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Derecho
Campus La Florida
CAPITULO. I
EL DERECHO PENAL Y LAS CIENCIAS PENALES
Introducción
Son varias las definiciones que podemos encontrar, partiendo de la base que un
bien jurídico puede entenderse como todo interés socialmente relevante,
esencial o fundamental, o si se quiere un bien vital del individuo o de la
colectividad.
El nombre más generalizado para referirse a este sector del derecho es,
precisamente, derecho penal. Hay sin embargo, países (como aquellos de
tradición anglosajona), en los cuales predomina la expresión derecho criminal.
Ambas denominaciones son igualmente correctas. Sólo se diferencian en que la
primera pone énfasis en la pena y la segunda, en el delito (crimen); es decir, en
uno y otro caso se destaca alguno de los dos objetos principales de nuestro
estudio: el delito y la pena.
1.2.- Conceptos formales del Derecho Penal:
Von Liszt, señala que es: “…el conjunto de reglas jurídicas establecidas por el
Estado, que asocian al crimen como hecho, la pena como consecuencia jurídica”.
Edmund Mezger, indica que: “El Derecho Penal es el conjunto de normas
jurídicas que asocian a un determinado hecho la pena como consecuencia
jurídica”.
1.3.- Conceptos Sustanciales del Derecho Penal:
La actual discusión gira en torno a si la norma punitiva es sólo una regla
objetiva de valoración (carácter valorativo de la norma jurídico penal), o si es, por
el contrario, exclusivamente una regla de determinación (carácter imperativo de la
norma jurídico penal), o si es, por último, conjuntamente- en proporción a
determinar- regla de valoración y de determinación.
Francisco Muñoz Conde, señala: “Es un instrumento de defensa de los
valores fundamentales de la comunidad que sólo debe aplicarse contra ataques
muy graves a esos valores y en forma limitada y controlada por el imperio de la
ley”.
José Sainz Cantero, los define como: “… el sector del ordenamiento jurídico
que tutela determinados valores fundamentales de la vida comunitaria, regulando
la facultad estatal de exigir a los individuos comportarse de acuerdo a las normas
y de aplicar penas y medidas de seguridad a quienes contra aquellos valores
atenten mediante hechos de una determinada intensidad”.
Como concepto alternativo:
El Derecho Penal se puede entender como el conjunto de normas jurídicas que
asocian a un hecho (delito) una determinada pena y/o medida de seguridad como
su consecuencia.
1.4.- Características: (de acuerdo a esta última definición).
a) El Derecho Penal es un sector del ordenamiento jurídico.
b) Protector de valores fundamentales de la vida comunitaria.
c) Regula la facultad estatal de exigir y castigar. (Exige a través de la norma, y
de no cumplirse esta, sanciona)
d) De carácter sancionatorio.
El derecho penal consta de dos partes: una parte llamada general, que trata
del delito y de la pena como conceptos generales; y una parte denominada
especial, que trata de cada uno de los delitos que contempla el ordenamiento
jurídico, en particular.
Esta disposición, como es obvio, resulta aplicable tanto al derecho penal
objetivo (cuya principal fuente, el Código Penal, destina apartados distintos a cada
una de esas partes), como a la ciencia del derecho penal.
En el plano de la enseñanza, los dos cursos en que normalmente se divide la
asignatura de derecho penal, corresponden a la parte general, el primero, y a la
parte especial, el segundo.
Si bien es cierto que el Código Penal es la principal fuente del derecho penal,
hay también disposiciones penales en otros códigos (como, por ejemplo, el Código
de Justicia Militar y el Código Tributario) y en algunas leyes especiales (como la
Ordenanza de Aduanas, la Ley sobre Cuentas Corrientes Bancarias y Cheques, la
ley sobre Trágico de Drogas, etc.)
Las normas que el Código Penal destina a la parte general son aplicables tanto
a los delitos particulares que ese mismo código contempla, como también a los
delitos contemplados en otros códigos y en leyes especiales. De manera, que todo
aquello no esté expresamente regulado en esos textos particulares se rige por las
disposiciones generales del Código Penal, que, por esto mismo, reciben el nombre
de derecho penal común.
II. LAS CIENCIAS PENALES
1. Clasificación
Entre las disciplinarias jurídicas, hay tres que se ocupan específicamente del
fenómeno delictual:
1. En primer término, el derecho penal sustantivo o material (llamado
simplemente “derecho penal”) que se ocupa del delito y de las sanciones
penales, desde un punto de vista conceptual. Su objeto es determinar, en
forma abstracta (y sobre la base de su regulación normativa), qué son y
cuáles son los elementos del delito y de la pena; y en qué consiste cada
uno de los delitos que contemplan el ordenamiento jurídico. Está constituido
básicamente (pero no de modo exclusivo) por el Código penal.
3. La criminología
La criminología surgió hacia fines del siglo XIX como una disciplina encargada
de examinar el delito y el delincuente desde un punto de vista biológico y social.
(De este modo, asumió el estudio de las causas o factores que inciden en la
delincuencia (etiología criminal); y de las formas de prevenir la criminalidad y de
tratar al delincuente). Se trataba, en realidad, de un análisis multidisciplinario que
aplicaba la metodología y los conocimientos provenientes de diversas disciplinas
particulares; básicamente, de la sociología, la antropología, la estadística, la
biología y la psicología.
Así, cada uno de estos ámbitos de conocimiento daba lugar a lo que solía
denominarse “ramas” de la criminología (sociología criminal, antropología criminal,
etc.)
Esta forma de concebir la criminología, denominada clásica, parte de la base
de que la delincuencia es un fenómeno patológico, en cuya base hay causas
biológicas, psicológicas o sociales, o bien una mezcla de dos o más de esos
factores. Por esto, no perseguía la explicación sociológica de las normas penales,
sino que estudiaba el delito como una realidad natural independiente de aquellas
normas. Pero, paradojamente, estudiaba el delito únicamente a partir de lo que
esas mismas normas consideraban como tal.
“En los planteamientos criminológicos actuales se comprueba una pérdida de
importancia del análisis orientado por el delincuente. Esa pérdida de importancia
se debe a la decadencia del “modelo terapéutico” – que para muchos continúa
siendo válido e insustituible y al auge correlativo de un “modelo de justicia”. El
“modelo terapéutico” considera al delito y al delincuente como un fenómeno de
patología social. El “modelo de justicia” pone, en cambio, en tela de juicio el
sistema social en su conjunto. Se destacan las virtualidades criminógenas de la
organización social hasta el punto de colocarlas en el centro de atención. Las
“teorías de la criminalidad” (que conciben la criminología como una ciencia
experimental, cuyo objetivo reside en formular las leyes causales que determinan
la delincuencia) son sustituidas por teorías que enfocan el estudio de la
delincuencia como un fenómeno político (llamadas “teorías de la criminalización”).
“De tales planteamientos nace una criminología crítica, que censura el
apoliticismo de la criminología tradicional, su valoración del delito y de delincuente
como fenómenos patológicos y su aceptación acrítica de las normas establecidas
(por la clase dominante)”.
En general, se considera que el objeto de la criminología no puede depender
de las cambiantes normas penales, ni la criminología misma puede convertirse en
una simple disciplina auxiliar del derecho penal. Si se le quiere atribuir una
importancia autónoma, debe extender su interés más allá de los estrictos límites
de las normas jurídico penales. Por ello en la actualidad la criminología asume
como objeto de estudio no el delito, sino la “conducta desviada”(aquella que se
aparta de lo que es de esperar desde el punto de vista de una convivencia social
armónica), y los “mecanismos de control social” frente a tales conductas, uno de
los cuales (pero no el único, como tendremos ocasión de ver más adelante) es el
propio derecho penal.
Puesto que el derecho penal es una parte del derecho público, sus relaciones
son más próximas con las ramas que integran este sector del ordenamiento
jurídico, que con las ramas del derecho privado.
Es, sin duda, el derecho constitucional la rama con la cual el derecho penal
tiene vínculos de mayor proximidad. Ello obedece a que la potestad sancionada es
una función que, en nuestra época y en nuestro ámbito de cultura, pertenece en
forma privativa al Estado. De ahí que las normas constitucionales que fijan las
bases de la institucionalidad y aquellas que regulan la fisonomía del Estado,
tengan incidencia directa en la forma en que el derecho penal ha de estructurar
sus dos conceptos fundamentales: el delito y la pena. Desde otro punto de vista, el
delito suele importar – y la pena siempre importa – privación o restricción de
alguno de los derechos fundamentales de la persona (por ejemplo: vida, libertad,
honor, propiedad, etc.) En consecuencia, la regulación constitucional de los
derechos personales tiene en el campo penal una aplicación mucho más intensa
que en cualquier otro sector del ordenamiento jurídico.
El derecho internacional público, por su parte, también es una importante
fuente de instituciones penales. Misión fundamental del derecho penal es ofrecer
un marco de garantías que legitimen el sometimiento del individuo a la potestad
punitiva, y muchas de esas garantías están consagradas en instrumentos
normativos internacionales, cuyas disposiciones complementan o suplen las
omisiones en que incurre la Constitución. En el caso de nuestro país, revisten
especial importancia el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, los cuales consagran
numerosas disposiciones con contenido estrictamente penal.
Las relaciones entre el derecho penal y el derecho procesal, se mantienen en
que el segundo provee los mecanismos necesarios para juzgar los delitos y para
imponer sanción a quienes aparezcan como responsables de su comisión. Regula
en efecto, los procedimientos que han de utilizar los tribunales para investigar los
delitos y para establecer la responsabilidad penal de sus autores; las garantías
que han de rodear el juzgamiento de las personas; los medios probatorios
susceptibles de ser utilizados en la comprobación de los delitos y en la
determinación de las responsabilidades y las medidas cautelares que los jueces
pueden ordenar durante las sustanciación de los procesos.
El derecho penal también se vincula muy estrechamente con el derecho
administrativo. Numerosos delitos tienden a la protección de intereses e
instituciones propios de aquel sector del ordenamiento como es el caso de los
delitos llamados “funcionarios”, que, en términos generales, sancionan las fallas
en que pueden incurrir los empleados públicos en el desempeño de sus cargos. El
derecho administrativo, por otra parte, contempla un régimen sancionatorio
paralelo al del derecho penal, puesto que la administración tiene potestad para
aplicar sanciones disciplinarias. (A quienes están sometidos a ella mediante un
vinculo de subordinación) y sanciones gubernativas (a cualquier ciudadano). En
muchos casos, frente a un mismo hecho ilícito surge tanto responsabilidad penal
como responsabilidad administrativa.
Finalmente, las relaciones con el derecho privado, a pesar de ser menos
estrechas, no dejan de ser importantes. Ellas se manifiestan, básicamente, en que
numerosos delitos tienen su origen en la violación de preceptos civiles, como
ocurre, por ejemplo, con el delito de bigamia. Por otra parte, los delitos
normalmente dan lugar al surgimiento de responsabilidad penal y civil, las cuales
coexisten, precisamente, porque persiguen objetivos diversos: el castigo del
culpable, en el primer caso, y la reparación del daño causado con la conducta
delictiva, en el segundo.
A pesar que el Código Penal con frecuencia utiliza conceptos definidos por leyes
pertenecientes a otros sectores del ordenamiento jurídico, en general se postula
que en el campo penal el intérprete no está obligado a atribuir a dichos términos el
sentido que fluye de tales definiciones. Así, por lo demás, lo reconoce el art. 20 del
C. Civil, al disponer que las definiciones legales sólo rigen para las materias
respecto de las cuales se ofrecen.
1. Función de protección
A la norma penal, igual que a las demás normas jurídica, le incumbe una
función eminentemente protectora. (La diferencia entre la norma penal y las
demás normas jurídicas en esta materia radica en la especial gravedad de los
medios empleados por la norma penal para cumplir esta misión y en que sólo
interviene o debe intervenir en los casos de ataque: muy graves a la convivencia
pacífica en la comunidad).
Pero, ¿Qué es lo que pretende proteger la norma penal? A esta pregunta
responden de modo unánime los penalistas: la norma penal, el Derecho penal,
protege bienes jurídicos. La verificación de esta afirmación obliga, pues, a
enfrentarse con el concepto de bien jurídico.
La necesidad de la convivencia supone la protección de esa convivencia, pues
sólo en ella puede la persona individual autorrealizarse y desarrollarse. La
autorrealización humana necesita de unos presupuestos existenciales que, en
tanto son de utilidad para el hombre, se denominan bienes y, concretamente, en
tanto son objeto de protección por el derecho, bienes jurídicos. Así, pues, bienes
jurídicos son aquellos presupuestos que la persona necesita para su
autorrealización y el desarrollo de su personalidad en la vida social. Entre
estos presupuestos se encuentran, en primer lugar, la vida y la salud – negados
por la muerte y el sufrimiento –. A ellos se añaden otros presupuestos materiales
que sirven para conservar la vida y aliviar el sufrimiento: medios de subsistencia,
alimentos, vestidos, vivienda, etc. Y otros ideales que permiten la afirmación de la
personalidad y su libre desarrollo: honor, libertad, etc.
A estos presupuestos existenciales e instrumentales mínimos se les llama
bienes jurídicos individuales, en cuanto afectan directamente a la persona
individual. Junto a ellos vienen en consideración los llamados bienes jurídicos
comunitarios (o colectivos) que afectan más a la comunidad como tal, al sistema
social que constituye la agrupación de varias personas individuales, y supone un
cierto orden social o estatal. Entre estos bienes jurídicos sociales o universales se
cuentan la salud pública, la seguridad en el tráfico motorizado, la organización
política, etc. De ahí la distinción que suele hacerse en la parte especial del
derecho penal entre delitos contra los particulares que atacan directamente a los
bienes jurídicos individuales y delitos contra la sociedad que atacan a los bienes
jurídicos comunitarios, al orden social o estatal establecido.
2. Función de motivación
Existe escasa información acerca de las prácticas penales imperantes entre los
distintos pueblos que habitaban el territorio nacional al iniciarse la conquista. De
todos modos, parece indudable que no se trató, en ningún caso, de auténticos
sistemas normativos; legalmente indudables formalizados, sino de costumbres
más o menos arraigadas, a las cuales es difícil incluso atribuir la jerarquía de un
derecho consuetudinario propiamente tal.
El derecho penal de las Partidas tuvo en España una vigencia prácticamente
restringida, debido a que se mantuvo la tendencia a continuar aplicando las
normas contenidas en las legislaciones locales. En cambio, en Chile, como en
otros países iberoamericanos, el derecho de las Partidas contribuye de manera
decisiva a formar la conciencia jurídica nacional, pues se lo aplica preferentemente
por los tribunales, incluso hasta mucho después de obtenida la independencia.
Desde los primeros tiempos de vida independiente, el Gobierno y el Congreso
demostraron sus propósitos de dar al país códigos propios, mediante la pretensión
de numerosas mociones, proyectos de ley y nombramientos de comisiones, pero
sin que tales iniciativas llegaran a materializarse. Sin embargo, se dictaron
numerosas leyes penales, referentes a diversas materias específicas. (Delitos de
robo y hurto, delitos de falsedad, delitos contra la seguridad del Estado, etc.) Toda
esta legislación rigió con preferencia a la española y fue derogada al promulgarse
el Código Penal de 1874.
En 1870, el Gobierno designó una comisión encargada de redactar un Código
Penal. Dicho cuerpo colegiado celebró un total de 175 sesiones, entre 1870 y
1873, y de ellas se conservan las actas, las cuales constituyen un valioso
elemento para la interposición de nuestro Código.
En opinión del Gobierno, la Comisión debía tomar como base el Código Penal
Belga de 1867, sin embargo sus miembros acordaron seguir el modelo del Código
español de 1848, ya que respecto de este último se contaba con los comentarios
del jurista español Joaquín Francisco Pacheco. Si bien el contenido de las
disposiciones que propuso la Comisión es prácticamente idéntico al de las del
Código español, se adoptó también como modelo el Código Belga, sobre todo en
cuanto al sistema de agrupación de algunas materias dentro de los títulos que
contiene el Código.
Durante los más de ciento veinte años de vigencia del Código Penal chileno,
éste ha sido objeto de numerosas modificaciones, las cuales, sin embargo, no han
cambiado sustancialmente su estructura ni su orientación ideológica. Por otra
parte, el Código Penal ha sido complementado por numerosas leyes especiales,
entre las cuales cabe mencionar, por su importancia, el Código de Justicia Militar,
la ley sobre Abusos de publicidad, la Ley sobre control de Armas, la sobre Tráfico
de Estupefacientes, la ley Sobre Seguridad del Estado, la Ley sobre Conductas
Terroristas, etc.
CAPITULO II
LA DOGMATICA PENAL
La evolución de la ciencia del derecho penal a lo largo del siglo XIX y hasta
bien entrado el XX se caracteriza por la controversia doctrinal que se ha
denominado la lucha de las escuelas. La polémica surgió entre la escuela clásica
y la positiva. La primera de las tendencias mencionadas recibió tal etiqueta de –
intención peyorativa – de sus adversarios, los positivistas, concretamente de Ferri;
con ello, se quiso significar el desfase existente entre sus más arraigadas
concepciones y la realidad histórica del momento.
Ambas escuelas, italianas de origen y protagonistas de la lucha ideológica
característica el siglo XIX, parten de presupuestos filosóficos distintos, trabajan
sobre objetos de estudio diversos y – sobre todo – utilizan en su elaboración unos
métodos claramente diferenciados.
1. La Escuela Clásica
1. Sus orígenes
Desde una perspectiva crítica, suele decirse que la actitud dogmática trae
consigo una aplicación altamente objetiva del derecho vigente, lo cual, en
definitiva, opera en un sentido favorable a la protección de los derechos de la
persona, y, en especial, de los derechos del inculpado. Sin embargo, se afirma
que un apego irrestricto a los cánones dogmáticos aleja al derecho de la realidad y
que, en este sentido, las normas penales dejan de ser un instrumento puesto al
servicio de la comunidad.
A partir de la década de los años ochenta del siglo XX, tiende a imponerse una
nueva concepción de la ciencia del derecho penal, que, sin abandonar los
fundamentos de la dogmática jurídica, pretende dar cabida a los principios político
– criminales dentro de las construcciones sistemáticas del ordenamiento positivo.
Esta tendencia, iniciada en Alemania por Roxin, postula que la elaboración
doctrinal de cualquiera de las instituciones que integran el sistema del derecho
penal debe tomar en cuenta – e incorporar – los valores que inspiran y legitiman el
ejercicio de la potestad sancionatoria, especialmente los fines que, de acuerdo con
la Constitución, ha de perseguir la imposición de una pena. En otras palabras, que
las elaboraciones doctrinales no se limiten a un puro ejercicio racional basado en
las normas penales (y desprovisto, por esto, de cualquier consideración acerca de
las consecuencias que puedan traer consigo las proporciones científicas) sino que,
por el contrario, den cabida a la realidad social y política, en cuyo contexto están
destinadas a regir esas normas.
CAPITULO III
TEORIA DE LAS NORMAS PENALES
I CONCEPTO
Las normas jurídico – penales son los elementos básicos que constituyen el
Derecho Penal. ¿Qué entendemos por norma jurídico - penal? Ello depende en
primer lugar de lo que entendamos por norma jurídica, como género al que
pertenece la especie de las normas penales. Una norma jurídica es un mensaje
prescriptivo – que prescribe actuar en un determinado sentido – expresado a
través de determinados símbolos, normalmente consistentes en enunciados. Los
textos legales, o enunciados legales, constituyen el vehículo de expresión de las
normas legales, a cuya clase pertenecen las normas jurídico – penales. Tales
enunciados legales reciben distintos nombres: “proposiciones jurídicas”,
“preceptos legales”, “disposiciones legales”. Con frecuencia también se
denominan “normas legales”, pero creo preferible distinguir claramente el texto
legal y la norma o normas que expresa. El enunciado legal es un conjunto de
símbolos lingüísticos que conviene diferenciar del mensaje prescriptivo que
transmite, único que constituye la norma jurídica.
Por una parte, no todo enunciado legal expresa una norma jurídica. En el
Código Penal, no suelen transmitir mensajes prescriptivos las disposiciones del
Libro I, destinado a la Parte General. Tales disposiciones tienen la función de
precisar el alcance de los preceptos de la Parte Especial del Código Penal – los
que prevén los delitos y las penas – así por ejemplo, el art. 1º del Código Penal
expresa una definición que en sí misma no constituye ninguna norma en el sentido
aquí defendido, sino que contribuye a delimitar el alcance de las normas que
prohíben y castigan los distintos delitos. Pero ello indica, además, que tampoco los
preceptos definidores de los diferentes delitos que determinan por sí solos todos
los extremos de las normas penales, cada una de las cuales surge, pues, de la
puesta en relación de varios enunciados legales. Sin embargo, puede admitirse
que los preceptos que prevén los delitos y sus penas constituyen la sede
lingüística principal de las normas jurídico penales, porque por sí mismos poseen
sentido normativo, siquiera sea necesitado de ulterior concreción. En este sentido
pueden contraponerse a las disposiciones complementarias de la Parte General.
Por otra parte, un enunciado legal puede servir de base a más de una norma
jurídica. Esto es lo que sucede, precisamente, en los preceptos de la Parte
Especial del Código Penal, cada uno de los cuales sirve de base (principal) a dos
clases de normas. Una dirigida al juez, obligándole a imponer una pena en caso
de que se cometa el delito de que se trate, y otra dirigida al ciudadano,
prohibiéndole la comisión del delito.
A continuación nos ocuparemos de este problema. Ahora conviene adelantar
una primera conclusión; entendemos por norma jurídico penal un mensaje
prescriptivo expresado por el enunciado legal que impone una pena para el
caso de que se realice determinada conducta o prevé una medida de
seguridad para determinados estados peligrosos.
Suele decirse que la estructura de toda norma jurídica se halla constituida por
dos elementos: un “supuesto de hecho” y una “consecuencia jurídica”. Esta sería,
pues la estructura de las normas jurídico – penales… Se piensa, respecto a esto
último, en las normas que establecen la pena o la medida de seguridad (“normas
secundarias”). En ellas la conducta delictiva constituye, en efecto, el supuesto de
hecho y la pena en su consecuencia jurídica. Menos evidente es la estructura de
las “normas primarias”. Estas no suelen formularse hipotéticamente, sino en forma
incondicionada; “No matarás”, “No robarás”, etc. Sin embargo, lo cierto es que
también esta clase de normas resultan aplicables en determinados supuestos y
tienen una consecuencia jurídica que es el deber de observar su contenido
normativo. Así, la norma que prohíbe el homicidio tiene como supuesto de hecho
una situación en que sea físicamente posible al destinatario matar a una persona,
integraría la consecuencia jurídica de esta norma el deber de no matar
voluntariamente a dicha persona.
Los enunciados legales que prevén los delitos y sus penas no determinan por
sí solos todos los elementos de las normas penales a que sirven de base, sino
que, como dijimos más arriba, han de ponerse en relación con otros enunciados
legales previstos en la Parte General. Ello permite afirmar que ni el supuesto de
hecho ni la consecuencia jurídica de las normas penales se hallan expresados de
forma completa en ningún precepto del Código Penal. En este sentido, todas las
disposiciones del Código Penal aparecen, vistas aisladamente, como
proposiciones incompletas. No obstante, los preceptos penales principales, los de
la Parte especial, suelen determinar al menos el núcleo de la conducta delictiva
que constituye el supuesto de hecho de la norma secundaria y señalan una pena
determinada como su consecuencia jurídica, aunque tanto aquel supuesto
derecho como esta consecuencia jurídica se hallen precisados en otros preceptos
complementarios.
Como veremos más adelante, se habla de leyes penales en blanco para
referirse a ciertos preceptos penales principales que, excepcionalmente, no
expresan en absoluto el contenido del supuesto de hecho de la norma secundaria,
sino que se limitan a remitir a otro u otros preceptos encargados de “rellenar” (o de
complementar) aquel vacío.
Desde una perspectiva histórica, hasta el siglo XIX la pena fue la única forma
de reacción institucionalizada frente al delito. En ese siglo, precisamente, y
debido a la influencia ejercida por el positivismo, surge una segunda vía para
enfrentar el fenómeno de la delincuencia, que consiste en la imposición de
medidas de seguridad. A partir de este momento, prácticamente todas las
legislaciones han implementado un sistema de medidas, el cual generalmente
coexiste con un régimen de penas, adoptando el primero un cierto rasgo
secundario frente al segundo.
Aunque no siempre es tarea fácil establecer una diferenciación entre penas y
medidas de seguridad sobre todo tomando en cuenta que ambas importan una
privación o restricción de derechos personales, por lo general se sostiene que la
distinción radica fundamentalmente en los elementos que han de servir de
presupuesto a una y otra: mientras la pena supone una actuación culpable del
sujeto, las medidas se fundan en el concepto de peligrosidad. Algunos agregan
que al efectuar la distinción también ha de considerarse la diversa función que
están llamadas a cumplir estas dos instituciones: así como la pena tendría un
carácter preponderante o exclusivamente retribuido; las medidas, un carácter
preventivo y específicamente de prevención especial. Este criterio, sin embargo,
no es concluyente, porque hay ordenamientos que confieren a la pena un carácter
preventivo, manteniendo al mismo tiempo un sistema paralelo de medidas.
En definitiva las medidas de seguridad son aquellas utilizadas por el Estado
para prevenir la comisión de un delito, de otro modo como se señaló previamente
responden a un criterio de peligrosidad y no de culpabilidad, vale decir se aplican
al sujeto que se cree resulta peligroso, atendidas sus circunstancias personales
(súper discutible)
Ahora bien, la pena será aquel mal que se le impone a la persona autora
cómplice o encubridora de un delito, vale decir según nuestro artículo primero toda
acción u omisión voluntaria penada por la ley
Ahora bien, la discusión no queda ahí dado que bajo la influencia de
positivismo, sobre todo en su versión más radicalizada, se llegó a postular – e
incluso hay legislaciones que se hicieron eco de este planteamiento – que la
peligrosidad de ciertos sujetos hace aconsejable aplicar respecto de ellos
medidas, aun antes de que ese estado se manifieste en la comisión de un delito,
lo cual ha dado lugar a una distinción, ya que se ha hecho tradicional, entre
medidas pre delictuales y post delictuales.
La existencia de un régimen de medidas de seguridad no está exenta de
reparos. Estos apuntan en dos direcciones:
a) En primer término, se dice que las penas y las medidas de seguridad, si
bien son diferenciables en un plano teórico, cumplen en la práctica un
mismo papel y tienen de hecho la misma finalidad y contenido. Ambas,
en efecto, constituyen privación o restricción de derechos individuales;
se imponen coactivamente y cumplen una misma función intimidativa, la
cual incluso puede ser más intensa en el caso de las medidas,
atendiendo al grado de indeterminación que ellas al menos
conceptualmente, suponen.
El derecho chileno, desde luego, opta por un sistema dualista, puesto que junto
a la pena, prevé, aunque en número muy limitado, medidas de seguridad
aplicables a personas respecto de quienes no es posible afirmar su culpabilidad.
En la legislación vigente, sin embargo, tales medidas son post- delictuales,
estimando la doctrina que la aplicación de medidas anteriores a la ejecución de un
hecho delictivo sería inconstitucional, porque implica limitar los derechos de una
persona sobre la base de lo que ella es y no sobre la base de lo que un individuo
hace.
Toda la teoría del delito y la teoría de la responsabilidad criminal aparecen,
tanto en el texto de Código, como en las elaboraciones doctrinales, estructuradas
en torno a la idea de pena, es decir, como presupuestos para la imposición de una
pena. Incluso la responsabilidad criminal – como veremos en su oportunidad – se
traduce exclusivamente en la sujeción al poder estatal para la imposición de una
pena.
En consecuencia, de aquí en adelante todo nuestro estudio será enfocado a
una de las formas de reacción estatal frente al delito: aquella que se concreta en la
imposición de una pena. Sobre las medidas de seguridad sólo volveremos al tratar
el tema de la responsabilidad criminal y, específicamente, al comparar esta
consecuencia del delito con otras consecuencias del mismo, como la
responsabilidad civil, la responsabilidad administrativa y la sujeción a medidas de
seguridad.