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Las últimas décadas del pasado siglo van a ver nacer y crecer rápidamente un nuevo concepto, el de
alimento saludable, precursor de la actual concepción de los alimentos funcionales. La versión más
clásica de esta moderna corriente va a ser la de los alimentos enriquecidos.
La idea original no es en un principio la de crear nuevos alimentos con propiedades diferentes, sino
la de hacer mayores las propiedades nutricionales del alimento original.
Al menos, éste es el concepto original, en base al cual a un alimento se le añadían cantidades extras
de uno de sus nutrientes, y no de sustancias no nutritivas o de nutrientes ajenos a la composición
natural original. Sin embargo, el término enriquecido se ha extendido hoy a la adición de otros
nutrientes no característicos del propio alimento o de sustancias no nutritivas, con lo cual el límite
entre alimento enriquecido y funcional es difuso.
Sin embargo, en la actualidad el listado se ha incrementado con la adición de nuevas sustancias que
no estaban presentes, o lo estaban en escasa cantidad, en el alimento original. Así, podemos hablar
de leche “enriquecida” con flúor o con jalea real, de zumos “enriquecidos” con leche, de huevos con
ácidos grasos omega tres, o de productos cárnicos y fiambres enriquecidos en fibra.