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Este lapso puede tener origen en un acontecimiento externo como una muerte, la pérdida
de un trabajo, el fin de un amor, una enfermedad o cualquier otro hecho inesperado que nos
deja sin certezas.
Para otros, el inicio de este tiempo empieza por una crisis interna, pero es igual de
desesperante. Todo está bien en el afuera, pero ya no podemos disfrutarlo ni ser felices. Las
personas a nuestro alrededor empiezan a parecer extraños, nos alejamos de los amigos, no
nos sentimos parte, preferimos la soledad. Dejamos de disfrutar lo de siempre. Creemos
que la vida tiene que ser algo más y sufrimos. Nos preguntamos qué estamos haciendo mal
o que hicimos para merecer esto. Lloramos, nos enojamos, y si podemos, seguimos
nuestras rutinas cargando el peso de la tristeza en nuestras espaldas, con el tanque de
reserva energético que nos sostiene apenas, y vamos caminando como fantasmas, como
muertos en vida, quizás.
Nos sentimos incapaces, nuestras certezas desaparecen, las herramientas que teníamos ya
no funcionan y nos sentimos desnudos y vulnerables frente al mundo.
En este estado buscamos desesperados dónde hacer pie, pero estos intentos nos frustran
aún más porque es tiempo de ir hacia adentro, de dejarse desintegrar y cuanto más nos
resistimos, con más fuerza nos enfrenta la vida al cambio.
¿Duele? Sí, pero este dolor es otra ratificación de que aunque estamos sintiéndonos mal, lo
estamos haciendo bien.
«Las personas hacen lo que sea, no importa lo absurdo, para evitar enfrentarse con su
propia alma.»
(Carl Jung)
No tenemos más opción que recorrer este camino incierto que nos propone o nos impone el
alma. Se precipita ante nosotros un nuevo destino que, sepámoslo o no, nos ofrece ir a una
vida más plena, más coherente y honesta con quien somos en verdad y por mucho tiempo
hemos negado. Al final del recorrido, nos damos cuenta de que muertos en vida, estábamos
antes y que el sin sentido era aquello que quedó en el pasado.
Este proceso por el cual pasamos muchos de nosotros se llama “la noche oscura del alma”.
La noche oscura del alma es una iniciación espiritual, un tiempo de incubación para que la
crisálida se convierta en mariposa. Una desintegración para que se dé la transformación
que nos lleve más allá de nuestro horizonte. Thomas Moore dice que hemos de aceptar la
noche oscura y vivir en consonancia a ella porque el alma se alimenta de la oscuridad tanto
como de la luz. La bajada al mundo subterráneo nos conecta con lo profundo y oscuro, nos
conduce al vacío de nuestro ser, hacia una transformación y renovación.
“Es precisamente porque nos resistimos a la oscuridad en nosotros mismos que nos
perdemos de lo más profundo de la belleza, el brillo, la creatividad y la alegría que se
encuentran en nuestra esencia”, explica Moore.
La oscuridad no es lo malo en nosotros, es aquello que aún no está iluminado, las otras
partes que nos constituyen y que no podíamos ver. Siempre han estado ahí pulsando por
emerger y por ayudarnos a sentirnos más completos. Ahora es el momento.
“Ningún árbol, crece hasta el cielo sin que sus raíces alcancen el infierno”.
(Carl Jung)
Hay noches oscuras del alma y descensos a los infiernos ineludibles. En esos casos hay
que tomar la determinación de permanecer en ese espacio desierto y solitario, estando
presentes ante el vacío. Entonces puede emerger un vacío fértil, una presencia total que
nos libera. En este sentido, dijo Jung que la oscuridad y el caos preceden siempre a una
expansión de la conciencia.
Hemos de rendirnos y dejar que el dolor nos pula, nos forje, purifique y transforme en su
fuego alquímico. El alma se nutre de la noche oscura. Es gestación para renacer, una
oportunidad para recuperar la conexión con la esencia, frente al control del ego y la fuerza
de la razón. En algún momento hemos de transitar también las sombras, los valles lúgubres
y sombríos de nuestro espacio interior. Y el lugar del desierto donde encontrar la propia
fuerza y verdad.
Las crisis nos invitan a dar espacio al alma, a vivir en el alma, a expandir los límites que la
definen, a confiar en ese nivel profundo de la existencia. Deponer nuestro sentido de
importancia personal, y dejar morir las estrategias y posicionamientos del ego, que pretende
que la vida se adapte a sus deseos y requerimientos.
La noche oscura es un viaje sagrado, iniciático, solitario. Es el viaje del héroe. Únicamente
cuando nos vemos obligados a abandonar la zona de confort de “lo conocido” y
atravesamos las profundidades de lo desconocido descubrimos nuevos recursos
personales. La noche oscura es un vacío fértil. Representa el ciclo Vida/Muerte/Vida.
Destruye la pequeña voluntad, el orgullo, el egoísmo y todo sentido de ser “importante” y
“especial” para crear un nuevo estado de conciencia. Porque la emergencia de lo nuevo
conlleva la muerte de lo viejo.
El fracaso es una experiencia imprescindible que nos ayuda a madurar, a ser humildes,
mientras que el éxito continuado puede mantenernos en un estado de omnipotencia y
superficialidad. Tenemos la opción de sufrir y lamentarnos o aceptar que las noches oscuras
forman parte de la vida, y colaborar con lo inevitable para que sea una etapa creativa y
enriquecedora. Buscar un significado positivo y afrontar la crisis de manera constructiva,
preguntándonos: ¿Qué sentido tiene esto en mi vida?, ¿qué me aporta?, ¿qué parte de mí
necesita y pide crecer? Hay infinidad de muertes y renacimientos en la vida. Es necesario
rendirse y dejar que la vida nos transforme para acceder a nuevos niveles de conciencia. En
algún momento veremos lo que atravesamos fue un peldaño más de esa larga escalera que
nos conduce a la luz de la conciencia.
Las crisis son estados de transición, puntos de inflexión, momentos inciertos en los que
existe una máxima tensión entre opuestos y a la vez se hallan cargados de fecundidad. Son
en sí mismos momentos óptimos para el cambio. Las dificultades, tristezas, desafíos,
conflictos y frustraciones nos configuran, son las experiencias que posibilitan el crecimiento
y la evolución de la conciencia. Cada sufrimiento es una puerta que se abre a otro plano. El
dolor y la pérdida cumplen la función de despertarnos a nuestra verdadera naturaleza
primigenia, descubrir quiénes somos más allá de la máscara de la personalidad y los
condicionamientos. Cuando muere el ego el alma resplandece.
El dolor, las adversidades, las renuncias obligadas a algunos sueños nos hacen humildes.
Destruyen capas de orgullo, omnipotencia, vanidad, arrogancia y narcisismo; destruyen
capas de egocentrismo, perfeccionismo, rigidez e intolerancia. La humildad se forja en el
fuego alquímico del dolor. Por medio de las crisis la coraza egoica se va resquebrajando, se
vuelve más fina y trasparente, nos hacemos translúcidos y porosos a la vida.