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DR.

SERGIO RULICKI | DIPLOMATURA EN COMUNICACIÓN NO VERBAL | EPC – UNIVERSIDAD AUSTRAL

Material de lectura | Módulo 1_ Unidad 3

The Captains of Our Lives


Ultimate Phylogenetic Perspectives on Emotions in Humans and Other Primates
In Mind the Gap: The Origins of Human Universals, Peter Kappeler & Joan Silk, Editors, 2010.
Daniel M.T. Fessler & Matthew M. Gervais
Center for Behavior, Evolution, & Culture and Department of Anthropology, University of
California, Los Angeles

Los Capitanes de Nuestras Vidas


Perspectivas filogenéticas sobre las Emociones en Humanos y otros Primates
Daniel M.T. Fessler y Matthew M. Gervais

Traducido y editado con fines explicativos por: DR. SERGIO RULICKI

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Material de lectura | Módulo 1_ Unidad 3

“No olvidemos que las emociones cotidianas son las grandes capitanas de nuestras vidas a las que
obedecemos sin darnos cuenta.” Vincent Van Gogh

Introducción

Desde hace mucho se reconoce que la perspectiva evolucionista es útil para la investigación de las
emociones. En este capítulo empleamos dos aplicaciones complementarias de la teoría de la evolución. Una
es el adaptacionismo, que contempla las emociones como adaptaciones reguladoras del comportamiento
emocional, que evolucionaron como respuesta a los desafíos que los organismos tuvieron que confrontar a
lo largo del tiempo evolutivo (Ekman 1992, Frijda 1986, Lazarus 1991, Nesse 1990, Tooby & Cosmides 2008).
Cada emoción es desencadenada por indicadores de la presencia de desafíos y oportunidades que han sido
recurrentes y adaptativamente relevantes, y a partir de su desencadenamiento, cada emoción coordina los
sistemas motivacionales, fisiológicos y de procesamiento de la información que son necesarios para
responder adaptativamente a dichos desafíos y oportunidades. La segunda aplicación es filogenética y
comparativa. En primer lugar examina comparativamente la distribución taxonómica, real o esperada, de los
sistemas emocionales y de las capacidades cognitivas relacionadas con problemas adaptativos relevantes en
los órdenes y familias de especies1 sobre la base de los patrones de descendencia evolutiva. En segundo
lugar, estudia la lógica de cada transformación sistémica de la descendencia biológica como resultado de la
interacción entre la capacidad evolutiva del sistema, sus posibilidades de transformación y la estructura de
los problemas que las diferentes especies necesitaron superar para evolucionar.
Ninguna de estas dos aplicaciones de la teoría de la evolución al estudio de las emociones ha sido
hasta ahora realizada de manera completa, y la sinergia resultante de la integración de ambos enfoques a
menudo es pasada por alto por los investigadores. Nuestra meta es avanzar en el desarrollo de estas
perspectivas para demostrar su complementariedad, y emplearlas para tratar de comprender algunos
aspectos de la brecha que existe entre la vida emocional de los humanos y la de otros primates.
El trabajo pionero de Darwin sobre la expresividad emocional incluyó una perspectiva comparativa al
servicio de múltiples metas: 1) justificar la utilidad general de los principios explicativos mediante su
aplicación a todas las especies, 2) demostrar la descendencia humana de ancestros no humanos, 3) evaluar
el innatismo de la expresión humana mediante su similitud con la de otras especies y 4) explicar algunas
características humanas como rasgos vestigiales de formas ancestrales.

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En nuestro caso pertenecemos al orden Primate y la familia de los Homínidos. (Agregado por el traductor)

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Las primeras dos metas han sido alcanzadas. Ekman y otros estudiosos contemporáneos de las
expresiones emocionales nos han acercado a la tercera meta, y muchas de las expresiones faciales humanas
son actualmente consideradas pan-culturales. Todavía resta alcanzar el cuarto objetivo planteado por
Darwin. Mientras que el “vestigialismo” extremo ha caído en desgracia, muchas emociones exhiben
evidencia de la profundidad histórica de sus sucesivas modificaciones.
Presentaremos varios ejemplos de sistemas emocionales que aparentemente evolucionaron en
función del cumplimiento de un propósito específico, y que fue fueron subsecuentemente modificados para
servir a otro propósito diferente. En algunos casos, las propiedades de un sistema emocional ancestral
parecen haber incluido la capacidad de “pre-adaptación” (Gould & Vrba 1982) a las demandas ejercidas por
nuevos problemas adaptativos a medida que estos surgían (Fessler 2004, Gervais & Wilson 2005, Rozin et al.
1997).
En algunos casos, en la historia evolutiva de las especies, la tendencia de un sistema emocional a
responder con una acción específica dentro de un contexto evolutivo también específico, ha sido utilizada de
maneras novedosas mediante la modificación de las condiciones necesarias para el desencadenamiento de
las emociones que componían dicho sistema (Keltner & Anderson 2000; Rozin, 1996; Tooby & Cosmides
1989). Sin embargo, incluso a partir de la subsecuente selección secundaria, este proceso no necesariamente
borra el legado de la selección primaria, y residuos substanciales de las funciones de las emociones dentro
del modelo anterior continúan persistiendo, y es solo con referencia a estos rasgos ancestrales que tales
manifestaciones emocionales se vuelven inteligibles.
Cuando se lleva a cabo la retro-ingeniería de un rasgo (“reverse tinkering”; Andrews et al. 2002,
Gangestad & Simpson, 2007), esta consideración ilumina la estructura enmarañada de las emociones, ya que
estas han cumplido múltiples funciones a lo largo del tiempo evolutivo. Como se sugiere en el presente
trabajo, las perspectivas filogenética y comparativa dan forma y a la vez constriñen las hipótesis
adaptacionistas (ver: Gosling & Graybeal 2007, Gangestad & 21 Simpson 2007, Maestripieri 2003c).
Aparte de constituir una estrategia para el control de la interdependencia de las correlaciones entre
diversos rasgos evolutivos (Nunn & Barton 2001), el “tree thinking” ayuda a especificar el marco temporal
dentro del cual los fines adaptativos para las propiedades de un rasgo fueron seleccionadas, al tiempo que
sugiere un estado ancestral del que ese rasgo fue derivado. Esto refina la tarea de la retro-ingeniería al
reformular la pregunta principal: ¿Por qué esta forma emerge de la forma de la cual emergió? Una
perspectiva comparativa basada en la filogenia de las especies puede ayudar a segmentar analíticamente un
determinado rasgo en los aspectos que fueron afectados por las presiones evolutivas sobre un sistema
emocional, que tuvieron lugar durante períodos particulares del linaje analizado.

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Esta perspectiva resalta el proceso de selección secundaria a través del cual un sistema emocional
existente no resulta simplemente post-adaptado (Gould 1991, Gould & Vrba 1982), es decir, orientado a un
nuevo uso debido a nuevas presiones por cambios en el ambiente durante el decurso de la historia evolutiva,
sino que también ha estado sujeto a una selección especializada para las nuevas funciones emergentes. Este
proceso, que hemos denominado “cooptación” rara vez ha sido puesto de relieve en el estudio de la mente.
Las perspectivas filogenéticas y comparativas ofrecen ventajas para el estudio de las emociones humanas,
así como también lo hacen las perspectivas adaptacionistas puestas en relieve por el estudio de las sistemas
emocionales de las especies de primates.
Dado que las emociones son difíciles de cuantificar, la mayoría de los primatólogos han dejado de
lado el estudio de la emoción, aunque esto está empezando a cambiar (Aureli & Schaffner, 2002; de Waal,
1996; Maestripieri, 2003a). La confluencia de los análisis filogenéticos y adaptacionistas señala el camino
para encontrar en otras especies de primates emociones homólogas a las humanas. Conforme a este
enfoque, debería ser posible predecir la distribución taxonómica de las formas particulares de la
manifestación de las emociones a través de: 1) la consideración de las relaciones filogenéticas entre las
especies, 2) las presiones selectivas que producen y mantienen determinados rasgos y 3) las capacidades
cognitivas que constituyen un prerrequisito para la presencia de tales rasgos. Este procedimiento genera una
taxonomía de las emociones, que abarca desde las emociones ancestrales que se espera estén presentes en
todos los vertebrados, pasando por las emociones conservadas por todas las especies de primates, hasta las
emociones derivadas que se supone son únicas para nuestra especie.
Debido a que las investigaciones sobre las emociones de los primates están todavía en su etapa
exploratoria, los autores del presente trabajo no han podido llevar a cabo experimentos rigurosos sobre las
hipótesis filogenéticas correspondientes. Sin embrago, hay motivos para el optimismo, dado que los
obstáculos para el estudio de las emociones primate no son insuperables, y las investigaciones
contemporáneas están comenzando a emplear nuevos métodos para someter a prueba las motivaciones que
llevan al desencadenamiento de las emociones en los primates no-humanos (de Waal et al., 2008;
Lakshminarayanan & Santos 2008, Silk et al. 2005; Warneken et al. 2007). Más abajo bosquejamos un
conjunto de propuestas adaptacionistas, filogenéticamente enmarcadas con la intención de proporcionar
puntos de partida para los futuros estudios sobre la emoción, tanto en humanos como en primates no-
humanos. No se trata de una descripción exhaustiva de los repertorios emocionales de estas especies. Antes
bien, nuestra meta es demostrar, de acurdo con nuestro punto de vista, la forma en que tales descripciones
deberían tener, y promover la discusión futura.

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Una acotación acerca de la terminología empleada: debido a que las diferentes culturas enfatizan o
ignoran aspectos del espectro de las siete emociones humanas universales, no solo cualquier lexicón de
emociones de un lenguaje determinado constituye solo una capa brillosa de barniz sobre los fenómenos
subyacentes, sino que el vocabulario emocional de cada idioma define el marco semántico que recorta y
asocia ciertos fenómenos afectivos de manera particular para los miembros de las sociedades que hablan
dicho idioma. De igual modo, bajo dicha consideración, los términos de emoción utilizados aquí con fines
investigativos deben ser contemplados como etiquetas utilizadas para para señalar fenómenos adaptativos,
y no son necesariamente isomorfos con los fenómenos a los que dichos términos refieren en el uso habitual
que de ellos hace la cultura anglo-americana como parte importante de lo que puede denominarse
“psicología popular”.

Emociones arcaicas parcialmente conservadas

Todos los vertebrados confrontan un conjunto común de desafíos adaptativos elementales, que
incluyen la evitación de heridas y enfermedades, y encontrar parejas reproductivas. Los sistemas
motivacionales que evolucionaron en los vertebrados ancestrales en respuesta a estas presiones selectivas
han sido mayoritariamente conservados en los linajes descendientes. Debido a sus orígenes ancestrales, los
prerrequisitos cognitivos para estas adaptaciones son relativamente limitados. En general, prestar atención a
simples claves exógenas o endógenas es suficiente para identificar las condiciones desencadenantes.
Muchas de estas claves gatillo son suficientemente uniformes en diferentes circunstancias como para
permitir la canalización de las emociones sin necesidad de aprendizaje. Bosquejaremos algunas de las
emociones correspondientes a los desafíos adaptativos más relevantes. Luego, consideraremos cómo la
selección natural refinó estas configuraciones básicas.
En el caso del temor, la evitación de la pérdida de un miembro y otras amenazas inminentes para la
vida es un determinante fundamental de la capacidad de adaptación. La emoción de temor marca la
presencia de tales amenazas, motivando la huida como el principal resultado motivacional, y la lucha como
un resultado secundario cuando la amenaza proviene de otro animal y el escape es evaluado como
imposible. Los cimientos neurológicos del temor parecen haber sido altamente conservados, ciertamente
entre los mamíferos, y de manera argumentable entre los vertebrados en general. (Braithwaite & Boulcott
2007, Ohman et al. 2007, Panksepp 1998). Las expresiones de temor que son similares a aquellas presentes
en los seres humanos son reconocibles en muchas otras especies de primates (Parr et al. 2007). Esta
uniformidad es potencialmente explicable en términos de la conservación de una forma que resultó

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adaptativa en el proceso de selección natural, es decir, que favoreció la supervivencia y la reproducción. Los
resultados de los experimentos apoyan la suposición de Darwin (1872/1955) de que muchas expresiones
faciales son funcionales más allá de su valor de señalamiento, ya que la expresión facial del temor forma
parte de un programa genético que optimiza la percepción visual y los tiempos de reacción ante la detección
de una amenaza (Susskind et al. 2008).
La evitación de toxinas y patógenos es otro desafío adaptativo elemental. En los primates humanos,
la emoción de asco está relacionada con la expulsión inmediata de contaminantes que hubieran podido
ingerirse, y la evitación del contacto con aquello que presenta signos asociados con el riesgo patogénico, por
ejemplo: carne en estado de putrefacción o excrementos. El contacto oral es un poderoso desencadenante
del asco (Fessler & Haley 2006), y las reacciones asociadas con el asco incluyen la expulsión gastrointestinal,
lo que sugiere que prevenir la intoxicación ha sido la función original de esta emoción. Con posteridad, el
asco fue cooptado para favorecer la profilaxis mediante el recurso de ampliar los gatillos desencadenantes
para incluir la percepción de signos de enfermedad. El asco en los primates humanos también puede ser
desencadenado por la contaminación representacional, es decir, la transferencia del estatus de gatillo a una
variedad de señales resignificadas simbólicamente. Estas señales son percibidas como signos de la existencia
de eventos desencadenantes, incluso cuando estos podrías estar ausentes.2 La extensión del asco a tales
claves han llevado a algunos investigadores a argumentar que dicha emoción es una construcción cultural
defensiva contra la ansiedad existencial (Rozin et al. 2000). Sin embargo, esta perspectiva pasa por alto la
evitación del contacto con estímulos ecológicamente asociados con la transmisión de enfermedades como
uno de los rasgos de diseño más evidentes de dicha emoción. Debido a que los microbios no pueden ser
detectados a simple vista, pero sí esparcidos por proximidad física, resulta beneficioso que un conjunto de
señales que desencadenan el asco incluyan la contaminación potencial (Curtis & Biran 2001, Fessler & Haley
2006, Kelly en preparación).
Un sistema para la expulsión de lo ingerido se encuentra en todos los mamíferos. Entre los primates,
predecimos que el grado de elaboración de este sistema (por ejemplo, el número de señales
desencadenantes y la flexibilidad de la respuesta) variará en función de la importancia que tenga la
alimentación carnívora en la dieta de esa especie, en tanto la carne es una potente fuente de enfermedades.
De igual modo, esperamos que algunos mecanismos de evitación de patógenos estén presentes en todos los

2
Nota del Traductor: En el caso del temor, una figura delgada y ondulada sobre el suelo percibida de manera fugaz,
podría desencadenar y el impulso de alejarse rápidamente del lugar debido a que representa la forma de una serpiente,
aunque luego de una inspección más detallada resultara ser un simple trozo de soga. En el caso del asco, en los tiempos
que corren, alguien que tose o estornuda debido a una alergia, podría ser percibido como peligroso y los testigos evitar
su cercanía debido a la resignificación de toda señal de alteración respiratoria como fuente de contagio del covid-19,
aunque haya dado negativo en el test y los demás lo sepan.

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mamíferos. Dado que la vida gregaria es una determinante del riesgo acrecentado de contraer
enfermedades, estos mecanismos variarán en función del grado de sociabilidad de la especie. En contraste,
debido a que la contaminación representacional requiere habilidades conceptuales abstractas, esperamos
que sea bastante rara. En un número de especies de primates no-humanos, los investigadores han
documentado comportamientos que pueden interpretarse como profilácticos, ya que incluyen la evitación
de congéneres parasitados, así como la evitación del contacto con las heces (Nunn & Altizer 2006:159-170).
Sin embargo, todavía no se ha corroborado que tales comportamientos sean motivados por una reacción
emocional de asco, como sucede en los humanos.
Siendo la reproducción y no la supervivencia el mayor determinante de la capacidad adaptativa,
esperamos que todas las especies de reproducción sexual estén equipadas con una emoción semejante a la
“lujuria”, término que seleccionamos para señalar las sensaciones que constituyen el principal motivador del
comportamiento sexual humano. Aunque la frecuencia, forma y desencadenantes del comportamiento
sexual varían entre las diferentes especies de primates, la ubicuidad del comportamiento orientado a metas
reproductivas que lleva a la copulación, es consistente con el hecho de que esta emoción esté tan extendida.
Se debe destacar que existen paralelismos entre las exigencias asociadas con la búsqueda de un
compañero/compañera para el emparejamiento y la búsqueda de alimento, siendo comparables el
apetito/hambre a los ciclos de celo, así como la búsqueda de recursos a la discriminación entre opciones de
recursos disponibles. En los mamíferos existe una superposición entre los sistemas neurofisiológicos que
regulan el comportamiento sexual y aquellos que regulan el comportamiento de ingestión (Fessler 2003).
Esto sugiere que los sistemas de regulación de la ingestión pueden haber constituido los cimientos de los
cuales los sistemas de reproducción sexual fueron posteriormente construidos.
El asco, antitético de ambos, el hambre y el deseo sexual, juega un papel central en la evitación de la
reproducción humana (Fessler & Navarrete, 2004; Lieberman et al., 2003, 2007). El asco sexual de la mujer
ante las propuestas de emparejamiento de hombres que no son evaluados como los más óptimos para
cumplir con la función de compañeros reproductivos se incrementa alrededor del período de ovulación,
reduciendo así el contacto con candidatos considerados inferiores en momentos en que la fertilidad alcanza
su pico máximo (Fessler & Navarrete, 2003). La mayoría de las especies de primates exhiben este tipo de
rechazo (Muniz et al., 2006; Paul & Kuester, 2004), y es posible que un sistema emocional similar esté
involucrado. Sugerimos enfáticamente que tanto en la regulación de la ingestión como en la del
comportamiento sexual, algunos aspectos de la emoción del asco están presentes en todas las especie de
mamíferos.

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Emociones asociadas con la sociabilidad

El desencadenamiento de la emoción de asco ante la posibilidad de tener relaciones sexuales con


individuos identificados como familiares cercanos ilustra el hecho de que dicha emoción participa del
proceso de evaluación e identificación de la naturaleza y el significado de una posibilidad sexual anti-
adaptativa (Scherer 1999). La sociabilidad de las especies gregarias introduce un complejo conjunto de
desafíos adaptativos debido a que existen muchas maneras en las que los congéneres pueden afectar la
eficacia adaptativa, y por lo tanto, muchos sistemas de evaluación de los estímulos y sus consecuentes
respuestas emocionales deben enfocarse en la interacción social. En el nivel más elemental, debido a que la
competencia por los recursos es un determinante clave de la eficacia adaptativa, esperamos que emociones
discretas con sus correspondientes mecanismos de evaluación de los estímulos desencadenantes estén
dedicadas a los comportamientos competitivos. Desde la perspectiva de alguien que posee recursos, el
intento de un congénere de desposeerlo de dicho recurso debe ser contemplado como una transgresión, es
decir, la imposición de un costo no deseado que reduce su capacidad adaptativa, o lisa y llanamente como
una amenaza.
En los humanos, las transgresiones desencadenan ira, motivando la represalia agresiva cuando esta
es posible. Mientras que la variación en términos de grado existe entre diferentes especies, muchas especies
sociales exhiben respuestas agresivas ante acciones que los investigadores interpretan como transgresiones.
Por lo tanto, una emoción básica como la ira y sus mecanismos de evaluación automática para su
desencadenamiento son probablemente ancestrales y ampliamente compartidos entre muchas especies
diferentes. Esta conclusión se fundamenta en la conservación en las especies de mamíferos de sistemas
neurofisiológicos que subyacen la agresión (Dierick & Greenspan, 2007). En los seres humanos,
particularmente en los varones jóvenes, la ira a menudo motiva respuestas desproporcionadas ante una
transgresión. Las respuestas desproporcionadas pueden ser ventajosas porque sirven con una señal de que
transgredir es peligroso, generando así beneficios reputacionales que evitarán futuras transgresiones. Las
estrategias basadas en la reputación tales como esta requieren la interacción repetida, la habilidad para
identificar y traer a la memoria los actores individuales, y la capacidad para adquirir información como un
tercero observador. Todos estos rasgos están probablemente presentes en la mayoría de las especies de
primates sociales (Cheney & Seyfarth, 2005), y los patrones de agresión impulsiva relacionadas con la edad
pueden ser encontrados de manera paralela en los humanos (Fairbanks et al., 2004). De este modo, es
probable que los aspectos centrales de la adaptación a través de la emoción de la ira constituyan un rasgo
ancestral compartido por todas las especies de primates.

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Mientras que la cuestión de aplicar el mecanismo evaluador neuronal apropiado de


desencadenamiento automático a un determinado evento nunca es evolutivamente trivial, esta tarea es
particularmente compleja en la esfera social debido a que el alcance de las consecuencias adaptativas de las
interacciones sociales es sumamente amplio. Esta complejidad inherente se vuelve aún más complicada por
el hecho de que, debido a las interacciones repetidas, los mecanismos evaluadores de las acciones sociales
que están teniendo lugar dependen siempre de eventos pasados. Sugerimos que las exigencias informativas
sustanciales de aplicar el apropiado mecanismo de evaluación automática a los eventos sociales son
manejadas en parte por actitudes. Estas consisten en representaciones duraderas y jerárquicamente
organizadas de aspectos previamente evaluados y de resultados relacionales que potencian diferentes
predisposiciones emocionales hacia los demás. Actitudes y emociones se relacionan recíprocamente, en
tanto las actitudes son actualizadas por las emociones, y posteriormente ayudan a regular las emociones al
darle forma a las evaluaciones.
Siendo sensibles a los aspectos adaptativos relevantes y los comportamientos de otros individuos,
las actitudes son continuamente revisadas y ajustadas a lo largo del tiempo, constituyendo así un sumario de
representaciones que se apoderan de las futuras implicaciones adaptativas de todas las interacciones
pasadas. Las actitudes permiten a los individuos representar sus relaciones actuales con los demás sin
necesidad de llevar la cuenta explícitamente, o recordar todos los encuentros, y por medio de esta función,
estas representaciones regulan adaptativamente el comportamiento actual a través de evaluaciones
automáticas. Las actitudes pueden así ser conceptualizadas como “variables regulatorias internas”, en el
sentido de que traducen funcionalmente las evaluaciones pasadas en regulación del comportamiento actual
(Tooby & Cosmides, 2008).
Esta concepción evita la necesidad de complejas operaciones cognitivas en algunos campos
relacionales (las potenciales complejidades son discutidas en: Cords, 1997; Silk, 2003; Aureli & Schaffner,
2002; Aureli & Whiten, 2003). De forma congruente con los hallazgos de la psicología social sobre actitudes
implícitas (Greenwald & Banaji, 1995), nuestra postura no requiere que se lleven a cabo procesos
conscientes que resultan problemáticos en términos de su complejidad cognitiva.
La interacción entre evaluaciones automáticas, actitudes y emociones es evidente en el caso de la
envidia, emoción asociada con la meta de desplazar al poseedor de un recurso. En los seres humanos, la
envidia es desencadenada por el evaluador automático que, en una situación de suma cero, aquel a quien la
emoción está dirigida posee una ventaja sobre la cual quien experimenta esa emoción se siente con derecho
a poseer. El sujeto de la envidia es por lo tanto representado como un rival, y existe una actitud duradera de
hostilidad hacia el sujeto envidiado (Smith & Kim, 2007), de manera tal que el envidioso tiene la voluntad de

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infligirle un costo al envidiado. De manera similar, potenciado por esta actitud, los intentos del envidiado
para retener o incrementar el control sobre el recurso desencadena la ira del envidioso.
Resulta útil contrastar la envidia con la admiración, en la que la falta de deseo y prosecución de las
ventajas disfrutadas por otro no involucran la evaluación de derecho propio, la actitud de hostilidad, o la ira
en respuesta a los intentos del sujeto admirado por controlar el recurso (profundizaremos sobre la
admiración más delante). El conflicto sobre los recursos de suma cero es central a una parte importante del
comportamiento social, por lo que sugerimos que los componentes centrales del sistema de la envidia son
tanto ancestrales como ampliamente compartidos. Las observaciones realizadas sobre el estrés negativo con
relación a la distribución inequitativa (Brosnan, 2006) son congruentes con esta sugerencia.3
La competencia y la intención hostil también son centrales a los celos. Derivada de una actitud
propietaria sobre una pareja, y la evaluación correspondiente de potenciales intrusos como transgresores,
esta emoción motiva los intentos para mantener la exclusividad mediante estrategias para mantener a los
rivales a distancia y restringir las opciones de la pareja (Smith & Kim, 2007). Mientras que la sociabilidad no
necesita de la formación de relaciones discretas, vínculos bien diferenciados existen en muchas especies de
primates (Silk, 2007). Si tales vínculos están generalizados, los celos pueden ser ampliamente compartidos.
Los desencadenantes para los celos dependerán de la naturaleza de las amenazas para la
continuidad de la relación. La utilidad del cuidado biparental en los humanos condujo a desafíos adaptativos
específicamente relacionados con la sexualidad, por ejemplo, la posibilidad de la infidelidad copulativa de la
hembra y el abandono del macho, lo que reduce el acceso de las hembras a los recursos. Una creciente
literatura investiga la correspondiente importancia relativa de la infidelidad sexual o emocional otorgada por
cada género como desencadenantes de los celos (Haselton & Ketelaar, 2006). Mientras que el dedicado
cuidado biparental es raro entre los primates, esperamos que la lógica de la evaluación del individuo celoso
sobre las diferentes amenazas sobre una relación sea la misma en diferentes especies.
En la mayoría de los animales sociales, son comunes los conflictos para obtener y mantener el rango
de la dominancia, que determina prioridad en el acceso a los recursos. Como sugirió Darwin (1872/1955), la
etología provee claves para comprender tanto la filogenia como la función primordial de las emociones, y
esto es particularmente evidente en el caso de las interacciones relacionadas con la dominancia. Las
exhibiciones de fuerza a menudo preceden, y muchas veces vuelven innecesario el conflicto abierto, y los
despliegues de amenaza que reducen los costos del conflicto son un aspecto generalizado del
comportamiento social en los grupos de primates.

3
Nota del Traductor: Los experimentos de Frans de Waal son una buena ilustración de algunas de las complejidades del
estrés por inequidad en primates no-humanos. Ver: Conferencia TED https://www.youtube.com/watch?v=GcJxRqTs5nk

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En la mayoría de las especies, el tamaño corporal es clave para la determinación del resultado de un
combate, y correspondientemente, los despliegues de amenaza generalmente involucran una exageración
del tamaño corporal. El mirar directamente a los ojos y sostener la mirada es a menudo un aspecto de tales
despliegues (Fessler, 2004). En algunos casos, resulta beneficioso reconocer el estatus de subordinado, y las
exhibiciones de apaciguamiento constituyen una contramedida respecto de los despliegues de amenaza. Las
exhibiciones de apaciguamiento generalmente involucran un intento por minimizar la apariencia de tamaño
corporal y la mirada directa, por lo que esta se dirige en una dirección diferente a la del agresor.
En los primates humanos, las exhibiciones de amenaza están asociadas con una emoción que hemos
denominado “proto-orgullo”, y las exhibiciones apaciguadoras están asociadas con la “proto-vergüenza”
(Fessler, 2007; Tracy & Matsumoto, 2008). El proto-orgullo es desencadenado cuando un individuo se
autopercibe como poseedor de una posición superior en la jerarquía social y se encuentra interactuando con
un subordinado en un contexto en el que la disparidad de estatus es relevante; de modo contrario, cuando la
evaluación complementaria tiene lugar, el subordinado siente proto-vergüenza. En cada caso, la emoción
pone de relieve una actitud correspondiente que representa de manera duradera la disparidad de estatus.
Para el individuo dominante, esta actitud incluye un sentido de derecho propio con relación al otro, mientras
que lo contrario es cierto para el subordinado. En conjunción con sus valencias hedónicas opuestas, este par
de emociones motiva la lucha por el poder y la posición social (Fessler 2007). Dadas las claras homologías
respecto de este tipo de comportamiento en otros primates, y la ubicuidad de este relevante problema
adaptativo entre los animales sociales, es probable que el proto-orgullo y la proto-vergüenza sean
universales entre las especies de primates, y los aspectos centrales de estas emociones y sus
correspondientes mecanismos evaluadores y actitudes podrían ser compartidas por todos los mamíferos, y
posiblemente por la mayoría de los vertebrados.

Emociones asociadas con la crianza de los hijos y la unión de la pareja

El comportamiento maternal y paternal es definitivamente un rasgo de los mamíferos, sin embargo


los patrones y el alcance del cuidado progenitor varía mucho entre especies diferentes. El comportamiento
parental debe estar delineado por un sistema motivacional discreto por parte de los progenitores,
complementado por un sistema correspondiente en la progenie (Maestipieri, 2003a). Esperamos que estas
motivaciones estén moduladas por actitudes complementarias, lo que llamamos apego parental y apego de
la progenie, que representan el valor adaptativo mutuo de progenitores y progenie. Estas actitudes le dan
forma a las evaluaciones automáticas de las acciones, determinando las circunstancias que desencadenan las

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correspondientes emociones relacionadas con el sentimiento de amor de los progenitores hacia la progenie,
y de esta hacia ellos. Por ejemplo, un apego parental positivo lleva a la madre a evaluar el comportamiento
inquieto de su bebé a medianoche desde la perspectiva afiliativa, desencadenando amor parental, antes que
contemplarlo como una transgresión que desencadenaría ira. La progenie desarrolla un apego positivo como
resultado de la experiencia de recibir asistencia y consuelo. Por el contrario, debido a que los hijos imponen
costos sobre los padres sin compensación inmediata, el desarrollo de un apego parental positivo es
alcanzado en parte a través de los efectos de la impronta de una emoción - atracción por los infantes – que
vuelve la interacción con los bebés intrínsecamente recompensadora, un fenómeno que se encuentra bien
documentado entre los primates (Silk 1999).
Pareciera que, en los humanos, la atracción natalicia se transforma en amor parental como parte del
resultado de las respuestas positivas de los bebés hacia la cercanía de los padres. Dada la tendencia primate
general de la reducción de la importancia de claves olfativas para la conexión entre padres e hijos, y el
incremento de la importancia de las claves comportamentales (Broad et al., 2006), dos sistemas diferentes
parecen subyacer la selección de pareja para la procreación, el cortejo y el emparejamiento de largo plazo.
“Limerencia”4 (Tennov 1979) es una emoción caracterizada por un estado mental involuntario e
intrusivo de ideación, resultado de una atracción romántica idealizada por parte de una persona hacia otra,
combinada con una necesidad imperante y obsesiva por ser correspondido de la misma manera. La atención
puesta en las señales de reciprocidad, y la motivación para permanecer físicamente cerca producen una
impresión positiva en la persona que es objeto de esta emoción. E. Pillsworth y R. Kurzban (a través de
comunicaciones personales) proponen que la naturaleza intrusiva y obsesiva de la limerencia es explicable
en términos de la necesidad de señalar compromiso hacia el otro miembro de la pareja dado el riesgo que
implica el abandono. Las señales más persuasivas son costosas, y toman la forma de aprovisionamiento de
recursos, dedicación de tiempo, y el rechazo público de parejas potenciales.
Una vez que se ha formado una pareja estable, los beneficios de este tipo de señalamiento se
reducen: una vez que ambos miembros de la pareja tienen un interés concreto en común para la
cooperación y reciprocidad generalizada (un hijo), resulta adaptativo valorar el bienestar del otro y proveer
beneficios de manera no-contingente. Aunque las investigaciones (Hatfield, 1988) sostienen que una
emoción, el amor de compañeros, reemplaza a la limerencia en las parejas estables, una buena parte de este
fenómeno es una actitud antes que una emoción – la emoción real está presente durante eventos puntuales
en los que las exhibiciones de afecto reafirman la valoración mutua, reforzando así esta actitud. La
estabilidad de la pareja y la inversión biparental tienen lugar en una variedad de especies de mamíferos, y

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NdelT: Anglicismo del término “limerance”.

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existen rasgos en común entre los sistemas neurofisiológicos que subyacen estos comportamientos (Broad
et al., 2006; Curley & Keverne, 2005). De este modo, es posible que la limerencia humana y el amor de
compañeros constituyan complejas manifestaciones de un potencial mamífero básico que ha sido
desarrollado más profundamente en las especies que forman parejas estables.

Emociones que regulan las relaciones diádicas cooperativas

El amor de compañeros y la actitud con la que resulta entretejido motiva el comportamiento


altruista entre los miembros de parejas estables fuertemente comprometidas. A pesar de que las parejas
estables existen en un número limitado de especies de primates, las relaciones afiliativas son más comunes
(Silk 2007). En los humanos, un conjunto de emociones juega un rol clave en la motivación del
comportamiento dentro de las relaciones afiliativas y cooperativas. La gratitud responde a un guión en el
que un beneficio recibido de alguien motiva la reciprocidad (Trivers 1971), fortaleciendo así la actitud
positiva mutua. La gratitud facilita el inicio y el mantenimiento de las relaciones cooperativas (McCullough et
al. 2008). La gratitud es subjetiva y comportamentalmente diferenciada de un sentido de “estar en deuda”
(McCullough et al. 2008). Esto es comprensible en términos funcionales, en tanto la gratitud (sintetizada en
la actitud servicial positiva) produce una estima acrecentada del potencial de utilidad a largo plazo del
vínculo, mientras que el “estar en deuda” pone el énfasis en peso del repago a corto plazo, promoviendo un
tipo diferente de relación. Muchos primates diferencian entre los individuos de su grupo y actúan bajo la luz
de las interacciones pasadas, mostrando comportamientos afiliativos y de alianza (van Schaik & Aureli,
2000). Esto sugiere que un mecanismo del tipo de la gratitud puede ser ampliamente compartido y de
considerable ancestría (Bonnie & de Waal 2004).
Sea por error, o debido a tentaciones de recompensas de corto plazo por abandono de la relación,
los individuos también pueden infligir costos en sus preciados socios. Si los individuos que cometen tales
actos perciben que han dañado la actitud de su compañero hacia ellos, y que esto es desventajoso dada la
utilidad de la relación, aparece la necesidad de un acto de contrición. La culpa es la emoción prototípica
desencadenada cuando se le ha hecho un daño a un aliado (Baumeister et al., 1994; Tangney, 1998). La culpa
motiva pedidos de perdón, y de manera más fundamental aun las acciones reparadoras, es decir, aquellas
que tienden a compensar al compañero por los daños y reasegurar el señalamiento del compromiso con la
relación (Trivers 1971).
Los humanos empleamos el razonamiento vinculado a la “teoría de la mente” para la comprensión
del daño que nos hacemos, y aunque otros primates puedan no hacer lo mismo, este aspecto de la culpa

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humana puede ser una extensión de un fenómeno evaluativo básico antes que un aspecto intrínseco, en
tanto muchos animales calibran los costos infligidos a otros. Esperamos por lo tanto un mecanismo similar a
la culpa en muchos primates, consistente con la observación de que el conflicto entre aliados es seguido de
un comportamiento reconciliatorio (Flack & de Waal, 2000). En los humanos, si las reparaciones no son
posibles, la culpa motiva la penitencia, la producción de costos auto-impuestos que señalan que el individuo
no persigue el interés egoísta a costas de sus compañeros. De manera consistente con el marco simbólico
sobre el que se apoya tal comportamiento, esperamos que el auto-castigo esté ausente en el resto de las
especies.
La elección de socios prospectivos precede el intercambio de beneficios. Muchas emociones señalan
la evaluación positiva de un individuo como un posible compañero cooperativo, de manera similar a lo que
ocurre en la elección de pareja de largo plazo, una actitud que resume el valor del vínculo está constituida
por estas emociones. El agrado afiliativo es una respuesta hacia los individuos que poseen simultáneamente
atributos valiosos y comparten con el evaluador suficientes denominadores comunes como para constituir
compañeros útiles (los denominadores comunes son importantes debido a que facilitan la coordinación e
incrementan la posibilidad de compartir objetivos como se señala en McElreath et al., 2003 y Tooby &
Cosmides, 1996). Esta emoción construye amigabilidad, una actitud que resume la utilidad potencial del
sujeto sobre el que recae como socio cooperativo. La admiración es un sentimiento que se parece al agrado
afiliativo, y que realza la amigabilidad, pero es desencadenada por individuos que poseen una mayor
posesión de atributos valiosos que puntos en común, una asimetría que fuerza al evaluador a invertir
relativamente más en el vínculo. La lástima (pena por el otro, compasión) puede ser provocada por aliados
potenciales que están incapacitados y no pueden contribuir a una relación cooperativa. La lástima motiva a
brindar ayuda, provocando el sentimiento de gratitud por parte del individuo incapacitado (Cottrell &
Neuberg, 2005; Trivers, 1971).
Las alianzas que rinden grandes beneficios a lo largo de un período considerable deben comenzar
con una evaluación positiva del valor del otro como potencial socio cooperativo, y una perspectiva
motivacional que involucra la voluntad de compartir beneficios. Es por lo tanto esperable que el agrado
afiliativo y la predisposición amigable existan en muchos animales sociales, constituyendo rasgos bastante
ancestrales. Debido a que las jerarquías de dominancia crean asimetrías de poder entre cooperadores
potenciales, es esperable también que alguna clase de admiración esté presente en muchos animales
capaces de calibrar la provisión de beneficios a la luz de las diferencias de estatus. Los primates parecen
exhibir esta capacidad, y los observadores han reportado actitudes serviciales con fines afiliativos de parte
de jóvenes subordinados hacia los individuos dominantes (A. Pusey comunicación personal; Walters &

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Seyfarth, 1987). La evidencia de lástima (en su sentido compasivo) es considerablemente más débil, en los
individuos más predispuestos a evitar a un miembro enfermo o herido del grupo que a proveer ayuda
(Goodall, 1986a; Preston & de Waal, 2002). No resulta claro si esto se debe a que otros primates carecen de
la capacidad de aplicar una teoría de la mente, requisito indispensable para poder juzgar la probabilidad de
recuperación y la utilidad futura de potenciales aliados, o a otros factores.
El duelo es la emoción sentida debido a la muerte o pérdida de asociados. La magnitud del dolor
implicado es proporcional al impacto de la pérdida sobre la propia capacidad de adaptación, lo que sugiere
que el duelo es adaptativo ya que motiva a los individuos a buscar el reemplazo de los socios perdidos.
Algunos primates exhiben marcadas respuestas fisiológicas a las pérdidas de sus compañeros preferidos
(Engh et al., 2006), y realizan esfuerzos para expandir sus redes sociales en las semanas siguientes a la
pérdida. No todos los individuos sufrientes evocan pena en los observadores, en tanto que no todos
constituyen potenciales aliados a los que vale la pena ayudar a restablecerse (Kurzban & Leary, 2001).
Más aún, las relaciones previamente beneficiosas pueden más tarde demostrar que no son
provechosas. Tales individuos son excluidos de futuras alianzas y de los beneficios por estas producidos, y a
menudo terminan siendo explotados. A pesar de que un considerable corpus bibliográfico explora el
desprecio como una emoción, los hallazgos son inconsistentes. Sugerimos que el desprecio es una actitud y
un sentimiento, no una emoción, constituyendo una representación de la evaluación de un individuo como
carente de valor como presente o futuro aliado. (Gervais y Fessler, 2016). En tal condición, el desprecio juega
un papel fundamental en la evaluación de los hechos sociales y como mediador de los sistemas emocionales.
Sin ningún interés por el bienestar del otro, cualquier costo impuesto por ese otro es evaluado como una
transgresión que provoca ira. Del mismo modo, cualquier riesgo de contagio, real o simbólico, proveniente
de la asociación provoca asco. La falta de interés por el bienestar del otro también socava la culpa, en cuyo
caso un daño causado al otro no garantiza una acción reparadora; a su vez, esto enmudece los mecanismos
inhibidores anticipatorios que previenen la comisión de un daño.
La falta de motivación para no herir al otro está compuesta por la falta de empatía (considerada
como un mecanismo trans-emocional para ser conscientes de las necesidades de los demás), en tanto las
necesidades del despreciado no son de interés para el despreciador. Por último, el despreciador no
experimenta pena ni duelo por la muerte del despreciado, en tanto dicho evento no reduce su capacidad
adaptativa. La ausencia de una actitud pro-social hacia algunos individuos ocurrirá en toda especie capaz de
discriminar la intención afiliativa. Sin embargo, mientras que el desprecio existe cuando la valoración del
bienestar del otro no ha sido elevada por sobre el nivel de cero (lo que denominamos desprecio mínimo), el
desprecio también puede surgir a través de una disminución activa del valor ajeno. Esto ocurre cuando las

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relaciones establecidas se rompen (una posibilidad que ocurre incluso en las especies mínimamente
cooperativas), o debido a una evaluación social desfavorable en las especies cuyo comportamiento basal
para la evaluación de congéneres es mayor a cero.
Una valoración positiva por default será correlativa con la posibilidad de cooperación. Por ejemplo,
es esperable una línea basal elevada en los machos chimpancés debido a la importancia de las alianzas y la
defensa al interior del propio grupo (Watts, 2006). La evidencia de comportamiento pro-social en primates
no humanos (de Waal et al., 2008; Lakshminarayanan & Santos 2008; Vonk et al., 2008) no considera a fondo
de la cuestión de las valoraciones basales de los individuos testeados en los experimentos en términos de si
sus comportamientos están influenciados por historias de interacción durante las cuales las valoraciones
pueden haber tenido lugar en forma previa. Por el contrario, la evidencia de que chimpancés en cautiverio
prestan ayuda espontánea a seres humanos que no conocen (Warneken et al. 2007) es una fuente de
evidencia indirecta de una valoración basal positiva, por lo menos en este particular contexto interespecífico
(entre especies diferentes).
La valoración positiva por default parece alcanzar su extremo en los humanos, debido a su historia
de dependencia respecto de la cultura transmitida y la cooperación intragrupal, así como de competencia
intergrupal (Brewer & Campbell, 1976; Richerson & Boyd 2005). En los seres humanos, la valoración del
bienestar de los demás puede ser rápidamente regulada hacia abajo en respuesta a claves derivadas del bajo
valor de dichos individuos, tales como la diferencia cultural (McElreath et al., 2003) o la falta de conformidad
a las normas grupales (Rozin et al., 1999). En el desprecio, la combinación de la presteza con la que esto
ocurre y el afecto negativo subjetivo que marca tal actitud y su rol en el potenciamiento de la ira y el asco,
parece explicar por qué el desprecio es a menudo categorizado erróneamente como una emoción.
Lickel et al. (2005) utilizan el término vicario para describir las emociones que son provocadas
cuando los eventos que recaen sobre los demás son tratados como si recayeran sobre uno mismo (Rydell et
al., 2008). El desencadenamiento vicario de emociones está posiblemente asociado filogenéticamente al
contagio emocional, Lickel et al. identifican dos ejes que determinan el desencadenamiento vicario:
interdependencia e identidad compartida. Nos parece que los criterios de Lickel et al. para definir
interdependencia – metas de interacción y normas compartidas – son constitutivas de la cooperación
humana. La cooperación asocia los destinos de los participantes: a mayor inversión y dividendos, mayor será
el impacto de los eventos que afectan a un miembro de un emprendimiento sobre los demás miembros. De
aquí que, respecto del grado de interdependencia cooperativa, resulta adaptativo responder a tales eventos
de manera vicaria. Este proceso está probablemente sostenido por las actitudes que capturan el grado de
alineamiento de los intereses implicados en la cooperación; a su vez, estas actitudes generan evaluaciones

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de los eventos que recaen sobre otros de manera análoga a las valoraciones de los eventos que recaen sobre
uno mismo.
También resulta adaptativo reaccionar a los eventos que afectan a aquellos con quienes se está
emparentado como si afectaran a uno mismo, en tanto la propia capacidad de supervivencia está al menos
parcialmente alineada con la de nuestros familiares. El parentesco no es necesariamente coincidente con la
cooperación, sin embargo, mientras que los mecanismos de reconocimiento del parentesco pueden estar
basados en la proximidad y la interacción como claves de la cercanía familiar, los parientes experimentarán
emociones vicarias incluso cuando el nivel de interacción social y de metas y normas compartidas sea bajo.
Mientras que alguna forma de cooperación se encuentra en muchos mamíferos, el comportamiento
nepotista hace presa de esta cooperación, sugiriendo que las reacciones vicarias basadas en el parentesco
han sido cooptadas mucho tiempo atrás para su utilización en el dominio de la cooperación. Es esperable
que cualquier emoción primate experimentada de manera individual también será experimentada de
manera vicaria, dados los gatillos apropiados.
La identidad compartida, el segundo eje de Lickel et al.’s (2005), por el cual las emociones vicarias
son desencadenadas, también pueden ser comprendidas como la manifestación de un proceso subyacente
mediante el que los destinos de los individuos se encadenan. Los humanos atribuyen una esencia común a
los miembros de los grupos, tales como las etnias, que exhiben marcadores culturales distintivos; esta
esencia conforma las bases para el razonamiento inductivo con relación a las acciones y atributos de los
miembros del grupo, un proceso que ocurre, según se creé, debido a la utilidad de tales marcadores para
predecir el comportamiento (Gil-White, 2001). Debido a que la “esencialización” apoya la generalización
inductiva, los destinos de los miembros de un grupo esencializado pueden volverse intricadamente
interconectados, en tanto las acciones realizadas por un miembro del grupo puede ser tomada como
indicativas del carácter de todos los miembros del grupo, influenciando las actitudes de grupos foráneos
hacia ellos. La esencialización y la generalización inductiva son probablemente cuestiones de grado – algunas
categorías de individuos son vistos como si compartieran una gran porción de dicha esencia, mientras que
otros una parte menor. Como el parentesco y el grado de cooperación, la identidad social es una propiedad
variable que influencia la ocurrencia de emociones vicarias. Al notar que el esencialismo es adaptativo en la
interacción con animales Gil-White (2001) sugiere que la cognición social esencialista se deriva de este rasgo
ancestral.
Estamos de acuerdo con Gil-White, con el agregado de que la coexistencia de múltiples especies de
homínidos durante la evolución humana pudo haber facilitado un proceso de cooptación por el cual los
marcadores fenotípicos usados en el razonamiento esencialista fueron ampliados hasta incluir rasgos

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transmitidos culturalmente, en tanto el difusionismo cultural interespecífico podría haber borrado la línea
entre fenotipos biológicos y culturales. Dados ambos, la utilidad de las generalizaciones inductivas y la
evidencia de estrategias primate anti-predadores que involucran un grado de aprendizaje y están dirigidas
hacia especies específicas o géneros (Seyfarth et al., 1980), puede sostenerse que la forma ancestral
interespecífica de razonamiento esencialista es ampliamente compartida. En cambio, el uso de símbolos
para marcar la afiliación cultural y reforzar la cooperación, la importancia del razonamiento esencialista
relacionado, y el rol resultante de identidad compartida como un gatillo de emociones vicarias son
mecanismos exclusivamente humanos.

Emociones basadas en normas

Los humanos diferimos de los demás primates en el alcance y la importancia de la cooperación, un


rasgo fuertemente asociado con el grado en que las normas regulan el comportamiento, en tanto estándares
socialmente transmitidos para definir metas, acciones, y relaciones sociales que promueven la sociabilidad y
mejoran la coordinación (McElreath et al., 2003). La explotación y la cooperación, ambas características de
nuestra especie, y nuestra dependencia en las normas están probablemente representadas por un conjunto
de sistemas de emoción únicamente humanos. Paralelamente a la amplitud de las condiciones de
desencadenamiento, y a través de la modificación de la evaluación que acontece en los sistemas
emocionales vicarios, en el ultraje moral, el asco moral y la aprobación moral, los eventos que no involucran
al actor desencadenan emociones como si lo hicieran: el ultraje y el asco moral son, respectivamente, ira y
asco provocados por las violaciones a las normas; la aprobación moral es una emoción similar a la gratitud
provocada por el desempeño ejemplar de ideales normativos por parte de los otros (Fessler & Haley, 2003).
El ultraje moral motiva el impulso a causarle costos al violador de la norma como retribución; el
disgusto moral motiva la evitación del transgresor como en la evitación de una contaminación (Gutierrez &
Giner-Sorolla, 2007); y la aprobación moral motiva la provisión de un beneficio a quien encarna la norma
como si fuese una respuesta a un beneficio recibido. Como en las emociones vicarias, en cada caso, la
emoción modifica la actitud asociada hacia el emisor a pesar de que no exista una interacción directa. Sin
embargo, en el caso de las emociones vicarias, una conexión con el propio self es llevada a cabo via otra
persona. En estas emociones, la conexión se da exclusivamente via la norma en cuestión.
Los estándares de comportamiento socialmente transmitidos juegan un papel mucho más
restringido en la vida de los primates no-humanos, y la evidencia de hacer cumplir la norma mediada por
facciones desinteresadas es muy limitada (Flack et al. 2005). Por el contrario, aunque la proporción con la

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que este “enforcement” ocurre difieren de acuerdo con cada cultura, la injuria moral, el disgusto moral y la
aprobación moral son fácilmente observables en cualquier sociedad humana (Henrich et al., 2006).
Existen tres tipos básicos de explicaciones para la coevolución de las normas culturales y las
emociones basadas en dichas normas. Boyd y Richerson (2002) afirman que el castigo puede estabilizar
cualquier conducta, y que la selección cultural de los grupos humanos favorece la predominancia de normas
que beneficien a los grupos. Los transgresores son castigados, como lo son aquellos que fracasan en
castigarlos, y esto genera una presión selectiva que favorece la propensión a tratar a las normas como
extensiones del propio self.
Una segunda perspectiva sostiene que las emociones basadas en normas son un producto de la
selección natural actuando directamente sobre los individuos (Haley & Fessler, 2005; Kurzban et al., 2007).
Aquí los actores compiten en el mercado de posibles aliados, y debido a que los conformistas son
predecibles, la adhesión a las normas culturales incrementa su atractivo en este sentido. Los miembros del
grupo pueden publicitar su adherencia a las normas culturales castigando a los transgresores y
recompensando a aquellos que demuestran su adhesión a través del ejemplo. Los beneficios reputacionales
así ganados superan los costos de estas acciones. Las ventajas adaptativas de la inclusión en
emprendimientos cooperativos favorecen los sistemas de emoción en los que las normas son tratadas como
extensiones del self.
Por último, una tercera perspectiva sostiene que los rasgos únicos de la sociabilidad humana, tales
como el conflicto intergrupal y la nivelación reproductiva de todos los estatus, han provisto las necesarias
condiciones para la selección biológica grupal en los humanos. La selección grupal favoreció la evolución de
las motivaciones pro-sociales, incluyendo las emociones basadas en normas que motivan el castigo y la
recompensa por parte de terceras interpósitas personas (Gintis et al., 2003; Bowles 2006). Aunque hasta
ahora es difícil determinar cuál de las visiones citadas describe con mayor precisión la evolución homínida, o
si se necesita alguna perspectiva adicional, es no obstante claro que los humanos poseemos la arquitectura
motivacional sobre la que estas perspectivas confluyen. La emoción displacentera de la vergüenza es
provocada por el reconocimiento de que los demás están conscientes de nuestro fracaso en comportarnos
de manera ejemplar respecto de normas importantes, mientras que la emoción recompensadora del orgullo
es provocada por el reconocimiento de que los demás son conscientes de nuestro éxito al respecto (Fessler,
2007). Incluso si consideramos el limitado rol de las normas entre los primates no humanos, podemos
considerar que la vergüenza y el orgullo sean exclusivamente humanos, en tanto son contingentes con un
razonamiento sofisticado con relación a una teoría de la mente.

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La vergüenza y el orgullo ejemplifican el proceso evolutivo de cooptación y modificación: a pesar de


emplear los mismos comportamientos de exhibición, propiedades y tendencias hacia la acción que la proto-
vergüenza y el proto-orgullo de los primates no-humanos, las condiciones clave para su desencadenamiento
difieren, en tanto la proto-vergüenza y el proto-orgullo están enfocados exclusivamente en la posición
relativa de los actores en la escala jerárquica, no se basan en normas como criterios evaluativos del
comportamiento, y no involucran el razonamiento implicado por la posesión de una teoría de la mente
(Fessler 2007).
Las tendencias hacia la acción asociadas con la vergüenza revelan de manera similar una estructura
desarticulada. Aunque los actores ofendidos por la violación a las normas son mejor apaciguados por
disculpas y compromisos públicos de futura conformidad, paradójicamente, la vergüenza interfiere con estos
comportamientos al motivar la huida y el ocultarse, tácticas más apropiadas para lidiar con individuos
dominantes que para aplacar a miembros críticos alineados fuertemente con los valores o costumbres de la
comunidad. La proto-vergüenza y el proto-orgullo, emociones ancestrales pan-primate relacionadas con el
rango, fueron modificadas en el linaje homínido. Con el auge de la importancia de las normas, la fuerza
coercitiva (dominancia) fue reemplazada en una gran proporción por la deferencia otorgada libremente
(prestigio) como un determinante de la posición social (Henrich & Gil-White, 2001).
Debido a que el prestigio es dependiente de las opiniones de los demás, las emociones que
motivaron el esfuerzo por alcanzar un alto rango fueron modificadas por la selección natural hasta incluir la
evaluación de las evaluaciones de los demás. Fuese para evitar el castigo, mejorar la inclusión en
emprendimientos cooperativos, o generar comportamientos no contingentes que fuesen beneficiosos para
el grupo, estas emociones fueron más tarde remodeladas, alejando el foco de la cuestión del rango y
acercándolo al de adherencia normativa. Los humanos contemporáneos exhiben tres formas que pueden
tomar estas emociones - las formas ancestrales que enfocadas en el rango basado en la dominancia, las
formas intermedias derivadas que se enfocan en el prestigio, y las formas finales derivadas enfocadas en la
adherencia a las normas.
Estas tres modalidades de la vergüenza y el orgullo pueden ser experimentadas de manera vicaria.
Esperamos que entre los primates que utilizan la estrategia de coalición entre individuos para la agresión
conjunta, el proto-orgullo o la proto-vergüenza serán experimentados cuando un aliado disfruta una victoria
o sufre una derrota con relación a un rival. El orgullo y la vergüenza vicarios basados en el prestigio, aunque
limitado a los humanos, exhibirán un patrón similar. Por último, cuando una persona asociada otra via la
identidad social compartida tiene éxito o fracasa respecto de los estándares normativos, al punto que los
demás se involucran en una generalización inductiva, los éxitos o fracasos influenciarán cómo los demás

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tratan al actor, por lo que el otro experimentará orgullo o vergüenza vicaria (Lickel et al. 2005). La principal
excepción a este último patrón ocurre cuando la identidad es compartida de manera incompleta, en cuyo
caso un actor puede distanciarse a sí mismo de un transgresor con el objetivo de manejar las evaluaciones
de terceros; en este caso, antes que la vergüenza vicaria, es la emoción de ultraje moral la que será
desencadenada (Haley, 2003).
La vergüenza y el orgullo ilustran la extensa reformulación que puede ser alcanzada a través de
procesos de cooptación y modificación de los sitemas emocionales. Sin embargo, como demuestran las
versiones vicarias de estas emociones, cambios funcionales sustanciales también pueden ocurrir mediante la
mera extensión de las condiciones que provocan una emoción. Proponemos que la emoción que llamamos
“culpa normativa” es provocada por las transgresiones a las normas en ausencia de un asociado que haya
sido perjudicado – muchos pecados no lastiman a otras personas, y sin embargo el pecador experimenta
culpa de todas maneras. Esta extensión ha sido posible gracias a nuestra sofisticada habilidad para manipular
representaciones sociales de los demás. En algunas de las manifestaciones de la culpa normativa, el asociado
representado es un agente inexistente culturalmente construido (una deidad, un ancestro, etc., Darwin,
1909:115-116); en otras, el asociado imaginario es una representación de la red de parentesco o grupo
cooperativo del actor; y en su más abstracta manifestación, el asociado (solo difusamente imaginado) es una
representación de la sociedad en su conjunto. En cada caso, la transgresión de una norma lleva a los actores
a asumir reparaciones compensatorias o penitencias como si, al hacer eso, mitigaran el daño causado, o
señalaran su futura confiabilidad.
La culpa normativa ilustra así una de las más profundas divergencias entre nosotros y nuestros
parientes primates no-humanos: la naturaleza de las representaciones internas que constituyen el
medioambiente informacional en el que las emociones operan. A pesar de nuestros orígenes comunes, la
complejidad de las representaciones internas humanas, y la naturaleza fundamentalmente cultural de dichas
representaciones, crean una brecha entre nuestras emociones y las de los demás primates, una brecha que
debe ser tomada en cuenta seriamente.

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