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La muerte me sabe a imposición

Marcela Martinelli Herrera

La vida uno ilusoriamente cree que la decide, así planeamos nuestro futuro,
reacomodamos el pasado y el presente parece que lo controlamos. Eso es puro
imaginario, pero nos permite día a día hacernos a la vida.
Y la muerte, esa que sabemos pulsa y nos impulsa a, paradójicamente, vivir; ¿a esa la
decidimos? ¿Somos un je que ejecuta? Eso también es una ilusión. El suicidio sería el único
acto en donde el sujeto puede tener el control de su muerte. Es un pasaje al acto sin
retorno. Es salirse de la escena: de la vida para no regresar.
Algunos sujetos planean su muerte, o creen que lo pueden hacer. La enfermedad, la
mayoría de las veces, es la razón de querer decidir: cuándo, cómo y dónde se va a morir.
Los malestares del cuerpo son eso, un mal-estar en lo cotidiano, se vuelve un triunfo hacer
cosas sencillas que hacía no poco tiempo, eran simples, fáciles de llevar a cabo; cuestiones
que tiene que ver con la subsistencia y existencia del sujeto: comer, caminar, ir al baño,
pensar, recordar y otras muchas acciones. Esos actos, al sujeto estar enfermo en todo
momento le muestran la castración, pero no tan solo como lo que posibilita el movimiento
del deseo y su imposibilidad, sino como una constante que solo genera impotencia. Lo
radical de lo real se vuelve lo que los sujetos enfermos y desahuciados respiran. Ante esto
se quiere, por lo menos establecer cuando terminarlo, o sea dejar de vivir en agonía, que
por cierto no es vivir, es estar en una lucha constante y angustiante entre la vida y la
muerte.

La muerte no tiene miramientos ni siquiera para un moribundo y menos cuando las leyes
no han permitido que cada uno de nosotros pueda tener derechos legales ante el final de
nuestros días. En países “desarrollados y en vías de” (lo que eso sea) es un delito ayudar a
alguien a morirse, no hay ni muerte digna, ni asistida, ni eutanasia. Sabemos que a pesar
de lo anterior hay quienes ayudan a que esto tenga lugar. Pero ni siquiera teniendo eso,
los sujetos mueren como lo habían planeado. La pinche, mierdera muerte llega cuando
quiere o cuando en un hospital de a poco hacen que el cuerpo muera. O no llega y deja a
ese resto de lo que alguna vez fue una mujer o un hombre en una descomposición
paulatina. Tiempo del Otro, feroz, insensato, insensible. Tiempo real. Y ante eso no hay
mucho que hacer, si no se hace con anticipación, ¿Y, que sería anticiparse?, he ahí el
enigma.
Con rabia y deseo o con un deseo rabioso, añoro que pronto en nuestro país se nos
permita que cuando ya no queramos o podamos estar en esta tierra, nos podamos ir con
dignidad, o bueno… que nos podamos ir.

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