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El terrorismo de Estado

Calveiro da cuenta de la mecánica y la lógica del


terrorismo de Estado, así como de la experiencia de los
detenidos en Centros Clandestinos de Detención (CCD)
en base al testimonio de un grupo de sobrevivientes.
Quiere remarcar el ensamble de una maquinaria
institucional mediante la cual el Estado se convirtió en un
perseguidor y exterminador sistemático de ciudadanos.
La modalidad represiva del Estado no fue un hecho
aislado, no fue un exceso de algunos grupos fuera de
control – como argumentaron algunos líderes de la
represión – sino una tecnología represiva adoptada de
forma racional y centralizada.
De esta forma el Estado se convirtió en una máquina de
extraer información, aterrorizar y matar con más o menos
eficacia que funcionó y cumplió su ciclo en las 3 armas
en conjunto con la fuerza policial. No hubo diferencias
sustanciales en los procedimientos aunque cada arma se
jactaba de mayor eficacia que la otra.

Como parte de este proceso racional, dentro de cada


fuerza, se buscó ensuciar las manos de todos de alguna
manera (todos fueron obligados a participar de alguna
forma) para comprometer personalmente al conjunto en
la política institucional.
El personal de las FFAA y las Fuerzas de Seguridad fue
parte de una maquinaria construida por arriba y sostenida
por ellos como ‘piezas’ o ‘eslabones’ de dicha
maquinaria. El mecanismo llevó a una dinámica de
burocratización, rutinización y naturalización de la
muerte.
Mientras mayor la fragmentación de las tareas que
llevaban a la muerte, menor la probabilidad de que
cualquiera se sienta un agente causal con
responsabilidad moral. En este sentido, las tareas se
dividían de la siguiente forma:
Las patotas
Era el grupo operativo que ‘chupaba’, es decir, realizaba
el secuestro. En general desconocían la razón del
operativo, la importancia del ‘blanco’ y el nivel real o
hipotético de su compromiso con la subversión.
Necesitaban exagerar entre ellos la peligrosidad del
sujeto para actuar con la violencia con que lo hacían.
También cometían ‘pequeñas infracciones’, robaban en
la casa del detenido, etc.
Los grupos de inteligencia
Eran los que manejaban la información existente y de
acuerdo a ella orientaban el interrogatorio (tortura) para que
arrojara información de utilidad. Toda clase de vejaciones,
algunas aprendidas de la policía.
Los guardias
Desposeídos de su nombre y con un No. de identificación,
los prisioneros pasaban a ser uno más de los cuerpos que
el aparato de vigilancia del campo debía controlar. Los
guardias no tenían conocimiento de quiénes eran los
detenidos ni porque estaban allí. Necesitaban también
creer en la alta peligrosidad de los detenidos para poder
justificar ante sí mismos la violencia y la crueldad con que
debían actuar. Cuando llegaba una lista de traslados, los
guardias entregaban ‘paquetes’.
Los desaparecedores de cadáveres
Los ‘traslados’ implicaban la muerte del detenido. Este
grupo llevaba a los prisioneros a lugares alejados del
campo, los fusilaba, los enterraba o los cremaba. También
se inyectaban somníferos a los prisioneros y se los arrojaba
vivos al mar en aviones de la marina.

Todo era impersonal, un procedimiento burocrático; legajos


con nombres y números, ordenes que se reciben y se
ejecutan, ‘paquetes’ que se reciben o se entregan, ‘bultos’
que se arrojan o se entierran.
Esta fragmentación burocrática de las tareas que llevaban
a la muerte no es un invento argentino. Ya se habían
utilizado en campos de concentración nazis o stalinistas.
Significativo uso del lenguaje que cambia palabras por
otras para evitar toda mención a la humanidad de los
prisioneros y lo que realmente se estaba haciendo con
ellos. No se tortura, se ‘interroga’, no hay picanas, hay
‘máquinas’, no se asfixia, hay ‘submarinos’, no son
personas, son ‘paquetes’, no hay masacres, hay ‘traslados’.
El uso del lenguaje ayuda a ahuyentar la sensación de
responsabilidad.
Los CCD además de ser centros de terror actuaban como
diseminadores del terror en la sociedad. La parálisis, el
efecto del dispositivo asesino del campo, es lo que invade a
la sociedad frente al fenómeno de la desaparición, la
misma parálisis que invade al prisionero dentro del campo.
El campo es entonces efecto y foco de diseminación de
terror generalizado en los Estados totalizantes.

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