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[S]e concluye que el accidente tuvo por causa una falla mecánica del vehículo en
el que se movilizaban los miembros de la Policía Nacional y los particulares antes
mencionados, consistente en la descomposición de los frenos, en el momento en
que bajaban por una vía muy pendiente. Esta circunstancia trajo como
consecuencia que el conductor del vehículo perdiera el control sobre el mismo y
se estrellara contra un bus que se encontraba sobre la misma vía, más adelante,
aparentemente estacionado, recogiendo o dejando pasajeros. Si bien la señora
Santa Rivera indica que el bus no tenía luces, éste es un hecho sobre el que no
hay claridad en el proceso, de manera que no está probado que hubiera tenido
injerencia en la producción del accidente. Así las cosas, debe establecerse, en
primer lugar, si la causa del accidente, en la forma en que ha quedado
establecida, constituye un hecho imputable al responsable de la actividad
peligrosa desarrollada, o si, por el contrario, es un hecho extraño que permita
romper, en el presente caso, el nexo de causalidad.
En el caso que ocupa a la Sala, el vehículo que dio lugar a la producción del
accidente era conducido por un particular, quien, además, conforme a lo
expresado por varios testigos, era su propietario. Sin embargo, en el momento en
que ocurrieron los hechos, dicho vehículo estaba a disposición de miembros de la
Policía Nacional, quienes solicitaron la colaboración de aquél, para efectos de
cumplir una función pública, esto es, prestar colaboración a algunos ciudadanos,
cuyas propiedades se encontraban en peligro, conforme al aviso dado por éstos
mismos. La policía obró conforme a la autorización contenida en el artículo 33 del
Código Nacional de Policía (…) Así las cosas, considera la Sala que los agentes
del Estado antes mencionados tenían a su cargo la guarda de la actividad
peligrosa, en ejercicio de la cual se produjo el accidente. En efecto, de ellos
dependían la dirección y el control de la actividad, en el momento preciso en que
sucedieron los hechos. Por esta razón, se concluye que el daño causado a (...),
al accidentarse el vehículo citado, es imputable a la entidad demandada.
Lo anterior debe ser entendido sin perjuicio de que pudiera llegar a considerarse
que (...), en su condición de propietario y conductor del vehículo, tenía también a
su cargo la guarda de la actividad desarrollada, lo que daría lugar a concluir que,
en el presente caso, se ejercía una guarda conjunta sobre la misma. Este hecho,
sin embargo, no impide que se condene a la entidad demandada a pagar el total
de los perjuicios causados a los actores, teniendo en cuenta que daría lugar al
surgimiento de una obligación solidaria, según lo dispuesto en el artículo 2.344 del
Código Civil.
FUENTE FORMAL: CÓDIGO CIVIL – ARTÍCULO 2344
En relación con las consultas siquiátricas, se advierte que además del último
dictamen citado, en el que se indica que el especialista deberá determinar la
duración del tratamiento, obra también en el proceso el dictamen realizado, el 6
de mayo de 1994, por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en el
que se concluyó que las consultas podían “extenderse en un tiempo de tres o más
años, de acuerdo con la capacidad de respuesta del paciente y a (sic) factores
exógenos (…). Por lo anterior, la Sala considera que no existen bases suficientes
para condenar en concreto por este concepto. Se proferirá, entonces, condena
en abstracto. Para efectuar la liquidación respectiva, el Tribunal deberá ordenar
la práctica de un nuevo dictamen pericial, por parte de médicos psiquiatras, que
evalúen al paciente y establezcan el período durante el cual éste requirió o
requerirá de la mencionada atención especializada. Con fundamento en lo
expresado por los peritos, podrá variar el número de consultas semanales
sugeridas por los doctores Sanz y Montoya, y, por lo tanto, el valor mensual
calculado anteriormente. Los demás servicios y exámenes serán requeridos por el
paciente de manera permanente, conforme a lo expresado por los peritos. Así las
cosas, la indemnización a que tiene derecho la víctima por tales conceptos
comprende dos períodos: uno vencido o consolidado, que se cuenta desde la
fecha en que ocurrieron los hechos hasta el presente, para un total de 93 meses,
y el otro, futuro o anticipado, corre desde la presente fecha hasta el fin de la vida
probable del occiso (38.81 años = 465.72 meses, teniendo en cuenta que al
momento del accidente tenía 36 años), para un total de 372.72 meses. (…) se
condenará, en abstracto, al pago del valor del mantenimiento de la silla de ruedas,
ya que se considera necesario obtener varias cotizaciones para efectos de
establecer cuál es el precio promedio del mercado. Además, será necesario
determinar cuál es el mantenimiento requerido y cuál la periodicidad del mismo, a
fin de calcular el valor mensual debido por ese concepto. La liquidación
respectiva – consolidada y futura – será hecha por el a quo, teniendo en cuenta
las fórmulas antes citadas. (…) Finalmente, se proferirá condena en abstracto, en
contra de la entidad demandada, en lo que se refiere al valor de las drogas y los
pañales desechables requeridos por el paciente, según lo expresado en el
dictamen (…) En relación con el daño emergente correspondiente al valor de las
drogas antidepresivas, dado que se recomienda la utilización de una sola de ellas,
se averiguará el precio del mercado de las cuatro (4) sugeridas por los peritos,
para obtener un solo valor promedio, que servirá de base para efectuar la
liquidación.
CONSEJO DE ESTADO
SECCION TERCERA
Consejero ponente: ALIER EDUARDO HERNÁNDEZ ENRÍQUEZ
(...)
I. ANTECEDENTES:
2. El señor JOSE JARIO VELENCIA LEON era, para (sic) la citada fecha, el
propietario de uno de los vehículos accidentados, marca Willys modelo J5
de placas HL 53-98.
7. Como resultado del accidente resultaron (sic) lesionados los Sres. JOSE
MANUEL GUTIERREZ SEPÚLVEDA, José Jairo Valencia León, Daniel
Rodas, Jhon Jairo Tirado, Carlos Elí Valencia, Jairo Hernán Satoba
Chaparro y Martha Dolly Santa Rivera.
(...)
13. Las lesiones recibidas por JOSE MANEL GUTIERREZ SEPÚLVEDA,
en el accidente de marras, están descritas... en la historia clínica...
elaborada en el Hospital Universitario San Jorge, donde fue atendido – por
remisión del Hospital Zonal de Cuba – desde el mismo día del accidente...
(...)
(...)
Así las cosas, es claro que el actor contribuyó, con su proceder culposo, “a
las consecuencias que lo llevaron a presentar la demanda”, por lo cual debe
reducirse la condena en contra de la demandada en un 50%. En efecto, también
está demostrada la falla del servicio, dado que los policías obraron en contra de la
prohibición de llevar civiles a los operativos.
De otra parte, está demostrada la existencia de la conducta de un tercero,
“igualmente culposa y peligrosa”, esto es, la del conductor del vehículo
accidentado.
De otra parte, consideró que, una vez hecho el descuento aludido, debía
condenarse a la demandada a pagar a la víctima el valor equivalente a 500
gramos de oro, por concepto de perjuicios fisiológicos, los que consideró
acreditados con fundamento en los dictámenes médicos que obran en el proceso.
Y por concepto de daño moral – cuya existencia encontró demostrada respecto de
todos los demandantes, incluidos los suegros de José Manuel Gutiérrez, dado
que convivían, desde hace varios años, en la misma casa –, consideró que debía
condenarse al pago de la suma equivalente a 500 gramos de oro, tanto para la
víctima como para su esposa y su hijo, y a 100 gramos de oro para cada uno de
los demás demandantes.
IV. CONSIDERACIONES:
1
Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección III, 20 de febrero de 1989. Expediente 4655.
Actor: Alfonso Sierra Velásquez.
administración sólo se exonera demostrando la existencia de una causa extraña,
que rompa el nexo de causalidad.
2
Ver, entre otras, sentencia de la Sección III, del 16 de junio de 1997. Expediente 10024. M.P. Ricardo Hoyos Duque.
3
Ver, en el mismo sentido, sentencia del 16 de marzo de 2.000. Expediente 11.670. Actor Martiniano Rojas y otros.
2. EL CASO CONCRETO:
Marta Dolli Santa Rivera, quien vivía, en la fecha del accidente, en la finca
de Daniel Giraldo, donde se desempeñaba como empleada doméstica, manifestó
que, el 20 de septiembre de 1992, aproximadamente a las 7:00 ó 7:30 p.m., iban
a asaltar la finca mencionada y ella fue personalmente a avisarle a la Policía. En
el centro de Altagracia, un cabo le dijo al señor Jairo Valencia que necesitaban su
vehículo, con urgencia; éste accedió a acompañarlos y se subieron varias
personas: Valencia, un señor de nombre Diego – cuñado de aquél –, José Manuel
Gutiérrez, el cabo, dos policías más y ella. Dice que ella y José Manuel Gutiérrez
los acompañaron, porque eran quienes sabían dónde quedaba la finca. Explica
que, poco antes, se había encontrado a Gutiérrez, quien estaba comprando el
mercado, y lo informó sobre el posible asalto. Cuando iban en camino, el
conductor Jairo Valencia manifestó que los frenos no respondían, y luego
chocaron contra una “chiva”, que se encontraba estacionada, sin luces, en la
mitad de la vía (folios 24 a 28 del cuaderno 2).
Así las cosas, debe establecerse, en primer lugar, si la causa del accidente,
en la forma en que ha quedado establecida, constituye un hecho imputable al
responsable de la actividad peligrosa desarrollada, o si, por el contrario, es un
hecho extraño que permita romper, en el presente caso, el nexo de causalidad.
Para ello, debe tenerse en cuenta la distinción que doctrina y jurisprudencia
han hecho entre la fuerza mayor y el caso fortuito, que, como se expresó en la
sentencia del 20 de febrero de 1989, citada anteriormente, adquiere su mayor
interés dentro del marco de la responsabilidad por riesgo excepcional. Se ha
dicho que la fuerza mayor es causa extraña y externa al hecho del demandado;
se trata de un hecho conocido, irresistible e imprevisible, que es ajeno y exterior a
la actividad o al servicio que causó el daño. El caso fortuito, por el contrario,
proviene de la estructura de la actividad de aquél, y puede ser desconocido,
permanecer oculto, y en la forma que ha sido definido, no constituye una
verdadera causa extraña, con virtualidad para suprimir la imputabilidad del
daño.
Visto lo anterior, concluye la Sala que la causa que dio lugar al accidente,
en el presente caso, esto es, la falla mecánica del vehículo, se produjo dentro de
la estructura misma de éste último, de manera que, aunque no se conocen sus
causas, es, sin duda, un hecho interno a la actividad que con él se desarrollaba.
No constituye, en estas condiciones, un hecho imprevisible y, por lo tanto, no da
lugar al rompimiento del nexo de causalidad existente entre dicha actividad y el
daño producido.
Así las cosas, considera la Sala que los agentes del Estado antes
mencionados tenían a su cargo la guarda de la actividad peligrosa, en ejercicio de
la cual se produjo el accidente. En efecto, de ellos dependían la dirección y el
control de la actividad, en el momento preciso en que sucedieron los hechos. Por
esta razón, se concluye que el daño causado a José Manuel Gutiérrez Sepúlveda,
al accidentarse el vehículo citado, es imputable a la entidad demandada.
4
TAMAYO JARAMILLO, Javier. De la Responsabilidad Civil. Las presunciones de responsabilidad y sus medios de
defensa. Edit. Temis, 2ª edición. Tomo I, vol 2., Santafé de Bogotá, 1996, p. 78.
condene a la entidad demandada a pagar el total de los perjuicios causados a los
actores, teniendo en cuenta que daría lugar al surgimiento de una obligación
solidaria, según lo dispuesto en el artículo 2.344 del Código Civil.
“a) Incapacidad para deambular por lo cual se ve obligado a usar una silla
de rueda (sic)...
b) Deformidad permanente de columna dorsal con cifosis.
4. Lesión permanente del funcionamiento de sus (sic) sistema digestivo
por lo cual deberá usar enemas o supositorios evacuantes y del sistema
urinario consistente en vejiga neurogénica con dificultad para la micción,
lo cual obliga el uso de sonda vesical permanente conectada a cistofló,
resultado lo anterior en serio deterioro de su vida de relación o
interpersonal por el manejo dificultoso de la bolsa llenándose ésta de
orina con las consecuencias de olor, humedad, por lo que el paciente
tiene que permanecer recluido en su casa, además la persona sufrirá
infecciones urinarias a repetición con fiebre y malestar general que lo
obligan a guardar reposo en cama”.
ANALGÉSICOS: Dipirona
Meperidina
ANTIDEPRESIVOS: Amitriptilina
Fluoxetina
Evadyne
Cuait D
“SERVICIO TARIFAS
SOAT PARTICULAR
a) Enfermera permanente 24 H. 40.000.oo
b) Consulta siquiatría 6.800.oo 25.000.oo
c) Escanografía 70.151.oo 150.000.oo
d) Consulta urólogo 7.300.oo 20.000.oo
e) Examen parcial de orina 2.800.oo 3.500.oo
f) Urocultivo 5.900.oo 22.000.oo
S = Ra (1+ i)n - 1
i
Sumados los valores mensuales requeridos para el pago de estos tres
servicios, debidamente actualizados conforme a la tabla anterior, se obtiene una
suma total de $4.242.141.oo. Entonces:
S = $12.788.463.oo
S = Ra (1+ i)n - 1
i
S = $46.027.904.oo
S = Ra (1+ i)n - 1
i (1+ i) n
S = $67.445.602.oo
Así las cosas, sumados los valores antes indicados, se obtiene un total de
ciento veintiséis millones doscientos sesenta y un mil novecientos sesenta
y nueve pesos ($126.261.969.oo). Se condenará, entonces, a la entidad
demandada, a pagar dicha cantidad a José Manuel Gutiérrez Sepúlveda, por
concepto de daño emergente.
De otra parte, se solicita, en la demanda, el pago del valor correspondiente
al mantenimiento de la silla de ruedas que, dada la condición de permanente del
daño sufrido por la víctima, deberá ser utilizada por ésta durante el resto de la
vida. Obra en el proceso la cotización efectuada por la firma Su Equipo Ltda., el
14 de marzo de 1994, donde se expresa que dicho mantenimiento tiene un costo
anual de $150.000.oo. Solicitada una cotización del mismo servicio a la firma
Procientífica de Occidente Ltda., ésta expresó que no lo prestaba (folios 15 y 17
del cuaderno 2).
Observa la Sala que este valor resulta excesivo, teniendo en cuenta que la
citada firma Procientífica de Occidente Ltda. presentó cotización sobre el valor de
una silla de ruedas standard y concretamente sobre su precio de fábrica, para
distribuidores, indicando que correspondía, el 25 de marzo de 1994, a
$139.100.oo, más IVA. Resultaría más costoso, en consecuencia, el
mantenimiento de la silla que la silla misma. Por lo anterior, se condenará, en
abstracto, al pago del valor del mantenimiento de la silla de ruedas, ya que se
considera necesario obtener varias cotizaciones para efectos de establecer cuál
es el precio promedio del mercado. Además, será necesario determinar cuál es el
mantenimiento requerido y cuál la periodicidad del mismo, a fin de calcular el valor
mensual debido por ese concepto. La liquidación respectiva – consolidada y
futura – será hecha por el a quo, teniendo en cuenta las fórmulas antes citadas.
6
Ver, entre otras, sentencias de la Sección Tercera, del 15 de septiembre de 1995, expediente 8488; 31 de enero de
1997, expediente 9849; 2 de octubre de 1997, expediente 10246.
Aplicando la fórmula utilizada reiteradamente por la jurisprudencia, se tiene
que la renta actualizada (Ra) es igual a la renta histórica (devengada por la
víctima al momento del accidente, esto es, el salario mínimo vigente en el año
1992), multiplicada por el índice de precios al consumidor del mes anterior a la
sentencia, dividido por el índice de precios al consumidor vigente en el mes del
hecho dañino, conforme a las certificaciones del DANE.
Liquidación:
S = Ra (1+ i)n - 1
i
S = $30.500.072.oo
S = Ra (1+ i)n - 1
i (1+ i) n
S = $44.692.362.oo
7
Consejo de Estado, S.C.A., Sección Tercera, Expediente 7428. Actor John Jairo Meneses Mejía y otros. M.P. Julio
César Uribe Acosta.
Javier Tamayo Jaramillo, que dicho perjuicio estaba referido a la “pérdida de la
posibilidad de realizar... otras actividades vitales, que aunque no producen
rendimiento patrimonial, hacen agradable la existencia”.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el adjetivo fisiológico que hace
referencia a disfunciones orgánicas, no resulta adecuado para calificar el
desarrollo de actividades esenciales y placenteras de la vida diaria
(recreativas, culturales, deportivas, etc.).
(...)
8
Consejo de Estado, S.C.A., Sección Tercera, expediente 10.421. Actores: María Edelmira Cano y otro. M.P. Ricardo
Hoyos Duque.
9
Algunos autores han sugerido llamar a este perjuicio préjudice de désagrément, perjuicio por desagrago. Cfr. Yvez
Chartier, citado por Javier Tamayo Jaramillo, De la responsabilidad civil, T. II, de los perjuicios y su indemnización.
Bogotá, Edit. Temis, 1986. p. 147.
10
Max Le Roy. L´evaluation du préjudice corporel. Paris, Libraire de la Cour de Cassation, 1989. p. 66.
11
Ibidem, p. 67.
4. De ahí que no sea exacto considerar como perjuicio de placer el
deterioro o destrucción de instrumentos como gafas, prótesis, sillas de
ruedas, bastones, muletas, etc, mediante las cuales algunas personas
suplen sus deficiencias orgánicas 12, ya que no hay duda que aquí se
trataría de un perjuicio material bajo la modalidad de daño emergente, en
cuanto la víctima tendrá que efectuar una erogación para sustituir el
elemento perdido.
12
Carolina Arciniegas Parga y Andrés Molina Ochoa. El perjuicio extrapatrimonial: el daño moral y el daño
fisiológico. Revista Temas Jurídicos, Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Santafé de Bogotá, D.C., No. 9,
p. 154..
13
Ibídem.
14
HENAO PÉREZ, Juan Carlos. El daño. Análisis comparativo de la responsabilidad extracontractual del Estado en
derecho colombiano y francés. Universidad Externado de Colombia, primera edición, Santafé de Bogotá, 1998, p.p.
270, 271.
Debe insistirse ahora, entonces, con mayor énfasis, en que el daño
extrapatrimonial denominado en los fallos mencionados “daño a la vida de
relación”, corresponde a un concepto mucho más comprensivo, por lo cual resulta
ciertamente inadecuado el uso de la expresión perjuicio fisiológico, que, en
realidad, no podría ser sinónima de aquélla, ni siquiera en los casos en que este
daño extrapatrimonial – distinto del moral – es consecuencia de una lesión física o
corporal. Por esta razón, debe la Sala desechar definitivamente su utilización. En
efecto, el perjuicio aludido no consiste en la lesión en sí misma, sino en las
consecuencias que, en razón de ella, se producen en la vida de relación de quien
la sufre.
De otra parte, se precisa que una afectación de tal naturaleza puede surgir
de diferentes hechos, y no exclusivamente como consecuencia de una lesión
corporal. De otra manera, el concepto resultaría limitado y, por lo tanto,
insuficiente, dado que, como lo advierte el profesor Felipe Navia Arroyo,
únicamente permitiría considerar el perjuicio sufrido por la lesión a uno solo de los
derechos de la personalidad, la integridad física. 15 Así, aquella afectación puede
tener causa en cualquier hecho con virtualidad para provocar una alteración a la
vida de relación de las personas, como una acusación calumniosa o injuriosa, la
discusión del derecho al uso del propio nombre o la utilización de éste por otra
persona (situaciones a las que alude, expresamente, el artículo 4º del Decreto
1260 de 1970), o un sufrimiento muy intenso (daño moral), que, dada su
gravedad, modifique el comportamiento social de quien lo padece, como podría
suceder en aquellos casos en que la muerte de un ser querido afecta
profundamente la vida familiar y social de una persona. Y no se descarta, por lo
demás, la posibilidad de que el perjuicio a la vida de relación provenga de una
afectación al patrimonio, como podría ocurrir en aquellos eventos en que la
pérdida económica es tan grande que – al margen del perjuicio material que en sí
misma implica – produce una alteración importante de las posibilidades vitales de
las personas.
15
NAVIA ARROYO, Felipe. Ensayo sobre la evolución del daño moral al daño fisiológico, próximo a publicarse. El
doctor Navia Arroyo precisa, además, que el concepto de daño fisiológico – de acuerdo con el alcance que, hasta ahora,
le ha dado esta Corporación – corresponde al de perjuicio de agrado, elaborado por la doctrina civilista francesa, y
explica que la expresión daño fisiológico, en realidad, corresponde a una noción más amplia, también de creación
francesa y aparentemente abandonada, que hace referencia a las repercusiones que puede tener una lesión permanente
no sólo en la capacidad de gozar la vida de una persona, sino, en general, en sus condiciones de existencia, al margen
de cualquier consecuencia patrimonial, por lo cual resultaría más cercana al concepto de daño a la vida de relación,
elaborado por la doctrina italiana.
Debe decirse, además, que este perjuicio extrapatrimonial puede ser
sufrido por la víctima directa del daño o por otras personas cercanas a ella, por
razones de parentesco o amistad, entre otras. Así, en muchos casos, parecerá
indudable la afectación que – además del perjuicio patrimonial y moral – puedan
sufrir la esposa y los hijos de una persona, en su vida de relación, cuando ésta
muere. Así sucederá, por ejemplo, cuando aquéllos pierden la oportunidad de
continuar gozando de la protección, el apoyo o las enseñanzas ofrecidas por su
padre y compañero, o cuando su cercanía a éste les facilitaba, dadas sus
especiales condiciones profesionales o de otra índole, el acceso a ciertos círculos
sociales y el establecimiento de determinadas relaciones provechosas, que, en su
ausencia, resultan imposibles.
En este sentido, son afortunadas las precisiones efectuadas por esta Sala
en sentencia del 2 de octubre de 1997, donde se expresó, en relación con el
concepto aludido, que no se trata de indemnizar la tristeza o el dolor
experimentado por la víctima – daño moral -, y tampoco de resarcir las
consecuencias patrimoniales que para la víctima siguen por causa de la lesión –
daño material –, “sino más bien de compensar, en procura de otorgar al
damnificado una indemnización integral... la mengua de las posibilidades de
realizar actividades que la víctima bien podría haber realizado o realizar, de no
mediar la conducta dañina que se manifestó en su integridad corporal”. 16
De acuerdo con lo anterior, resulta, sin duda, más adecuada la expresión daño
a la vida de relación, utilizada por la doctrina italiana, la cual acoge plenamente
esta Corporación. Se advierte, sin embargo, que, en opinión de la Sala, no se
trata simplemente de la afectación sufrida por la persona en su relación con los
seres que la rodean. Este perjuicio extrapatrimonial puede afectar muchos otros
actos de su vida, aun los de carácter individual, pero externos, y su relación, en
general, con las cosas del mundo. En efecto, se trata, en realidad, de un daño
extrapatrimonial a la vida exterior; aquél que afecta directamente la vida interior
sería siempre un daño moral.
Por último, debe precisarse que, como en todos los casos, la existencia e
intensidad de este tipo de perjuicio deberá ser demostrada, dentro del proceso,
por la parte demandante, y a diferencia de lo que sucede, en algunos eventos,
con el perjuicio moral, la prueba puede resultar relativamente fácil, en la medida
en que, sin duda, se trata de un perjuicio que, como se acaba de explicar, se
realiza siempre en la vida exterior de los afectados y es, por lo tanto, fácilmente
perceptible. Podrá recurrirse, entonces, a la práctica de testimonios o dictámenes
periciales, entre otros medios posibles.
Por otra parte, está demostrado que José Manuel Gutiérrez convivía con su
esposa y sus suegros, desde que se casó, y sostenía con ellos una relación
familiar muy estrecha, de afecto y ayuda mutua. Inclusive, está probado que, con
posterioridad al accidente, son los señores Daniel Giraldo y María Edith Betancur
de Giraldo quienes han aportado el dinero necesario para garantizar el
sostenimiento económico de José Manuel y su familia, lo que constituye evidencia
clara de la solidaridad de aquéllos respecto de su situación. Estos hechos se
acreditaron en el curso del proceso, con fundamento en los testimonios rendidos
por Marta Dolli Santa Rivera – quien conocía de cerca la vida familiar de las
citadas personas, dado que vivía con ellas en la misma casa, donde se
desempeñaba como empleada doméstica (folios 24 a 28 del cuaderno 2) –, y los
señores Daniel Antonio Santa, María Yolanda Holguín de Giraldo y Gildardo
Valencia León, vecinos y amigos de la familia (folios 70 a 73, 120 a 122 del
cuaderno 2).
FALLA:
de daño fisiológico para referirse a aquel tipo de daños que sin ser estrictamente
que la reparación integral del daño que hoy demanda como imperativo el artículo
tal19.
19
En tal sentido puede verse a Ricardo de ANGEL YAGÜEZ en Algunas Previsiones sobre el futuro de
la responsabilidad (con especial atención a la reparación del daño). Madrid, editorial Civitas S.A.,
1995, pg. 143 y 144. También su Tratado de Responsabilidad Civil. Madrid, ed. Civitas, 1993, p. 693 y
708.
CHARTIER, por su parte, mencionó entre otras modalidades el perjuicio sexual, estético y juvenil.
La reparation du prejudice dans la responsabilité civil. Paris, 1993. p.38.