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El ejercicio de los derechos laborales por parte de los trabajadores de

la industria textil y del plomo en la zona de Mercedes-Lujan (Bs. As)


durante el peronismo clásico (1943 – 1955)

Tesis de licenciatura

Universidad Nacional de Lujan - Licenciatura en Historia – 2023

Director: Dr. Diego Conté Codirector: Lic. Federico Belzunces

Por Guido Manuel Ortubia

1. Introducción

Desde su entrada inaugural aquel 17 de octubre de 1945 el peronismo se ha


constituido en uno de los movimientos políticos más perdurables y relevantes de la
historia nacional, siendo objeto de constante escrutinio público desde aquella época
hasta la actualidad. Comenzando por las primeras visiones dedicadas a interpretarlo y
explicarlo como un fenómeno de carácter “patológico” -una anomalía que había
infectado al cuerpo social- se pasó con el tiempo a una visión “normalizadora” que lo
fue acomodando dentro de la tradición liberal republicana e incluso socialdemócrata
relativizando en dicho transito sus diferencias más radicales con respecto a las fuerzas
políticas que lo habían precedido al mando del Estado (Acha y Quiroga, 2009). En los
últimos años se han desarrollado investigaciones historiográficas cuyo objeto ha sido
volver a revisar al primer peronismo para encontrar un balance que recupere en cierta
medida aquellas particularidades que lo hicieron único frente a los “enfoques
profesionalistas” que pretendieron encuádralo en una continuidad histórica sin
sobresaltos o rupturas. (Palacio, 2009:221).

En este marco una serie de autores que se han enfocado en un singular aspecto
durante la revisión de dicha experiencia política: el funcionamiento de la justicia,
específicamente en el ámbito laboral. La mayoría de estas investigaciones se centraron
en estudiar el impacto que generó la implementación del conjunto de normas, decretos y
leyes en materia de legislación laboral impulsados por Perón desde la época de la
Revolución de junio de 1943 como Secretario de Trabajo y Previsión, acompañadas de
los mecanismos judiciales y administrativos para garantizar su efectivo cumplimiento.
Estos estudios se enfocaron en diferentes aspectos: desde los efectos que produjo la
puesta en marcha del nuevo fuero laboral en el ámbito rural de la Provincia de Buenos
Aires, generando una nueva cultura legal caracterizada por una mayor paridad de
derechos entre patrones y peones (Palacio, 2018); pasando por los modos en que obreros
y empresarios hicieron uso de la nueva institución judicial y sus estrategias de
intervención en la provincia de Santa Fe, creando una nueva dinámica de conflictividad
social regulada por el estado y las corporaciones tanto sindicales como patronales
(Bacolla, 2019); el impacto que generó la institución en el ámbito de la producción
azucarera en Tucumán poniéndole fin a las arbitrariedades históricas de los productores
de dulce (Gutiérrez y Tomás, 2020); las mejoras en la calidad de vida de los mineros
jujeños (Kindgard, 2019); hasta las acciones de los trabajadores domésticos cordobeses
haciéndose de las nuevas herramientas legales disponibles (Portelli, 2020).

En la misma línea, el presente trabajo tiene como objetivo central reconstruir las
experiencias que tuvieron los trabajadores dependientes de dos establecimientos
industriales de singular importancia en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires: la
Elaboradora General de Plomo S.A localizada en la ciudad de Mercedes y la
Algodonera Sudamericana Flandria S.A ubicada en Jáuregui, en las cercanías de la
ciudad de Lujan. La primera fue una de las filiales argentinas de la Sociedad Minera y
Metalúrgica Peñarroya, una de las empresas multinacionales más importantes
dedicadas a la producción y comercialización de metales no férreos desde finales del
siglo XIX hasta la mitad del siglo XX. La segunda fue la filial local de la empresa de
capitales belgas Etablissements Steverlynck, una empresa icónica para la zona oeste de
la provincia por haberle dado vida al pueblo de Villa Flandria (Jáuregui).

Como afirma María Belén Portelli, uno de los mayores problemas de los
estudios sobre la justicia laboral es estar generalmente centrados en la Capital Federal y
sus alrededores (Portelli, 2020:2 y 3) por lo que esta investigación buscara poner en
relieve lo acontecido en una zona más alejada del principal centro urbano de la
provincia. Siempre resulta provechoso considerar lo ocurrido en los espacios
provinciales argentinos y dentro de ellos en localidades específicas, dado que en
ocasiones los procesos “macro” presentan rasgos diferenciados que pueden brindar
nueva información, abriendo otras perspectivas para abordar los problemas históricos
(Ginzburg, 2004:181 a 190.). Portelli también señala que los estudios judiciales suelen
adoptar una mirada “desde arriba”, más atenta a la interpretación de las leyes por parte
de la burocracia judicial que a los usos que hicieron de ellas los trabajadores (Portelli,
2020:2 y 3). Esta visión “desde arriba”, generalmente estadocentrica, suele minimizar la
participación activa de los miembros de la comunidad en los procesos de transformación
socio-histórica, relegándolos a un lugar pasivo o reactivo en el mejor de los casos.

No hay muchos estudios realizados sobre el desarrollo de la industria en la zona


oeste de la Provincia de Buenos Aires promediando el siglo XX. En el segundo capítulo
del cuarto tomo de la Historia de la Provincia de Buenos Aires escrito por Fernando
Rocchi hay un repaso general de la economía bonaerense entre 1880 y 1943. El autor se
dedicó más que nada a estudiar la transformación productiva que llevo a la provincia a
especializarse en la cría de ganado vacuno de raza y la siembra de oleaginosas. (Rocchi,
2013:81). Se encuentra en el texto un apartado dedicado a la performance industrial que
habría comenzado con los rubros textiles, metalúrgicos, artículos para el hogar y
bebidas, con una muy breve mención de la Algodonera Flandria como uno de los
establecimientos industriales más destacados por fuera del Gran Buenos Aires (Rocchi,
2013:100). En el quinto tomo de la misma colección Marcelo Rougier tiene un capítulo
dedicado a la industria y las políticas que llevaron a cabo los distintos gobiernos desde
los años ’40 hasta fines del siglo pasado para promover al sector en la provincia.
Nuevamente se hace un pantallazo general del tema, focalizado especialmente en las
grandes empresas de la capital y sus alrededores inmediatos (Rougier, 2014: 118 y 119).

Sobre la industria textil, y particularmente sobre Algodonera Flandria, una de las


que más ha estudiado esa empresa es la historiadora Mariela Ceva. En uno de sus
últimos trabajos dedicados al tema junto a María Inés Barbero analizaron el desempeño
de la empresa entre las décadas de 1920 y de 1950, estudiando las estrategias de la
firma, su evolución económica y las características de su gestión (Barbero y Ceva,
2004:81). Por medio de entrevistas realizadas a ex empleados, directivos y familiares de
la firma, junto al repaso de memorias, inventarios y archivos, las autoras articularon la
historia de la evolución económica general de la empresa con otras dimensiones como
las características de la gestión empresarial, las relaciones sociales hacia su interior, y su
proyección hacia el ámbito comunitario (Barbero y Ceva, 2004:82). Las autoras
destacaron a Algodonera Flandria como un caso original de constitución de un pueblo
alrededor de una empresa que tenía un proyecto extraeconómico inspirado en la doctrina
social de la iglesia y concluyeron que más allá de conflictos esporádicos, predominó un
clima de cooperación, en el que los lazos personales jugaban un papel clave. (Barbero
y Ceva, 2004:119).
Muchos menos son los trabajos enfocados en la historia de la industria del plomo
fundido en la provincia y su zona oeste en particular. Uno de los estudios más recientes
sobre este tema fue realizado nuevamente por Marcelo Rougier abocado a la historia de
la producción de metales no ferrosos (aluminio, plomo, cinc, estaño, bronce, cobre) en
la argentina durante la Segunda Guerra Mundial (Rougier, 2012:73). El trabajo de
Rougier destaca el rol activo de empresarios y miembros de las FFAA como principales
actores sociales que impulsaron el desarrollo del sector aprovechando una oportunidad
propicia para los negocios – los primeros – y el alcance de objetivos estratégicos como
la autarquía económica en un contexto de convulsiones geopolíticas – los segundos –.

De este modo, en el marco de las fuertes transformaciones económicas que se


produjeron en la provincia durante la primera mitad del siglo XX, y cuyos visiones
“desde arriba” – las del empresariado, los funcionarios del estado y las FFAA – ya
parecen haber sido abordadas por los autores mencionados, la presente investigación se
presta a contribuir en la acumulación de conocimiento sobre el tema desde una
perspectiva centrada en resaltar las acciones de los trabajadores de los establecimientos
anteriormente mencionados: la Elaboradora General de Plomo y la Algodonera
Flandria. Se buscara demostrar cómo se hicieron de la nueva legislación para
reconfigurar y resignificar sus modos vinculación con la dinámica social, política y
productiva de sus comunidades haciendo valer sus nuevos derechos. Se presume que su
participación activa tuvo tanto impacto en la organización de las actividades de las
empresas y su relación con el entorno social como las directivas de los empresarios o la
política económica del gobierno.

Para llevar a cabo esta tarea se utilizarán como fuentes primarias varios
expedientes del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Comercial N°3 y el Tribunal
de Trabajo N°1 de Mercedes abiertos durante el periodo 1943-1955 extraídos de la
Sección Histórico Judicial de la ciudad de Mercedes en las que estuvieron involucradas
las dos empresas elegidas. Este tipo de fuentes es especialmente útil para los propósitos
de este trabajo ya que como bien explica Juan Manuel Palacio:

“No solo (…) nos permiten ‘oir’ de primera mano el testimonio de


mujeres y hombres que, de otra manera, son mudos para el historiador
(trabajadores y campesinos, muchas veces analfabetos). También porque
exhiben el funcionamiento de un escenario en el que participa una cantidad de
actores (estatales y privados, expertos y legos) que nos introducen, con
lenguajes diversos, en los mundos de la ley, su circulación, adaptación y usos,
la justicia, la política estatal y sus discursos…” (Palacio, 2018:29)

En cuanto al recorte temporal, el término “peronismo clásico” utilizado para


denominar el periodo 1943-1955 ha sido usado por varios autores 1 que identifican
ciertas características comunes en el mismo y puede ser tomado como una unidad
temporal relativamente homogénea, siendo la principal de ellas el protagonismo de la
figura pública de Juan Domingo Perón en los procesos políticos y sociales del mismo.
Como se verá más adelante, incluso los propios protagonistas de algunos de los casos
que aquí se desarrollaran eran plenamente conscientes de la continuidad entre el
régimen militar iniciado en 1943 y las presidencias constitucionales de Perón a partir de
1946.

La estructura de este escrito será la siguiente: primero se realizara una


descripción del recorte espacial hacia mediados del siglo XX junto con la historia de los
dos establecimientos seleccionados en el contexto del desarrollo de las industrias
textiles y siderometalúrgicas en la provincia; luego se pasara a relatar la historia de la
instauración del fuero laboral en la Provincia de Buenos Aires y particularmente en la
ciudad de Mercedes; después se expondrán y analizaran de algunos de los casos que
transitaron por los tribunales mercedinos para ilustrar el accionar de los trabajadores en
la defensa de sus derechos, y finalmente se expresaran las conclusiones a las que se ha
arribado en esta investigación.

2. El espacio Mercedes-Lujan desde sus orígenes hacia mediados del siglo XX

En esta sección se describirá el espacio de análisis, con un breve recuento


histórico de las ciudades de Mercedes y Lujan; el estado de las industrias textiles y
siderometalúrgicas en la región hasta mediados del siglo XX, y la historia de los dos
establecimientos productivos estudiados.

a. Las ciudades

1
Entre algunos trabajos podemos citar a los de Andrenacci, L., Falappa, F., & Lvovich, D.
(2004). Acerca del Estado de Bienestar en el peronismo clásico (1943-1955). Bertranou, J. Palacio J. M,
y Serrano, G. (Comps.), El país del no me acuerdo. (Des)memoria institucional e historia de la política
social en Argentina, 83-114; Zanatta, L. (2012). Breve historia del peronismo clásico. Sudamericana;
Dulitzky, A. (2011). El escritor desclasado: Julio Cortázar y la sociedad argentina del peronismo
clásico. Pensar. Epistemología y Ciencias Sociales, (5); y Acha, O. (2008). Política y asociacionismo en
los años terminales del peronismo clásico, ante la movilización católica (Buenos Aires, 1954-1955). In
Primer Congreso de Estudios sobre el Peronismo: La Primera Década.
La ciudad de Luján, situada a 66 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos
Aires, está ubicada en la región de la pampa húmeda a orillas del Río Luján. Se
encuentra rodeada de medianas y pequeñas estancias dedicadas mayormente a la
ganadería y a la agricultura. En sus alrededores, el paisaje de llanura adquiere suaves
ondulaciones y diversos grupos de árboles, plantados durante los últimos 100 o 120
años, interrumpen y matizan el plano horizonte pampeano.

Es conocida la historia en la cual a mediados del siglo XVI el adelantado Don


Pedro de Mendoza había mandado a su hermano don Diego de Mendoza con su sobrino
Pedro Benavides y los más destacados capitanes a buscar “mantenimientos” a las islas
del Delta. Era un total de trescientos hombres de los cuales treinta iban a caballo.
Dichos expedicionarios, al llegar a orillas de un río próximo a una laguna, se
encontraron con indígenas que los atacaron. Este combate, en el que murieron Diego de
Mendoza y otros treinta y ocho hombres y en el que fueran heridos el Capitán Pedro de
Luján y su acompañante, es el que otorga el nombre al río.

Los orígenes de su poblado se remontan al siglo XVII y están asociados al


milagro de la Virgen ocurrido en 1630 a unos 30 km de distancia. Trasladada la imagen
de la Virgen en 1671 al sitio del actual emplazamiento de la ciudad, el primitivo
poblado se formó lentamente alrededor del santuario, mientras se desarrollaba como
posta y lugar de descanso en el camino real hacia el Alto Perú y como puesto de
avanzada en la frontera contra el indio. En el pago de Luján los primeros repartos de
chacras y estancias determinaron el lugar de erección de la Capilla de Nuestra Señora de
Luján para el año 1730. La existencia del santuario influyó necesariamente en la
formación de un núcleo de población pero fue más determinante el acoso indígena que
se produjo por esos años que terminó provocando el aglutinamiento de los pobladores.
Birocco resalta el papel jugado por los miembros de la familia Díaz Altamirano quienes,
como propietarios de los terrenos en torno al santuario de la virgen, lotearon y
vendieron los solares (Birocco, 2003: 34). Entre 1734 y 1742 la población residente fue
delineada y formalizada, adquiriendo en 1756 el estatuto de Villa con su
correspondiente Cabildo. A partir de 1784 la jurisdicción de Buenos Aires se organiza
administrativamente y los pagos y ciudades pasan a estar ordenados en partidos, hecho
que se refleja en una nueva denominación: el Partido de Luján.

Margarita Gutman relata que el poblado que creció muy lentamente durante el
período colonial, comenzó a desarrollarse a mitad del siglo XIX como consecuencia del
auge en la región de la explotación del ganado lanar orientado al mercado internacional
(Gutman, 1995:76). La llegada del ferrocarril proveniente de Buenos Aires, en 1864, y
la afluencia de numerosos contingentes de inmigrantes, principalmente italianos y
españoles, fueron factores decisivos en el desarrollo urbano. Declarada ciudad en 1893,
Luján incrementó y complementó sus funciones de gobierno, administrativas,
educativas, financieras y de comunicaciones telefónicas y telegráficas. A la vez, se
fortaleció como centro de comercio mayorista y minorista de abastecimiento a los
pobladores del campo y como centro de elaboración artesanal de alimentos e
indumentaria. Simultáneamente se consolidó como centro religioso y de peregrinaje,
incrementándose el comercio y el turismo en la ciudad (Gutman, 1995:76 y 77).

Entre 1881 y 1895 la población de la ciudad pasó de 3.451 a 5.236 habitantes y


su crecimiento se aceleró entre 1895 y 1914, con una tasa media anual de 3,14%,
totalizando 9.428 en 19142. En la primera década del siglo XX Luján mostraba un
desarrollo de cierta envergadura, con nuevas viviendas, mayormente de planta baja y
algunas pocas con un piso alto grandes y pequeños locales comerciales — como
almacenes de ramos generales, panaderías y bazares —, talleres, hoteles, nuevas
escuelas, bancos públicos y privados, un hospital y edificios de las colectividades
extranjeras como la italiana — que en ese momento estaba nucleada en tres sociedades
distintas, cada una con su edificio —, la española y la francesa, algunas de ellas con
teatro. Muchas calles fueron adoquinadas y las más importantes, así como las plazas, se
iluminaron por la noche con la luz eléctrica proveniente de la usina local que se instaló
en 1901 para abastecer a toda la ciudad.

A comienzos de la década de 1930 la ciudad aumento su área edificada. En esos


años se realizaron una serie de obras que otorgaron a las áreas centrales de Luján el
perfil urbano que aún hoy conservan. Las grandes intervenciones urbanas llevadas a
cabo en la ribera, la apertura de la avenida de acceso al santuario y la ampliación del
Museo Histórico, transformaron principalmente el área basilical y los lugares utilizados
por los peregrinos y turistas. También continuó la modernización de la ciudad y se
mejoraron su equipamiento e infraestructura. Entre 1914 y 1947 la población de la
ciudad había aumentado de 9.428 habitantes a 19.176, con una tasa de crecimiento
medio anual de 2,17%. La ciudad se había extendido y densificado, pero aún se

2
Censo General de la provincia de Buenos Aires, 1881, Buenos Aires, p. 239; Segundo Censo de
la República Argentina, 1895, Buenas Aires, Tomo 1, p. 263.
desarrollaba sobre una superficie relativamente pequeña en torno a sus dos plazas. A
principios de 1940 el sector más poblado se extendía desde la plaza Belgrano en
dirección a la plaza Colón (Gutman, 1995:81 y 83).

Según Gutman, esta tendencia hacia la urbanización y concentración urbana se


debió, entre otros motivos, al crecimiento de la actividad industrial que se radicó en la
ciudad de Luján y sus alrededores. En la década de 1930 comenzaron a instalarse
industrias textiles — que constituyeron el rubro más importante — y luego se fueron
agregando las metalúrgicas livianas, dedicadas a la fabricación de herramientas,
maquinarias industriales y repuestos agrícolas. Esta actividad industrial se vio
favorecida por la proximidad de otros centros de consumo, principalmente localizados
en el área metropolitana de la ciudad de Buenos Aires, y las mejoras en los medios de
comunicación y de transporte (Gutman, 1995:84).

En cuanto a la ciudad de Mercedes, es la cabecera del partido homónimo, situada a


96 km al oeste de Capital Federal y su historia está íntimamente ligada a la de Lujan.
Esta tiene su origen entre los años 1752 y 1753 como un fortín construido para contener
los avances de las tribus de pueblos indígenas autóctonos, sobre la frontera oeste de la
campaña bonaerense. En 1745, tras el malón sobre la Villa de Lujan del año anterior, se
dispuso la organización de un cuerpo de milicianos y la construcción de un fuerte de
estacada a seis leguas del Santuario de la Virgen que estuvo a cargo de una guarnición
forzada y gratuita. Siete años después, en 1752 se creó la primera compañía de
blandengues llamada La Valerosa que se asentó en este paraje conocido desde entonces
como Frontera de Luján y desde comienzos del siglo XIX como Guardia de Luján
(Barcos, 2007:9). En el año 1774 ya constituía un núcleo poblacional de cierta
importancia, con el establecimiento de chacras a los costados de la “Guardia de la
Frontera de Luján”, nombre real del asentamiento. En 1786 el poblado se constituye en
una parroquia aparte al separarse de Luján. Bajo la comandancia de Francisco Balcarce,
Autoridad Suprema de la Campaña, se registró un aumento de la población, las
explotaciones agrarias, y la obra pública. El rango de partido lo consiguió en 1812 y a
partir de 1854 se la conocería como “Villa de Mercedes”. Finalmente, la categoría de
Ciudad la consiguió en 1865, contando ya con Tribunales de Primera Instancia.

A finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX la ciudad tuvo
un extraordinario florecimiento comercial e industrial que formó el paisaje para las
décadas siguientes: contaba con un molino a vapor y un pujante sector panadero; una
fábrica de torniquetes; talleres de construcción de carruajes; talabarterías, zapaterías,
sastrerías y camiserías; pulperías que todavía quedaban de la época colonial; una
faenadora de cerdos; y hasta una fábrica de jabón y velas. En ese periodo también se
construyeron algunas de las obras arquitectónicas más importantes de la ciudad hasta la
actualidad: el edificio del Teatro Español en 1879, el edificio de la Biblioteca Popular
Domingo Faustino Sarmiento en 1912, la Catedral Nuestra Señora de las Mercedes se
inauguró en 1921, y la construcción del nuevo edificio del Hospital Blas Dubarry en
1940 entre otros (Cestari, 2006).

A finales de la década del ‘40 Mercedes ya contaba con amplios servicios públicos:
por la ciudad pasaban tres líneas de ferrocarril (del Pacifico, Oeste, y Compañía
General) con cuatro estaciones que llegaban a San Juan, La Pampa y el norte argentino
demostrando su pujanza económica (Del Olmo, 1940:74). También funcionaban cuatro
instituciones bancarias: el Banco de la Nación, fundado en 1982; el Banco de la
Provincia de Buenos Aires, fundado en 1864; una sucursal del Banco Español desde
1908; y el Banco de Mercedes, institución netamente local que tuvo sus inicios en 1933
fundado por un grupo de hacendados y comerciantes locales (Del Olmo, 1940:79). En el
aspecto educativo funcionaban la Escuela Normal Justo José de Urquiza fundada en
1887; la Escuela Nacional de Artes y Oficios – luego Escuela Técnica – había iniciado
actividades en la década del ’20; y el Colegio Nacional Florentino Ameghino
inaugurado en 1906. Además había asilos y colegios religiosos, un vivero municipal, un
colegio de abogados, y una cárcel departamental que databa de 1887. Al mismo tiempo
la ciudad contaba con un importante polo cultural, deportivo, y de entretenimientos. Se
registraba la existencia de siete periódicos: “El Orden”, “La Ley”, “El Oeste”, “La
Provincia”, “Emancipación”, “La Hora”, y “Mercedes”; una estación de radio local “La
Voz de Mercedes”; y hasta una filial del “Rotary Club”. La ciudad tenía clubes que
cubrían variadas actividades deportivas tales como futbol, básquet, natación, bochas,
ciclismo, ajedrez y atletismo.

Según datos del Censo Nacional de 1947 la población total del partido para ese año
fue de 34.501 habitantes. Se registró un crecimiento anual medio por mil habitantes del
0,4% respecto a la medición anterior (1914), con una densidad poblacional de 55,4
personas por km2. En la zona urbana vivían 21.714 personas, y en la rural 12.877.
Clasificados por sexo había 17.977 varones y 18.814 mujeres. La cantidad de personas
ocupadas percibiendo un salario era de 13.808; la cantidad de personas ocupadas sin
remuneración (estudiantes, amas de casa) era de 11.436; y la cantidad de desocupados
totales, sumando los desempleados y los que vivían puramente de renta, era de 1.175
personas. Para 1950 la población había ascendido a 46.482 habitantes, de los cuales
24.262 eran varones y 22.220 mujeres3.

b. La industria textil en la zona y la Algodonera Flandria

De acuerdo a Fernando Rocchi la instalación de verdaderas fábricas que


empleaban considerable mano de obra en la argentina comenzó tímidamente en la
década de 1870. El primer centro de crecimiento fabril fue la Capital Federal, donde se
asentaba a principios del siglo XX la mayoría de las empresas importantes. La actividad
manufacturera aumentó rápidamente en el último cuarto del siglo XIX, alcanzando una
tasa de crecimiento del 8% anual. En 1914 la provincia de Buenos Aires contaba con
casi 15.000 establecimientos industriales, aunque con poco capital y trabajo relativo en
promedio, pues si bien representaban el 30% del número total del país, sólo sumaban el
26% de la inversión y el 24% del personal. En el censo industrial de 1935 se aprecia que
la provincia empleaba a 130.000 personas – el 24% del total del país – y representaba el
31% del valor de los productos elaborados y alcanzaba el 36% del total de la fuerza
motriz del país. Los mayores centros industriales se emplazaron en Avellaneda, La Plata
y Bahía Blanca (Rocchi, 2013:93 y 94). Las primeras industrias estuvieron ligadas a la
consolidación del modelo agroexportador siendo las dos ramas más destacadas los
frigoríficos y los molinos harineros.

La industria del tejido no fue la excepción ya que su rubro inaugural fue la


textilería lanera, dado que la Argentina poseía desde hacía tiempo la materia prima
necesaria para su desarrollo. La actividad relacionada con el algodón tuvo un
crecimiento más tardío, en buena medida porque el país lo importaba hasta la expansión
de su cultivo en el Chaco en la década de 1920. La fabricación de su fibra aumentó casi
trece veces (con una base muy reducida) entre 1900 y 1920, diez veces entre 1920 y
1930 y tres veces entre 1930 y 1943. Entre las empresas pioneras en el rubro textil se
pueden nombrar a La Bernalesa, ubicada en el actual partido de Quilmes, y la compañía
fundada por Miguel Campomar - Campomar y Soulas - que en 1898 construyó una
fábrica de envergadura en Valentín Alsina (Rocchi, 2013:98).

3
Información del Diario La Hora, 25 de junio de 1952.
Como se dijo anteriormente, fuera del Gran Buenos Aires una de las principales
fábricas de textiles fue la S.A. Anónima Algodonera Sudamericana Flandria.
Aprovechando las facilidades generadas por la política de protección industrial
impulsada por el gobierno radical en los años ’20 y el crecimiento del mercado local, la
empresa fue constituía en Buenos Aires en octubre de 1924. Emplazada en la localidad
de Valentín Alsina, la finalidad de la empresa fue fabricar hilados y tejidos en general y
de llevar a cabo operaciones de comercialización a través de consignaciones y de
compraventa de bienes. El capital de la empresa pertenecía mayoritariamente a los
Etablissements Steverlynck, firmas propietarias de varias fábricas textiles en la zona de
Courtrai (Belgica) dedicadas a la producción de hilados y tejidos. Hasta la instalación de
la filial en 1924 la empresa exportaba su producción al mercado argentino a través de un
representante, la firma Braceras y Compañía, cuyos propietarios, de origen catalán, se
dedicaban a la importación y fabricación de textiles. Al establecerse la filial en la
Argentina los Steverlynck se asociaron con los Braceras, participando estos últimos con
poco más del 20% del capital hasta mediados de la década de 1930, momento en que se
retiraron de la sociedad (Barbero y Ceva, 2004:83).

En una zona industrial, con fuerte presencia del sector textil, Algodonera
Flandria funcionó durante cuatro años en Valentín Alsina usando instalaciones que
alquiló a otra firma. A fines de 1927 comenzaron las obras de construcción de una
nueva fábrica en tierras lindantes con la estación Jáuregui del Ferrocarril Oeste, en las
cercanías de Luján. Según Barbero y Ceva la nueva localización de la empresa
respondió principalmente a la puesta en marcha de un proyecto personal de Julio
Steverlynck, dueño y director de la empresa: la construcción de una comunidad
relativamente aislada de las áreas urbanas, en la que predominaran las relaciones de
cooperación entre patronos y obreros, en la que se evitaran las consecuencias sociales
más negativas del proceso de industrialización siguiendo los principios de la doctrina
social de la Iglesia (Barbero y Ceva, 2004:88). A partir del traslado a Jáuregui la fábrica
funcionó allí, mientras que en el centro de la ciudad de Buenos Aires tenía sus oficinas
encargadas de la contabilidad, la importación y las ventas (Barbero y Ceva, 2004:92).

La base de la política social de Algodonera Flandria era el otorgamiento de


facilidades a los trabajadores para que pudieran acceder a la propiedad de sus viviendas.
Se les ofrecían créditos en condiciones muy favorables — en un plazo de hasta veinte
años y sin interés — para que compraran terrenos en las inmediaciones de la fábrica, y
allí edificaran sus casas, también a través de créditos que recibían de parte de la
empresa. A medida que se fueron formando los pueblos — Villa Flandria Sur y Villa
Flandria Norte — la firma se hizo cargo de ofrecer los servicios básicos concernientes a
la educación, la salud y la recreación (Barbero y Ceva, 2004:90). La cantidad de
trabajadores empleados en la empresa se incrementó en forma sostenida entre mediados
de la década de 1920 y principios de 1940, pasando de 26 a 718 en ese tramo, y
creciendo nuevamente a partir del fin de la segunda guerra mundial. Tanto los obreros
como la mayoría de los directivos y capataces vivían en Jáuregui, compartían los
mismos clubes y enviaban a sus hijos a las mismas escuelas. Los directivos habitaban en
un barrio en las adyacencias de la fábrica, en casas construidas por la empresa, pero no
contaban con instituciones sociales propias. (Barbero y Ceva, 2004:94 y 97).

c. La industria siderometalúrgica en la zona y la Elaboradora General de Plomo

Cuenta Marcelo Rougier que la explotación y transformación de metales no


ferrosos en la Argentina se inició a través de empresas filiales o ligadas de alguna
manera a esas grandes empresas internacionales. A comienzos de la década de 1930 la
producción de metales alcanzaba poco más del 10% del total del valor agregado de toda
la industria. Los yacimientos de minerales disponibles no eran muy generosos. En el
mejor de los casos se hallaban dispersos y desconectados de los grandes centros de
consumo y elaboración de la zona del litoral pampeano. El consumo local del metal era
poco significativo y su escasa magnitud no estimulaba las inversiones en el sector; en
consecuencia, las importaciones relativamente baratas podían cubrir las raquíticas
necesidades de semielaborados y productos finales sin mayores dificultades (Rougier,
2012:74 y 75).

Esta industria tuvo un boom temporal durante la Primera Guerra Mundial (por la
alta demanda y la imposibilidad de importar) para dar paso inmediatamente a una crisis
al finalizar el conflicto por la caída abrupta de su consumo. El camino hacia el segundo
conflicto bélico europeo volvió a generar las condiciones para hacer atractiva la
empresa de producir metales no ferrosos, al menos mientras duro la guerra. En paralelo
a estos avatares, la industria transformadora local avanzó gradualmente en la sustitución
de la importación de semielaborados y bienes finales importados (Rougier, 2012:75 y
76).
En 1914 existían un centenar de fundiciones de minerales y metales, y más de
mil talleres metalúrgicos que pronto avanzaron en la sustitución de los bienes
importados a pesar de las dificultades para obtener maquinarias y equipos. En la década
de 1930 las empresas locales tenían prácticamente la capacidad para fabricar todas las
manufacturas de los principales metales no ferrosos; si bien en 1935 existían en el país
solo tres establecimientos dedicados a la fundición de minerales, casi noventa se
ocupaban de la fabricación de bienes intermedios y manufacturas de uso final. Al igual
que la extracción, la fundición de plomo estaba en manos de empresas extranjeras -
norteamericanas principalmente - instaladas durante los años de la Primera Guerra
Mundial (Rougier, 2012:76 y 77). Hacia mediados de la década de 1940 las plantas de
fundición más importantes destinadas a obtener plomo metálico en lingotes eran las de
Puerto Vilelas, propiedad de la National Lead Co.; la de La Tablada, propiedad de Insud
S.A. del Grupo Mauricio Hochschild; y la de Avellaneda en los suburbios de la ciudad
de Buenos Aires.

Sin embargo, la principal y más antigua empresa de ese rubro en el país era la
Elaboradora General de Plomo que tenía capitales de la Sociedad Minera y
Metalúrgica Peñarroya, la mayor productora de plomo a comienzos del siglo XX,
controlada por la rama francesa del grupo Rothschild. (Rougier, 2012:77 y 78). Esta
empresa había nacido en 1881 fruto de la combinación de ciertas maniobras estratégicas
de varios grupos comerciales, bancarios y ferroviarios en el norte de la provincia de
Córdoba (España) (Lopez-Morell, 2003:96). La empresa se caracterizaba por un modelo
de negocios basado en la agresiva adquisición de otras firmas alrededor del mundo
(mineras, ferroviarias, otras fundiciones) que pudieran abastecer su cadena productiva y
comercial. Su filial argentina se fundó en 1904 instalando una primera planta industrial
en Jujuy, cerca de las minas; que años después se trasladó a Villa Lugano, en la ciudad
de Buenos Aires, donde cincuenta empleados elaboraban tapas para botellas y planchas
para imprimir con plomo puro (Rougier, 2012:77 y 78).

En 1935 Peñarroya adquirió una segunda planta fundidora en la ciudad de


Mercedes a través de su filial local Elaboradora General de Plomo S.A. La fundición se
encontraba instalada en los terrenos del “Antiguo Molino Cluse” (cerca del actual
Parque Municipal Independencia), a cuya sucesión la compró la firma Torres y Peirano
quienes, por ser poseedores de minas de plomo en Bolivia, transformaron dicho molino
en una fundición en el año 1914. La fundición tuvo que cerrar luego de la Primera
Guerra Mundial por falta de demanda pero fue reabierta en 1935 en un acuerdo de la
multinacional con Torres y Peirano. Durante la década del ‘50 el ingeniero francés
Georges Busquet fue apuntado como director de la misma, contando desde su reapertura
con 150 trabajadores – varios de nacionalidad francesa y boliviana - y ocupando el
segundo lugar en el país como una de las principales proveedoras de plomo fundido
(Cestari, 2006).

3. Orígenes del fuero laboral y los tribunales de trabajo en Mercedes

En esta sección se explicara cómo se instauro el fuero laboral en Mercedes a


partir de la reforma judicial realizada por Juan Domingo Perón durante el gobierno de la
revolución de 1943.

a. Contexto nacional

Como se mencionó en la introducción, desde la Secretaria de Trabajo y


Previsión (STP) Perón comenzó a construir un aparato inédito de intervención y
regulación de las relaciones laborales mediante el lanzamiento de una batería de normas
legales. El entonces coronel del ejército pudo hacer esto gracias a un nuevo clima de
ideas que se instalaba en el mundo occidental desde principios del siglo XX. El
surgimiento de las sociedades de masas con una creciente participación de la clase
trabajadora en la vida social y política en las principales naciones capitalistas impulso la
necesidad de una transformación en el ámbito jurídico para regular con mayor eficacia
las relaciones sociales. Estas nuevas ideas se vieron plasmadas en lo que se llamó el
constitucionalismo social cuyos primeros ejemplos fueron las cartas magnas del México
revolucionario (1917) y la República de Weimar (1919). Esta corriente propugnaba el
establecimiento de límites a la propiedad individual para atender necesidades colectivas
además del reconocimiento de derechos sociales básicos como jubilaciones, libertad de
asociación y las negociaciones colectivas de trabajo (Palacio, 2018:34 a 37).

A este clima se sumaban antecedentes académicos con la conformación en


nuestro país de un cuerpo de juristas – entre los que se contaba a figuras como Alfredo
Palacios, Joaquín V. González, José Nicolas Matienzo, Juan Bialet Massé, Carlos
Saavedra Lamas, Leónidas Anastasi y Alejandro Unsain – cuyo trabajo intelectual
durante las primeras décadas del siglo pasado se desarrolló en novedosas cátedras sobre
legislación laboral e institutos de investigación abiertos en el ámbito de las
universidades más emblemáticas: Córdoba, Buenos Aires, La Plata y del Litoral (con
sede en Santa Fe). La existencia de jurisprudencia laboral previa – como la ley 4.661
(1905) de descanso dominical, el artículo 2 de la ley 9.688 (1915) sobre accidentes de
trabajo, el artículo 6 de la ley 11.317 (1924) que prohibía el trabajo nocturno de las
mujeres y menores, y el artículo 1 de la ley 11.544 (1929) que establecía la jornada
laboral de 8 horas diarias y 40 horas semanales – fue el último pilar en que se apoyó
Perón para levantar un nuevo sistema de justicia de trabajo, agregándole propósitos y
espíritu propios.

El marco teórico-legal fue acompañado por la creación de nuevos organismos


estatales que monitoreaban y garantizaban su aplicación efectiva, lo que constituyo la
verdadera novedad del proceso (Palacio, 2018:60). La arquitectura legal del peronismo
se forjo en el otrora Departamento Nacional del Trabajo –creado en 1907 por el
presidente José Figueroa Alcorta- junto a cuadros técnicos que se desempeñaban en
dicha dependencia hacía tiempo. El departamento fue rebautizado en 1943 –mediante el
decreto 15.074-, redimensionado y potenciado al ser elevado a la órbita del Poder
Ejecutivo Nacional. Esta medida tenía el propósito de centralizar, controlar y
nacionalizar la ejecución de la hasta ese momento fragmentada legislación laboral
vigente. La STP absorbió todas las reparticiones laborales provinciales y locales
convirtiéndolas en delegaciones regionales. La flamante secretaria tenía funciones de
control y policía: podía inspeccionar, recibir denuncias, multar y producir legislación
sobre los ámbitos de trabajo. También realizaba tareas de divulgación y asesoramiento
técnico sobre material legal a organizaciones obreras (sindicatos y gremios). Por último,
la STP se arrogaba la potestad de mediar, conciliar y arbitrar en todos los conflictos
laborales que se produjeran en el territorio nacional (Palacio, 2018:63 a 64). A partir de
ese momento se desato un torrente de decretos, resoluciones y disposiciones en materia
laboral (Palacio, 2018:65)4.

Junto con la STP la creación de los tribunales de trabajo fue el avance


institucional más significativo de la reforma judicial peronista. El 30 de noviembre de

4
Solo en el año 1944 se contaron cientos de normas nacionales como el Estatuto del Peón Rural
y otros estatutos profesionales, la creación de los tribunales de trabajo, disposiciones sobre pago de
salarios, jornada de trabajo, descanso semanal, accidentes, protocolos de arbitraje y conciliación,
reconocimiento de personería jurídica de gremios, cientos de convenios colectivos de trabajo. Estas
normas se reforzaron con facultades punitivas que la misma STP se arrogaba para castigar a los
infractores de las nuevas leyes. En 1945 se sanciono el decreto 1.740 que establecía vacaciones anuales
remuneradas para todos los trabajadores del país y la creación del Instituto Nacional de Remuneraciones
que consagraba un salario mínimo y vital, el aguinaldo, y la doble indemnización por despido
injustificado. Todo este cuerpo normativo fue finalmente ratificado en la etapa democrática abierta en
1946 mediante la ley 12.921 y la secretaria se transformó en ministerio a partir de 1949.
1944 salía a la luz el decreto 32.347 que inauguraba la justicia laboral en la argentina al
instaurar los Tribunales de Trabajo en la Capital Federal. Elaborado técnicamente por la
División de Asesoría Legal de la STP entre sus principales fundamentos se mencionaba
la existencia de un nuevo derecho a nivel internacional que había surgido para regular la
relación capital-trabajo, la necesidad de una justicia más expeditiva, económicamente
accesible, socialmente equitativa y que estuviera a tono con los más modernos sistemas
legales del mundo en aquel entonces (Palacio, 2018:90 y 91).

Los tribunales se organizaron en el ámbito del Poder Judicial como un nuevo


fuero cuya competencia estaba limitada a los conflictos individuales de trabajo mientras
que los conflictos colectivos quedaron bajo la esfera de otras reparticiones estatales
como la STP. Tenían una organización mixta compuesta por las Comisiones de
Conciliación y de Arbitraje, jueces de Primera Instancia y una Cámara de Apelaciones.
El procedimiento debía comenzar en la Comisión de Conciliación (que sería organizada
y funcionaria dentro de la STP). De no prosperar esa intervención, debía continuar por
la vía judicial o bien, de común acuerdo, por la vía arbitral. Buena parte de la
instrucción del juicio – recepción de la demanda, contestación, recolección de pruebas –
se llevaba a cabo en la Comisión. Esta se conformaría con un presidente, un
vicepresidente y un número de vocales que determinaría la STP. Sus miembros debían
tener título de abogado, procurador o escribano y especial versación en derecho del
trabajo. Las comisiones de arbitraje, presididas por el delegado estatal, se conformarían
ad hoc según el recurrente principio clasista. Una vez iniciada la demanda, la Comisión
de Conciliación debía fijar la audiencia dentro de los cinco días, en la que debía
proponer una fórmula de solución. Si esta fracasaba, se iniciaba la etapa contenciosa, en
la que las partes debían presentar pruebas –como declaraciones de testigos, dictámenes
de peritos o inspecciones oculares- que luego serían elevadas junto con las actuaciones
al juez de turno. En sede judicial, el pleito continuaba con el llamado (en un plazo no
mayor de diez días) a una audiencia pública, oportunidad en la que el magistrado
interrogaba personalmente a los litigantes, examinaba a los testigos y ponderaba las
demás pruebas, pudiendo también solicitar el asesoramiento de expertos o nombrar
peritos. Cumplidos esos trámites, el juez debía dictar sentencia fundada en el texto de la
ley, que podía ser apelada por las partes o el Ministerio Publico. Si la apelación era
concedida, la Cámara a su vez podía tomar medidas ulteriores o dictar sentencia, a
mayoría absoluta de votos, también en un plazo no mayor de diez días (Palacio,
2018:92 y 94).

Con la restauración del orden democrático constitucional a partir de 1946 el


gobierno presidido por Perón intento extender la jurisdicción de la STP y los tribunales
de trabajo a todas las provincias ya que por el momento solo tenían validez en la Capital
Federal y los territorios nacionales. A través de la ley 12.948 de febrero de 1947 –
validando el decreto 32.347 de noviembre de 1944 – el gobierno nacional sugería
fuertemente a los estados provinciales replicar la normativa en sus territorios para crear
un sistema centralizado, sin embargo esto no fue posible. Según Palacio las provincias
se resistieron fundamentalmente en aras de mantener su autonomía respecto del estado
nacional:

“A pesar de las presiones de Perón en el sentido de crear un sistema


centralizado, el federalismo, reclamado por la acérrima oposición, pero también
defendido por las elites provinciales –incluso en las provincias gobernadas por
el peronismo-, finalmente se impuso y el proceso se dio en buena medida
respetando las autonomías provinciales.” (Palacio, 2018:112)

De esta manera Palacio caracteriza al naciente sistema de justicia laboral


argentino como de carácter mixto: por un lado funcionaba a partir de las delegaciones
regionales de la STP – dependientes del Ejecutivo nacional – que servían como vía de
recepción primaria de las demandas a la vez que daban asesoría legal a los actores
sociales, para luego pasar al fuero judicial ordinario – propio de cada provincia – donde
seguían su curso estándar (Palacio, 2018:112 y 113). En una línea similar Natalia
Bacolla afirma que las provincias estaban atravesadas por realidades políticas internas
complejas y heterogéneas cuyo equilibrio se vería afectado por la intervención del
gobierno nacional a través del nombramiento de funcionarios, magistrados, la creación
de juzgados, y la imposición de legislación nacional sobre la provincial. Esto genero
tensiones, resistencias y negociaciones en donde el estado nacional tuvo muchas veces
que ceder (Bacolla, 2019:278 y Bacolla, 2018: 169 a 171).

A lo que si accedieron la mayoría de los estados provinciales fue a crear sus


propios tribunales de trabajo, cada uno bajo un modelo a elección propia que se ajustara
a sus realidades particulares. La primera en hacerlo fue la Provincia de Buenos Aires,
gobernada por Domingo Mercante – fiel colaborador de Perón desde la revolución del
’43 – a través de la sanción de la ley 5.178 en octubre de 1947, reformada luego en 1954
para ampliar la cantidad de tribunales en el distrito ya que no daban abasto en atender el
volumen de demandas que estaban recibiendo. Palacio explica que:

“A diferencia de los porteños, se organizaban en un sistema de instancia


única y en tribunales colegiados, compuestos por tres jueces letrados, cuyas
sentencias solo podían ser recurridas por la Suprema Corte de Justicia
provincial. A su vez, los nuevos tribunales eran instancias de apelación de las
sentencias de los jueces de paz – ante quienes también podían iniciarse juicios
laborales – y de las sanciones de autoridades administrativas, como la STP.
Tampoco preveía el procedimiento la instancia inicial ante una comisión de
conciliación, aunque respetaba ese principio del derecho laboral y establecía
que los jueces podían intentar una conciliación en cualquier momento del
proceso.” (Palacio, 2018:111 y 112)

b. La justicia mercedina

La organización moderna del Poder Judicial de la ciudad de Mercedes empezó a


tomar forma a partir de la reforma constitucional de la Provincia de Buenos Aires en
1873, siendo este Poder desempeñado por una Suprema corte de Justicia, Cámara de
Apelaciones y demás tribunales, reservándole a la Legislatura dictar una ley orgánica.
En la Sección Novena de la Constitución reformada se dispuso el mandato de que en
cada ciudad cabeza de departamento judicial haya una Cámara de Apelación con
competencia en materia civil, mercantil y criminal, y en otra de sus previsiones divide el
fuero civil y mercantil por un lado, y el criminal por el otro. De este modo surgió el
primer juzgado de primera instancia en lo Civil y Comercial y la Cámara de Apelación
(única) en el departamento de Mercedes, entre otros departamentos. En 1874 el Estado
Provincial diseño el organigrama judicial, paso a designar jueces y funcionarios en los
distintos departamentos, incluido el de Mercedes, quienes asumieron a principios de
1875 (Molle, 1997).

En 1888 se aprobó el proyecto de construcción del Palacio de Tribunales,


impulsado por los hermanos Hernández. El proyecto no se concretaría hasta el 28 de
Mayo de 1908, fecha de la inauguración del Edificio, sobre las intercepciones de la calle
26 esquina 27, y calle 27 esquina 28. Denominados “Tribunales del Departamento del
Centro”, tenían jurisdicción sobre los partidos de Alberti, Bragado, Carlos Casares,
Carlos Tejedor, Carmen de Areco, Chivilcoy, General Pinto, General Villegas, General
Viamonte, Junín, Mercedes, Leandro N. Alem, Lincoln, Luján, 9 de Julio, Pehuajó,
Pellegrini, Rivadavia, Marcelino Ugarte, San Andrés de Giles, San Antonio de Areco,
Suipacha, Trenque Lauquen y 25 de Mayo. Para el año 1940 funcionaban ya en ese
edificio la Cámara en lo Correccional y Criminal: Juzgados N°1, 2 y 3; en lo Civil y
Comercial N°1, 2 y 3; y en Juzgados en lo Criminal y Correccional, N°1, 2 y 3, también
se encuentran las Secretarias Asesores de Menores; Agentes Fiscales, Defensores de
Pobres y Ausentes y el Registro fue librado al público en 1939. En esta época los
Tribunales contaban con una planta de personal que, entre magistrados, funcionarios y
empleados, sumaban unas 150 personas (Molle, 1997).

El más nuevo de los fueros incorporados a la administración de justicia


departamental fue el de Trabajo, cuya apertura se materializó el 1° de Diciembre de
1948, jornada inaugural de todos los tribunales de trabajo creados – como se mencionó
antes – por la Ley Provincial 5.178 sancionada el año anterior. Antes de esa fecha los
conflictos laborales eran atendidos por el fuero Civil y Comercial. El Tribunal de
Trabajo N°1 de Mercedes estuvo compuesto por tres jueces durante el periodo
estudiado: Agustín Borgarelli, Juan Bautista Rocca y Publio Bustos Fernández. Este
tribunal fue el encargado de recepcionar y analizar todos los conflictos laborales
ocurridos en Algodonera Flandria y la fundición de plomo.

4. El ejercicio de los derechos laborales por parte de los trabajadores

5. Reflexiones finales
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Fuentes

Cuarto Censo General de Población, 1947.

Revista “La Voz de Mercedes”, Santos del Olmo, Mercedes, 1940.


Los autores mencionados coinciden en que la implementación de los tribunales
parece haber sido acompañada por un trabajo de articulación entre agentes del Estado
Nacional (fundamentalmente a través de la STP) y el sindicalismo local (Bacolla, 2019;
Gutiérrez y Tomás, 2020; Kindgard, 2019). Esta alianza o sociedad parecía tener la
función de operar como un mecanismo para garantizar y potenciar el funcionamiento
del nuevo fuero. Sin embargo, el arribo a los espacios provinciales de estos agentes en
el proceso de conformación del fuero, así como la consolidación de las delegaciones
regionales de la STP, generó tensiones políticas que dieron lugar a reacomodamientos y
negociaciones para encontrar un punto de equilibrio en la nueva realidad que se
conformaba. Las particularidades, las tradiciones y los hábitos de los actores sociales
provinciales tuvieron un peso sustancial en el formato final que tomo cada fuero laboral
local. Esto pone en tensión cualquier noción sobre un peronismo monolítico que se
imponía vertical y homogéneamente en todos los espacios donde se desplegaba dando
paso a una imagen mucho más matizada. Otro rasgo común descubierto por estos
estudios precedentes es la existencia de un efecto disciplinador que tuvo el nuevo
sistema en las prácticas empresariales de distintas provincias en cuanto a la gestión,
organización, condiciones de contratación y relaciones con sus empleados, incluso hasta
las condiciones de infraestructura generales de las unidades productivas.

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