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Del lumpen
Por José Rafael Herrera - mayo 12, 2022

APÓYANOS

“Those who do not remember the past are condemmed to repeat it”. George
Santayana, Life and Reason

La palabra “lumpen” tiene su origen en la voz alemana Lumpenproletariat. Su


traducción literal al español es “proletariado en harapos”. Se trata de un término
acuñado por Karl Marx, primero, en la Ideología alemana y, más tarde, en el
Dieciocho de Brumario de Luis Napoleón Bonaparte. El lumpen es definido por Marx
como ese grupo social que, aunque proviene del campo, vive en los márgenes de la
ciudad, en las que intenta mejorar su suerte. Y en ellas va formando los llamados
“cinturones de miseria” que las circundan. De hecho, son individuos socialmente
degradados, carentes de formación, que viven del día a día, a la espera de un
afortunado zarpazo. Su subsistencia depende o de la caridad, pública o privada, o de
labores genéricas puntuales o de la prostitución o del crimen. Carentes de medios de
producción e incapacitados para asumir los requerimientos técnico-instrumentales
que impone el mercado laboral, su conciencia social, ciudadana, resulta inexistente.
Ha sido reducido al instinto primitivo de sobrevivencia. Sus móviles son el
resentimiento y la venganza. Estas son las palabras de Marx: “vástagos degenerados
y aventureros, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de
galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores,
alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros,
traperos, caldereros, mendigos”. Fueron ellos los que marcaron la pauta durante el
mandato de “el sobrino del tío”, Luis Napoleón Bonaparte. Y son quienes hoy hacen
las delicias del “ahijado de Il Padrino”, Nicolás Maduro.

La cuestión de la educación estética no es cosa de “segundo plano”, aunque muchos


no lo comprendan y, por eso mismo, le resten importancia. Como dicen las
Escrituras, “conocimiento implica dolor”, porque mientras más se sabe más se sufre.
Es bien conocido el papel preponderante del Pathos en la teoría platónica del
conocimiento. Hegel, pensador de la libre voluntad como resultado de la historia,
retoma las pulsaciones del mundo clásico antiguo cuando sostiene que “las cosas
vivas tienen, respecto de las no vivas, el privilegio del dolor”. De ahí proviene el
hecho de que el saber implique responsabilidad. La condición adulta del saber es
propia del compromiso de todo ciudadano libre. El saber se identifica con la libertad.
Pero la libertad es el resultado de una ardua y dolorosa conquista, que implica la
necesidad de asumir un alto grado de responsabilidad, del estar consciente y en
plena posesión de la necesaria madurez que, no obstante, muchos nunca llegan a
alcanzar, precisamente a consecuencia de la ignorancia que, no pocas veces, es
inducida por quienes sustentan el poder. Y así como ocurre con los individuos ocurre
con las sociedades. Es por eso que el populismo prende tan fácilmente entre quienes
no han sabido cultivar su espíritu. Y a medida que aumenta la pobreza espiritual el
lumpen gana terreno y se va sintiendo a sus anchas.

La pretensión de sustituir el saber por las meras representaciones es sinónimo de


osadía pueril, de volubilidad y maleabilidad, pero, sobre todo, de servil heteronomía.
Son esos los infantes, sargentones cuarteleros, dispuestos -al modo de Eichman- a
obedecer “cumpliendo instrucciones”, sin razón que los asista, a no ser la exclusiva
“razón” que dan los billetes verdes manchados de sangre. Son los que “se las saben
todas”: los sabihondos sin estudio ni formación, los repetidores de frases hechas sin
causa ni fundamento; o los que lanzan políticos al vacío y disparan a discreción con
macabra frialdad, con absoluta indiferencia. Son los que llegan a creer que “el
pueblo” son los cuatro o cinco compinches del barrio, los mal-andros (hombres de
mal), alegres cómplices de sus felonías. La ignorancia es cándida, “feliz”,
precisamente porque no sabe. Poner el destino de lo que fue un país en manos de los
“más alegres”, los más indiferentes ante el dolor, los “milicianos” del régimen -¡oh,
vergüenza!-, para formar el “coro de vicios” al que pomposamente osan llamar
“Estado”, produce, más que preocupación, un profundo dolor, una profunda
indignación.

Las mamarrachadas no pueden ser fundamento más que de la ridiculez. Venezuela


no merece seguir en manos de semejantes bufones impíos. Si es verdad que “se saca
el pasajero por la maleta”, bastará con soportar alguna de las insufribles alocuciones
de Maduro o de Cabello para caer en cuenta de la estrecha relación que existe entre
conocimiento y dolor. Hace algunos años, un tal “Cara’e Mango” -salido de las
inmarcesibles filas del lumpanato- se ofrecía como ministro para recomponer “los
motores” de la economía. Su “logos” consistía en que llegasen completas al barrio las
trescientas bolsas “clap” que el régimen enviaba y no las ciento cincuenta que, al
final, terminaban llegando. Nel mezzo del camin, Dante dixit, misteriosamente se
desaparecía la mitad de la carga. Pero gracias a las gestiones “anti-robo” de las
bolsas de alimentos que “Cara’e Mango” ofrecía, no sin conocimiento de causa, el
barrio superaría “todos” sus problemas. “Barriga llena, corazón contento”. Primum
vivere, deinde philosophari. Después de conocer tales argumentos, se comienza a
sospechar que el grave problema que padece Venezuela es, esencialmente, de
pobreza espiritual. ¡¿Y quién sabe?! Tal vez “Cara’e Mango”, en virtud de tan arduas
gestiones macroeconómicas, pudiese llegar a ser postulado por el gansterato
madurista como candidato al premio Nobel de Economía.

Claro que, además de los “Cara’e Mango” y los “Cara’e Tabla” que pululan en las filas
del narco-régimen, hay muchos otros de similar tenor y valía, que se proponen
decretar el cese de la “guerra económica” y, con ella, de la astronómica estanflación
que, como se sabe, provocaron los dueños de los abastos y panaderías -¡esos
“grandes burgueses” vinculados con las transnacionales imperialistas!-, con el fin de
destruir el “aparato productivo”, el comercio y la banca. El régimen nada tuvo que
ver con eso. Un día, Venezuela amaneció sin papel higiénico, sin que todavía se
tenga noticia de lo que pasó. Y de ahí en adelante los productos de consumo
comenzaron a ser devorados por algún hoyo negro, tal vez puesto sobre la geografía
venezolana por el imperialismo. No fue Chávez, ni Maduro ni sus secuaces.
Simplemente, “alguien” -el “enemigo externo”- destruyó la economía del país. Y
menos lo son de la más escalofriante y aterradora corrupción que haya tenido el ex-
país en toda su historia. ¡No señor!, fueron los tenderos, los panaderos, los fruteros,
los ferreteros, los farmacéuticos, para no decir de los mecánicos, entre otros,
quienes, junto con “el Pelucón”, y su macabro plan terrorista de desabastecimiento,
crearon toda esa “sensación de crisis” inflacionaria que, en realidad, muy en el
fondo, nunca existió. Y menos ahora que “Venezuela se arregló”. Porque la verdad es
que la hubo, pero, en realidad, nunca la hubo. Y si la hubo, a consecuencia de la
“guerra económica”, ¿cuál es el problema? ¿Cuántos países se pueden dar el lujo de
tener como presidente a “Superbigote”? A la larga, todo se resolverá, desde los
problemas del robo de los cables del “ferro”, pasando por “el tema” de la gasolina,
las comunicaciones y la interconexión, el “sabotaje eléctrico”, el suministro de agua,
la aprobación del “salario único”, la industria del secuestro, la definitiva desaparición
de esa chocante meritocracia y de la autonomía universitaria, la dotación de
medicamentos para los hospitales, la repartición de lo que queda de propiedad, la
recolección de la basura en todas las ciudades y pueblos, el transporte público, la
potabilización del río Güaire, el golpismo mediático que aún persiste, los cráteres en
calles y aceras, el olor a orine. O sea, todo, “hasta el infinito y más allá”. Y, por
supuesto, finalmente tendrá lugar el fin de la historia, el último gran episodio de la
última y definitiva satrapía de la historia patria. Parafraseando Kant: “del lumpanato
que nos libre Dios, que del populismo me libro yo”.

@jrherreraucv

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