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Capítulo
CULTURA Y PODER3
palabras clave
Michel Foucault
3 Este capítulo fue reelaborado por Diego Conno, con los aportes de Juan Ignacio Donati y Laura
Itchart, docentes de la materia Prácticas Culturales, Instituto de Estudios Iniciales, Universidad
Nacional Arturo Jauretche.
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relaciones de poder
¿Por qué es importante reflexionar sobre el poder? Porque el poder es cons-
titutivo de todas nuestras relaciones sociales. Pensar nuestras propias prácticas
culturales implica, necesariamente, reflexionar sobre las relaciones de poder en
las que estamos inmersos.
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pensadores han reelaborado las concepciones clásicas sobre el poder, que lo en-
tendían en términos exclusivos de dominación, para pensar los diversos modos
en los que el poder circula por los distintos ámbitos de la cultura. En este sentido,
el pensador italiano Antonio Gramsci reformuló el concepto de hegemonía, que
resulta una categoría central para pensar el funcionamiento del poder en la socie-
dades contemporáneas. A diferencia de la dominación que se ejerce por medio de
la violencia física o simbólica, la hegemonía se ejerce en condiciones de relativa
libertad. Esto implica que los sujetos sobre los que se ejerce el poder en términos
hegemónicos, de alguna manera, aceptan o consienten dicha relación de poder
porque ven reflejados allí sus propios intereses.
Desde luego, esto no significa que el ejercicio hegemónico del poder beneficie
siempre a los sujetos sobre los que se ejerce. Muchas veces, apoyamos o sostene-
mos formas de poder que nos perjudican, y que nos obliga a hacernos la siguiente
pregunta: ¿Por qué, en ciertas circunstancias, los sectores populares o subalternos
comparten o apoyan los mismos intereses que los sectores dominantes?
Marx decía que las ideas dominantes de una sociedad son las ideas de las clases
o los sectores dominantes. Esto implica preguntarse de qué manera los sectores
dominantes ejercen su dominación de clase. Según el filósofo marxista Louis Al-
thusser, toda sociedad necesita, al mismo tiempo que produce, generar sus condi-
ciones de reproducción. En este sentido, Althusser estableció una diferencia entre
aparatos represivos (ARE) y aparatos ideológicos de Estado (AIE). Los aparatos
represivos son la policía, el ejército, el sistema penal, los distintos ámbitos del
Estado que se refieren al monopolio de la violencia. Los aparatos ideológicos son
aquellos que legitiman determinada forma de poder, y que no necesariamente
están bajo control estatal. Durante la Edad Media, el aparato ideológico principal
ha sido la Iglesia. A lo largo de la modernidad, ese lugar lo fue ocupando la es-
cuela. Podría decirse que en las sociedades contemporáneas, los grandes medios
de comunicación se han constituido como el aparato ideológico fundamental.
Nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestras formas de ver el mundo, nues-
tras maneras de sentir, nuestros criterios de verdad, están muchas veces -aunque
no exclusivamente- influenciados por los grandes medios de comunicación de
masas que representan los intereses de los sectores hegemónicos.
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particular logra representar sus objetivos propios como aquellos que hacen posi-
ble la realización de los objetivos universales de la comunidad, traducidos como
el bienestar general.
Durante los años ‘90 hubo una hegemonía neoliberal a nivel mundial que tuvo
importantes efectos simbólicos y materiales en América Latina, donde primaron
las ideas de no intervención del Estado, desregulación de la economía, privati-
zaciones, flexibilización laboral, liberalización del mercado, ajuste fiscal. A co-
mienzos del siglo XXI, se fue conformando en América Latina una cosmovisión
contra-hegemónica que terminó estableciendo otra forma de hegemonía, que
podríamos llamar pos-neoliberal, según la cual se ha establecido una valoración
positiva del Estado. Desde este punto de vista, es importante comprender que la
hegemonía no es buena ni mala, es un modo de articular las relaciones de poder
de una sociedad en función de un determinado conjunto de deseos e intereses.
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poder-saber
Si el poder influye en nuestras formas de ser y hacer, esto significa que el poder
no es solamente represivo (no es solamente un decir “vos no podés hacer”). El
poder también es productivo, produce efectos de verdad, formas de saber, tipos
de normatividad, modos de subjetivación. Nuestras identidades no son un dato
natural, son una construcción histórica atravesada por determinadas relaciones
de poder específicas. A lo largo de nuestra vida vamos transitando por una se-
rie de instituciones (familia, escuela, iglesia, medios de comunicación, universi-
dad, trabajo) que van conformando nuestra personalidad. Cuando nos pensamos
como argentino o boliviana; estudiante, trabajador o desocupada; católica, judío,
musulmán o agnóstica; peronista o radical; de derecha o de izquierda; todas estas
categorías son construcciones culturales. Incluso, nuestra condición de género
(masculino/femenino) es una construcción histórico-social atravesada por deter-
minadas relaciones de poder-saber.
poder simbólico
El poder no es igual a la violencia. La violencia puede ser una de las manifes-
taciones del poder, pero el poder es irreductible a ella. Incluso la violencia tiene
distintas formas, puede ser una violencia física pero también simbólica. El soció-
logo francés Pierre Bourdieu ha analizado las diversas manifestaciones de poder
simbólico, es decir, de un poder que se ejerce no por medio de la fuerza física,
sino mediante palabras, imágenes, gestos, etc. Lo importante de reconocer este
tipo de poder es, por un lado, que construye subjetividades, y por otro, que más
tarde o más temprano puede terminar generando violencia física.
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Los gustos, los deseos, los placeres, no son naturales, sino que se van confor-
mando a lo largo de nuestra vida y van constituyendo nuestra identidad tanto
individual como grupal. ¿Cuáles son nuestros gustos culturales? ¿Por qué nos
gustan determinadas cosas y no otras? ¿Qué hace que tengamos determinadas
prácticas culturales? ¿A qué dedicamos nuestro tiempo libre? En suma: ¿por qué
hacemos lo que hacemos?
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posible. Así se inaugura una serie de sentidos preferenciales y otros que quedan
latiendo en los márgenes.
De esta forma, los sectores hegemónicos naturalizan una visión del mundo,
una filosofía, una moral, costumbres, “un sentido común” que cohesionan a los
demás sectores, identificándolos entre sí y situándolos en el mismo plano, ocul-
tando de esta manera la posición privilegiada que mantiene un sector frente a
los demás grupos sociales. Expresiones vagas como “la gente dice…”, “el campo
quiere…”, “las mujeres son así…”, “los jóvenes de hoy…”, “los árabes son…” crean
un universo de sentidos, un sujeto unificado que esconde las relaciones de poder,
y establecen un modelo cultural predominante. Allí se establece una otredad sus-
ceptible de ser sancionable.
Hemos escuchado muchas veces hablar de que ciertas prácticas sociales son
exclusivamente derecho de una elite, de un grupo privilegiado, y que otras con-
forman una práctica popular. En general, estamos más familiarizados con el
mundo de lo popular que con el de las “clases acomodadas”, pero hay que recono-
cer cierta fascinación por lo “exclusivo”. Histórica y socialmente, lo “popular” ha
estado relacionado con lo tosco, con lo vulgar, con lo no deseado. Sin embargo, las
ciencias sociales han rescatado el término como rasgo dominante de aquello que
define las acciones del pueblo y han puesto en diálogo a la cultura popular con
la cultura culta. Centralmente se ha establecido la relación entre ambas a partir
de cuestiones de gusto o de mérito artístico. Se dirá que la música culta es “me-
jor” música que la popular o las expresiones plásticas son más “elevadas” que las
pinturas callejeras. Estas valoraciones, que aparecen como “datos de la realidad”,
encierran los intereses de determinados sectores que hacen ver como una valora-
ción neutral algo que está profundamente atravesado por las condiciones sociales
e intereses de un sector. Y es este el núcleo duro de lo que necesitamos recono-
cer para valorar nuestras propias prácticas culturales: destacarlas en la urdimbre
del tejido social. Insistimos, todas las prácticas culturales están social, política,
económica e históricamente situadas. En esas batallas por los sentidos, múltiples
grupos desafían con prácticas particulares a partir de su lugar en el mundo, de su
historia, de su perspectiva de futuro. El desafío es reconocer los brillos, las marcas
que hablan de aquello que pasó, de los orígenes, para descubrir que la cultura es
solo posible de entender en términos históricos y de linaje. Cuando analizamos
las diversas formas de la familia, el trabajo, la identidad nacional, las modas, la
comida, los juegos infantiles, las bandas de música que suenan en las radios o
cuando reflexionamos sobre la construcción de las nuevas universidades o sobre
las actividades en los teatros de nuestro barrio tenemos que afinar la mirada para
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reconocer esas marcas que nos hablan de la construcción, esas que nos dicen que
esto que ahora es así podría haber sido de otra manera, que rinde tributo a un
pasado posible. También podemos encontrar los signos del futuro, de las posibi-
lidades, de la vanguardia naciente. Reconocer la construcción también permite
pensar activamente acerca de cuáles son los actores involucrados en las disputas
y qué poderes están movilizados.
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En el medio
Los medios de comunicación fueron los encargados de concentrar, casi en su
totalidad, un discurso global para imponer sentidos particulares a la cultura mo-
derna. Esos sentidos son los que han configurado la cultura de masas. Otra vez, el
borramiento del emisor esconde una estrategia de manipulación. La realidad que
presentan los medios de comunicación es una entre muchas otras. El proceso de
producción de la realidad que realizan los medios es racional y político. La afir-
mación de que los medios ofrecen lo que la gente quiere borra la responsabilidad
del emisor en la codificación del mensaje. Los medios masivos de comunicación
son el canal principal de difusión de un tipo particular de cultura que se ofrece de
manera brutal y necesariamente incontrastable como parte del paradigma cultu-
ral hegemónico. Los avances tecnológicos del siglo XX plantearon interrogantes
acerca de la forma en que los medios de comunicación incidían en la estructura
social, en las costumbres y en los modos de ser, hacer y sentir de los integrantes
de la sociedad.
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medida este mundo deseable para ser parte. Buscamos cumplir con los requisitos
necesarios para llegar a convertirnos en uno de los que están adentro. De esta
manera, los medios son herramientas centrales para presentar como única y de-
seable una versión acotada y tendenciosa de la vida.
EdUARdo gALEAno
Televisión/2
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referencias bibliográficas
Althusser, Louis (1988). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan.
Buenos Aires: Nueva Visión.
Gramsci, Antonio (2003). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Esta-
do moderno. Buenos Aires: Nueva Visión.
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