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Ángeles,

Mensajeros de la
providencia
por Nex (Lcdo. en
Antropología)
  La sociedad actual asociada a la falta de
objetivos, la depresión y los problemas
psicológicos y de relación, la necesidad de
buscar algo que los cánones habituales no
han sabido representar, forjan la inquietud
humana de hallar respuestas a las
preguntas que, a lo largo de la historia, el
hombre siempre se ha hecho a sí mismo: cómo, quien,
porqué...Son las mismas preguntas ancestrales, aunque quizá, en
los tiempos en que ahora vivimos, las disfracemos con otras
palabras, nombres o etiquetas pseudo psicológicas que no hacen
más que volver a sumergirnos en el terrible y antiguo enigma que
es nuestro ser, nuestro conocimiento insatisfecho. 

Todas estas preguntas, de sobras es sabido, han llevado a idear al


incansable buscador que es el hombre, mitologías, religiones,
creencias de todos los tipos, tanto para descargar su frustración
espiritual, como para calmar su ansiedad psíquica a la espera de
que una providencia superior, un omnipotente u omnipotentes
guiasen su pequeña existencia en aras de la felicidad inmutable.

No por hallarnos en una sociedad fría y mecanicista el hombre deja


de buscar respuestas e inventar enigmas que puedan dar una
explicación a las heredadas preguntas de nuestros antepasados.
Después de dominar la revolución tecnológica y moldearla a
nuestro antojo, después de inmiscuirnos en el territorio de Dios y
crear vida genética, de explorar territorios insondables del espacio
y el tiempo, de descubrir nuestro pasado e interpretar la crónica de
nuestro origen y restituir vestigios de la perennidad, aún continua
el ser humano en la labor de hacer cábalas y mantener la Fe para
enfrentarse a aquello que no puede o sabe todavía explicar.

La creencia en los mensajeros, en en el  "logos" original de la


cultura de occidente, los Ángeles de las tradiciones Hebreas y
Cristianas, los Serafines aportados por la cultura de los nómadas
árabes y aceptadas en el Islam, han sido recreados, interpretados
y tergiversados a lo largo del tiempo al antojo de los que
ostentaban el título de "elegidos" con derecho a permutar todo
aquello que se les antojase con la creencia absolutista de que no
hay más sol que el que brillaba bajo sus ideas pseudo progresistas
y que sólo aportaban al progresismo y la evolución un más
complejo entendimiento de la realidad cultural y antropológica del
hombre. Estas ideas han pretendido, probablemente de forma
inconsciente y con la mejor intención, desplazar en muchas
ocasiones a la investigación seria, ya sea científica, histórica o
teológica entre otras, de la necesidad de poner los pies en el suelo;
de atar todos y cada uno de los cabos antes de forjar una opinión y
sentenciarla como la verdad absoluta y la explicación final del
raciocinio.
En los últimos años ha
proliferado una creencia
supuestamente esotérica,
pero más aferrada a una
indisciplinada nueva era
que a ningún respetable
movimiento hermético o
esotérico y ni por asomo a
una investigación que se
acerque teológica o
antropológicamente al
apasionante mundo de los
Ángeles. Se han inventado
nombres, cargos angélicos,
razas e imágenes al
respecto que poco o nada
tienen que ver con  la
realidad. Se han concebido
supuestas denominaciones angélicas que para nada se asemejan
a las originales que podemos encontrar en los antiguos
manuscritos Hebreos, Cristianos o Árabes, incluyendo los textos
apócrifos que bien podrían ser aceptados desde un punto de vista
cultural y antropológico. Se han saltado las líneas del Talmud, del
Corán o de la Biblia y la Torah a la ligera y se han adulterado las
apasionantes verdades que se esconden en el mundo angélico y
que son aún más interesantes en su contexto original que en la
idea absurda y sin esencia que nos plantean estos nuevos
escritores sin criterio. Cojamos la ancestral idea del Ángel, la
teológica y si es necesario para demostrar la base de estas
argumentaciones, la idea hermética y espiritual de los Ángeles y
hagámosla homogénea, mezclémosla; nos daremos cuenta de lo
equivocado que está el planteamiento actual en torno a los
Ángeles y como sólo uno muy reducido número de escritores
herméticos, la mayoría Judíos, pueden acercarse a una idea
progresista del mundo angélico y divino.

En el Judaismo el primer libro de la Biblia es denominado


"Bereshit" cuya traducción viene a significar algo así como "al
principio" o "el principio". Este libro que nosotros conocemos con el
nombre de "Génesis" es el que explica el origen, no sólo de la
humanidad, sino principalmente del pueblo judio (comprobamos en
los libros posteriores como, al abrirse a otros pueblos, los textos
sagrados van haciéndose más explicativos en cuanto a la
perspectiva de una creación universal). "Al principio creó Dios el
cielo y la tierra...", así comienza la creación, el acto único de Dios
sin intermediario alguno.
Aunque en la Fe judía no se discuta el tema al relegar el papel de
los Ángeles a un plano más pragmático que en la Fe católica, los
primeros padres de la iglesia cristiana sí inmiscuían a estos en la
creación, aunque manteniendo al margen su incursión en ella, es
decir; se aseguraba que la creación de los Ángeles hubo de
suceder a las  pocas horas o días del primer capítulo del Génesis,
asumiendo de esta manera una función autoritaria sobre las
criaturas de la creación y regulando su disciplina según las leyes
del verbo divino. No obstante en el mismo catolicismo y en otras
ramificaciones del cristianismo se les acepta según la creencia
puramente judía de mensajeros de Dios y encauzando al hombre a
seguir un camino puro y recto, una praxis, un modus vivendi
basado en la ortodoxia de la obediencia, principalmente, a si
mismo.

La primera aparición de un Ángel o entidad angélica en el


"Bereshit" se produce en el capítulo tercero del mismo, donde se
habla de la expulsión de los padres de la humanidad del paraíso
por la espada llameante de los querubines, cerrando así el camino
hacia el árbol de la vida.(Génesis 3, 23-24). De esta manera la
inocencia perdida se convierte en el castigo a la soberbia humana
privando al hombre de la razón más importante de su existencia, la
visión de Dios. Esta sencilla forma de evitar que el hombre regrese
sobre sus pasos es heredada de una simple cosmogonía
Mesopotámica, en la que el querubín (en el Hebreo Kerûbîm, del
participio Kerûb, orar) es una divinidad menor adoptada por el
pueblo elegido y transformándola en una criatura sometida a
Yahweh, al igual que el hombre, pero con una posición más
elevada en la escala evolutiva, siendo de esta manera el perfecto
ejecutante de las órdenes de Dios. Estos querubines, a su vez,
parecen guardar las sagradas reliquias y ser el símbolo de la
presencia de Dios.(Exodo 25, 17-21). Su apariencia y aspecto no
son  perfilados hasta  comenzado el segundo libro sagrado,
aunque no obstante, se van modificando dependiendo de la época
del relato; eso sí, siempre parecen cumplir la misma función
elitista.

El Ángel, el Mal'ak Yahweh,


el Aggelos como lo
bautizaron los griegos,
aparece mucho más definido
que su homónimo querubín
transcurridos quizá miles de
años, o como mínimo unos
siglos de diferencia entre los
relatos más antiguos de la
creación y la historia
propiamente dicha del
pueblo judío y su larga
marcha. Nos es presentado
como un mensajero capaz de
dialogar y transmitir los
juicios del divino cara a cara con el hombre, de forma directa y con
la autonomía concedida por el todopoderoso para hacer entrar en
razón al ser humano y seguir el sendero marcado por Dios.(1
Reyes 19,5-11)

En Ezequiel (1,5-14), nos encontramos con la aparición


imponderable del Serafín que luego, como ya comentamos, será
adoptado por el Islam dado su carácter  que se podría señalar
como de "fuerzas de choque o elite angélicas". Son seres
poderosos y de extraña definición que parecen salvaguardar
personalmente el trono de Dios y ser altamente respetados por el
resto de criaturas de origen angélico teniendo independencia total
de la jerarquía y acatando las órdenes directas de Yahweh. Se
podría decir que entran en la misma familia de los Benêy Elohim
(hijos de Dios) pero que gozan de una alta estima por parte de la
providencia, que no están destinados a servir al hombre, como el
resto de criaturas celestiales,  sino a la alabanza y la glorificación
del nombre del bienamado.(Isaías 6,1-4)

Si el nombre del Mal'ak está


asociado a los mandatos
divinos y la velocidad etérea,
el del Kerûbîm a la
protección de los lugares
sagrados y el desarrollo de
las órdenes divinas y el del
Serafim al poder, al rayo o al
fuego (la traducción más
acertada sería "ardiente") la
jerarquía más alta y
misteriosa de la comunidad
angélica sería la de los
Ophanim, de los que apenas
se habla en el cristianismo
pero de los cuales podemos
encontrar una interesante
descripción en el Talmud:
"los que no duermen".
Según parece estarían
asociados a los conocidos
siete grandes espíritus de
Dios, los cuales
guardan las puertas de
las diferentes moradas
o universos
manteniendo así el
equilibrio cósmico
necesario para que ni el
bien ni el mal se
sobrepongan uno a otro
y todo continúe bajo la
potestad del creador en perfecta armonía. Si estallase una guerra
entre Ángeles y Demonios, los Ophanim serían los encargados de
que ninguna de las dos creaciones fuese extinguida. Tendríamos
por lo tanto a unos salvaguardas cósmicos que trabajarían codo a
codo con Dios cumpliendo sus mandatos sin un sólo error,
incorruptibles e inamovibles. Sin duda la más extraña de las
criaturas de Yahweh. Alejándonos un instante del tema, podríamos
encontrar una cierta, aunque lejana similitud con Widar, el Dios
germánico hijo de Odín que sobreviviría al ocaso de los Dioses y
vengaría la destrucción de Asgard comenzando así un nuevo ciclo.

En los libros de Enoch, Tobit o el adoptado  de Baruc, entre otros


apócrifos, se ofrece una amplia explicación de la onomástica
angélica que sin duda resulta ser una completísima colección de
nombres hebreos y sirios relacionados con la divinidad de forma
directa. Tal es así que nos encontramos con los nombres de los
conocidos Arcángeles del Judaísmo y el Cristianismo: Miguel,
Uriel, Gabriel, Rafael y Ragüel entre otros (Enoch, capítulos LXIX y
LXXV) que son una base factible del conocimiento onomástico
judío en relación con la divinidad.(No olvidemos que en Hebreo, el
adjetivo 'El representa a Yahweh, Elohim o El Saddai, es decir;
Dios). También en los libros bíblicos y el Talmud nos podemos
encontrar muchos de estos nombres teóforos que coinciden con
los textos apócrifos tanto en su significado como en sus funciones
más específicas. En Daniel 10,13 nos encontramos conque Miguel
es "uno de los príncipes prominentes", es decir uno de los más
altos jerarcas angélicos que ostenta título de Arcángel y cuyo
nombre deriva del hebreo original Mi Kamôka (¿qué Dios hay
como tú, Señor?), al que al unírsele el nombre sagrado de Dios
(El) nos encontramos con la adaptación de Mika- El; Mikael:
"¿quién como Dios? o ¿quién igual a el Dios -verdadero-). Es
también en Daniel que nos encontramos con el nombre de Gabriel
(Daniel 8,16) que alude a la fuerza o poder de Yahweh y del que el
profeta no puede soportar la visión. También en el Talmud y en
Enoch (capítulo XL) se menciona a Gabriel como un Ángel de
fuerza y con una poderosa voz que alcanza los límites de la tierra.
No en vano, Gabriel es el único Ángel que habla todas las lenguas
cultas, incluido latín. Aquí haremos una reflexión y volveremos a
poner en tela de juicio los supuestos rituales pseudo esotéricos
que se dirigen a los Ángeles. Quede claro de una vez por todas,
que tanto el Judaismo, el Islam o el Cristianismo ortodoxo, no
consideran a los Ángeles de la misma forma que el occidental,
invadido por una necesidad de encontrar respuesta a todo. Tanto
para el judío de la época como para el cristiano antes de la
contaminación helenística de Pablo, no era necesario una
explicación ni un porqué del que las cosas estén ahí, sólo era
necesaria la descripción de que estaban ahí y de cual era su
función. Por lo tanto no se le adjudicaba a los seres angélicos una
importancia como la que tuvo y mantiene el Catolicismo, tan dado
a las imágenes, eran tan sólo meras criaturas a las órdenes del
altísimo, con una posición superior a la del hombre pero en un
plano de servidumbre y entrega hacia Yahweh (Revelación 19,10).
Dicho esto, queda suficientemente clara la inutilidad de inventarse
esta especie de rituales que son los que dan una mala imagen al
mundo  esotérico (que compartiríamos más de un licenciado si no
estuviese tan contaminado y hubiese caído en manos profanas).
La lengua de las criaturas angélicas, exceptuando, como hemos
dicho, a Gabriel, no es otra que una antigua forma cabalística del
Hebreo, el Malahim; esta y no otra es la lengua en la que debemos
dirigirnos a los Ángeles.

En el Catolicismo, tan influenciado, como hemos antes comentado,


por Pablo de Tarso la realidad angélica se torna mucho más
romántica. Aunque se conserve el aire casi infantil descrito en el
Talmud sobre la naturaleza de los Ángeles, se pierde pragmatismo
para elevar a estos a una categoría de pseudo ídolos, de seres
alados que pierden su esencia de mensajeros para convertirse en
protectores directos del hombre (Hechos 5,19-20).

Nos encontramos entonces con una nueva y más variada jerarquía


angélica añadida a la judaica. Una serie de nuevas criaturas
celestiales más etéreas son adoptadas y estructuradas por los
padres de la iglesia. Es el momento de ofrecer a la mente
occidental una imagen de los Ángeles, una estructura donde se
sepa cual es el lugar que ocupa cada uno en el reino de Dios.
Nace así, en el seno de la iglesia, un profundo interés por el
estudio de estas criaturas, una nueva forma de paganismo
influenciada por la curiosa mezcla mística del apóstol que aporta
un punto de vista ordenado, secular, donde cada uno de estos
seres angélicos ocupa un lugar concreto en el cielo, como si de
una estructura eclesiástica y de ordenación se tratase. Se pierde
de esta manera la razón principal de la existencia de los Ángeles,
pero se gana en riqueza teológica y se amplía la visión
cosmogónica de estos seres alados hasta convertirlos en una
organización espiritual que vela por el orden y el equilibrio
universal. Si bien es cierto que la cultura Celta, Germánica y por
supuesto, Romana convierte a sus mitos al "angelicismo" y los
mezcla en una suerte de extraño, y espero se me perdone el
"batiburrillo" verbal, "poli-monoteísmo", se someten a estos al
poder monoteísta y omnipotente de un único Dios heredado por la
fuerte presencia judía en el Cristianismo. Tenemos así una serie
de miríadas o entidades celestes que se dividen en diferentes
coros, concretamente nueve, diferenciados en tres jerarquías
distintas: Ángeles, Arcángeles y Principados(1), Virtudes,
Dominaciones y Potestades(2), Tronos, Querubines y Serafines(3)
( En la epístola de Pablo a los Colonenses 1,16 tenemos un
ejemplo de la importancia de todo esto). 

La trascendencia  de los Ángeles ha sido, es y será sin duda


alguna, primordial en la historia, no sólo religiosa, sino también 
cultural del ser humano. Algún lector ávido de respuestas se
preguntará probablemente por la existencia de estas criaturas
celestiales; no seré yo el que asegure su realidad, me basta la
importancia histórica del tema, el resto es una simple, o no tan
simple, cuestión de Fe, su presencia, real desde el punto de vista
antropológico, tiene para el hombre un significado de eternidad, de
esperanza, de existencia y perdurabilidad en la mente de Dios, de
percibir que nuestra minúscula existencia tiene un propósito, de
pensar que no estamos solos en el inmenso universo del creador y
que quizá, algún día, nosotros también podremos surcar las
moradas de Dios en el cielo y contemplar el rostro sagrado de la
divina providencia, que algún día, nosotros también alcanzaremos
la imponderable y siempre anhelada felicidad.

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