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Juan José Becerra. El artista más grande del mundo, Buenos Aires, Seix Barral, 2017.

El narrador y Greta, la mujer de Krause “el más grande artista contemporáneo” que ha conseguido convertir
todo lo que hace en “arte” y el “arte en dinero”, se encuentran en la enorme habitación matrimonial con vista a
las montañas de la casa de Krause, donde van a concretar su deseo.

“Todas las contribuciones del sexo a las experiencias de cercanía y de compañía desaparecen en
esa habitación. Es un espacio que se traga la escala humana. Doy fe porque todo eso, el
sentimiento de sentirme acompañado por Greta, de sentirme muy cerca suyo, muy cerca, y de
sentir también que esa cercanía nos agrandaba y hacía de sus tetas gordas dos globos terráqueos
y de mi verga un misil, se volvió una nube negra cuando alcé la vista y vi la inmensidad en la
que flotábamos como partículas.

Igual cogimos de lo lindo. Greta se sacó el corpiño y se echó en la cama boca abajo y me pidió
que me desnudara y me pajeara con su cuerpo. Pensé: “A mi juego me llamaron”. Estuve
encima de ella un rato, retorciéndome contra su espalda, arrastrándome desde los pies a la
cabeza y metiéndole la nariz en las orejas, el hueco de la nuca, en las axilas; yo estaba en éxtasis
y me daba un poco de vergüenza oír mi respiración como si fuese una secuencia de gritos
apagados que sonaban como si hablara debajo del agua; me sentía inconsciente, desmayado, y
con la verga dura y pesada que Greta me pedía ver “de atrás”, sin que yo entendiera qué
significaba eso hasta que se encargó rápidamente de reacomodarme: se dio vuelta boca arriba,
me invirtió para que formáramos una figura de 69 pero sin los servicios clásicos del 69. Primero
porque ella no se había sacado la bombacha, contra la que me hizo clavar la nariz y me pidió
que oliera para que comprobara cómo se iba, por decir así, perfumando el algodón; y después
porque me aclaró de entrada que no me iba a chupar el pene pese a que, para cumplir con su
orden de que me pajeara con su cuerpo, le pasé la verga por la cara de una manera que siempre
me resulta muy agradable, frotándola para sentir cómo se traba en los accidentes del rostro,
cómo se engancha la punta en la nariz, cómo se estaciona entre el cuello y la mandíbula, cómo
se enreda en el pelo, cómo trastabilla al pasar por las hendiduras de los ojos, y todo “en seco”
para lograr la pureza en los contactos: pureza y un poco de dolor.

Me dijo “No te voy a chupar porque quiero ver cómo me follas”. Así fue. En falso 69, que más
que falso debería llamar “corto” ya que fue verdadero, pero no fue “largo”, Greta me empujó
un poco y quedé con la verga entre las tetas, moviéndome como un loco en ese divino canal
con su microclima de suavidad y sus blanduras, para que ella, encaprichada con el paisaje, me
fiera “follar”.

Le pregunté qué estaba viendo y me dijo que no veía los huevos aplastándoles las tetas, ni mi
culo que se abría y quedaba a un milímetro de su nariz y hasta rozaba cuando tomaba impulso,
aunque por supuesto que a todo eso lo veía, sino que lo único que le interesaba ver era lo
invisible la fuerza que me hacía bombear. “Veo el poder de la sangre”, me dijo, y mientras yo
bombeaba como un bombero loco, ella me iba diciendo, con vos cortada por el aire caliente
que mi respiración le tiraba en la concha, que era una lástima para las mujeres no ver de cerca
como las “follan” en el momento en que eso sucede y que, después de pensarlo mucho tiempo
y descartar la filmación y los espejos, que no sirven para verse sino cuando verse representados,
su experiencia le decía que la mejor manera de ver lo invisible era esa, la de dejar bombearse las
tetas en posición de 69 “corto”. (189-190)

Naty Menstrual. Continuadísimo, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2008.

“Pobre infeliz”
La narradora es una travesti, que trabaja de prostituta, vive en la pobreza y tiene HIV.

El hombre, en media lengua, me pidió que lo cogiera. Sudaba olor a alcohol y tenía encima
demasiada merca. El mentón parecía bailarle sobre una hilera de rulemanes. Lo subí igual. No
tenía un peso y me sentí presa del morbo de manejarlo a mi antojo debido a su estado de
indefensión. Sin duda el bicho me había poseído. Los borrachos y los duros de cocaína son las
víctimas preferidas porque caen siempre sin dar vueltas.

Entré en la habitación y se puso en cuatro con el culo bien abierto, ya usado por la Angie, que
lo había dejado muy caliente. La cocaína los volvía locos, el hecho de no acabar los hacía
transitar por un camino de vicio sin regreso ni final. Le miré el agujero del culo y se me puso
dura al instante, me subí arriba y se la metí hasta el fondo tirándole del pelo en actitud perversa
y masculina.

- Llename el culo de leche -me decía-, llenámelo.

Seguí agarrándolo de los pelos, le tiré la cabeza hacia atrás, le escupí la cara. Excitada y fuera de
mí, a los pocos minutos le acabé adentro y se la saqué de golpe chorreando semen. No me puse
forro, cosa rara en mí, porque casi nunca hacía eso. Me dio diez pesos. Le tiré la ropa en la cara
y lo saqué a la rastra.

Me quedé sola e indefensa con el olor a su mierda en mi habitación y en mi cuerpo .No bajé a
ducharme, tenía frío y a decir verdad ese olor me daba morbo, como si me recordara el sabor
de mi presa. Miré al techo y clavé la vista en las manchas de humedad. (102-103).

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