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Si creen que voy a pagarles están muy equivocados

Tengan la historia de Goncharov

IVÁN ALEXÁNDROVICH GONCHAROV es, junto con I. S. Turguiénev, una de las eminentes figuras
de la literatura rusa de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido el 6 de junio de 1812 en la ciudad de
Simbirsk (actual Ulianovsk), a orillas del Volga, en el seno de una acomodada familia de
mercaderes, cursó sus primeros estudios en un pensionado, y es enviado a la edad de diez años a
Moscú, donde ingresa en la Escuela de Comercio, carrera que abandona, para pasar en 1831 a la
sección de filología de la Universidad, la cual termina en 1834. Después de trabajar durante un año
en la oficina del gobernador de su ciudad natal, en 1835 se traslada a Petersburgo, donde entra a
prestar servicio como intérprete en el Departamento de Comercio Exterior del Ministerio de
Finanzas. Al mismo tiempo da clases de literatura a los hijos de un miembro de la Academia de
Bellas Artes, lo que le abre las puertas del mundo del arte y le permite probar sus fuerzas en la
literatura, publicando varias poesías románticas. En 1847 entabla conocimiento con el conocido
crítico V. G. Belinski y se incorpora a su círculo literario. El desarrollo ideológico y literario de
Goncharov tiene lugar durante el período de creación de la «escuela natural» bajo la influencia de
las concepciones estéticas de Belinski. Su primera novela, Una historia trivial (1847), constituye
una importante aportación a la literatura del movimiento progresista de entonces. Belinski emplea
por vez primera la denominación de «escuela natural» en 1847, en su artículo «Visión de la
litetatura rusa», donde la considera no sólo como la que había conseguido establecer un nexo con
la realidad sino que además había acometido la difícil tarea de presentar en las obras literarias a la
gente vulgar, sin caer en el error de idealizarla. La «escuela natural», que no debe confundirse con
el naturalismo, es la primera manifestación en Rusia de la corriente literaria que más tarde
recibiría la denominación de realismo. No es extraño que al analizar la literatura del siglo XVII y de
las tres primeras décadas del siglo XIX tropecemos ya con sus raíces. No cabe silenciar la
abundancia de elementos realistas en Pushkin, que le convierten en uno de los precursores del
realismo artístico, aun dentro de los moldes del romanticismo. Las extensas novelas de
Goncharov, que constituyen una epopeya de Rusia, son en su conjunto un todo que nos ofrece
una imagen global de la vida de entonces. En ningún otro escritor las etapas de su evolución —
desde sus primeros pasos hasta los últimos, que podemos considerar como agotamiento literario
más que como decadencia del escritor— se perfilan con tanta precisión como en Goncharov. Si la
fase ascendente corresponde a Una historia trivial (1847) y la culminación a Oblomov (1859), el
final es El precipicio (1869). Mientras que las dos primeras reflejan los recuerdos de la juventud e
infancia del autor, la última constituye el resumen de su concepción político-social. En sus novelas
predomina el interés del escritor por los destinos de la nobleza rusa desde el punto de vista social
y de cuáles habrían de ser los estamentos que la sustituyeran. Pero a diferencia de Turguiénev,
estaba lejos de reconocer el papel de vanguardia que habían de representar en el desarrollo de la
democracia los intelectuales no procedentes de la nobleza —los raznochintsy—. Goncharov trató,
con espíritu excesivamente tendencioso, de convertir en héroes positivos a los Hombres de
negocios, a los empresarios. No obstante, en el proceso de interpretación literaria de sus
caracteres logró superar semejante enfoque y sus obras se convirtieron objetivamente en una
plataforma en favor del primer movimiento democrático. Es por eso por lo que la crítica
progresista de los años cuarenta las valoró positivamente. El estilo de las novelas de Goncharov
constituye una expresión particular de los principios creadores propios de la «escuela natural». A
diferencia de las novelas de Turguiénev «las suyas no encierran un espíritu romántico y en ellas no
hay vestigios de psicologismo». Se caracterizan por su gran objetividad y por el plasticismo de los
caracteres de los individuos que retrata, y, como señala N. A. Dobroliúbov, «en la capacidad que
poseen de abarcar la totalidad de la imagen del objeto, de troquelarlo, esculpirlo... radica la
extraordinaria fuerza del talento de Goncharov... No le sorprende una faceta aislada de un objeto,
algún momento de un hecho, sino que da vueltas a ese objeto en todos los sentidos, esperando
que culminen las circunstancias del fenómeno y sólo entonces inicia su elaboración literaria.
Consecuencia de ello es la precisión en la configuración incluso de los detalles más nimios».
Gracias a su contenido específico y a su forma las novelas de Goncharov ocupan un lugar
preeminente en la historia del realismo crítico ruso. Su labor literaria es resultado de los cambios
que se habían producido en la sociedad rusa, los cuales dieron lugar a la aparición de una nueva
«escuela», democrática en cuanto a su idea rectora —la tendencia estética—. Con la figura de
Goncharov hace acto de presencia en la literatura clásica rusa el raznochinets, procedente de la
burguesía. Pero incluso en el campo de la literatura y la crítica, los representantes de la
intelectualidad burguesa no fueron capaces de organizar su propio movimiento y se unieron a los
círculos nobiliarios de vanguardia. Todo ello se refleja en el desarrollo ideológico y literario de
Goncharov. No hay que olvidar que era hijo de un rico mercader. A pesar de que al principio de su
actividad literaria se sentía, de hecho, muy identificado, en lo que respecta a sus convicciones, con
los intelectuales de vanguardia, procedentes de la nobleza, sin embargo, sus concepciones sociales
se diferenciaban de las de los mejores representantes del liberalismo nobiliario, sobre todo de las
de Turguiénev, con su pathos de la Ilustración. Goncharov era enemigo declarado del régimen de
servidumbre y de la opresión por parte de la burocracia. Perseguía los ideales progresistas, la
libertad cívica, los derechos generales de la propiedad y de la actividad empresarial, la instrucción
de la sociedad y de las masas populares, la igualdad de la mujer. Pero no le atraían ni constituían
fuente de inspiración para él las ilusiones de bienestar de todas las capas sociales, características
de la Ilustración, y su actitud hacia los estamentos conservadores no se distinguía por la profunda
enemistad que era propia de sus coetáneos liberales, dominados por la forma de pensar de la
Ilustración. En cambio, le interesaba notablemente el desarrollo ideológico de los círculos
cultivados de la sociedad rusa. En este sentido, consideraba muy importante superar el talante
romántico que florecía entre la aristocracia y los raznochinets de los años treinta y adoptar puntos
de vista más positivos y más cuerdos. Belinski se burlaba de los «románticos de la vida», de los
«enemigos de todo lo práctico», de quienes no viven, sino que se limitan a soñar, que no
comprenden que «todos, los grandes hombres son personas prácticas». Para entonces, Goncharov
había casi terminado su novela Una historia trivial, basada en la antítesis del noble romántico y el
funcionario dedicado a los negocios. La contraposición entre los sueños y la realidad constituía
entonces un problema nuevo y palpitante. Pero el escritor no llegó inmediatamente a la idea de
aquella novela, que marca, de hecho, el comienzo de su fama como literato. Aunque ya en 1835
habían aparecido en un almanaque manuscrito cuatro poesías del incipiente autor y al cabo de
tres años su relato Enfermedad perniciosa y posteriormente en otro Feliz error, todas ellas eran
muy poco profundas en cuanto a su contenido. Sin embargo, ya en la primera, Goncharov se burla
de la atracción sentimental que experimentaban los escritores románticos hacia la naturaleza,
atracción que persistía desde los tiempos de La pobre Liza de Karamzin, y por contraste con ello, la
ociosidad y la gula de que daban muestras los miembros de la nobleza. En Feliz error retrata la
sociedad aristocrática. En el relato abundan las digresiones cómicas, que recuerdan en cierto
modo a Gógol. En el carácter del héroe, el autor pone de relieve toda una serie de rasgos del
despotismo esclavista. A comienzos de 1840 se modifican algo los intereses literarios del escritor.
En el protagonista de Iván Sávvich Podzhabrin (1842) trata de reflejar a su modo el carácter del
Jlestakov de Almas muertas de Gógol, del funcionario frívolo que se dedicaba a sablear a todo el
mundo, manifestaba una actitud despectiva hacia sus obligaciones y estaba dedicado por
completo a disfrutar de la vida. Pero en el estilo que adopta en la obra, el autor renuncia ya al
procedimiento cómico-narrativo y adopta formas de expresión más objetivas y detalladas.
Considerando también que la novela no era lo suficientemente importante para editarla en un
volumen aparte, la publicó tan sólo en 1848 en la revista El Contemporáneo. Seguidamente trató
de reflejar la vida patriarcal de los hacendados de tiempos pasados en una obra titulada Ancianos,
que pronto abandonó, y emprendió finalmente el proyecto de Una historia trivial, más aguda,
dedicada a un tema de actualidad. En ella plantea a su manera la antítesis de los sueños
románticos y la sobria actividad. El concepto romántico, representado en la obra por su
protagonista Alexandr Adúev, es tan sólo un difuso eco psicológico de ciertos problemas del
idealismo objetivo presente, desde los tiempos de Karamzín (1766-1826) y del joven Zhukovski
(1783-1852), en la conciencia de los representantes más instruidos de las capas conservadoras de
la nobleza rusa y en parte de los raznochintsy. Este romanticismo no iba más allá de la idealización
grandilocuente del amor fraternal, la sensible amistad y la belleza del arte y de la naturaleza.
Pushkin reflejó una variedad de semejante romanticismo en el carácter del joven poeta Lienski en
Eugenio Onieguin. El personaje romántico de la obra de Goncharov es un joven noble, estudiante
universitario, que se había convertido en adepto del idealismo filosófico-estético. Su señorial
benignidad, nacida en la hacienda patriarcal, se vio alimentada posteriormente por las lecciones
oídas en la Universidad y por sus lecturas sobre estética. En semejante estado, el autor traslada a
su héroe al juicioso y calculador Petersburgo con el fin de que la propia vida le haga despertar y
arranque de sus ojos el velo romántico. El proceso de su reconversión en un hombre práctico
constituye el argumento de la novela. En el reconocimiento de las circunstancias y los resultados
de semejante proceso, revela Goncharov, en lo fundamental, un «tacto bastante acertado de la
realidad», pero al mismo tiempo también le traiciona algo. En la práctica del espíritu romántico de
Alexandr Adúev no incluía la menor posibilidad que le permitiera emprender búsquedas
ideológicas más profundas. Belinski supo captar que la tendencia fundamental en el desarrollo del
carácter de Adúev radicaba en el peligro de «extinguirse en la lejanía provinciana y en la apatía y la
indolencia». Pero dado su amor propio y la experiencia adquirida, no podía dedicarse a otra cosa
que a la carrera de funcionario. Los jóvenes nobles, que suspiraban por el amor y la amistad
ideales, se convertían en su mayoría en funcionarios, subordinándose a la convicción —del medio
conservador de que procedían— de que el servicio del Estado era el campo de acción más digno y
ventajoso para los miembros de su estamento. Y, naturalmente, el ambiente oficinesco iba
desarraigando de su espíritu la benignidad romántica. Con los años se volvían indiferentes y se
convertían en hombres prácticos. Así es precisamente cómo se perfila en la obra el destino del
protagonista. Ya a los dos años de su llegada a la capital ocupaba un «lugar respetable» y gozaba
de influencia en la revista literaria en que trabajaba. En el epílogo de la obra le vemos ya con su
«abultada barriguita» y con su condecoración en el cuello. Está convencido de que el amor y el
matrimonio no coinciden y por eso realiza un casamiento por interés, atraído tan sólo por la dote
de su esposa. El escritor no sólo retrata el proceso de desilusión del héroe romántico, sino que
convierte sus vivencias románticas en objeto de implacable condena y sarcásticas burlas, que
provienen de un practicismo consecuente y sensato, al que el autor quiere asegurar el triunfo
definitivo. Como persona «positiva», enemiga de lo romántico, interviene en la novela Piotr
Adúev, verdadero hombre de negocios y alto funcionario. Cuando se burla del idealismo de su
sobrino, de su entusiasmo romántico y pomposas frases, cuando le aconseja «dedicarse a cosas
prácticas», actuar razonablemente y ser útil a la sociedad, cuando pone como ejemplo su propio
amor al trabajo, su deseo de adquirir conocimientos, la claridad de los objetivos que persigue se
alza por encima de Alexandr; pero cuando pone de manifiesto la frialdad de su alma y su
insensibilidad, cuando considera que la pobreza es una «ignominia», que enamorarse es una
extravagancia, cuando revela su interés hacia los negocios sólo por el dinero, y éste por el confort
que puede proporcionar, y cuando ve el sentido de la vida en la «carrera personal y la fortuna»,
demuestra su limitación y no inspira más que compasión no sólo en su sobrino, sino en el autor.
Pero Goncharov no se elevó subjetivamente a la altura desde la que se podía haber resuelto de
forma históricamente veraz el conflicto entre lo romántico y lo eficiente. Reconocía que había algo
de verdad en los puntos de vista de Piotr Adúev, pero no sabía con firmeza dónde se había
convertido en mentira esa verdad. Sin embargo, refleja, en lo fundamental, con acierto el carácter
de sus héroes. El significado objetivo de la novela consiste en la negación del romanticismo
abstracto y en la afirmación de la diligencia burguesa, aunque socialmente limitada, como un
nuevo rasgo característico de la vida rusa de entonces. La publicación de la obra en la revista El
Contemporáneo hizo que Goncharov entrase en estrecho contacto con Belinski, Turguiénev y
otros representantes de la «escuela natural». Debido a la particularidad de sus concepciones, no
se convirtió en miembro activo del movimiento literario de 1840, pero fue uno de los escritores
que más participaron en él, centrándose en la creación de la novela costumbrista-social. La crítica
valoró en alto grado la novela. Belinski escribió: «¡Qué golpe tan fuerte infringió al romanticismo,
a la idealización, al sentimentalismo y al provincialismo!» El éxito de Una historia trivial animó a
Goncharov. El escritor se dedica seguidamente a un género nuevo para él —el folletín—, que
también cultivaba la «escuela natural», e incluye anónimamente en la revista del mismo año las
Cartas de un amigo de la capital a un novio provinciano. En ellas no toca problemas sociales, pero
plantea los principios positivos del «saber vivir» e intenta fundamentar la idea del «hombre
decente», y aunque este ideal parecía querer referirse a la «razón» y la «justicia», todo se reducía,
en resumidas cuentas, a la «delicadeza» y al «confort» de la vida. En 1850 se aprecia en
Goncharov una pasividad creativa y una falta de seguridad en sí mismo, hecho que no era en
modo alguno casual y constituía, sin duda, una manifestación de la inestabilidad e inseguridad
ideológicas en que vivían los amplios círculos de intelectuales liberales, incluidos muchos de los
más importantes colaboradores de El Contemporáneo, consecuencia de la reacción política que
reinaba en el país. En otoño de 1852 emprende, en calidad de secretario del almirante Putiatin, un
largo viaje alrededor del mundo en la fragata de guerra Pallada. El resultado de sus impresiones lo
plasma en el libro de relatos titulado La fragata «Pallada», en el cual se plantea la tarea de reflejar
y de transmitir de forma desembarazada y humorística todo lo visto por él. Lo fundamental que le
interesaba de los pueblos de África y Asia que había visitado era la desaparición del régimen
patriarcal y el surgimiento en su lugar de una civilización nueva, burguesa. Al mismo tiempo,
Goncharov condena la actividad de la burguesía cuando ésta adopta un carácter de rapiña y
expoliación y conduce a la regresión. En la obra ofrece con gran humor una serie de escenas de la
vida de los países meridionales y de los paisajes marítimos que más le habían impresionado. Pero
incluso los más importantes de ellos, como el del embravecido océano, que habían excitado la
imaginación de Byron y de Pushkin, no produjeron en Goncharov vivencias románticas. La obra,
que fue alabada por la crítica, alcanzó gran éxito. Cuando regresó a su patria, hacía casi ocho años
que había concebido la idea de escribir Oblomov, que era casi una continuación de Una historia
trivial. En 1859, en la revista Anales patrios ve la luz la novela, —que consolida definitivamente la
popularidad de Goncharov. Los lectores esperaban con extraordinario interés la aparición de la
novela, de la que se había hablado como de una obra notable, aunque la lectura de los primeros
capítulos les resultó algo pesada, debido quizás a la falta de acción. Pero, según palabras de
Dobroliúbov, a medida que se adentraban en el texto «el talento de Goncharov supo someter a su
irresistible influencia incluso a quienes menos simpatizaban con él». El secreto de semejante éxito
se debe, en opinión del crítico, «tanto directamente a la fuerza de su talento literario como a la
singular riqueza de contenido de la novela». El autor realiza en la obra una crítica aguda y
profunda del parasitismo de los grandes terratenientes. Ilia Ilich Oblomov nació y creció en una
hacienda de carácter patriarcal, cuyos propietarios «consideraban el trabajo como un castigo». En
tan retrógrado, atrasado e ignorante ambiente fue donde se educó el héroe de la novela, lo que
sirvió para desarrollar en él los rasgos de indolencia y apatía que le caracterizan y le convierten en
un convencido partidario del régimen de servidumbre. Según expresión del propio Goncharov «las
fuerzas de que estaba dotado se dirigían hacia su interior en búsqueda de la forma de
manifestarse y se marchitaban y secaban...» La historia de Oblomov es la de la muerte espiritual
de un individuo, cuyas poco comunes facultades se ven asfixiadas a consecuencia del sistema de
vida de la Rusia esclavista, de la educación recibida y de su facultad de pasarse el tiempo soñando
y sin hacer absolutamente nada. El leitmotiv de la novela es la holgazanería y la apatía de
Oblomov, su permanente ociosidad, su imaginación que a nada conducía. Los rasgos ancestrales
del héroe no son nuevos en la literatura rusa. Basta recordar a Eugenio Onieguin, de la novela del
mismo nombre de Pushkin y a Pechorin, de El héroe de nuestro tiempo de Lérmontov. Pero en
Oblomov vemos que su actitud hacia la vida es distinta y adquiere un nuevo significado. En la
propia historia de la educación de Oblomov radica precisamente su apatía y falta de carácter, su
aversión a cualquier actividad, de ahí su tragedia. De igual modo habían sido educados sus abuelos
y bisabuelos, que jamás habían movido un solo dedo, ya que los criados lo realizaban todo por
ellos. El propio Oblomov dice a su sirviente Zajar: «Tú bien conoces mi delicada educación, —sabes
que jamás experimenté ni frío ni hambre, que no conozco la penuria, que nunca tuve que ganarme
el pan y que, en general, nunca me ocupé en asuntos innobles.» Sin embargo, Oblomov no carecía
de ambiciones y deseos, buscaba algo, poseía nobles sentimientos, pero durante toda su vida no
hizo nada para conseguir sus anhelos y ambiciones; todo lo realizaban otros por él, y eso fue lo
que le convirtió en un ser completamente apático. Oblomov descubre la terrible fuerza de la
tradición, poniendo de manifiesto una existencia en que su norma de vida le había sido
transmitida de una vez para siempre por sus padres, los cuales la habían heredado a su vez de sus
abuelos con el legado de mantenerla en su integridad, según expresión del propio escritor. Pero la
novela enseñaba, por el contrario, a sus contemporáneos que a la vida no le basta con lo heredado
del pasado: necesita la ruptura, la revisión y renovación de las costumbres. Es necesario resaltar el
capítulo «El sueño de Oblomov» (publicado en 1849, antes de la aparición de la novela), que es
verdaderamente admirable. En él, el autor describe la infancia del héroe, la educación que le da su
madre, mujer excesivamente tierna e impresionable, que no le permite desarrollarse como
corresponde a un niño sano, cómo a semejante ser se le va modelando la anquilosada existencia
de las personas que le rodean. Toda la vida y las costumbres de la aldea y de la hacienda aparecen
ante nuestros ojos como una ciénaga. Es precisamente en este capítulo donde hay que buscar las
causas y la solución del proceso de formación del carácter del personaje. Su lectura produce
verdadero placer. El autor describe con tan incomparable maestría la vida y usos de la vieja
hacienda rural y de sus moradores, sus hábitos y costumbres, y su permanente somnolencia, que
penetra todo y a todos, y se tiene la sensación de estar presente. No faltan, por supuesto, los
encantos que encierran el extraordinario silencio y la tranquilidad reinantes. No obstante, al lector
se le escapa a veces el deseo de exclamar: «¿Cuándo se despertarán, por fin, de semejante
letargo? ¿Cómo es posible vivir así?» «"El sueño de Oblomov" y algunas otras escenas de la novela
—recuerda Dobroliúbov— los leí varias veces; la obra la leí casi en su totalidad dos veces y la
segunda me gustó casi más que la primera.» Pero en este capítulo, el autor, al retratarnos la
reciente niñez del héroe consigue hacernos vivir «tiempos remotos». Lo que sucede en su infancia
había tenido lugar «siempre». Ante nosotros parecen resurgir las «tradiciones de la familia rusa»,
que se remontan no sólo al siglo XVIII, sino a épocas más lejanas, encubiertas por la neblina del
pasado. Oblomov retrata únicamente el destino concreto de un individuo, pero esa historia
individual está extraída de lo más profundo de larguísimos procesos de la vida. Incluso la solitaria
existencia de Ilia Ilich en Petersburgo, donde sólo fue capaz de permanecer dos años en su empleo
de funcionario, guarda relación con la vida de amplias capas de la sociedad. Junto a la aislada
habitación que ocupa en la capital y junto a su voluntario cautiverio fluye la vida. La novela nos
deja percibir el multifacético respirar de la contemporaneidad. El protagonista se pasa días
enteros tumbado, en bata, sin dejar de soñar estérilmente y de hacer planes, que en el fondo de
su alma sabe que no llevará a la práctica. Permanecer en semejante posición no es para él una
necesidad, como le sucede a un enfermo o a una persona que desee dormir, ni un hecho fortuito,
como para alguien que esté cansado, ni el placer que representa para los vagos; para él se trataba
de un estado normal, como lo describe Goncharov. En lo que respecta al propio Oblomov, ello
constituye una fuente de sufrimiento, contra la que no sabe ni es capaz de luchar. Él mismo no
comprende su vida, y cualquier cosa que se ve obligado a realizar representa una carga para él y
pronto le aburre. No cabe decir que no había estudiado, ni que no había sido funcionario ni
frecuentado la sociedad, pero nada de eso había dado el menor fruto; todo era consecuencia de
su educación y de las circunstancias que le rodeaban. Como dice Dobroliúbov lo importante no es
Oblomov sino el «oblomovismo». «... Todos los héroes de las grandes novelas y relatos rusos
pecan de no ver el objetivo de la vida y de no ser capaces de encontrar una ocupación decente.
Debido a ello se sienten aburridos y experimentan aversión hacia cualquier asunto, lo que les
asemeja sorprendentemente a Oblomov.» Ahí radica precisamente el «oblomovismo». No es
casual que a través de toda la obra tropecemos con la inseparable pareja de dos de los héroes:
Oblomov y su sirviente Zajar, que desde la niñez del primero, como siervo que era, le había sido
asignado. Ambas imágenes se hallan ligadas a través del que podríamos denominar principio del
complemento. El señor es incapaz de prescindir de los servicios de Zajar, ya que durante toda su
vida se había visto atendido por manos ajenas, y éste no puede vivir sin su amo, a pesar de que no
pierde la ocasión de echar pestes contra él. No hay que olvidar que nunca había pertenecido a sí
mismo, que no había tenido la oportunidad de actuar independientemente, que todos sus
movimientos habían dependido de la voluntad de los señores, por lo que todo ello resultaba para
él cosa natural y completamente normal. Y al mismo tiempo Goncharov nos presenta a Oblomov
como a una persona de gran alma, buen corazón, elevados sentimientos... Su naturaleza se basaba
en principios plenos de bondad, de profunda simpatía hacia todo lo bueno y hacia lo que
respondiera a la llamada de su sencillo, ingenuo y siempre confiado espíritu. La línea de vida de
Oblomov no es consecuente. Su existencia la constituyen «fragmentos», episodios. Se trata de una
existencia desmembrada en partes, del devenir de un individuo carente de una integridad en
desarrollo: su vida en Petersburgo, constantemente tumbado, su retorno mental a la infancia, el
momento de su amor hacia Olga y finalmente su permanencia en el «barrio de Vyborg» de la
capital. No se trata de diferentes etapas de su desarrollo interno (aunque, naturalmente, en «El
sueño de Oblomov» vemos el proceso de formación de semejante ser). Se trata de momentos
extrañamente aislados de una vida que se ha detenido y que no se mueve en dirección alguna. Son
momentos autónomos y en cada uno de ellos acompaña al héroe un determinado círculo de
personajes locales, que luego parece como si se desprendiesen de él.

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