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Lundstedt, El derecho y la justicia, 1947

La concepción de que el derecho, tanto el escrito como el no escrito y de que


fenómenos jurídicos tales como las facultades y los deberes jurídicos son, o por lo
menos deben ser, expresión de una justicia situada por encima del hombre, se encuentra
hondamente arraigada (….) La idea de que la justicia como subyacente al derecho y
determinante de su contenido, influye todavía hasta hoy en todo el ámbito de la
civilización occidental. Los escritores de derechos sostienen que el legislador debe ser
orientado por la justicia y que los tribunales tienen que “administrar justicia”, esto es,
hacer efectiva dicha justicia. En modo alguno son consideradas, dentro de la ciencia del
derecho, esas aserciones como frases vacías, sino que se las considera fundadas sobre
hechos. Sin embargo, no sólo no lo están, sino que carecen de sentido por completo.
(…) (E)s imaginación pura. No existe la justicia. Tampoco existe ningún “deber ser”
objetivo y, en consecuencia, tampoco se da un derecho objetivo, es decir, preceptos
jurídicos. De este modo, toda la ideología jurídica (incluyendo las facultades y los
deberes, la licitud y la ilicitud) se disuelve en humo. Ciertamente que detrás de la
ideología jurídica existen algunas realidades. Pero esto incluso es una superestructura
formada por encima de realidades edificadas sin un control empírico, es decir, en la
imaginación. En general, me referiré a dichas realidades con las expresiones colectivas
“mecanismo jurídico” o “maquinaria jurídica”. (…)
El derecho material u objetivo (el centro mismo de toda ideología jurídica) es
solamente la expresión “científica” de una idea dominante en el llamado sentimiento
común o general de la justicia, a saber, la idea de una justicia existente por encima de
todos los fenómenos jurídicos y que les da validez. (…)
Estos argumentos carecen de fundamento científico (…). Los juicios sobre la
ilicitud de una acción o sobre la culpabilidad de una persona (…) no son juicios en un
sentido propio, esto es, no dicen nada sobre la realidad, sino que únicamente son
expresión de los sentimientos de la persona que juzga. Con respecto a estas
consideraciones me fundo en la autoridad de la “teoría del valor” de Axel Hägerström.
(…)
Tendremos que manejarnos con una serie de “juicios” (o “aserciones”,
“presunciones”, etc.) referentes a acciones de personas (…) En lo que respecta a la
forma lingüística de las proposiciones en cuestión, fácilmente cabe clasificarlas como
juicios. Pero considerando lo que estoy por mostrar, es conveniente reservar
científicamente esa terminología para otros juicios y tener a los primeros sólo como
juicios, aserciones nominales, etc. Actualmente reciben a menudo denominación con los
mismos términos que yo utilizo: juicios de valor. (…)
Es un hecho que la jurisprudencia, en su forma de pensar, se funda en estos juicios
de valor. Pero naturalmente, la condición para utilizarlos científicamente reside en que
se trate de expresiones verdaderas sobre la realidad. Pero esto no puede ocurrir ya que
nada declaran sobre la realidad. La consecuencia natural es que tampoco pueden ser
falsos. Por tanto, no son ni verdaderos ni falsos.
Los juicios de valor se distinguen de los juicios propiamente dichos en que son
juicios dependientes del sentimiento, sea una dirección positiva o negativa, de la
persona que hace el juicio. Un examen puramente teórico, que solamente establezca
hechos (completamente exento de toda influencia emocional) nunca puede conducir a
un juicio sobre que algo debe de ser hecho, de que alguien se ha hecho culpable o de
que algo es justo. Los conceptos “deben ser”, “culpa” y “justicia” serían, en otros
términos, totalmente incomprensibles para una persona carente de sentimientos, si es
que un ser tal, una pura máquina de pensar, existiera. Es inherente a la naturaleza de los
juicios de deber ser, de culpabilidad y de justicia el ser subjetivos sin que puedan ser
objetivos, esto es, sin que puedan tener ningún significado teórico y, en consecuencia,
puedan ser verdaderos o falsos. Esta cuestión, si se la examina más de cerca, se presenta
de la manera siguiente:
Desde el punto de vista arriba señalado, estos juicios pertenecen a la misma
categoría de juicios que enuncian, por ejemplo, que una cosa es hermosa o fea, o que
una persona o sus acciones, son buenas o malas. Es cosa evidente de suyo que tales
juicios serían completamente absurdos si la persona no sintiera que el objeto es hermoso
o feo… Sin embargo, la percepción del valor no depende directamente del objeto,
persona o acción reales que uno cree estar juzgando, sino de la concepción o de la
conciencia del objeto. (…) Es sencillamente imposible hacer un juicio de valor
directamente sobre la cosa (persona o acción), esto es, con independencia de su
concepción. ¿Cómo podría alguien, por ejemplo, considerar hermoso o feo un edificio,
agradable o desagradable a una persona, correcta o reprochable una acción
determinada, si uno no los hubiera observado o por lo menos no se hubiera formado una
concepción sobre ellos? (….)
(T)oda analogía entre los juicios de valor y por ejemplo, la expresión de nuestra
percepción de los colores, está fuera de cuestión, porque en el último caso,
psicológicamente nada más hay que la concepción de la cosa que tiene esta o aquella
cualidad. En el primer caso, por ejemplo, cuando digo que una cosa es hermosa,
psicológicamente no sólo se da la concepción de la cosa, sino también, y en conexión
con ella, un sentimiento de valor dependiente de la concepción; y la proposición “esta
cosa es hermosa” es expresión de ese sentimiento. La proposición “esta cosa es roja” no
expresa sentimiento alguno, sino únicamente la concepción de que la cosa es roja.
Consecuentemente, es un juicio sobre la realidad y, por tanto, tiene que ser verdadero o
falso. El juicio de una persona ciega para los colores que dice que la cosa es verde
puede perfectamente ser verdadero, aun cuando la formulación sea desorientadora para
la persona que no es ciega cromáticamente. Su juicio puede ser verdadero porque
expresa una concepción de que la cosa tiene una calidad cromática que impresiona su
vista como verde. Y esta concepción del color de la cosa puede concordar con la
realidad. Tanto para la persona ciega para los colores, como para la persona normal,
sólo es una cuestión de concepción, y, por tanto, una concepción sobre la cosa misma.
En el caso del juicio de valor algo nuevo entra en juego, a saber, la emoción. Y el
sentimiento que de este modo actúa no ha sido originado directamente por la cosa, sino
por la concepción que la persona tiene de la cosa.
La teoría de la existencia de valores objetivos, v. gr: de que una acción
determinada “realmente” es buena o mala; o de que cae bajo un deber ser
“objetivamente válido”; o de que algo es “verdaderamente” justo , sólo ha podido surgir
porque no se ha entendido el proceso de formación de los juicios de valor. En pocas
palabras, sin embargo el proceso es el siguiente: la concepción sobre una acción o sobre
alguna otra realidad, da nacimiento en nosotros a determinados sentimientos. El juicio
de valor es nuestra expresión de esos sentimientos, pero dichos sentimientos no son por
si mismos observaciones, así como tampoco son observaciones los demás sentimientos;
no contienen en sí ninguna concepción (conciencia) sobre la realidad. Por tanto, no
pueden ser ni verdaderos ni falsos, caracterización que, lógicamente, debe reservarse
para aquellos juicios (juicios en el verdadero sentido de la palabra) que expresan
directamente una concepción sobre la realidad.
Apenas es necesario agregar algo más. Que esto (que una acción debe realizarse u
omitirse, cosa que implica que la acción o la omisión son mi deber) es un juicio de valor
y, por tanto, expresión de un sentimiento, no puede discutirse en nuestros días dentro
del campo filosófico. Pero ciertamente que no es necesario ser un experto en filosofía
para llegar a esta conclusión. Si el juicio de que una acción determinada debe ser
realizada fuera un juicio verdadero, sería posible establecer, esto es, establecer
epistemológicamente, que es verdadero o falso. Tal cosa es lógicamente imposible.
Supongamos que la acción mentada por el juicio de deber ser consista en el pago hecho
por A a B de una determinada suma. ¿Qué es lo que puede establecerse aquí? Solamente
que ciertas condiciones de esta o aquella cualidad se encuentran presentes; por ejemplo,
de que se ha llegado a un acuerdo entre A y B, así como a varios detalles con ello
relacionados, o de que otros hechos determinados de una descripción u otra están
presentes, tales como que B es un amigo necesitado de A, de que se ha dirigido a éste, el
cual es un hombre opulento,... Cabe, además establecer que, en el caso de que A no
pague, puede ser condenado a pagar como corresponde en derecho; o cual es la
situación, con respecto a la sentencia, de la concurrencia de otras consecuencias tales
como la disminución del respeto social, algunas formas de represalias por parte de B, la
enemistad o la desaprobación por otras gentes, la mala conciencia de A, etc. Luego de
establecer todo esto, quizás pueda llegarse a la conclusión de que A debe pagar, o que
no debe pagar, o de que su pago no tiene consecuencias desde el punto de vista de lo
debido. Pero la verdad o la falsedad del juicio emitido desde el punto de vista del deber
ser, juicio al cual uno ha llegado de este modo, nunca podrá ser establecido, porque la
conclusión cuyo resultado es el juicio no es una conclusión lógica, sino que ha sido
determinada por la actitud subjetiva de la persona que juzga, esto es, por la estimación
de las desventajas arriba consignadas con las ventajas de la postergación, o la omisión
total del pago (…)

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