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Palabras para Mario

Debo confesar que, en general, cuando me inscribo en un curso de capacitación o de


posgrado, suelo tener sensaciones encontradas. Por una parte, me recorre el entusiasmo
de experimentar alguna epifanía, pues espero que aparezcan las respuestas a preguntas
que me siguen desde hace bastante o que algo de lo dicho me impulse a una nueva
escritura. Por otro lado, con anticipación obsesiva, me preparo asimismo para el posible
horror… para soportar el transcurrir monótono de las horas y el desfile de concepciones
teóricas que no me atrapan… para aceptar, con ánimo franciscano, mi propia ignorancia
sobre autores y posiciones que “ya debería conocer”.
Todo eso está, en el terreno de lo inconfesable, de las impresiones que no pongo en
palabras, pero que, puntualmente, hacen interrogarme sobre la necesidad –o no- de
volver a poner el cuerpo y el espíritu más allá de lo que quisiera.
También, recapacito, ciertas instancias han sido más gozosas. En ellas, quienes
convivimos durante algunas jornadas, fuimos perdiendo el recato sobre nuestras dudas y
vacíos en relación a la “cosa” que, provisoria y aparentemente, nos convocaba. Así,
fueron emergiendo otras “cosas” que, quizás, eran un más acá, tan tangible, perceptible,
palpable y visible que, por eso mismo, no podían ser la gran “cosa” que debería
interesarnos…
La mayoría de las veces, lejos de confirmar certezas, esos encuentros que más añoro me
dejaron parado sobre un tembladeral de dudas y me advirtieron sobre esas senditas que
continuamente despreciaba, aunque en mi tránsito como estudiante y profesor de
Historia ya había tropezado con ellas. Yo andaba en búsqueda del camino con
mayúsculas…
Disculpen, si esto no es lo que se espera escuchar en el inicio de un curso, pero tengo
ganas de contarles algo…
Hace unos días, formalmente, estuve en una situación de examen. Como corresponde,
“examinando” el saber de Mario Vera. Literalmente, nos conocemos desde niños.
Compartimos juegos en el patio escolar, bailes en la secundaria y mates en las
catacumbas. Ahora, yo profesor, él alumno, debía considerar su proyecto de
investigación, señalar errores, apreciar la importancia del tema y proponer una
evaluación general del mismo.
Siempre supe que Mario es de San Antonio. Su amor por el cotidiano vivir en esa tierra
que, no hace tanto, era recorrida por acequias y el aroma de los árboles danzantes, no es
ningún secreto. Creo, que, en parte, su elección del oficio de historiador es una excusa
para seguir narrándola, de muchas y meticulosas maneras.
Esta vez, su interés es tematizar “El intento de copamiento del Regimiento de Infantería
Aerotransportado 17 por el Ejército Revolucionario del Pueblo”. Mario se propone
investigar “Con la mayor objetividad y con el propósito de contribuir al conocimiento
histórico” los motivos por los cuales la dirigencia de la organización político militar
decidió intentar tomar el regimiento catamarqueño. Para eso, ya avanzó en el
reconocimiento del estado de arte, ha seleccionado algunas fuentes periodísticas y
cuenta con los expedientes judiciales de la causa Masacre de Capilla del Rosario.
Antes del examen, tomé apuntes con algunas sugerencias menores al proyecto que, en lo
formal, es intachable. Quizás, si fuera yo, haría otro proyecto, pero estuve leyendo su
proyecto.
Los protagonistas de su historia son los combatientes y dirigentes del PRT-ERP; los
militares del Ejército Argentino y los integrantes de la Policía de Catamarca. Diríamos,
para asignarle un lugar, el hace historia reciente local en clave política.
Sin embargo, cuando nos ponemos a conversar en la oficina del Departamento, algo me
arrastra a confesarle que aquello que debía ser mera justificación de la “cosa”, era lo que
me había conmovido. Eso, mero dato al margen, estaba llamándolo, con insistencia
espectral, para que no se escindiera de su propia territorialidad. Hablamos un largo rato
sobre el vestigio que irrumpía en la superficie pulcra de su plan de trabajo. La nuestra,
creo, fue una conversación feliz.
Dice Mario en uno de los apartados:

El autor nació y vive desde hace más de cincuenta años en el distrito San
Antonio, departamento Fray Mamerto Esquiú, a pocos kilómetros de donde
sucedieron los hechos a investigar. Recuerda que durante su infancia en su
familia y en las familias vecinas el tema de “los extremistas” estaba siempre
presente en las charlas de sobremesa y en los momentos de ocio; manifiesta, que
siendo adolescente, haber conocido a un prestigioso docente de la Universidad
Nacional de Tucumán quien fuera profesor de muchos dirigentes y militantes del
PRT-ERP, con quien charlaba largamente; tiene certezas que en la casa del
mencionado docente, separada solo de un alambrado de la casa del autor,
estuvieron presentes numerosos jóvenes de ambos sexos de sólida formación
ideológica y revolucionaria; y también haber conocido a una perra, propiedad
del docente y traída desde Tucumán, que en el barrio era conocida como “la
montonera”, que cuando escuchaba el sonido de un avión, helicóptero o camión
corría a esconderse en los matorrales, dando muestras de haber sido entrenada
para ello. De niños nos divertíamos con este animal de color barcino a la cual
llevábamos a jugar en la calle y que, cuando escuchaba el ruido del motor 1114
del colectivo, línea 7 de la Cooperativa de Transporte de Catamarca, que cada
hora y media rompía el silencio de nuestro pueblo, la perra corría a esconderse
haciendo cuerpo a tierra y se desplazaba con gran destreza hasta el arbusto más
cercano. El autor (o sea Mario) también conoce a los policías, militares y
vecinos que, directa o indirectamente, fueron protagonistas y testigos de estos
sucesos.

Plantea Alejandro Haber que el conocimiento no es un conjunto de enunciados acerca


del mundo, proferidos desde fuera del mismo, sino un tejido relacional en la que los
seres están. Sobre este entramado, el dispositivo científico ejerce una violencia
destructiva y lo coloniza con nuevos sentidos y jerarquías que dan cuenta de lo
importante y de lo secundario.
Los cerros que abrazan a la Capilla del Rosario, los espectros que andan entre la basura
y huyen del carancheo de los homenajes que hace el Estado, la Montonera que con sus
maneras otras de contar lo silenciado en las composturas de quienes sabían lo indecible,
los juegos infantiles entre los arbustos que dan amparo. Los vecinos de toda la vida que
pueden contar lo que el estado del arte omite. Mundos diminutos que han sido
resguardados en la memoria sensitiva de Mario y que únicamente justifican ser
contados, cuando son ofrecidos en sacrificio al altar del objetivismo y de la Historia.
No creo que traducir en un lenguaje humano al lenguaje no humano de la Montonera
sea parte de la gran historia. Toda traducción cariñosa, es, en sí misma, una forma de
intentar entender lo que ha sido vivido de otra manera.
Quizás, al abandonar la fascinación por las posibilidades de encontrar lo que está
escondido en las fuentes del dispositivo judicial y de los medios de comunicación, la
narración que hará Mario será fallida en clave de lo que es previsto por el
disciplinamiento historiográfico. Pero, si lo que llega a contar tiene algún sentido, será
el de sostener, con sus propias formas, las relaciones en su comunidad.
Mario ha sido criado allí, en la localidad de San Antonio de Fray Mamerto Esquiú.
Cerquita de María Silvia Acosta, que en sus días iniciales en la carrera del Profesorado
de Historia me contaba de la panadería de su abuelo en una esquina de Piedra Blanca a
la que los guerrilleros hambrientos fueron a buscar un poco de pan y mortadela para
saciar el hambre y calmar el miedo. Va y vuelve, desde entonces, María Silvia con ese
relato que, a su modo espectral y físico, la constituye.
Ellos han accedido a un conjunto de relaciones que no son replicables por el
investigador afuerano mejor intencionado. Las catacumbas del Departamento Historia,
con todo lo que las queremos, producen ese efecto de distanciamiento sobre la vida
compartida en la territorialidad vital catamarqueña y nos elevan, cual artificio, para
hablar por afuera de ella.
Cuántas veces, me pregunto -al estar frustrados por la pérdida de intimidad con un
pasado al que estas paredes nos enseñar a considerar como mero objeto de estudio-
intentamos reducir la descripción de las relacionalidades locales a una mera instancia de
comprobación de los grandes problemas que guían a nuestra pesquisa.
Anda por ahí la Montonera. En sus huellas vestigios, en lo visible y en lo ausente, no
hay un resto, un nada más del pasado pretérito, y si ella percibe que no somos el
enemigo que viene a doblegarla, posiblemente, esta vez, saldrá a nuestro encuentro…

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