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Derechos de Autor

© Devóra Mela, 2018

Publicado por Devóra Mela en Smashwords

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son productos
de la imaginación del autor o han sido usados de manera ficticia y no deben ser interpretados
como eventos reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos actuales, locales
u organizaciones es coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, copiada o distribuida de ninguna manera sin
permiso expreso del autor, salvo en casos de extractos breves citados en artículos de crítica o
reseñas.

Todos los eventos que tienen lugar en este relato son ficticios, por lo que embarazos no deseados
o enfermedades de transmisión sexual no ocurren, a menos que formen parte de la historia. En la
vida real, tener sexo sin protección puede tener graves consecuencias permanentes; por favor,
recuerden esto y siempre usen protección adecuada y hagan pruebas necesarias para asegurar que
su pareja o ustedes mismos no sufran los estragos que pueden surgir de una enfermedad venérea
o un embarazo no planificado.

Este libro está destinado a personas mayores de 18 años, ya que contiene escenas sexualmente
explícitas. Todos los personajes en este obra son mayores de 18 años.
Por Primera Vez con la Vecina

Devóra Mela

Cuentos Cortos y Calientes


Entré al ascensor refunfuñando y tiritando del frío. No era que la tormenta de hoy me había pillado
desprevenida, pero el viento tan fuerte que lo acompañó había destrozado mi paraguas, dejándolo
completamente inútil. Dejé sus restos de alambre en un basurero camino a casa, ya que la parada
de autobús más cercana igual me dejaba a cinco cuadras de mi edificio.

Llegué mojada de pies a cabeza, lista para quitarme toda la ropa y darme una baño de agua caliente.
En cuanto las puertas del ascensor abrieron en el séptimo Piso me sorprendí al ver a un hombre
joven sentado en el suelo.

–¡Martín! ¿Qué haces allí?

El hijo de mi vecina alzó la cara al oír su nombre. Estaba sentado frente a la puerta de mi vecina,
un pequeño charco se había formado a su alrededor; a él también lo había agarrado la tormenta, su
cabello oscuro adherido en mechas mojadas a su frente.

–Olvidé las llaves en casa –dijo de modo resignado–. Si no estuviese lloviendo tanto iría a casa de
unos amigos, pero con este palo de agua llegaré navegando primero.

–Pues no te quedes ahí chico. Levántate y entra. Necesitas una ducha de agua caliente y sacarte
esa ropa mojada o agarrarás una neumonía.

–No se preocupe Señora Méndez, seguro que mi mamá llegará pronto.

–Olvídate de eso, no te puedes quedar aquí como un pollito remojado. Levántate y entra de una
vez.

Mi tono maternal y autoritario fueron suficiente para que el joven hombre se levantara del suelo y
cruzara el umbral de la puerta.

Se quedó parado en el recibo de mi apartamento, su ropa mojada goteando sobre el piso.

–Ven conmigo –le dije después de dejar mi bolso sobre la mesa y caminé hacia el lavandero que
estaba al final de la cocina. Mi secadora era un lujo, pero que bien valía la pena.

–Anda, quítate la ropa, en media hora estará seca y calentita.

Empecé a desvestirme, la tela mojada de mis pantalones adheridos a mi piel.

El hijo de mi vecina alzó las cejas asombrado, pero sin decir otra palabra me imitó. Me había
quitado la blusa cuando me giré para verlo quitarse la camiseta. Durante los instantes que la
camiseta cubrió su rostro a medida que se la quitaba, contemplé el torso joven y musculoso del
hijo de mi vecina. ¡Se había convertido en un hombre tan atractivo! Sentí un cosquilleo en mis
partes bajas al contemplarlo, y luego me reñí a mí misma por mis apetitos pecaminosos.
Los dos estábamos en ropa interior. Él usaba calzoncillos tipo bóxer y le quedaban tan bien que ya
sentí como subía la temperatura al contemplar como la tela oscura abrazaba la parte superior de
sus fornidos muslos.

Hacía tanto tiempo que no estaba con un hombre, que ahora me sentía con las hormonas de una
quinceañera al tener al hijo de mi vecina semidesnudo en mi apartamento. Él no tendría más de
veinte años, y yo casi le doblaba en edad, por donde lo miraras era incorrecto este deseo que sentía
por él, pero mi cuerpo no le prestaba atención a las normas sociales.

Sentí mis pezones endurecerse y prensar contra la suave tela de mi sostén. Llevaba puesto un sexy
conjunto de color lila y aparentemente ver mis curvas maduras y voluptuosas también estaba
teniendo un efecto sobre Martín, porque el bulto entre sus piernas empezó a hacerse más y más
grande.

Su erección se me estaba haciendo agua a la boca, quería bajarle los interiores y tragarme su verga
dura.

Despegué la vista de su entrepierna y me di una sacudida mental. ¿Qué te pasa Vicky? Pareces una
salvaje que no ha visto a un hombre atractivo en… bueno, no importa cuánto tiempo ha pasado.
Tengo que dejar de mirar al hijo de mi vecina como si fuera el helado más rico del mundo.

Cerré la puerta de la secadora y la encendí. Sin mirarlo a los ojos le dije que me siguiera otra vez.

No sé si el hecho de que estos apartamentos tuvieran solo un baño eran un verdadero problema o
se había convertido en una bendición.

Estábamos los dos en el baño, le di la espalda mientras encendía la ducha y esperaba a que saliera
el agua caliente, cuando me giré para verlo, Martín me miraba embelesado, sus dos manos
cubriendo pero a la vez sobando su innegable erección.

Este muchacho tan guapo, que podría enamorar a cualquier chica de su edad estaba tan excitado
por mí como yo por él.

Sabía que mis deseos no eran correctos, pero con cada minuto que pasaba cerca de él en esta
curiosa situación, se volvía más y más difícil de resistir. Así que cuando el vapor del agua caliente
empezó a empañar el espejo, le dije– ven, si los dos nos metemos a la ducha así, es como si nos
estuviéramos bañando en traje de baño.

Mi baño era bastante moderno, por lo que la ducha constaba de una partición de vidrio opacado
que separaba la vista del inodoro y el lavamanos. El piso de la ducha tenía una alfombrilla anti-
resbalante y con un pequeño muro de separación para que el agua no mojara el resto del baño.
Aparte de la partición de vidrio, no había más nada, ninguna cortina, ninguna puerta; simplemente
entrabas a la ducha y te colocabas bajo la cascada de agua.
Estuve unos minutos bajo el agua, primero dándole la espalda a Martín, para que pudiera ver mi
cintura y mis nalgas a su gusto. La panty que llevaba puesta era tipo cachetero, por lo que acentuaba
y revelaba mi trasero de una manera que me gustaba.

Cuando me giré, metí la cabeza bajo el chorro de agua caliente, cerrando los ojos. Pasé mis manos
por mi cuerpo, jugando con las ligas de mi sostén, reajustando la tela de las copas delicadamente,
mis senos siempre habían sido tan grandes que era inevitable que se asomaran mis aureolas y hasta
mis pezones, algo que Martín contemplaba en estos momentos, más duro que una piedra.

Creí que ya lo había provocado lo suficiente. Abrí los ojos y lo miré– puedes entrar, no te voy a
morder.

Martín tragó saliva visiblemente y con las manos aún cubriendo su virilidad entró a la ducha.

–El jabón está allí –le dije y me aparté para que pudiera meterse bajo la regadera.

Metió la cabeza bajo el torrente de agua, pero dejó sus manos donde estaban. Cerró los ojos y dejó
que el agua cayera por su cuerpo. Lo contemplé, y decidí tomar acción. Con las manos espumosas
comencé a enjabonar su pecho. Al sentir mis manos sobre su piel abrió los ojos de golpe.

–Pareces tener las manos ocupadas –le dije con picardía.

Miró a su entrepierna nervioso y dejó sus manos allí. Su respiración se volvió más rápida y sentí
su corazón bombeando desbocado en su pecho.

Quité las manos y le dije– disculpa. No era mi intención ponerte incómodo o hacer algo que no
quisieras hacer. –Estaba a punto de salir de la ducha y darle privacidad cuando replicó.

–¡No! Señora Méndez, usted no me pone incómodo. Es que… es que es tan hermosa, y verla así,
no puedo evitarlo, y no quería que se diera cuenta para no ofenderla –farfulló mirando hacia abajo.

–Cariño, ¡no me ofendes en lo absoluto! Más bien es un halago que un hombre tan guapo como tú
tenga esa reacción con una mujer como yo.

–Usted es demasiado bella Señora Méndez.

Sus palabras me conmovieron, haciéndome sentir en ese instante como la mujer más bella y
deseada del universo.

Me paré de puntillas y apoyando mis manos nuevamente sobre su pecho me acerqué y besé su
boca. En cuanto mi lengua traspasó la barrera de sus labios, Martín gimió necesitado, nuestras
lenguas enredándose en un beso apasionado.

Mientras nos besábamos, bajé las manos hasta las suyas, las agarré y las llevé a mis nalgas. Al
concederle este permiso, el hijo de mi vecina las agarró con voracidad. Manoseando y estrujando
mi carne con ardor.
Al agarrarme así por el culo, presionó mi vientre contra su erección. El calor líquido de mi
excitación se deslizó por mi canal al sentir su rigidez. Mis dedos jugaron con la liga de sus
interiores, hasta deslizarse bajo la prenda y agarrar la firme carne de sus nalgas. Nuestros juegos
avivaban el deseo que nos consumía. involuntariamente, Martín empezó a refregar su erección
contra mí.

Desabroché mi sostén y me liberé de la prenda que sujetaba mis grandes senos; mis pezones se
estremecieron al arrastrarlos por el pecho de Martín, quien al darse cuenta que tenía las tetas
descubiertas, las agarró con ambas manos con emoción.

Las apretaba y estrujaba excitado, un poco inseguro de lo que debía hacer.

–Chúpamelas.

Cubrió uno de los picos de mis senos con la boca, los dos gemimos cuando succionó mi sensible
carne. Lamía la punta de mi pezón, luego lo pellizcaba entre sus labios, cuando apenas me mordió
delicadamente sentía como mi clítoris palpitaba de deseo. Mientras se dedicaba a adorar mis tetas
con su boca voraz, extendí el brazo hasta hallar su rígida longitud.

Empuñé su verga en mi mano, gozando el sentirlo resollar contra mi pecho cuando acaricié su
corona, esparciendo la humedad del líquido preseminal que manaba de su abertura con mi pulgar.

Mientras más lo tocaba, más frenético me chupaba las tetas. Con ganas de darle un encuentro
inolvidable, me separé suavemente de él, y me arrodillé sobre el piso de la ducha.

–¿Alguna vez te lo han mamado?

Martín negó con la cabeza. Entonces deslicé su ropa interior hasta sus tobillos y contemplé su
erección apuntando hacia mi rostro.

–Estoy segura que esto te va a gustar cariño –y envolví su glande hinchado con mis labios,
saboreando la textura lisa de su corona rosada, impregnando mi boca con el sabor salado de su
excitación.

Me agarré de sus muslos fuertes, sintiendo como temblaban de placer al chupar su virilidad. Tardó
poco en recuperar el equilibrio y llevar sus manos a mi cabeza, sujetándola mientras mecía la pelvis
de adelante hacia atrás, regodeándose en el acto de follarse mi cara.

Su verga hinchada llegaba hasta el fondo de mi garganta, ocasionalmente despertando el instinto


de arcada, pero cuando eso sucedía, solo sentía el deseo perverso de tragar aún más de su gruesa
longitud.

Mientras más se lo chupaba más rápido se movía; notando que estaba cerca de acabar, lo saqué de
mi boca, frenando en seco su placer. Gruñó frustrado por la interrupción, pero solo sonreí con
picardía al ponerme nuevamente de pie.
Apagué la regadera, me quité la prenda que me quedaba y lo tomé de la mano.

–Ven conmigo.

Lo guie hasta mi habitación, nuestra piel estaba húmeda de la ducha, y sin prestarle importancia
lo llevé hasta mi cama, suavemente empujando sus hombros para que se acostara sobre ella.

–¿Te gustó como te lo estaba chupando en la ducha?

–Sí Señora Méndez –exhaló, su verga surgiendo entre sus piernas, más tiesa que nunca, palpitando
con el deseo de liberar el placer que le había negado.

Me arrodillé sobre la cama, cerca de su cara.

–A mí también me gustaría que me la chuparas.

–¡Por supuesto! –exclamó, deseoso de complacerme.

–Si me la chupas muy rico, yo te lo voy a chupar a ti también. –Sus ojos centellearon de emoción–
. ¿Alguna vez has hecho un 69?

–Nunca he hecho… nada de lo que estamos haciendo Señora Méndez.

Me paralicé un momento al darme cuenta de lo que me estaba diciendo.

–¿Quieres que continuemos?

–¡Sí! ¡Por favor!

Con eso dicho, sentí la responsabilidad de asegurarme que su primera vez fuera una experiencia
inolvidable; así que me senté lentamente sobre su rostro impaciente, su cara entre mis rodillas. Su
lengua hizo contacto con mi abertura y comenzó a lamer mi raja con gula, saboreando la crema
que su joven y entusiasta presencia había despertado.

Ahora era yo quien refregaba mi sexo contra su boca golosa, masturbándome con su lengua que
no dejaba de lamer mi intimidad necesitada. Mientras más me estremecía con sus actos, más seguro
se volvía. Manoseaba mis nalgas con ambas manos, separándolas y tanteando la grieta de mi culo,
hasta llevar un dedo atrevido al círculo oscuro de mi ano. Ese sencillo acto me enloqueció, terminé
de inclinar mi cuerpo sobre el suyo y me atraganté con su miembro duro, se lo mamaba desaforada,
y el compartía la intensidad de emoción devorando mi coño, lamiendo mi pepita y mi raja, mientras
su dedo acariciaba el anillo cerrado de mi ano.

–¡Méteme el dedo en el culo papito! –exclamé.


Al traspasar mi esfínter el orgasmo estalló desde mi centro contrayendo todos mis músculos.
Chupaba su verga desesperada por el éxtasis que irradiaba por mi cuerpo, mis gemidos mitigados
por su carne invadiendo mi boca.

–Voy a acabar Señora Méndez –apenas dijo contra mi carne cuando su verga se prensó entre mis
labios y sentí el primer chorro de su leche salada bañar mi lengua y bajar por mi garganta a medida
que tragaba cinta tras cinta de semen cálido y espeso que brotaba de su corona.

Ambos quedamos deliciosamente extenuados, cuando pude recuperar el control de mis


extremidades temblorosas, me recosté a su lado. Martín me acercó a él con su brazo y acuné mi
cabeza sobre su pecho. Sentía los latidos acelerados retumbando en su pecho. Permanecimos allí,
desnudos sobre mi cama, estaba tan a gusto y satisfecha que en un momento cuando cerré los ojos,
sin darme cuenta, me quedé dormida.

La lluvia aún se oía caer fuera de la ventana; estaba saliendo de la bruma del sueño cuando percibí
lo que me despertó. Una boca cálida besaba mis mejillas, mis labios, mi cuello. Una lengua trazó
un camino húmedo hasta mi pecho, lamiendo mis pezones sensibles, chupando la voluptuosa carne
de mis senos; entonces sentí la deliciosa ráfaga de placer que me había arrancado de mi profundo
sopor, un dedo curioso entraba y salía de mi abertura resbaladiza, para luego salirse y frotar el
nudo excitado de mi clítoris. Luego volvía a hundirse en mis pliegues, estimulando mi canal,
untándose con mi humedad.

–Qué rico se siente eso –murmuré aún con los ojos cerrados.

–Lo siento Señora Méndez, pensaba dejarla dormir, pero verla desnuda, y después de todo lo que
hicimos… quería sentirla un poco más.

–Gracias cariño, lo que estás haciendo se siente divino –dije y abrí los ojos para mirarlo, en su
expresión veía una combinación de nervios y lujuria.

Enredé mis dedos en su cabello y acerqué su rostro al mío, besándolo con el deseo repotenciado.
Monté una pierna sobre la suya, buscando atraer el resto de su figura a la mía. Por sus movimientos
era obvio que eso era exactamente lo que él quería. Se rodó sobre mí, arrodillado entre mis piernas.
Sentí su erección tanteando mi entrada.

–¡Qué ganas de sentirte papito! Por favor métemelo. ¡Quiero que me lo metas todo y me hagas
tuya!

Me besaba con voracidad y me deleitaba al sentir su peso sobre el mío, su pecho aplastando mis
tetas, sus caderas entre mis piernas, tentándome con la promesa de sentir su verga llenándome
hasta rebosar. Abrí aún más las piernas y acerqué mi sexo mojado al suyo. Metí la mano entre
nuestros cuerpos y lo guie a mi abertura.

Al encontrarse bien colocado, se enterró dentro de mi cuerpo como una espada.

–¡Qué caliente está! –gimió contra mi boca.


El instinto se adueñó de su inexperiencia y comenzó a bombear dentro de mí con un ritmo exaltado,
nuestras pelvis chocando con un sonido rítmico mientras su verga hinchada entraba y salía de mi
canal mojado.

Comencé a contraer mis músculos interiores, succionando su miembro que empalaba mi coño sin
clemencia. A medida que mi canal se contraía alrededor de él, redujo su ritmo desaforado.

–¡Ay Dios, qué bien se siente Señora Méndez!

Enderezó su postura, estaba de rodillas entre mis piernas, su verga dura estirando mis labios
alrededor de su grosor.

–¿Te gusta cuando te hago esto? –pregunté a la vez que volvía a contraerme alrededor de su asta.

El hijo de mi vecina se mordió el labio, mudo de placer mientras miraba hacia abajo, contemplando
la fusión de nuestros cuerpos.

Parecía hipnotizado por lo que veía, porque ahora entraba y salía lentamente de mi cuerpo,
observando como mi coño engullía su longitud. Su verga me llenaba a la perfección, rozando todos
los recovecos que me dan placer.

Su cuerpo era una promesa de virilidad y juventud, sentía como me rejuvenecía, llenándome de
vida con esta nueva intimidad. Con un mano empecé a tocar mis senos y la otra llegó hasta mi
clítoris. Continuaba succionando su verga mientras mis manos se encargaban de estimular otras
partes de mi cuerpo.

–Usted es la mujer más increíble que he conocido Señora Méndez –dijo Martín con sinceridad
mientras me asía por las rodillas para tener un mejor agarre de mi cuerpo mientras me penetraba.

–Es demasiado sexy –continuó, metiendo y sacando su verga de mi cuerpo.

Del ritmo pausado íbamos acelerando cada vez más, sus estocadas volvían a ser más rápidas a
medida que me frotaba con más velocidad.

–¡Ay Dios! –exclamé, al sentir el innegable cosquilleo creciendo en mi interior–. ¡Voy a acabar
Martín! ¡No pares! ¡Por favor no pares! –grité desesperada, contoneando las caderas, frotando mi
pepita, mis tetas bamboleando sobre mi pecho a medida que el hijo de mi vecina me sujetaba duro
por las rodillas y enterraba su verga dura una y otra vez en mi coño.

–¡Ay sí! ¡Sí! ¡Así papito! ¡Qué rico me lo haces! ¡Estoy acabando!

La llegada y estallido de mi orgasmo hacía que el volumen de mis gemidos escalara.

Mi coño abrazó su verga con la intensidad rítmica e inclemente de mi orgasmo, obligándolo a caer
por el abismo de placer junto conmigo.
–¡Voy a acabar Señora Méndez! ¡Voy a acabar!

Disparó un chorro de semen en mi interior antes de sacarlo y vaciar su semilla sobre mí. Era tan
excitante ver como manaba cinta tras cinta de leche blanca y viscosa, pintando mi vientre, mi
abdomen y mis tetas con su semen.

Se acostó jadeando a mi lado. Cuando se había recuperado, preguntó, mirando donde me había
marcado con su esencia– ¿Eso estuvo bien?

–Muy, muy bien –respondí con voz seductora y luego lo besé en los labios. – Pero creo que
necesitaré otra ducha. –Martín sonrió al captar el doble significado de lo que le acababa de decir.

FIN
Acerca del Autor
Devóra Mela vive en una ciudad sobrepoblada de Latino América. En las noches, antes de
dormir, le gusta leer relatos eróticos cortos y calientes que la exciten rápidamente.

Ahora escribe sus propios relatos de lo que ella quisiera leer. Espera que también te excites con
el producto de su imaginación.

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