, con las
cuales tratan de aven tajarse unos a otros; la renuncia del u no
sólo es v á lid a en tanto que e! otro la m an tien e tam bién. A s í,
cuand o los libreros de ocasión, en un lugar, acuerdan no reba­
ja r m ás que el 10 o el 5 por 100 sobre el precio de librería, o
cuando los com erciantes convien en en. cerrar sus estableci­
m ien tos a las n u eve o a las ocbo, etc. E s evidente que en estos
casos sólo decide la utilidad egoista; el u no ren u n cia a ciertos
m edios de atraer la clientela, porque sabe que si lo s aplicara
el otro le im ita ría en seguida, y el exceso de gan an cia, que re­
p artirían , no com pensaría el p lu s de gastos que igu alm ente
h ab rían de repartir. D e m anera que a lo que propiam ente han
renunciado no es a la com petencia— que exige siem pre algu n a
318 Sociología

desiguald ad— , sino justam en te a aq u ello s extrem os en que no


es posible la com petencia, porque en ellos sobreviene en segu i­
da la igu ald ad de todos los com petidores.
E ste tipo, aun que h asta a k o ra pocas veces se ka realizad o
con pureza* es de la m ayo r im p ortancia; dem uestra la p osib i­
lid ad de una in teligen cia de los com petidores sobre el terreno
m ism o de la com petencia, sin que ésta sea dism in uida. D escu ­
bierto un punto en que coinciden los intereses, el antagonism o
se concentra con m ayo r in ten sidad en aqu ellos otros pun tos
en que puede desarrollarse. A s í, la lim ita c ió n in terin d ivid u a l
de los m edios puede prolongarse indefinidam ente, descargan­
do la com petencia de todo aq u ello que no es verdadera com ­
petencia, porque no produce efectos al neu tralizarse recíproca­
mente. C o m o lo s m edios de la com petencia consisten m a ­
yorm ente en ven tajas concedidas a u n tercero, este tercero,
que en lo económ ico es el consum idor, será el que su fra las
consecuencias de esos acuerdos consistentes en ren u n ciar a
d icko s m edios. E n realidad, estas in teligen cias in icia n el ca­
m in o que lle v a a la co n stitu ció n de carteles indu striales. U n a
vez que se h a com prendido que pueden aho rrarse m uchos de
los daños consecutivos a las prácticas de la com petencia, siem ­
pre que el com petidor h aga lo m ism o, estos convenios pueden
tener no sólo la consecuencia indicada: in ten sificación y pure­
za de la com petencia, sin o tam b ién la contraria: exaltar el
acuerdo h asta la supresión de la com petencia m ism a y el es­
tab lecim ien to de u n a o rgan izació n , que en vez de luchar por
la con q uista del m ercado, se encargue de abastecerlo segú n un
p la n com ún. E sta an u lació n de la com petencia tiene un sen ti­
do sociológico com pletam ente d istin to de la que practicaba la
orga n iza ció n grem ial. Siendo en ésta los in d iv id u o s indepen­
dientes, su igu ald ad fo rzad a determ inaba que los m ás capaces
descendiesen al n iv e l en. que los m ás ineptos p odían.com petir
con ellos. T a l es la form a en que irrem ediablem ente caen los
elem entos independientes, cuando están som etidos a una
igu ald ad m ecánica. P ero en la cartclación, el p un to de partida
no es en m odo algu n o la situ ació n de los sujetos, sino las con­
ven ien cias ob jetivas de la exp lotación. A q u í cu lm in a aquella
lim itació n de la com petencia, que consiste en su p rim ir todos
los m edios que no la sirven, acab ando por p riv a r a lo s que
La lucha 319

aún restan del carácter de com petencia, p orgue el dom in io


com pleto del m ercado y la dependencia a que queda reducido
el consum idor, hacen com pletam ente sup erflua la com petencia
como tal.
F in alm en te, la lim ita ció n de los m edios de com petencia,
dejando subsistente la com petencia m ism a, acontece a veces
por obra de instancias situ ad as m ás allá de loa com petidores
y de su esfera de intereses: el derecho y la m oral. E n gen eral,
el derecho no prohíbe a la com petencia sino aquellos actos que
se castigan igu alm en te en las dem ás relaciones h u m an as: la
violencia, el daño, el engaño, la calu m n ia, la am en aza, la fa l­
sedad... P o r lo dem ás, la com petencia es el género de a n ta g o ­
nism o cu y a s form as y consecuencias se encuentran m enos in ­
tervenidas por p roh ib icion es juríd icas. S i por ataques in m e­
diatos se destrozase la existencia económ ica, social, fa m ilia r e
incluso física de a lg u ie n , en el grado en que ello acontece en
la com petencia— com o cuando se le va n ta u na fábrica al lado
de otra o so pretende el m ism o em pleo que otro, o se presenta
al prem io u n a obra p ara vencer a otra — intervendría in m ed ia ­
tam ente la le y p enal. ¿P o r qué, pues, la ley no protege los bie­
nes expuestos a la ru in a por la com petencia? P arece claro, en
prim er térm ino, que lo s com petidores no obran con dolo. N i n ­
gun o de ellos pretende o tra cosa sino conseguir el prem io de
su prestación; y si ello a rru in a el otro, es esta una consecuen­
cia secundaria, que n a d a le interesa a l vencedor, quien in c lu ­
so puede lam en tarla. P ero adem ás fa lta a la com petencia el
elemento de la v io len cia propiam en te dicha, no siendo la de­
rrota y la victo ria m ás que la expresión exacta, ju sta , de las
fuerzas respectivas. E l vencedor se h a expuesto exactam ente a
los m ism os riesgos que el vencido, y éste, en ú ltim o térm ino,
h a de a trib u ir su ru in a a su propia insuficiencia.
P ero, por lo que a lo prim ero se refiere, el dolo con tra la
persona perjudicada fa lta igu alm en te en u na porción de d eli­
tos que castiga el C ód igo ; propiam ente, en todos aq u ellos que
no h a n sido producidos por v en ga n za , perversidad o crueldad.
E l quebrado que conserva u n a parte de su p atrim o n io , quiere
salvar a lgu n o s bienes, y el hecho de que con ello queden per­
judicados los acreedores, puede no ser para él m ás que u n a
conditio sin e c¡ua non, m u y sensible. Q u ie n de noche va por
>20 S o c io lo g ía

la calle alb orotan do, es castigado por perturbar la tran q uilid ad


p úb lica, a u n cuando sólo se propone dar exp an sión a su con­
tento y no se le ocurre el p ensam iento de que con ello pertur­
b a el sueño de los dem ás. P o r tanto, según esto, el que a rru i­
na a otros con su trabajo norm al debiera merecer a l m enos
u n a pena: por im prudencia. Y en cuanto a la exculp ación que
resulta de la igu ald ad de condiciones, de lo vo lu n ta rio de la
acción y de la ju sticia con que el é x ito prem ia las propias
fu erzas, p u d iera aplicarse tam bién al duelo, en tod as sus for­
m as. C u a n d o en u n a lu ch a, aceptada vo lu n tariam en te por
a m b as partes y celebrada en las m ism as condiciones, u no de
los luch ad ores resulta gravem ente herido, castigar a l otro no
parece lógicam ente m ás consecuente que castigar a un com er­
ciante, que por m edios leales h a arru in ad o a un com pañero.
S i no se hace así. es debido, en parte, a razones de técnica ju rí­
dica; pero prin cipalm ente a u n a de carácter social u tilitario .
L a sociedad no puede ren u n ciar a las ve n ta ja s que le reporta
la com petencia de los in d ivid u o s, ven tajas que exceden con
m ucho a las pérdidas causadas por el an iq u ilam ien to ocasio­
n a l de a lg ú n in d ivid u o en la com petencia. E sta es la razón
evidente en que se fu n d a el prin cipio del C ó d igo c iv il francés,
sobre el cu al se construye todo el tratam ien to jurídico de la
concurrencia desleal: «todo hecho cualq u iera del hom bre que
causa a otro un daño, o b liga a rep ararlo a aquel por cu y a cu l­
pa Ha ocurrido». L a sociedad no to leraría que un individ uo
perjudícase a otro en la fo rm a indicada inm ediatam ente y
sólo para su propio provecho; pero lo tolera cuando este per­
ju icio acontece, por el rodeo de u na prestación objetiva, que
tiene va lo r p a ra u n núm ero indeterm inado de individuos.
A n á lo g a m e n te el E stad o no to lera ría el duelo entre oficiales,
si se tratase sim plem ente del interés personal de un in d iv i­
duo, que exige el an iq u ilam ien to de otro, y si la cohesión in ­
te rn a del cuerpo de oficiales no sacase de este concepto del h o­
n o r u n a fu erza, cu y a ven ta ja com pensa, para el E stad o, al
sacrificio del individ uo.
E s cierto que la legislació n de F ran cia y A le m a n ia , desde
hace a lg ú n tiem po, h a com enzado a lim itar lo s m edios de
com petencia, en interés de los propios com petidores. La in ­
tención fu n d am en tal, que h a m ovid o a estas m edidas, es la
-de proteger a los com erciantes e indu striales contra ciertas
ven tajas que sus com petidores podrían adquirir por m edios
m oralm ente reprobables. A s í, por ejem plo, se prohíben todos
los reclam os que, por indicaciones falsas, pud ieran in d u cir al
com prador a la creencia errónea de que ta l com erciante les
ofrece condiciones m ás ven tajosas que otro; y esto inclu so
cuando la consecuencia no es u n encarecim iento de la m er­
cancía para el público. S e prohíbe asim ism o producir en el
com prador la ilu sió n de que adquiere una can tidad de mer­
cancía, que no puede adquirirse en otras partes por el m ism o
precio, aun que la cantidad efectivam ente ven dida resulte de
hecho la corriente y el precio el adecuado. U n tercer tipo es el
de u n a casa m u y conocida, con gran núm ero de clientes, que
impide que otro, con el m ism o nom bre, lleve al mercado un
producto an álogo, despertando en los clientes la creencia de
que se trata del m ism o producto; en lo cual es indiferente que
la m ercancía que se ofrece sea m ejor o peor que la prim itiva
que lleva el nom bre conocido.
L o que nos interesa en estas m edidas es el punto de vista,
com pletam ente n u evo en apariencia, que consiste en proteger
al com petidor de buena fe contra ios que em plean m edios
desleales para procurarse clientela. L a s dem ás lim itacion es de
las prácticas com erciales tra tan de im pedir el engaño del pú­
blico; pero este m otivo y propósito no existe en las leyes de
que acabam os de h ab lar, y su defecto no im pide, en m odo a l­
guno, su aplicación. M as si se m ira la cosa con m ás detención,
se verá que estas prohibicion es no son m ás que desarrollos de
los viejos artículos referentes a la estafa; y estos desarrollos
no tien en sólo interés jurídico, sino tam bién sociológico y
form al. E l C ódigo p en al alem án considera com o estafa el he­
cho de que alguien , para obtener u n a ven taja en su patrim o­
nio, «perjudique a l p atrim on io de otro, provocando errores
P o r m edio de hechos falsos». P ero entendíase, sin in con ve­
niente, que era necesario que el error se produjese en la m is-
tna persona cuyo p atrim o n io sufre el perjuicio. A h o r a bien,
la letra de la ley nada dice acerca de esta identidad; y el per­
m itir que se persiga por estafa el hecho de producir un daño
en el p atrim onio de A , provocando u n error en B , hace que
Comprendan en la le y contra la estafa aqu ellos casos de
322 S ociolog ía

com petencia desleal. P u es dich os casos consisten en producir


u n error en el público— sin que este su fra u n daño p a trim o ­
n ia l — , resultan do por ello perjudicado el p atrim on io del
com petidor h onrado, que no es a quien h a n sido expuestos los
hechos falsos. E ,1 com erciante que le dice a l com prador fa ls a ­
m ente que liq u id a sus existencias por d efu n ció n , acaso no le
dañe en nada, si pide los m ism os honrados precios que su
com petidor; pero causa perjuicio a este com petidor, q u itán d o­
le acaso p arroquianos que, sin aquella fa lsa declaración, le
h u b ieran perm anecido fieles. P o r consiguiente, la ley no con­
tiene n in g u n a lim itació n de los m edios de com petencia, com o
tales; n i es protección específica de los com petidores. E l com ­
portam iento de la sociedad frente a la com petencia, no se ca­
racteriza porque ah o ra h a y a dispuesto la lim itación de estos
m edios, sino, al contrarío, por haberlo dejado de hacer du ran ­
te tanto tiem po, no siendo sin o u n a aplicación lógica de las
prescripciones penales vigentes.
A esto h a y que agregar lo siguiente: L a s m otivaciones de
estas leyes insisten, en todas partes, en que no quieren im p o ­
ner lim itació n a lg u n a a la com petencia leal, y que sólo se pro­
ponen im pedir la que v a contra ia b uen a fe. E l sentido de estas
observaciones puede traducirse m u y exactam ente diciendo que
elim in a n de la com petencia todo aquello que no es com peten­
cia, en el sentido social. L a com petencia es u n a lucha en que
se com bate con prestaciones objetivas, destinadas a favorecer a
terceras personas. P ero estos justos m otivos de decisión social
se encuentran entorpecidos y trastocados por el em pleo de re­
clam os, atracciones, sugestiones, a las que no responde n in g ú n
rendim ien to objetivo, sino sólo u n a especie de lucha inm edia­
ta, puram ente egoísta, no encauzada por los cauces de la u ti­
lid a d social. L o que la jurisprudencia designa con el calificati­
vo de com petencia «leal», es propiam ente aq u ella que respon­
de a l concepto puro de la com petencia. U n com entario de la
ley alem ana excluye expresam ente de ella el caso de que
a lg u ien abra ju n to a u n pequeño alm acén de trajes un gran
establecim iento en com petencia, y ven da a precios m ínim os
an u n ciados e n re d a m o s estridentes, h asta a n iq u ila r a i peque­
ño com erciante. N o s encontram os aq u í ante u n a violencia
b ru ta l y , considerada individ ualm ente, la relación entre am bos
? La lucha 323

com petidores no es otra que la que se establece entre el lad ró n


fuerte y su víctim a débil. P ero desde el punto de v ista social
es u n a com petencia leal, es decir, lim itad a a l objeto y a l terce­
ro. P u es el reclam o, si no contiene m ás que verdad, sirve ta m ­
bién al público. P ero si contiene indicaciones falsas, o p e rju ­
dica aí público, o por lo m enos no le favorece, desde este
p unto de vista puede y a in terven ir la protección del com p eti­
dor con tra la vio len cia , e in clu so debe hacerlo, p ara m an ten er
las fu erzas com petidoras dentro de la fo rm a p u ra , esto es,
so c ia l-u tilita ria de la com petencia. P o r lo tanto, aun la s m is­
mas lim itaciones específicas puestas por el derecho a la com pe­
tencia, se revelan com o lim ita ció n de las lim itacion es que la
com petencia sufre por el em pleo de prácticas puram en te su b ­
jetivas e in d iv id u a lista s.
H a y , pues, m otivo en esto para creer que el derecho debiera
ser com pletado, en esta esfera, com o en tan tas otras, por la
m oral; la cual no se encuentra atada a las conveniencias so ­
ciales, sin o que in co n tab les veces regu la la conducta de los
hom bres según n orm as a jen as a los intereses sociales, sig u ie n ­
do los im pulsos de un sen tim ien to inm ediato que pide la p az
consigo m ism o y la h a lla a m enudo justam ente en la op osi­
ción a la s exigen cias de la sociedad, o sigu ien do ideas m e ta físi­
cas y religio sas que, s i a veces contienen dichas exigen cias so­
ciales, otras la s rech azan totalm ente, considerán dolas com o
contingencias lim itad as e h istó ricas. D e am bas fuentes b ro ­
tan im perativos que rigen la conducta de hom bre a hom bre y
que no son so c ia le s— aun que sean so cio ló g ico s— , en el sen ti­
do tradicional; por m edio de estos im p erativos, la n a tu ra le za
h u m a n a se acom oda en la form a ideal del deber. N o h a y que
decir que las m orales ascéticas, a ltru istas, fa ta lista s, redu ­
cen en lo posible la com petencia y los m edios em pleados por
ella. P e ro la m oral típica europea m uestra m ás toleran cia
frente a la com petencia que fren te a otras clases de a n ta g o n is­
mo. E sto depende de una co m b in ació n p articu lar de los ca­
racteres que con stituyen la com petencia. P o r otra parte, com o
seres m orales, n os desagrada tan to m enos em plear nu estra
fuerza contra -un adversario, cu an to m ay o r sea la distancia
entre nuestra person alidad su b jetiva y la prestación que lle ­
vam os a la lu ch a y que decide ésta. E n cam bio, n o s sentim os
324 S ociología

m ás in clin ad o s a tener consideraciones y reservas, cuando lu ­


chan fu erzas personales inm ediatas; en este caso no podem os
su b strae m o s a l llam am ien to de la com pasión . E in clu so cu a n ­
do se tra ta de an tago n ism o s person ales e inm ediatos, u n a es­
pecie de p ud or n o s im pide desplegar sin reservas toda nuestra
energía, descubrir todo nuestro juego, em plear tod a nuestra
fu erza en u n a lu ch a en que se enfrenta p erson alid ad con per­
sonalidad . P ero en las contiendas que se desarrollan en pres­
taciones ob jetivas, desaparecen estos m otivo s éticos y estéti­
cos de contención. P o r eso podem os com petir con personas
con las cuales evitaríam o s en ab so lu to u n a controversia per­
sonal.
L a o rientación h acia el objeto da a la com petencia la
crueldad de todo lo objetivo, que no es el placer en el dolor
ajeno, sin o la elim in ació n de lo s factores subjetivos. E sta in ­
diferencia frente a lo sub jetivo, caracteriza la lógica, el dere­
cho y la econom ía m onetaria, y hace que personalidades, que
n o son crueles en m odo a lg u n o , com eten en la lucha* de com ­
petencia m uch as crueldades, sin por ello querer n ada m alo. E l
recogim ien to de la p erson alid ad tras la objetividad, descarga
la conciencia m oral. E ste m ism o objeto se consigue empero
tam bién por el elem ento opuesto de la com petencia: la pro­
p orcio n alid ad exacta con que el resultado corresponde a las
fu erzas em pleadas por el sujeto. P rescin dien do de desviacio­
nes que n ada tien en que ver con la esencia de la com petencia,
y proceden ta n sólo de s u m ezcla con otros destinos y relacio­
nes, el resultado de la com petencia es el índice in sob orn able
de la capacidad personal ob jetivad a en la prestación. L o que
adquirim os por el fa v o r de personas o co yu n tu ras, por el aca­
so o por un destino, a m odo de predestinación, a costa de
otros hom bres, no es por n osotros u sad o con la m ism a tra n ­
q u ilid ad de conciencia que el producto de nuestra propia acti­
vidad. P u e s ju n to a la m oralid ad que ren u n cia, está la que
afirm a el propio yo; am bas h a lla n su enem igo com ún en el
hecho de que n u estra relación con los otros esté entregada a
fu erzas exteriores, independientes del yo . C u a n d o en ú ltim o
térm ino, com o acontece en la com petencia pura, es el y o el
que decide, nu estro in stin to m oral se siente in d em n izad o de
la com petencia despiadada, por un sentim ien to de ju sticia
Lj lucha 525

que siente no sólo el vencedor, sin o a veces el propio ve n ­


cido (l).
E n lo hasta a q u í expuesto h em os visto diversas clases de
u nificaciones entre las partes en lu ch a: m ezclas de an títesis y
síntesis, construcción de u n a s sohre otras, lim itacion es y po­
tenciaciones m utuas. P ero adem ás de esto h a y que tener en
cuenta otra sign ificación sociológica de la lucha: la im p o rta n ­
cia de la luch a, no por lo que se refiere a la re la ció n de las par­
tes entre sí, sino a la estructura in terio r de cada parte. L a e x ­
periencia diaria enseñ a cuán fácilm ente la lu ch a entre dos
in d ivid u o s m odifica no sólo la relación de cada u n o con el
otro, sino a l in d ivid u o en sí m ism o; y ello prescindiendo del
efecto de m u tila ció n o purificación, debilitación o fortaleci­
m iento, que pueda tener p ara el in d ivid u o . L a lucha, en efec­
to, p lan tea condiciones previas y produce m odificaciones y
adaptaciones necesarias para el m ejor desarrollo del conflicto.
E l len gu aje nos ofrece u n a fó rm u la extrao rd in ariam en te acer­
tada p ara indicar lo esencial de estas m odificaciones in m a n en ­
tes: el que lucha h a de «recogerse en sí m ism o», esto es, h a de
condensar todas sus energías en un punto, a fin de poder en
cada m om ento em plearlas en la dirección conveniente. E n la
p az, el in d ivid u o «puede dejarse ir», esto es, puede dejar en
libertad las energías e intereses diversos de su ser, p a ra que
por todas partes se desarrollen con independencia. P ero en

(l) E ste e», sin d u d a , u n o d e los p u n to s en q u e se m anifiesta Ja re la ció n d e la


com p eten cia co n lo* rasgos m ás decisiv os de la ■vida m od ern a . E l h o m b re y su m isión
en lo vid a, la in d ivid u a lida d y va lor o b je tiv o de su a ctivid ad , aparecen antes de l o edad
m oderna c o m o m ás so lid a rio s, fu n d id o s y a d ecu a d os entre sí. L o s ú ltim o * sig lo s han
d esa rrolla d o de u n a parte co n u n p od er in u s ita d o lo * intereses o b je tiv o s , la civ iliz a c ió n
te*L y . p o r o tra parte, h a n p ro fu n d iz a d o de un m o d o in u sita d o tam bién el y o . la p er­
tenencia del alm a in d iv id a a l a si m ism a fren te a lo s p reju icios reales y s ocia les. E n el
h o m b re m o d e rn o aparecen p erfectam ente diferen cia d a s la con cien cia de la* co s o s y la
de su p r o p io y o . y esto le hace a p r o p ó s it o p aro la fo rm a de lu ch a q u e la co m p e te n cia
representa. S e da en él la p u ra ob jetiv id a d del p roced im ien to, q u e d eb e s u e fe cto e x c lu ­
sivam en te a la cosa , c o n plen a in d iferen cia respecto a la p erson a lid a d , q u e está detrás
de ella. P e r o al p ro p io tiem p o se da la p erfecta resp on sab ilid a d de la p erson a , la dep en ­
dencia d el resu ltad o resp ecto de la energía in d iv id u a l, y ello p orq u e las fa cu lta d es p er­
e n a l e s están m edidas p o r h ech os im person ales. L as tendencias m ás p ro fu n d a s de la
vida m o d e rn a ,.la real y la p erson a l, h a n h a lla d o en la com p eten cia u n o de sus p u n to*
coin cid en te»: en é l se fu n d e n p rácticam en te y se m an ifiestan c o m o m iem b ro* o p u e s to * ,
• u nque com p lem en tario*, d e u n o u n id a d espiritual superior.
Sociología

épocas de ataque y de defensa, esto sign ificaría u n derroche de


fu erzas (por las asp iraciones contrarías de las partes esencia­
les) y u n a pérdida de tiem po, p orgue a cada m om ento habría
que estar reconcentrándolas y organ izán tlo las de nuevo. P o r
eso, en ta l coyu n tu ra, el hom bre entero h a de adoptar la for­
m a de la concentración, com o posición in terior de lucha y ú n i­
ca p o sib ilid ad de victoria.
L a m ism a conducta fo rm a l h a de segu ir el grupo en una
situación igu al. E sta necesidad de cen tralización , de severa
concentración de todos los elem entos— que es lo único que
puede g ara n tiza r su em pleo en cada m om ento, sin pérdida de
energía n i de tiem po— , se sobreentiende en los casos de lucha
h asta ta l punto, que in co n tab les ejem plos históricos nos la
m uestran realizad a en las m ás perfectas dem ocracias. M en cio ­
narem os, v. gr., la s diferencias de o rga n iza ció n tan conocidas
de los in d ios norteam ericanos, según que se h allen en paz o
en guerra, y el caso de lo s oficiales de sastrería londinen ses
que en el prim er cuarto del siglo xix poseían organizaciones
com pletam ente diversas para la p az y para la guerra con los
patron os. E n tiem pos tran q u ilo s la organ ización es taha cons­
titu id a por pequeñas asam bleas autón om as, en treinta alb er­
gues. E n épocas de guerra, cada albergue tenía un representan­
te; éstos form aban un com ité que, a su vez, elegía u n com ité
m enos n um eroso, de quien em an ab an todas las órdenes y al
que se obedecía incondicionalm ente. E n general, las asociacio­
nes de obreros profesaban entonces el principio de que acerca
de los intereses de todos debían decidir lodos tam bién. P ero
la necesidad h ab ía creado un órgano de la m ás estricta efica­
cia, que actuaba de un m odo com pletam ente autocrático y cu­
y a s ven tajas reconocían de buen grado los obreros.
L a conocida influencia recíproca que se observa entre las
constituciones despóticas y las tendencias guerreras descansa
en esta ra zó n form al. L a guerra exige la cen tralización del
grupo y el despotism o es quien m ejor puede g ara n tiza rla . M as,
por otra parte, u n a vez que el despotism o está im p lan tado y
realiza aquella form a, la s energías acu m ulad as tienden fá c il­
m ente a descargarse en una guerra exterior. P o r ser altam ente
característico, citarem os un ejem plo de esta conexión, tom ado
de la situación contraria. U n o de los pueblos m ás anárquica-
La ludía 327

m ente organizados son los esquim ales de G ro e n la n d ia . N o


existe entre ellos jefatura a lg u n a. E n la pesca, se obedece de
buen grado a l hom bre m ás experto; pero éste no posee género
a lg u n o de autoridad. N o h a y recursos coactivos para el que se
a p arta de la em presa com ún. P u es bien, de estas gentes se re­
fiere que el único m odo de com batir que practican, cuando se
producen entre ellos an tagonism os, es un certam en lírico. E l
que se cree perjudicado por otro, in ven ta versos denostándole
y los recita en u n a asam blea p op u lar, convocada al efecto, en
la cual el adversario responde de la m ism a m anera. A la falta
ab soluta de in stin to guerrero corresponde en este caso la f a l­
ta ab solu ta de centralización.
P o r eso entre las diversas organizacion es que se dan den­
tro del grupo to ta l, la m ás centralizada es la del e jército -
salvo acaso la de los bom beros, que está sujeta a las m ism as
necesidades fo rm ales— , es decir, aq u ella organización en la que
está excluido todo m ovim ien to propio de los elem entos, g ra ­
cias a la autoridad ab so lu ta de la instancia central. A s í los
im pulsos que parten de esta se re alizan , en el m ovim iento del
todo, sin pérdida de fuerzas. P o r otra parte, lo que caracteriza
una federación de E stad o s es su u nidad como potencia gue­
rrera. E n todos los dem ás puntos puede conservar cada E s ta ­
do su independencia; en este no puede Hacerlo, si ha de existir
un la z o federal. P o r eso se h a dicho que la perfecta federación
de E stad o s sería aqu ella que constituyese u n a u n id a d a b so lu ­
ta en su relación con otros E sta d o s— abiertam ente guerrera o
en form a laten te— , poseyendo, en cam bio, sus m iem bros ple­
na independencia en su m utua relación.
T en ien d o en cuenta la incom parable utilidad que para ia
lu ch a representa una o rgan ización u nitaria, pudiera creerse
que cada parte h a de tener el m ayor interés en que la parte
contraria carezca de esa unidad (l). Y , sin em bargo, h a y casos
de lo contrario. La form a centralizada en que la situ ación de
lucha precipita a u n partido, transciende de éste y le lle v a a
desear que el enem igo se le presente tam bién en esta form a.
E n las luch as entre obreros y patronos, en los ú ltim os dece­
b ios, se puede apreciar esto de u n m odo innegable. L a R e a l

(i) Véoaao Uu exp lica cion es a n teriores so b re el d i?¿J e e t iiu p cre.


32$ S ociologie

C o m isió n de T rab ajad ores de In glaterra, declaraba en 1894


que la organ ización só lid a de lo s obreros era favorab le a los
patronos del oficio, e igu alm ente la de los patronos favorab le
a los trabajadores. P u es sí bien las h uelgas en este caso son
m ás extensas y duraderas, en cam bio la o rga n iza ció n es para
am bas partes m ás favo rab le y m enos cara que los m uchos ro­
zam ien tos locales, abandonos de trabajo y pequeños conflic­
tos, in evitab les cuando no h a y u n a o rga n iza ció n sólida en
am bas partes. D e la m ism a m anera, u n a guerra entre E stad os
m odernos, por destructora y cara que resulte, ofrece un b a la n ­
ce fin al más favorab le que las incontab les pequeñas lu ch as y
rozam ientos en los períodos en que los G ob iern os estaban
m enos centralizados.
T am b ién en A le m a n ia reconocieron los obreros que la
existencia de u n a organ izació n estrecha y eficaz de los p atro­
nos, era favorable para el obrero en los conflictos de intereses.
P u es sólo u na organización de este género puede n om b rar re­
présentâm es con quienes tratar con com pleta seguridad; sólo
frente a ella pueden los obreros de u n ram o estar ciertos de
que las ven tajas concedidas no resu ltarán en segu ida negadas
p or patronos disidentes. L a desventaja que sign ifica para una
parte la organización u n itaria de la o tra — en cuanto que para
esta es u na v e n ta ja — resulta com pensada con creces, en estos
casos, porque gracias a la o rga n iza ció n u n itaria , la lu ch a es
p a ra am has partes m ás concentrada y abarcable; y es tam bién
m ás segura u na paz efectiva y general. E n cam bio, contra una
m asa difusa de enem igos, se consiguen, sin duda, con frecuen­
cia, victorias parciales; pero difícilm ente se llega a acciones de­
cisivas, en las que realm ente se com pruebe la proporción de
la s fuerzas. S i este caso nos da u n a visió n tan profunda de la
conexión fundam ental que existe entre la fo rm a u n itaria y la
b uen a disposición de los grupos para la luch a, es porque n os
m uestra cóm o la conveniencia de esta conexión triu n fa ¡inclu­
so sobre la desventaja inm ediata que pudiera resultar. L a fo r­
m a ideal objetiva de la constitución más conveniente para la
lu ch a, es la centrípeta, que trae el resultado objetivo de la l u ­
ch a por el cam ino más seguro y m ás breve. E sta teleología, que
se cierne por encim a de la s partes, hace que finalm ente cada
parte h alle en ella su ven taja y logra el resultado aparente­
L.í lucha 329

mente contradictorio de convertir en ventaja para ios dos la


ven ta ja del otro.
P a r a caracterizar el sentido sociológico de esta form ación,
es esencial d istin g u ir si el gru p o en conjun to se encuentra en
u na relación an tagón ica frente a u n poder situado fuera de él
(con lo cual se verifica en la conciencia y la acción aqu el estre­
cham iento de lazos y acrecentam iento de la unidad), o si cada
elem ento de u n a p lu ralid ad tiene por si un enem igo, y la
cooperación se produce tan sólo por el hecho de ser este ene­
m igo el m ism o para todos. E n esce caso puede suceder: o bien
que esos elem entos nada tu vieran que ver anteriorm ente u n os
con otros, o que esta com ú n h ostilidad h aya hecho su rg ir en ­
tre ellos nuevas form aciones. E n el prim er caso h a y que esta­
blecer u n a distinción. L a lu c h a o guerra de u n grupo puede,
de una parte, u n irlo por encim a de las discrepancias y a leja ­
m ientos in d ivid u ales de sus m iem bros; pero, por otra, hace que
esas discrepancias in testin as adquieran u na clarid ad y deci­
sión que antes no poseían. E sto se podrá observar m ejor en
agrupaciones m enores que no han llegado a u n a l grado de
objetivación de u n E sta d o m oderno. C u a n d o un partido p o lí­
tico, en el que se reúnen vario s intereses, se encuentra la n za ­
do a una lu ch a resuelta y radical, surge u n a buen a ocasión
para que se produzcan escisiones; en esos m om entos sólo cabe,
u olvid ar la s disensiones internas, o por el contrario acen tuar­
las, elim in an do a ciertos m iem bros. C u a n d o una fa m ilia con­
tiene ind ivid u alid ad es en discrepancia fuerte o laten te, el m o­
m ento en que un p eligro o un ataque im p u lsa a la m ay o r
concentración posible, será justam ente aquel que asegure su
u nidad por largo tiem po o la destruya definitivam ente, resol­
viendo si es, y hasta qué p un to es, posible uxm cooperación de
dichas personalidades. C u a n d o ios alum n os de u na clase p la­
nean u na burla al profesor, o u na pelea con los de otra clase,
es ocasión esta que por u n a parte suele acallar enem istades
interiores; pero por otro lado, incita siem pre a a lg u n o s a lu m ­
nos a separarse de los dem ás, no sólo por m otivos ob jetivos,
sino porque con a lgu n o s, con quienes no tienen in conveniente
en con vivir en el m arco de la clase, no quieren colab orar en
ataques tan decididos. E n sum a: el estado de paz del grupo
perm ite que elem entos antagónicos co n vivan dentro de él en
330 S ociolog ia

u n a situ ació n indecisa, porque cada cu al puede seguir su ca­


m in o y evitar los choques. P ero el estado de lu ch a aproxim a
tan ín tim am en te a los elem entos y lo s coloca h ajo u n im p u l­
so ta n u n itario , que h an de soportarse perfectam ente o repe­
lerse radicalm ente. P o r !a m ism a razón , en los E stad os llenos
de disensiones intestinas, u n a guerra exterior es a veces el ú l­
tim o m edio para superarlas. P ero otras veces es causa de que
se d esh aga totalm ente la unidad.
P o r eso los gru p os que se encuentran de algú n m odo en
estado de guerra, rio son tolerantes. E n ellos las desviaciones
in d iv id u a les de la u n id ad fu n d am en tal co h esiva no pueden
p asar de cierto lím ite m u y estrecho. A veces la técnica que se
sig u e en estos casos consiste en cierta to lera n cia que se ejerce
para poder e lim in a r con tan ta m ayo r decisión a los que defi­
n itivam en te no pueden ser incorporados. La Iglesia C a tó lica se
ha encontrado propiam ente desde sus com ienzos en u n doble
estado de guerra; contra el com plejo de la s diversas opiniones
d octrin ales que, reunidas, con stituyen la herejía, y contra los
dem ás intereses y poderes de la vid a , que pretenden tener u n a
esfera de acción independiente de la su y a . L a u n id ad cerrada
que h u b o de adoptar en esta situ ació n , consistió en seguir tra ­
tan d o com o m iem bros a los disidentes, m ien tras ello fuese po­
sib le, exp u lsán d o lo s en cam bio do su seno con incom parable
en ergía cuand o se h acían intolerab les.
P a r a sem ejantes organizacion es es de la m ay o r im p o rtan ­
cia cierta elasticidad ( l) de form a; no p ara establecer transac­
ciones y conciliaciones con los poderes antagónicos, sino, pre­
cisam ente, p ara oponerse a éstos con la m ayor energía, sin
prescindir de nin gú n elem ento ap rovechable. L a elasticidad
no consiste en rebasar los lím ites. L o s cuerpos elásticos tie­
nen lim ites no m enos claros que los rígidos. E sa elasticidad
caracteriza, v. gr.. a las órdenes m onásticas, gracias a las c u a ­
les los im p u lso s m ísticos o fan ático s que surgen en todas las
religion es, se c a n a liz a n de m odo que resultan inofensivos
para la Iglesia y le están in con d icion alm en te subordinados.
E n cam bio, en el P rotestan tism o, con su in toleran cia dogm á-

(s ) S obre Ir. elasticidad de lus rortaas sociales en ¿en eroI, véase e! final del ca p í­
tulo sot-re a u tocon serv octd n .
La lucha >31

rica, m ayo r en ocasiones, esos im pulsos condujeron a m enu­


do a separaciones y escisiones de la unidad. A l m ism o m oti­
vo parecen poder referirse ciertas form as de conducta específi­
cas del sexo fem enin o. E n tre los elem entos variad ísim os de
que está form ada la relació n to ta l entre hom bres y m ujeres,
encuéntrase u n a h o stilid a d típ ica que brota de dos fuentes: de
que las m ujeres, físicam ente m ás débiles, están siem pre en pe­
ligro de ser exp lotadas económ ica y personalm ente y privadas
de derechos (l), y de que, por ser las m ujeres el objeto de la
apetencia sensual del hom bre, tienen que situarse frente a éste
a la defensiva. E s m u y raro que este lucha, que se extiende a
través de la b ísto ria interna y personal del género h um an o,
lleve a u na co alició n inm ediata de las m ujeres contra los h om ­
bres: pero h a y u na form a transpersona! que sirve de defensa
a la s m ujeres contra aquellos dos peligros, y en la cual, por
tanto, está interesado, p o r decirlo así, ir» corpore> el sexo fe­
m enino. E sta form a es la costum bre, sobre c u y a esencia so­
ciológica y a caracterizada m ás arrib a, nem os de vo lver ahora,
atendien do a las consecuencias que en esta esfera produce.
L a personalidad fuerte sabe defenderse in divid ualm en te de
lo s ataques de que puede ser objeto, o al m enos le basta con
la protección jurídica. E n cam bio, la débil se vería perdida, a
pesar de esta protección, si de algu n a m anera no les estuviese
p rohib ido a los in d ivid u o s superiores en fuerza a b u sar de su
superioridad. E s ta p ro h ib ició n es en porte obra de la m oral.
P ero com o la m oral n o tiene m ás poder ejecutivo que la con­
ciencia del propio in d ivid u o , no ofrece bastante seguridad y
necesita ser com pletada por la costum bre. É sta no tiene la
precisión de la norm a jurídica, ni ofrece tanta seguridad; no
obstante, se encuentra g aran tizad a por un tem or in stin tivo y
por las consecuencias desagradables de su violación. L a cos­
tum bre es la verdadera fuerza del débil, que no sab ría defen­
derse en u na lucha donde la s fuerzas pudieran desplegarse li­
bremente. P o r eso su característica es esencialm ente la p ro h i­
bición, la lim itación. P roduce u n a cierta igu ald ad entre los

(l) H a b lo a íju i de ln rela ción en <¡n: se h á a en con tra do l o s d o s SCXOS en la m a y or


p a ite c e la h istoria . sin con sid era r s i el d e ia r ro ilo <jue han ten id o m odernam ente las
energías y derech os de las m ujeres. !n m od ifica rá en lo fu tu r o o e n .p a it e la ha m o d i­
ficad o yo.
332 S o c io lo g ía

fuertes y los débiles; y en su fu n ció n de poner obstáculos a


la s desproporciones puram ente n atu rales, lleg a inclu so a pre­
ferir a l débil, como lo dem uestra, v. gr., la andante caballería.
E n la lu ch a latente entre los hom bres y las m ujeres, son
aqu ellos los fuertes y los agresores. L a s m ujeres se ven o b li­
gadas a buscar el am paro de la costum bre y a convertirse en
guardia ñas de ésta. P o r eso ellas se encuentran com prom eti­
das a cum plir severam ente la rica variedad de preceptos que
form an el código de ía costum bre, incluso en los casos en que
no se trata de abusos de los hom bres. T o d a s las norm aciones
de la costum bre están en co n exió n recíproca; la violación de
u na de ellas debilita el prin cipio y , por tanto, las dem ás. P o r
eso las m ujeres suelen encontrarse de acuerdo en este punto;
C onstituyen en esto u n a u nidad real, que corresponde a la u n i-
dad ideal en que las reúnen los hom bres cuando h ab lan de las
«mujeres» en general, u n id ad que tiene el sentido de u n a o p o ­
sición de partidos. L a so lidaridad que tienen las m ujeres, para
los hom bres, y que se expresa eir el viejo dicho alem án: «cada
hom bre responde só lo de su vergü en za, pero si cae u n a m ujer,
se censura a todas», esa so lidaridad sexu al da u n a base real
al ínteres que sienten las m ujeres por la costum bre, conside­
rada com o un m edio de lucha.
P o r eso frente a otra m ujer, las m ujeres no conocen por
regla general m ás que la in clu sió n com pleta o la total exclu ­
sión. del cam po de la costum bre. S e da en ellas la tendencia a
no confesar, m ientras es posible, que u na m ujer ha faltad o
a la s norm as de la costum bre, a dar a sus actos u n a interp re­
tación benévola, in ofen siva, salvo que obren en contra el de­
seo de escándalo u otros m otivos de orden personal, P ero
cuando la disculpa y a no es posible, la pecadora es sen ten cia­
da im placable e irrevocablem ente a la exp u lsión de ía «buena
sociedad». S i no h a y otro rem edio que confesar la falta contra
la costum bre, la culpable es entonces radicalm ente elim inada
de aquella unidad, que se m antiene por el com ún interés en el
sostenim iento de las reglas consuetudin arias. A s í vem os que
las m ujeres condenan del m ism o m odo a M a rg a rita que a la
D a m a de las C am elias, a S tella que a M csa lin a, sin hacer po­
sible situacion es interm edias entre las que están dentro y las
que están fuera de la n orm a de la costum bre, concediendo la
La lucha 333

existen cia de grados diversos. L a posición defen siva de las


m ujeres no perm ite que el m uro de la costum bre sea rebajado
en u n centím etro. E l partido de las m ujeres no acepta en p rin ­
cipio n in g ú n térm ino m edio, sino la in clu sión resuelta en la
com unidad ideal de la s «m ujeres decentes» o la exclu sión
igu alm ente resuelta de la m ism a. E sta a lte rn a tiva no está en
m odo algu n o ju stificad a en p u ra m oral, y sólo resu lta com ­
prensible teniendo presente aq u ella exigencia de in q u eb ra n ta ­
b le u nidad, que h a de tener para con sus m iem bros u n partido,
en lu ch a abierta con el adversario.
P o r la m ism a ra zó n puede ser ven tajosa para los partidos
políticos, u n a dism in u ció n del núm ero de sus adeptos, siem ­
pre que sirv a para lim p iarle de elem entos in clin ad o s a aceptar
transacciones y ap añ os. P a ra que esto sea conveniente, es pre­
ciso de ordin ario que coin cid an dos condiciones. E n prim er
lugar, un estado de lucha agudo, y en segundo lugar, que el
grupo com batiente sea relativam ente reducido. E l tipo de este
caso, lo encontram os en los partidos de m in oría, especialm en­
te cuando no se lim itan a la defensiva. L a h istoria p arlam en ­
ta ría inglesa lo ha dem ostrado varias veces. A s í, por ejem ­
plo, en 1793 el partido whi¿, que se h a lla b a y a m u y m erm ado,
se encontró fortalecido justam en te a consecuencia de otra de­
fección, que se llevó los elem entos tibios y prontos a las tra n ­
sacciones. E n to n ces la s pocas personas que quedaron en el
partido, entusiastas y resueltas, pud ieron practicar u n a p o líti­
ca u n ita ria y radical. E n cam bio, los grupos m ay o rita rio s, no
n ecesitan in sistir tanto en esta decisión del pro O del contra.
P a r a ellos no son peligrosos esos adeptos vacilan tes y condi­
cionales. P u ed en sop o rtar gran núm ero de estos elem entos, en
la periferia, sin que el centro resulte afectado por ello. P ero
cuando por ser el grupo poco extenso la periferia está m u y
p róxim a a l centro, la inseguridad de cualquier elem ento am e­
n a za en seguida a l centro m ism o, y con ello pone en peligro la
cokesión del conjunto. L a escasa distancia que h a y entre los
elem entos, quita al grupo la elasticidad, que es condición pre­
cisa p ara la tolerancia.
P o r eso, los g ru p o s— y , particularm ente, las m in o ría s— que
viven en lu ch a y sufren persecución, rechazan con frecuencia
la condescendencia y la tolerancia de la otra parte; porque con
334 S ociologia

ello se esfu m aría a l radicalism o de su oposición, sin el cu al no


ipodrían segu ir luch an do. E sto h a acontecido m ás de u n a vez
en la s luchas confesionales inglesas. L o m ism o b a jo Jacobo II
que hajo G u ille rm o y M a ría , lo s no con form istas e in d ep en ­
dientes fueron a veces objeto, por parte del G o b iern o , de u n a
condescendencia con la cu al n o estaban de acuerdo en m odo
alg u n o . P u es ello era causa de que los elem entos m ás condes­
cendientes e indecisos, que m ilitab a n en sus filas, sin tiesen la
tentación y tu viesen la p osib ilid ad de co n stitu ir form aciones
interm edias o, a l m enos, de su a v iz a r su oposición. T o d a to le­
ran cia por parte dei enem igo, toleran cia que no puede ser n u n ­
ca más c[ue parcial, am enaza la u n ifo rm id a d de los m iem ­
bros en la o p osición y , con ello, aqu ella u nidad que exige
u n a m in o ría com batiente que no quiere transacciones. P o r
eso, pierde con ta m a frecuencia su u nidad el grupo que no tie­
ne enem igo. C o n referencia al protestantism o se h a dicho va ­
rias veces que, siéndole esencial la «protesta», cada vez que el
adversario contra quien protesta queda fu era de sus tiros, pier­
de su energía o su u n id ad interior; h asta el punto de lleg ar a
repetir en su seno el conflicto con el enem igo, escindiéndose en
u n partido ortodoxo y otro lib eral. D e la m ism a m an era, h a
sucedido va rias veces en la h isto ria de los partidos norteam eri­
canos, que el retroceso de u no de los grandes partidos tu viera
por consecuencia la d ivisió n del otro en grupos y oposiciones
in testin as.
E n cam bio, la conciencia u n ita ria de la Iglesia católica se
h a fortalecido, indudablem ente, por el hecho de la herejía y la
actitud hostil adoptada frente a ella. G ra c ia s a la im placable
oposición contra la herejía, los va riad o s elem entos de la Ig le ­
sia h a n podido orientarse y m antener su u n id ad , a pesar de los
intereses que podrían h aberlos disociado. P o r eso, la victoria
total de un grupo sobre su enem igo no es siem pre-una fortu na,
en sentido sociológico; porque rebaja la energía que g a ra n tiza ­
ba su cohesión, y entonces g a n a n terreno la s fuerzas d iso lv en ­
tes, nunca ociosas. L a ruptura de la a lia n z a ro m a n o -la tin a en
el siglo v se ha explicado como consecuencia de la victoria
sobre los enem igos com unes. A c a s o la base en que se fun d ab a
dicha a lia n za : la toleran cia de u n a parte y la su m isión de otra
había dejado h acía tiem po de ser com pletam ente n atu ral; pero
I.a lucha 335

esto n o se puso de m an ifiesto h asta c[ue faltó el enem igo co­


m ún, merced a l cu a l los aliados no p arab an m ientes en sus
interiores contradicciones. In clu so puede afirm arse que en a l­
gunos grupos puede ser cordura p o lítica el buscar enem igos, a
fin de que la u n id ad de los elem entos siga actuando com o un
interés vital.
E l ejem plo últim am ente indicado nos lleva a considerar
u n a p osib le exaltación de este sentido u n íficad o r que tiene la
lucha. M erced a la lucha acontece, a veces, que n o sólo u n a
unidad y a existente se condensa con m ás energía y exclu ye
radicalm ente todos lo s elem entos que pud ieran con trib u ir a
borrar los lím ites que la separan del enem igo, sin o que la
lueba obliga a concentrarse a personas y grupos que, sin e lla ,
nada tendrían de com ún. L a energía con que la lu ch a actú a en
este sentido, aparece con p articu lar clarid ad en el hecho de que
la con exió n entre la situ a ció n de lu ch a y la u nificación es b a s ­
tante fuerte para actuar tam bién en la dirección con traria. L as
asociaciones psicológicas, en general, m uestran su energía por
el hecho de obrar, incluso, retrospectivam ente; si, por ejem plo,
nos representam os a u n a persona b ajo el concepto de héroe, el
enlace entre am bas representaciones a lca n za rá su in tim id ad
m áxim a, cuando no podam os representarnos el concepto de
héroe en general, sin que su rja inm ediatam ente en n osotros la
im agen de aquella personalidad. A s í, la u n ió n para fines de
lu ch a es u n acontecim iento tan corriente y h a b itu a l que, en
ocasiones, la mera aso ciación de elem entos, aun que no se b a y a
hecho con fines agresivos ni de lu ch a, aparece a los que que­
dan fu era de ella, com o am en aza y h ostilidad. E l despotism o
del E stad o m oderno se dirigió, sobre todo, contra el p rin cip io
de la agrem iación m edieval; y sucedió que los G o b ie rn o s aca­
baron por considerar toda asociaciózt de ciudades y clases s o ­
ciales (caballeros u otro elem ento cu alq u iera del E stad o ), com o
rebelión y lu ch a, en form a latente. C a rlo m a g n o prohibió a la s
gu ild as que adoptasen la form a de asociacion es ju ram en tad as
y sólo perm itió expresam ente las que se hiciesen sin ju ra m en ­
to y para fines caritativos. L a p ro h ib ició n se hace, en estos
casos, m irando, prin cipalm ente, a la o b ligació n con traíd a m e­
diante juram en to, a u n cuand o se trate de fines perm itidos;
Porque se estim a que a u n a sí pueden ser peligrosas para el E s -
33ft S ociologia

tado las asociaciones. U n a o rd en an za alem an a de 1628 disp o­


ne: «constituir pactos o a lia n za s, cualquiera que sea su fin y
aquel contra quien va y a n dirigidas, corresponde e x clu siv a ­
m ente al rey». £ 1 hecho de que, a veces, el poder dom inante
favorezca o, inclu so, cree asociacion es, no prueba n a d a en
contra lo dicho, antes bien, lo confirm a; no sólo en caso tan
claro com o la asociación, que va contra un partido de op osi­
ción, sin o tam bién en el caso interesante de que el E stado trate
de encauzar por cam inos in ofen sivos el in stin to de asociación .
C u a n d o los rom anos h u b iero n disuelto todas las asociacio­
nes políticas de los griegos, fu n d ó A d r ia n o u n a asociación de
todos los h elen os— xowóv oovs&ptov -mv 'EM»7(vo>v— con fines ideales,
juegos, conm em oraciones, m an tenim iento de u n p anh elcnis-
m o ideal, com pletam ente apolítico.
L o s casos históricos que confirm an lo que acabam os de
decir, son tan num erosos y claros, que la ú n ica cuestión que
puede plantearse es la de determ inar el g ra J o de unificación a
que puede llegarse de este m odo. E l m áxim u m está represen­
tado por la creación del E stad o u n itario . F ran cia debe la con­
ciencia de su n acio n alid ad , en prim er térm ino y esencialm en­
te. a la lu ch a con los ingleses. L a guerra contra los m oros fué
lo que co n virtió en un solo pueblo a las com arcas españolas.
E l grado inm ediato esta form ado por los E stad os federales y
u n ion es de E stad o s, con diversos m atices, según su coheren­
cia y las facu ltades atrib u id as a l poder central. L o s E stad os
U n id o s necesitaron su guerra de la independencia; S u iza , la
lu ch a contra A u s tria ; los Países B ajo s, el alzam iento contra
E sp a ñ a ; la Liga aquea, la guerra contra M acedonia. L a fu n ­
dación del nuevo Im perio a lem án ofrece u n ejem plo análogo.
E n esta m ism a esfera se encuentra la form ación de clases
sociales u n itarias. E l elem ento de la luch a, las oposiciones la ­
tentes y declaradas, son tan necesarias para ella, que no m en­
cion aré m ás que un ejem plo negativo. E l hecho de que en
R u s ia no exista u na aristocracia propiam ente dicha, form an ­
do u n a clase cerrada, parece que debiera h aber favorecido el
a m p lio y desem barazado desen volvim iento de la burguesía.
P ero , en realidad, h a ocurrido lo contrarío. S i en R u sia h u ­
biera existid o, com o en otras partes, u n a aristocracia podero­
sa, ésta se h ubiera encontrado frecuentem ente en oposición
La lucha 337

con los príncipes, quienes, en esta lu ch a, h u b ieran tenido que


recurrir a su ve z a la b u rguesía de las ciudades. S in duda a l­
gun a, en sem ejante situ a ció n de lu ch a, les h ubiera interesado
a los príncipes que se desarrollase u n a clase burguesa u n ita ­
ria. P ero los elem entos b urgueses no fueron nu n ca incitados
a unirse en u na clase, porque no existía conflicto ente la n o ­
b leza y el poder central, merced a l cu al pud ieran haber saca­
do partido de la lu ch a, in clin á n d o se.a un lado o a otro.
E s característico, en iodos los casos positivos de este tipo,
el que 1« u nidad, aun que nacida de la lucha y para los fines
de ésta, co n tin ú a después de term inada la lu c h a y hace flore­
cer otros intereses y energías so cializan tes, que y a nada tie­
nen que ver con el fin guerrero. L o que propiam ente hace en
estos casos la lucha, es poner en m ovim iento las relaciones de
unidad que existen en estado latente. E s m ás bien la causa
ocasional de u nificacio n es interiorm ente deseadas, que su fin.
S in duda, dentro del interés colectivo de la lu ch a, h a y dife­
rencia, según que la u n ificació n p ara fines de lu ch a se refiera
al ataqu e y a la defensa o solam ente a la defensa. E sto ú ltim o
es probablem ente el caso en la m ayo r parte de las coaliciones
de gru p os y a existentes, sobre todo cuando se trata de m u ­
chos grupos o de gru p os m uy diversos. E l fin defensivo es el
m ín im um colectivo, porque p ara cada grupo y para cada in ­
divid uo, es exigencia indispensable del in stin to de con serva­
ción. C u a n to m ás y m ás variad os sean los elem entos ligados,
tanto m enor será, evidentem ente, el núm ero de intereses en
que coinciden. E n los casos extrem os, esta coincidencia se re­
ducirá al in stin to m ás p rim itiv o , que es el de la defensa de la
existencia. A s í, por ejem plo, respondiendo a los tem ores de
los patronos de que u n d ía pudieran hacer causa com ún to­
dos los sindicatos ingleses, uno de sus m ás incondicionales
adeptos ba declarado: aun que llegase esa u n ió n , sólo podría
ser para fines defensivos.
D e los casos en que los efectos unificantes de la lu ch a van
más allá del fin inm ediato (lo que puede tam bién ocurrir con
el m ín im u m indicado), pasarem os a h o ra a los casos en que
la co alició n se hace solam en te W lioc. C ab e d istin g u ir aqu í
do s tipos. E n prim er lugar la a lia n za para u n a sola acción,
a lia n za que, sin em bargo, especialm ente e n guerras pro-
0
338 S ociología

píam ente dichas, puede poner a contribución todas las ener­


g ía s de los elem entos. E n este caso se form a u na unidad total.
P ero u n a vez conseguido el fin o fracasado el intento, las par­
tes to rn a n a su existencia separada. A s i ocurrió, v. gr., entre
los griegos, u na vez que h ubo desaparecido el peligro persa.
E n el otro tipo, la unidad es m enos com pleta, pero tam bién
m enos pasajera. L a agrupación se hace en torno a un fin de
luch a, que es sin gular, no ta n to en razón del tiem po com o del
contenido, y perm ite a sí que las dem ás actividades de los ele­
m entos coaligados no entren en contacto. A s í, en Inglaterra,
existe desde 1873 u na Fcderation o f A sso cia ted E m p lo y e r s o f
Labour, fu n d ad a para com batir la in flu en cia de las Trade
U m on s. Y algu n o s años después se co n stitu yó en los E stad os
U n id o s una federación de patronos, que sin tener en cuenta
las diversas ram as industriales, sirve para defender en co n ju n ­
to a l elem ento patron al contra las h uelgas de los trabajadores.
C om o es natu ral, apareee m ás acentuado el carácter de
am bos tipos, cuando los elem entos de la unidad com batiente
son entre sí, no sólo indiferentes, sino hostiles en otros perío­
dos o.en otros respectos. E l poder u nificad or de la lucha, re­
salta particularm ente cuando produce u na asociación tem po­
ral o real en circunstancias de com petencia o anim osidad. L a
oposición entre el an tagon ism o anterior y la m om entánea
a lia n za para la luch a, puede acentuarse en determ inadas cir­
cunstancias h asta el punto de que, para las partes, justam ente
su enem istad ab soluta sea la causa de su coalición . E n el par­
lam en to inglés, la oposición ha surgido a lg u n as veces, porque
los u ltra-rad icales del partido m in isterial, no sintiéndose sa ­
tisfechos por la actuación del G o b ie rn o , se u n ía n con los ad ­
versarios declarados del partido gobernante, en com ún a n im o ­
sidad contra el m inisterio. A s í contra R o b erto W a lp o le se
u nieron los ultra-w bigs, dirigidos por P u ite n e y , con los lories.
E n este caso justam ente, el radicalism o del principio u>/j/g,
que vivía de la hostilidad contra los tories, es lo que lleva a
sus adeptos a unirse con sus n atu rales enem igos. Si no h u ­
b ieran sido tan radicalm ente opuestos a los tories, no se h u ­
bieran u n id o a estos para provocar la caída de m in isterio
whi¿, que no les parecía bastante wbigista.
E ste caso es particularm ente lla m a tivo , porque en él se ve
^1 ¿ a Jucha 339

cómo el adversario com ún u ne a bandos enem igos, que co in ­


ciden en creer que aqu el está dem asiado del otro lado. P o r lo
demás, no es m ás que el ejem plo m ás puro de aqu ella expe­
riencia vulgar, según la cual, n i las más enconadas enem ista­
des im piden la u n ió n , siem pre que ésta v a y a contra u n adver­
sario com ún. E sto acontece especialm ente cuando las dos p ar­
tes coa ligadas, o u n a de ellas al m enos, persigue fin alidades
m uy concretas e in m ediatas, p ara cu y a consecución no necesi­
ta m ás que elim in ar a u n determ inado adversario. E n la h is ­
toria de los h ugonotes franceses h asta R ich e líeu , puede obser­
varse que basta que u n partido se declare h o stil a E sp a ñ a , o a
Inglaterra, o a S a b o ya , o a H o la n d a, para que el otro se ad­
hiera inm ediatam ente a esta potencia extranjera, sin preocu­
parse de si está o no en arm onía con sus tendencias p ositivas.
P ero estos partidos franceses tenían ante sí fin alidades perfec­
tam ente determ inadas y asequibles; no necesitaban p ara ob­
tenerlas m ás que espacio, esto es, verse libres del, adversario.
P o r eso estaban dispuestas a aliarse con cualquier enem igo de
su adversario, b astán d oles que éste tu viera el propósito de
m antenerse indiferen te respecto a l resto de su relación con él.
C u a n to m ás n eg ativa o destructora es u n a enem istad, tanto
m ás fácilm ente lle g a una (le las partes a u n a a lia n z a con otros
elem entos, con los cuales no existe n in g ú n otro m otivo de
com unidad.
F in alm en te, el grado in ferio r de esta escala, la form a m e­
nos aguda, está con stituid a por la s asociaciones b asad as en
u na igu ald ad de sentim ientos. L o s aliados saben que existe
entre ellos cierta com unidad, porque tienen todos u n a m ism a
aversión o u n interés sem ejante fren te a u n tercero, sin que
esta com unidad lleve necesariam en te a u na acción co n ju n ta
de luch a. T a m b ién aqu í h a y que distin gu ir dos tipos. L a g ra n
industria, a l colocar m asas de trabajadores frente a pocos p a ­
tronos, no sólo h a producido asociaciones eficaces de obreros
en lu ch a por obtener m ejoras en la s condiciones del trabajo,
sino que h a fom entad o tam bién el sentim iento general de que
entre todos los asalariad o s existe cierta com unidad, porque
en principio se encu entran todos en ig u a l lu c h a con los p a­
tronos. S in duda, este sentim ien to cristaliza a veces en fo r­
m aciones de partidos o lu ch as por el salario. Pero, en co n ju n ­
340 Sociologi-i

to, no puede convertirse en realidad práctica: es y seguirá


siendo el sentim iento de u n a com unidad abstracta, producida
p or la h o stilid a d com ún frente a u n enem igo abstracto.
M ien tras en este caso el sentim ien to de unidad es abstrac­
to pero duradero, en el segundo es concreto pero pasajero.
O cu rre esto, v. gr., cuando personas que, siéndose por jo de­
m ás extrañ as, pertenecen a la m ism a esfera elevada de educa­
ción y sensibilid ad, se encuentran en algú n círculo so cia l (en
u n ferrocarril, por ejem plo) jun to a otras personas de m an e­
ras groseras y vu lgares. S in que llegue a producirse acto con­
creto algu n o , sin que sea necesario cam biar u n a p alab ra o
u na m irada, aquellos se sienten, como un partido, reunidos
por la aversió n com ún a la plebeyez agresiva — para su sentir
a l m enos— de los otros. C o n su carácter extrem adam ente sen­
sitivo y delicado, que no exclu ye la claridad del fenóm en o, esta
especie de u n ificació n representa el ríltim o grado, en que ele­
m entos enteram ente extrañ os se sienten unidos por co m u n i­
dad de antagonism o.
S i la fu erza sintética de la Hostilidad com ún se m ide no
por el núm ero de intereses coincidentes, sino por la duración
e intensidad de la asociación, será particularm ente favorable
el caso de que, en vez de u na lu eb a actual, sea causa de la
u n ió n la am en aza persistente de un enem igo. Se b a hecho
n o ta r con respecto a la L ig a aquea, en su prim era época, hacia
270, que A c a y a se encontraba rodeada de enem igos, los cuales
de m om ento estaban m u y ocupados para pensar en atacarla;
este período de peligro que de co n tin u o am agaba sin descargar,
fu é altam en te favorab le para fortalecer el sentim iento de aso­
ciación. E s este u n caso p a rticu la r de u n tipo m u y curioso: cier­
ta distancia entre los elem entos que b an de asociarse, de u n a
parte, y el pun to e interés que les asocia de otra parte, es una
situ a ció n particularm ente favorable para la coalición, espe­
cialm en te si se trata de círculos extensos. E sto se aplica a las
relacion es religiosas. C om parad o con las divinidades de tribu
y de n ació n , el D io s u n iv e rsa l del cristian ism o está a infinita
distancia de los fieles; fáítan le por com pleto aquellos rasgos que
le em parentan con la m anera de ser peculiar de u n pueblo o n a ­
ción; en cam bio, puede reun ir a los pueblos y personalidades
m ás heterogéneos, en u na com unidad religiosa incom parable.
m
La lucha 34 1

E n el m ism o sencido puede interpretarse el hecho ele que


el vestido señale siempre la com unidad de determ inadas capas
sociales. Y con frecuencia parece cum p lir m ejor esta fu n ción
social cuando viene de fuera. V estirse a la m oda de P a rís en­
gendra en otros países estrecha y exclu siva com unidad, de cier­
ta capa social. Y a el profeta habla de los elegantes que usan
vestidos extranjeros. L o s m u y diversos significados que encie­
rra ei sím bolo del «alejam iento», tienen varias afinidades psi­
cológicas. A s í, por ejem plo, una representación cu y o objeto
aparece como de algú n m odo «alejado», parece obrar m ás im ­
personalm ente. L a reacción in d ivid u al que sigue a l a p ro xim i­
dad y contacto inm ediatos, es entonces m enos acentuada; tiene
un carácter m enos inm ediatam ente subjetivo, y por lo tanto
puede ser la m ism a para un gran núm ero de personas. A s í
com o el concepto general, al abarcar una pluralidad de seres
individuales, es tanto m ás abstracto, es decir, m ás alejado de
cada u no de ellos cuanto m ás num erosos y diferentes son, así
tam bién un elem ento de unión social, que esté m u y d ista n cia ­
do en el espacio, como en sentido tran slaticio, de los elem entos
que h a n de asociarse, parece ejercer acciones específicam ente
unificadoras y com prensivas. La u nificación debida a un peli­
gro m ás bien crónico que agudo, a u n a lu ch a laten te, pero no
realizada, será muy eficaz, tratándose de u n ir duraderam ente
a elem entos de algú n m odo disociados. A s í ocurría con la Liga
aquea de que ya he hecho m ención. A s í dice M on tesq uieu ,
que m ientras la gloria y seguridad de la m onarquía están en
el sosiego y la confianza, una república necesita temer a a l­
guien. E videntem ente, lo que quiere decir es que la m o n a r­
quía, como tal, cuida de m antener u nidos a los elem entos que
pueden ser antagónicos; pero si estos no tienen sobre sí a n a ­
die que pueda obligarles a form ar unidad, sin o que poseen
una relativa soberanía, se disociarán fácilm ente, a no ser que
un peligro por todos com partido, les m antenga unidos; y un
Peligro que no sea u na lucha m om en tán ea, sino u na am en aza
constante, podrá g ara n tiza r mejor la u n ió n duradera.
E sto es m ás bien una cuestión de grado. E n cam bio, el
nexo fundam ental de !a colectividad cón la enem istad requ ie­
re las siguientes adiciones. L a s em presas de lucha propenden
m ás que las pacíficas, desde su nacim iento, a atraer a la coopc-
342 S ociología

ración el m ayor núm ero posible de elem entos, que se m an tie­


n en apartados y que p o r sí m ism os no h u b ieran intervenido
en la em presa. E n las acciones pacíficas, el reclu tam iento su e­
le lim itarse a los próxim os; pero los «aliados»— palabra del
len g u a je corriente que, siendo en si m ism a indiferen te, h a ad­
quirido y a un m atiz guerrero— se reclu tan a m enudo entre ele­
m entos que casi no tienen afinidad. E sto es debido, en prim er
lugar, a que la guerra, y no sólo la p o lítica, es a m enudo un
estado de in m in en te u rgencia, en el cu al no se puede ser m uy
exigen te para el reclutam iento de a u x ilia re s; en segundo lugar,
a que el objetivo de la acción, estando fuera o en la periferia
de los intereses aliados, éstos, u n a vez term inada la lucha,
pueden reponerse a la m ism a distancia que antes; en tercer lu ­
gar, a que la gan an cia obtenida por la guerra, si es m ás p eli­
grosa, es, en cam bio, en caso favorab le, particularm ente rá p i­
da y p roductiva, por lo cual ejerce sobre ciertos tem peram entos
u n a atracción fo rm al, que la s acciones pacíficas sólo ejercen
m erced a su contenido particular; en cuarto lugar, a que la
lu ch a relega a segundo térm ino lo propiam ente personal d é lo s
com batientes, perm itiendo a sí que entren en la coalición ele­
m entos m u y heterogéneos. F in alm en te, se añade a los an terio­
res m o tivo s el de que las enem istades se provocan fácilm ente.
C u a n d o un gru p o parte en guerra contra otro, resurgen todos
los posibles m otivos de enem istades latentes o ya sem iolvida-
das, de sus in d iv id u o s contra los del otro grupo. D e la m ism a
m anera, la guerra entre dos grupos suele despertar en un ter­
cero, contra uno tic ellos, viejas m alquerencias y resentim ien­
tos que, sin eso, no hubieran estallado; ahora que el otro Ha
ab ierto el cam ino, esos rencores, reavivados, in citan a adh erir­
se a él. E n este m ism o sentido, p articularm ente en épocas p ri­
m itivas, las relaciones entre pueblos, com o totalidades, eran
puram ente guerreras; los dem ás tratos, los derivados del co­
m ercio, la hospitalidad, el connubium , eran m eras relaciones
in terin d ivid u ales que h acía n posible, sin duda, el acuerdo
entre unidades populares, pero que no lo llevab an a efecto por
sí m ism as.
La ludia 343

C u a n d o u n a evolución h istórica se realiza en constante a l­


tern ativa rítm ica de dos períodos, que tienen ig u a l im p ortancia
u n o que otro y que sólo por su relación y oposición adquie­
ren su propio sentido, la im agen u n itaria que de este proceso
nos form am os reproduce raras veces el eq uilib rio objetivo
y el constante n ivel sobre el cual se suceden uno a otro los
elem entos. C a si inevitablem ente prestam os a esta altern ativa
u n a especie de acento tcleológico, de m anera que u n o de los
elem entos nos aparece com o el pun to de partida, com o lo o b ­
jetivam ente prim ario, del que surge el otro, m ientras que el
retorno de este a l anterior se nos antoja un retroceso. S u p o n ­
gam os que el proceso cósm ico consista en u n eterno sucederse
de dos estados, la hom ogeneidad cu alitativa de m aterias u n i­
das y la diferenciación de estas m aterias. P u es bien, aunque
estuviéram os seguros de que siem pre lo u no sale de lo otro y
luego a su vez lo otro de lo uno, sin em bargo, dado el fu n cio ­
nam iento de nuestras categorías conceptuales, consideraríam os
com o el prim ero el estado de indiferenciación, es decir, que
nu estra necesidad de exp licación tiende m ás bien a deducir la
plu ralidad de la u nidad que nó la unidad de la plu ralidad,
aun que objetivam ente acaso fu era lo más exacto no conside­
rar n in g u n a de ellas como la prim era, aceptando un ritm o in ­
finito, que no nos perm ite hacer alto en n in gu n o de los esta­
dos alcanzados, sin o que nos exige deducirlo de otro preceden­
te y opuesto.
E sto m ism o sucede con los principios de la quietud y el
m ovim iento. A u n q u e tanto en conjun to como en las seríes
particulares se suceden indefinidam ente u no a otro, solem os
considerar el estado de quietud como el o rigin ario o d efin iti­
vo, que, por decirlo así, no requiere deducción algu n a. C u a n ­
do consideram os u n a pareja de períodos, siem pre nos parece
que uno de ellos es el que exp lica a l otro, y únicam ente cu an ­
do los hem os colocado en esta relación, creemos com prender el
sentido de su sucesión. "No nos conform am os con verlos sus­
titu irse u no a otro, según se nos aparecen en la observación,
sin que n in gu n o de ellos sea p rim ario n i secundario. £1 h om ­
bre es dem asiado u n ser de distinciones, de valoraciones y de
finalidades, y no puede dejar de acentuar ciertos m om entos en
el flujo ininterrum pido de los períodos, interpretándolos se­
344 S ociolo»;:.:

g ú n las form as del dom inio y la servidum bre, de la prepara­


ción y el cum plim ien to, del m edio y el fin.
esto acontece con la lu c h a y la paz. A s í en la sucesión
com o en la coexistencia de la vida social, am bos estados se
ofrecen ta n confundidos que, en toda p az se están elaborando
las condiciones para la guerra futu ra y en toda guerra la s de
la p az siguiente. S i perseguim os bacía atrás la s series de la
evolu ción social, vem os que no cabe hacer alto en n in g ú n p u n ­
to, pues en la realidad histórica am hos estados se refieren
siem pre uno a otro. Y , sin em bargo, dentro de esa serie, sen ti­
m os u na diferencia entre sus eslabones; la guerra se nos a p a ­
rece como lo p ro visio n al, cuyo fin reside en la paz y sus con­
tenidos. M ie n tra s el ritm o de estos elem entos, considerado
objetivam ente, sigu e un m ism o nivel, con u n m ism o valor,
nuestro sentim iento va io rativ o los convierte, en cam bio, en
períodos jám b icos, en los cuales la guerra es tesis y la p az ar-
sis. A s í en la m ás an tigu a co n stitu ció n de R o m a , el rey tenía
que so licitar el consentim iento de los ciudadanos p ara em ­
prender u n a guerra, y no lo necesitaba en cam b io— se suponía
dado desde luego -para concertar la paz.
Y a esto indica que el paso de la guerra a la paz plantea un
problem a m ás esencial que el paso inverso. P rop iam en te este
ú ltim o no necesita m editación especial, pues las situ acion es en
el seno de la paz, de donde sale la guerra abierta, son ya g u e ­
rra en form a difusa, im perceptible y latente. S i, por ejem plo,
la prosperidad económ ica de los E stad o s del S u r, com parada
con los del N o rte , antes de la guerra de secesión norteam eri­
c an a — prosperidad que aquellos debían a la esclavitud -fue el
fund am ento de esta guerra, esta situ ació n , m ientras no p ro­
d u jo an tagon ism o, se h allab a allende la guerra y la paz; se
trataba de puras situacion es in m an en tes de cada territorio.
P e ro en el m om ento de su rgir el m atiz guerrero, éste aparece
com o la acu m ulación de an tagon ism o s varios, anim osidades,
polém icas de prensa, ro zam ien tos entre particulares y m utuas
sospechas m orales en tem as que se h a lla n fuera de! centro de
ía divergencia. P o r consiguiente, el térm ino de la paz no está
definido por n in g u n a situ ació n sociológica p articular, sin o
que el an tagon ism o surge inm ediatam ente de determ inadas
condiciones, existentes y a en la paz, aun que no en su form a
L.» lucha 345

más clara o intensa. E n el caso inverso, las cosas suceden


m u y <le otra m anera. L a p az no surge tan. inm ediatam ente de
la guerra. L a term in ación de la lucha es un acto especial que
no pertenece n i a u n a n i a otra categoría; de la m ism a m anera
que u n puente es distinto de las dos o rillas que une. P o r eso
la sociología de la lucha exige., a l m enos com o apéndice, un
a n á lisis de las form as en que term ina la lucha. E sta s form as
nos ofrecen a lg u n o s tipos de acción recíproca, que no se obser­
van en n in gu n a o ira circunstancia.
N o h a y , sin duda, alm a n in g u n a que no sien ta tan to el
encanto form al de la lucha como el de la paz. Y justam en te
porque los dos se dan siem pre en cierta m edida, surge por en­
cima de ellos el n u evo encanto del paso de u n o a otro. C ad a
in d ivid u alid ad se distingue según que su tem peram ento fa v o ­
rezca uno u otro ritm o de esta sucesión, según el elem ento
que sienta como p rim ario o como secundario, según que lo
provoque por propia in ic ia tiv a o aguarde la decisión del des­
tino. E l prim er m otivo de la term in ación de la lu c h a — el de­
seo de p a z — , es, pues, m ás rico en contenido que el m ero can­
sancio; es aquel ritm o que nos hace desear la p az como un
estado concreto, que no sign ifica m eram ente la cesación de la
luch a. P ero este ritm o no h a de ser entendido de u n modo pu­
ram ente m ecánico. S e ha dicho que m uchas relacion es ín ti­
mas, como el am or y la am istad, necesitan disgustos ocasio­
nales, para darse cuenta de toda su dicha por contraste con la
escisión sufrida, 0 p ara interrum p ir con u n alejam ien to lo
estrecho de la relación, que tiene indudablem ente p ara el in ­
dividuo algo de forzado y oprim eníe. P ero no son, sin duda,
las relaciones m ás h ondas las que necesitan de sem ejante tu r­
no. M ás bien es éste necesario a la s n atu ralezas toscas, que
apetecen los encantos groseros de la diferencia, y cu y a vida*
Consagrada al m om ento, favorece el salto en el contraste. E s
éste el tipo descrito en el dicho alem án: «la chusm a se golpea
y se reconcilia», el tipo que busca la discordia p ara m antener
la relación . E n cam bio, la relación verdaderam ente ín tim a y
refinada, se sostendrá sin in tervalos antagónicos y buscará el
contraste en el m undo am biente, en las disonancias y h o stili­
dades del resto de la existencia, que so n fondo suficiente para
darse cuenta de la paz que en su in terio r disfru tan .
346 S ociologia

A h o r a bien, entre los m otivos indirectos que form an el


deseo de p az (que deben d istin guirse de aquél), figuran de una
parte el agotam iento de las fuerzas, que, por sí solo, puede en­
gendrar el deseo de paz ju n to a l placer de la lu ch a, y de otra
parte la desviación del interés de la lu ch a hacia u n objeto su ­
perior. E sto ú ltim o engendra diversidad de hipocresías m ora­
les y de propios engaños; s e d je e o se cree h aber enterrado el
a rm a guerrera por el interés ideal de la p a z ,c u a n d o , en reali­
dad, lo único ocurrido es que el objeto de la p ugn a ha perdi­
do su interés y se desea conservar las energías para aplicarlas
en otra dirección.
E n las relaciones hondam ente arraigadas, el térm ino de la
lucha sobreviene porque la corriente fu n d am en tal sale de n u e­
vo a la superficie y e lim in a las contrarías. E n cam bio, surgen
m atices nuevos cuando es la desaparición del objeto de la lucha
la que pone fin a la h ostilidad. T o d o conflicto que no sea de
n a tu ra le za absolutam ente im personal, tiene a su servicio todas
las fu erzas disponibles del in d ivid u o y obra como un centro de
crista liza ció n , en derredor del cu al se ordenan aquellas a m a­
y o r o m enor d istan cia— repitiendo interiorm ente la relación
entre las fuerzas de choque y las a u x ilia re s — ; y merced a ello,
la person alidad entera, cuando lucha, adquiere una estructura
p eculiar. C u a n d o el conflicto term ina de u n a de las m aneras
corrientes— por victoria y derrota, por reconciliación, por ave­
nencia-—, esta estructura se transform a en la propia del esta­
do de paz; el punto central com unica a las dem ás energías la
transform ación ocurrida en él, a l pasar de la excitación a la
caim a. P ero en vez de este proceso orgánico, infinitam ente v a ­
riable, que ap aga interiorm ente el m ovim iento de la lucha,
prodúcese a m enudo, cuando el objeto de la lu ch a desaparece
de pron to, otro proceso com pletam ente irracio n al y tu rb u len ­
to, por virtud del cual el m ovim iento del combate continúa,
por decirlo así, en el vacío. A contece esto, particularm ente,
porque el sentim ien to es m ás conservador que la inteligencia,
y la excitación de aqxiél no se aquieta en el m om ento mism o
en que la in teligen cia ju zga desaparecida la causa de la con­
tienda. Siem pre se producen confusión y daño cuando los
m ovim ien to s del alm a, ocasionados por u n m otivo cualqu ie­
ra, se ven de pronto privados de todo m otivo, sin poder seguir
desenvolviéndose y desahogándose natu ralm en te, y sin saber
adonde dirigirse. T ie n e n que buscar entonces alim en to en sí
m ism os o asirse a u n su b stitu tivo absurdo. P o r consiguiente,
si m ientras se está desarrolland o la lu ch a, la casu alidad o un
poder superior la p rivan de su o b jetivo — u na riv a lid a d en que
el objeto discutido se decide por un tercero, u n a con tien d a por
cierto botín del que entre tanto se apodera otro', o u n a con tro­
versia teórica que de pronto es resuelta por u n a inteligen cia
superior de m odo que la s dos afirm aciones contrarias resu l­
tan equivocadas — , sucede con frecuencia que co n tin ú a un
com bate en el aire, u na estéril in cu lp ació n m u tu a, u n a ren o­
vación de diferencias a n tig u a s, enterradas desde h acía tiem po.
E sta es la estela que a ú n queda de los m ovim ientos hostiles y
que, antes de aquietarse, necesita desahogarse de un m odo, en
tales circunstancias, por fuerza insensato y tu m u ltu o so . E l
caso más característico se da quizá cuando am bos p artid os re­
conocen que el objeto de la pugna era ilu so rio o no v a lía la
pena. E ntonces, la vergü en za del error lle v a a m enudo a pro­
longar por bastante tiem po la lu ch a, haciendo un gasto de
energías in fu n d ad o y trabajoso , pero con tan ta m a y o r irrita ­
ción contra el adversaxio que n os obliga a este q u ijotism o.
E l m odo m ás sencillo y radical de pasar de la lu ch a a la
paz es la victoria-- m an ifestació n peculiarísim a de la vid a — ,
que se presenta, sin duda, en incontables form as y m edidas,
pero que no tiene sem ejan za algu n a coh los dem ás fenóm enos,
que, con otros nom bres, pueden ofrecerse en la vida h um an a.
D e entre las m uchas ciases de victo ria, que p restan u n co lo ri­
do p articu lar a la paz su b sigu ien te, sólo m encion aré aqu ella
que no se consigue exclusivam ente por el p redom in io de u na
de las partes, sino, a l m enos parcialm ente, por ren u n cia de la
otra. E sta resignación, este declararse vencido, este inclinarse
ante la victoria del otro, sin haber agotado todas las fuerzas y
posibilidades de resistencia, no es u n fenóm eno sim ple. Puede
con trib u ir a él cierta tendencia ascética, el placer de la propia
h u m illació n y entrega, no suficiente para haberse som etido
de antem an o sin lu ch a, pero bastante fuerte para su rg ir tan
pronto como em pieza a apoderarse del alm a el sen tim ien to de
la derrota, O para h a lla r acaso su m ayo r encanto en el con ­
traste con el sentim iento de lu ch a a ú n vivo . A la m ism a reso­
S o c io lo g ía

lución im pulsa tam bién el sentim iento de que es m ás d istin ­


guido entregarse que aferrarse h a sta el ú ltim o extrem o a la
in vero sím il p osib ilid ad de u n a m u d a n za del destino. D e sd e­
ñar esta p osib ilid ad y evitar a este precio que el adversario
nos dem uestre n u estra derrota in evita b le, tiene algo del estilo
noble y grande de los hom bres conscientes no sólo de su fuer­
za, sino tam bién de su debilidad, sin necesidad de palparla.
F inalm ente, el declararse vencido es com o u na ú ltim a dem os­
tración de poder. A l m enos el vencido ha podido hacer este
ú ltim o acto positivo, y h a otorgado algo al vencedor. P o r eso
en los conflictos personales, puede observarse a veces que la
renuncia de u n a de las partes, antes de que la otra h a y a triu n ­
fado plenam ente, es sentida por el vencedor com o u n a especie
de ofensa. O vencedor experim enta u n desasosiego, como si él
fuera propiam ente el más débil, habiendo el otro cedido por
C ualquier razó n , sin ser ello realm ente necesario (l).
A la term in ación de la lu c h a por victo ria, oponese su a ca ­
b am iento por avenencia. U n o de los criterios característicos
p ara la clasificación de las lu ch as, es si, por su n atu raleza, son
o no susceptibles de avenencia. E sto no se decide e xclu siv a ­
m ente p lan tean do la cuestión de si el prem io de la lucha está
constituido por una unidad in d ivisib le o puede ser dividido
entre las partes. F rente a ciertos objetos, no puede h ablarse
de aven en cia por repartición: entre rivales, que se disp utan los
favores de una m ujer, entre los que pretenden uno y e l m ism o
objeto in d ivisib le y puesto a la ven ta, en las luch as o rig in a ­
das por el odio o la ven ganza. S in em bargo, son susceptibles
de avenencia las luch as por objetos in d ivisib les, cuando estos

(0 P erten ece esto a aquella esfera Je relaciones, en d o n d e a p roxim orse es im p o r­


tu n o . l l a v cortesíaa q u e con stitu y en o fe n s a . regalos q u e h u m illa n , co m p a sio n e s que
en oja n o s o n é n t a n los su frim ien tos de lo víctim a, ben eficios que determ in an u n a g ra ­
titud fo rra d a o rrcon u n trato m ás in tolera b le q u e la p riva ción que suprim en. S e m e ­
jantes con stelacion es s o cio ló g ica s s o n p osibles p o r lo frecu en te y p r o fu n d a d iscrepan­
cia entre el con ten id o de una situ a ción o co m p o rta m ie n to , ob jetiva m en te exp resad o, y
s u rea liza ción in d iv id u o!, c o m o elem en to d:: r.na vida S id era l com p licad a . Er. esta f ó r ­
mula so com p ren d en dilem as c o m o el d e si debe tratarse la enferm edad o al en ferm o;
s : dene castigarse el d elito 0 &1 d elin cuen te; s i l a m isión d el m aestro CS transm itir un
m aterial de ed u ca ción o ed ucar ai d iscíp u lo. A s í m u ch as cosa s s o n b en eficios s i se c o n ­
sideran ob jetiva m en te y en su co n te n id o con cep tú a !, y pu ed en ser ! o co n tra rio , c o n s i­
derados cú m o realidades individuales.
La lucha 349

son susceptibles de representación; entonces, aunque el pre­


m io propiam ente dicho es a trib u id o a uno solo, éste in dem n i­
z a a l otro por su condescendencia, con a lg ú n valor. C o m o es
n a tu ra l, el que lo s bienes sean fun gió les, en este sentido, no
depende de que h a y a entre ellos n in g u n a igu ald ad ob jetiva de
va lo r, sino de que las partes estén dispuestas a term in ar la
lu c h a por cesión e in d em n ización . E sta posibilidad se mueve
entre dos casos extrem os: el de la to zu d ez m áxim a que recha­
za la in dem n ización m ás ab u n d an te y racio n al, sólo por pro­
ceder de la otra parte, y el caso en que u na parte va prim era­
mente atraíd a ta n sólo p o r la in d iv id u a lid a d del prem io, pero
lo a b an d o n a vo lu n ta ria m en te por un objeto, cu ya capacidad,
para sustitu ir a l prim ero, resulta a m enudo incom prensible.
L a avenencia, particularm ente la producida por la íu n g i-
bilidad, aunque es para nosotros u na técnica de vida cotidia­
na y n atu ral, co n stitu ye u no de los m ayores in ven tos de la
h um anidad. E l im p u lso del hom bre p rim itivo com o del n iñ o,
es pretender, sin m ás, todo objeto que le agrada, aun qu e se
encuentre ya en posesión ajen a. E l robo— ju n to con el rega­
lo — es la form a m ás sencilla del cam bio de posesión. P o r eso,
en organ izacion es p rim itivas, la enajenación de la propiedad
raras veces se verifica sin lu ch a. D arse cuenta de que esto pite-
de evitarse, ofreciendo al poseedor del objeto codiciado otro que
nos pertenece, haciendo así m enor el gasto y esfuerzo totales
en la lu ch a, es el p rin cip io de toda econom ía cu ltivad a, de
todo superior comercio. T o d o trueque de cosas es una a v e ­
nencia; y , justam en te lo que con stituye la pobreza de las co­
sas frente a lo puram ente esp iritu al, es que el cam bio de cosas
representa siempre algu n a pérdida y ren u n cia, m ientras que el
am or y todos los dones del espíritu pueden cam biarse sin que
el enriquecim iento de un lado sign ifique el em pobrecim ien­
to de otro. D e ciertos estados sociales se refiere que el robo
y la lucha por el botín era estim ada como cosa de caballeros,
siendo, en cam bio, indigno y ordinario el com prar y cam ­
biar; a ello contribuía, sin duda, el carácter de avenen cia que
tienen el cam bio, la concesión y la renuncia, polos opuestos
de la lu ch a y la victoria. T o d o cam bio presupone que la s v a ­
loraciones y los intereses h a n adoptado un carácter objetivo
Lo decisivo no es y a la pura pasión su b jetiva de la apetencia,
350 S o c io lo g i^

a la que sólo la lu ch a corresponde, sino el va lo r del objeto,


por am bos interesados reconocido, v a lo r que, merced a su
tran sm u tació n su b je tiva , puede representarse por diversos
otros objetos. L a renuncia al objeto valorado, por recibir en
Otra form a la cantidad de v a lo r encerrada en él, es, pese a su
sencillez, \tn m edio realm ente m aravillo so para resolver sin
lucha la oposición de intereses; y, seguram ente, b a necesitado
u n a larga evolución histórica, porque, el hecho de distinguir
psicológicam ente entre el sentim ien to general del va lo r y el
objeto in d iv id u a l, que prim eram ente se h a lla b a fundido con
él, presupone la facultad de elevarse sobre la apetencia inm e­
diata. L a avenen cia, merced a la sub stitución (el cam bio es un
caso p articular), representa en p rin cip io la posibilidad, a u n ­
que sólo parcialm ente realizad a, de evitar la lucha o ponerle
térm in o antes de decidirla por la sim ple tuerza.
Frente a l carácter objetivo, que tiene la term in ación de la lu ­
cha por avenencia, la reconciliación con stitu ye u n m odo p u ra­
m ente subjetivo. N o me refiero a la reconciliación que se pro­
duce a consecuencia de la avenen cia o de cualquier otra ter­
m in ació n de la lucha, sin o a la causa de ésta ú ltim a. E l deseo
de reco nciliación es un sentim iento prim ario que, prescindien­
do de toda razó n objetiva, quiere term inar la contienda; de la
m ism a m anera que el placer de lu ch ar la sostiene, tam bién sin
m otivo objetivo. En. los incontab les casos en que la lucha ter­
m ina de otro m odo que por la consecuencia inexorable de la
proporción de poder entre los contendientes, interviene de se­
guro esta tendencia elem ental e irra cio n al a la reconciliación.
L a cual es algo com pletam ente d istin to de la debilidad o b on ­
dad, de la m oral social o am or al prójim o. N i siquiera coin­
cide en el espíritu de paz. P u es éste evita de antem ano la lu ­
cha o com bate v, en la que se le im pone, conserva siempre el
deseo de paz; al paso que el sentim iento de reconciliación su r­
ge a m enudo, en todo su vigor, después de haberse entregado
el sujeto plenam ente a la luch a. M ás bien parece em parenta­
da en su peculiaridad psíquico-sociológica con el perdón, que
tam poco presupone una la x itu d de la reacción, una falta de
ím petu an tagó n ico , sino que b rilla con entera pureza tras la
injusticia hondam ente sentida, y tras la ap asion ada contien­
da. P o r eso h a y en la reconciliación, com o en el perdón, algo
de irracio n al, algo que parece desm entir lo que hace poco se
era tod avía.
E ste m isterioso ritm o del alm a, p o r virtu d del cu al los sen ­
tim ien tos de este tipo están condicionados ju stam en te por los
que Ies contradicen, aparece acaso con m áxim a clarid ad en e!
perdón. E l perdón es sin duda el ú n ico m ovim ien to sen tim en ­
tal que supon em os som etido absolutam ente a la vo lu n ta d , ya
que, si no, no ten d ría sentido pedir perdón. U n a solicitud
sólo puede m o ve m o s a algo de que la vo lu n ta d disponga. E l
tratar b ien a l enem igo ven cido, el ren u n ciar a tom ar v e n g a n ­
za del ofensor, so n cosas que visiblem ente dependen de la v o ­
lu n tad y , por tan to, pueden ser objeto de u na petición A h o r a
bien, el perdonar, esto es, que el «sentim iento» del a n ta g o n is­
mo, del odio, de la escisión, sea su stitu id o p or otro «senti­
miento», parece no depender de la mera resolución, pues que
en gen eral n o puede nadie disponer de sus sentim ientos. P ero
en realidad, la s cosas ocurren de otro m odo, y sólo h a y m uy
pocos casos en que no podam os perdonar, a pesar de desearlo
de todas veras. H á lla s e en el perdón, cuando se le a n a liza
h asta su raíz, algo que racionalm ente no se com prende bien;
y de este carácter participa ta m b ién en cierta m edida la recon­
ciliación , por lo cual am b os fen óm en os sociológicos ju eg an un
papel im portante en la m ística religiosa, cosa que pueden h a ­
cer, porque, considerados sociológicam ente, contienen un ele­
m ento m ístico religioso.
L a relación «reconciliada», en su diferencia con la que n o
ha su frid o nunca ru p tu ra, ofrece u n problem a p articular. N o
nos referim os aq u í a las relacion es antes m encion ad as, cuyo
ritm o in terior oscila entre la escisión y la reconciliación, sino
a las que h an sufrido u n a verdadera ru p tu ra y h an vu elto des­
pués a restablecerse com o sobre n u eva base. P o co s rasgos ca­
racterizarán tan b ien u n a relació n com o el hecho de que en
este caso h a y a acrecido o d ism in u id o su intensidad. P o r lo
m enos, esta es la a lte rn a tiva que se plantea a las n a tu ra lezas
hondas y sensibles. C u a n d o u n a relación , que h a sufrido u na
ruptura radical, se restablece com o si no hubiera pasado n a d a ,
en general puede presum irse que los que en ella intervienen
ban de tener u n a sen sib ilid ad frív o la o grosera. E l segundo
caso indicado es el m enos com plicado. S e com prende que una
Socio!,:.

escisión no pueda rem ediarse m ás, por ¿rancie que sea la v o ­


lu n tad de las partes: para ello no es necesario que h a y a que­
dado resto a lg u n o del objeto de la contienda, n i írreconcilía-
bilidad algu n a; basta el m ero hecho de que h a y a h ahido rup­
tura. E n relaciones ín tim as, que han llegado una vez a la
rup tu ra exterior, con trib u ye frecuentem ente a este resultado el
ver que las partes pueden pasarse u na sin otra y que, a pesar
de todo, la vid a co n tin ú a, au n qu e acaso no sea m u y risueña.
E sto no sólo d ism in u ye el v a lo r de la relación, sino que, una
vez restablecida la u nidad, el in d iv id u o se lo echa en cara fá ­
cilm ente com o una especie de traición o infidelidad, que y a no
puede rem ediarse, o intercala en la relación renovad a u n des­
án im o y desconfian za hacia sus propios sentim ientos.
E n esto nos en gañ am os sin duda con frecuencia. L a íaci-i-
dad sorprendente con que a veces se soporta la ruptura de una
relación ín tim a, proviene de la larga excitación producida p0~
la catástrofe. E s ta h a despertado en n osotros todas las ener­
g ía s posibles, y su vibración nos a yu d a y sostiene du ran te a l­
g ú n tiem po. P ero así com o la m uerte de una persona querida
no despliega todo su horror en la s prim eras horas, porque ú n i­
cam ente el tiem po va haciendo desfilar todas las situacion es en
que figurab a com o elem ento, dejándon os en tod as esas s itu a ­
ciones com o p rivad os de u n m iem bro— cosa que en los prim e­
ros m om entos no podíam os sen tir— , así tam bién u na relación,
que nos es cara, no se deshace, por decirlo así, en los prim eros
m om entos de la separación, estando nu estra im agin ación o cu ­
pada con los m otivos de la ruptura, sino que la pérdida expe­
rim entada va horadando nuestra a lm a caso iras caso, y por
eso, a m enudo nuestro sentim ien to no se percata de ella com ­
pletam ente h asta después Je bastante tiem po, habiéndola su­
portado en los prim eros m om entos con cierta ecuanim idad.
T a m b ié n por ese m otivo la reconciliación de a lg u n as relacio­
nes es tanto m ás profunda y apasionada cuando la ruptura
ba durado m ás tiem po. P o r lo m ism o es com prensible que el
tem po de la reconciliación, del «olvid ar y perdonar», tenga la
m ayo r im portancia para el desarrollo estructu ral posterior. Lo
lu c h a no puede considerarse como realm ente term inada, sin
que antes las energías latentes h a y a n alcanzado suficiente
desarrollo. E l espíritu de lu ch a no queda verdaderam ente pe-
La lucha 353

iletrado por la tendencia a la reconciliación, sino en sus esta­


dos declarados o a l m enos conscientes. A s í com o no debe
aprenderse dem asiado aprisa, si lo aprendido h a de quedar en
nosotros, tam poco debe olvidarse dem asiado aprisa, para que
el olvid o adquiera toda su im portancia sociológica.
P o r el contrario, el k cck o de que la relación reconciliada
supere en intensidad a la que no k a sido nunca rota, tiene v a ­
rias causas. L o principal es que, gracias a la reconciliación,
surge u n fo n d o en el cu al destacan m ás conscientes y con m a ­
y o r clarid ad todos los valo res de la u nión y todos los elem en­
tos que con trib uyen a m antenerla.
A esto se agrega la discreción que elude m encion ar lo p a­
sado e introduce en la relación cierta delicadeza y a u n u n a
n u eva com unidad inexpresada. P u es e v ita r e n com ún el toque
de ciertos puntos dem asiado sensibles, puede engendrar tan ta
intim id ad y m utua inteligen cia, com o el desem barazo con que
convertim os en m ateria de positiva com unidad todo objeto de
la vida interior in d ivid u al. F in alm en te, la intensidad del de­
seo de m antener a salvo de toda som bra la relación renovada,
no procede tan só lo del dolor experim entado durante la ru p ­
tura, sino de la convicción de que la segunda ruptura no p o­
dría curarse como la prim era. P u es esta curación, en casos in ­
contables, al m enos entre personas sensibles, tran sform aría la
relación en u n a caricatura. S in duda, en la relación m ás h o n ­
dam ente arraigada puede llegarse a u na ruptura trágica y a
u na reconciliación. P ero este es uno <lc aquellos acon tecim ien­
tos que sólo u n a vez pueden suceder y cuya repetición les q ui­
ta todo decoro y seriedad. P u es una vez que k a sobrevenido la
prim era repetición, nada se opone a la segunda y tercera, con
lo cual la conm oción experim entada se trueca en banal y de­
genera en juego frívo lo . A c a s o el sentim iento de que otra ru p ­
tura sería d efin itiva — sentim iento para el cual antes de la p ri­
m era apenas si hay a n a lo g ía — sea para n aturalezas delicadas
el lazo m ás fuerte, que diferencia la relación reconciliada de
la que no ba sido rota nunca.
P recisam ente porque la m edida de la reconciliación p o si­
ble, subsigu iente a la lucha, tras sufrim ien tos de u na o de am ­
bas partes, tiene gran im portancia para el desarrollo de las re­
laciones entre las personas, com parte dicha im p ortancia su ex-
354 S o c io lo g ía

trem o negativo, la irrecon ciliab ilídad. C o m o la reconciliación,


puede ser ésta tam bién un estado form al del alm a, que, a u n ­
que necesite p ara actu alizarse u n a situ ació n exterior, se p ro­
duce de u n m odo espontáneo, y no com o consecuencia de otras
em ociones interm edias. A m b a s tendencias fig u ra n entre los
elem entos fund am entales opuestos, cu y a m ezcla determ ina to ­
das la s relaciones que tienen lu gar entre los hom bres. S e oye
a veces decir que el que no p u d iera olvidar, tam poco podría
perdonar, y, por tanto, reconciliarse plenam ente. E s to , em­
pero, traería com o consecuencia la m ás terrible irreconcilia-
b ilid ad , pues b a ria depender la reconciliación de que tod o lo
que daba m otivo a la actitud contraría desapareciese de la
conciencia. A d em ás, com o todos los fenóm en os en que inter­
viene el o lvid o , se en con traría en p eligro constante de reavi-
vació n . S i este dicho ha de tener un sentido, debe, pues, en ­
tenderse a la inversa: cuando existe la tendencia a la reconci­
lia ció n . com o hecho prim ario, será la causa de que la escisión
y el dolor que u no h a producido a l otro, no vu elvan a presen­
tarse a la conciencia. D e acuerdo con esto, la irreconciliación ,
propiam ente dicha, no consiste en que la conciencia pase por
alto el conflicto pretérito, lo que es m ás bien u n a consecuencia-
L a irreconciliación sign ifica que el alm a ba su irid o en la
lu ch a u n a m odificación que y a no puede rem ediarse. N o es
com parable a u n a herida cicatrizada, sino a la pérdida de un
m iem bro.
É sta es la m ás trágica irreconciliación . N o hace fa lta que
quede en el alm a rencor, n i reserva o callad a ob stin ación , p o­
niendo u na barrera entre u n o y otro. 1.0 ocurrido es que el
conflicto h a m atado en el alm a algo que no puede revivir a u n ­
que quiera. E n este punto resalta claram ente la im potencia de
la v o lu n ta d contra la n a tu ra leza efectiva del hom bre, consti­
tu yen do u n contraste psicológico rad ical con el tipo antes
m encionado del perdón. M ien tras ésta es la form a de irrecon ­
ciliació n en tem peram entos m u y u n itario s y no conm oví bles
con facilidad, en otros m uy diferenciados interiorm ente se en­
cuentra otra. L a im agen y la reacción del conflicto, y todo
cuanto se ecba en cara al otro, perm anecen vivos en el alm a y
el dolor es constantem ente renovado. P ero al propio tiem po
v iv e n tam bién intactos el am or y la adhesión, por cu an to los
La lucha 335

recuerdos y resignacion es no actú an en form a de resta, sino


que están inclusos, com o elem entos orgánicos, en la im agen
to ta l del otro, a l que am am os con todo ese pasivo en el b a la n ­
ce de nuestra relació n to ta l, del m ism o m odo que am am os a
u na persona, a pesar de todos sus defectos, que desearíam os
desapareciesen, pero que aco m p añ an a nu estra id ea de esa
persona. L a am argu ra de la Jucha, los puntos en que la per­
son alid ad del otro b a falla d o , los aspectos que traen a la re­
lación u n a renu ncia perm anente o u na irritació n de continu o
renovada, todo eso queda in o lvid a d o y propiam ente irrecon-
ciliado. P ero está, por decirlo así, lo ca liza d o , recogido como
u n factor en la relación total, cu y a intensidad central puede
n o su frir por ello.
E s evidente que estas dos m an ifestaciones de irreco n cilia -
ción, claram ente distin tas de la s que ordinariam ente se desig­
n a n con ta l nom bre, encierran tam bién toda la escala de és­
tas. L a u n a deja que el resultado del conflicto, desprendido de
todos sus contenidos, ocupe el centro del a lm a y transform e
en su ra íz la personalidad entera por lo que a l otro se refie­
re. E n la otra, por el contrario, e! legado psicológico de la lu ­
cha resulta como aislado; no es sin o u n elem ento sin g u la r que
puede ser recogido en la im agen del otro, p ara ser com prendi­
do dentro de la re la ció n to tal que se m antiene con él. E n tre
aquel caso m ás grave y éste m ás leve de irrecon ciliación , se
encuentran, indudablem ente, todos lo s grados en que la irre­
conciliación pone la p az a la som b ra de la guerra.
C a p ítu lo 5
£L SE C R E T O Y L A S O C IE D A D S E C R E T A

o d a slas relaciones de lo s hom bres entre sí, descansan,

T naturalm en te, en que saben algo unos de otros. E l co­


m erciante sabe que su proveedor quiere com prar barato y ven ­
der caro; el m aestro sabe que puede suponer en el discípulo
cierta cantidad y calidad de conocim ientos; dentro de cada
capa social el in d iv id u o sabe que cantidad de cu ltu ra a p ro x i­
m ada cabe supon er en lo s dem ás. Indudablem en te, de n o exis­
tir ta l saber, no p o d rían verificarse la s relaciones de hom bre a
hom bre aqu í referidas. L a in ten sid ad y m atiz de la s rela cio ­
nes personales diferen ciadas— con reservas que fácilm en te se
com prenden— , es proporcional al grado en que cada parte se
revela a la otra por p alabras y actos. N o im porta la cantidad
de error y m ero prejuicio que pueda h aber en estos m uchos
conocim ientos. D e la m ism a m an era que nu estro con ocim ien ­
to de la n atu raleza, com parado con los errores e in su ficien ­
cias, contiene la p o rción de verdad necesaria para la v id a y
progreso de nuestra especie, a sí cada cu al sabe de aqu ellos con
quienes tiene que habérselas, lo necesario para que sean p o si­
bles relación y trato. E l saber con q u ien se trata es la prim era
condición para tener trato con a lg u ie n .X a representación co­
rriente que se fo rm an u n a de otra las dos personas, tras u n a
conversación algo p rolon gada o al encontrarse en la m ism a
esfera social, aun qu e parezca form a huera, es u n sím b olo ju s-
>57
358 Sociologia

to de aquel conocim iento m utuo, que con stituye la condición


a p r io r i de toda relación.
A la conciencia se le oculta esto a m enudo, porque en m u ­
ellísim as relacion es sólo Lace fa lta que se den recíprocam ente
la s tend encias y cualidades típicas, las que, por su necesidad,
só lo suelen notarse cuando faltan . V a ld r ía la pena de em ­
prender u n a in vestigació n especial, para averigu ar qué clase y
grado de conocim iento m utuo requieren la s distintas relacio­
nes que tienen lu g a r entre lo s hom bres; cóm o se entretejen los
supuestos psicológicos generales, con los cuales n os ab ord a­
m os u n o s a otros, con las experiencias p articulares Lechas so ­
bre el in d iv id u o frente a l cual nos encontram os; cóm o en a l­
g u n as esferas el conocim iento m utuo no necesita ser ig u a l por
am bas partes; cóm o ciertas relaciones, y a establecidas, se de­
term in an en su evolución por el creciente conocim iento de
u no por otro o de los dos por lo s dos; y, finalm ente, a l con ­
trario , cóm o nuestra im agen o b jetiva del otro es influenciada
por las relaciones de la práctica y de la sensibilidad. E sto ú l­
tim o no L a de entenderse só lo en el sentido de la falsificación ,
sin o que, de u n m odo perfectam ente legítim o, la representa­
ción teórica de un in d ivid u o determ inado es d istin ta según el
p u n to de vista desde el cual es considerado, punto de vista que
depende de la relación to tal en que se h a lla el que conoce con
el conocido. N u n c a se puede conocer a otro en a b so lu to — lo
que su p o n d ría el conocim iento de cada uno de sus p en sam ien ­
tos y sen tim ien to s— ; no obstante lo cual, con los fragm entos
que observam os, form am os u n a u n id ad personal, que, por lo
tan to, depende de la parte que nuestro p articu lar p un to de
v ísta nos perm ita ver.
P e ro estas diferencias no d im a n a n solam ente de la s dife­
ren cias de can tidad en el conocim iento. N in g ú n conocim iento
p sicoló gico es u n a reproducción de su objeto. C o m o el de la
n a tu ra le za exterior, el conocim iento psicológico depende de
la s form as que el espíritu cognoscente lle v a consigo y en las
cu ales recoge lo que se le ofrece. P ero estas form as, cuando
se tra ta del conocim iento de in d ivid u o s por in divid uos, estar»
m u y diferenciadas y no producen esa u n iversalid ad científica
y fu e rz a p ersu asiva, tran su b jetiva, que se puede conseguir
fren te a la n a tu ra leza exterior y a lo s procesos típicos del
F.l secreto y la sociedad secreta 359

alm a. S i A tiene u n a representación de 2 4 d istin ta de la que


tiene B , no supon e esto que h a y a im perfección o engaño; dado
el m odo de ser de A y el co n ju n to de circunstancias en que se
encuentra fren te a 2 4 , su im agen de 24 es verdad para A ,
com o lo es la otra, diversa en su contenido, para B . E,n m odo
a lg u n o puede afirm arse que, por encim a de estos dos conoci­
m ien tos, h a y a u n conocim iento de 2 4 , objetivam ente verdade­
ro, que legitim e los dos anteriores según el grado en que estos
coin cid an con él. L a verdad ideal, a la que, sin duda, no hace
m ás que aproxim arse asim ptóticam ente la im agen de 2 4 , en
la representación de A , es, com o ideal, distinta de la que tie ­
ne B; contiene, com o supuesto integrante y plástico, la cali­
dad aním ica de A y la relació n p articular en que se encuen­
tran A y 2 4 por virtu d de su carácter y su destino. T o d a rela­
ción entre personas hace nacer en cada u n a im agen de la
otra, im agen que está evidentem ente en acción recíproca con
aqu ella relació n real. L s ta crea los supuestos en virtu d de los
cuales la representación que uno se form a del otro resu lta de
esta o aqu ella m anera y posee en este caso su verdad le g íti­
ma. P ero , p o r otra parte, la acción recíproca entre los in d iv i­
duos se fu n d a en la im agen que cada cual se form a del otro.
N o s encontram os aqu í con u n o de los más hondos procesos
circulares de la vid a esp iritu al, en el cual u n elem ento presu­
pone u n segundo, pero éste, a su vez, presupone el prim ero.
S i tratándose de esferas restringidas esto constituye un círcu­
lo vicioso, que a n u la el todo, en esferas m ás generales y fu n ­
dam entales es la in evita b le expresión de la unidad en que se
reúnen am bos elem entos, u nidad que nuestras form as de pen­
sam iento sólo pueden com prender, construyendo el prim ero
sobre el segundo, y este sobre aquel a l m ism o tiem po. A s í,
nuestras relaciones van desenvolviéndose sobre la base de un
Saber m utuo, y este saber se funda a su vez sobre la relación
de hecho. A m b o s elem entos aparecen inseparablem ente fu n ­
didos y , por su altern a tiva dentro de la acción recíproca socio­
lógica, hacen que ésta aparezca com o u no de lo s p un tos en
que el ser y la representación hacen em píricam ente percepti­
ble su m isteriosa unidad.
N u e stro conocim iento respecto a l conjunto de la existen ­
cia, en que se tu n da nu estra actividad, está determ inado por
3í»0 Sociología

sin gu lares lim itaciones y desviaciones. N o puede, n atu ralm en ­


te, aceptarse en prin cipio que «sólo el error sea vida, y el s a ­
ber, m uerte»; pues un ser su m ido constantem ente en errores,
ob raría siem pre de un modo inadecuado y , por consiguiente,
perecería. P ero teniendo en cuen ta lo casu al y deficiente de
nuestra adap tación a n uestras condiciones de vida, no hay
duda de que no sólo adquirim os la verdad necesaria para
n u estra conducta práctica, sin o que tam bién conservam os la
necesaria ign o ran cia y em bolsam os el error necesario. Y esto
acontece, desde la s grandes ideas que tran sfo rm an la vida de
la h um anidad y que no se presentan o perm anecen desatendi­
das hasta que los progresos de la cultura la s hacen posibles y
ú tiles, b a sta la «m entira vital» del in d iv id u o , que tan a me­
nu do necesita ilu sio n arse acerca de su poder y aun de su sen­
tir, con la su p erstició n respecto de los hom bres y de los dio­
ses, p ara m antenerse en su ser y en sus posibilidades de ren­
dim iento. E,n este sentido psicológico, el error se h a lla coordi­
nado a la verdad. E-l fm alism o de la vid a , tanto externa como
interna, cuida de que poseam os tan to de u no com o de otra, lo
que justam en te co n stitu ye la base de la actividad que podemos
desarrollar. C la r o está que esta es sólo u na proporción a
grandes rasgos, con una a m p lia latitu d para desviaciones y
p ara adap taciones deficientes.
P ero dentro de la esfera de la verdad y de la ilu sió n , h ay
un sector determ inado en que am bas pueden adquirir un ca­
rácter que no se presenta en otros cam pos. E l hom bre, que te­
nem os enfrente, puede ab rirn os vo lu n tariam en te su interior o
en gañ arn os respecto de el con m entiras u ocultaciones. N o
h a y otro objeto m ás que el hom bre, que posea esta capacidad
de m an ifestarse o de esconderse; pues n in g ú n otro m odifica su
actitud, pensando en ei conocim iento que otro b a de form ar
de él. C o m o OS n a tu ra l, este carácter no se presenta siempre.
Frecuentem ente, el otro hom bre es para nosotros como un ob­
jeto de la n atu raleza, que se ofrece in m ó vil a nu estro conoci­
m iento. C u a n d o p ara este conocim iento im portan las m an i­
festaciones externas del otro, y jirccisám ente aquellas que no
están m odificadas por el p ensam iento de que van a servir para
ta! conocim iento, hay u n elem ento iu n d a m cn ta l que es m uy
im portante p ara la determ inación del in d ivid u o por su m edie
F.l secreto y la sociedad secreta

am biente. Se h a considerado com o un problem a— y en ocasio­


nes se h an deducido de ello las m ás am p lias consecuen cias—
el hecho de que nuestro proceso aním ico, que transcurre con­
form e a la n a tu ra leza, sea en su contenido casi siem pre con for­
me con las norm as lógicas. Y , en efecto, es asom broso que un
proceso producido por causas puram ente n atu rales, tran scu rra
como si estuviese regido por la s leyes ideales de la lógica. N o
de otro m odo que sí u n a ram a de á rb o l estuviese en com u n i­
cación con un aparato telegráfico, de ta l m anera que los m o vi­
m ientos producidos por el viento p usieran dicho aparato en
actividad y trazasen sign os que tuviesen para nosotros un
sentido razon able. A n te este sin g u la r problem a, que no h e­
mos de discutir en este lu gar, harem os notar, sin em bargo, que
nuestros procesos psicológicos se regu lan de hecho m ucho
m enos lógicam ente de lo que parece por sus m an ifestacion es
externas. S i exam inam os atentam ente las representaciones
que en el tiem po Yan desfilando por nuestra conciencia, vere­
m os que sus a ltern ativas, sus m ovim iento s en zig -z a g , la co n ­
fu sió n en que nos presentan im ágenes e ideas incoherentes,
sus asociaciones lógicam ente injustificables y que aparecen
a m an era— por decirlo a sí— de en sayo , verem os— d ig o — que
todo esto dista m ucho de estar regido por n o rm as de razón. L o
que sucede es que no nos dam os cuenta de ello con frecuencia,
porque sólo ponem os nuestra atención en la p arte «utiiizahle»
de nuestra vida interior, y pasam os por alto, o desatendem os,
sus sal l o s , lo que en ella h a y de irracio n al y caótico, a pesar de
su realidad psicológica, para no fijarn os m ás que en lo que tiene
alguna lógica o algú n valo r. P o r eso, todo cu an to c o m u n ica ­
mos a los dem ás, in clu so lo m ás su b jetivo, esp o n tán eo y con ­
fidencial, es ya u n a selección de aquel todo a n ím ico real; si
cualquiera de nosotros lo expresase exactam ente en su con te­
nido y sucesión, i r í a — perm ítasenos la p aradoja- al m an ico ­
m io. E n el sentido cuantitativo, lo que revelam os in clu so a
las personas más íntim as, no son sino fragm entos de n u es­
tra vid a real interior. P ero adem ás, estas selecciones, no re­
presentan en proporción determ inada aquel estado de he­
cho, sino que recaen desde el punto de vista de la razó n , del
valor, de la relación con el oyente, de la consideración a su
capacidad intelectiva. N a d a de lo que digam os, si excede de
362 S ociolog ía

la interjección o del m ín im um de com unicación, expresa, de


u n m odo inm ediato y fiel, lo que pasa en nosotros durante un
tiem po determ inado, sin o que es u n a tran sform ación de la
realidad, en u n sentido id e o ló g ico , abreviado y sintético. D i ­
rigid os p o r u n in stin to que exclu ye autom áticam ente el pro­
ceder contrario, no m ostram os a n adie el proceso puram ente
ca u sa l y real de nuestros estados de alm a, proceso que desde
el pun to de vista de la lógica, de la ob jetivid ad , del sentido, se­
ría totalm ente incoherente c irra cio n al. S ó lo exh ibim os u n ex­
tracto estilizad o por selección y ordenam iento. Y no cabe im a ­
g in a r otro com ercio n i otra sociedad, que los que descansan so­
bre esta ign o ran cia id e o ló g ic a en que n os h a lla m o s unos con
respecto a los otros. D en tro de este p o stu lad o evidente, aprio-
rístico, absoluto, por decirlo así, se com prenden las diferencias
relativas a que nos referim os cuando hab lam os de m an ifesta ­
ción sincera o de d isim u lación m endaz.
T o d a m entira, sea cu al fuere su n a tu ra leza objetiva, p ro ­
duce p or su esencia un error acerca del su jeto que miente;
pues consiste en que el m entiroso esconde a su in terlo cu tor la
verdadera representación que posee. L a esencia específica de la
m entira no queda agotada con el becho de que el engañado
adquiera u na falsa representación de la coso; esto sucede ta m ­
bién con el sencillo error. L o característico es que se le en ga­
ña sobre la idea in terior del que m iente. L a veracidad y la
m entira tienen, em pero, la m ay o r im p ortancia para la s rela­
ciones de los hom bres entre sí. L a s estructuras sociológicas se
distinguen de u n m odo característico, segú n el grado de m en­
tira que a lien ta en ellas. E,n prim er térm ino, la m entira es
m ucho m ás in o cu a para el grupo en la s relaciones sencillas,
que en las relaciones complicadas^. E l hom bre p rim itivo que
vive en u n círculo de escasa exten sió n , que satisface sus nece­
sidades por producción propia o cooperación inm ediata, que
lim ita sus intereses espirituales a la propia experiencia o a
u na tradición uniform e, abarca y con tro la el m aterial de su
existencia con m ayo r facilid ad y m ás com pletam ente que el
hom bre que se desenvuelve en civ ilizacio n e s elevadas. L o s in ­
contables errores y supersticiones, que se dan en la vida de los
hom bres prim itivos, son, ciertam ente, b astan te dañinos; pero
ni con m ucho tanto com o lo serían en épocas progresivas,
Ti secrcra y la sociedad secreta 363

porque la práctica de s u v id a se lim ita en lo esencial a pocos


hechos y circun stan cias, sobre los cuales puede ad q u irir u n a
v isió n justa, gracias a lo reducido de su horizonte.
E n cam bio, en civilizacio n es m ás ricas y am p lias, la vida
descansa sobre m il postulados que el in d ivid u o no puede per­
segu ir h asta el fo n d o , n i com probar, sino que h a de adm itir
de buen a fe. M u ch o m ás am p liam en te de lo que suele pensar­
se descansa nu estra existencia m oderna sobre la creencia en
la honradez de los dem ás, desde la econom ía que es cada vez
m ás econom ía de crédito, hasta el cultivo de la ciencia, en la
cual los investigadores, en su m ayo ría , tienen que ap licar re­
sultados h allad o s por otros y que ellos no pueden com probar.
C o n stru im o s nuestras m ás transcendentales resolu cion es sobre
un com plicado sistem a de representaciones, la m ayoría de las
cuales sup on en la confianza en que no som os engañados. P o r
esta razó n , la m entira en la vida m oderna es algo m ás nocivo
que antes, y pone m ás en peligro los fund am entos de la vida.
S i la m entira fuese considerada entre nosotros com o un peca­
do ven ial, como la consideraban los dioses griegos, los pa­
triarcas ju d ío s o los in su lares del P acífico; si no nos in tim i­
dase toda la severidad del precepto m oral, la estructura de la
vida m oderna— «econom ía de crédito» en un sentido m ucho
m ás am plio que el puram ente económ ico— sería im posible.
E sta relación entre las épocas, se repite en las distancias de
otras dim ensiones. C u a n to m ás lejos se b a ile n del centro de
nu estra personalidad terceras personas, tanto m ás fácilm ente
podrem os avenirnos práctica e interiorm ente con su m enda­
cidad. P ero sí las pocas personas que están más cerca de n o s­
otros, nos engañan, la vida se bace im posible. D ebem os su b ­
ra y a r sociológicam ente esta vu lgarid ad , porque dem uestra que
la proporción entre la veracidad y la m entira, com patible con
la existencia de relaciones h um anas, form a u n a escala en la
cu al puede leerse el grado de intensidad de estas relaciones.
E n los estados p rim itivos, la m entira es, pues, relativam en ­
te perm isible. P ero a esto se agrega u na positiva u tilid a d que
presta. La prim era organ izació n , jerarqu ía o cen tralización del
grupo, se verificará por sum isión de los débiles a los m ás tuer­
tes, corporal y espiritualm ente. La m entira que se im ponga,
esto es, que no sea descubierta, constituye, indudablem ente, un
S ociología

meclio de realizar cierta superioridad esp iritu al, aplicán dola e


la dirección y sum isión de lo s m enos avisados. E s u n derecho
de fu erza esp iritu al, tan b rutal, pero en ocasiones ta n adecua­
do com o el de fu erza física, y a sea p ara selección y entrena­
m iento de la in telig en cia d o p ara proporcionar a u n os pocos,
que no trabajar* con sus m anos, el ocio necesario a la produc­
ción de los bienes superiores de la cu ltu ra, o bien para deter­
m in a r quién h a de ser el director del grupo. A m edida que es­
tos fines puedan conseguirse por medios que no tengan conse­
cuencias tan indeseables, irá siendo m enos necesaria la m en­
tira y quedará m ás espacio para la conciencia de su pecam i-
nosidad m oral. E ste proceso no está aun term inado, n i m ucho
menos. E l com ercio a l por m enor cree, a ú n b o y , no poder
prescindir de ciertas m endaces ponderaciones de sus m ercan­
cías, y por ello las u tiliza con perfecta tran q u ilid ad de con­
ciencia. E l com ercio a l por m ayo r y los detallistas m ontados
en grande, han pasado ya de este esladio y pueden ofrecer sus
productos con com pleta sinceridad. C u a n d o el m ediano y pe­
queño com erciante em pleen m étodos de la m ism a perfección,
sus exageracion es o falsedades en reclam os y recom endacio­
nes, que ahora no se les tom an a m al en la práctica, sufrirán
la m ism a condena m oral que ya h o y merecen en las esferas en
que no son prácticam ente necesarias. D en tro de u n grupo, el
trato fundado en la veracidad será tanto m ás adecuado cu an ­
to m ás tenga por norm a cí bien de ios m uchos y no el de los
pocos. P u es los engañados, esto es. aq u ello s a quienes perju­
dica la m entira, form arán siem pre m ayo ría frente a l m entiro­
so. que saca provecho del engaño. P o r eso la «ilustración»,
encam inada a suprim ir las falsedades que actúan en la vida
social, tiene un carácter m arcadam ente dem ocrático.
E l trato de los hombres descansa norm alm ente en que sus
m undos m entales tienen ciertos elem entos com unes, y en que
ciertos contenidos espirituales ob jetivos, con stituyen el m ate­
ria l que se desarrolla, por sus relaciones, en vida subjetiva. E l
tipo e instrum ento fund am ental de esto es el lenguaje, igu al
para todos. P ero si se m iran las cosas m ás de cerca se echara
de ver que la base, a que aquí se alude, no está sólo con stitu i­
da por lo que saben c: uno del otro, o por lo que el uno cono­
ce como contenido esp iritu al del otro, sin o que está tam bién
Fl secreto y la sociedad secreta 365

integrada por lo que sabe el u no, pero no el otro. Y adem ás,


esta lim itació n tiene a u n m ás im p ortancia p o sitiv a que aque­
lla o tra y a citada, que resu lta de la oposición entre la realidad
iló g ica y casual de! proceso de las representaciones y la parte
que seleccionam os por m otivos lógicos y teleológicos, p ara
com unicársela a los dem ás. L a du alidad del ser h u m a n o , en
virtu d de la cual toda exp resión exterior del hom bre b rota de
va rias fuentes y hace que toda m edida parezca grand e o pe­
queña, según se com pare con otras menores o m ayores, da por
resultado que la s circun stan cias sociológicas tam bién se h a ­
lle n condicionadas de ese m odo dualista. P a r a que resulte la
verdadera configuración de la sociedad, es preciso que la con­
cordia, la arm onía, la cooperación (que p asan por s e r la s fuer­
zas socializadoras por excelencia), sean contrapesadas por la
distancia, la com petencia, la repulsión . L as form as fijas orga­
nizad oras que parecen dar a la sociedad el carácter de ta l, h an
de verse constantem ente estorbadas, desequilibradas, im pedi­
das por fuerzas in d iv id u a lista s irregulares, p ara ad q u irir vida
y evolución , gracias a estos procesos de condescendencia y re­
sistencia. L a s relaciones de carácter íntim o, cu y o soporte fo r­
m al es la proxim idad corporal y espiritual, pierden su en can ­
to c in clu so el conten id o de su in tim id ad , si la p roxim id ad no
in clu ye, a l propio tiem po y en a lte rn a liv a , distan cias y p a u ­
sas. F in a lm e n te — y esto es lo que aquí im p orta p rin cip alm en ­
te— , el saber m utuo, que determ ina p ositivam ente las relacio­
nes, no lo hace por sí sólo, sino que estas relaciones p resuponen
igu alm en te u n a cierta ign oran cia, u na canfídad de m utu o di­
sim u lo, que natu ralm en te va ría en sus proporciones hasta lo
in fin ito . L a m enlira no es m ás que u n a fo rm a grosera, y, en
ú ltim o térm ino, con tradictoria frecuentem ente, en que se m a­
nifiesta esta necesidad. vSi es cierto que a m enudo destroza la
relación , tam b ién lo es que cuand o la relación existe, la m en­
tira es u n elem ento integrante, de su estructura. E l v a lo r n e­
gativo que, en lo ético, tiene la m entira, no debe engañarnos
sobre su positiva im p ortancia so cio ló gica, en la conform ación
de ciertas relaciones concretas. P o r lo dem ás, la m en tira— re­
ferida al hecho sociológico elem ental, de que aqu í se trata, o
sea a la lim itación del conocim iento que u n o tiene de otro—
n o es m ás que uno de los m edios, u n a táctica, que puede ca­
366 Sociologia

lificarse de p o sitiva, y , por decirlo así, agresiva» siendo a sí que


el fin puede conseguirse, y en general se consigue, por el se­
creto y la ocultación. L a s consideraciones sigu ien tes tratan de
estas form as m ás generales y n egativas.
A n te s de tratar del secreto, com o ocultación deliberada, es
preciso in d ic a r lo s distintos grad o s en que diversas circu n s­
tan cias dejan fuera de sus lím ites el conocim iento m u tu o de la
p erson alid ad total. E n tre las asociaciones, que com prenden
en s u seno cierta acción recíproca directa, fig u ra en este res­
pecto, en prim er térm ino, las asociacion es para determ inados
fines, pero p rin cipalm ente aqu ellas en que se trata de prestacio­
nes de los m iem bros, definidas de antem an o por la pertenencia
a la aso ciación , y , por tanto, más m arcadam ente las que ofrecen
la form a de contribuciones en dinero. E n éstas, la acción recí­
proca, la conexión, la com unidad de fin, no descansa en que
los u n os co n o zcan psicológicam ente a los otros. C o m o m iem ­
bro del grupo, el in d ivid u o es exclu sivam en te el sujeto de u n a
prestación determ inada,!y son com pletam ente indiferen tes los
m otivos in divid uales que le m uevan a ello o la person alidad to­
tal que determ ine s u conducta. L a asociación p ara ciertos fines
es la form a sociológica ab solutam en te discreta; sus copartícipes
son psicológicam ente a n ó n im o s y , para co n stitu ir la a so cia­
ción, lo ú n ico que necesitan saber unos de otros, es que, efec­
tivam en te, la con stituyen . L a creciente o b jetiv ació n de nuestra
cu ltu ra, Cuyas creaciones b ro tan cada v e z m ás de energías im ­
personales y acogen cada vez m enos en su seno la totalidda
su b jetiva del in d iv id u o — com o se ve claram ente com parando
el trabajo del artesano con el del obrero de fá b rica — , esta ob­
jetiva ció n se extiende tam bién a las fo rm as sociológicas. M e r­
ced a ello, asociacion es que antes a su m ía n al in d iv id u ó ente­
ro y exigían el conocim iento m utuo, adem ás del contenido
inm ediato de la relación, se b asan ahorg., exclu sivam en te, en
esta relación claram ente dem arcada y precisada.
A s í esa form a previa (o posterior) del saber acerca de un
kom b re, que está constituid a por la co n fia n za en él dep osita­
da, y que es, evidentem ente, u n a de las fu erzas sin téticas m ás
im p ortantes, que actú an en la sociedad, adquiere u n a e vo lu ­
ción particular. L a co n fian za es u n a h ipótesis sobre la con ­
ducta futu ra de otro, h ipótesis que ofrece seguridad suficiente
El secreto y la sociedad secreta 367

p ara fu n d ar en ella u n a a ctiv id ad práctica. C o m o h ipótesis,


con stituye u n grado interm edio entre el saber acerca de otros
h om bres y la ign o ran cia respecto de ellos. £ 1 que sabe, no n e­
cesita «confiar»; el que ign o ra, no puede siqu iera con fiar ( l) .
¿ £ n qué grado h a n de m ezclarse el saber y la ign oran cia para
hacer posible la decisión práctica, basada en la con fian za? D e -
cídenlo la época, la esfera de intereses, los in d iv id u o s. L a o b ­
jetiva ció n de la cu ltu ra h a diferenciado resueltam ente lo s g ra ­
dos de saber e ign o ran cia necesarios p ara que se p roduzca la
confianza. £ 1 com erciante m oderno que trata u n negocio c o d
otro, el sabio que em prende con otro u n a in vestigación , el jefe
de u n partido político que suscribe con otro u n acuerdo sobre
asuntos electorales o sobre la actitu d frente a un proyecto de
ley, todos, prescindiendo de excepciones y deficiencias, saben
de la parte con quien se entienden exactam ente lo que hace
falta para la relación que se establece. L as tradiciones e in sti­
tuciones, el poder de la o p in ió n pública y el rigor de la situ a ­
ción de cada cual, que determ inan in exorablem en te la conduc­
ta del in d ivid u o , se b an hecho tan firm es y seguros, que bas­
ta conocer ciertas exterioridades referentes a l otro, p ara poseer
la confianza necesaria a la acción com ún. L a base de cu a lid a ­
des personales, de donde p odía sa lir en prin cipio u na m odifi-

(l) H a y o t r o tip o d g con fia n z a c a e , p o r n o referirse a l sa b er o a la ig n o ra n cia ,


s ó lo de u n m o d o m ed ia to en ca ja e n la s presentes con sid era cion es; m e re fie ro a aqu el
q u e se designa con la ca lific a c ió n d e fe Je u n h o m b re en o t r o y q u e entra en la ca te­
g o ría de la creencia relig iosa . A s í c o m o na d ie cree en D io s p o r lo s «p ru e b a s d e SU

existen cia *, sin o q u e estas p ruebas s o n la ju stifica ción p o s te r io r o el reflejo in telectu a l


de u n a a ctitu d inm ediata del alm a, as( se «c r c c * en u n b o m b r e s in q u e esta fe e s té j u s ­
tificad a p o r p ruebas q u e d em u estren q u e es d ig n o de ella, s in o , a m en u d o , a p esor de las
pruebas de su indign idad- E s ta c o n fia n z a , este entregarse sin rep a ros a u n o person a ,
n o se fu n d a e n experiencias ni en h ip ótesis, s in o q u e es u n a a ctitu d p rim aria del alm a,
fren te al o tro . E ste estad o de fe n o aparece p rob a b lem en te en fo rm a com p leta m en te
p u ra y lib re de tod a con sid era ción em p írica, s in o d en tro d e l a re lig ió n : cu a n d o se re ­
fiere a personas, req u erirá siem pre u n a in cita ció n o co n firm a ció n p o r el saber o la s u ­
p o sic ió n a q u e antes se h ñ a lu d id o . P o r otra parte, s in d u d o , en aqu ella s o tra s form a s
sociales de 1a con fia n z a , p o r exacta o in telectu a lm en te q u e npoTczcan fu n d a d a s, SC h a ­
lla r á ta ro b iín u n resto de esta « fe * sentim ental c in clu s o m ística del h o m b re en el
h o m b re . Q u iz á s n o sea esto m ás q u e u n a categoría fu n d a m en ta l de la co n d u cta h u m a ­
n a , q u e se refiere al sen tid o m eto fís ic o d e nuestras rela cion es, y se rea liza de u n m o d o
m eram en te em p írico, ca su a l, fra gm en ta rio, p o r lo s m otiv os con scien tes y sin gu lares d e
la co n fia n za .
m Sociología

cación de la conducta, dentro de la relación , no tiene y a im ­


p o n en cia ; la m o tivación y regu lació n de esta conducta se ha
objetivado de tal modo, que, y a no es necesario, p ara la con ­
fian za, el conocim iento verdaderam ente person al. E,n circun s­
tancias m ás p rim itivas y m enos diferenciadas, se sab ía m ucho
m ás del asociado en lo person al, y , en cam bio, m ucho m enos
en lo relativo a la co n fian za objetiva que pudiera tenerse. A m ­
bas cosas están en ín tim a relación. P a r a engendrar la con ­
fianza, a pesar de la deficiencia de conocim iento en el ú ltim o
sentido, se requería m ayor conocim iento en el prim ero. A q u e l
conocim iento, puram ente general, que sólo se refiere a lo ob­
jetiv o de la persona y que se detiene ante el secreto de su in ­
d ivid u a lid a d , h a de com pletarse considerablem ente con el co­
nocim ien to de lo person al, cuando la aso ciación de fines tiene
u n a im p o rtan cia esencial p ara la existencia total de los co­
partícipes. E l com erciante que vende a otro trigo o petróleo,
sólo necesita saber si este tiene so lven cia para responder del
im porte; pero si tom a a otro com o socio, h a de conocer, no sólo
su situ a ció n patrim onial y otras cualidades generales, sino toda
su person alidad, su honradez, el grado de con fian za que m e­
rece el tem peram ento que tiene, si es resuelto o vacilan te, C1C-
Y , sobre este conocim iento m utu o, descansa no sólo el esta­
blecim iento de la relación, sin o su p rosecución , la s acciones
com unes diarias, la distribu ción de fu n cio n es entre los com ­
pañeros. E l secreto de la personalidad, en este caso, es m ás l i ­
m itado sociológicam ente. D a d a la am p litu d con que las cu a li­
dades personales in flu yen en los intereses com unes, no se le
perm ite conservar para sí una extensión tan grande.
M a s a llá de las asociaciones de fines, e igu alm ente m ás
a llá de las relaciones arraigadas en la personalidad total, h á ­
llase u na relació n que tiene u n carácter sociológico m u y pe­
culiar. M e refiero a aquella que, en las capas elevadas, se de­
sign a con el nom bre general de trabar «conocim iento». E n tal
sentido el «conocerse» m utuam ente no sign ifica en m anera a l­
g u n a «conocerse» propiam ente, esto es, haber penetrado en lo
in d iv id u a l ele la personalidad. S ign ifica tan sólo que cada uno
de los dos conocidos tiene noticia de la existen cia del otro. E s
característico que el «conocim iento» se satisface con el n o m ­
bre del otro o la «presentación»; supone que hem os tom ado
El se cre to y la sociedad secreta 369

n ota de que existe— pero no de cóm o es— la otra personalidad.


C u a n d o se dice que se conoce, y a ú n que se conoce b ástan le a
u n a persona, se in d ica la fa lta de relaciones ín tim as con ella.
E,n este sentido conocem os de los otros sólo lo externo, bien
.sea el trato puram ente social, o b ien lo que el otro buen am en­
te quiere m ostrarnos. E l grado de conocim iento que supon e el
ser «conocidos», no se refiere a lo que el otro es «en sí», no a
lo que es en su interior, sino en aqu ella parte que m anifiesta a
los dem ás, a l m undo. P o r eso el «conocim iento» en este sen ti­
do del trato social es el lu g ar adecuado de la «discreción».
E sta no consiste ta n só lo en respetar el secreto del otro, su
vo lu n ta d directa de o cu lta m o s ta l o cual cosa, sin o en evitar
conocer del otro lo que él positivam ente no n os revele. N o se
trata, pues, en prin cipio, de que no debam os saber algo d eter­
minado, sino de la reserva g en eral que nos im pon em os frente
a la personalidad total. E s u na form a especial del coloraste
típico que se señ ala en el im perativo: «lo que no está p ro h ib i­
do está permitido», frente a la fórm ula: «lo que no está perm i­
tido está prohibido».
D e esta m anera se d istin guen las relaciones de los h om ­
bres, en cuanto a l saber recíproco que posean unos de otros: lo
que no se oculta, puede saberse, y lo que no se revela, no debe
saberse. L a últim a decisión corresponde al sen tim ien to de que
en derredor de cada hom bre h ay com o una esfera ideal, de d i­
m ensiones variab les según las diversas direcciones y las dis­
tin ta s personas, esfera en la cu al no puede penetrarse sin des­
trozar el va lo r de person alidad que reside en todo in d ivid u o .
E l h on o r traza u na de estas fron teras en derredor del hom bre
y , con m ucha fin ura, caracteriza el idiom a las ofensas al h o ­
nor con la frase: «acercarse dem asiado». E l rad ío de esa esfera
ideal indica, por decirlo así, la distancia, que no puede tras­
p asar u n a persona extrañ a, sin ofensa para el h on or. A oirá
esfera análoga alu de lo que se llam a «im portancia» de u n a
personalidad. Frente a l hom bre «im portante», u na coacción
in terior nos ordena gu ard ar la distancia. E sa coacción, aun en
relaciones íntim as, no desaparece fácilm ente, y sólo deja de
existir para el que no posee órgano algu n o que le b a ga perci­
bir la im portancia de dicha persona. P o r eso no existe ta l dis­
tancia para el «ayuda de cám ara»; para él no h a y «grande
37C Sociología

hom bre». P ero esto es culpa del a y u d a de cám ara, no del g ra n ­


de hom bre. P o r eso toda im p ortu n idad va u n id a a u n a caren­
cia de sentido para las diferencias de im p ortancia entre los
hom bres; el que es im portuno p ara con u na personalidad im ­
portante, revela, n o que la estim a m ucho o dem asiado— com o
superficialm ente pudiera Creerse— , sino que, por el contrario,
no le profesa estim ación propiam ente dicha. A s í como el
pintor, en los cuadros de m uchas figuras, destaca con frecuen­
cia la im p ortancia de u n a , ordenando en derredor de ella a las
otras a considerable distancia, así la señal sociológica de la
im portancia es esa distancia, que m antiene a los dem ás fuera
de cierta esfera, llen a por la personalidad con su poder, su vo­
lu n tad y su grandeza.
O tro círculo an álogo, aun que de otro valor, circunda a:
hombre. P enetrar en esta esfera, henchida de las preocupacio­
nes y cualidades personalísim as, tom ar conocim iento de ella,
supone com o u n a vio lació n de la personalidad. A s í com o la
propiedad m aterial es u na a m odo de am plificación del yo
lo poseído es justam ente lo que obedece a la volu n tad del
poseedor, como el cuerpo que, con una diferencia sólo de g ra ­
do, es nuestra prim era «propiedad»— y por ello todo aten ta­
do contra el patrim onio es sentido como u n a violación de la
personalidad, así tam bién h a y u na propiedad espiritual pri­
vada, cu ya vio lació n afecta a l y o en su centro m ás íntim o. Le.
discreción no es m ás que el sentim iento del derecho, aplicado a
los contenidos inm ediatos de la vida. T a m b ié n ella tiene n a tu ­
ralm ente diversa extensión, según las diversas personas a que
se refiere; del m ism o m odo que el h onor y la propiedad tienen
un radio m u y distinto frente a las personas de nuestra in ti­
m idad que frente a lo s extraños c indiferentes. E n las relacio­
nes de que antes hem os h ablad o, las sociales, en sentido es­
tricto, las que se dan entre «conocidos», trátase en p n m er tér­
m ino de u n lím ite típico, allende el cual acaso no h a y a secre­
tos ocultos, pero en el que los otros no deben penetrar, con
preguntas c invasiones, prohibidas por u n como convenio de
discreción.
¿D ónde se encuentra ese lím ite? E sta pregunta, no sólo no
es sencilla de contestar, a u n en principio, sino que nos condu ­
ce a l fin o tejido de las form aciones sociales. N o puede afir-
F.! sc crc io y la sociedad secreta 371

m atse, en ab so lu to , el derecho de esa propiedad e sp iritu al pri­


v a d a , como tam poco puede sostenerse en ab solu to el de la
propiedad m aterial. S ab em os que la ú ltim a, en sus tres aspec­
tos esenciales de adquisición, seguridad y fru ctificación, en las
civ ilizacio n es de orden elevado, no se basa n u n ca en las m e­
ras fu erzas del in d ivid u o , sin o que requiere tam bién la ayuda
del m edio social; por lo cu al el todo tiene de antem an o dere­
cho a lim itarla, y a por prohibicion es que se refieran a la a d ­
q uisición, y a por im puestos. P ero este derecho tiene u n fu n ­
dam ento m ás hondo que el de la proporción entre la s presta­
ciones y contraprestaciones de la sociedad y el in d ivid u o; se
basa en el principio m ucho m ás elem ental de que la parte ha
de soportar, en su ser y haber, tod as las lim itaciones que sean
necesarias para la conservación y los fines del todo. Y esto
rige tam bién en la esfera in terior del hom bre. E n interés del
trato y de la coordinación social, u no tiene que saber ciertas
cosas del otro, y cuando la discreción dañ aría a los intereses
sociales, este otro n o tiene derecho a protestar, desde el p un to
de v ista m oral, ap elan do al deber de discreción del otro, es
decir, a la propiedad ab so lu ta de su propio ser y conciencia.
E l hom bre de negocios que contrae con otro obligaciones a
largo plazo; el dueño de casa que tom a u n sirvien te, así com o
este sirviente m ism o; el sup erior que asciende a su su b o rd in a ­
do; la du eña de casa que adm ite a u na n u eva p erson a en el
círculo de sus invitados, todos estos h a n de estar facu ltad os
para saber, respecto del pasado y presente de la persona de
quien se trate, de su tem peram ento y condición m oral, todo lo
necesario para fun d am en tar racionalm ente su acción u om i­
sión. E sto s son casos m u y de bulto, en que el deber im puesto
por la discreción, de no tratar de conocer lo que el otro no n os
m uestre volun tariam en te, b a de retroceder ante las exigen cias
de la práctica. P ero en otras form as m ás finas y m enos claras,
en indicaciones fragm en tarias y m atices inexpresables, todo el
trato de los hom bres descansa en que cada cual sabe del otro
algo m ás de lo que éste le revela vo lun tariam en te, y con fre­
cuencia cosas que a éste le desagradaría saber que el otro las
sabe.
In d ividu alm en te esto puede pasar por indiscreción; pero
socialm ente, cabe exigirlo como condición para el trato estre-
372 S ociología

cKo y viv o . P e to es extrao rd in ariam en te d ifícil tra za r el lím i­


te ju ríd ico de estas in cursion es en la propiedad p rivad a espi­
ritu a l. E n ¿en eral, el h o m b re se atrib u ye derecho a saber lodo
cuanto pueda averigu ar, sin recurrir a m edios externos ilega­
les, por observaciones y reflexiones psicológicas. P ero, en rea­
lid ad , la indiscreción ejercida de esta m anera, puede ser tan
violen ta y tan condenable m oralm ente, com o el escuchar de­
trás de la s puertas o leer a ocultas cartas ajen as. A quien ten ­
ga u n .fin o oído psicológico, los hom bres le delatarán in co n ta ­
bles veces su s pensam ientos y cualidades m ás secretos, no sólo
a pesar de esforzarse en o cultarlos, sin o justam ente por ello.
E l esp iar codiciosam ente tod a palab ra im pensada, el cavilar
sobre la sign ificación de ta l acento, o sobre cómo puedan com ­
bin arse ta le s expresiones, o sobre lo que quiera decir el rubor
producido por la m ención de tal o cual nom bre, ninguna de
estas cosas traspasa los lím ites de ia discreción externa; son
la b o r del propio intelecto y, por tanto, derecho indiscutible
del su jeto , con tanto m ayor fundam ento, cuanto que tales abu­
sos de sup eriorid ad psicológica se producen a m enudo in vo­
lu n ta ria m e n te , sin que podam os contener esa nuestra inter­
pretació n del otro, esa nuestra construcción de su interioridad.
S i b ien todo hom bre h onrado se abstiene de cavilar sobre las
cosas que el o tro oculta, y no se ap rovech a de sus ligerezas y
m om en tos de desam paro, el proceso de conocim iento en esta
esfera se verifica con frecuencia de u n m odo ta n autom ático, y
su resu ltad o surge tan in op in adam en te, que nada puede contra
ello la b uen a vo lu n ta d . Y si lo qué, indudablem ente, no esiá
p erm itido, resu lta a veces in evitab le, la delim itación entre lo
p erm itido y lo no perm itido es, sin duda, d ifícil. ¿H asta qué
p u n to la discreción ha de abstenerse de esas palpaciones espi­
rituales? ¿E n qué m edida queda restringido este deber de dis­
creción, por la s necesidades del trato, de la s relaciones m u ­
tu as, entre los m iem bros de un m ism o grupo? E s esta u na
cuestión, para cu ya solu ción no bastan ni el tacto m oral, ni
el conocizniento de las circu n stan cias ob jetivas y sus exigen ­
cias, sin o que am bas cosas tienen que interven ir co n ju n ta­
m ente. L a fin u ra y com plicación de este problem a lo relega a
ia decisión in d iv id u a l, que no puede ser p reju zgada por n in ­
g u n a n o rm a de carácter general; es u n problem a m ucho más
£1 se cre to y la sociedad sc crct3 373

personal que el que se plantea respecto a la propiedad p rivad a,


en sentido m aterial.
Frente a esta form a previa o, sí se quiere, com plem ento del
secreto, en que no se tra ta del com portam iento del que ¿suar­
da el secreto, sino del otro, y en que !a com b inación o m ezcla
de saber y de ign o ran cia m utu as es acentuada m ás b ien s o ­
bre el prim er extrem o, pasam os a h o ra a n u evos térm inos: a
a qu ellas relaciones que no se concentran en to rn o de in te ­
reses bien delim itados y , au n qu e só lo por el hecho de su «su­
perficialidad», objetivam ente establecidos, como la s estudiadas
h asta ah o ra, sino que, a l m enos en idea, ab ra za n el contenido
entero de la person alidad. L a s p rin cip ales m an ifestacion es de
este tipo son la am istad y el m atrim on io. E l id eal de la a m is­
tad, tal como h a sido recogido de la antigüed ad y desen vuelto
en sentido rom ántico, pide u n a ab so lu ta in tim id ad esp iritu al,
consecuencia de que tam bién la propiedad m ateria l h a de ser
com ún entre los am igos. E s e ingreso total del y o en la relación ,
puede ser en la am istad m ás p lau sib le que en el am or; porque
en aqu ella fa lta esa coíicentración en un elem ento, com o le
sucede a l am or, por la sensualid ad . S in duda, el hecho de que
en el conjun to de los posibles m otivos de enlace h a y a u no que
esté, por decirlo así, a la cabeza de los dem ás, determ ina cier­
ta o rgan izació n , sem ejante a la que se produce en u n grupo
que sigue a un jefe. U n elem ento m uy tuerte de enlace abre
con frecuencia la m archa, sigu ién dole luego los dem ás que,
sin él, h u b ieran perm anecido laten tes. Y es in d u d a b le que, en
la m ayo ría de las personas, el am or sexual es el que abre m ás
de p ar en par las puertas de la personalidad. In clu so p ara m u ­
chas personas es el am or la ú n ica fo rm a de entregar s u y o en­
tero, de la m ism a m an era que para el artista la form a de su
arte es la ú n ica p osib ilid ad que se le ofrece p ara m an ifestar
toda su interioridad. E n las m ujeres se observa esto con m ás
frecuencia: el «am or cristiano», que tiene otro sentido, pre­
tende, sin duda, lle g a r a l m ism o resultado. C u a n d o am a n , no
no sólo entregan totalm ente y sin reserva su ser, sin o que este
va com o disuelto q uím icam en te en el am or y p a sa a l otro con
el color, la figura y tem peratura del am or. P e ro , por otra p ar­
te, cuando el sentim iento del am or no es bastante exp an sivo y
lo s dem ás contenidos del alm a no tien en b astan te fle x ib ili­
374 S ociolog ia

dad, el predom in io de los enlaces eróticos puede ser u n ob s­


tácu lo para lo s dem ás contactos, tan to m orales y prácticos
com o espirituales, y para que se ab ran la s reservas de la per­
son alid ad allende lo erótico. L a am istad, en la cual la entrega
no es ta n ap asion ad a, pero tam poco ta n desigual, puede servir
m ejor para lig a r por entero a la s personas; puede ab rir las
com puertas del alm a de un m odo m enos im petuoso, pero en
m ay o r extensión y m ás p ro lo n gad a continuidad.
P ero esta in tim id ad com pleta se hace m ás d ifícil, a m edida
que aum en ta la diferenciación de los hom bres. A c a s o el h o m ­
bre m oderno ten ga dem asiado que ocultar, para contraer a m is­
tades a la m anera an tigua. A c a s o las personalidades, sa lvo en
su ju ven tu d , estén dem asiado in d iv id u a liza d a s, p ara que sea
p osib le la plena reciprocidad de la com prensión, que requiere
g ra n poder de ad ivin ació n y fa n ta sía productiva, enfocados
h acia el otro. Parece, por tanto, que la sensibilid ad m oderna
se in clin a m ás h acia las am istades diferenciadas, am istades
que se lim ita n a u no de los aspectos de la person alidad y de­
ja n los oíros fuera del juego. D e esta m anera se produce un
tipo m u y p articu lar de am istad, que tiene la m ay o r im p ortan ­
cia para nuestro problem a de la determ inación del grado de co­
m u n icació n o reserva que debe de h aber en las relaciones a m is­
tosas. E.stas am istades diferenciadas que nos lig a n a u n a per­
sona por el lado del sentim iento, a otra por el de la com unidad
esp iritu al, a u n a tercera en virtu d de im p u lsos religiosos, a
u n a cuarta por recuerdos com unes, ofrecen u n a síntesis pecu­
lia r, por lo que toca a la discreción, al grado de exp an sivi-
dad o de reserva; piden que lo s am igos se absten gan de pene­
tra r en las esferas de interés y sentim iento que no están com ­
p rendidas en su relación, y cuyo respeto es necesario p ara que
no se h ag a sentir dolorosam ente el lím ite de la m utu a in teli­
gencia. P ero la relación, así delim itad a y arropada en discre­
ciones, puede proceder del centro m ism o de la personalidad,
alim entarse de sus jugos radicales, aun que só lo rieguen luego
u n a sección de la periferia. E n idea lle v a a la m ism a p ro fu n ­
didad de sentim iento y produce el m ism o esp íritu de sacrificio
que aqu ellas relaciones, que, en épocas y personas m enos di­
ferenciadas, abarcaban la periferia entera de la vida y para
las cuales no eran problem as la reserva y la discreción.
E! se cre to y la sociedad secreta 375

L a proporción entre la com unicación y la reserva, con sus


com plem entos, la in tro m isió n y la discreción, es m ucho m ás
d ifícil de determ inar en el m atrim on io. N o s h alla m o s a q u í en
un cam po de problem as com pletam ente generales y m u y im ­
portantes p ara la so cio lo gía de la relación íntim a. ¿Q b tién e-
se el m áxim um de valo res de com unidad entregándose por
entero u na a otra las dos personalidades o, al contrario, re­
servándose? ¿ N o se pertenecerán acaso m ás cu a lita tiva m en ­
te, cuanto m enos se pertenezcan cuantitativam ente? E ste tema
de la proporción tiene que ser resuelto, natu ralm en te, a l m is­
mo tiem po que este otro: ¿dónde ha de trazarse dentro de la
com unicación entre los hom bres el lím ite en que even tu al­
m ente com ienza la reserva y el respeto del otro? L a ven taja
del m atrim on io m od ern o — en el cual sólo pueden resolverse
de caso a caso am bas cuestiones— , es que este lím ite no está
fijado de antem an o como acontece en otras cu ltu ras an terio­
res. E n estas ú ltim as, el m atrim on io no es en p rin cip io u n a
in stitu ció n erótica, sino económ ica y social; la satisfacción de
lo s deseos am orosos sólo tiene u na relación acciden tal con él, y
lo s m atrim onios se contraen— aun que con excepciones, com o es
n a tu ra l— , no por m otivos de atracción in d iv id u a l, sin o por ra­
zones de fam ilia, por consideraciones de trabajo y descenden­
cia. L os griegos h a b ía n llegad o a l m áxim u m de diferenciación
en este punto, pues, segú n D em óstenes: «Tenem os h etairas
p ara el placer, concubinas p ara la s necesidades diarias y es­
posas para darnos h ijo s legítim os y cuidar del in terior de la
casa.» E viden tem en te, en u n a relación tan m ecánica, que ex­
clu ye la interven ción de los centros esp iritu ales—-cosa que por
lo dem ás enseña a cada paso, con ciertas m odificaciones, la
h istoria y la observación del m atrim o n io — , no existirá n i n e­
cesidad ni p osib ilid ad de confiarse íntim am ente u n o a otro.
P ero, por otra parte, desaparecerán va rias reservas de ternura
y castidad que, pese a su aparente n egatividad, son las flores
de u n a relación ín tim a y com pletam ente personal.
L a m ism a tendencia a establecer norm as txan sin d ivid u a-
les, que exclu yen a p riori de las com unidades m atrim on iales
determ inados contenidos de vid a , se encu entran en la p lu ra li­
dad de form as de m atrim o n io que existen dentro de u n p u e­
b lo y entre las cuales h a n de elegir previam ente lo s contra-
376 S ociología
F.l secreto y la sociedad secreta 377
y entes. E sa s varias form as d iferen cian de diversos m odos p ara
n os vacías, el peligro de que el goce dionisiaco de la don ación
el m atrim on io lo s intereses económ icos, religiosos y el dere­
deje tras de sí u na penuria, que desm ienta, a u n retrospectiva­
cho de fam ilia. A s í acontece en m uchos pueblos p rim itivos,
m ente, las dedicaciones y entregas gozad as y la dich a que h a n
entre lo s in dios, entre los rom anos. P ero habrá de concederse
proporcionado, lo que no por ser in ju sto , es m enos am argo.
que tam bién en la vida m oderna el m atrim on io es contraído
E stam o s hechos de ta l m anera, que no sólo necesitam os,
de preferencia por m otivos convencionales o m ateriales. P ero,
com o se indicó antes, u n a determ inada proporción de verdad
realizad a con m ucha o poca frecuencia, la idea sociológica del
y error como base de n u estra vida, sin o tam bién u n a m ezcla
m atrim on io m oderno es la com unidad de todos los conten i­
de claridad y oscuridad, en la percepción de nuestros elem en­
dos vitales, por cuanto su in flu encia determ ina in m ed iata­
tos vitales. P en etrar claram ente hasta el fondo ú ltim o de algo,
m ente el va lo r y destino de la person alidad. Y la eficacia de
es destruir su encanto y detener la fan tasía en su tejido de
esta exigencia id ea l no es n u la , sino que, con frecuencia, h a
posibilidades; de cu y a pérdida no puede in d em n iza rn o s re a li­
su m in istrado espacio e im p u lso para desarrollar u n a com u ­
dad a lg u n a, porque a q u ella es u n a activid ad propia que a l a
nid ad m uy imperfecta, h acién d ola cada vez m ás am plia. P ero
la r g a no puede ser su stitu id a por don ación n i goce algun o.
si justam en te lo interm in ab le de este proceso produce la di­
E l otro no sólo h a de h acernos merced de u n don que p oda­
cha y la vida in terior de la relación , el in vertirlo suele ser
m os tornar, sino tam b ién de la p osibilid ad de en g a la n a rle a él
causa de profundas desilusion es, cuando la u nidad absoluta
con esperanzas e id ealizacion es, con b ellezas recó n d itas y en­
se an ticip a, cuando no h a y en el pedir n i en el ofrecer reserva
cantos que él m ism o desconoce. M a s el lu g a r en que dep osita­
a lg u n a, ni siqu iera aqu ella que, en tod as las n atu ralezas fin as
m os todo esto, que h a sido producido por n osotros, pero paira
y p rofundas, queda en el fondo oscuro del alm a, aunque ésta
él, es el horizon te confuso de su personalidad, el rein o in ter­
crea volcarse entera ante el otro.
medio en que la fe su stitu ye al saher. H a y que hacer constar
E n el m atrim on io, como en la s relaciones libres m atrim o ­
que no se trata aqu í m eram ente de ilu sion es y en g a ñ o s, fru tos
niales, es fá c il ceder en los prim eros tiem pos a la tentación de
del optim ism o o el en am oram ien to, sino sen cillam en te de que
sum irse com pletam ente uno en otro, de vaciar las últim as re­
u na parte, incluso de las personas m ás in tim as, h a de ofre­
servas dci. alm a tras de las del cuerpo, de perderse totalm ente
cérsenos en form a oscura e in in tu íh le , para no perder su en­
uno en otro. P ero esta conducta am en aza seriam eitte, en la
canto. E l sim ple hecho de tener de otro u n conocim iento
m ayoría de los casos, el porvenir de' la relación. Sólo pueden,
psicológico absoluto, e x h a u stiv o , nos enfría, a u n sin que pre­
sin peligro, «darse» por entero, aqu ellas personas que no «pue­
viam ente h ayam os puesto en él nuestro entusiasm o, p a ra liza
den» darse por entero, porque la riqueza de su alm a consiste
la vitalid ad de la s relacion es y hace que su co n tin u a ció n ap a­
en u na renovación constante, de suerte que después de cada
rezca com o algo que no tiene objeto. E ste es el p elig ro de las
entrega Ies nacen nuevos tesoros, porque tien en un patrim o­
entregas ab solu tas y — en m ás de u n sentido— im púdicas, a
n io esp iritu al laten te in agotab le y no pueden revelarlo o re­
que nos indu cen la s p osib ilid ad es ilim itad as de las relaciones
g ala rlo de u n a vez. del m ism o m odo que el árbol, con dar en­
ín tim as, entrega que puede in clu so ap arecem os com o un de­
tera la cosecha del ano, no com prom ete la del año siguiente. ber, sobre todo cuando no existe seguridad a b so lu ta en el pro­
O tro es em pero el destino de aqu ellos que no ahorran los ím ­ pio sentim iento y sobreviene la preocupación, el tem or de n o
petus del sentim ien to, la entrega in co n d icio n al, la revelación dar bastante al otro, in d u cién d on os a darle dem asiado. M u ­
de su vida esp iritu al, y gastan , por decirlo así, del capital, fa l­ chos m atrim on ios perecen p or esta fa lta de discreción m u tu a,
tánd oles aq u ella fuente de renovad as adquisiciones espiritua­ en d sentido del tom ar com o del dar; caen en u n h áb ito banal
les, que no puede enajenarse y que es insep arable del yo. E n y sin encanto, en u na com o evidencia que y a no d eja lu g ar
tales casos, h a y el peligro de encontrarse u n día con las m a­ p ara sorpresas. L a p rofu n d id ad fecunda en las relacion es, ad í-
378 Sociologia

v in a y respeta siem pre u n a ú ltim a recám ara que queda a lle n ­


de la ú ltim a revelación, e induce a reco nquistar diariam ente
lo que con seguridad se posee. T a l es la recom pensa de l a de­
lica d e za y dom in io de sí m ism o, que aun en las relaciones
m ás ín tim as, en las que abarcan la persona entera, respeta
esa propiedad in terio r que lim ita el derecho a p reguntar por el
derecho a gu ard ar secreto.
T o d a s estas com binaciones se caracterizan sociológicam en ­
te por el h echo de que el secreto del u no es en cierto m odo
acatado por el otro, y lo ocultado in v o lu n ta ria o v o lu n ta ria ­
m ente, es respetado in v o lu n ta ria o vo lu n tariam en te. P ero la
in ten ció n de ocultar adquiere u n a inten sidad m u y distinta,
cu an d o frente a ella actúa la in ten ción de descubrir. P rod ú ce­
se entonces esa d isim u lación y enm ascaram iento tendencioso,
esa, por decirlo así, defensa agresiva frente a l tercero, que es
lo que propiam en te suele llam arse el secreto. E l secreto en este
sentido, el disim u lo de ciertas realidades, conseguido por m e­
dios negativos o p ositivos, co n stitu ye u n a de las m ás grandes
con q u istas de la h um anidad. C o m p arad o con el estado in fa n ­
til, en que toda representación es co m u n icad a en seguida, en
que toda em presa es visible p ara tod as las m iradas, el secreto
sign ifica u n a enorm e a m p lia ció n de la vida, porque en com ­
pleta p ublicidad m uch as m an ifestaciones de esta no podrían
producirse. E l secreto ofrece, p o r decirlo así, la p osib ilid ad de
que surja u n segundo m undo, jun to a l m undo patente, y este
sufre con fu erza la influencia de aquel. U n a de la s caracterís­
ticas de toda relación entre dos personas o entre dos grupos es
el h aber o no h aber en ella secreto y la m edida en que lo hay;
pues aun en el caso de que el otro no note la existencia del
secreto, este m odifica la actitud del que lo gu ard a y , por con si­
guiente, de toda la relación (l).
L a evo lu ció n h istó rica de la sociedad se m an ifiesta en m u-

(l) E-sto ocu lta ció n tiene en a lg u n os co s o s o n a con se cu e n cia s o cio ló g ica , que
co n stitu y e u n s sin gular p arad oja ¿tica. A l pa so que c o n frecu en cia es fa ta l para una
re la ció n er.tic d os el q u e u n o de ellos h a y a co m e tid o con tra el o t r o u n a fa lta , q u e ara­
b o s c o n o c e n , puede serle en ca m b io fa v ora b le cu a n d o s ó lo el cu lp a b le sabe de ella.
P o r q u e en ton ces «I cu lp a b le se ve m o v id o a gu ard ar al o t r o con sid era cion es, delicad e­
z a s , con descen den cia s, y a realizar a ctos de a bn ega ción en q u e n o h a b ría p en sad o s i su
co n cie n cia estuviese tranquila.
F.l secreto y la sociedad secreta 379

ch as partes por el h echo de que m uchas cosas que antes eran


púb licas, entran en la esfera protectora del secreto; e in versa ­
m ente, m uchas cosas que eran antes secretas, lleg an a poder
prescindir de esta protección y se hacen m an ifiestas. E,s u n a
evo lu ció n sem ejante a aq u ella o tra del espíritu, en virtu d de
la cual, actos qué prim ero se ejecutan conscientem ente, des­
cienden luego a l ran go de inconscientes y m ecánicos, m ientras,
p or el contrario, lo que antes era inconscien te e in stin tiv o ,
asciende a la claridad de la conciencia. «¡Cómo se d istrib u ye
esta evo lu ció n en las diversas iorm aciones de la vida privada
y de la pública? «¡Cómo conduce a estados cada vez m ás ad e­
cuados, por cuanto de u n a parte el secreto, torpe c indiferen cia-
do, em pieza por extenderse dem asiado, y, por otra parte, sólo
m ás tarde revela sus ven ta ja s para m uchas cosas? «¡Hasta qué
p u n to la cuan tía del secreto es m odificada en sus consecuen­
cias por la im p ortancia o indiferen cia de su contenido? T o d a s
estas preguntas, au n qu e sólo sea com o problem as, in dican y a
la im portancia que tiene el secreto en la estructura de las ac­
ciones recíprocas h u m a n a s. N o debe indu cirn os a error, en
este punto, el sentido n eg ativo que m oralm ente suele tener el
secreto. £ 1 secreto es u n a form a sociológica general, que se
m an tien e n eu tral por encim a del v a lo r de sus contenidos.
A s u m e de u n a parte el valor m ás alto, el p ud or delicado del
a lm a distinguida, que oculta ju stam en te lo m ejor de e lla para
no recibir el pago de a la b an zas y recom pensas, que si bien
otorgan el prem io ju sto , quitan em pero el v a lo r propiam en te
diebo. M as, por otra parte, si el secreto no está en con exión con
el m al, el m al está en conexión con el secreto. P o r razon es fá ­
ciles Je com prender, lo in m o ra l se ocu lta, aun en los casos en
que no h a y tem or de n in g ú n castigo social, com o sucede en
a lg u n o s extravíos sexuales. L a acción interna a isla d o ra de la
in m o ra lid ad , prescindiendo de toda repulsión so cia l p rim aria,
es real e im portante, ju n to a los supuestos encadenam ientos
entre las series ética y social. ¡E,í secreto es, entre otras cosas,
la expresión sociológica de la m aldad m o ral, au n q u e la sen ­
tencia clásica: «nadie es tan m alo que quiera adem ás parecer-
lo», con tradiga a m enudo los hechos. P u es con b astan te fre­
cuencia, la ob stin ación y el cin ism o im p iden que se lleg u e a
en cu b rir la m aldad, e incluso esta puede u tiliza rse fren te a
S ociolog ía

otros, p ara acen tuar la personalidad, h asta el p u n to de jacta r­


se, en ocasiones, de in m oralid ad es que no existen.
E l em pleo del secreto como u n a técnica sociológica, como
u n a fo rm a de acción, sin la cu al, en aten ció n a l am biente so ­
cial, no podrían conseguirse ciertos fines, aparece bien clara-
N o tan claros son los atractivos y valores que, prescindiendo
de este sentido m ediato, posee por su m era form a la conducta
secreta, a u n sin tener en cuenta el contenido. P o r de pronto,
la ex clu sió n enérgica de tod os los dem ás, produce u n sen ti­
m iento de propiedad exclu siva, p rovisto de la energía corres­
pondiente. P a ra m uchos tem peram entos, la posesión no obtie­
ne la im p ortancia debida si se lim ita a poseer; necesita, ade­
m ás, la conciencia de que otros echan de m enos esa cosa p oseí­
da. L o que fundam enta esta actitud, es, evidentem ente, nuestra
sensibilid ad para la d iferen cia. P o r otra parte, com o la exclu ­
s ió n de los otros se produce especialm ente cuando se trata de
cosas de g ra n valo r, es fá c il lleg ar p sicológicam en te a la con ­
clu sión inversa de que lo que se n ieg a a m uchos ha de ser
particularm ente valioso. G ra c ia s a esto, la s m as varias espe­
cies de propiedad interior, adquieren, merced a la form a del
secreto, u n v a lo r característico; el conten id o de lo callado cede
en im portancia al m ero hecho de perm anecer oculto p ara los
dem ás. L o s n iñ os se v a n a g lo ria n frecuentem ente de poder de­
cir a otros: «sé alg o , que tú no sabes». Y esto lleg a a adquirir
un valor ta n p eculiar, que lo dicen en ton o de jactan cia y h u ­
m illació n p ara el otro, a u n cuand o todo sea in ven tad o y no
exista ta l secreto.
E n todas las relaciones, desde la s m ás reducidas a la s m ás
am p lias, aparecen estos celos por conocer un hecho escondido
a los dem ás. L a s deliberaciones del P a rla m e n to inglés fueron
du ran te m ucho tiem po secretas, y to d a v ía , en el reinado de
Jorge III, se perseguía la p u b licació n en la prensa de noticias
acerca de ellas, porque se estim aba expresam ente com o un
ataque a los privilegios parlam entarios.
E l secreto com unica u n a posición excepcional a la p erson a­
lidad; ejerce u na atracción social determ inada, independiente
en prin cipio del contenido del secreto, aun qu e, com o es n a tu ­
ral, creciente según que el secreto sea m ás im portante y a m ­
plio. A ello con trib u ye u n a in versió n , a n á lo g a a la y a m en-
I F.l secreto y la sociedad secreta 381

clon ad a. T o d a person alidad y obra em inentes tien en para el


co m ú n de los hom bres u n carácter m isterioso. S in duda, todo
ser y hacer h u m an o s b ro tan de potencias indescifrables. P ero
dentro del n iv e l cu a lita tivo general, no por ello se convierte
el u n o en problem a p ara el otro; sobre todo, porque en esta
ig u a ld ad de n iv e l se produce cierta com prensión inm ediata,
que no procede del intelecto. E n cam bio, cuando nos h a lla ­
m os ante u n a desiguald ad esencial, esta com prensión no se
produce. S i sobreviene la fo rm a de la diferencia sin g u lar, ac­
tú a en seguida lo indescifrable. D e l m ism o m odo, cuando v i­
vim os siem pre en el m ism o paisaje, no se n o s presenta el pro­
b lem a de la in flu en cia que pueda ejercer sobre nosotros el me­
dio; y , en cam bio, este problem a se nos plantea, ta n pronto
com o cam biam os de am biente y la diferencia de sentim iento
v ita l lla m a nuestra atención sobre el poder efectivo de ese ele­
m ento. D e l m isterio y secreto que rodea a todo lo p rofu ndo e
im portante, surge el típico error de creer que todo lo secreto es
a l propio tiem po algo p rofu ndo e im portante. E l in stin to n a ­
tu ra l de id ealización y el tem or n a tu ra l del hom bre actúan
co n ju n to s frente a lo desconocido, para aum entar su im por­
tan cia por la fan tasía y consagrarle u n a atención que no h u ­
b iéram os prestado a la realidad clara.
C o n estas atracciones del secreto, se com binan de m odo
s in g u la r las de su opuesto lógico, la traició n , que tienen, evi­
dentem ente, no m enos que las otras, u n carácter sociológico.
E l secreto contiene u na tensión, que se resuelve en el m om en ­
to de la revelación. E ste m om ento con stituye la peripecia en
la evolución del secreto; en él se concentran y culm in an u na
vez m ás todos sus atractivos, de a n á lo g a m anera a com o el
m om ento del gasto es aquel en que m ás gozam os el v a lo r del

Í objeto. E l sentim iento de poder que da la posesión del dinero,


concéntrase m ás intenso y gozoso para el alm a del dilap ilad or
en el m om ento en que se desprende de él. T a m b ié n a l secreto
va u n id o el sentim ien to de que podem os traicion arlo, con
lo cu al tenem os en n uestras m anos el poder de producir m u ­
d a n z a s y sorpresas, alegrías y destrucciones, aun que acaso sea
ta n sólo nuestra propia destrucción. P o r eso el secreto va en­
vu elto en la p osib ilid ad y tentación de revelarlo; y , con el ries­
go externo de que sea descubierto, se com bina este interno de
382 S ociología

descubrirlo, que se asem eja a la atracción del abism o. El


secreto pone u na barrera entre los Hombres; pero, al propio
tiem po, la tentación de rom per esa barrera, por indiscreción o
confesión , acom paña a la vida p síqu ica del secreto, com o los
arm ónicos a l sonido fu n d am en tal. P o r eso la sign ificación so ­
ciológica del secreto Halla el m odo de su realización , su m edi­
da práctica, en la capacidad o in clin ació n del sujeto para g u a r­
darlo o, si se quiere, en su resisten cia o debilidad lrente a la
tentación de traicio n arlo . D e l contraste entre am bos intereses,
el de esconder y el de descubrir, brota el m atiz y el destino de
las relaciones m utuas entre los Hombres. Si segú n hem os d i­
cho anteriorm ente, las relaciones entre los Hombres tienen una
de sus características en la cantidad de secreto que b a y a en
ellas o en torno de ellas, su desarrollo dependerá de la p ro­
p orción en que se den las energías que tienden a gu ard ar el
secreto y las que propenden a revelarlo. A q u e lla s proceden del
interés práctico y del encanto form al que, com o ta l, tiene el se­
creto; estas se a p o ya n en la incapacidad de resistir m ás tiem ­
po la tensión del secreto y, en esa superioridad, que, b a ilá n ­
dose, por decirlo así, en estado la lente en el secreto, no se ac­
tu aliza plenam ente para el sentim ien to Hasta el m om ento de
descubrirlo. P o r otra parte, interviene tam bién el placer de ia
confesión, que puede albergar aquel sentim ien to de poder en
form a perversa y negativa, com o una h u m illació n de sí propio.
T o d o s estos elem entos que determ inan la fun ción so cio ló ­
gica del secreto, son de n a tu ra leza in d ivid u al; pero la medida
en que las disposiciones y com plicaciones de las person alida­
des form an secretos, depende, a l propio tiem po, de la estruc­
tura social en que la vid a se desenvuelve. L o decisivo en este
punto, es que el secreto con stituye un elem ento in d iv id u a li-
zad or de prim er orden, en un doble sentido típico. L as rela­
ciones sociales de acentuada diferen ciación person al, lo per­
m iten y fom entan en gran escala; por otra parte, el secreto
crea y aum enta esta diferenciación. E n un círculo reducido,
de relaciones estrechas, la form ación y m an tenim iento de se­
cretos se H allará dificultada por la razón técn ica.d e que los
m iem bros están dem asiado cerca u n os de otros, y porque
la frecuencia c intim id ad de los contactos provoca en dem asía
la s tentaciones de revelación. P ero tam poco Hace mucHa falta
F.l secreto y la sociedad secreta 383

el secreto aquí, p orqu e sem ejantes form aciones sociales suelen


n iv e la r sus elem entos, y aq u ellas peculiaridades del ser, hacer
y poseer, c u y a con servación dem anda la form a del secreto,
contradicen su esencia.
E s claro que a l agrand arse considerablem ente el círcu lo,
todo esto se trueca en lo contrario. E n esto, com o en m uchas
otras cosas, donde pueden observarse m ejor los rasgos carac­
terísticos de los g la n d e s círculos es en ls econom ía m on eta­
ria. D esde que el tráfico de valores económ icos se realiza por
m edio del dinero, se h a hecho posible u n secreto que en otras
form as económ icas no podía conseguirse. T re s cualid ad es
de la form a m onetaria tien en im portancia para estos efec­
tos: 1.°, el ser com prim ible, que perm ite enriquecer a u n a per­
son a con un cheque que se desliza im perceptiblem ente en su
m ano; 2.°, el ser de condición abstracta y sin cualidades pecu­
liares, gracias a la cual pueden llevarse en secreto transaccio­
nes, adquisiciones y cam bios de propiedad, que eran im p osi­
ble cuando lo s valo res estaban form ados por objetos extensos
y tangibles; fin alm en te, 3 .°, su acción a distancia, m erced a la
Cual puede invertirse en valores m ás alejad os y sujetos a con ­
tin u o cam bio, escondiéndolos así a la m irada de los m ás
próxim os.
E sta s p osibilid ad es de d isim u la ció n , que au m en tan a me­
dida que se am p lía la esfera de acción de la econom ía m on e­
taria y cu yos riesgos se ponen p articularm en te de m anifiesto
cuand o se m aneja dinero ajen o, h an sido causa de que se pre­
ceptúe la publicidad, com o m edida protectora, p ara las opera­
ciones fin an cieras de los E stad o s y de las sociedades por ac­
ciones. E sto nos induce a precisar m ás la fó rm u la de evo lu ­
ción antes indicada, según la cual, los contenidos del secreto
están varian do constantem ente en el sentido de que lo que
originariam ente era p úblico, se torna secreto, y lo que o rigi­
nariam ente era secreto, arroja sus velos; lo cual podría dar lu ­
gar a la idea paradójica de que la convivencia h um an a, en
igu ald ad de las restantes circun stan cias, exige u n a m ism a
cantidad de secreto, varian d o tan só lo los contenidos de éste,
de suerte que a i a b an d o n ar u no, recoge otro, y merced a este
trueque, la can tidad to tal perm anece in va riab le. P u ed e h a lla r ­
se u n a realizació n algo m ás exacta para esta fó rm u la general.
384 S ociologia

D ijérase que, a m edida que progresa la ad ap tación cultural,


van Haciéndose m ás p úblicos lo s a su n to s de la generalidad y
m ás secretos los de los in d ivid u o s. C o m o queda y a indicado,
en circun stan cias p rim itivas la s relaciones entre los in divid uos
no pueden protegerse contra la indiscreción, com o en el estilo
m oderno de la vida, especialm ente en la s grandes ciudades,
que Ha producido u n a m edida com pletam ente n u eva de d is­
creción y reserva. E n cam bio, en los E sta d o s de las épocas a n ­
teriores, los representantes de los intereses públicos so lía n ro­
dearse de u na au toridad m ística, a l paso que en civilizacion es
m ás m aduras y am p lias Kan a d q u irid o , merced a la extensión
del territorio de su soberanía, a la o b jetivid ad de su técnica, a
la distancia que se m antienen de tod as las p erson as s in g u la ­
res, u na seguridad y dignidad, que les perm ite obrar p ú b lica ­
m ente. A q u e l secreto, en que se reso lvía n los asu n tos p ú b li­
cos, revelaba su in terior contradicción, produciendo lo s m o v i­
m ien tos opuestos de la traición por u n a parte y del espionaje
por otra. T o d a v ía en lo s siglos xvii y xvm lo s G o b iern o s m a n ­
ten ía n en el m ás escrupuloso secreto el im porte de las deudas
del E stad o , la situ a ció n de lo s im pu estos, el núm ero de so ld a ­
dos; a consecuencia de lo cual, los em bajadores no ten ían otra
cosa m ejor que hacer que espiar, coger cartas y sacarles revela­
ciones a la s personas que «sabían» algo, descendiendo basta
el person al de la servidum bre (l). P ero en el siglo xix la p u ­
b licid ad se im pone en los a su n to s del E stad o , b a sta tal punto
q ue lo s G o b ie rn o s m ism os p u b lica n oficialm ente los datos
que b a sta entonces todo régim en debía m antener secretos si
quería sostenerse. A s í la p o lítica, la ad m in istración , la ju s ti­
cia, b an perdido su secreto en la m edida en que el individuo
puede reservarse m ás, y que la vida m oderna b a elaborado

(1 ) E ste m o v im ie n to se rea liza ta m b ié n s lo inversa. R efirié n d o se a la h isto ria de


ln co rte inglesa. se ko d ich o q u e los verdaderos cábalas. las in flu en cia» seercras, las co-
m o rilU s e intriga s n o se d esa rrolla ros c o a el d esp otism o, s in o cu a n d o el rey co m en zó
o tener con sejeros con stitu cion a les, cu a n d o , p o c con sigu ien te, el G o b ie r n o se h iz o en u d

ré&imcn d e p u b licid a d . S ó lo entonces el re y (lo q u e se advierte p »rticu lo je te a re desde


la época de E d u a rd o I I ) com ien z a a con stitu ir trente a estos cola b o ra d o re s en cierto
m o d o im p u estos, u n círc u lo d e con sejeros n o oficia les, secretos, círcu lo que úrea un
encad en am ien to de ocu lta cio n e s y con sp ira cion es por el h ech o d e existir y p o r lo s es*
■y e r r o s q u e se h acen p a ra penetrar en él.
F.l scorcio y la sociedad secreta 385

u n a técnica que perm ite gu ard ar el secreto de los asu ntos p ri­
vados, en m edio del h acin am ien to de las grandes ciudades,
h asta u n grado a que antes sólo se podía llegar recurriendo a
la soledad en el espacio.
¿H a sta qué punto esta evolución debe considerarse como-
favorable? E llo depende de los axio m as sociales acerca del va ­
lor. L a dem ocracia considerará la publicidad como un estado
deseable en sí m ism o, partiendo de la idea fu n d am en tal de
que todos deben conocer los sucesos y circun stan cias que les
interesan, pues esta es la condición previa para in terven ir en
su resolución. E l saber im plica y a u n a incitación psicológica
para intervenir. C ab e discutir, sin em bargo, si esta con clu sión
es com pletam ente necesaria. C u a n d o por encim a de los intere­
ses in d iv id u a lista s surge u n a in stitución dom inante que ab ar­
ca ciertos aspectos de ellos, puede aquélla estar facu ltad a para
fu n cion ar secretam ente, gracias a una auto n o m ía fo rm a l, sin
desm entir por eso su «publicidad» en el sentido del cuidado
m aterial de los intereses de todos. P o r consiguiente, no existe
u na con exió n lógica de la que se siga el m ayor v a lo r del esta­
do de publicidad. P ero de todos m odos, rige la fó rm u la gen e­
ral de la diferen ciación cultural: lo público se hace cada vez
más público; lo privado, m ás privado cada vez. Y esta e vo lu ­
ción histórica expresa la significación más p ro fu n d a y o b jeti­
va, según la cual, lo que por su esencia es público y por su
contenido interesa a todos, se hace tam bién más público e x ­
ternam ente, en su form a sociológica, y lo que por su sentido
interior tiene u n a existencia au tón om a, los asu ntos centrípe­
tos del individuo, adquieren tam bién en su form a sociológica
un carácter cada ve z m ás privado, cada vez m ás apto para
perm anecer secreto.
A n tes hice observar que el secreto actúa tam bién com o un
patrim onio y un va lo r que enaltece la personalidad. P ero esto
llev a en su seno una com o contradicción; lo que se reserva y
esconde a los dem ás, adquiere justam en te en ía conciencia de
los dem ás u n a im portancia particular; el sujeto destaca ju sta ­
m ente por aquello que oculta. E sto prueba no sólo que la n e­
cesidad de destacar sociológicam ente em pica un m edio en sí
contradictorio, sino que tam bién aq u ello s contra quienes p ro­
piam ente va dirigida, se dejan arrastrar y a que pagan las cos-
9
386 Sociologia

tas de dicha superioridad. L o hacen con u na m ezcla de v o lu n ­


tad y repulsión ; pero ello su m in istra en la práctica el aca ta ­
m iento deseado. P o r eso resu lta op ortun o h a lla r en el polo
opuesto del secreto, en el adorno, u n a estructura de análoga
sign ificació n social. L a esencia del adorno consiste en atraer
las m iradas de los dem ás h acia el que lo ostenta. E n ta l sen­
tido es el adorno el an tagon ista del secreto. P ero y a hem os
visto que el secreto tam bién acentúa la personalidad. E l ad or­
no re aliza esta fun ción m ezclando la su p erio rid ad sobre los
dem ás con u na dependencia respecto de ellos. P o r otro lado
ju n ta asim ism o en los dem ás la b uen a v o lu n ta d con la en v i­
dia. M a s el adorno exige u n estudio especial, com o form a so­
ciológica típica.

D I G R E S I Ó N S O B R E El. A D O R N O

E l deseo que siente el hom bre de agradar a los que le ro­


dean, m uestra entrelazadas las dos tendencias opuestas, en
c u y a altern ativa .se realiza en general la relación entre los in ­
d ivid uos. D e u na parte h ay el deseo bondadoso de proporcio­
nar a los dem ás u n a alegría. D e otra h a y tam bién el deseo de
que esta alegría, este agrado, redunde en acatam iento y esti­
m ación nu estra y se com pute com o un v a lo r de nuestra per­
sonalidad . E ste deseo ú ltim o se acen túa de ta l m odo, que llega
a contradecir com pletam ente aquel prim er altru ism o del agra­
dar. M erced a l agrado que producim os, pretendem os distin ­
g u irn o s de los demás, querem os ser objeto de u n a atención n o
otorgada a los dem ás, h asta lleg ar a producir la en vid ia. E l
agrado se trueca así en u n m edio, a l servicio de la volu n tad de
poder, y m uestra en algun as alm as u n a curiosa contradicción
que consiste en necesitar precisam ente de la s personas sobre
quienes se encum bran por su ser y su conducta, para cons­
tru ir sobre el sentim iento de inferioridad de éstas la estim a­
ción de sí m ism as.
E n el sentido del adorno h á lla n se peculiares com binacio­
nes de estos m otivos, en que se entretejen lo externo y lo in ­
Fl sccr «0 y la sociedad secreta 387

terno de sus form as. E ste sentido consiste en hacer resaltar la


personalidad, en acen tu arla com o a lg o sobresaliente, pero no
por u n a inm ediata m an ifestació n de poder, no por algo que,
exteriorm ente, fuerce a l otro, sino m erced a l agrado que en el
otro se despierta y que, por ta n to , contiene a lg ú n elem ento
v o lu n ta rio . E s esta u na d é la s com binacion es sociológicas más
m aravillosas: u n acto que sirve exclu sivam en te a acen tuar la
p ersonalidad del que lo hace y a aum entar su im p ortancia,
consigue su fin por m edio del placer que proporciona a l otro,
por u na suerte de g ratitu d que despierta en los dem ás. P u es
inclu so la envidia que el adorno produce, no sign ifica otra
cosa sin o el deseo del envid ioso de conseguir p ara sí el m ism o
acatam ien to y a d m ira ció n , y prueba justam en te b a sta qué
p un to considera estos valores lig a d o s a l adorno. E l adorn o es
m áxim o egoísm o, por cuanto que destaca a su portador y le
com unica u n sen tim ien to de satisfacció n a costa de los dem ás
(ya que el m ism o adorno u sado por todos no ado rn aría a n in ­
gun o individ ualm ente). P e ro , al m ism o tiem po, es tam b ién
m áxim o altru ism o, pues el agrado que produce es exp erim en ­
tado por Los dem ás, no disfru tán d o lo el propietario sin o com o
un reflejo, que es el que da al adorno su valo r. E n la creación
estética en geireral, resu ltan íntim am ente em parentadas las
m an ifestaciones vitales que en la realidad se presentan como
indiferentes o com o enem igas; a sí tam b ién en la lu eb a entre
el egoísm o y el a ltru ism o del bom bre, el elem ento estético del
adorno representa el pun to en que am bas corrientes opuestas
se refieren u n a a otra, sirviéndose altern ativam en te de fin y
de m edio.
E l adorno acen túa o am p lía la im presión que produce la
personalidad: obra como una irradiación de la person alidad.
P o r eso b a n sido siem pre su su b stan cia los m etales brillan tes
y las piedras preciosas, que son «adorno» en sentido m ás es­
tricto que el vestido y el peinado, lo s cuales, no obstante,
«adornan» tam bién. P o d ría h ablarse a q u í de u n a ra d io a ctivi­
dad del bom bre. E n derredor de cada in d ivid u o h a y com o u na
aureola m ayor o m enor de resplandores, en la que se sum erge
todo el que tiene relación con él. E sta aureola contiene in se­
parablem ente fundidos elem entos corporales y espirituales.
D el bom bre parten in flu jo s perceptibles que recaen sobre el
Sociología

am biente. E so s in flu jo s son, en cierto m odo, lo s portadores


de un resplan dor esp iritu al y actú an como sím bolo del in d i­
vid u o , a u n cuando so n m eram ente exteriores y no flu ye de
ellos n in g ú n poder de sugestión o im portancia personal. L as
em an acion es del adorno, la atención sensible que el adorno
despierta, a m p lía n o inten sifican la au reo la que rodea a la
person alidad. L a persona es, p o r decirlo así, m ás, cuando se
b a ila adornada. A ñ á d a se a esto que el adorno suele ser al pro­
pio tiem po u n objeto de v a lo r considerable. C o n stitu y e , pues,
u n a síntesis del haber y del ser del sujetOt G ra cia s a él, la
m era posesión se convierte en u n a in ten sa m an ifestación sen­
sible del hom bre. N o sucede lo m ism o con el vestido ord in a­
rio; porque este no se nos aparece com o concreción individua!,
n i en el aspecto del h aber n i en el del ser. S ó lo el vestido
adornado y sobre todo los adornos preciosos, que condensan
su va lo r com o en un punto m ín im o , convierten el haber de la
persona en una cu alid ad visib le de su ser. Y esto acontece, no
a pesar de que el adorno sea algo «superfluo», sino precisa­
m ente por serlo. L o inm ediatam ente necesario va estrecha­
m ente u n id o a l hom bre, circunda su ser con u n a aureola m í­
nim a. P ero lo superfluo, como indica la palabra, «fluye con
exceso», esto es, se derram a allende su punto de partida. M as,
com o al propio tiem po queda adherido al sujeto, traza en de­
rredor de lo estrictam ente necesario otro círculo m ás am plio
y , en p rin cip io, indefinido. E l concepto de lo superfluo no en ­
cierra en sí lim itació n a lg u n a. A m edida que aum enta lo s u ­
perfluo, au m en ta la libertad e independencia de nuestro ser.
L o sup erfluo no im pon e a n u estro ser n in g u n a le y de lim ita ­
ción. n in g u n a estructura, com o hace lo necesario.
P ero esta acen tuación de la personalidad se verifica ju sta ­
mente merced a u n rasgo de im personalidad. L as distintas co­
sas que pueden «adornar» a l hom bre, se ordenan en u n a es­
cala, segú n que la person alidad física esté ligada m ás o m enos
estrecham ente a ellas. E l adorno m ás inm ediato es in d u d a­
blem ente ei ta tu a je de ios pueblos p rim itivos. E l extremo
opuesto está form ado por los adornos de m etales y piedras
preciosas, que son absolutam ente im personales y que todo el
m undo puede ponerse. E n tre am bos extrem os se encuentra el
vestido, n i tan in co n m o vib le y person al como el tatuaje, ni
F.l secreto y la sociedad secreta 389

tan im personal y separable como los «adornos» propiam en te


dichos. P ero justam en te en esta im personalidad estriba su ele­
gancia. £ 1 m ás fino encanto del ad orn o consiste en que la
con dición del m etal y la piedra, que no hace relación a n in ­
g u n a in d ivid u alid ad , que es dura y poco m aleable, se ve fo r­
zad a a servir a la personalidad. L o propiam ente elegante evi­
ta el exceso de in d iv id u a liza ció n , pone en derredor del h o m ­
bre u n a esfera de cosas generales, estilizadas, abstractas, por
decirlo así, lo que n atu ralm en te no es obstácu lo a l refin a ­
m iento con que estas cosas generales se lig an a la p erso n ali­
dad. S i los trajes n u evos producen u na im presión de elegan ­
cia, es porque son a ú n «rígidos», esto es, porque no se Kan
adecuado a las m odificaciones del cuerpo in d iv id u a l, de un
m odo tan in co n d icio n al com o los trajes m u y u sados, lo s cua­
les, habiendo recibido y a u na form a p eculiar p o r virtu d de los
m ovim iento s de su portador, delatan en seguida la in d iv id u a ­
lidad. E ste «ser nuevos», esta im p o sib ilid ad de ser m odifica­
dos según los in divid uos, es propia en a lto grado de los ad or­
nos de m etal. E l m etal no se hace viejo, perm anece siem pre
frío e inasequible, sobre la sin g u larid ad y m odo de ser de su
portador, cosa que no ocurre con el vestido. U n vestido que se
ba u sado durante a lg ú n tiem po, está de ta l m odo hecho al
cuerpo, tiene tal in tim id ad con el cuerpo, que contradice la
esencia de la elegancia. P u e s la elegancia es algo para los
otros, es u n concepto so cia l que tom a su v a lo r del aca ta m ien ­
to general.
S i pues el adorno b a de a m p lia r la esfera del in d ivid u o
con algo tra n sin d ivid u a l, con a lg o que se refiera a los otros y
sea recogido y acatado por ellos, aparte de su estructu ra m a­
terial, deberá poseer estilo. E l estilo es siem pre algo general,
algo que encaja los contenidos de la vida y creación p erson a­
les en form as com partidas por m uch os y asequibles a m u ­
chos. E n la obra de arte, propiam ente dicha, el estilo n os in ­
teresa tanto menos, cuanto m ay o r sea la peculiaridad perso­
nal y la vida su b jetiva que en e lla se exprese, pues la obra de
arte se dirige a la personalidad del contem plador, que se en ­
cuentra, por decirlo así, so lo en el m undo, frente a ella. E n
cam bio, en todo lo que llam am os arte in d u stria l, cu yas p ro­
ducciones por su fin alid ad u tilitaria se dirigen a una p lu ra li­
S ociología

dad de personas, pedim os u n a fo rm a m ás general y típica; en


ellas no ha de expresarse solam ente u n alm a ú n ica, sin o una
m an era de sentir am p lia, social e h istórica, que haga posible
el ordenarlas en el sistem a de vida de m uchos in divid uos. E s
u n g ra n error supon er que porque los adorn ados son siempre
in d iv id u o s, el adorno h a y a de ser u n a obra de arte in divid ual.
A l con trario, porque h a de servir a l in d ivid u o no puede tener
u n a n atu raleza in divid ual; así com o no pueden ser obras de
arte in d iv id u a les los m uebles e n que nos sentam os, o los
u ten silio s con que comemos. T o d o cuanto llen a el vasto círcu­
lo de la vida h u m a n a — al contrario de la obra de arte que no
se encuentra encajada en la general vida, sino que form a un
m undo por sí m ism a — h a de rodear al in d ivid u o de esferas
concéntricas, cada vez m ás anchas, esferas que v a y a n a él o
que de él partan. L a esencia de la estilización consiste en la
d iso lu ció n del acento in d iv id u a l en u n a gen eralización que
va m ás a llá de la peculiaridad personal, pero que tiene como
base o círculo de irradiación lo in d iv id u a l, o bú?n lo recoge
como u n a anch urosa corriente. G ra c ia s a l in stin to que hace
com prender esto, el adorno ha sido siempre estilizado de un
m odo relativam en te severo.
M as allá de su estilizació n form al, el adorno em plea un
m edio m aterial para conseguir su fin alidad social; este medio
consiste en ese «resplandor» del adorno, por virtud del cual,
su portador se convierte en el centro de u n circulo de irradia­
ción, que in clu ye a todo el que se encuentre p róxim o, a todo
ojo que m ire. E l rayo de la piedra preciosa parece ir hacia el
otro, com o el b rillo de la m irada. E n esa rad iación está conte­
nido el sign ificado social del adorno, el ser p ara los demás, la
dedicación a los dem ás, que am p lía la im portancia del sujeto,
y a sí cargada torna a éste. L o s radios de este círculo señalan
de u n a parte la distancia que pone el adorno entre los hom ­
bres, puesto que u no de ellos dice: «tengo algo que tú no tie­
nes». P ero , por otra parte, no só lo perm iten que los dem ás par­
ticip en del adorno, sino que b rilla n justam ente p ara los de­
m ás, y só lo p ara los dem ás existen realm ente. P o r su m ateria
es el adorno distanciación y co n n iven cia a la vez. P o r eso sir­
ve de u n m odo especial a la van id ad , que necesita de los de­
m ás p ara poder despreciarlos. E n esto radica la honda di le-
FI secreto y la sociedad secreta

rencia que existe entre la va n id ad y el o rgu llo . É ste, cu ya sa­


tisfacció n descansa exclu sivam ente en sí, suele desdeñar el
«adorno» en todos lo s sentidos. H a y que agregar en el m ism o
sentido la im p ortancia del m aterial «auténtico». E l encanto de
lo «auténtico» consiste en ser algo m ás que su apariencia in ­
m ediata, apariencia que com parte con las falsificacion es. E l
adorno de m aterial autentico no es, como el falsificado, sim ­
ple apariencia; tiene raíces en un suelo m ás p rofu ndo que el
de la m era apariencia. L a im itació n , en cam bio, no es m ás que
aquello que de m om ento parece. A s í, el hom bre «auténtico» es
aquel en quien se puede fiar, a u n cuando no le tengam os ante
ios ojos. E n ser m ás que ap ariencia consiste pues el valor del
adorno; y este ser no se ve, es a lg o que se agrega a la a p arien ­
cia, contrariam ente a lo que sucede con la im itación h áb il. Y
com o este va lo r es siem pre realizab le, como es acatado por to ­
dos y posee u na relativa independencia respecto del tiem po, el
adorno resulta algo que está por encim a de la con tin gen cia y
la persona. E l adorno de bisu tería sólo vale por el servicio que
de m om ento presta a su portador. E l va lo r del adorno au tén ­
tico v a más allá; arraiga en la s ideas que del valor tiene todo
el círculo social, y se ram ifica en ellas. P o r eso, el encanto y
la acentuación que presta a su portador in d ivid u al, se nutre
en este suelo su p ra in d ivid u al. S u va lo r estético, que es un
«valor para los demás», se convierte por la auten ticidad , cr\
sím b olo de estim ación general, y encaja dentro del sistem a
general de valores sociales.
D u ra n te la E d ad M edia, se dictó en F ran cia una ordenan­
za, prohibiendo a todas las personas que estuviesen por deba­
jo de un rango determ inado, llevar a lh a ja s de oro. C la ra m e n ­
te se echa de ver en este ejem plo la com binación característica
del adorno. E n el adorno se reúnen la acentuación sociológica
y estética de la personalidad, el «ser para sí» y el «ser para
otros» resultan causas y efectos alternativam ente. Según esta
ordenan za, la distinción estética, el derecho a cau tivar y agra­
dar, no puede ir m ás lejos que lo que determ ina la esfera so ­
cial del in d ivid u o . Justam ente por esto, al encanto que en ge­
neral el adorno da por su figura individ ual, se añade el valor
sociológico de figurar como representante de un grupo y de
verse «adornado» con toda la im portancia de este grupo. A l
592 S ociolog ia

-mismo resplandor que, partiendo del in d ivid u o , determ ina la


am p liació n de su propia esfera, se añade el sentido de la clase
social, sim b o lizad a en el adorno. E l adorno aparece aqu í com o
el m edio de tran sfo rm ar la fuerza o dignidad social en u n a
acentuación personal intuíble.
F in alm en te, las tendencias centrípeta y centrífuga, que se
dan en el adorno, se reúnen en u n a form a p articular. E s s a ­
bido que en los pueblos p rim itivos, la propiedad p rivad a de la
m ujer aparece, en general, después de la del hom bre y , al
p rin cip io, se refiere sobre todo y a veces exclusivam ente al
adorno. L a propiedad in d iv id u a l del hom bre suele com enzar
con la s arm as; ello constituye u na m uestra de la condición
predom inantem ente activa y agresiva del varón, que am p lía
la esfera de su personalidad sin agu ard ar a la v o lu n ta d ajena.
E n cam bio, en la m ujer, esta am p liación de la personalidad
form alm ente igu al, pese a las diferencias exteriores— , dada la
m a y o r p asivid ad de la n atu raleza fem enina, depende m ás
b ien de la buen a volun tad ajena. A h o ra bien, t o d a ‘ propiedad
sign ifica u na extensión de la personalidad; m i propiedad es
aqu ello que obedece a mi volu n tad , es decir, aquello en que mi
y o se expresa y realiza exteriorícen le. Y esto se verifica antes
y m ás com pletam ente que en parte algu n a, en nuestro cuerpo,
que, por tal m otivo, con stituye n u estra prim era e in discuti­
ble propiedad. Pero, cuando el cuerpo está adornado, posee­
m os m ás. Som os, por decirlo así, señores de cosas m ás exten­
sas, y distin gu id as cuando disponem os de un cuerpo adorna­
do. A s í, pues, h ay un profundo sentido en el hecho de que
sea el adorno el que prim ero se h aga objeto de propiedad pri­
vada; porque el adorno determ ina aqu ella am p liación del yo,
tra za en derredor de nosotros a q u e lla esfera m ás extensa, que
llen am os con nuestra personalidad y que está constituida por
el agrado y la atención del medio que n os rodea -m e d io que
pasa sin fijarse por delante de nuestra figura cuando ésta no
está adornada. E l hecho de que, en (os estados p rim itivos, se
h a g a justam ente propiedad de las m ujeres el adorno que, esen­
cialm ente, existe p ara los demás, no aum entando el valor y
sign ificación del y o sino merced al acatam iento que al ador­
nado sobreviene, revela u n a vez m ás ei principio fundam en­
ta l del adorno. P a ra la s grandes aspiraciones del alm a y de la
F.l secreto y la sociedad secreta 393

sociedad, que se com penetran e in flu en cia n recíprocam ente—


elevación del y o por el hecho de e x istir p ara lo s dem ás, y ele­
v a ció n de la existencia para los dem ás por el hecho de acen­
tuarse y am p liarse u n o a sí m ism o — , h a creado el ad orn o u na
síntesis propia en la fo rm a de lo estético, lis ta form a está en
sí m ism a por encim a de las diversas aspiraciones h u m an as,
que encu entran en ella no só lo un cam po de tra n q u ila co n vi­
vencia, sino aquel m u tu o a p o yo que sobre la contiend a de sus
m an ifestaciones em erge com o in tu ició n y g ara n tía de su pro­
fu n d a unidad m etafísica.

* ««

E l secreto, com o hem os visto, es una determ inación socio­


ló gica que caracteriza la s relaciones recíprocas entre los ele­
m entos de u n gru p o , o m ás bien, que, ju n to con otras form as
de referencia, co n stitu ye esta relació n total. E n cam bio, a l n a ­
cer las «sociedades secretas», el secreto puede extenderse a un
gru p o entero. C u a n d o el ser, hacer y haber de u n in d ivid u o
es secreto, la sign ificació n sociológica de dicho in d iv id u o tiene
estas tres características: aislam ien to , oposición, in d iv id u a li­
zació n egoísta. E l sentido del secreto es aqu í puram en te exte­
rior; está constituid o por la relació n existente entre el que po­
see el secreto y el que no lo posee. P ero cuando u n grupo,
com o tal, toma el secreto com o form a de existencia, el sentido
sociológico del secreto se convierte en in tern o y determ ina las
relaciones de los que lo poseen en com ún. P e ro com o su b sis­
te al propio tiem po la exclu sión de lo s n o iniciados, con sus
p articulares m atices, la so cio lo g ía de la sociedad secreta p la n ­
tea el com plicado p ro blem a de fija r las form as in m an en tes que
vien en determ inadas por la conducta de u n gru po que se con­
duce en secreto frente a otros elem entos. N o preludiaré estas
consideraciones con u na clasificación sistem ática de las socie­
dades secretas, que no tendría m ás que un interés histórico;
sus categorías esenciales se desprenderán por sí m ism as.
L a prim era relación interna, esencial, en la sociedad secre­
ta, es la confianza m utu a entre sus elem entos. D e la cu a l ne­
cesita en p articu lar m edida, porque el fin del secreto es ante
todo la protección. D e todas la s m edidas de protección, que
394 S o c io lo g ía

pueden tom arse, es indu dablem ente la m ás radical el hacerse


in visib le. E n esto se distingue esencialm ente la sociedad se­
creta del in d ivid u o que busca la protección del .secreto. E,1 in ­
d ivid u o sólo puede ap elar a tan radical recurso, p ara acciones
o situ acio n es particulares. S in duda, puede esconderse total­
mente por a lg ú n tiem po, o ausentarse en el espacio; pero su
existencia misma no puede co n stitu ir secreto, salvo algu n a
com binación fan tástica. E n cam bio, una u nidad social puede
ocu lta r su p ro p ia existencia. S u s elem entos pueden m antener
el más frecuente trato; pero el h echo de que con stitu yan una
sociedad, u na conjuración o u na b an d a de crim inales, un con­
ven tícu lo religioso o una asociación p ara la práctica de extra­
va g an cia s sexuales, puede, en p rin cip io , m antenerse secreto de
un m odo perm anente. D e este tipo, en el cu al n o están ocu l­
tos los in d ivid u o s, sin o el hecho de. co n stituir u na asociación ,
diferénciánse aq u ellas sociedades que, siendo conocidas corno
tales, m an tien en secretos, o sus m iem bros, o su fin alidad, o
sus p articulares decisiones, com o sucede con m uchas socieda­
des secretas de los pueblos p rim itivos y con la m asonería. E s
evidente que en el ú ltim o tipo, la form a del secreto no conce­
de ta n ab so lu ta protección como el prim ero, pues lo que se
sabe de (ales asociaciones, co n stitu ye y a una base para poste­
riores averigu aciones. E n cam bio, estas sociedades, rela tiva ­
m ente secretas, tienen a m enudo la ven taja de cierta fle x ib ili­
dad; contando de antem ano con u n a cierta publicidad, pueden
avenirse a descubrim ientos posteriores m ejor que aqu ellas
cu ya existencia m ism a es un secreto; con frecuencia, éste q u e­
da destruido al prim er descubrim iento, porque suele h allarse
ante la rad ical altern a tiva del todo o nada.
L a debilidad de las sociedades secretas está en que los se­
cretos no se guardan m ucho tiem po, h asta el punto de que
con ra zó n se dice que un secreto entre dos, y a no es secreto.
P o r eso la protección que dispensan, aun que es ab solu ta, re­
su lta sólo tem poral; y para objetos de positivo v a lo r social, la
sociedad secreta es. Je hecho, un estadio de transición, que
deja de ser necesario cuando llega a un desarrollo suficiente.
E n ú ltim o térm ino, la protección que pres’ a el secreto, es a n á ­
lo ga a la que se consigue cuando en vez de com batir los o b s­
táculos, los salvam os m edíante uts rodeo; lleg a un m om ento
F.i secreto y la suciedad secreta 395

en que la fu erza es capaz tle vencer esos obstáculos, y y a el


rodeo es innecesario. P o r eso la sociedad secreta es la form a
social adecuada para ob jetivos que se encuentran, por decirlo
así, en la in fan cia, en estado de debilidad, en el prim er período
de desarrollo. L o s conocim ientos, las religiones, la s m orales,
los partidos n u evo s, son con frecuencia débiles y necesitados
de protección; por eso se esconden. P o r esta razón , la s épocas
en que surgen n u evas ideas contra los poderes existentes, p a­
recen com o predestinadas p ara el florecim iento de las socieda­
des secretas, com o ocurre, v. gr., en el siglo xvm . A s í, para no
citar m ás que u n ejem plo, ya entonces existían en A le m a n ia
los elem entos de un partid o liberal; pero su concreción en una
org a n iza ció n política perm anente era im pedida por los pode­
res del E stad o . L a sociedad secreta era, pues, la ú n ica form a
en que podían m antenerse y desarrollarse los gérm enes de
u na nueva o rgan izació n . T a l h izo sobre todo la orden de los
Ilu m in ad os.
Ig u a l protección que a l desarrollo ascendente, presto al des­
cendente la sociedad secreta. L as aspiraciones y poderes socia­
les que v a n siendo expulsados por oíros nuevos, se refu gian
en el secreto, que co n stitu ye, p o r decirlo así. un estadio in ter­
m edio entre el ser y el no ser. C u a n d o a fines de la E d ad M e­
d ia com enzó en A le m a n ia la opresión de las corporaciones
m u n icipales por los poderes centrales fortalecidos, d esarrolló­
se en aquellas u na a m p lia v id a secreta. R e lu c ié ro n s e en
asam bleas y asociaciones ocultas, en el ejercicio secreto del
derecho y el poder, del m ism o m odo que los an im ales buscan
el am paro de sus cuevas Cuando están p róxim os a m orir. E sta
doble función protectora de las sociedades secretas, com o es­
tación interm edia, tan to para poderes ascendentes, com o para
fu erzas decadentes, se percibe acaso con m áxim a claridad en
lo religioso. M ientras la s com unidades cristianas eran perse­
guidas por el E stad o , ten ían que esconder sus reuniones, sus
oficios, su existen cia toda. E n cam bio, cuando el cristianism o
se trocó en religión del E stad o , no les quedó a los adeptos del
paganism o perseguido y m orib u n d o otro recurso que el m is­
mo secreto, a que antes h ab ía n o b ligad o ello s a los cristianos.
E n general, la sociedad secreta es correlativa del despotism o y
de la lim itación policíaca, com o protección, tanto defensiva
S ociología

com o o fen siva frente a la opresión violen ta de los poderes


centrales. Y esto no sólo en la política, sino tam bién en el
seno de la Iglesia, de los establecim ientos de enseñ an za y de
las fam ilias.
A este carácter de protección— cu alid ad extern a— corres­
ponde, como cualidad interna, en las sociedades secretas, la
con fian za m utu a de los copartícipes. T rá ta se de u n a confianza
m u y especial. la confianza en la capacidad de callarse. L as a so ­
ciaciones diversas pueden basarse en diversos supuestos de
con fian za: co n fian za en la capacidad para los negocios, en la
convicción religiosa, en el valo r, en el am or, en la honradez
o— como sucede en las sociedades de m alhechores— en la r u p ­
tura rad ical con todas las veleidades m orales. P e ro cuando la
sociedad es secreta, añádese a todas estas form as de con fian za,
determ inadas por el fin de la asociación , la confianza form al
en la discreción, en la capacidad de guardar el secreto. E n ú l­
tim o térm ino, esta confianza viene a ser la fe en la p erso n ali­
dad; pero una re que tiene un carácter m ás sociológico y a b s­
tracto que n in g u n a otra, pues bajo su concepto pueden colo­
carse todos los contenidos de vida com ú n que se quiera. A esto
se añade que, salvo excepciones, no h a y otra clase de co n fia n ­
za que necesite, com o ésta, ta n constante ren o vació n su b jetiva;
pues cuando se trata de creer en la in clin ación o en la energía,
en la m oral o en la inteligencia, en la h onradez o en el tacto
de u na persona, es m ás fácil que se produzcan hechos en que
pueda fundarse, de una vez para siem pre, u na cierta cantidad
de con fian za, y se reducen al m ín im um las p osibilid ad es de
desengaño. P ero la indiscreción depende de u n a im p revisión
m om entánea, de u n a debilidad o excitación ocasion al, de un
m atiz con acento acaso inconsciente. G u a rd a r el secreto es tan
d ifícil, son tan m últiples las tentaciones de revelarlo, h a y , en
m uchos casos, un cam ino tan continu o y lla n o desde el s ile n ­
cio h asta la indiscreción, que en esta clase de co n fia n za ha de
predom inar siem pre el factor sub jetivo. P o r esta razón , las
sociedades secretas— cu ya form a rudim entaria es el secreto
com partido entre dos, y cuya extensión por lodos lo s lugares
y todos los tiem pos no ha sido aún debidam ente estim ada, n i
siquiera, acaso, en lo c u a n tita tiv o — so n u n a excelente escuela
de relación m oral entre los hom bres. La confianza de un h o m ­
E! secreto y la sociedad secreta 397

bre en otro posee un v a lo r m oral tan alto com o la debida co­


rrespondencia a dicha confianza; y acaso m ás m eritorio aún,
porque la co n fian za que se nos otorga, contiene u n prejuicio
casi constrictivo, y para defrau darla es preciso ser p ositiva­
m ente m alo. E n cam bio, la co n fian za se «regala»; n o puede
solicitarse en la m ism a m edida en que puede exigirse que se
corresponda a ella, u na vez otorgada.
L a s sociedades secretas buscan, com o es n a tu ra l, m edios
p ara favorecer psicológicam ente la discreción, que n o puede
im ponerse directam ente. E n prim er lu gar, figu ran entre ellos
el ju ram en to y la am en aza de castigo. E sto s m edios no requie­
ren explicación a lg u n a. M á s interesante es la técnica frecu en­
te que consiste en som eter al novicio a un ap ren d izaje del s i­
lencio. T en ien d o en cuenta la dificultad, y a m encionada, de
callar; teniendo en cuenta, sobre todo, la estrecha asociación
que en los estadios p rim itivo s existe entre el pensam iento y su
expresión v e rb a l— p ara lo s n iñ o s y para m uchos p ueblos p ri­
m itivos pensar y h a b la r es casi lo m ism o — , se necesita, ante
todo, h aber aprendido a calla r para poder asp irar a que los de­
m ás confíen en que m antendrem os ocultas determ inadas co­
sas ( l) . A s í se refiere de u n a sociedad secreta, en la isla de
C eram , del arch ip iélago de las.-M oíucas, que el m uchacho que
solicita el ingreso en ella, no sólo ha de ca lla r todo cuanto
presencia a l entrar, sino que, durante a lg u n as sem anas, no
puede h ab lar u n a palab ra con nadie, ni siquiera con su fa m i­
lia. A q u í no in flu ye, de seguro, solam ente el v a lo r pedagógico
del silencio absoluto; a la in d iíeren ciació n esp iritu al, propia de

(l) Ln socied a d hum ana está co n d icio n a d a p o r ia capacidad d e ha b lar; p ero recibe
s u fo r m a — l o qu e, natu ra lm en te, s ó lo se m an ifiesta a q u í y a llá — p o r la ca p a cid ad de
colla r. C u a n d o tod as las representaciones, sen tim ien tos, im p u lsos, b ro ta n librem en te
e n el d iscu rso, surge u n a c o n fu s ió n ca ó tica , en ver de u n co n cie rto o rg á n ico . P o ca s ve­
ces SC advierte clnTom entc la necesidad del sile n c io para el trnto reg u la riza d o , p o rg u e
e llo r.os parece cosa sobreen ten d ida , a u n q u e tien e, sin d u d a , su e v o lu ció n h is tó r ic a , que
arra n ca de la ch arla d el n iñ o y del neg ro (q u e ¿ s to s necesitan para q u e sus represento-
cio n e e a d qu ieran a lgu n a c o n cre ció n y segu rid a d ) y term ina en la u rb a n id o d d e les c u l­
turas elevadas, u n o de cu y o s req u isitos es el sen tim ien to d e cu á n d o h e m o s de h ablar
>- cu á n d o colla r; v . g r., q u e el d u e ñ o d e la coso debe reservorsc m ien tras lo s in v ita d os
sostien en la con versa ción , y debe d e in terv en ir, en ca m b io, ten p ro n to c o m o se p r o d u '
ce u n v a cio . U n grad o in term ed io p od rin cstor fo r m a d o p o r las gu ild a s m edievale«, en
c u y o s estatutos se castigaba al q u e interru m p ía al presidente.
S ociologia

este estadio, corresponde adem ás la ab so lu ta prohibición de


la p alab ra en un período en t{ue Kan de callarse cosas m uy
concretas. E s este un rad icalism o an álo go a l ’ que lleva a los
pueblos poco desarrollados a recu rrir a la pena de m uerte, en
casos en que más tarde un delito p arcial recibe u n a pena p ar­
cial. o a entregar u n a parte com pletam ente desproporcionada
del p atrim onio por algo que, de m om ento, atrae. L o que se
expresa- en todo esto es la «torpeza» específica, cu ya esencia
consiste, sin duda, en la incapacidad de provocar u na in er­
vación exactam ente adecuada al fin determ inado y concreto.
E l torpe m ueve el brazo entero, cuando para su fin le bastaba
con m over dos dedos; m ueve el cuerpo entero, cuando lo in d i­
cado era m over solam ente el brazo. P o r eso, en el caso a que
n os referim os, la asociación psicológica exagera enorm em ente
el peligro de la indiscreción y, por eso, no lim ita la p ro h ib i­
ción a su objetivo concreto, sino que la extiende a toda la fu n ­
ción de h ab lar. E n cam bio, cuando la asociación secreta de los
pitagóricos prescribía a los n ovicios u n silencio de va rio s años,
probablem ente, pretendía algo m ás que u n fin de entren am ien­
to p ara que aprendiesen a g u a rd a rlo s secretos de la asociación;
pero la causa no era sólo aqu ella torp eza, sino la am p liación
del fin diferenciado. N o se conform aban , en efecto, con que el
adepto aprendiese a callar a lg o determ inado, sino que querían
que aprendiese a dom inarse, en general. L a asociación im p o ­
n ía u n a severa discip lin a y u n a pureza e stilizad a de la vida; y
el que conseguía estar u n os años sin h ab lar, se encontraba en
disposición de resistir a otras tentaciones, adem ás de la in d is­
creción.
O tro medio de asentar sobre u na base objetiva la discre­
ción fue em pleado por la asociación secreta de los druidas de
las G a lia s . S u s secretos consistían principalm ente en cantos
íeligioso s, que todo druida tenía que aprender de m em oria.
P ero las cosas estaban dispuestas de tal m an era— especial­
m ente gracias a ia prohibición de escribir los can tos— que para
aprendérselos todos se requería m uebo tiem po, h asta vein­
te años. E s ta larg a duración del ap ren dizaje, daba por resu l­
tado que antes de conocer a lg o im portante, digno de revela­
ción, se producía el h áb ito grad u al de la discreción; la ten ta ­
ción de revelar los secretos no cae, por decirlo a sí de pronto,
El secreto y la sociedad secreta 399

sobre el espíritu in d iscip lin ad o , el cual, gracias a esto, puede


acostum brarse lentam ente a resistirla.
P ero la p ro h ib ició n de escribir los cantos., penetra en esfe­
ra de m ayor im p o rtan cia sociológica- E s algo m ás que u n a
precaución contra el descubrim iento Je los secretos. E l hecho
de que la en señ an za ha-ya de basarse en el trato personal, de
que la fuente del ap ren d izaje consista exclu sivam en te en la
asociación, y no en u n escrito objetivo, lig a a los m iem bros
de un m odo incom p arable con la com unidad y les bace sen tir
perdurablem ente que, desprendidos de la su b stan cia colectiva,
perderían tam bién, irrevocablem ente, la suya propia. A c a so
no se b a y a hecho resaltar debidam ente hasta qué p un to en las
civilizacion es m aduras la o b jetivación del espíritu favorece la
independencia del in d iv id u o . M ien tra s la vida esp iritu al del
in d iv id u o viene determ inada por la tradición inm ediata, pol­
la en señ an za in d iv id u a l, y , sobre todo, por n o rm as trazad as
por autoridades personales, el in d iv id u o está encajado so lid a ­
riam ente en el gru p o v iv o que le rodea; sólo tcl grupo le pres­
ta la posibilidad de calm ar su existencia espiritual; los ca n a ­
les por donde se a lim e n ta esa su vida espitual flu y e n todos
entre el medio y él. P ero cuando el trabajo de la especie h a ca­
p italizad o sus productos en form a escrita, en obras visib les y
ejem plos perdurables, interrúm pese aq u ella corriente orgán ica
entre el grupo a ctu a l y sus m iem bros individuales; el proceso
de la vid a no liga a l in d iv id u o co ntinu am ente y de u n m odo
exclu sivo a l grupo, sino que aqu él puede n u trirse de fuentes
objetivas, que no requieren presencia personal. E l h ecbo de
que esta p rovisión acu m u lad a h a y a surgido de los procesos
del espíritu social, es cosa relativam en te indiferente; no sólo
porque lo que ha crista liza d o en dicha p rovisión es la obra de
generaciones a veces m u y rem otas, sin relación y a con los
sentim ientos presentes del in d iv id u o , sino sobre todo porque
lo im portante es la form a objetiva de esta p rovisión , el h a lla r­
se desligada de la person alidad subjetiva, con lo cu al el in d i­
vidu o encuentra a su disposición u n alim ento su p rasocial, y
entonces la m edida y clase de su contenido esp iritu al depende
m ás de su capacidad de aprender que de aquello que se le ofre.-
ce. E os lazos particularm ente estrechos que lig a n a lo s m iem ­
bros de u n a sociedad secreta y de los que h ab laré m ás ade­
400 S ociología

la n te — laxos que encu entran su categoría específica sen tim en ­


tal en la « con fian za» — , son cau sa de que, cuand o su prin cipal
objeto es la com unicación de conten idos esp iritu ales, se pro­
h ib a fija rlo s por escrito.

D I G R E S I Ó N A C E R C A D E L A C O M U N I C A C I Ó N

ESCRITA

E n c a ja n aqu í a lg u n as consideraciones sobre la sociología


de la carta, porque, evidentem ente, la carta ofrece un carácter
p ecu liar dentro de la categoría de! secreto. E n prim er térm ino,
el escrito es por esencia opuesto a todo secreto. A n te s de que
se em pleara generalm ente la escritura, toda transacción ju r í­
dica, p o r sen cilla que fuese, debía celebrarse ante testigos. La
form a escrita hace in ú til este requ isito, porque im plica una
«publicidad» que, si bien es potencial, en cam bio es ilim itada;
sign ifica que n o sólo los testigos, sin o cualesquiera personas,
pueden saber que se h a celebrado el contrato. N u e stra con ­
ciencia tiene a su d isp osición u na form a sin g u lar, que puede
llam arse «espíritu objetivo» y que consiste en que las leyes
n a tu ra les y lo s im p erativos m orales, los conceptos y las for­
m as artísticas, están a la disp o sició n de quien quiera y pueda
a p reh en d erlo s, pero son independientes, en cuanto a su v a ­
lid ez eterna, de que sean o no aprehendidos y de cuando acon­
tezca esto. L a verdad, que com o producto es por esencia m u y
d istin ta de .su objeto real efím ero, sigu e siendo verdad sea s a ­
bida y reconocida o no: la le y m o ral y ju ríd ica rige, .sea o no
cum p lida. E sta categoría, de in calcu lab le transcendencia, baila
en la escritura su sím b olo y sostén sensible. U n a vez fijado por
escrito, el conten id o esp iritu al ha adquirido form a ob jetiva,
su existen cia se ha hecho en prin cipio independiente del tiem ­
po y accesible a ilim itad o núm ero de reproducciones sucesivas
o sim u ltá n ea s en la conciencia su b jetiva, sin que su sentido
y v a lid e z dependa de que se verifiquen o no estas realizacio­
nes en el a lm a de los in d ivid u o s. A s í lo escrito posee u na
existen cia ob jetiva, que ren u n cia a toda g aran tía de secreio.
P.l secreto y la sociedad secreta 401

P ero, precisam ente, su in defen sión contra todo el que quiera


conocerla es la que hace que la indiscreción para con la carta
aparezca com o p articu larm en te in n o b le . P a r a personas de
fin os sentim ientos, esta in defen sión de la carta es el m ejor
am paro de su secreto.
A s í, pues, la carta debe justam ente a la supresión ob jeti­
va de lodo seguro contra la indiscreción, el aum ento subjetivo
de esta seguridad. D e aqu í b rotan sin gu lares oposiciones que
caracterizan la carta com o fenóm en o sociológico. L a form a de
la expresión ep istolar sign ifica u n a o bjetivación de su conte­
nido, que con stituye u na sin g u la r síntesis, cu yos térm inos son
de u na parte el hecho de estar destinada a un in d iv id u o concre­
to, y de otra parte la person alidad y subjetividad que el co­
rresponsal p one en su carta, a diferencia del escritor. Y , preci­
sam ente, en este ú ltim o sentido, ofrece la carta caracteres es­
pecíales, com o form a de trato entre personas. C u a n d o los
interlocutores se b a ila n en presencia, cada u n o de eilos da al
otro algo m ás que el m ero contenido de las p alabras. A la v is ­
ta de la otra persona, penetram os en la esfera de sus sen ti­
m ientos, no expresable en p alab ras, pero m an ifiesta por mil
m atices de acen tuación y ritm o; el contenido lógico o querido
de nuestras p alab ras experim enta un enriquecim iento y com ­
plem ento de que la corta só lo ofrece a n a lo g ías m ín im as, y
a u n estas son en su m ayo ría recuerdos del trato personal. La
ven ta ja y el in co n ven ien te de la carta consiste, en principio,
en no dar m ás que la pura sub stan cia de nuestras representa­
ciones m om entáneas y en calla r lo que no podem os o no que­
rem os decir. Y , sin em bargo, la carta— cuando se diferencia
del en sa yo por a lg o m ás que por no estar im presa— es algo
com pletam ente sub jetivo, m om entáneo, puram ente personal,
no sólo tratán dose de exp losiones líricas, sino de com u nica­
ciones absolutam ente concretas. L s ta objetivación de lo sub ­
jetivo, este desn udar lo su b jetivo de todo aquello que en el
m om ento no se quiere revelar acerca de la cosa y de u n o m is­
m o, es só lo p osib le en épocas de cu ltu ra elevada, en las cuales
los hom bres d o m in an la técnica psicológica lo bastante para
prestar iorm a duradera a sus sentim ientos y pensam ientos
m om entáneos, a esos que sólo se p ien san y sienten m om en­
táneam ente. respondiendo u la sugestión y situación actual.
>o
402 S ociología

C u a n d o un producto interno tiene el carácter de «obra», esta


form a duradera es absolutam ente adecuada. P ero en la carta
h a y u n a contradicción entre el carácter de su contenido y el
de su form a; p ara producir, tolerar y u tiliz a r esta contradic­
ción, h acen fa lta u n a objetividad y diferen ciación dom inantes.
E sta síntesis h a lla otra a n a lo g ía en esa m ezcla de preci­
sión y vaguedad, que es p ropia de la exp resión escrita y sobre
todo de la carta. A p lica d o s a la com unicación de persona a
persona, son estos caracteres categorías sociológicas de prim er
orden, en cuya esfera se encuentran evidentem ente todas las
consideraciones de este capítulo. P ero no se trata aquí senci­
lla m en te del m ás o m enos que u n o dé a conocer al otro acerca
de sí m ism o, sino de que lo com unicado es m ás o m enos claro
para el que lo recibe, y de que, a m odo de com pensación, la
falta de clarid ad va unida a u na p lu ralid ad proporcional de
posibles interpretaciones. Seguram en te en toda relación du ra­
dera entre los hom bres, la proporción variab le de claridad y
de interpretación en las m an ifestaciones, juega, al m enos en
sus resultados prácticos, un papel cada vez m ás consciente. La
expresión escrita aparece prim eram ente com o la m ás segura,
com o la única a la que no puede quitarse n i ponerse una
com a. P ero esta prerrogativa de lo escrito es sim ple consecuen­
cia de u n defecto; proviene de que le falta el acom pañam iento
de la v o z y del acento, del gesto y de la m ím ica, que en la p a ­
lab ra h ablad a son fuente, tanto de m ayor co n fu sió n , com o de
m ay o r claridad. E n realidad, el que recibe la carta no suele
conform arse con el sentido puram ente lógico de las palabras,
que la carta transm ite sin duda con m ás precisión que la con­
versación; m ás aú n , en incontab les casos no puede hacerse
esto, porque sólo p ara entender el sentido lógico hace ya falta
algo m ás. P o r eso la carta, a pesar de su claridad, o m ás exac­
tam ente, gracias a ella, es m ás que la conversación el lugar de
las «interpretaciones», y p o r ta n te de las m alas inteligencias.
C orresp ondien do al n ivel de cu ltu ra que exige u na rela­
ción o período de relaciones, fundados en la correspondencia
epistolar, las determ inaciones cu alitativas de esta quedan fu er­
tem ente diferenciadas. L o que por esencia es claro en las m a­
n ifestaciones h um an as, resulta m ás claro to d avía en la carta
que en la conversación; lo que en prin cipio es m ás propicio o
I íl s e c r e t o v la s o c i e d a d s e c r e t a 403

interpretaciones va rías, resu lta tam bién en la carta más con­


fuso que en la conversación. S i expresam os esto en las cate­
gorías de la lib ertad o de la su jeció n en que el que recibe la
com unicación se b a ila frente a l otro, direm os que por lo que
se refiere a la su b sta n cia lógica, la com prensión está m ás cons­
treñida en la carta que en la conversación, pero en cam bio es
m ás libre en lo que se refiere a l sentido person al y profundo.
P ued e decirse que la con versación revela el secreto, merced a
lo que el in terlo cu to r deja ver sin dejar oír, m erced a los m ú l­
tiples im ponderables del trato; en cam bio, nada de esto existe
en la carta. P o r eso la carta es m ás clara en lo que no toca al
secreto del otro, y en cam bio es m ás oscura y m ultívoca en lo
que a ese secreto se refiere. E n tien d o por secreto del otro,
aq u ellos sen tim ien tos y cualidades que no pueden expresarse
lógicam ente, pero a los cuales recurrim os incontab les veces
p a ra com prender m an ifestaciones plenam ente concretas. Em la
conversación , estos elem entos a u x ilia res de la interpretación
están de ta l m odo fundidos con el contenido conceptual, que
form an u n a u n id ad de intelección. Q u iz á s sea este el caso
m ás acusado de un hecho m ás general: que el hom bre no pue­
de separar lo que realm ente ve, oye, averigu a, do aqu ello en
que se tran sform an estos datos merced a sus interpretaciones,
adiciones, deducciones, transform aciones. U n o de los resulta­
dos espirituales de la correspondencia por escrito, consiste en
separar de esta u n id ad ingenua u n o de sus elem entos, p o n ien ­
do a si de relieve la p lu ralid ad de factores que, en prin cipio,
con stituyen el fenóm eno en ap ariencia tan sen cilla de la «m u­
tu a com prensión».

* * *

A l estud iar la técnica del secreto, no debe olvidarse que


este no es m eram ente un m edio, a cuyo am paro pueden fo­
m entarse los fines m ateriales de la asociación, sino que m u ­
chas veces la asociación sirve para g ara n tiza r el secreto de de­
term inados contenidos. E sto acontece en un tipo p articu lar de
sociedades secretas, cu y a substancia está constituid a por una
doctrin a secreta, por un «saber» teórico, m ístico, religioso. E n
estos casos, el secreto es un fin sociológico en si m ism o; se
404 S ociología

trata de conocim ientos que no deben penetrar en la m ultitud;


los in iciados fo rm a n com unidad, p ara garan tizarse m utu a­
m ente el secreto. Si los iniciados fueran u n a sim ple su m a de
p erson alidades in co n exas, pronto se perdería el secreto; pero
la so cia liza ció n ofrece a cada u no de estos in d ivid u o s u n apo­
y o psicológico, para lib rarle de la tentación de ser indiscreto.
A l paso que, com o b e hecho resaltar, el secreto produce un
efecto aislad o r e in d ivid u alizad o r, la so cializació n del secreto
produce un efecto inverso. E n todas las clases de asociacio­
nes, altern an la necesidad de in d iv id u a liza ció n y la de socia­
liza ció n dentro de sus form as, e inclu so de sus contenidos; dí-
jérasc que así se satisface la exigen cia de u n a proporción per­
m an ente en la m ezcla, em pleando cantidades sujetas a cons­
tan te cam bio cu alitativo . A s í la sociedad secreta com pensa el
aislam ien to propio de todo lo secreto con el hecho de ser so­
ciedad.
E l secreto y el aislam ien to in d iv id u a l son de tal m odo co­
rrelativos, que la so cialización puede representar frente a l pri­
m ero dos fun cion es com pletam ente opuestas. E n prim er lu ­
gar, puede ser directam ente buscada, como se h a dicho, para
com pensar el efecto aislad or del secreto, p ara satisfacer, dentro
del secreto, el in stin to de sociab ilid ad que el secreto cohíbe.
P ero por otra parte, el secreto pierde im p o rtan cia cuando por
razon es de contenido se repugna a l aislam iento, en p rin ci­
pio. L a m asonería declara que quiere ser la sociedad m ás ge­
n eral, la «asociación de las asociaciones», la ú n ica efue recha­
za lodo fin y toda tendencia p articu larista y quiere u tilizar
com o conten id o exclusivo lo conuín a todos los hom bres bue­
nos. Y paralelam en te a esta tendencia, es cada vez m ás indife­
rente el carácter del secreto para las lo gias, quedando reducido
a exterioridades m eram ente fo rm ales. P o r consiguiente, no
h a y contradicción en que el secreto sea u n as veces favorecido
y otras m enoscabado por la so cia liza ció n . E stas son form as
diversas en que se expresa su conexión con la individualidad;
poto m ás o m enos en el sentido en que la co n exión de la de­
bilid ad con el tem or, se verifica unas veces buscando el débil
la sociedad para protegerse, y otras h u yen d o el débil de la so­
ciedad, por creer que ésta le ofrece m ayores peligros que el a is ­
lam iento.
t l secreto v l.i socied ad secreta

La in iciació n grad u al de los m iem bros pertenece a un g ru ­


po m u y am p lio de form as sociológicas, dentro del cu al las so ­
ciedades secretas se señ a la n de un m odo especial. N o s referi­
m os a l principio de la jerarqu ía, de la ordenación g ra d u a l en
los elem entos de u n a sociedad. E sa fin ura y sistem atización
con que precisam ente las sociedades secretas o rga n iza n su di­
v isió n del trabajo y la jerarqu ía de sus m iem bros, depende de
uno de sus rasgos, de que Hablarem os m ás adelante con m ayor
detenim iento: de la m arcada conciencia que tienen de su vida,
y que las em puja a su p lir con u n a constante vo lu n tad regu la­
dora las fuerzas organ izad o ras in stin tiva s y a su stitu ir el creci­
m iento de dentro a fu era con u na previsión constructiva. E ste
racionalism o de s u form a se expresa de un m odo perceptible
en su clara arquitectura. T a l era, v. gr., la estructura de la so ­
ciedad secreta checa O m la d in a , antes m encionada, que cop ia­
ba u no de los gru p os de carbonarios y cu y a o rga n iza ció n se
h izo pública en el año 1893, a consecuencia de u n a in d a g a ­
ción judicial. L o s directores de la O m la d in a se d ivid ía n en
«pulgares» y «dedos». E n sesión secreta los presentes eligen el
«pulgar»; éste elige cuatro «dedos»; lo s dedos eligen a su vez
un pulgar, y este segundo p u lg ar se presenta a l prim ero. E l
segundo pulgar elige otros cuatro dedos, y éstos a su vez un
pulgar, y de esta m anera va con tin u an d o la organ ización . E l
p rim er pulgar conoce a todos los pulgares; pero éstos no se
conocen entre sí. L o s dedos sólo conocen a los otros cuatro
que están sub ordinados a l m ism o pulgar. Todo la actividad
de la O m la d in a está dirigida por el prim er pulgar, «el d icta­
dor». E ste pone en conocim iento de los dem ás p ulgares todas
las em presas planeadas; los pulgares transm iten las órdenes a
los dedos que Ies están sub ordinados, y los dedos a los m iem ­
bros de la O m la d in a que tienen a su cargo.
E l Kecho de que la sociedad secreto b a ya de ser o rg a n iza ­
da, desde su base, reflexivam ente y por vo lu n tad consciente,
ofrece un am p lio cam po de acción al sin g u lar placer de crea­
ción que producen sem ejantes construcciones arbitrarias. T od o
sistem a— la ciencia, la conducta, la sociedad— im plica u na m a ­
nifestación de poder; som ete u n a m ateria, ajena al pensam ien­
to, a u na form a elaborada por el pensam iento. Y si cabe decir
esto de todos los inten tos de o rgan izar u n grupo, según pxin-
•tOG Sociología

ciptos, con m ayo r m otivo podré decirse de la sociedad secreta,


que no va creciendo, sin o que se con struye, y tiene que contar
con m enos elem entos parciales y a ‘¡ orinados que n in g u n a otra
sistem atizació n despótica o so cialista. A l p lacer de planear y
construir, que y a en sí es expresión de la vo lu n d ad de poder,
agrégase en este caso u na in citació n p articular: !a de disponer
de u n am p lio círculo, idealm ente som etido, de seres hum anos,
pera construir u n esquem a de posiciones y jerarquías. E s ca­
racterístico que este placer, en ocasiones, se desprenda de toda
u tilid a d y se exp laye en la construcción de edificios je rá rq u i­
cos totalm ente lantásticos. A s í ocurre, v. gr., en Los grados
elevados de la m asonería degenerada. C o m o caso típico in d i­
caré a lg u n a s particularidades de la o rga n iza ció n de la «O rden
de los constructores a frica n o s» , que nació en A le m a n ia y
F ran cia a m ediados del siglo x v j i i , y que edificada con arreglo
a p rin cip ios m asónicos, pretendía a n iq u ila r la m asonería- L a
ad m in istració n de esta sociedad, m u y reducida, estaba a cargo
de quince fu n cio n ario s: sutnm us m aghter, sa m n ii m ogistri
locara tenes, prior, subprior, magister, etc. L o s grados de la
asociación eran siete: el ap ren diz escocés, el herm ano escocés,
el m aestro escocés, el caballero escocés, el eq'ues regii, el cejues
de secta consueto, el eques s ile n iii regí?, etc.
E n an álo gas condiciones que la jerarqu ía, evolu cion a den­
tro de las sociedades secretas el ritu a l. T a m b ié n en este punto
la falta de prejuicios históricos, el estar construida la sociedad
sobre una base arbitraria, determ inan una gran libertad y r i­
queza de form as. A c a so no h a y a rasgo a lg u n o que distinga
tan típicam ente la sociedad secreta de la pública, como el valor
que en aquélla adquieren los usos, fó rm u la s, ritos, y su pre­
ponderancia y a u n oposición frente a los fines de la asociación .
E n ocasiones, p reocupan estos fines m enos que los secretos
del ritu a l. L a m asonería declara expresam ente que no es una
asociación secreta, que no h ay n in g ú n m otivo pora ocultar
la pertenencia a ella, que no son secretas sus intenciones y
sus actividades, y que el juram en to de secreto se refiere e x ­
clusivam ente a las form as del ritu al m asón. E s caracterís­
tico lo que en el prim er artícu lo de sus estatutos disponía la
O rd en e stu d ian til de los A m ic isía s , a fines del siglo xvui: «El
deber sagrado de todo m iem bro es guardar el m ay o r silencio
t i secreto y la sociedad secreta

sobre cosas que atañen al bien de la O rd en . E n tre ellas fig u ­


ran los sign os de la O rd en y de reconocim iento y los n o m ­
bres de los h erm anos, las solem nidades, etc.» L o curioso
es que m ás adelante, en el m ism o estatuto, se exp lica sin
disim u lo y con detalle el fin y la n a iu ra lcza de la O rd en .
E n un libro de escasas dim ensiones, en que se describen la
constitución y n atu raleza de los carbonarios, la enum eración
de la s fórm ulas y usos em pleados para la recepción de nuevos
m iem bros y para la s reuniones, ocupa 75 páginas. iNo Hacen
falta m ás ejem plos. E l papel que desem peña el ritual en las
sociedades secretas, es suficientem ente conocido, desde las aso ­
ciaciones religiosas y m ísticas de la antigüedad h asta los «ro-
sacruz» del siglo xvm y , por otra parte, las m ás fam osas b a n ­
das de crim ínales. L a m otivación sociológica de ello es la
siguiente:
L o que llam a la atención en el ritu a l de las sociedades se­
cretas es no sólo la severidad con que se observa, sin o , sobre
todo, el cuidado con que se g u a rd a su secreto, como sí su des­
cubrim iento fuese tan peligroso com o el de los fines y a ctiv i­
dades de la aso ciación o el de su p ropia existencia. L a u tilid ad
de esto es, probablem ente, que la sociedad secreta sólo se con­
vierte en u nidad cerrada, cuando introduce un com plejo de
form as exteriores en el secreto de su actividad e intereses. L a
sociedad secreta trata de con stituir, bajo las categorías que le
son propias, u na to talid ad de vida; por eso, en derredor de su
fin, que acentúa enérgicam ente, con struye u n sistem a de fó r­
m ulas, que lo rodean, como el cuerpo al alm a, y lo pone todo
ello b ajo la protección del secreto, porque solam ente así se
transform a todo en u n conjun to arm ónico, cu yas partes se
a p o y a n m utuam ente. E s necesario acentuar particularm ente
el secreto de lo externo, porque éste no está tan claram ente
justificado por el interés inm ediato, como los fines reales d é la
asociación. E ste fenóm eno es sem ejante a l que se produce en
el ejército o en las com unidades religiosas. E l h echo de que
en am bos conjuntos ocupe tanto espacio el esquem atism o, las
fórm ulas, la determ inación del com portam iento exterior, se
exp lica, porque am bos organism os asum en a l h om bre en su
totalid ad , es decir, que cada u no de ellos proyecta la vid a en ­
tera sobre u n p lan o p articular, cada u no reúne en u n a unidad
S ociología

cerrada u na p lu ralid ad de energías e intereses, desde un pun to


de vista especial. P ero a esto m ism o suele asp irar tam bién la
sociedad secreta. U n o de sus rasgos esenciales es que, aun
cuand o reú n a a los in d ivid u o s únicam ente p ara fines p a rcia ­
les, a u n cuand o por su contenido sea u n a p u ra asociación de
fines, requiere la asisten cia del h om bre entero, liga y obliga
m utu am ente a la s personalidades, en m edida m ucho más
am p lio que lo h aría , con la m ism a fin alid a d , u n a asociación
que fuera pública.
A b o r a bien, el sim b olism o del rito evoca u n a gran can ti­
dad de sentim ientos, cu yo s lím ites son inseguros y v a n m u ­
cho más alió del alcance que pud ieran tener los intereses
in d iv id u a les razon ables. A s í la sociedad secreta a b ra za la to­
talid ad del in d ivid u o . G ra c ia s a la fo rm a ritu a l, am p lía su
fin p a rticu la r y adquiere u n a u nidad y totalid ad cerradas,
tanto su b jetiva como sociológicam en te. A esto se añade que,
p o r obra de ta l form alism o y tam bién merced a la jerarquía,
la sociedad secreta se convierte en u n a especie de reflejo de-
m u n d o oficial, frente a l que se pone en contradicción. E s nor­
m a socio ló gica realizad a en todas partes, que los organism os
que surgen en oposición de otros m ayo res, repiten en su seno
la s form as de estos. S ó lo un organism o, que de algú n modo
c o n stitu y a un todo, tiene poder b astan te p ara m antener el li-
g am en de sus elem entos. E sa conexión orgánica, por medio de
la cu al sus m iem bros se com penetran en u n a corriente de vida
u n ita ria , la tom ará el organism o m enor y secreto de aquel
otro m ay o r y p úblico, a cu yas form as están y a los hom bres
acostum brados, por lo cu al d ich as form as resultan siem pre
los m ejores m odelos.
F in alm en te, a l m ism o resultad o conduce otro m otivo en la
so cio lo g ía del ritual de la sociedad secreta. E s el siguiente.
T o d a sociedad secreta im plica una libertad, que propiam ente
no está p revista en la estructura del gru p o m ayor que la ro­
dea. B ien sea la sociedad secreta com plem ento de la deficiente
ju sticia adm in istrada por el círculo político, o, com o la cons­
p iració n y la b an d a de m alhechores, a lza m ien to contra el de­
recho, o, como los m isterios, u n recinto ajen o a los m an da­
m ien tos y p rohibicion es del circulo m ayo r, en todo caso, el
ap artam ien to que caracteriza a la sociedad secreta, tiene siem ­
Ei sccroro y la socied ad secreta

pre u n ton o de libertad, supone siem pre u n terreno donde no


se ap lican las n orm as del p ú b lico am biente. L a esencia de la
sociedad secreta, com o tal es auto n o m ía. P ero u n a auton om ía
que se aproxim a a la an arq u ía. E l ap artam iento de la s realas
acatadas por la gen eralid ad , fácilm ente tiene por consecuen­
cia p ara la sociedad secreta, el desarraigarla, hacerle perder la
seguridad en el sentim ien to de la vid a y los a p o yo s que su m i­
n istra la norm a. A rem ediar esta deficiencia viene, em pero, la
determ inación y detalle circun stan ciado del ritu a l. S e ve tam ­
bién en este caso que el hom bre necesita u n a cierta p rop or­
ción entre la libertad y la ley, y que, cuando la proporción re­
querida entre am bas no brota de u n a so la fu en te, busca otra
fuente que le su m in istre la can tidad de u n a de ellas que bace
fa lta p ara equilibrar a la otra, h asta conseguir la deseada p ro­
porción. P o r m edio del ritu a l, la sociedad secreta se im pone
volu n tariam en te u n a coacción form al, com plem ento de su
vid a m arg in al e independencia m aterial. E s característico que
entre los m asones sean, precisam ente, los am ericá n o s— esto es,
los que d isfru tan de m ay o r libertad política — los que exigen
la m ás severa u n id ad en el trabajo, la m a y o r u n ifo rm id a d en
el ritu a l de todas las logias. E n cam bio, en A le m a n ia , donde
no es fácil que n adie sien ta la necesidad de u n a com pen sa­
ción en el sentido de lim ita r la libercad, reina m ay o r arbitrio
en el trabajo de la s diferentes logias.
L a coacción fo rm u lista de la sociedad secreta, que llega a
veces a im poner rituales absurdos, no se h a lla , pues, en con­
tradicción con la lib ertad a n árq u ica que fom enta, d esvin cu ­
lándose de las n orm as vigentes en el círculo m a y o r que la en­
vu elve. P o r el contrario: si la exten sió n de la s sociedades se­
cretas por regla general, es u n sín to m a de poca lib ertad p o lí­
tica y de excesivo esp íritu policíaco de reglam en tación, como
reacción del hom bre an sioso de lib ertad , en cam bio, la regla­
m entación ritu a l in tern a de estas sociedades in d ica en el círcu­
lo m ayor un grado de lib ertad y desvincul& ción que exige
como contrapeso en la b a la n za del ser h u m an o aquel fo rm u ­
lism o del círculo m enor.
L a s últim as reflexion es n os lle v a n y a a l prin cipio m etódi­
co, desde el cual quiero a n a liz a r lo s rasgos de las sociedades
secretas, que a ú n quedan p o r exam inar: b a sta qué p u n to estas
410 S o c io lo g ia

sociedades representan, m odificaciones cu a n tita tiva s esenciales


de los rasgos típicos que se dan en la so cialización en general.
E sta fu n d a m entación de la sociedad secreta nos conduce a
considerar u n a vez más su posición en el co n ju n to de las fo r ­
m as sociológicas.
E l secreto en -as sociedades es u n hecho sociológico p rim a­
rio, un género y colorido p a rticu la r de la convivencia, u n a
cualid ad fo rm a l de referencia, que, en acción recíproca inm e­
diata o m ed iata con otras, determ ina el aspecto del grupo o del
elem ento del grupo. E n cam bio, h istóricam ente, la sociedad se­
creta es u n a o rg a n iza ció n secun d aría, es decir, surge en el seno
de u n a sociedad y a perfecta. O dicho de otro m odo: la sociedad
secreta está tan caracterizada por su secreto, com o otras— o
ella m ism a — lo están por sus relacion es de sup eriorid ad y s u ­
bordinación, o p o r sus fines agresivos, o por su carácter de
im itación . P ero el h echo de que pueda form arse con ta l carác­
ter exige el supuesto de u n a sociedad y a constituid a. S e coloca
frente a l círculo más a m p lio com o otro círculo m ás reducido;
y este enfronta m iento, cualquiera que sea su objeto, tiene
siem pre el carácter de u n aislam ien to ; in clu so la sociedad se­
creta que no se propone m ás que prestar desinteresadam ente
a la totalidad u n servicio determ inado, para disolverse una
ve z conseguido, necesita in exorablem en te recurrir al a p arta ­
m iento tem p oral, com o técnica para la realización de su fin a ­
lidad. P o r eso no h a y entre los m uchos g ru p os reducidos, que
están rodeados por oíros m ayores, n in g u n o que necesite acen­
tuar tan to com o la sociedad secreta su a u to n o m ía. S u secreto
la envuelve com o u n a va lla , m ás allá de la- cu al no h a y m ás
que cosas opuestas m aterial o, al m enos, form alm ente. E sa
v a lla la reúne pues en u n a unidad acabada. E n las a gru p a ­
cion es de otro género, el contejiido de la vida colectiva, la acti­
vidad de los m iem bros en el ejercicio de su s derechos y debe­
res, pueden lle n a r de ta l m anera la conciencia de estos, que
n orm alm en te ap en as juegue papel a lg u n o el hecho form al de
la socializació n . E n cam bio, la sociedad secreta no perm ite
que desaparezca de sus m iem bros la conciencia clara y acen­
tu ad a de que co n stitu y e n u na sociedad; el p atetism o del secre­
to, perceptible siem pre y que siem pre h a y que gu ard ar, presta
a la form a de la aso ciación un sentido propio, frente a l conte­
t i secreto y ía sociedad secreta 411

nido, u n sentido m u y su p erio r a l que tienen otras asociacio­


nes. L e falta por com pleto a la sociedad secreta el crecim iento
orgánico, el carácter in stin tiv o , la evidencia de la com unidad
y la u nidad. L o s conten idos de la sociedad secreta podrán ser
todo lo irracion ales, m ísticos y sen tim en tales que se quiera;
pero su form ación es siem pre consciente y producida p or la
vo lu n ta d . G ra cia s a esta conciencia de ser sociedad, conciencia
que a ctú a en su fu n d ació n y en su vida de u n m odo perm a­
nente: la sociedad secreta es lo contrario de todas las c o m u n i­
dades in stin tiva s, en las cu ales la aso ciación es en m a y o r o
m enor grado la m era exp resión de tina co n ju n ció n arraigada
en sus elem entos. E sta condición d é la sociedad secreta exp lica
que las form as típicas de las so cializacio n es se acentúen en las
sociedades secretas, y que sus rasgos sociológicos esenciales
sean el aum ento cu a n tita tivo de otros tipos de relación m ás
generales.
U n o de ello s h a sido y a indicado; me refiero a la caracte­
rización y m an tenim iento dei círculo por su sep aración del
am biente social que ¡e rodea. E n este sentido actú an los sig ­
nos de reconocim iento, a veces m u y circun stan ciados, por m e­
dio de los cuales lo s m iem bros de la sociedad secreta legitim an
su pertenencia a la sociedad. E n la época an terior a la d ilu -
sió n de la escritura, estos sign os eran m ucho m ás necesarios
que después, cuando otros m edios sociológicos adquirieron
m ás im p o rtan cia que la m era identificación. M ien tra s faltaron
confirm aciones de ingresa, a viso s, señalam ien tos, u n a a so cia ­
ción cuyas secciones se encontraban en distin tos lugares, no
tenía otro m edio pitra exclu ir a lo s profanos y para que sus
beneficios y com unicaciones llegasen a su verdadero destino,
que el em pleo de sign os conocidos tan sólo por los iniciados.
Sob re estos signos ¡había de guardarse secreto, y por m edio de
ellos podían identificarse en cualqu ier sitio los m iem bros de
!a asociación .
E l fin del ap artam ien n to caracteriza m u y claram ente el
desarrollo de a lg u n a s sociedades secretas en ios p ueblos p ri­
m itivos, especialm ente en Á fr ic a y entre los indios. E sta s a so ­
ciaciones están form ad as por 'hombres y tienen el p ropósito
esencial de m arcar su separación de las m ujeres. C u a n d o ac­
túan como tales, sus m iem bros se presentan enm ascarados, y
4 12 Sociología

suele prohibirse a las m ujeres el acercarse a ellos bajo graves


penas. N o obstante, las m ujeres h an conseguido algun as veces
penetrar el secreto y h a n descubierto que las terribles ap ari­
ciones ñ o eran tales fan tasm as, sino sus propios m aridos.
D on d e h a acontecido esto, las sociedades h an perdido toda su
im p ortancia y se h an transform ad o en in o fen sivas m ascara­
das. L a m entalidad indiferenciada del hom bre prim itivo no
puede representarse el apartam iento m ás perfectam ente que
escondiéndose, haciéndose invisible. L a form a m ás grosera y
m ás rad ical del secreto es aqu élla en que el secreto no se refiere
a u n a actividad concreta del hom bre, sino a l hom bre entero.
L a asociación no hace nada en secreto: es la totalidad de su s
m iem bros la que se convierte en secreto. E sta form a de asocia­
ción secreta responde perfectam ente a la m entalidad p rim itiva,
para la cual el sujeto entero se em plea en toda actuación p ar­
ticular: la m entalidad p rim itiva no o b jetiva las actividades
va rias, no les da un carácter p eculiar distinto del sujeto total.
A s í se explica que ta n pronto com o se descubre el secreto de
la m áscara, fracase todo el ap artam iento, y la asociación p ier­
da, al m ism o tiem po que sus medios de m an ifestación exter­
na, su sign ificado interno.
E l apartam iento tiene a q u í un sentido de va lo ra ció n . E l
que se separa, lo hace porque no quiere confundirse con los
dem ás, porque quiere hacer sentir su propia superioridad fren ­
te a los dem ás. E n todas paTtes este m otivo lleva a form ar
grupos, que se distinguen claram ente de los que se constituyen
para fines objetivos. A l reunirse aq u ellos que quieren ap artar­
se, prodúcese u na aristocracia, que, con el peso de su sum a, for­
talece y , por decirlo asi, extiende la posición y seguridad del
in d iv id u o . E l hecho de que el ap artam iento y la asociación se
enlacen con el m otivo aristocrático, les da en m uchos casos,
desde el prim er m om ento, el sello de lo «particular» en el sen­
tido de la valo ració n . Y a entre escolares puede apreciarse cómo
los círculos reducidos que fo rm a n algu n o s com pañeros, suelen
considerarse com o u n a élite, frente a los dem ás d esorgan iza­
dos, por el hecho puram ente fo rm a l de con stituir un grupo se­
parado: y éstos últim os, por su anim osidad y h ostilidad, reco­
nocen in vo lu n ta ria m en te esa m ay o r va lo ra ció n . E n estos
casos, la introducción del secreto equivale a elevar el m uro
I-.l secreto %• la sociedad secreta

a isla d o r, acentuando a sí el carácter aristocrático del grupo.


E s t a sign ificació n del secreto, com o acen tuación del ap ar­
ta m ien to sociológico, se presenta con p a rticu la r relieve en las
aristocracias políticas. U n o de los requisitos del régim en a ris­
tocrático h a sido siem pre el secreto. E l régim en aristocrático
ap rovech a el h echo p sico lógico de que lo desconocido, por
serlo, parece terrible, potente, am en azador. E n prim er lugar,
trata de ocultar el reducido núm ero de la clase dom inante; en
E sp a rta se guardab a el m ay o r secreto posible acerca del n ú m e­
ro de los guerreros, y el m ism o objeto quiso con seguirse en V e -
necia, disponiendo que todos los n o b ili se presentasen con un
sen cillo traje negro, p ara que u n traje llam ativo no revelase, a
las claras, el escaso n ú m ero de los soberanos. E ste disim u lo
llegaba en V e n e cia h asta ocultar com pletam ente el círculo de
los altos dignatarios; lo s nom bres de los tres inquisidores del
E stad o s c ’ o eran conocidos por el C o n sejo de los D ie z, que
lo s elegía. E n a lg u n as aristocracias su izas, los cargos m ás im ­
portan tes se lla m a b an los secretos, y en F ribu rgo, la s fam ilias
aristocráticas eran den om inadas «las estirpes secretas». E n
contraste con esto, la publicidad va ligada al principio dem o­
crático y, con el m ism o espíritu, la tendencia a dictar leyes ge­
nerales y fundam entales. P u es tales leyes se refieren siem pre
a un núm ero indefinido de sujetos, y, por consiguiente, son
p úblicas por n atu raleza. P o r el contrario, el em pleo del secre­
to en los regím enes aristocráticos no es m ás que la exaltación
suprem a de su situación de aparta m iento y exención, por v ir­
tud de la s cuales la aristocracia suele oponerse a u n a legisla­
ción general y fu n d am en tal.
C u a n d o el concepto de la aristocracia pasa de la política de
u n grupo a las ideas de u n in d ivid u o, la relación entre ap arta­
m ien to y secreto sufre una transform ación en ap arien cia com ­
pleta. L a perfecta distinejón, a sí en lo esp iritu al com o en lo
m oral, desdeña toda ocultación , porque su seguridad interior
la hace indiferente a lo que otros sepan o no sepan de ella, a
que la aprecien exacta o equivocadam ente, tasán dola dem asia­
do a lta o dem asiado baja; para ella, todo secreto es u n a con­
cesión a los dem ás, una m anera de tener en cuenta la op inión
de los demás. P o r'e s o la «m áscara», que m uchos consideran
com o sign o y prueba de u n alm a aristocrática, esquiva a la
414 S ociologia

m uchedum bre, es justam en te la prueba de la im portancia que


la m asa tiene p ara tales hom bres. L a m áscara del hom bre ver­
daderam ente distinguido consiste en que, a u n m ostrándose
sin velos, la m uchedum bre no le com prende y , por decirlo a sí,
no lo ve.
L a separación de todo lo que está fu era del círculo, es, pues,
una form a general sociológica que se sirve del secreto, com o
técnica para acentuarse. E sa separación adquiere un p articu ­
lar colorido, merced a los m últiples grados en que se verifica
¡a in icia ció n en las sociedades secretas, antes de llegar a sus
ú ltim o s m isterios. E sa m ultitud de ritos nos h a servido ya
para ilu m in a r otro rasgo sociológico de los sociedades secre­
tas. P o r regla general, se le exige al novicio la declaración s o ­
lem ne de gu ard ar secreto sobre todo lo que vea, aun antes de
concederle siquiera el prim er grado. D e esta m an era se con ­
sigue la separación ab soluta y fo rm a l que produce el secreto.
P ero desde el m om ento en que el contenido o fin verdadero de
la asociación— sea este la plena p urificación y san tificación
del alm a por la gracia de los m isterios, o la ab so lu ta supresión
de toda barrera m oral, como en los asesinos y otras socieda­
des de m alh ech ores— sólo se revela g rad u alm en te a l nuevo
iniciado, la separación adquiere en sentido m aterial una for­
m a d istin ta, se hace continu ada y relativa. E l nuevo m iem bro
está todavía p róxim o a l estado del no in iciado, y necesita ser
probado y educado, hasta poder conocer todos los fines de la
asociación e inclu irse en su centro. C o n esto se consigue al
propio ifem po proteger a este centro ú ltim o, aislarlo fren te al
exterior, en un grado que excede a l que prodm e aquel ju r a ­
m ento de ingreso, be procura -co m o se m ostró o casion alm en ­
te en el ejem plo de los druidas — que el m iem bro no probado
aún , no tenga m ucho que revelar, creando por m edio de estas
revelaciones graduales, u na esfera de protección elástica, por
decirlo así, de lo m ás íntim o y esencial de la asociación , den­
tro del secreto que envuelve la sociedad toda.
L a form a más señ alada de esta precaución, es la d ivisión
de los m iem bros en exotéricos y esotéricos, que se a trib u ye a
la asociación pitagórica. EL círculo de los p arcialm ente in icia ­
dos, constituye una especie de v a lla previa para lo s no in i­
ciados. Y a hemos visto que la fun ción del «interm ediario» es
F.l secreto y la sociedad secreta 413

doble: u n ir y separar, o m ejor dicho, que aun qu e realm ente es


u n a sola, nosotros, según las categorías que em pleem os o la
dirección que dem os a n u estras m iradas, la calificam os u n a s
veces de u n ió n y otras de separación. P u es bien, tam b ién aquí
se ve con clarid ad perfecta la u n id a d de dos actividades a p a ­
rentem ente opuestas. P recisam ente porque los grados in fe ­
riores de la asociación form an un tránsito interm edio p ara el
centro propiam ente dicho d el secreto, rodean a este de u na at­
m ósfera de rep u lsió n , que va espesándose poco a poco, y le
protegen m ás eficazm ente que el dualism o rad ical entre los que
están com pletam ente dentro y los que están com pletam ente
fuera.
L a independencia so cioló gica se m anifiesta prácticam ente
en la form a de egoísm o del grupo. L 1 grupo persigue sus
fines con esa fa lta de consideración a los fines del organism o
m ay o r circundante, que en los in divid uos se lla m a egoísm o.
P a r a la conciencia deí in d ivid u o , suele h aber u n a ju stifica •
ción m oral en el hecho de que los fines del grupo tienen un
carácter su p ra in d ivid u al, o b jetivo , tan to que con frecuencia
no puede citarse n in g ú n in d iv id u o que obtenga beneficio in ­
m ediato de la conducta egoísta del grupo, el cu al, in clu so e x i­
ge de su s com ponentes altru ism o y espíritu de sacrificio. P ero
aqu í no se trata de la va lo ra ció n ética, sin o del aislam ien to
del grupo respecto de su am biente, aislam ien to que produce o
señala el egoísm o del grupo. E.n los gru p os m enores, que
quieren v iv ir y m antenerse dentro de otro grupo m ay o r y
se d esarro llan a ojos vistas, este egoísm o deberá tener sus l í ­
m ites. P o r radicalm ente que u n a aso ciación p úb lica com bata
a otra dentro del círculo m ay o r o ataque la con stitu ción to ­
ta l de éste, h ab rá de a firm ar .siempre que la re a liza ció n de sus
últim os fines va en beneficio del todo; y la neces'dad de esta
afirm ación exterior pondrá igu alm ente algú n lím ite a l egoís­
m o efectivo de su conducta. P ero tratándose de sociedades se­
cretas, esta necesidad desaparece, y se da a l m enos la p o s ib ili­
dad de u n a h o stilid ad ab so lu ta contra otros gru p os y contra
el todo, h ostilidad que la sociedad de régim en de publicidad no
puede confesar n i por tan to ejercer. N a d a sim b oliza y nado
fom enta el ap artam iento de las sociedades secretas respecto de
s u am biente social, com o la desaparición de esa hipocresía
Sociología

o condescendencia efectiva que Lace que la sociedad pública


inexorablem en te se acom ode a la teleología de la totalid ad
am biente.
A pesar de la lim itación cu a n tita tiva que caracteriza toda
com u n id ad real, k a y , sin em bargo, u n a serie de grupos, cu ya
tendencia es la de considerar in clu id o s en él a todos los que
no están exclu id os de él. E n ciercas periferias p olíticas, r e li­
g io sas, sociales, todo aquel que satisface a determ inadas c o n ­
diciones externas, no vo lu n ta ria m en te ad q uiridas, sino dadas
con la existen cia m ism a, queda sin m ás n i m ás in clu id o en
ellas. P o r ejem plo el que h a nacido en el territorio de un E s ­
tado, pertenece a éste, a no ser que relaciones especiales lo
exceptúen. E l m iem bro de determ inada clase so cia l es con
toda evidencia incorporado a la s convencion es y relacion es de
d ich a clase, a n o ser que se declare v o lu n ta ria o in v o lu n ta ria ­
m ente disidente. L a form a extrem a de esta pertenencia está
realizad a en la Ig lesia que pretende abarcar en su seno la to ­
talidad de los h um anos, de suerte que sólo accidentes h is tó r i­
cos, p ecam inosa ob stin ació n o un designio p a rticu la r de D io s ,
ex clu yen algun os seres del vín cu lo religioso para todos id e a l­
m ente válid o. A q u í, pues, se sep aran dos cam in os, que s ig n i­
fican a las claras una diferencia fu n d am en tal en el sentido so­
ciológico de las sociedades, por m ucho que la práctica m ezcle
am bas direcciones o rebaje el rigor de su distinción. F rente al
p rin cip io de que está incluido todo el que no esté ex p lícita ­
m ente excluido está el otro prin cipio de que está excluido todo
el que no esté explícitam ente in clu id o . E ste ú ltim o tipo está
representado en su m áxim a pureza p o r las sociedades secre­
tas. E sta n d o absolutam ente separadas del resto so cia l y m an ­
tenien do siem pre clara la conciencia de sus m ovim ientos, las
sociedades secretas se b asan en la idea Je que quien no ha
sido expresam ente adm itid o en ellas, está exclu id o de ellas. La
m asonería, p ara dar fu erza a su n e g a tiva de ser u n a sociedad
secreta, n o h a podido hacer n ada m ejor que exponer el ideal
com prom iso de abarcar en su seno a toda la h um anidad.
A la acen tuación del ap artam iento hacia afuera correspon­
de aquí, com o en todas partes, la acen tuación de la so lid a ri­
dad por dentro. E sto s no son m ás que dos aspectos o form as
m an ifestativas de una y la m ism a actitud sociológica. L os
I I secreto y la sociedad secreta 4 17

fines que inducen a l hom bre a entrar en asociación secreta con


otros, exclu yen la m ayor parte de la veces a un sector tan con­
siderable del círculo social general, que los copartícipes i.a le s
y posibles adquieren u n va lo r de rareza. E l in d ivid u o n o debe,
pues, desperdiciarlos, pues le sería m ucho m ás d ifícil su sti­
tu irlos por otros, que, e x te r is paribus, en u n a asociación le­
gítim a. A esto se añade que toda disensión en el seno de la
sociedad lleva consigo el peligro de la delación; y en evitar ésta
están igualm ente interesados el in d ivid u o y la com unidad.
F in alm en te, el ap artam iento de la sociedad secreta respecto de
la s síntesis sociales que la rodean, elim ina toda u n a serie de
posibles conflictos. E n tre todos los vínculos que asum e el in ­
d ivid u o, el con stilu ído por la asociación secreta tiene siem pre
una posición excepcional, frente a la cual los lazo s fam iliares
y p olíticos, religiosos y económ icos, sociales y am istosos, por
va riad o que sea su contenido, tienen m u y distintos p lan os de
contacto. L a contraposición a las sociedades secretas hace ver
claram ente que las pretensiones de aquellos vín cu los, estando
en el m ism o plano, son divergentes. E stos círculos lu ch an , por
decirlo así, en com petencia para conquistar las fuerzas e in te­
reses del individuo, y los in d ivid u o s chocan dentro de cada
uno de estos círculos, porque cada u no de ellos se ve so licita ­
do por los intereses de otro círculo. P ero en las sociedades se­
cretas estas colisiones se encuentran m uy lim itadas, por el
aislam iento sociológico propio de esta clase de sociedades. Su s
fin es y su m anera de actuar exigen que se dejen a la puerta
lo s intereses contrarios de las diversas asociaciones públicas.
T o d a sociedad secreta- aunque sólo sea porque acostum bra
a llen ar por sí so la su dim ensión, y a que difícilm ente perte­
necerá u n in d ivid u o a varias sociedades secretas— ejerce una
especie de imperio ab soluto sobre sus m iem bros, que hace d i­
fícil que surjan entre ellos conflictos an álogos a los que se dan
en aquellos otros círculos públicos. L a «paz interna», que pro­
piam ente debería reinar dentro de toda asociación, esta fav o ­
recida de un m odo form alm ente inm ejorable, en la sociedad
secreta, por las sin g u lares y excepcionales condiciones de ésta.
Y aun dijérase que prescindiendo de esta razón de carácter más
realista, la mera form a del secreto, com o tal, m antiene a los
copartícipes m ás libres de otros in flu jo s y obstáculos, facili-
Sociologia

íán d oles así la concordancia. U n político inglés h a buscado


en el secreto, que rodea al G ab in e te inglés, el fundam ento de
su fo rta leza. T o d o el que ha actuado en la vida pública sabe
que es tan to m ás fácil conseguir la u n an im id ad de un peque­
ño núm ero de personas cuanto m ás secretas sean sus deli­
beraciones.
A la especial cohesión que se produce en el seno de la s o ­
ciedad secreta, corresponde su acen tuada centralización. Se
dan en e lla ejem plos de u n a obediencia ciega e incond icional
a los jetes, que, aun que se encuentran tam bién naturalm en te
en otras partes, tienen aquí m ás relieve por el carácter a n á r­
quico de la asociación , que suele negar toda oirá ley. C u a n to
más crim inales sean los fines do !a sociedad secreta, tanto más
ilim ita d o será, por lo general, el poder de los jefes y tanto más
cruel su ejercicio. L o s « A sesinos» de A r a b ia , los « C h a u ­
ffeurs»— sociedad de m alhechores que floreció en el siglo xvm ,
especialm ente en F ran cia, con u n a o rgan ización m u y ex ten -
s®.-—, los « G arduñ os de E spaña» — sociedad, de delincuentes que
e?tuvo en relaciones con la In q u isició n desde el siglo xvn h a s­
ta com ienzos del x ix — , todas estas Sociedades cu ya esencia era
negar la le y y afirm ar la rebeldía, estaban som etidas a un jete
suprem o, nom brado en parte por ellas m ism as y al que se do­
blegaban toaos sin crítica n i condición algu n a. C o n trib u y e a
esto, sin duda, la com pensación que ha de existir siempre en­
tre las necesidades de libertad y de norm a, com pensación que
hem os visto m an ifiesta en la severidad del ritual. A q u í, en
efecto, se reúnen los extrem os de am bas: el exceso de libertad
que sem ejantes asociaciones poseían frente e l resto de las n o r­
mas vigentes, necesitaba, para lograr el indispensable equili­
brio, estar com pensado por-un exceso an álogo de sum isión y
renu ncia a la propia volun tad. P ero a ú n es más esencial otro
m otivo: la necesidad de cen tralización , que es condición vital
de toda sociedad secreta. Sobre todo, si ésta, como ocurre en
las de m alhechores, vive del círculo que la rodea, se m ezcla de
m u y diversas m aneras con este, y está am enazada de traición
y abuso si no rein a en ella la m ás severa coordinación a un
centro.
P o r eso la sociedad secreta está expuesta a los m ás graves
peligros, cuando por cualquier razón no llega a constituirse
E l secreto y sociedad secreta 41‘J

en ella u n a autoridad rígida que le preste co h e sió n . L os w a l-


den ses no constituían por n a tu ra leza u n a sociedad secreta; su
grupo se h izo secreto en el siglo xm , obligado por la s circuns­
tan cias exteriores. E sto les im p idió reunirse regularm ente, y
fu é causa de que su doctrina perdiese la u n id ad y se produje­
ran u n a porción de sectas que v iv ía n separadas y a veces ene­
m igas. Su cu m bieron a su debilidad, porque les (altó el a tri­
buto esencial com plem entario de la asociación secreta: la cen ­
tra lizació n ininterrum p id a. Y si el poder de la m ason ería no
está en relación con su difu sió n y sus recursos, es, sin duda, por
la a m p lia a u to n o m ía de sus elem entos, que no poseen n i una
organ izació n u nitaria n i u n a au toridad central. R e d u cid a la
com unidad a principios y sign o s de identificación, cu ltiva n la
igu ald ad y la relación de persona a persona, pero no la cen­
tra lizació n que condensa las energías de los elem entos y es el
com plem ento del aislam ien to propio de toda sociedad secreta.
E l hecho de que, frecuentem ente, las sociedades secretas es­
tén dirigidas por superiores desconocidos, no es sino u n a e x a ­
geración de este prin cipio fo rm al. M e refiero a l h echo de que
los grados inferiores no sepan a quién obedecen. E sto se v eri­
fica, en prim er térm ino, por razó n del secreto. Y este p ropósi­
to puede llegar a extrem os, como' el caso de la sociedad de los
« Caballeros guelfos», en Ita lia . E sta sociedad tra b a jó a co­
m ien zos del siglo xix por la lib eración y u n id ad de Ita lia .
T e n ía en las distintas ciudades en que fu n cio n ab a un co n se­
jo suprem o de seis personas, que no se conocían m utu am ente
y se com unicaban por un interm ediario llam ad o «el visible».
P ero no es esta la única u tilid a d de los superiores secretos.
S ign ifica n éstos, sobre todo, la m áxim a y m ás ab stracta s u b li­
m ación de la dependencia centralista. L a ten sión que existe
entre el subordinado y el jefe, llega a l grado m áxim o cuando
el jefe se encuentra m ás a llá del h o rizo n te visible; pues enLon-
ces sólo queda el hecho puro y , por decirlo así, im p lacab le, de
la obediencia, sin el m enor m atiz personal. Y a la obediencia
a u na instancia im personal, a u n m ero cargo, al dep ositario
de u na ley objetiva, tiene u n carácter de severidad in flexib le.
P ero este carácter se acentúa h asta alcan zar u n im p on ente
a bsolutism o, cuando la p erson alid ad que m anda es descono­
cida. en principio. P u e s si por ser aqu élla in visib le y deseo-
420 S o c io lo g ía

nocida, desaparece la sugestión in d iv id u a l, el poder de la per­


son alid ad , tam bién desaparecen en el m an dato todas la s lim i­
tacion es, las relatividades, por decirlo así, «hum anas», que
caracterizan a la persona sin g u la r y conocida. La obediencia
va, pues, acom p añada del sentim ien to de estar som etido a un
p oder in aseq u ib le y de lím ites indeterm inables, poder que no
se ve en n in g u n a parte, pero que, por lo m ism o, puede presen­
tarse donde quiera. L a cohesión sociológica genera! que re­
cibe un gru p o por la unidad de m ando, es, en la s sociedades
secretas de superiores desconocidos, com o u n iocu s imagina-
rivs, adquiriendo así su fo rm a m ás p u ra y acentuada.
L a n o ta sociológica que corresponde a esta subordinación
cen tra lista de los elem entos in d ivid u ales, en la sociedad secre­
ta, es s u d e sin d iv id u a liza ció n . C u a n d o la sociedad no tiene
com o fin alidad inm ediata lo s intereses de sus in d ivid u os, sino
que u tiliz a sus m iem bros com o m edios p ara fines y acciones
superiores a ellos, acentúase en la sociedad secreta el carácter
de d esp erson alización , esa nivelació n de la in d ivid u alid ad , que
sufre todo ser social por el solo Hecho de serlo. A s í es cómo
la sociedad secreta com pensa el carácter in d iv íd u a íiza d o r y
díi'erenciador del secreto, de que se h a h ab lad o m ás arriba.
C o m ie n za a m ostrarse este carácter en las asociaciones secre­
tas de los pueblos p rim itivo s, donde los m iem bros se presen­
ta n y actúan casi exclu sivam en te enm ascarados; basta el p u n ­
to de que u na persona m u y com petente ha podido decir que,
cuand o en un pueblo p rim itivo se encuentran antifaces, debe
presum irse por lo m enos la existencia de asociaciones secretas.
L a esencia de la sociedad secreta exige, sin duda, que sus m iem ­
bros, com o tales, se escondan. P e ro en estos casos el hom bre
actúa inequívocam ente com o m iem bro de la sociedad, y lo
ún ico que ocu lta es el rostro, los rasgos conocidos de su in d i­
vidu alidad; lo cual acentúa, su b ra ya grandem ente la desapari­
ció n de la p erson alid ad tras el papel representado en la socie­
dad secreta. E,n la conspiración irlan d esa que se organ izó en
N o rtea m érica por el añ o setenta, b ajo el nom bre de C la n n a -
gael, lo s m iem bros eran designados no por sus nom bres, sino
por núm eros. C la ro está que esto ten ía tam bién como fin
práctico el g a ra n tiza r el secreto; pero tam b ién prueba h asta
qué pun to la sociedad secreta ex tin g u e la personalidad. C o n
FI secreto y la sociedad secreta 421

personas que sólo figu ran como n úm eros y que, p robab le­
m ente. no son conocidas de los otros m iem bros p or su n o m ­
bre person al, los jefes procederán más desconsideradam ente,
con m ás in diferen cia b acía sus deseos y capacidades in d iv i­
duales, que si los m iem bros figurasen en la asociación con
toda su person alidad. N o es m enor la in flu en cia que tiene en
el m ism o sentido la am p litu d y severidad del ritu a l. P u e s este
sign ifica siem pre que lo objetivo do m in a sobre lo p erson al de
la colaboración y actuación. E l orden jerárqu ico sólo adm ite
al in d iv id u o como actor de u n papel determ inado de an tem a­
no; tiene para cada copartícipe, por decirlo así, un traje estili­
zado en que desaparecen sus contornos personales.
O tro aspecto de esta elim in ació n de la p erson alid ad b a ila ­
mos en las sociedades secretas que cu ltiva n u n a g ra n ig u a l­
dad entre sus m iem bros. N o só lo no contradice esto a su ca­
rácter despótico, sin o que en todas las dem ás fo rm as de des­
p otism o, este se b a ila com pensado p o r la n ive la ció n de los
dom inados. D en tro de la sociedad secreta existe a m enudo
entre sus m iem bros u n a igu a ld ad fra tern a l, que se opone clara
y tendenciosam ente a las diferencias que puedan separarles en
las dem ás situacion es de la vida. E s ta n o ta — y ello es caracte­
rístico— se da de una p a rte e n las-sociedades secretas de n a ­
tu raleza m ístico-religiosa (que acen túan fuertem ente la h er­
m andad) y de otra en las asociacion es de carácter ilegal. B is-
marclc habla en sus M em orias de u na sociedad de pederastas,
que conoció en B e rlín cuando era un jo ven fu n cio n a rio ju d i­
cial, sociedad que se h a lla b a m u y difundida; y acentúa «el
efecto ig u a lita rio que, en todas las clases sociales, produce la
práctica en com ú n de lo prohibido».
E sta despersonalización a que la s sociedades secretas re­
ducen una relació n típica, que se da, en general, entre in d iv i­
duo y sociedad, adopta, finalm ente, la form a característica de
la «irresponsabilidad». T a m b ié n en este pun to es la m áscara
el fenóm eno prim itivo. L a m a y o r parte de las asociacion es se­
cretas african as están representadas por u n hom bre d isfra za ­
do de «espíritu de la selva»; éste com ete todo género de v io le n ­
cias. llegando al h o m icid io y a l asesinato contra cualqu iera a
quien casualm ente encuentre. S in du da, por ir enm ascarado,
no le alca n za la respon sab ilid ad de sus crím enes, y esta es la
S o c io lo g ía

form a a lg o torpe que em plean aq u ellas asociaciones para


hacer que desaparezca la person alidad de su s adeptos; sin lo
cu al, sin duda, caerían sobre éstos la ven ga n za y la pena.
P ero la respon sab ilidad está ligad a tan in m ediatatam ente al
y o — tam bién, filosóficam ente, el problem a de la resp on sab ili­
dad cae dentro del problem a del y o — que p ara la m entalidad
p rim itiv a el no conocer a la person a a n u la to d a respon sabi­
lidad. P ero tam bién el refinam ien to político se sirve de esta
conexión. E n la C á m a ra norteam ericana, la s decisiones pro­
piam ente dichas se tom an en las C o m isio n es perm anentes, a
las que el pleno se adhiere casi siem pre. P ero la s deliberacio­
nes de las C o m isio n es son secretas, con lo cual se oculta a l
público la parte fun d am en ta! de la activid ad legislativa. E sto
hace qxte la respon sab ilidad p o lítica de los- diputados desapa­
rezca en g ra n parte; pues no puede hacerse a nadie responsa­
b le de deliberaciones incontrolables. D esde el m om ento en que
la p articipación de los m iem bros in d iv id u a les en las decisio­
nes queda oculta, parecen éstas el producto de u n a in stan cia
su p ra in d ivid u al. L a irresponsabilidad es tam bién en este caso
consecuencia o sím bolo de aqu ella acen tuad a desp ersonaliza­
ción sociológica, que corresponde a l secreto de los grupos. E sto
m ism o es ap licab le a todas las directivas, facultades, comités,
cu ratorios, etc., cuyas deliberaciones sean secretas; el in d iv i­
duo entonces desaparece como persona y os sustitu id o por el
m iem bro del grupo, p o r u n an ón im o, por decirio así. D e esta
suerte, desaparece tam bién la respon sabilidad, que no puede
atribu irse a sem ejante ser inaccesible en su conducta per­
son al.
F in a lm e n te , esta acentuación u n ifo rm e de ios rasgos socio­
lógicos generales se confirm a en el p eligro que, con razó n o
sin ella , cree ver el círculo m ay o r en las asociaciones. C u an d o
se desea in sta u ra r— especialm ente en lo p o líiico — u na centra­
liz a c ió n acen tuada, suelen p rohibirse la s asociaciones de los
elem entos, sólo por ser asociaciones, prescindiendo de los con­
ten id os y fines que puedan tener. L a s unidades independien­
tes hacen, por decirlo así, la com petencia al principio central,
que quiere reservarse para sí só lo la facu ltad de reu n ir en
u nidad a los elem entos. L a preocupación que in sp ira a los
poderes centrales toda « un ión particular», se rastrea en toda
t i secreto y la sociedad secreta 423

la h isto ria del E stad o , cosa m u y im portante en m uchos senti­


dos para estas investigacio n es y que se ha hecho y a resaltar.
U n tip o característico es, por ejem plo. La C o n ven ció n s u iza de
l 48 l , según la cual no podían celebrarse a lia n za s separadas
entre los diez E stad o s confederados. O tro es la persecución de
la s asociaciones de oficiales grem iales por el despotism o d é lo s
siglos x v i i y xvin. U n tercero es la tendencia ta n frecuente en
el E sta d o m oderno a desposeer de sus derechos a los M u n ic i­
pios. E ste peligro de las u n io n es particulares, para c! todo que
las rodea, aparece potenciado en la sociedad secreta. E l hom ­
bre tiene raras veces u n a actitud serena y racio n al frente a Jas
personas desconocidas o poco conocidas; la ligereza, que trata
a lo desconocido com o no existente y la fan tasía tem erosa, que
lo aum enta hasta ver en él peligros y espantos m onstruosos,
suelen ser los extrem os h ab itu ales de su actitud. A s í la socie­
dad secreta aparece com o peligrosa por el só lo hecho de ser
secreta. E n general, no puede saberse sí u na asociación p a rti­
cu lar no u tiliz a rá para fines indeseables la fuerza que ha re­
u nido para fines legales; de aqu í la suspicacia que en p rin ci­
pio in sp ira n a los poderes centrales las uniones de súbditos.
¡C u á n to m ás fácil no será entonces sospechar que las asocia­
ciones ocultas encierran en s u secreto a lg ú n peligro! L a s so ­
ciedades oran gistas que se o rga n iza ro n en In glaterra a co­
m ien zos del siglo X IX para oprim ir a l catolicism o, evitab an
toda discusión pública y trabajab an en secreto por relaciones
y correspondencias personales. Justam ente este secreto íué la
causa de que se la s considerase como un peligro p úblico. D e s­
pertóse la sospecha «de que hom bres que tem en apelar a la
o p in ió n pública m editan u n golp e de fuerza». P o r eso la so­
ciedad secreta, sólo por ser secreta, parece p róxim a a la cons­
piración contra los jjoderes existentes. P ero esto no es más
que u n a exageración de la sospecha que en general despiertan
en la política las asociaciones, como lo m uestra el hecho si­
guiente. L a s g u ild a s germ ánicas m ás an tigu as ofrecían a sus
m iem bros una eficaz protección ju ríd ica, su stitu yen d o con
ella la protección del E stad o . P o r eso, de u na parte, los re­
yes daneses vieron en ellas sostenes del orden público y las-
favorecieron. E n cam bio, por otra parte, y por la m ism a ra ­
zó n juntam ente, aparecieron como com petidoras del E stad o,
424 S0CÍ0l0g¡á

y la s capitulares francas las condenaron designándolas como


conjuraciones. H a sta ta l punto la sociedad secreta pasa por
ser enem iga del poder central, c{ue inversam ente se califica de
ta l a toda asociación p olítica indeseable.
1

INDICH GHNHRAL

P r ó lo g o ........................................................................................................................ 9

C a p ít u lo i . E l p r o b le m a d e la s o c i o l o g í a .............................................................................. 11

C a p i t u l o 2. L a ca n tid a d en l o s g r u p o s s o c ia le s ......................... 57

C a p ít u lo 3. L a s u b o r d i n a c i ó n ................................................. 1 47

C a p ítu lo 4 . L a lu c h a ...................................................................................................... 2 65

C a p it u lo 5. E l s e c r e to y la s o c ie d a d s e c r e t o ................................. 3 57

C a p i t u . u 6. E l cr u ce d e lo s c ir c u le s s o cia le s . . ... 425

C a p it u lo 7. E l p u b re......................................... . ... . , 479

C a p it u lo b . L a a u t o c o n d e n a c ió n d e lo s g r u p o s s o cia le s ............ , - .■ 521

C a p itu lo 9. E l e s p a c io y la s o c i e d a d . . — 6 43

C a p ít u lo 1 0 . L a a m p lia c ió n de lo s g r u p o s y la fo r m a c ió n d e la in d iv id u a L u a d . ?4 1
A lianza Universidad

V o lú m e n e s p u b lic a d o s

273 Karl J á S p e rs O rig e n y m e ta d e la 295 P D. K in g. D e re c h o y s o c ie d a d en


h is to ria e l re in o v is ig o d o
274 M a n u el G S rc ía -P e ia y o - Los m ito s 29lì Garrì Bram i L o s t e x t o s fu n d a m e n ­
p o lític o s t a le s d e L u d w ig W ittg e n s te in
2 75 N ic o lá s R am iro R ico : El an im al 297 P re s ió n C lou ri. El c o s m o s , la T ierra
lad in o y o tr o s e s tu d io s p o lític o s y e l h o m bre
276 L c s z e k K p lá k o w s k r L a s p rin c ip a ­ 298 F nnlio la n ío :1o f s p m o s s : La te o ria
le s c o r r ie n te s d e l m a rx is m o . 1. L o s d e la c o s ific a c ió n : d e M arx a la
fu n d a d o re s E s c u e la d e F ra n cfo rt
277 B e n ja m ín W ord ¿ Q u é le o c u rr e a 299 E llio: A ronsor- El an im al s o c ia l In
la te o r ía e c o n ó m ic a ? tro d u c ció n a la p s ic o lo g ia s o c ia l

278 F r a n c is c o J. A yáld - O rig e n y e v o ­ 300 -csé F c r r a tc r M o ra y P ris c d ls


lu ció n d el h o m bre C o r.n . E tica a p lica d a . D el a b o rto a
la v io le n c ia
279 B ern h ard R en sch : H om o s a p ie n s .
De an im a l a s e m id ió s 301 M e riá C ru z M m s A p a t. F u e ro s y
re v o lu c ió n iib cra l e n N a va rra
230 J Mintikkn. a M a c in t y m . P W in cli
y o tro s E n s a y o s s o b r e e x p lic a c ió n 302 C u rio M C ip o lla . H isto ria e c o n o ­
y c o m p re n sió n m ic a de la Europa p re in d u s tría l

?8 i A n to lo g ía d e la lite ra tu ra e s p a ñ o la 303 J e s ú s M o s te r • La o r to g r a fia fo ­


d e m e d ia d o s d el s ig lo XVII a m e ­ n è m ic a d e l e s p a ñ o l
d ia d o s d el XVIII. S e le c c ió n y n o ­ 304 J Bion d e M Du v e r g e r . S E F .-
ta s d e G e rm á n B ie ib e rg n cr, S M Lip-.Gí y o t r e s . El G o
282 T W . M o c r e : In tro d u cció n a la b ie rn o : e s tu d io s co m p a ra d o s
te o r ía d e la e d u c a c ió n 305 C u r: Pau! Ja n ? F rie d ric h N ie tz­
283 f: H. C a rr. R. W . D a v ic s : H is to ­ sch e 1. In fa n c ia y ju v e n tu d
ria d e la R u sia S o v ié tic a . B a s e s 306 .Innath-.n B e n n c u : La « C ritic a d e la
d e una e c o n o m ía p la n ific a d a (1926- ra zó n pura« d e K ant. 2. La d ia lé c ­
1929). V o lu m en I. 1.* p a rte tic a
284 E. H. C a r r . R. W . D a v ie s H is to ­ 307 G ilb e lrt H arm a n . J e ^ o id J. K.-.:z.
ria d e la R u s ia S o v ié t ic a . B a s e s W . V Q u in e y o tr o s S o b r e N oam
d e una e c o n o m ía p la n ific a d a (1926- C h o m s k y : E n s a y o s c r ít ic o s
192 9). V o lu m e n I. 2 p a rte
308 H enri F ran k fort R eyes y D io s e s
285 A lb e rtu R e c o r te C u b a : e c o n o m ía 309 H annah A ren dt- L o s o r íg e n e s d el
y p o d e r (1959-1930)
to ta lita r is m o . 1. A n tis e m itis m o
286 K u rl G ó b e O b ra s c o m p le ta s 310 W illia m B e rk so n Las te o r ía s de
287 J. A . H o b so i’ E stu d io d e l im p e r ia ­ lo s ca m p o s d e fu e rz a D e s d e Fa­
lism o ra d ay h a s ta E in stein
3 '‘ y 3 12 F ran co V en tu ri- El p o p u lis ­
283 F r a n c is c o R o d ríg u e z A d r a d o s- El
m und o d e la lír ic a g r ie g a a n tig u a m o ruso
3 13 R am ón Tam a m e s : El m e rc a d o c o ­
289 H. J. LyC-enCk La d e s ig u a ld a d d el m ún e u ro p e o
h o m b re
314 L e s z e k K o la k o v .s k i Las p r in c ip a le s
290 S a n tia g o R am ón y C oja! R e c u e r­ c o r r ie n te s d el m a rx is m o . II. La
d o s d e mi v id a : H is to ria d e mi ed a d d e oro
la b o r c ie n tífic a
315 G e ra id HoltOn E n s a y o s s o b r e el
291 M ark Nuthan C o h é n : La c r is is a li­ p e n s a m ie n to c ie n t íf ic o e n la ¿ p o ­
m e n ta ria d e la p re h is to ria c a d e E instein
292 W o lfg o n y S te g m iille r La c o n c e p ­ 316 A tla s d e m ú s ic a
c ió n e s tr u c tu r a lis t a do la s te o r ía s
3 17 V íc to r S á n c h e z -Jo Z a v a la - F u n cio ­
293 N o rm an C o h n : En p o s d e! M ilen io n a lis m o e s tr u c tu r a l y g e n c r a tiv is m o
29d Im re l a k a t o s M a te m á tic a s , c ie n ­ 318 Je a n P ia g e t E stu d io s s o b r e ló g ic a
c ia y e p is te m o lo g ía y p s ic o lo g ia
3 t9 A . J . A y e r: P a rte d e m i vid a 347 J a v ie r A ’ c e : El ú ltim o s ig lo d e la
E sp añ a ro m a n a (284-409)
320 C r is tó b o C a lo r T e x to s y d ocu ­
m e n to s c o m p le to s 348 G u ille rm o A ra y tv El p e n s a m ie n to
d e A m é r ic o C a s tro
32? Lluyd d e MOUS« H is to ria de la
in fa n cia 349 :m re L a k a to s: La m e to d o lo g ía d e
lo s p ro g ra m a s d e In v e s tig a c ió n
322 S tr M a c fa r la n c B u rn et y D av id
c ie n tífic a
O W h ite H is to ria n atu ral d e la
e n fe rm e d a d in fe c c io s a 350 H ow ard F T a y la r. El ju e g o d e l C .I.
323 Stu a.-t H am o s-, r e . S p in o za 35: B c 'n a ’ d d 'E s p a g n a t: En b u s c a de
324 M a rvin H arriS: El m a te ria lis m o lo real
cu ltu ra ) Z l? P-; o L ein EntralgO: T e o r is y r e a ­
325 F e rrá n V a s i T ó b e m e -. F ^ rrá- lid ad d el otro
S o ¡d cv i.« v H isto ria d e C a ta lu ñ a •53 K S S c h - j ; - F r ftc n rttc E n e rg ía
323 T a lc o « P o rS ím s El s is te m a s o cia l n u c le a r y b ie n e s t a r p ú b lic o
227 K a lM e e - Mftvv a n c La m u jer en el ü : A . VI G- . - Los lo s m ar.
m u n d o m od ern o x is m e s
323 A n th o n y K e n n y W lttg e n s te in - se Lint» M irt.'.f-z P asaj- r o s d e
320 J c sC LOr. :e M e n a El anim al p a ra ­ In d ias
d ó jico 350 Ju ím M a rta s A n tro p o lo g ía m e ta ­
333 J o s o ;)'' D Nóvale T e o ría y p racti fís ic a
c a d e la e d u c a c ió n
35" P o lic ía y s o c ie d a d d e m o c r á tic a .
3 3 1. 332 E c rrj^ d H j s S t ' I n v e s t ig a c io ­ C ü '»¡>¡I¡k Ío p or J o s é M a riu R ico
nes ló g ic a s
358 Lu’ S D é z d e l C o rra l. El p e n s a ­
333 Jecm F ia g e : y o tr o s I n v e s t ig a c io ­ m ie n to p o lític o e u ro p e o y la m o ­
n e s s o b r e la s c o r r e s p o n d e n c ia s n arq u ía d e E sp añ a
334 A n to n o G ó m e z M en d o za F erro ca 359 C r is is e n E uropa 1560-1660. C o m ­
’ r ile s y c a m b io e c o n ó m ic o e n E s­ p ila c ió n d e T rc v u ’ A sto n
p añ a (1355 -19 13 )
3-30 C e m ar ti C n n e n La re v o lu c ió n
335 H an n sh A re n o t: l o s o r íg e n e s de! n e w to n ia n a y la s tr a n s fo rm a c io ­
to ta lita r is m o . 3. T o ta lita rism o n e s d e la s ¡d e a s c i e n t íf ic a s
336 S v s n ri D a ”. H is to ria d e l lib ro 23: L e s z e k K o lo ko w sfci Las p r in c ip a le s
c o r r ie n te s d el m a rx is m o . III
337 H s’ a.d F riU scN L o s g u a r k s . la m a ­
te r ia p rim a d e n u e s tro U n iv e r so 362 J o s c Mi nué- S á n c h e z Ron El o r i­
g e n y d e s a rr o llo d e la re lativid a d
33S P3~ icn Tam arneS- E stru ctu ra eco­
n ó m ic a in te rn a c io n a l 303 G u s to v H e o n m g se r. El a b o g a d o de
la s b ru ja s . B ru jería v a s c a e In qu i­
339 F re d e r c k J N o w m eyC r: El p rim er
s ic ió n e s p a ñ o la
cu a rto d e s ig lo d e la g r a m á tic a ge-
n e ra tiv o -tra n s fo rm a to ria (1955-1980) 384 M a rg a r e : S M an -ir O tro F Ki-r
ite ro y o tro s D iez a ñ o s d e p s ic o ­
340 P ed ro Lam L n tro igo La m ed icin a a n á lis is e n lo s E s ta d o s U n id os
h ip o c rá tlc a
(1973-19 8 2). C o n ip 'itn a ó ii :e '-•>
34| R .z r a r c S e m c tt: A u to rid ad ruld P Bium

342 Ju lián Z u g a s ti El b a n d o le ris m o 3S3 E. H C d rr Las b a s e s o e u n a e c o ­


n o m ía p la n ific a d a 1926 1929
343 C u rt Pou> Jan¿ F ried rich N ietz-
sch e. 2 256 A g u s tín A lb o rrá C in T eu tón . La t e o ­
ría c e lu la r
344 Frr>'Y;;-,co Tr>'-..rx y V e !ic n te G o­
b ie r n o c I n s titu c io n e s e n la Españ a 36 7 ftobm I W ilso n . In tio d u c c ió n a 13
d e l A n tig u o R é gim en te o r ía d e g r a fo s

345 Jo h n T y ie r E o n n er La e v o lu c ió n 368 I P r ig c g m e e ! S t e m i c r y La n u e ­
d e la c u ltu ra e n lo s a n im a le s v a a lia n z a (M e t a m o r fo s is d e la
c ie n c ia )
343 R o b e rto C e n te n o El p e tr ó le o y la
c r is is m un d ial 369 T eo d o r S h a n in : La c l a s e in có m o d a
370 P ed ro L ain E n trjlg ü . La re la c ió n 394 J e s ú s M o s tu n n C o n c e p to s y t e o ­
m e d ico -e n fe rm o r ía s en la c ie n c ia
371 E n riqu e B a lle s te r o T e o ría econó­ 395 A rrio J M ayor: La p e r s is te n c ia de!
m ica d e la s c o o p e r a tiv a s A n tig u o R égim en
372 M ic h a c l R u sc: La re v o lu c ió n dar- 33G L Hoy W em trp u b : M icro fu n d a-
w ln is ta m e n to s
372 Ju lián M a ría s: O r t e g a . 1. C ir c u n s ­ 397 A n to n io T o v a r. V id a d e S ó c r a t e s
ta n cia y v o c a c ió n 39» C a r ta s d e p a r tic u la r e s a C o lo n y
37-3 Ju lián M a ría s: O r te g a . 2. L a s tr a ­ r e la c io n e s c o e t á n e a s . R c co p : ac ió n
y e c to r ia s y e d ic ió n d o Ju a n G il F e rn a n d e z
y C o n s u e lo V arp la
375 P3ro e in fla ció n . P e r s p e c t iv a s in s ­
titu c io n a le s y e s tr u c tu r a le s . Cnm - 399 J c r c m y C h u rlo s In tro d u cció n a la
p ila e ió n d e M ic h a c l J. PiOre in g e n ie ría g e n é tic a
375 C a r. o s Piercyra El s u je t o d e la H is­ 403 A d a m F e rg u s o n : C u a n d o m u e re el
to ria d in ero

3 "" H o v .-y d \ e v .y y v C d uard o S e v - a- 40i E H C a rr H isto ria d e la R u sia


G u zm án In tro d u cció n a la s o c io lo ­ s o v ié t ic a . B a s e s d e una e c o n o m ía
g ía rural p la n ific a d a 1926-1929. V o lu m e n III
D arte I
378 Maniifi: B aU bé. O rd en p ú b lic o v m i­
lita r is m o cr. la E sp añ a c o n s titu c io ­ ¡92 L II C a rr H isto ria d e la R u sia
nal (1812-1983) s o v ié t ic a . B a s e s d e una e c o n o m ía
p la n ifica d a 1926-1929. V o lu m e n "
379 An1ho,-> A lo n g La filo s o fía h e ­
p a r le II
le n ís t ic a
4i)3 F H C a rr H is to ria d e la R u sia
380 D e n n :s C. M u e fltr E le cc ió n pu­ s o v ié t ic a . 8 a s e s d e una e c o n o m ía
b lic a p la n ific a d a 1926-1929. V o n -m * «II
38 M G o rm en I g le s ia s . £1 p e n s a ­ Darte Hl
m ie n to d e M o n te s q u ic u ■*04 Pau V eyne Cóm o se e s c r ib e la
3 3? Tita V i.y k P a n o rá m ica y c r itic a h is to ria
d e la e p is te m o lo g ía d e P ia g e t. 1 195 P au Form an- C u ltu ra e n W e im a r.
(1965-1980) c a u s a lid a d y te o r ía c u á n tic a 1918-
33: Juan M a n c h a T e o ría e h isto ria 1527
d e l e n s a y is m o h is p á n ic o 4<ü- D am -I B ell. Las c ie n c ia s s o c ia le s
334 G . VV F H e c e L e c c io n e s s o b re d e s d e la S e y u n d a G u e rra M undial
f ilo s o fía d e fa re lig ió n . 1. Intro­ 4C7 La n u e v a h is to r ia e c o n ó m ic a . L e c ­
d u cc ió n y c o n c e p to d e la re lig ió n tu r a s s c ie c c io n a d a s C o m n u jr .'u n
383 B J M c C o rm ick Los s a la r io s d e P. Tem m

3<Jo tn - .G u e A n d c rs ó n Im b crt La c r i­ 40H B n h e it '■


< M e rin o C ie n c ia , te c n o ­
t ic a lite ra ria : s u s m é to d o s y p ro ­ lo g ía y s o c ie d a d e n la In g la te rra
b le m a s del s ig lo XVII
337 D el c á lc u lo a la te o r ía d e c o n ­ 40* M a rc F erro La G ra n G u e rra (1914 -
ju n to s , 1630-1910. Una in tro d u c ció n 1918)
h is tó r ic a . C o m p .a ció n d e I G at-
4 1 0 G a r io s C a s i- a ri*i P in o T e o ría d e
•an-G'unne$s Id a lu cin a ció n
388 Eari J H.-.miiion El flo re c im ie n to
4 11 D oug as C N orth E s tru ctu ra y
d e l c a p ita lis m o
c o m b io en la h is to r ia e c o n ó m ic a
3oír - v i r a n lo n e El ntno s a lv a je de 452 J o s é F erro te r M o ra F u n d am e n to s
A v e y ro n
d e filo s o fía
3-" •- .v.ord L". ( jru ó e r D a-'w in s o b r e 4 13 J a v ie r .^ell F ra n c o y lo s c a tó ­
ol h o m bre
lic o s
3 9: G'.vyn H a rn e s -J c n k ir.s 3 C h a r le s
4 11 G u r: Paul Ja o z F rie d ric h N ietz-
C M o s k o s Jnr L a s fu e r z a s a r­
m a d a s y la s o c ie d a d s c h e . 3. Los d ie z a n o s d e l filo s o fo
e rra n te
392 P e d ro Lain E n tr a a n La e s p e r a y
4 íS A n to n io D o m ín g u e z O rti? y 3 e :
la e s p e r a n / a
nard Vinri<*iíl H isto ria d e lo s m o ­
393 Caí os M o ya Senas de L ev ¡afán r is c o s
4 16 L u is A n g e l R o jo : K e y n e s : s u tie m ­ 440 M a rio B u n ge : S e u d o c ie n c ia e Id e o ­
p o y e! n u e s tro lo g ía

4 17 Jean-P aul S a rtr e : El s e r y Is nada 441 E rn st H. K a n to ro v/icz: Los dos


cu e rp o s d sl rey
4 18 Ju an P a b io Fuá i: El P a is V asco.
P lu ra lis m o y n a c io n a lid a d 442 J u lié n M a r ía s : E sp añ a in te lig ib le
443 D avid R. R in g r o s e : M ad rid y la
4 19 A n to n io R o d r íg u e z H u e s e a r: P e rs ­
e c o n o m ía e s p a ñ o la , 1560-1850
p e c tiv a y v erd a d
444 R e n a te M a yn tz: S o c io lo g ía de la
420 J o s é M a ría L ó p e z P in ero : O r íg e ­ A d m in is tra c ió n p ú b lic a
n e s h is tó r ic o s d e l c o n c e p t o d e
n e u ro s is 445 M ario B u n g e : R a cio n a lid a d y rea­
lis m o
421 H erm an o H allar: E s c r ito s p o lític o s
446 José F e r r a te r M o ra : U nam uno
422 C a m ilo J. C e la C o n d e : D e g e n e s , B o s q u e jo d e una filo s o f ía
d io s e s y tir a n o s . La d e te r m in a c ió n
44 7 L e w r e n c e S ío n e : La c r i s i s de la
b io ló g ic a d e la m oral
a r is to c r a c ia , 1558-1641
423 W a lte r U llm an: P rin c ip io s d e g o ­ 44B R o b c rt G e r c c h : La re la tiv id a d g e ­
b ie r n o y p o lític a e n la Edad M ed ia n e ra l: d e la A a la B
424 M ark B lau g: La m e to d o lo g ía d e la 449 S teven M. S h e ffr in : E x p e c ta tiv a s
8 co n o m ¡e r a c io n a le s
425 C a ri S c h m itt: La d ic ta d u ra 450 P au lin o G a r a g o rrl: La f ilo s o f ía e s ­
p a ñ o la e n e l s ig lo XX
426 R ita V u yk : P a n o rá m ic a y c r itic a
d e le e p is te m o lo g ía g e n é tic a d e 451 M an u al Tuñón d e Lara: T r e s c l a ­
P ia g e t, 1965-1980, li v e s d e la S e g u n d a R e p ú b lic a

427 F e rn an d o V a lle s p ín O ñ s : N u e v e s 452 C u rt Paul Ja n z: F rie d ric h N ietz-


t e o r ía s d el C o n tr a to S o c ia l s c h e . 4. L o s a ñ o s d e h u n d im ien to
453 F ra n co S e lle ri: El d e b a te de la
428 J. M . J a u ch S o b r e la re a lid a d d e
te o r ía c u á n tic a
lo s c u a n to s
454 E nrique B a lle s te ro : L o s p rin cip io s
429 R aúl M o ro d o : L o s o r íg e n e s Id e o ­ d e la e c o n o m ie lib e ra l
ló g ic o s d8i fra n q u is m o : A c c ió n
E sp añ o la 455 E. H. C 8 rr: El o c a s o d e la C om ln -
te r n , 1930-1935
430 E u g e n e Lind en : M o n o s, h o m b r e s y
le n g u a je 456 P e d ro Laín E n tralgo : C ié ñ e te , t é c ­
n ic a y m e d ic in a
431 N ic o lá s S á n c h e z -A ib o r n o z (C o m p i­
457 D e s m o n d M . C ia rk e : La f ilo s o fía
la c ió n ): La m o d e rn iz a c ió n e c o n ó ­
d e la c ie n c ia d e D e s c a r t e s
m ic a d e E sp añ a , 1830-1930
458 J o s é A n to n io M a ra v a ll: A n tig u o s y
432 L u is G il: C en su ra en el m undo m o d e rn o s
a n tig u o
459 M ortO fl D. D a v ls : In tro d u cció n a
433 R a fa e l Bañór. y J o s é A n to n io O l­ la te o r ía d e J u e g o s
m e d a (C o m p ila c ió n ): La In stitu ­
c ió n m ilita r e n e) E s ta d o c o n te m ­ 460 J o s ó R am ón la s u e n : El E stad o
p o rá n e o m u ltlrre g lo n a l
461 Bhlkhu P arekh : P e n s a d o r e s p o líti­
434 Paul H azard : El p e n s a m ie n to eu­
r o p e o e n e l s ig lo XVIII c o s c o n te m p o r á n e o s
462 W a s s ily L e o n tle f y F aye D uchin:
435 R a fa e L a p e s a : La tr a y e c to r ia p o é ­
t ic a d a G a r c ila s o El g a s t o m ilita r
463 F r a n c is c o R ic o : El p e q u e ñ o m undo
4 3 6 .4 3 7 R aym o n d A ro n : P ez y g u e rra
d e l h o m b re
e n tra la s n a c io n e s
464 M ig u e l R iv e ra D o rad o : La re lig ió n
438 G e o f f r e y P a rk er: El e jé r c ito d e
m aya
F la n d e s y el c a m in o e s p a ñ o l,
1567-1659 455 M ig u e l A r to la : La H a c ie n d e d el
s ig lo XIX
439 O s c a r F an ju l y F ern an d o M a ra v a lf:
La e fic ie n c ia d e l s is t e m e b an ca- 466 T n o m a s F G llck : E in ste in y lo s e s ­
rio e s p a ñ o l p a ñ o le s
467 J a m e s Tobin: A c u m u la c ió n d e a c ­ 473 Jea n -P au l S a rrre : E s c r ito s p o líti­
tiv o s y a c tiv id a d e c o n ó m ic a cos, 1
468 B ru n o S- F re y : Para u n a p o lític a 474 R o b ert A x e lr o d : La e v o lu c ió n do
e c o n ó m ic a d e m o c r á tic a la c o o p e r a c ió n

459 L u d w lk F te c k : La g é n e s is y e l d e s ­ 475 H en ry K a m en : La s o c ie d a d eu ro ­
a rro llo d e un h e c h o c ie n tífic o p e a , 1500-1700
476 O tto P ó g g e le r : El c a m in o d e l p e n ­
470 H arcld D e m s e tz : La c o m p e t e n c ia
s a r d e H e id e g g e r
471 T e r e s a S a n R om án (c o m p ila c ió n ): 4 77 G . W . F. H e g e ': L e c c io n e s so b re
E n tre le m a rg in 3 ció n y e l ra c is m o f ilo s o f ía d e la re lig ió n , 2
472 A la n B a k er: B r e v s in tr o d u c c ió n a 478 H. A . Jo h n G r e e n : Le te o r ía d e l
la te o r ía d e n ú m e ro s co n s u m id o r

También podría gustarte