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I ntroducción
En la literatura psicológica se reconoce que el paradigma humanista es un com
plejo conglomerado de facciones y tendencias, pues entre sus diversos seguido
res se pueden encontrar diferencias (algunas más marcadas que otras) de tipo
teórico-conceptual y metodológicas.
No obstante, también se acepta que las proyecciones del paradigma huma
nista al campo de la educación han venido a llenar un vacío que otros (p. ej. el
conductista y el cognitivo) no han atendido con el debido rigor, a saber: el estu
dio del dominio socio-afectivo y de las relaciones interpersonales, y el de los va
lores en los escenarios educativos.
Cabe señalar que las aplicaciones del paradigma humanista se encuentran
en gran parte sustentadas por el planteamiento o interpretación de «extrapola
ción-traducción», puesto que los constructos, esquemas teóricos y planteamien
tos educativos han sido elaborados por los adeptos del paradigma a partir tanto
de la experiencia y el trabajo clínico, como de la reflexión crítica.
Los humanistas consideran que la práctica terapéutica clínica y la actividad
educativa forman un continuum. En ese sentido, se acepta que el proceso tera
péutico es en esencia un trabajo de formación, reconstructivo y de «reaprendi
zaje», y que, por consiguiente, tiene mucho en común con los actos educativos
que ocurren en las instituciones escolares. Este argumento es de importancia
sustancial para explicar cómo los partidarios de este paradigma defienden la
aplicación de los principios y marcos de referencia interpretativos (los cuales,
en ocasiones, son objeto de algunos ajustes inmediatos según las características
del contexto de aplicación) a las distintas situaciones o prácticas educativas que
han decidido abordar.
En general, la escasa investigación psicoeducativa realizada desde este enfo
que se orienta a la refinación y la validación de las prácticas derivadas del para
digma, pero no a la generación de conocimiento innovador en los escenarios
educativos (véase el caso del paradigma cognitivo).
No obstante, debe reconocerse que el paradigma humanista tiene una im
portancia histórica enorme, pues ha desempeñado un papel catalizador y crítico
en el ámbito de la psicología, en general, y de la psicología de la educación, en
particular. Usando el paradigma humanista se han esbozado importantes seña
lamientos sobre las carencias en las prácticas educativas escolares, y se han he
100 LOS PARADIGMAS CON IM PLICACIONES EDUCATIVAS
ANTECEDENTES
Aunque se dice que el humanismo tiene antecedentes remotos en los escritos de
algunos filósofos griegos como Aristóteles, y de otros grandes filósofos posterio
res, como Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Rousseau, Kierkegaard, Husserl y
Sartre, puede argumentarse que, como paradigma de la disciplina psicológica,
nació en Estados Unidos poco después de la mitad del presente siglo (véanse
Hamachek 1987 y Villegas 1986).1
Durante la década de 1950, en Estados Unidos predominaban dos paradig
mas u orientaciones en psicología: el conductismo y el psicoanálisis. Como ya
expusimos en el capítulo anterior, el conductismo estaba profundamente interesa
do en el estudio de los determinantes ambientales de la conducta, y el segundo
sustentaba una propuesta idealista y pesimista (según Maslow, el psicoanálisis
ha estudiado esencialmente la parte negativa del hombre y se ha centrado en el
estudio de sus perturbaciones mentales —neurosis, psicosis— de diverso tipo)
basada en el análisis de la problemática del inconsciente y de cómo los instintos
biológicos influyen en el desarrollo del psiquismo.
En este contexto, la psicología humanista se erige y se constituye como la
llamada «tercera fuerza»; es decir, como una alternativa a estas dos posturas
psicológicas (Maslow 1978).
Según algunos de los precursores de este movimiento, con el humanismo se
pretendía desarrollar una nueva orientación en la disciplina que ofreciera, en
principio, un planteamiento anti-reduccionista en las explicaciones de los pro
cesos psicológicos atribuidos a factores externos (como lo sostenía el conduc
tismo) o a concepciones biologicistas de carácter innato (como en el caso del
freudismo) y que, al mismo tiempo, se postulara el estudio de los seres humanos
como totalidades dinámicas y autoactualizantes en relación con un contexto in
terpersonal.
1 García y Moya (1993) han señalado que si bien en psicología y en otras disciplinas, con ante
rioridad ya habían aparecido escritos que sostenían ideas propias del paradigma (p. ej. el estudio
comprehensivo del hombre), fue en 1961 cuando el paradigma psicológico humanista nació institucio
nalmente, debido a la constitución de la American Association for Humanistic Psychology' (AAHP), la cual
publicó al año siguiente su órgano de difusión: el Journal of Humanistic Psychology. En el comité or
ganizador de la asociación se encontraban reconocidos psicólogos humanistas como Maslow y Mous-
takas; su primer presidente fue el propio Bugental, quien redactó el primer manifiesto del movimiento
humanista que fue publicado en el American Psychologist en 1963. A partir de 1970. la aahp se incor
poró a la sección 32 de la APA,
EL PARADIGMA HUMANISTA 10 1
Son muy reconocidas las críticas de los psicólogos humanistas a las metodologías
y concepciones de la ciencia de los demás paradigmas de la psicología (concre
tamente hacia la metodología conductista, de la cual han criticado duramente su
estrechez metodológica basada en la experimentación y el control a ultranza). La
mayor parte de los esfuerzos de los humanistas se ha dirigido a señalar las limi
taciones de esta metodología positivista y reduccionista, y poco han escrito sobre
una posible alternativa metodológica. De hecho, dado que la aproximación hu
manista es un mosaico de tendencias, no existe una metodología única y válida
para todos los adeptos y quizá sea ésta una de sus principales carencias, la cual
podría determinar la vida próxima del paradigma (Villegas 1986).
No obstante, en los escritos de los humanistas podemos identificar algunas
posturas, en relación con las cuestiones metodológicas, que nos ofrecen una
idea más o menos clara de hacia dónde podría encaminarse una alternativa me
todológica única y congruente con la postura epistemológica-teórica que ellos
sustentan. Vamos a presentar dos de ellas:
4 Sobre esta cuestión se ha criticado que la postura humanista defienda un planteamiento dema
siado subjetivas ta (centrado en el self, al cual se le atribuye, en última instancia, que una persona pueda
o no lograr su desarrollo o autorrealización) que muchas veces tiende a subestimar los aspectos del
contexto social y cultural en la determinación de la estructuración de la personalidad.
EL PARADIGMA HUMANISTA 105
Estas metas amplias son los puntos que comparten las distintas propuestas
y escritos de los teóricos humanistas. Sobre la cuestión de plantear los objetivos
para moldear, adaptar y modificar la conducta de los alumnos «en forma hu
manista» (como lo sostienen algunos autores de otros paradigmas), Sebastián
(1986) señala lo siguiente:
Dudo que el profesional de la «tercera fuerza» pretenda modificar humanísticamen
te el comportamiento de nadie, como meta principal. No lo intentará, porque preci
samente en este punto es donde entiendo que se marcan las diferencias —enormes y
cualitativamente distintas— entre un empeño educativo terapéutico «modificador»
y otro «fomentador» (p. 90).
Por último, y en concordancia con lo anterior, en torno a la forma de plantear
los objetivos de un curso o de una lección determinada, Rogers y Freiberg (1996)
señalan que éstos deben confeccionarse sin privilegiar el resultado conductual que
se desea conseguir en los alumnos al término del proceso de enseñanza (tal y co
mo se plantearían desde la perspectiva conductista); más bien, según ello, se de
be poner cierto énfasis en la(s) condición(es) vivencial(es) y el contexto que los
alumnos experimentarán en el proceso de enseñanza. Así, desde esta perspectiva,
el profesor debe tener como propósito rector (durante la planeación y luego en la
enseñanza propiamente dicha) algo más que conseguir ciertos resultados o con
ductas preestablecidas; debe guiar o propiciar que los alumnos se aproximen a
ciertas situaciones y experiencias de suyo valiosas para su crecimiento y su for
mación pedagógica, en el contexto educativo particular de que se trate.
muy diferentes en cada ocasión. Rogers (1978, p. 81) destaca dos tipos de crite
rios que, en mayor o menor grado, deben tomar en cuenta los alumnos cuan
do se autoevalúan:
a) Criterios significativos desde el punto de vista personal:
• Grado de satisfacción con el trabajo conseguido.
• Evolución intelectual y personal.
* Compromiso personal con el curso.
* ¿Promovió el curso el estudio más profundo de algún tema?
b) Criterios impuestos desde fuera o asumidos en el pasado:
* Grado de profundidad con que se leyeron los materiales.
• Dedicación puesta en todas las clases, lecturas y trabajos.
• Comparación con la dedicación puesta en otros cursos.
* Comparación de la propia dedicación con respecto a la de los
compañeros.
De acuerdo con Rogers, el uso de la autoevaluación como recurso fomenta
en los alumnos la creatividad, la autocrítica y la confianza en sí mismos.
Sin embargo, es un hecho que en los escenarios educativos, las instituciones
escolares (y las mismas comunidades) exigen al profesor que otorgue notas y ca
lificaciones sobre los productos de aprendizaje conseguidos. Rogers señala que
pueden coexistir las dos actitudes —la aceptación positiva de los alumnos y la
expedición de juicios evaluativos basados en criterios objetivos— sobre la base
de la empatia; pero que es deseable ir dando paso, progresivamente, a las activi
dades de evaluación realizadas por los profesores y ratificadas por los alumnos,
hasta llegar a la consecución de las autoevaluaciones autónomas efectuadas por
ios alumnos (véase Poeydomenge 1986).
* * *
Sobre las aplicaciones educativas del enfoque humanista pueden señalarse va
rias cuestiones adicionales:
a) Existen varias experiencias globales realizadas desde la perspectiva roge-
riana que, sin embargo, no han sido objeto de aplicaciones ni de evaluaciones
minuciosas y sistemáticas como en el caso de otros paradigmas. Indiscutible
mente, puede hablarse de experiencias que han sido descritas en varios textos
(p. ej. Rogers y Freiberg 1996), las cuales tienen un carácter más bien de tipo vi-
vencial-experiencial, y que, no obstante, han conseguido resultados halagüeños.
Asimismo, varias investigaciones realizadas con la intención de evaluar algunas
de las implicaciones educativas del paradigma han encontrado resultados posi
tivos, entre ellas, las desarrolladas por el National Consortium fcr Humanizing
Education ( n c h e ), las cuales han valorado en gran escala la eficacia de profeso
res-facilitadores en el aprendizaje de los alumnos, o bien, la eficacia de la edu
cación abierta (véanse Good y Brophy 1996 y Rogers y Freiberg 1996).
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