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Procesos urbanos, arquitectura

y patrimonio
Complejidad desde una perspectiva de género
Procesos urbanos, arquitectura
y patrimonio
Complejidad desde una perspectiva de género

María Guadalupe Valiñas Varela


Wendy Torres Castañeda
Lina María Arias Saldaña
(Coordinadoras)
Van Ostade núm. 7, Alfonso XIII, 01460,
México, Ciudad de México.

Primera edición: 2021

Procesos urbanos, arquitectura y patrimonio.


Complejidad desde una perspectiva de género

Coordinadoras: María Guadalupe Valiñas Varela, Wendy Torres Castañeda y Lina María
Arias Saldaña
Cuidado de la edición: Adlaí Navarro García
Diseño de portada:
Diagramación: Rafael Franco Calderón

ISBN: 978-607-8789-35-1

D.R. © Ediciones Navarra


Van Ostade núm. 7, Alfonso XIII,
01460, México, Ciudad de México

www.edicionesnavarra.com
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@Ed_Navarra

Queda prohibida, sin la autorización escrita del titular de los derechos, la reproducción total o
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Impreso y hecho en México.


Índice

Agradecimientos |

Prólogo |
Delia Patricia López Araiza Hernández

Introducción |
María Guadalupe Valiñas Varela

Parte 1. Roles y actividades impuestas por la sociedad

Capítulo I. Santas, de la antigüedad al México de hoy. Un adorno en


la arquitectura o mujeres en pie de lucha |
María Guadalupe Valiñas Varela

Capítulo II. Las tejedoras. Mujeres indígenas en la historia de México |


Estanislao Gregorio Luna

Capítulo III. Las mujeres, los cuidados y el ámbito profesional contra


la Covid 19 en México |
Lina María Arias Saldaña y Wendy Torres Castañeda

Parte 2. Marchantas y alegres, comercio luz y sombra

Capítulo IV. Las políticas urbanas en el Centro Histórico de la Ciu-


dad de México: resistencia, organización y autogestión en el Merca-
do de la Merced |
Sheila Asnet Espinosa Cortés
Capítulo V. El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del co-
mercio: marchantas y alegres. Una investigación sobre urbanización
sociocultural y género |
Ricardo Antonio Tena Núñez

Capítulo VI. “Festivales de Luz”, urbanismo nocturno en el espacio


público patrimonial y en la arquitectura. Género y entorno interna-
cional en el Centro Histórico de la Ciudad de México |
Elsa Leyva Hernández.

Parte 3. Género, arte y mujeres en el quehacer urbano.

Capítulo VII. El discurso de género en la construcción del barrio |


Felipe Heredia Alba

Capítulo VIII. El legado de la Ruta de la Amistad en la urbanización


de la Ciudad de México con una perspectiva inclusiva, de empodera-
miento y equitativa, en paz y armonía |
Blanca Margarita Gallegos Navarrete y José Antonio García Ayala

Capítulo IX. Breve reflexión sobre el quehacer urbano de las mujeres


en Ecatepec de Morelos |
Alejandra Calva Avalos

Capítulo X Conclusiones del libro |


Wendy Torres Castañeda
Capítulo V
El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas
del comercio: marchantas y alegres.
Una investigación sobre urbanización
sociocultural y género
Ricardo Antonio Tena Núñez*

Introducción

Antes de comenzar, agradezco a Guadalupe Valiñas Varela la oportunidad de


colaborar con ella en el proyecto de investigación que dirige: Complejidad urba-
na, arquitectura y patrimonio desde una perspectiva de género en el Centro Históri-
co de la Ciudad de México (sip: 20202247), el cual me ha dado la oportunidad
de valorar este importante espacio patrimonial con una nueva mirada, que
atiende los reclamos históricos del feminismo y a la compleja interpretación de
la dimensión cultural de la ciudad de cara a las teorizaciones recientes sobre la
perspectiva de género.
Así, conviene advertir que este trabajo tiene un carácter exploratorio en
torno a algunas expresiones culturales que tienen una singular presencia feme-
nina en espacios urbanos específicos, como el Barrio de la Merced en el Centro
Histórico, estudiado desde hace más de dos décadas (Tena y Urrieta, 2009);
ahora se trata de mujeres y prácticas consideradas como parte significativa del

* Profesor investigador de la Sección de Estudios de Posgrado e Investigación de la Escuela Superior de


Ingeniería y Arquitectura (esia), Unidad Tecamachalco y Regina del Instituto Politécnico Nacional
(ipn), coordinador del Taller de Ciudad y Cultura, así como miembro del Comité de Ciudades y
Pueblos Históricos de iconos-México.
Ricardo Antonio Tena Núñez

proceso de urbanización sociocultural (Tena, 2007; Loaeza, 2011; y Alderete,


2013) inscrita en la relación que mantienen el territorio, el espacio público y la
condición de género (Arias, Álvarez y Tena, 2021).
Toma como referencia el trabajo —ya clásico— de Marcela Lagarde (1990),
llevado a cabo en el marco de los estudios culturales de la antropología desde
la perspectiva del feminismo, donde desarrolla el concepto de “cautiverio” (de
las mujeres y de las condiciones de su liberación) concebido como ciclo vital,
despliega una visión distinta a las convencionales de la opresión masculina,
generando una metodología que parte de dos ejes de análisis fundamentales:
el sexo y el poder, que estructuran al sujeto femenino e impiden —en la condi-
ción actual— su autonomía. Para ello desarrolla una tipología de cautiverios
para analizar las diferentes condiciones de la mujer: madresposas, putas, mon-
jas, presas y locas, vinculadas cada una a “espacios de cautiverio” (casa, burdel,
convento, cárcel y manicomio), que, como veremos, encuentran también una
expresión en la llamada “cultura urbana”, o mejor, en los procesos de urbani-
zación sociocultural.

Casa, convento, burdel, prisión y manicomio son espacios de cautiverios específicos


de las mujeres. La sociedad y la cultura compulsivamente hacen a cada mujer ocu-
par uno de estos espacios y en ocasiones, más de uno a la vez (Lagarde, 1990, p. 40).

En este caso, se trata de la identificación de las formas de urbanización


sociocultural que se enfocan, por los límites de este trabajo, en dos formas
del cautiverio: las madresposas y las putas, identificadas etnográficamente
en la conformación de dos manchas culturales que se distinguen, relacio-
nan, complementan y sobreponen en el espacio público y en las prácticas
culturales de cada una, en el complejo tejido urbano del histórico Barrio
de la Merced, en particular, las que se llevan a cabo en los mercados y en el
espacio público.
Para tal efecto, conviene citar la manera en que Marcela Lagarde define,
construye y entable la relación entre estos cautiverios: madresposa y puta.

Las definiciones estereotipadas de las mujeres conforman círculos particulares de


vida para ellas, y ellos mismos son cautiverios. Así, ser madresposa es un cautive-
rio construido en torno a dos definiciones esenciales, positivas, de las mujeres: su
sexualidad procreadora, y su relación de dependencia vital de los otros por medio
de la maternidad, la filialidad y la conyugalidad. Este cautiverio es el paradigma

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

positivo de la feminidad y da vida a las madresposas, es decir, a todas las mujeres


más allá de la realización normativa reconocida culturalmente como maternidad
y como conyugalidad.
El cautiverio de la materno-conyugalidad da vida también al grupo social
específico de las mujeres que se definen por ser material y subjetivamente ma-
dresposas. En ellas, la conyugalidad debería expresar la sexualidad erótica de las
mujeres y el nexo erótico con los otros; sin embargo, debido a la escisión de la
sexualidad femenina, el erotismo subyace a la procreación y, negado, queda a su
servicio hasta desvanecerse.
El erotismo femenino, en cambio, caracteriza al grupo de mujeres expresado en
la categoría de putas. Las putas concretan el eros y el deseo femenino negado. Ellas
se especializan social y culturalmente en la sexualidad prohibida, negada, tabuada:
en el erotismo para el placer de otros. Son mujeres del mal, que actúan el erotismo
femenino en el mundo que hace a las madresposas virginales, buenas, deserotiza-
das, fieles, castas, y monógamas.
Las putas encarnan la poligamia femenina y son el objeto de la poligamia
masculina (dominante). Entre ellas, las prostitutas son la especialización social re-
conocida por todos: su cuerpo encarna el erotismo y su ser de otros se expresa en la
disponibilidad (históricamente lograda) de establecer el vínculo vital al ser usadas
eróticamente por hombres diversos, que no establecen vínculos permanentes con
ellas (Lagarde, 1990, pp. 38 y 39).

Por tanto, y para efectos de este trabajo, con el fin de identificar la relación
entre determinadas prácticas urbanas y construir las manchas culturales que
se configuran en el espacio urbano (Magnani, 2004; Tena, 2015), se ha esta-
blecido una analogía temática y representativa-no única ni restrictiva entre
la categoría de madresposa con la de marchanta; y entre la categoría de puta
con la de “alegre” (sexoservidora). Entendiendo que una y otra pueden ocupar
éstas y otras designaciones tipológicas, dependiendo del “circulo” en el que, en
un momento dado, se desenvuelven, pero sin perder de vista que lo que inte-
resa destacar es la manera como el espacio urbano (la ciudad) genera este tipo
de efectos culturales, construye a los ciudadanos y, al mismo tiempo, espacia-
liza los cautiverios de las mujeres, siguiendo a Lagarde, pero manteniendo la
perspectiva de problematizar la perspectiva de género en los estudios urbanos
contemporáneos.
Igualmente es importante señalar que el abordaje de estos temas y proble-
mas, resulta delicado y riesgoso en muchos sentidos, pero, en particular, en
tanto que en el debate actual algunas personas pueden interpretar que se exage-

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Ricardo Antonio Tena Núñez

ra o banaliza la condición de la mujer (ama de casa o sexoservidora) respecto de


su condición humana, capital erótico y capacidad de ejercicio de la sexualidad,
o bien porque se estima que se contribuye a la estigmatización de ellas; por
eso, el trabajo procede con cautela y asume hasta ahora un carácter descriptivo
y documental de las prácticas culturales, para identificar los elementos básicos
de la etnografía urbana: el escenario, los actores y las reglas que permiten iden-
tificar, en este caso las manchas culturales, su dinámica e implicaciones en el
proceso de urbanización sociocultural.
De igual forma, es conveniente aclarar que este trabajo se basa en un
avance importante de la investigación histórica de las prácticas culturales
vinculadas con los mercados y la “prostitución” en la Ciudad de México y, en
particular, en el Barrio de la Merced, que, por razones de tiempo y espacio,
no ha sido posible incluir en este documento, esperando otra oportunidad
para publicarlo.
Finalmente, es necesario destacar que este trabajo fue realizado en condi-
ciones totalmente atípicas y limitantes, considerando el aislamiento que ocasio-
na hasta ahora, las severas medidas restrictivas provocadas por la pandemia del
Covid-19, lo que ha limitado el trabajo de campo (observación, testimonios,
etcétera), la consulta de fuentes documentales en bibliotecas y las reuniones
de trabajo con el equipo de investigación —siempre indispensable y retroali-
mentador—, limitándonos a las exposiciones virtuales y a distancia, incluso en
foros académicos; de tal forma que esperamos que pronto se pueda retomar el
trabajo y se obtengan mejores resultados.

El Barrio de la Merced: referentes y características

El Barrio de la Merced, ubicado al suroriente del Centro Histórico de la Ciu-


dad de México, es muy conocido por los habitantes de la capital y de otras
entidades de la república, cuya mención motiva dos referencias significativas
diferentes y popularmente connotadas: para las mujeres el referente principal
es el mercado, mientras que para los hombres son las “chicas” (sexoservido-
ras), lo que motiva la existencia de dos manchas culturales que se oponen y
complementan.
Para las y los habitantes del barrio, tales referencias son realidades que for-
man parte de su vida cotidiana, memoria histórica e identidad, son parte del
habitus (Bourdieu, 1997), y aun cuando no sean las únicas actividades que se
realizan en la Merced, es un hecho que tienen una gran presencia, vitalidad y

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

relación, lo que se puede explicar como parte del entramado de prácticas cul-
turales y territorialidades que se configuran en este complejo entorno patrimo-
nial, significado como mujer y llamado por ellos: La Meche.
Para comprender la problemática del Barrio de la Merced, es necesario valo-
rar sus condiciones históricas, las características socio-territoriales, los factores
económicos y los procesos de urbanización sociocultural, ligados con la ubica-
ción y límites, que para efectos de este trabajo sólo se esbozan.
Desde hace varias décadas, el Barrio de la Merced ocupa un polígono deli-
mitado por las siguientes vialidades: al norte, Corregidora; al oriente, Francisco
Morazán y Congreso de la Unión; al sur, Fray Servando Teresa de Mier; y al
poniente, José María Pino Suárez. Se trata de un polígono cuya jurisdicción
compete a dos alcaldías (Cuauhtémoc y Venustiano Carranza) y a los dos pe-
rímetros de la zona patrimonial (A y B), con 117 manzanas y una población
aproximada de 20 mil habitantes (2010).
Al interior del barrio, existen varias discontinuidades socioespaciales, donde
se pueden distinguir tres zonas diferenciadas por los habitantes: una que llaman
“antigua” donde se localiza el exconvento de la Merced (patrona del barrio) y el
antiguo mercado; otra que llaman San Pablo (dos templos y exconvento); y la
que denominan “las naves” (del Mercado de la Merced y otros diez mercados,
a los que se deben sumar el de San Lucas y la Plaza Pino Suarez ubicados en el

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Ricardo Antonio Tena Núñez

área de San Pablo). Las zonas están separadas por vialidades que desempeñan
un papel importante: Avenida San Pablo (que con trazo irregular va de este a
oeste) y separa la zona “antigua” de la de San Pablo; y Anillo de Circunvalación
(norte-sur) que separa la zona de las “naves” de las otras dos.
A la diferenciación anterior hay que agregar otras de carácter administra-
tivo: Avenida Anillo de Circunvalación es también el límite entre las dos al-
caldías, dos colonias y los dos perímetros patrimoniales del Centro Histórico
en las que se ubica el barrio: al poniente, en parte de la Colonia Centro de la
alcaldía Cuauhtémoc corresponde al perímetro “A” (zonas Antigua y San Pa-
blo) y al este, en parte de la Colonia Merced Balbuena de la alcaldía Venustiano
Carranza corresponde al perímetro “B” (Las Naves).
La fragmentación socioespacial y político-administrativa del Barrio de la
Merced es resultado de iniciativas emprendidas durante el siglo xx por los go-
biernos del Distrito Federal (hoy Ciudad de México): el ensanche de las avenidas
20 de noviembre y Pino Suarez (1934), la apertura del Anillo de Circunvalación
(1941) —uno de los primeros proyectos urbanos para aliviar la circulación vehi-
cular en la Ciudad de México— y el de Avenida Fray Servando Teresa de Mier
(1952) —que separó los mercados de la Merced y del de Sonora—; la demo-

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lición del viejo mercado ubicado en el exconvento de la Merced (afectado por


las Leyes de Reforma) y la construcción de los nuevos mercados (Las Naves) en
1957, permaneciendo las bodegas para venta al mayoreo; en la década de 1960
las acciones habitacionales afectaron la zona de la Candelaria, y se sumaron las
obras del Metro; en 1970 el Distrito Federal se reorganizó en dieciséis delega-
ciones y se partió al barrio en dos, también las nuevas terminales de autobuses
foráneos (al oriente: la tapo; al norte: Cien Metros; al sur: Taxqueña; y al po-
niente: Observatorio) eliminaron las terminales de línea que había en el barrio.
En 1980 el inah declaró el Centro Histórico como zona de monumentos
con dos perímetros (A y B); en 1982 se trasladaron las bodegas a la Nueva
Central de Abastos en Iztapalapa y se profundizó las crisis; en 1985 el sismo de
ese año afectó severamente a las vecindades y talleres, generando la expropia-
ción de predios afectados e iniciando el proceso de reconstrucción (Renovación
Habitacional, fases I y II); y en 1987 la unesco incluyó al Centro Histórico de
la Ciudad de México en la lista de Patrimonio Mundial (Tena y Urrieta: 2009,
pp. 101-ss).

La Merced: economía y centralidad

La gran vitalidad económica que acoge cotidianamente el Barrio de la Merced,


aunque ha variado en las últimas décadas, en 1990 registró la existencia de más
de 10,500 unidades económicas y cerca de 24 mil personas ocupadas en comer-
cio, servicios y manufactura (inegi, 1990), cifras que fácilmente se duplican
con la diversidad del trabajo informal en la vía pública (ambulantes, puestos de
comida, diableros, sexoservicio, hojalateros, cuidacoches, entre otros), incluso
se triplican durante cada temporada.
Por lo anterior, aunque la vitalidad comercial la encabezan los mercados
(los once de las naves, el de San Lucas y Plaza Pino Suárez) y más de diez pasajes
comerciales, su dinámica se articula con los establecimientos y locales destina-
dos a la venta de una amplia gama de productos que ocupan diversos giros:
textiles, ropa, estambre, bicicletas, empaques, papelería, jarciería, tlapalería,
herrería y dulces, entre muchos otros; a los que se suman una amplia gama de
servicios públicos y privados, como son: educativos, culturales, salud, asistencia
social, energía, recreativos, transporte, culto, bancarios, deportivos, alimentos,
bebidas y hospedaje.
Este contexto refiere la importancia que tiene la Merced en la centrali-
dad económica del Centro Histórico, que se confirma con la magnitud de la

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población flotante: más de 4.5 millones de personas1 procedentes de todos


los rumbos del Área Metropolitana, de otras entidades y países, que acuden
diariamente a realizar distintas actividades (compras, ventas, visitas personales,
estudios, trabajo, turismo, trámites, servicios, etcétera), de las cuales al menos
dos millones de personas pasan por el Barrio de la Merced.2 Además, es un
lugar donde circula mucho dinero, lo que se confirma por la gran cantidad
de operaciones monetarias que se llevan a cabo todos los días en este pequeño
espacio metropolitano, donde había 29 sucursales de todos los bancos, además
de que la mayor parte de las operaciones se efectúa en efectivo, lo que implica
una gran circulación monetaria (Tena y Urrieta, 2009, p. 112).

La Meche y los mercados

Los mercados de la zona de las “naves” de la Merced se ubican en el poniente de


la alcaldía Venustiano Carranza y en el perímetro “B” del Centro Histórico, en
parte de la Colonia Merced Balbuena; se trata de un espacio patrimonial poli-
funcional que combina la residencia (casas habitación, vecindades, edificios de
departamentos —en renta— y unidades habitacionales) con escuelas, templos,
estacionamientos, cantinas y otros equipamientos, además de once mercados
y bodegas, que muestra un espacio público degradado, pero con gran vitalidad
(puec, 2015).
La zona de las naves está flanqueada por dos avenidas importantes, que se
ligan al norte con Tepito y al sur con La Viga: Eje 1 Oriente: Anillo de Cir-
cunvalación y Eje 2 Oriente: Congreso de la Unión; está cortado al sur por la
Avenida Fray Servando Teresa de Mier —que separó al mercado de Sonora—;
vialidades por donde circulan todo tipo de vehículos de carga y automóviles
particulares, autobuses, microbuses (“peseras”), taxis, bicitaxis y el Metrobús; la
zona está dotada con tres estaciones del Metro: Merced (línea 1), Pino Suarez
(líneas 1 y 2) y Candelaria (línea 4), cuenta con una terminal informal de au-
tobuses foráneos (en el barrio de la Soledad), con corridas diarias y frecuentes a
los estados de Puebla, Veracruz, Oaxaca y Chiapas, además de la conexión vía
Metro con la Terminal de Autobuses de San Lázaro (tapo).

1  Esta cifra representa la mitad de la población total de la Ciudad de México y la cuarta parte de la
población del Área Metropolitana, en un espacio de 10 kilómetros cuadrados.
2  Datos basados en los aforos de transporte público (Metro, peseras y autobuses), sin considerar el priva-
do (automóviles y vehículos de transporte de carga), cuya referencia es el aforo de los estacionamientos
públicos (Tena y Urrieta, 2009).

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Esta zona conforma el centro de abasto minorista más grande de la capital.


Los once mercados disponen de un total 5,652 locales, donde trabajan más de
28 mil personas (22 mil locatarios y 6 mil en vía pública), de las cuales el 44
por ciento son mujeres —48 por ciento solteras y jefas de familia—; además,
más del 50 por ciento de los locatarios cuenta con estudios de bachillerato y
superiores, donde el mayor porcentaje lo ocupa las mujeres; también es impor-
tante señalar que cerca del 70 por ciento de la población que trabaja allí vive
en la zona de la Merced (puec, 2015); entre estos últimos destacan las personas
que conforman el mayor sistema informal de carga y transporte local de la
Merced: los diableros y mecapaleros (cargadores).
Los mercados de la Merced se distinguen por que integran un rico paisaje
cotidiano de tono festivo y carácter popular: es un escenario multicultural:
personas, sonidos, voces, colores, olores, sabores y saberes, con productos pro-
cedentes de las diferentes regiones del país, que ofrece la más amplia gama de
alimentos frescos (legumbres, chiles, verduras, tubérculos, granos, frutas, lác-

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teos, embutidos, carnes, especias, etcétera), flores (naturales y artificiales), dul-


ces, comida preparada, macetas, ropa, juguetes, sombreros, enseres, jarciería,
hiervas (medicinales y mágicas), productos esotéricos, animales vivos… cuya
disposición, exhibición y contigüidad configura un campo de competencia que
favorece a los compradores: comparan calidad, precio y trato, lo que sin duda
alimenta el gusto y la preferencia por este tipo abasto.
En este rico universo comercial participan y acuden diariamente más de 60
mil de personas —de ellas más del 45 por ciento son mujeres—, unas como
parte de su trabajo, pero la mayoría realiza las compras (el mandado) como una
actividad familiar que usualmente encabeza la madre de familia, donde también
participan, según el caso: el esposo, las hijas, las tías, las abuelas y las comadres; o
como parte de procesos comunitarios con vecinas o amigas; se trata de una prác-
tica habitual para surtir la despensa-semanal o quincenal-de su casa o del negocio
familiar de venta de comida (fondas y cocinas económicas), compras que también
se realizan en épocas y fechas determinadas para las celebraciones anuales (bauti-
zos, bodas, cumpleaños, fiestas patronales y rituales), al que se suman comercian-
tes de diversas zonas del centro del país para abastecer pequeños comercios. Este
cosmos paradisiaco configura un potente imaginario femenino del mercado.

La Meche: ¡Pásele, marchanta…!

Lo que hace del mercado una experiencia insustituible es la forma sociocultural


que determina el carácter y el sentido del espacio y de las prácticas: el cliente
es una persona sensible, una mujer que sabe, y como tal es interpelada con una
frase que se dice fuerte y amable: “¡pásele, marchanta…!”
Así se le invita a detenerse y aproximarse para valorar los productos que es-
tán ante ella y para ella; este acto define al actor principal y marca la forma que
permite el trato “cara a cara” entre comprador y vendedor, y entre ellos (en el
mercado la gente se mira y habla) es la forma que activa una interacción perso-
nal (de empatía, gusto, interés y curiosidad o de rechazo) al valorar con los cin-
co sentidos la calidad, atributos y origen del producto, el probar (calar), escoger
y negociar su precio (regatear para estirar el gasto) o recibir una compensación
(un pilón) con la compra; prácticas y relaciones que cuando son habituales
generan el “marchantazgo”;3 es decir, la creación de una relación sociocultural

3  Marchante o marchanta en México es una persona que, al tener preferencia por un puesto, el vendedor
se hace su “marchante o marchanta”, se amarchantan. El Diccionario del Español de México (Colegio

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donde el intercambio no es un instante impersonal de compra-venta, la figura


del marchante no sólo se construye como una decisión libre de preferencia mu-
tua entre comprador y vendedor, se trata de relación con temporalidad variable
pero que usualmente llega a constituir un campo cultural (habitus) de relacio-
nes personales duraderas y entrañables (en el mercado hay muchos marchan-
tes y entre ellos se procuran), que incluyen desde sugerencias para la comida
hasta el préstamo (fiado) de productos, basado en el reconocimiento mutuo y
gradual de las familias, de sus dramas y logros, que con el tiempo atestiguan el
crecimiento de hijos y nietos, incluso con muestras de solidaridad ante la crisis,
enfermedades, accidentes o desastres (como los sismos o incendios del merca-
do) y, en general, en tiempos difíciles para ambos.

de México) define “marchante” como: Persona que compra habitualmente en un mismo puesto de
mercado o tienda, con respecto a quien le vende y vendedor con respecto a la persona que habitual-
mente le compra en su puesto o en su tienda. Corominas ubica la etimología de palabra marchante
(antes merchante) como un derivado de “mercado” y “merced”, hacia 1612 del francés marchand.
También resulta interesante su relación con la palabra merced, 1140, del latín merces,-êdis, “paga”
“recompensa”, de la misma raíz que mercado, comercio y mercero (p: 392).

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Ricardo Antonio Tena Núñez

Con lo anterior, ir al mercado (o de plaza) constituye una práctica social


muy arraigada y de alta significación por su carácter cultural (simbólico), ya
que, por un lado, está relacionada con una forma pública de socialidad que
articula territorios y territorialidades de distinta escala; además, invoca y evoca
uno de los más grandes placeres: la comida, su preparación, innovación y de-
gustación; es un lugar de inspiración de este arte que se nutre con los sentidos
al recorrer pasillos y puestos, donde se precipita la memoria con una infinita
variedad de recetas que forman parte del capital cultural de todas las regio-
nes del país y que allí se condensan, recuperan y comparten oralmente y con
probaditas. Por eso se dice que la cocinera hace el “menú” en el mercado y el
resultado es un platillo local que firma con su sazón personal.
De esta forma, los actores, o, más bien, las actrices principales de estas
prácticas en el escenario de los mercados y sus entornos inmediatos son las mar-
chantas —amas de casa o “madre-esposas” (Lagarde)—, que configuran una
extensa mancha cultural que responde a determinadas reglas: es una práctica
habitual que se comparte con otras mujeres, aun cuando no se conozcan ni
coincidan en su vida cotidiana; son procesos de construcción de experiencias
que corresponden a las formas de la cultura popular y las tradiciones cultura-
les —conocimientos prácticos aprendidos colectivamente de manera informal
y connotados popularmente—; las marchantas ostentan una imagen fuerte y
decidida; conocen el mercado y el ambiente; su presencia denota un cuida-
do personal no ostentoso, pero limpio, usualmente peinadas con el cabello
recogido, además una parte significativa de su indumentaria es el “delantal o
mandil” de distintos estilos y colores, casi siempre con bolsas al frente (para
el monedero y las llaves) —en ocasiones, es parecido al de su marchanta o se
distingue de él por la especialidad (carnicería o la cremería, por ejemplo)—,
además de que usan calzado bajo, cómodo y sencillo, algunas guardan el dinero
en billetes en el sostén, otras cargan un morral pequeño o bolsa de mano, pero
invariablemente una o más bolsas de mandado, que eventualmente combinan
con un carrito de mano, aunque si exceden en volumen y peso, siempre hay un
“diablero” disponible, ya conocido.
La mancha cultural de las marchantas conforma distintos senderos y rutas
en y entre los mercados, usualmente marcados por el itinerario de las com-
pras que empiezan por lo más ligero y pequeño (ropa, chiles, semillas, cremas,
carnes, verduras, etcétera) y terminan —“para no ir cargando tanto”— por lo
más grande y pesado (frutas, comales, ollas, macetas, plantas, etcétera); tam-
bién se reconocen importantes pórticos que marcan el ingreso y el egreso de la

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mancha cultural: hoy las terminales del Metro Merced y Pino Suarez son muy
concurridos y más recientemente los paraderos del Metrobús, aunque también
destacan los extremos norte y sur de Anillo de Circunvalación y, sin duda, los
ingresos por las avenidas San Pablo y Fray Servando. Otros puntos de ingre-
so y salida son los paraderos de peseras (microbuses) distribuidos en distintos
puntos del barrio, dependiendo de las rutas. También hay que observar que el
horario más concurrido es el de por la mañana —entre las ocho y la una— que
es el horario de la escuela de los niños o del trabajo de maridos e hijos mayores,
aunque eventualmente puede prolongarse unas horas, dependiendo del plan de
compras, lo que implica paradas para tomar alimentos o antojitos, ya sea en los
comedores de los mercados o en las rutas de salida, donde abundan taquerías,
torterías, juguerías y puestos de sopes.
Otra mancha cultural que se mezcla y cruza con la de las marchantas es
la que llamamos de “Los Chefs” se trata de actores “especializados” o pres-
tadores de servicio, cuyas compras son más grandes, pero sin ser mayoristas,
como son las cocineras y cocineros de fondas y restaurantes. Entre ellos los
más especializados son los chefs —que se distinguen de las multitud por sus
casacas blancas o negras—, que se trata de un grupo de actores que prefieren
surtir personalmente sus insumos y tienen identificados a sus marchantes,
incluso hacen los pedidos con antelación; usualmente llevan vehículos par-
ticulares para transportar las mercancías y desplazarse a otros mercados más
especializados, como el de La Viga, San Juan, Sonora o Jamaica, y, aunque
los pórticos coinciden, los senderos se inician en los estacionamientos de
la zona, y eventualmente la búsqueda de artículos de cocina (cacerolas, cu-
chillos, bateas, etcétera) y comedor (cubiertos, vajillas, y demás) en tiendas
especializadas de la zona.
También hay que mencionar una mancha cultural que podemos llamar del
“amor y la magia”, que, si bien se articulan con las anteriores y son parte de la
zona de las naves, aquí se configura con escenarios diversos donde destaca el
Mercado de Sonora; esta mancha cultural se forma con las prácticas culturales
de mujeres y hombres jóvenes, pero también de un selecto grupo de hombres
y mujeres adultos mayores (parteras, hierberas, curanderas(os), brujas(os), hue-
seros), y se caracterizan por la búsqueda de productos y servicios relacionados
con prácticas curativas, mágicas y mítico-religiosas de carácter popular y tradi-
cional (herbolaria, santería, espiritismo, brujería y chamanismo, entre otras),
donde destacan los “remedios para el amor”:

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Ricardo Antonio Tena Núñez

En el Mercado de Sonora puedes encontrar el amor; velas, veladoras, aceites, ama-


rres, esencias, jabones, bálsamos, son ejemplos de lo más solicitado. Y es que no
hay que perder las esperanzas de enamorarse y por eso aquí viene gente de todo
tipo de condiciones económicas. Dicen que tener un amor es fundamental para
poder funcionar en todo lo demás y aquí en el Mercado de Sonora, no sólo le ga-
rantizan encontrar pareja, también matrimonio e incluso, el amor de su vida. Y de
esto depende lo que ellas y ellos gastan en el amor (Revista Se).

Esta mancha cultural contiene una gran cantidad de significados para los acto-
res, donde casi siempre lo que está en juego es la voluntad de una persona, ya
sea para el control de la voluntad del “otro” o de “lo otro” y su destino, siempre
y cuando convenga al que busca el “remedio”, ya sea para enamorar o embrujar
a otra persona, o para quitar un hechizo o curar un “mal de ojo”, ahuyentar
a los espíritus y las envidias que acechan los negocios prósperos, el lugar de
trabajo y la casa, con plantas (sábila, por ejemplo) o agua bendita. Se trata de
prácticas muy arraigadas en las culturas populares y, como tal, la importancia
que tiene el mercado para las marchantas usuales o para los “expertos” que ha-
cen los trabajos por medio de distintos rituales:

“Por ejemplo, el pachuli’ para el amor y los siete machos, se revuelve con el ‘pachu-
li’ y se pone. Hay que ponerse tres cruces en la frente, tres en la nuca y tres en las
palmas de la mano”, explicó el brujo Carlos Córdoba (Ibidem).

Así, esta mancha que alude al “amor imposible-posible” se vincula con otra
que es más práctica y se refiere más específicamente al uso de otro recursos: el
cuerpo y el erotismo; se trata de la mancha de la “belleza”, de la que hablaremos
más adelante, pero por ahora vale la pena señar que se trata de prácticas cul-
turales definidas por cierto tipo de consumidores (hombres y principalmente
mujeres) que buscan “mejorar” o cambiar el aspecto físico, ya sea personal o de
sus clientes (cuando son dueños o empleados de un negocio de belleza). Es una
mancha cultural que se focaliza en el aspecto físico para destacar sus atributos o
inventarlos según la “moda” o las aspiraciones de los clientes, ser encantadora,
atractiva o seductora para los otros(as): pareja, novio, esposo o amante, como
parte del juego del amor romántico idealizado.
Esta mancha cultural se despliega a lo largo de la calle de Talavera, desde
República del Salvador hasta Corregidora, donde se proporcionan servicios de
corte y teñido de pelo, cejas, pestañas y uñas —naturales o postizas—, bron-

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

ceado y masajes; y se venden todos los dispositivos, además de cosméticos,


perfumes y ropa (interior y de moda), entre otros; se trata de una mancha
relativamente nueva, detonada con la (extraña) implantación de la “Plaza de la
Belleza” en un lugar (espacio público) que era un jardín ubicado entre los viejos
edificios del claustro del exconvento de la Merced y que ahora ocupa también
—con puestos al viento— en la plaza Alonso García Bravo.

La Meche: el cuerpo y los servicios sexuales

En el contexto de gran vitalidad económica y social, con una presencia mayorita-


ria de hombres (55 por ciento), destacan también las actividades relacionadas con
la exaltación del cuerpo y el comercio sexual como una práctica secular propia del
Barrio de la Merced documentada históricamente, donde algunos registros pe-
riodísticos con datos de organizaciones civiles (como Brigada Callejera) y guber-
namentales (Gobierno de la Ciudad de México, la cndh), estiman la presencia
cotidiana de más de 3 mil mujeres dedicadas a esta actividad, de distinta edad (en
su mayoría entre 25 y 65 años), origen y procedencia, cuya principal referencia
es la ocupación (diurna y nocturna) de las aceras en las principales vialidades del
barrio (San Pablo, Anillo de Circunvalación y Fray Servando Teresa de Mier),
pero también en otras calles y plazas (Topacio, Manzanares, San Lucas, Corregi-
dora), donde se localizan (exhiben) y acuerdan con los clientes para trasladarse a
los “hoteles de paso” y otros locales donde usualmente prestan el servicio.
El sexoservicio cuenta con el soporte del equipamiento de “hospedaje”: son
un total de 29 hoteles de paso (ocho en las naves, ocho en San Pablo y doce en
la zona antigua), con diferentes calidades y precios —desde 100 pesos, como el
hotel Regina—, se rentan por tiempo (usualmente menos de media hora) y se
ocupan las veinticuatro horas —a diferencia de los hoteles para viajeros que se
rentan por noche, según tabuladores—; además de otros locales y casas donde
se alquilan cuartos en forma clandestina.
Por las condiciones en que se realizan las prácticas de sexoservicio, sin ser
ilícitas, ellas son hostilizadas por la policía y usualmente se les vincula con otras
que lo son, como la trata de personas —incluso de menores—, el maltrato y la
explotación sexual, que constituyen violaciones a los derechos humanos y ha-
cen que sean consideradas como población vulnerable.4 Además, por diferentes

4  También se registran cambios en las formas de violencia que ejercen los “padrotes” (lenones) sobre
las mujeres que controlan y explotan, debido al incremento de operativos y el endurecimiento de las

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Ricardo Antonio Tena Núñez

Figura 1. Estudio-diagnóstico del Barrio de La Merced (Tena y Urrieta, 2009).

causas y razones históricas que identifican al sexoservicio como parte del “bajo
mundo”, están permanentemente expuestas al abuso y la violencia de los clien-
tes, aparte de que se les ubica en lugares donde se cometen prácticas delictivas,
como el tráfico de drogas y armas, extorsión al comercio, asalto y robo.

La Merced es uno de los prostíbulos más grandes del mundo que opera las 24
horas. En este barrio de la Ciudad de México hay cerca de 3,000 mujeres laboran-
do, de la calle San Pablo hasta Corregidora. Varían en número, pero siempre hay
alguien trabajando. Aún en las noches gélidas, las más audaces visten ombligueras
y minifaldas alrededor de una fogata. El padrote, el hotelero, el cliente, los hijos
apremian y hay que satisfacerlos. El negocio da y en cantidades demenciales. El
Foro de Viena para Combatir la Trata de Personas considera que la explotación

penas desde 2014 en la Ciudad de México, donde el castigo por explotación sexual puede llegar hasta
cincuenta años. Por ello “los padrotes se las han ingeniado para recurrir menos a la violencia física y
más al convencimiento pacífico”, como el chantaje con los hijos o la exhibición con su familia para
evitar que huyan o los denuncien (Cruz, 2016).

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

sexual es el tercer ilícito más lucrativo del mundo, sólo debajo del tráfico de drogas
y de armas, y que anualmente produce ganancias estimadas entre 32 mil y 36 mil
millones de dólares. En México es el segundo, sólo debajo del narcotráfico (Cruz,
octubre de 2016).

Así, en el bullicioso universo de la Merced el ejercicio de la prostitución se


realiza a diario y abiertamente, principalmente por mujeres, pero también
participan hombres y mujeres con distintas preferencias y un sector de tra-
vestis, actividad que mantienen aún en las peores crisis (económicas, políticas
y sanitarias), con la demanda de un amplio sector de asiduos consumidores
(clientes que las “ocupan”), que, según las estimaciones, oscila entre las 15
mil y 30 mil personas al día, incrementándose los fines de semana y los días
de quincena.5
Los clientes frecuentes y eventuales del sexoservicio conforman, en gene-
ral, un grupo sumamente heterogéneo y poco estudiado, seguramente porque
se le ha prestado más atención a las terribles condiciones que experimentan
las mujeres, aunque ellas son la principal fuente de información del cliente.
Sin embargo, está poco documentado su comportamiento (individual y co-
lectivo), las motivaciones, capacidades y preferencias, aunque en los círculos
masculinos de amigos y compañeros de trabajo, lejos de ser apreciadas como
actividades propias de la intimidad y el anonimato (como en el noviazgo y el
matrimonio), las experiencias con sexoservidoras se socializan y exaltan como
faenas triunfales, donde —a diferencia de otras prácticas— el cliente se con-
sidera el actor principal, y aunque él no lo sepa, gracias a la persona que le
prestó el servicio.
La clientela, por tanto, conforma un sector de la población, dominante-
mente masculino y casado, con diferentes características culturales, socioe-
conómicas, laborales, de instrucción escolar y edad; hay desde los más bajos
ingresos (cargadores, peones de la construcción, boleros, soldados y ambulan-
tes, por ejemplo) hasta los de altos ingresos (profesionistas, administradores,
propietarios de negocios, comerciantes y “narcos”, por mencionar algunos); en
este sentido, la oferta es muy amplia: “hay para todos los gustos y bolsillos” —
van desde 150 por el “servicio básico” o 300 pesos con desnudo completo por

5  Una estimación general y con promedios brutos dan como resultado que cada sexoservidora tiene en
promedio al día entre cinco y diez servicios, lo que supone un ingreso mínimo que va de los 750 pesos
a los 1,500 pesos al día (noche), es decir, de 5,250 a 10,500 pesos a la semana y de 21,000 a 42,000
pesos al mes, sin contar lo que les quitan los lenones (padrotes) y otro tipo de extorsionadores.

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Ricardo Antonio Tena Núñez

diez o quince minutos—, incluso varía en el costo del cuarto de hotel, y para
los más poderosos hay servicio a domicilio —individuales y colectivos—, en
hoteles y residencias fuera del barrio, o de la ciudad (Cruz, 2016).

La Meche: ¡Hola, mi amor…!

Lo que hace del mercado del sexo en la Merced una experiencia particular es su
carácter público (callejero), desinhibido y alegre de las “chicas” (sexoservidoras),
como una forma sociocultural que detona y marca el sentido de las prácticas:
el cliente común es un hombre sensible a la ausencia del placer erótico en las
formas sociales del amor romántico (noviazgo o matrimonio) y el no sentirse
“amado” (valorado sexualmente) o en soledad; es el deseo de todo ello lo que
busca y como tal reacciona al ser interpelado con una frase seductora que lo
mira, saluda e invita: “¡Hola mi amor…!”
En esta mancha cultural, a diferencia de las otras donde las practicas están
asociadas a objetos, cosas o imágenes; aquí las prácticas culturales están enfo-
cadas a personas y al imaginario del placer erótico que buscan principalmente
hombres; por ello, la mancha cultural se conforma por el entrecruzamiento de
dos “tipos” de actores básicos: los clientes (marchantes o frecuentadores) y las
“chicas” (sexoservidoras) o como les llamamos siguiendo su referente prehispá-
nico: las “alegres” (ahuaianime en náhuatl).
El escenario de las prácticas culturales vinculadas al sexoservicio en la Mer-
ced, no sólo se caracteriza por los lugares donde se localizan las sexoservidoras
—como se muestra en los planos— sino por las discontinuidades socioes-
paciales que conforman, ya sea por las diferencias que presentan los grupos
de mujeres atendiendo a los lugares que les asignan los lenones (padrotes),
los tratos que tienen con los hoteles, la edad, la hora o bien por la preferen-
cia-personal o de grupo —de determinados lugares para atraer a cierto tipo
de clientes y ocuparse.6 Esto remite a una diferenciación del espacio y del am-
biente que se genera por la presencia de grupos de mujeres que ya tienen “su
lugar”, lo que genera una marca de apropiación y territorialización visible para
los “entendidos” (frecuentadores) y una manera particular en que se organiza
el espacio.

6  Cabe señalar que hasta ahora esta información se basa principalmente en registros de observación, en
registros de otros estudios y en la documentación periodística, debido a que por la pandemia no ha
sido posible realizar un trabajo de campo más exhaustivo. Sin embargo, existen testimonios de clientes
y sexoservidoras que son muy valiosos para entender los proceso y las prácticas (Goded, 2016).

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

Otra característica de la mancha cultural de las “alegres” es la atmósfera que


genera en el espacio público (la calle); se trata de un umbral seductor que se
abre y transforma a lo largo del día y la noche; en el primer caso se levanta en
medio del bullicio cotidiano, y en el segundo, en el silencio nocturno, puede
ser un ambiente festivo, “descarado” y polifónico, o misterioso, “reservado” y
afónico; eso habla de las preferencias y posibilidades de los clientes y de la espe-
cialización y posibilidades de las sexoservidoras.
La atmósfera festiva y de alegría que impone la presencia de las sexoservi-
doras se complementa con las cantinas, cervecerías y piqueras —como antes
las pulquerías hoy en vías de extinción—, el alcohol, la música viva (músicos
itinerantes) o grabada, los juegos de mesa, los bailes y el convivio, aportan
el ambiente festivo de carácter popular que lo transforman en un ritual que
rompe el ritmo de la cotidianeidad (preliminar) y se abre al erotismo y al deseo
(liminar), que cuando se consuma o satisface se cierra (posliminar) para regresar
a la cotidianeidad de forma renovada.
Se trata de un proceso que no necesariamente es consciente y que no todos
los frecuentadores practican. Sin embargo, están inmersos en él como actores
singulares, interpelados por un conjunto de bellezas alegres que están allí para
invitar al pecado; en el mismo sentido pero, de otra forma, lo hacen los servi-
cios que miran el cuerpo (hoteles, salones de belleza, gimnasios), comercios de
prendas íntimas llamativas, maquillajes y artículos de belleza, son elementos
que contribuyen de manera directa a conformar la atmósfera de erotismo y
sexualidad exaltada, que domina en el ambiente del sexoservicio en el Barrio
de la Merced, en casos extremos y vergonzosos como las extintas “pasarelas de
Manzanares” donde abundan las leyendas y los miedos.7
Por lo anterior, la mancha cultural de la belleza y el erotismo está estrecha-
mente relacionada con el comercio sexual; como vimos, destaca la actividad de
los giros comerciales de artículos y servicios de “belleza”, donde se acentúa la
mirada sobre el cuerpo femenino (aunque no sólo), el erotismo y el placer se-

7  Una idea de cómo eran las “pasarelas de Manzanares” se puede apreciar en el video con información
oficial: https: //m.youtube.com/watch?v=C4QasQ5ryuc, Además existen en la literatura y en la tra-
dición oral del barrio una gran cantidad de leyendas sobre mujeres que han hecho historia por su be-
lleza, sensualidad o calidad humana, como “La Suspiros”, ahora colaboradora de Brigada Callejera de
Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” fundada hace treinta años (Ver: Humberto Ríos Navarrete, 2016,
en https: //www.milenio.com/estados/la-suspiros-y-otros-personajes-de-la-merced); o la impactante
historia real de Jorge Riosse, el asesino serial de trece sexoservidoras de la Merced entre 1991 y 1993,
llevada al cine (ver: https: //www.infobae.com/america/mexico/2020/01/29/quien-fue-jorge-rios-
se-el-asesino-serial-de-prostitutasde-la-merced/)

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Ricardo Antonio Tena Núñez

xual, no solamente en los mercados y establecimientos, sino que en los últimos


años se han extendido sobre la calle de Talavera hasta Corregidora (plaza de la
Alhóndiga); se trata de una gran cantidad de establecimientos y puestos donde
se exhiben y venden artículos de belleza: cosméticos, tintes para el cabello,
uñas, pelucas y extensiones de cabello, joyería y bisutería (anillos, collares, are-
tes, pendientes, etcétera), prendas íntimas “llamativas” (colores, diseños y ta-
maños), así como ropa de moda, botas, zapatos y chaquetas; entre los servicios
también destacan los baños públicos y sus áreas de masaje, gimnasios, salones
de belleza y “estéticas”, donde resalta la “Plaza de la Belleza” en el entorno del
exconvento de la Merced, y otros locales en las avenidas San Pablo y Circunva-
lación,8 a las que se suman las sex shop con todo su repertorio de aditamentos
(al mayoreo y menudeo), ubicadas en el Eje Central, la Avenida Juárez y el
entorno del Zócalo.
En este escenario las practicas masculinas convocadas por las “alegres” en
el Barrio de la Merced, no son casuales, tanto de manera individual como en
grupos, lo que remite a prácticas que incluyen recorridos individuales —a pie
o en automóvil— que buscan a las “chicas” que ya les han prestado el servicio,
o a otras que les ofrecen nuevas experiencias —al respecto, resulta interesante
ver la gran cantidad de páginas web que existen sobre las “putas de la Merced”,
la cantidad de consultas y la manera como se socializa y recomienda el servicio
de algunas sexoservidoras—; en el caso de los grupos, se trata de incursiones
planeadas donde es común la consigna: “vámonos de putas”, lo que implica
recorridos por las principales avenidas (San Pablo y Circunvalación) y estancias
en cantinas, antros o loncherías, donde se ofrece el sexoservicio y se acompaña
con bebidas alcohólicas, música y otros atractivos que conforman el paisaje
festivo de esta mancha cultural, lo que constata esa sensación triunfal de la
faena íntima, compartida e idealizada entre amigos-cómplices que reivindican
su masculinidad.
Otro actor que permanece oculto, pero que es determinante en la oferta y
explotación del sexoservicio, es el “padrote” —usualmente como persona expe-
rimentada, abusiva y cruel que maltrata físicamente a las mujeres que controla
y chantajea con la retención de los hijos—, no sólo por ser el encargado de
abastecer este mercado de manera ilegal, como parte de la explotación de las
mujeres, sino porque activa procesos de contraste entre las mujeres que han

8  Al respecto, se puede consultar el video: El Otro México: El callejón de la Belleza. 2017, en https://www.
youtube.com/watch?v=3utjvS8tFxc

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

logrado independizarse; o de un sector —que se aprecia creciente— de mujeres


que trabajan de manera independiente y evitan la relación con los padrotes,
pero la mantienen con las otras sexoservidoras, para efectos de la negociación
de espacios de trabajo, los acuerdos de discreción y anonimato que operan
como una regla no establecida, aun cuando opera de manera eficiente, prin-
cipalmente para aquellas que ocultan o separan su actividad de sexoservidoras
de otros empleos o de la vida familiar; otro elemento es la solidaridad dentro y
fuera del entorno por enfermedad.

Una posible reinterpretación, a manera de conclusión preliminar

Las manchas culturales que construyen las marchantas y las “alegres” en el


Barrio de la Merced son evidencia de un arraigo importante, una identidad
socioterritorial que, si bien confirma la construcción permanente —reproduc-
ción— de una centralidad cultural, que tiene como contexto la vitalidad eco-
nómica, lo que motiva su construcción son las formas de la cultura popular
relacionados con las formas del comercio cara a cara, tanto en el mercado como
en el sexoservicio, donde destaca la disposición espacial, el tejido urbano y los
equipamientos, así como el contenido y carácter de las actividades que realizan
las personas, configurando un universo urbano particular que no sólo posibilita
las prácticas culturales, sino que las significa y las interioriza conformando un
habitus (Bourdieu) diferenciado que se incorpora como un elemento funda-
mental del capital cultural, que muestran una importante discontinuidad que
es valorada y aprovechada por los actores que las conforman.
Respecto de la interpretación y reinterpretación de este particular proceso
de urbanización sociocultural, y desde una perspectiva de género que pone en
valor los “cautiverios” de las mujeres (Lagarde), una primera reacción sería en
el sentido de que el espacio urbano contribuye notablemente a la construcción
y reproducción de las tipologías estudiadas (madresposas/marchantas y putas/
alegres) —y de las otras tipologías que también comparten ese espacio— por la
construcción de las manchas culturales de las marchantas y las “alegres”. Sin em-
bargo, aún falta identificar los espacios y procesos de ruptura que pueden con-
siderarse como indicadores de procesos socioespaciales que tiendan a modificar
y resignificar el espacio, desde iniciativas gubernamentales o de organizaciones
civiles, como la tarea de Brigada Callejera o La Semillita, ubicadas en el Barrio.
En ese sentido, falta investigación de campo para valorar dos aspectos fun-
damentales: por un lado, el carácter y sentido de las culturas populares respecto

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de las estructuras hegemónicas, particularmente en configuración contempo-


ránea del “patriarcado”, y, por otro, el avance que en los últimos años han te-
nido las demandas feministas (Gutiérrez, 2015) y su impacto en la creación de
masculinidades más igualitarias en su expresión sustantiva, pero también en la
erotización de las relaciones de pareja —lo que contribuye al empoderamiento
de las mujeres en la conyugalidad—, además de la inclusión de dispositivos
normativos y legales que ahora deben incluir la perspectiva de género y la erra-
dicación de la violencia contra las mujeres y los derechos humanos, como ya
se ha visto en algunas medidas adoptadas para erradicar la explotación sexual y
tráfico de personas.
Conviene destacar el hecho de que las dos manchas culturales (marchantas
y alegres) se combinan, complementan y yuxtaponen al mismo tiempo: las
marchantas, en su condición genérica de madresposa, remiten esta actividad
al hogar y a su condición de mujer, pero también son parte y comparten los
escenarios donde se construyen imaginarios eróticos que se centran en el cuer-
po (la belleza) y el amor romántico, y, aunque se asuman como mujeres que se
niegan el derecho al placer sexual (monogámico), está presente el imaginario
y deseo erótico; mientras que las “alegres”, en su condición de sexoservidora,
construye todo el escenario y aprovecha los elementos (insumos) que ofrece
el paisaje de erotismo y sensualidad de la mancha cultural de la belleza que se
centra en cuerpo, para incluirlo en su repertorio destinado a brindar placer al
“otro” y simular ante el cliente (polígamo) que experimenta el placer sexual (el
amor del pecado), al tiempo que oculta su condición de madresposa para la
vida doméstica y ante sus hijos.
De tal manera, ambas manchas se complementan y aparecen como nece-
sarias una de la otra, ya sea para justificar su condición “decente” y dedicada
al hogar, o bien para vivir de la imagen opuesta que se vende a los hombres
“solos” que se enfrentan irremediablemente a la condición de dominación que
históricamente se ha construido como formas del patriarcado, donde no sólo
se somete el cuerpo de la mujer, sino de los hombres, a las condiciones y rela-
ciones de poder imperantes.
Finalmente, es importante señalar que, en ambos casos, se trata de mujeres
que participan en un entorno de alta complejidad social, económica y cultual,
con antecedentes históricos de gran relevancia, cuyas prácticas cotidianas están
muy lejos de ser reconocidas como parte del patrimonio intangible del Centro
Histórico de la Ciudad de México y de otras ciudades, cuya importancia aflora
con los estudios que se realizan con perspectiva de género.

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El Barrio de la Merced, dos expresiones femeninas del comercio: marchantas y alegres...

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