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Documento Síntesis
Concilio IV de Autoría del libro del Apocalipsis; ¿qué trato darle?: Se pronuncia
Toledo (633) acerca de la autoría del libro del Apocalipsis y del trato que es preciso
conferirle. El autor, siguiendo Toledo a concilios y a Pontífices anteriores,
es Juan evangelista. Por último, declara la obligatoriedad, so pena de
excomunión, de su proclamación durante las misas entre Pascua y
Pentecostés.
¿Cristo real o de la fe? Distinción entre un doble Cristo: uno real y otro
que nunca habría existido de verdad pero que se habría formado como
objeto de «las piadosas especulaciones de la fe». El del Evangelio de Juan,
por ejemplo, correspondería a este segundo Cristo.
Encíclica Divino (1) La razón por la que Trento habría fijado la Vulgata como la
afflante Spiritu versión latina de la Biblia destinada a ser empleada por todos como
(Pío XII, 1943) auténtica, en circunstancias que había por aquel entonces también otras
ediciones latinas, dice relación con la antigüedad de su empleo en la
Iglesia. Este uso de siglos habría conferido a la Vulgata la inmunidad de
errores en materia de fe y costumbres. Pero Trento no prohíbe que se hagan
versiones en lenguas vulgares [vernáculas, diríamos] y a partir de los textos
originales, con la aprobación de la autoridad eclesial. Esto sería refrendado
por el respaldo de Pío X a la Sociedad de San Jerónimo y su empresa de
inculcar a los fieles cristianos la lectura y meditación de las Escrituras en
lengua vernácula.
Comentario
Queriendo Dios darse a conocer a los hombres más allá de cuanto, con sumo esfuerzo y
arduos trabajos, pudieran éstos conocerlo a la pura luz de su razón, abrió también una vía
sobrenatural de acceso a Él, y, en Él, a un mayor conocimiento de su divinidad, sabiduría y
misericordia. En esta (R)evelación Dios se da conocer a sí mismo al hombre: primero a través de
los patriarcas, después por Moisés y los profetas, finalmente por Cristo y en Cristo, en quien la
divina revelación alcanza su culmen y plenificación.
De igual manera en que de un mismo manantial pueden fluir distintos canales, la
Revelación se contiene, a decir de Trento, en las Sagradas Escrituras —Antiguo y Nuevo
Testamento— y en la Tradición de la Iglesia —sea recibida por los apóstoles de boca de Cristo o
transmitidas por los apóstoles hasta nosotros, «bajo el dictado del Espíritu Santo»—. Respecto de
la índole de las Escrituras, la mayor parte de los documentos revisados da noticia de su autoría
divina. Pero también humana. En efecto, son concebidos, los textos sagrados, y escritos, bajo
inspiración del Espíritu Santo. Tienen, en consecuencia, a Dios como autor. Pero tienen también
autores humanos: aquellos hombres, personas concretas, de los que se vale el Espíritu a modo de
instrumentos, pero de instrumentos vivos y racionales.
Instrumentos vivos y racionales, sí, dotados, por ende, según explican la encíclica Divino
afflante Spiritu (1943) y la Constitución dogmática Dei Verbum (1965), de unas características,
de unas notas y de una índole particulares, con sus propios modos de expresarse, giros
lingüísticos y géneros literarios. El intérprete, a fin de arribar a una comprensión del texto
sagrado, debe prestar suma atención a esta peculiar «condescendencia» divina en la que las
palabras de Dios (verba Dei) se hacen semejantes al lenguaje humano —justamente por ser
plasmadas con instrumentos humanos—, excepto en el error. En última instancia, el Magisterio,
intérprete auténtico de las Escrituras y de la Tradición, debe, con los exégetas, tratar de «asumir»
la posición de los hagiógrafos, pensando con ellos, sintiendo con ellos.