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Tapizada como está nuestra Historia con mentiras de todo tipo, vivimos una fase
del engaño que mutó también mediáticamente hacia lo que parece un nuevo
“callejón -ideológico- sin salida”. Sin dejar de ser un gran negocio. Una nueva-vieja
mercancía de la propaganda dominante disfrazada de “filosofía” para incautos, nos
ha convertido en consumidores voraces de falsedades para enseñarnos a admirar
nuestro despojo y explotación como obra “maestra” de un sistema cuyo sentido no
se limita a producir pobres sino, también, seres engañados y dóciles.
En su modalidad más descarnada dicen que harán lo que jamás veremos y juran no
hacer todo lo que, después, hacen para ahogarnos. Juran terminar con la
“inflación”, juran “no endeudar a los pueblos”, prometen “pobreza cero”… en el
colmo de las falacias de “campaña” enfatizan su “odio a la corrupción” para
esconder sus complicidades con los paraísos fiscales y con las mafias financiaras.
Se yerguen como adalides de la “renovación” para articular las más rancias formas
del saqueo y la explotación, mientras culpan a otros de las canalladas que ellos
mismos tienen preparadas para su “gestión”. Así ganan elecciones, feligresías y
defensores. Lo falso promovido como real.
Ese realismo con que se desgarran las vestiduras para mentir, presenta al mundo
como un casos sobre el cual la única solución son ellos con sus mentiras, casi
siempre estrambóticas, y se las impone, cronométricamente, como la verdad
publicitaria suprema que se financia en su mundo con “rating”. Esa lógica del
engaño ideada por los laboratorios de propaganda política para resolver la trama
del capitalismo, y sus crisis, viene en capítulos de falacias. Y eso embelesa a
muchos por comodidad individualista. Mentir pasó a ser un gran negocio y dejarse
engañar un evento que no exige esfuerzo. Algunos creen ver en “las falacias
oligarcas” la escuela sacrosanta del “pragmatismo” para darle estatus a lo que es
un fraude premeditado por los farsantes que juegan al póker con todas las cartas a
su favor. Nadie se engañe, no es la realidad, es una ficción, a veces muy forzada,
barnizada con realismo narrativo. Y tiene adeptos voluntaristas entre sus víctimas.
Y todo eso sirve, además, para esconder la realidad de un mundo donde la
industria imperialista más importante es la fabricación de armas; para esconder
las conductas delincuenciales de no pocos negocios ilegales (cuarteles de guerra
psicológica); el tráfico de drogas, armas y personas. Una realidad a la que la
inmensa mayoría de los seres humanos está sometida por una minoría
pavorosamente armada y experta en engañar. Una realidad en la que, por otra
parte, crece el malestar, avanzan las revoluciones y hay hambre de ideas para
derrotar al capitalismo. Se moderniza un arsenal con los dispositivos tecnológicos
y psicológicos más avanzados en la ruta de reprimirnos ideológicamente con la
historia de que “todo es mentira”, de que hay que resignarse y de que hay que
disfrutarlo.