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"Escribí una larguísima reflexión para la próxima Revista Orsai, pero tengo
ganas de compartirla ahora en caliente. Entonces hice un pequeño resumen de
algo que va a salir en el próximo número mucho más detallado que se llama
"Messi y su valija". Es algo que tiene que ver más que con el ahora, con el
principio de todo.
En las entrevistas post partido, todas las preguntas las respondía con un sí o
con un no. A veces decía 'gracia' y después bajaba la vista, no hablaba mucho.
Los argentinos emigrados hubiéramos preferido a un charlatán, pero había
algo bueno cuando por fin hilvanaba una frase más o menos larga, se comía
todas las eses y decía ful en lugar de falta. Descubrimos, con alivio, que era de
los nuestros, de los que teníamos la valija sin guardar.
En esa época había dos clases de inmigrantes en Barcelona: los que guardaban
la valija en el ropero, ni bien llegaban a España, decían 'vale', 'tío' y 'hostias'. Y
los que teníamos la valija sin guardar manteníamos las costumbres, como por
ejemplo el mate o el yeísmo. Decíamos yuvia, decíamos caye, para no
olvidarnos. Empezó a pasar el tiempo. Messi se convirtió en el 10 indiscutido
del Barça. Llegaron las Ligas, las Copas del Rey y las Champions. Y tanto él
como nosotros, los inmigrantes, supimos que el acento era, de todas las cosas,
lo más difícil de mantener.
A todos nos costaba mucho seguir diciendo gambeta en vez de regate, pero al
mismo tiempo sabíamos que era nuestra trinchera final. Y Messi fue nuestro
líder en esa batalla. El chico, aquel que no hablaba, nos mantenía viva la forma
de hablar".
Celebrábamos que, en el vestuario, siempre tuviera el termo y el mate. De
repente era el humano más famoso de Barcelona pero, igual que nosotros,
nunca dejaba de ser un argentino en otra parte.
Es difícil explicar cuánto nos alegró la vida a los que vivíamos lejos de casa.
Cómo nos sacó del hastío de una sociedad monótona y nos justificó. De qué
manera nos ayudó a no perder la brújula. Messi nos hizo felices de una forma
tan serena, y tan natural, y tan nuestra, que cuando empezaron a llegar los
insultos desde Argentina no lo podíamos entender.
Ahí ocurre, creo yo, el hecho más insólito del fútbol moderno: la tarde de 2016
en que Lionel se cansó de los insultos y decidió renunciar, un chico de quince
años le escribió una carta por Facebook que terminaba diciendo: 'Pensá en
quedarte. Pero quedate para divertirte, que es lo que esta gente te quiere
quitar'. Siete años después, Enzo Fernández, el autor de la carta, resultó el
jugador revelación del Mundial de Lionel Messi.
Su renuncia duró unos meses porque el amor hacia esta camiseta se impuso
frente a sus críticos. La ida de ciertos referentes lo ungió como el nuevo líder
visible del plantel. Y al volver, ganó todo lo que le faltaba y cerró las bocas de
sus detractores. Aunque algunos lo encontraron por primera vez vulgar frente
a un micrófono. Fue cuando dijo: 'Qué mirá', bobo, andá payá'. Para nosotros,
los que vigilamos su acento durante quince años, fue una frase perfecta,
porque se comió todas las eses y su yeísmo sigue intacto.