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Tema 1 Introducción Al Derecho Penal Económico Y de La Empresa
Tema 1 Introducción Al Derecho Penal Económico Y de La Empresa
Caso Ford Pinto (State v. Ford Motor Co., Cause Nº 11-431 (1980)).
En 1970 el sector del automóvil en los Estados Unidos debía afrontar dos grandes
retos: la crisis del petróleo, que disparó durante los primeros setenta el precio de los
combustibles, y la fuerte competencia de las marcas japonesas. En estos años hubo
además un cambio en la dirección de Ford. Su antiguo presidente, por razones per-
sonales (había sufrido un grave accidente), tenía una gran preocupación por la segu-
ridad. Mas los nuevos tiempos exigían abaratar costes y disminuir el consumo de los
vehículos, haciéndolos más ligeros.
El Ford Pinto constituiría el primer exponente de esta nueva estrategia. La compa-
ñía tenía prisa en lanzarlo, tanta que redujo el tiempo de producción, que por media
era de cuatro años, a dos. La impaciencia por poner en el mercado este nuevo modelo y
de paso incrementar las ventas era tal que no se detuvieron ante un defecto de fábrica
nada desdeñable. La empresa constató que cuando un Ford Pinto sufría una colisión
trasera a más de 32 km/h, era probable que el depósito se rompiera y el combustible
se extendiera por su habitáculo. Dado que la chapa utilizada era de una calidad infe-
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rior a la habitual, era posible también que como producto de la colisión las puertas se
deformaran y los ocupantes quedaran atrapados en su interior.
Ante esta situación la empresa “echa cuentas” y, pese a este grave defecto, decide
poner en el mercado el Ford Pinto. Calcula que es probable que como consecuencia de
este defecto de fabricación el monto de las indemnizaciones podría alcanzar la suma
49 millones de dólares. Por el contrario, si la empresa gastaba 11 $ más por vehículo,
que es lo que costaba solucionar el problema, dado que pensaba fabricar 12.500.000
de automóviles, debía invertir en ello 137.500.000 $. Estaba claro que el coste en se-
guridad no era rentable y además sus medidas de seguridad estaban de acuerdo con lo
que exigía la legislación norteamericana en ese momento.
En 1976, la legislación norteamericana sobre seguridad en los automóviles se hizo
más rigurosa, y el gobierno obligó a Ford a que retirara los vehículos producidos entre
1971 y 1976, por considerarlos peligrosos. Hasta ese momento Ford había realizado un
eficaz lobby ante el gobierno para que las medidas de seguridad no cambiaran.
En 1978 tres jóvenes, dos chicas de 18 años y una de 16, viajaban en un Ford Pinto
-obviamente no retirado-, que fue objeto de una colisión trasera. El automóvil salió
ardiendo y murieron atrapadas en él. Por primera vez en la historia una empresa ame-
ricana fue acusada de homicidio doloso: “por su injustificable desatención al peligro
que derivaba su comportamiento y haberse desviado gravemente de los estándares de
conducta más comunes”. No obstante, Ford fue finalmente absuelta. Los jueces consi-
deraron, entre otras razones, que dadas las circunstancias de la colisión, unas mayores
medidas de seguridad no hubieran evitado el accidente.
El caso del Ford Pinto es uno de los casos más discutidos por la ética em-
presarial (¿en qué medida una decisión basada en el análisis costes-beneficios
resulta moral, por mucho que pueda adecuarse a la ley?) y ejemplifica, como
pocos, los numerosos problemas políticos y jurídicos que rodean al Derecho
penal de la empresa: el poder de las grandes corporaciones para influir en la
regulación estatal a través del ejercicio del lobby; la polémica acerca de en qué
medida es mejor la regulación estatal que la autorregulación por parte de las
empresas; la conveniencia de sancionar a las personas jurídicas, como Ford,
en lugar o además de a las personas físicas que toman las decisiones o dise-
ñan los automóviles; la protección de los empleados de Ford que declararon
en el juicio contra la entidad; la prueba de la relación causal en supuestos de
responsabilidad por el producto, etc.
En este momento nos interesa, sin embargo, una perspectiva distinta: la
que aporta la Criminología. Nuestro objetivo es preguntarnos cómo ingenie-
ros, directivos e incluso, el presidente de la compañía, uno de los hombres de
negocios más reputados de la segunda mitad del siglo XX en los Estados Uni-
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dos estilos de vida, procesos o espacios como internet abren nuevas posibili-
dades de comisión de delitos a sujetos motivados y en contextos en los que no
existen medios de protección eficaces. La teoría de la oportunidad se centra
en estudiar la forma en que se realiza una actividad o rutina (por ejemplo, la
presentación de una subvención o su gestión, la licitación de una obra públi-
ca) con el fin de darles una configuración que disminuya las posibilidades de
cometer delitos.
La utilidad de la criminología a la hora de desarrollar políticas
públicas para la prevención de la criminalidad empresarial debiera
ser tan importante como la que tiene en el diseño de prevención de la delin-
cuencia juvenil. De hecho, la explicación que se propone desde el punto de
vista del delito corporativo, en el que los acentos se ponen en el grupo,
resulta esencial para entender la introducción de la responsabilidad penal
de las personas jurídicas y la importancia cada vez mayor de los progra-
mas de cumplimiento normativo, a los que se refiere el art. 31 bis del
Código penal. Los modelos de prevención y detención constituyen la forma
en que se contrarrestan los factores criminógenos que aparecen en el inte-
rior del grupo. La importancia de los códigos éticos y la formación en valores
dentro de la entidad deben constituir un contrapeso a las técnicas de neu-
tralización, fomentando una cultura de la legalidad, en la que por ejemplo
los whistleblowers no sean considerados como traidores al grupo y al interés
supremo de la empresa. Ni qué decir tiene que la teoría de la oportunidad
tendría también una gran utilidad a la hora de diseñar procedimientos, en
organizaciones públicas o privadas, que disminuyeran las oportunidades de
entregar sobornos, presentar datos falsos a la Hacienda pública o apoderarse
de información privilegiada.
Al igual que ocurre con la criminalidad violenta o patrimonial, los cono-
cimientos criminológicos también nos resultan necesarios para diseñar una
parte tan esencial de la política criminal como son las sanciones. Como es
fácil colegir, la receta de la teoría económica para atajar la delincuencia eco-
nómica no es otra que aumentar la prevención general que se alcanzaría so-
bre todo mediante multas suficientemente disuasivas. La ecuación que pro-
ponen para ello es que la multa debe atender al beneficio probable u obtenido
multiplicado por las posibilidades de esclarecer el delito.
A mayor cifra negra – número de delitos que no son descubiertos - y ma-
yores ganancias, las multas deben aumentar, con independencia de la im-
portancia del interés protegido. Ahora bien, tal como se ha criticado a esta
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Desde el punto de vista del Derecho, el término sin duda más elaborado es
el de Derecho penal económico. Mediante esta expresión, acuñada por la
doctrina alemana y con un gran desarrollo y predicamento doctrinal en nues-
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tro país, se agrupan los delitos, no atendiendo a sus causas o al espacio donde
acaecen (la empresa, los negocios), sino al bien jurídico que tutelan.
Lo característico del Derecho penal económico es que los delitos que
lo integran tutelan un conjunto de bienes jurídicos supraindividuales, que
representan, de un lado, las principales instituciones de nuestro modelo u
orden económico (libre competencia, mercado bursátil, sistema crediticio,
confianza en la información societaria, etc.) y, de otro, los mecanismos de
intervención del Estado en la economía (Hacienda pública, Seguridad Social,
subvenciones públicas, regulación del comercio exterior, etc.).
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duales a otros sectores del Derecho. Esta crítica se cruza en cierta medida con
la que atañe a la legitimidad de los delitos de peligro abstracto. Para quienes
sólo admiten bienes individuales (es decir, la protección del patrimonio), la
tutela por ejemplo en solitario de la “veracidad en las cuentas sociales” (art.
290) o del “folleto de emisión” (art 282 bis), sin referencia a un posible peli-
gro para el patrimonio individual resulta ilegítima.
Si se observan los dos delitos que acaban de citarse, y podría ponerse algún
ejemplo más, en el legislador español esta crítica ha hecho bastante mella.
Existe una tendencia clara en el Código Penal a no proteger bienes jurídicos
supraindividuales en estado puro, es decir, sin referencia, por ejemplo, a la
necesidad de que exista un peligro para el patrimonio de los socios o de los
inversores. Esta bipolaridad ocasiona numerosos problemas, y muy especial-
mente concursales, con el delito de estafa (vid. las especiales previsiones de
los arts. 282 bis o 290) o genera la introducción de referencias al beneficio o
perjuicio patrimonial que encontramos en el delito de abuso de información
privilegiada y que merman su eficacia (art. 285).
Más con fines expositivos que con el fin de intentar cerrar la polémica en
torno a los límites del Derecho penal económico, podríamos indicar que éste
comprende las siguientes infracciones:
– Delitos contra la capacidad financiera del Estado a través de las
figuras del delito fiscal, fraude de subvenciones y delitos contra la seguridad
social (arts. 305-310 bis). El objetivo del Derecho penal es en este punto pro-
teger las funciones de política económica, de solidaridad y redistribución de
la riqueza que se persiguen a través de los tributos, cuotas de la seguridad
social y la concesión de ayudas, subvenciones públicas y otro tipo de presta-
ciones.
– La protección de la parte más débil en las relaciones econó-
micas, como son consumidores (incluidos ahorradores) y trabajadores. En
ambos casos la protección penal se estructura protegiendo una serie de con-
diciones que permiten la realización de estas actividades sin riesgos para su
vida, salud o patrimonio (art. 282 -delito publicitario- y art. 282 bis -estafa
de inversores-; arts. 311-318 -delitos contra los trabajadores-; arts. 359-366
protección de la salud de los consumidores-).
– La protección de las instituciones básicas de la economía como
el sistema crediticio (257-261 bis), la libre competencia (art. 284.1), la com-
petencia desleal (espionaje industrial, 278 y corrupción en los negocios, arts.
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286 bis- 286 quater), la propiedad industrial (arts. 273 ss.), el mercado de
valores (arts. 284.2 y 3 y 285) o el funcionamiento de las sociedades mer-
cantiles, a través de los delitos societarios y la administración desleal (arts.
290-297 y 252).
– En este grupo de delitos debería también incluirse el blanqueo de ca-
pitales (art. 301). Aunque el bien jurídico protegido por este delito es tre-
mendamente discutido, qué duda cabe que una de sus funciones es la sepa-
ración del sistema económico legal del sistema económico que procede de
actividades delictivas. La confusión o mezcla de ambos sistemas, permitiendo
por ejemplo que las enormes cantidades de dinero que proceden del tráfico de
drogas, de la corrupción, etc., sirvieran para financiar la economía legal, sería
tremendamente perjudicial para el funcionamiento de la economía.
Pese a que el concepto de Derecho penal de la empresa y el económico
tienen, tal como acabamos de ver, orígenes y utilidades diversas es innegable
que entre ambos conceptos exista una estrecha relación, con una amplia coin-
cidencia de contenidos. Además se trata de visiones complementarias y
no excluyentes. Los delitos económicos, por ejemplo, el fraude fiscal o el
insider trading pueden cometerse fuera de una organización, pero su reali-
zación dentro de la empresa comporta problemas específicos (vgr., deber de
garantía del titular de la empresa).
La introducción de la responsabilidad penal de las personas jurídicas en
2010, que responde a la visión del corporate crime, acentúa aún más la uni-
dad entre ambos conceptos. El núcleo duro de los delitos que dan lugar a res-
ponsabilidad de la empresa son delitos económicos, si bien es cierto que co-
rrectamente pueden dar lugar a responsabilidad penal de la persona jurídica
delitos que nada tienen que ver con lo económico como el tráfico de órganos,
de drogas o la pornografía.
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por supuesto el tipo penal, en virtud del carácter de ultima ratio, no deba
añadir algún requisito ulterior que aumente el desvalor del resultado o de la
conducta prohibida. Así, por ejemplo, en el delito fiscal se exige que la cuantía
del fraude supere una determinada cantidad y además el tipo penal deja claro
que el mero incumplimiento de la normativa tributaria no constituye delito, a
no ser que exista una “defraudación”.
La accesoriedad del Derecho penal de la empresa tiene gran importancia,
en primer lugar, para la redacción e interpretación del tipo penal, pues abun-
dan los elementos normativos de carácter jurídico y las normas penales en
blanco. No hay, prácticamente, delito económico que no contenga uno u otro
recurso legislativo como elemento del tipo.
En el caso de los elementos normativos, dado su carácter jurídico, resul-
ta esencial realizar una lectura conjunta del tipo penal con la normativa extra-
penal para establecer su significado. La regla básica de esta lectura y que deriva
del principio de unidad del ordenamiento jurídico es que la interpretación del
elemento normativo no puede contradecir la normativa extrapenal, conside-
rando delictivos comportamientos que son admisibles en el ámbito extrapenal.
Más aún, este principio y el de seguridad jurídica exigen que los elementos nor-
mativos sean entendidos de modo conforme a la interpretación que existe en
el sector del Derecho del que provienen. Este criterio debe matizarse en aque-
llos supuestos en que el elemento normativo, en el sector del que proviene, es
objeto de interpretaciones extensivas o, más aún, analógicas. El principio de
determinación penal, conectado en este caso con el de ultima ratio, requiere
que el Derecho penal se restrinja al núcleo, a los casos indiscutidos que entran
dentro del elemento normativo, dejando fuera los casos dudosos o debatidos.
La inmensa mayoría de los delitos que van a estudiarse están compuestos de ele-
mentos normativos o constituyen normas penales en blanco. Como es bien conocido, el
TC (vid. por ejemplo STC 127/1990) ha establecido la compatibilidad de esta técnica le-
gislativa con la reserva de ley, siempre que el tipo penal contenga el contenido esencial
de la conducta prohibida y la remisión se deje para cuestiones de detalle y puesta al día.
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Es decir, en la mayoría de los países el delito fiscal se encuentra en la ley general tribu-
taria, los delitos contra la propiedad industrial en las leyes de patentes marcas, e igual
ocurre con la mayoría de los delitos que vamos a estudiar que se encuentran fuera del
Código Penal. Ésta es la forma en que se visualiza el carácter accesorio del Derecho
penal de la empresa en países como Alemania, Francia o Italia, donde existen infinidad
de leyes penales especiales en la materia. Estos tipos penales se caracterizan por que
contienen remisiones estáticas: conforman la infracción remitiendo a un precepto es-
pecífico situado en la norma administrativa. Es decir, a través de una técnica legislativa
similar a la que en nuestro país se utiliza en la tipificación de infracciones adminis-
trativas. Por el contrario, nuestro legislador usa y abusa de las remisiones dinámicas:
fundamenta el injusto penal a través de remisiones genéricas a un conjunto de normas
indeterminadas, presentes y futuras (remisiones dinámicas). Es en este contexto en el
que debe enmarcarse la crítica a las normas penales en blanco y la doctrina del Tribu-
nal Constitucional a la que antes se hacía referencia.
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Esta jurisprudencia concuerda con el ne bis in idem, que no es una regla, sino un
principio sometido a ponderación con otros intereses. Es decir la forma de aplicar el
principio de ne bis in idem puede admitir determinadas modulaciones dependiendo
de las situaciones en que se presente: sanciones penales y administrativas, sanciones
administrativas, sanciones penales de dos Estados, sanciones penales de un estado y
administrativas de otro Estado, sanciones administrativas de dos Estados, sanciones
penales de un Estado y de un tribunal internacional etc. Los ordenamientos jurídicos
actuales no siempre solucionan la confluencia de procesos y de sanciones del mismo
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modo, sino de manera flexible teniendo en cuanta los distintos intereses en juego. En
su forma más rígida la imposición de una sanción impediría un segundo proceso y la
imposición de otra sanción (aunque fuera más grave). Esta forma rígida de entender el
principio es la que ha construido el Tribunal de Justicia de la Unión Europea entre san-
ciones procedentes de diversos estados miembros (vid. Tema 2). En este punto la im-
portancia de la construcción de un espacio judicial europeo, de la ciudadanía europea
y la seguridad jurídica han llevado a una construcción muy rígida del principio. En el
caso de sanciones penales y administrativas nacionales el TC en su sentencia de 2003
admite la existencia de un segundo proceso, y la imposición de una segunda sanción,
lo que se acerca al denominado “principio de cuenta” que se utiliza en muchos países
para resolver el ne bis in idem entre sanciones penales propias y las de otro Estado. En
este caso se quiere mantener el carácter más disuasivo y grave de la sanción penal o, en
el ne bis in idem internacional, no restar importancia al ejercicio del ius puniendi como
una manifestación de la soberanía estatal que no puede ser limitada por el sólo hecho
de que otro Estado haya sancionado en primer lugar.
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En muchos casos estos cuerpos policiales son los auténticos directores y protago-
nistas de las investigaciones, relegando de facto a los jueces a un papel supervisor de
su actuación, que se acerca al modelo del juez de garantías que existe en el Derecho
comparado. La actuación del Ministerio Fiscal en la investigación de delitos económi-
cos suele ir igualmente a remolque de la actuación policial, salvo quizás en supuestos
que afectan a la Audiencia Nacional donde, de un lado, la intervención frecuente de
la Fiscalía Anticorrupción, y, de otro, la mayor proporción del número de fiscales en
relación con el de jueces instructores –recordemos, únicamente 6- les permiten tener
un mayor protagonismo.
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Las necesidades de prueba que se dan en las investigaciones sobre delitos económicos
no pueden solucionarse utilizando medios coactivos, sino mediante el estímulo de la
colaboración. Esta estrategia se desprende con claridad del art. 31 bis quater que esta-
blece como atenuantes de la responsabilidad de la persona jurídica, la colaboración y
la confesión.
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