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Carmen Hernandez
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All content following this page was uploaded by Carmen Hernandez on 26 November 2018.
A pesar del largo camino recorrido por los feminismos tanto en su labor
reivindicativa como en la producción teórica, literaria y artística, parece difícil
entender que todavía exista un numeroso contingente de hombres y mujeres,
que defiendan la noción de lo femenino sin problematizar su origen diferenciador
y excluyente derivado de una economía de los signos.
Cuando se inauguró la muestra Desde el cuerpo: alegoría de lo femenino
en el Museo de Bellas Artes, en 1998, bajo mi curaduría, varias personas del
público me comentaron de manera decepcionada que en las obras exhibidas no
se percibían “verdaderas” alusiones a la feminidad, como poses intimistas o
miradas nostálgicas hacia la maternidad y la naturaleza, según los ejemplos de
las artistas Anna Scavone y Celia Lacayo, que representarían un arte
tradicionalmente “femenino”.
En ese momento me planteaba hacer una revisión del estallido de esa
noción desde el arte, sin asumir explícitamente el término “feminista” en el título,
para evitar prejuicios. Hoy en día haría más evidente esta perspectiva crítica y
emplearía la idea de políticas de representación, pues lo “femenino” todavía
opera como signo discriminatorio y esto oscurecería la orientación subversiva de
mi propósito curatorial, que recurrió al término “femenino” para visibilizar una
insubordinación artística frente al sistema androcéntrico1, que se venía gestando
desde los años 70 del siglo XX. Hoy en día también incluiría obras realizadas por
hombres que cuestionan la noción de virirlidad, así como planteamientos de
personas identificadas como sexo-diversas que abordan problemáticas relativas
a la teoría queer y a la pospornografía.
1
Amparo Moreno describe la existencia de un arquetipo viril que, en su calidad de construcción
ideológica, ha permitido articular el poder con el saber para privilegiar un modelo sobre el cual se
ha ordenado jerárquicamente la cultura, propiciando un sistema androcéntrico. El arquetipo viril
protagonista de la historia es un sujeto masculino que actúa como agente de la historia -considerado
ser humano superior- y que no representa a cualquier hombre. Cfr Moreno, 1986, 98.
2
Desde la conducta social, lo femenino naturalizado como representación
hegemónica, continúa afirmando una posición de minusvalía sobre las mujeres.
En 1972, Susan Sontag nos ofreció una reflexión todavía vigente cuando señaló:
Ser mujer es ser actriz. Ser femenina es una especie de teatro, con sus
trajes apropiados, decoración, iluminación y gestos estilizados. Desde la
primera infancia, las chicas están capacitadas para cuidar de una manera
patológicamente exagerada su apariencia y se mutilan profundamente
(hasta el punto de quedar inhabilitadas para primera etapa de la edad
adulta) por la magnitud de la tensión puesta en la presentación de sí
mismas como objetos físicamente atractivos. Las mujeres se miran en el
espejo con mayor frecuencia que los hombres. Es, prácticamente, su
deber mirarse a sí mismas- mirar a menudo. De hecho, una mujer que no
es narcisista se considera poco femenina. Y una mujer que pasa
literalmente la mayor parte de su tiempo dedicada a su cuidado, y
haciendo compras para favorecer su apariencia física, no es considerada
en esta sociedad como lo que es: una especie de idiota moral2. Ella se
cree que es bastante normal y es envidiada por otras mujeres cuyo tiempo
es mayormente empleado en su trabajo o al cuidado de su numerosa
familia (1972).
2
Cursivas mías.
3
políticos de la modernidad y que han puesto en entredicho la noción de
ideología, hasta llegar a ignorarla.
La trayectoria del feminismo nos ha heredado una “mirada advertida” que
contribuye a reinterpretar la realidad cultural y por extensión, el campo del arte,
pues ofrece perspectivas liberadoras para redimensionar los roles sociales,
incluyendo redefiniciones en el campo teórico, como ocurre con la noción de lo
ideológico. El marxismo relacionó la ideología con el surgimiento de las clases
sociales y su consabida división social del trabajo, sin tomar en cuenta que
previamente a las diferencias de clase, ya existía la división sexual del trabajo
que permitió la emergencia e instauración del sexismo y su identificación del
signo de lo femenino con el mundo doméstico, mientras el espacio de lo público
y lo productivo quedó identificado con el signo de lo masculino. La investigadora
mexicana Eli Bartra nos advierte que desde la revisión cognitiva heredada por la
teoría feminista debemos estar atentos a definiciones tradicionales. Para ella,
por ejemplo:
3
Valencia, Los Ángeles, California.
7
técnicas y el uso de espacios a veces fuera de los marcos institucionales (como
las intervenciones de Jenny Holzer).
Frente a los gestos provocadores del feminismo de los años 70, las
artistas contemporáneas se interesan sobre todo por las articulaciones del
lenguaje, alejándose un poco del performance para manifestar preocupaciones
por los sistemas de poder, desde la crítica a la obra de arte como “monumento”
hasta los aparatos ideológicos representados por la exacerbación de la
tecnología (según se observa en los trabajos de Barbara Kruger). Es común que
muchas propuestas se desarrollen en diferentes formatos como instalaciones,
objetos, video y sobre todo, fotografía. Esta última se ha convertido en una
herramienta eficaz en la reflexión sobre la construcción de representaciones
sociales (lo cual se observa en las piezas de María Magdalena Campos), pues
posibilita la reflexión sobre la historia del retrato y el autorretrato confrontado con
el nuevo deseo de autoorepresentarse como sujetos.
En resumen, hay deudas en todo planteamiento que reconoce al cuerpo
como lugar de lucha donde se redimensionan las políticas de representación,
desde los imaginarios individuales hasta los colectivos, por medio de la creación
de metáforas nacionales o transnacionales (visible en las acciones de Diamela
Eltit). Se entiende que el cuerpo es el lugar donde se establecen todo tipo de
negociaciones y se activan representaciones múltiples y entramadas.
El arte feminista entiende a lo “femenino” como desafío cultural desde
una mirada construcccionista que define a lo femenino como lo negado y
subversivo frente a la norma, lo cual permite incluir a otros sujetos signados por
diferencias raciales, étnicas, políticas y de clase.
En este sentido, el arte feminista actúa desde una perspectiva crítica de la
cultura como producción de sentido pues confronta constantemente las
contradicciones del sistema logocéntrico, exhibiendo su tendencia
discriminatoria, visible sobre todo en la configuración centralista de las
disciplinas frente al conocimiento.
Tradicionalmente el campo representacional del arte se ha constituido
sobre relaciones asimétricas, pues se ha estructurado según un sujeto que mira
(generalmente varón) y un objeto que es mirado (mayormente el cuerpo
8
femenino) y así lo demuestra la historia del desnudo femenino con innumerables
propuestas que convierten a las mujeres en “espectáculo”.
Hoy en día las mujeres (y también algunos hombres) reflexionan sobre la
“mirada” y crean otras perspectivas que desafían la tradicional creación de
estereotipos para privilegiar otros rasgos más ajustados a sus propios deseos de
reconocimiento público como sujetos, según se observa en la ironía sobre la
noción de virilidad realizada por Alexander Apóstol.
Al respecto, la española Patricia Mayayo aclara: “Analizar críticamente las
representaciones del cuerpo femenino no consiste solamente en evaluar qué es
lo que aparece representado, sino quién lo mira y en qué contexto, en
preguntarse, en último término, dónde reside el poder de la mirada” (Mayayo,
2003: 182).
Esta observación nos advierte que la capacidad crítica de una propuesta
artística o literaria no solamente depende de aquello que se representa (que
entendemos como tema), sino también del contexto a que aluden los códigos y
formas empleadas y sobre todo, de la postura frente al contexto donde va a
circular, desde una perspectiva de poder. El mayor desafío para el arte feminista
es no permitir que se reproduzcan las asimetrías que confronta cualquier
proceso de exhibición, difusión e interpretación.
El arte feminista representa una crítica al canon artístico pues su actitud
desafiante visibiliza subjetividades y textualidades excluidas, y sobre todo, se
enfoca en evidenciar el proceso de producción de representaciones visuales
desde perspectivas oblicuas con relación al poder y en especial, al canon como
medida valorativa legitimada. El arte feminista entonces se orienta a rechazar los
modelos tradicionales porque cuestiona los géneros y sus estatutos
jerarquizantes (como la contraposición entre lo heroico y lo doméstico).
Al mismo tiempo, rescata elementos de la periferia, ya sean
representaciones o imágenes simbólicas de tradiciones no hegemónicas (como
la tradición oral). En esta vía también estimula hibridaciones, con la inclusión de
otras voces de sujetos pertenecientes a la periferia que ponen en duda los
modelos del “héroe” tradicional, con el objetivo de desenmascarar los estatutos
epistemológicos con los cuales se organiza y jerarquiza el saber. En general, las
9
estrategias discursivas del arte y la escritura feminista apuntan a procesos
abiertos y fluidos que no presentan soluciones definidas. Se identifican como
representaciones móviles y ambiguas, que se tornan polisémicas.
Los aportes del feminismo también han permitido reconocer el efecto del
sexismo4 en la formulación de la “Historia del arte”, escrita desde una mirada
patriarcal que ha ignorado la producción de las mujeres. Así se han podido
recuperar figuras como Claude Cahun, Hannah Hoch y Frida Kahlo, quienes no
fueron justamente valoradas por sus círculos culturales. Con todas estas
estrategias críticas el arte feminista contribuye en la ampliación de los límites del
canon artístico.
Propongo entonces ampliar las categorías de análisis para identificar
estas propuestas que cuestionan las polaridades del género sexual y del canon
artístico como políticas de representación5 capaces de enunciar nuevos sentidos
desde una postura no-androcéntrica, que desconstruye, reinterpreta y reinventa las
imágenes visuales hegemónicas, con el objetivo de afectar significativamente el
sistema valorativo del orden cultural y estimular formas más amplias y generosas.
En algunos casos esta acción asume una primera persona imaginaria que
brinda un tono autobiográfico como lugar de enunciación “ambiguo” pero
políticamente comprometido al autoconocimiento como sujeto individual y social.
En otros casos, la autoría se ve disminuida para favorecer una interacción
colectiva. Sin embargo, en todas estas propuestas susceptibles de ser
reconocidas como “feministas” se asume el arte como producción de
conocimiento dirigido a una transformación social.
Cuando se presentó la exposición Desde el cuerpo: alegorías de lo
femenino, elaboré un texto donde definí dos categorías de las políticas de
representación, que pueden ser complementarias:
A) la valoración de lo femenino como una dimensión más integradora que
trama el deseo de subvertir las relaciones de poder en nuestra cultura a partir de
dos posturas, como:
4
"SEXISMO: mecanismo por el que se concede privilegio a un sexo en detrimento del otro. La
persona que lo utiliza es «sexista» (Moreno, 1986: 22).
5
Cfr. Hernández, 2003: 50.
10
1- el rescate de valores relativos a un orden matriarcal, vinculados con una
posición más plural en la configuración de los roles sociales, o como una actitud
que aspira crear una unión armónica sin la existencia de las tradicionales
polaridades (Marina Abramovic)
2.- la apreciación de códigos femeninos o marginales en general, que subvierten
el orden del lenguaje, incluyendo el estético, para estimular nuevas posibilidades
expresivas capaces de incluir las voces negadas por la cultura o el lenguaje
periférico como agente desestabilizador. En esta línea reflexiva se observan
propuestas que reclaman el derecho al placer, tal vez por influencia de la teoría
quer y la pospornografía (Valeska Soares, Sandra Vivas, Katia Sepúlveda).
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