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El arte de la mentira política

José Woldenberg [1]

Quienes develaron la época de la posverdad descubrieron el hilo negro o el agua tibia.


Inventar realidades, falsear los hechos, alterar la verdad es tan viejo como el debate
público. Mentir para seducir al respetable, tender una cortina de humo sobre la realidad,
alcanzar fines particulares que se presentan como objetivos colectivos, es una práctica tan
vieja que es difícil rastrear sus orígenes y a sus practicantes más destacados.
           En 1712 apareció en Londres un folleto anónimo anunciando la próxima publicación
de un “Tratado ciertamente curioso que se propone mediante suscripción”. Se trataba de
una obra en dos volúmenes sobre “el arte de la mentira política”. Esa magna obra nunca
apareció, pero el folleto que hacía una detallada reseña de los capítulos del presunto primer
volumen no tiene desperdicio. El librillo, con un marcado tono irónico, se le atribuyó a
Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, aunque hoy sabemos que lo escribió uno
de sus cuates, John Arbuthnot, médico de la reina y profesor de matemáticas. Así que no
deja de ser curioso que un panfleto sobre el arte de la mentira estuviera, durante un largo
tiempo y gracias a las cadenas de rumores, contaminado por un escamoteo de identidad.
            Incluso en el libro donde hoy aparece el texto en español, en la portada y
contraportada se sigue presentando como su autor a Swift, a pesar de que en el ensayo
introductorio de Jean-Jacques Courtine se aclara que la autoría es de Arbuthnot. Lo que
ratifica que las mentiras pueden sobrevivir por largo tiempo, aun cuando se conozca que lo
son. [2]
       La argumentación parte de la siguiente premisa: “La mentira política es el arte de hacer
creer al pueblo falsedades saludables”. Hay, al parecer, una necesidad de creer y por lo
tanto es necesario alimentarla. Y no es muy difícil. Lo complicado es lo contario. “Se
requiere más arte para convencer al pueblo de una verdad saludable que para hacer creer y
aceptar una falsedad saludable”. De tal suerte que el político no debe esforzarse en
convencer con argumentaciones complejas que intenten comprender la enredada realidad,
sino ofrecerle al público una papilla sencilla y digerible: “una mentira saludable”.
           Y para anular desde el inicio una pretensión irrealizable, se establece que “no existe
ningún derecho a la verdad política”. El pueblo está hecho para confiar y resulta un
despropósito desear su instrucción. Es más, argumenta el autor, “la abundancia de mentiras
políticas es una distinción clara de la verdadera libertad inglesa”. Así, el círculo se cierra. A
nombre de la libertad cada quien tiene derecho de proclamar su verdad lo que en buen
español quiere decir su mentira. Vale lo mismo el dicho sustentado en información
confiable que el falso, la argumentación racional que la ocurrencia delirante. La báscula
para medir el éxito es la aceptación popular.
           Hay muchas clases de mentiras, pero incluso aquéllas que “traspasan los niveles
habituales de lo verosímil” pueden ser muy útiles. Hay las que “espantan e infunden terror”
y otras que “animan y enardecen”. Hace trescientos años, atribuirle pretensiones aviesas
contra Inglaterra al rey de Francia, según el folleto, funcionaba muy bien para asustar con
el petate del muerto.
            Los partidos, al parecer, contaban entre sus filas con “los hombres más viles y los
genios más miserables” encargados de difundir mentiras. Eran “los folletinistas y gacetero
(…) que no teniendo ningún otro mérito” florecían como los portavoces de los conjuntos en
pugna.
           Y como si estuvieran hablando de Twitter, apuntaba: “Siempre (hay) algunas
personas dotadas de gran credulidad (…) A estas personas competerá difundir lo que los
otros han acuñado; ya que ningún hombre suelta y expande la mentira con tanta gracia
como el que se la cree”. Proponía “sondear la credibilidad de los presentes” con alguna
mentirijilla, para observar quiénes se la tragaban y, de seguro luego, paulatinamente,
digerirían los demás embustes. Una buena fórmula para multiplicar su impacto era que
fueran “sincrónicas y combinadas”: “Que varias personas, acordadas entre sí” soltaran “al
mismo tiempo la misma mentira en distintos lugares”.
            Un subgrupo de mentira es el de las promesas que, como por definición son a
futuro, es difícil contradecir. Pero no es complicado distinguirlas porque normalmente
quienes las hacen “os ponen una mano sobre el hombro, os abrazan y achuchan, os sonríen,
os hacen reverencias”.
            El tratado nunca apareció. Es una lástima. Se trató de una ficción que dio paso a un
librillo que entre bromas y veras señaló una de las debilidades mayores de la relación entre
gobernantes y gobernados. Y si lo anterior no fue producto de la pluma de Swift, lo
siguiente sí: “Considerando la natural propensión del hombre a mentir y de las
muchedumbres a creer, confieso no saber cómo lidiar con esa máxima tan mentada que
asegura que la verdad acaba imponiéndose”.

[1] Woldenberg, José. “El arte de la mentira política”. Nexos, 1 de octubre de 2020.


https://www.nexos.com.mx/?p=50306
[2] Swift, J. y Condorcet de, N. El arte de la mentira política / ¿Es conveniente engañar al
pueblo?, Diario Público, España, 2010.
Contra la posverdad

Carlos Sabín [1]


Instituto de Física Fundamental (IFF) del CSIC

La física estadística, las matemáticas y los algoritmos de aprendizaje automático son


fundamentales para, por un lado, describir las nuevas dinámicas de lainformación en las
redes sociales y, por otro lado, para ayudar a corregir sus problemas, como la propagación
masiva de desinformación y noticias falsas.
La cultura de masas se canaliza ya fundamentalmente a través de Internet y las redes
sociales. En un principio, este fenómeno fue recibido con júbilo casi unánimemente por su
potencial en la democratización del conocimiento, pero no ha tardado en mostrar también
graves problemas. La degradación de la calidad dela información es quizá el más
importante de ellos, hasta el punto de que en los últimos años venimos discutiendo sobre la
era de la "posverdad",concepto que alude a la creación de climas generales en los que los
hechos son menos importantes que las emociones y las creencias a la hora de formar
opiniones. En este contexto, y recordando a Umberto Eco, no es difícil reconocer a nuevos
apocalípticos, que se oponen a los avances tecnológicos y las nuevas formas de
comunicación, y a nuevos integrados, que las celebranacríticamente. Es preciso recordar
también las soluciones que proponía Eco:intentar entender los nuevos aspectos de la
cultura, para aprovecharnos de las nuevas posibilidades y proponer cómo mejorarla. Esto
requiere de mecanismos que ya no atañen sólo a las ciencias sociales, sino también a las
matemáticas, la física estadística, la informática y la inteligencia artificial.
En realidad, el problema lleva ya varios años sobre la mesa de muchos científicos,
en relación con el fenómeno de las “cámaras de eco”: comunidades de usuarios con fuerte
polarización ideológica y sentimental que apenas entran en contacto con el "mundo
exterior" a ellas, lo cual refuerza la mencionada polarización y aumenta la exposición a la
desinformación. Un grupo de científicos altamente interdisciplinar (físicos, matemáticos,
estadísticos e informáticos) dirigido por Walter Quattrociocchi en la Escuela de Estudios
Avanzados sobre Instituciones, Mercados y Tecnología de Lucca, en Italia, ha venido
obteniendoresultados muy interesantes en los últimos años sobre las dinámicas delcontagio
social en diversas redes sociales, como Facebook, Twitter y YouTube.Por ejemplo, tras
analizar sistemáticamente con algoritmos de aprendizaje automático (machine learning)
cientos de miles de entradas de medios ingleses en Facebook relacionadas con el Brexit (en
los meses previos al referéndum), los investigadores italianos detectaron dos comunidades
perfectamente diferenciadas, constituidas por el 40 y el 60 por ciento de los individuos,
respectivamente, que apenas interaccionan o comentan lo que ocurre en la otra comunidad.
Estas comunidades constituyen “universos paralelos” en los que un mismo concepto
provoca sentimientos completamente distintos (1).
En otro estudio, realizado por el grupo de Quattrociocchi para Il corriere della sera
antes del referéndum realizado en Italia en 2016, los investigadores volvieron a confirmar
la aparición de dos comunidades diferentes en Facebook, sin apenas contacto entre sí,
repartidas aproximadamente entre un 70-80% para una y 20-30%para la otra. El estudio
muestra que el 20% de las interacciones con noticias sobre el referéndum, eran
interacciones con noticias falsas, que se relacionaban sobre todo con la comunidad
minoritaria. Teniendo en cuenta que Facebook es la fuente principal de información para un
número creciente de personas (el 35% de los italianos, por ejemplo), los resultados son
especialmente preocupantes, ya que sugieren que una cantidad nada despreciable de la
población se informa casi exclusivamente con noticias falsas.
Los modelos matemáticos para la dinámica de las opiniones en la sociedad tenían
casi siempre como objetivo la explicación de la aparición del consenso, es decir, un estado
del sistema en el que todas las personas tendrían una opinión parecida. Pero ante el
fenómeno de las cámaras de eco, hay que buscar modelos matemáticos que sirvan para
describir la nueva realidad. Y eso es precisamente lo que hace este mismo grupo de
investigadores (2). En estos nuevos modelos, no sólo hay "sesgo de confirmación"
(confirmation bias), es decir, atracción por aquellas opiniones suficientemente parecidas,
sino también "polarización",esto es, repulsión por las opiniones discordantes. Los modelos
basados en estas características son capaces de predecir la aparición de cámaras de eco.
Esto es particularmente importante, ya que la manera en la que funcionan en la actualidad
las redes sociales está basada precisamente en la polarización y el sesgo de confirmación,
favoreciendo la interacción entre individuos con opiniones y sentimientos parecidos.
Además de la caracterización del fenómeno, las herramientas científicas también
nos pueden enseñar cómo combatirlo. Por ejemplo, usando algoritmos de aprendizaje
automático que extraen y analizan el contenido semántico y estructural de una entrada de
Twitter, el porcentaje de acierto en la detección de noticias falsas llega a ser tan alto como
un 91% (3). Mientras se desarrollan completamente estas herramientas, sin duda lo más
eficaz sería la responsabilidad individual: no compartir información cuya veracidad no está
garantizada. Sin embargo, esto es quizás lo más difícil de todo: la mentira se propaga más y
mejor que la verdad,como demostró un estudio publicado en Science en el año 2018.

REFERENCIAS
1. Del Vicario, M., Zollo, F., Caldarelli, G., Scala,A., Quattrociocchi, W. “Mapping social
dynamics on Facebook: the Brexit debate”.Social Networks 50, 6 (2017). Versión en
acceso abierto: arXiv: 1610.06809.
2. Del Vicario, M., Scala, A., Caldarelli, G., Eugene Stanley, H., Quattrociocchi,W.
“Modeling confirmation bias and polarization”. Scientific Reports 7, 40391 (2017).
3. Del Vicario, M., Quattrociocchi, W., Scala, A., Zollo, F. “Polarization and Fake News:
Early Warning of Potential Misinformation Targets”. TWEB 13, 10 (2019). Versión en
acceso abierto: arXiv: 1802. 01400.
_____________________________________________________________
[1] Sabín,C. (2020). “Contra la posverdad”. Revista SEBBM. Publicación online, marzo de
2020. DOI: http://dx.doi.org/10.18567/sebbmdiv_RPC.2020.03.1
Parábola del pan

Juan Villoro [1]

Los gobiernos del mundo anuncian recortes a la cultura en nombre de la economía (ser
supremo de la teodicea contemporánea). La paradoja es que la gente sobrevive al encierro
gracias a la cultura. Desde hace siglos, el esfuerzo de lavar la ropa se supera cantando.
Churchill aseguraba que Gran Bretaña ganó la guerra por no haber cerrado los
teatros. Un pueblo que representa Hamlet durante los bombardeos no puede ser vencido. La
afición del primer ministro por la pintura y la literatura fue vista por sus colegas como una
extravagancia similar a su ingesta de puros y whisky, y tuvo algunas repercusiones
imprevistas (el nombre de la banda de jazz-rock Blood Sweat and Tears surgió del más
inflamado de sus discursos y la academia sueca perfeccionó su lista de errores al concederle
el Premio Nobel de Literatura). La contradictoria y carismática figura del legendario
bulldog inglés no dejará de inspirar películas y series de televisión. Más allá de las
circunstancias de su vida, conviene rescatar una de sus convicciones: la política carece de
sentido al margen del arte. Hace unos días, en una carta al ministro de Cultura de España, el
director de teatro Lluís Pasqual recordó una frase de Churchill: "Si sacrificamos nuestra
Cultura... ¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?".
¿Tiene sentido salir del encierro en países sin teatros, galerías, librerías o salas de
conciertos? Los artistas no parecen prioritarios en tiempos de emergencia. Se les suprimen
apoyos, ignorando que la gente necesita gratificación estética. En tiempos desprovistos de
grandeza nadie toma una tribuna parlamentaria con el ánimo de Churchill, por no decir con
su retórica.
Y, sin embargo, la crisis se sobrevive gracias a que las personas imaginan. Para salir
del presidio mental, unos comparten memes, gifs o tuits, otros recitan poemas, se disfrazan,
cantan, conversan por teléfono o Skype, sueñan, escuchan los sueños de otros. Miles de
artistas han regalado en línea sus obras de teatro, sus películas, sus libros, sus conciertos.
La especie resiste a través de formas de representación de la realidad (eliminadas de los
presupuestos públicos como la parte más prescindible de la realidad).
En "El gran inquisidor", capítulo de Los hermanos Karamázov, Dostoyevski
reflexionó sobre el eterno dilema de las prioridades humanas. Iván, el hermano intelectual,
cuenta una parábola a Aliosha, el hermano religioso. En el siglo XVI, un viejo inquisidor
sevillano vuelve a ver a Cristo y lo apresa porque su regreso pone en entredicho las
enseñanzas de una Iglesia que se ha apartado de su prédica. El anciano explica al mesías el
peor de sus errores. Cuando oyó la voz de Dios en el desierto, pudo haber pedido cualquier
cosa. El Padre Eterno le ofreció concederle pan para toda la humanidad. Así, Jesús podría
alimentarla por siempre, controlar su economía, someterla a su yugo. Su respuesta fue
desconcertante: "No sólo de pan vive el hombre". ¿A qué se refería? Jesús prefirió
promover la libertad, aun a riesgo de que se usara en su contra. Ya en la cruz, pudo haber
acudido a un milagro, subir al cielo escoltado por los ángeles. Pero no quiso imponer su fe
con un truco. La gente debía decidir libremente si creía en él o no. Los milagros y el reparto
del pan son coacciones. Iván presenta la historia como un fracaso del cristianismo (un
sacrificio inútil en nombre de la libertad); Aliosha lo entiende como un triunfo de la fe sin
ataduras. Entre ambos, media otra figura. Dostoyevski sugiere que el pan y la libertad son
inseparables. Imaginar que el trigo puede ser horneado y compartirlo son actos culturales.
Ponerle precio es otra cosa. En 1929, escribió Federico García Lorca: "No sólo de pan vive
el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino
que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco aquí violentamente a los que solamente hablan
de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo
que los pueblos claman a gritos". La mitad de nuestra existencia es imaginaria: el sabor del
pan depende de la libertad.
La civilización comenzó en torno a una fogata. Los gobiernos del mundo deberían
saber que eso sirvió para tres cosas imprescindibles: calentarse las manos, preparar comida
y contar historias.

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[1] Villoro, Juan. “Parábola del pan”. Reforma. [En línea]. 24 de abril de 2020. Disponible
en https://www.reforma.com/parabola-del-pan-2020-04-24/gr/op178741?
md5=a32638d5f4e8ae68c9b2dac178594510&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe&p
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