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Breve historia de las teorías acerca del


origen de la vida (2011)
Héctor Palma

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La Evolución y las Ciencias


Vivian Scheinsohn

¿Cuándo ent ra el alma al cuerpo?


Gust avo Ort iz Millán

Epigénesis de la personalidad
Jose Eduardo Moreno
Publicado en Educación en Ciencias Experimentales y Matemática, Año 1 Vol. 1 (Segunda Época) 2011,
Universidad Nacional de San Martín. Versión electrónica en
http://www.humanidadesdigital.unsam.edu.ar/experimental/articulos2.htm

BREVE HISTORIA DE LAS TEORIAS ACERCA DEL ORIGEN DE LA VIDA


Palma, H. (1)

(1) UNSAM, Escuela de Humanidades

Centro de Estudios de Historia de la Ciencia „José Babini‟.


Martín de Irigoyen 3100. Campus Miguelete.

San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina (1650)

Resumen
Se analizan algunos de los intentos históricos que se han hecho por responder al problema
del origen de los seres vivos. El objetivo del presente trabajo, no obstante no es
principalmente historiográfico, sino que juega en la interfase entre la Historia de la Ciencia
y la Filosofía de la Ciencia. Así, por un lado se divide el problema abordado en tres grandes
cuestiones: la biogénesis -es decir el origen de la vida en sí ,la generación espontánea, la
teoría de la Panspermia, de la vida y la explicación naturalista de su aparición en la Tierra;
el origen de las especies - donde se analiza fundamentalmente la irrupción de la teoría
darwiniana de la evolución en oposición al pensamiento fijista/ creacionista-; y el origen de
los individuos -donde se revisan las posiciones preformacionista y epigenética. Por otro
lado, se muestra cómo la Historia de la Ciencia basada en un catálogo de respuestas
parciales resulta un recurso cuando menos insuficiente, optando más bien por asumir que
la clave suele estar en todo caso en la modificación o inauguración de nuevas preguntas,
cuya delimitación y configuración es un problema epistemológicamente mucho más
interesante y esclarecedor.

Palabras clave
Historia de la Ciencia, Filosofía de la Ciencia, biogénesis, evolución, creacionismo.

Abstract
Some historical trials made in order to solve the problem of the origin of biological species
are analyzed from the “interface” between History and Philosophy of Science. This problem
under investigation is divided in three main questions, i.e.: biogenesis (spontaneous
generation theory, Panspermia and naturalist explanation of the beginning of life on Earth;
the origin of biological species, whit the irruption of Darwin’s Evolution Theory, faced to the
fixists and creationist theories; and doctrines on the origin of individuals, including reviews
on preformationism and epigenetic theories. We discuss also about the unsatisfactory
solutions of this problem provided by the fragmentary catalog of historical data, taking rather
the option for the reformulation of new hypothesis, which delimitation results much more
interesting from an epistemological point of view.

Keywords
History of Science, Philosophy of Science, biogenesis, evolution, creationism.
Este brevísimo trabajo trata acerca de algunos de los intentos que se han hecho, a
través de la Historia, por responder a uno de los problemas más antiguos, inquietantes y
ubicuos de la Humanidad: el origen de los seres vivos. Sin embargo, se deben hacer,
previamente, dos señalamientos epistemológicos.
Circula ampliamente una idea según la cual la ciencia consiste en el conjunto
acumulado de respuestas históricas acertadas a una serie estable y permanente (aunque
no siempre delimitada) de preguntas. En tal caso, la ciencia no sería más que un trabajo de
“descubrimiento” en el sentido más literal de “desocultamiento”. Concedamos que,
efectivamente, y esto es casi una obviedad, encontrar buenas respuestas a los problemas
e interrogantes humanos es una de las metas de la ciencia. Esta forma de ver las cosas
apenas si nos devuelve una historia de la ciencia contada del lado de las respuestas como
un camino acumulativo. Pero se trata de una visión al menos exageradamente simplificada
porque la dinámica histórica suele resultar más compleja e interesante. Cabe reflexionar
aun si las nuevas preguntas pueden ser formuladas recién cuando comienzan a estar
disponibles nuevas respuestas o si, por el contrario, la secuencia se inicia con la irrupción
de nuevas preguntas. Como quiera que sea, en la dinámica de la producción histórica de
conocimiento hay un papel destacado para las nuevas preguntas: ellas conllevan a nuevas
configuraciones de la realidad, nuevas taxonomías y clasificaciones de lo real, nuevas áreas
de interés, y sobre todo, modifican el conjunto de candidatos a respuestas posibles
(incluyendo algunas nuevas y eliminando otras tradicionales) y, obviamente, constituyen los
nuevos límites de la ciencia socio-históricamente situados.
Por decirlo en una apretada fórmula: no sólo no se puede decir, legítimamente,
cualquier cosa en cualquier momento, sino, sobre todo, no se puede, legítimamente,
preguntar cualquier cosa en cualquier momento. Los sueños nunca fueron objeto de interés
científico hasta que S. Freud los consideró parte de su teoría acerca de la psiquis humana;
los errores de los niños no pasaban de ser producto de la “incompletitud” de los mismos
hasta que J. Piaget encontró que se trataba de errores sistemáticos y construyó sobre los
mismos su teoría del desarrollo de la inteligencia; las diferencias entre los individuos de una
misma especie nunca fueron objeto de consideración significativa hasta que Darwin basó
la evolución de las especies en estas diferencias; la búsqueda sistemática del agente
patógeno biológico que produce una enfermedad fue el resultado de la instalación del
paradigma de las enfermedades infecciosas; etc. Acerca del tema que nos ocupa aquí,
podemos decir que allí donde en un principio había sólo un problema, hay tres cuestiones
relacionadas pero distintas: el origen de la vida en sí misma, el origen de los seres vivientes
individuales y el origen de las especies. Puede decirse, simplificando algo la cosas, que la
historia de una gran parte de la Biología es la historia de la distinción de estas tres
preguntas.
El segundo señalamiento concierne a una cuestión a la que sólo me referiré
tangencialmente pero que siempre está latente a la hora de plantear estos temas.
Al igual que en otras áreas del conocimiento humano, en lo que hoy llamamos
Ciencias Biológicas, al principio prevaleció el pensamiento mítico-religioso (en adelante
PMR) y, con el correr de los siglos, se fueron agregando e imponiendo más y mejores
explicaciones científicas. Por el lado de la Física, la Astronomía y otras áreas de las
Ciencias Naturales, el PMR, aunque lentamente y muy a regañadientes, tuvo que ir
reconociendo descripciones acerca del mundo natural que al principio le parecían
inaceptables. Sin embargo, por el lado de las Ciencias Biológicas como en ningún otro caso,
el pensamiento religioso, a través de una militancia inclaudicable y fundamentalista -en
ocasiones de gran efectividad-, aún pretende imponer sus creencias y tener incumbencia,
de distintos modos, en los tres grandes problemas, ya señalados, alrededor de lo viviente.
Aunque, como dije, no voy a extenderme aquí en el PMR, vale la pena dejar en claro dos
cuestiones. En primer lugar, el debate ciencia-PMR se encuentra definitivamente saldado
desde hace tiempo, no porque la ciencia pueda proveer de respuesta definitivas (cosa que
no hace) ni porque las explicaciones del PMR sean falsas, sino también porque el PMR es
dogmático (no admite ni siquiera la posibilidad de revisión), poco interesante (no explica
nada), estéril (no sirve para seguir indagando) y sobre todo, totalmente insuficiente para la
razón humana (que siempre se muestra ávida por conocer más y mejor el mundo que la
rodea). En segundo lugar, y casi paradójicamente, aunque no se trate en la actualidad de
un debate legítimo, el PMR tiene una presencia ubicua en los medios masivos y, sobre todo,
en la enseñanza, por lo cual se hace necesario, en este nivel, salirle al cruce todo el tiempo,
so pena de que nuestros estudiantes crean que, efectivamente, se trata de una alternativa
explicativa.

1. EL ORIGEN DE LA VIDA

El PMR busca responder a la misma pregunta sobre el origen de la vida que la ciencia
actual: ¿cómo fue que en algún momento apareció la vida donde antes no la había? Las
múltiples respuestas son conocidas: alguna fuerza sobrenatural o alguna reunión de ellas
decidió en algún momento determinado iniciar una nueva forma de lo existente. En general
estos mitos responden a varias preguntas en forma conjunta: a la creación del mundo en
general, al surgimiento de la vida e incluso al origen de las distintas especies. También, al
igual que la ciencia actual, reconocen la misma secuencia: primero lo no viviente y luego lo
viviente. Dejaremos de lado este costado de la cuestión.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX aparecieron algunas concepciones
sobre el origen de la vida llamadas ‘eternalistas’, que se oponían básicamente a las
corrientes vitalistasii y para afirmar que la vida era una propiedad de la materia, la
consideraban eterna como ésta. En la actualidad, la ciencia está lejos de pensar en estos
términos y el problema que se debate es el de la biogénesis.
Un grupo de teorías, que en realidad desplazan el problema de la biogénesis, pueden
agruparse bajo el nombre de panspermia o teoría del origen extraterrestre de la vida. Ya en
la antigüedad, aunque con otros objetivos intelectuales, Anaxágoras había declarado que
la vida se habría originado en un conjunto de gérmenes etéreos y que, de la misma manera
que observamos que la vegetación puede invadir las islas surgidas por movimientos
volcánicos, como producto de la fecundación de las lavas estériles por esporas
transportadas por el viento, se creía ya por entonces también en la posibilidad de que tal
fenómeno afectase al conjunto de la Tierra. El planeta pudo haber sido sembrado por ciertos
gérmenes venidos de otros mundos, concepción bastante extendida no sólo en la
Antigüedad, sino también durante el Renacimiento. Al respecto Giordano Bruno (1548-
1600) proclamaba que “existen innumerables soles e innumerables Tierras que giran
alrededor del Sol, de la misma manera como nuestros siete planetas giran alrededor de
nuestro Sol. Hay seres vivos habitando estos mundos”. Dentro de esta concepción, y ya
más cerca en el tiempo, se puede distinguir entre la radiopanspermia y la litopanspermia.
La primera fue defendida por científicos como el físico alemán Hermann von Helmholtz
(1821-1894), y el inglés William Thomson –lord Kelvin- (1824-1907). Pero fue popularizada
por el químico sueco, premio Nobel de 1903, Svante Arrhenius (1859-1927), quien, en
Worlds in the making, (publicado en 1907) sostiene que estos gérmenes o esporas iniciales
son transportados a la Tierra constantemente y aseguraba que, dado que las esporas
bacterianas son muy resistentes al frío que hay en el espacio y además pueden conservarse
durante mucho tiempo sin perecer, bien podrían vagar por el espacio interestelar durante
mucho tiempo, diseminarse por todos lados, y proliferar cuando caen en lugares propicios
como la Tierra. Las esporas, sin embargo, no son resistentes a la luz ultravioleta ni a otras
radiaciones muy comunes en el Universo y difícilmente se entiende hoy que pueda ocurrir
lo que sostiene Arrhenius. El premio Nobel Francis Crick (1916-2004)iii, por su parte,
especuló (en La vida misma, publicada en 1981) con que la vida se habría originado fuera
de la Tierra y habría llegado a ésta bajo la forma de microorganismos enviados por una
civilización extraterrestre en una especie de vehículo.
La otra variante, la litopanspermia, basada en el descubrimiento de la existencia de
diversos compuestos del carbono en los meteoritos, sostiene que los compuestos orgánicos
básicos habrían llegado utilizando este medio de transporte. El matemático hindú Chandra
Wickramasinghe y el astrofísico Fred Hoyle consideran que en la inmensidad del Universo
es posible que en muchísimos lugares se hayan dado condiciones favorables para originar
vida, de modo tal que el espacio podría estar plagado de esporas que podrían haber llegado
a la Tierra a través de meteoritosiv. El descubrimiento de residuos de aminoácidos en
material meteorítico en los años ’80 por parte de Cyril Ponnamperuma y otros
investigadores norteamericanos es un dato de apoyo a esta teoría.
En cualquier caso, las diversas formas de panspermia, al situar el origen de la vida sobre
la tierra en otros mundos, no explican el origen de la vida, sino que explican el origen de la
vida en la Tierra y desplazan el problema hacia un nuevo interrogante: ¿cuál es el origen
de la vida en otras partes del Universo? Los intentos de respuesta de esta cuestión han
dado lugar a la exobiología, entendida como ciencia que estudia los orígenes y evolución
de la vida en el universo.

1.1 la cuestión de la generación espontánea

En principio, el término generación espontánea tanto puede referirse a la intervención


continuada de la obra creadora de algún dios, o bien, desde una perspectiva más
naturalista, al fruto de unas propiedades inherentes a determinados elementos inertes que
al combinarse dan como resultado seres vivientes. Por otra parte, la idea de que la vida es
el resultado de la generación espontánea es muy antigua. Ya Demócrito (460-370 aC) la
definió como el fruto de la unión al azar de ciertas partículas indivisibles que constituían
todo lo real, y que llamó átomos. Esta tesis no tuvo mucha aceptación y prevaleció en
cambio la concepción de tipo vitalista y animista, producto probablemente de la concepción
griega de la physis y que se reforzó con la gran influencia de la filosofía aristotélica. Todavía
hasta la segunda mitad del siglo XIX –momento en que Louis Pasteur (1822-1895)
desarrolla una serie de experiencias que dan por tierra con esa teoría- se seguía creyendo
que determinados seres vivos, en determinadas condiciones, podían surgir
espontáneamente de la materia inanimada, especialmente si ésta se hallaba en estado de
descomposición o putrefacción. En el siglo XVII un conocido médico, Jean Baptiste van
Helmont (1579-1644) sostenía que:

“El agua de fuente más pura, puesta en un recipiente impregnado del olor de un fermento, se
enmohece y engendra gusanos. Los olores que ascienden del fondo de los pantanos producen
ranas, babosas, sanguijuelas, hierbas (...) Haced un agujero en un ladrillo, meted en él hierba
de albahaca molida, aplicad un segundo ladrillo sobre el primero, de manera que el agujero
quede completamente cubierto, exponed los dos ladrillos al sol, y al cabo de algunos días, el
olor de albahaca, obrando como fermento, cambiará la hierba en verdaderos escorpiones” (...)
Si se comprime una camisa sucia en la boca de un recipiente en que hay trigo, al cabo de
veinte días, aproximadamente, el fermento salido de la camisa es alterado por el olor de los
granos, transmuta el trigo revestido de su corteza en ratones, que son diferenciados por una
diversidad de sexos, que después multiplican su especie, habitando los unos con los otros (...)
La creencia en la generación espontánea continuó durante bastante tiempo más, a pesar
de los resultados de algunos experimentos en contrario. El naturalista, médico y poeta
italiano Francesco Redi (1626-1694) llevó a cabo una serie de experimentos para demostrar
que las moscas no se originaban por generación espontánea. Dispuso para ello unos trozos
de carne en frascos de boca ancha, y dejó algunos completamente abiertos y otros cerrados
con un “papel herméticamente atado y sujetado”. A los pocos días, observó que la carne
que se encontraba en los frascos abiertos estaba llena de gusanos, mientras que no había
ninguno en la carne que estaba en los frascos cerrados. Redi realizó luego un experimento
más para descartar que la no aparición de moscas se debiera a la falta de aireación,
sustituyendo el papel por una malla muy fina, y los resultados fueron iguales: no aparecieron
gusanos. Su interpretación fue acertada: ni en los frascos cerrados ni en los que estaban
tapados por la malla fina, podían entrar las moscas a depositar sus huevos, por lo tanto, las
moscas nacen de los huevos puestos por otras moscas. Redi establece así la idea de la
continuidad de lo viviente aunque esta idea, que en apariencia es la misma que prevalece
en la actualidad, supone dos cuestiones: la primera es que sólo dios puede crear vida, y la
segunda al preformacionismo, que luego veremos en ocasión de discutir el origen de lo
seres individuales.
No obstante, hacia principios del siglo XVII, con el comienzo del uso del microscopiov, la
creencia en la generación espontánea fue cobrando más fuerza y era atribuida ya no tanto
a los animales más grandes como ranas, insectos y otros, sino sólo a esos seres
microscópicos nuevos cuya proliferación podía verse con cierta facilidad y en pocas horas
a través del microscopio. El más célebre de los naturalistas que utilizó sistemáticamente el
microscopio fue el holandés Antoon van Leeuwenhoek (1632-1723), descubriendo el
mundo de los infusorios (microorganismos que podían observarse en los líquidos). La
generación espontánea fue defendida por los más notables naturalistas como George Louis
Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) y Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero
de Lamarck (1744-1829), quien en las primeras décadas del siglo XIX la defendía para el
caso de ciertos organismos primitivos, a partir de los cuales se suponía que se inauguraban
distintas líneas evolutivas.
En 1859, Félix Pouchet (1800-1872) publicaba La Heterogonía o Tratado de la generación
espontánea y Pasteur lo toma como el adversario al cual había que rebatir para atacar la
generación espontánea. En una conferencia celebrada el 7 de abril de 1864 en las “Veladas
científicas de la Sorbona” Pasteur describe en una elaborada e histriónica puesta en escena
las experiencias que realizó para terminar con la generación espontánea, denostando a
Pouchet.
Ahora bien, y a propósito de las preguntas, ¿cuál es el alcance del trabajo de Pasteur? Lo
que se abandonó a partir del impacto de la difusión pública de los resultados de Pasteur es
la teoría de la generación espontánea que podríamos llamar continua, es decir la referida a
la producción continuada a través del tiempo, circunscripta a unos pocos seres vivos, pero
que nacen siempre y constantemente según el mismo mecanismo. Pasteur sentó las bases
para señalar inequívocamente que lo viviente nace de lo viviente, vale decir que expulsó
definitivamente la idea de la generación espontánea del ámbito de la reproducción, pero
aún quedaba sin explicar el origen de lo viviente, y parece no haber otra forma de entenderlo
que la generación espontánea ‘allá lejos y hace tiempo’, es decir en un solo caso o en unos
pocos. Es interesante hacer notar que una de las consecuencias de los trabajos de Pasteur,
que en principio “expulsa” del ámbito de la ciencia una serie de creencias infundadas, fue
el crecimiento de las concepciones de corte vitalista, teleológico y animista. Por ello Ernst
Haeckel (1834-1919) declaró que negar la generación espontánea significaba aceptar el
milagro de la creación divina de la vida señalando que, o bien la vida aparece
espontáneamente sobre la base de ciertas leyes naturales referidas a las propiedades
fisicoquímicas de la materia, o bien ha sido producida por fuerzas sobrenaturales. Ante esta
alternativa se formuló la llamada hipótesis del azar creador, consistente en suponer la
formación de un ser vivo a partir de materiales inanimados en determinadas condiciones.
Aunque esta tesis convierte la vida en un fenómeno altamente improbable por la necesidad
de que se conjuguen una serie de fenómenos diversos en un momento y lugar determinado,
instaló la posibilidad de considerar desde una nueva óptica el origen de la vida a partir de
la materia sin pensar más en la generación espontánea y sin requerir elementos
suplementarios como los vitalistas. Nótese entonces que el científico no tiene otra solución
que abordar el problema del origen de la vida a través de la hipótesis de la generación
espontánea. Lo único que la controversia resumida anteriormente demostró como
insostenible fue la creencia de que los organismos vivos surgen espontáneamente en las
condiciones actuales. Había que enfrentar unas preguntas algo diferentes: ¿por qué hay
que pensar que el único oscuro y privilegiado rincón del Universo en el cual se habrían dado
esas condiciones habría sido el planeta Tierra? o la más básica expuesta por Wald al final
del párrafo siguiente:

“Solemos referir esta historia a los alumnos que empiezan a estudiar biología como si
ello representara el triunfo de la razón sobre el misticismo. De hecho, es casi todo lo
contrario. Lo razonable era creer en la generación espontánea, y la única alternativa
creer en un acto único y primero de creación sobrenatural. No hay otra tercera postura.
Por esta razón, muchos científicos decidieron hace un siglo (este trabajo es de 1954)
considerar la creencia en la generación espontánea como una ‘necesidad filosófica’. Es
un síntoma de la pobreza filosófica de nuestro tiempo el que no se valore ya más esta
necesidad. La mayoría de los biólogos modernos, después de seguir con satisfacción
la caída de la hipótesis de la generación espontánea, pero reacios a aceptar la creencia
alternativa en una creación especial, se han quedado sin nada.
Yo creo que el científico no tiene otra solución que abordar el problema del origen de la
vida a través de la hipótesis de la generación espontánea. Lo único que la controversia
resumida anteriormente demostró que era insostenible fue la creencia de que los
organismos vivos surgen espontáneamente en las condiciones actuales. Ahora nos
tenemos que enfrentar con un problema algo diferente: cómo pueden en un principio
haber aparecido espontáneamente los organismos en condiciones diferentes,
supuesto que ya no pueden hacerlo más”. (Wald, 1971, p. 415)

1.2 el panorama actual

En la actualidad se trata básicamente del problema de la biogénesis, vale decir del


surgimiento de lo viviente a partir de lo no viviente, considerando, contra las corrientes
vitalistas -aunque también contra el mecanicismo clásico-, que los seres vivos se basan en
los mismos procesos físicos y químicos que la materia inanimada. Nótese que aparece otra
cuestión clave e irresuelta, al menos en términos unívocos: ¿qué es la vida?, o mejor ¿hay
algo que distinga claramente lo vivo de lo no vivo?
En 1924 el ruso Alexei Oparin (1894-1980) y, en 1928, el investigador inglés John B.S.
Haldane (1892-1964) crearon las bases teóricas para que, otros como M. Calvin (1952), y
S. L. Miller (1953), pudieran proseguir aportando en la misma línea. Ya en los años 1960,
pudo lograrse la síntesis de aminoácidos y otras moléculas complejas dentro de una
evolución abiótica. El químico suizo Albert Eschenmoser y su equipo investigaron la
posibilidad de una estructura intermedia entre el ARN (molécula duplicativa, pero
extremadamente frágil) y las proteínas (no duplicativas) que sería, según ellos, el tipo de
macromolécula primordial. Para el químico británico Cairns-Smith, el origen de la vida
terrestre estaría en sistemas de vida cristalina y basada en materiales inorgánicos que,
posteriormente, desembocarían en la vida orgánica, mientras que el químico alemán
Günther Wächterhäuser sostiene que los primeros sistemas capaces de autoreplicarse
estaban constituidos por granos de pirita envueltos en materia orgánica, con lo que se
acerca a la tesis de Cairns-Smith, pero se basa en los tipos de vida descubiertos en
profundas fosas marinas alrededor de fuentes cálidas surgidas en chimeneas volcánicas
submarinas, pobladas de bacterias que viven de quimiosíntesis de materiales sulfuradosvi.
Como quiera que sea, el problema del origen de la vida está lejos de ser
resuelto, aunque hay un programa de investigación en marcha –que incluye
múltiples teorías y desde el cual ya no se puede volver atrás- y cuya pregunta básica
es ¿cómo lo viviente surgió de la reorganización de lo no viviente en determinadas
condiciones ambientales?

2. EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

La teoría darwiniana de la evolución por selección natural no soluciona el problema del


origen de la vida (aunque pueda de hecho proporcionar indicios y nuevas líneas de
abordaje) sino que, antes bien, elude la cuestión desdoblando las preguntas en: ¿cuál es
el origen de la vida? y ¿cuál es el origen de las especies? La teoría de la evolución funciona
a partir de la existencia de lo viviente, pudiendo resumirse: “dado un conjunto de seres
vivientes con las características de los conocidos en el planeta Tierra, surgirán especies
diversas a través de mecanismos naturales y universales, siendo el principal la selección
natural”.
En este sentido Charles Darwin (1809-1882) escribe en el último párrafo de El Origen de
las Especies:

“Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diversas facultades, fue
originalmente alentada por el Creador [destacado mío, esta expresión aparece a partir
de la segunda edición] en unas pocas formas o en una sola; y que mientras este planeta
ha ido girando según la ley constante de la gravitación, a partir de un comienzo tan
sencillo se desarrollaron y están evolucionando infinitas formas, cada vez más bellas y
maravillosas”. (Ch. Darwin, El Origen de las Especies, Capítulo 15)

En primer lugar, Darwin contempla la posibilidad de que la vida en su origen haya sido
obra de un Creador, pero luego todo habría funcionado según leyes tan eternas, universales
y naturales como la de la gravitación. Atentos a la férrea oposición que suscitó la teoría de la
evolución en los sectores religiosos, algunos han sostenido que la afirmación de Darwin es
una suerte de concesión a las presiones de su época (algunos sostienen que también es una
concesión a su esposa, una mujer muy creyente). Sea cual fuere la motivación última de esta
frase, el aspecto epistemológicamente más interesante es otro: la teoría darwiniana no explica
el origen de lo viviente en sí mismo, de modo tal que la diferenciación de problemas se sigue
de exigencias metodológicas internas a la teoría y, aquí, son superfluas las consideraciones
psico-sociológicas. Mientras una explicación que se base en la creación divina de las
especies por separado encontrará allí solución a ambos problemas. Por su parte, una
explicación evolucionista mecanicista podrá dejar de lado el problema del origen de la vida,
en la medida en que excede sus posibilidades.
El origen de la vida no es, por lo menos en principio, un problema para el evolucionismo darwiniano
aunque sí lo era para los interlocutores contra los cuales disputaba Darwin. En efecto, otras versiones
sobre el origen de las especies, como las que defendían los científicos fijistas-creacionistas
anteriores y contemporáneos de Darwin, compatibles con el cristianismo dominante, y para las
cuales dios habría originado mediante un único acto de creación especial a cada especie tal cual es
en la actualidad, respondían simultáneamente a las dos preguntas señaladas. Incluso el
evolucionismo de Lamarck respondía a ambas preguntas, estableciendo cuatro leyes o principios vii
de la evolución que comenzaban a funcionar a partir de la generación espontánea de ciertos seres
simples y ganando en complejidad a través de las generaciones.
3. EL ORIGEN DE LOS INDIVIDUOS

Finalmente, la tercera pregunta que se plantea es: ¿cuál es el origen de los seres vivos
individuales? Se trata de una pregunta sobre el presente inscripta en el ámbito en el cual la
Humanidad ha tenido desde siempre la experiencia cotidiana de embarazos y nacimientos,
así como también del surgimiento de nuevas generaciones de plantas. Se trata, también,
del ámbito en el cual el PMR acepta sin mayores problemas las descripciones científicas y
menos sujeto a controversias de fondo, por lo menos en lo relacionado con los procesos
biológicos y fisicoquímicos de la reproducción de los seres vivientes. Sin embargo, es
probablemente el ámbito en que la religión tiene más presencia práctica y política, tratando
de interferir en las tecnologías sociales, biológicas y médicas utilizadas, como así también
en los debates éticos, jurídicos y políticos sobre los temas relacionados con la reproducción,
básicamente humana: fecundación artificial, decisiones acerca del tipo y alcance de la
educación sexual, la controversia sobre la despenalización del aborto, y últimamente sobre
la clonación humana y las posibilidades de la ingeniería genética.
Volviendo a nuestro tema principal, tomaré en consideración dos pares de conceptos
opuestos que resultan a su vez cambios en las preguntas que se le hace a la naturaleza:
en primer lugar sobre el par generación/ reproducción y, en segundo lugar sobre el par
epigenistas/ preformacionistas.

3.1 Generación y reproducción

La concepción, hoy corriente, sobre el origen de los individuos implica el


reconocimiento de que es el resultado de un proceso de reproducción, es decir que,
básicamente, lo semejante produce lo semejante y que lo vivo nace de lo vivo. Esta idea,
conocida desde el fondo de los tiempos por la experiencia cotidiana de ver que los seres
humanos tienen hijos humanos, los perros descendencia de perros y así, sólo se
transforma en ley inviolable hacia el siglo XVIII, en ocasión de introducir el concepto de
“reproducción”. Hasta ese momento los seres individuales “no se reproducían” como señala
Francois Jacob (1970) sino que eran engendrados y entre “reproducción” y “generación”
hay grandes diferencias.

 todo ser viviente es el resultado de una creación que, en una u otra etapa, exige la
El concepto de generación aplicado a lo viviente, siguiendo a Jacob, implica que:

 aunque el concepto de generación campea en el contexto de la gran influencia de


intervención directa de las leyes divinas

la filosofía aristotélica (de continuidad y jerarquía de la Naturaleza), implica la


consideración de cada ser vivo como un acontecimiento único y aislado, independiente

 el concepto de generación permite concebir que si bien es una constatación


de cualquier otra creación; que no tiene raíces en el pasado

empírica que lo semejante surge de lo semejante, esto no hace más que reflejar la
costumbre que lo semejante tiene de aparearse con lo semejante pero permite también
considerar como posibles distintos tipos de mezcla entre seres heterogéneos. Los
relatos de viajeros acerca de criaturas extrañas existentes solo en lugares remotos e
inaccesibles para la mayoría de los hombres, más allá de su carácter fantasioso o mítico
encuentran cierto margen de credibilidad en este contexto.
Hacia finales del siglo XVIII se impone el concepto de “reproducción” para señalar la
aparición de nuevos seres individuales: lo semejante nace de lo semejante y no hay otra
posibilidad. Las preguntas sobre cómo es posible que aparezcan monstruos como los
descriptos por los viajeros deja de tener sentido porque ya no es legítimo pensar en ellos
como posibles. Algunas décadas después, como vimos más arriba, Pasteur agregará: “lo
vivo nace de lo vivo”.

3.2 Epigenéticos y preformacionistas

Históricamente se han dado dos líneas de respuesta al problema del origen de los nuevos
individuos: la epigénesis por un lado y la preformación por otro. En su formulación más
general el preformacionismo sostiene que los nuevos seres ya se encuentran preformados
en algún lugar del organismo de los padres pero en miniatura, mientras que el epigenismo
responde que los nuevos seres se constituyen gradualmente por formación sucesiva de
partes nuevas, incluso con el agregado de sustancias que provienen del exterior. Las
teorías de la epigénesis y de la preformación reproducían un antiguo debate. Aristóteles
(384-322 a. C.) en De generatione (II, 734a) ataca la teoría de la preformación implícita en
las ideas de Demócrito, mientras que la teoría de las razones seminales de San Agustín
(354-430) defendía una forma de preformacionismo. Ya Hipócrates (460-377 a.C.) había
señalado que el embrión se forma por la mezcla de dos simientes respectivamente
producidas por ambos padres y la tradición de raigambre aristotélica reprodujo durante
siglos una versión hilemórfica de la epigénesis. Entre finales del siglo XVII y durante el siglo
XVIII prosiguió el debate incluso entre filósofos partidarios del preformacionismo, como
Gottfried Leibniz (1646-1716) y partidarios de la epigénesis, como Immanuel Kant (1724-
1804).
El preformacionismo resultaba la forma más razonable y sencilla de concebir la formación
de un nuevo ser orgánico. Daba por supuesto que el nuevo ser no se forma sino que ya
está previamente formado, aunque de un tamaño muy pequeño como corpúsculo o germen.
En algún sentido, puede decirse que la generación propiamente dicha no existiría para los
preformacionistas, y se trataba sólo de un aumento de tamaño de los gérmenes.
El preformacionismo albergó dos vertientes principales: la de los homunculistas o
animalistas y las de los ovistas (el futuro ser estaría preformado en los óvulos). Marcello
Malpighi (1628-1694), desarrolló una de las primeras formulaciones preformacionistas
ovistas modernas. Aunque no se conocía aún el huevo de los mamíferos (cosa que ocurriría
recién en 1827), los ovistas comenzaron a suponer que todos los animales se engendraban
a través de huevos. Los gérmenes entonces, se encontraban en el progenitor hembra,
mientras que el semen sólo tendría un papel secundario: estimular el crecimiento del
animalito preformado. También el holandés Hans Swammerdam (1637-1680) defendía la
tesis ovista. Sin embargo, el descubrimiento de los animálculos del semen a partir de la
utilización del microscopio, provocó la escisión entre los preformacionistas. En efecto,
algunos como Leeuwenhoek, no vacilaron en considerar esos animálculos como
verdaderos gérmenes de los animales. Concebir que el animal en miniatura preformado
estaba en el semen, además, eliminaba la “desagradable” situación de pensar que
principalmente en la hembra se encontraba la producción de nuevos seres. El huevo,
provisto por la madre, sólo operaría como receptáculo y alimento para el nuevo ser.
Sea como fuere, aún quedaba sin explicar de dónde provenían los gérmenes preformados
y para esto también había dos respuestas (que por supuesto ya se alejaban mucho de la
observación de los huevos de gallina y experimentos con embriones, de herencia
aristotélica, que se realizaban para la época): la diseminacion y el encaje. Según la teoría
de la diseminación, todos los gérmenes se encontrarían desde siempre (desde la creación)
esparcidos por todo el planeta, pero sólo se desarrollarían cuando se ubicaban en matrices
o cuerpos de una misma especie, que fueran capaces de hacerlos crecer. Los animales
obtendrían sus gérmenes del ambiente exterior, ya sea por alimentación o por respiración,
aunque sólo podían desarrollar los que les pertenecían como especie. Según la teoría del
encaje, cada individuo poseería gérmenes de su propia descendencia, y a su vez, dentro
de estos gérmenes se encontrarían los gérmenes de las generaciones futuras, como en
una suerte de muñeca rusa. Pero tanto la teoría de la diseminación como la del encaje eran
consistentes con las tesis ovistas y animalculistas, con lo cual se generaron cuatro líneas
distintas: ovistas con encaje, ovistas con diseminación, animalculismo con encaje y
animalculismo con diseminación.
Buffon describe las posiciones de los partidarios del encaje. Primero para los ovistas:

“El ovario de la primera mujer contenía huevos que no sólo guardaban en pequeño
todos los hijos que había hecho o que podía hacer; sino también a toda la raza humana,
a toda sus posteridad, hasta la extinción de la especie. Si no podemos concebir este
desarrollo infinito y esta pequeñez extrema de los individuos contenidos los unos en los
otros hasta el infinito, la culpa es de nuestro ingenio, cuya endeblez apreciamos cada
día; en todo caso, no deja de ser cierto que todos los animales que han sido, son y
serán, fueron creados a la vez, y todos fueron encerrados en las primeras hembras (...)
(citado en Rostand, 1994, p. 54)

Luego para los animalculistas:

“(...) no era ya la primera hembra la que contenía todas las razas pasadas, presentes y
futuras, sino el primer hombre quien contenía, efectivamente, toda su posteridad. Los
gérmenes preexistentes no son más que embriones sin vida, encerrados como
estatuillas en los huevos contenidos al infinito unos en otros; son pequeños animales,
pequeños homúnculos y organizados y actualmente vivos, encerrados todos unos en
otros (citado en Rostand, 1994, p. 56)

Seguramente la utilización del microscopio -que mostró un nuevo mundo maravilloso y


minúsculo, con infinidad de nuevos seres más pequeños que un grano de arena-, fue un
elemento importante para la instalación de estas ideas. Efectivamente, si se había
comprobado la existencia de estos animales diminutos desconocidos hasta entonces, ¿por
qué habría que pensar que éstos eran los más pequeños que existen y que unos
microscopios más poderosos y perfeccionados no nos revelarían otro mundo aún más
pequeño dentro de éste? Sin embargo, la preformación fue generando desconfianza en
muchos naturalistas. El mismo Buffon (un epigenista) señala que alcanza para dilucidar la
cuestión con un simple cálculo, y así, estima que un germen es más de mil millones de
veces más pequeño que un hombre. Es decir que en la segunda generación, el tamaño de
los gérmenes es de 1/1.000.000.000 (un número de diez cifras), mientras que en la tercera
generación será con un denominador de diecinueve cifras y en la sexta por un número
cincuenta y cinco cifras. Buffon hace una comparación con el universo conocido mismo y
concluye que es absurdo suponer que el germen de la sexta generación debería ser más
pequeño que el más pequeño de los átomos posibles.
En la historia de la ciencia, el preformacionismo- cuando menos en estas versiones
mecanicistas- cayó casi definitivamente en desgracia cuando los embriólogos, desde
Kaspar Wolff (1733-1794) en 1759 hasta Karl E. von Bayer (1792-1876) en 1827, mostraron
que ni las células sexuales ni los embriones en sus primeras fases se parecen a adultos en
miniatura. Por ello, fue cobrando más peso la idea de la epigénesis, defendida ya en el siglo
XVII, por William Harvey (1578-1657), según la cual ni la morfogénesis general de los
organismos ni, en general, su desarrollo están preformados en el organismo de sus
antecesores, sino que cada organismo adquiere su forma definitiva gradualmente mediante
la acción de sustancias inductoras. Las polémicas entre preformacionistas y epigenéticos
se trasladaron al estudio de la morfogénesis y se vieron, nuevamente, avivadas con la
proclamación de la ley biogenéticaviii formulada por Haeckel.
Pero cabe preguntarse en qué estado se encuentra la biología hoy con relación a
las matrices preformacionistas y epigenéticas. La respuesta es: a mitad de camino.
Perfectamente puede considerarse el conocimiento actual sobre la reproducción como una
síntesis más elaborada de las teorías de la preformación y la epigénesis. En efecto, por un
lado tenemos que la concepción de lo viviente se encuentra atravesada hoy por la teoría de
sistemas, que explica de qué modo los sistemas vivientes se originarían y desarrollarían en
una relación interactiva con el medio y por la teoría de la información que explica de qué
modo el código genético lleva preestablecidas una cantidad y calidad variable de
condiciones y características de los futuros seres. Pero la matriz epigenética convive con la
matriz preformista. En efecto, si bien ya no se habla de “homúnculos escondidos en el
esperma”, mediante la metáfora del programa genético que se va desarrollando según
condiciones preestablecidas en lo fundamental. también podemos decir que la Biología
moderna resolvió salomónicamente la discusiones entre ovistas y animalculistas.
En todo caso, algo que emula de algún modo la disputa entre preformacionistas y
epigenéticos se da hoy en otros campos de debate. Por ejemplo entre los que creen que,
en los humanos, hay un determinismo genético muy fuerte y los que por el contrario,
aseguran que lo más importante es el medio social.

4. Final epistemológico

El objetivo de este trabajo no era por cierto, obviamente, realizar un examen completo y a
la vez exhaustivo de las teorías sobre el origen de la vida, sino más bien atender a algunos
aspectos epistemológicos generales del problema, tomando como ejemplo o casos testigo
algunos hitos en las disputas sobre el origen de la vida. Se ha intentado mostrar cómo una
Historia de la Ciencia basada en un catálogo de respuestas parciales resulta cuando menos
insuficiente. Por otro lado, uno de los pilares de la epistemología estándar considera que
el desarrollo de la ciencia consiste en el ‘descubrimiento’, vale decir, en el hallazgo de la
única respuesta adecuada a alguna pregunta que se haya formulado antes.
Esta forma de ver las cosas permite reconstruir la ciencia y su historia como un derrotero
de respuestas parciales, insuficientes o equivocadas hacia la que será finalmente la
adecuada. Hemos buscado probar que este punto de vista epistemológico es insatisfactorio,
porque la clave suele estar en todo caso en la modificación o inauguración de nuevas
preguntas cuya delimitación y configuración es, probablemente, un problema
epistemológicamente mucho más interesante y esclarecedor de la Historia de la Ciencia.
Ha llevado muchos siglos concebir que hay cuando menos tres preguntas donde en un
principio parecía haber sólo una.
Si se analiza con detenimiento el recorrido realizado, puede verse que se han dado
respuestas diferentes a la misma pregunta, pero quizá lo más interesante de la cuestión
sea constatar que, en muchas otras ocasiones se trata, sencillamente, de preguntas
diferentes. En este sentido se han distinguido cuando menos tres sentidos diferentes, que
en muchos casos se intersecan:

1. Pregunta por el origen: ¿cuál es el origen de la vida en sí misma?, es decir ¿cuales


son las causas por las cuales en algún momento determinado ha aparecido la vida por
primera vez donde antes no la había? Reclama una respuesta, cuando menos inicialmente,
por el pasado remoto.
2. Pregunta por la diversidad: ¿cuál es el origen de las distintas especies?. Una
pregunta semejante remite al problema de la vida en las teorías evolucionistas; en efecto,
si se prescinde de la explicación mítico- religiosa, se trata de indagar cómo fue posible que
surgieran formas de vida nueva. En las versiones fijistas-creacionistas, se remite también
al pasado remoto, pero en la versión evolucionista actual, se trata más bien de un pasado
constante, remoto y presente, por un cierto mecanismo. En rigor de verdad, en la versión
evolucionista, no es una indagación por lo viviente en sí mismo.
3. Pregunta por la reproducción: ¿cuál es el origen de los seres vivos individuales?. Se
trata del problema de la generación y/o reproducción de lo viviente.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Jacob, F., La logique du vivant. Une histoire de l’heredité, París, Editions Gallimard, 1970. Versión
en español: La lógica de lo viviente, Barcelona, Laia, 1977.
Jacob, F., Le jeu des possibles, París, Librairie Artheme Fayard, 1981. Versión en español: El juego
de lo posible, Barcelona, Grijalbo, 1982.
Maynard Smith, J. y Szathmary, E., The Origins of Life. From the Birth of Life to the Origin of
Language, 1999. Versión en español: Ocho hitos de la evolución, Barcelona, Tusquets, 2001.
Rostand, J., Introducción a la historia de la biología, Madrid, Planeta – Agostini, 1994.
Wald, G., "El origen de la vida", en: La base molecular de la vida. Selecciones de Scientific American,
p. 412 - 422. Madrid, H. Blume Editorial, 1971.

ii
'Vitalismo' no es un término unívoco. Aquí me refiero exclusivamente a la corriente de pensamiento
filosófico-biológica desarrollada entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX y que se opone a
toda forma de materialismo y reduccionismo de la vida a fenómeno físico-químico o mecánico,
defendiendo la existencia de un principio vital específico. Entre sus principales defensores los
biólogos: J. Uexküll, y H. Driesch. J. B. S. Haldane y L. V. Bertalanffy han defendido formas menos
estrictas de vitalismo. Entre los filósofos vitalistas, el más importante fue H. Bergson.
iii
Codescubridor, en 1953, junto con James Watson (n. 1928) de la estructura molecular del ADN
iv
En realidad ambos apuntan a denostar la teoría de la evolución mediante la nueva versión del
creacionismo denominada diseño inteligente.
v
Por esos años, el uso de lentes –únicos o combinados- que podían aumentar el tamaño de los
objetos observados comenzó a ser bastante corriente. Mientras algunos dedicaban su esfuerzo a
observar lo infinitamente pequeño, como los naturalistas de nuestra historia, otros como Galileo
Galilei se dedicaron a observar los objetos del espacio cercano como la Luna y algunos planetas.
vi
Sobre el surgimiento y evolución de lo viviente puede consultarse Maynard Smith y Szathmary,
1999. Sobre las últimas investigaciones acerca del origen de la vida y las formas más elementales
de lo viviente se puede consultar Mundo Científico N° 219.
vii
Primera ley: la vida, por sus propias fuerzas, tiende continuamente a aumentar el volumen de todos
los cuerpos y a extender las dimensiones de sus partes hasta un límite que le es propio y aumentando
la complejidad de la organización y el perfeccionamiento. Segunda ley: la producción de un órgano
nuevo, resulta de una necesidad nueva que surge y se mantiene. Esta ley confiere a la teoría
lamarckiana un sesgo teleológico, es decir que los seres vivos tendrían una suerte de impulso a
adaptarse. Tercera ley: la aparición y desarrollo de los órganos está en relación directa con el uso y
desuso de esos órganos. Cuarta ley: los caracteres así adquiridos son hereditarios.
viii
La ley biogenética de Haeckel, formulada en 1866 (conocida también como ley de Müller y
Haeckel), sostiene que “la ontogenia es una recapitulación de la filogenia”; es decir que las fases
sucesivas del desarrollo de un organismo en su estado embrionario son como un resumen
acelerado de los sucesivos estados que han sido alcanzados por el grupo biológico al que
pertenece a través del curso de su evolución. Por ello, el embrión de un animal se parece más
a un animal adulto de una especie inferior que a un adulto de su propia especie, y su desarrollo
individual es un resumen del desarrollo evolutivo de la especie. Esta ley, surgida de las
observaciones embriológicas, permitía explicar la existencia de órganos transitorios en los
embriones, tales como la existencia de hendiduras branquiales en los embriones humanos -
como si se tratase de peces-, o de esbozos de dientes en los embriones de las ballenas que, sin
alcanzar su desarrollo y sin tener función alguna, desaparecen y parecen recordar la existencia
de dientes en los precursores evolutivos de estos cetáceos.

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