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Tierra Salvaje Books 2020

Primera edición: julio de 2020


Copyright
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cualquier medio electrónico o mecánico, sin la autorización previa y por escrito del autor.
Por un lugar diferente

El sol entraba a raudales por la cristalera de la galería. Un ligero sopor producido por el
bochorno y por el calor de su piel se apoderaba de mí. Incluso el ruido de algún que otro coche
pasando por la carretera inducía al sueño. No quería quedarme dormida, pero si seguíamos unos
minutos más así recostados en el sofá y abrazados eso sería lo que pasaría.
De pronto, oí su voz junto a mi oído:
Deseo que me hagas un favor...
Algo me hacía pensar que ese favor iba a ser sexual, pero lo que me pidió no tenía nada que ver
con lo que yo había pensado.
¿Me traerías agua?
Me quedé atónita, porque no es el tipo de personas que pida a los demás lo que puede hacer él
mismo, pronto comprendí que esto tenía trampa. Para ver si descubría un poco más sobre su deseo
me hice la haragana y me acomodé en su regazo.
¿No quieres cumplir con mi deseo?
Su voz comenzaba a sonar traviesa, quedando claro que había segundas intenciones y
produciéndome un cosquilleo en el coñito. Yo conocía muy bien ese tono almibarado y peligroso a
partes iguales. Hice el ademán de levantarme, pero entonces me cogió por la cintura y me volvió a
sentar. Acercó sus labios a mi oreja y rozándola susurró:
Eso sí... ¿podrías traérmelo desnuda?
¡Lo sabía! ¡Había gato encerrado! Me eché a reír, al tiempo que me rebelaba:
¡Tú estás chiflado! ¡Las cortinas están abiertas, me podrían ver desde la calle!
Seguro que se te ocurre alguna forma para que nadie pueda verte...
Giré la cabeza para mirarle y vi en sus ojos aquella mirada que me provocaba siempre deliciosos
escalofríos, traviesa, pícara, ligeramente malvada y llena de complicidad. No hacía falta que me
dijese que era lo que quería exactamente que yo hiciese. Ya lo sabía... Pretendía que cruzase la
galería desnuda y a cuatro patas. La idea hizo que mil sensaciones se centraran en mi entrepierna y
no tuve la menor duda de que iba a hacer lo que él me pedía, pero aún así, creí que ese era un
buen momento para protestar y prolongar ese momento tan excitante, previo a un acto en sí.
Si vengo caminando a cuatro patitas no puedo traerte el vaso de agua.
Bueno, tráeme una botella así no tendrás ningún problema. ¡Ah! Y antes de venir tócate un
poquito.
Me eché a reír entre protestas, con lo cual me gané otro minuto más de masturbación.
No puedo negar que, mientras me quitaba la ropa en la habitación estaba un algo inquieta. Me
daba vergüenza hacer el recorrido a cuatro patas y desnuda, pero cuando introduje la mano entre
mis piernas y toqué mi coñito comprendí que la excitación era mucho mayor que el pudor.
Cogí la botellita con agua que había sobre la mesita de noche y me dirigí hacia la galería. Él
seguía sentado en el sofá, al fondo de la galería. No dijo nada, simplemente se quedó esperando.
Tuve un breve momento de duda. Me dieron ganas de pasar la galería corriendo y tirarme en sus
brazos, para intentar escapar de la situación, pero antes de darme cuenta mis rodillas y las palmas
de mis manos ya se encontraban en el suelo. Agarré el botellín como pude y comencé a gatear.
Caminaba lentamente, tratando de hacerlo con la mayor elegancia posible y manteniendo la cabeza
alta para poder mirarle a la cara y no perderme ninguna de sus expresiones. Pero él se limitaba a
sonreír. Aquella sonrisa juguetona que conseguía doblegar mi voluntad...
Llegué hasta sus pies y tras darle el agua intenté levantarme, pero poniendo una mano sobre mi
hombro me impidió hacerlo. Me quedé de rodillas entre sus piernas mientras sus manos
descendían hasta mis pechos desnudos y comenzaban a acariciarlos produciéndome pequeños
escalofríos. Sus labios se posaron sobre los míos y nuestras lenguas se encontraron...
De pronto su boca se separó de la mía para acercarse a mi oreja y susurrarme...
Acabo de recordar que aún tenemos una tarea pendiente...
De nuevo una oleada de punzadas se centraron en mi coño. Bien sabía yo cual era esa tarea
pendiente... Aunque habíamos hecho algún escarceo en el terreno de sexo anal, su gruesa polla
nunca había conseguido entrar del todo en mi culito. Él siempre había sido muy cuidadoso y me
preparaba, a conciencia, pero el tamaño de aquella verga siempre había superado mi capacidad.
Aunque si que era cierto que cada vez conseguíamos ir unos centímetros más allá. En el último
intento habíamos llegado a la conclusión de que el siguiente sería el definitivo.
Se puso en pie y me instó a que le siguiera. No creo que haga falta decir de que forma tenía que
seguirle yo. Así que de nuevo tuve que de nuevo me vi gateando por el suelo de madera...
Al llegar a la habitación, me dijo que me pusiera de rodillas apoyada sobre la cama y que le
esperaba así sin moverme.
—¿A dónde vas?
—Ya lo verás – De nuevo aquella sonrisa – Tú no te muevas, eh... no me hagas trampa.
Tardó varios minutos en volver en los cuales le oí abrir cajones y revolver entre objetos, mientras
yo me preguntaba que demonios sería lo que buscaba. Hasta que, por fin, oí sus pasos volviendo
al dormitorio.
—Cierra los ojos...
—¿Qué has traído?
—Enseguida lo sabrás... Tú cierra los ojos...
Según lo hice noté que se inclinaba hacia mí y algo frio y redondeado tocó mis labios. Saqué la
lengua para explorarlo y enseguida comprendí que era algo de cristal. Lo recorrí con la lengua
como si de una polla se tratase, pero era pequeño, apenas unos cinco centímetros y aunque al
principio la forma iba creciendo llegaba un punto en que se reducía de forma considerable. Tenía
forma de ....
—¡Es como un plug! ¡Es un tapón de cristal de botella que tiene la forma de un plug! ¿Qué
piensas hacer con eso?
—¿Hace falta que te lo explique? Ja, ja, ja... Seguro que ya lo has adivinado. Súbete a la cama
y quédate a cuatro patas...
Protesté un poco para hacerme la interesante, pero los dos sabíamos que mi negativa era mentira y
que en unos pocos minutos aquel tapón estaría en mi culito.
Dicho y hecho... un poco de crema, un par de dedos abriendo, con delicadeza, mi agujerito y el
taponcito de cristal ya estaba colocado.
Me sentía extraña con aquello allí dentro. Por mucho que lo intentara no podía cerrar mi culito,
pero lejos de ser molesta, la sensación era de lo más excitante. No pude evitar la tentación de
llevar mi mamo a la entrepierna y empezar a acariciarme el clítoris, mientras oís como él se
quitaba la ropa y abría el envase de un preservativo...
No tardé en sentir su polla caliente y dura tanteando entre mis piernas para después perforarme de
una sola embestida hasta el fondo de mis entrañas. Mi espalda se encorvó ante el placer de sentir
aquella verga llenándome por completo. Pero ante semejante invasión el tapón de cristal comenzó
a escaparse de su apretado encierro.
Sin dejar de follarme, él apretó de nuevo el tapón pos su base y lo volvió a enterrar dentro de mí,
dejando el dedo sobre él para que mis dos agujeritos estuviesen llenos.
Jamás había sentido algo así. La presión de aquel objeto en mi ano aumentaba todas las
sensaciones de mi cuerpo, de forma que jamás había notado su polla tan grande dentro de mí, ni mi
clítoris tan sensible. Tal fue la intensidad de aquellos estímulos que apenas tarde unos minutos en
comenzar en moverme como una loca, aplastando mis nalgas contra su pelvis para enterrar su
polla lo más profundamente posible para correrme en un orgasmo largo e intenso mientas mi coño
se abría y cerraba sobre su miembro y mi ano lo hacía sobre el tapón de cristal.
Caí de bruces sobre la cama, rendida, satisfecha e impresionada, mientras mis dos agujeros se
libraban de sus respectivas invasiones.
Nos tumbamos en la cama, abrazados, hablando durante un rato de lo que había sucedido. Ambos
sorprendidos gratamente de aquella experiencia. Lo único que me la empañaba un poco era el no
haberle dado tiempo a él de correrse y por supuesto era algo que quería remediar. Así que nada
más haberme recuperado de aquel maravilloso orgasmo, mis manos se deslizaron hasta su
entrepierna para descubrir que su erección seguía en tan buen estado como minutos antes.
Me moví en la cama hasta ponerme de lado y él hizo lo mismo, pegando sus caderas contra mis
nalgas. Me encantaba sentir su cuerpo apretándose contra mi espalda. Pero pronto note que algo
más se apretaba contra mí, pues con sutiles movimientos su polla comenzó a abrirse camino por
entre mis nalgas hasta que, como si de dos imanes se tratase, mi ano y la punta de su miembro se
encontraron "cara a cara".
Me quedé rígida por un momento...
—Cuidadito que estás justo en la entrada...
Él empujo un poco, con lo que intenté apartarme, pero él me abrazó y me apretó contra él....
—¡Eeeeh! ¡Que como sigas así va a entrar!
—Bueno ¿y quién ha dicho que yo no quiera que entre?
Intenté zafarme, aunque resultaba evidente que mi intento dejaba mucho que desear, con lo que me
gané otro empujón más. En ese momento sentó como su polla comenzaba a alcanzar su objetivo, la
punta se había deslizado un poco y había llegado a mi cerrado anillo, luchando por abrirse paso
en él. Dolía, pero no demasiado, puesto que estaba lubricada, excitada y ya algo dilatada.
Otro empujón más, y el capullo había entrado. Ahora dolía más, así que intenté relajarme. Aquello
funcionó y noté como mi ano se relajaba dejando que aquella punta se acomodase en él.
Él debía ir notando cuando la presión iba cesando, pues parecía saber el momento exacto en el
que podía dar un nuevo empujón para meter un trozo más de su miembro dentro de mí. En esos
momentos él se armó de paciencia y lo hacía con cuidado, pero la cosa no tardó en cambiar.
De pronto volví a sentirme vacía. Noté mi ano palpitando, caliente, tratando de cerrarse sobre
algo que ya no estaba. Él se incorporó y me ayudó a ponerme de nuevo a cuatro patas. Entonces
comprendí que se habían acabado los tanteos y que aquella gruesa polla que apuntaba enhiesta
hacia mí, estaba decidida a entrar por completo en el calor de mi cueva.
Sentí sus manos sobre mis caderas, tirando de mis nalgas tratando de abrirlas. Respiré
profundamente y me relajé para facilitarle la entrada. De nuevo volví a sentir como mi cuerpo se
llenaba de él. Poco a poco, pero sin pausa. Llevé mi mano hacia mi clítoris y comencé a
masturbarme descubriendo que la penetración se me hacía mucho más fácil e incluso placentera de
aquella forma, tanto que de pronto me encontré empujando hacia atrás tratando acelerar la
penetración.
Deseaba aquella polla en mi culo, y la mezcla de placer y dolor comenzaba a volverme loca, de
forma que pronto incluso deseaba aquel dolor y me encontré pidiéndole que me penetrara con
fuerza. No sabía si su polla había entrado por completo o no, pero me daba igual, sólo deseaba
que me embistiera con violencia.
No tardé en encontrarme de nuevo en las puertas del clímax, pero deseaba esperarle, quería que
esta vez no corriésemos los dos, así que pausé la masturbación y moví las caderas con
desesperación mientras intentaba cerrar y abrir mi culito sobre su polla, como si de mi coñito se
tratase, para darle más placer.
El incremento del ritmo de sus embestidas me hizo comprender que estaba a punto de correrse,
con lo que me sentí libre para hacerlo yo también, así que mi mano volvió a deslizarse hasta mi
entrepierna para moverse en mi clítoris a un ritmo frenético haciendo que se desatase en mí un
violento orgasmo, en el que cerraba y abría mi culo de forma espasmódica provocando que él se
corriera y derramase su cálido torrente de semen en mi interior.
Caímos el uno sobre el otro agotados, sudorosos, pero complacidos y satisfechos. No hablamos,
simplemente nos acariciábamos, con eso nos bastaba.
Yo estaba convencida que después de aquello el culito me iba a doler durante varios días, pero
desde luego era un precio que merecía la pena ser pagado ante el descubrimiento del placer del
sexo anal.
Una niña mala

Vestía de negro, de forma extravagante y su peinado, que era un montón de mechones enmarañados
y sin orden aparente, de colores llamativos, no pasaba desapercibido para nadie.
Unos leggings se ajustaban a sus perfectas y hercúleas piernas. Una camiseta pendía de su cintura,
haciendo las veces de falda y recogiendo un pequeño culito prieto y respingón. Sus pequeños y
turgentes pechos estaban tapados, por lo que parecía una camiseta de tirantes sobre la que llevaba
un abrigo de piel largo hasta los pies, a pesar de que no era un día frío. En las manos llevaba, a
modo de guantes, unas medias negras rotas, para que pasaran el pulgar por un agujero y los demás
dedos por otro más grande. Su atuendo se completaba con pesadas cadenas plateadas. En la
cintura y cadera llevaba varias de diferentes tamaños y grosores. Las llevaba también en el cuello
y en las muñecas.
Sus orejas estaban llenas de agujeros atravesados por los más variopintos objetos haciendo de
pendientes, desde pequeños imperdibles hasta una llave de buzón colgada de un aro.
En la ceja izquierda y en la aleta derecha de la nariz colgaban dos pequeños aros plateados más.
Pero lo mejor, lo que más me llamó la atención y puso mis hormonas a trabajar fue un piercing en
forma de bola con el tamaño de media canica bajo el labio y otra bola algo más pequeña clavada
en su lengua...
¿Una niña mala? Tenía toda la pinta de ello, pero, sin embargo, bajo la densa capa de maquillaje
negro que llevaba en sus párpados, unos dulces ojos brillaban. Ojos que adoptaron una ligera
expresión pícara cuando se cruzaron con los míos.
El conjunto resultó, al instante, una mezcla fatal para que mis instintos sexuales despertaran. Pero
no fui la única persona a la que su morboso y salvaje embrujo oscuro hizo efecto. Al mirar a mis
dos colegas Santi y Mario, vi que sus ojos reflejaban deseo.
Lo sentía por ellos, pero yo ya había decidido que aquella "inocente diablesa" iba a ser mía. Por
quien más lo sentía era por Carlos, que era quien nos la había presentado y quien en un principio
le había echado el ojo. Él había hecho el trabajo de ligársela y traérnosla. Pero el trofeo, aquella
noche, sería para mí...
Lo mejor de todo es que sabía que no me iba a ganar el rencor de mis colegas, sino que por el
contrario a ninguno le importaría demasiado que yo catase a aquella chica antes de que pasara a
sus manos. No era la primera vez que ocurría algo así. Ellos traían a una chica que habían
conseguido ligarse y ella se convertía en mi "presa". Pero esa era la ventaja de ser la única chica,
y encima bisexual, en un grupo de chicos. A ninguno le disgustaba ver los espectáculos lésbicos
con lo que de vez en cuando yo les obsequiaba, y si conseguían participar, acababan de lo más
agradecidos.
Pero esta vez, no pensaba compartirla. Carlos, o cualquiera de los demás tendrían que esperar
para hincarle el diente...
Ella fue mía y yo suya antes de que nuestros labios y mejillas se rozasen para saludarnos con dos
besos, Antes de que mi mano se apoyase sobre su hombro para poder superar los varios
centímetros de altura que me llevaba, antes de que el aire volviese a correr entre nuestros cuerpos
al separarnos...
Mientras besaba en la mejilla a Santi y a Mario, sus ojos estuvieron fijos en los míos, dejándome
ver, como su mirada dulce e inocente cambiaba de nuevo convirtiéndose primero en divertida
picardía y después en fuego salvaje.
No tardamos en ignorar a los chicos para meternos en nuestro pequeño e íntimo mundo...
Nunca he sido muy propensa a esconder mis inclinaciones y no estaba en mi naturaleza el
avergonzarme de besarme o acariciarme con una chica en público. Sabía que era inevitable que la
gente nos mirase y era consciente de que muchos lo hacían de forma anhelante, pero me daba
igual.
Al rato nos despedimos de los chicos y nos fuimos. Yo no sabía a donde, pues fue ella quien tomo
la iniciativa. Sólo me hizo una pregunta...
— ¿Te apetece vivir esta noche algo diferente a todo lo que nunca hayas vivido?
Una tentación irresistible, por supuesto, y ella vio la aceptación en mi mirada.
Ella era muy joven para conducir y yo no había llevado el coche, así que fuimos caminando en
medio de aquella oscura noche apenas iluminada por un puñado de viejas farolas, muchas de ellas
con la bombilla fundida. Nunca había considerado aquel barrio de lo más aconsejable para dos
chicas solas, pero al volver la vista y mirar a Verónica, pensé que en aquella calle lo más
siniestro que había era ella misma, y ese pensamiento, por alguna extraña razón hizo que mi
entrepierna empezara a destilar calor.
Anduvimos cerca de quince minutos. No hablamos demasiado, pero de vez en cuando nos
deteníamos y nos besábamos y tocábamos por debajo de la ropa contra alguna pared llena de
pintadas.
De repente, Verónica se detuvo en un sitio en el que me parecía que no había nada de interés, al
menos nada que pudiera interesarnos esa noche. La catedral se alzaba ante nosotras en todo su
imponente esplendor. Oscura y misteriosa en una noche como aquélla.
La fachada principal constaba de tres grandes puertas de arco ojival, la central con una escultura
de cristo en el parteluz que no parecía invitar a la entrada, aunque siguiendo los pasos de
Verónica, me di cuenta de que era precisamente hacia allí a donde nos dirigíamos.
Según nos acercábamos, se perdían de vista los otros cuatro pisos que formaban el edificio, el
segundo con su arquería de arquillos ojivales con parteluz, el tercero con su friso de nichos, con
sus amenazantes esculturas de obispos, con sus mitras y báculos, que parecían desear castigar
cualquier acto impuro que osáramos hacer allí. Por fin, en los dos últimos pisos, en el cuerpo
central del gótico edificio, lucían el rosetón decorado con un enrejado de piedra y cristales y para
terminar una nueva arquería, coronada en el centro con tracerías y pináculos que hacían parecer a
aquel monstruo de piedra, sujeto por sus contrafuertes y arbotantes, esbelto e interminable.
No pude evitar preguntarle a Verónica que estábamos haciendo allí, pero no me contestó. Sólo
cogió mi cara entre sus manos y me besó casi con rudeza. Fue en ese momento cuando me di
cuenta, que hacía ya mucho rato que yo había perdido el control de aquella situación. Siempre me
había gustado ser yo la que llevase a mis "victimas" por el camino que yo marcaba, pero esa vez,
no iba a ser así. Sólo me quedaba irme o ver que era lo que ella se proponía, y de nuevo, aquella
dulce vampiresa, me ganó la partida...
En contra de lo que me parecía probable, la gran puerta principal de la catedral se abrió sin
resistencia ante la mano de Verónica, tras lo cual entramos en el primer cuerpo del edificio,
encontrándonos rodeadas de una enorme arquería de arcos formeros.
Apenas se veían algunas velas encendidas en cada cuerpo del edificio, con lo que no se podían
apreciar muchos detalles, aunque yo conocía aquella catedral de otras ocasiones, a la luz del día,
cuando no parecía tan tenebrosa como en aquel momento y sabía que era austera en decoraciones,
apenas algunas columnas con capiteles zoomorfos.
Pasamos por el triforio y por el claristorio, donde algunos rayos de luz de luna se filtraban por las
vidrieras.
Se suponía que aquel edificio albergar a un Dios benevolente y misericordioso, pero yo caminaba
unos pasos por detrás de verónica sin atreverme a respirar el mismo aire que ella, pues me daba
la sensación de que la bóveda estrellada podía caer sobre nuestras cabezas para castigar nuestras
intenciones. ¿Nuestras intenciones? ¡Si ni siquiera sabía que hacíamos allí!
Antes de llegar al altar mayor, verónica se metió a una de las naves auxiliares y allí, ante mi
asombro, abrió la puerta de uno de los confesionarios reservados para los sacerdotes y con un
gesto me indicó que entrara. Ya no pude más...
—Pero... ¿Se puede saber que pretendes hacer ahí dentro?
—Te gustan las experiencias diferentes ¿verdad? El que hayas llegado hasta aquí, me indica que
sobre tu prudencia prevalece la curiosidad. ¿De verdad te quedarías sin saber que pretendo hacer
aquí dentro?
Su expresión me daba a entender que no me iba a explicar nada. O lo vivía yo o me quedaba sin
saberlo. De nuevo me sentí vencida por aquella pequeña bruja y entré.
Ella pasó detrás de mí y cerró la puerta. Pensé que a ella le daba morbo follar en un sitio así, así
que, sin pensar demasiado en la situación, intenté acercarme a ella dentro de la oscuridad para
besarla, pero antes de que mis labios pudieran acercarse a ella, sentí un ruido, como de una
pesada puerta abriéndose y una corriente de aire acarició mi piel.
— ¿Qué...?
—Shhhhh... Silencio ahora.
—¿Pero, por qué? ¿Hay una puerta? ¿Dónde vamos? ¿Qué...?
No pude preguntar nada más. La oscuridad que cubrió mi mente no tenía nada que ver con la falta
de luz. Un aroma dulzón penetró por mi nariz y mis músculos empezaron a pesar como si se
estuviesen hinchando. En apenas unos segundos había perdido la conciencia...

Fue aterrador, al despertarme, no entender donde me encontraba. Abrí los ojos y sólo pude ver
muy lejos de mí, a mucha altura, un techo de piedra lisa. Había luces de lo que parecían antorchas
y el único ruido era el del silencio. Estaba tumbada sobre algo muy duro que parecía una cama o
una mesa de piedra.
De repente, todos los recuerdos vinieron a mí como una avalancha, mientras me daba cuenta de
que no podía moverme. Mi cuerpo no respondía a ningún intento de movimiento, pero mi piel era
un campo de sensaciones, sobre todo de frío, mucho frío. ¿Por qué sentía el aire rozando mi piel y
la fría piedra directamente contra mí? ¡Estaba desnuda! ¡El pavor se apoderó de mí! Quise gritar,
pero ningún sonido salió de mi garganta. Mis brazos y piernas estaban separados, traté inútilmente
de cerrarlos, quise revolverme, levantarme. Todo era inútil.
Fue entonces cuando una voz conocida susurró en mi oído...
—Tranquila. No te pasa nada, sólo es el efecto de una droga, dentro de unas horas podrás volver a
hablar y a moverte sin ningún problema, pero de momento, te necesitamos así, inerte, pero con tus
sensaciones intactas. A fin de cuentas, no sería justo que no disfrutases también de la
experiencia...
— ¿Una droga? ¿Quiénes me necesitaban inertes? ¿Dónde estaba yo? ¿Disfrutar? ¿De qué? Quería
gritarle aquello a Verónica, pero, evidentemente, no pude.
De pronto, comencé a oír música de órgano. Aquella música siempre había tenido el poder de
darme cierto miedo y yo de eso ya tenía bastante en aquel momento. No necesitaba más.
Por fin Verónica se movió y pude verla, o más bien adivinar que era ella. Iba cubierta por una
larga túnica negra con capucha y la mitad de su rostro se ocultaba tras un antifaz negro. Supe que
era ella porque no se había quitado aquel piercing que hacía unas horas ¿horas? Me había vuelto
loca. Si no hubiese sido por ese adorno, pocos segundos más tarde no hubiera sabido quien era
ella, pues muchas personas más se unieron a ella, prácticamente tragándosela.
Todos estaban en silencio, todos con su túnica, su capucha y su antifaz. Pude distinguir hombres y
mujeres, aunque, tal vez, había más de estas últimas.
No pude evitar pensar en una secta, y por supuesto satánica. ¿Iban a matarme? ¿Era yo una especie
de sacrificio? Pero, no podía ser. Verónica había hablado de que el efecto de la droga se me
pasaría en unas horas, así que se supone que yo iba a salir de allí. ¿O es que me había mentido?
De pronto, mi cuerpo se convirtió en un mar de sensaciones, al sentir un montón de manos
recorriéndolo sin previo aviso. Aquellos hombres y mujeres estaban acariciando mi cuerpo
desnudo sin ningún reparo o pudor. Rozaban mis brazos y muslos, arañaban mis hombros y
rodillas, pellizcaban mis pezones y amasaban mis pechos, acariciaban las plantas de mis pies y
mis ingles. No tardaron en llegar a la intimidad de mi entrepierna, la cual recorrieron con avidez.
Jugaban con mi clítoris, haciéndolo salir de su escondite, tiraban de mis labios menores y trazaban
los mayores.
Intenté rebelarme a todo aquello, quería gritar y salir corriendo, quería enfrentarme a ellos, pero
todo era inútil. Olvidé incluso que la endemoniada música del órgano era lo único que rompía el
silencio en aquel lugar. Al menos comprendí, por qué me necesitaban inerte. Aunque seguía sin
saber quienes eran aquellas personas y si sólo querían tocar mi cuerpo o algo más.
Al final, no me quedó más remedio que resignarme, cosa que ellos debieron notar debido a que mi
respiración se calmó un poco, aunque casi sin darme cuenta, pronto volví a tenerla agitada, pero
no por el miedo, sino porque aquella marabunta de caricias a la que me estaban sometiendo,
empezaba a tener su efecto, sobre todo cuando alguien penetró mi coño con un par de dedos. Lo
hizo sin miramiento, pero no me dolió, con lo que debía estar bastante lubricado.
Alguien levantó un poco mi pierna derecha, doblándome la rodilla y a los pocos segundos sentí
con un dedo jugaba en la zona de mi ano. Lo sentí frío y mojado mientras penetraba en mi sin
demasiada dificultad.
Todo aquello me estaba poniendo al borde del orgasmo. Jamás había imaginado cómo podía ser la
sensación de ser tocada en tantos sitios al mismo tiempo. Sólo podía definirlo como brutalmente
delicioso. Casi me daba igual lo que quisieran hacer conmigo, no me importaba quienes fueran, no
me importaba nada. En ese momento sólo quería correrme.
Y fue justo entonces cuando todas las manos desaparecieron de donde estaban, dejándome vacía,
insatisfecha, abandonada. Quería gritarles que no parasen ahora, pero no podía hacerlo. Me entró
la desesperación. Necesitaba correrme y quería hacerlo con aquellas manos sobre mi cuerpo. Con
todos tocando a la vez mis puntos erógenos, pero era evidente que esa no era su idea.
Poco a poco, todos empezaron a irse. No podía girar la cabeza, así que no podía saber a donde,
pero enseguida empecé a oír gemidos de placer, ropas cayendo al suelo, besos, roces. Se estaban
dando entre ellos lo que a mi me estaban negando.
Pero no todos se habían ido. Había tres figuras a mi alrededor. La que estaba situada a mis pies
era verónica con su piercing. A mi derecha había un hombre cuya edad, por el mentón y la boca
hubiese supuesto en unos cuarenta años y a mi izquierda había un chico que me pareció muy joven,
tal vez dieciséis años.
Miré a verónica con ojos suplicantes, aunque ni yo misma sabía si le estaba pidiendo que me
liberase o que me dejase tener un orgasmo, aunque pronto dejó de importar. Ella se inclinó y su
cabeza quedó enterrada en mi entrepierna.
El primer contacto de su lengua en mi clítoris fue como una descarga eléctrica. Si mi cuerpo
hubiese podido moverse, me hubiese encorvado hasta casi romperme. Los segundos siguientes
fueron casi una tortura. La punta de su lengua exploraba cada rincón, pero apenas rozando mi
carne. Yo hubiera querido agarrar su cabeza con furia y obligarla a comerme con fuerza, pero no
podía hacer más que resignarme y aguantar lo que quisieran hacer.
De pronto, para acrecentar más mi tortura, el hombre y el chico se apoderaron con la boca de cada
uno de mis pezones. Los lamían, los mordisqueaban y los besaban con fuerza. A esto se le unió el
que Verónica cambiase el ritmo de su comida y comenzase a devorarme con hambre. Notaba la
bola del piercing de su lengua apretado contra mi carne, volviéndome loca de placer. En breves
segundos me puse de nuevo al borde del orgasmo, pero una vez más, no me permitieron correrme.
Cuando estaba a punto de hacerlo, como si estuviesen perfectamente sincronizados, los tres se
detuvieron y se alejaron de mi.
Pasaron un par de minutos, en los cuales la necesidad de un orgasmo inminente se redujo un poco,
pero en los que no se atenuó el ardor de mi deseo. Entonces tres personas diferentes, esta vez dos
mujeres jóvenes y un hombre muy mayor, casi un anciano, se situaron en el sitio en el que antes
habían estado Verónica y sus compañeros. El hombre, tras mirarme unos breves instantes, hundió
la cabeza entre mis piernas retomando el trabajo de Verónica, mientras las dos mujeres tomaron
mis pechos e hicieron lo que quisieron con ellos.
Durante largo tiempo, todo fue así, cada poco, cuando yo estaba a punto de correrme, las personas
que me hacían gozar se iban y eran sustituidas por otras diferentes a los pocos minutos, pero
siempre dejando mi deseo sin satisfacer.
La desesperación me quemaba, creí enloquecer con tanto placer frustrado, hasta que de repente
ocurrió algo que no esperaba. Un hombre se acercó a la mesa de piedra y subiéndose en ella, se
sentó a horcajadas sobre mi pecho. Pude ver como su mano acariciaba su polla de forma frenética
hasta que un chorro de esperma caliente baño mi cara. El hombre se retiró mientras sentía otro
chorro cayendo sobre mi vientre, tras lo que pude ver a un joven en los últimos estertores del
orgasmo, de pie a mi lado.
Varios más se iban acercando a mi, corriéndose sobre mis pechos, mi cara, mi estómago o mis
piernas, hasta que la parte frontal de mi cuerpo estuvo completamente embadurnada del semen de
al menos una decena de hombres.
Me sentía sucia, humillada, rabiosa, pero aún así excitada. Nadie me acaricio ni me hizo nada
mientras los hombres derramaban su leche sobre mí, pero cada chorro caliente recibido hacía que
el calor de mi coño se mantuviese álgido.
Fue entonces, cuando entre dos hombres, manipularon mi cuerpo para ponerme de bruces sobre la
roca, aunque no sin antes cubrirme los ojos con un pañuelo, supongo que para que no pudiese ver
lo que me rodeaba.
De nuevo, empecé a sentir salpicaduras de semen esta vez sobre mi espalda, mi cabello y mis
glúteos. Algunos trepaban sobre mí, para dejarme sus muestras de gozo. Y así siguieron hasta que
mi cuerpo, estuvo completamente cubierto de aquel pringoso líquido.
De repente, noté algo extraño sobre mi piel desnuda. Lo sentía en muchas partes a la vez, desde
las uñas de mis pies hasta el cuero cabelludo pasando por la raja de mis nalgas y el propio ano.
Entendí que eran lenguas. ¡Estaban relamiendo el semen de mi cuerpo! Los labios y las pieles, que
acompañaban a aquellas lenguas, eran suaves, así que ¡eran las mujeres!
En el momento en el que decidieron que ya no quedaba más para lengüetear en mi parte trasera,
me dieron de nuevo la vuelta y me quitaron la venda de los ojos, así pude ver a un montón de
mujeres, en una pude distinguir una bola plateada en el mentón, lamían la parte delantera de mi
cuerpo, besaron mis labios, incluso llegando a introducir sus lenguas con sabor a semen en mi
boca.
Mi coñito tampoco se libró del tratamiento, y esta vez pude correrme. Lo hice varias veces, de
forma casi encadenada, pues cuando una dejaba de lamer otra la sustituía. Sabía que mi cuerpo
luchaba por convulsionarse, pero no creía estar haciendo ningún movimiento. Mi garganta luchaba
por emitir gritos de placer, pero apenas conseguí que sonaran un par de gruñidos.
Por fin, mi cuerpo debió quedar libre de los efluvios masculinos y se alejaron de mí.
Pasaron varios minutos en los que no pude ver a nadie a mi alrededor, hasta que de pronto, la cara
de Verónica apareció ante mis ojos. Se acercó lentamente, de forma dulce hasta mis labios, y me
besó con delicadeza, tras lo cual se alejó. ¿Era una despedida?
Volví a sentir el olor acaramelado que me abrumó en el confesionario de la catedral, los músculos
volvieron a pesarme como piedras y el manto de la oscuridad tapó mis ojos. Dejé de estar allí.
Esta vez, al despertar, sentí el olor de la cera derretida y vi la cara de un anciano sacerdote.
Otra vez ha vuelto a ocurrir…
Su suave voz sonaba preocupada.
Hacía mucho que no sucedía. Hubo un tiempo en que aparecía aquí cada mañana una chica denuda
y oliendo a sexo, pero creí que aquello había terminado...
Luché por incorporarme mientras la conciencia de lo sucedido venía a mi mente como una losa
enorme. Me sentía dolorida, pero perfectamente lucida, sin una sola duda de que aquello que
venía a mi mente había sucedido. Noté que mi cuerpo respondía perfectamente. Intenté hablar y lo
conseguí sin problemas.
— ¿Dónde estoy? ¿Quiénes eran? ¿Ha sido real? ¿Por qué...?
—Estás en la catedral y sí, me temo que ha sido real. Nadie sabe quiénes son, qué hacen o donde
llevan a cabo lo quiera que sea que hacen. Nunca una chica ha querido contar qué es lo que le ha
pasado.
Entendí perfectamente por qué nadie lo contaba. Ni siquiera me salían las palabras y menos aún en
presencia de aquel anciano cura con cara de santurrón que me tendía mi ropa.
Estaba tirada en el suelo, al lado de este banco donde te dejaron dormida...
Me vestí rápidamente mientras el anciano miraba hacia otro lado. El no dijo nada y yo no me
sentía con fuerzas para hablar. Cuando acabé de vestirme, le di las gracias y me fui sin mirar
atrás...
En la calle estaba amaneciendo...
No hace falta decir que nunca volví a ver a Verónica y que jamás les conté a mis amigos nada de
lo que había ocurrido aquella noche. Les dije simplemente que había echado un polvo con ella y
nada más.
Las cosas siguieron como siempre, exceptuando aquellos sueños en los que aquella extraña noche
se volvía a repetir, haciendo que despertara entre sudor y flujo...
Un día, por fin, un mes más tarde, no aguanté más la curiosidad de intentar averiguar algo sobre
todo aquello y volví a la catedral. Recorrí el mismo camino que aquel día con verónica y
asegurándome que nadie me veía, entré el confesionario. Pasé allí más de media hora intentando
encontrar un mecanismo que abriese una puerta. Puerta que yo no estaba convencida que existiese,
pero que era la única pista que tenía.
Por fin me di por vencida, y salí, con cuidado del confesionario.
Decidí intentar sonsacar algo más al anciano cura, así que me dirigí a la sacristía, en la cual
encontré a varios sacerdotes. Al verme, uno de ellos, un hombre de unos treinta años se acercó a
mí y me preguntó en que podía ayudarme.
—Verá, quisiera hablar con un sacerdote, pero no conozco su nombre.
— ¿No está en la sala en la que yo estaba?
—No, no. No le he visto allí.
—Es extraño, porque estamos todos ahí reunidos. Pero si puedo ayudarte yo...
No pude evitar mirar al joven cura con extrañeza.
—Estoy segura de que no estaba allí, y es con él con quien debo hablar.
—Bueno... ¿cómo es ese sacerdote?
—Pues es bastante mayor, casi un anciano, estaba aquí hace cosa de un mes por la noche...
Ahora fue el joven cura el que me miró con extrañeza.
—No. No puede ser, a lo mejor te confundes de lugar. Aquí todos los sacerdotes somos más o
menos jóvenes. El más mayor tiene cincuenta y tres años y por la noche no se queda nadie. La
puerta queda cerrada y nadie entra ni sale hasta que hay que preparar la misa de las ocho. De
todas formas, insisto, si puedo ayudarte yo en algo, lo haré encantado...
—No.… no. Muchas... gracias.
Mi voz sonaba balbuceante, pues mientras el joven cura hablaba vino a mi mente la cara del
anciano sacerdote, recorrí las líneas de su cara, de su mentón y de su boca y vi esas facciones
bajo un antifaz antes de que su cabeza se hundiera entre mis piernas en el sitio en que había estado
verónica.
Mujer contra mujer

Me sentía humillada. Sin duda había hecho el ridículo más espantoso de toda mi vida. Y lo peor
de todo es que ella era mi mejor amiga desde que teníamos ocho años. ¿Cómo podría volver a
mirarla a la cara?
Habían pasado semanas y no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado. Ella me seguía
llamando y quedábamos casi todos los días, pero no soportaba ver como me sonreía simulando
que nada había pasado. Incluso a veces, cuando yo me daba la vuelta, me parecía ver en su boca,
que la sonrisa indulgente se volvía una mueca de desprecio e ironía.
Cada vez que recordaba como ella me había apartado cuando intenté besarla, se me encogía el
corazón. Cuando en mi mente volvía a ver en sus ojos aquella mirada de asco y desprecio, se me
helaba la sangre.
Por más que lo pensaba, no conseguía encontrar cual había sido el error. Creí ver en ella todas
esas señales que indican atracción. Estaba convencida de que esas señales habían existido. Los
continuos roces disimuladamente intencionados en mis pechos, los continuos azotitos cariñosos en
el culo, las manos que se deslizaban de la cintura hasta las nalgas cuando paseábamos agarradas,
las miradas penetrantes cuando nuestras caras estaban cerca.

Eso no era sólo amistad, por más que ella ahora intentase convencerme de lo contrario. Se había
pasado meses provocándome para después, rechazarme de la forma más cruel...

Y si una cosa hay en este mundo capaz de herir el orgullo de una mujer hasta llevarla al bordo de
las más crueles venganzas, esta cosa es el rechazo...

Aquella tarde, salí pronto del laboratorio químico en el que trabajo, excusándome bajo un falso
dolor de cabeza.
Tras subirme al coche y ponerme el cinturón de seguridad, me volví a mi bolso que estaba en el
asiento del copiloto y me aseguré de que seguía allí el tarro a medio llenar de cloroformo que
había sustraído del almacén a primera hora.
Eran las seis y media. Ella llegaba a su casa sobre las siete y cuarto. Me daba tiempo de sobra
para llegar antes que ella y esperar cerca de la puerta de su garaje, a la espera de que ella llegara.
Era una calle muy transitada, así que hacer que ella no viese mi coche no debía ser difícil.
Mientras el coche entraba en la autopista, mi mente repasaba los detalles del plan. En las últimas
semanas, me había fijado en que la puerta del garaje tardaba exactamente treinta segundos en
volver a bajar una vez que hubiese pasado un coche, así que tenía que jugar con ese tiempo para
meter mi coche tras el de ella sin que llegase a verme. Una vez dentro, podría aparcar mi vehículo
en una plaza de garaje que llevaba libre diez días porque su dueño estaba de viaje y que estaba lo
suficientemente lejos del de ella como para que lo viese por casualidad. Hecho esto tendría unos
pocos segundos para llegar interceptarla antes de que cogiese el ascensor.
Me había hecho con un pasamontaña para evitar que, en caso de que yo no fuese lo suficientemente
rápida, ella me viese.
Mientras tomaba la salida de la autopista que me llevaba a su casa, recé para que ningún vecino
apareciese por el garaje, o en el rellano del ascensor y viese lo que iba a ocurrir...
Después de todo, a veces la fortuna está con los malos de la película. Todo salió como yo había
planeado y pocos minutos pasaban de las 19: 15 cuando mi preciosa victima se encontraba
dormida, desnuda, con los ojos vendados, amordazada y atada bocabajo en su propia cama.
La dosis de cloroformo había sido pequeña, pero aún así sabía que tenía un buen rato de margen
antes de que se despertara. Así que aproveché para bajar de nuevo al garaje con el mando a
distancia de mi amiga y sacar el coche de allí y dejarlo aparcado varias calles más allá. Una vez
más me encontré rezando para que nadie se hubiese fijado en mi vehículo.
Volví al piso cargando una bolsa en la que llevaba una sorpresita para ella. Entré por la portezuela
del garaje, vigilando que nadie mirase. Aunque por suerte, a esas horas en invierno ya era noche
cerrada y dicen que, de noche, todos los gatos son pardos.
Abrí la puerta de la casa sigilosamente, tratando de escuchar algo que me dijese que las cosas no
estaban tal y como las había dejado, pero no había nada extraño. Lo único que pasó, fue que al
igual que cuando entré por primera vez cargando con el cuerpo inerte de ella, apareció el único
testigo de todo cuanto pasaba. Por suerte era un testigo mudo. Su precioso cocker spaniel canela
que, a pesar de la supuesta agudeza de los perros ante el peligro, lo único que hizo fue dar saltitos
para que lo cogiera en brazos.
Dejando al perro encerrado en el salón, me dirigí a la habitación de mi amiga. Aún estaba
dormida.
Dejé la bolsa sobre la cama y comencé a desnudarme lentamente, dejando caer la ropa en el suelo,
pero sin quitarme el pasamontaña, pues no quería que, si por casualidad se caía el pañuelo de sus
ojos, pudiese reconocerme Hecho esto, me senté en la cama y esperé a que despertara mientras
con mis manos iba recorriendo la parte trasera de su cuerpo.
La había atado en aspa, con las piernas bien abiertas y sujetas a las patas de la cama. También
había puesto un cojín bajo su vientre para alzar su cadera y dejar así más accesibles su coño y su
culo.
Poco a poco, ella fue despertando. Cuando se dio cuenta de su situación y comenzó a intentar
gritar y soltarse, por un momento pensé en acabar con todo aquello. Pero bastó el recuerdo de su
mirada llena de repulsión hacia mí par que aquel pensamiento desapareciese de mi mente y
pudiese disfrutar del espectáculo de su cuerpo moviéndose desesperado en un intento de liberarse.
Tardó varios minutos en quedarse quieta, bien por agotamiento, bien por resignación, los cuales yo
aproveché para ponerme unos guantes de cuero, puesto que no quería que ella reconociese el tacto
de unas manos femeninas.
Me acerqué a ella y con violencia, separé sus nalgas con las manos. Según hice esto, su cuerpo
volvió a convulsionarse tratando de escapar. La solté y volví a esperar a que se calmara.
Estuvimos con este juego un buen rato, hasta que al final me supongo que fue el agotamiento lo que
la rindió.
Dejó que mis manos enguantadas se pasearan a gusto por su entrepierna, acariciando su coñito y la
raja de su culo antes de comenzar a entrar en sus agujeros.
Me resultaba delicioso oír sus quejidos ahogados bajo la mordaza. Me excitaba aquella situación,
me sentía poderosa y sentía que las heridas de mi orgullo se iban cerrando.
Ella realmente estaba asustada, y no parecía estar disfrutando con la situación. Su coño
permanecía seco a pesar de mis caricias y eso no era bueno para mis planes. Quería que se
sintiese humillada, pero no quería hacerle un daño físico real. Así que fui hasta el cuarto de baño
en busca de alguna crema que me ayudase con el siguiente paso.
Encontré un tarro de body milk que pensé me serviría. Volví a la habitación y saqué de la bolsa el
juguete que había comprado especialmente para aquella ocasión. Un consolador que se ataba al
cuerpo mediante un arnés, lo cual me convertía en una mujer con polla.
Aquello tenía dos razones. Una que pensaba que aquella era una buena forma de hacerle pasar un
mal rato y la segunda, aunque no estaba segura de que funcionase a pesar que había elegido un
modelo muy realista, que ella pensara que la había violado un hombre.
Tras ponerme el arnés, unté bien el consolador con body milk, para después meter mis dedos
embadurnados en su coño. Los guantes tendría que tirarlos después de todo aquello, pero bien que
merecía la pena, aunque sólo fuese por ver su espalda arqueándose y el temblor de sus muslos al
intentar cerrarme el paso en su cuerpo.
Nada podía hacer ella mientras me subía a la cama, me ponía entre sus piernas y metía aquella
falsa polla por entre sus piernas.
El quejido ahogado y el estremecimiento de su cuerpo me demostraban que le estaba haciendo
daño. Yo no podía sentir ninguna presión en mi miembro de plástico, sólo podía orientarme por
los movimientos y los gemidos de ella. Me resultó delicioso ver como unas lágrimas resbalaban
por sus mejillas.
Me sentía muy excitada viéndola así. Justo antes de llevar mi mano a mi coño para masturbarme,
recordé que aquella mujer era mi amiga. No me importó. Sólo quería correrme mientras la poseía
y eso fue lo que hice...

Era ya por la mañana cuando me despertó el teléfono. A pesar de todo lo que había pasado yo
había conseguido dormir plácidamente. Tal vez era un monstruo, pero mi conciencia no me
atormentaba.
Recordé que había dejado a mi amiga sobre la cama denuda, pero desatada. Y completamente
dormida de nuevo por el cloroformo. Traté de borrar cualquier indicio de que yo había estado allí
y me marché.
Me levanté y me dirigí al teléfono. Miré la pantalla digital y la identificación de llamadas me
indicó que quien me llamaba era ella. Pensé en no descolgar, pensé en huir, pensé muchas cosas en
apenas unos breves segundos, pero al final opté por tragar saliva, contener la respiración y
cogerlo...
— ¿Si...?
Solté el aire plácidamente cuando oí decir a una voz llorosa...
—Te necesito. Por favor, ven a mi casa, necesito una amiga...

No me vuelvas loca
De nuevo estábamos en la terraza de aquella cafetería teniendo la misma conversación de siempre.
—No me vuelvas loca, Patricia. Deja de jugar conmigo. Si quieres hacerlo dímelo y si no
quieres dímelo también y ya está. No pasa nada.
— ¡Joder! Claro que quiero. Sabes que, si tiene que ser con alguien, será contigo, pero aún no
estoy preparada. Me das algo de miedo.
—Ya estamos con la historia del miedo... ¿Qué demonios crees que voy a hacerte?
—No lo sé, Eva. Supongo que nada. Pero supongo que tú para estas cosas eres más lanzada, lo
tienes todo más claro.
—Pues decídete de una vez. Lo que no puedes es hacerme pucheritos cuando no te digo nada o
no me insinúo, para después escaquearte o venirme con la historia del miedo cuando intento
llevarte a la cama.
—Sabes que, al final, lo conseguirás...
De nuevo yo acababa cogiendo mi bolso para levantarme y largarme de mala hostia, dejándole la
cuenta a ella, mientras la oía decir...
—¡Eres una maldita zorra, joder! Dame tiempo Eva, por favor. Sabes que, al final, lo
conseguirás...
De camino a casa, yo siempre me decía lo mismo. "Juro que nunca más...", "Ésta es la última vez
que me vacila...", "Si cree que me la voy a comer viva, que se busque a otra...". Pero bien sabía yo
que era mentira. Estaba loca por follármela y además ella tenía razón. Sabía que al final lo
conseguiría.
Cuando llegué a casa, el teléfono estaba sonando. Al ver que en la pantalla ponía Patricia, y
debido al enfado que todavía me duraba no descolgué. No quería hablar con ella. Mientras el
aparato seguía sonando, me dirigí al mueble bar del salón y me puse un gin-tonic bien cargado,
pensando que eso me bajaría un poco el mal humor y me ayudaría a digerir la nueva ración de
calabazas que me había tenido que comer.
Por fin, el teléfono dejó de sonar, pero pocos segundos después, cuando aún no le había echado la
tónica a la ginebra, comenzó a sonar el móvil. No me hacía falta mirarlo para saber quien era.
Tampoco lo cogí.
Me quité los zapatos sin preocuparme en donde caían, me tiré en el sofá y encendí la tele. Pasaron
unos minutos antes de que volviera a sonar el fijo. De nuevo, en la pantalla ponía "Patricia". Esta
vez tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no cogerlo. No me gustaba estar
enfadada con ella, pero tenía que mantenerme firme y que ella se enterase por fin de que no podía
estar vacilándome eternamente.
Tras un par de horas de telebasura, tres gin—tonics, catorce llamadas entre el móvil y el fijo y
cinco mensajes que decían que "cogiera el puto teléfono", mi cabreo ya se había desvanecido y la
situación empezó a hacerme gracia.
Yo no me consideraba lesbiana. Siempre me habían gustado los hombres y las pollas más que a un
niño un caramelo. Pero por alguna extraña razón, me había encaprichado de aquella escurridiza,
insolente e indecisa niñata.
Me mandaba al mail fotos desnuda en la piscina de su casa, pero nunca me daba una de su cara.
Me torturaba contándome que se había masturbado la noche anterior y me pedía ideas para otra
vez, pero no me dejaba besarla. Me picaba hasta la irritación con insinuaciones, pero reculaba en
cuanto yo planteaba algo en serio. Era para volverse loca...
Cuando llegó la hora de preparar la cena, mi buen humor se había restaurado ya por completo. A
fin de cuentas, yo sabía como era ella y aunque a veces muy molesto, el juego era en cierta parte
divertido. Además, ¿cuál hubiese sido la gracia de conseguir acostarme con ella a la primera?
Después de todo, una de las cosas que más me gustaba de ella era su rebeldía de niña pequeña.
Eran más de las once cuando me llevé un sobresalto al oír el timbre de la puerta. No se me ocurría
quien podía ser a esas horas, pero cuando descolgué el telefonillo y oí la voz de Patricia
diciéndome que le abriese la puerta, no me sorprendí en absoluto.
Le abrí. Después de todo no iba a discutir por el telefonillo y ella era capaz de romper el timbre a
llamadas hasta que la dejase entrar.
Dejé entreabierta la puerta y me senté en el sofá cogiendo una revista, mientras ella subía en el
ascensor. Oí el taconeo de sus zapatos en el rellano y la puerta cerrarse. Cuando ella entró al
salón, su olor a Nenuco me llegó a la nariz. No alcé la vista de la revista. Decidí hacerle creer
que aún estaba cabreada con ella.
— ¿Qué quieres a estas horas?
— ¿Por qué no has cogido el jodido teléfono, so puta?
—Habla bien o tendré que darte unos azotes.
— ¡Joder! ¿Ves, tía? Por eso me das miedo.
Tiré la revista al suelo con mala leche.
— ¿Es que has venido para seguir tocándome las narices?
—No, he venido para intentar que me perdones.
Me relajé un poco. Por fin la miré. Llevaba un vestido rosa de tirantes que le llegaba por encima
de las rodillas y unos zapatos negros con un par de centímetros de tacón.
—Rosa... ¿vienes a pedirme perdón vestida de rosa? Sabes que lo odio.
—Bueno... Si tan poco te gusta mi vestido, me lo quito...
Llevó sus manos a los tirantes para despojarlos por los hombros y con un ligero movimiento de su
cuerpo el vestido fue directo a los pies. No llevaba sujetador, pero sí un pequeño tanga de color
rosa, que apenas cubría lo preciso.
Me quedé con la boca abierta. No me había esperado eso y por un momento no supe responder. Lo
único que pude hacer fue mirar sus turgentes pechos coronados por unos pezones pequeños y
rosados, su vientre plano, el inicio de su pubis, que parecía estar totalmente depilado y sus
redondas caderas que abrían paso al nacimiento de su precioso trasero.
Pasada la sorpresa inicial, dudé si pedirle explicaciones sobre aquello o intentar tantear el terreno
para ver si las cosas iban por donde parecían indicar ir. Opté por lo segundo...
—El tanga también es rosa...
—Eso tendrás que soportarlo hasta que tú lleves encima tanta ropa como yo...
Bien... Duda resuelta...
Me levanté y me dirigí lentamente hacia ella, mirándole en todo momento a los ojos. La cogí con
una mano por la cintura y con la otra por la nuca y la arrimé muy despacio hacia mí para besar sus
labios.
Y, por primera vez, no me rechazó.
Su boca se abrió para dejar paso a mi lengua, a la cual recibió uniendo la suya. Fue un beso al
principio dulce, después apasionado y por fin casi rabioso. Supongo que así yo me libraba de mi
frustración contenida y ella de lo que pudiese quedar de su pudor y sus miedos.
Mientras yo besaba y lamía sus labios, su cuello, sus orejas y sus hombros, ella iba
desnudándome, hasta dejarme sólo con mi tanga negro de lycra.
—Bueno, ahora ya estamos iguales, así que ya te estás quitando ese horrible tanga rosa...
—Quítamelo tú...
—Si tengo que quitártelo yo, te morderé el culo...
Ella volvió a reír, pero no hizo el menor amago de ir a quitárselo. Así que decidí hacer lo que
había dicho. Por supuesto, la niña rebelde que había en ella quería jugar, por lo que nos
enredamos en un erótico forcejeo en el que nuestros pechos desnudos se rozaban y se aplastaban
contra sí hasta nuestros vientres y pubis se unían.
Fue un rato intenso y divertido, pero yo era más fuerte y no tardé en imponerme, tirándola en el
suelo bocabajo. Ella no paraba de patalear mientras protestaba.
—Suéltame. No se te ocurra morderme...
—No sólo te voy a dar ese mordisquito, sino que creo que además voy a aprovechar para darte
los azotes que tan merecidos te tienes...
—Noooooo....
Ella siguió pataleando, mientras yo me sentaba sobre su espalda, pero no lo hacía con mucha
convicción...
Conseguí bajarle el tanga hasta las rodillas, pero desde la posición en que yo estaba no podía
hacerlo bajar más. De todas formas, estaba bien allí para lo que yo quería. Me incliné hacia sus
redondas nalgas. Parecían tan suaves que no pude evitar la tentación de pasar la yema de los
dedos sobre ellas antes de bajar la cabeza, abrir la boca y coger un buen bocado de la derecha con
los dientes. Fue un mordisco suave y su gemido fue de placer, así que motivada por ella, volví a
morder, pero esta vez en la izquierda. Estuve así un rato, intercambiando los mordiscos de un lado
a otro, mientras ella seguía gimiendo.
Entonces, sin previo aviso, me incorporé y descargué un azotito en el centro de ambas nalgas. El
respingo que ella dio fue más por la sorpresa que por el hecho de que le hubiese dolido. Le di
unos cuantos más, alternando uno a cada lado y cada vez un poco más fuerte. Ella pataleaba, pero
apenas se quejaba y de vez en cuando me dedicaba un insulto entre risas...
—Eres una zorra y una abusona, ya verás como te pille yo a ti. Deja de azotarme, putita...
A lo que yo respondía subiendo la intensidad de las palmadas.
Tras un rato, lo que llamó mi atención fue su otra cosa... Separé las nalgas con las manos y
observé su ano. Parecía que la entrada era muy estrecha, pero yo sabía que ella no era virgen, ni
mucho menos, por ahí, y que le encantaba que sus amantes jugasen o la penetrasen por ahí. Así que
decidí que eso sería lo siguiente que la haría...
Volví a inclinarme sobre ella y pasé mi lengua por la hendidura de sus nalgas, de arriba abajo
hasta llegar justo a su estrellado agujerito. Hice un circulo con la lengua en él y oí como
suspiraba. Recorrí el mismo camino un par de veces, antes de introducir la punta de la lengua en
él. Entonces sentí como ella se estremecía.
Le pedí que abriera las piernas y lo hizo todo lo que pudo, puesto que el tanga seguía atascado en
sus rodillas impidiendo que las abriese por completo. Pero así era suficiente. Pude aprovechar la
apertura para llevar mi mano hasta su coñito e introducir un par de dedos en él, notando que
estaba muy mojada, mientras mi lengua seguía jugando con su culito. Yo estaba prácticamente
tumbada sobre ella, pero eso no parecía molestarla, así que no me molesté en buscar otra postura.
Mis dedos la penetraban cada vez más rápido y con más fuerza y mi lengua se deslizaba dentro de
ella cada vez con más facilidad, permitiéndome avanzar un poco más. Comencé a notar que ella se
estremecía y retorcía cada vez con más ansiedad, por lo que supe que estaba cerca del orgasmo.
Y en ese momento, el diablillo malo que todos tenemos, se posó sobre mi hombro y me susurró al
oído una malvada idea...
Saqué mi lengua de su culito y mis dedos de su coño, me incorporé y me levanté...
— ¿Pero ¿qué haces Eva? ¡qué estoy a punto de correrme!
—Ya lo sé.
—Entonces ¿por qué coño paras?
—Bueno... Yo he tenido que esperar mucho tiempo para poder obtener lo que quería, así que,
querida mía, ahora vas a tener que esperar tú...
Se incorporó sobre los codos, mostrándose indignada.
— ¡Eres una puta zorra de mierda! ¡No puedes hacerme eso! ¡Quiero que hagas que me corra!
Me agaché y sujeté su barbilla con dos dedos, para mirarla a los ojos. No pude evitar una sonrisa
maliciosa...
—No te preocupes, mi niña. Mi dulce y rebelde Patricia... Sabes que, all final, lo conseguirás...
Escuela de dolor

A los pies del estrado seis mujeres formaban una hilera. Vestían tan sólo una especie de túnica
blanca que parecía sujetarse por la parte de atrás del cuello y como pude observar más tarde no
llevaban ninguna clase de ropa interior. Calzaban unas ligeras sandalias, también blancas,
prácticamente planas.
Detrás de cada una de ellas había una especie de mesa no muy grande, cuyo uso yo en aquel
momento ignoraba.
Se las veía inquietas, nerviosas, e incluso una de ellas estaba temblorosa como un flan. Poco
después supe que dicha mujer no estaba allí por decisión propia sino por la de su marido, el cual
la había inscrito como si ella fuese una niña pequeña que tiene que ir a la escuela.
Había más mujeres en aquel lugar que estaban en situaciones parecidas a la de esta, las enviaban
sus parejas, que habían adoptado el papel de sus Amos. Otras habían ido por decisión propia
pactada con su pareja y otras últimas por decisión propia, simplemente para iniciarse y aprender.
Allí no se enseñaba a las mujeres a ser sumisas y obedientes, para ese tipo de educación existía
otro lugar. Allí se les enseñaba a soportar el dolor y en la mayoría de los casos a disfrutar con él.
Por lo que pude ver, en aquel lugar se encontraban mujeres que o bien habían sido educadas ya en
la escuela de sumisión o habían sido instruidas por sus Amos. Aunque algunas, las menos, eran
totalmente neófitas y simplemente querían aprender con alguien que les diese seguridad y
garantías...
Aquellas mujeres, o sus parejas, habían pagado grandes sumas de dinero por estar allí. Y al igual
que habían venido podían irse. En el momento de entrar en aquel lugar habían firmado por lo que
permitían que se les hiciese y, de todas formas, podían decir "no" a cualquier parte de su
educación. Si bien, por lo que poco a poco fui descubriendo, la mayoría aceptaba sin rechistar las
enseñanzas que allí se les impartía. Después de todo, para algo habían pagado...
Solamente cuando el dolor o la humillación eran inaguantables pedían que se suspendiese
temporalmente ese episodio de su educación. Pero sabían que estaban allí para superar sus límites
y aprender a soportar y disfrutar de nuevas experiencias.
Silvia y Alex eran los dueños y regentes de esa escuela y de la de sumisión. Ella se encargaba de
la del dolor, él de la de obediencia.
Ellos eran un matrimonio maduro que para su suerte no sabían en que gastar la enorme fortuna que
tenían, así que un buen día pusieron en marcha tan extraño negocio. Lo habían hecho por simple
diversión y acabó resultando que aquellas macabras escuelas no tardaron en dar sustanciosos
beneficios...
¿Cómo había llegado yo allí? Bueno, en realidad era una invitada, una mera espectadora casi
accidental...
Alex y Silvia eran mis suegros. Un día, en una cena familiar en la que todos bebimos demasiado
se descubrió el secreto. Un par de malos comentarios, la sensación de que mi marido me ocultaba
algo, una terrible discusión y, por fin, la confesión de la existencia de aquel cruel lugar.
Pero al final, lo que casi nos costó el divorcio acabó siendo una morbosa obsesión. Nada más
fácil que mi marido convenciese a sus padres y se me permitiese asistir como espectadora a las
escuelas...
La primera fue la del dolor y en ella pude ver tanto la presentación de aquel grupo de alumnas que
se encontraban a los pies del estrado como luego la educación individual de algunas de ellas.
Esto fue lo que vi.
Tras unos minutos de espera llegó Silvia. Iba vestida con un riguroso y largo vestido negro que
hacía más contundente su generoso, pero firme cuerpo. Un alto moño remataba su cabeza.
Caminaba con las manos entrelazadas en el bajo vientre. Parecía una pérfida y vil institutriz. Si lo
que intentaba era intimidar a aquellas mujeres, desde luego lo consiguió. De hecho, hasta yo me
achiqué al ver a aquella mujer que siempre me había parecido una dulce matrona.
La seguían cinco hombres y una mujer, cargados con unas especies de maletines, los cuales,
mientras ella subía al estrado, se situaron cada uno, detrás de cada una de las alumnas.
Cuando Silvia comenzó a hablarles pude saber que aquellas personas eran las que se encargarían
del cuidado personal de ellas. Poco tiempo después averigüé que el hecho de que un cuidador
fuese mujer se debía a que la alumna era lesbiana al igual que su Ama...
Silvia les habló de las normas básicas del lugar, no fumar, no comer o beber más de los estipulado
por los que fuesen sus maestros, no mantener relaciones sexuales más que cuando les fuese
indicado o permitido...
Aquellas chicas estarían allí por el tiempo que habían pagado, lo que cada una aprendiese era
cosa suya...
Se les explicó que cada día pasarían tres horas de entrenamiento por la mañana y otras tres por la
tarde a diario exceptuando los domingos, días en los cuales además de descansar podían recibir
las visitas de sus parejas. En sus horas libres podían hacer uso de las salas de ocio o del jardín.
También se les explicó que una vez a la semana participarían en clases de educación común. A
veces como espectadoras, pero otras siendo las disciplinadas...
Silvia no les dijo mucho más, simplemente que después cada maestro les indicaría otras normas
individuales y específicas. Tras esto les indicó que pasarían a ser preparadas para el encuentro
con sus maestros...
Silvia bajó del estrado y se sentó en una silla colocada en un lateral de éste, al lado de mí.
Acto seguido, los cuidadores depositaron los maletines en la mesa y procedieron a desnudar a las
mujeres. Tal y como yo imaginaba las túnicas caían soltando unos enganches situados en el cuello.
Cada cuidador recogió la túnica de cada una, la dobló y la colocó en una esquina de la mesa.
Un par de ellas trataron de cubrirse con las manos los pechos y la entrepierna. Una fue la chica
lesbiana y otra, como supe después una neófita...
Los cuidadores de ambas, cogieron sus manos, y se las entrelazaron en la espalda mientras les
decían algo que yo no pude oír. Ninguna de las dos hizo amago de volver a cubrirse.
Lo que sucedió después para cada una fue diferente...
La primera mujer, una morena madurita de contundentes pechos y trasero fue obligada a apoyarse
de bruces contra la mesa. Tras unas palabras de su cuidador, abrió las piernas y con las manos
separó sus nalgas dejando su intimidad totalmente expuesta.
El cuidador sacó una especie de arnés con una especie de consolador pequeño que parecía una
copa de champagne alargada (después supe que se le llama plug o dildo). Sacó un frasquito de lo
que resultó ser gel lubricante y se lo untó en el ano a la mujer.
Desde mi posición no veía muy buen lo que hacía el cuidador, pero se podía intuir claramente que,
tras meterle un par de dedos untados con el lubricante, le introducía el consolador y lo aseguraba
en su sitio amarrando el arnés al cuerpo de la mujer.
Hecho esto, el cuidador le permitió incorporarse y esperaron a que acabasen las demás...
El trato que estaba recibiendo la segunda mujer era algo más rudo. También había sido colocada
de bruces en la mesa, pero su cuidador, o más bien su torturador, se estaba ensañando con su
redondo trasero azotándola con una delgada pala. La mujer agarraba con las manos el otro lado de
la mesa en un esfuerzo por no moverse de su sitio con cada cruel y sonoro azote. Me quedé
embobada unos segundos mirando como las nalgas de la mujer pasaban del rosa al rojo...
Pero tampoco quería perderme lo que les ocurría a las demás así que desvié la mirada a la tercera
mujer que era la lesbiana...
En el tiempo en que yo había estado mirando a las otras dos, su cuidadora le había colocado en
cuello, muñecas y tobillos unas gruesas correas de cuero a las que estaban unidas unas anillas y en
ese momento estaba pasando una gruesa cadena por cada argolla uniéndolas entre si de forma
bastante tensa, lo cual después dificultaría los esfuerzos de aquella mujer al andar.
Cuando se aseguró de que todo estaba bien anclado, le dijo algo a la joven rubia que estaba a su
cargo y esta sacó la lengua, desde donde estaba pude apreciar que la chica tenía un piercing en
forma de aro atravesando su lengua...
La cuidadora cogió una cadenita muy fina con dos pequeños anclajes en cada extremo y uno lo
pasó por el aro de la lengua y el otro lo sujeto en la argolla de la cinta de cuero del cuello de
forma que quedase tirante y la joven tuviese que sacar mucho la lengua para no herirse.
Aquello me pareció aún más brutal que los azotes que estaba recibiendo todavía la mujer dos y
cuyo sordo sonido y sus cada más audibles gritos no podía evitar oír.
Enseguida me di cuenta de que la preparación de la chica no había acabado. La cuidadora sacó
del maletín otro juego de cadenas que formaban una equis. Cada extremo de la equis terminaba en
una pequeña pinza metálica, para los pezones y los labios de la vulva.
En medio de la equis había una anilla de la cual la cuidadora engarzó una última cadena. Estaba
claro que aquello servía para conducir a quien lo llevase puesto produciendo, además, dolor con
cada tirón.
Cuando por fin desvié mi mirada a la cuarta mujer, me la encontré a cuatro patas. En su cuello
había una correa de perro y unida a esta una cadena que sujetaba su cuidador. También llevaba un
pequeño bozal atado a su nuca.
De entre sus nalgas salía un objeto que luego supe que era de goma cubierto de pelo sintético que
tenía la forma de un gran rabo de perro.
La mujer movía de forma casi frenética las caderas, como si quisiera liberarse de la cola,
haciendo que se esta se moviese como si fuese una perrita feliz...
En ese momento y llevada por la curiosidad me dirigí a aquella mujer, que no me parecía mi
suegra, y tímidamente le pregunté qué le pasaba a la mujer:
—Ese rabo lo tiene sujeto al cuerpo mediante un consolador que le han metido por el culo. En
vez de lubricante le han puesto una sustancia urticante que hace que le pique...
Me quedé helada (una vez más) ...Me encontraba ligeramente mareada, pero en ese momento fui
consciente de la quemazón que estaba haciendo estragos en mi entrepierna... ¡estaba excitada!
En la quinta mujer no aprecié nada diferente, excepto que le habían recogido la larga melena
castaña en un alto moño parecido al de Silvia.
Eso me sorprendió, y una vez más me acerqué al oído de mi suegra, para preguntarle por ello:
—Su maestro no quiere preparativos de presentación...
No le pregunté el porqué...
En aquel momento, cesó el ruido que provocaban los azotes que habían estado sonando durante
todo el proceso. Levanté la mirada y me fijé en que la última mujer parecía estar también lista.
Esta era aquella que había sido un mar de temblores al principio y que ahora parecía haberse
calmado un poco, aunque su boca se torcía en un rictus de dolor.
Llevaba un conjunto de braga y sujetador de color blanco. Desde donde yo estaba parecía un
tejido fuerte y ancho, pero no se apreciaba nada anormal, excepto que los pezones salían por unos
agujeros de la prenda.
Miré a Silvia, pero no me atreví a preguntar. De todas formas, no hizo falta...
—Es ropa interior especial, por fuera parece normal y corriente. El truco consiste en el
interior que lleva unas pequeñas puntas que se clavan en la piel. No hacen herida, pero son
molestas y dolorosas...
No fui capaz de decidir cual de los preparativos me parecía más cruel, exceptuando claro el de la
chica a la que sólo habían peinado. Desde luego si hubiese tenido que elegir en ese momento
hubiese sido por ella con quien me habría cambiado.
Unos días después cuando pude asistir a una de las lecciones de aquella mujer, cambié
radicalmente de idea...
Todas estaban preparadas para el encuentro con sus maestros y fueron conducidas en fila hacia la
puerta. No sé cuál de todas me causó más pena: una con el arnés, otra con el culo al rojo vivo,
otra con cadenas que impedían los movimientos fáciles y sin dolor y, además, por tener la lengua
tan brutalmente estirada que no podía dejar de babear, otra a cuatro patas y desesperada por
desengancharse la cola de perro y otra con aquel macabro conjunto de ropa interior...
La chica del moño sonreía ligeramente...Si hubiese sabido lo que le esperaba, seguramente no
hubiese sonreído tanto...
Cuando por fin salieron todas, Silvia me miró un momento antes de decir:
—No me preguntes nada. Si quieres averiguar más tienes permiso para asistir como
espectadora a las clases que elijas. Quien sabe, tal vez hasta te acabe gustando todo esto y te
acabes convirtiendo en una alumna...
Me sobresalté y fui a protestar cuando ella se levantó, me dedicó una extraña mirada sin decir más
se marchó dejándome allí sola tratando de asimilar lo que había visto e intentando comprender
porqué estaba excitada...

La emisora de radio
Carmina nunca había sido aficionada a escuchar la radio, hasta que su hija Yolanda fue elegida
para trabajar como locutora en uno de los programas de la emisora local.
Estaba muy satisfecha de su hija. En una ciudad tan pequeña como aquella, el puesto de Yolanda
se consideraba un logro y, por supuesto, ella no dejaba de regocijarse. No existía allí nadie a
quien no le hiciese saber a quién pertenecía la voz que les amenizaba las tardes.
Eran casi las diez de la noche y el programa estaba a punto de terminar. A partir de esa hora, los
trabajadores de la emisora se iban a su casa dejando puesta una grabación preparada a base de
música con un intervalo de noticias cada hora, cosa que muy pocos sabían.
A pesar de eso, Yolanda tardaría aún un par de horas en llegar a casa con su marido, pues se solía
quedar un par de veces a la semana en su pequeño despacho de la radio para preparar las
emisiones. O eso es lo que todos creía...

Por fin las diez. El día laboral había acabado y Yolanda se había despedido de sus oyentes hasta
el día siguiente. Se repantigó en su silla intentando relajarse un poco. le dolía la garganta y
deseaba marcharse a su casa.
Pero aquella noche aún tenía cosas que hacer…cosas que hicieron que se animase y que se
olvidase de su dolor.
Javier, el técnico de sonido, la observaba desde la cabina de control. Se sonrieron fugazmente y
desviaron la mirada hacia sus tareas fingiendo que tenían más cosas que recoger que los demás.
Minuto a minuto, los compañeros de Yolanda y Javier se fueron despidiendo hasta que se
quedaron solos.
Volvieron a mirarse y a sonreírse, pero esta vez ninguno desvió la mirada.
Yolanda se levantó y mientras caminaba hacia la puerta que separaba ambas salas se atusó
rápidamente la melena negra.
Javier no le dio tiempo ni a hablar. Sus labios se pegaron vorazmente a los de ella y sus manos
fueron en directa hacia su culo.
Sabían que ya no quedaba nadie en el edificio...no corrían peligro.
La camisa de él cayó al suelo mientras ella lamía insaciable su cuello y su torso, mientras recorría
con las manos su espalda. Entonces, él la cogió en volandas y la sentó sobre el panel de control.
Yolanda sintió como se le clavaban en las nalgas algunos botones y mandos y protestó:
— ¡No! Aquí no, podemos estropear algo.
—Está bien...sobre tu mesa, entonces.
La levantó y sin dejar de besarla la llevó hasta la sala de locuciones.
No se habían dado cuenta de que habían dejado activado un botón y que en la cabina en la que
entraban un letrero luminoso les revelaba que se estaban metiendo en un problema.

ON AIR

Álvaro estaba sentado en el sillón ojeando el periódico. Tenía puesta la radio, pero apenas le
hacía caso. Al principio, escuchaba con esmero el programa de su mujer, pero con el tiempo sólo
lo ponía para sentirse acompañado.
Hacía unos minutos que el programa había acabado y ahora sonaba la música de la grabación que
él si conocía. Pop nacional de moda. No le gustaba ese estilo de música, pero no le apetecía
levantarse para apagar el aparato ni cambiar de emisora, así que lo dejó.
Tras unos minutos más, de repente la música se cortó y sólo se oía silencio por el altavoz.
En la boca de Álvaro se formó un rictus de rabia. Esperaba que Yolanda no tardase aún más por
un problema técnico. Bastante con que se quedase a preparar las siguientes emisiones como para
que encima se retrasase por eso.
Decidió levantase a apagar la radio, pero entonces...pareció como que se oía algo, aunque no
sabía que era.
Se acercó al aparato y se quedó esperando por mera curiosidad.
Entonces oyó una risa apagada y tras eso una voz:
—Ten cuidado con el micro, ponlo sobre la silla.
Era la voz de Yolanda...
—Vale. Espera, que el cable está liado, no te enfríes, eh.
—Tranquilo, ya sabes que para ti siempre estoy caliente....
¿Yolanda? ¿Un hombre? ¿No te enfríes? ¿Para ti siempre estoy caliente?
¿Qué coño era todo aquello?
El corazón de Álvaro comenzó a latir desaforadamente.
Tras dejar el micrófono apoyando en la silla, Javier volvió hacia Yolanda. Volvió a besarla
poniendo las manos sobre los hombros y haciendo que se recostara sobre la mesa en la cual la
había sentado.
Se situó entre sus piernas y comenzó a acariciar sus pechos, pellizcando los pezones por encima
de la tela.
Ella gimió de placer y le miró anhelante.
Entonces Javier metió las manos por debajo de su falda y acariciando los muslos llegó hasta la
cinturilla del tanga, del cual tiró muy lentamente, deslizándolo hasta los tobillos y dejándolo caer
al suelo.
Yolanda se incorporó para alcanzar el cinturón de Javier y desabrocharlo, cosa que el aprovechó
para despojarla de la camisa y del sujetador, tras lo cual comenzó a devorar sus pezones. Los
lamía y los mordía casi con brutalidad como si estuviese hambriento de ellos.
Ella levantó un poco las caderas apoyándose en las manos tras lo cual se subió la falda hasta
enrollársela en la cintura, esto provocó que sus pechos se movieran aplastándose contra la cara
del hombre, lo cual pareció hacerle enloquecer. Cogió ambos pechos con las manos y los amasó
apretándolos con fuerza. Los gemidos de ella era una mezcla de placer y un tenue dolor.
Yolanda, a pesar de todo no tardó en conseguir arrastrar los pantalones y los calzoncillos por las
piernas de Javier hasta dejárselos por debajo de la cadera. entonces lo rodeo con sus piernas y lo
atrajo hacia si restregando su coño húmedo y sensible contra la polla de él.
Pero Javier quiso retrasar el momento un poco más. Sabía que cuanto más tardase en penetrarla,
más disfrutaría ella.
Volvió a empujarla contra la mesa haciendo que se tumbase. Recorrió con la lengua el vientre de
Yolanda deteniéndose en su ombligo, introduciendo su lengua en él como si quisiera penetrar en
sus entrañas.
El recorrido de la ávida lengua siguió hasta llegar al pubis de la mujer, bordeándolo y lamiendo
sus ingles, dibujando el triangulo que formaba su vello.
Sus gemidos eran cada más intensos y pedían que la boca de Javier besara ya sus íntimos labios
de forma urgente.
A él le encantaba alargar las situaciones y que ella le pidiese que le hiciera algo:
—Vamos, no aguanto más, cómemelo ya, maldito cabrón, que me estoy desesperando.
—Así me gusta, que me pidas las cosas por favor.
Ambos rieron antes de que la lengua de Javier comenzara a explorar el coño de Yolanda.
Álvaro se había puesto lo primero que había encontrado y ya se encontraba en su coche camino al
local donde estaban las oficinas de la radio.
Se consideró a si mismo masoquista, pero no pudo evitar sintonizar en el aparato del coche la
emisora donde su mujer estaba ofreciendo un espectáculo porno radiofónico a toda la ciudad
Oír los jadeos y las palabras obscenas que se dedicaban el uno al otro, lo enfurecía cada vez más.
Sus manos apretaban el volante como si éste tuviese la culpa de todo.
Hacía rato que había reconocido la voz del hijo puta que se estaba tirando a su mujer.
Javier...quería matarlo. Nunca habían tenido una amistad muy estrecha, pero se conocían lo
suficiente como para no haber sospechado nunca algo así.
Paró el coche ante las puertas de las oficinas. Mientras se bajaba del coche hecho una furia, se le
ocurrió la idea de que no sabía como entrar si la puerta estaba cerrada con llave, pero por suerte
para él, no lo estaba.
Mientras subía las escaleras que llevaban a la sala de Yolanda, recordó que toda la ciudad estaba
escuchando lo que pasaba allí. Así que paró y tomó aire antes de seguir subiendo. No le iba a dar
a la gente más espectáculo del que había recibido.

Yolanda se encontraba con su cara y su pecho apoyado sobre la mesa, ofreciendo su trasero a
Javier el cual lo había tomado y lo estaba penetrando con furia. La agarraba por las caderas, para
atraerla contra si.
A cada embestida, ella arqueaba la espalda gimiendo con fuerza de puro placer, mientras el emitía
roncos sonidos que indicaban que estaba próximo a llegar al orgasmo.
De pronto, Javier notó algo pesado y caliente que caía sobre su hombro. Miró hacia él y vio una
mano de hombre. Salió de Yolanda sin miramientos y se dio la vuelta para encontrarse con la cara
de Álvaro.
Yolanda giró la cabeza para ver que pasaba. Sus ojos casi se salieron de sus orbitas al ver a su
marido allí haciéndoles una señal de silencio poniéndose un dedo sobre los labios.
Javier estaba pálido y a Yolanda les temblaban las piernas. Ninguno de los dos era capaz de decir
nada. Y menos aún cuando una sonrisa maquiavélica apareció en los labios de Álvaro, mientras
señalaba el cartel luminoso indicando que habían echado un polvo ante mieles de oídos.
Durante unos segundos los oyentes de toda la ciudad solo escucharon un profundo silencio y de
repente, de nuevo la música.
Lo que ocurrió allí tras la aparición de Álvaro sólo Carmina, la madre de Yolanda, llegó a saberlo
con certeza contado por su afligida hija unas horas más tarde, cuando apareció en su casa con un
par de maletas.

Rubor

La habitación es básica. Una cama de matrimonio entre dos mesitas de noche. Una estantería
repleta de libros. Una mesa grande y vacía, de madera oscura, barnizada y brillante. Un par de
sillas mal tapizadas apoyadas contra la blanca pared. La persiana está bajada y la lámpara, con
media docena de bombillas, encendida.
En la casa estamos sólo él y yo. Nadie puede importunarnos. Silencio, todo está en silencio
incluso la calle. La noche está avanzada.
Estoy en la habitación vestida con un pantalón negro, unos stilettos y una camiseta azul. Debajo
llevo un sujetador y un tanga de lycra, sencillos y de color oscuro. ¿Que por qué no me he puesto
ropa más erótica? No lo sé. Él no dijo nada sobre el tema y he preferido no ir muy llamativa.
Intento mantener la calma y parecer que controlo la situación, pero no es cierto. Estoy hecha un
manojo de nervios, los cuales están dando vueltas en mi estómago. No tengo miedo. Se que no
ocurrirá nada que no quiera. Aún así la sensación de la primera vez, la expectativa de no saber
que pasará al siguiente minuto hace que no pueda estar tranquila.
Me siento excitada. El solo hecho de sentirle tan cerca de mi, dando vueltas a mi alrededor
observándome palmo a palmo, como preludio a tocarme, hace que me empiece a mojar.
Pero no me toca. Se sienta en la cama y se queda mirándome. Serio, siempre serio. Tal vez si
sonriese un poco el nudo de mi estómago comenzaría a deshacerse.
—Desnúdate para mí, poco a poco...
Sabe que para mi sería más fácil si lo hiciese él. Pero no me va a poner las cosas fáciles. Se
vengará de que en su día fuese yo la que le pusiera las zancadillas.
Tomo aire y con dedos temblorosos llevo las manos al borde de la camiseta. Poco a poco la voy
subiendo dejando a la vista mi vientre y mis pechos escondidos aún por el sujetador. Tras
quitármela la lanzo a una de las sillas.
No me hace falta mirarme en un espejo para saber que mi cara está roja como la grana. Soy tímida
y pudorosa y desnudarme ante un hombre me resulta de lo más vergonzoso. Él lo sabe y disfruta
aún más por ello.
Mis dedos pelean con el botón y la cremallera de mi pantalón mientras lanzo las sandalias contra
un rincón. El pantalón se desliza por mis caderas hasta caer a mis pies, lo recojo y lo lanzo contra
la silla.
Ahora llega lo más difícil. La desnudez total, descubrir mis partes más íntimas ante él. Mis manos
permanecen a ambos costados de mi cuerpo durante unos segundos de indecisión. Tras eso, las
llevo al broche de mi sujetador y lo suelto. Otro par de segundos de lucha interna antes de deslizar
los tirantes por mis brazos y dejar al descubierto mis pechos.
¡Maldita sea ¡Di algo! Pero no, no lo hace. Y su cara permanece impasible. El único cambio que
noto en él es el bulto de su entrepierna que ha crecido de forma notable.
Con el tanga ya ni me lo pienso. Cuanto antes me desnude por completo antes se me quitará la
vergüenza.
Por fin desnuda, es cuando él se levanta y se coloca detrás de mi. El primer contacto de nuestras
pieles es su mano presionando contra mi espalda, instándome a inclinarme. Sigue con la presión
hasta que mi cuerpo hace un ángulo de noventa grados.
—Abre las piernas. Ante mí las tendrás siempre abiertas, cualquiera que sea la postura en la
que estés.
Cojo aire y las abro.
No tardo en sentir su mano en mi entrepierna, abierta, abarcando por completo mi coño. Lo aprieta
un poco; es como si estuviese sopesándolo. Mi reacción es la de incorporarme. Pero su mano en
mi espalda presiona con decisión y fuerza y me hace volver a mi postura.
Aprieta mi coño unas cuantas veces antes de deslizar un dedo desde el clítoris hasta el perineo.
Me estremezco, eso ha sido placentero.
—Me gusta ver que, sin haberte tocado, ya estás mojada. ¿Ves cómo yo tenía razón? Estas
cosas te gustan...
Inesperadamente siento como ese dedo se hunde en mi interior, despacio, pero de una sola vez.
Cierro los ojos y me dejo hacer.
Mis nervios no han desaparecido, pero la excitación hace que estos pasen a segundo plano.
Los minutos van pasando y otro par de dedos se han colado dentro de mi, haciendo que mi coño
esté lleno y muy mojado. Pero de repente los saca, dejándome completamente vacía. Noto como
mi vagina se contrae ante la ausencia de su contacto.
Pero enseguida comprendo que su intención es llenarme otro sitio aún más íntimo. Un dedo se ha
acercado furtivamente a mi ano y ya se está haciendo paso en la resistencia que este ofrece. Intento
relajarme, aunque no es fácil.
Doy gracias al cielo de que no pueda verme la cara. Al menos puedo disfrutar de mi vergüenza
con un poco de intimidad.
Sólo llega a jugar con dos dedos en mi estrecho agujerito antes de decirme que me incorpore. Tras
lo cual vuelve a sentarse en la cama.
—Ponte a cuatro patas y ven hacia mí.
¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¿Yo a cuatro patas? ¡Ni de broma! Le miro desafiante. Pero no me da
tiempo ni a protestar. Él nota que se ha encontrado con mi primera rebeldía de la noche. Se
levanta y me coge por el pelo. Firmemente, pero sin hacerme daño. Me hace bajar la cabeza.
—Segunda lección. A no ser que te diga lo contrario, la cabeza siempre agachada. Eres una
sumisa, así que menos orgullo, que te sobra mucho. Y ahora, abajo, a cuatro patas.
Me resisto un poco. Pero...se supone que para eso estoy ahí... (como es posible que mi opinión
varía tanto en sólo unos segundos).
Cuando mis rodillas tocan el suelo él suelta mi pelo y vuelve a su sitio en la cama.
Apoyo las palmas de la mano en el suelo y con la cabeza gacha voy hacia él. ¿Cómo es posible
sentirse tan ridícula y humillada y al mismo tiempo excitada y encantada por el morbo de esa
situación?
— ¿Qué es lo que más deseas?
— ¿A qué te refieres?
— ¿Qué es lo que más deseas?
Maldita sea esa manía que tiene de no explicarme las cosas y repetir la pregunta que ha hecho. No
sé qué contestarle, porque no sé de qué va el tema... ¿Qué deseo sobre qué? ¿Qué deseo que me
haga ahora? ¡Ja! Sólo pensar en contestarle hace que me muera del corte. Él sabe lo que llevo
tanto tiempo deseando probar, no tiene que preguntarlo. Si lo hace es por humillarme un poco más.
Intento esquivar la pregunta...
—No lo sé...haré lo que quieras...
—Bien, pues si no lo sabes, no quedaremos así hasta que lo sepas...
Vuelvo a maldecir. Y esta vez es contra su sicología barata. Sabe que no aguantaré mucho en esa
situación incomoda y que acabaré hablando para evitarla. Bien...vamos a ver si consigo contestar
sin perder demasiada dignidad...
—No tienes que preguntar. Ya sabes lo que llevo tanto queriendo probar.
—Sí, lo sé. Pero quiero que lo pidas...
Otra maldición. Será cabronazo. Sabe muy bien por donde atacarme. Mi cara se pone otra vez roja
cuan tomate maduro.
—Bueno, muchas veces has dicho que querías ponerme el culo rojo, ¿no?
Con esa frase, ya no estoy segura de estar manteniendo la dignidad en su sitio.
—Eso no me vale. Quiero que tú digas lo que quieres que pase ahora.
Dignidad a tomar por el saco...
—Quiero probar los azotes.
Al menos, he conseguido que una ligera sonrisa aparezca en su boca. Lo malo es que creo que la
cara me va a estallar de lo caliente que la tengo.
Me indica que me tumbe sobre sus rodillas. Me lo pienso unos segundos. Creo que no voy a poder.
¿Realmente me voy a poner sobre las rodillas de un hombre para que me azote como si fuese una
niña pequeña? Bueno...yo lo he dicho ¿No? Podría haber elegido muchas otras cosas, pero esa ha
sido la que yo he dicho. Pues hala...por bocazas...
No soy capaz de describir como he llegado a esa postura, pero ahí estoy, tumbada sobre sus
piernas. Me hace poner los brazos en la espalada y abrir las piernas.
Si antes pensaba que estaba avergonzada, ahora ya no se ni como estoy. Sin embargo, la humedad
y las palpitaciones de mi entrepierna me están mandando otro mensaje muy distinto.
Él, no comienza de inmediato, parece que le gusta torturarme haciéndome esperar. Su mano
acaricia mis nalgas, las abre, las pellizca, pero no llega el primer azote. Mete mi mano en mi
entrepierna y comienza a acariciarme. Mi cuerpo, claro está, reacciona a las caricias y me
revuelvo un poco por el placer....
Ahí está el primer azote, no muy fuerte, casi juguetón...
—Yo no he dicho que te muevas.
Su mano vuelve a jugar con mi coño y yo intento mantenerme quieta. Dibuja los labios con un
dedo y después pasa al clítoris, el cual acaricia con un dedo en círculos. Me está haciendo
enloquecer y creo que no aguantaré mucho sin tener un orgasmo.
Pero de pronto se detiene. Siento la palma de su mano en mi nalga derecha apretándola. Y empieza
a caer una lluvia de azotes sobre esta. No son fuertes. Ni siquiera me quejo. No se cuantos han
sido. Cambia a mi nalga izquierda y me da los azotes con la misma intensidad.
Noto en mi culo un ligero calorcillo, pero no dolor.
Entonces se detiene...
—A partir de ahora quiero que cuentes.
Antes de que yo diga nada cae un azote que abarca las dos nalgas...ese si que ha dolido y me
quejo.
Cae un segundo y también duele, pero a pesar de ello soy capaz de contar:
—Dos...
—¿Cómo qué dos? El primero no ha valido porque no le has contado y este tampoco porque no
lo has contado bien, así que habrá que volver a empezar...
¿Pero cómo se puede ser tan retorcido...? Antes de que acabe con mis pensamientos sobre una
posible rebelión llega otro azote y le cuento, por la cuenta que me trae...
No duelen tanto como para no aguantarles, pero pican y mi trasero, novel en estas actividades,
comienza a resentirse.
He contado veinte azotes cuando él se detiene y me dice que me ponga de pie. Lo hago y de
repente recuerdo la orden de mantener las piernas abiertas, así que las abro.
Su mano se cuela entre mis piernas y cuando la saca está muy mojada...
—Veo que estás excitada...Creo que te voy a follar ahora.
Me hace ponerme a cuatro patas sobre la cama. Viene a mi mente la idea de que, tanto mi trasero
rojo, como mis agujeros están expuestos para él en esa postura y de nuevo mi cara se ruboriza.
Creo que jamás había pasado tanta vergüenza. ¿Seré capaz de superar algún día este maldito
pudor?
Oigo como se desabrocha el cinturón y baja la cremallera del cinturón. Miro hacia atrás y veo que
no se desnuda. Simplemente saca su polla y la dirige hacia mi.
Siento su verga contra mi coño, pero no la mete enseguida, sino que se dedica a recorrerlo con la
punta, haciéndome desear la penetración.
Cuando por fin entra en mi, lo hace de una sola vez, aunque despacio.
Comienza a embestirme, casi con furia. Me ordena acariciarme el clítoris, pero me dice que no me
debo correr hasta que el lo vaya a hacer. Uffff, pues yo no creo que aguante mucho.
Por suerte, él también está muy excitado. Pronto noto que me coge de las caderas y empieza a
follarme casi de forma agresiva, creo que se va a correr y yo estoy a punto. De repente me avisa...
—Puedes hacerlo ahora...
¡Por fin! Mi mano se mueve como una loca sobre mi clítoris, mientras mi vagina se cierra sobre su
polla. Los dos empezamos a convulsionarnos, hasta que noto que su fluido me llena alargando un
poco más mi orgasmo, que ya de por si es largo e intenso...
Ha habido momentos malos. Mi gran problema es la vergüenza y el pudor, pero creo que merece
la pena pasarlos por una situación morbosa y por tener un orgasmo así...
Helado de nata

Durante todo el día había estado pendiente del reloj que se empecinaba en no andar.
Había quedado con ella a las seis de la tarde para tomar un café y no quería admitir que estaba
nervioso. ¿Nervioso yo? No, nada de eso, si acaso impaciente.
Pero todo llega y allí estaba ella, sentada frente a mí en aquella cafetería. Nos habíamos saludado
con un leve roce en los labios y ahora yo la miraba mientras hablaba.
Se había despojado de la chaqueta. Llevaba una camisa blanca de cuello cerrada, con botones que
dejaban amplias ventanas que incitaban a asomarse, los tres primeros me regalaban unas vistas
muy sugerentes y el inicio de los pechos. Llevaba un pantalón de color gris, que apenas había
podido observar con detenimiento.
Y luego, sus gafas. Siempre sentí un cierto morbo por las chicas que usan gafas y nunca supe
porqué. Pero esta vez, en aquel instante lo vi con claridad. Supe que quería desnudarla lentamente,
y aquellas gafas, eran una prenda más con la que disfrutar. De igual forma que imaginaba
desabrocharla el sujetador y pasar las yemas de mis dedos sobre la piel aún ligeramente marcada
por él, también me imaginé que la retiraba sus gafas con mis dos manos y luego posaba mis labios
sobre las dos pequeñas marcas dejadas a ambos lados de su nariz....
De pronto su voz, al pronunciar mi nombre, me sacó de mi éxtasis. Fran, que quieres tomar? Allí
estaban ella y el camarero mirándome. Un café solo, por favor. Yo, helado por favor, un helado de
nata.
Ella comenzó de nuevo a hablarme, sobre su viaje, sobre donde había aparcado...y de nuevo su
voz se fue haciendo cada vez más lejana.
Había retirado ligeramente su silla de la mesa y ahora podía ver sus caderas y sus muslos hasta la
rodilla. La visión de su culo, ligeramente abierto sobre la silla por su propio peso, me excitó.
Tenía las piernas pegadas y aquel conjunto de caderas, culo, pubis y muslos se convirtió en un
manantial de deseo. Imaginé mi mano estirada, con los dedos juntos, que se hundía en aquella
fuente que manaba, formando un surco en el agua, el surco que dibujaba la línea entre sus muslos,
la línea que se estrellaba contra su pubis.
De pronto sus piernas se separaron. La miré a los ojos y comprendí que ella llevaba ya rato
callada observándome. Su mirada sobre mí me inundó de su leve sonrisa y adiviné que quería
participar de mi deseo y que sus muslos, ahora, estaban abiertos para mi. La fina tela de su
pantalón, tensada por la presión del cuerpo, dibujaba con toda precisión sus dos labios, separados
por una línea vertical en la que se hundía el tejido; todo ello transmitía una sensación sin duda
blanda y suave al tacto.
Volví a buscar su mirada, necesitaba su mirada. Y allí la tenía, sobre mí, siempre con su leve
sonrisa. Se llevaba a la boca la cuchara con el helado sin dejar de mirarme. A medida que la
intensidad de nuestra mirada aumentaba, su cuchara se entretenía más en la boca. Ahora lo hacía
penetrando sus labios con una ligera presión, succionando luego hasta marcar dos hoyuelos en sus
mejillas y girando lentamente la cucharilla dentro de la boca. Tomó una nueva cucharada de su
copa, sin mover sus ojos de los míos y se la acercó a los labios. Esta vez, sabiamente, dejó que
una gota de nata, resbalara de su boca dejando un rastro blanco hasta su mentón.
Esperó a que yo lo mirara unos segundos antes de lamerlo con su lengua, en un gesto voluptuoso
lleno de intención.
Nuestros ojos seguían penetrándose mutuamente. Bajo el mantel, coloqué mi mano abierta sobre
mi bragueta a punto de explotar. Me acaricié penetrándola con la mirada y en ese momento volví a
recordar que, en el sexo, el orgasmo no es el final de nada, si no el comienzo de todo. Y aquello
fue sólo el comienzo.

El rato que estuvimos en la cafetería, lo pasamos mirándonos. Apenas salieron palabras de


nuestras bocas...no eran necesarias. Ya habíamos tenido posibilidades de hablar en el pasado,
ahora queríamos disfrutarnos, sentirnos...
Su cercanía era para mi casi un tormento. Las piernas me temblaban, por mezclarse dentro de mí
los nervios, la impaciencia, el deseo...pero intentaba no dejar que el notase todo eso, aunque creo
que en mis ojos debía estar viéndolo claramente...
Sentía su mirada pasear por mi cuerpo, recorriendo sus caminos. Comenzaba en mis propios
ojos, de forma intensa, como si quisiera adivinar sus pensamientos, bajaba por mis mejillas hasta
mis labios, en los cuales se detenía momentáneamente para seguir deslizándose por mi cuello
hasta el canalillo de mis pechos el cual quedaba visible por el escote de la camisa. Esa mirada
era como un dedo acariciando mi piel sin despegarse un momento...Y no se detenía en mis pechos;
los recorría para bajar luego a mi vientre hasta llegar al triangulo de mi pubis, hasta mis
caderas...y volver a subir hasta llegar de nuevo a mis ojos...
Yo notaba que el rubor subía a mis mejillas y el calor se distribuía por todo mi cuerpo,
centrándose sobre todo en estas y en mi entrepierna...
Deseaba tocarle, pero no me atrevía, me limitaba a comer mi helado, saboreándolo como si en
realidad fuese su piel lo que tocaba mis labios. Jugaba con el helado dentro de mi boca con mi
lengua como si lo que estuviese saboreando fuese su sabor...
Cada vez que llevaba la taza del café a sus labios, yo anhelaba que fuesen mis labios los que
estuviesen entre los suyos. ¿Cómo se podía tener celos de una simple taza de café...?
En una ocasión en la que sentí su mirada en mi pubis, de forma casi inconsciente, abrí las
piernas. Era casi como un ofrecimiento... Quería sentir el calor de sus ojos allí y que él lo
disfrutara, que pudiese observarme sin reservas...
Cuando en algún momento vi su mano desaparecer bajo el mantel, pensé que iba a tocarme y mi
piel se erizó ante la idea, pero su mano no llegó y supe que se estaba acariciando a sí mismo. Esa
idea me excitó y quise que fuese mi mano la que estuviese sobre la parte más sensibles de su
cuerpo. Deseaba acariciar su polla, quería sentirla crecer bajo mi mano y anhelaba también que él
sintiese la humedad que mi cuerpo expulsaba debido a mi excitación.
Sus ojos no me abandonaban mientras se tocaba y ya no pude más...Tenía que tocar su piel.
Alargué la mano por encima de la mesa y con dos dedos llegué a sus labios recorriéndolos
primero el de arriba, de derecha a izquierda, y luego el de abajo de izquierda a derecha. Lo hice
muy tímidamente, apenas un roce...
Pero al menos lo había tocado.

Sumisa de encargo
¿Por qué no te relajas y simplemente disfrutas? ¿Por qué siempre cuestionas lo que digo?
¿Acaso no puedes asumir tu condición e interpretar fielmente el papel que tú misma has
elegido?
Ella está sentada encima de la mesa. Sólo lleva unas braguitas blancas de algodón. Tiene las
piernas separadas tal y como le he ordenado. Mi mano se pierde dentro de la suave tela que la
tapa tocándola mientras le hablo:
—No eres capaz de entregarte totalmente y no quieres explicarme porqué.
Mi dedo índice acaricia su clítoris en círculos, mientras mi pulgar roza de vez en cuando su pubis
suave y depilado...
¿Miedo? ¿Desconfianza? ¿Vergüenza? ¿Orgullo? Si tuviese que elegir, pensaría que es orgullo.
Te cuesta bajar la mirada y aún más la cabeza. Cuando te pones de rodillas o a cuatro patas
frunces el ceño...y aún ahora veo tu mirada de odio y rabia a pesar de que tienes la cabeza
inclinada.
No puede hablar, no puede mirarme. Cumple la orden, pero lo hace de mala gana. No quiero que
diga nada. No quiero otra discusión. Esta vez me toca hablar solo a mi...
Si tan mal llevas esto... ¿Por qué demonios te metiste en ello? Si no te hubiese prohibido hablar
ya estarías protestando. Reconozco que, a veces, me parece divertido, me da una excusa para
castigarte, y la verdad me da más placer castigarte por una falta que cuando lo hago por el
propio placer. Pero todo cansa... y tú ya me estás cansando.
Mi dedo resbala hasta su entrada. Tiene el coño completamente húmedo y no tengo dificultad en
introducirle un par de dedos.
Disfrutas, lo sé. Cada vez que te toco te encuentro mojada. Entonces... ¿por qué no te olvidas de
todo, por qué no apartas ese maldito orgullo y te permites a ti misma el placer de ser
completamente mía?
Saco la mano de dentro de sus bragas. La cojo por el brazo y la obligo a bajar de la mesa. Le doy
la vuelta y hago que se incline contra la mesa, dejando su precioso trasero ante mi. Empiezo a
deslizar las braguitas por sus caderas para dejarlas un poco más debajo de sus glúteos y mientras
lo hago veo como cierra los puños con fuerza...
¿Lo ves? Algo tan simple como bajarte las bragas y ya estás tensa. Se que te encantaría
protestar por ello, después de todo creo que no recuerdo nada ante lo cual no lo haga. Pero no
se te ocurra abrir la boca, o me encargaré de que el castigo por ello no te resulte en absoluto
agradable.
Comienzo a acariciar sus nalgas, a pellizcarlas y a magrearlas a conciencia, quiero ponérselas
bien calientes. De vez en cuando, se la aprieto muy fuerte y ella emite un pequeño quejido, pero
sigue sin decir nada.
Me gustas así, en silencio y dejándote hacer. Pero se que dentro de ti hay una lucha interior.
¿Por qué no abres los puños? ¿Por qué no relajas las nalgas y la espalda? Seguro que estás
más cómoda.
Me ensalivo un dedo y lo llevo hasta la entrada de su ano, lo acaricio en círculos y hago presión
en él, aunque sin intentar a penetrarlo. Sólo quiero, de momento, que me sienta ahí.
Se supone que eres mía. Que tu cuerpo me pertenece. Y no siento que sea así. Si lo fuese no
encontraría ninguna resistencia en él. Mira tu ano, seguro que si intento meter el dedo no sólo
no intentarás relajarlo para mí, sino que estoy seguro de que contraerás las nalgas para
dificultarme el hacerlo.
Lo hago, intento introducirlo en su cuerpo y ocurre tal y como he dicho. Ella se cierra. Pero no me
doy por vencido. Tras unos segundos ella cree que ya ha ganado y deja que su cuerpo se confíe,
momento que aprovecho para metérselo de una sola vez. Noto que su músculo se cierra con fuerza
contra mi dedo, pero ya es tarde, lo tiene en su interior.
Pero ya empiezo a conocerte. ¿Ves? Sólo hay que pillarte con la guardia baja. Aunque estoy
seguro de que ambos disfrutaríamos más si te dejases llevar por mi.
Comienzo a mover mi dedo dentro de ella, lo saco y lo meto haciendo a la vez semicírculos para
abrirla un poco...
Lo que más odio es que si no te doy estas cosas, eres tú la que vienes a pedírmelas y por
supuesto, enfadada porque no te las doy... Las cosas no son así. Quieres que las cosas cuando y
como tu quieres. Quieres ser Ama de Amo y sumisa a la vez. No puede ser.
Introduzco el segundo dedo a traición y comienzo a mover ambos con fuerza...
Yo mando y tu obedeces. Sin peros ni discusiones. Y eso es lo que no te da la gana entender. ¿O
acaso lo haces para picarme? Porque se que eso también te gusta. Es que no puedes dejar de
retorcer las cosas.
Saco los dedos y tras unos segundos los sustituyo por un plug mediano. Lo dejo allí colocado. Me
siento en la cama y le ordeno venir hacia mi a cuatro patas. Su cara está roja. Creo adivinar que la
causa es una mezcla de placer e indignación. Se que el motivo de que aún siga cumpliendo la
orden de silencio es por orgullo y no por un deseo real de obedecer.
No tienes remedio ¿Verdad? Siempre vas a ser así. Te gusta que te sometan y al mismo tiempo
tener el control...
Hago que me baje la cremallera del pantalón y que se meta mi polla en la boca. Quiero que me la
coma mientras hablo.
Todo en ti son contradicciones. Deseas la disciplina y pones el grito en el cielo cuando se te
aplica. Bueno, pues toda paciencia tiene un límite y el mío lo tienes ante tus narices. Esta es la
última mamada que me haces...
Se detiene. Sus ojos me miran directamente denotando sorpresa. Su boca se abre ligeramente...
¿Acaso crees que esta situación se mantendría eternamente? Yo quiero una esclava y tú no lo
eres. Sólo quieres jugar a serlo... ¡y joder, sigue comiéndome la polla que yo no he dicho que
pares...!
Duda un segundo y vuelvo a sentir el calor de las caricias de su lengua en su miembro...
Se que te gusta ser sometida, pero sólo cuando tú quieres. Eso no es lo que busco. Y yo no soy lo
que buscas. Deberías buscar a alguien como tú, alguien que quiera " jugar un rato". Si esto es
todo lo que tienes para ofrecerme, en cuanto hagas que me corra puedes recoger tu ropa y salir
por la puerta.
El ritmo de lo que hace ha bajado, lo cual me hace creer que está dándole vueltas a lo que le estoy
diciendo. Me sorprendo de que aún siga ahí. Tal y como es, lo normal es que se hubiese marchado
ya entre insultos.
La dejo concentrarse en sus pensamientos y en mi verga. No vuelvo a decir nada. Me corro en su
boca y ella se lo traga, como siempre ha hecho.
Cuando acaba se me queda mirando. Está esperando que yo haga o diga algo. Pero permanezco en
silencio. Su expresión a cambiado. Sus ojos ya no muestran ira, diría que casi muestran tristeza.
Está pensativa. Pero me es imposible adivinar que es lo que pasa por su cabeza.
Yo he dicho lo que tenía que decir, pero… ¿deseo que se marche? No. Eso lo tengo muy claro.
Pero no me voy a echar atrás.
Ella se levanta y se recoloca las bragas. Se va a ir. Bien, en el fondo es lo que ambos hemos
buscado.
Por una vez permito que ella permanezca más alta que yo. De todas formas, hemos terminado.
Me recuesto sobre la cama para abrocharme los pantalones y cuando vuelvo a incorporarme...
Sus bragas vuelven a deslizarse por su cadera quedándose donde yo las había puesto, se arrodilla
entre mis piernas y apoya su cara contra mi entrepierna.
—Perdóname...
Su voz es un leve susurro que hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Lo dice en
serio? ¿De verdad va a dejar que otra persona gobierne su barco? No acabo de creérmelo. Pero
por ver ese momento en que su cuerpo espera derrotado entre mis piernas, volvería a soportar
todos los malos ratos pasados...
Pongo mi mano sobre su cabeza, aplastando su cara contra mi entrepierna...
Su caída desde el orgullo, aunque no dure, es una dulce victoria para mí.
Aromas y Especias

Toda la vida me ha gustado la aromaterapia. Tal vez sea porque pasé mi infancia en una finca llena
de plantas y árboles de distintos y variados tipos. Me recuerdo a mí misma recogiendo hojas de
menta y ramas de tomillo, mientras me las acercaba a la nariz con el fin de olfatearlas durante un
breve, pero intenso momento embriagador, que todavía hoy recuerdo como si fuera ayer.
Pero mi perdición siempre fue la canela. Su aroma, su sabor...ambos dulces y penetrantes.
Sensualidad en forma de especia...
En mi casa siempre había un quemador con aceite esencial de canela encendido, y no había postre
donde no estuviera presente.
En la esquina de mi barrio estaba la herboristería donde casi todas las semanas compraba mis
saquitos y botes de canela en diferentes formas...
— ¿Ya sabes que la canela es un gran afrodisíaco, ¿no? —me preguntó el chico guiñándome un
ojo pícaramente
El chico de ojos color turquesa, intensos, penetrantes y magnéticos. Rostro salvaje, hermoso y una
sonrisa que se complementaba con las reacciones de sus ojos.
Cuando me dijo aquello, con una sonrisa traviesa y mirándome a los ojos casi de forma
provocadora, mi cuerpo completo se convirtió en un escalofrío de placer.
No supe contestarle. Conseguí esbozar una leve sonrisa, recogí rápidamente el cambio que me
ofrecía y conseguí salir rápidamente a pesar de que las monedas casi cayeron de mi mano al sentir
el roce de su piel.
Mi corazón palpitaba como loco durante los pocos minutos que tardé en llegar a casa.
Mientras me desnudaba, no podía evitar recordar aquella sonrisa y aquellos ojos insinuantes.
Encendí el que mador de aceite y el aroma de la canela comenzó a mezclarse con el aire que
respiraba, llenando mis pulmones y mis sentidos, embargándolos, relajándome y al tiempo
excitándome.
Era extraño, llevaba mucho tiempo, desde que abrieron comprando allí especias y aromas y él
jamás me había dicho más de lo necesario. Siempre muy amable eso si, pero jamás una
insinuación...
Pensé que tal vez me lo había imaginado. Aún así, pocos minutos después estando totalmente
desnuda, me tumbé en la cama y comencé a acariciarme pensando en que era él quien lo hacía.
Recorrí mi cuerpo con las yemas de los dedos, haciendo que pequeños escalofríos me recorrieran,
para después dedicarme a caricias más directas, pellizcando mis pezones o acariciando en
círculos cada vez más rápidos mis clítoris...
Yo cerraba los ojos y le imaginaba a él, sobre mi, con sus ojos taladrando los míos y
penetrándome con ellos y con su sexo. Imaginé aquel roce de sus manos al darme el dinero por
toda mi piel y mi imaginación conseguía hacer que la sensación fuese casi real.
Fue un orgasmo largo, intenso...y aún así al acabar, noté que me quedaba insatisfecha.
Durante el resto de la semana, intenté en la medida de lo posible, evitar pasar por delante de la
herboristería cuando iba a casa. Pero al encender los quemadores, al aspirar aquel erótico aroma
al saborear una infusión...aquella sonrisa y aquellos ojos volvían a estar frente a mi.
Cuando las reservas empezaron a escasear, pensé en ir a otro sitio a comprarlas. Creía que no
soportaría volver a ver a aquel hombre sin que mi deseo me delatara.
Pero al final pudo más mi ansia de verle que todos los pudores del mundo...
Entré en el local, casi tímidamente, como si fuese una intrusa en casa ajena en vez de una cliente
en un sitio público.
La mezcla de olores de las diferentes hierbas y aromas era embriagadora y muy agradable. Sin
resultar excesiva ni empalagosa.
Él estaba atendiendo a una señora de avanzada edad, pero giró la cabeza para ver quien entraba.
Una sonrisa resplandeciente apareció en su rostro y yo creí que la tierra se abría bajo mis pies.
Quise salir corriendo, pero mis piernas no respondieron...
Volvió a prestar su atención a la señora, pero la sonrisa no se borró de sus labios.
Mis piernas comenzaron a temblar y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para acercarme al
mostrador cuando la mujer al fin se fue con su bolsa en la mano.
Por fin frente a él de nuevo...No, no habían sido imaginaciones mías. Aquel hombre me deseaba.
Parecía que cada poro de su piel quisiera transmitírmelo... ¿Porqué nunca antes me había dado
cuenta? ¿O es que aquel deseo había nacido de forma repentina? Fuese lo que fuese, no había
ninguna duda de que su forma de mirarme no era inocente. Y yo...me sentía casi intimidada.
Fue él quien rompió el silencio...
—Cuánta pasión por una planta... ¿Pones la misma pasión en todo?
Mi cara debió cambiar o al rojo vergüenza o al blanco palidez...o a una mezcla de las dos cosas,
si eso es posible.
El hombre desde luego era muy atrevido y parecía muy seguro de si mismo, como si supiera de
antemano lo que yo sentía bajo mi ropa interior al verle y al oír su voz.
—No seas tan tímida. Una persona a la que le atrae tanto la canela, debe poseer una gran
sensualidad.
Silencio. Falta de reacción. Ojalá yo fuese de ese tipo de personas que no se inmutan y saben
parar los pies a los demás.
—Me gustaría que vieses una cosa. Esta noche. Cuando cierre. Algo especial que he preparado
para ti... ¿te gustaría?
Y a veces...nuestra boca nos traiciona y no nos obedece cuando queremos parecer más duros.
—Sí. Sí, pero...
El salió del mostrador y se dirigió a mi. Me puso un dedo en los labios para silenciarme...
—Shhh... No digas nada. Ven cuando haya cerrado. Y no te preocupes por tu canela, porque
tendrás toda la que quieras. Ahora, vete.
Sin aliento, sin palabras. Un botón imaginario accionado por su voz activó el resorte de mi
voluntad y salí del establecimiento.
¿Qué extraña clase de magnetismo era la que poseía aquel hombre? De repente pasó de ser un solo
hombre atractivo a ser el centro de mis pensamientos y mis deseos.
No pude ir a casa. Necesitaba caminar. Faltaba media hora para que él cerrase. No quería pensar,
pero no me quitaba de la cabeza aquella maldita y penetrante mirada traviesa, ni aquellos labios
que tanto deseaba besar. El contacto de su dedo sobre mi boca parecía quemarme, como si me
hubiese marcado a fuego con aquel gesto.
A pesar de que anhelaba ver qué era lo que quería enseñarme, no quería parecer demasiado
ansiosa, así que me retrasé cerca de diez minutos.
Cuando llegué no había luz en el interior. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Llamé
golpeando el cristal, pero nadie acudió.
Me sentí frustrada, aquello era por haberme pasado de lista. Al parecer, él no había querido
esperarme.
Me encaminé en dirección a casa, enfadada conmigo misma y con él, por no haberme esperado
sólo diez minutos.
Justo cuando metía la llave en la cerradura del portal pude apreciar detrás de mí, aunque de forma
más tenue, el mismo olor que inundaba la herboristería.
Supe que él estaba detrás de mí y saberlo hizo que mi mente y mi cuerpo se estremecieran.
Escuchar su voz con sus labios casi rozando mi oreja fue demasiado:
—Qué poca paciencia tienes. Salgo un momento y ya no me esperas. Tendrás que aprender a
confiar un poco más en mi palabra y a ser un poco más obediente.
—Pensé que te habías ido... —conseguí articular, sin entender muy bien su última frase.
—Volvamos a la tienda. Allí está mi sorpresa...
Comencé a andar a su lado. Durante el par de minutos que tardamos en llegar mi cabeza era un
torbellino de ideas inconexas y sin sentido.
Él abrió la puerta y me la franqueó. Cuando yo entré. El volvió a cerrar con llave, por dentro.
Enseguida noté que el olor del local había cambiado, por encima de todos los demás predominaba
mi favorito: canela.
Él puso su mano justo entre la cintura y el comienzo de las nalgas, cosa que me hizo estremecer y
me empujó levemente como para que le precediera. Pasamos por una puerta que yo pensé que
daba al almacén.
En este había una escalinata por la cual yo subí delante de él.
Cuando llegué arriba, la luz estaba apagada, pero el olor a canela era tan intenso como nunca lo
había sentido.
De repente, el encendió la luz y vi algo que me dejó maravillada. Era una habitación totalmente
recubierta en mármol blanco con una bañera enorme y redonda que simulaba una pequeña piscina
en el suelo. Estaba rebosante de agua y espuma y el vapor exhalaba el aroma que inundaba la
habitación. Era como si hubiese hecho una enorme infusión jabonosa de canela.
Había varias mesas, también de mármol repartidas por la estancia. En algunas había unos
recipientes de cristal grandes en que un flujo de agua se movía por medio de unos tubos de colores
haciendo bonitas y diferentes formas. Las paredes estaban decoradas con objetos colgantes hechos
a base de ramas de canela dispuestas en diversas direcciones y cantidades dando efectos
diferentes...y había muchas...Debía haberlo hecho el mismo.
La habitación daba a una terraza que parecía ser bastante grande y en la cual se podían ver
maceteros con muchísimos tipos de plantas diferentes. Todo lleno de color a pesar de la noche por
unos focos que iluminaban el exterior
Todo era precioso y el aroma me estaba enloqueciendo...Por un breve momento hasta me olvidé de
él. Pero enseguida volví a sentir su presencia tras de mi. Sobre todo, cuando habló, dejándome
helada con lo que dijo...
—Desnúdate...
— ¿Qué has dicho? —me giré levemente por la sorpresa.
—Te he preparado un relajante baño...no vas a meterte vestida.
—Pero, estás tú aquí...
—Claro y pienso disfrutar mientras disfrutas tú. Denúdate ¿O prefieres que lo haga yo?
Dicho esto, su mano se posó directamente sobre mi pecho y su cabeza bajó hasta mis labios
rozándolos.
Yo me quedé muy quieta, sin respirar. Pero él no le dio importancia. Sus dedos empezaron a
desabrochar los botones de mi camisa...y yo era incapaz de detenerle...
Mi camisa se deslizó por mis hombros ayudada por sus manos. Poco después el sujetador y la
falda, desaparecieron también.
Después se agachó y delicadamente me quitó los zapatos...
¡No me lo podía creer, no me lo podía creer...!
Se puso detrás de mí y noté cómo su lengua húmeda y cálida descendía desde mi hombro derecho
hasta la cinturilla de mi tanga, atravesando mi espalda.
En vez de quitarme mi última prenda, como esperaba que hiciese, agarró la cinturilla por detrás y
tiró de ella hacia arriba, haciendo que se me incrustara en la entrepierna. Dolió un poco, pero, por
otro lado, la sensación fue muy excitante.
De pronto se separó de mi y se dirigió a una de las mesas y bajó al suelo uno de los recipientes de
cristal.
—Acércate...
Fui hacia él con paso vacilante, entonces el me cogió por las caderas y me subió sobre la mesa,
dejando mis piernas colgando. Sentí el mármol frío contra mis nalgas.
Su mano fue hacia mi tanga, tiró de la cinturilla hacia delante para separarlo de mi piel y su otra
mano se coló dentro de él.
Sus dedos tiraban suavemente de los rizos de mi vello púbico, como si jugara con ellos,
haciéndome estremecer.
Entonces me sonrió. Otra vez aquella sonrisa de duende travieso. Sacó la mano del tanga y dijo...
—Bájatelo, hasta las rodillas...
Lo hice.
—Ahora baja al suelo date la vuelta y apóyate sobre la mesa con los brazos.
También lo hice.
—Abre las piernas todo lo que te deje el tanga.
Las abrí, siendo consciente de que mis partes más intimas quedaban bastante expuestas.
Él me puso ante los ojos un puñado de ramas de canela. Eran bastante largas. ¿Qué pretendía
hacer con ellas? No me atreví a preguntarlo.
De todas formas, me quedó muy claro cuando note la primera de ellas rozando mi más húmeda
intimidad. No tenían punta roma y raspaban un poco, pero yo estaba muy mojada y pronto la rama
de canela estaba dentro de mi. Otras la siguieron hasta que mi vagina estuvo llena.
Era una sensación extraña, las varitas, aunque tenían una textura pulida no dejaban de raspar un
poco, pero el movimiento de una contra dentro de mi, lo hacía muy excitante...
De pronto noté los dedos acariciando la carne que estaba alrededor de las enterradas ramitas. Lo
movimientos que el hacía me resultaron extraños, era como si quisiera recoger el flujo con lo
dedos. Tuve claro que eso era exactamente lo que hacía cuando sus dedos subieron a mi ano y
comenzaron a embadurnarlo con el líquido recogido.
Di un respingo. Nunca nadie me había tocado ahí. Intenté incorporarme para zafarme, pero su
mano suave pero firme sobre mi espalda, me lo impidió.
No me resistí más y me dejé llevar por lo que pasaba sin pensar más en ello. Aspiré con ansia aire
para llenar mis pulmones e intentar calmarme y en el aire puede percibir, mezclado con la canela,
el aroma del sexo y la excitación.
Sus dedos se movían cada vez con más decisión en mi inexplorado agujero, hasta que, por fin, uno
de ellos entró en mi. Por puro instinto, mi cuerpo se cerro ante aquella invasión.
—Relájate. Vamos, tranquila. Relájate y lo disfrutarás más.
Lo decía mientras su dedo pugnaba por entrar y salir de mí. Poco a poco, me fui abriendo a él.
Cuando consideró que estaba suficientemente dilatada, la última rama de canela que quedaba
sustituyó a su dedo. Me la metió completamente, sin dejar ni un centímetro para tira tirar de ella.
—No te preocupes. Saldrá. Pero ahora debes intentar que no sea así.
Apreté con fuerza. Él tenía razón, La vara trataba salir de su encierro. Traté de evitarlo...
De repente sentí sus labios rozando mis nalgas y bajando por mi muslo izquierdo, mientras sus
manos me despojaban del tanga por completo.
Me ayudó a incorporarme y me tomo entre sus brazos levantándome del suelo. Entonces con
mucho cuidado se dirigió a la bañera y arrodillándose me metió en ella.
Se le mojaron las mangas de la camisa, pero no pareció importarle.
—Relájate un poco mientras me quito la ropa. Cierra los ojos y acomódate...
Yo quería ver como se desnudaba, pero obedecí, cerré los ojos y recosté la cabeza contra el borde
de la bañera. El agua estaba en su justa temperatura y su textura era suave.
Sentía cómo me subía el perfumado vapor a la nariz y como la espuma me envolvía y acariciaba.
No podía dejar de sentir los palitos de especia que me llenaban, mantenían mi cuerpo excitado,
aunque mi mente estaba relajada.
Entonces, noté movimiento en el agua y abrí los ojos, encontrándome con el cuerpo desnudo de mi
herborista ante mi, de pies dentro del agua.
Me moví un poco para hacerle sitio y se estiró en la bañera junto a mi.
Enseguida sus besos cubrieron mi rostro y mis labios, y segundos más tardes mis pechos y mis
pezones erectos. Sus manos acariciaban mientras mi vientre y las caras internas de mis muslos.
Mi excitación estaba al límite y notaba la suya aplastándose contra mi cadera...
Deseaba que me penetrara ya. Que sustituyera las ramas por su miembro...
Como si leyese mis pensamientos, su mano derecha fue a mi entrepierna y empezó a jugar con las
varitas, metiendo y sacando cada una hasta sacarlas definitivamente e ir tirándolas al suelo.
No sabía si el contacto de la canela contra la carne era también afrodisíaco, pero la sensación que
quedó dentro de mi cuando quedé mi vagina quedó vacía era indescriptible. Jamás había sentido
nada así. Era como si todos los puntos sensuales de mi cuerpo se hubiesen concentrado allí.
No aguantaba más...quería que me penetrara...y lo quería ya...
—Te quiero dentro de mí...ahora...
Se puso sobre mi, haciendo que yo abriese mucho las piernas, sujetándomelas por debajo de las
rodillas y levantándolas, aunque teniendo cuidado de que yo no resbalase. Entonces sentí la punta
de su verga acercándose a mi entrada, tanteando, como pidiendo permiso para entrar...
—Hazlo...vamos...
Entró. Con fuerza. De una sola vez y hasta el fondo...
Mi espalda se recorrió por el espasmo. Era maravilloso, sentir su cuerpo dentro del mío por fin.
Comenzó a bombear dentro de mi, primero despacio, moviendo su cadera en círculos, como si
quisiera que cada milímetro de su miembro entrara en contacto con cada parte de mi húmeda
cueva.
El contacto de su pubis con mi clítoris era continuo y hacía que me estuviese volviendo loca.
El ligero bombeo pronto se convirtió en una sucesión de fuertes embestidas.
Yo quería llevar mis manos hasta sus nalgas para ayudarle a entrar más dentro de mi, pero no
podía hacerlo por la postura y él no parecía querer cambiarla. Sin embargo, me dijo.
—Usa las manos en la rama que te queda. Mastúrbate el culo con ella mientras te follo.
Me quedé sorprendida, pero una vez más me pudieron su voz y sus ojos que no dejaban de
mirarme profundamente.
Llevé mi mano hasta mi ano. La vara había salido ya unos centímetros debido a sus penetraciones,
así que no me fue difícil cogerla y empezar a moverla dentro de mi. Raspaba, pero otras
sensaciones más fuertes superaban el pequeño dolor que producía...
Estaba al borde del orgasmo. Cada penetración de su verga y del palo de madera me acercaban
más y vi que a él le faltaba poco...
No se decir quién empezó primero a convulsionarse, pero creo que el comienzo del orgasmo de
uno provocó el comienzo del orgasmo del otro...
Ambas espaldas encorvadas, chocando el cuerpo de uno contra el otro, gemidos, casi gritos por
mi parte...
Largo, prolongado... Me hizo olvidarme del resto del mundo, incluso de seguir moviendo mi
mano.
Cuando mi orgasmo estaba a punto de empezar a decaer, él llevó la mano a mi culo y sacó la vara,
poco a poco, haciendo que, con cada milímetro de especiada madera que salía, mi orgasmo se
prolongara un poco más.
Cuando me dejó bajar las piernas caí agotada. Él se dejó caer sobre mi pecho apoyando su mejilla
sobre uno de mis senos medio tapados por el agua...
Volví a respirar profundamente, pero esta vez inhalaba el aire para emitir un suspiro de felicidad.
Y en ese mismo aire volví a sentir el aroma de la canela y del sexo.
Los aromas y el deseo son a mi vida lo que las especias y el sexo.
Juego impar

La discusión había terminado y, como de costumbre, él había tenido la última palabra.


O aceptas o esto se acabó. No voy a perder el tiempo, donde te encontré a ti, habrá más y
seguro que mucho más complacientes y entregadas que tú.
En otras ocasiones, habían hablado del tema y ella siempre se había negado. Pero esta vez él dejó
muy claros sus deseos.
Si quieres ser mía, tienes que pertenecerme por completo y te guste o no, lo que me pertenece
puedo entregárselo a quien quiera.
Entre irse y aceptar, optó por lo segundo. Bajó la cabeza sumisamente, mientras en la cara de su
Amo se dibujaba una sonrisa triunfante.
Si accedía a ser entregada a otro hombre, simplemente porque así lo quería él, ya a pocas cosas se
negaría. Había logrado que fuese suya completamente. El Amo estaba exultante en su alegría.
Así era como ella había llegado a la situación en la que ahora se encontraba. Atada en cruz boca
arriba en una cama, desnuda, amordazada y con los ojos vendados. Totalmente indefensa ante la
voluntad de dos hombres. Uno era su Amo, el otro para ella era un desconocido, aunque según él
le había dicho, era alguien de toda confianza.
Lo que la tranquilizó no fue el grado de confianza que pudiese haber entre los hombres, sino el
hecho de saber que su Amo estaría allí en todo momento y que participaría...
Una cosa es dejar que te use otro hombre y otra cosa es desentenderme de lo que pueda pasar.
Además, será toda una experiencia para ti ¿No crees?
De repente notó sobre sus pechos dos manos que se los oprimían sin piedad. Esa no era la forma
de tocar de su Amo...
El hombre se los estaba amasando como si quisiera deshacerlos. Eran grandes y no les conseguía
abarcar, así que primero los estrujaba desde arriba y luego desde abajo.
Tras esto, fueron sus pezones los que entretuvieron al hombre. Los pellizcó con fuerza hasta
ponerlos duros y después se dedicó a aplastarlos entre sus dedos índice y pulgar como si quisiera
juntar un lado con otro.
A ella le dolía, pero apenas podía emitir unos amortiguados gemidos a través de la bola que la
amordazaba...
Estaba claro que el amigo de su Amo no iba a ser ni mucho menos delicado con ella.
Por fin, dejó en paz sus martirizados pechos durante un rato. Pero fue para dedicarse a su coño, el
cual abrió con dos dedos. Tras esto encontró el clítoris y lo pellizco fuertemente. Hasta que ella se
debatió sobre a cama en un intento de escapar a la tortura. Entonces él se dedicó a jugar con su
pequeño nódulo apretándolo hacia dentro como si fuese un botón. Esto no le dolía, pero le
resultaba molesto.
Entonces, sintió algo que la hizo encorvarse por completo por el dolor. Fue como si le atravesaran
el coño con una aguja. Sólo era una pinza, pero nunca había sentido nada así. Su Amo jamás se lo
había hecho. Tras unos segundos la sensación se hizo insoportable y comenzó a mover las piernas
en un desesperado intento de que la pinza se soltase, pero eso no ocurrió, estaba bien sujeto...
Por suerte, su Amo salió en su ayuda:
—Quítasela, es demasiado para ella, no soporta un nivel muy alto de dolor.
— ¡No me jodas! Pues ya es hora de que le enseñes a aguantar estas cosas.
—Es mía ¿No? Pues lo haré cuando quiera. Y ahora quítasela de una vez.
Ella sintió un agudo pinchazo en el clítoris y después una maravillosa sensación de alivio. Se la
habían quitado.
—En el resto del cuerpo si las aguantará ¿no? ¿O es demasiado delicada nuestra zorrita...?
—Puedes ponérselas donde quieras.
El hombre empezó a trabajar. Ella notó como pronto de sus dos pechos colgaban un montón de
pinzas haciendo sendos círculos alrededor de ellos.
Su coño también fue adornado con ellas. Contó cinco en cada lado. Tras esto sintió como las
ataban con una cuerdecilla colocada alrededor de cada uno de sus muslos. Así sus labios estaban
pinzados y abiertos, dejando toda su intimidad al descubierto.
El hombre empezó a dar golpecitos en las pinzas de sus pechos. También las retorcía o las juntaba
entre si. Al menos aquello no era tan insoportable y tampoco duró mucho, pues enseguida comenzó
a quitárselas. Era más dolorosa la sensación del despinzamiento que la de llevarlas puestas. Y
cuando el hombre apretó los pechos para que recuperaran su forma y desaparecieran las marcas,
el gemido que sonó hubiese sido un aullido.
Por unos segundos, nadie la tocó. Sólo sentía las pinzas de su coño que hacían que este empezase
a quemarle y el cuchicheo de los dos hombres.
Las manos que esta vez agarraron su pecho izquierdo fueron las de su Amo, cosa que el otro
aprovechó para rodearlo varias veces con una cuerda de tacto suave, apretando fuertemente para
luego repetir la operación con lo que quedaba de cabo en el derecho.
Sus senos ahora oprimidos por la cuerda, parecían a punto de reventar debido a la presión. Los
sentía muy sensibles y supo que así era cuando dos pinzas fueron colocadas aprisionando sus
pezones. Un par de lágrimas rodaron por su mejilla... Se las habían puesto en posición horizontal y
enseguida entendió por qué.
Sus tobillo y muñecas fueron desatados, su Amo la cogió en volandas y le dio la vuelta. La iban a
atar bocabajo dejándole las pinzas y las ataduras de los pechos. Su propio peso contra la cama
hacía que aquello fuese mas doloroso. Creyó que sus pechos explotarían en cualquier momento.
Esta vez la dejaron libre, pero el hombre le ordenó que abriera mucho las piernas y que se
agarrara a los barrotes de la cabecera de la cama.
Ella así lo hizo, mientras sentía aquella dura mano acariciando sus nalgas.
—Demasiado blancas y frías para mi gusto. Yo las prefiero rojas y calientes...
—Pues si quieres nos ponemos a solucionarlo...
Ambos hombres rieron de forma cómplice.
No pasó mucho mucho antes de que el primer azote cayera sobre ella. Sintió el cuero de un
cinturón manejado con fuerza y eso la hizo agarrarse fuertemente a los hierros de la cabecera y
contraer todo el cuerpo.
Un segundo azote cayó desde el otro lado. Lo estaban haciendo entre los dos. Cuando uno alzaba
el cinturón el otro la golpeaba, no tenía ni un solo segundo de descanso. Sólo podía llorar,
contraerse y aguantar. Las nalgas le quemaban como el fuego cuando por fin decidieron parar.
Incluso se había olvidado de las pinzas que torturaban su coño hasta que unos de los hombres, no
supo quien, desató las cuerdecillas y comenzó a quitárselas. Cada vez que saltaba una sentía aquel
horrible pinchazo. Cuando no quedó ninguna, le apretaron los labios que, en vez de relajarse,
llegaron al máximo de su intensidad en dolor, era como cientos de agujas atravesándoselos.
Su Amo le ordenó ponerse de rodillas en el suelo, cosa que hizo entre amortiguados sollozos.
Aunque no podía ver el color de sus pechos porque tenía los ojos vendados, sospechaba que estos
debían estar morados, como ocurre tras atarse un hilo en un dedo.
El amigo del Amo la liberó de la cuerda y de las dos pinzas, sentir como volvía a correr la sangre
por sus senos fue al mismo tiempo delicioso y molesto.
Volvió a oír a los dos hombres susurrando. Seguramente planeando que hacer con ella.
Entonces oyó como alguien movía una silla. Efectivamente, el amo la estaba poniendo de lado a
los pies de la cama.
No se esperaba que de pronto el otro hombre la cogiese rudamente por los pelos y tras ordenarle
ponerse a cuatro patas tirase de ella usando el cabello como si fuese una correa de perro.
Se detuvo y ella oyó los muelles de la cama, debía haberse sentado sobre ella. Pero no soltaba su
pelo, sino que lo usó para izarla un poco mientras le ordenaba acomodarse sobre sus rodillas.
Ella lo hizo y al apoyar su vientre sobre las piernas de él y notar el vello y la piel, comprendió
que estaba desnudo. También notó el bulto duro y caliente de su miembro. Parecía largo y grueso.
El contacto de aquella verga hizo que la recorriese un escalofrío de placer y su entrepierna se
mojase un poco más. Todo lo experimentado hasta el momento la había hecho sentirse excitada. La
mezcla del dolor y el placer era mucho más intensa que el placer sólo.
No tuvo que poner las manos en el suelo ni intentar hacer equilibrios sobre las rodillas del
hombre, porque justo al lado de este, en la silla que había oído mover hacía un rato, estaba
sentado su Amo, también desnudo. Sus pechos estaban apoyados en sus rodillas y la polla de él
golpeaba su mejilla izquierda.
El Amo la agarró por el cabello y le acercó la boca a la polla. Ella enseguida entendió que quería
que se la chupase, cosa que empezó a hacer con ansía, jugando con el miembro, saboreándolo
mordisqueando la punta como sabía que a él le gustaba.
No había hecho más que empezar. Cuando notó unas fuertes palmadas que eran repartidas por sus
ya ardientes nalgas.
Su Amo la cogía por la cabeza guiándola en cada movimiento y haciendo que la polla entrase casi
hasta la garganta.
Notó que a él le faltaba muy poco para correrse, pero para sorpresa de ella en ese momento, los
hombres la hicieron levantarse, cambiaron sus puestos y ella comenzó a ser azotada por su amo
mientras tuvo que comerle su gran polla al otro hombre.
Éste último parecía estar excitadísimo y gemía largamente ante las chupadas de ella. La polla
parecía aumentar de tamaño dentro de su boca mientras el movía las caderas brutalmente contra la
cara de ella.
Entonces el amo dejó de azotarla ye inesperadamente notó como algo resbalaba por la hendidura
de sus nalgas hasta su ano y allí era extendido por los dedos de él. Saliva seguramente.
Un dedo penetró en ella, mientras su boca estaba abierta al máximo para albergar la verga del otro
hombre. La intrusión en su más íntimo agujero no le fue molesto en absoluto. Estaba acostumbrada
a ello; incluso el segundo y tercer dedo entraron sin dificultad y lograron follarla con fuerza sin
hacerle el menor daño.
Entonces, casi al unísono, los hombres dejaron sus agujeros vacíos y la levantaron.
Notó como unas manos que la trataban con ternura, su Amo, le quitaban la mordaza, mientras el
otro hombre decía:
—Quiero oír jadear con ganas a esta puta, quiero que se corra como una perra.
Volvió a oír chirriar los muelles de la cama y creyó que el hombre se estaba tumbando en ella
mientras decía esto.
Entonces, su Amo, cogiéndola por un hombro la guio hasta sentarla a horcajadas sobre su amigo,
cuya polla ya estaba esperándola para taladrarla según se sentaba.
Aunque ella estaba muy excitada, el grosor de aquel miembro hizo que le costase acomodarse
sobre ella, pero una vez conseguido, pudo comenzar a botar mientras el la agarraba por las
caderas para moverla a su antojo.
Unos segundos más tarde, la mano de su Amo se colocó en su espalda empujándola hacia delante
obligándola a alzar un poco el culo, cosa que el otro hombre aprovechó para mordisquear los
pezones.
Sintió como la punta de aquella polla tan conocida empezaba a atravesar los anillos de su ano e
intentó relajarse para recibirla. La penetró de una sola vez, lentamente, pero hasta dentro.
Al principio los dos hombres no seguían el ritmo y ella no sabía a quien complacer en cada
embestida, pero poco a poco los tres consiguieron acoplarse al ritmo.
Ella apoyaba las manos en el pecho del que la follaba por delante, mientras ellos se turnaban para
acariciar sus pechos, pellizcar sus pezones o masturbar su clítoris. A veces los dedos de ellos
pugnaban por alcanzar un mismo sitio y el placer se volvía sublime.
Ella no aguantaba más, sentir esas dos vergas horadándola con fuerza, era lo mejor que había
sentido en su vida. Parecía tocarse a través de la membrana que separaba su vagina y su ano.
Al alcanzar ella el orgasmo, comenzó a contraer tanto los músculos de un sitio como de otro,
proporcionando a los hombres un gran placer. Su momento culminante coincidió con el momento
en que los chorros de semen de ambos hombres comenzaron a inundarla, llevando, lo cual hizo
que sus contracciones fuesen hay más feroces, alargando el orgasmo de los tres, entre gemidos y
jadeos.
Descansó sobre el pecho del amigo de su Amo mientras este reposaba su peso sobre la espalda de
ella.
Así estuvieron hasta que las tres respiraciones se calmaron por completo.
Ella nunca supo quién había sido el hombre, pues la mandaron a ducharse y cuando volvió él ya se
había ido.
Pero había sido una buena experiencia. Lo había hecho por deseo de su Amo, pero lo había
disfrutado como si lo hubiese deseado ella.
Patito feo

Se suele decir que no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Haré una
pequeña variación en esa frase. A veces no somos conscientes de lo que pudimos tener y creíamos
que no queríamos, hasta que lo tenemos. Y aunque parezca que no, duele... De pronto te das cuenta
del tiempo que has perdido y de todo lo que podías haber vivido e intentas en cada segundo de esa
nueva oportunidad sentir por el presente y por el pasado que no disfrutaste.
A veces no vemos las oportunidades, otras veces están ante nuestras narices y no lo cogemos.
A mí me ocurrió la segunda. La veía todos los días. Era mi compañera de clase y de fiesta, una
amiga de toda la vida.
¿Por qué creía que no la quería? Simplemente, no parecía ser mi tipo de mujer.
En esa etapa de la vida tus hormonas están revolucionadas y la opinión de tus amigos es lo más
importante del mundo, no se ve más que lo que los demás quieren que veas.
Todos la apreciábamos como amiga, pero nadie se hubiese enrollado con ella. No era guapa, era
bajita y estaba bastante rellenita. En muchas ocasiones era el blanco de las bromas pesadas, que
con el tiempo entiendes lo dañinas y peligrosas que son.
Jamás nos lo echó en cara. Ni un reproche, ni una mala mirada, incluso ella misma se reía. ¿Qué
pensaba en realidad? Hoy día no quiero ni pensarlo. Sólo se que ella era todo corazón y simpatía
y nosotros unos niñatos crueles. ¿Quién no se merecía a quien? Nosotros a ella desde luego, pero
no éramos capaces de verlo...
Cuando el resto de la cuadrilla se dio cuenta de que yo le gustaba las bromas recayeron sobre mí.
Y esto hacía que yo, poco a poco, empezase a tratarla cada vez peor, hasta que llegué a
despreciarla en público. Cuando estábamos solos, yo era el de siempre, pero si estaban los demás
la ignoraba.
No me sentía bien por lo que hacía, pero no podía consentir que mis amigos pensaran ni por un
momento que podía existir ni la más mínima posibilidad de que yo sintiese nada por ella. ¡Maldita
inmadurez!
Y como siempre, ni una mala palabra por su parte. Sólo agachaba la cabeza y se iba sin decir
nada.
¿Como admitir que cada vez que veía que el brillo de sus ojos se apagaba a mi se me encogía el
corazón? ¿Cómo admitir que cuando alguien le hacía un mal comentario yo deseaba abrazarla en
vez de compartir las risas de los demás? ¿Cómo admitir que el desprecio que yo la mostraba por
quedar bien se estaba volviendo contra mi haciendo que secretamente cada día la quisiera más?
Me estaba enamorando de ella y mi vanidad impedía que viese lo que mi corazón trataba de
enseñarme. El ser más bello del mundo encerrado en un triste caparazón, el tesoro guardado en un
baúl de madera sin pulir.
Cómo suele ocurrir, los tiempos de instituto acaban, cada uno sigue su propia vida y aunque al
principio, todos quedábamos de vez en cuando, al final nos separamos del todo.
Y cuanto más tiempo pasaba, más recuerdos de ella me asaltaban cuando menos lo esperaba. Si
veía un animal herido o abandonado, recordaba como ella iba en su auxilio, lo recogía y se
encargaba de él, cosa que yo empecé a hacer simplemente por "ella lo hubiese hecho". Conocía
todos sus libros favoritos y no tardaron mucho en formar parte de mis estanterías. En ratos de
soledad, paseaba por los sitios que sabía que ella lo hacía antaño, guardando la secreta esperanza
de que tal vez un día la viese allí.
Cuando besaba a una chica, su cara se me aparecía un segundo antes de que nuestros labios
chocasen. Y siempre que cortaba una relación con una, era porque las acababa comparando con
ella.
Y aún así, inconscientemente, mi orgullo de hombre joven, seguía poniendo una venda a los ojos
de mi corazón.
Pasaron muchos años antes de que la volviese a ver, pero su recuerdo siempre me acompañó.
Mi vida ya había dado algunos círculos completos, incluso me había casado y divorciado, tenía ya
una preciosa hija de tres años a mi cargo y en mis espaldas reposaban cuarenta y dos años.
Cuando por fin sucedió, sentí como mi corazón se paraba y durante unos segundos dejé de
respirar.
Era igual a como yo la recordaba, los años apenas envejecido las facciones de la cara. Tal vez
había ganado algunos kilos más. Pero lo primero que noté fue esa aura que exhalaba por cada uno
de los poros de la piel. El aura que procede de la bondad, de la paz interior, de la simpatía...La
belleza interna.
Fue en un lugar y momentos inesperados. En un parque cuando yo había bajado a que mi hija
jugase.
Ella me miraba sonriendo. Me había reconocido. Y no tardó en encaminarse hacia mi.
Creo que mis labios mostraron una sonrisa de felicidad. ¡Me alegraba tanto de verla de nuevo!
Ella estaba con una niña también. Era su sobrina me explicó, nunca había tenido hijos ni se había
casado.
Enseguida las dos niñas congeniaron y se pusieron a jugar dejándonos solos. Ella hablaba risueña
y me contaba cosas de su vida, estudios, viajes, acontecimientos, antiguos compañeros a los que
había visto... Yo apenas era capaz de decir unas pocas palabras de afirmación. Sólo quería
mirarla y oír su voz.
Cuando se hizo tarde, la llevé en mi coche a casa de su hermana para que dejase a su sobrina y
echando mano a todo mi valor le pregunté que si después quería venir a la mía a tomar algo y
seguir hablando de los viejos tiempos.
Aceptó. Y yo me sentí lleno de felicidad por ello.
Al llegar a casa, ella misma se encargó de dar de cenar a mi hija, parecía que la pequeña la había
aceptado desde el primer momento. Después la llevó a la cama y le dio un beso en la frente. Verlo
me hizo imaginar lo que sería tenerla todas las noches de mi vida así, en mi casa, acostando a mi
hija y después incorporándose para dedicarme una cálida sonrisa, cosa que hizo.
Algo dentro de mí se fundió con aquella sonrisa y vi la estupidez de mi orgullo. Siempre había
pensado que yo me merecía más. ¿Qué era más? ¿Una mujer hermosa? Ella lo era, pero su belleza
era tan grande que yo había sido incapaz de verla, estaba dentro de ella y no en su piel.
Según cerramos la puerta de la habitación de la niña, seguí el indómito impulso de besarla. Ni
siquiera pensé en que pudiese rechazarme, simplemente lo hice. Y al sentir que ella me
correspondía, que su boca y su lengua se unían con las mías, me sentí el hombre más dichoso del
mundo.
La ropa fue cayendo por el suelo del pasillo mientras nos dirigíamos atropelladamente hacia mi
habitación, besándonos y acariciándonos todas aquellas partes del cuerpo que éramos capaces de
alcanzar, hambrientos el uno del otro.
Caímos sobre la cama, yo encima de ella. La arranqué casi con desesperación la poca ropa que le
quedaba encima.
Cerré los ojos y al volver a abrirlos por algún maravilloso espejismo volvimos a tener dieciséis
años. Parecía que ella me perdonase todas las faltas del pasado y me estuviese permitido volver a
vivir lo que pude tener cuando teníamos aquella edad.
La besé como nunca había besado a nadie, todo el amor que había guardado durante años porque
no sabía a quien tenía que dárselo, salió a chorros por medio de aquellos besos. Mis manos eran
como llamas ardientes que necesitaban el continuo contacto de su piel para apagarse.
Casi no puede describir lo que sentí cuando entré en ella. Miles de sensaciones recorrieron me
recorrieron por completo y sentir que ella me correspondía hizo que por primera vez supiese lo
que era la felicidad absoluta.
El orgasmo nos alcanzó con pocos segundos de diferencia. Estalló dentro de ella todo el volcán de
mi pasión en erupción mientras ella me aprisionaba en su interior entre espasmos y convulsiones...
Cuando por fin descansé apoyando mi cuerpo sobre el de ella. Me abrazó con fuerza y me susurró
al oído:
—Por fin te tengo, yo que siempre te he querido...
Lloré como un niño. Lloré por mi estupidez, por el tiempo perdido, y sobre el todo por el daño
que yo había hecho a aquella mujer. Desee vivir muchos años sólo para poder compensárselo todo
y darle las gracias por aquélla nueva oportunidad.
Entre amigos

Estábamos sentados en el sofá. Llevábamos bebiendo cubatas desde las cinco de la tarde y ya eran
las ocho, así que los dos teníamos ya una borrachera considerable.
Además de la borrachera yo hacía un rato que estaba bastante caliente. Ella me daba morbo en
cualquier situación, pero más aún sentada a mi lado en mi casa, totalmente relajada y desinhibida,
sin ningún decoro...había ido al cuarto del baño hacía un rato y no se había molestado en volver a
subir la cremallera de la bragueta de su pantalón, además la amplia camiseta que yo le había
dejado para que estuviese más cómoda estaba desarreglada y medio caída, haciendo que se
marcasen sus grandes pechos.
Éramos amigos desde hacía mucho tiempo, además de liarnos de vez en cuando, y ya no teníamos
vergüenza, ni ningún tipo de corte. Nuestra intimidad era de lo más natural siempre; es más, creo
que soy el único hombre ante el que se atrevió a mostrarse totalmente desnuda.
El alcohol y el buen ambiente que existía entre nosotros hacía que nos tocásemos
disimuladamente, mientras fingíamos peleas en bromas, que nos diéramos pequeños picos en los
labios y que nos dijéramos frases con doble sentido incitándonos y excitándonos el uno al otro.
Realmente, todo esto no hubiese hecho falta, porque cualquiera de los dos hubiera podido besar o
acariciar al otro sin prolegómenos y ninguno habría puesto objeciones, pero estos jueguecitos lo
hacían más morboso y fascinante.
De repente, al mirarla noté que, bajo la camiseta y el sujetador, sus pezones estaban duros...no
pude resistirme y estiré la mano hasta acariciarle uno, ante lo que ella reaccionó haciéndose la
ultrajada y propinándome un puñetazo juguetón en el hombro. Como sabía que en realidad no le
había molestado, intenté tocarle el otro, pero ella fue más ágil y consiguió detener mi mano, tras lo
cual puso la suya sobre mi entrepierna y amenazó con apretar si volvía a tocarla. Yo me reí y
contesté que apretara cómo ella sabía, retándola a dar un paso más y tener una sesión de nuestro
sexo.
Aceptando el reto, apretó sobre mi pantalón, pero sin hacerme daño.
— ¿Así que ya la tienes dura, ¿eh? –preguntó poniendo cara de traviesa.
—Ya sabes que contigo siempre la tengo así – Le contesté, mientras mis dos manos se posaban
sobre sus dos pechos y comenzaban a amasarlos. Sabía que a ella le encantaba que le tocaran y
besaran los pechos y sobre todo los pezones, los cuales pellizqué hasta que noté que estaban al
máximo.
Con las manos tiró de la cinturilla de mis gayumbos (que era lo único que yo llevaba puesto),
hasta liberar mi polla; me los deslizó por las piernas hasta quitármelos y yo aproveché para
quitarle la camiseta. El problema fue el sujetador...he de reconocer que soy pésimo quitándolos,
así que opté por levantarlo por encima de sus pechos, pero como a ella le incomodaba tenerlo ahí
se lo terminó de sacar por la cabeza.
La giré en el sofá dejando su cabeza apoyada en el reposabrazos y el cuerpo en los asientos, abrí
sus piernas y naufragué entre ellas. Besé su boca, uniendo su lengua con la mía, en el cuello, en los
pechos y en los pezones; sobre todo en estos únicos, dándole pequeños mordiscos que le
arrancaban largos gemidos de placer.
Ella me arañaba la espalda, mientras besaba y relamía mi cuello y mis hombros, haciendo
pequeños círculos.
Quería disfrutarla totalmente desnuda debajo de mí, así que tiré de sus pantalones e intenté
quitárselos; ella levantó las caderas para ayudarme. Pero cuando fui a quitarle el tanga comenzó a
hacerse la mojigata y me dijo que eso se lo dejara donde estaba. Le encantaba hacer esto, y a mí
me excitaba mucho, porque me obligaba a quitarle la prenda a la fuerza, mientras ella procuraba
mantener el culo pegado al sofá yo luchaba por levantárselo para poder arrancárselo. Tras un
poco de resistencia el tanga quedó a la altura de sus tobillos, con lo que solo tuve que obligarla a
levantar los pies para quitárselo.
Ya era toda mía. Mi polla se rozaba contra su vulva desnuda y mojada y mi torso se aplastaba
sobre sus pechos mientras la besaba.
— ¿Follamos? —le pregunté directamente.
Ella se quedó un momento pensativa y una sonrisa picara comenzó a dibujarse en sus labios.
— ¿Y si probamos otra cosa? –me dijo mientras su mano apretaba un poco mis nalgas.
— ¿Qué quieres probar? —le pregunté ansioso por saber que se le había pasado por la cabeza.
— Me gustaría intentar lo que sabes que nunca he hecho— contestó poniendo voz de niña buena.
Me quedé un momento pensando y cuando caí en que podía ser pregunté sorprendido:
— ¿Quieres que te lo haga por detrás?
—Bueno...al menos me gustaría intentarlo, es una idea que siempre me ha dado morbo, y ya de
hacerlo prefiero que sea contigo.
Por mi cabeza pasaron un torrente de ideas, de las cuales solo recuerdo que pensé en la suerte que
estaba teniendo aquel día y que como la hiciese daño adiós a la oportunidad para siempre, así que
si lo hacíamos tenía que ser con el máximo cuidado.
— ¿Estás segura de querer hacerlo?
—Bueno...al menos estoy segura de querer intentarlo.
De acuerdo. Entonces vamos a hacerlo bien. Espera un poco.
Me levanté y fui al cuarto de baño, en busca de algo que pudiese ayudar a no hacerle daño.
Revolviendo un poco, encontré un tarro de crema para las manos y pensé que aquello podía servir.
Lo cogí y volví al salón.
Ella seguía tumbada sobre el sofá, así que la cogí de la mano y la ayudé a incorporarse.
—Creo que es mejor estar en el suelo —le dije— Al menos es una superficie dura y hay más
espacio.
La hice sentarse en él y yo me senté junto a ella besándola sin parar, Hasta que le dije:
—Ponte a cuatro patas
Ella dudó un momento, pero lo hizo, aunque dejando el culo apoyado sobre la parte trasera de las
piernas, como si quisiera ocultarse.
—No me vengas con remilgos – le dije dulcemente y dándole un pequeño azote – Vamos...levanta
un poco el culete o no habrá forma.
—Lo sé, pero es que me da un poco de corte – me dijo tímidamente. – Nunca he estado en esta
postura.
—No tienes que tener miedo...soy yo – Le dije mientras le daba un cálido beso en la espalda –
pero si no lo tienes claro no lo hacemos y ya esta, no pasa nada.
—No, no.…lo que pasa es que tendrás que tener un poco de paciencia conmigo.
—No hay problema, tenemos todo el tiempo del mundo— le dije con voz tranquilizadora mientras
mi mano recorría su espalda para intentar relajarla – si en algún momento quieres dejarlo, dímelo
y pararé.
—De acuerdo.
Me puse detrás de ella y poniendo una mano en sus nalgas la moví un poco, para que se pusiera en
una postura en la que yo pudiera verla bien y tuviese buen acceso, para ello, también le pedí que
abriese las piernas, cosa que hizo sin rechistar.
La imagen de sus nalgas en esa posición receptiva, mostrando sus dos agujeros, hizo que me
recorriera un escalofrío por la espalda y que deseara penetrarla sin mas dilación, pero tuve que
controlarme porque debía ser cuidadoso, en aquel momento era mi amante, pero a diario era mi
amiga, si le hacia daño no me lo perdonaría.
Abrí el tarro de crema y me unté el dedo índice, mientras con la otra mano le acariciaba las
nalgas, acercándome cada vez más a su más tierno y virgen agujero.
— ¿Estás preparada?
—Creo que sí.
Antes de que se pudiese echar atrás, puse mi dedo lubricado en su ano y comencé a untarlo por
fuera; al primer contacto, ella encorvó un poco la espalda y noté que volvía a ponerse tensa, así
que dejé allí el dedo acariciando por fuera hasta que ella volvió a relajarse. Entonces comencé a
introducir el dedo y aunque ella volvió a tensarse seguí metiéndolo hasta el final, para luego
volver atrás sin sacarlo del todo. Después de repetir unas cuantas veces el movimiento noté como
tanto ella como su ano se relajaban, así que aproveché para sacarlo y lubricar dos dedos. Al
intentar meterle los dos, noté más resistencia, pero conseguí que entraran y comencé a moverlos.
Tras un rato, los dedos se deslizaban fácilmente por su cavidad. Ella no había dicho ni una sola
palabra en todo el proceso. Decidí ir a por todas.
—Voy a penetrarte – Le dije. – Así que estate muy relajada.
—De acuerdo – me contestó, mientras respiraba hondo.
Puse mi polla en su entrada y presioné un poco notando que la punta entraba sin mucha dificultad.
Ante esto, ella gimió un poco, pero no hizo amago de rechazarme, así que me moví un poco más
dentro de ella, entrando un poco más. Y así poco a poco, esperando unos segundos entre empujón
y empujón, mi verga iba entrando en ella. Yo veía como su espalda se encorvaba a cada empujón,
así que le pregunté que si le dolía.
—Un poco —contestó— pero sigue.
Así que continué hasta que mi miembro desapareció completamente dentro de ella. Me resultó
increíble que le hubiese entrado entero.
Dejándolo dentro de ella, estuve besándole en la espalda un rato, hasta que de repente comencé a
moverme lentamente hacia fuera y otra vez hacia dentro sin llegar a sacarla del todo.
Cuando noté que sus movimientos comenzaban a responder a los míos, imprimí un poco más de
ritmo, aumentándolo cada vez que ella volvía a adaptarse, hasta que nos encontramos
moviéndonos rápidamente.
Ella seguí encorvando la espalda, pero ya no era de dolor y se notaba que sus gemidos eran de que
la estaba dando placer.
La cogí por las caderas y comencé a atraerla frenéticamente contra mi.
Yo estaba a punto de correrme, pero quería que ella lo hiciese conmigo así que Pasé las manos
por debajo de su vientre le acaricié el clítoris con los dedos de una mano, mientras que los dedos
de la otra se introducían en su vagina.
Noté que la venía el orgasmo porque tanto su ano como su vagina comenzaron a convulsionarse
atrapando mi polla y mis dedos, lo cual ayudó a que me sobreviniese un orgasmo increíble
corriéndome dentro de ella.
Lo hicimos los dos al tiempo.
Cuando nuestras respiraciones se calmaron, la ayudé a levantarse y la besé con mucha ternura.
La cogí en brazos y la llevé al cuarto de baño. Abrí el grifo de la bañera y la metí dentro de ella,
después entre yo. Y la abracé mientras el agua caía sobre nosotros.
—Bueno... ¿Qué te ha parecido la experiencia? —le pregunté al oído.
—La verdad es que casi no me he enterado –me dijo mirándome a la cara y poniendo de nuevo su
sonrisa pícara— así que creo que tendremos que repetirla....
No pude evitar reírme.
Iniciación por detrás

Se suele decir, que hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada.
Yo a aquellas alturas de la noche y en la situación en la que me encontraba, empezaba a tener muy
claro que pertenecía a la segunda clase.
Estaba en medio de ningún lado a altas horas de la madrugada en una carretera por la que no
pasaba ni un alma, con un coche que no arrancaba y con un móvil sin cobertura; ¡Viva la
tecnología moderna!
Llevaba más de media hora allí, sin saber muy bien que hacer. Había intentado revisar el motor de
mi coche, pero la verdad...yo soy músico, no mecánico. Había intentado moverme para ver si el
teléfono cogía cobertura, pero al parecer no había nada que hacer. Y para colmo el último signo
de civilización que había visto era un pequeño motel de carretera hacía como diez kilómetros ¡y
malditas las ganas que tenía de meterme aquella pateada!
De todas formas, aún tenía la esperanza de que algún alma errante decidiera pasar por aquel lugar
alejado de la mano de dios y me echase una mano.
Decidí esperar un rato más, pero dentro del coche, porque fuera comenzaba a hacer demasiado
frío. Así que puse los obligados triángulos y me metí en el coche.
Gracias a Dios el encendido funcionaba y pude poner la calefacción, pero sabía que no podía
mantenerla mucho rato porque sino además de sin motor, me quedaría sin batería; así que cuando
el ambiente estuvo un poco más caldeado la apagué.
Estaba a oscuras, solo, en un ambiente templado y en una situación desesperada... ¿y qué es lo que
se le ocurre a un hombre hacer en un caso así, para no aburrirse?
Recosté el cuerpo contra el asiento y me acomodé. Notaba que la temperatura empezaba otra vez a
bajar, pero pensé que masturbarme me ayudaría a conservar un poco de calor.
Comencé a acariciar mi verga, aun flácida, por encima del pantalón, suave pero insistentemente y
pronto comenzó a tomar un mayor tamaño.
Cuando empecé a notar el agradable calor que producía aquella sensación en mi entrepierna,
decidí dar un poco más de marcha al asunto; así que desabroché mi cinturón y los botones de mi
bragueta pensando que no eran mis manos las que lo hacían sino las de una mujer voluptuosa, que
deseaba tomar mi polla entre sus labios. La imagen que cree en mi cabeza, me ayudó a excitarme
un poco más. Imaginé a una chica de unos veinte años, de cabello negro y rizado y con piel color
caramelo; con una preciosa boca que me recordaba a una fresa; con pechos altos, firmes y grandes
coronados con unos bonitos pezones que incitaban a pellizcarlos. Vientre plano y largas piernas
torneadas, culminadas por delante por un coñito muy apetecible y por detrás por un culo redondo y
alto… Los sueños, sueños son...
La imaginaba arrodillada ante mí, entre mis piernas, con su boca justo a la altura de mi polla
totalmente erecta habiéndola liberado de las ropas que la incomodaban.
Mientras, en la realidad, yo había rodeado mi pene con la mano y lo acariciaba con movimientos
regulares de arriba abajo. En mi mente la veía a ella acercándose la punta a sus labios para
lamerlo, hasta llegar a metérselo en la boca y empezar a hacer movimientos y presión, como si
quisiera pensar que era su coñito el que me engullía el miembro.
Estaba muy excitado y los movimientos de mi mano cada vez eran más rápidos. Había olvidado
por completo la situación en la que me encontraba.
Justo en ese momento —algo me hizo volver a la realidad— noté que el interior de mi coche
comenzaba a llenarse de luz. Detuve el movimiento de mi mano e intenté buscar de dónde
procedía la luz. Al girar la cabeza vi que venía un coche.
La verdad es que no se si sentí alegría o enfado...no me quedaba mucho para correrme;
El conductor del coche debió ver los triángulos de emergencia, porque de comenzó a decelerar,
hasta que, al llegar a la altura de mi coche, paró completamente.
Lo primero que pude discernir de la persona que conducía fue que era una mujer. Lo que me
faltaba...con el calentón que yo llevaba...
Ella abrió la puerta y comenzó a descender del coche, del cual no había apagado el
motor...supongo que lo hizo por seguridad...nunca sabes que te puedes encontrar cuando paras a
socorrer a alguien en una carretera oscura.
Cuando estuvo de pie frente a mi, me maravilló lo que vi. No era la belleza morena de mi fantasía
erótica, pero desde luego, su cuerpo no ayudaba a relajar la tensión entre mis piernas.
Era una mujer alta (casi de mi estatura), fuerte y bien proporcionada, con unas caderas redondas y
esbeltas cubiertas por una falda de tubo bastante corta. El vientre plano se entreveía por debajo de
su también corta camiseta (la verdad, es que la ropa en si, me pareció muy vulgar), que marcaba
unos pechos duros, altos y grandes...además el frío estaba haciendo que los pezones se le pusieran
como puntas. La visión de sus pezones creciendo, hizo que mi miembro aumentara un poco más de
tamaño hasta tener una erección casi completa.
Ni siquiera la había mirado aún a la cara (aunque noté que tenía el pelo castaño, largo y muy liso),
cuando la oí hacerme las preguntas típicas sobre que es lo que me había pasado.
Yo empecé a contarle lo sucedido sin conseguir mirarla a la cara y tratando de poner posturas que
no evidenciaran el bulto de mi pantalón.
Me dijo que ella no tenía ni idea de mecánica y no podía ayudarme pero que, si quería, kilómetros
atrás había visto un motel de carretera y no la importaba acercarme hasta allí.
¡Estupendo ¡Iba a montar en un coche, estando yo cachondo perdido con una mujer que estaba
como un tren para ir a un motel...ya me imaginaba a mí mismo esa noche matándome a pajas!
Le di las gracias. Cerré mi coche mientras ella montaba en el asiento del piloto del suyo.
Mientras abría la puerta y me acomodaba a su lado en el interior, mi mente empezó a cavilar
cientos de situaciones distintas en las cuales yo conseguía follármela.
Ella me estaba hablando, pero realmente yo no la hacía mucho caso, asentía ligeramente ante sus
observaciones y seguía con mis escenas imaginarias...
Por fin cuando me atreví a mirarla a la cara, pude apreciar que no era gran cosa, pero nada
despreciable al fin y al cabo...lo único más me llamó la atención fue su boca... ¡Sí, señor, aquello
era una boca! No excesivamente grande, pero bien dibujada y carnosa, la boca ideal para hacer
una mamada.
No sé si ella notó en qué estaba pensando, pero el hecho fue que, cuando nuestros ojos se cruzaron
ella puso cara de sorpresa y su mirada pasó sin tapujos y sin vergüenza a mi entrepierna.
Se hizo el silencio en el coche y fue cuando pensé que ella pararía el vehículo y me obligaría a
bajarme, pero no fue así.
En su sensual y apetecible boca apareció una pícara sonrisa y siguió conduciendo sin decir nada.
Yo permanecí sentado, mientras notaba cómo el rubor subía a mi cara. El hecho de que ella
supiera que yo estaba totalmente empalmado hizo que me excitara aun más... Mi pantalón iba a
reventar.
Hicimos todo el camino callados, aunque de vez en cuando yo miraba de reojo la línea curva que
formaban sus hermosos pechos y la piel que desaparecía debajo de su falda.
Cuando el motel apareció delante de nosotros, noté que el coche reducía la velocidad
deteniéndose en uno de los aparcamientos frente al edificio.
Le di, las gracias por todo y le dije que si podía compensarle el favor de alguna manera...Juro que
la pregunta no fue con mala intención, pero su respuesta me dejó atónito.
— Bueno...es tarde, no tengo nada mejor que hacer... y no eres el único que está cachondo...
— ¿Qué quieres decir? –le pregunté con voz sorprendida y a la vez excitada.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —diciendo eso me puso la mano en mi
miembro abultado mirándome directamente a los ojos—
Por un momento, pensé que me corría allí mismo.
— ¿Quieres alquilar una habitación? –pregunté tragando saliva como pude y
deseando que aquello no fuera una broma.
Sin decir nada ella apagó el motor y se bajó del vehículo. No tardé ni un segundo en seguirla.
Cerró el coche y nos encaminamos hacia la puerta del motel.
No merece la pena contar cómo era el motel ni los detalles del registro, ni nada de eso, sólo diré
que mientras subíamos las escaleras para dirigirnos a la habitación, pude ver su trasero
moviéndose delante de mi y mi único deseo en aquel momento, fue tenerla desnuda ante mi a
cuatro patas.
Por fin llegamos a la habitación.
Pensé en desnudarla poco a poco, pero no me dejó. Antes de que me diera cuenta ya se había
quitado la blusa y la falda. De ropa interior sólo llevaba un pequeño tanga, que dejaba entrever su
coñito depilado totalmente. A pesar de la decepción de no haber podido rozar su piel mientras le
quitaba la ropa, la visión de su cuerpo casi desnudo fue un estallido de placer para mis sentidos.
Su piel era firme y parecía muy suave y sus formas eran extremadamente voluptuosas. Sentí deseos
de tirarla sobre el suelo y follármela sin más preámbulos. Pero no iba a estropear el momento
comportándome como un animal, así que refrené mis impulsos y me acerqué lentamente a ella.
Le puse la mano en la cintura para acercarla hasta mí y le di un beso en los labios. Al notar que
estos respondían abriéndose pasé a besarla con más intensidad llegando a introducir mi lengua en
su boca para jugar con la suya.
Mientras sus manos comenzaron a moverse por mi cuerpo, acariciando mi espalda de abajo arriba
y deteniéndose en mi nuca.
De repente, de un solo movimiento tiró de mi camisa y me la quitó por la cabeza. La tiró a un lado
y fue a por mi cuello atravesándolo con sus labios, mientras dibujaba círculos con la lengua,
desde la oreja hasta la clavícula alternando la dirección y los movimientos.
Sus besos comenzaron a descender hasta llegar a mis pezones y, mientras con la boca me mordía
uno suavemente, con la mano me pellizcaba el otro.
Sobra decir que a estas alturas mi empalmada era de campeonato.
Su boca siguió bajando hasta llegar a la cintura de mi pantalón, la cual recorrió de lado a lado con
la lengua.
Noté que forcejeaba con el primer botón de la bragueta, pero me sorprendió que no lo estaba
desabrochando con las manos sino con los dientes. El primero le costó un poco, pero los demás no
supusieron ningún problema para ella.
Cuando mi pantalón estuvo totalmente desabrochado se incorporó y se puso detrás. Noté su aliento
en mi nuca y, de repente, sentí cómo sus pechos se aplastaban contra mi espalda notando sus
pezones erguidos.
Sus manos aparecieron por delante y resbalaron por mi torso bajando por mi vientre y se
colocaron tímidamente sobre mi miembro erecto.
¡Quería follármela ya!
Pero, por más que lo intentaba, era incapaz de moverme. Ella sabía mover las manos y me estaba
volviendo loco con sus caricias.
Sin previo aviso y casi de forma violenta tiró de pantalón hacia abajo arrastrando tras él mis
bóxers. Se agachó y terminó de desnudarme por completo.
Se incorporó y volvió a ponerse frente a mí.
Ella aún llevaba el tanga puesto y yo la quería totalmente desnuda, así que la cogí por lo hombros
le di la vuelta y la llevé contra una pared. Apoyé una mano contra su espalda apretando su pecho
contra el muro, y la otra mano se la puse en el bajo vientre tirando hacia atrás, para obligarla a
sacar el culo. Ella tenía los brazos levantados con las palmas de las manos contra la pared, una a
cada lado de la cabeza.
En esta postura le aparté la melena hacia un lado y fui besando su nuca y sus hombros deslizando
la lengua por su espalda, cada vez más abajo, mientras mis manos recorrían sus costados, desde el
nacimiento de sus pechos hasta sus caderas.
Cuando mi boca llegó a la estrecha cinta que sostenía su tanga lo mordí y tiré de él, de forma que
mis labios iban besando sus nalgas mientras me deshacía de la prenda.
De repente, ella se dio la vuelta y me encontré con su coñito depilado frente a mi cara...no pude
evitar el impulso de besarlo y meter la lengua entre la tímida rajita que formaban sus labios. Al
hacer esto, ella no pudo reprimir un gemido de placer y noté cómo su espalda se arqueaba.
Terminé de quitarla el tanga con las manos y la obligué a separar las piernas de forma que yo
pudiese tener mejor vista del tesoro que escondía entre ellas.
Con un dedo comencé a acariciar sus labios vaginales y su clítoris, que permanecía enhiesto y
deslicé el dedo, hasta llegar a su entrada, que estaba completamente empapada. Entró sin
dificultad, así que lo saqué y metí dos, tampoco me costó hacerlo, así que intenté meter un tercero;
este ya me costó un poco y observé cómo se quejaba.
Comencé a mover los dedos dentro de ella, hacia arriba hacia abajo y también intentando abrirlos
un poco, para rozar todos los lados de su vagina. Desde mi posición, aún agachado, podía ver
tanto mis dedos en su coño como las expresiones de su cara. Ella estaba muy excitada y yo
también. Pero antes de follármela aún quería que ella hiciese algo por mi; no iba a desperdiciar
aquella boquita....
Saqué los dedos y me incorporé, ella tomó mi mano y comenzó a lamerme los dedos con lascivia,
recorriéndolos con la boca y con la lengua.
Como sigas haciendo eso, te voy a meter otra cosa en la boca – Aun no se como
pude decirle aquello así sin más, pero el hecho fue que funcionó.
Si pensárselo se arrodilló ante mí cogió mi polla con su mano y, sin preámbulos de ningún tipo, se
la metió en la boca hasta la mitad. Me pareció un poco brusco, normalmente me gusta que jueguen
con ella antes de comerla, pero en cuanto empezó a trabajármela, me olvidé inmediatamente de los
preliminares...a cada embestida conseguía introducir un poco más hasta que llegó a engullirla
entera. Cuando se la metía, lo hacía con rozamiento suave de sus labios, pero al sacarla,
succionaba y al llegar al capullo, sin sacarla por completa pasaba la lengua por la punta para
volver a introducirla. Su lengua jugaba constantemente haciendo círculos por todo el tronco. Me
estaba volviendo loco...iba a correrme en su boca...
Pero debía aguantar. Yo quería penetrar su coñito. Así que muy a mi pesar la aparté.
— ¿No te gusta como lo hago? –me preguntó levantando la mirada.
—Claro que me gusta, pero no quiero correrme todavía.
Cuando intentó levantarse, le puse la mano en el hombro para evitarlo. Me puse detrás de ella y
me arrodillé haciendo que abriese las piernas para ponerme entre ellas. Puse la mano en su
espalda y le dije que se inclinara apoyándose sobre las manos.
— ¿Qué vas a hacerme? –preguntó con voz temblorosa, tal vez un poco asustada, aunque acató la
orden.
—Relájate –le dije, para tranquilizarla, aunque enseguida supe qué era lo que ella estaba
pensando... ¡creía que la había puesto a cuatro patas para penetrarla por detrás!
La verdad, es que no se me había ocurrido...pero bien pensado, no era mala idea. Aunque yo nunca
lo había llegado a hacer, la idea me atraía mucho, sobre todo viendo su culito alzado e indefenso
ante mi.
Decidí intentarlo...
— ¿Nunca te lo han hecho? –pregunté inclinándome sobre ella para susurrarle la
pregunta al oído.
—No, eso debe de doler —contestó tímidamente.
—No te preocupes – le dije para calmarla, aunque yo también estaba un poco
nervioso– No te dolerá, te iré abriendo poco a poco.
Ella no dijo nada, así que me lo tomé como una aceptación a la propuesta.
Restregué uno de mis dedos en su coñito que estaba muy húmedo; se lo metí para que se empapara
con su flujo. Lo deslicé hasta la entrada de su ano y empecé a intentar meterlo. Se resistía a entrar
y tenía que hacerlo con mucho cuidado para no dañarla. Volví a mojar el dedo en su coño y al
meterlo por su culito entró, aunque con cierta dificultad. Ella no emitió ningún sonido, pero noté
cómo temblaban sus piernas y cómo intentaba adaptarse para tener mi pene dentro de su estrecho
culito.
Comencé a meterlo y a sacarlo con dulzura, hasta que sentí que se deslizaba con facilidad.
Entonces, mojé un segundo dedo e intenté meterle los dos al tiempo. Igual que con el primero, al
principio costó, pero, poco a poco, fue humedeciéndose y dilatándose, para dejar paso a lo que
estaba a punto de entrar en ese delicioso agujerito.
Pensé que con eso sería suficiente.
Saqué los dedos y me incliné sobre ella, para hablarle:
—Creo que estás preparada –le dije– No te he hecho daño ¿verdad?
—No, no me has hecho daño, pero, por favor, hazlo despacio.
Volví a incorporar el cuerpo y cogiendo mi polla con la mano comencé a restregarla contra su
coñito, sobre todo, la punta para empaparla bien.
Dirigí mi polla hacia la entrada, y la introduje un poco en su culito.
—Empuja tú hacia atrás si prefieres –le dije.
Ella empezó a echar el cuerpo hacia atrás, mientras yo veía cómo mi polla
desaparecía poco a poco dentro de su culo. La cogí por las caderas y comencé a empujar yo
también, pero sin querer empujé demasiado y mi verga entró por completo. Ella gritó y vi como se
encorvaba su espalda.
Perdona, ¿estás bien? –le pregunté
Ella no contestó, me pareció que intentaba calmarse. No me moví por miedo a hacerle más daño.
Al cabo de un minuto ella dijo que continuase.
Comencé a moverme lentamente dentro de ella. Al principio el dolor la hacía jadear, pero no me
pedía que parase, pero al cabo de un rato, ella misma empezó a acoplarse a mis movimientos, con
lo cual yo me animé y empecé a imprimir más fuerza y velocidad a mis movimientos. Ya no me
costaba entrar y salir de ella, aunque es cierto que era más estrecho y rozaba que un coño.
La sensación era muy excitante y estaba de nuevo a punto de correrme, pero en un momento de
lucidez me pareció que no sería justo para con ella, el que yo me corriera, así sin más...ella ahora
parecía disfrutar de la penetración anal, pero me pensé que no lo suficiente como para que tuviese
un orgasmo.
Saqué mi miembro de su culo y sin preámbulos se lo metí por el coño, con lo cual ella volvió a
arquear la espalda, pero esta vez no fue de dolor, sino de sorpresa y placer.
La penetré con furia y ella correspondía a mis embestidas, mientras que con mi mano derecha la
empujaba las caderas hacía mi para hacer mayor fuerza y con la izquierda pasaba de acariciar su
clítoris a pellizcar sus pezones. Ella estaba a punto de correrse y a mi me quedaba muy poco.
Al fin, ella llegó al orgasmo entre gemidos mientras su cuerpo se arqueaba y retorcía de placer.
Cuando creí que ella había acabado saqué mi polla de su coño y volví a metérsela en el culito,
esta vez sin miramientos, porque ya estaba abierto y la follé salvajemente, hasta que no pude
aguantar más y noté cómo bombeaba dentro de ella todo mi éxtasis...me corrí tanto que pensé que
moriría antes de acabar.
Cuando terminé dejé caer mi cuerpo sobre ella, y ella a su vez se dejó caer sobre el suelo. Así nos
quedamos, relajados y exhaustos, largo tiempo sin decir ni una palabra.
De repente, me acorde de cómo había empezado la noche y llegué a la conclusión, con una sonrisa
en los labios de que, a lo mejor, de vez en cuando, incluso los que nacíamos estrellados, alguna
vez en la vida teníamos estrella.

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