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FLUIR EN LA VIDA1

Para aportar la mayor fluidez posible a la vida, el primer paso que hemos de dar es definir
nuestras prioridades, las cosas por las que uno cree que merece la pena vivir. Saber esto
proporciona la meta global que transforma una existencia insulsa en una aventura llena de
propósito y gozo. También ayudará a dar forma a la visión que motivará a los demás a
invertir sus energías en la organización que uno representa. Un dirigente tendrá
dificultades en expresar una visión coherente a menos que exprese sus valores esenciales,
su identidad básica. Sin embargo, mientras todo el mundo asume que su identidad es
transparente, de hecho, pocas cosas están tan encubiertas por lo velos del engaño como
la propia naturaleza. Por esta razón, lo primero que hemos de hacer es embarcarnos en el
formidable viaje del autodescubrimiento a fin de crear una visión con un alma auténtica.

¿Quién eres?

Entre los consejos más antiguos que se encuentran en la historia de nuestra cultura
están los que se grabaron en la entrada del oráculo de Delfos: <Conócete a ti mismo>.
Desde entonces los filósofos han recomendado este mandato como requisito previo para
una vida feliz y a él también se suscriben los dirigentes empresariales con visión de
futuro. Cuando Christine Comaford se le preguntó qué consejo daría a una persona joven
que pensara hacer carrera en los negocios, ésta respondió:

Lo primero que le recalcaría es que se conozca a sí misma. Si vas por ahí sin tener idea de
quién eres ni en lo que crees, irás perdido toda tu vida. Te casarás con la persona
inadecuada, cometerás muchos errores [...]. Será un problema y dirás: <¡Oh, oh! Esto no
funciona>. ¿Por qué no aprenderlo antes de que sea demasiado tarde? La gente no
desarrolla una relación consigo misma ni con cualquiera aspecto que considere espiritual.
El mundo puede resultar muy confuso sin ese tipo de fundamento; ¿cómo puedes esperar
hacer lo correcto? No vas a saber qué es lo correcto porque no has creado ninguna base
[...] y sin eso, en realidad nada importa.

Pero, ¿cómo llegamos a conocernos? Las sendas de los filósofos y de los dirigentes
empresariales divergen en sus respuestas. Para los pensadores la respuesta les conduce a
la introspección, a través de la reflexión crítica, la prueba y el cuestionamiento constante
de la base de su creencia y su conocimiento. En nuestros tiempos, este esfuerzo puede
suponer el proyecto psicoanalítico de aprender las razones de nuestras acciones y las
raíces de nuestras neurosis. También podría conducir a adoptar la postura de la crítica
incesante del deconstruccionista que sospecha de toda certeza. Para el pensador
profesional, la búsqueda de la comprensión es el esfuerzo de toda una vida que es un fin

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Mihaly Csikszentmihalyi – Fluir en los Negocios
Transcripción – Texto seleccionado para Certificación Value Drivers 2010

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en sí mismo, una peligrosa gesta que puede conducir al nihilismo, o lo que es peor para los
ojos del peregrino, al autoengaño.
Ésta no es la forma en que los dirigentes empresariales suelen plantearse el viaje del
autoconocimiento. Para ellos conocerse no es un fin, sino un medio. Su meta última es
actuar de manera eficaz en el mundo y para ello han de aprender quiénes son. De modo
que en lugar de una búsqueda sin final para hallar la raíz de su existencia buscan una
creencia básica que pueda apoyarles durante toda su vida, y cuando encuentran una
que les parece correcta la adoptan y la conservan sin cuestionárselo mucho más. Tal
como hemos visto, esta creencia básica suelen haberla aprendido a una edad temprana, y
estar fundada en los valores religiosos y culturales tradicionales.
¿Cuál es el mejor enfoque? Se podría argüir que la búsqueda intelectual es más profunda,
la que es más probable que nos guíe hasta la comprensión genuina. Al mismo tiempo, uno
puede perder su alma en el curso de girar su atención hacia adentro y desconectarse del
resto del mundo. La desventaja de la fórmula de los dirigentes es que puede resultar una
concepción superficial del yo, basada en valores prestados, por otra parte, libera la
energías de una persona y la anima a actuar en el mundo y a sumar complejidad. Cada
visión tiene su lugar válido en el esquema de las cosas.
Aunque “conocerse a sí mismo” no implique una búsqueda tan agotadora para un
dirigente empresarial como lo supone para el filósofo, sigue siendo una ardua tarea.
Significa reflexionar seriamente en la propia experiencia, preguntarse: ¿Cuáles son las
cosas que más me importan? ¿Quiénes son las personas a las que admiro más? ¿Qué tipo
de persona estoy seguro de que no quiero ser? ¿Cuáles son los valores con los que no me
comprometería bajo circunstancia alguna? En palabras de Max DePree: <La gestión tiene
mucho que ver con las respuestas. Pero la dirección es una función de preguntas. Y la
primera pregunta que se plantea un dirigente es: “¿Quiénes queremos ser?”. No, “¿Qué
es lo que vamos a hacer?”, sino, “¿Quiénes queremos ser? Conocerse a uno mismo no es
una cuestión de descubrir qué es lo que ya tenemos, sino más bien de crear quiénes
queremos ser. Por ejemplo, en las culturas occidentales estamos acostumbrados a pensar
que el “yo” es una entidad limitada por los huesos y la piel. Sin embargo, en muchas
culturas asiáticas y africanas se concibe al yo como un nódulo en una red de relaciones.
Piensas sobre ti mismo como parte de los antepasados, padres , hermanos y primos,
extendiéndote durante generaciones en el pasado como las raíces de un árbol. No eres
nadie fuera del contexto de esa red. Quizás seas un idiota, que era la palabra griega para
la persona que vivía sola, alejada de la comunidad que transformó al organismo animal en
un ser humano.
La pregunta, <¿Quién quiero ser?> se responde mejor no sólo ciñéndonos al presente,
sino revisando toda nuestra vida. En muchas religiones, desde el Tibet a Mesoamérica, los
consejos de los hombres o mujeres de sabiduría ha sido que uno ha de elegir la muerte
como consejera. Aunque esto puede sonar un tanto macabro, en realidad es muy
liberador. Pensemos que en lugar de temer a la muerte, le preguntamos: <Dime, ¿es una
buena idea? ¿He de aceptar este trabajo, casarme con esta persona? ¿Me habré
arrepentido o estaré contento cuando llegue al final de mis días?>. dado que no podemos
evitar la muerte, podemos hacer que nos aconseje mientras estamos vivos.

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Jane Fonda, que ha dividido su vida en tres actos, tras cumplir sesenta años decidió que
era el momento de enfrentarse al tercer acto y llegó a la siguiente conclusión: <Pensé:
bueno, si éste es el caso y de lo que tengo miedo no es de la muerte sino de llegar al final
con cosas que lamentar, entonces tengo que averiguar cuáles son esas cosas que podría
lamentar cuando me plante en el último acto y no las haya hecho o conseguido. Y éstas
eran: tener una relación profunda y haber dejado huella>. En otras palabras, lo que espera
conseguir es la complejidad psicológica que deviene de la diferenciación (“haber dejado
huella”) y la integración (“tener una relación profunda”).

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