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Comentario Antiguo Testamento Andamio

NEHEMÍAS

Siervo de Dios en tiempos de cambio

Raymond Brown

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® y LIBROS DESAFÍO®

PUBLICACIONES ANDAMIO
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Nehemías

The Message of Nehemías


© Raymond Brown, 1991

Inter-Varsity Press
38 De Montfort Street, Leicester LE1 7GP, England
Email: ivp@uccforg.uk
Website: www.ivpbooks.com
All rights reserved. This translation of The message of Chonicles first published in 1987 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO ® 2010


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

Traducción: Laia Martínez.


La imagen de portada es una obra de Joan Cots
Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal: SE-5284-2010

ISBN: 978-84-92836-75-8

Contenido

Prólogo

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Prólogo del autor
Introducción
PRIMERA PARTE: LA REEDIFICACIÓN DE LAS MURALLAS (1:1–7:73)
1. La preparación del siervo (1:1–11)
2. La guía del siervo (2:1–10)
3. La estrategia del siervo (2:11–20)
4. Los compañeros del siervo (3:1–32)
5. La confianza del siervo (4:1–23)
6. La compasión del siervo (5:1–19)
7. La protección del siervo (6:1–19)
8. Las convicciones del siervo (7:1–73)
SEGUNDA PARTE: REFORMANDO LA COMUNIDAD (8:1–13:31)
9. ‘Traed el Libro’ (8:1–18)
10. Descubrir más sobre Dios (9:1–37)
11. ‘Por tu gran compasión’ (9:1–37)
12. ‘Un Pacto Fiel Renovado’ (9:38–10:39)
13. Lo concreto (10:30–39)
14. Archivos vocales (11:1–12:26)
15. Nuestro ‘principal propósito’ (12:27–47)
16. ‘Se encontró escrito en el libro’ (13:1–3)
17. Templo, mercado y hogar (13:4–31)
18. Pautas de liderazgo (13:4–31)

Prólogo

Hay muchos cristianos que se sienten a menudo desorientados cuando leen el


Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Su literatura parece tan
diferente a la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea
leyes, códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Después de todo, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y

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diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. (1 Pedro 1:10–12)
Los profetas indagaron acerca de ello; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, si no por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristo-céntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Ya que el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de nunca usar un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Por lo que no son pocos los
que se decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la

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búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido una vez más que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que en un lenguaje bastante técnico intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir entre estos dos tipos de
comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les mal entienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, en que la complejidad se confunde con la erudición…
Basta leer los antiguos comentarios, para ver como es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Aquellos que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de ninguna
aplicación. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros autores
protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos. Ya que tratan con
más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que algunos comentarios

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evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es por lo tanto refrescante encontrarse con una serie de comentarios como ésta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pié de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que ésta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje. Aunque hay pocos libros tan útiles como éstos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicado por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante muchos años. Para muchos, no hay duda que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son autores que consideramos “nuestros”, como: David
F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

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La Palabra Eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristo-céntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante muchos años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que
descubrirán en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas
entre uno y otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del
libro.
La publicación de estas obras nos da en este sentido un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva. Puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

Prólogo del autor

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Entre los muchos tesoros que contiene el museo del Louvre, cabe destacar una de
las grandes obras maestras de la pintura francesa, la titulada ‘La Balsa de la Medusa’, de
Théodore Géricault. Pieza de un tamaño considerable, representa la historia verídica
(1816) de quince náufragos que van por el mar a la deriva tras el hundimiento de la
fragata en que navegaban. Amanece por el horizonte, y cabe distinguir dos grupos bien
distintos. Uno de ellos, situado en la parte frontal del cuadro, anonadado por lo que
acaba de suceder y el miedo a que la situación empeore aún más, le dan la espalda al
horizonte. Los otros, en cambio, hacen señas desesperadas a un navío apenas visible en
la lejanía. Ellos han padecido lo mismo pero, en ese momento, la tragedia sufrida pierde
importancia ante la esperanza de un futuro mejor.
Los supervivientes de esa balsa son representativos del desaliento y la esperanza
presentes por igual en los primeros versículos del libro. Y mientras que Hanani se
declara pesimista ante la desolación presente, en Nehemías alienta la posibilidad del
cambio. El gobernador de Jerusalén muestra de hecho a sus compatriotas un horizonte
mucho más prometedor. Su historia singular ha servido de inspiración a través de los
tiempos para todos aquellos que, poniendo en juego sus propios recursos y facultades,
han instado a sus contemporáneos a depositar su confianza en Dios y sus propósitos.
En mi propia experiencia como cristiano, al igual que en la de tantísimos otros, la
historia de Nehemías ha supuesto un reto y un estímulo, esforzándome al máximo de
mis capacidades, en el seno de las tres iglesias bautistas en las que me ha sido
concedido el privilegio de pastorear (Sión de Cambridge, Upton Vale en Torquay, y
Victoria en Eastbourne) para transmitir los principios y los ideales que emanan del
liderazgo de Nehemías. Los ideales que sostenían a Nehemías supusieron un tremendo
incentivo en los años pasados en el Spurgeon College de Londres desempeñando el
cargo de director. Más recientemente, he tenido la oportunidad de exponer el
contenido y mensaje de algunos de sus capítulos con motivo de distintas Semanas de la
Biblia y varias conferencias pronunciadas en lugares tan dispares de la geografía
mundial como Inglaterra, Hong Kong, Japón (Convenciones ‘Keswick’) e Irlanda del
Norte. El mensaje de Nehemías 8 en concreto dio cuerpo y sustancia al primero de los
sermones del Mandy Lee Memorial, donde un nutrido público dio sentidas gracias por
la vida y el testimonio de una valiente joven cristiana, que dejó reflejado en las páginas
de su diario su profunda convicción de que ‘la Biblia sigue hablando hoy’. Dedico las
páginas que siguen a sus padres y hermana en prueba de imperecedero afecto.
Hago, asimismo, extensivo mi afecto y mi agradecimiento a Alec Motyer, editor del
Antiguo Testamento dentro de la serie La Biblia Habla Hoy, por su amable invitación a
escribir sobre Nehemías, y sobre todo por el estímulo que suponen sus propios escritos
y conferencias sobre las Escrituras. Agradezco grandemente, además, la labor editorial
de Colin Duriez y sus colaboradores de IVP, y quiero también darle las gracias a mi
esposa, Christine, por su cariño, su apoyo y su ayuda práctica a lo largo de tantos años.
Me gustaría dedicar este libro a la memoria de mi amigo Stuart H. Cook, ministro del
Señor que, apenas cumplidos los cincuenta, ‘prosiguió camino’ a principios de año. Él

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solía animarme a menudo a seguir adelante con mis escritos, y durante en el curso de
una penosa y larga enfermedad, no dejaba de interesarse por mis progresos en la tarea.
Confiado en lo que le aguardaba, se dispuso a hacer frente a esa venturosa perspectiva
de futuro, y ‘cuán glorioso era contemplar la inmensidad de la explanada, llena por
doquier de carros y caballos… preparados para dar la bienvenida a los peregrinos según
avanzaban en su marcha hacia las hermosas puertas de la gran ciudad’. El Señor ‘no les
dejaba de su mano, pues Él es Dios grande y misericordioso’ (Nehemías 9:31).
Raymond Brown
St Neots. Marzo, 1998

Introducción

Dios encuentra a personas que le sirvan en lugares verdaderamente sorprendentes:


un inocente que sufre prisión en Egipto, un asustado labriego que trata de ocultarse
tras la puerta de su casa en Ofra, un muchachito que pastorea su rebaño en las colinas
de Belén. Y aunque todos ellos fueron reconocidos y recompensados a su tiempo con
fama y honores, sus comienzos no habían sido fáciles. Pero el caso de Nehemías fue
muy distinto. Su historia comienza en medio de la lujosa corte imperial de Persia. Y el
relato de todo cuanto vino a sucederle es ejemplo de firme obediencia, prueba de valor
sin igual, espíritu de oración, voluntad de fidelidad y compañerismo, y una confianza
digna de ser imitada. Pero, antes de acometer la exposición del libro, daremos un
repaso al trasfondo, la datación, las fuentes, el autor, los temas y su importancia.

1. El trasfondo
Cuando los soldados de Babilonia entraron en Jerusalén en el año 586 a. C., dejaron
tras de sí una ciudad devastada. El magnífico templo de la ciudad, erigido por Salomón
cuatro siglos antes, quedó reducido a un montón de escombros y cenizas. Las puertas
de la ciudad y todos los edificios principales acabaron envueltos en llamas, y sus
imponentes murallas fueron demolidas con el fin de asegurarse de que sus moradores,
sumidos en la pobreza, no pudieran organizar una revuelta como la de Sedequías. Tan
sólo los más pobres de entre los pobres se quedaron en Jerusalén, mientras que el
resto fue llevado en cautiverio a la lejana Babilonia.
En su marcha por el polvoriento camino del desierto, los exiliados avanzaban
pesadamente; a sus espaldas quedaba una ciudad en llamas y por delante les
aguardaba un futuro incierto. Y el peor tormento de todos era la idea de que la
desolación presente, tal como Jeremías proclamaba incansable, sensato y valiente en

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todo momento, era algo que Dios había permitido. El castigo infligido por
Nabucodonosor palidecía ante la inmensidad de su culpa y su desesperanza. Si Dios
estaba contra ellos, ¿quién iba a estar a favor suyo?
Aun así, no todo estaba perdido. Llegaría un momento en el que la palabra profética
de Isaías se convertiría en gloriosa realidad; su iniquidad sería perdonada y resurgirían
tras el exilio como pueblo curtido en el sufrimiento. A lo largo de los siglos, Israel había
sido acaudillado por grandes personajes. A pesar de pagar un alto precio por ello,
Abrahán había obedecido a Dios y una nueva raza apareció sobre la faz de la tierra, un
pueblo que de hecho estaba destinado a dejar su impronta y hacer historia a escala
mundial. Sobreponiéndose a la adversidad, José había salvado no sólo a su familia, sino
asimismo a otras naciones. Moisés, sometido también a prueba en circunstancias
adversas, había guiado al pueblo israelita hacia la libertad. Otros grandes líderes
siguieron su ejemplo. Así, Josué conquistó una tierra hostil, Gedeón consiguió reunir un
ejército sin apenas contar con los medios necesarios, David fundó una ciudad
imperecedera y Salomón construyó allí su templo.
Pero, para unos exiliados abatidos, esos distantes ecos de un pasado glorioso no
representaban más que un amargo recuerdo de algo que ya no era. Su rey, privado
cruelmente de la vista, retenido prisionero con grilletes y humillado en su dignidad,
caminaba junto a su pueblo cautivo hacia una tierra extranjera. Pero, aunque en esos
momentos les fuera imposible creerlo, el futuro les reservaba venturosos días. Dios
estaba a punto de hacer surgir nuevos caudillos dispuestos a hacer frente a nuevos
retos. En la lejana Babilonia, no estarían solos. Ezequiel iba de hecho a ponerlos a
prueba enfrentándoles a mayores desafíos y recursos inesperados. En un entorno
pagano, el relato de Daniel y sus compañeros instaba a poner en práctica principios
inconmovibles. El Dios que estaba poniéndoles a prueba iba a hacer aparecer en escena
a un príncipe persa que sería el artífice de su salvación. El pueblo israelita regresaría a
su tierra, ahora devastada por la guerra, y reanudarían su vida en el punto en el que
había sido truncada –pero con líderes con visión que habrían de servirles de inspiración.
Retados por una palabra profética renovada, el pueblo de Dios volvía a tener grandes y
nobles proyectos. Hageo, Zacarías y Malaquías manifestaban una verdad que calaba
hondo en un pueblo que acababa de volver a su tierra. Confiando en la voluntad del
Señor, Zorobabel acometió la tarea de organizar la reconstrucción del templo. Esdras
proclamaba sin desmayo la centralidad de la Palabra revelada, y Nehemías por su parte
hacía cuanto estaba en su mano para que pudieran ser reconstruidas las murallas en
ruinas. Cada generación cuenta con sus propios líderes, capacitados por Dios mismo
para la tarea que se les encomienda.

2. La datación
Nehemías sitúa su relato a mediados del siglo V a. C. de forma clara y rotunda. No
hay razones de peso que induzcan a poner en duda fecha y contexto, y asumimos que
formaba parte del personal de la corte del rey de Persia en su palacio de invierno en la

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ciudad de Susa (suroeste de Irán), lugar ya famoso en virtud de los hechos prodigiosos
ocurridos en tiempos de Daniel y Ester. Era servidor del rey Artajerjes, monarca
reinante sobre el vastísimo imperio persa de 464 a 423, y los dramáticos
acontecimientos de los que se nos da noticia nada más empezar el propio relato de
Nehemías habrían tenido lugar hacia el 455 a. C. A pesar de las divergencias de opinión
entre los expertos respecto a la fecha de la llegada de Esdras a Jerusalén (hay quien
afirma que fue previa al propio Nehemías), la fecha exacta del relato del copero del rey
no ha sido discutida con rigor académico. En la presente exposición, nos guiaremos por
la fecha que nos proporcionan las Escrituras al hacer mención expresa de la llegada de
Esdras a Jerusalén hacia el 458 a. C., haciendo Nehemías su aparición unos trece años
más tarde. Para un debate más amplio respecto a su cronología, pueden consultarse los
comentarios de los especialistas: recomendamos, en particular, Kidner (pp. 146–158),
Clines (pp. 14–24) y Williamson (1985, pp. Xxxix–xliv); y véase también Williamson
(1987) y la excelente monografía de J. S. Wright (1947).

3. Las fuentes
La narración nos impresiona por varias razones, no siendo las menos importantes su
valor histórico y su calidad literaria. Desde la perspectiva de la historia, la descripción
que Nehemías hace de esos acontecimientos históricos pone a nuestra disposición ‘una
de las fuentes más fiables relativa a la suerte que corrieron los judíos en su estancia en
Persia’, mientras que, como escrito literario, tanto Esdras como Nehemías nos ofrecen
una mezcla insólita de reminiscencias de índole personal y datos fehacientes de unos
archivos históricos. Las memorias autobiográficas no son frecuentes en el Antiguo
Testamento. Cierto que contiene grandes secciones dedicadas a su historia como
nación, y determinados relatos, de hondo calado fundacional, se utilizaban con la
expresa intención de dirigir, controlar, asegurar y corregir al pueblo de Dios, pero es
comparativamente raro encontrar rememoraciones a título personal, como sí ocurre,
en cambio, en Esdras y Nehemías. Esto hace que la lectura de esos libros sea aún más
atractiva dada su percepción dramática de los hechos, su alto grado de compromiso con
los hechos y la inmediatez que transpira su visión del evento. La referencia que hace
Nehemías a ‘la muralla’ transmite la idea de que el informe fue redactado en la propia
Jerusalén, si bien con tiempo disponible para reflexionar acerca de los acontecimientos
que está ahí describiendo (6:1b; 7:1).
Junto a todos esos pasajes de carácter autobiográfico, el libro de Nehemías incluye
una considerable cantidad de material procedente de archivos, en ocasiones guardando
cierta similitud con el de Esdras en Crónicas, probablemente procedente del templo. Es
ese material que adopta la forma de listas y datos genealógicos relativos a los que
habían regresado del exilio, así como también a los sacerdotes y al pueblo llano, y todo
ello en el contexto de su contribución a la reedificación de la muralla de Jerusalén y el
asentamiento en la ciudad y sus alrededores, y la participación generalizada en esa
impresionante ceremonia de dedicación. Williamson (1987) hace notar ahí que cada

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una de las listas correspondientes pone de relieve ‘un interés particular en el templo y
en su personal’.
Se ha sugerido en algún momento que, inicialmente, ese relato en primera persona
pudo haber sido el núcleo principal de una información puntual al rey de Persia por
parte de Nehemías, que habría sido presentado posteriormente de nuevo a un público
más amplio y con un propósito distinto, ya fuera por el propio autor o por un colega o,
incluso, por su sucesor. Las listas complementarias podrían haberse añadido con objeto
de transmitir un sentido de continuidad, tema importante en el conjunto del escrito. En
determinado momento, se sostenía de forma generalizada que la labor de edición tanto
para Esdras como para Nehemías había estado en manos ‘del Cronista’, apoyándose
para ello en la repetición de 2 Crónicas 36:22–23 en Esdras 1:1–3, aunque, en cambio,
esta propuesta plantea dudas en la actualidad. Japhet, con otros más, propone,
aduciendo una serie de razones, una diferenciación entre Crónicas y Esdras-Nehemías
como obras distintas y con diferentes énfasis, aunque con intereses comunes.

4. El autor
No cabe duda de que Nehemías es un personaje digno de ser considerado como
uno de los más originales y capacitados autores dentro del amplio muestrario que nos
ofrece el Antiguo Testamento en el apartado de las biografías. Fue llamado a servir a
Dios en un momento en el que el pueblo israelita, todavía anonadado por lo sucedido,
empezaba a recuperarse de la tragedia de la deportación y el exilio. Vencidos primero
por Babilonia y posteriormente por Persia, habían sobrevivido como pueblo sometido,
privados tanto de su rey como de su identidad nacional y de sus principios espirituales.
En el exilio, no habían dispuesto ni de tierra propia ni de templo, y los gloriosos tiempos
del profetismo eran cosa de un pasado ya muy lejano. Ahora que muchos de ellos
habían regresado a Judea, se imponía recuperar un sentido de identidad común como
pueblo de Dios en continuidad con el pasado. Nehemías no era rey, pero su actitud y
sus palabras traían recordaban las grandes empresas acometidas en el pasado como un
gran reino. Tampoco era profeta, pero, tanto en dicho como en hecho, evocaba lo más
granado de ellos. Y, a pesar de no pertenecer a la casta de los sacerdotes, apoya su
causa y da muestras de poseer los rasgos característicos en el diario convivir. Como
figura emblemática, les lleva a pensar que los días de gloria y esplendor como el pueblo
de Israel no tenían por qué ser cosa del pasado.
Sin estar designado para tal puesto, había emprendido la tarea, por lo común
reservada a los reyes, de reedificar y repoblar, y reformar en lo espiritual a un pueblo
derrotado. Como si de un Ezequías o de un Josías se tratara, convoca a la gente para
que renueve con ahínco su dedicación, centrándose en las grandes festividades del
culto e instándoles a escuchar y a obedecer la Palabra de Dios.
No se puede decir que Nehemías fuera un profeta en el sentido habitual del
término, pero el modo en que fue llamado a servir en Jerusalén repite de forma literal
la fórmula propia para el caso (‘Palabras de Nehemías’), y hay momentos en los que, de

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hecho asume la función propia de un profeta, transmitiendo con valentía el mensaje
recibido de parte de Dios, y cómo ha de actuar el pueblo en consecuente obediencia a
ese llamamiento divino (2:12, 17–18). En patente confrontación con unas gentes de
Judea empecinadas en lo burdamente material, Nehemías plantea retos sociales con
una franqueza y una determinación propias de los profetas del siglo VIII a. C.,
respaldando la seriedad de su determinación con un acto simbólico (5:13), algo
asimismo típico del ministerio de los primeros profetas. Y al igual que aquellos hombres
que hablaban de parte de Dios, él también es el blanco de mensajes engañosos de unos
falsos profetas (6:10–14).
Sin ser sacerdote, alienta ese ministerio, tomando parte, junto con los sacerdotes y
sus iguales en Levítico, en actos públicos de renovación espiritual (5:12; 8:2, 9;
12:27–47), fomentando así la causa de los ideales de santidad ejemplar en el sacerdocio
7:65; 12:1–26; 13:4–9, 28, 30–31). De hecho, en oración penitente y recuerdo
agradecido de las antiguas mercedes recibidas y las promesas de Dios, Nehemías asume
funciones sacerdotales en intercesión por el pueblo (1:4–11) promoviendo y tomando
parte en demostraciones de fiel adoración a escala nacional (8:9–12; 9:38–10:1; 12:38).
Nehemías viene a ser recordatorio visible para el pueblo israelita de la inmutable
gracia de Dios. Las circunstancias eran ahora muy distintas, y las instituciones que
daban sentido a su existencia ya no estaban ahí, pero el Señor permanecía a su lado,
levantando nuevos líderes que les infundieran ánimos y les ofrecieran una nueva visión
para el futuro, suministrando nueva savia en una comunidad que se había vuelto
vulnerable. Un copero que gozaba del favor real, y en el seno de una corte pagana, va a
ser el instrumento que Dios utilice para llevar a efecto la renovación de Israel.

5. Los temas
Aunque es un hábil narrador, Nehemías alienta un propósito mayor que el simple
relato de una historia singular. Él quiere presentar unos sucesos históricos que
encierran una enseñanza y para ello se sirve de un relato que transmite unos principios
doctrinales, morales y espirituales. El libro es tanto una crónica personal libre de
artificio, como un pronunciamiento teológico de carácter dinámico. Con habilidad
consumada, se aúna la experiencia subjetiva de un hombre profundamente convencido
de la guía de Dios en su vida (2:4, 8, 18; 6:10–14; 13:3–31), con una grandes verdades
objetivas que Dios ha revelado no de forma exclusiva a un líder excepcionalmente bien
capacitado, sino a todo su pueblo como comunidad creyente (1:5–11; 4:14; 8:1–12;
9:1–37). El libro viene así a sumarse, y a enriquecer, al mensaje y testimonio
comunitario de Israel como pueblo elegido por Dios en su presentación de cuatro
grandes temas: su visión de la doctrina de Dios, su consagración a las Escrituras, su
experiencia de la oración y su ejemplo como líder del pueblo.

a. Su visión de la doctrina de Dios

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A lo largo de sus memorias, Nehemías recalca la necesidad de una verdad objetiva,
al tiempo que señala lo que de subjetivo hay en la propia experiencia, apreciación que
no siempre se ha dado en el devenir de la historia de la fe. En la actualidad, vivimos en
un período en el que la percepción subjetiva de la inmanencia de Dios pesa más que la
realidad objetiva de su trascendencia. David F. Wells sostiene que ‘la identidad de la
iglesia se desvanece cuando lo trascendente se disuelve en lo inmanente’,
desvirtuándose asimismo ‘allí donde la fe teocéntrica [la fe que tiene su centro en Dios
como una realidad objetiva] pasa a convertirse en una fe antropocéntrica [la fe que se
centra en un interés terapéutico en el propio yo]’. Lo que Nehemías proclama acerca de
Dios como un ser santo y verdadero viene a ser un muy saludable antídoto contra las
manifestaciones más extremas de una experiencia cristiana subjetiva que, bajo la
influencia soterrada y sutil del pensamiento moderno, concede mayor importancia a
cómo uno se siente que a aquello que Dios haya podido proclamar, estando pues
mucho más interesados en lo novedoso y las experiencias ‘extraordinarias y fuera de lo
común’, que en el cimiento inconmovible de la verdad revelada.
Los coetáneos de Nehemías necesitaban que se les recordara una vez más la
unicidad de la realidad de Dios. En un período posexílico, era comprensible ese anhelo
de realidades tranquilizadoras. Judá se había visto privada de su libertad política (hecho
que Nehemías no pasa por alto, 9:36–37) y ni siquiera podía proclamar lealtad a su
propio rey. A pesar de su reciente reconstrucción, el templo ya no tenía la
impresionante planta del edificio original de Salomón. Pero, aunque todo eso es cierto,
Nehemías insiste en esa continuidad dentro del marco de las grandes realidades como
algo auténtico y vivo en el centro mismo de la fe de Israel. Por encima de todo ello, Dios
seguía mostrándoles su favor. Él no había cambiado y, en el curso de su narración,
Nehemías vuelve con entusiasmo al tema primero de la grandeza de Dios (9:32),
ciertamente mensaje de aliento para gentes desalentadas en cualquier generación.
Dios es soberano universal. ‘Dios del cielo’ (1:5; 2:4, 20) era un título de divinidad en
la religión persa, pero Nehemías lo utiliza con dramática intención apologética: Yavé el
Señor es el único (9:6) Dios del cielo, no Ahura-Mazda, ‘dios’ inexistente de los persas
de su tiempo. Nehemías tiene noticia de la penosa situación de Jerusalén estando
todavía en la lejana Susa, pero Dios controla el mundo entero y no va a dejar de cincelar
el destino de su pueblo allí donde se encuentren, sirviéndose de un copero hasta ese
momento desconocido para poner por obra sus propósitos. Es más, en su soberanía no
sólo puede despejar el camino para aquellos que le honran, sino asimismo frustrar los
designios de cuantos se le opongan (4:15). Él es el único que puede transformar una
cruel maldición en bendición inconmensurable (13:2).
Dios es por completamente merecedor de nuestra confianza, pues es un Dios que
‘guarda el acto y la misericordia para con aquellos que le aman y guardan sus
mandamientos’ (1:5; 9:32). Él es fiel a sus promesas (9:8). Los acontecimientos que
desembocan en trágico destierro eran la terrible consecuencia de la deslealtad de
Israel. Al no haber cumplido con las ordenanzas del pacto, sufrían ahora justo castigo,
pero, tal como Isaías anunciaba, no por ello iban a ser abandonados. El ‘amor fiel’ de

14
Dios no experimentaría cambio alguno, ni tampoco iba a ser revocado ‘el pacto de paz’.
Dios es absolutamente santo. Lo primero que manifiestan quienes sufren gran
aflicción (1:3–4) no es el reconocimiento de una liberación presente, sino el alivio de un
perdón eterno. Nehemías admite ser un pecador que vive inmerso en un mundo
rebelde tanto en el pasado como en el presente (1:6–7; 9:2). Tras recibir el perdón, el
pueblo de Dios no ha de comportarse para recibir la aprobación humana, sino en
conformidad con el patrón de la santidad de Dios. Ellos tienen que ser santos, porque Él
es santo. Nehemías estaba decidido a obrar en su vida en ‘reverente temor a Dios’
(5:15) y había más personas dispuestas a hacer como él (7:2).
Dios es misericordioso y compasivo. Al establecer su pacto con Israel, Él ya sabía que
le iban a fallar, advirtiéndoles de las graves consecuencias de esas inevitables
trasgresiones. Sufrirían ‘exilio en tierras muy lejanas’, pero, si se volvían a Él
arrepentidos, les llevaría de nuevo a la tierra que les había dado como prueba de su
misericordia (1:8–9). Ante ofensas sin fin, el perdón se multiplicaba infinitamente,
haciendo de nuevo de ellos un pueblo restaurado (9:16–19, 26–31). Dios es
literalmente, cómo dudarlo, un ‘Dios de perdón y misericordia’ (9:17).
Dios es excepcionalmente poderoso. Y nada hay que pueda impedir que Él lleve a
efecto sus propósitos para con ellos. El Dios que creó el universo (9:6), que convirtió a
un Abrahán sin descendencia en padre de multitudes (9:7), y que ‘liberó’ (1:10) a ese
pueblo suyo de la esclavitud de Egipto con ‘mano fuerte’ (en lenguaje de Éxodo), podría
sin duda llevarlos de vuelta a casa. Además, sus intervenciones no están limitadas al
ámbito del acontecer histórico, sino que inciden de forma directa e inmediata en el
diario existir allí donde y cuando su pueblo está siendo víctima de un opresor
demasiado poderoso para ellos. En situaciones de absoluto acoso por parte de sus
enemigos, su Dios ‘lucharía’ a favor suyo (4:20). Al centrar su auténtico gozo en
recursos espirituales (8:12, 17), la fortaleza física les sería siempre renovada (8:10).
Dios es infinitamente misericordioso. El proyecto de Nehemías recibe la aprobación
del rey, pero no porque estuviese en el lugar adecuado en el momento oportuno, sino
porque ‘la mano misericordiosa’ de su Dios (2:8, 18) estaba a favor suyo. Él no trata a
las personas o a las comunidades según sus merecimientos, sino que traza y diseña sus
planes para el bien común.
Es un Dios cercano. Aun siendo trascendente y Señor de los cielos, Dios no se
muestra apartado y distante; Él está junto a su pueblo poniendo en todo momento en
sus corazones lo que mejor les conviene. Cuando surge el peligro, les alerta con sus
advertencias (6:12), y cuando están indecisos respecto al camino a seguir, hace patente
su deseo para con ellos (7:5).
Dios es absolutamente justo. Al igual que muchos otros servidores de Dios a través
de los tiempos, Nehemías tenía que hacer frente a una enconada oposición. Tanto él
como sus coetáneos debían contar con que llegaría el día en el que todas las injusticias
serían eliminadas, quedando sometidos los transgresores y los inicuos al juicio de Dios.
Sus enemigos no sólo habían insultado a Nehemías, sino que asimismo, habían
despreciado a Dios (4:4–5; 6:12). Pero Dios conocía también los pecados y
transgresiones de su propio pueblo. Si ese pueblo suyo optaba por hacer caso omiso de
15
su mandamiento de amar al prójimo atreviéndose a extorsionar al pobre (5:1–13), ellos
también experimentarían ese juicio (9:33). Ezequiel había hecho saber a las gentes de
su tiempo que Sodoma había sido objeto de castigo divino no sólo por razón de su
obscena inmoralidad, sino porque habían hecho oídos sordos ante el clamor de los
pobres. Jerusalén estaba expuesta a correr la misma suerte de Sodoma si persistían en
su falta de compasión por los necesitados. Dios no dictaba normas en un caso para
después ignorarlas en otro.
Nehemías servía a ese Dios en cuerpo y alma. De hecho, ‘su deleite’ estaba en
encontrar el rostro de Dios (1:4), regocijándose reverente en su glorioso nombre (1:11),
en cumplir su voluntad (1:11; 2:4–5), en reconocer la bondad de Dios (2:8, 18), en servir
a su pueblo (2:12, 17), en confiar en su poder (2:20), en mostrar el amor de Dios (8:10),
en recordar su generosidad (8:13–18), en gozosa evoación de su fidelidad (9:5–37), en
obedecer los mandamientos de su Ley (10:29) y en infundir aliento y esperanza en los
siervos de ese Dios (10:37–39; 13:10–13).

b. Su consagración a las Escrituras


Una de las facetas más interesantes de la literatura posterior al exilio es el modo en
el que sus autores reflexionan acerca de lo dicho y hecho por Dios en los primeros
tiempos. Como pueblo suyo, atesoran las Escrituras y la historia de su rescate y
liberación como pueblo escogido, esforzándose por interpretar otra vez su mensaje
para los nuevos tiempos. En el corazón mismo del relato de Nehemías, descubrimos
una lectura bíblica de carácter insólito en la ciudad de Jerusalén. No era, sin embargo,
encuentro propiciado por el templo, por lo que la asistencia no estaba limitada ni a sus
funcionarios ni al reducido grupo de privilegiados que tenían acceso a un área
restringida. Esa lectura iba a celebrarse en la plaza pública y absolutamente todo el
mundo, ya fueran jóvenes o viejos, hombres y mujeres por igual, estaba ansioso por
participar. Y aunque en este caso es Esdras el que lleva la voz cantante, Nehemías se
une a él en un esfuerzo por animar a la gente a reaccionar ante lo que escuchan
(8:9–11). Y lo que inspiraba, enseñaba y daba forma al mensaje de Nehemías era
justamente la Palabra de Dios.
Nehemías había recibido su inspiración de las Escrituras. La historia de los hombres
y las mujeres a los que Dios había llamado y preparado en el transcurso de los siglos
había sido fuente de constante inspiración para él. Las grandes figuras del Antiguo
Testamento eran un noble reto. Abrahán había creído en la promesa hecha por Dios
(9:7–8, 23), Moisés había compartido la Palabra de Dios (1:7–8; 8:1, 14; 9:14; 10:29;
13:1), Aarón había pasado a ser siervo de Dios (10:38; 12:47), David (12:24, 36–37,
45–46) y Asaf (12:46) habían fomentado el espíritu de alabanza a Dios y, en épocas más
recientes, Zorobabel (7:7; 12:1, 47) había construido el templo del Señor. Pero
Nehemías tenía asimismo muy en cuenta los relatos precautorios de las Escrituras
Salomón había olvidado el carácter santo de Dios (13:26), ignorando además sus
advertencias, lo cual había tenido consecuencias verdaderamente desastrosas.

16
En realidad, Nehemías había sido enseñado por las Escrituras. Y no eran únicamente
las grandes figuras lo que llamaba su atención. Desde los tiempos de su juventud, el
verbo vibrante de esos escritos, con sus verdades, sus sabios consejos y sus
advertencias, unido a la esperanza de una promesa fiel, se habían adueñado de él. Con
mente abierta y receptiva, había entendido los grandes relatos del Antiguo Testamento
como algo muy especial. Dentro del Pentateuco, las historias y las sentencias de Génesis
(9:7–8), Éxodo (1:10; 9:9–18), Levítico (8:13–15), Números (9:20; 13:3) y Deuteronomio
(1:8–9; 9:21–23, 29) son una realidad constante para él, al igual que lo son también las
narraciones de Josué (9:23–25), Jueces (9:26–28), 1 Reyes (13:26) y 2 Reyes (9:6).
Tampoco faltan ecos de las enseñanzas proféticas de Isaías (6:9), Jeremías (13:18),
Ezequiel (13:17–18) y Daniel (1:4–7), y de los salmos más gloriosos (9:13).
Las Escrituras habían modelado a Nehemías. La obediencia a la Palabra era algo
primordial en la vida. Ya de joven, se le había hecho patente la autoridad, el carácter
persuasorio, la fuerza y la importancia que dimanan de la Palabra. McConville hace
notar al respecto que todo colectivo necesita ‘emblemas representativos de su
identidad’. De forma previa al exilio, el pueblo israelita se había gloriado en la existencia
de la tierra, el templo, el trono, el Libro y las fechas. Desposeídos de su territorio,
privados del templo y carentes de rey, se vuelven con renovados votos al libro que Dios
había tenido a bien otorgarles, a esa Palabra revelada que tomaba cuerpo en la ley de
Moisés. La obediencia a esa ley, en términos de la observancia del sábado, había pasado
a ser ‘señal’ distintiva de su exclusividad, aunque la alianza sabática era secundaria. La
Palabra era lo primordial. Nehemías aprendió a amar esa ley, y su entrega y
compromiso con las Escrituras se hace evidente en sus oraciones, en su espíritu de
servicio, en su testimonio y en su conducta. El estímulo y aliento lo encontraba en sus
promesas (1:5, 9; 4:20; 9:7–8, 17), el reto lo planteaban sus advertencias (1:7–8; 5:9;
9:30, 37; 13:17–18, 26–27) y la riqueza de todo ello residía en sus ideales.

c. Su experiencia de la oración
Nehemías se sirve de la narrativa para transmitir a sus lectores la importancia de la
oración. De hecho, el libro abunda en grandes pasajes dedicados a su puesta en
práctica.
Comienza con oración en Persia (1:4) y concluye con oración en Jerusalén (13:31). El
relato nos hace recapacitar acerca de las múltiples dimensiones de la oración: la
adoración (8:6; 9:3, 5), la acción de gracias (12:24, 27, 31, 40, 46), la confesión (1:4–7;
9:33–34), las peticiones (1:11; 2:4) y la intercesión (1:6). Hay oraciones de angustia
(4:4–5; 6:14; 13:29) y oraciones de gozo (12:43), oraciones que buscan protección (4:9)
y oraciones de dependencia (6:9) y entrega (13:14, 22, 31). Lo que aquí encontramos no
es testimonio de una oración compasiva (1:4), perseverante (1:4), personal (1:6) y
corporativa (1:7). La oración le proporciona a Nehemías perspectiva (1:11, ‘este
hombre’), le amplía horizontes (2:4, ‘Dios del cielo’), le agudiza la visión (2:12) y reduce
su ansiedad (4:8–9). Vemos a un creyente comprometido que acude presuroso al lugar

17
de la oración para compartir su angustia y su dolor (1:4), confesar errores del pasado
(1:6–7) y descubrir la tarea que le aguarda en el futuro (1:11).

d. Su ejemplo como líder del pueblo


Las memorias de Nehemías conservan la impronta imborrable de su personalidad. El
hecho de que posea tantos y tan variados dones, junto con su experiencia y sus logros,
y todo ello comprendido en el curso de una vida, es prueba más que suficiente de las
cualidades que distinguían a Nehemías como uno de los líderes más destacados de
Israel, sus cualidades tan necesarias y pertinentes hoy como lo eran en el siglo V a. C.
Nehemías era un líder dotado de compasión infinita. Al saber las necesidades de su
pueblo, se sentó y lloró, e hizo duelo, ayunando en oración (1:4). El amor compasivo es
cualidad principal en un líder, y aquel que carezca de ello, poco fruto verá de su trabajo.
El brete en el que se encontraba Jerusalén distaba más de mil kilómetros del palacio
real en Susa, pero, llevado por su amor hacia su gente, el padecimiento que estaban
soportando reducía la importancia de cualquier otra cuestión en su vida.
Nehemías era un líder bajo una autoridad superior. Preocupado por decidir qué
hacer ante tan crítica situación, busca la dirección de Dios (1:5–11). Los líderes tienen
también que ser guiados. En el desempeño de sus funciones en la corte, Nehemías
estaba acostumbrado a recibir órdenes de parte del rey, pero él anteponía a eso su
sumisión como siervo en audiencia en la cámara de Dios. Nehemías sabía que era más
importante discernir con paciencia la voluntad de Dios, que precipitarse a prestar ayuda
al pueblo de Dios.
Nehemías era un líder de integridad transparente. Ante el trono de Dios, reconoce
con prontitud sus propias faltas y su necesidad de confesarlas. No sólo admite los
pecados de la nación, sino también los suyos y los de su casa (1:6). No es que en la
cámara se reconociera a sí mismo como peor que los demás, pero sí que actuó mejor
que otros tras salir de allí. Su honestidad era ante Dios y ante el pueblo. Al elevar sus
quejas los indigentes de Judá ante lo injusto del caso, Nehemías no actuó como hombre
libre de culpa. Había tomado parte en el préstamo de dinero (5:10), aunque de forma
inocente junto con los demás y no hizo nada para ocultar su participación en un asunto
que tenía que ser enmendado.
Nehemías era un líder con la visión de algo grande. Los creyentes con una visión no
se sienten satisfechos con lo que hay, y ven con claridad lo que, en cambio, podría ser.
Dios había sembrado en el corazón (2:12) de este líder un plan que podía transformar el
destino de Jerusalén, liberando al pueblo de la ignominia (1:3), la inseguridad y la
pobreza. La espantosa degradación de la ciudad indignaba a Nehemías y no iba a poder
descansar hasta poner por práctica el plan fraguado en mente.
Nehemías era un líder consciente de su propia vulnerabilidad. Los líderes nunca son
perfectos; todos tienen algún punto débil que les sitúa en el umbral de un posible
riesgo. Sensible, honrado, digno de confianza y dispuesto a asumir riesgos, llegó un
momento en el que se le hizo evidente que él también podía verse paralizado por el

18
miedo (2:2). Los buenos líderes no se permiten enamorarse de su tarea hasta el punto
de olvidar sus puntos débiles. Más de un buen obrero ha visto malograrse su trabajo
por haber estado tan ocupados dando instrucciones a otros, que han perdido de vista la
obligación ineludible de todo liderazgo: ‘Ten cuidado contigo mismo’.
Nehemías era un líder capaz de inspirar a otros. La reedificación de las murallas
derruidas no podía acometerse sin crear un equipo bien coordinado, por lo que la
primera labor iba a ser la de reclutar gente. Los ciudadanos de Jerusalén eran
conscientes de la oposición a la que tendrían que hacer frente, y el identificarse sin más
con un nuevo líder suponía un riesgo. Como buen líder, Nehemías no vacila en hablar
del problema con franqueza, del posible resultado de forma convincente, y de los
recursos con realismo (2:17, 20).
Nehemías era capaz, como líder, de reconocer lo conveniente y necesario que es
delegar. Él podría coordinar el proyecto, pero de ninguna manera podría ejecutarlo por
sí mismo. Para ello, se asegura de que cada tramo de la muralla sea responsabilidad de
un equipo en concreto (3:1–22) que se ocuparía de contratar a sus propios
trabajadores, consiguiendo de ese modo que todos ‘trabajaron poniendo en ello todo
su empeño’ (4:6).
Nehemías era un líder que no se arredraba ante las dificultades. La perseverancia
era para él factor primordial. Los problemas iban a surgir de forma inevitable y, a no
mucho tardar, la hostilidad externa iba a discurrir paralela al pesimismo interno
(4:1–12).
Nehemías, como líder, sabía adaptarse a las necesidades del momento. Las cosas no
siempre suceden como se tiene previsto. Cuando las dificultades hacen su aparición, el
líder eficiente no se arredra, sino que busca soluciones alternativas recurriendo a su
ingenio. Tras escuchar las quejas de unos trabajadores desalentados y en situación de
riesgo, Nehemías, lejos de amilanarse, idea un plan estratégico con cinco puntos.
Recluta, para ello, patrullas de seguridad (4:13), les recuerda que cuentan con defensas
espirituales (4:14), divide al equipo en obreros y vigilantes (4:15–18), idea un sistema
para que una brigada móvil pueda desplazarse de forma inmediata a cualquier punto de
la muralla que se detecte vulnerable (4:19–20) y se asegura de que, dentro de la ciudad,
todos y cada uno cuenten con protección las veinticuatro horas del día (4:21–22).
Nehemías era un líder dispuesto a hacer sacrificios personales. Al marcharse de
Persia, había renunciado a una vida de lujo y seguridad. En Jerusalén, tuvo que
prescindir de toda comodidad y privilegio, sin gozar ya de la paz del sueño tranquilo,
(4:23) estando supuesto a sufrir el acoso de enemigos declarados y planes urdidos para
precipitar su caída (6:1–9), de amigos traicioneros que daban más valor al dinero que a
la lealtad (6:10–13), de líderes religiosos corruptos embarcados en el uso indebido de
sus dotes espirituales (6:14), y de dirigentes de la comunidad cuya lealtad al gobernador
no era ni absoluta ni sincera (6:17–19). Al igual que el apóstol Pablo siglos más tarde,
Nehemías tenía que hacer frente a presiones de todo tipo, pero, aun así, podía decirse
que ‘afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados’.
Nehemías era un líder que sabía rodearse de colaboradores eficientes. Una vez
19
reconstruido el muro, había que encontrar personal adecuado para la supervisión y
control de cuestiones de índole espiritual, social y militar (7:1–2). La elección recayó
sobre personas de moral ‘íntegra’ y espiritualmente comprometidas. Para esa tarea de
administración de la comunidad, Nehemías buscaba personas ‘temerosas de Dios’
(7:1–2) que no antepusieran el beneplácito ajeno al cumplimiento de su obligación,
colaboradores absolutamente dignos de confianza (13:12) que no sucumbieran a la
tentación de los bienes materiales.
Nehemías era un líder que se anticipaba a los retos. Llega el momento, en toda
tarea hecha como para el Señor, en que lo logrado es puesto a prueba de una u otra
manera. Como gobernador, sabía que la ciudad recién fortificada tenía que contar con
defensas adecuadas y una población inmediata (7:3–5; 11:1–24). A aquellos que
colaboraban con él, se les comisiona de inmediato para que pongan en práctica un
sistema eficaz de protección y vigilancia: guardias apostados en puntos estratégicos e
instrucciones concretas respecto al horario de apertura y cierre de las puertas de la
ciudad. Una ciudad de pocos habitantes sucumbe más fácilmente ante un asedio. No
era probable que quienes habían tratado de impedir la reconstrucción del muro fueran
ahora a cejar en su empeño de hacerse con la ciudad. Con solvente presteza, Nehemías
traza un plan para conseguir gentes dispuestas a fijar su residencia en Jerusalén. Todo
buen líder prevé áreas de dificultad y se anticipa con soluciones creativas que aseguren
expansión y progreso.
Nehemías era un líder dotado de una tenacidad envidiable. Fue, de hecho, capaz de
superar dificultades que hubieran desanimado a cualquiera, pero Dios le había ayudado
a resistir las pruebas donde y cuando las dificultades arreciaron. De hecho, fue capaz de
sincerarse ante su rey (2:1–3), resistir la presión de enemigos hostiles (2:10, 19),
sobreponerse a los insultos de los que se oponían a sus planes (4:1–3), hacer frente a
adversarios dispuestos a todo (4:7–8), y dar ánimos a unos colaboradores y socios
caídos en el desánimo y el abatimiento (4:10–12), resistiendo además la presión de
oficiales desafectos (5:1–13), enemigos implacables (6:1–11), falsos profetas (6:12–14),
sacerdotes desleales (13:4–9, 28), comerciantes avariciosos (13:15–22) y creyentes
díscolos (13:23–27). Durante el tiempo pasado de vuelta a Persia, el nivel de
compromiso se vino prácticamente abajo, recayendo las gentes en la relajación, o
incluso abandono, de todo principio ético y espiritual. A su regreso a Jerusalén,
Nehemías tuvo que asumir de inmediato la tarea de hacer que un pueblo contumaz y
rebelde volviera a los caminos de Dios. Hostigado por las pruebas, hasta los líderes más
comprometidos pueden caer en el desaliento pero, poniendo las miras en el ejemplo y
las enseñanzas del líder sin tacha, reanudan su tarea, prosiguen a la meta y se niegan a
‘mirar hacia atrás’. William Carey tuvo que hacer frente a dificultades sin fin a lo largo
de una labor misionera de proporciones insólitas. En los últimos años de su vida, le
reveló el secreto de su perseverancia a un sobrino: ‘Sé proseguir en mi camino. Ése es el
único merito del que puedo vanagloriarme. Sé perseverar allí donde me he propuesto
una meta. A eso debo todo lo alcanzado’.21 Los líderes verdaderamente comprometidos
nunca se rinden.

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6. Las repercusiones
A pesar de estar separados de Nehemías por un abismo de más de dos milenios, las
dificultades a las que tuvo que hacer frente no son exclusivas de los tiempos antiguos.
La sociedad actual le plantea al hombre problemas que pueden parecer distintos, pero,
en realidad, lo único que ha variado es su apariencia externa. Y no hay comunidad en
este mundo que no los sufra.
La sociedad de hoy experimenta continuos cambios. Las pasadas décadas han sido
testigo de algunos más que notables: estructuras políticas que se venían abajo (la
desintegración del bloque soviético, el fin del apartheid, las constantes guerras civiles
en el continente africano), avances tecnológicos espectaculares, desastres económicos
sangrantes (de alarmantes índices de desempleo en numerosos países, sean éstos
desarrollados o no), y tensiones de índole religiosa (elevadas cotas de pluralismo en
Occidente, la emergencia del Islam, el creciente atractivo de las religiones orientales y la
proliferación de nuevas formas de religiosidad en la línea de la `Nueva Era’).
Todos esos cambios, algunos de ellos sumamente drásticos, no son sólo noticia
sustanciosa para los medios de comunicación, sino que tienen repercusiones
dramáticas en lo personal. Tanto los individuos como sus familias se ven gravemente
afectados por ello. El entramado social pierde cohesión ante el cambio. El puesto de
trabajo ya no es fuente de estabilidad y seguridad; el desempleo forzoso es amenaza
que ensombrece el horizonte laboral. Para poder mantener a la familia, son numerosas
las personas que han de estar dispuestas a sufrir grandes cambios en el terreno laboral,
viéndose en algunos casos a cambiar de localización geográfica y contexto social.Y aun
sin tener que mudarse de uno a otro extremo del país, no serán muchos los que puedan
librarse de los retos que plantean los cambios. La tecnología moderna demanda
constante adaptación, las pautas tradicionales de trabajo se diluyen y no queda más
solución que ponerse al día, hacerse con las nuevas técnicas y aprovechar las
oportunidades que se ofrezcan, aunque casi siempre a expensas de la vida personal y
familiar.
Nehemías también tuvo que hacer frente al problema del cambio. Su obediencia a
Dios le llevó a tener que asumir un cambio geográfico, cultural y social. Cuando el Señor
puso en su corazón que debía ir a Jerusalén (2:12), tuvo que trasladarse de uno a otro
confín del imperio. Eso suponía renunciar a la tranquilidad de una existencia cómoda y
segura, para aventurarse en lo desconocido e incierto. Conllevaba, además, un cambio
de posición y de puesto de trabajo, renunciando a la dignidad de la corte para
convertirse en maestro de obras y a un entorno de bonanza y prosperidad en Persia
para arriesgarse a hacer frente a lo que surgiera en Judá. También tenía que renunciar a
sus amigos en Susa, cortando probablemente lazos familiares. Suponía, en suma,
abandonar a todo cuanto le era conocido, para lanzarse a la aventura del cambio y la
casi absoluta novedad.
Nehemías se vio, pues, abocado a superar un cambio dramático en el terreno de lo

21
laboral y en su forma de vida. Para empezar, ahora dependía por completo de Dios,
como se hace evidente en sus oraciones (1:5–7). En segundo lugar, era consciente de no
ser el primero en asumir semejante reto. Otros antes que él ya habían podido
comprobar la generosa providencia del Señor ante cambios geográficos, culturales y
sociales, destacando de forma muy particular el ejemplo de Abrahán (9:7–8) y de
Moisés (1:10). En tercer lugar, se enfrentaba al futuro con la seguridad de contar con la
‘mano misericordiosa’ del Señor (2:8, 18) y la confianza de que iba a ver coronada con
éxito la empresa acometida (2:20). El nombre de Nehemías no aparece en la lista de
Hebreos 11, que Richard Sibbes califica de ‘compendio de mártires’, pero aun así no
cabe duda de que la suya fue una magna obra asumida por fe. Y merece ser recordado
como siervo que ‘agradó a Dios’, que obedeció, que salió a un lugar lejos de su hogar y
encontró nueva patria en la tierra prometida como extranjero venido de remoto lugar.
En su labor a favor del pueblo de Dios, no sólo reedificó el muro derruido de la ciudad
de Jerusalén, sino que, además, impartió y administró justicia, y alcanzó lo prometido.
La sociedad moderna está atenazada por un individualismo ferozmente egoísta. El
sentido de comunidad ha desaparecido de numerosos ámbitos en la vida
contemporánea. La búsqueda sin cuartel del logro personal ha hecho que cada vez sean
más las personas que apenas si disponen de tiempo para proyectos que beneficien a
terceros. ‘Nuestros ordenadores han comenzado a hablar con nosotros e incluso a
interpelarnos, mientras que nuestros vecinos se van convirtiendo cada vez más en seres
distantes, desconocidos y anónimos’. A las agencias y organizaciones de voluntariado
les resulta imposible encontrar personal suficiente para dotar sus servicios de atención
al público. A los enfermos, los impedidos, las personas mayores, los discapacitados, los
pobres de nuestra sociedad, se les niega el apoyo que deberían recibir. La historia de
Nehemías nos muestra una persona en situación privilegiada que, pese a ello, antepone
el bien común a la propia conveniencia, renunciando a la opulencia del entorno
palaciego a favor de una comunidad presa del desánimo en el entorno de una ciudad
devastada por las luchas y que él nunca había visitado personalmente, y a más de mil
kilómetros de distancia de su lugar de residencia. A su llegada a Jerusalén, tuvo que
animar a sus ciudadanos y a las gentes de los alrededores para que renunciaran a sus
intereses por un tiempo y poder así contribuir a la rehabilitación de la ciudad y, una vez
hecho eso, persuadirles para que se quedaran en esa ciudad para siempre. Esta historia
tiene muchas y muy importantes cosas que decir respecto a anteponer Dios a otros
intereses, a cómo vivir sin egoísmos en el mundo presente, y acerca asimismo del gozo
y la satisfacción de servir a otras personas. La sociedad moderna se está volviendo cada
vez más violenta. De forma trágica y lamentable, la hostilidad y las agresiones, tanto
personal como corporativamente, son imágenes familiares en toda la faz de la tierra.
Las personas mayores ya no están seguras y los niños son particularmente vulnerables.
Las minorías corren peligro de desaparecer en muchos lugares del planeta, y son ya
miles los cristianos que han sufrido por razón de su fe. La historia de Nehemías se
encuadra en un contexto de antagonismo social, asaltos verbales, persistente
ridiculización del contrario y brutalidad física dirigida no sólo contra Nehemías (6:1–14),
sino asimismo contra todos los que se identificaban con su servicio a Dios (2:19; 4:1–3,
22
7–12). Sus memorias revisten particular importancia para quienes tienen que soportar
persecución en cualquiera de sus formas por su amor a Cristo.
Los derechos humanos reciben merecida atención preferente en la política
internacional. Se cuentan por millones las personas conscientes de las desigualdades,
las privaciones, las injusticias y el reparto discriminatorio de los recursos. El éxito de
Nehemías en su proyecto de reconstrucción de la muralla corrió grave peligro de
fracasar por culpa de la nobleza judía y de los oficiales que estaban enriqueciéndose a
costa de la explotación de los pobres, haciendo así que aumentara el número de ellos,
el hambre como mal endémico, la destrucción de la familia y la esclavitud (5:1–15).
Nehemías era hombre dispuesto a ser paladín de la causa de los necesitados, y el modo
en que hizo frente a la crisis tiene una sorprendente relevancia en el mundo
contemporáneo. Se opuso con decisión a unas prácticas injustas (5:6–13) y demostró,
con su propia forma de vida (5:14–19), que las necesidades de su prójimo iban a ser
para él motivo de constante preocupación e interés.
La sociedad occidental contemporánea es burdamente materialista. Los nobles de
Judea no eran los últimos en este mundo que hicieran mayor aprecio del dinero que de
las personas. La ambición material y los intereses económicos eran cuestiones
prioritarias en la agenda de los que se oponían a Nehemías. Con la muralla de la ciudad
reconstruida y una nueva población estable, Jerusalén dejaría de ser una comunidad
maltratada y podría empezar a plantearse iniciar su propio comercio e intercambio de
bienes. Aquellos que habían obtenido beneficios a costa de su pobreza, se
escandalizaban ahora por el progreso de la ciudad.
Pero, tal como hemos podido constatar, los individuos materialistas estaban tan
presentes por igual en Judea, Samaria y Amón. Los israelitas acaudalados seguían
codiciando tener aún más. Las ganancias materiales eran causa de constante tentación
en tiempos de Nehemías. Y esa ansia no sólo les llevaba a extorsionar al pobre (5:1–5),
sino que además fomentaba alianzas (tanto comerciales como domésticas) perjudiciales
(6:17–19). Su apetito insaciable por el dinero les volvía indiferentes a las enseñanzas de
Dios respecto a la consideración con sus deudores (10:31) y la obligación de sostener a
los siervos del Señor (13:10–13). Eso les hacía restar importancia a los requerimientos
de la ley de un día a la semana de descanso para personas y ganado doméstico
(13:15–22). Donde el monetarismo gana la partida, el egoísmo pronto hace su aparición
y la tristeza no está lejos.
Las formas de vida basadas en el materialismo son el terreno de cultivo propio del
secularismo. Las personas que niegan la existencia de Dios, desafiando, en
consecuencia, sus mandamientos y ordenanzas, no tienen respeto alguno por las
normas morales objetivas. Los principios éticos se doblegan ante las exigencias del
momento. La sociedad actual contemporánea está cada vez más secularizada. Imposible
ver el secularismo como amenaza de peso para una comunidad religiosa en la Judea del
siglo V a.C., pero sí que ya empezaba a erosionar de forma preocupante el entramado
social del pueblo israelita. Las formas externas de la religión seguían poniéndose en
práctica, pero el compromiso espiritual a título personal estaba ausente. Nehemías
tenía que lidiar con esa situación. A su vuelta a Jerusalén tras su estancia en Persia, se
23
encontró con que la gente se había amoldado a una forma de vida secularizada, y ello
tanto por su negativa a cumplir con los requerimientos de la fe como por el propio
comportamiento de los oficiales del templo.
Para empezar, uno de los líderes religiosos había transgredido la ley de Dios
permitiendo que un amonita (13:1–3), contrario a Nehemías, estableciera su residencia
en el templo de forma permanente (13:4–5). Cuando un líder espiritual se muestra
indiferente a la Palabra revelada de Dios, no ha de sorprendernos que vayan en
aumento las actitudes propias de una visión secularizada de la vida en la mayoría de la
población. Si un oficial del templo podía marginar la santidad requerida por Dios, el
ciudadano de a pie se sentía con libertad para hacer caso omiso de sus enseñanzas
respecto al reparto de las ofrendas (13:10–11). Nehemías se ve entonces obligado a
hacer recapacitar a las gentes respecto a la gravedad de su transgresión. Y se apresta de
inmediato a remediar la situación introduciendo medidas prácticas que recondujeran a
las gentes a Dios y al restablecimiento de unas pautas de culto y conducta basadas en
un recto proceder (13:6–9) y la necesaria generosidad (13:12–13). Su valiente
testimonio personal es todo un reto a la vista del secularismo imperante en la sociedad
actual, al tiempo que cuestiona muy seriamente ese talante permisivo, en cuestiones
de ética y moralidad, que se detecta tanto fuera como dentro de la iglesia.
La sociedad occidental es cada vez más pluralista. Los ideales cristianos están siendo
menosprecioadas de forma constante y las dimensiones específicas de la fe bíblica se
ponen en entredicho con un aplomo inusitado. Según cálculos dignos de crédito, dentro
de un lustro habrá en el Reino Unido más musulmanes fieles a su fe que anglicanos
comprometidos con sus creencias. La enseñanza religiosa en la actualidad fomenta la
idea de que las principales religiones del mundo tienen idéntico valor y que nada hay
que sitúe a la fe cristiana por encima de otras formas de fe. Jesús ha pasado a ser
considerado uno más entre otros líderes religiosos, y la proclamación inapelable de su
deidad en el Nuevo Testamento se rechaza como prejuicio religioso inadmisible. Uno de
los colaboradores de The Myth of Christian Uniqueness afirma que la ‘idea de que el
cristianismo, o la fe bíblica, pueda tener el monopolio de la verdad religiosa supone
incurrir en grave y absurdo chauvinismo religioso’, haciéndose manifiesto un
dogmatismo que es aborrecido cuando son otros los que lo practican. Alister McGrath
se pregunta cómo es posible que esos autores puedan imaginar que sus teologías
pluralistas sean las únicas ‘imparciales, privilegiadas, objetivas, y correctas’: ‘¿No
tendríamos ahí una patente muestra de imperialismo ‘absurdo y escandaloso’?’ Dado
su interés en que Israel transmitiera a otros un mensaje característico y único, el
pluralismo imperante era todo un problema para Nehemías. Era asunto, pues, de la
máxima urgencia el dar respuesta a los que habían sucumbido al sincretismo como
norma en su vida espiritual, sobre todo a la vista del adoctrinamiento de los niños en las
creencias de asdoditas, amonitas y moabitas (13:23–27). En el seno de las familias
israelitas, los padres ya no hablaban con sus hijos acerca de la Palabra de Dios. El
encendido amor que Nehemías profesaba a esa Palabra iba a suponer que la genuina fe
de Israel siguiera siendo transmitida de generación en generación. Nehemías era
plenamente consciente de la función educativa de la familia como ámbito idóneo para
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la transmisión del mensaje de fe verdadera a las futuras generaciones.
En la actualidad, en el Reino Unido, al igual que en otras partes del mundo, son
muchos los niños que apenas si tienen conocimiento del Evangelio. Un ochenta y cinco
por ciento de ellos carecen de relación alguna con la iglesia o una organización cristiana.
La determinación de Isaías de penetrar en el seno de las familias de su pueblo es todo
un ejemplo a la hora de remediar en solitario esa ignorancia espiritual y fomentar la
transmisión de esa verdad procedente de Dios en el mundo actual.
Al igual que nos sucede ahora a nosotros, Nehemías vivió con heroísmo en la
frontera que señalaba las diferencias entre dos mundos muy distintos: la vida tal como
Dios había querido que fuera y lo que las gentes habían optado por hacer. En cada
posible apartado de la existencia, Nehemías se veía confrontado, tal como lo somos
nosotros ahora, con la tensión de tener que escoger: Dios o uno mismo, una vida de
rectitud moral o el pecado, el amor o la indiferencia, ser valiente o acobardarse, ser
generoso o avaricioso. Las tentaciones que había que superar y las transgresiones a
denunciar siguen siendo habituales en la sociedad de hoy, pues lo cierto es que somos
más sofisticados, pero, desde luego, no menos proclives al pecado. Su interés y
compasión hacia las gentes, su disciplina en la oración, su seguridad en el terreno de lo
espiritual, su espíritu de servicio, su facilidad de recursos, su integridad moral, su fe
resistente, sus principios bíblicos y su estilo de vida ejemplar continúan siendo
relevantes para nosotros en este mundo un tanto distinto en apariencia externa, pero,
en su fondo, igual de necesitado que entonces.

PRIMERA PARTE
NEHEMÍAS 1
La reedificación de las murallas
(1:1–7:73)

La preparación del siervo


Nehemías 1:1–11

Nehemías no ambicionaba ser más que un leal ‘servidor’ de Dios, término que se
repite en varias ocasiones al inicio de la narración (6, 7, 8, 10, 11). Esta sección
introductoria dentro de sus memorias prepara el escenario general y presenta la buena

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disposición de este siervo de Dios para asumir un nuevo cometido en la lejana
Jerusalén. El relato va desarrollándose en cinco escenas sucesivas donde queda
confirmada esa buena disposición ya mencionada.

1. Una mirada compasiva (1:1–3)


Los casos bíblicos de llamamiento a la obra suelen comenzar con la intervención
directa de Dios y la afirmación tajante de esa iniciativa divina, aunque también es cierto
que hay casos en los que ese ‘llamamiento’ viene a discernirse en medio de una crisis.
Movidas en su conciencia por una diáfana percepción de acuciante necesidad, no es
que esas personas decidan servir, sino que están absolutamente convencidas de que la
decisión ya ha sido tomada por ellos. El llamamiento de Nehemías había seguido ese
patrón. Nacido en Persia un siglo después de las terribles incursiones del rey de
Babilonia, todo lo que sabe de la distante Jerusalén lo ha ido aprendiendo de los relatos
de sus compatriotas israelitas. Evidentemente, tenía noticia de la feroz y sistemática
devastación llevada a cabo por Nabucodonosor, pero ahora, con el constante trasiego
de caravanas que llegaban a Susa procedentes de otros lugares, Nehemías empieza a
saber más de la situación en aquellos momentos. Como servidor del rey Artajerjes,
conocía bien el primer intento dramáticamente fallido de reconstruir las murallas de
Jerusalén. En aquella ocasión, las fuerzas de la oposición local habían escrito al rey
persa para informarle sobre las ‘aviesas’ intenciones de rebelión de las gentes de la
ciudad y, por orden expresa del propio rey, la tarea de reconstrucción de las murallas
había cesado bruscamente.
Nehemías sabía que Esdras, coetáneo suyo, había liderado un segundo grupo de
gentes recién llegadas del exilio, y que tenía intención de establecer una comunidad
con la Palabra de Dios como norma para su vida moral y espiritual, pero que no le
estaba resultando ni mucho menos fácil. De ahí que no sea difícil entender que, cuando
los viajeros hacían su llegada procedentes de Judea, llevado de su interés por el pueblo
israelita, Nehemías les preguntara acerca de los judíos, los que habían escapado y
habían sobrevivido a la cautividad, y por Jerusalén (2). Nehemías es, pues, presentado
como hombre preocupado por los demás y con ideas claras acerca de qué es en verdad
lo importante y prioritario.
La narración comienza dejando bien claro qué es lo que le preocupa e interesa a
Nehemías. Aunque ocupaba un puesto de gran responsabilidad y gozaba de ciertos
privilegios en un entorno seguro dentro del magnífico palacio del monarca persa,
renombrado además por su opulencia y prosperidad, y con edificios singulares y
espaciosos jardines para su goce y disfrute, Nehemías no está pendiente de sí mismo.
Preocupado, en cambio, por el bienestar de los que han regresado de la cautividad,
inquiere acerca del estado de su ciudad de destino. La iniciativa parte, pues, de
Nehemías, no de los visitantes. Es constante en la historia del cristianismo, que
hombres y mujeres notables por su profundo amor a los demás han sido instrumento
principal en la transformación de la sociedad. Una necesidad evidente en sí misma

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había sido el motivo y razón de su llamamiento, y en manera alguna podían creer que
Dios fuera indiferente al clamor de unas gentes que padecían tanta necesidad.
Angustiados por las condiciones de vida de las cárceles de Inglaterra, John Howard y
Elizabeth Fry realizaron una apasionada campaña a favor de una reforma. El denigrante
tráfico de esclavos pesaba en la conciencia de Thomas Clarkson y William Wilberforce, y
no descansaron hasta ver abolida tan odiosa práctica. Durante el período de la
Revolución Industrial, Lord Shaftesbury luchó sin descanso para mejorar las condiciones
laborales en unas fábricas donde mujeres y niños trabajaban en condiciones
vergonzosas. Tom Bernardo, T. B. Stephenson, George Müller y C. H. Spurgeon hicieron
suyas las necesidades de los niños de los orfanatos, tomando las oportunas medidas
para que recibieran alimento adecuado y un lugar donde vivir en condiciones dignas y
seguras. Todos esos personajes de los siglos XVIII y XIX tenían en común su mirada
compasiva al entorno y una conciencia que les movía a entrar en acción. No bastaba
con identificarse con las necesidades que veían, había que hacer algo al respecto, y sin
perder ni un minuto de tiempo.
En segundo lugar, la narración muestra las prioridades de Nehemías. Las personas le
importaban mucho más que las cosas. Nada más lógico y natural que interesarse por las
condiciones de vida en la ciudad de Jerusalén. Esas murallas derruidas suponían un
riesgo, lo que llevaba a un comercio en situación precaria y a una consiguiente falta de
medios para la subsistencia; aun así, la situación de las personas era infinitamente más
importante que esos muros caídos. En sintonía con él, sus amigos de Jerusalén estaban
asimismo más interesados en las condiciones de vida de aquellas personas que en el
estado de la muralla. Para Nehemías, el remanente judío era cuestión prioritaria por
encima de Jerusalén, y los visitantes ciertamente compartían su punto de vista: Me
dijeron, ‘El remanente…está en gran aflicción y oprobio, y la muralla de Jerusalén está
derribada y sus puertas quemadas a fuego’ (2–3).
El testimonio y la obra del cristianismo en el curso de los siglos se han caracterizado
por todos aquellos creyentes dispuestos a pensar en primer lugar en los demás y en dar
prioridad a la voluntad divina por encima de la propia conveniencia. El apóstol Pablo lo
expuso de forma admirable. Cristo se entregó a sí mismo en la cruz para que todos
cuantos confiaran en él, y alcanzaran el perdón y nueva vida, ‘no vivieran ya más para sí
mismos, sino para aquél que murió y resucitó por ellos’. El vivir para Cristo conlleva
ineludiblemente amar y servir a los demás.

2. Dirigirse al Señor en dependencia (1:4–6a)


La reacción inmediata de Nehemías al enterarse de los problemas de su gente fue
dirigirse a Dios en oración. Líder de excepción, esa va a ser su actitud a lo largo del
relato, siendo ésta la primera de las nueve oraciones principales que van a ir
apareciendo registradas en el texto, prueba evidente de una vida enfocada desde la
perspectiva que de la práctica asidua de la oración.
Su entrega a la oración era una viva realidad en Nehemías y además algo que surgía

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en él de forma inmediata y espontánea (4). Su primera reacción era siempre volverse a
Dios. P. T. Forsyth solía decir que, de una u otra forma, todo el mundo ora. Si no
estamos dirigiendo nuestras oraciones a Dios lo estaremos haciendo hacia alguna otra
cosa.
La oración toma la dirección hacia la que miramos –sea Jerusalén o sea
Babilonia. El egoísmo de desear conservar la vida es en sí oración. La gran
diferencia radica en el objeto de esa oración. La persona que de suyo anhela
placer, conocimiento, prosperidad, honras o poder, ora de continuo a esas cosas
u ora por ellas. Su oración es constante. Ésos son sus dioses, y a ellos apela o
invoca día y noche… Ora a un Dios que no conoce por puro interés… Pero hay
que tener mucho cuidado, no sea que, al entregarse en cuerpo y alma a la
deidad de los logros, el futuro se convierta en juicio insoslayable.
Para Nehemías, la oración, lejos de ser una práctica religiosa convencional, era una
experiencia vital diaria. Nada era más importante que estar en la presencia del Señor
para manifestar su angustia ante la situación de su pueblo, confesando al mismo
tiempo su incapacidad, pensando en cómo reaccionar ante las noticias recibidas de
Jerusalén y solicitando dirección y guía respecto a qué podía y debía hacerse.
Nehemías era sincero en su oración. Conmovido en lo profundo de su ser ante
noticias tan inquietantes, se identifica con el desaliento de los que sufren en Jerusalén y
por eso se sienta y llora (4). Aunque separados por un vasto desierto, la necesidad de la
gente era algo cercano para Nehemías. Pero lo cierto es que él no iba a ser el último
que orara por la ciudad de Jerusalén. Durante la última semana de su ministerio en la
tierra, Jesús contempló la ciudad rebelde y no pudo contener las lágrimas. Al igual que
Nehemías, Jesús se preocupaba infinitamente más por el bienestar de las personas que
por sí mismo.
Nehemías practicaba el sacrificio al orar. Convencido como estaba de que no había
nada mejor que pudiera hacer por su gente que orar, y con el fin de hacerlo con la
debida tranquilidad, se niega a sí mismo el alimento por un tiempo. Al hacer así duelo y
ayuno (4), estaba poniendo en práctica una costumbre con notables antecedentes
bíblicos. En los países del Oriente Próximo, las comidas no eran el trámite
apresurado de la ajetreada vida moderna, sino, muy por el contrario, ocasión para
placenteras y pausadas conversaciones y contactos sociales. Al negarse una comida,
Nehemías disponía de una o dos horas para dedicarse a orar sin miedo a las
interrupciones.
Nehemías era constante en su práctica de la oración. Durante varios días (4) buscó
con afán (6) a Dios, abriéndole su corazón al Señor. A semejanza de la visita inoportuna
de la parábola de Lucas, Nehemías llama con insistencia a la puerta de los cielos porque
no había nadie a quien pudiera recurrir en busca de ayuda. La oración es la
manifestación más elocuente de nuestras prioridades. Al orar, confesamos nuestra total
dependencia y confianza en Dios, ejercitando así la fe personal y demostrando en
intercesión el amor que profesamos al prójimo. Al llegarse a Dios, Nehemías deja a un

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lado toda posible preocupación para poder concentrarse por completo en aquel que
prometió que escucharía a todos cuantos se dirigieran a él.
Nehemías recibía ánimos cuando oraba. En cada generación, ha habido creyentes
sinceros que se han acercado al lugar santo, y los motivos de sus oraciones prestan su
inspiración y contenido a las generaciones siguientes. En su oración, Nehemías se hace
eco de las peticiones de Moisés, Salomón, David, Josafat, Daniel, y asimismo de uno de
sus contemporáneos: Esdras. Si, al orar, todos ellos habían sido limpiados, encontrado
la paz, obtenido fuerzas y recuperado la confianza en sí mismos, igual podría volver a
ocurrir en el caso de Nehemías. Su ejemplo no sólo era causa de inspiración; su propia
oración se enriquece con el lenguaje de ellos. Las palabras que habían empleado,
preservadas en las Escrituras, le conmovían ahora en lo profundo de su corazón
impulsándole a presentarse él también ante Dios. Los grandes ejemplos de oración en
las Escrituras deberían ser siempre incentivo y modelo para formular ahora nosotros las
nuestras.
Nehemías confiaba en el poder de la oración. En su exaltación de Dios, resalta ocho
aspectos relevantes de la naturaleza divina. La oración pasa así a convertirse en una
suerte de octava en adoración de la divina omnipotencia. La situación apurada de
Jerusalén es lo que le ha llevado ante la presencia de Dios, pero los problemas de la
ciudad pierden importancia ante la impresionante y gloriosa majestad de Dios. Y, así,
sin apenas tardanza, pasa a ensalzar a un Dios que aun siendo soberano, poderoso,
santo, fiel en su amor, y misericordioso en la atención que nos dispensa, sigue
dispuesto a proferir su palabra.
Sobrecogido, Nehemías se presenta ante su Dios soberano, para orar delante del
Dios del cielo (4) y reconocer que en verdad es Señor del cielo (5). Nehemías se
encuentra en Susa, pero su problema está en la lejana Jerusalén, y ambas ciudades
tanto la rica como la pobre, la fuerte como la débil, la orgullosa y la quebrantada – no
son sino dos manchas diminutas en la inmensidad del universo. La expresión ‘Dios del
cielo’ reflejaba con gráfico acierto la supremacía universal del único y auténtico Dios.
Por otra parte, no cabe duda de que, por ser expresión común y corriente en otras
culturas,
Nehemías la habría oído en boca de los cortesanos en sus ceremonias paganas, pero
también la habría escuchado en las oraciones de los israelitas devotos tal como se
reflejaba en las Escrituras. En otra situación anterior de crisis, el rey Josafat había
buscado al ‘Dios que está en los cielos’. En una situación de peligro distinto, Jonás,
profeta a la fuga, confiesa su lealtad al ‘Dios del cielo, que hizo tierra y mar’. Rodeado
de idolatría pagana, Daniel se regocija en la existencia del ‘Dios del cielo’. Y, en el
tiempo presente, ha sido justamente el rey de Persia el que ha hecho referencia al Dios
de Esdras en esos mismos términos. A pesar de la preocupación que le embarga, se
reafirma en su compromiso con el ‘Dios del cielo’, confiado en que las adversidades de
la existencia no escapan a su control soberano.
Por otra parte, aun siendo soberano, Dios no es ni remoto ni distante, impasible
ante lo que le acontece a diario a la humanidad, regente en los cielos pero desligado de
la vida en la tierra. Nehemías sabe bien que su Dios es todopoderoso, grande (5), cuya
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potencia se ha hecho evidente a lo largo de la historia de Israel. Con su poder, había
transformado la crisis de Josafat en triunfante victoria; el brete en el que se encontraba
Jonás, en salmo de agradecimiento; las adversidades de Daniel, en testimonio eficiente;
la formidable misión de Esdras, en brillante hoja de servicio. Y era ahora a Nehemías al
que le tocaba hacer frente a un gran desafío, y aunque no cabía duda de que todos esos
problemas iban a tener solución, el éxito sólo lo puede garantizar un Dios grande y
omnipotente.
El Dios ante el que se presenta Nehemías es temible (5), y sabe además que no sólo
es poderoso, sino que es asimismo santo. Nehemías es muy consciente de esa santidad
de Dios y se acerca al Señor con reverente adoración. Al igual que Moisés en el desierto,
Nehemías oculta su rostro, quitándose metafóricamente el calzado de sus pies
manchados. Al igual que Isaías en el templo, confiesa su necesidad ante un Dios
temible. Al igual que Job, su encuentro con ese Dios temible le lleva al arrepentimiento.
Es, pues, la absoluta santidad de Dios lo que pone de manifiesto el pecado. Con
demasiada frecuencia, nos esforzarnos por utilizar nombres menos ofensivos,
racionalizando una conducta inaceptable y buscando excusas para justificar la tarea no
realizada. Pero, confrontados con un Padre que es santo, pasamos a ver el pecado
como la grave ofensa que en realidad es, reconociendo al mismo tiempo su poder
destructivo y malévolo, rogando entonces su perdón a ese Dios temible.
Nehemías se regocija en que Dios no sólo es santo, sino que también es compasivo,
enumerando por ello sus necesidades en presencia de ese Dios de gracia infinita y autor
de un pacto en amor (5). En el desarrollo de su oración de súplica, Nehemías va
nutriéndose de las preciadas enseñanzas de Deuteronomio y Daniel. Las Escrituras
aportan riqueza a su adoración en medio de esa sentida oración de petición
intercesora. La confianza que evidencia el amor y el poder de Dios recuerda de forma
deliberada las palabras de Moisés al pueblo israelita en el umbral de la tierra prometida
y las de Daniel al interceder ante Dios a favor de su pueblo. Las oraciones que nos
llegan del pasado inspiran la esperanza y la acción del presente. Fueran cuales fuesen
las adversidades sufridas por los ciudadanos de Jerusalén, Dios, en su infinita
compasión, se muestra ansioso por suplir sus necesidades y para ello acrecienta el amor
de Nehemías hacia el prójimo para así dar comienzo a sus propósitos.
Es más, el amor de Dios no es algo mudable y pasajero, sino constante y digno de
confianza. Él es un Dios fiel que respeta el pacto hecho con los que le aman (5). Su
pueblo no se ha comportado como debía, pero Dios nunca ha dejado de demostrarles
su amor. Sus acciones de castigo han tenido siempre un propósito de corrección y
enderezamiento de un comportamiento indebido. Dios se había mantenido a su lado a
lo largo de ese período en el que ellos habían estado demasiado preocupados con
cuestiones marginales como para responder a ese amor en solícita obediencia (5). Y
ahora va a ser el propio Nehemías el que experimente ese amor solícito en el
desempeño de la tarea que se perfila en el horizonte, recibiendo fuerzas y ayuda de ese
Dios de amor fiel que nunca iba a abandonarlo.
Este dedicado siervo es consciente de que su Dios es un Dios de palabra articulada.
No se trata ahí de una deidad distante y silenciosa como las de las naciones
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circundantes. Nuestro Dios se ha comunicado de forma clara y elocuente, y con
paciencia y reiteración a través de sus siervos, hombres como Moisés que transmitieron
fielmente los mandamientos de Dios para su pueblo. Un Dios que ha hablado de forma
relevante y en términos persuasivos a lo largo de los siglos no iba a dejar a Nehemías
sin instrucciones precisas respecto a la tarea que tenía por delante.
Ese Dios compasivo, que se daba a conocer por propia voluntad, no sólo se
comunicaba y hablaba, también prestaba atención y escuchaba. El Dios de Israel no era
como los ídolos sordos de otras naciones. En el curso de su historia, el pueblo israelita
había oído constantemente su voz dirigida a ellos de forma expresa, y Él, a su vez, se
había deleitado en escucharles. Por eso, Nehemías le ruega ahora a Dios estén atentos
tus oídos y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo…día y noche (6a). Nehemías
estaba convencido de que, con independencia de las dificultades que fueran a ir
surgiendo en el futuro, la vía de la oración iba a ser en todo momento un recurso
seguro y ahora, en medio de su propia oración, la ayuda estaba empezando a ser ya una
realidad,
Nehemías elevaba su súplica sabiendo que iba dirigida a un Dios misericordioso. Sus
propios pecados y los de sus rebeldes antepasados en tiempos pretéritos y los de sus
desobedientes coetáneos en el momento presente tenían que ser admitidos y
perdonados antes de poder acometer una empresa de tal envergadura para el Señor.
Los siervos de Dios necesitan ser purificados para poder ser de utilidad en el servicio. La
oportuna reflexión acerca del carácter de Dios hace evidente la realidad de un pecado
aún no erradicado.

3. Mirada penitente hacia el interior (1:6b–7)


La exaltación que el siervo de Dios hace de la naturaleza lleva a un contrito
reconocimiento del pecado. Los términos de su oración de confesión ponen de relieve
su intensidad, su honestidad, su realismo y su premura.
La intensidad de su confesión es innegable. Abrumado por la rebeldía que da pie al
pecado, Nehemías se entrega a una intercesión que no conoce descanso ni de noche ni
de día, abriendo entonces su corazón a Dios. Desde el momento en que se enteró de la
apurada situación de Jerusalén, Nehemías había sentido el peso del fracaso del pueblo
al honrar a Dios e, incapaz de pensar en otra cosa, dedica todo su tiempo a estar en Su
presencia.
La honestidad era faceta fundamental en su confesión. No intenta excusar al pueblo
israelita, ni tampoco intercede por ellos como ajeno a la enormidad de sus antiguas
transgresiones y continuos fracasos: confesando los pecados que los hijos de Israel
hemos cometido contra ti (6b). Al pasar revista al lamentable historial del pasado de
Israel y su fracaso presente, Nehemías es plenamente consciente de estar libre de
culpa. Él se reconocía tan pecador como el que más en Judá.
En su confesión está presente el realismo. Nehemías era consciente de que el
pecado de omisión (Hemos procedido perversamente contra ti y no hemos guardado los

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mandamientos, ni los estatutos, ni las ordenanzas que mandaste a tu siervo Moisés, 7)
era tan grave como el pecado más obvio por comisión. Las patentes iniquidades y los
actos ofensivos para el Señor debían ser confesados, al igual que debían serlo asimismo
todas aquellas otras cosas no llevadas a cabo y que eran igualmente una ofensa para el
Señor. En las enseñanzas de Jesús, el siervo ‘que no cumple la voluntad de su amo’
merece ser condenado. Los cristianos de los primeros tiempos sabían bien que todo
‘aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado’. Nehemías sabía que
no hacer nada ante necesidad tan clamorosa constituiría falta grave. Las ordenanzas de
Dios dadas a su siervo Moisés (7) incluían la orden de amar a Dios con todo su
‘corazón…alma y…fuerza’ y amar al prójimo tanto como se amaban a sí mismos. La total
entrega de Nehemías a la oración era señal de la intensidad de su amor a Dios; la
reacción de compromiso ante la necesidad de Jerusalén demostraba la realidad de su
amor al prójimo; amor que no debía ser ni ‘de palabra ni de lengua, sino de hecho y en
verdad’. Nehemías pronto se dio cuenta de que toda confesión sincera debe ir seguida
de una voluntad de obedecer.
La sensación de apremio era evidente en la confesión de Nehemías. Buscar el rostro
de Dios era algo vital para él, pues en las Escrituras, con sus mandamientos, ordenanzas
y leyes, había aprendido que el pecado no consiste sólo en negarse con
empecinamiento a obedecer ciertas reglas perjudicando así tanto la vida de la persona
como la de la comunidad. El pecado es rebelarse desafiante contra Dios con plena
conciencia de la infracción que se está cometiendo. Así, Nehemías confiesa los ‘pecados
que los hijos de Israel hemos cometido contra ti…[procediendo] perversamente…[sin
guardar] los mandamientos, ni los estatutos, ni las ordenanzas que mandaste a tu siervo
Moisés’ (6b–7).
Tras cometer adulterio, el rey David se dio cuenta de que no sólo había cometido
grave falta contra Betsabé y Urías su marido; la ofensa también había sido contra Dios.
El trasgresor arrepentido clamó entonces pidiendo ayuda: ‘Contra ti, y sólo contra ti
he pecado, haciendo lo malo a tus ojos’. En la conocida parábola del hijo pródigo, el
joven arrepentido inicia arrepentido su confesión estando aún lejos de su casa. Ahora
sabe que no sólo ha ofendido a su padre en la carne, sino que, mucho más grave
todavía, ha pecado ‘contra el cielo’. Con su vuelta al hogar paterno pone de relieve la
gravedad del pecado cometido. Su pecado había sido contra Dios. Clines nos hace ver
que, a los ojos de Nehemías, el pecado no es considerado ‘en primera instancia una
insuficiencia para cumplir con las demandas, sino la ruptura de toda relación personal
con Dios’.40
Nehemías percibía que todo pecado, tanto cometido adrede como por descuido, o
todo aquel acto egoísta o tarea no realizada por abandono tenía que ser expresamente
identificado, reconocido y perdonado. Y sabía igualmente que no hay pecado confesado
que no sea de inmediato perdonado en toda su extensión y por la eternidad. Al sentirse
abrumado bajo el peso de una culpa sin alivio, las promesas contenidas en las Escrituras
le llevaron a detenerse y ‘por así decirlo, mirar detrás de sí a ver si podía discernir al
Dios de gracia portando el perdón en su mano’42 Así, pudo comprobar que el Señor
está, por su parte, más dispuesto a perdonar nuestros pecados, que nosotros, por la
32
nuestra, a confesarlos.

4. Mirar hacia atrás agradecidos (1:8–10)


Aunque el pecado ha de ser confesado, no por ello se embarca Nehemías en
obsesivo análisis de sus propios fallos y en los de los israelitas. En su mente, está
presente Deuteronomio, la grandeza de Dios y lo inmerecido de su misericordia. La
oración que sale entonces de sus labios no se centra en su propia innegable culpa, o en
su conciencia atribulada o la oscilación de sus sentimientos, sino en dos realidades
históricas inmutables: lo que Dios ha comunicado y lo que Dios ha ejecutado. Dentro
del limitado radio de acción de esos versículos, nos salen al encuentro las dos grandes
dimensiones escriturales de la revelación (8–9) y la redención (10). Al orar, Nehemías no
sólo encuentra inspiración en la experiencia, sino también ejemplo y expresión de las
grandes oraciones elevadas por personajes principales. Algo más grande aún se apodera
de él – la inmensidad del hecho de que Dios haya actuado en la historia, operando a un
tiempo la comunicación con su pueblo y su salvación.

a. Lo que Dios ha dicho (1:8–9)


Nehemías recuerda unas muy realistas palabras de Moisés respecto al peligro de
apostasía y la promesa de divina misericordia: Si sois infieles, yo os dispersaré entre los
pueblos, pero si volvéis a mí y guardáis mis mandamientos y los cumplís, aunque
vuestros desterrados estén en los confines de los cielos, de allí los recogeré y los traeré al
lugar que he escogido para hacer morar allí mi nombre.
Las advertencias y las promesas hechas inicialmente a Moisés y repetidas con
posterioridad a Salomón en la dedicación del templo, son presentadas ahora por
Nehemías en forma de mosaico. Inspirado por el pasado, Nehemías encuentra fuerzas
para enfrentarse al futuro. Dios había hablado a su pueblo de forma clara e
inconfundible, e iba a mantener su palabra: ‘Dispersaré…recogeré’. Había advertido de
forma anticipada que, si rompían el pacto, vendría el exilio. Ellos no habían hecho caso
de la advertencia y él había hecho efectiva su palabra. Su presencia en Persia era
prueba de la verdad incuestionable de toda palabra suya. Pero eso no era todo, Dios
sabía bien que llegaría el momento en que lamentarían su desobediencia, y había
también provisto, solícito, para ello. Nehemías se encontraba ahora en Susa, en un
lugar muy, pero Dios estaba a su lado y sus promesas eran inquebrantables.
Habiéndose ‘vuelto’ a Dios en oración, confesando su culpa y admitiendo su necesidad y
dependencia, Nehemías buscaba ahora la seguridad de la promesas de Dios en el seno
de una Palabra inmutable.
Tras el exilio, algunos ya habían vuelto penitentes a Israel acompañados de
Zorobabel, y ahora, ochenta años después, regresaban con Esdras. Nehemías se daba
cuenta de que él debía ahora seguir sus pasos, pero antes había que superar algunos
obstáculos aparentemente insuperables. Los que primero habían vuelto lo habían

33
hecho con el patrocinio casi impositivo del propio rey persa. Tenían libertad para
emprender el largo viaje que les separaba de su destino. Pero, en el caso de Nehemías,
esa libertad no era tal. Como oficial en la corte del rey, él no podía ir y venir a su antojo.
Ahora bien, si Dios había hablado de forma tan clara y precisa en las Escrituras respecto
a juntar a su pueblo de nuevo en los límites del horizonte, prometiendo además
hacerlos regresar al lugar elegido por Él como morada concedida en Su Nombre,
también iba a poder cumplir esa promesa en el caso de Nehemías, y ello a pesar de las
dificultades que surgieran a nivel personal o en el curso natural de los acontecimientos
y en el ámbito político. Todos aquellos que acometan un trabajo para Dios podrán tener
presente las firmes promesas de un Dios de recursos infinitos. Dios siempre cumple lo
que dice.

b. Lo que Dios ha llevado a cabo (1:10)


Pero la cuestión es que, por muy inspiradas y tranquilizadoras que puedan ser las
palabras, por sí mismas nunca van a ser suficientes. Dios pone de manifiesto la
fiabilidad de su Palabra en virtud de la excelencia de sus hechos. En el esquema de
pensamiento del Antiguo Testamento, ‘A Dios se le conoce por lo que Él es y por lo que
lleva a efecto’. Al magno tema de la revelación ha de sumarse la verdad
complementaria de la redención. Nehemías tiene ahí presente que las gentes de Israel
son ‘[su] pueblo, los que [Él ha redimido] con[su] gran poder y con [su] mano poderosa.
Pese a todos sus innegables fallos, los israelitas son un pueblo redimido. Dios ha
actuado de forma decisiva en el curso de la historia, cumpliendo con lo prometido. Ante
la zarza ardiente, Dios le había comunicado a Moisés que iba a liberarles y así había
sucedido. Inciertos acerca de su futuro, Nehemías rememoraba el pasado. Al igual que
tantos de sus compatriotas, retrocede con el pensamiento al gran evento del éxodo
como demostración innegable del cumplimiento de lo prometido y prueba irrefutable
de su gran poder. La fuerza de los términos subraya lo portentoso del caso, redimidos
con gran poder y mano poderosa, reverberando con el eco de las súplicas de Moisés
ante tanto sufrimiento. Y es ahora Nehemías el que dirige sus súplicas al Dios de
Moisés, el Dios que obra portentos. Y le ruega a Dios que haga ahora lo mismo a favor
de una única persona. Si tenía que emprender camino hacia ese mismo destino,
necesitaría el milagro de su misericordia. Las palabras y los hechos de Dios en el pasado
fortalecían su espíritu para poder enfrentarse al futuro.

5. Mirar hacia delante con confianza (1:11)


La oración de Nehemías partía del recuerdo de lo que Dios había dicho y hecho,
para trasladarse ahora a lo que dirá y hará en esta nueva situación. Cobrando ánimo en
base a las mercedes del Señor en el pasado, espera confiado en su gracia para el
presente. El ayer totalizaba bendiciones sin número, pero ahora hay que ocuparse de
solucionar unas necesidades distintas. La reflexión nos lleva a mostrar gratitud por las

34
mercedes del pasado, pero, como San Agustín señaló en una ocasión, ‘es el presente el
que muerde con dientes más afilados’. Y a pesar de ser esencial tener en cuenta las
enseñanzas de las Escrituras, ahora era cuestión de pasar a la acción. Pero toda acción
debe estar precedida por la oración. Sería insensato presentarse de inmediato ante el
rey con una petición inadecuada en un momento inoportuno. Contar con la guía idónea
era cuestión prioritaria. Por lo tanto, aun siendo fuerte la tentación de planear y actuar
de inmediato, Nehemías debe seguir esperando y confiando en Dios.
A los creyentes no siempre les ha resultado fácil mantener el equilibrio necesario
entre la espera y la actividad. Moisés se preparó para la gran tarea de su vida cuidando
primero durante muchos años ovejas en tierras de Madián. Cuarenta años de paciente
espera para acometer entonces una labor que le llevaría otros cuarenta. El más grande
ministerio de los realizados en este mundo tuvo su inicio en esos años pasados en el
taller de un carpintero y esos cuarenta días de preparación en el desierto en comunión
con Dios, afirmándose Cristo en su vocación. Antes de emprender su impresionante
periplo misionero, el apóstol Pablo pasó un tiempo en Arabia. Esperar confiando en
Dios nos dispone para la labor a realizar. En el umbral de su misión, Nehemías se
prepara primero con un tiempo de intensa y sacrificada oración: Te ruego, oh Señor, que
tu oído esté atento ahora a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que se
deleitan en reverenciar tu nombre; haz prosperar hoy a tu siervo, y concédele favor
delante de este hombre. Era entonces yo copero del rey. Nehemías se adentra en el
futuro con una profunda experiencia de Dios, una gran deuda contraída con sus
compañeros y una muy amplia perspectiva del problema al que se enfrenta.
Esa más profunda experiencia de Dios. La noticia de los problemas de Jerusalén le
había llevado a la presencia del Señor haciéndole tomar una clara conciencia de lo que
en verdad es prioritario en su vida. Su deleite era ahora reverenciar el nombre de Dios.
En su vida profesional, había estado rodeado de oficiales de palacio cuyo principal
objetivo era reverenciar al rey. Pero en el caso de Nehemías era diferente. La mayor
satisfacción de su vida era complacer a Dios. La experiencia espiritual tenida resonaba
con el eco del repetido testimonio de los salmistas de Israel cuya ‘delicia’ estaba en la
Palabra de Dios, en la salvación que anunciaba,47 en su perfecta justicia y, por encima
de todo ello, en el Señor mismo.49
Nehemías había contraído una gran deuda con sus compañeros. Dios no sólo ha oído
la súplica de Nehemías, sino también la oración de sus siervos; ellos se deleitan en
reverenciar el nombre de Dios y están igualmente dispuestos a cumplir Su voluntad y
llevar a cabo la tarea que se les encomiende. El ministerio de oración cuenta con
nuevos miembros. En días sucesivos, contraerá una deuda con el leal compañerismo de
muchísimas personas que, hasta su llegada a Jerusalén, eran completos desconocidos
para él. Los siervos de Dios son también hermanos suyos (4:14, 23; 5:1, 8, 10; 10:29;
13:13). En el curso de su oración, saber que cuenta con el apoyo de unos compañeros
dentro del pueblo de Dios se convierte en fuente de apoyo y de inspiración.
Nehemías adquiere una más amplia perspectiva del problema. Con consumada
habilidad literaria, Nehemías ha reservado hasta este momento de la narración el cargo
que ocupa en la corte de Susa. Hasta ahora no teníamos noticia de que fuera el
35
importante copero de la corte. Contemporáneo de Nehemías, el historiador griego
Herodoto nos cuenta en sus escritos que el oficio de copero era tenido en alta estima
entre los persas. El mayordomo al cargo del vino era hombre de reconocido prestigio
dentro de la corte, que contaba con la confianza del rey e inmediato en rango después
de los príncipes.51 Nehemías conocía el protocolo propio de una corte oriental y se le
hacía evidente la gran responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Ahora tenía que
solicitarle a Artajerjes que modificara su veredicto respecto a los planes de
reconstrucción de las murallas de Jerusalén. Nehemías quería acometer la obra que el
rey ya había prohibido en otra ocasión. Ciertamente, una empresa de envergadura y el
primer obstáculo a superar era esa anterior resolución del rey.
Cuanto más reflexionaba al respecto, más insuperable le parecía la situación, hasta
que Dios le pone un nuevo pensamiento ante tanto temor –el rey de Persia no es más
que un hombre, y nada más que eso. En el contexto del Oriente Próximo, en el que el
monarca era considerado figura casi divina, no estaba de más recordar la fragilidad
consustancial a todo ser humano. Así, el copero real no tenía que ver a Artajerjes con
los ojos del cortesano, sino con la perspectiva del Señor de la Creación. Sin duda,
Nehemías conocería ese texto de sabiduría que afirma que ‘el corazón del rey está en la
mano del SEÑOR’. Dios podía conmover el corazón del rey y así lo haría en este caso
para llevar a cabo sus propósitos. De ahí que Nehemías pueda orar confiado: haz
prosperar hoy a tu siervo, y concédele favor delante de este hombre.
Antes de dar por concluida la sección introductoria de la narración, hay que señalar
determinados aspectos relevantes en cuanto a la constante guía divina. En un momento
verdaderamente crucial en la vida de Nehemías, la dirección y la guía específica de Dios
era necesidad acuciante. ¿Qué hacer, práctica y concretamente, ante la necesidad del
pueblo de Israel? Pues, para empezar, tener una mente abierta y receptiva a la
dirección que Dios marcara, que, en su caso, adopta la forma de la urgente necesidad
de terceros (2–3). Su reacción inmediata es la oración (4). Se recuerda a sí mismo la
realidad innegable de los propósitos soberanos de un Dios de amor (5) que pone de
relieve sus limitaciones humanas (6–7). Encuentra, entonces, motivo de inspiración en
las Escrituras, solicitando ayuda desde la base de unas promesas concretas (8–9). Tiene
presente, además, la omnipotencia del Señor (10), el Dios que llevó a buen término el
éxodo y que puede operar proezas sin fin a favor de sus siervos. Al buscar su guía,
Nehemías se siente fortalecido por las oraciones de otros antes que él (11). Se pone
entonces por completo en manos de Dios, convencido de que, por grandes que puedan
ser los obstáculos, sabrá a qué atenerse y cómo actuar, confiado en contar con los
recursos necesarios en total obediencia a la voluntad divina. Perplejos y confusos
respecto a un futuro que se antoja incierto, miles y miles de creyentes no han dudado
en seguir los pasos de Nehemías, y sus esperanzas no se han visto frustradas.

36
La guía del siervo
Nehemías 2:1–10

A medida que va haciéndose manifiesta la historia de Nehemías, pasa del ámbito de


lo privado a la esfera pública de la corte. Pasamos así de lo estrictamente personal, en
la oración en ayuno, al entorno de sus funciones en un medio pagano; de lo que él
solicita de Dios a lo que le comunica al rey. Nehemías sabía hasta qué punto era
importante distanciarse de las presiones sociales para pasar un tiempo a solas con Dios
y hacer acopio de fuerzas. Todos necesitamos disponer de un ‘tiempo’ de sosegado
encuentro espiritual con el Señor en la práctica de la oración, la meditación y la lectura
de la Palabra. Pero la práctica de la oración no debe ser una excusa para la indolencia.
Al ponerse en pie, tras haber estado de rodillas, Nehemías estaba en mejores
condiciones para realizar el trabajo cotidiano. El ritmo alterno de apartamiento y vuelta
a la participación es cuestión importante en la vida cristiana: característico del
ministerio de nuestro Señor, es norma ahora para el creyente.
Y la narración nos pone va a mostrar algunas de las dimensiones de espiritualidad
práctica en la vida de Nehemías.

1. El siervo de Dios aguarda (2:1)


Nehemías era hombre de acción y, al dirigirse a Dios en oración, nada más natural
para él que pedirle una oportunidad rápida, si no inmediata, para hablar con el rey:
prospera hoy a tu siervo (1:11). Pero, al encaminarse a su trabajo tras la oración,
Nehemías empieza a darse cuenta de que, aun prefiriendo él con mucho que ese hoy
fuera inmediato, sin embargo puede que no fuera el momento más oportuno para tan
gran petición. Así, transcurrieron más de tres meses mientras Nehemías aguardaba a
que se presentara la ocasión propicia. Es posible, claro está, que el rey estuviera
ausente durante esos meses, aunque lo más probable es que, a medida que aumentaba
el tiempo dedicado a la oración, más evidente se le hacía a Nehemías la necesidad de
aguardar con paciencia a que se presentara el momento oportuno. No había, pues, más
remedio que controlarse para no precipitarse ante el rey solicitando algo que no
hubiera meditado antes profundamente.
El paso de los días se le hacía eterno a Nehemías y, dado su carácter dinámico y
extrovertido, la espera paciente no era lo suyo. En la cabeza, le bullían mil ideas y
proyectos y, con tanto trabajo por delante a realizar, ardía en deseos de ponerse
cuanto antes a la tarea. El tiempo pasado en presencia del Señor había servido para

37
darle aún más ideas, ampliando perspectivas y haciendo de él persona más preparada y
dispuesta de lo que pudiera haber parecido en un principio. En la quietud y el sosiego
del tiempo dedicado a la oración, su fe en un Dios que sabe cuál es el momento
oportuno para todo proyecto había sido renovada. Los creyentes necesitamos
continuamente aceptar que, tras las frustraciones propias del común de la existencia,
hay un propósito divino más elevado. Siempre hay algo que aprender, incluso en las
experiencias más difíciles y dolorosas. El apóstol Pablo descubrió esta verdad en la
prisión, llegando a entender que ese tiempo de aislamiento no era frustrante
interrupción, sino intervención providencial. En Filipos, fue vilmente azotado y
encadenado, pero, aun así, nada le impidió entonar un cántico de esperanzada alabanza
en la quietud de la noche. Hasta un terremoto intervino para que el guardián de la
prisión encontrara la fe. Más adelante, Pablo dirige una carta a Filipos desde otra
mazmorra, afirmando rotundo que ese nuevo encarcelamiento había ‘servido en tres
maneras para favorecer la causa del evangelio’: se le había hecho evidente el privilegio
que supone sufrir por Cristo, unos soldados paganos habían oído el mensaje de
salvación, y sus compañeros en la fe habían cobrado ánimos para perseverar en el
testimonio.
Pablo habría preferido una actividad misionera con mayor radio de acción y más
actividad, pero esas restricciones forzosas formaban parte de un plan más amplio.
Después de todo, la misión cristiana había tenido su inicio no en una acción inmediata,
sino en una paciente espera. Por espacio de cincuenta días, los primeros cristianos se
dedicaron precisamente a esperar, no a trabajar. Se les ordenó de forma expresa ‘que
no salieran de Jerusalén, sino que esperaran’. El ancho mundo les aguardaba tras esos
muros para ser conquistado, pero, por el momento, la dependencia en oración y la
obediencia en la escucha eran responsabilidad mayor.
Recién convertido, el joven William Booth vio cómo se venían abajo todos sus
planes al no conseguir el puesto de ayudante en Nottingham para el que se había
estado preparando con afán. No conseguía entender por qué el Señor no contestaba a
su petición de encontrar trabajo de cualquier tipo. Su madre era viuda y necesitaba la
ayuda de su hijo. Tuvo que transcurrir todo un año de peticiones sin respuesta para
que, en medio de la mayor prueba para la fe de ese joven, tuviera la oportunidad de
conocer de cerca la necesidad de los que nada tienen, pasando a convertirse en paladín
de la causa de los pobres en tantísimas partes del mundo. Booth no comprendía lo que
le estaba pasando, pero Dios mantuvo en todo momento su control sobre las
circunstancias.
Para el creyente, el tiempo de espera nunca es tiempo perdido. El tiempo pasado en
oración reflexiva puede que le sirviera a Nehemías para perfilar la presentación del caso
ante el rey. Williamson plantea la posibilidad de que esa referencia concreta al mes de
Nisán, como principio del nuevo año, fuera hecho significativo. Herodoto reseña el
hecho de los favores especiales que los monarcas persas concedían con ocasión de su
cumpleaños. Cabe, pues, la posibilidad de que el inicio del año fuera también ocasión
para algo parecido, y que Nehemías se diera cuenta de que los festejos constituirían la
ocasión ideal para hacer su solicitud. Herodoto también explica que, según todos los
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indicios, ‘no se le negaba el favor solicitado a todo aquél que hiciera su solicitud aquel
día ante el tribunal del rey’. Esto podría explicar esa dilación de casi cuatro meses, y
explicaría la sorpresa del rey al ver triste y mohíno a su copero mientras todo el mundo
estaba de festiva celebración.

2. El siervo de Dios confía (2:2–3)


Ante rostro tan compungido, Artajerjes demanda de Nehemías la razón de su
abatimiento. El siervo se sobrecoge: tuve mucho temor, nos dice. Y lo cierto es que no
tenía por qué ser así. No cabe duda de que hay personas de natural temeroso, pero
difícilmente estaría Nehemías entre ellas. El resto del libro nos muestra a un hombre al
que no le arredran las dificultades por muy grandes que éstas puedan ser. Su reacción
ante los problemas es buscar soluciones creativas, sin preocuparse por las posibles
amenazas de sus adversarios, sino que, de hecho, asume con determinación la iniciativa
en situaciones que abrumarían a muchos (2:19–20; 4:1–4, 7–9, 10–15, 19–23; 5:1–13;
6:1–9, 10–14; 13:4–14, 15–22, 23–29).
El temor no era algo habitual en Nehemías, pero cuando el rey le interpela de forma
tan directa y personal, un miedo espantoso se apodera de él. Son mayoría las personas
que experimentan miedo por una u otra razón. Las fobias naturales tienen un poder
terrible. Hay personas que le temen al pasado, viviendo en perpetua angustia de que
llegue a ponerse de manifiesto algo que debería permanecer oculto. Otras, en cambio,
temen lo que pueda sucederles en el presente, y viven con miedo a la oscuridad, la
gente, las arañas, las serpientes, el agua, las multitudes, los espacios cerrados, los
espacios al aire libre. Otras no soportan la incertidumbre del futuro, temiendo lo que
pueda traer consigo, los posibles problemas y dificultades, la inseguridad del porvenir.
Ninguna de esas cosas terribles es todavía hecho seguro, pero sí forman parte de un
panorama plausible: la aparición de las enfermedades, la pobreza, la soledad, la
inseguridad. Y esa otra realidad ineludible: la certidumbre de la muerte.
Paul Tillich ha descrito ‘tres tipos de ansiedad’ que atenazan a la persona. El
primero, característico del mundo Antiguo y la Edad Media, era el miedo a la muerte. A
continuación, hizo su aparición la ansiedad característica del período de la Reforma y,
posteriormente, el temor de la culpa. Por último, está la gran fobia del siglo XX: el
miedo a la falta de sentido. Quienes son bendecidos con la paz de Dios han hallado con
ello la respuesta a los más grandes temores de la humanidad. Los primeros cristianos
tuvieron que hacer frente al ridículo, a las más viles calumnias, al falseamiento de la
verdad, a las penalidades, a la persecución, a la cárcel y a una muerte cruel. Y todo ello
con la confiada calma y entereza de ánimo como para no flaquear ni perder la
esperanza, sabedores, en todo momento, de que no estaban solos. No había nada que
pudiera arrebatarles esa serena confianza que les llevaba a enfrentarse a las mayores
dificultades, y ello porque contaban de antemano con el triunfo. Cristo les había
asegurado que su paz estaría siempre con ellos, capacitándoles para situar los
problemas de la vida en el lugar adecuado, desechando para ello toda ansiedad,

39
poniendo en la debida perspectiva las adversidades, supliendo allí donde hiciera falta
los recursos necesarios.
Esos tres temores básicos a los que aludíamos puede que no estuvieran del todo
ausentes en Nehemías. La muerte es siempre algo posible. Los monarcas orientales, con
sus vesánicos cambios de humor, no se caracterizaban precisamente por su tolerancia.
Pocos de ellos se dejarían impresionar por un rostro taciturno. Una palabra
inconveniente, dicha en un momento inoportuno, y se acababa en la patíbulo.
Nehemías sabía por propia experiencia algo del temor a la culpa. Había pasado una
semana entera dedicado a la oración, abrumado en algunos momentos por el peso del
pecado: el suyo propio, el de su familia y el de la comunidad de compatriotas creyentes.
Son muchos en nuestros días los que se plantean el sentido de la vida y cuál pueda
ser su auténtico propósito. ¿Tiene Dios un plan especial al respecto? ¿Nacemos tan sólo
para comer, beber, dormir, amar, trabajar y morir? El temor a la ausencia de significado
no es fenómeno exclusivo de nuestro siglo. Durante todo ese tiempo, la mente
inquisitiva de Nehemías tuvo que hacerse toda esa serie de preguntas. ¿Tendría
también esa pregunta concreta, formulada a Hanani acerca de la suerte que corría
Jerusalén, su origen en Dios? ¿Tenía que hacer él algo al respecto? ¿Sería esa la razón
de que hubiera llegado a ocupar el puesto en el que estaba en la corte persa? Dado su
conocimiento de la historia de Israel, tenía que estar por fuerza al tanto de la
experiencia vivida por Ester en ese mismo lugar tiempo atrás. Puede incluso que
resonase en su memoria la famosa frase de aquella historia singular, “¡quién sabe si no
te encontrarás precisamente aquí para una ocasión como ésta!”
Fueran cuales fuesen sus temores, en el momento de la necesidad se le concede a
Nehemías la gracia de ponerse en pie y dar a conocer sus sentimientos. Entonces tuve
mucho temor, y le dije al rey…Lo cierto es que raras veces se nos dan por anticipado los
recursos necesarios, quedándose almacenadas cantidades inmensas de reservas
enteras de coraje, fortaleza, fuerza y paz. La gracia hace su aparición en el momento de
necesidad. A lo largo de los siglos, cientos de miles de personas hablan de la experiencia
de haber recibido las fuerzas necesarias para hacer frente a una situación dada justo en
el momento de presentarse la crisis, con una solvencia que no habrían podido siquiera
imaginar posible. Las crisis no les habían anulado como tanto temían. Nuevas puertas se
habían abierto, y el poder suficiente de Dios había sido experimentado como nunca.
Un ministro de culto amigo mío trató en cierta ocasión de ayudar a una señora
creyente entrada en años que, aun sin estar angustiada ante la idea de morirse, sí le
preocupaba el tránsito de una vida a otra. La mujer le había rogado a Dios con
insistencia que apartara de ella ese temor, pero lo cierto es que el miedo seguía
estando ahí, quitándole la paz de espíritu. Mi amigo comenzó por recordarle todos
aquellos recursos disponibles para superar las necesidades más inmediatas, pues lo
cierto es que no se pone a nuestra disposición una reserva de bendiciones por
adelantado para todo problema que pueda presentarse. La necesidad del presente es
atendida con la gracia del momento. ‘No se nos concede la gracia de un buen morir
mientras vivimos’, le dijo mi amigo. La mujer tenía que aprender a convivir con esa
verdad, confiada en que, cuando llegara el momento, la paz necesaria haría su
40
aparición. Es más, la mujer debería estar dispuesta a reconocer lo inútil de esa ansiedad
suya. Después de todo, ¿cómo puede saberse si, llegado el momento, uno va a ser
consciente de estar muriéndose? Cabe la posibilidad de dormirse y ya no despertar. El
Señor llama en ocasiones a los suyos junto a sí de forma repentina y totalmente
inesperada. La persona cierra los ojos en la tierra y los abre de nuevo en el cielo.
Nehemías recibió la prueba de la provisión inmediata de la gracia suficiente. Tras
una espera de meses, había llegado el momento de la verdad. Él estaba ante el rey, y el
monarca le contemplaba un tanto perplejo. Los meses pasados en oración le habían
preparado para ese momento crucial. Nehemías confiaba por completo en Dios y, en el
momento decisivo, le es concedido el coraje necesario. Informa entonces al rey de que
ya no puede ocultarle por más tiempo la razón de su congoja. La ciudad donde
reposaban los restos de sus antepasados se había convertido en lugar desolado y el
fuego había consumido casi por completo los santos lugares. El solo pensamiento de
que la tumba de los suyos hubiera sido profanada tocaba una fibra sensible en la mente
del monarca. El enfoque había sido acertado. Los persas reverenciaban a sus
antepasados y las tumbas eran lugares sagrados. Además, al usar simplemente el
término ‘ciudad’, Nehemías había eludido pronunciar el nombre de Jerusalén. Y puede
que con toda intención, habida cuenta de que el rey ya había tomado una decisión a
ese respecto con toda claridad y firmeza años atrás. Pero Artajerjes le preguntaba ahora
qué era exactamente lo que quería. Pero, antes de poder responder al rey, Nehemías
tenía que consular a otra Persona.

3. La oración del siervo de Dios (2:4–5a)


Entonces oré al Dios del cielo, y respondí al rey. La oración de Nehemías es una de
las patentes muestras de sumisión en oración más dignas de imitación, y puede incluso
decirse que marcan todo un hito en esa área de la fe. Su concisa brevedad le confiere
un atractivo peculiar que evoca todo un cuadro de emociones contrastadas. Lo que ahí
tenemos es un hombre que sabe cómo encontrar a Dios (1:4; 4:4–5; 5:19; 6:9, 14;
13:14, 22, 29, 31).
La necesidad de orar queda resaltada. Aunque ya había orado de forma previa en
toda posible ocasión a lo largo de esos meses, lo cierto es que no podía enfrentarse a
tan crítica situación sin volverse de nuevo a Dios e implorar su ayuda. El destino de
miles de compatriotas israelitas podía depender del modo en que él hablara en aquellos
momentos. La responsabilidad era demasiado grande como para asumirla en solitario.
Recibir ayuda externa era algo imprescindible.
La inmediatez de la oración se hace evidente. Para orar, no es necesario retirarse a
un lugar especial, ni tampoco hace falta esperar hasta poder reservar un tiempo en el
que nadie venga a estorbarnos mientras meditamos. Con Dios puede hablarse en
cualquier momento y desde cualquier lugar. Así, en presencia del mismo rey, Nehemías
se presenta a los pies de su Dios. François Fénelon aconsejaba a sus lectores aprovechar
las oportunidades según se presentaran, como cuando estamos esperando a alguien, o

41
cuando vamos de viaje, o haciendo cola en el mercado, pues ‘en esos momentos resulta
fácil elevar el corazón a Dios y sacar de ellos nuevas fuerzas para la tarea que nos esté
aguardando’. Nehemías habría estado de acuerdo con ese arzobispo del siglo XVII que
afirmaba rotundo que ‘un simple momento basta para ponerse en presencia de Dios,
para entonces amarle y adorarle. Si esperamos a que surja la estación y el momento
adecuado…corremos el riesgo de esperar de forma inútil por toda la eternidad. Cuanto
menor sea el tiempo disponible, con mayor cuidado deberíamos administrarlo.’
La oración que Nehemías formula en ese momento ilustra la naturaleza de la
oración. Aunque Nehemías había dedicados horas enteras a la oración a lo largo de esas
semanas de espera, tener que orar de nuevo en el momento decisivo era la reacción
instintiva del creyente comprometido con ello de antemano. Nehemías ora ahí porque
era lo más indicado y lógico en esos momentos. Él carecía, a título personal, de los
recursos necesarios, pero sabía bien dónde encontrarlos. A ese respecto, el testimonio
de Abraham Lincoln ha sido compartido por millones de personas: ‘Han sido muchas las
veces en las que he tenido que hincarme de rodillas por el convencimiento inapelable
de que no había ningún otro lugar al que acudir; ni mi propia sabiduría ni la de los que
me rodeaban parecían suficientes en determinadas circunstancias.’
Advertimos la intimidad de la oración. En esos momentos preciosos, la oración que
eleva al Dios del cielo no es un grito desesperado dirigido a un Dios lejano, sino
comunión en lo secreto con un Padre que se ocupa de sus criaturas. Apenas si hay
tiempo para una oración bien trabada. El hondo suspiro de la súplica es parte del
mensaje, y sitúa al orante ante la corte celestial, con la certidumbre de que nada va a
faltarle para coronar con éxito empresa tan arriesgada.
Se demuestra ahí también la confianza depositada en la oración. La comunicación ha
sido establecida con el Dios del cielo, un Dios soberano y único, omnisciente y
consolador, que tiene a su disposición recursos ilimitados. Jesús enseñó a sus discípulos
a dirigir sus oraciones a su Padre ‘en los cielos’, y Nehemías también dirige su mirada al
cielo en su necesidad.
Queda demostrada la eficacia de la oración. La petición se formula con rapidez y la
respuesta llega con celeridad. El Señor es fiel a la palabra dada, y acude presto en su
ayuda. En apenas segundos, llegan a Nehemías las palabras exactas y adecuadas y, en
total simultaneidad, el Dios del cielo hace que afloren en la mente de un suspicaz
Artajerjes pensamientos generosos.

4. Los planes del siervo de Dios (2:5b–8)


Nehemías había elevado su corazón a Dios, y ahora era el momento de abrir la boca
ante el rey. Los meses pasados en oración y el tiempo dedicado a la meditación y la
reflexión iban a dar su fruto. Su pensamiento discurre bien trabado. Ningún detalle ha
sido dejado al azar, convencido como está no sólo del valor de la oración en
dependencia, sino también de la importancia de los planes bien trazados. Una y otra
vez, le había pedido al Señor que guiara su pensamiento según planeaba la estrategia

42
más conveniente a aplicar. Desde el momento mismo en que había tenido noticia de los
conflictos en Jerusalén, Nehemías se había sentido impulsado a cooperar ofreciendo lo
mejor de sí mismo. Durante el período de espera, sólo había una cosa que él pudiera
aportar a la tarea en ciernes: el análisis metódico de una mente despejada. Llegado el
momento, pondría también a su servicio pies ágiles para andar, ojos dispuestos para
observar, manos laboriosas para amontonar piedras. Pero ahora poco más podía hacer
que ofrecer su corazón (lloró, 1:4) y su mente. Sin embargo, todo ese rigor de análisis y
pensamiento tenía que convertirse en palabra audible para poder comunicar al rey sus
planes en sujeción a Dios.
Hay momentos en la vida en los que se presenta, de improviso, la oportunidad de
hacer algo a favor de Dios, pero sin poder reaccionar en ese momento con la rapidez y
el nivel de compromiso que quisiéramos. Las múltiples demandas del diario vivir hacen
que sea difícil, o incluso imposible, la intervención inmediata en una crisis. En los
tenebrosos tiempos de la persecución desatada en la Inglaterra del siglo XVII, Philip
Henry les recordaba a los creyentes no conformistas que no podemos hacer lo que
querríamos, sino que tenemos que hacer lo que nos es posible. Sin duda, habría
montones de cosas que Nehemías querría haber hecho durante esos cuatro meses de
tediosa espera y que no pudo hacer, pero en cambio sí que hizo lo que podía: orar,
confiar y dedicar su pensamiento a Dios. Y era justamente ahora cuando comprendía lo
cruciales que habían sido esas semanas de espera. Por haber dedicado tanto tiempo a
un análisis metódico y a un meticuloso plan de acción, sabía ahora con exactitud cómo
describir las necesidades de la ciudad de Jerusalén, responder a las preguntas del rey,
organizar un viaje arriesgado y hacerse con los recursos necesarios.
En su enumeración de los males que aquejan a Jerusalén, Nehemías apela al respeto
con que los persas honran a los muertos (3, 5) antes de mencionar su interés por los
vivos. En primer lugar describe las tumbas profanadas y las puertas destrozadas. La
referencia a los daños causados al sistema defensivo podría haber suscitado una
reacción visceral instantánea en un rey que había dado orden de impedir la tarea de
reconstrucción en una ciudad ‘con un largo historial de revueltas contra la
monarquía…un lugar que descollaba por su actitud rebelde y su tendencia a la sedición.
De ahí que hubiera dispuesto detener las tareas de reconstrucción ‘hasta que yo lo
ordene’. Ahí estaba el meollo de la cuestión. Nehemías había estado orando para que
se produjese ahora esa orden favorable, pero no cabía duda de su petición era muy
audaz.
Tenía preparada la respuesta a cualquier posible pregunta por parte del rey. Era
fácil imaginar de antemano qué querría saber Artajerjes: ¿Cuánto durará tu viaje, y
cuándo volverás? (6). La pregunta era razonable y el copero había calculado con la
mayor exactitud posible el tiempo que podría necesitar un proyecto de esa
envergadura, de ahí que respondiera prontamente al rey con un tiempo en concreto.
Habiendo planeado con todo detalle cómo realizar viaje tan arriesgado, ésta es la
petición que le hace a Artajerjes: Si le agrada al rey, que me den cartas para los
gobernadores de las provincias más allá del río, para que me dejen pasar hasta que
llegue a Judá (7). El rey era el único que podía proporcionarle las dos cosas que más
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necesitaba: protección y provisiones. La larga ruta en caravana era particularmente
peligrosa y contar con una escolta militar era algo muy de agradecer.
Todos somos diferentes y no hay uniformidad cromática entre los siervos de Dios.
Trece años antes, Esdras había rechazado el ofrecimiento de soldados persas que
acompañaran a su gente de vuelta a Judá, convencido de que ‘la mano de nuestro Dios
es propicia para con todos los que le buscan’. Nehemías, en cambio, sostenía que, por
estar ‘la mano bondadosa de [su] Dios sobre [él], el rey le concedía esa petición suya de
protección. La confianza depositada en Dios por parte de uno de sus siervos excluía la
necesidad de escolta; el otro, en cambio, agradecía esa protección como concesión
divina. Esdras entendía la presencia de los soldados como una falta de confianza en el
poder soberano de Dios; Nehemías veía en ello la confirmación de la bondad suprema
de su Dios.
Es un hecho frecuente que los cristianos discrepen sobre cuestiones importantes, y
es prueba de madurez espiritual saber manejar esas discrepancias de forma
constructiva, sin enzarzarse por ello en guerras verbales. Los creyentes del siglo I tenían
diferencias respecto a algunas cuestiones, y el apóstol Pablo les insta a ‘no juzgar’ las
opiniones ajenas. Dada la amplitud de la verdad bíblica y la multiforme variedad de la
experiencia cristiana, estamos abocados a pensar de forma diferente en un momento u
otro. Antes de permitirnos juzgar a otros creyentes o, peor aún, negarles el trato,
deberíamos esforzarnos por comprenderles en amor, discerniendo qué es lo que
podemos aprender de ellos, procurando ‘lo que contribuye a la paz y a la edificación
mutua’. Hay que evitar incurrir en el estigma de los estereotipos rígidos de
espiritualidad única. Morgan Llwyd, renombrado puritano galés, lo expresó de forma
muy clara con un sencillo poema:
Los rostros humanos, sus voces, difieren tanto.
Los santos, no todos son igual.
Las flores del jardín varían también.
Dejemos que siga siendo así.
Nehemías sabía cómo conseguir los recursos necesarios. Le iba a hacer falta madera
para muros, torretas y puertas; para las casas particulares también. Su petición había
sido bien meditada. Nehemías ya tenía conocimiento de Asaf, guarda del bosque del rey
(8), asegurándose la provisión de la madera necesaria.

5. El siervo de Dios da su testimonio (2:9–10)


Nehemías da testimonio de la bondad de Dios al responder a sus oraciones, guiando
su mente, dirigiendo su discurso y proveyendo para sus necesidades: la mano
bondadosa de Dios estaba sobre mí (8).
Este fiel siervo de Dios estaba convencido de que tan sólo el Señor podía haber
operado cambio tan drástico en la mente del rey respecto al futuro de su copero. Una
conversación inicial en Susa, con un visitante procedente de Israel, había puesto en

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marcha una cadena de acontecimientos que iba a culminar en la completa
refortificación de Jerusalén. La mayoría de las grandes empresas tienen su inicio en un
evento menor. Como jugador de ocasión recién convertido al evangelio, Edward
Vincent convenció a un reacio Edward Studd para que fuera a oír al predicador D. L.
Moody, sin poder imaginar lo que estaba a punto de suceder. A Studd apenas si le
quedaban dos años de vida, pero el increíble cambio operado en su vida desembocó en
la conversión de sus tres hijos mayores. Entre ellos estaba C. T. Studd, el renombrado
jugador de cricket y, posteriormente misionero y pionero, y Kynaston Studd, que llevó a
Cristo a un joven R. Mott, siguiéndose de ello un influyente ministerio entre estudiantes
y asimismo la renombrada Conferencia Misionera de Edimburgo. Y todo ello, porque la
gracia de Dios había estado obrando en Edward Vincent.
Tras el reasentamiento de los judíos en Jerusalén tras el exilio en Babilonia,
comprensiblemente deprimidos por lo limitado de sus recursos, el profeta Zacarías les
había instado a no menospreciar ‘el día de las pequeñeces’. Una sencilla conversación
entre dos hermanos en Susa era asunto baladí según criterios humanos pero, por estar
la mano misericordiosa de un Dios soberano sobre dos de sus siervos, las cosas habían
derivado hacia un cambio radical en el seno de la historia de Jerusalén.
Pero eso no era todo. Nehemías no estaba ahí tan sólo reflexionando acerca de esa
mano misericordiosa; estaba firmemente convencido de la importancia de registrar por
escrito su profundo convencimiento de que cuanto estaba ocurriendo obedecía a la
voluntad soberana de Dios y no a voluntad humana. Como buen siervo, había
preparado con esmero su estrategia; pero sus esfuerzos de poco habrían servido si Dios
no hubiera actuado en el momento preciso, proporcionando guía constante y provisión
necesaria. Y de eso era de lo que Nehemías quería dejar constancia en sus memorias.
Nehemías había trazado los planes en la medida de sus posibilidades, estando
convencido, sin embargo, de que había que imponer una organización férrea si es que
se aspiraba a que Jerusalén dejara de ser un montón de ruinas. Dios tenía que hacer su
parte, y así había sido; y es por eso por lo que Nehemías registra en sus memorias la
primera de múltiples referencias a esa gran deuda contraída. Si por un casual alguien
retomara su historia en el futuro, no quería que esa grandiosa verdad quedara
marginada: El rey me lo concedió, porque la mano bondadosa de mi Dios estaba sobre
mí.
Con la firme certeza de que la mano de Dios era en verdad mano generosa,
Nehemías fue a los gobernadores de más allá del río y les entregó las cartas del rey (9)
como salvoconducto y garantía de obtención de los recursos necesarios. Y por poder
contar con esa mano protectora, ahora iba a hacer frente no sólo a los peligros
potenciales de la ruta, sino asimismo a los peligros reales que le aguardaban en
Jerusalén –la siniestra y continua oposición de Sambalat el horonita y Tobías el amonita
los cuales, en compañía de otros más, se habían disgustado mucho porque alguien
hubiera venido a procurar el bienestar de los hijos de Israel (10). La mano que le había
fortalecido en Susa, iba a mostrarse ahora mano protectora en Jerusalén.

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La estrategia del siervo
Nehemías 2:11–20

Terminado, por fin, el largo viaje, Nehemías ve Jerusalén por primera vez en su vida.
El cambio y las expectativas le abruman, pero él tiene ya dispuesta de antemano una
estrategia definida. Su historia viene, pues, a demostrarse modelo ejemplar de las dotes
de mando que se esperan de un siervo en acción.

1. Retomar los recursos (2:11–12)


Según va llegando a Jerusalén, Nehemías empieza a entender por qué Hananías se
había comportado como un hombre desolado en Susa. Ahora, le tocaba a él sentirse
abrumado al ver el lamentable estado en que se encontraban los muros de la ciudad y
sus puertas. Pero, por el momento, no era necesario apresurarse a examinar
detalladamente los daños. Primero, había algo más importante que hacer. Cuando
llegara el momento de inspeccionar la ciudad, Nehemías debería estar en plena
posesión de sus facultades. Y antes de embarcarse en tarea tan principal, da expresión a
tres cuestiones que le preocupan. Se supone que hay que estar en paz con uno mismo,
apoyado por otros y en armonía con Dios. Todos por igual tenemos necesidades físicas y
espirituales, y si alguna de ellas queda relegada o se la ignora por completo, no
podemos esperar estar en plena forma.
La necesidad física de Nehemías se solucionaría con un descanso. El viaje había
durado cuatro meses, la fatiga acumulada era un lastre y recuperarse era cuestión
primordial. Tres días (11) espera Nehemías antes de hacer nada, siguiendo ahí el
ejemplo de Esdras, que ‘descansó tres días’ a su llegada a Jerusalén. El esfuerzo de
viajar cubriendo no más de quince kilómetros por día, durmiendo siempre al raso y
reanudando la jornada al amanecer para poder hacer un alto cuando la fuerza del sol
hacía imposible avanzar, pasaba ahora la factura. Descansar un tiempo, por breve que
fuese, era necesidad perentoria.
El agotamiento físico hace imposible progresar como se quisiera. El cansancio nos
priva de la perspectiva esencial, aumenta la ansiedad, convierte las oportunidades en
cargas insoportables y acaba con la paz. Elías también se había sentido cansado tras el
esfuerzo físico, mental y emocional del Monte Carmelo, y el viaje apresurado a Jezreel
le había dejado literalmente sin fuerzas. Además, la reina Jezabel le había amenazado
de muerte, y tal cúmulo de desdichas era ya más de lo que es posible soportar. Poseído
por un temor irracional, busca refugio en la soledad del desierto. Necesitaba dormir,

46
comer adecuadamente y los cuidados providentes del ángel del Señor.
Jesús enfatizó la importancia esencial del descanso. Él también lo necesitaba e
instaba a sus discípulos a encontrar un ‘lugar’ donde reposar y orar con tranquilidad. Al
enterarse de la cruel muerte de Juan el Bautista, Jesús ‘se retiró de allí en una barca,
solo, a un lugar desierto’. A la vuelta de sus discípulos tras su viaje misionero
‘informándole de todo cuanto habían hecho y enseñado’, Jesús era consciente de que
necesitaban descansar. Ocupados en atender las necesidades de otros, ni siquiera
tenían tiempo para comer. Pero Jesús sabe cuál es la necesidad principal: ‘Venid,
apartaos de los demás a un lugar solitario y descansad un poco.’72
La necesidad espiritual de Nehemías era la dirección de Dios. Ni siquiera esos pocos
(12) que tenía como compañeros conocían todos sus planes y ambición. Nehemías no
era hombre que fuera por ahí compartiendo sus ideas y proyectos con el primero que
se le cruzase. No informé a nadie lo que mi Dios había puesto en mi corazón que hiciera
por Jerusalén (12), ni los oficiales sabían adónde yo había ido ni qué había hecho, ni
tampoco se lo había hecho saber todavía a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los nobles,
ni a los demás que hacían la obra (16).
Esos ocho meses de intensa preparación y esforzado viaje habían hecho que
Nehemías fuera tremendamente receptivo a toda idea que el Señor pusiera en su
cabeza y a todo sentimiento que aflorara en su corazón. No podía caber duda de que
Dios le estaba hablando de forma muy particular. Ahora, lo que necesitaba era tiempo
para reflexionar acerca de todas esas ideas que llevarían adelante el proyecto hasta su
feliz conclusión. Una vez dieran comienzo las obras, las demandas aumentarían y ésa
era una cuestión que tenía que asumir él. Algo, pues, que hacía prioritario apartar un
tiempo para el Señor.
Estas reservas de energía espiritual son vitales para todo siervo de Dios. Las
presiones en constante aumento de la vida moderna pueden acabar usurpando el
‘tiempo’ y el ‘espacio’ que necesitamos para el descanso físico y la renovación
espiritual.

2. Evaluar las necesidades (2:13–16)


Una vez finalizado el período de descanso, era tarea obligada examinar el estado en
que se encontraban las murallas y calcular el número de obreros y el material necesario
para empresa tan descomunal. Sambalat y Tobías se alarman muy comprensiblemente
ante el nuevo cariz que están tomando las cosas (2:10), no siendo además los únicos en
oponerse a ese nuevo proyecto. Es más que probable que esos personajes contaran con
sus propios espías dentro de la ciudad. De ahí que fuera vital que Nehemías no
desvelara sus planes hasta haber conseguido contratar los obreros y el material
necesario. El trabajo de inspección lo hace de noche, acompañado de unos pocos
hombres (12) de su confianza. Puede que hubieran venido ya con él desde Susa o, más
probablemente, que fueran gente del lugar conocedora del terreno y al tanto de las
zonas que necesitaban ser reparadas y que, dado su actual estado, eran impracticables.

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Una tarea ejecutada de noche garantiza que no va a haber testigos que hagan
preguntas indiscretas respecto a esa inspección de la ciudad que están llevando a cabo
unos extranjeros desconocidos llegados de Persia. Por otra parte, no era una tarea que
pudiera asumir en solitario. Necesitaba gente a su alrededor que le ayudara a llevar a
buen término la empresa acometida. En ningún momento se espera de nosotros que
asumamos en solitario la totalidad de un trabajo.
Las imágenes a las que se recurre en el Nuevo Testamento para ilustrar la realidad
de la iglesia enfatizan la interdependencia como factor vital en la vida corporativa.
Todos somos miembros de un cuerpo que funciona en base a una dependencia mutua.
No somos unidades aisladas, sino ‘bloques’ indispensables en la construcción continua
de ese templo vivo que es la Iglesia, creyentes hermanados que se sirven unos a otros
para gloria de Cristo. En un momento en el que acometía una empresa que suponía un
peligro, Nehemías apreciaba de forma muy particular la integridad de esos pocos. Nos
necesitamos unos a otros en la obra de Cristo.
La inspección a la luz de la luna acompañado de amigos fieles ‘es una de las escenas
más emotivas de unas memorias de suyo evocativas por la viveza de sus imágenes’. La
exploración llevada a cabo en el secreto de la noche le había servido a Nehemías para
darse cuenta de la envergadura de la empresa acometida y calcular los riesgos.
La empresa exigía un gran esfuerzo. Cada parte dañada del muro debía ser
examinada y decidir cómo repararla de forma efectiva y duradera. Cualquier tarea que
hagamos como para el Señor ha de ser realizada poniendo en ello todo nuestro
empeño. Toda empresa meramente humana desaparecerá con el paso del tiempo, pero
lo que hagamos a favor de la obra de Dios tendrá un valor imperecedero. El apóstol
Pablo animaba a los esclavos de ese siglo I a hacer su trabajo como para el Señor.
La tarea era arriesgada. Desplazarse de noche era algo esencial; los potenciales
enemigos al acecho estaban ansiosos por frustrar los planes de Nehemías. Ésa era la
razón de que no comunicara a nadie sus intenciones, salvo a los que habrían de
acompañarle en esa labor de peritación. Los oficiales persas destacados en Jerusalén no
habían sido informados de sus intenciones y, a esas alturas, incluso los que iban a hacer
el trabajo (16) desconocían la naturaleza del mismo. La idea era informarles una vez
hechos todos los cálculos necesarios. En momento tan crucial, una filtración por
descuido de lo que se tenía intención de hacer habría supuesto poner fin de forma
irremediable al proyecto en su totalidad, tal como había ocurrido en aquella otra
ocasión anterior. Con frecuencia, sucede que el trabajo que hacemos para el Señor
conlleva luchas y enfrentamientos. Nuestro mortal enemigo nunca deja de estar alerta,
dispuesto, a la menor oportunidad, a desbaratar todo proyecto pensado para gloria de
Dios y ayuda a las personas. El apóstol Pablo sabía muy bien que donde surge la
oportunidad para el servicio, el espíritu de la oposición no estará lejos. En una u otra
forma, hará ciertamente su aparición; el diablo se encargará de que sea así.
Se trataba de un proyecto en cooperación. Nehemías necesitaba esa inspección
conjunta de puertas y muralla para poder dividir el trabajo y calcular el personal y el
material necesario para llevar a efecto lo proyectado. Y ahora era el momento de
asegurarse la colaboración del equipo necesario.
48
3. Reclutar compañeros (2:17)
Aunque no se especifica el modo, está claro que Nehemías se hizo con un nutrido
equipo de colaboradores en potencia. Administrador nato, pronto consigue la
cooperación de socios de confianza dispuestos a asumir responsabilidades. El que un
recién llegado consiguiera hacerse con tan dispuesto equipo de trabajo es un elogio
indirecto a sus dotes como líder.
Lo primero que hace Nehemías es identificarse con sus obreros. Vosotros veis la
mala situación en que estamos, les dice. Meses atrás, el problema de tan lamentable
situación había sido cosa de ellos (1:2); ahora lo era también de Nehemías. Entregado
en cuerpo y alma a mejorar las condiciones de vida en la ciudad, se identifica con la
situación como si hubiera estado viviendo allí toda su vida.
El siguiente paso es presentar la situación desde la perspectiva espiritual. No se
trata únicamente de que Jerusalén esté desolada y sus puertas quemadas a fuego.
Mucho más grave que todo eso es el derrumbe espiritual. Le duele el oprobio que sufre
el nombre de Dios, motivo de burla y escarnio entre las gentes paganas de la ciudad y
entre sus visitantes. La vista de esos muros en ruinas por espacio de un siglo habían
llevado a esas gentes a pensar que el Dios de ese pueblo les había abandonado por
rebeldes y que ya nunca más se ocuparía de ellos. De ahí, el interés de Nehemías por
principios e ideales espirituales.
Vemos ahí a un hombre que no sólo está dispuesto a trabajar por Dios, sino que
además sabe muy bien las razones que le impulsan a ello. Suele suceder a veces que en
las iglesias se siguen manteniendo ciertas actividades por la simple razón de que es algo
que se ha hecho siempre, y los buenos creyentes que las llevan a efecto están
demasiado ocupados como para plantearse propósitos, motivos y objetivos. Puede muy
bien darse el caso de trabajo organizado que se perpetúa sin detenerse a examinar de
nuevo su validez en términos de un objetivo espiritual. Son muchas las actividades que
resultarían beneficiadas si planteara su idoneidad de vez en cuando. ¿Qué propósito
tienen y hasta qué punto están cumpliendo con las expectativas? ¿Son de carácter
evangelístico, educativo, o simplemente social? ¿Podrían llevarse a cabo por personas
que no hicieran de ello una cuestión de fe? De ser así, ¿qué aportan a la consecución
del reino de Cristo? Nehemías sí sabe muy bien cuáles son sus objetivos y tiene muy
clara, además, la razón por la que debe edificarse de nuevo la muralla, pues no se trata
tan sólo de fortificar la ciudad y recuperar su economía, sino que lo que ahí se debate
es la reputación y el buen Nombre de Dios.
Nehemías pasa entonces a la acción: Venid, reedifiquemos la muralla de Jerusalén
para que ya no seamos un oprobio. Y todos son conscientes de que la tarea tiene que
ser acometida de inmediato. Lo que Nehemías espera de ellos es mucho para un pueblo
desalentado. La tarea que van a iniciar va a exigir sacrificios, pues para reconstruir el
muro tendrán que renunciar por un tiempo a sus habituales puestos de trabajo. ¿Por
cuánto tiempo se supone que va a ser eso? ¿Cómo lo van a pasar sus familias? ¿Quién

49
les protegerá si los que se oponen al proyecto se enfrentan a ellos? Antes de dar el paso
decisivo, esas personas necesitan saber que alguien más, aparte de Nehemías,
respaldará el proyecto.

4. Animar a la gente (2:18)


Hasta ese momento, Nehemías les ha hablado de la muralla, pero lo cierto es que el
tema crucial tiene que ver con la suficiencia de Dios. Es la grandeza del Señor lo que
quiere compartir ahora con aquellos que estén dispuestos a unirse a él en la aventura.
Tendrán que relacionarse entre sí como colaboradores en un mismo proyecto, y lo
verdaderamente importante será mostrarse unánimes en lo que más importa: una
confiada dependencia en Dios.
Nehemías cree firmemente en el poder de un testimonio realmente inspirado: Y les
conté cómo la mano de mi Dios había sido bondadosa conmigo, y también las palabras
que el rey me había dicho. En realidad, Nehemías ya había dado razón del origen de su
éxito: ‘Y el rey me lo concedió, porque la mano bondadosa de mi Dios estaba sobre mí’
(8). Él sabía bien que no había conseguido ir a Jerusalén por su habilidad para persuadir
(3–5), o porque la reina fuera propicia a sus planes (6), ni porque el rey fuera un
generoso benefactor (7–8), sino porque Dios es providente en su soberanía. De hecho,
el que Dios hubiera obrado a su favor le llevaba a Nehemías a confiar plenamente en
que también ayudaría a otros si así se le solicitaba. El testimonio personal puede
enriquecer a otros al abrirles nuevas perspectivas en confiada visión. El salmista, tras
gozarse en los hechos poderosos de Dios en el curso de la historia (‘Venid y ved lo que
Dios hizo…Convirtió el mar en tierra seca’), continúa relatando el modo en que ayuda a
cada persona a título individual: ‘Venid y oíd, y contaré lo que Él ha hecho por mí’.
Y es de esa confianza, confirmada en la experiencia personal, de lo que les habla en
esos momentos Nehemías. El capítulo está dedicado por entero a dar testimonio de la
confianza que puede depositarse en un Dios que escucha (4), guía (5), instruye (17) y
sostiene (20) a su pueblo.
Son numerosas las personas que han encontrado una fe personal gracias al
testimonio compartido de una experiencia íntima con Cristo. Thomas Bilney, sacerdote
en Cambridge, se convirtió a Cristo, allá por el siglo XVI, leyendo la versión latina de
Erasmo del Nuevo Testamento. Su primer impulso fue compartir su nueva fe con otro
estudioso de Cambrige, Hugo Latimer, ‘deseoso de que escuchase su confesión para
glorificación de Cristo’. Latimer pensó que se trataba de oír la confesión de sus pecados,
pero lo que Bilney quería era confesar su fe. Entusiasmo tan loable conmovió a ese gran
Reformador en lo más profundo de su corazón llevándole a experimentar renovada vida
en Cristo.
El testimonio de Nehemías, en este caso, contenía esos dos elementos vitales en
toda buena presentación de la doctrina sobre Dios: su trascendencia y su inmanencia.
Nehemías reconoce esa trascendencia en su adoración del ‘Dios del cielo’ (4, 20), pero
da fe igualmente de que no es un Dios remoto y ajeno. El Señor pone pensamientos

50
creativos en la mente de los suyos (12) y su ‘mano bondadosa’ está sobre ellos en cada
día de su vida (8, 18). Esos dos atributos del carácter de Dios no deben separase nunca.
La trascendencia eterna de Dios nos previene sobre la irreverencia; su inmanencia y
compromiso real e inmediato nos libra de caer en la desesperación. La cuadrilla de
trabajadores reunida por Nehemías puede estar plenamente segura de contar con la
presencia y ayuda de Dios, pero sin tratar de establecerlo en nuestros propios términos.
Junto a la mano misericordiosa, está el trono de majestad. Animados por el testimonio
personal de Nehemías, su gente está dispuesta a servir de inmediato: ‘Levantémonos y
edifiquemos’.

5. Enfrentarse a la oposición (2:19–20)


Los que se oponen a la reedificación ya están identificados (10), pero ahora su
número ha crecido. A Sambalat el horonita y Tobías el amonita, se les une ahora Gesem
el árabe. En un principio, estos adversarios se habían disgustado mucho al ver que
alguien procuraba el bienestar de los hijos de Israel (10), pero es ahora cuando pasan a
la acción y verbalizan su enemistad contra Nehemías y los que se le han unido.
Organizan su campaña de oposición nada más dar comienzo las obras. Siempre cabía la
posibilidad de que un buen ataque verbal con insultos y amenazas surtiera el efecto
deseado y se paralizaran las obras.
Su primera baza es desprestigiar los esfuerzos de los trabajadores, burlándose de
ellos y despreciándoles (19). La lengua puede ser arma mortífera y, si en algún
momento, nos convertimos en víctimas suyas, deberemos recordar que los asaltos
verbales han sido frecuentemente parte del método del enemigo para desmoralizarnos.
El apóstol Pablo sufrió mucho por ello. En su carta a los creyentes de Corinto, les cuenta
los muchos antagonismos que ha sufrido, y la ‘deshonra’ y ‘mal nombre’ al ser tenido
por ‘impostor’, y ello a pesar de que él ‘ningún mal había hecho a nadie’. Las gentes le
habían despreciado por su personalidad ‘poco impositiva’ y su poca facilidad de
palabra. En el curso de su ministerio de evangelización, había sido en repetidas
ocasiones objeto de burla y ridículo. Sus paisanos judíos ‘echaban por tierra’ su
ministerio de la Palabra en Antioquía, predisponiendo a la gente en contra suya en
Iconio. En Atenas había sido calificado de mero charlatán; en Corinto, se le había
insultado de forma repetida, y su mensaje había sido ‘menospreciado en público’; y
todo ello como preludio de la campaña orquestada en Jerusalén para matarle en
Éfeso.81 Jesús había advertido que habría momentos en los que recibirían insultos sin
causa por su lealtad a Cristo. En esas ocasiones, los creyentes deberían recordar el
pasado (‘porque así persiguieron a los profetas’), regocijarse en el presente (viviéndolo
como un privilegio) e imaginando el futuro (‘grande será vuestra recompensa en los
cielos’). Todos cuantos han sido objeto de burla y ridículo por causa de su fe, serán
honrados en los cielos con buena compañía.
Sus adversarios desconfían de sus intenciones. ¿Qué es esto que estáis haciendo?
¿Os rebeláis contra el rey? (19). Como alegato era letal, y no era de extrañar que los

51
obreros más tímidos se desalentaran al oírlo. Un intento previo de reconstrucción había
sido rápidamente cancelado al hacer caso el rey de similar acusación de deslealtad:
‘ésta es ciudad rebelde’. En el curso de los tiempos, los obreros cristianos han tenido
que encajar acerbas críticas y la acusación de motivos deshonestos. Si, al analizar
nuestros corazones, vemos que alienta en ellos la ambición de procurar la gloria de
Dios, poco importará lo que los demás puedan decir. Al responder Nehemías ante esas
burlas, dos eran las cosas más importantes: la gloria de Dios y la integridad física de sus
obreros.
Nehemías no se rebaja a dar la réplica a sus patrañas. Exalta fiel al Dios que le ha
llamado a realizar ese trabajo. Y yo les respondí: El Dios del cielo nos dará éxito (20).
Esas falsas acusaciones no le quitaban la paz y su principal interés sigue siendo que el
Señor sea glorificado en el proyecto. Declara, además, convencido, que no hay bien que
pueda sucederles que no sea igualmente debido a su Dios. Sus palabras resuenan con el
timbre de la verdad. Sea cual sea la naturaleza que adopte la oposición humana, Dios
hará que la obra emprendida se vea coronada con el éxito. Pero lo realmente
importante es que su Nombre sea magnificado desde el principio mismo.
Es posible que Dios nos usara de forma más evidente si no estuviéramos
secretamente anhelando el éxito, pero lo cierto es que la gloria le pertenece a Él. Eifion
Evans refiere una anécdota tomada del avivamiento galés del siglo XIX. Pasado
justamente Año Nuevo, el predicador David Morgan se dirigía de vuelta a casa en
compañía de un pastor dedicado a la obra y ya un tanto entrado en años, que afirmaba
muy serio que, en el curso de su predicación, ‘tan cerca estabais de Dios, que vuestra
cara resplandecía como la de un ángel’:
En el camino de vuelta a casa, no me atreví a romper el silencio por espacio
de varios kilómetros. Hacia la medianoche, me atreví por fin a preguntar, ‘¿No
es verdad que hemos sido bendecidos en estos días con cultos muy hermosos?’
‘Cierto’, me contestó, añadiendo tras una pausa, ‘El Señor nos concedería
grandes cosas si en verdad pudiera confiar en nosotros.’ ‘¿Qué quiere decir con
eso?’, inquirí yo. ‘Si pudiera estar seguro de que no nos apropiaríamos de su
gloria para nosotros mismos’. Y así, de forma inesperada, clamó a gran voz, ‘No
para nosotros, Señor, sino para glorificación de tu Nombre, Señor’.
La otra cuestión que preocupaba a Nehemías era la integridad de sus obreros. De
ahí que les responda así a sus instigadores: Nosotros sus siervos nos levantaremos y
edificaremos, pero vosotros no tenéis parte ni derecho ni memorial en Jerusalén (20). La
cuadrilla podía hacer caso omiso de sus bravatas, porque la acusación de deslealtad no
contaba con base alguna en la realidad. Su conciencia estaba tranquila ante Dios. Pero
lo cierto es que la respuesta de Nehemías pone de relieve el auténtico fondo de las
amenazas de ese trío. Visto desde su perspectiva, el nombramiento de Nehemías había
venido a alterar el equilibrio en la región, dejando sin empleo a Sambalat y Tobías en el
área de Judá y Jerusalén. La animosidad de sus contrincantes enmascaraba una
reivindicación tanto política como religiosa.

52
Desde la perspectiva política, los indicios al respecto dan a entender que las
responsabilidades administrativas de Sambalat en Samaria podrían haber incluido la
jurisdicción sobre la mayor parte del territorio de Jerusalén. Pero, tras la llegada de
Nehemías investido con autoridad por el rey en persona, el antiguo jefe samaritano se
había visto desposeído de su autoridad sobre el pueblo israelita.
En cuanto a la cuestión religiosa, el asunto era más complejo. Sambalat es un
nombre babilonio que significa ‘San [dios lunar] ha concedido vida’, lo cual sea
probablemente indicativo de una ascendencia extranjera, perteneciendo entonces a
ese pueblo foráneo que se había asentado en diversos enclaves de Samaria ocupando el
lugar de los israelitas que habían sido deportados a Asiria en el siglo VIII a. C. Esos
nuevos moradores de la zona habían traído sus dioses consigo y, en el transcurso de los
años, habían ido contrayendo matrimonio con las gentes israelitas del norte, siendo el
resultado de todo ello que, con el tiempo, ‘aunque esa gente rendía culto al Señor, en
realidad estaban sirviendo a sus propios ídolos’. Era, pues, esa apostasía espiritual lo
que en verdad le preocupaba a Nehemías, al igual que, en su momento, también le
había inquietado a Esdras. Más adelante, nos ocuparemos con detalle de la cuestión del
pluralismo. Por el momento, bastará con hacer notar que explicaba su firme oposición a
que esos samaritanos participaran en el proyecto de reconstrucción.
Tobías era estrecho colaborador de Sambalat e igualmente declarado adversario de
Nehemías. Su nombre significa ‘Yavé es bueno’, y se cree que era uno de los
gobernadores de la región y probablemente el responsable de controlar el territorio
amonita. Cabe la posibilidad de que se sintiese ofendido por los comentarios de
Nehemías, dadas sus raíces (dejadas a un lado por conveniencia) israelitas y, asimismo,
por no haber sido invitado a tomar parte en las obras de reparación.
Ambos personajes contaban con el refuerzo de un tercero, Gesem, o Gasmu (6:6),
árabe de posición influyente que, junto con su hijo, ‘había ido ganando control dentro
de la confederación de tribus árabes, llegando con el tiempo a ejercer control sobre una
extensa zona del norte de Arabia…extendiendo su poder hasta territorio egipcio’.
Yamauchi ve ahí un temor a que la actividad independiente de Nehemías ‘interfiriese
con el lucrativo negocio de mirra e incienso que se traía entre manos’.88
Kidner señala que los enemigos de Nehemías habían convertido la ciudad y el
territorio circundante en zona vulnerable, pues, dado el férreo control de los accesos
por el sur por parte de un Gesem cada vez más poderoso y ‘una Samaria y un Amón
hostiles por norte y este, Judá había venido a estar prácticamente rodeada, y era un
hecho cierto que la guerra de nervios ya había comenzado’. Unidos en su oposición, ese
trío imposible alentaba visiones un tanto contrarias: Sambalat, objeciones políticas;
Tobías, resquemores religiosos, y Gesem, intereses puramente materiales.
Fuera como fuese, Nehemías tenía buenas razones para no asociarse con ellos, y el
modo en que hacen patente su animadversión más adelante viene a demostrar lo
prudente de su comportamiento al hacer frente a su oposición sin ceder ni un palmo de
terreno. Jerusalén era una ‘ciudad santa’ (11:1) y los que colaboraran en el proyecto
tenían que participar de esa cualidad, esto es, ‘apartados’ para la obra del Señor y
‘separados’ de todo lo que pudiera enturbiar un testimonio preciso. La Cuestión de la
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santidad es tema preeminente en Nehemías y reaparecerá más adelante en el curso de
sus memorias. El Nuevo Testamento hace buen uso de ello, instándose a los creyentes a
vivir imitando el ejemplo de Jesús, contribuyendo de forma activa al progreso del
mundo pero sin dejarse manipular por ello.
El duro trabajo de reconstrucción de muro y puertas conllevaba un compromiso
espiritual, un esfuerzo material y sacrificios personales. Lo mejor de sí mismos tenía que
ser puesto al servicio de la obra. Como pueblo santo, debían entregarse a la tarea
encomendada sin reserva alguna. No era, pues, momento para titubeos ante la presión
del enemigo. El Señor demandaba dedicación plena y, en ese espíritu, esforzaron sus
manos en la buena obra.

Los compañeros del siervo


Nehemías 3:1–32

Además de ser un líder con visión, Nehemías era un administrador excepcional. Las
siete listas de nombres, las respectivas localizaciones y responsabilidades, y los asuntos
relacionados con la vida de Israel, tanto pasada como presente, dan una idea gráfica,
dentro de la narración, de los intereses que le ocupan (3:1–32; 7:6–73; 9:38–10:27;
11:3–19, 20–36; 12:1–26, 27–47). Conoce la importancia de un registro minucioso. Por
eso, sus listas no son tediosos recitales de nombres olvidados, sino que preservan la
memoria de gentes heroicas que tuvieron su papel en la continuidad del pueblo de
Dios. Sin embargo, esa actividad notarial de Nehemías no convence a todos los
comentaristas por igual. Así, hay quien califica de ‘intrusiva’ la lista del capítulo 3,
mientras que otros opinan que no es sino ‘insulsa memoria de asignación de cargos’.
Pero lo cierto es que ninguna de esas dos percepciones es correcta. Las listas que se van
sucediendo son gráficas y relevantes, y se corresponden con una lógica.
La primera de las listas del libro incluye nombres de aquellos trabajadores que
dejaron la seguridad del hogar y el entorno conocido para tomar parte en la magna
empresa de reconstrucción de Jerusalén. Por otra parte, cabe incluso la posibilidad de
que esos registros formaran parte de los informes que Nehemías remitiría de forma
periódica al rey persa. Artajerjes era el garante y fuente de los recursos materiales, por
lo cual no dejaba de ser buena táctica diplomática remitirle detallada información del
desarrollo del plan, sobre todo donde pudieran solaparse acusaciones
malintencionadas que llegaran a oídos del monarca. Ahora bien, aun contando con el
aprecio del rey, y el valor que sin duda tuvo como registro de los obreros participantes,
¿hasta qué punto pueden ser de interés para el lector de hoy?
Predicaba yo no hace mucho en una iglesia que celebraba tres sigloa y medio de

54
testimonio en una localidad de Lincolnshire. Sus miembros habían elaborado unos
bonitos souvenirs para festejar el acontecimiento y yo había quedado francamente
impresionado por un precioso paño de cocina que mostraba estampadas las firmas de
absolutamente todos los miembros de la congregación. Algunos nombres me eran
conocidos, otros no me decían nada en absoluto. Ahí estaban las firmas de los
creyentes veteranos y las de los muy jóvenes en la fe o incluso todavía sin tenerla. Ese
recuerdo tiene un valor particular para esa iglesia en concreto, y no cabe duda de que,
con el paso del tiempo, habrá más nombres que ya no tengan sentido. Pero eso no
importa. Las firmas no serán reconocibles, pero su trabajo no habrá sido olvidado. Los
creyentes de las siguientes generaciones contemplarán esas firmas y se darán cuenta de
que están siguiendo los pasos de unas gentes devotas que, por amor a Cristo, habían
mantenido vivo el testimonio de la iglesia sirviendo a otros.
La lista de Nehemías cumple una función similar en el recuerdo de un aniversario
muy especial. A simple vista, la lista no parece ser más que un monótono registro
onomástico, pero una mirada más atenta a este registro, de constructores y los
proyectos que les habían sido asignados, pone de manifiesto las prioridades, los
principios y los ideales propios de la obra de Dios.

1. La prioridad de los constructores


La lista nos indica el lugar donde tuvo su inicio la obra: “Entonces el sumo sacerdote
Eliasib se levantó con sus hermanos los sacerdotes y edificaron la puerta de la Ovejas; la
consagraron y asentaron sus hojas” (1). Quizás nadie más apropiado que el sumo
sacerdote y sus colegas para dar buen ejemplo a los demás. De un líder espiritual se
espera algo más que palabras. Un ejemplo consecuente, mantenido en la vida diaria es
el más elocuente de los sermones. Soren Kierkegaard se enfrentó a los pastores
contemporáneos de su día con un rotundo alegato:
Dispón que el párroco guarde silencio el domingo. ¿Qué es lo que quedará?
Lo esencial: las vidas de los que allí se congregan, el común de la existencia del
que suele predicar. ¿Podríamos pensar entonces que eso era cristianismo de
verdad?
Esos sacerdotes de Jerusalén querían estar a la altura de su mensaje, y es por eso
por lo que se aplican con ahínco y con tesón a la tarea y, al hacerlo, contagian con su
entusiasmo a los que están a su lado.
El que la primera de las lista incluyera la Puerta de las Ovejas tiene su simbolismo. Es
como si se nos estuviese diciendo, ‘Poned a Dios en primer lugar’. Situada próxima al
recodo de la fachada noreste, esa puerta franqueaba el paso al templo, y sin duda debía
su nombre a los animales que pasaban por allí camino del sacrificio. De forma muy
gráfica, ejemplifica el mandato de Cristo a sus seguidores: ‘Buscad primero el reino de
Dios y su justicia’, convencidos de que las demás cosas de la vida (todo cuanto consume
las energías de quienes no confían en Dios) ‘serán dadas por añadidura’. Los sacerdotes

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dedican o consagran ese primer tramo para gloria de Dios y, al hacerlo así, dan ejemplo
y estímulo para el compromiso personal.

2. La unión
Por grande que fuera el entusiasmo con el que habían acometido la obra, y por
excelente que fuera el ejemplo dado, los sacerdotes no podían dar buen fin por sí
mismos a todo el proyecto. Su éxito final dependería de las aportaciones de distintos
trasfondos, oficios y lugares, que deberían aunar esfuerzos y recursos para levantar de
nuevo la muralla. Los capacitados para ello construirían el muro, pero se necesitan
manos que retiraran antes las piedras derribadas, limpiándolas y labrándolas de nuevo
para llevarlas después al lugar preciso. El proyecto estaría condenado al fracaso si el
equipo de trabajo se desintegrara por discordias o rivalidades. Para poder coronar con
éxito la obra tenía que imperar la concordia y el espíritu de mutua cooperación, y a su
manera, prosaica y directa, la lista da testimonio de esa armonía: junto a él, a su lado…
(3–31). Una vez concluida, la muralla era testimonio material de ese espíritu de
compañerismo comprometido.
Charles Wesley, allá por el siglo XVIII, versificó muchos de los grandes temas de las
Escrituras en composiciones de gran belleza. En el seno de las sociedades metodistas,
eran mayoría los que apenas si sabían leer, siendo los himnos parte de su instrucción en
los grandes temas de la fe. Los hermanos Wesley sabían bien que los recién convertidos
nunca alcanzarían madurez espiritual y ser de bendición en la comunidad local si se
dejaban dominar por la desunión. La letra de sus versos era un recordatorio de ello:
Mutua edificación es su mandato,
en armoniosa unidad.
Mano con mano,
hacia tan gloriosa esperanza marchamos.
El don que nos ha sido concedido
es deleite nuestro mostrar.
La gracia que cada vasija llena
del más puro amor fluirá.
El ser humano no fue creado para vivir solitario. Todos necesitamos en esta vida el
ejemplo y el poyo de los que nos rodean. Las divisiones son una de las más trágicas
anomalías que pueden acontecer en la vida de iglesia. Los muros recién reedificados de
Jerusalén eran ahora de nuevo una realidad gracias a un esforzado trabajo en equipo.

3. La individualidad
Tan armonioso compañerismo en la realización del proyecto no suponía la
implantación de un monocorde y tedioso estereotipo. Wesley ya lo hace notar en su
himno: estamos capacitados de formas muy distintas. Al menos cuatro de las personas
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que aparecen en la lista responden al mismo nombre que otras, y el único modo de
distinguirlas entre sí es haciendo mención explícita de su trasfondo familiar. Mesulam
(4, 6, 30), Malquías (11, 31), Nehemías (3:16; 1:11) y Hananías (8, 30) tienen su
correspondiente tocayo. Cabe la posibilidad de que haya dos obreros en el muro con
idéntico nombre, pero no van a ser la misma persona. Cada uno de ellos tendrá su
personalidad, su maestría en el trabajo, sus dones en particular. La unión ante la tarea
es algo necesario, pero su individualidad será una realidad constante.
Los grandes personajes de las Escrituras son ilustrativos del modo en que Dios se
sirve de gentes muy distintas y con diferentes temperamentos para llevar a cabo sus
propósitos. Los siervos de Dios no se cuecen todos en el mismo molde. En el siglo VIII a.
C., al querer Dios dirigirse a un pueblo díscolo y rebelde en el norte del país, recurrió a
dos profetas completamente distintos. Amós llega a Jerusalén procedente del sur y su
predicación trata de la justicia de Dios; siendo pastor como era, su lenguaje es directo,
franco, brusco y un tanto severo. Pero habida cuenta de que su pueblo también
necesita afecto y comprensión, Dios elige a Oseas, hombre que ha tenido la experiencia
de un matrimonio malogrado. Dios sabía bien cómo se sentía Oseas, porque él había
experimentado lo mismo al verse abandonado por el pueblo de su pacto ya que se
habían ido tras otros dioses. Los distintos dones de diferentes personas pueden aunarse
para un bien común.

4. La ausencia de egoísmo
El equipo de trabajadores se había ido formando con gente de muy distintos
lugares. No eran sólo obreros de Jerusalén los que iban a reedificar las murallas. Los
trabajadores habían venido de ocho localidades distintas en un radio de treinta
kilómetros. Tamaña empresa difícilmente podría haber sido acometida sin ayuda
externa. Los voluntarios procedían de Jericó (2), Tecoa (5), Gabaón (7), Mizpa (7, 15,
19), Zanoa (13), Bet-haquerem (14), Bet-sur (16) y Keila (17, 18). En nada les iba a
beneficiar a ellos de modo directo que esos muros fueran de nuevo edificados. Con
campos propios que cultivar, y granjas y talleres que atender, estuvieron dispuestos a
dejarlo todo para colaborar en la empresa. Al trabajador que fuera de Jerusalén, los
beneficios de una muralla recuperada eran obvios, pero esos otros obreros, aparte del
posible orgullo de saber que, en el futuro, la ciudad sería menos vulnerable y tendría
mayores expectativas de prosperidad, ningún beneficio directo iban a obtener. Era,
pues, más para ventaja de otros que para la propia.
Solidaridad tan altruista ha sido modelo a imitar por otros siervos de Dios en épocas
y lugares distintos en el transcurso de los siglos. Cada semana, se cuentan por millones
los cristianos dispuestos a contribuir con su dinero, a veces con gran sacrificio, para
proyectos que nunca verán en persona. Su satisfacción estriba tan sólo en su deseo de
ser bendición para otros. Gentes de todas partes dispuestos a dedicar parte de su
tiempo a orar por países que nunca visitarán, intercediendo por misioneros que puede
que ni siquiera conozcan personalmente, o tan sólo de forma circunstancial. Sé de

57
mujeres cristianas de una pequeña congregación en zona rural que dedican horas de su
tiempo a tejer prendas de lana para misioneros que, a su vez, las distribuirán por
distintos lugares del Tercer Mundo. No hace mucho, tuve ocasión de conocer en
Teeside a un hombre, frisando ya los ochenta, que lavaba coches durante toda la
semana para reunir un dinero que enviaba al proyecto “TEAR Fund” de ayuda a los sin
hogar. Todas esas personas dispuestas a involucrarse de buen grado en proyectos en los
que el único beneficio personal era la satisfacción de haber hecho algo por el Señor. Los
que amamos a Cristo nos hemos visto liberados del egoísmo propio para encontrar el
auténtico gozo en la tarea hecha en beneficio de los demás.

5. La desilusión
La nota de realismo vuelve a hacer su aparición. La impresionante lista que inserta
ahí Nehemías nos evita incurrir en el error de creer que las gentes acudieron presurosas
de todas partes y lugares para ofrecerse voluntarios. Los ciudadanos importantes de
Tecoa eran plenamente conscientes de la necesidad que había, pero se negaron en
redondo a cooperar. Las gentes más sencillas sí estaban dispuestas, pero sus nobles no
apoyaron la obra (5). Esos ciudadanos de categoría superior no estaban dispuestos a
ensuciarse las manos. Sin embargo, fue tan grande el número de gentes de a pie de
Tecoa que la parte asignada (5) del muro fue tan rápidamente reparada que enseguida
se les pudo asignar a otra (27). Queda claro, pues, que las clases superiores se
desentendieron por completo del proyecto. La expresión que usa Nehemías no
apoyaron la obra parece sugerir más una cuestión de orgullo, que mera indolencia, lo
cual nos recuerda al buey que no doblega su cerviz ante el yugo. Sin duda, eso era algo
que consideraban por debajo de su categoría. Sin embargo, hubo otros nobles que sí
estuvieron dispuestos a tomar parte en el proyecto (9, 12), pero en ningún modo los de
Tecoa.
El orgullo es enemigo temible. Haciendo que nos creamos más importantes de lo
que, en realidad, somos, convierte la santidad en algo imposible. La humildad pasa ahí a
ser tenida más como fallo que como virtud, y nos aparta por completo del camino de la
cruz. Se niega, además, en redondo a ver a Cristo como el ejemplo más noble y digno de
imitar, y olvida que Jesús se inclinó para lavar los pies de los demás: ‘Os he dejado
ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.’
Lamentablemente, con frecuencia solemos encontrarnos con creyentes que no
están dispuestos a ‘apoyar’ la obra del Señor. El Cántico de Débora aporta esa misma
nota de realismo. En tiempos de crisis, Débora dio las gracias a su Señor por todos
aquellos hombres nobles que ‘voluntariamente se habían ofrecido’, pero sin dejar de
experimentar por ello otras frustraciones. Cuatro de las tribus se habían quedado
tranquilamente en sus respectivos territorios en unas circunstancias en las que otros no
habían dudado en ‘arriesgar sus vidas’. Había ciudadanos en Meroz que ‘no acudieron
en ayuda del SEÑOR…en contra de los guerreros’, y fueron por ello objeto de dura
maldición. Sencillamente no cabe pensar en peor crítica: ‘No vinieron a ayudar’.

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6. El compromiso
En fuerte contraste con gentes tan desafectas, la lista de Nehemías nos presenta
unos hombres y unas mujeres que se dieron a sí mismos en sacrificio voluntario por el
bien de la obra.
Sin duda, entre los más dispuestos a colaborar en el proyecto estarían aquellos
ciudadanos de Jerusalén que vivieran cerca de una de las partes derruidas del muro. ‘A
su lado Jedaías…hizo reparaciones frente a su casa’ (10), ‘Mesulam…hizo reparaciones
frente a su vivienda’ (30). Hubo otros dos que también ‘hicieron reparaciones junto a su
casa’ (23), mientras que, por su parte, ‘los sacerdotes hicieron reparaciones cada uno
frente a su casa’ (28). Todas esas personas difícilmente harían de su trabajo una
chapuza de inferior calidad. El resultado final sería lo que verían año tras año al salir de
su casa cada día. Y difícilmente estarían dispuestos a comprometer el futuro por la
desidia presente. Ése era el momento de poner en el empeño lo mejor de sí mismos.
Para todos, llegará el día de rendir cuentas de ‘todo aquello hecho en esta vida, de lo
bueno y también de lo malo’. Pablo dice que, ante tal eventualidad, los creyentes
comprometidos buscan antes glorificar a Cristo que sentirse ellos bien.
Hubo hombres y mujeres que se presentaron allí dispuestos a entregarse sin
reservas al proyecto a pesar de carecer de experiencia necesaria. Nehemías hace ahí
mención especial de sus respectivas capacidades en su vida profesional habitual, y
desde luego ninguno de ellos estaba acostumbrado a ese tipo de trabajo y el esfuerzo
que iba a suponer. A no dudar, habría expertos a pie de obra que aconsejarían a los
sacerdotes (1, 28), orfebres (8, 31, 32), perfumistas (8), mercaderes (32) y oficiales de
distrito (9, 12, 14–19) la mejor manera de llevar a cabo la tarea que les correspondiese
en la reconstrucción del muro. Y de lo que no puede caber duda alguna es que eran
personas dispuestas a renunciar a sus respectivas profesiones por un tiempo a favor de
una empresa de mayor envergadura, aunque eso supusiera un trabajo extenuante que
iba a poner a prueba su capacidad de resistencia.
En el curso de los siglos, la obra de Cristo ha ido siendo mantenida y desarrollada
por un inmenso ejército de hombres y mujeres dispuestos a hacer cuanto fuese
necesario para beneficio de la causa de Dios: limpiar, hacer acopio de provisiones,
trabajo de difusión, cuidado del local, obras de reparación y mantenimiento, visitas
domiciliarias, distribución de folletos y literatura cristiana, y docenas de distintas tareas
y trabajos, sabiendo que nunca van a ser objeto de especial reconocimiento en esta
vida, pero que en cambio era para la gloria de Dios y el bien de tantísimas personas, y
esa era recompensa suficiente. Y así fue igualmente en el caso de Nehemías y los
obreros en su equipo. Personas ricas y pobres (12), procedentes de muy distintos
entornos, unidas por un objetivo común, trabajando ‘con ánimo’ (4:6). Grande fue el
privilegio de Nehemías al poder contar con equipo tan excepcional.
Si no contáramos con este pasaje, su identidad seguiría en el anonimato, pero,
como no es el caso, podemos ciertamente regocijarnos en la certeza de que las

59
personas y su trabajo entran en los planes de Dios. La iglesia ha venido siendo
enriquecida a través de los siglos por el ministerio no reconocido de incontables
creyentes cuyo deseo era primeramente honrar a Dios. La naturaleza de su servicio era
menor en comparación con el propósito final. Los esforzados siervos del siglo XVI que
trabajaban como servidores en las tareas más humildes en tiempos de los Tudor,
encontraban consuelo en las palabras de Tyndale al exhortarles a hacer su trabajo como
para el Señor:
He aquí que tú, que te afanas en la cocina y eres mozo de servicio…sabes de
cierto que el lugar que ocupas ha sido por Dios dispuesto…Y si se hiciera
comparanza entre uno y otro lugar, a buen seguro se reconocería la distinción
que hallamos entre fregar la vajilla y predicar la palabra de Dios; pero en lo
tocante a agradar al Dios de los cielos la diferencia es ninguna.

7. El entusiasmo
Esas gentes bien dispuestas no sólo dieron comienzo a la obra, sino que además se
mantuvieron en su puesto hasta el último momento. Ya vimos cómo los que daban por
concluida su parte del trabajo seguían con idéntico entusiasmo en la siguiente sección.
Meremot hizo reparaciones (4) y reparó después otra sección (21), y Mesulam (4) hizo
exactamente lo mismo (31), mientras que los hombres de Tecoa, determinados a no
dejarse influir por el mal ejemplo de nobles tan arrogantes, se hicieron con dos partes
correspondientes del muro (5, 27) para mérito suyo. Muchas son las gracias que hay
que dar a Dios por todos aquellos que, entusiasmados con su trabajo, están dispuestos
a andar la segunda milla.

8. El privilegio
Los constructores no vivían ese trabajo como tarea agotadora, sino como
oportunidad muy valorada. Era ciertamente mucho lo que Dios había hecho por ellos, y
ahora se les presentaba la ocasión de hacer ellos algo por él. El servicio ha de
entenderse como un privilegio, sobre todo para todos aquellos que tuvieran deudas
que saldar con su pasado. Ahora tenían la oportunidad de demostrar en público una
devoción renovada y una entrega incondicional. Malquías, hijo de Harim (11), era uno
de los que había tomado esposa extranjera y había cumplido en su momento condena
por irregularidades. Reconciliado con la justicia, la reedificación de Jerusalén era una
oportunidad única para reafirmarse en su obediencia a Dios y su amor al prójimo.
Meremot (4) también tenía un pasado transgresor. Su abuelo, Hacoz, había sido
excluido del sacerdocio por un matrimonio mixto. Sin embargo, su padre Urías sí había
accedido al sacerdocio y, bajo Esdras, era su hijo la persona de confianza responsable
de la plata, el oro y los objetos sagrados. Los errores y fracasos del pasado no influyen
en la gracia del presente. Muchos de los recién convertidos en la iglesia de Corinto
procedían de un entorno falto de principios y moralidad, y el apóstol Pablo no trata de

60
ocultarlo. Su exposición de los hechos no buscaba avergonzarles, sino sencillamente
exaltar al Cristo que había muerto a favor suyo. Los que se daban al vino, los adúlteros,
los fornicarios, los calumniadores, todos sin excepción habían sido ‘lavados’ por la
sangre del Señor Jesús, estando ahora ‘santificados’ (‘apartados’) como testimonio vivo
del cambio operado en el seno de una sociedad alejada de toda noción de rectitud en
santidad.

9. La recompensa
Bajo el inspirado liderazgo de Nehemías, el inicio de las reparaciones en el muro
había tenido un muy buen comienzo, pero lo cierto es que la tarea que tenían por
delante no iba a ser nada fácil. El desaliento y los imprevistos más pronto o más tarde
se encargarían de enfriar los ánimos. Aun así, y según iban transcurriendo las semanas,
a ese gran equipo de trabajo empezó a hacérsele evidente que lo que estaban
construyendo era en verdad para gloria de Dios (12:27–43). Su mayor recompensa
consistía en ese trabajar en conjuntada armonía y en el hecho único de saber que iban a
dejar algo perdurable para la posteridad. Sin duda, ellos irían desapareciendo, pero los
muros seguirían estando ahí. Su buena obra (2:18) resistiría el paso del tiempo. Los
muros de Jerusalén persistirían como monumento digno de honra, y no por el fervor de
los que los habían levantado, sino por la fidelidad del Señor. Suyo era en verdad el
mérito al inspirar y fomentar su continuidad hasta su conclusión. Para las generaciones
del futuro, esos muros eran piedras que ‘clamaban con voz propia’ un mensaje sin igual.
Pero, si Dios no hubiera intervenido, esa realidad ahora visible no habría sido más que
sueño imposible e ilusión pasajera.
Ciertamente, es lago magnífico que el creyente puede dejar tras de sí obra
perdurable que testifique la bondad de Dios actuando en nuestras vidas. Una de las
ocho bienaventuranzas del libro de Apocalipsis promete que aquellos que ‘mueren en
el SEÑOR’ disfrutarán de un gozo indescriptible: sus ‘hechos’ terrenales habrán servido
para exaltar a Cristo y serán muchos los que les ‘sigan’. Efectivos en la tierra, son
eternamente recordados en el cielo. Aunque sus hechos son de suyo perdurables en
este mundo, ‘el bien realizado no perecerá con la persona sino que continuará dando
fruto para gloria de Dios’.103 Y hechos que les acompañarán en la gloria. El cielo va a
estar lleno de sorpresas según vayan constatando todos esos siervos fieles el alcance y
las repercusiones de un trabajo realizado para el Señor que no aspiraba a una gloria
propia. Infinitamente superior al mero proyecto terrenal, su trabajo de construcción iba
a demostrarse indestructible. No ha de extrañarnos, pues, que el apóstol nos inste a
que miremos bien ‘cómo construimos’.

61
La confianza del siervo
Nehemías 4:1–23

Las obras comienzan y los problemas no tardan en hacer su aparición. Las tensiones
de los preparativos no habían sido nada en comparación con la fiera oposición a la que
hay que enfrentarse ahora. El optimismo y la cruda realidad corren parejas en el relato.
Lo que la cuadrilla necesita ahora no es sólo que su líder les asegure tenaz que el Dios
del cielo va a concederles el éxito (2:20), sino que Dios mismo dé prueba fehaciente de
su bondad y compasión, ‘No les tengáis miedo’ (14).
Las cualidades esenciales del líder aúnan vigor con amor. Hay líderes persuasivos,
fuertes, asertivos y con propósitos bien definidos, y desde luego no es aconsejable
interponerse en su camino; la fuerza que les impulsa es una realidad perceptible, pero
también lo es su falta de amor. Otros, en cambio, derrochan compasión y simpatía, casi
hasta en exceso, pues todo lo toleran, temerosos como están de ‘inadvertidamente’
poder hacer ‘zozobrar’ a la persona, pero faltos, quizás por eso mismo, de la autoridad
necesaria que ha de ser distintiva en todo buen líder.
Extrovertido y tenaz por naturaleza, Nehemías concentra todos sus esfuerzos en
lograr el equilibrio entre el amor al otro y la propia asertividad. Y si, en algún momento
nos parece ver en él más al hombre de metas que al líder amoroso, es debido en gran
parte al hecho inapelable de estar defendiendo una cuestión vital en medio de una
hostilidad sin tregua. Nehemías lucha por la continuidad de la vida espiritual del pueblo
de Israel, y no le falta compasión. De hecho, recuerda su propia experiencia de miedo
sin igual en el palacio de Susa (2:2) y por eso puede conectar con el temor de otros.
Nehemías es líder que puede identificarse con los que son presa fácil del miedo y del
desaliento (10–11); con personas vulnerables en su necesidad (5:1–6), haciéndoles
patente tanto su ternura como el vigor moral que le sustenta.
Apenas han pasado unos pocos días desde el comienzo de las obras, cuando
Nehemías y su equipo tienen ante sí un grave problema. A una evidente oposición del
exterior (1–9) hay que sumar ahora un pesimismo interno (10–23). Pero, por muy
intensa que pueda ser, la adversidad no tiene por qué adueñarse de nuestra alma. El
apóstol Pablo estaba convencido de que los problemas le ayudan al creyente que sabe
discernir tesoros ocultos que desconocía. Las bendiciones hacen su aparición en medio
de aflicciones, no soliendo ser así en condiciones de bonanza.
La tristeza tiene un propósito si sirve para llevarnos a Dios, fomenta una sana
dependencia de él, aumenta nuestra sensibilidad ante las necesidades de los otros y
hace que nos asemejemos más a Jesús. Cristo les dijo a sus seguidores que no iban a

62
poder librarse de las dificultades siendo prueba de madurez aprender en la adversidad
y no denostar de ella.
En el análisis que Nehemías hace de su reacción ante los perversos sucesos de los
últimos días, seis son los principios básicos que van a ser decisivos en su planificación,
cuidado, enseñanza y trabajo aplicado en el contexto de una aflicción que no cesa.

1. El conflicto es algo inevitable (4:1–3)


A medida que el trabajo va progresando, al líder le empiezan a surgir obstáculos por
todas partes. En un principio la oposición viene de fuera, personificada en dos
personajes que ya conocíamos. Sambalat, enfurecido y enojado al enterarse de que se
está reedificando la muralla, se burla de los judíos (1). Y, no mucho después, es Tobías
el que, acercándose a él, menosprecia los avances logrados (3). A esos ataques verbales,
les siguen planes urdidos para luchar contra Jerusalén y causar disturbios (8). Para lograr
hacer efectiva su conspiración, saben que a la palabra hay que unir el hecho. Las
palabras de burla van a ser reforzadas con armas que destruyan todo el proyecto.
Pero, por si esa amenaza externa fuera poco, los conflictos empiezan a hacer su
aparición también en su propio seno. La cuadrilla de trabajadores está desmoralizada.
Ante el temor de lo que pueda hacer el enemigo, tanto los obreros como sus familias
empiezan a dejar de mostrar interés por su trabajo.
La oposición orquestada por los que se oponen a Nehemías se intensifica con el
correr de los días. Al tener noticia por vez primera de la llegada de Nehemías a
Jerusalén, se inquietan en gran manera (2:10). A ese temor inicial, pronto le sigue un
espíritu de burla (2:19) ante lo que ellos juzgan un proyecto ridículo. Pero, al hacérseles
evidente su determinación, comprenden que ese proyecto está fuera del alcance de sus
burlas. Empieza así una campaña de difamación, imputándoles motivos no santos y
desprestigiándoles ante el rey (2:19). La irritación inicial se convierte ahora en rabia
manifiesta (1). Sambalat busca entonces gente que le apoye, de buen grado o por la
fuerza, y hace su entrada de vuelta a Jerusalén con una escolta militar. Ahora bien, una
cosa es oír las burlas y amenazas del enemigo, y otra muy distinta que venga en son de
guerra. Levantar la vista de la tarea que se está realizando y ver al ejército de Samaria
(2), dispuesto a cargar contra la ciudad, era motivo suficiente para hacer desfallecer al
más valiente.
Las burlas se repiten como eco de su menosprecio (no sois más que débiles judíos),
descalificando sus planes (¿Restaurarán la muralla para sí mismos?), cuestionando su
optimismo (¿Podrán ofrecer sacrificios?, esto es, acción de gracias y dedicación una vez
reparada la muralla), aguando su entusiasmo (¿Terminarán en un día?), minando su
confianza (¿Harán revivir las piedras?) y exagerando la magnitud de las dificultades
(escombros polvorientos, piedras quemadas).
Tobías se suma entonces a esas burlas, echando por tierra sus logros. Y busca aliviar
la ira interior que siente con una comparación denigratoria. Aun lo que están edificando,
si un zorro saltara sobre ello, derribaría su muralla de piedra (3). La investigación

63
arqueológica de Kathleen Kenyon sobre Nehemías y las murallas ha demostrado que
éstas tenían dos metros y medio de espesor. Y si bien puede que no fueran tan robustas
como las antiguas, haría desde luego falta de algo más que un zorro para derribarlas.
Tobías lanzaba sus puyas con la esperanza de que cundiera el desaliento entre los
obreros. La risa es una bendición muy particular, pero puede ser también un arma
peligrosa. Si para que unos se rían otros tienen que llorar, hay algo que no marcha bien.
Lo cierto es que Tobías tenía en mente algo más que meras lágrimas. El
antagonismo al que iba a tener que hacer frente Nehemías era formidable. Sus
opositores no pensaban descansar hasta arruinar la tarea acometida por él. Todo el que
esté dispuesto a trabajar para gloria de Dios deberá contar con el factor fijo de la
oposición, sea en una u otra forma. El Saulo de Tarso que llega cegado a Damasco inicia
su vida cristiana con una nota realista, reconociendo que ‘hay que padecer’ por Cristo y
advirtiendo además a los recién convertidos de que ‘es necesario que a través de
muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios’. El sufrimiento es el distintivo del
discipulado; tomar la cruz hace auténtica la realidad de la fe. Pero, por muy intensa que
pueda llegar a ser la oposición, el creyente no va a estar falto de unos recursos que van
a hacerse efectivos a través de una oración confiada.

2. La oración es factor crucial (4:4–9)


La siguiente sección del relato empieza con una oración de Nehemías a favor de su
pueblo, y acaba con una oración conjunta del pueblo.

a. El líder ora
Oye, oh Dios nuestro, cómo somos despreciados. Devuelve su oprobio sobre sus
cabezas y entrégalos por despojo en una tierra de cautividad. No perdones su iniquidad,
ni su pecado sea borrado de delante de ti, porque han desmoralizado a los que edifican
(4–5).
La reacción de Nehemías ante los ataques del enemigo es dirigirse a Dios. La oración
que brota de sus labios es de absoluto apremio. Ante adversidad tan insidiosa, su
reacción es volverse de inmediato a Dios. En presencia de los que se le oponen,
Nehemías declara su convencimiento de que el Dios del cielo les va a conceder la
victoria (2:20). Pero lo cierto es que esa convicción tendrá que ir acompañada de una
búsqueda de la voluntad del Señor ante las realidades de este mundo. Ese Dios suyo es
reconocido no sólo como origen y fuente de todo éxito, sino asimismo como Dador de
ayuda inmediata. Nehemías se vuelve al Señor porque sabe que nadie le va a ayudar
como Él.
Nehemías ora con honestidad. Está realmente furioso por cómo se les ridiculizaba.
Los obreros habían sido el blanco de insultos y desprecio. La ira que hierve en su interior
no puede ser ya contenida y vierte toda su frustración en una oración que clama al
Señor. No necesita siquiera rebuscar las palabras. Está en la presencia de Aquel que

64
sabe bien la razón de su indignación. Hay momentos en los que, angustiados y
confusos, clamamos al Señor implorando su ayuda, contándole cómo nos sentimos,
perplejos porque no entendemos por qué tarda su respuesta. Pero siempre da mejores
resultados ser honestos con Dios. Cuando nos sentimos agraviados, lo mejor es orar
exponiendo el asunto con toda honestidad ante él, en vez de alimentar el resentimiento
y dejar de orar. Es más, si la ira llega a ser imposible de controlar, mejor darle cauce en
la oración, que acumular resentimientos contra terceras personas.
Nehemías oró de forma apasionada. Su oración se abre paso como aguas
turbulentas en torrente de emociones y no puede ocultar su furia. Las oraciones
imprecatorias de esa clase ‘nos impactan con la inmediatez de un grito, suscitando en
nosotros algo de la desesperación que las provocó’. El ataque sufrido ha sido personal y
sus motivaciones se han puesto en entredicho. Pocas son las personas que resisten las
críticas. Peor aún en este caso, pues sus enemigos han pecado contra Dios mismo (al
oponerse a su obra) y Nehemías no quiere que esa falta suya sea pasada por alto: Que
su pecado no sea borrado.
Ante la patente animosidad de sus enemigos, es natural que Nehemías se exprese
en esos términos; si bien, desde nuestra posición de privilegio, debiera orar de forma
diferente, es importante que sintonicemos con él sin incurrir en crítica fácil. Los
cristianos podemos reaccionar ahora ante la crueldad y la injusticia a la luz de dos
grandes acontecimientos bíblicos que Nehemías no podía discernir en su tiempo: la
muerte de Cristo y la vida por venir. En comentario al respecto en el salterio, Kidner
señala que, para comprender oraciones como la de Nehemías,
…deberíamos olvidar por un momento que tenemos un evangelio que
comunicar (que influye en nuestro comportamiento con los pecadores) y la
seguridad que tenemos de que la justicia imperará en el postrer momento (que
influye en nuestra actitud ante lo anómalo y fuera de lugar). Sin esas dos
grandes certezas, tan sólo el cínico no se impacientaría ante el triunfo de la
injusticia y la libertad de los malvados.
Nehemías oraba con realismo. Sería un error rechazar oración tan vehemente como
expresión de mera indignación humana incontrolada. Esos insultos y burlas son para él
una ofensa contra Dios. Y, en efecto, lo son. Se han dedicado a ridiculizar un proyecto
inspirado y planificado por Dios. Hostigando a aquellos que trabajan para Él, han
insultado Su nombre. Al dirigirse a Dios con tanta vehemencia, Nehemías le pide no
sólo que reivindique a sus obreros, sino que, asimismo, haga patente la verdad en
presencia de esos oponentes irrespetuosos e insultantes. Cuando es el honor de Dios lo
que está en juego, nada más lógico que un hombre tan entregado y devoto como
Nehemías se indigne y enfurezca.
El recuerdo de experiencias anteriores tiene que haberle ayudado a Nehemías en
ese momento de crisis. Al verse confrontado de forma totalmente inesperada por los
soldados llegados de Samaria, puede que recordara la oración de Ezequías ante esas
mismas murallas en una circunstancia en la que el rey de Judá buscaba ser liberado del

65
enemigo asirio que se atrevía a ‘insultar al Dios viviente’. Su lenguaje es notable
reminiscencia de las angustiadas oraciones de Jeremías cuando estaba siendo hostigado
y perseguido por sus enemigos más próximos. ‘El grito de venganza es al mismo tiempo
grito de justicia,’ señala Holmgren.113 De hecho, sí que hay ira justificable.
C. S. Lewis lo constata en determinadas circunstancias:
La ausencia de ira es síntoma alarmante y la indignación puede ser buena.
Pues, si nos detenemos a analizar sus circunstancias, descubrimos que esas
manifestaciones extremas hacen su aparición no tan sólo por haber sufrido
injusticia, sino por estar su origen en algo que es tan odioso para Dios como lo
es para la víctima.
Jesús a veces se enojaba. El legalismo sin alma de la sinagoga le hacía enfadar al
comienzo de su ministerio, e igualmente al final del todo, al ser testigo de la
desvergonzada codicia de los mercaderes del templo. Pablo hacía hincapié en el enfado
no pecaminoso: ‘En vuestro furor no pequéis’. En un contexto apropiado, hay que darle
cauce al enfado. Hay que sacarlo fuera, para que no se pudra por dentro y acabe por
contaminarnos. El enfado que no recibe tratamiento adecuado puede terminar
convirtiendo al ofendido en ofensor. Ésa es la razón de que el apóstol insista en el
perdón para los ofensores, aun cuando puede que ellos no lo estén buscando. El
espíritu de perdón ha de ser cultivado de forma asidua. La hora del sueño debiera
marcar la desaparición del enfado: ‘No dejéis que el sol se ponga sobre vuestro
enojo’.116
La oración de Nehemías es descriptiva, no prescriptiva. Nehemías necesitaba a Jesús
en su vida de oración tanto como lo necesitamos nosotros. La cuestión es que
Nehemías confiaba en el ‘Dios del cielo’, y Jesús enseñó a sus discípulos a ‘orar a su
Padre en los cielos’. Y Cristo, asimismo, les enseñó a ‘perdonar todas las ofensas’, e
incluso a orar por sus enemigos y por los que les insultaran.. Clines nos recuerda ahí, sin
embargo, que ‘el juez cristiano’ (al que, como gobernador, apela Nehemías) ‘no puede
ser sistemáticamente invocado para ejercitar el perdón de los transgresores y los
intrusos’.
Nehemías eleva sus preces con actitud de sujeción: Escúchanos, Dios nuestro.
Clamor que brota del corazón de un hombre acuciado por la necesidad. El proyecto
puesto en marcha se encuentra en medio de una fase decisiva. El muro ha sido
reparado hasta la mitad de su altura porque el pueblo tuvo ánimo para trabajar (6). El
desastre sería ahora total si, desmoralizados por las burlas de Sambalat, desalentados
por las amenazas de Tobías y asustados por los soldados llegados de Samaria, los
obreros se dieran por vencidos y abandonaran el trabajo, sobre todo ahora que tanto se
había conseguido avanzar. Dios era el único que podía sacarles de ese desánimo y salvar
la situación. Y es justamente por eso por lo que Nehemías ora, inconmovible en su
convencimiento de que por encima del desaliento de su gente y el fracaso que se
avecinaba estaba la gracia providente de Dios, cual fuente inagotable para el creyente.

66
b. Los obreros oran
Los compañeros de Nehemías también buscan a Dios en sus oraciones, y con tantas
razones como Nehemías para hacerlo: Oramos a nuestro Dios, y para defendernos
montamos guardia contra ellos de día y de noche (9). Las oraciones constantes de líder y
obreros tienen algo que enseñarnos – lo necesario que es orar, lo natural que es, y el
compañerismo y el consuelo que de ello se deriva.
Estaban plenamente convencidos de la necesidad de orar. Sus enemigos se juntan
para confabularse contra ellos y destruir su trabajo. Sambalat desde el norte, Tobías y
los amonitas desde el este, los árabes desde el sur y los asdoditas desde el oeste
suponían, en su conjunto, que Jerusalén estaba cercada en su totalidad por enemigos
de sanguinarias intenciones y decididos a cualquier coste a desbaratar su proyecto. Y
todos ellos conspiraron juntos para venir a luchar contra Jerusalén y causar disturbio en
ella. Entonces oramos a nuestro Dios… (8–9).
Encontramos ahí algo de la auténtica naturaleza esencial de la oración. Ante
amenazas tan graves y tan extrema adversidad, ellos encuentran lo más lógico y natural
orar a su Dios. Su impotencia ante la gravedad de la situación era manifiesta. Y si bien
no era posible olvidar las burlas, relativizar el peligro, ignorar el complot o poner en
fuga a los soldados, lo que sí podían hacer era orar. Y orar es lo que hicieron. Actividad
natural para unas gentes dispuestas a orar para reafirmarse en su fe, compartir su
ansiedad, reconocer su debilidad y confesar su necesidad.
Aun viviendo bajo amenaza, este atribulado equipo de trabajo creía firmemente en
el poder de la oración conjunta: Entonces, ‘oramos a nuestro Dios’ – como expresión
inequívoca de unidad y confiada resolución como equipo. Así, no sólo iban a ser equipo
para el trabajo, sino que seguían siéndolo igualmente en la oración.
Esos trabajadores valoraban el consuelo de la oración. Para ellos, su Señor era su
Dios, un Dios de infinita sabiduría (que sabía lo que había que hacer), compasivo en sus
cuidados (su ayuda estaba asegurada), de poder ilimitado (no se arredraba ante nada) y
con recursos sin límite –todo cuanto en verdad les era necesario, él lo proveía con tan
sólo pedírselo. No ha de extrañarnos, pues, que elevaran a él una oración confiada.

3. El desaliento es algo comprensible (4:10–12)


El realismo de la Escritura es uno de sus muchos aspectos positivos. Las distintas
historias del Antiguo Testamento fueron escritas precisamente ‘para enseñarnos’, de
modo y manera que, en las dificultades, descubramos nuevas fuerzas ‘sabiendo que en
las Escrituras siempre va a estar presente la esperanza’. 5 La Biblia no nos presenta una
visión idealizada de la realidad. Pero, imaginemos por un momento la historia de
Nehemías sin problemas ni dificultades. Sucedería entonces que más que inspirarnos,
nos descorazonaría, pues su realidad sería muy distinta a la nuestra. La vida puede ser
muy dura en ocasiones y, por mucho que oremos, podrá ocurrir que aumenten en vez

67
de disminuir. La oración no es recurso automático para quitar de en medio los
problemas, sino la amorosa provisión de Dios para poder hacerles frente. Ante
circunstancias tan adversas, Nehemías analiza la situación desde cinco perspectivas.

a. La medida del desaliento


Esos trabajadores suyos tenían entre manos más de lo que podían resolver.
Rodeados por todas partes de adversarios al acecho, el desastre parecía ya inevitable y
ahora surgía además otro grave problema. Las gentes de Judá, tanto de las ciudades
como de los pueblos de alrededor, se le quejan no sólo de las difíciles condiciones en
que tenían que hacer el trabajo los suyos, sino agravados además por el riesgo que
también corrían sus familias en sus respectivos lugares. El peligro es general. Sus
adversarios han amenazado con atacar los hogares de todas aquellas gentes de Judá
que tuvieran familiares trabajando en la reparación de las murallas, lo cual significaba
que los problemas de Nehemías no se limitaban a un único lugar. El área de conflicto se
había incrementado de manera alarmante.

b. El agotamiento de los obreros


Y se decía en Judá: Desfallecen las fuerzas de los cargadores (10). El verbo para
‘desfallecer’ en el original es ‘tambalearse’ o ‘perder pie’, tal como vemos, por ejemplo,
en Isaías, ‘Jerusalén ha tropezado y Judá ha caído’. Imagen muy viva de un trabajador al
límite de sus fuerzas, que ya no puede con su pesada carga. Son ya varias las semanas
que llevan trabajando sin descanso y, ante la presión del exterior, el entusiasmo inicial
está empezando a desvanecerse. Resulta siempre mucho más fácil comenzar un trabajo
para Dios, que continuarlo sin flaquear. La perseverancia es una cualidad muy preciada
pero poco abundante, sobre todo cuando nos encontramos realmente cansados y
sobrepasados por la situación. Todas aquellas personas comprometidas en serio con un
trabajo para Cristo no encontrarán difícil identificarse con esos atribulados obreros.
Deprimido y sin voluntad propia, el profeta Elías siente que ya no puede más: ‘He
llegado a mi límite, Señor’. No cabe duda de que su problema tenía su origen en puro
agotamiento físico y nervioso. La depresión siempre distorsiona la realidad, haciendo
que se pierda la perspectiva. Ahora, su único deseo era morir; pero el ángel del Señor lo
evita proveyéndole comida y haciéndole descansar con un sueño reparador. Comer y
dormir es ahora su ocupación. Y así continúa siendo hasta que recupera fuerzas
suficientes como para proseguir su viaje. El Señor conoce nuestras necesidades (el viaje
es demasiado para ti’, le dice a Elías) y no quiere que sobrecarguemos nuestros recursos
físicos y emocionales. No se espera nunca de nosotros que lleguemos al límite de
nuestras posibilidades. Para no quedarnos exhaustos, debemos recargar depósitos con
comida y descanso. Ésa es una de las razones por las que Dios incluyó el día de descanso
en el pacto que hizo con su pueblo. En momento alguno se decidió que debíamos vivir
sin períodos de descanso. Los Diez Mandamientos plantean una forma de vida en la que

68
honrar a Dios y amar al prójimo se conjuga con el cuidado de uno mismo.

c. La enormidad del proyecto


En los comienzos de la obra, el proyecto parecía de lo más atractivo, pero, según iba
pasando el tiempo, las dificultades de todo tipo iban haciendo su aparición enfriando
los ánimos. Una enorme cantidad de cascotes y piedras (2:14) tenían que ser retiradas
para poder dar comienzo a la reedificación. El ejército babilonio había reducido a
escombros las murallas de la ciudad, dañando muchas de las casas adyacentes: Queda
mucho escombro y nosotros no podemos reedificar la muralla (10).
Ese no podemos angustiado suele ser el responsable de muchos proyectos
frustrados. Hay quien sostiene que, en la evolución de la iglesia, el pesimismo ha sido
siempre mayor problema que el ateismo. A las puertas de Canaán, los más indecisos
tenían miedo de entrar en esa nueva tierra desconocida, estando más atentos a su
propia debilidad que al poder de Dios. Nehemías tuvo que emplearse a fondo para
evitar que esos obreros suyos cometieran el mismo error. Puede que sus fuerzas
estuvieran menguando, pero el poder de Dios iba a ser siempre recurso inagotable y
suficiente.

d. La agresión opositora
Las amenazas de enemigo tan poderoso llenaban de pavor por igual a las gentes del
campo como a las de la ciudad. Esa hostil oposición iba dirigida tanto contra los obreros
como igualmente contra sus familias y sus hogares en Judea.
Para empezar, a los obreros les paralizaba la sola idea de que esas amenazas se
hicieran realidad, temiendo sobre todo un ataque por sorpresa. Y nuestros enemigos
decían: No sabrán ni verán hasta que entremos en medio de ellos y los matemos y
hagamos cesar la obra (11). Así, por si no bastara ya con el pesado trabajo de retirar
escombros, ahora tenían que hacerlo sabiéndose amenazados de muerte.
En segundo lugar, no eran sólo ellos los que corrían peligro. Las amenazas se
extendían a sus hogares y a sus familias en distintos lugares. En Judea, el pánico de las
mujeres cuyos maridos estaban en Jerusalén trabajando en la reedificación era
indescriptible. Los judíos que habitaban cerca vinieron y dijeron diez veces: Subirán
contra nosotros de todo lugar (12). Frase que puede perfectamente interpretarse como
súplica por parte de esas mujeres para que sus maridos regresen a sus casas. A la vista
del peligro potencial que corrían tanto ellas como sus hijos y su marido, lo que en
realidad están queriendo decir es, ‘Debéis volver a casa en seguida, para poneros
vosotros a salvo y para protegernos a nosotras y a nuestros hijos’. Y cabe también la
posibilidad, claro está, de que, a la vista de unas dificultades de todo tipo, trataran de
persuadir a los obreros para que abandonaran un proyecto que empezaba a perfilarse
como inviable.

69
e. El temor de los propios obreros
Como consecuencia lógica de tal cúmulo de problemas, el miedo pasa a ser una
dificultad de orden mayor. Algunos de los judíos que vivían próximos a Nehemías eran
objeto constante de hostigamiento y amenazas intimidatorias. La hostilidad del entorno
empezaba a quitarles la paz, y el pánico empezó a correr como la pólvora. Como líder
suyo, Nehemías sabía bien que había llegado el momento de añadir acción a la oración.
La crisis iba a servir para poner de relieve la tremenda importancia de un equipo bien
unido.

4. La unión es esencial (4:13–20)


Plenamente consciente del desaliento que había hecho presa de su equipo,
Nehemías discurre un plan para hacer frente a la crisis.
En primer lugar, sitúa a su gente de forma estratégica para asegurarse de que las
partes más vulnerables de la muralla queden bajo la protección de su guardia. Y, como
precaución adicional, apostó hombres en las partes más bajas del lugar, detrás de la
muralla y en los sitios descubiertos; apostó al pueblo por familias con sus espadas, sus
lanzas y sus arcos (13). Los distintos miembros de cada una de las familias podían
cumplir sobradamente con la parte asignada, y la presencia de sus mujeres y sus hijos
venía a ser recordatorio constante de que no sólo estaban defendiendo las murallas de
la ciudad sino también las vidas y el futuro de sus familias. Apostar cuadrillas de
emergencia en las partes más bajas del lugar iba a hacer que el enemigo tomara buena
nota de que había una milicia a la que tendrían que enfrentarse.
En segundo lugar, Nehemías había hecho un cálculo de las posibilidades con que
contaba. La opinión de todos iba a ser tenida en cuenta, por supuesto, pero a él le
competía hacer un primer análisis de la situación. Nehemías no era persona que actuara
de forma precipitada y sin pensar. De entrada, pasa revista a esas tropas apostadas en
puntos estratégicos para ver cómo se encuentran. En ocasiones la obra de Cristo se
malogra porque las cosas se han hecho a toda prisa sin tomarse el tiempo necesario
para sopesar las consecuencias. Marcos nos cuenta en su evangelio que Jesús llegó a
Jerusalén al principio de esa semana, que iba a quedar como única en la historia de su
ministerio público, dirigiéndose en primer lugar al templo ‘mirando a todo a su
alrededor y salió entonces para Betania con los doce, siendo ya avanzada la hora’. Los
puestos de los comerciantes estarían ahí, junto con las mesas de los cambistas, pero ése
no era el momento oportuno de desbaratarlo todo e increpar a los que tan mal uso
estaban haciendo del templo. A pesar de sentirse alterado por lo que allí veía, Jesús
controla sus emociones. Antes de actuar hay que analizar. La acción quedaba así
pospuesta para el momento más oportuno, cuando la situación fuera propicia para
exponer mejor el alcance del pecado que allí se estaba cometiendo. Y Nehemías no
convoca a nobles, oficiales, y resto del pueblo hasta haber tomado una decisión tras la

70
correspondiente reflexión (14a).
En tercer lugar, Nehemías comparte su fe con los demás. A la vista de su temor, me
levanté y dije…no les tengáis miedo, acordaos del Señor, que es grande y temible, y
luchad por vuestros hermanos, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestras mujeres y vuestras
casas (14b).
Como líder suyo que era, sabía lo que era el miedo pavoroso (2:2). Por eso mismo
no le resultaba difícil comprender el pánico de su gente y simpatizar con sus
sentimientos. Pero sabía igualmente que todo temor puede ser superado al pensar en
la suficiencia de Dios: Acordaos del Señor. Nehemías recurre a las palabras iniciales de
su plegaria (1:5) al enterarse de la precaria situación de Jerusalén. Y, ahora que está
justamente a cargo de la reedificación de la ciudad, recalca de nuevo, para sí y para los
demás, que Dios es único, grande y poderoso, y santo. El Señor ha prometido, además,
suplir las necesidades de su pueblo ante cualquier emergencia y adversidad, y no va a
faltar a Su palabra. Las circunstancias habían cambiado, el trabajo era ahora más difícil
de llevar a cabo y el enemigo estaba mucho más activo, pero el Señor seguía siendo el
mismo. Por eso, tenían que traer acordarse de Dios. Quizás nos resulte sorprendente
que Nehemías pensara siquiera que tal cosa pudiera suceder, pero la situación era
crítica, y eso podía perfectamente ocurrir – a ellos entonces, y a nosotros ahora. En su
última epístola antes de ser ejecutado, el apóstol Pablo insta a su compañero Timoteo a
‘acordarse de Jesucristo’. ¿Creía, en verdad, Pablo que Timoteo, joven consagrado al
ministerio, podría olvidarse de su Señor, fuente de su vida, secreto de su fortaleza y
contenido de su predicación? Eso era algo de todo punto imposible, pero cuando la
crisis hace su aparición, las realidades de las Escrituras pasan fácilmente a segundo
plano desbancadas por los problemas. Los creyentes necesitamos en momentos así que
se nos recuerde la realidad de nuestro Señor.
En cuarto lugar, Nehemías les comunica sus planes. Era de esperar, dado lo visible
de la guardia de emergencia apostada en puntos estratégicos, que el enemigo hubiera
tomado buena nota de que ellos contaban con una eficiente organización respaldada
por su correspondiente fuerza militar. Los planes del enemigo de un ataque por
sorpresa quedaban así frustrados. Nehemías creía que ya no sería un problema volver al
trabajo de reparación del muro. Como líder, había tomado las medidas oportunas para
garantizar la protección de toda su gente: Y sucedió que desde aquel día la mitad de mis
hombres trabajaban en la obra mientras que la otra mitad portaba las lanzas, los
escudos, los arcos y las corazas (16). Incluso los que reedificaban la muralla y los que
retiraban los cascotes llevaban la carga en una mano…y en la otra empuñaban un arma
(17). Y, mientras reedificaban, tenían ceñida al lado su espada (18).
Con el fin de poder alertar a todos los obreros ante cualquier peligro que se
presentase, Nehemías ideó un sistema de alarma: una trompeta que un hombre junto a
él haría sonar en cuanto se lo indicase, para que entonces todos se reuniesen en el lugar
acordado. El plan trazado por Nehemías cubría toda posible eventualidad.

5. El sacrificio es algo inevitable (4:21–23)

71
A pesar de todos esos planes ideados para hacer frente a cualquier posible
problema, sus dotes organizativos de poco habrían servido sin el sacrificio voluntario de
obreros y líder. El trabajo siguió así su curso a lo largo de toda la jornada, desde el
despuntar del alba hasta que salían las estrellas (21). Las habituales paradas de
descanso no se hacían ahora. Todos ellos sabían bien que el muro no se reedificaba por
su belleza arquitectónica y para mejorar el aspecto de la ciudad: su defensa fortificada
conjunta de muros y puertas era cuestión vital para garantizar su seguridad en el
futuro. La gente que vivía en los pueblos vecinos ya no volvía a sus hogares para pasar
la noche, ahora se quedaban en la ciudad para poder montar guardia (22). Nehemías,
junto con sus hermanos y su guardia personal, daban ejemplo al resto de los
trabajadores, durmiendo incluso vestidos para estar dispuestos en caso de ataque.
La historia de la iglesia de Cristo a través de los siglos es toda una crónica de
heroísmo ejemplar y sacrificio al servicio de una causa. Muchos de los personajes
señeros de la historia del cristianismo tuvieron que superar tremendas dificultades de
una u otra clase. Ellos fueron los primeros en darse cuenta de que no era posible servir
sin sufrir. Sus logros son notorios, pero las penalidades que padecieron para alcanzar la
victoria se olvidan rápidamente: Calvino llevó a cabo su magisterio de enseñanza y obra
escrita padeciendo de forma constante de fiebres, tuberculosis, cálculos renales,
infecciones, gota y cólicos (con lo cual no es de extrañar que se mostrara ‘en extremo
irritable’ en alguna que otra ocasión); Richard Baxter, expositor de las Escrituras, daba
ánimos a amigos y conocidos con un nutrido epistolario, a lo que añadía una
sustanciosa obra escrita, como ‘pluma en manos de Dios’, sufriendo sin embargo, y de
principio a fin, una serie de dolores y enfermedades; John Wesley y George Whitefield
anteponían Cristo a cualquier otra cosa en sus vidas, sufriendo en el ámbito de lo
privado la prueba de un matrimonio desafortunado; Charles Haddon Spurgeon realizó
gran parte de su tarea como predicador en medio de profundas crisis de depresión;
Tom Bernardo hizo todo lo humanamente posible por sacar adelante a innumerables
niños huérfanos en Londres, siendo todo el tiempo objeto de injusta calumnia por parte
de una persona que tendría que haber frenado su lengua. Todos esos hombres
derivaban su inspiración de la Biblia, recordando que todos los grandes hombres de
Dios habían sufrido por razón de su fe, sabiendo bien el coste del discipulado y de
seguir a Cristo. En tiempos de persecución, John Bunyan les recordaba a las gentes lo
inevitable de una forma u otra de sacrificio: ‘pues el creyente que está ganado para el
cielo, si Satán no puede desviarle con lisonjas, tratará entonces de debilitarle con el
desaliento.’ A lo que añadía, ‘no hay persona que llegue al cielo que no sea por medio
de la Cruz; la Cruz es la señal ineludible, el camino a seguir para alcanzar el Reino de
Gloria.’

6. Dios es invencible
Líder y pueblo, canteros y soldados, padres e hijos, todos, sin ninguna excepción,
sabían bien que el éxito de la empresa dependía del Dios que había sido su promotor.

72
La narración del capítulo 4, tan llena de peripecias y riesgos, está deliberadamente
entremezclada con afirmaciones de la fe y confianza manifiesta en ‘el Dios del cielo’
(1:5; 2:20). La historia de la adversidad se vuelve entonces testimonio de la suficiencia
de Dios. Con su actitud, Nehemías hace que la confianza del pueblo en su Señor vuelva
a ser una realidad.
Su Dios, le recuerda Nehemías al pueblo, es ciertamente único (4, 9). Es, además, un
Dios que se goza en el trato con su gente. Con exultante confianza, se refieren a Él
como nuestro Dios (4, 9). Él es el Dios que los considera ‘tesoro suyo’ adquirido
mediante un ‘pacto’ de amor.
Dios presta atención a los suyos. Nehemías puede volverse a su Dios en los
momentos de crisis sabiendo que va a escucharles (4), y las oraciones no son sólo las del
líder, el pueblo ora también (9).
Dios es justo. Todos cuantos habían calumniado al pueblo de Dios iban a
encontrarse con que esas falsedades se volvían en contra suya (4), pues eso era lo que
se advertía en las Escrituras respecto a los que ofendieran de forma deliberada a Dios y
a su pueblo.
Dios es poderoso. Él es el Dios grande y temible (14) del pueblo israelita, y el que les
había ayudado una y otra vez a superar con éxito todas las pruebas y dificultades por
ser invencible en su omnipotencia.
Dios es santo. Todos aquellos que se atrevan a lanzar invectivas contra el pueblo de
Dios, acabarán dándose cuenta de que es en verdad un Dios temible (14) y que ese
pueblo vilipendiado es pueblo de su propiedad. Dios ama a ese pueblo suyo, y
despreciar a ese pueblo equivale a denostar del Dios que ha hecho de ellos lo que son.
Dios es soberano. Dios no sólo da fuerzas a los soldados israelitas mientras montan
guardia junto al muro en construcción, sino que está actuando al mismo tiempo entre
las filas de sus enemigos. Los complots de los que se oponen al proyecto (15) se ven
frustrados por intervención suya, dejando reducidos sus planes de venganza a vana
ilusión.
Dios nunca falla. En momentos de crisis extrema, Nehemías puede asegurar a su
gente que nuestro Dios peleará por nosotros (20). A Nehemías no le cabe la menor duda
de que ese Dios, que él quiere ahora que tengan presente (14), no cambia de parecer y
es digno de toda confianza. Su Dios no va a fallarles.
Inspirados por esa confiada certidumbre, Nehemías y los suyos siguen adelante con
su compromiso y reanudan las tareas de reedificación pese a los ataques verbales, la
presión psicológica, el peligro físico, un desaliento muy natural, el miedo que les
atenaza y un alto riesgo de ataques armados. Y si se ven entonces capaces de continuar
no es porque se gloríen y apoyen en una fe firme y robusta sino porque confían en un
Dios que es digno de esa confianza. Este pasaje deja patente que hubo momentos y
circunstancias en las que la confianza y las fuerzas de ese pueblo de Dios flaquearon
(‘los ánimos desfallecen…no podemos seguir adelante con la construcción de la
muralla’), pero las palabras de ánimo y esperanza de Nehemías resonaban aún en sus
oídos, Nuestro Dios peleará por nosotros. Su líder sabía que ahora tendrían que trabajar
duro, pero, en un análisis final, el éxito no dependería de su mero esfuerzo, sino de la
73
ayuda de ese Dios suyo fuerte y potente.
Esas palabras de ánimo de Nehemías, Él peleará por nosotros, brotaban del absoluto
convencimiento de que, aun siendo necesario el propio esfuerzo, la dependencia en
Dios siempre se ve recompensada.
La lectura de este capítulo no puede dejarnos impasibles. La actuación del cristiano
comprometido tiene siempre su repercusión positiva en el seno de la sociedad. Dios se
sirve de esos creyentes para que sean sal y luz en el mundo. Sin esa confianza firme y
constante en su Dios, la empresa acometida con tan buenos augurios habría acabado
en amargo desengaño. Hostigados por el desprecio y las burlas de sus adversarios (1–3),
sobrecogidos por el temor (8, 14), el desaliento (10) y la inseguridad (11–12), y el
abandono momentáneo del trabajo (15), la intervención de Dios hace que todo eso
cambie de forma radical, sirviéndose para ello de un creyente comprometido que
estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno.
La sociedad actual está falta de figuras públicas ejemplares a las que imitar y es,
pues, tarea urgente encontrar modelos adecuados de comportamiento. Los políticos no
suelen destacar por sostener unos principios éticos firmes y los hombres de iglesia que
predican un mensaje de compromiso apenas si cuentan a la hora de construir una
cultura poscristiana. En el mundo de hoy, los novelistas, los dramaturgos, los directores
de cine, nos ofrecen un panorama de sórdidas formas de vida sin detenerse, o
atreverse, a ponerlas en cuestionamiento. Pero una nación carente de sólidos principios
morales y espirituales corre grave peligro. Ante ese vacío generalizado en los ámbitos
del poder político, los medios de comunicación se limitan a señalarlo sin hacer, en
cambio, nada para tratar de mejorarlo. Un antiguo profesor de la Escuela de Estudios
Superiores en Economía de Londres, influido sin duda por el secularismo imperante,
afirmaba que ‘ahora hemos sido por fin liberados para poder seguir nuestros impulsos’,
de forma que ‘todo aquello prefijado y establecido de antemano ha de ser rechazado
por constituir una barrera en la realización de ese grandioso e imposible proyecto de
construir una vida en la que todos podamos ver satisfechas todas nuestras
necesidades.’ Pero ésa es una meta inalcanzable y todo aquel que intente hacerla
realidad está abocado al desengaño y la frustración. La satisfacción personal es el
resultado de un compromiso asumido para honrar a Dios y por amor al prójimo.
La Jerusalén de mediados del siglo V a. C. gozaba del privilegio único de tener a su
disposición una figura íntegra y apasionadamente comprometida. Su lema, repetido
continuamente, era ‘Acordaos del Señor, porque es grande y terrible’ (14), haciendo al
mismo tiempo todo cuanto estaba en su mano para evitar que fuera sutilmente minada
la fe del pueblo y desvirtuados sus principios y valores. Un siglo antes, Jerusalén había
sufrido a manos de unos líderes irresponsables ‘cual leones que despedazan a su presa’.
Los responsables del culto enseñaban que ‘no había que hacer diferencia entre lo puro
y lo impuro’ y Dios había sido así profanado entre ellos. Ante semejante degeneración
espiritual, el Señor había buscado ‘un hombre que levantara un muro y se pusiera en
pie en la brecha delante de mí…pero no lo hallé.’ Lo que se echaba de menos en
tiempos de Ezequiel sí que estaba presente en los días de Nehemías. Su fe, su coraje, su
espíritu de sacrificio y una forma de vida comprometida con unos principios, fueron los
74
factores esenciales para transformar una potencial derrota en un triunfante testimonio
que habría de perdurar en el discurrir de los tiempos.

La compasión del siervo


Nehemías 5:1–19

La siguiente sección de las memorias de Nehemías ejemplifica sus múltiples


recursos como líder al enfrentarse ahora a una cuestión por completo distinta en Judá.
En cada uno de los capítulos precedentes, Nehemías ha tenido que ir solucionando
diferentes problemas de índole general. En el capítulo 1, este siervo de Dios se
enfrentaba en primer lugar a algo muy personal: su propia reacción ante la noticia de la
desesperada situación en que se encuentra Jerusalén, el destino que parece aguardarle
ahí y su aceptación de responsabilidades por la reconstrucción de la muralla de la
ciudad. El capítulo 2 planteaba un problema político: ¿cómo un funcionario de palacio
iba a poder convencer al rey de Persia para que le permita ausentarse de la corte por
asuntos propios? El capítulo 3 presentaba los problemas de índole administrativa y
material que conlleva la reconstrucción de la muralla, junto con el desengaño de ver
cómo algunos hombres influyentes se desentienden del proyecto (3:5). El capítulo 4 se
ocupaba de la estrategia a seguir en prevención de posibles ataques por parte de sus
adversarios y el factor psicológico del desaliento que está haciendo mella en el ánimo
de su cuadrilla de trabajadores. El capítulo 5 planteaba el grave problema
socioeconómico que Nehemías tiene que resolver de forma rápida, firme y compasiva,
para que el proyecto tenga buen fin y la comunidad prospere.
La narración va a ocuparse ahora de proporcionarnos una información que nos era
desconocida hasta este momento. Cuando Nehemías partió de palacio en Susa, no se
trataba tan sólo de un israelita influyente que contaba con el permiso necesario para
reconstruir la muralla de Jerusalén, sino que iba además en calidad de ‘gobernador’ de
Judá por designio real (14). La autoridad imperial de la que gozaba explica la relativa
facilidad con que concierta diversos encuentros con el fin de discutir los aspectos
generales del proyecto (2:16–18; 4:14; 5:7–13) y hace también que podamos
comprender la enconada hostilidad de sus adversarios, gente que sin duda se había
beneficiado hasta ese momento de la ausencia de una autoridad local. Es muy probable
que Sambalat hubiera estado desempeñando esa función como oficial más próximo en
rango y difícilmente vería con buenos ojos (2:10) la llegada de un ‘intruso’ bien
organizado y altruista que iba a cuestionar su autoridad.
El escenario se transforma ahora de forma dramática pasando de las obras en la
muralla a las acuciantes necesidades económicas de Judá. A su labor como gerente de

75
la obra de reedificación, Nehemías une ahora sus dotes de trabajador social de
extraordinaria inventiva. Y, en el curso de la narración, nos enteraremos de los nuevos
problemas a los que va a tener que hacer frente, y para los que va a encontrar una
solución ejemplar tanto de fondo como de forma.

1. El problema de Nehemías (5:1–5)


Los obreros encargados de la retirada de escombros y preparación de la obra se
habían entregado a su tarea con dedicación y esfuerzo, y ahora esa etapa había llegado
prácticamente a su fin. Una vez puestas de nuevo en su lugar las grandes puertas (6:1),
el proyecto se daría por concluido. Pero lo cierto es que los obreros llevaban un tiempo
trabajando en condiciones de penuria económica y, dada la creciente presión de las
amenazas contra sus familias, su capacidad de resistencia estaba ya al límite. Hubo,
pues, gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra sus hermanos judíos (1) por causa
de unos actos de avaricia que habían originado una injusta pobreza para la mayoría. La
conjunción de distintos factores había provocado una situación en la que muchas
familias habían quedado reducidas a la miseria y a una total indefensión.
Ya hemos visto cómo, con el fin de reedificar la muralla, el equipo de constructores
y obreros tenía muy distinta procedencia. Muchos de los pueblos y villas de Judá habían
aportado hombres y mujeres para la ardua tarea de retirar escombros y cascotes,
limpiar y pulir de nuevo las piedras para, a continuación, colocarlas de nuevo en el
muro en cuarenta distintos emplazamientos. Para acometer semejante obra, todos
ellos habían dado un gran paso de fe, paso que había conllevado la renuncia a oficios y
puestos de trabajo habituales, y de campos de labranza y cuidado del ganado, por
espacio de dos meses, y ese sacrificio empezaba ahora a pasarles factura en su vida
familiar. Como los que ganaban el sustento estaban fuera, había familias que carecían
de lo necesario para poder subsistir.
En una economía simple, de aprovisionamiento de víveres casi a diario, la falta de
suministros por espacio de dos meses creaba inevitablemente serios problemas. Pero
ése no era el auténtico fondo del problema. La región había padecido recientemente
una hambruna generalizada y los alimentos escaseaban. Mercaderes avariciosos y faltos
de escrúpulos habían aprovechado la coyuntura para inflar los precios del grano, y la
situación se había agravado hasta el punto de que las gentes habían tenido que
hipotecar casas y fincas para poder alimentar a sus familias (3).
Por otra parte, el rey persa al que debían vasallaje había aumentado los impuestos
sobre campos y viñas para poder hacer frente a los gastos del imperio y, como
resultado de ello, a mucha gente le había resultado imposible cumplir con esas cargas
adicionales. Una de las facetas más negativas del gobierno persa en ese período ‘fue la
sangría de los recursos naturales de las distintas provincias para financiar los onerosos
gastos de la corte imperial, la construcción de nuevos y magníficos palacios, y la
interminable sucesión de campañas de pacificación o conquista.’ La sola mención de los
impuestos del rey ante el gobernador aseguraba poder contar con su atención y suscitar

76
preocupación. Ahora iba a ser obligación de Nehemías controlar su recogida, siendo
generalmente pagaderos a partir del producto obtenido en campos y viñas (4).
Para empeorar aún más las cosas, y tras haber tenido que deshacerse de sus tierras,
algunas de estas personas habían tenido que vender como esclavos a miembros de su
propia familia. Ésa era una práctica común en el antiguo Oriente Próximo, pero la Ley
Mosáica estipulaba las condiciones en que había de efectuarse la liberación de los
esclavos tras un período de seis años de servicio. La ley hacía hincapié en que todo
deudor debía ser liberado de cualquier carga financiera cada séptimo año,131 provisión
que con toda probabilidad, se había ido desatendiendo en el período que nos ocupa
(10:31), al igual que, sin duda, también fue sido la ley correspondiente a la esclavitud en
épocas anteriores de su historia.
Algunos prestamistas israelitas se habían hecho con un capital aprovechándose de
la desgracia ajena, gravando a las pobres gentes con intereses exorbitantes, práctica
explícitamente condenada en la Palabra de Dios. Ezequiel ya había denostado tiempo
atrás del abuso de ‘unos intereses desorbitados’ y la práctica de las ‘ganancias injustas a
costa del prójimo’ como una de las más ‘detestables prácticas’.134 Pero, a pesar de las
terribles consecuencias que tan condenable práctica traía, en ese nuevo siglo los
encontramos incurriendo en idéntica falta a la que les había abocado al exilio. Para
hacer frente a tan despiadadas exigencias, los tomadores de préstamos habían tenido
incluso que venderse a sí mismos, o sus hijos e hijas como esclavos (5) aunque la ley
mosaica prohibía de forma expresa gravar con intereses los préstamos hechos entre
israelitas. Tan desvergonzada violación de las enseñanzas de la Palabra de Dios
constituía un pecado que no podía ser pasado por alto.

2. La solución de Nehemías (5:6–13)


Al tener noticia Nehemías de conducta tan inhumana y de la magnitud del problema
causado por la falta de provisiones, hizo de inmediato tres cosas: responder
personalmente ante semejante agravio, organizar un encuentro público para tratar del
asunto y prepara una defensa del caso imposible de refutar.
Lo primero de todo, Nehemías responde de forma ecuánime y equilibrada ante
tamaña falta. Al oír el clamor de la gente y los cargos de codicia y usura, con muestra
evidente de conducta reprobable, flagrante injusticia y ausencia absoluta de toda
consideración hacia los más desfavorecidos, Nehemías se enoja grandemente (6).
Pero, aun así, lo que vemos es a un líder que controla perfectamente la situación.
Aunque está removido por lo que ha podido ver y oír, se niega a dejarse dominar por
los sentimientos: ‘Yo contuve mis emociones’. El enfado tiene su razón de ser, pero no
es respuesta suficiente. A la desazón causada por los acontecimientos, sigue una
reflexión que desemboca en acción práctica.
Enfrentado a un problema difícil y generalizado, Nehemías se sobrepone a la
tensión y trata la cuestión con los nobles y con los oficiales (7). Su reacción se ha
producido en tres distintos niveles: el emocional, el intelectual y el volitivo. Su corazón

77
se conmueve (se enoja en extremo), la mente se pone a trabajar (contendió) y la
voluntad pasa a ejecutar el pensamiento (me congregué contra ellos). Cuando las
buenas personas de este mundo oyen casos de crueldad, opresión y discriminación,
suelen sentirse conmovidas, sobre todo si a eso añaden lo que ven el la televisión y leen
en los periódicos, sintiéndose entonces quizás furiosas ante tanto desorden y
brutalidad, pero, con demasiada frecuencia, su reacción no va más allá de las meras
emociones y, agotados por la presión de una ‘tensión que no encuentra alivio’, acaban
sumiéndose en una estéril apatía.
La mente tiene que verse conmovida para interesarse por la información relativa a
una situación dada, sea sobre refugiados, el hambre en el mundo, la gente sin hogar, los
enfermos desatendidos o las múltiples tragedias que ocurren a diario a lo largo y ancho
de este mundo. Necesitamos tener mayor conciencia de las necesidades que afectan a
las personas para poder reaccionar y hacer algo verdaderamente efectivo ante tanta
injusticia. Hay que dar gracias a Dios por todas aquellas personas que no se conforman
simplemente con ver la televisión, sino que pasan a la acción y se hacen colaboradores
de fundaciones y organizaciones como TEAR Fund o sociedades misioneras,
ofreciéndose a tiempo parcial o completo o durante el período vacacional. A la reacción
emocional, se une una indagación que tiene como resultado una acción particular en
beneficio de los necesitados.
En segundo lugar, Nehemías se sirve de una ocasión pública concreta para hablar
del caso. Y aunque cuenta con el respaldo de la autoridad de la corte imperial, como
gobernador sabe bien que no le va a ser posible remediar la situación en solitario. Con
notoria sensibilidad, escucha las quejas de los oprimidos, se enfrenta decidido a los
ofensores y convoca una reunión. Acusar en privado a los nobles y a los oficiales no iba
a ser suficiente. La comunidad ha de ser convocada de nuevo, y hay que prestar
atención a cuantas voces de denuncia se eleven contra la avaricia de unos pocos:
Congregué contra ellos una gran asamblea (7). Nehemías sabía, asimismo, que de nada
iba a servir alcanzar un acuerdo verbal inmediato con los transgresores. Si sus ganancias
corrían peligro, esos hombres estaban dispuestos a pasar horas sin medida en defensa
de sus intereses. Había, pues, que enfrentarles a la realidad del problema de forma
directa y personal, pues de poco iba a servir la mera información de Nehemías sobre las
dramáticas condiciones de extrema pobreza en que se encontraban muchos hogares en
Judá. Una reunión a gran escala convencería a toda esa pobre gente que se iba a hacer
algo efectivo verdaderamente, al tiempo que dejaba claro a los ofensores que el nuevo
gobernador no podía ser ignorado. Las congregaciones generales ya habían
desempeñado un papel significativo en la evolución moral y espiritual del pueblo de
Dios tras el regreso de Esdras, y no cabía duda de que ahora era un momento adecuado
para volver a convocar otra. Todo esto viene a recordarnos la crucial importancia y
utilidad de las reuniones públicas para tratar asuntos comunitarios, sociales y
humanitarios, compartiendo información, influyendo en la opinión pública, suscitando
respuestas y apoyos, y movilizando una acción efectiva. De no poderse contar con un
cauce de intercambio de esa magnitud y características, las buenas intenciones se
disiparían y las ideas constructivas quedarían reducidas a nada.
78
En tercer lugar, Nehemías presentó una defensa y solución del caso que difícilmente
iba a poder ser refutada. Lo que tenía que decir era absolutamente crucial y el
gobernador iba ahora a hacer buen uso de su capacidad para exponer el caso de forma
persuasiva en base a ocho apartados coherentes y bien trabados para remediar tan
monstruosa injusticia.

a. Apelar a la conciencia (5:8)


Tan terrible estado de cosas se había visto aún más agravado al darse el caso (ya
apuntado) que, de forma previa a la llegada de Nehemías, unas gentes empobrecidas se
habían visto obligadas a venderse ellas mismas, e incluso a sus hijos, como esclavos a
los gentiles, siendo posteriormente redimidas por sus paisanos mediante pago, pero
con el problema añadido, en inevitable consecuencia, de no tener ya ni casa donde vivir
ni tierras que labrar, viéndose por ello obligadas a venderse de nuevo como esclavos a
familias israelitas, sirviendo así a gentes que pertenecían a su misma comunidad de fe.
Tan lamentable situación aún empeoró por el hecho triste de que esos nuevos ‘amos’
israelitas estaban explotando a gentes de su propia raza y religión hasta el punto de
hacer caso omiso de la provisión mosaica de redención y cancelación de deudas
pasados siete años de propiedad, para sorprendido contentamiento de los ofensores
paganos. Así, el nuevo acuerdo de renovación de pacto que propondría más adelante
Nehemías (10:31) parece dar a entender que se remediaba una situación insostenible
regularizando una vez más un punto en concreto de la ley dada por Moisés que había
sido ignorada o incluso relegada al olvido en Judá.

b. Apelar al amor (5:8)


Uno de los aspectos más preocupantes de ese cruel e injusto estado de cosas era
que los ofensores, que ahora eran los propios israelitas, se habían podido permitir
ignorar por completo esa relación comunitaria establecida en términos del pacto de la
que participaba todo israelita creyente. Los desposeídos de la fortuna eran judíos
hermanos y los transgresores habían cometido el delito de vender a sus propios
hermanos.
El pacto contemplaba, como dimensión verdaderamente insólita, una relación
personal en términos de fraternidad. La relación que tenían no era solamente entre sí,
sino con el Dios que les unía, y el uso constante que Nehemías hace del término
hermanos tiene la decidida intención de enfrentarles al hecho inapelable de asumir las
obligaciones establecidas en ese pacto, que ellos se estaban permitiendo ahora pasar
por alto y hasta ignorar. Las leyes establecidas por Moisés relativas a la práctica de la
generosidad y la bondad para con los deudores y necesitados en general, subrayaban
en espíritu y en hecho esa relación ‘fraterna’. La persona empobrecida es ‘un hermano
necesitado’, pero sigue siendo, pese a ello, miembro de la familia de la fe y por lo tanto
digno de amor. Abusar de esas personas era algo totalmente inadmisible.

79
Ahora se daba el caso de que esos hermanos condenados a la esclavitud en el
propio país se encontraban en situación más lamentable que sus compatriotas en el
exilio. Antes de su regreso a Judá, por lo menos habían gozado de una cierta seguridad
al vivir como una familia extensa verdaderamente unida. Pero, ahora, la desmesurada
avaricia de unos cuantos de entre su propia gente estaba destruyendo esa unión. Las
palabras de Nehemías forzaban a los transgresores a contemplar la realidad de lo
inconsecuente de su conducta, apelando al mismo tiempo a su conciencia, frustrando
con ello todo intento de posible justificación de su comportamiento. Entonces se
quedaron callados y no hallaron respuesta.

c. Apelar a lo moral (5:9a)


Tras esa primera llamada de atención argumentando en términos de la conciencia y
la compasión, Nehemías pasa ahora a apelar a su sensibilidad moral: Y agregué: No está
bien lo que hacéis.’ Su intención no es tan sólo hacer que se sientan a disgusto consigo
mismos al hacerse evidente su rapaz forma de vida, sino enfrentarles a una ineludible
obligación moral dentro de una comunidad asentada sobre las bases de una sociedad
que aspira a ser justa y buena. Todos los que deseen disfrutar de los beneficios y
ventajas de la vida en comunidad no pueden permitirse vivir egoístamente sin
plantearse la situación y necesidades de los demás. No se trata de eremitas viviendo en
solitario aislamiento de las realidades ajenas, sino que han elegido vivir
interdependentemente en el seno de una comunidad organizada, disfrutando de las
ventajas de la seguridad y la mutua compañía. Pero la vida en comunidad no es tan sólo
para disfrutar de privilegios y ventajas, también conlleva obligaciones y
responsabilidades, y los Diez Mandamientos habían puesto en manos del pueblo
israelita un conjunto de normas prácticas para el bien de todos en el marco de una
responsabilidad espiritual. Al separar a los esclavos de sus familias, quienes parecían
vivir tan sólo para la ganancia material se habían incapacitado a sí mismos para ‘honrar’
a sus padres con algún atisbo de credibilidad. Al privar de su libertad a los menos
afortunados, habían hecho patente que la avaricia era la raíz del mal presente. Las leyes
más básicas de moral social comunitaria habían sido transgredidas y Nehemías así lo
hace notar, ¿No debéis andar…?’
Nehemías, como gobernador que es, elige sus palabras con cuidado, pues sabe que,
pese a su avaricia, pueden ser persuadidos con argumentos morales. Kidner lo ve así:
‘Ese ¿no debéis andar…? es tanto un reproche como una invitación’. Nehemías expone
sus argumentos ante los responsables de esa situación siguiendo unos principios éticos
que son el fundamento de una sociedad ordenada y justa que garantice la seguridad de
las personas.
La sociedad contemporánea suele preferir el relativismo a los absolutos a la hora de
tener que decantarse por la opción moral. Las personas hacen antes lo que quieren que
lo que deben. Así, ese ¿No debéis andar…? es interpelación no bien recibida. Se prefiere
lo placentero a lo obligatorio. Pero Nehemías es consciente de que el futuro de esa

80
comunidad sólo podrá sostenerse con un sólido cimiento de principios éticos. Eso
suponía admitir y reconocer que sus semejantes, con independencia de su posición
social, estaban igualmente hechos a imagen de Dios, y que todos tenemos una
responsabilidad a la hora de determinar por qué valores vamos a regirnos según el
conocimiento que tenemos de la naturaleza de Dios y lo que leemos en su Palabra.

d. Apelar a la teología (5:9b)


¿No debéis andar en el temor de nuestro Dios? Nehemías apela ahora al
conocimiento que tienen del carácter de Dios. Como pueblo israelita, comprometidos
en una relación de pacto con Dios, ¿no van a estar dispuestos a reconocer que Él es
único, reverenciando su santidad, disfrutando de su misericordia, reflejando su amor,
poniendo por obra Su Palabra y obedeciendo Su voluntad? En el inmisericorde trato
dispensado a los de su propia comunidad, todas esas facetas habían brillado por su
ausencia. Y, como pueblo hebreo, sabían también que la doctrina no debe separarse de
la vida; creencia y comportamiento son la compañía inseparable de la auténtica fe. En la
concepción israelita de Dios, se esperaba de ellos que vivieran semejantes a Él, en
santidad, porque Él es santo, misericordiosos, porque Él es misericordioso, e íntegros
porque Él es justo. Así, todos los que no reflejaran esas cualidades en su conducta no
sólo estarían pasivamente ignorando la Palabra de Dios, sino, además, deshonrando de
forma activa Su persona. Durante siglos, los sabios de Israel habían enseñado a sus
comunidades ‘El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero el que se apiada del
necesitado le honra’.141 Imposible, pues, alegar ignorancia de concepto tan
fundamental y condición ineludible del pacto. Ellos sabían bien las normas, pero habían
decidido ignorarlas.

e. Apelar a las Escrituras (5:9b)


Es muy posible que Nehemías quisiera en esos momentos recordar a la gente un
pasaje en concreto de las enseñanzas del Antiguo Testamento. El lenguaje que usa y la
solución que propone son curiosamente reminiscentes de las ordenanzas del Señor en
relación al año del jubileo. Y puede que, a la vista de la desesperada situación de los
pobres de Israel, su intención fuera hacer ver que ésa era la ocasión de practicar con los
pobres idéntica generosidad a la mostrada con el extranjero en el siglo V a.C. En su
patente indiferencia ante la penuria local, esos prestamistas usureros no estaban ni
siquiera dispensando a los desheredados de la fortuna el trato contemplado en las
ordenanzas para con el extranjero necesitado.
Nehemías les plantea el caso con honesta claridad, Os ruego, pues, que abandonéis
esta usura…que hoy mismo les devolváis sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas;
también la centésima parte del dinero (10B–11). Y la referencia que Nehemías hace al
temor de Dios en ese contexto sea quizás recordatorio de las enseñanzas de Levítico 25
respecto a los pobres:

81
En caso de que un hermano tuyo empobrezca, y sus medios para contigo
decaigan, tú lo sustentarás como a un forastero o peregrino, para que viva
contigo. No tomes interés y usura de él, mas teme a tu Dios…No le darás tu
dinero a interés, ni tus víveres a ganancia, sino teme a tu Dios…Yo soy el SEÑOR
vuestro Dios… Y si un hermano tuyo llega a ser tan pobre para contigo que se
vende a ti, no lo someterás a trabajo de esclavo. Estará contigo como
jornalero…No te enseñorearás de él con severidad, más bien, teme a tu Dios.
Dios se había pronunciado con total claridad en su Palabra en relación a la
responsabilidad práctica de ocuparse de los pobres en el seno de la comunidad, pero lo
cierto es que se habían desentendido por completo de esa obligación.

f. Apelar al testimonio (5:9c)


A todo eso había que añadir, además, la reprensible conducta de los transgresores,
que no sólo deshonraba a Dios, sino que, al mismo tiempo, se permitía ignorar las
Escrituras; con su conducta, hacían nulo su testimonio ante el mundo no creyente. Los
transgresores debían, pues, rectificar tan flagrante injusticia social, pues sólo así podría
evitarse el reproche del adversario gentil. A Israel se le había confiado la tarea de dar
testimonio de una verdad única a todas las naciones. Pero no sólo tenían que
proclamarlo de palabra, sino igualmente confirmarlo con los hechos. El pacto suscrito
con Dios incluía los Diez Mandamientos y las ordenanzas como base teológica y moral.
En consecuencia, el testimonio era tanto verbal como visual. Si las vecinas naciones
paganas veían cómo trataban con crueldad a sus propios compatriotas, ¿cómo iban a
ser persuadidos de la exclusividad de la fe única de Israel? ¿Quién iba a creer que el
Dios de Israel era en verdad gentil, misericordioso y compasivo, si los que le rendían
culto eran crueles, inmisericordes y mezquinos con el pueblo que Dios amaba?
El testimonio consecuente es tema bíblico central y figura asimismo de forma
prominente en las enseñanzas del Nuevo Testamento en relación a la vida cristiana.
Jesús enseñó a sus seguidores que una vida ejemplar no sólo es elemento crucial en la
fe personal, sino asimismo un instrumento eficaz para ganar conversos y remodelar la
sociedad, influyendo en otros para que den gloria y honra al Dios que hace que ese
comportamiento sea una realidad. Los cristianos del siglo I eran conscientes de que su
testimonio ante el mundo debía ser tan explícito y elocuente como su comportamiento
habitual y su testimonio hablado.144 Aquellos creyentes que viven su fe de forma
consecuente y atrayente, no sólo contribuyen a que sea una realidad visible y creíble,
sino que ponen a prueba la no creencia de los que están a su alrededor. Edgar Wallace,
prolífico autor de novelas de suspense hace ya un par de generaciones, fue influido por
el modo cristiano de vida de un amigo suyo metodista, J. B. Hellier. Según palabras
suyas, ‘Estoy convencido de que mucho de lo que hay de bueno en mí lo debo a haberle
conocido. Él es la barrera permanente que me separa del ateísmo.’
Por el contrario, esos rapaces israelitas, propietarios de esclavos y prestamistas con

82
usura, daban con su ejemplo una visión por completo negativa a ojos del adversario
gentil. El testimonio inconsecuente daña seriamente la eficacia del testimonio cristiano.
W. E. Sangster solía hacer reflexionar a las personas con esta incisiva pregunta: ‘¿Habrá
quien se quede fuera de la Iglesia de Jesucristo porque yo estoy dentro?’

g. Apelar a la experiencia (5:10)


Nehemías no se limita a observar el panorama como mero espectador. Su actitud es
de compromiso y de interés personal en lo que allí está sucediendo, por lo que no duda
en enfrentarse a los que están cometiendo la ofensa, También yo y mis hermanos y mis
siervos les hemos prestado dinero y grano. Os ruego, pues, que abandonemos esta
usura. Confesión que puede entenderse como que él mismo está también en falta o,
por el contrario, que está dando ejemplo de otra forma posible de hacer las cosas.
En cuanto a la posibilidad de que él también estuviera en falta, cabe imaginar que,
como gobernador local y figura de peso específico, Nehemías hubiera hechos
préstamos de dinero y grano a los necesitados, esperando incluso alguna ganancia. De
ser así, estaría ahí confesando su propio abandono de lo establecido en la Palabra de
Dios en relación al préstamo a interés a su propia gente. Como oficial dentro del
gobierno, sus asuntos financieros puede que fueran gestionados por terceros, pero lo
que importa es que ahora se daba cuenta de que él también era partícipe de la falta
cometida. McCoville hace notar ahí que Nehemías ‘no oculta el hecho de que él
también ha dado dinero en préstamo. Pero, como el motivo es lo que cuenta, no hay
por qué atribuirle nada reprochable. Su alocución está respaldada por un
comportamiento y tiene un coste.’ En realidad, no hay nada en las Escrituras que dé pie
para pensar que ninguno de sus personajes, a excepción de Jesucristo, esté libre de
falta y pecado. Reconforta saber que un hombre de tal calibre, aun incurriendo en
error, es lo suficientemente honesto como para confesarlo. La dificultad estriba en ese
me enojé en gran manera (6), pues cuesta pensar que hubiera reaccionado así ante una
situación en la que él también era culpable, y posteriores versículos en ese mismo
capítulo hacen comentario explícito de la patente generosidad (14–18) de un hombre
que difícilmente buscaría ganancia a costa de gente verdaderamente necesitada.
Lo más probable es que Nehemías estuviera ahí dando ejemplo. Él, junto con sus
hermanos y compañeros, también había prestado dinero a esas gentes, pero sin
percibir ningún interés por ello; y ahora insta a otros a hacer lo mismo. Siguiendo el
precedente del año jubilar, lo que ahora tenían que hacer esos prestamistas era liberar
las propiedades requisadas en concepto de garantía y devolver igualmente el interés
exigido. Esa centésima parte del dinero y del grano, del mosto y del aceite
probablemente fuera, tal como Kidner sugiere, ‘en términos mensuales (12 por ciento
por año).’

h. Apelar al compromiso (5:11–13)

83
La demanda que Nehemías hace de una inmediata rectificación, Os ruego que hoy
mismo les devolváis sus campos…y también la centésima parte del dinero…que estáis
exigiendo de ellos, recibe pronta respuesta: Lo devolveremos. Nehemías estaba
firmemente convencido de la necesidad de una intervención pública en toda regla, para
lo cual llama a los sacerdotes con el propósito de hacerles jurar que harían conforme a
esa promesa. Nada solucionarían ahora unas vagas promesas de propósito de
enmienda. Una vez prestado el juramento, Nehemías une al uso de los sacerdotes como
testigos una actividad profética: Sacudí los pliegues de mi manto y dije: Así sacuda Dios
de su casa y de sus bienes a todo hombre que no cumpla esta promesa; así sea sacudido
y despojado’ (13).
El propósito de acciones visuales tan claras y concretas encerraba un ‘simbolismo
profético’ como refuerzo de la palabra hablada. Así, no sólo servían para ilustrar una
verdad, sino que facilitaban recordar lo oído. Para la mentalidad oriental, la señal era
parte indivisible del evento que se prefigura. Y puede incluso decirse que con ello se
iniciaba ya la acción descrita. Los ciudadanos del Jerusalén del siglo VIII a. C. que vieron
a un Isaías caminar por las calles ‘descalzo y desnudo’ como un preso cautivo, no
rechazarían su conducta como propia de un excéntrico o de un alarmista. En cambio, sí
se sentirían alarmados porque con esa acción dejaba patente que el proceso anunciado
ya se había iniciado. Y, más adelante, cuando estrella la vasija de barro contra el suelo,
los que estuvieran viéndolo se echarían a temblar al ver cómo los pedazos salían
disparados en todas direcciones: ‘Quebrantaré a esta nación y a esta ciudad al igual que
esta vasija de barro y ya no podrá ser reparada.’
De forma similar, los codiciosos nobles de Judá no verían en la acción de Nehemías
un acto público de excentricidad para hacer más comprensible su mensaje. Se trataba,
en realidad, de una advertencia audible y visible de que, si mantenían la palabra dada,
vendrían a ser tan pobres como el hombre más pobre de todo Judá, sacudido y
despojado, desposeído de toda propiedad y posesión.
Nehemías estaba firmemente decidido a que pecado social tan enorme fuera
reconocido como tal, esto es, como un flagrante acto de rebeldía contra la persona de
Dios, contra su Palabra y contra su pueblo. En virtud de lo que allí habían hecho (estar
presentes en la asamblea pública), dicho (el juramento), visto (Nehemías sacudiendo su
manto) y oído (la asamblea en su totalidad diciendo ‘Amén’, 13b), se esperaba de ellos
que en verdad cumpliesen con el juramento hecho en presencia de tantos testigos y
pusiesen remedio a la situación sin tardanza. La asamblea en pleno había alabado al
Señor por haber acabado con tanta injusticia y sucedió que los que habían dado su
palabra hicieron como habían prometido.

3. El ejemplo de Nehemías (5:14–19)


Al explicarnos la forma de vida de Nehemías en ese tiempo, se nos cuenta primero
lo que no hace (empobrecer a otros para beneficio propio), para luego dar razón de lo
que sí lleva a efecto (ayuda concreta a los más necesitados). Se nos informa también de

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que había sido nombrado gobernador en la tierra de Judá y que dos principios bíblicos
le habían motivado en su actuación.

a. Respeto a Dios (5:15)


Antes de considerar qué sería más beneficioso para él, se plantea en primer lugar
qué será lo que más complazca a Dios. Los gobernadores anteriores que me precedieron
gravaban al pueblo y tomaban de ellos cuarenta siclos de plata además del pan y del
vino; también sus sirvientes oprimían al pueblo. Pero yo no hice así a causa del temor de
Dios.
En el pensamiento de Nehemías, el respeto a Dios no era tan sólo cuestión de
actitud en acto público (8:6), sino que repercutía de forma práctica en la vida diaria.
Para él, significaba honrar el nombre de Dios, obedecer Su palabra y amar a Su pueblo.
Ésa era la razón, además, de que no osara comer su pan (14), ni se apoderara de su
dinero, ni bebiera su vino o abusara de su posición de superioridad: los gobernadores
anteriores que me precedieron gravaban al pueblo (15b). El temor a Dios incrementaba
su respeto a esas personas hechas a imagen y semejanza de Dios, y ése había llegado a
ser el principio espiritual por el que se regía. Él adoraba y respetaba a un Dios digno de
un temor reverente (1:5; 4:14) y, al igual que otros muchos, ‘se deleitaba en reverenciar
el nombre de Dios’ (1:11). Ese temor reverente determinaba su conducta (5:9, 15) y
constituía principio decisivo al juzgar el carácter de los demás (7:2).
Nehemías poseía una gran confianza espiritual (4:20: ‘Nuestro Dios peleará por
nosotros’), pero esa certeza no hacía de él persona presuntuosa e intransigente. A los
creyentes, no siempre les resulta fácil lograr el equilibrio adecuado entre la confianza y
la dependencia, la certidumbre y la reverencia. Siempre existe el riesgo de dar por
sentado lo que Dios va a hacer. Sansón recibió ayuda en repetidas ocasiones y llegó a
pensar que podía contar siempre con ello. Pero llegó el día en que sobrepasó su propio
límite: ‘ “Me quitaré las ataduras y me liberaré una vez más.” Pero ignoraba que el
SEÑOR le había abandonado.’ El rey Uzías era presuntuoso hasta rozar el peligro,
‘Mucha era la ayuda que había recibido hasta que se hizo poderoso. Pero su orgullo
precipitó su caída’ siendo llamado a juicio por un Dios santo. Sobrecogido hasta el
extremo por la santidad de Dios, Isaías reconoce su condición de pecador. El Señor
Jesús es para el creyente ejemplo constante de ‘reverente sumisión’ a ‘un Padre que es
Santo y es Justo’.151 Los cristianos pueden estar seguros de contar con los recursos
espirituales necesarios para la vida, pero, para lograrlos, primero hay que demostrar
confianza y sujeción a la Palabra.

b. Compasión hacia los demás (5:17–18)


Tras afirmar que él, a diferencia de sus predecesores en el cargo, no había sido
derrochador, da cumplidas razones de cómo había vivido. Cierto que había sido con
largueza, pero para poder dar de comer a otros y, para mérito suyo, sin desposeer a

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nadie de sus bienes para hacerlo: No reclamé el pan del gobernador, porque era pesada
la servidumbre sobre este pueblo (18). En vez de exigir rentas de las gentes de la
localidad para sufragar su propia hospitalidad, había alimentado a propios y ajenos con
su propio salario (17) proveyendo con abundancia alimentos y vino. Al coste se le solía
hacer frente a los impuestos propios del gobernador – distintos, por completo, de los
imperiales, pero Nehemías en modo alguno iba a consentir en gravar a unas gentes ya
agobiadas en lo económico más allá de sus fuerzas. Con ello esperaba sentar un
precedente de generosidad desinteresada e interés en el prójimo que bien podría ser
imitado por las familias más afortunadas de la provincia. Al igual que él mismo,
otras personas acaudaladas podían también hacer el bien con su dinero en vez de
derrocharlo para disfrute propio.
Las iglesias de los primeros tiempos del cristianismo sabían bien la responsabilidad
que tenemos hacia los pobres. En la economía de subsistencia característica del siglo I,
donde como mucho se aspiraba al equilibrio que no al crecimiento, la inmensa mayoría
de las personas vivían prácticamente al límite. Según cálculos fiables, el noventa y cinco
por ciento de la población carecía hasta de lo más necesario. El apóstol Pablo [que no se
encontraba en ese privilegiado dos por ciento] no exageraba al afirmar haber
experimentado gran necesidad.154 Pero, aun así, se esperaba de los cristianos que
pensaran en las necesidades de un prójimo aún más necesitado. Así era cómo se
demostraba el amor tanto a Dios como a las gentes de su creación, precioso tesoro para
Él.
Nehemías da ahí por concluida su descripción de la campaña iniciada a favor de los
derechos humanos y la justicia social. Pero, antes de pasar página, deberíamos fijar
nuestra atención en tres actitudes distintas hacia el dinero: los que lo necesitan, los que
lo idolatran y los que lo comparten.
Primero de todo, hay que tener en consideración a aquellos que necesitaban ayuda
de forma desesperada. El cuidado de los campos de labranza, dejado a un lado para
proveer a las acuciantes necesidades de la reconstrucción del muro, unido a la
hambruna, lo elevado de los impuestos, la pobreza generalizada, la deuda acumulada y
el aumento de la esclavitud, habían representado angustia e inseguridad para un gran
número de familias. Algo lamentable que sigue siendo una triste realidad en nuestros
días. Millones de personas siguen viviendo a día de hoy en la más absoluta pobreza,
careciendo de provisión mínima de alimentos, agua, cobijo y seguridad física. Viviendo
en una aldea global, los cristianos no podemos quedarnos indiferentes bajo ningún
concepto ante esos millones de hombres, mujeres y niños que claman diciendo que se
nos dé trigo para que comamos y vivamos (2). Y por cierto, cada año, el Tercer Mundo
tiene que devolverle a Occidente tres veces más de lo que recibe como ayuda en
concepto de pago de su deuda.
Un pequeño sacrificio a la hora de hacer nuestras aportaciones, una comprensión
adecuada de la situación, a la que habrá que sumar una campaña de sensibilización
ante el problema de la deuda externa, y una intensa actividad de oración
comprometida, pueden, en su conjunto, dar fondo y forma a la solución del problema
como responsable respuesta cristiana ante tamaño escándalo social.
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En segundo lugar, no puede menos que resaltarse hasta qué punto esos
transgresores de las ordenanzas habían hecho un dios del dinero, olvidando que, aun
siendo una de las necesidades básicas para la subsistencia, no tiene que convertirse en
la máxima prioridad. Quienes dedican su vida por entero a la adquisición de dinero rara
vez se sienten satisfechos. El ansia desmedida de dinero rara vez se sacia. Y dos son las
cosas que todos deberíamos tener en cuenta al respecto: no da satisfacción absoluta y
no dura eternamente. La cuenta bancaria más saneada no garantiza la felicidad y pierde
todo su sentido más allá de la tumba. Un conocido actor de cine, fallecido a la edad de
87 años, había hecho él mismo balance de su vida: ‘He llegado a poseer 12 caballos,
siete Rolls Royce, y he disfrutado de amantes en París, Londres y Nueva York – y nada
de eso me ha proporcionado auténtica felicidad.’ Los cristianos necesitamos el dinero
para vivir como cualquier otra persona, pero hemos de negarnos a idolatrarlo. Es algo
para usar, no un fetiche al que adorar.
En tercer lugar, Nehemías es un magnífico ejemplo de creyente que hace buen uso
de su dinero. Lo utiliza para ayudar a los demás, les hemos prestado dinero y grano (10).
Sabiendo que muchos de los oficiales eran culpables de explotación inadmisible de los
necesitados, afanándose codiciosos por atesorar la mayor cantidad de riquezas posible,
yo no hice así puntualiza (15). Muy al contrario, asume de su propio bolsillo los gastos
de manutención más acuciantes, negándose a gravarles aún más con impuestos, porque
era pesada sobre este pueblo la servidumbre (18). Nehemías no era hombre perfecto,
pero en su reverencia y temor de Dios, su obediencia a las Escrituras y su amor a las
personas, fue un modelo de generosidad práctica y compasión hacia el pobre.

La protección del siervo


Nehemías 6:1–19

No iba a ser ese el último enfrentamiento de Nehemías con los que se le oponían.
Tras haber dado magnífica solución a una serie de problemas – personales, políticos,
pastorales, administrativos y sociales, cabía hacer balance de lo conseguido. Su equipo
de trabajo había ya reedificado la muralla y él había asentado las puertas (1), perono
tardando mucho, hacen su aparición nuevos problemas. Son sin duda parte de la trama
urdida por sus adversarios para anularle en esa última fase de un proyecto que llegaba
a su fin coronado con el éxito. Su registro de los hechos presenta cuatro complots
distintos contra ese siervo de Dios en un momento crucial.

1. El complot para secuestrarlo (6:1–4)

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Sus adversarios se habían dado cuenta de que pocas esperanzas tenían ya de ver
desbaratada la obra de Nehemías, pero en cambio quedaba tiempo suficiente para
provocar su caída. A esas alturas, les había quedado claro que Nehemías no había ido a
Jerusalén con el único propósito de reedificar la muralla. Su intención, era asimismo,
dejar bien establecida la comunidad y hacer de la ciudad un lugar seguro. Su tarea no
iba a consistir tan sólo en gestionar la obra. Dios había levantado ahí a un líder
espiritual con capacidad para influir. Sus enemigos se han propuesto destruirlo y la
única manera de llegar hasta un ciudadano tan bien protegido iba a ser atrayéndolo al
campo enemigo con argucias. Una vez en su poder, sería tarea fácil deshacerse de él.
Con el fin de dar una explicación satisfactoria al rey de Persia, podrían inventar una
historia achacando su muerte a un ataque por sorpresa de los salteadores de caminos.
Según nos informa el propio Nehemías, Sanbalat y Gesem me enviaron un mensaje,
diciendo: Ven, reunámonos en Quefirim en el llano de Ono’ (2). La localidad propuesta
para el encuentro, a medio camino entre Samaria y Jerusalén, habría situado a
Nehemías en la frontera de los territorios hostiles de Asdod y Samaria. Pero lo cierto es
que habría tardado toda una jornada en llegar hasta allí, a lo que habría que sumar otro
día para tratar el asunto, y otro más para el regreso, lo cual venía a suponer, en
momento tan crítico, pasar casi una semana ausente de su puesto de responsabilidad.
Y, además, no era ni la ocasión ni el lugar adecuado para encuentros a nivel regional,
sobre todo sabiendo el fondo de las intenciones de sus adversarios. La invitación,
aunque inocente en apariencia, enmascaraba una apenas disimulada sentencia de
muerte: Pero ellos tramaban hacerme daño. Nehemías había interpretado
acertadamente el caso y ahora se mostraba resoluto e inamovible.
Hombre de claro discernimiento y oración constante, difícilmente iba a recibir una
invitación de esa clase sin ponerla en presencia de Dios. Y el Señor puso en su corazón
qué debía hacer por la seguridad de Jerusalén (2:12) y por su propia integridad física. A
lo largo de los meses transcurridos desde su llamamiento (1:11), había sido fortalecido
(2:2), equipado (2:4–9), animado (4:6), protegido (4:15) y guiado (5:1–13) por el ‘Dios
del cielo’ (2:20). Y ahora se le advertía de forma expresa por parte del Señor que esa
aparente reunión de consulta era una trampa peligrosa. El tiempo que Nehemías
pasaba en oración en presencia de Dios le hacía más sensible a la guía divina y a sus
avisos. Dios le había hecho ver las razones para no aceptar esa invitación, sabiendo que
sus enemigos estaban determinados a hacerlo desaparecer.
A lo largo de los siglos, los cristianos han estado agradecidos a Dios no sólo por sus
indicaciones respecto a lo que debían hacer, sino asimismo por sus advertencias sobre
lo que debía evitarse. El don del discernimiento es una cualidad espiritual especial, y de
máxima urgencia donde puede darse el caso de ideas en apariencia razonables que
llevan en su interior el germen del desastre. En el siglo I, el apóstol Juan advertía a sus
lectores que no debían aceptar sin más las cosas en apariencias inocuas; el mal puede
ocultarse bajo la apariencia del bien, siendo necesario entonces ‘poner a prueba a los
espíritus para ver si proceden de Dios’.
Nehemías era un hombre resoluto. Sabía bien que Ono presagiaba el desastre y así

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lo dice. Este gobernador era asimismo persona de sólidos principios. Por saber con
precisión qué opinión le merecía la situación, reacciona ante la invitación propuesta con
firme convicción. Algunos de sus coetáneos quizás podrían acusarle de ser intratable,
inmisericorde, no cooperativo, pagado de su propia opinión, y algún otro defecto más,
pero, una vez convencido del curso a seguir, nada iba a apartarle de defender y
mantener hasta el fin sus ideas. En la actualidad vivimos inmersos en una cultura en la
que la intolerancia es el enemigo más grande y, sin embargo, son muchos los que no
están dispuestos a tolerar a quienes sostenemos principios firmes y defendemos una
moral de valores espirituales. Hombres y mujeres con las ideas muy claras y conducta
que no sabe de componendas respecto a la sexualidad, el matrimonio, el consumo de
alcohol y drogas, y la defensa de la vida en oposición al aborto y la eutanasia, son
rechazados como fanáticos mojigatos que no hay que tolerar. Un mundo sin sólidos
cimientos morales necesita el testimonio de creyentes firmes en unas convicciones bien
meditadas y sustentadas, a lo que unen una compasión que no conoce límites ni
fronteras.
Nehemías iba a mostrarse inflexible. No sólo sabía el porqué de sus decididamente,
sino que, además, y a pesar de instársele continuamente a reconsiderar su postura,
estaba dispuesto a mantenerla hasta el fin. Sus enemigos, en cambio, creían
convencidos de que su plan daría resultado al final, lo único que había que hacer era
perseverar pese a la negativa inicial y esperar la ocasión oportuna. A ese primer intento,
Nehemías había respondido con un Estoy haciendo una gran obra y no puedo descender.
¿Por qué ha de detenerse la obra mientras la dejo y desciendo a vosotros? (3). Pero ellos
no están dispuestos a aceptar un ‘No’ por respuesta: Cuatro veces me enviaron
mensajes en la misma forma, y yo les respondí de la misma manera. Es importante ser
siempre consciente de que una cosa es tener las ideas claras, y otra muy distinta, y
difícil, mantenerse en una postura. Nehemías estaba más que decidido a no dejarse
manipular. Una vez apercibido del peligro implícito, nada iba a hacer que se apartase de
su primera resolución y respuesta. En la actualidad, tanto en la sociedad como en la
iglesia, hacen falta también personas de firmes convicciones, determinadas a no desistir
de sus principios y a honrar a Dios por persistente que sea la oposición y por muy
elevado que sea el costo.

2. El complot para desprestigiarlo (6:5–9)


Al negarse Nehemías, por cuarta vez consecutiva, a aceptar su invitación, Sambalat
comprendió que tenía que cambiar de táctica. La invitación a reunirse en el valle de
Ono fue cursada una quinta vez, pero en esta ocasión el mensajero portaba una misiva
abierta con especificaciones muy concretas. Como carta no sellada, se la podía
considerar propiedad pública, y todo aquel que se encontrara en el camino con su
portador tenía plena libertad para leerla. Los términos en los que estaba redactada
incriminaban a Nehemías en deshonrosas intenciones y corruptos motivos para
reconstruir la muralla, poniendo en grave sospecha su integridad como líder: Se ha oído

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entre las naciones, y Gasmu dice, que tú y los judíos estáis tramando rebelaros; por eso
reedificas la muralla. Y según estos informes, tú vas a ser su rey. También has puesto
profeta para anunciar en Jerusalén en cuanto a ti: “Un rey está en Judá.” Y ahora
llegarán a oídos del rey estos informes. Ahora pues, ven, consultemos juntos.
El plan era sutil y extraordinariamente peligroso. La acusación de conspiración, por
muy falsa que fuera, podía suponer una orden de regreso inmediato a Susa. Sambalat y
sus compinches no tenían más que hacer llegar esas insinuaciones a oídos de las
autoridades persas y el mal estaría hecho. ‘No hay humo sin fuego’, dice el refrán
popular. Y aunque Nehemías no era ni remotamente culpable, la tentación de hablar
con ellos y dejar bien expuesta la realidad del asunto, reafirmándose en su inocencia,
mostrando la fuente y origen del escándalo, y exigiendo por ello que tan injusta
acusación fuera retirada, era muy grande. Sus adversarios sabían bien que, para una
persona honorable, nada era más odioso que la idea de un libelo circulando sin
cortapisas. Pero a Nehemías le asistía la suficiente sensatez como para discernir que,
lejos de ser cierta esa pretendida notoriedad entre las naciones, los únicos que estaban
al tanto eran ellos mismos.
Una vez más, y guiado por una auténtica espiritualidad, Nehemías sabe cómo debe
reaccionar ante tales acusaciones: Envié un mensaje diciendo: No han sucedido esas
cosas que dices, sino que las estás inventando en tu corazón…Para que yo me
atemorizara…Pero yo oré (8–9).
Hacer frente a las falsas acusaciones no es nunca tarea fácil y es un problema tan
viejo como el mundo. Pero en las Escrituras encontramos algo al respecto. Si nuestra
reputación se ha visto perjudicada por calumnia injustificada, hemos de tener en cuenta
que, aunque dolorosa, puede ser una experiencia formativa, enseñándonos algo acerca
de nosotros, las Escrituras y Dios mismo.
En primer lugar, puede que haya algo que tengamos que aprender respecto a
nosotros, incluso a través de palabras tan injustas. Necesitamos entonces examinar con
toda honestidad nuestro propio corazón tratando de dilucidar si hay algo de verdad en
la acusación. Evidentemente, puede que se haya hecho con mala intención, pero eso no
excluye la posibilidad de que contenga algo de verdad en todo ello. Tendríamos que
hacernos eco del salmista en su oración, ‘Oh SEÑOR, Dios mío, si yo he hecho esto, si
hay en mis manos injusticia…escudriña mi corazón…y conoce mis inquietudes, y ve si
hay en mí camino malo’.
En segundo lugar, siempre hay algo que aprender en las Escrituras. En sus páginas,
encontramos una guía clara respecto a cómo reaccionar en casos de falta de
consideración y de injusticia. La Palabra de Dios prohíbe la venganza personal, que no
hace sino aumentar la falta, y es algo por completo en manos de Dios. Tenemos incluso
que interceder a favor de aquellos que ‘con falsedad proclaman toda clase de maldad’
en contra nuestra por razón de nuestra fidelidad a Cristo.160 Y es igualmente necesario
orar por uno mismo, solicitando paciencia para soportar en manso silencio la falsedad
(a semejanza de Jesús ante sus acusadores) o respondiendo en términos de
moderación, sabiendo que ‘la blanda respuesta aplaca la ira’ y que ‘el hombre con
paciencia, que controla su genio, viene a ser mejor que el que asalta la ciudadela’.6 Si
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nuestra conciencia está limpia, suele ser más conveniente no tratar de justificarse a uno
mismo. Con el paso del tiempo, y con paciencia, la mayoría de las más graves
acusaciones acaban por hacerse evidentes en su falsedad y el descrédito es entonces
para los que las urdieron.
En tercer lugar, por muy tristes y lamentables que puedan ser las circunstancias,
siempre habrá algo que podamos aprender respecto a Dios en medio de todo ello. El
Salmo 7 nos cuenta los problemas del rey David con Cus el benjamita; pero el dolor de
la prueba le llevó a descubrir que Dios era su refugio (1–2), juez (3–9) y escudo (10–17).
A la luz de esas grandes verdades, determina precaverse (1–2), indagar (en su propio
corazón, 3), confiar (11) y alabar (17), y ello por saber con pleno convencimiento que
tan sólo Dios puede transformar el mal en bien. David pudo así comprobar que el mal
provocado por la calumnia ‘se vuelve contra sí, y la violencia se estrella contra su propia
cabeza’ (16). Los que confían en Dios dejan que él obre y ruegan que les dé la fuerza, el
amor y la paciencia necesaria para no sucumbir frente a la adversidad. Ante la
disyuntiva que se le plantea, Nehemías deriva su fuerza de un realismo que se nutre, en
oración, de las Escrituras.
Realista en todo momento, sabe que los asaltos verbales son práctica extendida.
Como parte de una campaña de intimidación por parte de los que traman su ruina,
Todos ellos querían amedrentarnos, pensando: Ellos se desanimarán con la obra y no
será hecha (9). Que iban a tener que enfrentarse a la oposición, dada la magnitud de la
empresa, era algo que nadie dudaba, y Nehemías pronto comprende que un buen líder
tiene que estar preparado para esa clase de eventualidad. Es por eso por lo que,
poniéndose a la altura de las circunstancias, ni permite que su persona sea
desprestigiada, ni cede terreno, ni se amarga por ello.
La ayuda le va llegando a Nehemías en el curso de sus oraciones: Pero ahora, oh
Dios, fortalece mis manos. El enemigo deseaba que sus manos decayeran, de ahí el
ruego de Nehemías. Ruego al que se responde en los términos que él pide, junto con el
necesario discernimiento y esperanzada confianza.
La ayuda recibida va unida a la reflexión sobre lo que lee en las Escrituras. Sus
adversarios habían lanzado una ofensiva verbal con la intención expresa de hacer que
flaquearan las fuerzas de los que trabajaban en la reparación del muro y, en su oración
en concreto, es muy posible que Nehemías tuviera en mente las ‘manos débiles de
Isaías en otra prueba distinta: ‘Fortaleced las manos débiles, y afianzad las rodillas
vacilantes. Decid a los de corazón tímido: “Esforzaos, no temáis. He aquí, vuestro Dios
viene con venganza; la retribución vendrá de Dios mismo, mas Él os salvará” ’
El miedo es tema recurrente en el relato Nehemías, destacando de forma especial
en este capítulo. Tres de las cuatro secciones que lo integran contienen variaciones de
la palabra hebrea para ‘asustar’ (yaré; 9, 13, 14, 19). En una situación de terrorismo
psicológico, puede que Nehemías encontrara un cierto consuelo en las palabras de
Isaías. Quienes no se desvían del camino de santidad acaban recibiendo consuelo para
un corazón atribulado, fuerzas para unas manos cansadas y renovado vigor para unas
rodillas temblorosas.

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3. El complot para intimidarlo (6:10–14)
En el transcurso de los días, los ataques arrecian y se vuelven más virulentos. De
hecho, ésa suele ser la norma en la adversidad. Los cristianos de los primeros tiempos
tampoco estaban a salvo de los problemas, y la situación parecía empeorar cada mes
que transcurría. Convertidos primero en objeto de ridículo, se procedía después a
encarcelarlos, intimidarlos, azotarlos y, por último, matarlos. Los problemas de
Nehemías fueron tomando un cariz cada vez más siniestro en su forma y más acuciante
en intensidad. Toma entonces la decisión de ir a ver a un Hombre consagrado a Dios. Es,
de hecho, más que probable que buscaba poder compartir sus problemas y contar con
algún apoyo ante tan intensa oposición. Pero ese amigo viene a revelarse como otro
enemigo más. Nehemías se va a visitar a Semaías en un momento en el que el profeta
se encontraba encerrado en su casa (10). La expresión es un tanto ambigua, pero es
muy probable que quiera decir que se había pertrechado a sí mismo en su casa con el
propósito de aparentar también él temor ante los que se oponían a Nehemías, o que ‘se
había encerrado él mismo en la casa como acto simbólico indicativo de que su propia
vida estaba en peligro, dando a entender que ambos deberían huir y buscar refugio en
el templo.’ Eso le habría proporcionado a Nehemías una cierta forma de
confraternización e incluso podría explicar el propósito inicial de Nehemías al hacerle
una visita y consultar a un hombre santo sintiéndose acosado y bajo presión. La
cuestión es que todo eso no era más que un truco. Semaías había sido sobornado para
que pusiera en marcha el siguiente complot tramado. ‘Cuando entré yo en su casa, él
dijo: Reunámonos en la casa de Dios, dentro del templo, y cerremos las puertas del
templo, porque vienen a matarte, vienen de noche a matarte’ (10).
La intención era echar por tierra nuevamente la reputación de Nehemías. El plan
previo de pretender que era un revolucionario subversivo había fracasado a ojos vista.
El gobernador se había dado cuenta de esa trama en contra suya, poniendo de
manifiesto la mentira sobre la que se apoyaba, y mostrando por todo ello el desprecio
que se merecía. Al no poder acusarle de ser un rebelde político, tratan de hacer ver en
él a un transgresor religioso. Nehemías no era un sacerdote, y resulta que ahí estaba
ese falso profeta sugiriendo que debería refugiarse en el templo como hombre
perseguido que busca asilo, haciendo por tanto un uso indebido de la casa de Dios y
violando la prohibición explícita de entrar en el lugar santísimo no siendo sacerdote. El
hecho de que Semaías sugiriese cerrar las puertas parece dar a entender la intención de
atraer a Nehemías a la zona reservada en exclusiva para los sacerdotes o, con las
puertas así cerradas, como mínimo demostrar que Nehemías habían violado las normas
de santidad del recinto. Falto de testigos, la refutación de Nehemías de la palabra de un
profeta no tendría valor alguno.
Pero, una vez más, Nehemías presiente el peligro, dándose cuenta al mismo tiempo
que ciertamente Dios no lo había enviado, sino que había dicho su profecía contra mí
porque le habían pagado…para que yo me atemorizara y obrara de esa manera y

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pecara, y ellos tuvieran un mal informe de mí y pudieran reprocharme (13).
La integridad moral de Nehemías estaba más allá de todo reproche y su conducta en
Jerusalén había sido intachable. Por eso, y tras haber fallado el intento de matarle,
estaban seguros de que lo más perjudicial que podían hacerle a un hombre honesto era
deshonrar su buen nombre. Afortunado como era en lo material, Nehemías estaba
convencido de que ‘un buen nombre es más deseable que las riquezas’. Por otra parte,
sabía bien que toda esa conspiración tenía como objetivo final destruir su reputación en
Jerusalén. Sus adversarios sabían que no era muy probable que Nehemías fuese a
dar por terminado su compromiso con su pueblo una vez terminada la muralla. El
tiempo pasado en compañía de la gente le había servido para darse cuenta de otras
facetas en lo moral y lo espiritual que estaban igualmente necesitadas de renovación. Y
su corazón y su voluntad tenían una nueva tarea que acometer, y puede que incluso de
mayor importancia que la ya finalizada. El enemigo no estaba, en cambio, dispuesto a
permitir que eso se hiciera realidad, y el modo más eficaz de conseguirlo empezaba por
desprestigiar el buen nombre del promotor, sirviéndose del miedo como primer
instrumento.
Se percibe una nota de apremio en el recado de Semaías: Vienen de noche a
matarte. Pero Nehemías confiaba en un Dios que es soberano (1:5; 2:4, 20), sabio
(2:12), poderoso (4:14, 20), misericordioso (9:17), compasivo (9:19), generoso (9:20, 25)
y paciente (9:30), un Señor determinado a librar a su fiel siervo del peor de los peligros.
Así, una vez más, la ayuda llega por medio de la oración (14). De forma gradual,
Nehemías va dándose cuenta de que Semaías no es el único profeta obrando en contra
suya. Una profetisa llamada Noadías y otros profetas varones habían sido manipulados
por el enemigo, prestando su voz a esa campaña intimidatoria. Ante el asalto a su
reputación y su persona, Nehemías responde, no con una contraofensiva, sino
volviéndose a Dios (14). Está, además, absolutamente determinado a que el juez sea el
propio Dios, no él como gobernador. El Señor es el que en verdad conoce los corazones
de esos adversarios suyos y sus falsas alianzas, lo corrupto de sus motivos, y lo dañino
de sus intenciones, y ahora él va a poner en el lugar que les corresponde a Sambalat,
Tobías, Gesem, Semaías, Noadías y a los demás profetas, pero no por sí mismo, sino con
la justicia soberana de Dios. Creyendo urdir la destrucción inminente de Nehemías,
están en realidad preparando para sí mismos un destino fatal

4. El complot para socavar su autoridad (6:15–19)


A pesar de los repetidos intentos de provocar la caída de Nehemías, su proyecto
inicial se corona con total éxito. La muralla fue terminada el veinticinco del mes de Elul,
en cincuenta y dos días. Y aconteció que cuando se enteraron todos nuestros enemigos y
lo vieron todas las naciones que estaban alrededor nuestro, desfalleció su ánimo; porque
reconocieron que esta obra había sido hecha con la ayuda de nuestro Dios.
Desde el momento mismo en que había hecho sus primeras y muy discretas
averiguaciones al respecto, junto con la inspección a medianoche del estado de las

93
murallas, Nehemías sabía que tendría oposición, por eso, la tarea había tenido que ser
iniciada lo más rápidamente posible, lo cual había significado que el proyecto de
reedificación se acometió en los calurosos meses de verano, abarcando de mediados de
julio a finales de septiembre, ciertamente en la estación del año en que más fuerte
pega el sol y el trabajo se convierte en faena agotadora. Pero ahora todo había
terminado y, durante siglos, aun cuando este muro tuviese que ser reemplazado, el
proyecto suyo perduraría como tributo de carácter único a la visión de un líder
excepcional, a la tenacidad de los que con él habían colaborado y, por encima de todo,
a la extraordinaria ayuda del Señor. Otro indudable ejemplo más de la realidad de la
providencia y la protección de Dios a quienes le buscan.
La narración que Nehemías hace de todo ello es, además, homenaje a la eficacia del
testimonio humano como instrumento de persuasión. A lo largo de todo el proyecto,
Nehemías siempre había estado dispuesto a reconocer, fuera por escrito o de palabra,
la fuente de su fuerza. Para ello, empieza dando en primer lugar testimonio por escrito
de que todos los grandes proyectos para honra de Dios empiezan por tener un fondo de
honestidad, una reflexión en su palabra y una oración confiada (1:4–11). Acto seguido,
da igualmente testimonio de que todo triunfo es debido a ‘la mano misericordiosa’ de
Dios que ha estado sobre él, haciendo que pudiera salir de Persia con autoridad, bajo
protección y con las provisiones necesarias (2:8). Ya en Jerusalén, había dado
testimonio personal a los constructores en potencia de esa providencial ‘mano
misericordiosa’ (2:18), perseverando en su testimonio a creyentes simpatizantes e
igualmente a ‘descreídos burlones’: ‘El Dios del cielo nos dará éxito’ (2:19–20).
Ese vehemente testimonio suyo no flaquea ni siquiera cuando la moral se encuentra
en su punto más bajo: ‘No les tengáis miedo, acordaos del Señor’ (4:14). Es el suyo,
además, testimonio agradecido, dando debida cuenta de la deuda contraída con el
soberano poder de Dios, que había frustrado los planes perversos de sus enemigos
(4:15). Y testimonio que no había vacilado al tener que dividir a su gente en obreros y
soldados: ‘Nuestro Dios peleará por nosotros’ (4:20).
Para las gentes acaudaladas, pero faltas de compasión, de la ciudad, su testimonio
se vuelve necesariamente admonitorio: ‘¿No debéis andar en el temor de nuestro Dios
a causa del oprobio de las naciones enemigas nuestras?’ (5:9). Al ponerlo por escrito, su
testimonio se vuelve humilde, ‘Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios’ (5:15). Y
cuando los problemas empiezan a multiplicarse, su testimonio es de dependencia de un
Dios que fortalecerá sus manos (6:9) y, ahora que las murallas han sido por fin
reconstruidas, es de rendida adoración, pues hasta sus enemigos reconocieron que esta
obra había sido hecha con la ayuda de nuestro Dios (16).
Los problemas, sin embargo, no se acaban ahí y no se circunscriben a esos primeros
meses. La expresión del inicio, También en aquellos días (17), va más allá del proyecto
de dos meses, dándonos a entender que ‘todavía más adelante, durante todo un
período’. Ahora, la narración adquiere una forma más sutil de intimidación que lo visto
hasta el presente. Con evidente dolor, Nehemías se dar cuenta de que muchos de los
profetas asentados en Jerusalén se oponen a él (14). Realidad a la que viene a sumarse
el descubrimiento de que muchos de los nobles de Judá se les habían unido, y que,
94
además, iban muchas cartas de los nobles de Judá a Tobías, y de Tobías venían cartas a
ellos. Porque muchos en Judá estaban unidos a él bajo juramento…Además, hablaban de
sus buenas obras en mi presencia y a él le informaban de mis palabras. Y Tobías me
enviaba cartas para atemorizarme (17–19).
Cabe pensar que ésa fuera la peor aflicción de todas. Cuando el enemigo es
identificable con precisión, el origen del problema es evidente y, en consecuencia,
pueden tomarse las precauciones necesarias. Pero lo siniestro de ese último ataque es
que sus contrincantes se han ido infiltrando de forma tan insidiosa entre los nobles de
la ciudad, que se ha vuelto prácticamente imposible distinguir entre amigo y enemigo.
La conversación más inocente podía ser transmitida a un potencial adversario,
alterándola y tergiversándola hasta hacerla prácticamente irreconocible. Ayudado en
sus planes por los principales de la ciudad, Tobías recibe continuamente nuevo material
que distorsionar y aprovechar para sus malévolas maquinaciones. Dos son los medios
(guardando, quizás, una estrecha relación entre sí) de los que se sirve para nutrir y
mantener activa esa infame red de subterfugios y espionaje: uno estrictamente
comercial y el otro del área personal en lo marital.
En primer lugar, conociendo la excesiva afición al dinero entre los nobles de la
ciudad, ha ido estableciendo una serie de alianzas, hasta el punto que muchos en Judá
estaban unidos a él bajo juramento. Nehemías tuvo que haberlo pasado mal intentando
decidir en quién poder confiar. Algunos de los que en un principio habían sido amigos
suyos estaban ahora unidos a Tobías por razón de intereses comerciales y, a pesar de
conocer lo turbio de sus manejos, no habían vacilado en ‘forjar nueva alianza con él’,
con el resultado práctico de proyectar una excelente imagen suya de cara a la galería.
Con la cuestión añadida de que ahora esa relación les reportaba muy sustanciosos
beneficios económicos. No ha de extrañarnos, pues, que no tuvieran ningún interés en
cambiar el estado de cosas (4:8).
El enemigo había cambiado de táctica, pasando de un ataque frontal bien visible a
una pertinaz campaña de labor de zapa. ¡Qué buen negocio se preparaba para los
carteros de la época! Efectivamente, los nobles no cesan en su envío y recepción de
misivas: iban muchas cartas de los nobles de Judá a Tobías, y de Tobías venían cartas a
ellos. El sutil juego del enemigo distorsiona los hechos y borra la memoria. La clase
privilegiada de la ciudad está viendo cómo entra el dinero a espuertas en sus arcas por
medio de los negocios que Tobías se trae entre manos y, llevada de su ansia
materialista, ya no se acuerda de que, en otro tiempo, ese mismo Tobías había tramado
inmisericorde la destrucción de Jerusalén (4:11).
Los que tienen la vista fija sólo en el dinero, rara vez se preocupan de otro posible
recurso o ayuda. Y menos aún suelen pensar en las bendiciones del ayer, las
tentaciones de hoy y la incertidumbre del mañana. Pero lo cierto es que con dinero no
se compra lo que más importa en esta vida. Al morir, todas nuestras posesiones se
quedarán en tierra. Entonces, lo que de verdad contará no serán las riquezas que
acumuláramos en vida, sino lo ricos que seamos en el cielo. Jesús ya advirtió con
palabras válidas para toda época, cultura o nación: ‘Estad atentos y guardaos de toda
forma de avaricia, porque la vida del hombre no consiste en sus bienes’.
95
Como parte de sus siniestras maquinaciones, Tobías había ido forjando alianzas
familiares: Porque él era yerno de Secanías…y su hijo Johanán se había casado con la hija
de Mesulam (18). Ésta sería, de hecho, la primera referencia directa a uno de los más
graves problemas de Judá –caer en la tentación de casarse con no creyentes o
creyentes a medias. Obsesionados con los logros personales, las ganancias financieras,
la mejora de los negocios y el prestigio social, habían sido muchos los que no habían
dudado en contraer matrimonios de conveniencia fuera de la fe de Israel (práctica
prohibida de forma expresa en la ley mosaica) o (como probablemente era el caso con
el círculo social de Tobías) con alguien que no estaba dispuesto a cumplir con las
obligaciones que conllevaba una lealtad sin componendas. Esos creyentes no
comprometidos a fondo con su fe, eran israelitas de nombre, disfrutando de la ventajas
propias de su fe, pero sin estar dispuestos a cumplir con sus ordenanzas.
Tobías había hecho todo lo posible por establecer vínculos con la jerarquía de los
nobles de la ciudad mediante la más íntima de las relaciones humanas. Las prioridades
espirituales de la nación ya no iban a tener que estar sometidas al criterio de los líderes
sacerdotales y los profetas. Los días de gloria de los dechados de perfección estaban
llegando a su fin. Zorobabel, Hageo, Zacarías, Malaquías, Ester, Esdras, y Nehemías se
contaban entre los últimos líderes de prestigio de la nación. Y si no era del todo así, por
lo menos podía decirse que los más grandes se encontraban entre ellos.
En los tiempos que se avecinaban, el destino espiritual de Israel iba a depender de
las familias devotas más que de los líderes de renombre. Pero eso no era una casualidad
circunstancial; la soberanía de Dios estaba detrás de ello. La palabra de la verdad no iba
a ser prerrogativa exclusiva de los profetas y los sacerdotes, y desde luego no iba a
estar en boca de los expertos, sino en el interior de los corazones sinceros, muy
particularmente, en aquellos que atesoraban esa verdad como núcleo central de la
propia familia: ‘Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos… cuando ellos te pregunten, diciendo: ¿Qué
significan los testimonios y los estatutos y los juicios que el SEÑOR nuestro Dios os ha
mandado? Le dirás…’. Ese ideal de unión familiar, de seguridad y de testimonio en
común dependía de la obediencia a las ordenanzas y advertencias relativas a
matrimonios desaconsejables e incluso, en algunos casos, prohibidos.
Lamentablemente, el paso del tiempo vino a ser testigo de muchos en Israel que
incurrían en ese error. Y eso era así incluso entre los mejores de ellos.
Al igual que Esdras antes que él, Nehemías iba a tener que hacer frente a ese
problema en su forma más aguda al ser los propios maestros de la ley los primeros en
incurrir en falta (13:23–30). Cuando se produce una separación entre lo que se predica
y lo que en realidad se practica, los problemas pronto hacen su aparición. Como historia
ejemplar, que induce al comedimiento, cumple a la perfección su cometido. La Biblia no
fomenta un optimismo sin base. Sus historias y sus ejemplos son recordatorio constante
de que tan sólo aquellos que hacen lo que Dios ha estipulado podrán beneficiarse de
sus dádivas.
Dos son las conclusiones a las que se puede llegar en este capítulo: el enemigo
puede ser sutil, pero con el Señor todo es posible.
96
Y ese enemigo en concreto estaba siendo sumamente sutil. Más allá de los ataques
en concreto de Sambalat y Tobías, cabía detectar a otro adversario aún más siniestro
que ellos. Esos hombres no eran en realidad más que meros peones en una campaña
sistemática de desprestigio, orquestada adrede por el mismo diablo con la aviesa
intención de desbaratar la obra divina. Aplicado a su siniestra tarea, no hay quien
escape a sus temibles maquinaciones. Hasta el propio ministerio perfecto de Jesús tuvo
su inicio tras una confrontación directa con las insidias del Maligno, empeñado en
apartarle de esa misión que iba a demostrarse única y definitiva. El diablo eligió la dura
prueba del desierto para tentar a Jesús con engaños muy similares a los urdidos ahora
contra Nehemías y los suyos. Las tentaciones de Jesús guardaban relación con la propia
satisfacción (piedras que se convierten en pan), el orgullo por propia valía (gobernar
sobre las naciones a cambio de someterse a Satán) y poner a prueba la propia confianza
(saltar al vacío desde el pináculo del templo) por encima de la palabra de Dios (Tú eres
mi Hijo amado, en ti me complazco’).
En la Jerusalén de ese siglo V a. C., las tentaciones adoptaban una forma muy
similar. Y su fuerza persuasoria sigue tan vigente hoy como ayer: un materialismo sin
freno (conseguir pan), un hedonismo sin límites (complácete a ti mismo) y un
secularismo en alza (piensa en ti, olvídate de Dios). El ansia de dinero de nobles
insaciables y profetas de alquiler, el gusto desmedido por el placer (aun incurriendo en
flagrante desobediencia) que abocaba a matrimonios de conveniencia, y el afán por
hacerse con el poder político (evidenciado por los adversarios de Nehemías como
gobernador) son, en su conjunto, lamentable prueba de la obra del diablo, todavía
vigente en la actualidad.
Como es de esperar, las tácticas van cambiando. Y de eso da fe este capítulo de
Nehemías. En la variedad de las pruebas a las que se ve sometido, el enemigo se nos
revela astuto (1–3), poniendo a un hombre íntegro en terreno resbaladizo, tenaz (4)
como ‘león rugiente’ en constante acecho de una posible presa ‘a la que devorar’,
mendaz (5–8) cual ‘padre de mentiras’, versátil (10–14), con variadas estratagemas,
inmune al desánimo (17–19), hábil en extremo para servirse de incautos que ni siquiera
son conscientes de estar siendo manipulados, aunque, y gracias sean dadas a Dios por
ello, frustrado más allá de toda medida cuando el creyente es capaz de recurrir a la
oración (9) poniendo todo en manos del Todopoderoso (14) confiando en que van a
recibir su fuerza (9) y su sabiduría (12).
La segunda gran lección que enseña ese capítulo es que con el Señor todo es
posible. Las dificultades se han ido sucediendo sin tregua ni descanso. ‘Las desgracias
nunca vienen solas, aparecen en tropel.’ La vida es así. Y la historia de Nehemías ha sido
conservada en las Escrituras para mostrarnos que es posible, aun enfrentados a la más
grande adversidad, reaccionar y buscar soluciones creativas.
Amenazados por la persecución, muchos creyentes de los primeros tiempos pronto
empezaron a sufrir en sus carnes los múltiples problemas de una vida de compromiso
con la fe. ‘Toda clase de pruebas’, dice el apóstol haber sufrido. Pero pruebas que
habían sido compensadas con ‘gracia sobreabundante’. Por terrible que pueda ser la
prueba, las fuerzas necesarias para superarla van a estar ahí. La epístola del apóstol
97
Santiago lo dice bien: ‘Él da mayor gracia’.180 La introducción al evangelio de Juan
abunda en ello de forma magistral, ‘Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia
sobre gracia’. La gracia es fuente constante de nueva gracia. B. F. Westcott lo expresa
con acertadas palabras, ‘Cada bendición que hacemos nuestra pasa a ser el fundamento
de otra bendición aún mayor.’182 El término ‘plenitud’ (pleroma) se utilizaba en la
navegación y hacía referencia a la total y perfecta dotación con la que debía contar el
barco: la tripulación necesaria, la carga precisa, suficiente provisión de alimentos y
bebida, medicinas, tela de repuesto para cambiar el velamen dañado, cuerdas y todo
cuanto era necesario e imprescindible para garantizar una navegación adecuada. Tan
sólo así podía decirse que el barco estaba en condiciones de iniciar la travesía. El
evangelio de Juan empieza asegurando a sus lectores que, por muy grandes que vayan a
ser las presiones y las dificultades a las que nos tengamos que enfrentar, todas nuestras
auténticas necesidades van a ser suplidas en abundancia por la inagotable suficiencia de
la obra de Cristo.

Las convicciones del siervo


Nehemías 7:1–73

Aconteció que cuando la muralla fue reedificada (1) no podía decirse todavía que la
tarea de Nehemías hubiese concluido, de ahí que acometiera la siguiente obra con
idéntico entusiasmo y dedicación. En este nuevo capítulo, se pone a nuestra disposición
otra de sus listas, prácticamente idéntica a la que encontramos en Esdras 2, pero con
algo más de interés que el que pueda ofrecer un simple archivo cronológico. Las frases
iniciales y la lista en sí nos presentan como Nehemías asume su liderazgo, siendo de
hecho relevante en la actualidad.
La muralla terminada era un logro impresionante y ciertamente memorable, y no
podía caber duda del papel crucial desempeñado por Nehemías a lo largo de todo el
proceso. Para el cristiano, el deseo de ser ‘usado’ por Dios es una fuerza motriz. En el
siglo XIX, dos misioneros cristianos, James Calvert y John Hunt, zarparon desde
Inglaterra con el propósito de evangelizar a los nativos de las islas Fidji. Su enfoque del
Palabra tenía distinto trasfondo: Hunt era wesleyano y, en consecuencia, arminiano,
mientras que Calvert era estrictamente calvinista. Aunque no coincidían en algunos
puntos doctrinales importantes, había algo que sí tenían en común: el respeto a la
santidad de la vida. Sabían bien que, en un entorno pagano, de poco va a servir una
ortodoxia teológica que no vaya acompañada de un comportamiento consecuente con
lo que se predica. Su tarea iba a desarrollarse en condiciones de total precariedad. Hunt
dejó escrito en sus memorias que, en más de una ocasión, tenía que elegir entre abrir la

98
ventana para renovar el aire de la habitación o mantenerla cerrada para no percibir el
nauseabundo olor procedente del gran caldero donde los nativos estaban guisando
carne humana. Para poder conservar la cordura en un entorno tan poco propicio,
decidieron intercambiarse opiniones respecto a un tema favorito: la santificación. Esa
correspondencia fue afortunadamente publicada años más tarde. En una de sus
primeras cartas, Hunt comparte con Calvert su deseo de no vivir la vida en vano, ya que
sería una gran desgracia para él.
Desgracia de la que sin duda se libró Nehemías, siendo justamente este capítulo el
que nos explica cómo llegó a ser un líder muy eficiente. Poseedor de un auténtico
tesoro de firmes convicciones, la naturaleza de su vida y de su trabajo son prueba de
ello en sujeción a Dios. Entresacados de un archivo sorprendente de un pasado remoto,
diez son los principios que cabe destacar como propios de un buen líder.

1. Honrar lo espiritual en primer lugar (7:1)


Con la muralla ya completamente reedificada y las puertas colocadas en su lugar,
Nehemías nombra responsables en cargos de suma importancia. A los porteros y los
cantores y los levitas, se les asigna un cometido y una responsabilidad específica.
Aunque escueto en el detalle, se hace evidente el gran aprecio de Nehemías por la
plenitud física, espiritual e intelectual de la comunidad israelita.
En cuanto a lo físico, lo prioritario era la protección. Los porteros tendrían asignada
en origen la tarea específica de cuidar de las puertas del templo, pero está claro que (3)
Nehemías, como buen gobernador, quería hacer extensiva esa seguridad a toda la
ciudad, ampliando para ello su radio de acción. El peligro físico era algo real. Con el
paso del tiempo y el consiguiente aumento de población y prosperidad, las cuadrillas de
bandidos que merodeaban por las inmediaciones de la ciudad, y que eran una amenaza
constante, irían desapareciendo. Pero, en aquellos primeros momentos, y ante una más
que notoria falta de presencia militar adecuada, toda precaución era poca. Los recién
nombrados porteros, a buen seguro cumplirían también una función como vigilantes en
las atalayas, a modo de centinelas provisionales, costumbre habitual en el mundo
oriental.
Tal como se desprende de un pasaje posterior, esos porteros también tenían una
responsabilidad moral (13:22). De vuelta a Jerusalén, tras haber estado ausente durante
un tiempo, se encuentra con casos de flagrante transgresión del descanso sabático, por
lo cual se apresta de inmediato a dar instrucciones muy precisas. Lo primero de todo, a
sus propios sirvientes y, a continuación, a los porteros levitas, para que las puertas de la
ciudad sean herméticamente cerradas, de manera que los comerciantes paganos no
puedan entrar en la ciudad para vender su mercancía el día santo de descanso y
adoración.
Las comunidades de hoy día también resultarían beneficiadas si contaran con
porteros esforzados, esto es, hombres y mujeres con claros principios éticos que se
ocuparan de proteger a los más jóvenes, a los mayores y a los más vulnerables en el

99
seno de una sociedad con unos valores morales en pleno declive – sociedad con un
número excesivo de personas que, haciendo caso omiso de las víctimas, se muestra
indiferente ante el declinar de la calidad y la cualidad de vida. El mundo de hoy está
necesitado de unos referentes morales, personas dispuestas a salvaguardar nuestras
ciudades y nuestras comunidades ante influencias que llevan en su interior el germen
de la destrucción – léase ahí, pornografía, prácticas sexuales desviadas, abuso de niños,
drogo-dependencia, alcoholismo juvenil, práctica del aborto libre, eutanasia y tantos
otros atentados contra la moral que son ya una lacra importante tanto en nuestro país
como en muchos otros. Hay que dar gracias a Dios por esos guardianes morales que
vigilan con dedicación para reducir al máximo los daños infligidos a personas inocentes,
alertando de los distintos riesgos, elaborando los informes necesarios de protesta,
poniéndose en contacto con las autoridades pertinentes respecto a leyes que modificar
o ampliar, y llevando a cabo una labor de consejería y asesoramiento entre las víctimas.
La necesidad espiritual en esa situación tenía que ver con la debida adoración.
Nehemías había nombrado cantores sobre los que recaía la tarea de dirigir a la
asamblea en el culto de adoración a Dios. Los dos meses previos habían estado
dedicados por entero a la reconstrucción de las murallas y a tratar de solucionar los
problemas que se iban presentando, lo que había supuesto centrar la atención en
cuestiones de índole material, integridad física y aportación financiera, pero, con la
designación de los cantores, Nehemías había llevado al pueblo a recordar que hay algo
más importante en esta vida que el trabajo y el dinero. Lo esencial era asegurarse que
Dios fuera el centro de su vida, y ello tanto en lo personal como en la vida de
comunidad y nacional. Ahora, como gobernador en funciones, iba a ocuparse del
mantenimiento del culto en el templo. Los seres humanos no habían sido creados tan
sólo para ser felices y convivir entre sí, sino, y de forma primordial, para honrar y alabar
a Dios. Los que niegan esta dimensión esencial de la existencia no pueden esperar
agradar a Dios ni vivir de forma equilibrada y satisfactoria. Fuimos creados para tener
comunión con Dios y, cuando negamos esa dimensión espiritual en nuestras vidas,
apartándonos deliberadamente del Señor, notamos cómo desfallecemos por falta de
savia espiritual. Si dejamos de vivir tal como Dios había dispuesto que lo hiciéramos, la
asfixia espiritual empieza a hacerse notar. Alejados de Dios, las cosas no van a funcionar
nunca como debieran.
Se cuentan por millones los que hoy día siguen negando la importancia de los
valores espirituales. En Occidente, son mayoría los que han optado por vivir de espaldas
a Dios. La verdad de la Biblia se rechaza, con arrogancia inaudita, como algo
perteneciente a un pasado ya remoto y por completo irrelevante. La autoridad de la
Biblia es cuestionada de forma sistemática en los ámbitos de lo secular; sus principios y
valores son como mínimo ridiculizados, sus convicciones rechazadas con desdén y sus
adeptos expuestos a la mofa. Este escepticismo no afecta tan sólo al cristianismo de
Occidente, ni es algo exclusivo de mi país. Con ocasión de las Conferencias Reith, el
Rabino Principal destacó que ‘la mayoría de los judíos viven ya de forma secular’,
citando un informe a respecto, elaborado en los Estados Unidos, que ponía de relieve
que tan sólo un 17 por ciento consideraba la ‘observancia religiosa’ como el aspecto
100
‘más relevante de la identidad judía’, mientras que otro estudio similar revelaba que
‘casi dos tercios de los judíos residentes en Norteamérica se mostraban en desacuerdo
con la afirmación ‘Para ser un buen judío hay que creer en Dios’.
En su momento, Nehemías era consciente de la infiltración gradual de ideas
seculares, oponiéndose con todas sus fuerzas a cuantas disposiciones se pretendieran
implantar contrarias a los valores y principios espirituales de Israel. Así, hizo cuanto
estuvo en su mano para que las gentes pudieran adorar a su Dios de forma regular y
aceptable, fomentando los ideales espirituales como señas de identidad de la
comunidad. Al ir al templo, las gentes podían experimentar una realidad distinta, que
les llevaba más allá de los asuntos del mundo predominantes en su existencia durante
el resto de la semana. En la práctica de esa adoración conjunta, podían reflexionar
acerca del auténtico sentido de la vida, de lo que significaba en realidad tener fe, de la
seguridad del perdón, de la supremacía del amor, de la garantía de las fuerzas
renovadas, de horizontes llenos de esperanza – riqueza de vida que no podía adquirirse
con dinero en el mercado, sino que era una realidad que se confirmaba en el templo.
Por eso, la adoración a Dios era el máximo ideal de Israel. Sin esa realidad presente en
sus vidas, serían como los paganos irredentos. Nehemías asigna cantores al templo para
que la adoración y la alabanza a ese providente y fiel Dios tuviera la máxima prioridad
en la vida comunitaria del pueblo de Israel.
Su necesidad intelectual era la enseñanza. Nehemías sabía que la fe no sólo es
cantar. Si el corazón va a responder en adoración y alabanza es porque la mente ha
tenido antes conocimiento. La fe ha de basarse en certidumbres espirituales y es
necesario que haya un responsable que se haga cargo de transmitir esas grandes
verdades inmutables. Nehemías designa entonces a los levitas para el cargo, para que
hagan las funciones de maestros y pastores de Israel, y para hacer entender a las gentes
las grandes realidades de su fe.
El papel de los levitas en el seno de Israel había ido adquiriendo cada vez mayor
dignidad y relevancia. La presencia y la función de la tribu de Leví era recordatorio
constante para los israelitas de la importancia crucial de las cuestiones espirituales en
medio de una sociedad en la que una de sus tribus había sido específicamente apartada
y designada para la obra de Dios y fiel testimonio dentro de la propia comunidad. Los
sacerdotes procedían en exclusiva de esa tribu y el resto de sus integrantes habían
compartido ministerio en el tabernáculo del desierto, en el templo y en medio de una
comunidad dispersa. Es muy posible, además, que, durante el exilio, sin templo donde
oficiar, esa asignación se circunscribiera en exclusiva a los sacerdotes propiamente
dichos. Cuando Esdras preparaba la vuelta a su tierra de origen, ‘buscó entre el pueblo y
los sacerdotes, y no halló ninguno de los hijos de Leví, por lo que de inmediato da las
órdenes oportunas para que ambas partes integrantes, esto es, levitas y servidores del
templo, se unieran a los que retornaban del exilio y asumieran la responsabilidad
espiritual que el futuro les brindaba.
Con independencia de su papel en el pasado, los levitas del período pos-exílico
parece que asumieron una función ejemplarizante en cuanto a lo pastoral y lo
formativo, tal como encontramos descrito en Malaquías. Cuando Esdras empezó a leer
101
la Palabra de Dios ante la congregación de Jerusalén, los levitas fueron los que hicieron
de intérpretes y expositores de las Escrituras (8:7–8). Nehemías era consciente de
que todas y cada una de las comunidades dentro de su provincia necesitaban un
maestro que les expusiera la verdad de esa Palabra relacionándola con los asuntos del
diario existir. En unos tiempos relativistas y pluralistas como los actuales, una de las
mayores necesidades va a ser poder contar con predicadores, maestros y líderes de
células por casas que proclamen y expongan las verdades eternas de las Escrituras, y
ello de una forma tal que se haga evidente su autoridad sin igual, su absolutamente
crucial importancia, su relevancia y validez en el panorama contemporáneo, y su
atractivo atemporal.
Esa múltiple designación de porteros, cantores y levitas efectuada por Nehemías era
muestra palpable de la importancia que concedía al cuerpo, a la mente y al espíritu. La
persona plenamente realizada ha de tener cubiertas sus necesidades físicas y morales, y
contar con una enseñanza efectiva y una práctica en la adoración que la lleve más allá
de sí misma.

2. El valor de unos compañeros de confianza (7:2)


Consciente de la necesidad de poder contar con colaboradores dignos de confianza,
Nehemías hace dos nuevos nombramientos, ampliando con ello el grupo directivo de la
ciudad: Puse al frente de la congregación a mi hermano Hananí y a Hananías, jefe de la
fortaleza, porque éste era hombre fiel y temeroso de Dios más que muchos.
Nehemías menciona ahí dos cualidades esenciales en un colaborador: la fiabilidad
en lo personal y la reverencia en lo espiritual. En unos tiempos en los que era tarea
harto difícil distinguir entre amigo y enemigo (6:10, 17–19), era vital disponer de
colaboradores de confianza a la hora de supervisar el discurrir de los asuntos en la
comunidad de Jerusalén. Los porteros necesitarían a alguien que supervisara sus
obligaciones y, teniendo en cuenta las graves amenazas sufridas en el pasado (4:11–12,
16–23; 6:10), esa cobertura militar eficiente era por completo imprescindible de cara al
futuro.
El que fueran personas dignas de toda confianza era cuestión primordial. La tarea
de reedificación había sido acometida por personas que no se rendían fácilmente ante
las dificultades, por muy grandes que éstas pudieran ser (4:19–23). Y, ahora, esa
empresa aún más difícil de renovar la vida moral y espiritual de las gentes de Jerusalén
exigía líderes de pareja integridad que fueran por completo fieles a su gobernador y
regente. Y eso era factor de particular importancia porque tanto profetas (6:10–14)
como sacerdotes (13:4–9, 28) podían ser objeto de manipulación por parte del enemigo
a causa de meros intereses lucrativos.
La reverencia a Dios era el otro requisito obligado en un líder que en verdad honre a
Dios y en quien los demás puedan confiar. Recién estrenados en el cargo, estos dos
nuevos responsables anteponen a Dios a cualquier cosa. Hananías era comandante
militar a cargo de la ciudadela de Jerusalén. Acostumbrado a mandar sobre sus

102
subordinados, sabe muy bien que ahora él mismo debe recibir órdenes de parte del
Señor. No había nadie en la vida de Hananías que estuviera por encima de su Dios. Con
cada nuevo amanecer, Hananías ponía su vida por entero a su servicio en fiel adoración
y con total confianza y obediencia. Temeroso de Dios más que muchos, su testimonio
era rico exponente de una espiritualidad ejemplar en unos verdaderos héroes de la fe y
ayuda idónea para Nehemías en su tarea como gobernador.

3. Identificar peligros concretos (7:3)


Hananí y Hananías eran ahora los responsables de velar por la seguridad de los
ciudadanos de Jerusalén, dado que Nehemías estaba convencido de que los ataques
sufridos volverían a repetirse en un futuro. El que la muralla estuviera ya reconstruida y
reedificada no era garantía contra posibles asedios. El enemigo se había mostrado
despiadado y determinado en sus ofensivas, y cabía esperar cualquier cosa por parte
suya con tal de minar el liderazgo de Nehemías. Ésa es la razón de que adopte dos
medidas importantes, la primera respecto a las puertas de la muralla y la otra en
relación a los guardianes.
Esa orden específica de no abrir las puertas hasta que caliente el sol quizás debería
interpretarse como ‘mientras el sol siga calentando’, esto es, ‘en el calor del día’ (NEB),
en el tiempo de la siesta, momento en el que la mayoría estaría descansando. Lo que
explicaría esa otra puntualización: Estando todavía los porteros en sus puestos, se
cerrarán y atrancarán las puertas. Nehemías se anticipaba así a la eventualidad de un
ataque a plena luz del día.
Y si él, como gobernador, ya había nombrado a personas idóneas para el cargo, iba a
ser ahora tarea de sus ayudantes asegurarse de que algunos ciudadanos aceptaran ser
centinelas en determinados puntos de la muralla, probablemente cada uno de ellos en
el lugar más próximo a su propia casa.
Como líder capaz, Nehemías sabía que tenía que ir por delante de sus adversarios
en sus planes, de ahí que tome diversas medidas para garantizar la seguridad física de
las personas. La responsabilidad del líder es dimensión de importancia capital. Jesús le
advirtió a Pedro sobre las aviesas intenciones de sus enemigos, y los apóstoles Pedro y
Pablo instaron con denuedo a los primeros cristianos a estar en constante alerta ante
los subterfugios destructivos del diablo. Cuando Juan escribió su carta desde Patmos a
iglesias muy concretas de Asia Menor, alertaba a todos los cristianos para que
estuvieran en guardia ante las insidiosas trampas de Satanás –fueran éstas de índole
religiosa, doctrinal o moral. En tiempos como los de hoy, en los que el pluralismo, el
hedonismo, el materialismo y el relativismo dan fondo y forma a los valores que
suscribimos y por los que nos regimos, las puertas y los guardianes siguen siendo tan
necesarios como lo eran en el Jerusalén de la época de Nehemías.

4. Fomentar una planificación estratégica (7:4)

103
Nehemías sabía que Jerusalén nunca se convertiría en ciudad próspera si no
incrementaba el número de residentes permanentes. Durante décadas, nadie lo había
considerado lugar idóneo para echar raíces y criar una familia, y ello en total desventaja
respecto al entorno más propicio del Judá rural, estable, seguro y con tierras para
cultivar. Pero ahora las cosas eran diferentes. La recién reconstruida muralla, junto con
sus correspondientes puertas, protegía la ciudad e impresionaba a cuantos se
acercaban. Además, la ciudad era espaciosa y grande, aunque el pueblo dentro de ella
era poco y no había casas reedificadas.
Nehemías se apresta, pues, a tomar las medidas necesarias para repoblar Jerusalén,
y para ello consigue acceso a los registros de todos los que habían regresado a Judá,
ocho décadas atrás, guiados por Zorobabel y los suyos. Nehemías es consciente, en
todo momento, de la importancia capital de adelantarse a los acontecimientos y pensar
por anticipado. Repoblar una ciudad era una empresa de envergadura y no iba a poder
realizarse con tanta rapidez y éxito como la reedificación de la muralla. Eran muchos los
factores que entraban en juego y ya no se trataba de la tarea, relativamente simple, de
organizar una cuadrilla temporal de jornaleros. Nehemías esperaba ahora que hubiera
gente dispuesta a renunciar a sus raíces y un entorno familiar, para irse a vivir a un
lugar por completo distinto al habitual. La gran mayoría procedería de comunidades
rurales de tamaño reducido, donde todos se conocían entre sí, para trasladarse a vivir a
la urbe renunciando, además, a vecinos y amigos de toda la vida. No era, desde luego,
proyecto fácil ni de organizar ni de ejecutar en la práctica. Pero, aun así, Nehemías sabía
con total certeza que era algo absolutamente necesario si es que se aspiraba a
prosperar económica y socialmente.
Es importante no perder de vista la posibilidad de que se nos esté dando ejemplo de
un ministerio urbano. Los principios básicos del capítulo tienen posible aplicación
directa al liderazgo en la iglesia, si bien el relato nos describe un plan de repoblación,
derivando para ello nuestra atención hacia una de las más grandes cuestiones de
nuestro tiempo –los problemas que plantea la expansión urbanística y las
oportunidades que trae consigo. Aunque, muy lógicamente, sea imposible trazar un
paralelismo entre el Jerusalén del siglo V anterior a nuestra era y una ciudad moderna,
era evidente que las diferencias entre esa ciudad y el Judá rural al que se pretendía
movilizar eran grandes, y el salto de uno a otro entorno iba a exigir una enorme
capacidad de adaptación. A día de hoy, se calcula que, para el año 2000 (2009), la mitad
de la población mundial estará viviendo en las grandes urbes y que, pasados cincuenta
años, la gran mayoría estará repartida entre más de novecientas ciudades con más de
un millón de habitantes.
La población de las ciudades aumenta en todo el mundo a un ritmo alarmante,
sobre todo en Asia, África e Hispanoamérica. No hace mucho tiempo, Londres era la
ciudad más populosa del planeta. Hoy ni siquiera figura entre las diez más pobladas. Los
problemas que conlleva la vida en las ciudades superpobladas son ahora múltiples y sin
precedentes – elevada tasa de desempleo, falta de servicios comunitarios básicos (agua,
alcantarillado, servicios médicos) y dolencias específicas de ese ritmo y esa forma de

104
vida. Y, aun así, siguen siendo considerados lugares ‘llenos de oportunidades, de
energía potencial, de gran creatividad’, actuando como imanes que ‘atraen a una
impresionante amalgama de gentes, dando lugar a muy distintas formas de vida, a
múltiples lenguas y trasfondos culturales, y también a muy distintas formas de fe.’ El
vicario de una parroquia de Manchester se vio de repente al frente de una población
infantil que totalizaba nada menos que treinta y dos lenguas distintas. El siglo XX ya se
despidió con un panorama urbano impresionante, y el presente siglo no ha hecho más
que agrandarlo.
El plan de Nehemías para lograr que las gentes se trasladaran a la ciudad nos dice
algo también a nosotros hoy día a la vista de una sociedad en vertiginosa expansión
ciudadana. Ya hemos tenido ocasión de comprobar el modo en que le preocupa a
Nehemías la explotación de los pobres, lo que le había llevado a acometer una enérgica
campaña a favor de la seguridad física de los más necesitados, del bienestar de la
familia, de las mejoras en lo social y el progreso económico, a lo que habría que sumar
el necesario compromiso espiritual. El capítulo final del libro va a mostrarnos que, ante
el avance imparable del secularismo, el materialismo y el pluralismo, Nehemías insiste
en las prioridades espirituales, un tiempo de descanso adecuado, el fomento del
sosiego ante un ritmo de vida dominado por el apremio de la competencia económica,
y el valor de la familia como factor estabilizante. Nehemías era un gobernador que tenía
el temor de Dios y practicaba el amor a las personas, dos factores básicos que iban
tener como consecuencia que las cuestiones sociales no fueran nunca algo marginal.
Al iniciar su gran periplo misionero, el apóstol Pablo visitó muchas de las grandes
ciudades del mundo antiguo –Jerusalén, Éfeso, Atenas, Corinto, Roma – exhortando y
animando a los creyentes de aquellos lugares a poner en práctica un evangelismo
creativo. En su caso, la tarea se iniciaba estableciendo contacto con personas temerosas
de Dios que, pese a ello, no habían tenido todavía ocasión de oír el Evangelio. Eso
suponía alquilar habitaciones donde celebrar reuniones y debatir cuestiones relativas a
la fe en un entorno sosegado y seguro. Se animaba asimismo a los creyentes a hacer
visitas domiciliarias y a establecer contactos en plazas y mercados, incluso en las calles.
De forma asidua, el apóstol Pablo contactaba con la gente allí donde se la encontraba, y
su espíritu creativo puede sernos de estímulo para adaptarlo a nuestras necesidades en
la actualidad. Tomándole como fuente de inspiración, son muchas las Misiones
Ciudadanas y las iglesias locales que han mantenido sin desanimo un testimonio firme y
decidido, unido a una acción social concreta. Ese ministerio sigue dando su fruto y
recientemente ha quedado recogido para la posteridad en unas publicaciones
específicas.
Para muchos de los coetáneos de Nehemías, trasladarse a Jerusalén suponía quizás
el mayor sacrificio de su vida, pero, tal como tendremos ocasión de comprobar más
adelante (11:1–2), hubo personas que se ofrecieron voluntariamente a hacerlo por
creer en el potencial de la gran ciudad y en las oportunidades que iba a proveer en lo
espiritual, en su integridad física, en la estabilidad social y en las perspectivas
económicas. Esa visión suya y su disposición para nuevos retos tiene su igual en
aquellos evangélicos de hoy que no dejan que la ciudad como tal carezca de sus siervos
105
y testigos, cristianos auténticamente comprometidos dispuestos a aprovechar toda
oportunidad de evangelizar que se presente, uniendo para ello el cuidado pastoral a la
preocupación social, esforzándose por llevar la justicia al ámbito de los derechos
humanos en el seno de las grandes comunidades urbanas del orbe.

5. Buscar la guía divina (7:5a)


Lo cierto es que la idea de hacer frente a las necesidades espirituales, sociales y
económicas de Jerusalén no se había originado en la mente de Nehemías. Como
gobernador, insiste en que la iniciativa ha partido por entero del Señor: Entonces mi
Dios puso en mi corazón reunir a los nobles, a los oficiales y al pueblo para que fueran
inscritos por genealogías. El plan de establecer y hacer prosperar a Jerusalén estaba ya
en el ánimo de Dios mucho antes de que surgiera en la mente de Nehemías. Este
importante detalle nos lleva a recordar un principio espiritual fundamental. Son
múltiples las oportunidades para el servicio que se presentan en todas y cada una de las
sucesivas generaciones de creyentes, pero, sin embargo, no es posible abarcarlas a
todas. Hay que aguardar en confiada espera en Dios para que sea Él quien nos muestre
qué es lo que quiere que hagamos. Nuestras energías y recursos han de centrarse en
aquellas áreas y lugares donde Él quiere que estemos, y eso tan sólo puede discernirse
pasando tiempo en su presencia con regular asiduidad.
Antes de que los primeros cristianos partieran para ir a evangelizar a todas las
naciones, se les dijo que debían permanecer todavía por un tiempo en Jerusalén. Y
mientras se mantenían a la espera, se les dio una visión (ganar el mundo para Cristo),
una forma de estrategia (comenzar en primer lugar por Jerusalén), un itinerario
concreto (Judea, a continuación la hostil Samaria y, seguidamente, hasta ‘los confines
de la tierra’), una promesa en firme (‘recibiréis poder’) y un compañero de trabajo que
viviría en su interior (‘el Espíritu Santo vendrá a vosotros’).
Su misión comenzaba en la ciudad. Jesús mismo les había dicho que allí era donde
tenía que empezar, precisamente entre aquellos que se habían burlado de él,
desprestigiándole, negándole o rechazándole: ‘que en su nombre se predicara el
arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén’. En aquellos tiempos, Jerusalén era sin duda alguna la peor opción de entre
todas las posibles, justo el lugar donde los ciudadanos habían hecho crucificar al Hijo de
Dios. El rechazo deliberado de Jesús constituye el más grave de los pecados; en
comparación, cualquier otro posible pecado palidece en relativa insignificancia. Es,
pues, ese gran pecado, y no otros, lo que llevará al incrédulo a juicio y a la pérdida de la
eternidad. Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que habrían de anunciar la buena
nueva a los que en Jerusalén habían perpetrado ese crimen, y asimismo a los blasfemos,
a los calumniadores, a los mentirosos, a los cobardes y a los escarnecedores, estaba
dando a entender que el perdón es para reconciliación con lo peor, y eso igualmente
para todos.
Sin duda, ellos habrían preferido comenzar su ministerio en un lugar donde no se les

106
conociera, donde fuera más seguro proclamar esa verdad, donde no corrieran peligro
de ser encarcelados, azotados, incluso ejecutados, como había sido el caso en
Jerusalén. Pero, aun así, sabían que tenían que actuar según se les había comisionado.
Si Jesús había dicho que la misión debía empezar en Jerusalén, ciudad despiadada y
opuesta a Cristo, así debería ser. Tenían que obrar en consecuencia con lo que su
Redentor quería que hiciesen, y esa receptividad suya a la guía divina fue de hecho
transmitiéndose a cuantos se les iban uniendo en la misión. El apóstol tenía por delante
muchas ciudades clave que evangelizar en distintas partes de Asia, pero el Espíritu
Santo le cerró algunas de las puertas que Pablo hubiera deseado franquear, abriéndole
en cambio otras que él habría dejado postergadas.196 Dios había puesto en su corazón
que fuera a Europa, y para ello primero pasó a otro continente según disposición del
Espíritu. El liderazgo cristiano eficaz requiere algo más que iniciativa, adaptabilidad,
resistencia, recursos e imaginación. Exige sumisión y una total y decidida obediencia.

6. Utilizar la ayuda disponible (7:5b)


En su deseo de responder a la guía del Espíritu en cuanto a la repoblación de la
ciudad, Nehemías encontró el libro de la genealogía de los que habían subido primero. Y
es en ese archivo donde da con la lista de los que subieron de la cautividad, aquellos que
Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevados cautivos.
Aun haciendo algo nuevo, esto es, repoblar la ciudad, eso no era inconveniente para
hacer buen uso de lo ya realizado en el pasado. La lista de los que habían regresado era
de gran valor como registro de las familias israelitas (6–25) que habían vuelto a su tierra
acompañados por Zorobabel en el año 538 a. C., y de los lugares en los que se habían
asentado (26–38). Nehemías no prescindía del pasado como algo de escasa o nula
importancia, sino que se aprestó a tomar algo de él para aplicarlo a las necesidades del
presente inmediato e incluso de un futuro más lejano. La historia era algo valioso, y ello
por ser relato vivo de las verdades, los valores y los principios que se habían ido
manteniendo aun en medio de la adversidad y con gran sacrificio. En sus páginas, se
recordaba el heroísmo de los personajes que habían dado lo mejor de sí mismos y la
continuidad de la fe. No se trataba de palabra muerta, anclada en un pasado
irrecuperable. Era un proceso vivo que encontraba santificada continuidad en la historia
del presente, y ahora él pasaba a formar parte de ella.
Las personas que aparecían mencionadas en esa lista podrían haber dado razón de
su propia deuda de agradecimiento contraída con Dios a lo largo de sucesivas
generaciones. Para las gentes que habían vivido en Judá en tiempos de Nehemías, se
trataba de la memoria conservada de sus padres y de sus abuelos que habían servido a
Dios en distintos ministerios a lo largo de décadas (39–60). Era la crónica de hombres y
mujeres de un siglo previo que estuvieron dispuestos a renunciar a la relativa seguridad
de la que disfrutaban en ese país para regresar a la tierra de la que eran oriundos, pero
que nunca habían visto, y enfrentarse al reto de una nueva forma de vida. Gente, en
definitiva, dispuesta a renunciar al entorno conocido de Babilonia en respuesta al

107
llamamiento de Dios a una existencia precaria y vulnerable en un país y una ciudad
saqueada y reducida a ruinas por el enemigo y en lastimoso estado de abandono. Al
igual que lo habían hecho en otros tiempos Abrahán, José, Moisés y Josué, se
enfrentaban a una aventura de la fe en obediente dependencia. La lista era mucho más
que un mero catálogo de personas anónimas. Sin ser muy extensa, la mención de
distintas familias israelitas componía una historia de voluntad, de coraje, de amor y
lealtad por parte de unos hombres y mujeres que respondieron en su momento al
llamamiento de Dios sin saber muy bien adónde se dirigían,
La lista como tal no sólo ponía a disposición de Nehemías los datos necesarios, que
más tarde aplicaría a su plan de repoblación (11:1–2), sino que suponía un incentivo y
un modelo a seguir para aquellos que estaban a punto de emprender la mayor aventura
de su vida siguiendo el modelo de sus antepasados.
Los mensajes que nos llegan del pasado, al igual que la historia de la iglesia, corren
grave peligro de ser relegados al margen en el mundo actual. Ya ni siquiera ocupan
lugar preferente en seminarios y estudios religiosos. La fascinación por el presente lleva
a muchos a prescindir del pasado como algo irrelevante: ‘Hay que enfrentarse a los
problemas de hoy, no plantearse cuestiones del pasado.’ Pero lo cierto es que el pueblo
israelita lo veía de forma distinta. Para ellos, el futuro no era algo a desechar y relegar al
olvido, sino que, muy por el contrario, les marcaba el camino a seguir hacia el futuro.
Aun sin poder discernir con total claridad hacia dónde se encaminaban, sí sabían en
cambio de dónde venían. El curso de su historia les ayudaba a enfrentarse al futuro con
la seguridad que les proporcionaba saber que, en el pasado, Dios les había guiado con
un propósito, ayudándoles con prodigios milagrosos, sosteniéndoles en su necesidad,
haciendo de ellos un pueblo para sí.
Richard Baxter se gozaba en las historias de los creyentes de otros tiempos,
dispuesto a aprender de sus experiencias, pues ‘grande era el provecho y ayuda que se
deriva de su conocimiento. He prosperado al amparo de las luces que muchos de
aquellos hombres sabios hicieron brillar y nos dejaron como herencia para el presente’.
Por ese mismo tiempo, George Herbert instaba a la gente de iglesia a leer libros escritos
por creyentes de otras épocas. No hay país que disponga de todo lo que precise, y no
hay siglo que haya gozado de plenitud absoluta: ‘Dios, en toda época y lugar, ha
dispuesto gentes que le sirvan’ y ‘al igual que no hay nación que disponga de todos los
recursos que le son necesarios y por ello tiene que haber comercio, tampoco Dios ha
puesto todo a disposición de uno solo, para que haya intercambio de conocimiento
entre los que le sirven para edificación mutua en amor y humildad’.198 Si sucede que en
algún momento nos atrevemos a sugerir que nada hay que aprender de nuestros
hermanos de otros tiempos, estaríamos menospreciando su tarea en amor (al dejarnos
el legado de sus escritos), desestimando sus dones y poniendo, con ello, en peligro la
necesaria humildad. Nadie ostenta el monopolio de la gracia de Dios. Al meditar acerca
de las vidas de los grandes hombres santos del pasado, hay que ser muy consciente de
que, en realidad, no es que pertenezcan al pasado, sino que nos han precedido a
nosotros en el camino a la gloria.

108
7. Identificar los dones complementarios (7:6–60)
La lista de Nehemías no sólo nos proporciona nombres y lugares relativos a los que
volvieron del exilio. Aparecen incluidas diversas formas de servicio: sacerdotes (39–42),
levitas (43), cantores (44), porteros (45), servidores del templo (46–56), designados en
un principio por el rey David ‘para ayuda de los levitas’, y los descendientes de los
siervos de Salomón (57–60), nombrados con el fin de suplir la tarea de los servidores
del templo ocupándose de los trabajos de mantenimiento del edificio en sí y de las
dependencias adyacentes.
Toda esa gente, tan variada en sus dones, era prueba patente de la provisión divina
a lo largo de los tiempos. Dones, a su vez, que, puestos al servicio de Dios, se
remontaban a Moisés y la institución del sacerdocio, y al establecimiento del reino bajo
David y Salomón, y todo ello en relación con el devenir histórico del pueblo de Dios, y
tanto para lo bueno como para lo malo, en prosperidad y en adversidad, en el solar
patrio y en tierra extranjera, en no interrumpida continuidad hasta ese momento
presente ya en pleno siglo VI a.C. en Judá.
Tanto para Nehemías como para sus contemporáneos, esa historia viva recordaba la
diversidad de dones que las personas aportan a la obra del Señor. Nehemías había
sabido hacer buen uso de esa diversidad en su gestión como gobernador. Obreros,
capataces, guardianes, soldados, maestros, administradores, aprovisionadores y
sirvientes, todos ellos habían tenido su función en el proyecto de dar vida a una nueva
comunidad. La multiforme gracia de Dios reparte dones y capacidades, y todos y cada
uno de los creyentes reciben su don de una u otra manera. Nuestra responsabilidad
ante Dios es la de discernir, desarrollar y aprovechar nuestros dones para beneficio de
otros y para gloria exclusiva de nuestro Señor. Todos deberíamos tener muy presente la
exhortación de Pablo a Arquipo en una de las epístolas redactadas en prisión, ‘Cuida el
ministerio que has recibido del Señor, para que lo cumplas’.
Es, además, responsabilidad del líder cristiano detectar los dones disponibles en la
congregación, fomentando su uso al servicio de la obra y mutuo crecimiento. Uno de los
méritos de la gestión de Nehemías tuvo que haber sido ese sabio discernimiento para la
próspera ejecución del proyecto como trabajo en equipo. Su relato pone así a nuestra
disposición una forma de ministerio en interdependencia, con una muy alta motivación
y un necesario espíritu de sacrificio en aras de unos objetivos concretos, siendo todo
ello para mayor gloria de Dios.

8. Obedecer a la enseñanza bíblica (7:61–65)


La lista da razón de unas seiscientas personas que volvieron del exilio, pero que no
podían demostrar si sus casas paternas o su descendencia eran de Israel (61). También
se hace mención de un número de sacerdotes, que tampoco podían demostrar con
claridad su ascendencia israelita, y que fueron por ello considerados inmundos y

109
excluidos del sacerdocio (64). Ésa es la primera referencia directa en el relato de
Nehemías a una cuestión que vino a tener importancia crucial en Judá: la aparición del
pluralismo en una nación rodeada de pueblos paganos con lealtades religiosas por
completo distintas. El deseo de mantener un sacerdocio ‘puro’ no obedecía, tal como
tendremos ocasión de comprobar más adelante, a un ansia de ‘limpieza étnica’, sino a
una muy comprometida voluntad de obedecer, en relación al pacto, la ordenanza de no
adorar a otros dioses. Esdras ya se había ocupado de ese problema con firme decisión
catorce años atrás y no dejaba de seguir siendo una precaución necesaria ante posibles
infiltraciones de prácticas sincretistas, que tanto mal habían causado a lo largo de su
historia y que, en parte, habían sido un factor del juicio que condujo al exilio babilónico.
A los pueblos de otras confesiones de fe que deseaban, pese a ello, comprometerse sin
reservas con la adoración del único Dios verdadero, sí se les permitía hacerlo, pero no
era posible en modo alguno comprometer la propia fe israelita en alianzas con otras
religiones. Ese rigorismo no estaba encaminado a preservar pura la raza, sino a proteger
pura la fe dentro de esa comunidad de creyentes que en el futuro habría de acoger en
su seno al Hijo de Dios, como verdadero Salvador del mundo y Mesías de Israel.
Todos aquellos casados con gente de distinta religión y, por ello mismo, con
distintas lealtades, principios y moral, estaban poniendo en peligro la proclamación,
preservación y continuidad de la fe de Israel. Y eso es algo que Nehemías tuvo ocasión
de comprobar por sí mismo más adelante (13:23–24). De ahí la importancia de esa
insistencia en la debida obediencia a las Escrituras en total lealtad a Dios, restringiendo
por tanto el matrimonio a aquellos que proclamaban esa misma fe y reconocían esa
dependencia exclusiva. Algo que iba, además, a hacerse evidente llegado su momento.

9. Fomentar la aportación generosa (7:66–73)


Cuestiones tan importantes como el matrimonio y la generosidad que es de esperar
en relación a la obra de Dios hacen su aparición en repetidas ocasiones (10:30, 32–39;
13:10–13, 23–29) y se nos ofrecen también de forma conjunta al final del relato
(13:30–31). Ambas prácticas guardan relación con la obediencia que el creyente debe a
las Escrituras. Aquellos que en verdad aman a Dios no van a descuidar su obra. Las
generosas aportaciones de los que volvían tras el exilio nos recuerdan la importancia de
nuestra responsabilidad de compartir nuestro dinero, si bien la generosa entrega de
nuestras capacidades es la más excelente aportación. Unas cuantas líneas sirven para
presentarnos unas aportaciones hechas con verdadero espíritu de sacrificio y de forma
ejemplar.
En primer lugar, esas aportaciones habían supuesto un sacrificio. Los recién llegados
del exilio aún tenían por delante la tarea de establecer su propio hogar y su medio de
subsistencia, en el campo, con un oficio o en el comercio. El dinero con el que
contribuían había sido ganado trabajando duro en Babilonia, y bien podrían haberlo
retenido hasta comprobar cómo les iba en esa nueva tierra. Pero no fue así como
razonaron. Su consideración de Dios estaba por encima de cualquier otra posible cosa, y

110
ello por estar firmemente convencidos de que Dios cuidaría de ellos si le honraban en la
forma debida.
La generosidad de esas gentes estaba siendo ejemplar. A esa anterior lista de
Esdras, Nehemías añadía ahora su propia aportación. Su intención es sentar un buen
precedente donando mil dracmas de oro, a lo que une tazones y túnicas para uso de los
sacerdotes. Sabe bien lo contraproducente que sería que el líder esperara de los demás
lo que él no está dispuesto a hacer. La aportación generosa puede ser motivo de
inspiración para que otros aflojen los cordones de su bolsa. Testimonio, pues, práctico
de propia gratitud por lo recibido y manifestación personal de amor, de obediencia y de
confianza en que el Señor suplirá a su vez nuestras necesidades.

10. Ejercer una mayordomía responsable


Repasando este capítulo, vemos que, como buen líder, Nehemías era plenamente
consciente de ese exclusivo privilegio que Dios le había concedido de guiar los pasos de
Israel en esa nueva andadura. Las oraciones que intercala a lo largo del relato ponen de
relieve una muy aguda percepción de su responsabilidad personal y de dependencia de
una instancia superior. Disponiendo de una única vida que vivir, se esfuerza al máximo
en calidad de figura secular, como un hombre más entre los suyos, pero con dotes
excepcionales. Al encontrar el libro de la genealogía de un tiempo pasado, no duda en
aplicarlo a la nueva realidad del presente, pensando asimismo en las necesidades del
futuro. En sus manos, ese registro centenario da testimonio de sus prioridades en el
ejercicio de su mayordomía. Nehemías creía con pasión no sólo en la certidumbre
material, el bienestar social y la estabilidad económica en el seno de la comunidad, sino
asimismo, y muy particularmente, en todas esas cualidades y aspiraciones sin las que
una comunidad de trasfondo espiritual no va a poder subsistir. Y menos aun podrá
desarrollar la adoración debida a Dios, la transmisión de la verdad única (1), el fomento
de la integridad, la necesidad de la reverencia (2), la búsqueda de una buena guía (5), el
privilegio del servicio, la multiplicidad de los dones (39–60), la práctica de la santidad
(61–65) y la gracia de la generosidad (70–73). Es, pues, mucho más lo que encontramos
en ese registro que el mero listado de nombres caídos ya en el olvido. Lo que ahí se nos
brinda no es ni más ni menos que una cumplida declaración de compromiso por parte
de una comunidad espiritual en fe viva.

SEGUNDA PARTE
Reformando la comunidad
(8:1–13:31)
111
“Traed el Libro”
Nehemías 8:1–18

Tal como ya hemos podido comprobar, el deseo de Nehemías no era tan sólo
reconstruir la muralla, sino revitalizar asimismo una comunidad espiritual. Escribiendo
en la misma época que Nehemías, el historiador griego Tucídides afirmaba que son las
personas, no los muros, los que hacen la ciudad. Lo que esos hombres y mujeres
aportan en cuanto a lo moral, lo espiritual y lo social, cuenta más que las construcciones
defensivas. Nehemías creía firmemente que la vida de su gente dentro de esa Jerusalén
fortificada y en sus alrededores tenía igualmente derecho a una prosperidad espiritual.
Pero la cuestión es que Nehemías pronto descubrió que reformar una sociedad es tarea
mucho más difícil que restaurar un muro.
Nada más concluir el trabajo de reconstrucción, tuvo lugar un suceso insólito que
iba a tener repercusiones insospechadas en la vida espiritual del pueblo de Dios. Las
reparaciones habían terminado a finales del verano, en concreto en el mes de Elul
(6:15), y el mes siguiente, Tisri, señalaba el comienzo del nuevo año. El primer día de
este mes séptimo era jornada de celebración con la Fiesta de las Trompetas. De manera
que no muchos días después de darse por concluido el trabajo de reconstrucción,
cientos de hombres, mujeres y niños se congregaron en Jerusalén para celebrar la
llegada del nuevo año con la Palabra de Dios como protagonista principal. La asamblea
se iba a celebrar al aire libre, e iba a estar dedicada por entero a su lectura e
interpretación.

1. La Palabra de Dios valorada (8:1–8)


Las características que iban a marcar de forma principal esa reunión de lectura y
exposición tienen hoy día para nosotros una relevancia verdaderamente sorprendente.
La actual sociedad materialista de Occidente se ha ido volviendo progresivamente
indiferente a la Biblia y su mensaje. Las últimas estadísticas al respecto dan a entender
que tanto en Gales como en Inglaterra el número de asistentes a la iglesia que leen
asimismo la Biblia disminuye diariamente año tras año. De un total de 700 personas
entrevistadas al respecto, tan sólo el 15% leía a diario la Biblia. Otro 15% admitía que
sólo leía la Biblia en la iglesia. Y casi un 40% leía la Biblia en casa como mucho una vez al
año. Pero lo cierto es que un cristiano que no lee la Biblia es un creyente que se está
privando a sí mismo de imprescindibles recursos espirituales. Dios nos habla de forma
incomparable a través de su Palabra y, si hacemos oídos sordos a esta suerte de
comunicación, difícilmente vamos a convertirnos en creyentes maduros. Todos aquellos
que estuvieron presentes en esa lectura conjunta de la Palabra por parte de Esdras y
Nehemías tienen cosas muy importantes que transmitirnos como aplicados y devotos
112
estudiosos de los textos.

a. El pueblo era de un mismo sentir


A pesar de su muy distinta procedencia, les unía el deseo común de escuchar la
Palabra de Dios tal como la encontraban recogida en las Escrituras. Reunidos como un
solo hombre (1) en la plaza pública, y con independencia de preferencias y rechazos
personales, ese deseo común estaba por encima de cualquier otra cosa. En la
actualidad, los creyentes también tenemos divergencias respecto a distintas cuestiones,
sosteniendo diversos puntos de vista, evidenciando en ocasiones grandes diferencias,
sobre en cuestiones tales como el ministerio, la ordenación, el bautismo, la Mesa del
Señor, las sanidades, el compromiso ecuménico, la forma del culto, el concepto de
iglesia, la obra del Espíritu Santo, los dones carismáticos y la segunda venida de Cristo.
No es que se pretenda decir que todas esas cuestiones carezcan de importancia, pero
dividirnos por fragmentación según preferencia personal conlleva la pérdida del
conjunto de todo aquello que nos une.
En un caminar a la par, puede que, al final de la jornada, no vayamos a explicar cada
versículo bíblico de forma exactamente igual, pero el deseo común de honrar, aplicar y
obedecer la Palabra de Dios va a unirnos por encima de esas posibles diferencias. De
hecho, en la estrategia del diablo para dividirnos figura como punto básico el magnificar
nuestras diferencias a la vez que se minimizan doctrinas fundamentales, inspiradas por
el Espíritu Santo, que honran a Dios, exaltan a Cristo y enriquecen nuestro testimonio.
El ferviente anhelo de estudiar temas tan centrales de las Escrituras debería ser nuestro
nexo de unión. El hambre insaciable de la Palabra puede convertirse en factor
aglutinante en el seno del pueblo de Dios.

b. El pueblo tenía interés


El rasgo más notable de ese deseo expreso de la Palabra en esa asamblea al aire
libre era el haber partido de una iniciativa del pueblo más que de los líderes. Pidieron al
escriba Esdras que trajera el libro de la ley de Moisés (1). Su anhelo de la Palabra era
semejante al de comida por quien tiene hambre. Esa búsqueda apasionada de la verdad
bíblica va más allá del mero deseo humano, es un genuino don de Dios. En todo
avivamiento, la historia conjunta de Biblia y fe da testimonio de la iniciativa soberana
de Dios en ese anhelo de lo espiritual. No se trata ahí de campañas promovidas de
forma artificial por los líderes religiosos, sino de una iniciativa por parte de Dios mismo.
La gente se muestra ansiosa por conocer la verdad de Dios y no se cansan de saber más
y más de ella. El salmista lo expresó con acierto al calificarla de más dulce que la miel,
de lámpara para los pies en el camino, de gozo sin igual para el corazón, y de más
preciado valor que el oro. Como persona que boquea ansiando aire si le falta el
oxígeno, así viene a ser la experiencia del creyente falto de la Palabra. Ésa era la
necesidad perentoria de todos aquellos que habían acudido expectantes al encuentro

113
en la plaza grande de la ciudad, junto a la Puerta de las Aguas, para oír la lectura de la
Palabra de Dios.

c. El pueblo prestó atención


Una vez reunidos con un propósito común, nada iba a privarles de las bendiciones
que se derivan del conocimiento de la verdad de Dios. Todas las miradas estaban ahora
fijas en el estrado de madera que habían hecho para esta ocasión (4). Tanto Esdras
como los que le asistían eran bien visibles y audibles, y los oídos de todo el pueblo
estaban atentos al libro de la ley (3). Era evidente que la gente allí congregada estaba
convencida de que Dios les iba a hablar a través de la Palabra dada a Moisés siglos
atrás. En su forma de escuchar, se evidenciaba un apremio revitalizante. Nuestra
posible lectura diaria de las Escrituras no nos servirá de mucho si se vuelve mera rutina
o es hecha de forma apresurada y mecánica sin poner en ello el corazón. Para que nos
sea provechosa, habrá de dedicar tiempo e interés. A lo largo de la historia, aquellos
autores dedicados a los escritos devocionales han resaltado de forma especial la
importancia de una lectura paciente, tranquila y receptiva para poder asimilar bien el
contenido de las Escrituras. Es en el transcurso del tiempo cuando su mensaje penetra
en la mente, aviva los sentimientos y estimula la voluntad.
De forma similar, sólo escuchar una exposición pública de la Palabra puede que no
dé todo el beneficio posible, si no prestamos por parte nuestra atención e interés a lo
que oímos. Calvino asemejaba la mera escucha al guerrero que, disponiendo de
espléndida armadura, se limita a tenerla colgada hasta que se oxida por falta de uso. La
predicación cristiana tiene que ser recibida con un interés activo que se traduzca en una
práctica. En palabras de los Reformadores, el creyente debe colaborar para que el
mensaje ‘quede inscrito en su corazón’, puntualizando Calvino que eso ha de ser así
hasta el punto de que no haya recoveco de su mente donde no esté alojado.

d. El pueblo reaccionó positivamente


Desde el inicio mismo de la reunión, la gente sabía que lo que iban a escuchar no
eran palabras de Esdras, sino la voz de Dios. Lo que Moisés había dejado escrito con
toda reverencia y fidelidad siglos atrás era la Palabra excepcional de un Dios único que
se comunicaba de forma expresa con su pueblo. Al abrir Esdras el libro (5), las gentes allí
reunidas, convencidas en lo más íntimo de esa autoría divina, se pusieron en pie. Ésa
era la señal externa de su actitud interna de reverente respeto al mensaje de las
Escrituras, práctica que todavía se mantiene en las sinagogas y algunas congregaciones
cristianas al ponerse en pie para la lectura de la Biblia.
En este caso, la respuesta había sido tanto visible como audible. Esdras había dado
gracias al Señor, el gran Dios, por el libro que tenía en sus manos y el pueblo respondió:
¡Amén!¡Amén! mientras alzaban las manos (6). El convencimiento no era sólo de
Esdras, el pueblo expresaba su propio convencimiento con un ¡Así sea! El escriba Esdras

114
les podría dirigir en la adoración, pero sus palabras no irían más allá de él si el pueblo
allí reunido no se identificaba de forma clara y manifiesta con lo que él hacía a favor
suyo.
En esa reunión, no se hacía distinción entre la exposición de las Escrituras y el culto
de adoración. Ambas cosas iban a la par, surgiendo la una de forma natural de la otra.
‘Adoración’ ha pasado a convertirse en la actualidad en palabra de ‘moda’ en algunos
círculos evangélicos, pero su auténtico significado corre peligro de desvirtuarse si queda
restringido a esa faceta de nuestra alabanza que se expresa en cánticos. La adoración a
Dios es tanto por la fiel exposición de su Palabra como por el canto. Ambas cosas tienen
que marchar al compás. Pero, al igual que escuchar la Palabra puede degenerar en
árido intelectualismo o mero convencionalismo, los himnos y los cánticos pueden
convertirse en vana repetición dejando mente y corazón indiferentes. Ni la escucha de
la Palabra ni la práctica del canto son inmunes al peligro de caer en la distracción, la
insinceridad y la ausencia de genuino entusiasmo. En la congregación reunida ante
Esdras, la lectura de la Palabra se había abierto camino directo al corazón y a la voz en
penitencia y alabanza. La exposición viva y relevante del mensaje bíblico debería llevar a
una genuina adoración, al igual que un cántico inspirado puede suscitar el anhelo de
saber más sobre verdad tan sublime. Pero ninguna de ambas cosas debe convertirse en
fines en sí mismas.

e. El pueblo se mostró sumiso


La gente que allí adoró a Dios no se puso sólo en pie, sino que cayó de rodillas: se
postraron y adoraron al SEÑOR rostro en tierra (6). Reconociendo que a través de su
Palabra el Dios vivo estaba allí presente, se apodera de ellos el deseo de postrarse ante
él con toda humildad para adorarlo con corazones agradecidos. Buscar su rostro
significaba cubrir el propio. Su postura era la del que suplica desesperadamente ayuda,
la del pedigüeño endeudado que agradece la dádiva que sabe que no merece, siervos
que aguardan pacientemente en presencia de su amado mentor y maestro.
El pueblo había honrado reverente la exclusividad del libro que el SEÑOR había dado
a Israel (1). Nada más natural, pues, que ponerse en pie para, acto seguido, postrarse
ante el Dios que se relacionaba con ellos de forma directa mediante su Palabra. No es
que se adore al Libro, sino que adoramos al Dios de ese Libro que se dirige a nosotros
en virtud de sus páginas de forma única e inigualable. Calvino hizo notar que
‘Deberíamos mostrar por las Escrituras la misma reverencia que le debemos a Dios por
ser Él su única fuente’. Es más, debemos y necesitamos acercarnos a la Biblia con
humilde sumisión, y no sólo porque el Señor sea su fuente y origen, sino porque Él es el
único intérprete válido y seguro: ‘Recordemos, por lo tanto que esa Palabra ha de ser
recibida con la máxima reverencia y, dado que por nuestras propias fuerzas nunca
podríamos aspirar a llegar a tan sublimes alturas, roguémosle a Dios con toda humildad
que lo haga posible por medio del espíritu de revelación.’ Aquellos que reconocen el
superior origen de ese Libro admiten su total y necesaria dependencia en relación a ese

115
Santo Espíritu que la comunicó en un primer momento.

f. El pueblo se dejó enseñar


La gente allí reunida sabía que la palabra de Dios dada a Moisés no sólo era
aplicable al pueblo al que había sido transmitida en un principio. La Palabra de Dios es
relevante y actual en cualquier época y lugar. Cada una de las partes que la integran
contiene algo adecuado para cada generación. Puede que nosotros no siempre
tengamos la paciencia y la perseverancia necesarias para discernir o identificar su
mensaje, pero eso no significa que no exista. En esa reunión en plena plaza pública, los
levitas habían sido designados como intérpretes oficiales de esa Palabra. Y, mientras las
gentes permanecían en su lugar (8), ellos traducían el sentido para que se entendiera la
lectura, actuando, pues, bien como traductores bien como intérpretes.
El Antiguo Testamento había sido redactado en hebreo y cabe la posibilidad de que
los levitas tradujeran sus escritos al arameo, como lengua de uso común entre las
gentes, que, sin embargo, no habría entrado todavía en las sinagogas. Todas las
personas tienen derecho a leer y oír el mensaje de la Biblia en su propia lengua; sin
embargo, hay todavía más de 350 millones de personas en el mundo que no disponen
de ella en el idioma que hablan. A finales del siglo XX, eran más de 4.000 las lenguas
que no contaban con ninguna parte de la Biblia en su idioma, y de entre las más de dos
mil lenguas y dialectos a las que se ha traducido, tan sólo 349 disponen de la Biblia al
completo. Así, por poner un ejemplo, la lengua yao, que se habla en Malawi,
Mozambique y Tanzania, cuenta con el Nuevo Testamento en su totalidad, siendo en
cambio el Libro de los Salmos la única parte del Antiguo traducido a esa lengua. Todas
esas gentes no pueden leer por sí mismas el relato de Nehemías. El hecho de que
muchos otros en cambio sí podemos hacerlo debería tener un doble efecto en nuestras
vidas: suscitar gratitud y llevarnos a ser generosos con los demás. Agradecidos como
debemos estar por poseer en Occidente abundancia de traducciones y versiones, bien
podríamos colaborar con la hermosa tarea de traducir a todas esas lenguas que todavía
faltan con una aportación económica regular.
Cabe, pues, suponer que serían los levitas los que hicieran las veces de intérpretes y
expositores entre los grupos de gente (8), ayudándoles a aplicar su mensaje a los
problemas del momento. Esta capacidad de los levitas habría sido puesta en práctica de
forma tan efectiva que, no pasando mucho tiempo, las conciencias se verían removidas
hasta el punto de las lágrimas.
No podemos estar seguros de qué parte del Pentateuco les leyó Esdras aquel día,
pero la magistral interpretación de la Ley en Deuteronomio, dada a Moisés estando los
israelitas a punto de entrar en esa nueva tierra prometida, bien pudo haber sido pasaje
elegido para su exposición. Como nuevos ciudadanos de Jerusalén, seguro que le
encontraban de inmediato una aplicación práctica a la hora de enfrentarse al reto de
una mejor realidad espiritual en sus vidas entre los muros de la recién fortificada
ciudad.

116
La correcta aplicación de las Escrituras a nuestras circunstancias es algo de vital
importancia. Como escrito, no ha de verse limitado a describir cómo se vivía en la
antigüedad. Su mensaje de fondo sigue siendo vigente hoy día para nosotros en
circunstancias y maneras de vivir muy distintas a las de entonces. Mensaje que es
vibrante, y pleno de sentido y vitalidad; aunque es posible que su aplicación en nuestras
vidas sea la parte que más nos vaya a costar. En eso radicará precisamente la tarea del
predicador: ayudarnos a salvar la barrera entre lo que leemos y lo que sabemos que
hemos de poner en práctica.

2. La Palabra de Dios aplicada (8:9–12)


La respuesta del pueblo a la interpretación y aplicación de las Escrituras en esa
magna reunión fue evidente e inmediata. Y allí donde la Palabra de Dios se aplica con
un fundamento relevante, los resultados son de largo alcance.

a. Las Escrituras ponen de relieve nuestros pecados


La primera señal de que la Palabra de Dios había calado en el corazón de las
personas, suscitando en ellas un nuevo pensamiento, había sido el dolor por los fallos
cometidos. Su conciencia había sido tocada por un libro sin igual, haciéndoles percibir
con nitidez dónde habían desobedecido, deshonrado o hecho caso omiso de Dios.
William Bridge, renombrado predicador del siglo XVII, se servía de una ilustración muy
popular entre reformistas y puritanos, al referirse a la Biblia como ‘un espejo’. Al usar
un espejo, vemos tres cosas: el objeto en sí, el reflejo de nuestra imagen y también el
de las cosas que nos rodean. Al contemplar el espejo como objeto material, recordamos
que las Escrituras son el testimonio de Dios de su propia naturaleza. ‘Ahí vemos a Dios
en especial, y a Cristo’, dice Bridge, pero ‘también nos vemos a nosotros mismos, y esa
cara nuestra está algo sucia; y vemos las personas que estén a nuestro alrededor, y su
levedad, pues el ser humano está en alguna forma vacío, nunca feliz del todo con sus
cosas y en sus relaciones.’ Sin el espejo, no nos veríamos a nosotros mismos. En aquella
ocasión, el pueblo lloró al oír a Esdras porque las Escrituras les devolvían la imagen de
una vida abocada a la condenación. Pero lo cierto es que no serían conscientes de su
condición de pecadores si no hubieran estado confrontados primero con el espejo de la
revelación en la Palabra que mostraba a Dios en toda su soberanía. La fulgurante luz de
su santidad había puesto de relieve su propia impureza, la fidelidad de Dios ponía a
prueba su deslealtad, y su compasión para con ellos hacía evidente el egoísmo de su
pueblo.
El espejo de la verdad revelada les hacía ver asimismo la universalidad del pecado y
sus consecuencias. La culpa era común a todos los presentes. Ninguno de ellos estaba a
la altura de ‘la gloria de Dios’, lo cual hacía de la ofensa algo personal, trágico e
ineludible. El pecado estaba en la raíz de todos sus males y sus pecados particulares
eran el fruto de su transgresión. En su caso en concreto, la ofensa cometida bien podría

117
ser ese abandono de la advertencia divina respecto a no unirse en matrimonio con
pueblos de creencias incompatibles con las suyas, tema crucial en los escritos de
Malaquías, Esdras y Nehemías. La consecuencia de tan arrogante desobediencia era
exponerse al juicio de Dios. Ellos habían trasgredido los términos del pacto de lealtad
incondicional y un amor en exclusiva, y ahora el sombrío panorama que presentaban las
Escrituras les habría impactado con la fuerza de un martillo que golpea contra el
yunque.
Lo sorprendente es que, a pesar de la gravedad de su pecado, se les instaba a que
enjugaran sus lágrimas. Las Escrituras no se limitan a condenar el pecado, sino que
proclaman al mismo tiempo el remedio necesario. No lloréis, les dicen los levitas (9).
Diez días después de la celebración del nuevo año, iba a tener lugar el Día de la
Expiación. En ese día, se hacía pública la declaración anual de la misericordia de Dios,
quedando perdonada de forma irrevocable ‘toda mancha y rebeldía del pueblo israelita,
por muy grandes y numerosos que hubieran sido sus pecados’. En esa jornada
particular, se llevaba a cabo el sacrificio de expiación, siendo el chivo expiatorio el que
‘cargaba con todas sus culpas y trasgresiones, llevándolas a un lugar apartado y lejano’.
El pueblo era confrontado ahí con una señal visible y una muestra audible de cuál era su
situación: ‘Entonces seréis limpios de todos vuestros pecados delante del SEÑOR’.
Pero lo cierto es que ese chivo expiatorio estaba anunciando una expiación
infinitamente mayor. Llegaría por fin el día en el que, en un Viernes Santo, el Hijo de
Dios llevaría nuestros pecados en la cruz en un cuerpo sin mancha ni pecado. Y, en
virtud de ese sacrificio suyo sin igual, todos los que se arrepintieran de sus faltas y
creyeran serían eternamente perdonados, y ellos también oirían en ese futuro
venturoso esas palabras de consuelo, No lloréis, porque la alegría del SEÑOR es vuestra
fortaleza (10). Y es ese gozo de oración contestada, de promesa de Dios cumplida, de
faltas borradas y de fuerzas renovadas.

b. Las Escrituras amplían el horizonte


Las Escrituras no sólo hacen que nos demos cuenta de nuestros fallos, sino que
también nos abren los ojos a las necesidades de los demás. El pueblo no tenía que caer
en una estéril autocompasión, pues en el mundo había otras gentes igualmente
necesitadas de la certidumbre del perdón y del amor. Aquél era, pues, un día de gozo y
celebración de la misericordia mostrada por Dios hacia ellos y de esa compasión suya
que era extensiva a la humanidad toda. La festividad iba a quedar señalada por un
banquete al que podrían asistir tanto la comunidad como los pueblos vecinos,
haciéndose provisión especial para los que carecían de lo más básico. La lectura del
libro de Deuteronomio bastaría para convencer al más incrédulo de que Dios se
preocupaba por los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros; de hecho, de
todos aquellos que nada tenían preparado (10) para esa gran celebración.
En la actual aldea global, nuestros vecinos se hallan a la distancia que estemos de
nuestros televisores, donde, de forma constante, viene a recordársenos la vergonzante

118
pobreza de tantísimos lugares en el mundo. Las más recientes estadísticas de TEAR
Fund revelan que más de 1.000 millones de personas se van a la cama todas las noches
con el estómago vacío. Los que leemos las Escrituras y las oímos explicadas no podemos
hacer oídos sordos al clamor de los desamparados. Santiago nos recuerda que la mejor
prueba de nuestra fe no es lo que sabemos, sino lo que hacemos respecto a eso que
sabemos. Cuando de verdad ‘miramos con interés’ a lo que aparece reflejado en el
espejo, nos damos cuenta de que es crucial ‘ocuparse del huérfano y de la viuda en su
necesidad’, al tiempo que hemos de esforzarnos para no dejarnos llevar por la inercia
social.’
Es motivo de triste reflexión la limitación de mente que evidenciamos a veces los
cristianos al polarizar el propio interés en una forma que las Escrituras no fomentan.
Los cristianos evangélicos enfatizan con acierto la prioridad de la fe y el compromiso
personal con Cristo como resultado del perdón, la reconciliación y la certidumbre de la
vida eterna. Quienes interpretan la Biblia desde una perspectiva liberal o incluso radical,
a menudo se sienten incómodos ante esa ‘conversión personal’, prefiriendo centrarse
en una responsabilidad dentro de la comunidad cristiana. Y muchos tienen un historial
personal de colaboración social en forma de atención a los sin techo y a los que pasan
hambre y necesidad, y ello tanto en el ámbito local como en relación al Tercer Mundo.
Pero la dicotomía entre la experiencia personal y la compasión práctica no debería
darse en cristianos que se tomen en serio las Escrituras. El énfasis en la ‘salvación
personal’ no es un callejón sin salida dentro de una experiencia individualista, sino un
camino que lleva a un servicio en amor en el mundo en que Dios nos ha puesto para
ser, en palabras de Lutero, un ‘Cristo’ para nuestro prójimo:
Así, tal como nuestro Padre Celestial ha venido en Cristo a ayudarnos,
deberíamos nosotros ayudar a nuestro prójimo en la medida de nuestras
capacidades, siendo, por así decirlo, como Cristo los unos para con los
otros…para de esa forma comportarnos como verdaderos cristianos.
El apóstol Pablo, en la conocida metáfora del cuerpo, nunca dijo que nuestras
manos y nuestros pies tuvieran que restringir su ministerio de forma exclusiva a los
estrechos márgenes de la iglesia local. Lo que se espera de nosotros es que ‘hagamos el
bien a todos’ y de forma particular (pero no exclusiva) a ‘los que pertenecen a la familia
de la fe’. El cristiano es proyectado más allá de la comunidad de los creyentes para
abrirse a un mundo que todavía no ha visto a Cristo entregándose a través del ejemplo
en sacrificio de su pueblo.

c. Las Escrituras garantizan nuestra fuente de recursos


Con esa explicación de la Palabra contenida en las Escrituras, la congregación podía
estar segura de contar con la ayuda concreta de Dios. Y si bien ya habían hecho una
aportación con la comida enviada a los menos afortunados, Nehemías pronto les
recuerda que ellos han sido bendecidos con unos dones que el dinero no puede

119
comprar: No os entristezcáis, porque la alegría del SEÑOR es vuestra fortaleza (10).
Palabras que, de hecho, recuerdan tres grandes recursos que siempre van a estar a
disposición del creyente: la paz, el gozo y la fortaleza.
Lo primero a lo que se insta a la congregación es a acallar su inquietud: Los levitas
calmaron a todo el pueblo diciendo: Callad… (11). Por grandes que fueran sus pecados,
iban a ser perdonados todos para paz de sus corazones. El apóstol Pablo insta a los
creyentes de Roma a ‘tener paz con Dios en nuestro Señor Jesucristo’. Y a los creyentes
de Filipos les dice que no duden de la paz que Dios otorga, pues hace guardia como un
soldado, protegiendo sus corazones por muy grandes que fueran sus problemas,
manteniéndose de continuo a su lado. Y más importante que todo eso, Jesús mismo
dejó su paz a sus discípulos. Sin posesión material alguna que legar, antes de partir les
hizo entrega de ese don único y maravilloso. Así, cuando nuestra conciencia nos acusa,
Él nos recuerda que con su muerte nos limpió de toda posible mancha. Ya no hay
motivo de desazón. Callad.
El gozo que había que aprender a sentir no guardaba relación alguna con
circunstancias ideales, prosperidad material y éxito social, sino con el Señor mismo. Su
gozo procedía del conocimiento de su persona, de lo que había hecho a su favor, de lo
que había dejado dicho y de las dádivas que de él procedían. Al discernir su auténtica
naturaleza (compasiva, santa, justa, misericordiosa, recta, generosa), al observar los
hechos prodigiosos llevados a cabo (en las Escrituras, en la historia, en la experiencia),
al poder contar con sus promesas (como es el caso en este versículo en concreto) y al
hacerse patentes los recursos que él pone a nuestra disposición, esa venturosa verdad
se hacía realidad, como bien se esfuerza en hacernos ver el pasaje.
Ese gozo es, asimismo, fuente de renovadas fuerzas. La garantía de poder contar
con recursos tan amplios fortalece sus vidas y proporciona la energía necesaria para el
diario vivir. El término ‘fortaleza’ lo usaba el pueblo hebreo también en referencia a una
construcción de defensa bien pertrechada. Cuando hacen su aparición los problemas y
las dificultades, el pueblo de Dios sabe que en el Señor, en su carácter, en su obra, en
su Palabra y en sus dones, tiene refugio seguro.
El gozo es tema recurrente a lo largo del capítulo (10, 12, 17). La congregación allí
reunida vino a descubrir que el gozo se hallaba en el reconocimiento de la grandeza de
Dios (6), en el aprecio de su Palabra (8–9, 12) y en la ayuda prestada al pueblo de Dios
(10–12). El gozo es un bien poco frecuente en el mundo actual. Un estudio al respecto
realizado por el Instituto Gallup para The Daily Telegraph ponía de relieve que ‘Los
británicos tienen una actitud sombríamente pesimista respecto a la totalidad de la
existencia. Ese desaliento suyo sobrepasa con mucho al de la generación anterior en
salud, conocimiento, honestidad y comportamiento.’ Respecto a los ocho temas
incluidos en el estudio, los pesimistas superaban a los optimistas en todos y cada uno
de ellos. Y llama la atención que la característica menos abundante y la más echada de
menos fuera la ‘paz mental’. Casi tres cuartas partes de los entrevistados pensaban que
era ‘estado mucho menos frecuente ahora que en el pasado’.
Los israelitas reunidos junto a la Puerta de las Aguas para la Lectura Bíblica de la
mañana tendrían mucho de bueno que compartir con esas gentes presas del desaliento
120
en nuestros días. Ellos podían proclamar con total conocimiento de causa que la paz, el
gozo y la fortaleza tan sólo se encuentran en el Señor. Y la experiencia de los creyentes
en el curso del tiempo ha venido a confirmarlo.

3. La Palabra de Dios compartida (8:13–18)


Al día siguiente de ese magno encuentro, los cabeza de familia se reunieron con los
líderes espirituales de Jerusalén para estudiar aún más la Palabra de Dios. La lectura del
segundo día les lleva a recordar que en ese mismo mes tendrían que celebrar la Fiesta
de los Tabernáculos. La enseñanza de las Escrituras respecto a esa semana de
celebración iba a ser transmitida por ellos para su difusión por todo el país: Y ellos
proclamaron y circularon pregón en todas sus ciudades y en Jerusalén (15). Esa
festividad iba a ser ocasión no sólo para proclamar oralmente la Palabra de Dios, sino
asimismo para ponerla en práctica visualmente, de manera que, al aunar oído y visión,
las gentes pudieran recordar fácilmente lo que Dios había hecho por ellos. La Fiesta de
los Tabernáculos preparaba al pueblo para tres grandes cuestiones.

a. Acción de gracias por el pasado


Esa festividad constituía el recordatorio anual de la protección de Dios y su
provisión siglos atrás en la travesía de sus antepasados por el desierto en su ida a
tierras de Canaán desde Egipto. Durante todos esos años, habitaron en improvisadas
cabañas hechas a base de ramas y hojas secas en esa peligrosa tierra baldía. Peligros
naturales, animales salvajes y enemigos al acecho eran amenaza constante para su
integridad física, pero el Señor les había ido librando de todo ello hasta hacerlos llegar a
la tierra prometida. La presión de un nuevo entorno, con otro reto que superar, hacía
que fuera fácil olvidar lo que el Señor había ido haciendo por ellos no sólo hasta ese
momento, sino también sus beneficios presentes. Había quien seguía sin tener casa
propia en Jerusalén (7:4), pero en cambio no dudaban en proclamar que su confianza
estaba en el Señor, no en los edificios y la muralla que les protegía. Él les había guiado
hasta allí con poder, había alimentado sus cuerpos con generosa provisión y ahora les
protegía con su fuerza sin igual. Tal abundancia de bendiciones no debería ser nunca
olvidada.
Las cabañas del peregrinaje por el desierto eran recuerdo material de la inmensa
deuda contraída con Dios. En la actualidad, y dadas las presiones de la vida moderna,
también puede suceder que olvidemos las bendiciones ya recibidas, en nuestra
preocupación por obtener lo que deseamos en el presente. Al igual que Samuel,
nosotros también deberíamos decir: ‘Hasta aquí nos ayudó el SEÑOR’. Necesitamos
recordar a diario las bondades mostradas por el Señor en nuestras vidas, quizás
haciendo particular hincapié en aquellos casos especiales. El olvido está en la raíz de
gran parte de nuestro descontento. Obsesionados con la necesidad actual, ignoramos lo
ya obtenido.

121
b. Testimonio en el presente
Otra de las facetas de la Fiesta de los Tabernáculos y de esas otras festividades
anuales consistía en su gran valor testimonial. Una vez asentado en la nueva tierra, el
pueblo israelita ya no tenía que vivir de forma aislada, divididos por grupos. Ahora,
disfrutaban de las ventajas del comercio y el trato con extranjeros. Se sabe que
justamente en tiempos de Nehemías mercaderes procedentes de Tiro se establecieron
de forma permanente en Jerusalén, especializándose en salazones y otros productos
básicos (13:16). La Fiesta de los Tabernáculos resultaría sorprendente para todos esos
recién llegados. El hecho de que los israelitas vivieran a lo largo de toda una semana en
improvisadas tiendas de ramas suscitaría comentarios y preguntas respecto a su
significado. Era, pues, magnífica oportunidad para proclamar y circular pregón (15)
entre los visitantes y los extranjeros, y también entre sus propios jóvenes e hijos más
pequeños. Herramienta incomparable en la enseñanza para unas gentes que sabían lo
importante que es transmitir a las siguientes generaciones las verdades que Dios les
había confiado.

c. Confianza en el futuro
La fiesta de las ‘cabañas’ era también para el israelita comprometido ocasión para
reflexionar acerca del sentido de la vida y la consiguiente pauta de conducta a seguir. Y
venía a decirles, asimismo, que no sólo habían sido peregrinos en su pasado histórico,
sino que, en ese presente actual, seguía siendo pueblo peregrino. Dada la coincidencia
del momento, la celebración de un tiempo de precariedad ‘debía precaverles del peligro
de confiar en exceso en la falsa seguridad de las murallas’. Al igual que Abrahán, ilustre
antepasado suyo, ‘vivían en tiendas, tal como también lo habían hecho Isaac y Jacob’,
pero ellos ahora lo hacían ‘con la mirada puesta en esa otra ciudad con cimientos
asentados por ese sublime arquitecto que es Dios’. Abrahán mismo, incluso llegado a
Canaán, ‘había vivido ‘como extranjero en tierra extraña’ porque tanto él como el resto
de los israelitas ‘anhelaban una tierra aún mejor –la celestial’– y Dios había dispuesto
esa tierra ideal en la eternidad. Los cristianos también miramos más allá del horizonte
presente hacia esa morada en los cielos, para la cual nos está preparando Dios mismo.
Sin embargo, eso no significa que podamos eludir las responsabilidades del presente,
sino todo lo contrario. Pero esa disposición a sentirse ‘extranjeros y fuera de lugar’ en la
vida presente crea una sensación de apremio al tiempo que genera una visión particular
de las cosas.228
Tanto si es enriquecedora como si es profundamente frustrante, la experiencia del
presente es para el creyente algo pasajero. Tendrá que aguardar al futuro para poder
experimentar esa satisfacción plena que Cristo ha prometido. Se dice que quienes
esperan algo del más allá, nunca se fatigarán. La sociedad secular en que vivimos en la
actualidad necesita el testimonio cristiano de que esta vida no es todo lo que Dios nos

122
tiene preparado. Lo mejor está aún por venir.
En una muy conmovedora exposición de lo que todavía representan los Sucot (Los
Tabernáculos’) para el pueblo judío, Jonathan Sacks afirma que ‘el tabernáculo, con su
frágil vulnerabilidad, simboliza la fe: la fe de un pueblo que emprendió, hace ya mucho
tiempo, un viaje a través de un terreno inhóspito y lleno de peligros sin más protección
que la fiel presencia de Dios.’ El gran Rabino reflexiona así al respecto:
Sentado en el interior de esa precaria cabaña, con su techo de ramas y
hojarasca, pienso en mis antepasados en su nuevo peregrinar por tierras de
Europa buscando seguridad, y es entonces cuando empiezo a comprender hasta
qué punto su fe era su único hogar. Frágil, sin duda, expuesto a las inclemencias
del prejuicio y del odio; pero lo cierto es que había venido a demostrarse más
fuerte que los propios imperios. Su fe había persistido y eso había venido a
significar su supervivencia.
Esos tres rasgos definitorios del compromiso cristiano –la adoración, el testimonio y
la morada celestial– quedaban muy apropiadamente representados en esa celebración,
y aunque nosotros no celebremos como ellos esa fiesta otoñal, sí que nos corresponde
atesorar sus verdades. Su mensaje es para todo pueblo y nación. En los días de
Nehemías, esas ‘cabañas’ temporales se montaban en cuatro áreas distintas de
oportunidad para el testimonio (16). Y las montaban en la azotea de sus casas (la vida
familiar); en sus patios, donde recibían visitas (vida social); en la sala de celebraciones
del templo (vida religiosa), y en la plaza pública junto a la Puerta de las Aguas, donde las
gentes montaban los tenderetes del mercadillo (vida mercantil). En el hogar, en el
vecindario, en la sala de cultos y en el lugar de trabajo, ahí es donde tenía que darse
testimonio de esas grandes verdades inmutables respecto a la fidelidad de Dios en el
pasado, su generosidad en el presente y su rica provisión para el futuro. Y un pueblo
con tan firme y gozosa seguridad, por fuerza ha de ser un gran testigo.

Descubrir más sobre Dios


Nehemías 9:1–37

Durante el mes séptimo, el pueblo israelita celebraba tres aspectos importantes de


su relación con Dios: la adoración (La Fiesta de las Trompetas, con ofrendas para el
Señor), el perdón (el Día de la Expiación) y su confianza en él (la Fiesta de los
Tabernáculos, de siete días de duración). Al día siguiente de que Nehemías y su gente
desmantelaran las ‘cabañas’ de la celebración, volvieron a reunirse de nuevo para otra
reunión pública caracterizada por la confesión (1–2), la adoración (3–5), la reflexión

123
(6–37) y el compromiso (38).
Ese día veinticuatro del mes lo dedicaron al ayuno, a la penitencia, a la meditación y
a la oración y, una vez más, la Palabra de Dios era escuchada con especial fervor y
reverencia. La detallada oración de Nehemías 9 surge de forma espontánea partiendo
del capítulo precedente. Nehemías 8 se había centrado en la Palabra de Dios dirigida a
ellos, y ahora el pueblo respondía ante esa apelación. Respuesta que se articulaba con
palabras dirigidas al Señor, en términos de genuino pesar por sus transgresiones y de
agradecido recuerdo de la gracia divina. Un culto de seis horas de duración, que tenía
dos partes principales. Se escuchaba la Palabra de Dios y se respondía a su mensaje
confesando los pecados cometidos y rindiendo adoración y alabanza a un Dios cuya
naturaleza y promesa garantizaban su perdón.
Esa revitalizante relación en dos direcciones es algo que se fomenta en toda la
Escritura. Escuchar a Dios (lectura de la Palabra) y responder ante su mensaje (oración)
son dos aspectos inseparables de la experiencia personal cristiana. No puede haber
crecimiento espiritual o desarrollo de la madurez cristiana sin una práctica asidua de
ese privilegio en consecuente disciplina. Para los contemporáneos de Nehemías, ese
mensaje bíblico venía a ser como un espejo que reflejaba sin posible enmascaramiento
su deslealtad y su desobediencia, y la conmovedora oración del capítulo 9 pone de
relieve el radical impacto de la Palabra de Dios en sus vidas. La prohibición de
matrimonios mixtos había sido flagrantemente ignorada no sólo por el pueblo, sino
asimismo por los sacerdotes, hombres que conocían la razón de esa prohibición. El
ministerio de Esdras, anterior en el tiempo, había sido de denuncia de la relajación
moral de los líderes religiosos de Israel, figuras públicas que deberían haber dado
ejemplo y no lo habían hecho.
Una lectura atenta y responsable de las Escrituras, sea en público o en privado,
creará su propia respuesta. La Palabra de Dios nos lleva a presencia de Aquel de quien
da testimonio con elocuencia sin igual y absoluta relevancia para nuestras vidas.
Presencia de la que saldremos con una nueva visión, con un reto al que responder,
convictos de pecado, absueltos por pura gracia, restaurados por medio de la enseñanza
e inspirados por su contenido. Cada encuentro con Dios en su Palabra nos revela algo
más acerca de su naturaleza, sus hechos, su propósito, sus promesas y sus
posibilidades. Descubrimientos todos ellos que tienen que reelaborarse de nuevo en
comunicación personal con el Dios que nos ha hablado a través de la Biblia.
En ese capítulo en concreto, se ha conservado una de las oraciones de confesión
más detalladas dentro del conjunto de las Escrituras, y ello respecto a su doble sentido
de confesión de pecado ante Dios y de fe en él. Al ser dirigido en oración por los levitas,
el pueblo amplía su visión y comprensión de Dios. Su naturaleza y su carácter se hacen
evidentes en la exposición, haciéndose igualmente patente la riqueza de su enseñanza,
su estímulo y su desafío. La mente lo percibe en primer lugar, el corazón es conmovido
y la voluntad adopta nuevo rumbo. El conocimiento de Dios se nos ofrece ahí en seis
formas básicas.

124
1. Revelado en las Escrituras
Los años pasados en el exilio habían hecho que los levitas se volvieran de nuevo a
las Escrituras y compusieran esta maravillosa oración. Tanto con su mente como con su
espíritu, reconocían que el tiempo pasado en Babilonia había sido consecuencia de su
flagrante desobediencia a la Palabra de Dios en el pasado. Y los mejor preparados de
entre ellos estaban dispuestos ahora a escuchar con mayor atención lo que Dios había
comunicado en los primeros tiempos. Esos esforzados maestros no eran meros ‘ratones
de biblioteca’, expertos en una historia de otro tiempo, conocedores del pensamiento
de Dios tan sólo intelectualmente. Muy por el contrario, su labor había consistido en
responder ante el reto de un mensaje dinámico, atesorarlo en su corazón y memorizar
esos grandes temas tratados con palabras que superaban la barrera del tiempo. Su
mensaje les había afectado de forma dramática, operándose en consecuencia una
transformación en su vida, pasando de hecho a formar parte indivisible de su
experiencia personal.
Esa oración suya es un brillante mosaico de citas bíblicas, recuerdos, imágenes y
expresiones propias. Esos devotos levitas que ahora dirigían al pueblo en ese acto de
penitente confesión conocían las Escrituras a fondo, conocimiento que se hace evidente
en el rico fluir de su vocabulario. El muy memorable vocabulario que ahí encontramos
está en deuda con los patriarcas, los profetas, los sacerdotes y los salmistas, y expresa
con acertada precisión la insatisfacción consigo mismos, al tiempo que hace patente la
confianza que, pese a todo, siguen depositando en Dios.
No hay prácticamente ninguna frase en la oración que no deje constancia de esa
deuda. Y es ejemplo magnífico del uso de la Biblia en nuestras oraciones, ya que ha sido
puesta a nuestra disposición no sólo para que podamos aprender acerca de la
naturaleza y la bondad de Dios, sino igualmente para que dé forma y contenido a
nuestra conversación cuando nos dirijamos a él. Hay momentos y situaciones en
nuestra vida en los que no podemos dar forma articulada a lo que sentimos y a lo que
nos gustaría expresarle. Y no podemos menos que pensar que nuestras torpes palabras
no son las adecuadas para confesar nuestra culpa, expresar nuestra gratitud o buscar su
ayuda. Pero si nos aplicamos a un uso sincero, y no mecánico, de las muy excelentes
expresiones que encontramos en la Biblia, no puede en verdad hallarse mejor vehículo
que ella misma para expresar lo que sentimos. Inspirados por el Espíritu Santo, esos
creyentes de los tiempos bíblicos manifestaban lo que estaba en su corazón y sus
oraciones eran escuchadas y respondidas. No podemos esperar poder encontrar
mejores palabras para expresar con exactitud los sentimientos que experimentamos
cuando conversamos con Dios.
Al elevar la congregación de Jerusalén una oración conjunta, venían a hacer suyas
las palabras de sus predecesores. Ellos habían agraviado a Dios, al igual que lo habían
hecho en el pasado otras generaciones y, como sus antepasados, experimentaban
ahora la misericordiosa compasión de Dios. El uso común de ese mismo lenguaje les

125
llevaba a identificarse con aquellos que les habían precedido, recordándoles la
inmutable fidelidad del Señor.
Al leer ahora nosotros su sincera oración, podemos oír el eco de los levitas
profiriendo las palabras precisas que Dios les había dado para su perpetuidad en las
Escrituras. Expresión exacta de las palabras de Dios en otro tiempo es lo que venimos a
oír de sus labios en ese buscar ser limpiados de sus faltas. Para comprobarlo, basta unos
cuantos ejemplos. Evocan el gran poder de Dios al echar en los abismos a [los]
perseguidores [egipcios], como a una piedra en aguas turbulentas (11), cumpliendo en
todo la Palabra dada con mano poderosa (15) porque Él es Dios compasivo y clemente,
lento para la ira y abundante en su misericordia (17), angustiados porque palabras tan
llenas de amor contrastaran tan grandemente con la blasfema deslealtad de aquellos
que erigieron ídolo pagano para su adoración, diciendo Este es tu Dios que te sacó e
Egipto (18). Se acordaban ahora del don del buen Espíritu para instrucción suya como
pueblo privilegiado (20) y tan numeroso como las estrellas del cielo (23). Además, al
entrar en la tierra prometida, habían capturado ciudades fortificadas y una tierra
fértil…con viñas y olivares (25, siguiéndose ahí el orden de Deuteronomio 6:11), no
siendo, pues, extraño que se deleitaran, literalmente ‘se llenaran’ de su gran bondad.
Y, aun así, habían sido capaces de echar su ley a sus espaldas, dejando a un lado
estatutos y ordenanzas (26). Con amor que conlleva corrección, Dios había procedido
entonces a entregarlos en manos de sus enemigos, y aun así había estado dispuesto a
escucharles desde el cielo (27, 30) en su clamor pidiendo ayuda (27). Llevado por su
gran compasión (31) y misericordia244, les había dado libertadores (27) que los libraron
de manos de sus opresores (27) aun cuando habían estado un tiempo abandonados de
su mano (28). Pero a pesar de tan misericordiosa liberación, el pueblo había seguido sin
prestar oído (30) a la palabra profética.
Todo ello no había impedido que Dios siguiera siendo grande, poderoso y temible
(32), que guarda el pacto y la misericordia (32) y que no les abandonó en su aflicción
(32). Israel había persistido en su rebeldía, rechazando las ordenanzas de Dios y no
haciendo caso de sus amonestaciones (34). Ahora están de regreso a la tierra que diera
a nuestros padres (36), pero siguen sufriendo porque su fruto se lo llevan los reyes que
pusiste sobre nosotros (37).
El uso que este capítulo hace de las Escrituras con mirada retrospectiva nos
recuerda que no va a ser muy probable que tengamos una gran visión de Dios si no
pasamos tiempo en su compañía a través de las magníficas páginas que encontramos
en sus escritos.

2. Confirmado en la historia
La historia siempre había sido algo importante para el pueblo de Dios. Desde la
perspectiva literaria, ya tendríamos que estar agradecidos por haber sido recogidos, por
actuación e inspiración del Espíritu, los grandiosos hechos y prodigios de Dios, viniendo
a ser, por derecho propio, una excepcional aportación a las crónicas de los tiempos

126
antiguos. Paul Johnson destaca que ‘fascinados por el discurrir de su propia historia
desde muy pronto, el pueblo israelita había sido el primero en dar forma a una crónica
de la historia interpretada de manera sustancial y consecuente’:
Los israelitas sabían que eran un pueblo especial que no había simplemente surgido
de un pasado sin memoria, sino que, muy por el contrario, se le había dado vida con un
propósito definido, y en virtud de una serie específica de hechos con intervención
divina…Ningún otro pueblo ha llegado a dar muestras tan extraordinarias, y en época
tan temprana, de sentirse llamado casi compulsivamente a explorar sus orígenes.
Los israelitas habían obrado así por pura convicción de que Dios se había revelado
verdaderamente a sí mismo en el pasado y que estaba igualmente activo en el presente
de su nueva experiencia, siendo por ello importante, de cara a las sucesivas
generaciones, que quedara constancia escrita de su encuentro con el Señor. La crónica
fidedigna de esos hechos sería testimonio válido, para ese futuro, de la total y absoluta
suficiencia de Dios.
En lógica consecuencia y en medio de oración asumida con un corazón arrepentido,
tienen aguda conciencia de solidaridad con sus antepasados. Dios se había ido
relacionando con ellos en el discurrir de los siglos y, a pesar de su terrible pecado, no
los había abandonado. Al reflexionar ahora en tan singular pasado, hallan consuelo
incluso en los errores de antaño. El pasado ya no es desechado como dato caduco e
irrelevante, pues ha sido ocasión para discernir la mayor de todas las verdades: que
Dios nunca se ha portado con ellos conforme a sus transgresiones. Su propia crónica
particular ponía de relieve con cuánta generosidad y amor Dios les había ido guiando,
corrigiendo, restaurando y dotándoles para poder seguir hacia delante. Con tan vivo
sentido de la historia, no era posible sentirse abandonados. Los creyentes de tiempos
pasados tienen todavía cosas que decirnos de vigente actualidad. Ese temprano
conocimiento de Dios no había sido forjado en circunstancias ideales y, si sus
antepasados habían podido aprender más de los lamentables hechos de siglos
anteriores, igualmente podrían aprender ellos en ese momento.
Así, según se disponen a orar juntos, su propia crónica histórica viene a recordarles
que Dios ha ido levantando personajes relevantes para su servicio. Se acuerdan ahora
de la elección de Abrahán por parte de Dios, de cómo Dios le había dado un nuevo
nombre y de las promesas del Señor en esa ocasión (7–8, 23), del llamamiento de
Moisés y de su confirmación ante la duda mediante la zarza ardiente (9). Esos siervos
fieles habían tenido que soportar tiempos duros, pero Dios siempre había estado a su
lado. El relato de las plagas sobrevenidas en Egipto (10) y su liberación en el Mar Rojo
(10–11) era prueba fehaciente de la presencia de Dios aun en la adversidad. Por ello,
ahora cobran ánimo al acordarse de la columna de nube y la columna de fuego que les
habían guiado día y noche (12, 19), de la entrega de su Ley para su gobierno y, de cómo
Dios había bajado sobre el Monte Sinaí para hablarles (13) y de la abundante provisión
de agua y comida en su peregrinar por el desierto (15).
Su historia había tenido luces y sombras, generando todo ello un gran consuelo y
estímulo para seguir adelante. Y cómo no acordarse también de los que habían

127
desobedecido en su vagar por el erial, con el insólito propósito de nombrar jefe (17)
para volver a la esclavitud de Egipto, y que por ello no pudieron entrar en Canaán
(15–16), así como del becerro de oro de su idolatría (18). Pero Dios nunca reaccionó
cómo ellos se temían. A pesar de los pecados cometidos en el desierto, en momento
alguno habían dejado de disponer de su provisión. Al pueblo de Dios nada le faltó (21);
ni siquiera se desgastaron sus ropas y calzado (21).
También recuerdan, cómo no hacerlo, la concesión de territorio fronterizo con
Jordania (22), su entrada allí y las batallas que tuvieron que librar para poseerla (24).
Tierra que les había proporcionado sustento en generosa abundancia (25, 35), siendo
por ello aún más lamentable que cuanto más recibían, menos se acordaban de su
Dador. En cambio, sí que recordaban la terrible desobediencia y rebeldía de sus
antecesores (26a) y cómo se había hecho callar la voz de denuncia de los profetas (26b).
Aun así, durante el tiempo de los Jueces, en época anterior (27), Dios no había dejado
nunca de socorrerles cuando a él clamaban (27b). Además, pese a ser fielmente
reconvenidos por mensajeros directamente inspirados por el Espíritu (30), ellos se
habían negado con arrogancia a escuchar (30). Pero Dios no les había abandonado por
completo a su suerte (31).
En esa mirada retrospectiva, Dios otorgaba a su pueblo las nuevas fuerzas
necesarias. El tener presente hoy todo cuanto Dios ha hecho también a favor nuestro,
poniéndolo incluso por escrito, puede generar más sentidas oraciones y una más amplia
visión de Dios. Hay creyentes que han convertido en norma llevar un diario de su vida
de fe, anotando en él todo cuanto el Señor ha ido obrando en sus vidas en momentos y
circunstancias concretas, tomando buena nota de aquellas experiencias de la gracia y la
magnificencia de Su persona que se han visto, por ello, enriquecidas.

3. Discernir en oración
Los israelitas, pese a todo, eran algo más que ávidos recopiladores de sucesos
históricos y escribas de datos carentes de interés. Sabían bien que el mero recuerdo de
lo que Dios había dicho en las Escrituras y hecho en la historia no iba a enriquecer su
vida de forma automática. Ese cambio se produciría cuando, como acto libre de la
voluntad, se postraran ante Dios para orar, espoleados para ello tanto por el reto que
esas palabras planteaban, como por la memoria reciente, viéndose aumentado el
aprecio de la naturaleza de Dios y su carácter. Lo que Dios había dicho en las Escrituras
y demostrado en la historia, se canalizaba ahora en sentida oración ampliándose así su
visión de Dios.
Además, el recuerdo de las oraciones elevadas por sus predecesores en tiempos de
extrema necesidad era también ahora de gran ayuda. Los caudillos del pasado habían
clamado a su Dios en fervorosa oración y él no les había fallado. Y la experiencia
probada de siete grandes figuras de la fe servía de modelo para las gentes allí reunidas
junto a Nehemías al presentarse ante Dios con sus oraciones en sincera confesión. Así,
son muchas las frases enteras que se repiten en recuerdo de las peticiones e

128
intercesiones de figuras de la fe como Ezequías (6), Jeremías (6, 10),280 Moisés (6),
Daniel (10, 17),282 Salomón (27) y David (31),284 junto con Esdras como contemporáneo
suyo 88).
La experiencia y el conocimiento que tengamos de Dios no va a verse aumentado si
nos ceñimos a lo meramente mental. El conocimiento intelectual de la verdad cristiana
es algo vital si es que queremos adorar al Señor con toda nuestra mente, pero el
conocimiento que el creyente vaya a tener de Dios nunca podrá ser mera experiencia
cerebral. Lo que llegamos a saber de él no será tan sólo por lo que podamos leer al
respecto, sino asimismo por el tiempo que pasemos con él. Sin duda, la lectura nos
llevará a entender más, pero para crecer y madurar hemos de conocerle de forma
personal y directa en la práctica de la oración. Es, pues, esa dimensión profundamente
personal de compromiso la que hace de esa oración de Nehemías 9 un pasaje tan
profundamente conmovedor.
P. T. Forsyth solía insistir en que el habla de las personas nunca iba a alcanzar cota
más alta que en la oración. Pero lo cierto es que la oración es una actividad que
requiere tiempo. Y es por eso por lo que hay que reservar un tiempo a lo largo de la
jornada en respuesta a las palabras de Jesús: “Cuando ores, entra en tu aposento, y
cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre”. El deleite de la oración procede de la
disciplina en su práctica. Anhelamos poder disponer de formas fáciles de conocer a Dios
cuando nos descubrimos culpables de dedicar menos tiempo del que debiéramos a
fomentar esa relación. ¿Cómo podemos esperar disfrutar de una relación si tan sólo
tenemos noticia intelectual de ello y referencias de lo bien que le ha ido a otras
personas, pero sin dedicar nosotros ningún tiempo a cultivarla?

4. Centrado en la adoración
Los levitas instan al pueblo a orar con una exhortación, Levantaos, bendecid al
SEÑOR vuestro Dios por siempre y para siempre (5). Antes de iniciar la necesaria
confesión, han de meditar en ese Dios que es el único que en verdad puede escuchar,
perdonar y transformar vidas. Sus oraciones han de tener su inicio y su continuación
con una afirmación de la exclusiva unicidad de Dios. Él es el único verdaderamente fiel,
eterno e inmutable. Él es su Dios (3, 4), el Dios que se reveló a Israel de forma única
mediante pacto (32) habiendo empeñado su palabra en amorosa relación. Un Dios así,
eterno para y por la eternidad, nunca se volvería atrás en su palabra.
A través de la oración, el pueblo reflexionaba acerca de la naturaleza y el carácter
de Dios, y asimismo en los hechos poderosos obrados por él en la historia. La adoración
es el núcleo central de toda oración verdadera. Sir Thomas Browne apremiaba a las
gentes, en el siglo XVII, a ‘pensar con magnificencia en Dios’. Muchos de los problemas
y las dificultades que experimentamos en la práctica de la fe guardan relación con una
noción restringida y estrecha de la doctrina respecto a Dios o, mucho más probable, a
un concepto de Dios que, aunque es completamente bíblico, no guarda relación alguna
con el diario vivir en nuestro mundo. Al analizar las debilidades de las distintas formas

129
actuales de evangelización, David Wells hacía referencia explícita a ‘la levedad del Dios
que presentamos’, y no porque él sea etéreo por naturaleza, sino más bien porque ha
venido a carecer de verdadera importancia’ y no es sino algo al margen. Este autor cree
que el problema de las iglesias evangélicas ‘no es cuestión de técnica inadecuada,
organización deficiente o música anticuada’. Esa sensación de falta de adecuación o
eficacia que experimentamos nosotros en primer lugar puede achacarse a nuestra
propia forma de entender y experimentar a Dios. Así, viene a ser que ‘Dios apenas si
tiene peso específico dentro de la iglesia. Su verdad resulta ahora distante, su gracia ha
pasado a ser algo común, sus juicios son en exceso benévolos, su evangelio demasiado
simple y fácil, y su Cristo demasiado común.’
Ese pueblo que se disponía a adorar a su Dios, en ese lejano para nosotros siglo V
anterior a nuestra era, se gloriaba genuinamente en la incomparable magnificencia de
su glorioso Dios. Un Dios que no era un término dentro de una fórmula teológica, sino
una verdad viva que cautivaba las mentes, dinamizaba el ánimo, enriquecía las
emociones, avivaba las conciencias y ponía en marcha la voluntad. Al elevar sus
oraciones, la grandeza e incomparable majestad de Dios era el tema dominante,
recordándose unos a otros que su Dios era grande, poderoso y temible (32). Cierto que
sus antepasados se habían deleitado en su gran bondad (25), pero la cuestión es que se
habían negado a convertirse de sus malas obras (35). Aun así, en su gran compasión
(19), no les había abandonado durante su vagar por el desierto, pues, por muy rebeldes
que ellos fueran, por su gran compasión no los exterminó ni los abandonó (31). Por eso,
aun estando en gran angustia (37), la fuerza de su oración les llevó a recordar la
exclusividad, la fiabilidad y la suficiencia de su Dios, y sobre esa seguridad descansaban,
en consecuencia, su confianza, su paz y su seguridad.

5. Incrementado a través del fracaso


La oración de los israelitas es elocuente ejemplo de confesión de fe en un gran Dios,
así como genuina confesión de pecado por parte de un pueblo que se sabe culpable. Al
reflexionar acerca de la naturaleza de Dios, a las gentes allí reunidas para adorar se les
hacía dolorosamente evidente la gravedad presente de sus pecados y la rebeldía de
antaño de sus antepasados. Tal como Job, Isaías y Pedro descubrieron en su momento,
el encuentro personal con Dios fomenta una particular sensibilidad ante el pecado. La
santidad de Dios pone de relieve nuestra impureza, su generosidad censura nuestra
avaricia, su fidelidad reta nuestra deslealtad, su amor desenmascara nuestro
egocentrismo. Percibimos ahí que su confesión de pecado era sincera, específica y
realista.
La confesión del pueblo era sincera y eso era evidente por un pesar manifiesto. Ante
Dios, se presentan vestidos de saco y con polvo sobre sí (1). No se trataba de afectar un
reconocimiento de faltas ocasionales. Su vestimenta y su comportamiento era el de
gentes en profundo duelo y angustia por sus transgresiones. Nada había que pudiera
restar importancia a la enormidad de su ofensa. Sus antepasados habían recibido

130
abundante bendición a pesar de su continua rebeldía (16–25), siendo ello testimonio de
la omnipotencia de la gracia. Como pueblo, habían caído en repetida desobediencia
aunque las bendiciones eran continuas (26–31), algo que ilustraba la pecaminosidad del
hombre. En modo alguno merecían, pues, el perdón y no había posible actitud y
desagravio que alterara ese hecho. Sólo les quedaba clamar a Dios rogando clemencia.
Pero lo cierto es que su confesión era muy específica. El pueblo no trataba de
escudarse en vagas frases de justificación y un lenguaje equívoco. Reconocían sus
pecados uno por uno, sin ahorrar detalle alguno por penoso que fuera. En el correr de
los tiempos, habían incurrido en falta de arrogancia (16) respecto a Dios, con una
conducta semejante que los egipcios adoptaron con ellos (10). No cabía duda de que
pertenecían a un pueblo desobediente y olvidadizo que no quería hacer memoria de los
prodigios que Dios había obrado en su seno, y, rebeldes en su desagradecimiento, se
habían buscado un nuevo jefe para volver a la esclavitud en Egipto (18).
A lo largo de los siglos, los israelitas habían desobedecido la Ley de Dios,
echándosela a las espaldas, matando a los profetas que los amonestaban (26).
Olvidando de continuo los favores recibidos y una inmerecida salvación (27), volvían a
hacer lo malo delante de Dios (28). Dios les había señalado en repetidas ocasiones los
pecados cometidos y las graves consecuencias que acarreaban, pero ellos habían
persistido en su arrogancia, su desobediencia (29), su obcecada independencia, su
orgullo desmedido y su flagrante desprecio del consejo ofrecido (30).
Ahora, por medio de su oración, los israelitas contrastaban la tenaz lealtad de Dios
con la persistencia de su propia maldad: Tú has obrado fielmente, pero nosotros
perversamente (33). Y el Señor, a pesar de haberles bendecido con tierra espaciosa y
rica, ellos no habían respondido a esa generosidad con gratitud: no te sirvieron ni se
convirtieron de sus malas obras (35). Lo que los puritanos denominaban ‘pecados
consentidos’ era algo mucho más preciado para ellos que su fiel Señor. Y ésa era una
actitud que hundía sus raíces en el abandono impenitente de la Palabra de Dios. Incluso
sus propios líderes nacionales y religiosos, que tendrían que haber sido para ellos
ejemplo de lealtad espiritual, habían rechazado la verdad que se les había confiado: no
observaron tu ley ni hicieron caso a tus mandamientos ni a tus amonestaciones con que
les amonestabas (34).
Esa naturaleza específica de la confesión del pueblo tiene su importancia. No sólo se
presentaban a sí mismos como pecadores, sino que detallaban la forma concreta
adoptada por su pecado. Cuando rogamos ser limpiados, solemos hacer un todo
indiferenciado de nuestras transgresiones, etiquetándolas de faltas y errores,
aduciendo además que no somos nosotros los únicos que fallamos. Pero, en una
confesión formal, la universalidad del pecado no debería enmascarar la particularidad
de nuestras ofensas. Si es que en verdad vamos a poder ser capaces de apreciar en todo
su valor el perdón de Dios, nuestros pecados tendrán por fuerza que ser identificados
como particulares e individuales, personales y dañinos como verdadera transgresión
que son, y no evadir la cuestión englobándolos mecánicamente en frases
estereotipadas y ritualistas en el marco de una oración formal. Los pecados han de ser
enumerados con toda honestidad delante de Dios al tiempo que rogamos que sean
131
perdonados y hechos desaparecer. Tan sólo obrando así estaremos en condiciones de
entender toda su gravedad y reconocer nuestro oprobio.
La confesión de los israelitas en esa ocasión era totalmente realista. Su oración
reconocía el carácter individual de los pecados cometidos. Puede parecernos hoy
extraño que tuvieran tanto y tan concreto que decir respecto a los pecados de sus
antepasados, y nos cuesta además entender que se angustiaran de tal manera por
transgresiones que no habían cometido personalmente. No habían sido ellos los que
habían cuestionado la autoridad de Moisés (17), ni tampoco había sido cosa suya la
forja del becerro de oro en el desierto (18); tampoco eran responsables de la ejecución
de los profetas, ni habían cometido grandes blasfemias (26). Y, si eso era ciertamente
así, ¿a qué venía ese vertirse de saco y cubrir su cabeza con cenizas?
En realidad estaban siendo los primeros en reconocer que el más terrible poder del
pecado reside en su habilidad para hacerse evidente. Nadie peca en lo secreto. Cuando
pecamos, Dios es el primero en lamentarlo, al tiempo que somos nosotros mismos los
primeros en experimentar su daño y, más grave aún, es algo que acaba por afectar a
terceras personas por la merma que experimentamos en cuanto a nuestra auténtica
capacidad. La gente allí congregada para pública oración sabía bien que, sin haber
estado presente en ese vagar por el desierto, ni tampoco haber sido ellos los infractores
directos, la rebeldía de los suyos en tiempos pasados era muestra innegable de la
proclividad del ser humano a caer en la idolatría y el abandono de toda ley. Tampoco
habían estado junto Adán y Eva en el Edén, pero ese primer pecado no era un hecho
aislado, sino, y muy al contrario, un acto representativo del hombre como tal. El apóstol
Pablo insiste en ello, pues, al menos en un cierto sentido, toda la humanidad había
estado presente en aquel jardín y la desobediencia de Adán no deja de ser una realidad
repetida y constante en el devenir de la historia. Un escritor judío del siglo I de nuestra
era sostenía con razón que ‘todos y cada uno de nosotros habíamos venido a ser un
Adán para nuestra propia alma’. Los pecados de la nación quedaban ahora
patentemente manifiestos en tan minucioso panorama de la realidad de su historia en
el transcurso del tiempo. Pero la auténtica cuestión era que los ejemplos del pasado
ilustraban los pecados del presente. Las iniquidades de sus padres no habían quedado
atrás, distintivas de una historia ya pasada y caduca. De hecho, se habían ido
transmitiendo en el curso de los tiempos, pasando de los padres a hijos y a nietos. Su
fallo moral había generado un legado de desobediencia y falta de lealtad que había
pervivido en el curso de las generaciones y seguía estando presente y activo en la
actual. Así, tanto en el comienzo como en el final de su oración, no sólo recordaban los
pecados de sus antepasados, sino que también confesaban los propios. No se trataba
tan sólo de las faltas de unos antepasados culpables de corrupta desviación: Los
descendientes de Israel…se pusieron en pie, confesando sus pecados y las iniquidades de
sus padres (2). Hablan de sí mismos: nuestros pecados (37), no sólo de ‘sus pecados’. Los
israelitas de esa presente generación sabían bien que las faltas y transgresiones del
ayer, junto con sus propias ofensas presentes, eran las causantes de su grande angustia
y desazón.
El detalle pormenorizado y particular de sus trasgresiones había agudizado su
132
percepción de la deuda contraída con Dios. Esas experiencias de fracasada moralidad
propia les habían servido para darse cuenta de la naturaleza compasiva y misericordiosa
de Dios. Cuando pecamos, no todo va a estar perdido si la experiencia de
arrepentimiento personal y certeza de perdón hace más profundo nuestro
conocimiento de Dios. La adoración más sincera, el espíritu de servicio más
comprometido y el testimonio más eficaz provienen de aquellas personas que han
experimentado el perdón en sus vidas.

6. Enriquecido en el sufrimiento
Aunque la mayoría de sus problemas podían achacarse a sus pecados, el pueblo de
Israel, como nación, había padecido intenso sufrimiento como consecuencia de su
rebeldía. Como es lógico, los padecimientos soportados en dura esclavitud en Egipto (9)
no les eran imputables al estar por completo sometidos a muy crueles capataces (10).
En el curso de su historia, habían suspirado al unísono ansiando liberación, pero Dios se
les había acercado en medio de ese padecer, demostrándoles su abundante suficiencia.
El sufrimiento no suele aparecer en solitario. Al creyente pronto se le hacen evidentes
las fuentes de inmensa ayuda que aparecen en cuanto se presenta la adversidad. En
nuestra más dura aflicción, la gracia se manifiesta soberana.
Los israelitas habían venido a conocer lo mejor de Dios en medio del sufrimiento
más extremo. Pero, al generalizarse la prosperidad, corrían el peligro de olvidar a Dios,
pensando poder valerse con sus muy débiles e insuficientes recursos. Las dificultades
experimentadas les habían hecho volverse a Dios y lo mismo puede ocurrirnos a
nosotros. En los crueles años de la persecución de los no-conformistas en la Inglaterra
del siglo XVII, Stephen Charnock intentaba hacerles comprender esa gran verdad a la
gente de Londres: la bondad de Dios se hace patente en la aflicción. Hay ocasiones en
las que el Señor ‘se lleva aquello que más valoramos, pero que, en su infinita sabiduría,
sabe que impide una auténtica felicidad’. En las dificultades, se nos hace obvia nuestra
necesidad de Él y por medio de experiencias que no son bien recibidas, ‘Dios afina
nuestra fe y aviva nuestras oraciones’. Es entonces cuando discernimos a Dios con
mayor claridad y a nosotros mismos con mayor realismo. El Señor se sirve de la
adversidad para acogernos ‘en ese espacio recóndito de nuestro propio corazón, que de
forma previa no habríamos estado tan dispuestos a visitar’.
Para cuando llega el momento de dar por concluida su oración, el pueblo, en virtud
de su genuina adoración, había llegado a verse tal cómo eran en realidad y ya no tenían
pretensión alguna de superioridad espiritual o valía moral. Y, más importante todavía, a
través del sufrimiento habían accedido a una forma de conocimiento superior de la
auténtica generosidad y fidelidad de ese Dios suyo, por siempre compasivo, por
siempre misericordioso, gloriosamente inmutable en su persona y en su carácter. Si los
problemas suponen tales resultados, somos en verdad pueblo privilegiado y nación
afortunada.

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“Por tu gran compasión”
Nehemías 9:1–37

Hemos tenido ocasión de comprobar en el capítulo anterior los medios que


ayudaron a que el pueblo de Dios aumentara su conocimiento de la dimensión
espiritual de la existencia. Y, sin salir de ese capítulo 9, vamos a intentar delinear ahora
las características específicas de la imagen que se habían hecho de Dios, tratando de ver
con ello cómo influían en la vida cotidiana. Diez son en concreto las características que
figuran en esa oración, siendo además tan importantes para nosotros hoy como lo
fueron para aquellos creyentes israelitas en ese siglo V antes de Cristo. Como
consecuencia de su respuesta ante el llamamiento de los levitas (4), se encuentran
ahora, y de forma inapelable, en la mismísima presencia de un Dios que responde
cuando se le habla.

1. Dios hace explícita su naturaleza (9:5)


El Señor es el Dios eterno. Y la visión que los líderes religiosos tienen de su grandeza
se encuadra en el marco ilimitado de esa eternidad, instando en consecuencia al pueblo
a buscar a su Dios desde esa perspectiva. Así, su Señor no era mera deidad nacional, ni
estaba limitado ni restringido como geográfico dios tribal. ‘Dios es por siempre y para
siempre’ (5, BA). La exhortación inicial de los levitas a alabar a su Dios recuerda la
oración de David ante la llegada de aportaciones para la construcción del templo y las
exultantes palabras del salmista: ‘Bendito sea el SEÑOR, Dios de Israel, desde la
eternidad hasta la eternidad’. Donde la opresión y el confinamiento les limitaba la vida,
era justamente donde más se gozaban los israelitas en la infinitud de Dios.
En el curso de esos últimos años en concreto, el pueblo había experimentado
sufrimiento y dificultades sin fin, dejando el propio libro de Nehemías clara constancia
de ello. En el siglo anterior, sus abuelos habían llevado a cabo esa larga marcha de un
millar de kilómetros a través de desiertos y tierras inhóspitas con el decidido propósito
de dejar atrás la próspera Babilonia y empezar una nueva vida en una Jerusalén en
ruinas. Al profeta Ezequiel, esas gentes necesitadas y maltrechas le parecían esqueletos
sin vida, de ahí el fúnebre lamento: ‘¿Revivirán estos huesos?’
El retorno a una ciudad sin recursos, en un país devastado por la guerra, era toda
una aventura de fe. Pero lo cierto es que su confianza en Dios había sido recompensada
con creces, si bien no todo fue tarea fácil. La ciudad santa había sido saqueada y
devastada sin piedad por parte del ejército babilonio, y el templo, las murallas y las

134
casas habían tenido que ser edificadas de nuevo. Y ahora, una vez terminado todo, los
obreros podían sentirse orgullosos de su trabajo. Pero lo cierto es que no todo era
causa de alegría. Cuando llegó el momento de la dedicación del nuevo templo, su
aspecto en nada recordaba la magnificencia y el esplendor del edificio original
construido por Salomón siglos antes. Y aunque habían disfrutado de periodos de
relativa prosperidad,297 su existencia allí se había visto caracterizada por sequías,
hambrunas, pobreza generalizada, amenazas constantes por parte de los países
vecinos, impuestos y tributos que esquilmaban sus bolsillos a favor de las autoridades
persas y, durante la reedificación de la muralla, hasta su propia vida había corrido
peligro. Ahora, los levitas les recordaban al inicio de su oración la necesidad de
contemplar horizontes más amplios. Su adoración iba a estar dirigida nada menos que
al Dios eterno. La vida no tenía que limitarse a los confines de Jerusalén, a las naciones
vecinas y a las tierras de alrededor. El presente no lo es todo. Dios tiene, de hecho,
grandes y felices planes para el futuro final y definitivo de las personas. Las pruebas y
dificultades del presente no son más que un minúsculo fragmento de los propósitos que
él tiene para su pueblo. Sus vidas tenían que ser contempladas desde la perspectiva de
una vasta eternidad, donde absolutamente todo está bajo el control divino.
Puede que haya momentos en los que las circunstancias por las que atravesemos
nos atenacen y nos lleven al desaliento. Nuestro pensamiento puede discurrir entonces
por los estrechos límites de la existencia del presente, con el peligro de creer que esta
vida es lo único con lo que podemos contar. Pero los creyentes saben bien que ésa no
es la suma total del plan de Dios para su pueblo. Han de recordar ahí la inmensidad sin
límites de la eternidad, lo cual contrasta extraordinariamente con el empeño de las
personas no creyentes en evitar toda mención de un futuro definitivo. Un periodista de
nuestro tiempo, sufriendo una enfermedad terminal, llegaba a la conclusión de que ‘el
imperativo de comportarse como es debido’ es ‘probablemente la única aunque muy
pequeña verdad moral que el siglo XX ha sido capaz de extraer de la tierra yerma dada a
luz por el materialismo científico’. Es más, para él, ‘en un universo sin Dios, o sin una
vida posterior a la muerte, que es lo que parece que se nos obliga a aceptar hoy día, la
mejor opción es el compromiso ético’.
Además de estar completamente comprometidos con los más elevados ideales
morales, el Señor Jesús y sus siervos de los primeros tiempos de la iglesia predicaron
acerca de la eternidad, de la ética práctica, de la seguridad del presente y asimismo del
futuro y de los principios básicos que rigen la existencia. Todo ello les recordaba a la
gente de su tiempo la realidad del cielo. Consciente de que sus discípulos pronto se
verían privados de su compañía y su presencia, Cristo dirige su mirada a un futuro muy
distinto y venturoso. Al enfrentarse a serios problemas de trabajo, el apóstol Pablo ‘se
negó a dejarse desalentar’; las posibles dificultades del presente carecían de
importancia en comparación con la perspectiva de la gloria eterna. La carta a los
hebreos estaba dirigida a una iglesia amenazada por nuevos brotes de persecuciones,
pero, al igual que los patriarcas, sus destinatarios tenían que detenerse a meditar en
esa ‘otra mejor patria: la patria celestial definitiva’ que Dios tenía preparada para ellos.
Santiago insta a sus lectores a ser pacientes ante la espera de la prometida venida del
135
Señor. Pedro les recuerda a los suyos que el Pastor Supremo hará su aparición y será
entonces cuando reciban la corona que no pierde nunca su lustre. Juan se regocija al
pensar que ‘cuando Él haga su aparición, le podremos ver tal como es’. En tiempos de
cruel e incesante persecución, los cristianos de los primeros tiempos creían firmemente
en que el Señor va haciendo progresivamente manifiestos sus propósitos soberanos y
por ello adoraban a un Dios ‘que vive por siempre y por la eternidad’. Esa perspectiva
de eternidad les ayudaba a superar los momentos más terribles en los que la oscuridad
era absoluta. Y así podrá ser ahora igualmente con nosotros.
En agudo contraste, es un hecho evidente en la sociedad contemporánea que muy
pocos son los que hacen mención de un futuro último. La muerte es tema tabú en el
ideario de Occidente y es asunto que, de mencionarse, incomoda a la mayoría. Al tema
de la muerte se le da de lado, o se desestima sin mayores contemplaciones, o se
minimiza con frívola broma. Pero no por ello deja de ser locura ignorar un hecho que
acontecerá de forma inapelable a toda la humanidad, el final inevitable de la vida en
este mundo.
La negación secular de este hecho, con la consabida negación de un juicio y un
cinismo corrosivo respecto al cielo, ha ocasionado muy sutiles repercusiones en el seno
de la iglesia moderna. Y son de hecho temas que no figuran en los primeros lugares de
nuestros programas de proclamación de la verdad cristiana. Son muchas las iglesias en
las que la doctrina de la segunda venida de Cristo y los temas que le atañen han sido
relegados a la periferia del pensamiento cristiano y, en algunos lugares, incluso
desterrados por completo. Pero, por mucho que nos empeñemos en negarlos, Gordon
Rupp pone claramente el dedo en la llaga al afirmar, hace ya años, que ‘los cristianos
creemos en que las cosas últimas han de ser las primeras’. Y lo cierto es que,
querámoslo o no, a los creyentes se nos ha de recordar con frecuencia que el Dios que
es eterno por la eternidad y para siempre ha hecho generosa provisión para asegurar
una vida eterna futura para todos cuantos se vuelvan a él a través de la persona de
Cristo. Y ésa es una noticia grandiosa que merece ser proclamada a voces desde las
azoteas de las casas, no susurrada con timidez por las esquinas.

2. Dios mismo proclama su carácter único (9:6a)


Dios no tiene rival. Rodeados como estaban por competidoras lealtades religiosas
en competencia, las frases del inicio de la oración les brindaban espléndida ocasión
para comprometerse en público con el único Dios verdadero. Toda otra posible
pretensión de deidad era vana ilusión de la imaginación del hombre. Al confesar ahora
Tú eres el único SEÑOR, ratificaban su obediencia al primer y al segundo mandamientos.
Con el tiempo, ese testimonio suyo de la exclusividad de Dios pasó a convertirse en
devota oración de los judíos, recitada cada día en la Shema de Deuteronomio: ‘Escucha,
oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es.’
A pesar de que esos otros dioses eran una fraudulenta impostura, la atracción hacia
la idolatría era un peligro constante para los israelitas. Los más terribles hechos que se

136
confesaban en esa oración tenían justamente que ver con el becerro de oro al que
habían adorado su peregrinación por el desierto con la blasfema pretensión de quienes
sostenían que ese ídolo inerte e impotente les había liberado del yugo egipcio (18). Al
fundir tan degradante imagen, el pueblo rebelde había renegado de forma pública y
expresa del contenido inicial del Decálogo, donde se proclamaba de forma específica
que había sido Dios, y tan sólo él, el que les había sacado de la tierra de Egipto. En
contraste con tan flagrante deslealtad en esa ocasión, la oración ratificaba que no había
ningún otro dios. El Dios único y verdadero no tenía posible rival.
Tú eres el único SEÑOR es afirmación bíblica significativa también hoy para nosotros,
y ello sobre todo a la vista de dos desafíos a los que nos enfrentamos en el presente: la
idolatría y el pluralismo. En la actualidad, son muchas las personas que se inclinan ante
ídolos que no tienen realidad material, sino que están alojados en su corazón. Esas
personas rinden culto a la prosperidad, a la popularidad, al placer y al poder, y todos
cuantos adoran a tales iconos modernos están al mismo tiempo dándole la espalda al
Dios único. Es más, la naturaleza plural de la actual sociedad occidental no va a tolerar
un exclusivismo bíblico sin condiciones. La actitud prevalente es un ‘elige de entre todo
lo que hay, y haz tu propia composición’, considerando de igual valor cualquier posible
manifestación religiosa. Muchos de los que nos rodean prefieren ir seleccionando lo
que les parece apropiado y aceptable, y no sólo entre las religiones antiguas sino
también entre las nuevas, como es el caso de las excéntricas ideas de la Nueva Era con
su énfasis en la preeminencia del ‘yo’ (mi percepción de las cosas y mi realización) y no
en la realidad del pecado humano ni en la necesidad inapelable de un Salvador divino.
Pero, es nada menos que el propio Jesús el que, al final de esa oración intercesora suya,
define la vida eterna como conocimiento del ‘único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado’.303 En fiel testimonio a la unicidad y exclusividad de Cristo, los
creyentes debemos estar preparados para soportar lo que ha venido a ser definido
como ‘el escándalo de lo particular’: ‘En ningún otro hay salvación, porque no hay otro
nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos.’

3. Dios demuestra su poder (9:6b)


El Señor es Dios Creador. Empezando con los relatos del Génesis, y hasta esa
situación presente, la oración es una actividad que recorre la historia viva del pueblo de
Israel. Y la creación, como principio de todo, era el testimonio y garantía de que el
Señor es Dios único y suficiente para suplir todas nuestras necesidades.
La referencia a la creación es, además, ratificada afirmación de fe. Y eso era algo
importante en aquel siglo. Los años pasados en Persia le habían enseñado muchas cosas
a Nehemías. La religión persa era, en esencia, una religión de la corte y el siervo del
Señor estaría familiarizado con sus creencias y enseñanzas. El pueblo persa había hecho
hábito memorizar los textos de Zoroastro, transmitiéndoselos como norma a sus hijos.
El mundo de la naturaleza ejercía gran fascinación sobre ellos, siendo motivo de
diligente y ávida indagación.

137
Esto solicito de ti, oh Señor, dime en verdad:
¿Quién es el Creador, el padre primero de toda Rectitud?
¿Quién asentó el camino del sol y la senda de las estrellas?
¿Quién ordena que la luna ora crezca ora mengüe?
Todo eso y más anhelo saber, Oh Gran Sabio.
Esto solicito de ti, oh Señor, dime en verdad:
¿Quién mantiene la tierra abajo y el firmamento sin que se desplome?
¿Quién (formó) las aguas y las plantas?
¿Quién puso freno a (ambos) viento y nubes?
¿Quién, oh Gran Sabio, es el que ha creado la Buena Conciencia?
Preguntas retóricas que, sin duda, les llevaban a adjudicar tan magna obra al buen
dios del zoroastrismo, Ahura Mazda. Pero lo cierto es que esos israelitas que unían sus
voces a la plegaria de Nehemías 9 estaban totalmente confiados en que sólo el Dios de
Israel había hecho los cielos, los cielos de los cielos con todo su ejército, la tierra y todo
lo que en ella hay, los mares y todo lo que en ellos hay. Tú das vida a todos ellos y el
ejército de los cielos se postra ante ti. Oración que no sólo exaltaba el poder de Dios al
crear el mundo de la nada, sino que era a la vez testimonio ante las naciones
circundantes, algunas de las cuales adoraban en vano a lo creado antes que a su
creador. Se inclinaban ante las estrellas, por no conocer al Señor que las había creado.
Oración de confiada confirmación que no pretendía, en cambio, ser polémica. El
pueblo testificaba con ella una verdad inspiradora que había sido el sostén y esperanza
del pueblo de Dios en los momentos difíciles. Un Dios que crea todo cuanto existe
partiendo de la nada podrá llevar a cabo cualquier cosa. John Bunyan daba ánimos a
amigos suyos que sufrían persecución en el siglo XVII, recordándoles las palabras de
Pablo a los que soportaban grandes padecimientos: ‘Los que sufren conforme a la
voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien.’ La
interpretación que Bunyan hace del texto es pertinente, pues e ‘nada perece a manos
del Creador…La causa de Dios que lleva a muchos a sufrir ya había sido solucionada
siglos antes, por cuanto todo está en manos del Creador.’ A lo que añade:
¿Cómo imaginar que tres jóvenes puedan haber continuado vivos en un
horno ardiente, que Daniel no sufriera daño alguno en el foso de los leones, que
Jonás regresara sano y salvo a su casa tras permanecer tres días en el vientre del
gran pez, o que el Señor Jesús resucitara de entre los muertos? Pero lo cierto es
que nada en le es imposible al Creador.
Surgen así, a lo largo de los tiempos, testimonios de apasionada confirmación de lo
mismo: ‘El Creador puede proveer esa ayuda para su pueblo sufriente y nunca dejará de
atender a sus necesidades.’
Pero lo cierto es que el trabajo de la creación no estaba confinado a las historias de
Génesis, pues, tal como Jesús dejó posteriormente explícito, Dios sigue obrando en el

138
transcurso de los tiempos en el mundo por Él creado, con sabiduría, maestría y
extraordinario poder, ‘y así sigue siendo hasta el día de hoy’. El Dios que puede dar vida
a todas las cosas no va a dejar a su pueblo sin fuerzas, sin paz o sin esperanza. Y para
que así sea, no sólo evidencia el deseo y el poder necesarios para ayudar, sino que, tal
como la oración misma pone de relieve, dispone los agentes necesarios para que eso
venga a ser una realidad. La multitud de los cielos está integrada por las huestes
celestiales, actuando como mensajeros sobrenaturales de sus propósitos: ‘Los seres
celestiales, con frecuencia objeto de adoración, son aquí adoradores de Yavé’.312 Los
creyentes del Nuevo Testamento estaban firmemente convencidos de que los ángeles
no se ocupaban tan sólo de rendir culto en los cielos, sino que también estaban al
servicio de la tierra. La iglesia sufriente del siglo I de nuestra era se consolada por la
seguridad de contar con la ayuda constante de esos emisarios del Creador, ‘espíritus
dedicados a ministrar a favor de aquellos que heredarán salvación’. En modo alguno
puede permitirse que el cinismo prevalente en el espíritu secular de nuestros tiempos
nos desposea de esas certezas. Los ángeles siguen todavía con nosotros.

4. Dios cumple sus promesas (9:7–8)


La oración abunda en referencias a la iniciativa y actividad de Dios. El pueblo se
gloriaba no sólo en lo que había llevado a cabo en la creación, sino también en lo que
continuaba haciendo en este mundo por Él creado: Tú hiciste los cielos…Tú das vida a
todo…Tú escogiste a Abram…Tú hallaste fiel su corazón…e hiciste con él un pacto para
darle…Tú has cumplido tu palabra (6–8). La oración se centra en diversos aspectos de la
actividad soberana de Dios en la vida de Abrahán.
Dios escogió a Abram. Ateniéndonos a su fragilidad humana, un hombre próximo al
fin de sus días con una esposa a la que se le habían pasado los años de fertilidad. Y fue
de ahí de donde habría de surgir una nación única en su historia. Dios se sirve de las
personas en apariencia menos idóneas en los lugares más insólitos (Ur de los caldeos)
para llevar a cabo sus planes de manera que nosotros no podamos arrogarnos el mérito
de nuestros aparentes logros.
Dios le hizo cambiar. Su propio nombre, Abram, ‘padre honorable’, quizás traslucía
notoriedad pública, una persona de cierta entidad entre sus conciudadanos, pero que
no tendría mayor trascendencia más allá de los confines de su entorno local. Pero Dios
transformó su vida y, de padre honorable en su limitación, pasó a ser Abrahán. El
humilde ganadero al que ya no le quedaba mucho de vida, se convertiría en ‘padre de
multitudes’.
Dios le conocía. El Señor sabía bien que los motivos que impulsaban a Abrahán eran
puros y que su alianza era leal y verdadera. El Dios que todo lo conoce había examinado
su corazón y lo había encontrado fiel. Antes de confesar sus iniquidades y las de sus
antepasados, el pueblo es consciente de que Dios sabe todo sin que haya necesidad de
decírselo. No hay posibilidad de secreto. Dios penetra hasta los más recónditos pliegues
del corazón y de la mente. Dios no había visto en Abrahán a un hombre de conducta

139
intachable. Era hombre pecador como cualquier otro, pero lo que le distinguía era su
firme confianza en Dios y esa tenaz lealtad tenía su reconocimiento en el cielo.
Dios hizo un pacto con él para darles a sus descendientes la tierra en heredad. A ese
hombre de fe se le hizo la promesa de una tierra en heredad para ese pueblo escogido
que sería su nación santa. Y a pesar de estar habitada por los pueblos cananeos, lo
cierto es que la tierra en su totalidad le pertenecía al Dios, y por eso Dios le hacía ahora
voto fiel de convertirlo en padre de la raza prometida, siendo para su progenie esa
tierra anunciada.
Al confiar y obedecer a la palabra de Dios, Abrahán había dado noble ejemplo a sus
descendientes. El pueblo confesaba ahora no haberlo seguido, pero la memoria de la
vida de Abrahán era en verdad testimonio no del mérito de ese patriarca, sino de la
gloriosa fidelidad de Dios, quien siempre cumple lo que promete: Has guardado tu
promesa. La fiabilidad de su palabra está garantizada por la integridad de su carácter y
de su persona: porque Él es recto. En el Dios de la verdad, no cabe el engaño. Y su
pueblo puede descansar seguro cuando, al igual que Abrahán, aceptan como hecho
infalible lo que Él les comunica.

5. Dios hace manifiesto su amor (9:9–12)


Según va avanzando la oración, la historia cambia de Abrahán a Moisés. Se pasa
ahora de la creación de esa nación a su salvación, de la gracia de Dios, actuando para
establecer esa comunidad, a su poder soberano para redimirla. Una vez más, Dios opta
por la persona que menos apta pudiera parecernos para la consecución de sus planes:
un refugiado que había tenido que huir de Egipto cuarenta años atrás, acusado de
haber dado muerte a un egipcio. Pero lo cierto es que Dios recurre a los más débiles y
muy en particular a aquellos que se encuentran más abrumados por fracasos
anteriores. Quién podría haber imaginado que a ese cortesano de genio vivo frisando
los cuarenta iba a serle encomendada, cumplidos ya los ochenta, una nueva tarea. Pero
lo cierto es que nada hay imposible para Dios.
Al recordar el relato del Éxodo, la oración se centra en el amor de Dios y en su poder
soberano. Una combinación perfecta. El amor es el que se apercibe del sufrimiento de
los israelitas sometidos a cruel esclavitud. Su poder actuó entonces para corregirlo. Son
muchas las personas que se ven movidas a compasión por amor, pero que carecen de
poder para intervenir, mientras que otras, en cambio, disponen de un poder que no va
acompañado de amor. El amor sin poder nada puede hacer; el poder sin amor es cosa
peligrosa. Dios es, a un tiempo, amoroso y también poderoso. Él había trazado su
destino, visto su sufrimiento, oído sus plegarias y, en consecuencia, había cambiado el
curso de su existencia.
Esa intervención a favor suyo había sido en poder movido por su amor, y ello no
sólo a favor de Israel. Con ocasión del Éxodo, la exclusividad de su persona y la fidelidad
de su carácter habían sido puestas a prueba: allí te hiciste un nombre como el de hoy
(10). Y esa naturaleza y carácter de su persona es lo que se le hace saber a Moisés en

140
Horeb: ‘Yo soy el que soy’. Esto es, Dios eterno e inmutable. Él está siempre presente
(pues siempre ha sido y siempre será), nunca nos deja de su mano (‘el Dios de nuestros
padres’)320 y es todopoderoso (‘Yo he prometido libraros de vuestra desgracia’). La
redención de su pueblo era hecho histórico incuestionable y prueba fehaciente de que
cumplía lo que prometía. Dios tiene un nombre que salvaguardar.
Nada más fundirse el becerro de oro al que idolatrar, Moisés es llamado a presencia
de Dios en lo alto de la montaña. El pacto necesita ser renovado incluso entre los
pecadores. Allí, Dios vuelve de nuevo a ‘proclamar su nombre… “El SEÑOR, el SEÑOR,
Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad” ’
(con la fiel lealtad que se sigue del pacto). Con ocasión de la salida de Egipto, el gran ‘Yo
soy’ había dado muestras de su poder sin igual y ahora, ante una nueva situación,
declaraba sin ambages la inmutabilidad de su amor. En consonancia con su nombre y la
palabra dada, él sigue amando fielmente a su pueblo.
Un siglo antes de Nehemías, Daniel había buscado a Dios con palabras muy similares
a las que ahora leemos en ese capítulo 9. En los tristes días del exilio, se había
consolado con el recuerdo de que, al liberar al pueblo escogido de la esclavitud en
Egipto, Dios se había ‘labrado un nombre para sí mismo, que perduraba hasta hoy’.
Daniel le rogaba al Señor que interviniera de nuevo, y no sólo por razón del pueblo que
sufría repetido exilio, sino ‘Por razón de ti mismo, oh Señor …contempla la desolación
de la ciudad que lleva tu Nombre.’ Ciertamente, el pueblo no merecía el beneficio de un
nuevo éxodo pero confiaban en su ‘gran misericordia’. El hombre de oración rogaba
porque sabía que Dios era fiel a su propio nombre y su pueblo era testimonio vivo en un
entorno pagano. Ahora le rogaba a Dios que volviera a intervenir de nuevo a favor suyo
‘porque tu ciudad y tu pueblo llevan tu nombre’.
En el primer éxodo había contestado a su ruego (9), vencido a sus enemigos (10),
desechado sus temores (11) y encaminado sus pasos, para alumbrarles el camino en que
debían andar (12). Y los que ahora estaban junto a Nehemías oraban de nuevo, porque
contaban con la prueba añadida de haber podido salir de Babilonia. Dios ciertamente
no había cambiado y podían seguir confiando sin temor en su buen nombre.
A lo largo de la historia, el relato del éxodo ha sido motivo e inspiración de
renovado estímulo en muy diferentes situaciones. Los esclavos del Nuevo Mundo daban
voz a sus sueños con cantos de lamento. ‘Deja ir a mi pueblo’. Los miles de inocentes
que sufrieron el Holocausto clamaban igualmente por su liberación, soñando con una
nueva tierra prometida. Los actuales teólogos de la liberación y la raza negra
interpretan ese relato bajo un nuevo prisma esperando mejorar su situación. A lo largo
de los siglos, los que sufrían cautiverio y opresión tomaban ese relato como faro de
esperanza. Los tiempos de dificultades no han concluido y, en este mundo cruelmente
dividido, son muchos los que anhelan un cambio. Junto a la opresión política, los
conflictos étnicos y las terribles injusticias raciales, se dan otras tiranías más sutiles y
muy próximas a todos nosotros. Son millones las personas que, en este mundo nuestro
de formas de vida destructivas, de avaricia, glotonería, consumo de drogas,
alcoholismo, promiscuidad sexual, juegos de azar compulsivos y pornografía, no son
capaces por sí mismas de alcanzar la liberación. El relato de lo que Dios había hecho a
141
favor de aquellos esclavos hebreos es ejemplo y modelo de lo que continúa haciendo
en la actualidad. No ha de extrañarnos, pues, que los primeros cristianos se
maravillaran ante el prodigio de la salvación a la luz del éxodo. Con su obra de
redención, Cristo se había convertido en su libertador. El Cordero Pascual había sido
sacrificado en su lugar. El juicio había sido superado. Como peregrinos liberados de su
terrible suerte, estaban destinados a una nueva tierra de promisión.

6. Dios hace manifiesta su voluntad (9:13–15)


Los dioses paganos estaban muertos y en silencio, pero el Dios viviente se acercó a
su pueblo y habló con él en el Sinaí. Y es allí donde les confirma que siempre estará con
ellos. ¿Cómo sentirse pobre teniendo a Dios a su lado? Él cumplía siempre su palabra y
derramaba la abundante gracia de sus dones sobre ellos, cubriendo todas sus
necesidades: morales (13, ordenanzas justas y leyes verdaderas, estatutos y
mandamientos buenos), físicas (14, un día santo de reposo) y materiales (15, pan del
cielo y agua de la peña), junto con las necesidades espirituales. Todo cuanto había dicho
y hecho había sido para su beneficio y bendición. Había hecho, además, solemne
juramento de que entrarían a poseer la tierra prometida y no iba a volverse atrás en la
palabra dada.
Cuando Dios se dirigía a ellos, en verdad podían confiar en sus promesas (8), porque
eran reflejo de su carácter. Los israelitas sabían que él era justo (13, algo evidente en
sus leyes y ordenanzas), bueno (13, demostrado por sus mandamientos buenos),
considerado (14, instituyendo un día de descanso), generoso (15, provisión de pan del
cielo para su hambre y agua de la peña para su sed) y digno de confianza (15,
jurado…dar).

7. Dios hace patente su misericordia (9:16–18)


Pero, a pesar de todo lo que el Señor había dicho y hecho, nuestros padres obraron
con soberbia…y no escucharon los mandamientos de la Palabra de Dios (16). A la luz de
tan abundante generosidad por parte de Dios, la deslealtad israelita resulta aún más
chocante – hasta que nos paramos a examinar nuestro propio corazón. De haber estado
con ellos en el peregrinaje por el desierto, no es muy probable que nos hubiéramos
portado mucho mejor. El pecado de esos israelitas era grave, pero lo que lo convierte
en episodio trágico es su repetición a lo largo de la historia, una historia de una
humanidad díscola, no sólo de un pueblo rebelde en particular. Nosotros también
somos culpables de orgullo contumaz (16, obraron con soberbia, endurecieron su,
cerviz), deslealtad premeditada (16, no obedecie ron), estudiada falta de interés (17, no
escucharon), lacerante ingratitud (15, 17 tú diste…ellos no lo recordaron), flagrante
rebeldía (17, eligieron un jefe para volver a su esclavitud de Egipto), lamentable idolatría
(18, se hicieron un becerro de metal fundido), profanando el nombre de Dios sin
remordimiento (18, cometieron grandes blasfemias). Y nosotros estamos igualmente

142
condenados, a menos que el Dios de misericordia acuda a rescatarnos.

8. Dios hace patente su generosidad (9:19–25)


Aquellos que ahora se dirigían a Dios en oración, se regocijaban no sólo en lo que
Dios había hecho, sino asimismo en aquello que no había hecho. Por ser lento para la
ira y abundante en misericordia no les abandonaste (17), cuando pecaron contra él. En
verdad, eran muchas las faltas que podían achacárseles. No habían hecho aprecio de su
protección. La columna de nube no había dejado de estar con ellos, librándoles de
peligros ocultos, y así había sido incluso el día que adoraron el becerro de oro. Y, al
llegar la noche, la columna de fuego siguió brillando en la oscuridad. Tampoco
recordaban los hechos poderosos realizados a favor suyo (17). Ni habían obedecido su
ley (26a) ni habían valorado su mensaje, sino que, en arrogante rebeldía, incluso se
habían permitido silenciar a sus mensajeros (26b).
En su ira, el Señor podría haber actuado como mejor le hubiera parecido, pues eso
era lo que se merecían. Pero ellos eran un pueblo precioso para él. Por sus ofensas,
merecían el castigo que Dios quisiera imponerles o que les abandonara, pero, en su
gran compasión (19), no les había dejado de su mano.
Dios no les había negado su presencia (19) y, pesar de su nefanda idolatría, no iba a
dejarlos abandonados a su suerte en el desierto. Los dos grandes símbolos de su fiel
presencia, la columna de nube de día para guiarles en su camino, y la columna de fuego
por la noche para marcar la dirección a seguir no dejaron de estar presentes en todo su
peregrinar.
El Señor tampoco se había negado a seguir ayudándolos (20a). En su rebelde
idolatría, habían rechazado abiertamente sus enseñanzas, pero, con amorosa
persistencia, había seguido comunicándoles su palabra, concediéndoles el beneficio de
su buen Espíritu para instrucción suya.
El Señor no había retirado su provisión (20b). A pesar de su desobediencia a la
Palabra, su indiferencia ante su mucha misericordia y el rechazo de su autoridad
(17–18), seguía cubriendo sus necesidades a diario: no retiraste tu maná de su boca, y
les diste agua para beber (20). Por espacio de cuarenta años, en consecuencia de su
voluntaria desobediencia, siguió pese a todo proveyendo para ellos en el desierto sin
que nada les faltara (21).
Incluso en su contumaz rebeldía, nada les había faltado. Con generosidad en
absoluto merecida, Dios había hecho siete cosas a favor suyo. Les había proporcionado
una meta geográfica (19), una visión espiritual (20a), provisión material (20b), vestido
adecuado (21a), resistencia física (21b), éxito militar (22, reino y nación) y fuerza
numérica (23), haciendo de ellos descendencia tan numerosa como las estrellas del
firmamento.
Dios había perseverado en la fidelidad a su promesa (23, hecha en primera instancia
a Abrahán) a pesar de que el pueblo había quebrantado la suya. A causa de su rebelde
desobediencia, muchos de ellos habían muerto en el desierto tal como Dios les había

143
advertido, pero entraron los hijos y poseyeron la tierra (24). En esos hijos, venía a
hacerse patente el continuado favor de Dios. Él había hecho realidad la posesión de esa
tierra de la promesa, proveyendo vivienda y alimento para su sustento. Las bendiciones
materiales habían sobreabundado y ello en gran contraste con las penurias de su
peregrinaje por el desierto. La tierra que ahora poseían era fértil (25) y eran los
beneficiarios de toda suerte de bendición. Ahora eran un pueblo grande y privilegiado.
El agua es un bien preciado en la vida y, para beneficio suyo, había cisternas excavadas.
Dios les había concedido asimismo viñedos, olivares y árboles frutales en abundancia. Y
fue así que comieron, engordaron y se deleitaron en su gran bondad (25). Cuán lógico y
natural sería imaginar a ese pueblo feliz y agradecido. Pero no había sido así.
Pero, antes de que nos apresuremos a condenar a ese pueblo rebelde, hagamos
nosotros ahora examen de conciencia y tratemos de llevar la cuenta de las muchas
bendiciones y bondades concedidas por Dios en nuestra vida. Cada oportunidad de
oración que surja debería comenzar con encendida adoración, y el reconocimiento de la
persona de Dios, seguido de acción de gracias por todo lo obrado a favor nuestro. Con
demasiada frecuencia, anhelamos todavía más, olvidando lo que ya tenemos.

9. Dios ejercita su paciencia (9:26–31)


La siguiente sección de la oración se ocupa de esas dos décadas que siguieron al
asentamiento en Canaán, centrándose de forma particular en los libros históricos del
Antiguo Testamento. Y lo que encontramos ahí es una triste historia de falta de amor a
la persona de Dios e indiferencia a su Palabra. Pero fueron desobedientes y se rebelaron
contra ti, echaron tu ley a sus espaldas. Y no sólo ignoraron lo que Dios había dicho, sino
que además tomaron sus medidas para no tener que volver a escucharla nunca más:
mataron a tus profetas, que los amonestaban, ridiculizando su mensaje. Volvía así a
repetirse el esquema cíclico de prosperidad, arrogancia, apostasía, juicio, penitencia y
restauración – algo ya visto en el libro de Jueces –, que se recita ahora en honesta
oración de confesión: cometieron grandes blasfemias. Así, no sólo habían hablado de
manera ofensiva respecto al Señor (18, 26), sino que ‘hicieron patente su menosprecio’.
Entonces tú les entregaste en manos de sus enemigos que los oprimieron, pero en el
tiempo de su angustia clamaron a ti, y tú escuchaste… les diste libertadores. Pero volvían
a hacer lo malo delante de ti (27–28).
Dios soportó pacientemente su repetida deslealtad. Sabía que la única manera de
hacer que volvieran a la relación previa del pacto era entregarles en mano de los
pueblos de esas tierras. Únicamente en medio de las condiciones más penosas se darían
cuenta de su dependencia del Señor. Cuando las cosas les iban bien, no sólo se
olvidaban de Dios, sino que se volvían a otros dioses. Era situación similar a la
infidelidad de un cónyuge dentro de la pareja, que es perdonada, pero que, no mucho
después, volvía a ser infiel, y no sólo una vez más sino en repetidas ocasiones. Una
presión imposible de soportar en la relación personal más especial que pueda darse. El
ser humano apenas podría soportarlo, pero en cambio el Señor, aun lamentando su

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repetida infidelidad, les otorgaba su completo perdón y les liberaba una y otra (29).
El abandono de la relación del pacto por parte de los israelitas era algo evidente en
base a su pertinaz rechazo de la Palabra de Dios. Y aunque se les instaba en repetidas
ocasiones a regresar al pacto de la ley, ellos volvían de nuevo a desobedecer los
mandamientos de Dios, pecando además contra sus ordenanzas (29). Al comportarse
así, estaban eligiendo con deliberación la senda de la muerte, pues el hombre que hace
aprecio de las ordenanzas de Dios vivirá si las cumple. Pero los israelitas le habían vuelto
la espalda a Dios ocupados como estaban por los logros materiales, placeres que
destruyen el alma y la adoración de ídolos sin valor. La ley de Dios se la habían echado a
la espalda (26) y, con idéntico desprecio por algo material que ya no les sirviera para
nada, desecharon la ley de Dios junto con sus mandamientos y ordenanzas como algo
inútil y carente de valor. Pero durante muchos años, el Señor había sido paciente en
extremo con ellos (30). Dios levantó, y el Espíritu dotó, a nuevos profetas fieles y
valientes, pero el pueblo no les hizo caso; por eso Dios los entregó en mano de los
pueblos de esas tierras, sabiendo que, ante la presión de la adversidad, se acordarían de
nuevo del Señor que les amaba. En su gran compasión no los exterminaste ni los
abandonaste, porque tú eres un Dios clemente y compasivo.
Las dificultades todavía conducen a las personas autosuficientes a los brazos de un
Dios amoroso. Cuando todo les va bien la vida, pueden prescindir de su persona. Él
espera entonces con toda paciencia, sabiendo que no siempre les va a ir bien a las
personas de porte arrogante. El hijo pródigo no se acordaba de su padre mientras
disfrutaba de suntuosos banquetes rodeado de aduladores amigos, pero, cuando se le
acabó el dinero y el hambre le roía las tripas, pensó de nuevo en su hogar. Hay
situaciones en las que, muy lamentablemente, tan sólo la desdicha puede hacer entrar
en razón a las personas.

10. Dios demuestra su fidelidad (9:32–37)


Según va acercándose a su final tan enjundiosa oración, la situación cambia,
pasándose de un pasado lamentable a un presente de tensión que, sin embargo, puede
verse resuelto en un futuro más venturoso. De las tribulaciones anteriores pasan a las
desdichas presentes. Y el modo en que vayan a acercarse a Dios será crucial para el
desarrollo de la historia.
En el curso de su oración, va haciéndose paulatinamente evidente la grandeza de su
Dios. Al ir cambiando de confesar a rogar, tratan de dejar a un lado sus fallos para
acogerse a su inmensa compasión. Su Dios es grande, poderoso, y temible, y guarda el
pacto y la misericordia (32), a pesar de los devaneos y la persistente deslealtad de un
pueblo adúltero. En momento alguno dudan de que no vaya a salvarlos también ahora.
Ahora, lo más grande para ellos es su perenne constancia. La deslealtad del pasado
y los problemas del presente han ido afectando a todos por igual: reyes, líderes,
sacerdotes, profetas, padres, al pueblo. Ésa es la terrible verdad del pecado. Sus efectos
se propagan a gran escala, como una plaga mortal, infectando a las generaciones según

145
se van sucediendo. Pero el Señor no se portó con ellos según el trato recibido de su
parte. Sin duda, ellos habían faltado a su parte del acuerdo, pero no por eso Él iba a
responder de igual manera: Tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros,
porque tú has obrado fielmente, pero nosotros perversamente (33).
El pueblo reconocía que Dios había obrado siempre con justicia: tú eres justo en
todo lo que ha venido sobre nosotros (33). Y si ahora les perdonaba, los pecados
cometidos no podían ser perdonados. Pero no era fácil que estuviesen dispuestos a
admitir lo horrendo de sus transgresiones hasta que sufrieran las consecuencias. Y es
por eso por lo que desde los días de los reyes de Asiria, cuando el Reino del Norte había
sido castigado por su idolátrica desobediencia, hasta el día de hoy, la mano justiciera de
Dios no había dejado de obrar.
El pueblo israelita reconocía ahora su soberanía. El Señor permitía que pasaran por
situaciones de prueba y sufrimiento para que pudieran volverse a él. La severidad de
sus juicios era expresión de la universalidad de su soberanía y muestra de la
persistencia de su amor. Los ejércitos asirios, babilonios y persas, al igual que los
egipcios, cananitas y filisteos con anterioridad, habían sido conquistadores triunfantes,
pero tan sólo hasta el punto en que Dios lo había permitido. Él los había entregado en
su mano (27) abandonándoles a sus enemigos (28) y entregándoles en mano de los
pueblos de estas tierras (30), al igual que, en otro momento y circunstancia muy
diferente, les había hecho entrega a ellos de la nueva tierra con sus gentes (24). La
historia del pueblo israelita no se componía de una serie de incidentes políticos sin
relación entre sí y fracasos militares sin sentido. Pero, en su trasfondo, siempre había
obrado la mano del Señor. Y aquellos profetas, cuyo ministerio habían despreciado y
hecho objeto de burla (26, 30), habían acabado por proclamar la imperante soberanía
divina. Isaías había hecho percibir en la furia asiria el ariete de un Dios justiciero. Más
adelante, Jeremías había instado a las gentes de su tiempo a aceptar que el temible rey
babilonio en realidad no era más que un personaje dentro de los planes de Dios,333
sirviendo a los propósitos divinos para castigo y enseñanza de Judá. Había sido en
realidad el Señor el que los ‘había entregado’ en manos de Nabucodonosor. Los
babilonios habían sido derrotados después porque ese rey soberano había levantado a
un príncipe persa como libertador de su pueblo.335
Los israelitas reflexionaban ahora a la luz de la Palabra de Dios. Su mayor pecado
había sido desobedecer lo ordenado en esa palabra suya. La ley había sido abandonada,
las ordenanzas despreciadas, las advertencias ignoradas (34). Por negarse a servir a Dios
(35), se habían convertido en esclavos de gente extranjera (36). Y todavía seguían bajo
el dominio de un gobernante. Los persas no eran señores crueles, pero el pueblo de
Dios no tenía plena libertad. Por otra parte, los tributos eran una pesada carga y venían
a suponer que el beneficio de la dura tarea que realizaban iba a parar a otros bolsillos.
Sólo un gran Dios (19, 32) que lleva a cabo grandes cosas (25, 27, 31, 35) podía
remediar su gran angustia (37).
La historia israelita testimoniaba la bondad del Señor, en contraste con la rebeldía
de su pueblo. Aunque estaban abatidos por el remordimiento de la culpa y el recuerdo
de sus pecados y transgresiones en el transcurso de los siglos, todavía podían gozarse
146
en esa gran bondad. La presente oración exaltaba a ese Dios que tanto había hecho por
ellos. Veinte son las bendiciones que se especifican en este maravillado recital de
generosa misericordia. En su bondad, Dios se había ocupado con esmero de crear (6),
elegir (7), animar (8), escuchar (9), libertar (10–11), guiar (12), reunirse (13a), enseñar
(13b), proteger (14), alimentar (15), perdonar (17), amar (18), acompañar (19), vestir
(21), fortalecer (22), sostener (21), multiplicar (23), prosperar (25), corregir (26–27) y
rescatar (27). Al volver la mirada atrás, se daban cuenta de su propia insignificancia en
terrible contraste con su abundante fidelidad.
Sin embargo, lo más importante era que emergían de esa experiencia de oración en
confesión con una visión más amplia de Dios. Nosotros también necesitamos en la
actualidad esa amplitud de pensamiento al considerar todo cuanto el Señor ha dicho y
hecho a favor nuestro. En ocasiones, nos damos por satisfechos con conceptos en
exceso limitados y restrictivos acerca de Dios. Tres son las posibles maneras como nos
afectaría tener una mayor visión de la grandeza y suficiencia del Señor.
En primer lugar, cuestionaría nuestra irreverencia. En los períodos de prosperidad,
el pueblo israelita había empezado a dar por sentadas muchas cosas respecto a Dios y
su persona, creyendo neciamente que podían comportarse como les viniera en gana.
Habían adoptado como norma una conducta egoísta, descuidando su vida espiritual,
tomándose a la ligera las obligaciones del pacto que deberían haber respetado como
hijos creyentes y siervos sumisos. Nosotros también podemos caer en la actualidad en
una indiferencia espiritual y una apatía moral respecto a aquello que en verdad es más
importante. Si eso sucede, será porque nos habremos conformado con una doctrina
gravemente limitada en nuestra experiencia de Dios. Según oraban, al pueblo israelita
iba haciéndosele más y más evidente la justicia y santidad de Dios. Muchas de las
naciones vecinas tenían dioses que podían ser aplacados y sobornados con sacrificios.
Pero el caso era muy distinto con el pueblo de Israel. Si Dios es santo, su pueblo ha de
actuar también con santidad. Y ya no se trataba de pensar en poder pecar a tope sin
sufrir las consecuencias, afectando gravemente su relación con el Señor. Y lo mismo
podía decirse respecto a la santidad de Dios y la que debería evidenciarse en su pueblo.
En segundo lugar, una visión más amplia de la grandeza de Dios ayudará a que se
disipe nuestro desaliento. El pueblo israelita oraba ahora con mayor percepción de sus
propios pecados y los de sus padres. Su convencimiento de fracaso les estaba
desmoralizando hasta el punto de coartar toda acción e iniciativa. Muchas eran las
oportunidades perdidas de mostrar su amor, su santidad y su entrega comprometida.
¿Podrían, en verdad, ser capaces de volver a empezar? La imagen de Dios que surge de
este capítulo es la de un Dios misericordioso y perdonador. Él siempre iba a aceptar a
todos cuantos se acercaran a Él con corazón penitente, buscando en su Señor la fuerza
necesaria para vencer al pecado donde se presentara. Aceptación que se hace extensiva
igualmente a nosotros hoy.
En tercer lugar, una visión más amplia de Dios nos ayuda a superar nuestra
insuficiencia. ¿Qué va a suceder cuando hagan su aparición las tentaciones? ¿Podían
estar entonces seguros los israelitas de recibir la fuerza moral necesaria para resistir
insidiosos ataques y atracciones, conquistando nuevas alturas de amor leal? La visión de
147
Dios que se va perfilando en esa oración suya les recordaba que Dios puede cambiar y
transformar las situaciones más difíciles. El Señor se deleita en ayudar al débil y al
vulnerable, proveyendo lo necesario para su subsistencia. Abrahán y Moisés son los dos
únicos israelitas mencionados por su nombre en la oración, pero su experiencia no era
un episodio único de individuos aislados. Su historia era testimonio a favor de un Dios
de poder invencible y recursos ilimitados, que puede hacer que las personas más
impensables pueden ser eficientes instrumentos en la consecución de sus propósitos.
Lo que había hecho por ellos lo haría también no sólo por los israelitas que de ellos
descendían, sino asimismo por los que pertenecen a Cristo. Todos los creyentes
cristianos son en verdad ‘simiente de Abrahán’ y herederos de todas esas promesas de
plena provisión y gracia infinita.
Los creyentes de los tiempos de Nehemías buscaban esa clase de confianza al
enfrentarse al futuro. Y por haber tanto ellos como sus antepasados quebrantado su
parte del pacto en repetidas ocasiones y sin ningún rubor, ahora había llegado el
momento de proclamar en público su amor y su lealtad. Era, pues, el momento no sólo
de pronunciar una oración penitente, sino asimismo de renovar un compromiso.

“Un Pacto Fiel Renovado”


Nehemías 9:38–10:39

Tras finalizar su oración, el pueblo renueva su pacto de entrega a Dios. Los que le
pertenezcan han de observar una cierta conducta y ahora había llegado el momento de
reafirmarse en su lealtad ante sus familias y el pueblo. Ese nuevo compromiso con Dios
iba a formalizarse mediante una serie de acuerdos escritos: A causa de todo esto,
nosotros hacemos un pacto fiel por escrito; y en el documento sellado están los nombres
de nuestros jefes, nuestros levitas y nuestros sacerdotes (9:38).
Pasaje que, dada la importancia de su contenido, nos lleva a considerar cuatro
aspectos fundamentales en ese pacto de Nehemías.

1. La importancia del pacto


Los pactos son importantes desde la perspectiva bíblica e histórica, e incluso desde
la contemporánea.
Para empezar, los acuerdos escritos de esas características han ocupado siempre un
lugar prominente en los relatos bíblicos. Dios hizo diferentes pactos con Noé y con
Abrahán, llegando de forma posterior a un acuerdo con el pueblo escogido por medio
de Moisés, comprometiéndose con ellos como Dios único suyo. Por su parte, el pueblo

148
tenía que responder obedeciendo a su Ley. Pero, tal como hemos tenido ocasión de
comprobar, pese a la fidelidad de Dios, el pueblo israelita había quebrantado ese pacto
con frecuencia, llevando, en el curso de su historia, a un atribulado reconocimiento de
su falta de lealtad, teniendo que ser entonces líderes de la talla de Josué y reyes de la
categoría de Ezequias y Josías los encargados de renovar los pactos mediante
documento escrito. Los correspondientes relatos de esos hechos se los debemos a la
maestría narrativa del autor de Crónicas, habiendo sido probablemente redactados
durante el exilio o muy poco después. Series, pues, bien conocidas por hombres de fe
como Nehemías, que guardaban la historia de Israel como un tesoro. Al añadir ellos
ahora sus nombres a ese pacto, seguían la más excelente tradición de sus antepasados.
En segundo lugar, los pactos también han tenido gran relevancia en la historia del
cristianismo. Teniendo como precedente los pactos bíblicos, fueron varias las
congregaciones que, allá por el siglo XVI, redactaron compromisos corporativos en
relación al Señor y entre ellas mismas. Una parte importante de los puritanos ingleses
declararon mediante documento escrito su lealtad y devoción al Señor Jesús. El pacto
redactado y suscrito por Joseph Alleine, publicado por su hermano Richard, pasó a
convertirse en modelo a seguir por muchos otros creyentes. Posteriormente, hombres
de la talla de Jonathan Edwards, David Brainerd y John Wesley modelaron su
compromiso personal mediante promesas escritas al tiempo que hacían entrega
incondicional de su persona para la causa de Cristo. Los no-conformistas de los siglos
XVII y XVIII declararon su compromiso en forma de pacto corporativo, suscribiendo
todos los miembros de las iglesias su decidida voluntad de honrar a Dios en formas
definidas y ratificándolo mediante firma a título personal. Wesley redactó un servicio
litúrgico como Pacto de Año Nuevo para su uso entre los metodistas, todavía vigente y
en uso en la actualidad como algo importante para la vida espiritual de la iglesia.
En tercer lugar, son muchas las personas que, aun hoy día, siguen encontrando muy
útil redactar pactos para dar expresión a su compromiso con Cristo en determinados
apartados. El Pacto de Lausana es un ejemplo reciente de compromiso corporativo con
el evangelismo y la acción social por un gran número de líderes de todas partes del
mundo. El valor práctico de un pacto determinado es que protege nuestras más loables
intenciones de un posible vacío de propósito concreto, y ello por tomar la decisión en
firme de mantenernos en presencia de Dios para obrar conforme a su voluntad en
determinadas cuestiones de plena actualidad.
Las repercusiones y beneficios que pueden derivarse de un compromiso explícito
con el Señor en cuanto a nuestra relación diaria con él, a la importancia que le
concedamos a la iglesia, a las relaciones familiares, a los bienes materiales y a nuestra
manera de vivir en general, pueden llegar a ser realmente grandes. Suele suceder que
oímos un sermón, nos sentimos inspirados y decidimos ser cristianos más
comprometidos. Y, ahí se acaba todo. Muchos de esos buenos propósitos rara vez
gozan de larga vida. Se necesita un propósito concreto e invertir tiempo en nuestra
relación con Dios y en aprender su Palabra. Y es de gran ayuda ponerlo por escrito y, en
imitación del ‘hombre de expresión firme y decidida’ en El Progreso del Peregrino,
solicitar ‘Que mi nombre sea también escrito, Señor’.
149
2. La estructura del pacto
El estudio de los pactos en el antiguo Oriente Próximo ha puesto de relieve un
formato literario común con una historia en el tiempo anterior a Moisés, siendo muy
probable que tales tratados influyeran en la compilación de pactos de Israel. Los pactos
políticos de esa clase se redactaban con frecuencia entre un poder superior (señor
feudal) y un país más débil (vasallo). Lo habitual era empezar con la relación histórica
entre las partes integrantes del acuerdo, prestando particular atención a la magnánima
generosidad del señor en cuestión. A continuación, venían las estipulaciones básicas del
pacto, justo antes del apunte pormenorizado de las formas prácticas y concretas en las
que habrían de aplicarse los términos del mismo. Era cosa frecuente, además, que se
depositara una copia manuscrita en el templo del dios de la localidad y que los términos
del pacto fueran hechos públicos en determinadas ocasiones. Quienes lo ratificaban
mediante firma manifestaban así su conformidad con las posibles bendiciones o
maldiciones derivadas de su cumplimiento o quebranto, poniendo el punto final una
sumaria recapitulación de sus términos.
Es evidente que, tanto por influencia directa como si no, la estructura formal de
Nehemías 9–10 sigue ese mismo patrón. La extensa oración del capítulo 9 describe con
detalle la relación existente entre el Señor y su pueblo, resaltando la generosidad de
Dios. La estipulación básica de este pacto en Nehemías radica en la promesa hecha por
el pueblo de obedecer la Palabra de Dios. El pueblo se comprometía públicamente a
cumplir todos los mandamientos de Dios…y sus ordenanzas y estatutos (10:29).
Proclamación que va seguida de una serie de formas específicas que habría que adoptar
en su aplicación en distintos ámbitos de la existencia: el doméstico (matrimonios
mixtos), el comercial (negocios en el sábado), el agrícola (ley del séptimo año para
rescate), el social (cancelación de deudas), el religioso (ayuda a la casa de Dios) y el
económico (contribuciones regulares). Por último, ese pacto de Nehemías concluía con
una muy apropiada recapitulación: no descuidaremos la casa de nuestro Dios (10:39).

3. La relevancia del pacto


Para el mundo de hoy, ese pacto de Nehemías 10 puede resultar un tanto
irrelevante. Pensado para un país no muy grande en Oriente Medio y a la sazón bajo
dominio persa, se empeña en establecer con toda claridad las diferencias existentes
entre sus creencias religiosas como pueblo de Dios y las prácticas idolátricas de sus
vecinos. Los intereses ahí recogidos tenían que ver con las comunidades rurales, sus
tierras y sus animales, con las leyes de la propiedad, la observancia de las festividades
religiosas, las aportaciones económicas para el mantenimiento del templo y sus
funcionarios, y el modo en que todo eso había de hacerse. Y aunque eso puede parecer
guardar escasa relación con la situación actual, principalmente urbana y tan volcada en
lo tecnológico en este tercer milenio, lo cierto es que un análisis más atento de las

150
estipulaciones del pacto nos lleva a darnos cuenta de que los temas ahí tratados no son
sólo exclusivos de ese siglo V anterior a nuestra era. Sus intereses tienen que ver con
cuestiones que nos siguen afectando e interesando hoy día: la autoridad de las
Escrituras, el testimonio del creyente en una sociedad pluralista, la santidad y
estabilidad del matrimonio, las condiciones laborales, los derechos de personas y
animales, la conservación del entorno, lo ecológico y lo ‘verde’, y la correcta gestión del
dinero. Y ésas son enseñanzas tan válidas y necesarias hoy para nosotros como lo eran
para ellos en ese distante pasado.
Pero eso no significa, sin embargo, que estemos obligados a celebrar nuestros
cultos en sábado o que, en el caso de los granjeros, tuviéramos que dejar en barbecho
nuestras tierras cada siete años. Es evidente que algunas de las cuestiones de ese pacto
de Nehemías no guardan relación directa con nuestra vivencia actual. No hay en
Jerusalén un templo que mantener y el sistema de sacrificios no está ya operativo. Si
eso es así, ¿de qué manera esas normas son aplicables al mundo moderno? Si la Biblia
nos ha llegado con su correspondiente Antiguo y Nuevo Testamento, esos pasajes
deben tener algo que decirnos. No es difícil apreciar que hay cosas que aprender del
carácter y el ejemplo personal de Nehemías como hombre de Dios, pero ¿cómo
interpretar de forma adecuada tanto su pacto como los pasajes relacionados?
Christopher J. H. Wright sugiere que la enseñanza ética del Antiguo Testamento le
proporciona al lector cristiano un paradigma muy útil, ‘un modelo o ejemplo aplicable a
otros casos donde el principio básico se mantiene inalterable, aunque los detalles
puedan diferir’. Todos los que hemos pasado por la experiencia de aprender otra
lengua, sabemos paradigmas y e estructuras básicas que nos muestran cómo operan los
sufijos finales en los verbos. Wright se sirve, pues, del paradigma verbal para
relacionarlo con la vida, las enseñanzas y el ministerio de Jesús. Cuando somos llamados
a seguir a Cristo, no hay que interpretarlo al pie de la letra, pues, de ser así, todos
tendríamos que convertirnos en carpinteros, vestir las túnicas de entonces, asistir a una
sinagoga y viajar por todo Israel. El ejemplo de Jesús es importante, cómo no, pero el
valor que Él le daba al concepto ‘seguir’ no llevaba implícita una imitación servil, y ello
ni siquiera entonces. La gran mayoría de sus seguidores no iba a convertirse en
predicadores itinerantes sin hogar propio, pero sí en devotos seguidores de sus
enseñanzas. Lo que se espera de nosotros con ese llamamiento es ‘trasladar a nuestra
situación, lo que sabemos que Jesús hizo intentando decidir de forma razonable qué
haría él en el presente. El esquema general que puede deducirse de su persona y su
actuación…viene a ser para nosotros modelo y paradigma, aplicable en nuestra puesta a
prueba de los componentes de nuestra propia vida a semejanza de los de Cristo.
Contando con ese modelo, el pacto de Nehemías, junto con su legislación, tiene
mucho que decirnos también hoy al tratar de dilucidar el porqué de ese compromiso
por parte de los israelitas y en términos tan específicos. Los principios de fondo de esas
enseñanzas son tan vitales para nosotros ahora como lo eran para ellos entonces.
Lógicamente, el modo en que apliquemos esas enseñanzas y principios diferirá con
respecto al suyo, pero de lo que no hay duda es de que nuestra aplicación será tan
práctica, relevante, y significativa como se esperaba que fuese la suya.
151
Por otra parte, y entendiéndolo como aplicación de un compromiso, el pacto de
Nehemías tiene mucho que decir en relación a la sociedad actual. Son muchas las
personas a las que les resulta muy difícil comprometerse, prefiriendo no sentirse atadas
por alianza alguna. Los partidos políticos más importantes se lamentan de que incluso
las personas que están de acuerdo con su línea de actuación son renuentes a unirse a
ellos de forma oficial por miedo a que esa ‘militancia’ suponga tener que contribuir en
más de lo pensado. La cohabitación ha ido aumentando sin cesar en el seno de la
sociedad británica a lo largo de los últimos treinta años. Las parejas se muestran
remisas a comprometerse en el marco del matrimonio y prefieren sentirse libres y
experimentar, y poder dar la relación por terminada cuando haga su aparición el
desencanto. Las iglesias han constatado que, aunque los creyentes están dispuestos a
acudir a los cultos, incluso de forma regular, no lo están para formar parte de la
membresía de una congregación en particular, prefiriendo visitar distintas iglesias según
les apetezca. Las sociedades misioneras pasan por muy parecida situación, pues, a pesar
de seguir teniendo solicitudes, lo cierto es que se piden destinos por períodos de
tiempo no muy dilatados, a diferencia de las vocaciones de por vida de otros tiempos. El
compromiso sin reservas, costo y sacrificio incluido, hoy no es popular.

4. La naturaleza del pacto


El pacto suscrito por Nehemías y el pueblo se iniciaba con voto de total lealtad y
sumisión a lo que el Señor les había dicho por medio de Moisés, siervo de Dios (29). La
promesa inicial de obedecer la Palabra de Dios era de carácter general; a lo que se
comprometían era a andar en la ley de Dios…y a guardar y cumplir todos los
mandamientos de Dios…y sus ordenanzas y sus estatutos.
El compromiso era, en principio, a título personal. Los nombres de Nehemías y los
otros cincuenta y siete líderes (10:1–27) figuraban en documento escrito adjunto.
Algunos de esos nombres eran, sin duda, patronímicos, relativos a los antepasados o a
familiares, y no tanto a nombres de individuos en particular: así, por ejemplo, 10:1–8,
donde aparecen incluidos varios sacerdotes que regresaron con Zorobabel en época
muy anterior (12:1–7). A ese acuerdo, se le ponían los correspondientes sellos como
muestra de la promesa hecha de cumplimiento de todas y cada una de sus condiciones,
firmando no sólo en nombre propio, sino también en el de los sacerdotes, los levitas y
los líderes representantes del pueblo. No se trataba, pues, de un acuerdo suscrito en
términos vagos e imprecisos, al que la multitud asentía como mero formulismo, sino de
un pacto en toda regla, firmado y ratificado por personas responsables que, antes de
estampar su firma, habían hecho todo cuanto estaba en su mano para asegurarse de
que aquellos a los que representaban compartían su determinación de agradar a Dios
honrando y obedeciendo su Palabra. Y no sólo ellos, pues todos los israelitas estaban
igualmente comprometidos a título personal. El resto del pueblo (28) se identificaba por
completo con sus líderes, y su número parece haber incluido a aquellos que habían
llegado a la fe desde un trasfondo pagano. Citando un compromiso similar por parte de

152
‘prosélitos’ en la pascua de Esdras, Clines sostiene que los que se apartaban de los
pueblos vecinos por razón de la Ley de Dios no ‘es forma de describir al pueblo como un
todo’, sino que hace referencia a aquellos que, ‘aceptando las obligaciones que conlleva
la ley’, se ‘habían unido por propia voluntad a Israel’. Todos esos, creyentes de siempre
junto con recién convertidos, ‘los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, los
sirvientes del templo, y todos los que se han apartado de los pueblos de las tierras a la
ley de Dios, sus mujeres, sus hijos y sus hijas, todos lo que tienen conocimiento y
entendimiento, se adhieren a sus parientes, sus nobles, y toman sobre sí un voto y un
juramento de andar en la ley de Dios (10:28–29).
En segundo lugar, lo que ahí se estaba celebrando era un acto de compromiso
público, confirmado y ratificado en presencia de numerosos testigos; el pueblo que
había orado públicamente hacía ahora igualmente público su compromiso. Pero lo
cierto es que, aun siendo personal, no era individualista. Imposible imaginar semejante
tema como asunto para el creyente en solitario. Eran asuntos que afectaban a la
sociedad en general, y todos iban a dar testimonio ante sus vecinos de que estaban
ofreciéndose de nuevo a Dios. Un compromiso de esa índole es parte del testimonio
efectivo del cristiano. El bautismo suponía para los cristianos de los primeros tiempos
una forma de declarar, de forma manifiesta y patente ante las naciones vecinas, su
resuelta lealtad a Cristo.
En tercer lugar, era una cuestión práctica. El pueblo no estaba asintiendo
meramente a una serie sucesiva de pronunciamientos redactados en términos
cuidadosamente seleccionados. Se estaban comprometiendo a llevar a cabo acciones
específicas que imprimirían carácter en sus vidas y ratificarían como auténtico su
testimonio. El acuerdo suscrito supondría un cambio radical en su forma de vivir,
afectando a todas las facetas de su conducta. Ser cristiano supone bastante más que
asentir intelectualmente a una serie de proposiciones doctrinales. Ser cristiano significa
comprometerse con una forma de vida que Cristo mismo determinó y ejemplificó para
nosotros. En las enseñanzas bíblicas, la doctrina y los hechos son inseparables. Las
creencias influyen en el comportamiento.
En la vida cristiana y en el testimonio, es mucho lo que se pierde por falta de
definición. Al diablo no le preocupan nuestras pías aspiraciones. Tan sólo empieza a
preocuparse cuando, en obediencia a Dios, por gloria a Cristo y en el poder del Espíritu,
tomamos decisiones prácticas y nos disponemos a hacer algo concreto y determinado
por el Señor.
La promesa inicial de los israelitas, en el marco del pacto de Nehemías, de obedecer
la Palabra de Dios era la estipulación general. Iba seguida de cinco promesas respecto al
modo en que esa obediencia debía a llevarse a la práctica de forma personal en
cuestiones que atañían tanto a lo familiar como a la comunidad. Y precisamente de eso
vamos a ocuparnos en el siguiente capítulo.

153
Lo concreto
Nehemías 10:30–39

Tras declarar su fidelidad a la Palabra de Dios, Nehemías, junto con todos los demás,
procede a especificar cinco cuestiones en concreto que van a estar presentes en su
diario caminar. De ponerse en práctica esas promesas que se le hacían ahora al Señor,
el coste sería grande.

1. Hacer su voluntad (10:30)


La voluntad de Dios para su pueblo era que mantuviesen un testimonio firme a
través de los tiempos, compartiendo ese mensaje excepcional con el resto de las
naciones. Eso sólo iba a ser posible si se mantenían estrictamente apartados de todo
culto sincretista. La manera más probable, e íntima, de que ese peligro se materializara
iba a ser el matrimonio mixto. De hecho, los que estaban dispuestos a cumplir con todo
lo estipulado en el pacto se habían apartado de los pueblos de las tierras a la ley de Dios
(28). Y, al ir especificando sus repercusiones prácticas, lo habían hecho comenzando con
una promesa en firme: Tomamos sobre nosotros la promesa que no daremos a nuestras
hijas a los pueblos de la tierra ni tomaremos sus hijas para nuestros hijos (30). Pero, al
leer esta declaración hay que tener en cuenta varios aspectos importantes, no sea que
vayamos a caer en el error de ver ahí injusta actitud hacia otras razas y pueblos, es algo
que el creyente actual se esfuerza al máximo por evitar.
El problema al que se enfrentaba Israel era el de una posible pérdida de identidad
anulando la integridad de su testimonio. El destino que Dios había preparado para ellos
era ser pueblo misionero que proclamara la verdad de Dios. De ahí que fuera vital que
el mensaje no sufriera corrupción alguna. En un entorno cultural en el que se veían de
continuo expuestos al roce con otras religiones, se corría el peligro de desvirtuarlo por
la atracción fatal de esos otros cultos y dioses. El infausto incidente del becerro de oro
no era ni el primer ni el último caso en el que se habían inclinado ante ídolos paganos. Y
es, pues, con ese trasfondo cómo ha de entenderse la prohibición de matrimonios
mixtos. En ese momento de su historia, era crucial que el testimonio de la verdad de
Dios quedara libre de toda contaminación o adulteración. Había razones concretas de
índole escritural, moral, histórica y coyuntural para que esos matrimonios acabaran en
desastre.
En primer lugar, estaban las advertencias bíblicas explícitas respecto al riesgo de ver
corrompida su fe a causa de esa unión. En el mundo de la antigüedad, cuando una

154
pareja llegaba a un acuerdo matrimonial, lo habitual era ratificar su compromiso en
presencia de los dioses e intercambiarse los idolillos correspondientes, colocándolos a
continuación en un lugar destacado en su nuevo hogar. Para los pueblos vecinos de
Israel, ese sincretismo era perfectamente permisible. Cuantos más dioses hubiera,
mucho mejor para todos. Pero el pueblo del Señor había suscrito un acuerdo muy
distinto en el que se afirmaba la soberana unicidad y exclusividad de un Dios absoluto.
Su promesa había sido la de no reconocer y, menos aún, someterse y adorar a otros
dioses. Josué les había advertido de que si contraían matrimonio con gentes idólatras
de otras naciones, su pareja iba a suponer ‘lazo y trampa’ para ellos, azote para sus
espaldas y espinas para sus ojos.349 El hecho de que algunos de los contemporáneos de
Nehemías hubieran contraído matrimonio ahora con gente de otras religiones era
síntoma y prueba de patente indiferencia ante la Palabra de Dios. Si iban a
comprometerse sin reservas a obedecer su Ley, lo primero de todo sería reconocer su
pecado al no hacer caso de sus advertencias respecto a los matrimonios con distintos
pueblos.
En segundo lugar, había sobrada evidencia histórica de que esas alianzas prohibidas
habían tenido consecuencias desastrosas para la vida moral y espiritual del pueblo de
Israel. Había que aprender de ese pasado. Nehemías ya había hablado, en otro contexto
(13:26) de apostasía: el notorio caso de Salomón casándose con mujeres de otras
naciones y permitiendo que erigieran santuarios a esos otros dioses en Jerusalén, que
tan nefasta repercusión habían tenido en la vida política y espiritual del pueblo de Dios.
La idolatría que se había filtrado con las esposas de Salomón había originado la división
del reino en norte y en sur, Israel y Judá. Años después, la historia se repetiría al casarse
Acab con la reina sidonia Jezabel y la implantación generalizada del culto a Baal en el
reino del norte, con desastrosos resultados morales y el cruel asesinato de esos
esforzados siervos del Señor que eran los profetas.
En tercer lugar, había razones morales por las que se le prohibía al pueblo israelita
el matrimonio con gente de otras naciones. En su momento, les había quedado bien
claro que el Señor consideraba ‘detestables’ esos otros dioses. Su culto conllevaba
rituales y ceremonias, prácticas ‘condenables’ para el Señor, que solían incluir
prostitución cúltica y otras conductas sexuales obscenas. La revelación hecha por Dios a
su pueblo dejaba muy claro que tenían que asemejarse a él en su comportamiento.
Estaban llamados a ser santos porque él era santo. Y por ser compasivo, ellos deberían
mostrar compasión a las gentes. Su rectitud era norma obligada en la vida de su pueblo
como ejemplo a seguir.352 El Dios de la verdad no podía tolerar una religión basada en la
apariencia y el engaño. Si honraban al Dios justo y misericordioso, no podían
comportarse de forma deshonesta y nada compasiva.354 Era del todo impensable que el
pueblo que se había entregado a Dios participara en prácticas religiosas inmorales y
condenables.
En cuarto lugar, Nehemías y sus colaboradores conocían los problemas que ya
estaba causando estar casado con alguien que rendía culto a otros dioses. La literatura
de la época al margen del Antiguo Testamento deja patente la continuada corrupción
de la fe de Israel por infiltración gradual de nociones y prácticas foráneas. El riesgo,
155
además, no se circunscribía al período previo al exilio. En tiempos de Nehemías, seguía
siendo igual. En Egipto, cerca de Asuán, había una isla en el Nilo que albergaba una
colonia militar de judíos. Conocida por los griegos como la isla Elefantina, se han
descubierto hace poco papiros en lengua aramea que evidencian la corrupción del culto
practicado por la adopción de ideas paganas impuestas a la fe israelita. Los papiros
mencionan a Sambalat de Samaria, con lo cual quedan claras las afinidades históricas
con el período de Nehemías. Dicho de otra forma, la corrupción de la fe de Israel no era
problema del pasado, sino riesgo del presente. De persistir en Judá, el mensaje de
verdad confiado al pueblo de Israel se contaminaría hasta el punto de no distinguirse de
las religiones sincretistas de su alrededor.
Pero Nehemías no necesitaba ir a Egipto para comprobar hasta qué punto podía
corromperse esa revelación del Dios único. Esdras ya había tenido ocasión de
comprobar que incluso los propios sacerdotes habían quebrantado la ley de Dios
casándose ellos también con mujeres extranjeras de distintas prácticas religiosas,
iniciando así el camino de la infidelidad al pacto. Un pasaje posterior (13:23–24) cita
matrimonios con mujeres asdoditas, amonitas y moabitas, cuyos hijos hablaban la
lengua de Asdod, ignorando, en cambio, la lengua de Judá. Esos hijos estaban siendo
criados en un entorno que impedía el correcto entendimiento de la Palabra de Dios,
entre cosas, porque la lengua en que había sido escrita y trasmitida oralmente les era
desconocida incluso a los que vivían en Judá.
Al decretar su prohibición, el Señor tenía en mente tanto la pureza de su fe como la
santidad de sus vidas. No se trataba, en modo alguno, de diferencias étnicas
insalvables, sino de lealtad espiritual, pureza ética e integridad doctrinal. La ley relativa
a los matrimonios mixtos era esencial en el trasfondo de la vocación misionera de Israel.
Nada de todo ello tenía que ver con un nacionalismo radical o con un exclusivismo
étnico. De hecho, no se ponía objeción alguna a cuantos quisieran abrazar la fe de
Israel, siempre y cuando renunciaran a la propia y se consagraran por completo al
Señor. La gente procedente de otras religiones podía unirse a los israelitas al partir de
Egipto como pueblo redimido por Dios, si en verdad abrazaban la fe de Israel. Rut la
moabita sería un ejemplo posterior ejemplo de una persona con una fe distinta en
origen que se volvió al Señor y fue aceptada en la comunidad del pueblo de Dios. Pero
una vez tomada esa decisión (‘Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios’) ya no
siguió adorando a ‘Quemos, detestable dios de Moab’. El amigo etíope de Jeremías,
Ebed-Melec, también tenía procedencia pagana. Moloc era el ‘detestable dios de los
amonitas’, y ser nombrado ‘siervo de Moloc’ indicaba unos antepasados no israelitas.
Pero lo que contaba era que había depositado su confianza en el Dios verdadero.
A Israel se le había entregado el más maravilloso mensaje de este mundo y no podía
tolerarse nada que lo corrompiera. La verdad tenía que ser fielmente conservada y
protegida evitando su contaminación por ideas religiosas foráneas y contradictorias. Esa
fe debía ser transmitida a través de las generaciones. Hasta que llegó el día, muchos
años después de Nehemías, en que prendió en una joven pareja de Nazaret. Y ellos se
ocuparon de criar a su hijo en esa fe. Y ese muchacho concebido de forma milagrosa era
Jesús, verdadero Hijo de Dios. Y ese Jesús había venido al mundo precisamente para
156
cumplir, compartir y difundir ese mensaje de verdad eterna no adulterada que iba a
poder ser llevado hasta los confines de la tierra y hasta la consumación de los tiempos.
Ésa era la razón profunda de que esas leyes, de apariencia extremadamente rigurosa,
no permitieran al creyente comprometido con el pacto malograr el mensaje e invalidar
su testimonio casándose fuera de la fe.
En nuestras vidas, lo que nos rodea influye en nosotros más de lo que estamos
dispuestos a admitir. Los líderes de los primeros tiempos de la iglesia lo sabían muy
bien. Los corintios vivían en un ambiente de corrupta laxitud moral y el apóstol Pablo
les tuvo que recordar la vieja máxima del poeta Menandro: ‘Las malas compañías nos
echan a perder’, lo que se traduce como la necesidad de renunciar a todas aquellas
relaciones que vayan a dañar nuestra fe. Isaías lo afirma rotundo: ‘Salid de al lado suyo
y vivid de forma separada’. El apóstol Juan instaba a los creyentes a no amar al mundo
ni nada de lo que en él hay que pueda destruir la esencia de su testimonio. Por su parte,
Santiago lo expone en toda su crudeza cuando nos advierte que ‘el amor al mundo
supone odio a Dios’. Pedro instruía a sus iglesias instando a los creyentes a vivir en este
mundo como ‘forasteros y extraños’ cuyo destino final está en la eternidad, y ello como
siervos de Dios, no como esclavos del mundo.
Eso no significa que tengamos que apartarnos del mundo por completo para poder
preservar nuestra fe. Convivimos con gente porque Dios nos ha creado como seres
sociales. Nos necesitamos mutuamente. La persona que ansíe total aislamiento será por
algún desajuste psicológico. Pero el creyente ha de alegrarse de estar con la gente en la
vida diaria para poder conocer así a otras personas, amarlas, servirlas y ganarlas para
Cristo. Hay que vivir en el mundo sin que el mundo viva en nosotros. El equilibrio es el
factor clave. Lutero, con su fino sentido del humor, lo expresa de forma incomparable:
‘No va a sernos posible evitar las tentaciones, pero aun no pudiendo impedir que lo
pájaros vuelen por encima de nosotros, no por eso vamos a permitir que aniden en
nuestras cabezas’.
Antes de abandonar el tema de los matrimonios mixtos y su expresa prohibición, es
importante relacionar el mensaje que conlleva con dos cuestiones cruciales de plena
actualidad: el matrimonio cristiano y el pluralismo religioso contemporáneo.
En la sociedad occidental, la institución del matrimonio está gravemente
amenazada. La vida de pareja en cohabitación estable va en aumento y, a medida que
la tasa de divorcios se dispara, son muchos ya los que se plantean la necesidad de
casarse. Los cristianos contamos ahí con una oportunidad única de dar testimonio de lo
excepcional, enriquecedor y satisfactorio del matrimonio heterosexual instituido por
Dios y confirmado por Cristo. La percepción que los israelitas tenían del riesgo que
supone el matrimonio con alguien que no comparte tu fe tiene su eco en el Nuevo
Testamento. Las Escrituras hacen hincapié en ‘no unirse en yugo desigual con los
infieles’. Pablo les hace ver a los corintios que el cristiano comprometido está unido al
Señor, por lo que el matrimonio con un no creyente es un acto de deslealtad a Cristo y
una clara desobediencia a la Palabra de Dios. La persona cristiana emparejada con
alguien que no comparte su compromiso personal con Cristo, tiene por delante un
camino sembrado de dificultades, tensiones y frustraciones que pueden acabar en
157
infelicidad. Por muy tolerante que pueda ser el cónyuge no creyente, siempre surgirán
situaciones en las que el amor y la lealtad sean puestos a prueba. Si el amor a Cristo no
es experiencia compartida dentro del matrimonio, el creyente no será tan feliz como a
Dios le gustaría.
En un entorno pluralista, la normativa en Israel respecto a los matrimonios mixtos
recuerda la especificidad del Evangelio. El Hijo de Dios vino a este mundo como su único
Salvador, sabiendo que no había ninguna otra manera en la que la humanidad pudiera
alcanzar la salvación. Es obligación nuestra comprender el mensaje de otras religiones y
evitar caricaturizar lo que sus seguidores manifiesten respecto a su fe. En una sociedad
que se interese en la debida forma por los derechos humanos, hay que valorar la
libertad de creencias, amando a esas personas brindándoles nuestra amistad dado que
Cristo murió por ellas. Siempre habrá proyectos sociales en los que se pueda cooperar
con otras creencias, o con ausencia de ellas, pero teniendo siempre en cuenta que la fe
cristiana no puede comprometerse con alianzas o actos públicos donde se quiera hacer
ver que todas las religiones tienen el mismo valor o que vayan en una misma dirección.
Cuando Jesús afirma tajante que nadie va al Padre sino a través de él, se está
ratificando un testimonio crucial dentro de una cultura a la que molesta el mensaje
directo del Evangelio. En un contexto de intereses creados, lo que Jesús afirma respecto
a sí mismo deberá ser proclamado de forma elocuente e inequívoca.

2. Honrar su día (10:31a)


El pacto se renovaba con una promesa añadida: En cuanto a los pueblos de la tierra
que traigan mercancías o cualquier clase de grano para vender en el día de reposo, no
compraremos de ellos en día de reposo ni en día santo. En tiempos de Nehemías, era
cuestión vital que el pueblo de Israel entendiera en la forma debida la ley del descanso
sabático, debiendo además ser públicamente afirmada y aplicada.
La ley relativa al descanso del sábado ha de ser entendida con la debida claridad. El pueblo tenía
que volver a comprender de nuevo por qué guardar la ‘santidad’ de ese día era componente
tan importante tanto en su vida personal como en la corporativa. Ese séptimo día de
descanso les había sido concedido para que pudieran honrar a Dios, ayudarse los unos a los
otros y proclamar la verdad.

Ya desde el principio mismo, había sido instituido como día para honrar a Dios: ‘el
séptimo día es de descanso para el Señor tu Dios’. Era el día que se apartaba para Dios
para rendirle culto y adoración en alabanza sin que el trajín de la vida cotidiana lo
estorbara. En segundo lugar, era un día para disfrutar del descanso. La tranquilidad y el
sosiego son factores vitales para una vida íntegra, y Dios había marcado la pauta de ese
descanso al aplicárselo a sí mismo en la creación: ‘y al séptimo día descansó’. El Señor
sabía bien que, durante los años de esclavitud en Egipto, trabajaban de sol a sol todos
los días de la semana sin tener descanso alguno. Pero eso no iba a ser así en Israel. En
tercer lugar, era un día para dedicarlo también a ayudar a los demás. No iba a ser tan
sólo el cabeza de familia con los suyos los que disfrutarían de ese descanso, sino
158
también sus criados su ganado, los vecinos y los visitantes, junto con ‘el extranjero que
esté dentro de la ciudad’. Los siervos no tenían que ser degradados por un trabajo sin
fin, y la ley del descanso sabático garantizaba que eso no iba a ser así. Por muy
mezquinos y explotadores que pudieran ser sus amos, el patrón israelita concedía un
día libre de forma automática en el contrato de trabajo.
Dios también se ocupaba del bienestar de los animales. Los asnos, los caballos y el
ganado doméstico disfrutaban igualmente de ese día de descanso. Y también era día de
refrigerio para el forastero y el refugiado en busca de asilo. La detallada legislación del
sabat impedía que el patrón pudiera beneficiarse de ese descanso a costa del
trabajador. Al ser enumerados los mandamientos ante el pueblo a su llegada a la tierra
prometida, la ley sabática les hacía tener muy presente lo sufrido en la esclavitud de
Egipto. Esa cruel tiranía no iba a repetirse en modo alguno: ‘Acuérdate que fuiste
esclavo en la tierra de Egipto, y que el SEÑOR tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y
brazo extendido’.
En cuarto lugar, el sabat era un día para hacer manifiesta la verdad. Y era, asimismo,
jornada de silencioso testimonio de la soberanía de Dios. Día propicio, pues, para el
testimonio práctico. Una vez asentados en tierra propia, entablarían de forma natural
contactos comerciales con gentes de otras naciones, culturas, costumbres y religiones.
Pero, por muy prósperos que fueran esos negocios, al menos un día a la semana sabían
que tendrían que cesar en sus transacciones o parar el laboreo de los campos. El Señor
les daba un día de descanso de manera que todas las naciones vecinas iban a enterarse
de esa alianza establecida entre él y su pueblo por encima de intereses comerciales,
obligaciones domésticas o compromisos sociales. Para sus vecinos no creyentes, ese
descanso era proclamación sin ambages de la primacía de Dios. Su Señor había
dispuesto que hubiera un día especial a la semana y así iba a ser.
La ley del descanso sabático, además, tenía que ser públicamente afirmada. Por muy
asumida que tuviera el pueblo israelita esa ley, existía siempre el riesgo de que, una vez
asentados en esa nueva tierra, cayeran en la tentación de descuidar la norma. Durante
el tiempo pasado en Babilonia, les habría costado un gran esfuerzo mantener su
descanso del séptimo día renunciando a las costumbres y ritmo de vida de una forma
de ver las cosas por completo distinta a la suya. Y, sin duda, requería una gran fortaleza
moral mantener una postura tan contraria en un medio foráneo, siendo además muy
probable que fueran objeto de comentarios e incluso de burla por parte de los demás.
A medía que transcurría el tiempo, había que recordarle a cada sucesiva generación ese
cuádruple propósito del día sabático, y la renovación del pacto efectuada de la mano de
Nehemías les proporcionaba pública oportunidad de hacer patente a otras gentes el
firme compromiso suyo de obediencia Dios mediante una regulación que era tanto
pública como práctica y esencialmente personal.
La ley sabática ha de ser aplicada con asiduidad. Eran ya varios los siglos
transcurridos desde su promulgación en el Sinaí. El peregrinaje por el desierto había
sido experiencia de un pueblo nómada y el nivel de las transacciones comerciales fue la
elemental y circunscrito a su propia comunidad. En aquellos días, no surgía el problema
de tener que negarse a comerciar en sábado, pues la inmensa mayoría quería atenerse
159
a la norma. Pero, una vez asentados en Canaán, las cosas eran diferentes, y en el
transcurso del tiempo se había hecho evidente la necesidad de reafirmarse en la
aplicación del sabat a medida que se iban sucediendo las generaciones, esforzándose
por recapitular en base a lo que sabían y su diferencia con lo que se practicaba a su
alrededor. Los profetas habían hecho de eso tarea suya, actuando en más de una
ocasión como exponentes e intérpretes del cuarto mandamiento de la Ley de Moisés,
cumpliendo así con un ministerio correctivo de pública denuncia, exhortando a una
decidida toma de conciencia, acompañada de muy grave acusación, recordando
explícitamente su motivo e intención original.
En el siglo VIII a. C., la enseñanza de Amós respecto al día de reposo había ido
acompañada de una severa reprimenda, denunciando sin ambages a esos mercaderes
materialista e injustos del reino del norte, que explotaban al pobre sin remordimiento
alguno y se quejaban sin rebozo de no poder realizar sus muy corruptos negocios todos
los días de la semana: ‘¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el grano y el día de
reposo para abrir el mercado de trigo?’ Esa gente egoísta en extremo era la que no
tenía en consideración la Palabra de Dios y no mostraba por ello compasión alguna
hacia los desposeídos de la fortuna.
Por su parte, las enseñanzas del profeta Isaías al respecto eran un preciado
consuelo. Lejos de perjudicar al negocio, les recordaba que el cumplimiento del día de
reposo era una ‘bendita’ ocasión de gozo, sancionado por Dios mismo y de su completo
agrado, y todo un privilegio para los que quisieran de verdad honrar a Dios. En el
siguiente siglo, las enseñanzas de Jeremías venían a ser una nueva y grave advertencia
respecto al cumplimiento de la ley de reposo. Su condena era para esos mercaderes
que llevaban sus mercancías a Jerusalén en el día instituido para la adoración y el
reposo, advirtiendo a esos ciudadanos rebeldes de que la profanación del día del Señor
provocaría la destrucción de la ciudad.
Durante el exilio, las enseñanzas de Ezequiel eran un reto necesario. El Señor había
instituido el día de reposo en tiempos de Moisés, ‘como señal para que sepan que Yo el
SEÑOR los he hecho santos’, y así se lo recordaba el profeta al pueblo israelita en
Babilonia. Ezequiel les llevaba a pasar revista a los siglos transcurridos, incluido ese
tiempo de peregrinaje en el desierto, en los que habían despreciado de forma
sistemática la prioridad de esa norma y práctica, y el valor del testimonio de ese día
especial. En Babilonia habían tenido una oportunidad única de demostrar en un
entorno pagano que había un día a la semana en el que Dios era lo primero.
Ahora que el pueblo de Dios estaba de regreso a Jerusalén, tras la experiencia
opuesta del exilio, se le tenía que recordar de nuevo la importancia del sábado como
día de reposo tanto a nivel personal como comunitario. Esa práctica seguía siendo
‘señal’ o ‘insignia’ para testimonio a sus vecinos de su obediencia en sujeción a Dios,
cuidado de su propia persona y compasión hacia los demás, vecinos, amigos, siervos y
ganado incluidos.
Ahora, con Nehemías, la situación en que se encontraban era nueva y daba pie, cosa
muy lógica, a distintas cuestiones y planteamientos respecto al reposo del sábado.
Estaban, por una parte, los que querían saber si podían comprar género de los gentiles,
160
pero no venderlo ellos. Otros, en cambio, tenían la duda de si esa legislación era
también extensiva a otras festividades. Y es ahí donde el nuevo pacto redactado por
Nehemías, expone sin complejidad alguna, y de forma clara y directa, la aplicación
práctica del cuarto mandamiento para el pueblo israelita: no se podía comprar género
en sábado ni tampoco en ningún otro día santo a lo largo del año.
Esa provisión hecha por Dios para un día especial cada semana es también
‘paradigma’ o modelo para los creyentes hoy. Desde los primeros días de la iglesia, los
cristianos hicieron del Día del Señor, como celebración de la resurrección de Cristo el
primer día de la semana, el día señalado para la adoración y la alabanza, para el culto y
también para el descanso. Y es verdaderamente importante que los creyentes cristianos
hagan caso de las obvias advertencias del Nuevo Testamento referentes al legalismo
para no caer en esa sutil trampa, por muy encomiable que pueda ser el deseo de hacer
del Día del Señor algo especial. Los legalistas de los tiempos de Jesús, le echaban en
cara que ‘trabajara’ haciendo milagros el día de reposo. Pero Jesús dejó muy claro que
un legalismo de tan estrechas miras no era lo que Dios quería para su pueblo. Esa clase
de ‘trabajo’ glorificaba a Dios, testimoniaba el carácter único de la persona de Jesús por
ser ‘el Hijo del Hombre Señor aun del día de reposo’, y era motivo y razón de gozo para
muchos. Tanto el sábado de los israelitas como el Día del Señor de los cristianos habían
sido instituidos para beneficio espiritual y físico de los creyentes, no como pesada carga
restrictiva.
El domingo le proporciona al creyente ocasión para honrar a Dios y dar testimonio
público de Él. Pero, además, debería ser una oportunidad para descanso, relajación,
lectura y oración, y asimismo servicio para Cristo, en el que bien podría entrar
actividades conjuntas como familia en la fe, o ayudar a algún miembro de la iglesia que
esté atravesando un mal momento para demostrarle interés y afecto como tal familia,
visitar a los enfermos en su casa o en el hospital, ofrecer hospitalidad en nuestra propio
hogar, escribir cartas de apoyo a misioneros y otras muchas posibilidades más. Apartar
un día para Dios debería significar que lo que de santo tiene el día es mantenido con
plena conciencia y dedicación. Ése es el día en que honramos al Señor
corporativamente, en el que nosotros somos enriquecidos y en el que quienes lo
necesitan reciben ayuda. Y si bien es evidente que no debemos obligar a los que nos
rodean a celebrar la santidad del domingo, sí que podemos hacer lo posible para que
sea también para ellos ‘un día especial’.
A los que enfatizan el sábado como ordenanza en el marco de la creación, les asiste
toda la razón al recordarnos que ‘sólo trabajar y nada descansar’ es la fórmula segura
para sufrir un colapso nervioso y una ruptura familiar. G. A. Knight señala con razón,
que ni los grandes imperios del mundo, ni los pueblos contiguos de Israel, ‘pensaron
jamás en ‘parar’ de trabajar un día de cada siete con el fin de proporcionar a la gente un
día de completo descanso y asueto. Había sido por provisión exclusiva de Dios no sólo
para el pueblo de su pacto sino asimismo, y a través suyo, para todas las personas, y
ello de modo que ‘fuera así que lo entendiesen como dádiva de genuina teología
teocéntrica’.

161
3. Valorar su mundo (10:31b)
La siguiente promesa del pueblo fue: Renunciaremos a las cosechas del año séptimo.
Ahora que ya empezaban a disfrutar de un tiempo de paz y seguridad tanto en Judá
como en Jerusalén, podía pensarse volver a poner en práctica los decretos contenidos
en el pacto respecto a la propiedad, sobre todo en cuanto al ganado y los campos. Esa
provisión era otro de los aspectos de la ley de Dios que fue dada por medio de Moisés,
siervo de Dios (29). Su origen se remontaba a la diversificación del cuarto mandamiento
como día sabático por ley en Éxodo 23:10–11 y Levítico 25:1–7, 18–23. Al cumplir con la
regulación específica de no sembrar en el año séptimo, los israelitas estaban aceptando
cuatro hechos importantes.
En primer lugar, reconocían de forma explícita ser propiedad de Dios. Si la tierra
fuera propiedad exclusiva del labrador, él podría disponer de ella como mejor le
pareciera, pero lo cierto es que la ley establecía, en términos inequívocos, que el
labrador no era más que un aparcero de confianza. La tierra le pertenecía al Señor: ‘la
tierra es mía y vosotros sólo sois forasteros y arrendatarios’. Esa ordenanza, en régimen
regular y derivada del sabat, era recordatorio manifiesto a los presuntos propietarios de
la tierra de Israel de que los campos que cultivaban no eran en realidad suyos. La tierra
les había sido confiada por Dios en calidad de mayordomos que deben rendir cuentas. Y
si el Señor decía que había que dejar los campos en barbecho cada siete años, eso era
lo que tenían que hacer. Lo cual debería llevarnos a nosotros a tener igualmente en
cuenta que todo cuanto somos y poseemos proviene de Dios. El apóstol Pablo les
advertía a los creyentes de Corinto que sus cuerpos físicos eran propiedad de Dios. Él le
había dado la vida y tenían que hacer uso de ella para gloria del Señor: ‘No sois
vuestros; pues por precio habéis sido comprados. Por tanto glorificad a Dios en vuestro
cuerpo.’ El apóstol advierte asimismo a los creyentes en Roma que sus cuerpos deben
ser puestos a disposición de Dios para que pueda usarlos como vehículo para la
adoración y el servicio.372
En segundo lugar, los israelitas estaban siendo ejemplo de una gran verdad. Dios
había dispuesto esa provisión, y otras más similares, para que tuvieran bien presente
que el cuidado de la tierra era algo esencial. Tal como Jonathan Sacks señala, las tres
grandes ordenanzas de descanso periódico – el reposo del sábado, el año séptimo de
barbecho y el jubileo – eran ‘métodos tremendamente ilustrativos y eficaces de educar
respecto al medio ambiente’, logrando con ello que se nos quede grabado que no
debemos pretender obtener ‘ganancias a corto plazo al precio de devastación y pérdida
indefinidas’. La tierra necesita tiempo para recuperarse tras seis años de intenso
laboreo. Y no sólo eran las personas y el ganado las que tenían derecho a un período
regular de descanso; la tierra también tenía que ser cuidada para que recuperara los
nutrientes naturales e hiciera acopio de nuevas fuerzas.
En la actualidad, multitud de personas en todas partes del mundo se preocupan, y
con razón, de temas relacionados con el medio ambiente y la ecología. Todos

162
necesitamos que se nos recuerde con cierta periodicidad lo que la Biblia tiene que decir
‘en verde’. La tierra le pertenece al Señor y nosotros no tenemos derecho alguno a
contaminar el aire, devastar los bosques, ensuciar los ríos y actuar como si los recursos
naturales del planeta pudieran ser explotados al límite de sus posibilidades para
beneficio y satisfacción nuestra.
En tercer lugar, ese acto concreto de obediencia era, además, una manifestación de
amor. Cuando se dejaban los campos en barbecho por espacio de un año, una parte del
producto se volvería a plantar de forma natural y, a su tiempo, los campos producirían
una cosecha espontánea en cantidades más modestas. La Palabra de Dios demandaba
que en ese año de barbecho el producto resultante no le correspondiera al arrendatario
habitual, sino a las gentes sin medios propios de subsistencia dentro de la comunidad:
‘para que coman los pobres de tu pueblo, y de lo que ellos dejen, coman las bestias del
campo. Lo mismo harás con tu viña y con tu olivar.’ No hay indicios que apunten a una
puesta en práctica simultánea por todo el país y en el mismo año. Puede que eso fuera
así con el paso del tiempo, pero en lo que respecta a siglos iniciales los años variarían
según arrendatario y lugar, lo cual venía a suponer a efectos prácticos que los pobres
siempre podrían acudir a alguna zona para beneficiarse de ese barbecho.
Una vez más, pues, un Dios compasivo insta a sus hijos a que se muestren
igualmente compasivos a semejanza. El Señor es Dios tanto para los prósperos como
para los que pasan necesidad, y se ocupa con esmero de la viuda, del huérfano y del
extranjero que viva en Israel. En la actualidad, los cristianos no podemos ser
indiferentes a la grave necesidad que padecen los países del Tercer Mundo. Tenemos la
obligación moral de ofrecerles algo más que comprensión y oraciones, si es que en
verdad queremos honrar al Dios que ama al necesitado.376
En cuarto lugar, los israelitas confesaban así su fe. Al verse interpelado el campesino
de forma particular por las consecuencias prácticas de esa ley, era natural que se
planteara cómo vivir durante ese tiempo falto de sementera y cosecha: ‘¿Qué vamos a
comer el séptimo año si no sembramos ni recogemos nuestras cosechas?’ Pues ahí se
demostraba precisamente la enseñanza gráfica de esa ordenanza: obedecer a Dios
significa confiar en Él. Dios había prometido que enviaría su ‘bendición en el sexto año,
de modo que producirá la tierra fruto para tres años’. Hay situaciones y momentos en
nuestras vidas en los que la obediencia a Dios nos embarca en una aventura de fe. No
siempre vamos a poder ver el camino que tenemos por delante con la claridad que nos
gustaría pero, si en verdad estamos obrando conforme a su palabra, el Señor no va a
defraudarnos nunca. Los recursos necesarios, y en la cantidad suficiente, no van a
faltar.

4. Reflejar su amor (10:31c)


Los ciudadanos de Israel habían prometido igualmente que, al llegar ese séptimo
año, cancelarían todo cuanto se les debiese. Ésa era otra forma práctica que adoptaba la
compasión misericordiosa del Señor. En su escala de valores, las personas contaban más

163
que las cosas: el bienestar del deudor estaba por encima de la prosperidad del
acreedor. Nehemías conocía de primera mano los problemas económicos y sociales
derivados de la presencia de la pobreza en la comunidad, y de hecho había tomado en
su momento las medidas necesarias para que eso se corrigiera (5:1–19), pero, aun así,
los pobres seguían pasando necesidad. Las deudas en Israel rara vez obedecían a una
administración incompetente. Su origen solía estar en situaciones de crisis no
previsibles, como, por ejemplo, una muerte inesperada o una enfermedad prolongada
del cabeza de familia, el fracaso del negocio familiar, o condiciones externas adversas,
como podía ser una hambruna por malas cosechas. En circunstancias tan graves, los que
se habían vuelto insolventes tenían que recurrir a los préstamos y, además de que
prestar dinero con interés era práctica no permitida entre los israelitas, el coste de la
devolución solía ser exorbitante.
La cancelación de las deudas es muy probable que se tradujera en un aplazamiento
de la obligación de devolución durante el año sabático, dándole así más tiempo al
deudor para reunir el dinero. Es muy posible también que esa cancelación supusiera la
condonación total y absoluta de la deuda, por lo cual ya no habría que devolver nada.
Las advertencias de Deuteronomio a los ‘prestamistas renuentes’, que no se avenían de
buena gana a prestar dinero estando ya próximo un año sabático, puede entenderse en
ese sentido. Pero también cabe pensar, por otra parte, que se esté poniendo al
descubierto al ‘prestamista de corazón de piedra’, que no quisiera tampoco prestar a
largo plazo pensando justamente en la llegada irremediable de ese séptimo año.
Lo que convertía la deuda en pesada carga para Israel era la aparición de una
esclavitud de índole financiera. Las personas que se encontraban de repente en
situación de crisis extrema se veían en ocasiones forzadas a venderse a sí mismas, o sus
hijos, como esclavos, único recurso posible para hacer frente a sus obligaciones
económicas. Pero esa práctica terrible había tenido consecuencias desastrosas para
muchas familias en Israel, institución que había sido siempre considerada sagrada como
la fuerza más pujante de la nación.
Con independencia de la época y el lugar en que ocurra, la deuda siempre es carga
pesada y siguen contándose por millones hoy en día los que siguen sufriendo por su
causa. La gestión del dinero es tema importante también en la actualidad, y los
cristianos deberíamos sentar buen precedente esforzándonos por no adoptar estilos y
niveles de vida que estén por encima de unos ingresos previsibles. Las iglesias harían
quizás bien en fomentar cursillos especializados de ayuda a personas que no saben
cómo vivir con recursos tan limitados. Hay congregaciones, tanto en el ámbito local
como interprovincial, con las que se podría hacer intercambio de recursos, contando
con la gente preparada para organizar encuentros, cursillos y seminarios,
complementados con charlas y conferencias, pudiéndose ofrecer así guía y consejo a las
personas que tengan dificultades en esa área. Sería una hermosa manifestación de
amor práctico y compasivo de interdependencia como miembros del cuerpo de Cristo.

5. Apoyar su obra (10:32–39)

164
La promesa final en ese pacto de renovación ocupa el párrafo más largo. Tiene que
ver con la casa de nuestro Dios –expresión que se repite en cada frase en dicha
promesa, a excepción de la alternativa la casa del SEÑOR en el versículo 35. Las
promesas anteriores se han ido ocupando del hogar y la familia, de los negocios y los
mercados, de las granjas y los campos de labranza, de la abundancia y de la escasez,
pasando ahora del tema de la vida en el campo y en la ciudad al trabajo de
mantenimiento y cuidado del templo, construido ochenta años antes por inspiración de
los líderes Josué y Zorobabel, y los profetas Hageo y Zacarías. Pero una cosa era
construir el templo y otra muy distinta mantenerlo. Cuando los israelitas
reconstruyeron el templo en el 516 a. C., se les había concedido, según la costumbre
persa, generosa ayuda tanto para su edificación como para su cuidado por parte del rey
persa Darío, aunque es muy posible que en circunstancias distintas. El apoyo persa a la
institución religiosa de Judá fue posteriormente recortado o incluso retirado. El templo
de Jerusalén era el alma y el corazón de la vida religiosa, ética y política. En términos
simbólicos, proclamaba la presencia y el poder de Dios entre su pueblo y la importancia
crucial de las cosas espirituales. En la promesa del pacto, el pueblo se había
comprometido con la adoración y el servicio a Dios y, al hacerlo así, declaraban de
forma voluntaria su total determinación a honrarle en cada faceta de sus vidas.
El pasaje cubre una más que notable serie de promesas en apoyo de la obra de Dios
en distintas maneras, y deja entrever las ramificaciones y la gran importancia de las
aportaciones en la práctica cristiana.
1. Los israelitas reconocían la obligación de contribuir (32, 35). Al hacer su promesa,
declaraban su firme compromiso económico en cuanto al servicio de la casa de Dios.
Era, pues, una solemne obligación de hacer todo cuanto se requiriese para sostener la
adoración en el templo y mantener así la prioridad espiritual y los valores morales en el
ámbito de su existencia como nación.
2. El pueblo responde a la Palabra de Dios contribuyendo en obediencia. No se
trataba de una mera impulsividad generosa, un gesto pasajero ante la inmensa
satisfacción de ver reconstruido el templo. Su ofrenda era genuina expresión de
obediencia aplicada a la práctica. Los que aman a Dios, le obedecen. Así, el pueblo
israelita estaba contribuyendo para el servicio de la casa de Dios (32), como estaba
escrito en la Ley (34, 36). Se trataba, en definitiva, de poner en práctica las ordenanzas,
los estatutos, y los mandamientos de Dios nuestro SEÑOR (29). Dios había sido bueno
con su pueblo y era de esperar que reaccionaran con generosidad. Su pública adhesión,
con voto y juramento, de andar en la ley de Dios que fue dada por medio de Moisés (29),
afectaría a la cantidad que quisieran aportar. Y lo cierto es que, si en verdad estaban
dispuestos a contribuir con los pagos anuales necesarios para el mantenimiento del
templo, haciendo provisión para ofrendas, festividades y para toda la obra de la casa de
nuestro Dios (35), eso supondría disponer de menos dinero para sí mismos. Con lo cual,
se trataba de una afirmación patente de que Dios era lo primero en sus vidas.
El acuerdo público de contribuir con un tercio de siclo al año (32) constituye una
muy interesante adaptación de la ley dada por Moisés respecto al cuidado del

165
tabernáculo en el desierto. Cuando los israelitas partieron de Egipto, todos los mayores
de veinte años estaban obligados a aportar una cantidad mayor, medio siclo de plata,
como ‘ofrenda al SEÑOR’. Ese ‘dinero de expiación’, pago único coincidiendo con el
tiempo del censo, era considerado ‘rescate’ por cada vida contabilizada en ese recuento
general.
3. La promesa reconocía la necesidad de una aportación obligatoria. No había nada
que fuera, ni de lejos, opcional en el mantenimiento del templo. Se le requería a todos
que contribuyeran en esa tarea de una forma u otra. Si iban a resultar beneficiados por
el ministerio del templo, todos estaban obligados a contribuir en su mantenimiento.
Una obra que repercutía en la totalidad no podía limitarse a la caridad de unos pocos.
Grande en verdad y magnífico es el servicio cristiano que desarrolla y atiende áreas de
evangelización, formación, asistencia médica y social, tanto en casa como en otras
partes del mundo, que depende de la generosidad de una minoría dispuesta a hacer
sacrificios para su mantenimiento y continuación. Pero eso no era el plan de Dios para
el sostenimiento de sus siervos. La promesa se centra de forma específica en dos
aspectos vitales del ministerio del templo para el pueblo de Dios: para adorar y alabar, y
para asegurar el perdón divino.
Todo el pueblo tenía razones para alabar a Dios por sus generosas dádivas. Él había
sido bueno con ellos y el dinero hacía falta ahora para el pan de la proposición y la
ofrenda continua de cereal, para el holocausto continuo, en los días de reposo, las lunas
nuevas y las fiestas señaladas, y para las cosas sagradas (33). Los sacrificios eran una
oportunidad para expresar de forma simbólica su mucho amor a Dios, al tiempo que
eran igualmente un medio para el mantenimiento del sacerdocio, que participaba de
forma regular de las comidas de las ofrendas. Es más, esas ocasiones eran
oportunidades muy concretas de reunir a familias y comunidad en un acto conjunto.
Muchas de esas ofrendas suponían una oportunidad para una comida compartida por
sacerdote y comunidad, y eran asimismo ocasiones en las que las gentes menos
afortunadas disfrutaban de una buena mesa. La acción de gracias es un un factor vital
en nuestra vida espiritual, y el saber agradecer es todo un don.
Cada una de las personas allí presentes tenía una razón particular para dirigirse a
Dios en solicitud de la limpieza prometida. La ayuda era siempre algo necesario para el
mantenimiento del templo y el sacerdocio de manera que las gentes pudieran
presentar ofrendas por el pecado en expiación por Israel (33). De entre los múltiples
dones concedidos por el Señor para su disfrute, el mayor de todos era su promesa de
perdón por el pecado. Los levitas iban a resultar ahora beneficiados por esas
aportaciones hechas a la casa de Dios. Eran los maestros y los pastores de Israel, y del
rico depósito de conocimiento de las Escrituras iban a extraer razones con las que
tranquilizar a las gentes respecto a haber sido limpios del pecado, borradas para
siempre sus transgresiones, evaporadas cual nube, arrojadas a las profundidades del
océano, porque Dios las había puesto sobre sus propias espaldas, apartándolas de ellos
como se separa el oriente de occidente, para acto seguido olvidarlas por siempre jamás.
Pero lo cierto es que ese pueblo suyo necesitaba ahora algo más que palabras
tranquilizadoras. Y esa ofrenda material por los pecados venía a convencerles muy
166
gráficamente del perdón otorgado por sus transgresiones.384 Los cristianos contamos
con la seguridad no sólo de las fieles promesas de Dios de hacernos limpios, sino
asimismo con la seguridad de que, por la muerte de Cristo en la cruz como
acontecimiento único, Él se había ofrecido a sí mismo en nuestro lugar como sacrificio
sustitutivo. Si reconocemos ahora nuestra iniquidad, nos arrepentimos y buscamos su
perdón, sabemos que podemos contar con que nuestros pecados y faltas también serán
perdonados por esa obra suya a favor nuestro en la cruz y la promesa de Dios de
hacerlo, y si todos en Israel tenían necesidad del ministerio del templo y del personal
que lo atendía, todos debían contribuir a su mantenimiento.
4. El pueblo reconocía que era precisa una ofrenda sistemática, y eso era algo que
no podía dejarse al azar. Había que cuidar de que todo estuviese organizado en la
debida forma. Así, cada año tenían que contribuir con un tercio de siclo (32) para el
mantenimiento del templo y las ceremonias que allí se celebraban. Además, se echaban
suertes para determinar qué familias tendrían que colaborar aportando, en los tiempos
fijados, madera para quemar sobre el altar del SEÑOR (34). Cada año traerían los
primeros frutos de la tierra y los primeros frutos de todo árbol a la casa del SEÑOR (35).
Todo estaba reglamentado de la forma más conveniente y el pueblo sabía con precisión
lo que se esperaba de ellos y cuándo y cómo tenían que presentar sus ofrendas al
SEÑOR.
5. La referencia a la ofrenda de madera sugiere un reparto proporcional en las
aportaciones para el templo. Según el sistema sacrificial de Israel, había un claro
reconocimiento de que no todo el mundo podía permitirse la misma clase de
contribución, estableciéndose caso aparte lo requerido de los menos acaudalados. El
precio de un toro joven, de un macho cabrío o de un cordero como ofrenda por el
pecado era algo que estaba muy por encima de las posibilidades de muchos de ellos,
por lo que, en consonancia, se les permitía llevar palomas y tórtolas, y si no podían ni
eso, se admitía que ofrecieran ‘un efa de harina fina en ofrenda por el pecado’.
La entrega de madera tal vez supusiera una oportunidad de ofrecer tiempo y
esfuerzo, empleados en talarla y transportarla, en lugar de dinero. La madera era un
bien relativamente escaso en Israel. Al ser construido el templo original, había tenido
que ser importada del Líbano. Antes de la llegada de Nehemías a Jerusalén, primero
había solicitado del rey Artajerjes madera para el templo, las puertas y el muro de la
ciudad, y asimismo para su propia casa (2:8). Una provisión regular de madera también
era necesaria si los sacrificios iban a ser inmolados sobre el altar del SEÑOR nuestro
Dios, como está escrito en la ley en clara referencia a lo ordenado en Levítico 6:12–13:
‘El fuego del altar se mantendrá encendido, no se apagará.’
Muchos de entre los más pobres de Israel, incapacitados para hacer ofrendas
costosas, sí que podían en cambio recoger madera y leña, y a buen seguro se sentían
contentos por ello, aunque supusiera muchas horas de trabajo para reunir una cantidad
no muy grande. Pero lo cierto es que no siempre estamos en situación de aportar
cantidades sustanciales de dinero para la obra del Señor, aunque seguro que sí
podremos ofrecer parte de nuestro tiempo; el tiempo necesario para la oración, para
meditar en la Palabra de Dios, para escuchar lo que tenga que decirnos, para pensar y
167
reflexionar acerca de lo que podríamos hacer por Él, por ejemplo, distribuyendo folletos
por las casas, escuchando con agrado los problemas que tengan que contarnos los
demás, visitando o escribiendo a los que se encuentran solos o enfermos, ayudando a
un vecino con cualquier pequeña tarea – todas ellas, cosas hechas por amor a Cristo y
en su nombre. La cantidad que aportemos no va a ser lo importante; lo que contará es
el espíritu con el que lo hagamos y el esfuerzo proporcional que exija de nosotros. – eso
será lo importante. Y a muchas personas, seguro que el tiempo es lo que más les cuesta
ofrecer.
6. Esas personas sabían también que estaban llamadas a una contribución en
sacrificio. Cada año debían traer los primeros frutos de la tierra y los primeros frutos de
todo árbol a la casa del SEÑOR (35). Esos primeros frutos debían ser los mejores con
diferencia. Ofrecer lo primero era una forma patente de declarar tres cosas
importantes. Para empezar, que el Señor es el dador de todas las cosas buenas; lo
segundo, que todo le pertenece, y lo tercero, que Él se merece lo mejor que pueda
ofrecérsele. La ley de Moisés sobre los primeros frutos estipulaba que el pueblo de Dios
debía ‘traer lo mejor’ y que esos frutos escogidos se entregaran a los sacerdotes.387 El
relato de Deuteronomio sobre los primeros frutos se enmarca sobre el fondo de una
presentación formal con ocasión de la confesión pública recitada ante el altar por el
oferente.
La novedad respecto a la promesa del pacto en Nehemías es que los primeros frutos
de todo árbol también tenían que ser incluidos en esa ofrenda, junto con los cereales y
los otros frutos de la tierra. Una vez más, tenemos un ejemplo del modo en que la ley
de Moisés tenía que ser reinterpretada y aplicada con nueva visión según distintas
circunstancias en la vida del pueblo de Dios. Pero eso no era todo, pues el pueblo tenía
que ofrecer asimismo a sus primogénitos, las primeras crías de su ganado, para los
sacerdotes que ministran en la casa de nuestro Dios (36). La costumbre en Israel era
pagar ‘un precio de redención’ al sacerdote por el nacimiento del primer hijo y las
primeras crías de su ganado. Si el Señor les había dado a ellos con tanta generosidad, no
estaría bien negarle los frutos de sus dones.
7. Las ofrendas prescritas es otra de las características del conjunto de ofrendas
presentadas por el pueblo de Dios. No sólo han de traer la flor de harina, el vino nuevo y
el aceite recién prensado, sino que habrán de añadir el diezmo de sus cosechas para el
Señor. Aportar un diez ciento de lo que recolectaran o de sus ingresos era costumbre de
larga tradición y prestigio en el seno del pueblo de Israel, y son muchos los cristianos
hoy día que siguen considerándolo norma y guía apropiada para su vida.
8. De forma adicional, lo que encontramos ahí es el recuento pormenorizado de una
pauta en las ofrendas con inclusión de los distintos tipos de posibles ingresos. El diezmo
de las cosechas (37) era para el mantenimiento de los levitas, los cuales, a su vez, tenían
que diezmar de lo que recibían. Los siervos del Señor no estaban exentos de esas
aportaciones. Los levitas llevarán la décima parte de los diezmos a la casa de nuestro
Dios, a las cámaras del almacén (38). No había un conjunto de reglas fijas para el pueblo
distintas de las aplicables a pastores y maestros. Los levitas se beneficiarían de las
aportaciones generosas y regulares de parte del pueblo, y ellos a su vez tendrían que
168
contribuir en el mantenimiento de los sacerdotes. Los levitas tenían que ser ejemplo de
total obediencia a la Palabra de Dios. El mensaje era el mismo para los líderes y para el
pueblo.
9. Por último, lo que ahí vemos es todo un ejemplo de ofrenda organizada. El
pueblo sabía cuánto tenía que darse y quién era el responsable de recoger la ofrenda.
Los levitas iban a ser los gestores, pero teniendo a su vez una persona responsable que
les acompañara, figura ciertamente honrada en el ámbito de la vida espiritual de Israel:
Un sacerdote, hijo de Aarón, estará con los levitas cuando los levitas reciban los diezmos
(38). Los asuntos financieros deberían ser gestionados siempre de forma que no
induzcan a la desconfianza. El pasaje deja bien patente que esa provisión no es un
asunto secundario ni marginal, y no nos lleva a desconfiar de las personas que se
ocupan de esos asuntos. Muy por el contrario, esos responsables son salvaguarda de los
intereses de inocentes que podrían ser acusados de malversar unos bienes que son
propiedad del Señor.
Repasar las cinco promesas hechas por el pueblo en esa ocasión supone recordar
verdades que son tan vitales para los cristianos como para aquellos creyentes israelitas
del siglo V a. C. Ellos estaban confesando en público el control soberano de Dios en
todas las facetas de su vida, fuera en el hogar o en el trabajo, en sus granjas, en el
comercio, en su vida social o en sus obligaciones espirituales. Aprendiendo de ese
modelo, los creyentes cristianos confiesan hoy día de todo corazón que Jesús es Señor
de sus relaciones (30), su tiempo (31a) y sus posesiones (31b–39).

Archivos vocales
Nehemías 11:1–12:26

Ya tuvimos ocasión de ver cómo el registro personal que Nehemías hace de los
acontecimientos se complementa con documentación sacada de los archivos del propio
pueblo de Dios. El libro contiene cinco listas en total. En un momento apropiado al
principio del libro (3:1–32), se le ofrece al lector una detallada descripción de las
distintas secciones que integran la muralla, junto con los nombres de las personas
involucradas en la operación de reconstrucción. Más adelante (7:1–73), Nehemías
comparte su preocupación por a si va a haber suficientes personas viviendo en la recién
fortificada ciudad que garanticen su desarrollo y protección. En el curso de un recuento
inicial por familias, descubre un ‘registro por generaciones’, que procede a incluir en el
relato. La lista contiene los nombres de casi 50.000 exiliados, que habían sido los
primeros en regresar a Judá un siglo antes liderados por Zorobabel y Jesúa. Hay una
tercera lista (10:1–27) que hace mención de aquellos que se comprometieron de nuevo

169
con la Palabra de Dios en una ceremonia de renovación del pacto que siguió a la
conclusión del proyecto de reedificación.
Llegamos así a una sección del libro en la que se nos ofrecen dos listas más.
Nehemías retoma su plan de poblar Jerusalén con un número de personas suficiente
como para garantizar la prosperidad y seguridad deseables dentro de sus muros,
incluyendo la lista de quienes fueron a vivir en la ciudad (11:3–24) y la de los que se
aposentaron en otras zonas de Judá (11:25–36). La quinta y última lista (12:1–26) nos
proporciona los detalles relativos a aquellos sacerdotes y levitas que regresaron con los
primeros exiliados con Zorobabel y Jesúa en el año 538 a. C. y sus sucesores,
incluyéndose detalles relativos a los sumos sacerdotes de cargo hereditario (10–11),
puestos al día por un editor posterior, hasta los tiempos de Alejandro Magno.
La historia era factor de inmenso valor e importancia para el pueblo de Israel, pero
no por razón de un amor especial a lo antiguo, sino por un genuino deseo de recabar
una información necesaria para la confección del árbol genealógico familiar. Y ésos
eran, de hecho, registros fiables donde rastrear los orígenes y algo más. Según esas
listas, se pueden deducir algunos principios espirituales importantes que habían estado
en la mente de sus devotos predecesores, de los que ahora recogían, atesoraban y
editaban ese material y, asimismo, en la voluntad de Nehemías. Lo que nosotros leemos
ahora no es un polvoriento e irrelevante catálogo de nombres y familias; esos archivos
transmitían verdades bíblicas de tremendas repercusiones y muy largo alcance.

1. La necesidad de compañerismo
Jerusalén tenía que ser repoblada, si es que verdaderamente aspiraba a desarrollar
una actividad económica, social y espiritual vigorosa. Con las fortificaciones derruidas y
las puertas desaparecidas, la ciudad no ofrecía un aspecto ni atrayente ni seguro para
vivir allí, y la mayoría de los que habían vuelto del exilio habían preferido asentarse en
pueblos y aldeas. Los habitantes de las comunidades rurales sí que habían estado, en
cambio, dispuestas a ayudar en la reedificación de la muralla pero, ahora que la tarea
estaba terminada, volvían a sus casas y a sus familias. Tan sólo una minoría de la
población de Judá vivía dentro de los muros de la ciudad y Nehemías sabía que ese
débil número debería ser sustancialmente incrementado si es que se aspiraba a que
funcionara una vida comercial próspera. Con objeto de repoblar la ciudad, Nehemías
había recurrido al sistema del diezmo, esto es, una de cada diez personas tendría que
trasladarse a Jerusalén para iniciar allí una nueva vida (1). Y los israelitas eran los
primeros en reconocer que la ciudad iba a crecer gracias a su propio sacrificio.
La mayor parte de las familias que vivían fuera de la ciudad dependían por entero
de la tierra para el sustento diario, y no cabe duda de que las oportunidades para un
laboreo elemental eran mayores en las zonas rurales. Con el paso de los años, esa gente
había desarrollado un modo de vida adecuado, aunque precario, arando, sembrando y
recolectando lo producido por sus campos en forma de cosechas de trigo, centeno, uvas
y aceitunas, cultivando sus huertas tanto para el propio consumo como para vender en

170
el mercado, al tiempo que cuidaban de sus rebaños de ovejas y vacas. Pocos de entre
ellos escogerían marcharse del entorno familiar en el que habían nacido, crecido y
madurado desde el retorno del exilio hasta la fecha. Para la mayoría, el traslado a la
ciudad resultaría traumático. Era ciertamente difícil pasar del campo a la ciudad,
dejando los espacios amplios para confinarse en los límites de lo urbanizado.
Conllevaba, además, renunciar a la propia casa, las familia inmediata, los vecinos, las
tareas ya convertidas en costumbre y un entorno conocido, para iniciar una vida nueva
muy diferente en un entorno completamente distinto.
Dada la movilidad actual, muchos de nosotros simpatizaríamos con ellos hoy. En el
Reino Unido, el 27 por ciento de la población tiene pensado mudarse en el próximo
año. El cambio de localidad por motivos laborales es cada vez más común,
constituyendo una de las características de la vida moderna. El desempleo ha forzado a
muchas personas a buscar trabajo en otras partes del país, originando la pérdida de lo
familiar, con las inevitables repercusiones en los hogares, las familias, el colegio de los
niños, el entorno de la iglesia y los lazos afectivos y espirituales forjados a lo largo de los
años. Cuando esos cambios ocurren, sean bien venidos o no, siempre será bueno darle
un repaso a este relato de vuelta del exilio, de cambio de uno a otro lugar y de la
capacidad de adaptación que puede llegar a tener la persona, esforzándonos, de paso,
por intentar recrear sus sentimientos al tener que reunir sus enseres para acometer un
nuevo cambio, una nueva aventura y una nueva forma de vida en compañía de su
familia.
Lo primero que llama nuestra atención, en esta presentación sin adornos que hace
Nehemías, es la total sumisión del pueblo a la voluntad de Dios. Con el fin de
determinar quién debería hacer el sacrificio, echan suertes sobre cada diez para decidir
el que debía marcharse para ir a vivir a Jerusalén (1). Según su mentalidad y su época,
echar suertes era una forma de averiguar la voluntad divina. Durante siglos, habían
vivido convencidos, junto con los hombres sabios de Israel, de que ‘las suertes se echan
en el regazo, pero la decisión es del Señor’.392 Unos cinco mil hombres estaban, pues,
dispuestos a dejar el futuro en manos del Dios soberano. Lo que ellos pudieran desear
era secundario en relación a la voluntad divina. Descubrir el pensamiento de Dios
respecto a su destino estaba por encima de cualquier otra posible consideración. No
siempre es asunto fácil discernir la voluntad de nuestro Señor, pero lo cierto es que está
más dispuesto a darla a conocer que nosotros a conocerla. Todos podemos fácilmente
tomar decisiones equivocadas, pero para el creyente cristiano que en verdad busque la
voluntad de Dios, con la mirada puesta en su gloria, habrá menos probabilidades de
equivocarse gravemente en las cuestiones que realmente importan.
En la actualidad, no es frecuente tratar de discernir sus propósitos echando suertes.
Disfrutamos hoy día de muy ricos privilegios espirituales y recursos en comparación con
aquellos tiempos. El Espíritu Santo es amigo y consejero fiel que mora en nuestro
interior, guía segura del cristiano atento, siempre dispuesto a sernos de ayuda al igual
que lo fue de Pablo y sus colaboradores. Lamentablemente, hay ocasiones en las que
preferimos seguir nuestro propio camino, ignorando adrede la posible opinión de Dios
al respecto. Pero, por muy primitivo que pueda parecernos a nosotros ahora, dada la
171
sofisticación presente en nuestra cultura, eso de resolver una cuestión echándolo a
suertes, sí podemos al menos admirar la fe, el amor, el sacrificio y el heroísmo de unas
gentes dispuestas a desarraigarse, renunciando para ello a lo acostumbrado y familiar
en Judá, por estar firmemente convencidos de que esa era la voluntad de Dios para sus
vidas. Esa ejemplar entrega suya en sacrificio sin queja por la voluntad divina es una de
las dimensiones más olvidadas del relato de Nehemías.

2. La primacía de la santidad
Casi como complemento de este aspecto de negación sin reservas del propio yo, se
introduce ahora en el relato otra nueva perspectiva. Se nos dice que toda esa gente,
que tan positivamente había reaccionado ante la necesidad de incrementar la población
de la ciudad santa de Jerusalén, se trasladó efectivamente allí (1). Como devoto
creyente que era, Nehemías estaba fascinado con lo santo, esto es, con todo aquello
que hubiera sido ‘apartado’ para uso del Señor. Él sabía bien que los sacerdotes eran
gente santa por su exclusiva dedicación a la obra de Dios. Y por eso nos recuerda la
santidad propia del día de reposo (9:14; 10:31; 13:22) y que hay otras ocasiones en el
año israelita que también habían pasado a ser consideradas ‘santas’ (10:31). Los
sacrificios ofrecidos en el templo eran igualmente ‘santos’ (10:33) y había sido Esdras,
contemporáneo de Nehemías, el que muy justamente había recalcado la necesidad que
tenía el pueblo de Dios de ser santo. Ahora, dos son las ocasiones en las que se nos dice
que la propia ciudad de Jerusalén había sido apartada para uso especial del Señor (1,
18). Vivir en Jerusalén y tener la oportunidad de servir en lugar tan santo sería
considerado por esos nuevos ciudadanos un privilegio inmenso. Y ésa iba a ser en
realidad la compensación por su renuncia al entorno familiar para arriesgarse a lo
desconocido. Ser asociado con lo santo suponía tomar parte en un proyecto diseñado a
propósito para glorificar a Dios. Y tomar parte en semejante empresa era un honor que
no cabía despreciar.
Pero todavía hay que destacar algo más al respecto. Vivir en la ciudad santa podía
desde luego ser considerado todo un privilegio, pero también suponía una
responsabilidad y un reto. Una cosa es asentarse en una ciudad santa y otra muy
diferente hacer del propio hogar algo asimismo santo. Vivir en un contexto santo no
confería santidad de forma automática a la persona. Richard Baxter les recordaba a sus
colegas en el ministerio que ‘un llamamiento santo no salvará al hombre no santo’.
Cada vida ha de ser hecha santa al dárselo todo a Dios. William Law dejó esto bien claro
al animar a la gente del siglo XVIII a llevar vidas santas, ‘Pues el cristiano ha de
considerar cada lugar como santo, ya que Dios está ahí, y por eso cada apartado de la
vida es motivo de santidad y ha de ser ofrecido a Dios.’ Law sostenía que
…todas las cosas han de ser consideradas y usadas como cosas de Dios y para
Dios…Las cosas pueden y deben diferir en su uso, pero aun así habrán de ser
empleadas en consonancia con la voluntad de Dios. Los hombres pueden y
deben diferir en su actividad, pero todos sin excepción deberán actuar con un

172
mismo fin, como obedientes siervos de Dios.
Y no puede caber duda de que le asistía toda la razón al afirmar enfático que ‘no
hay ninguna otra forma de auténtica devoción que no sea la de vivir dedicados a Dios
en el trajín diario de la existencia’.
Setenta años antes de que Nehemías y sus colaboradores repararan el muro, dos
hombres muy distintos habían ejercido un ministerio profético crucial en Jerusalén.
Esos personajes habían animado a sus habitantes a demostrar su compromiso con
manifestaciones espirituales concretas al reconstruir el templo, dejando, pese a ello,
bien claro que la santidad no se conseguía tan sólo con a manifestaciones externas. El
templo era excelente recordatorio de grandes realidades espirituales, pero no debían
cometer el error de los coetáneos de Jeremías e imaginar que la existencia en sí de un
edificio religioso garantizaba el favor divino. Hageo había recalcado hasta la saciedad
que la santidad no podía conseguirse por mera proximidad física y, por esas mismas
fechas, Zacarías había apremiado a los ciudadanos de Jerusalén a anticipar ese tiempo
futuro en el que todo Jerusalén sería santo, y no sólo el templo. En ese día venturoso,
‘SANTIDAD AL SEÑOR’ estaría inscrito en los cascabeles de los caballos que
transportaran las mercancías de los comerciantes y en cada olla de la casa del SEÑOR, y
no sólo en los tazones consagrados del altar. Una ciudad santa no sería tal si sus
habitantes no fueran asimismo santos.

3. El privilegio del servicio


El relato incluye ahora una serie de enigmáticos comentarios relativos al modo en
que se seleccionó a la gente para el programa de repoblación. Ya tuvimos ocasión de
ver cómo se echaban suertes para obtener uno de ‘cada diez’, pero, junto con ellos,
había otros que se ofrecieron a sí mismos de forma voluntaria para esa nueva tarea: Y
bendijo el pueblo a todos los hombres que se ofrecieron para habitar en Jerusalén (2).
Así, es muy posible que, una vez hecha pública esa necesidad, hubiera quienes se
alistaran de inmediato como ciudadanos potenciales y que las suertes se echaran tan
sólo para completar el número requerido, aunque también pudiera haber ocurrido al
contrario, siendo los voluntarios los que completaran el total no alcanzado al echarlo a
suertes. Cabe asimismo la posibilidad de que algunos de esos voluntarios fueran
hombres y mujeres que se ofrecieran a ir en lugar de amigos y vecinos, cuyas
circunstancias eran más favorables que las de otros para emprender semejante
aventura. Fuera cual fuese la naturaleza de los voluntarios, son sin duda recordatorio y
ejemplo de los muchos que, llevados tan sólo de su amor, no dudan en ofrecerse para
la obra del Señor.
La descripción de los métodos usados para obtener nuevos ciudadanos para
Jerusalén nos recuerda que, a través de los siglos, la obra de Dios ha ido siendo asumida
tanto de forma voluntaria como por obligación impuesta. Ha habido los que,
profundamente conscientes de sus propias limitaciones, nunca se consideraron a sí
mismos ni remotamente capaces de figurar en el servicio al Señor, aceptándose

173
entonces la responsabilidad por un profundo sentido de obligación. Esas personas
supieron en su momento que habían sido llamadas por Dios y que no era posible
negarse. Otras, en cambio, se sintieron profundamente sobrecogidas, y no tanto por
razón de sus limitaciones humanas, como por el reto que planteaba la tarea. La
grandiosidad de la situación hacía que perdiera importancia la propia incapacidad.
Conscientes de la necesidad de hombres y mujeres para el avance de la obra, se
ofrecieron por voluntad propia para que se dispusiera de ellos para lo que el Señor
quisiera y dónde él decidiera.
Escribiendo acerca del ministerio a finales del siglo XVI, San Gregorio Magno
recurrió a dos grandes relatos de llamamiento en el Antiguo Testamento, contrastando
al forzado Jeremías con un voluntario Isaías. Lo cierto es que hay lugar para ambos tipos
de obrero en el campo del Señor. San Gregorio resalta el hecho indiscutible de que, en
definitiva, ambos estaban movidos por su amor al Señor. La reacción de Jeremías
‘obedecía a su amor a Dios’, mientras que la de Isaías se basaba en el amor al prójimo’.
Isaías ‘aspiraba al oficio de predicador en activo, llevado por un genuino deseo de servir
a los demás’, mientras que Jeremías optaba por expresar su amor a Dios en el seno de
una callada devoción, por lo que, de forma natural, ‘se sentía molesto por su
llamamiento’. Jeremías temía que, por tener que predicar, ‘se resintiera su callada
contemplación’. En el polo opuesto, Isaías temía que ‘por no predicar, fuera él el
primero perjudicado al faltarle la disciplina de un arduo trabajo’.401 Todos cuantos
sirven a Dios, tanto si es con el entusiasmo de Isaías como si lo hacen con la prudencia
de Jeremías, han de actuar como aquellos dos grandes profetas. De buen grado o con
reservas, ha de entregarse totalmente a la soberanía de los propósitos de Dios, y ello de
manera que estemos siempre dispuestos a poner en práctica lo que él haya decidido
para nosotros.

4. La variedad del ministerio


Al analizar esas dos listas con los nombres de los respectivos residentes de Judá y de
Jerusalén (11:4–36) junto con las correspondientes a los sacerdotes de Israel y los
levitas (12:1–26), nos vemos confrontados con la amplia variedad de dones y
capacidades aportada a la obra de Dios.
Aquellas eran personas bien dotadas para asumir una dirección responsable. Con los
líderes de Jerusalén (1), los líderes provinciales de Judá (3) se habían trasladado
igualmente a la ciudad, dando noble ejemplo a todos cuantos tuvieran que renunciar a
sus raíces para repoblar Jerusalén. Son varias las cualidades que han de estar presentes
en un liderazgo efectivo, pero pocas van a ser más importantes que una conducta
ejemplar.
Nunca va a ser suficiente decirle a las personas lo que tienen que hacer. El líder
deberá convertirse en modelo visible de obediencia, santidad y amor. Ésa es la razón de
que, en primer lugar, tenga que cultivar su propia vida espiritual de forma tal, que no
contradiga el contenido de su mensaje. Tanto Pablo como Pedro instaban con denuedo

174
a sus colaboradores de ese primer siglo del cristianismo a comportarse de manera que
no perjudicaran la integridad del evangelio. Richard Baxter recalcaba incansable la
importancia del buen ejemplo: ‘Aquel cuyas palabras se correspondan con su intención,
a buen seguro actuará como dice.’ Los predicadores son particularmente vulnerables y
no cabe duda de que las congregaciones tienen derecho a un sermón encarnado en la
realidad de vida del que lo pronuncia, y no tan sólo a la mera elocuencia. Baxter estaba
advirtiendo acerca del peligro de echar a perder la propia misión. ‘Basta una sola
palabra, pronunciada con desafecto y altanería, una actitud belicosa innecesaria, un
acto de patente egoísmo, para arruinar el sermón y hacer que se pierda el fruto
recogido hasta ese momento.’403
Por otra parte, encontramos nombres en esas listas que se corresponden con
capacidades administrativas específicas. La ciudad recién poblada cuenta con su
superintendente y un ayudante que desempeña la tarea de segundo en el mando de la
ciudad (9). Su función consistía en mantener limpios y seguros calles y mercados,
controlar el correcto funcionamiento de los servicios públicos de saneamiento y que se
cumpliera la normativa de urbanismo. La ley mosaica no descuidaba nada de lo
necesario. Poco sentido habría tenido disponer de una nueva y flamante muralla si los
viejos pecados corrompían la nueva vida puesta en marcha en su interior.
Había, además, más personas capacitadas al tanto de otros cuidados. Dos de los
principales levitas estaban al cargo de la obra fuera de la casa de Dios (16). El templo
tenía que ser mantenido en buenas condiciones y a ellos se les había confiado esa
responsabilidad. Se cuentan por centenares las iglesias y organizaciones que agradecen,
desde lo más profundo de su ser, la tarea de mantenimiento y cuidado de los edificios
correspondientes, que en muchas ocasiones se hace de forma por completo
desinteresada. Esa discreta labor a favor de la obra del Señor quizás no llegue a figurar
de manera prominente en los anales de la historia de la iglesia, pero el servicio prestado
no va a ser olvidado donde más cuenta.

5. La prioridad de la adoración
Había otros a los que les competía el servicio de adoración en el templo. Seraías,
jefe de la casa de Dios, era con toda probabilidad el sumo sacerdote en ese momento
siendo ayudado en su tarea por un equipo de colaboradores que hacían la obra del
templo (12).
Ese ministerio suyo se complementaba con personas evidentemente bien dotadas
para la música. Matanías era jefe asignado para la acción de gracias en la oración (17).
Clines sugiere una pequeña enmienda que asignaría al puesto la función de lector de
salmos como ‘aquel que alaba (esto es, dirige esa actividad) en el tiempo dedicado a la
oración’, tal como ya había hecho David comisionando a Asaf. Siglos atrás, ese gran rey
de Israel había animado a su pueblo a poner por práctica esas dos cosas: ‘Dar gracias al
Señor (en alabanza) e invocar su nombre (en oración)’.406 La alabanza y la oración eran
fundamentales en la vida espiritual del pueblo de Dios.

175
Mediante la acción de gracias, reconocemos la generosidad de Dios. El elemento de
alabanza debería figurar siempre en primer lugar. Con demasiada facilidad, solemos
anhelar más, olvidando lo que ya nos ha sido concedido. Descuidar las muestras de
agradecimiento supone ignorar una de las características más señaladas del cristiano,
diferenciándonos de los que, por no aceptar a Dios, no lo hacen.
Al orar, buscamos la ayuda de Dios. Cada vez que oramos, estamos confesando que
no podemos vivir sin Dios. Y es, además, público testimonio de que depositamos
depositado nuestra confianza en él. Hemos dejado, por fin, de fiarnos de nuestros
débiles recursos. Según Forsyth, la oración ‘relaja la tensión creada por nuestra propia
suficiencia’. Los relatos bíblicos y la historia cristiana dan testimonio de la primacía que
ha de tener la oración en la vida del creyente. Todos los grandes personajes de las
Escrituras eran gentes de oración y, a lo largo de los siglos, siempre ha habido creyentes
que no han dudado en hacer de la oración una prioridad diaria como tiempo dedicado a
estar en íntima comunión con Dios. Sadhu Sundar Singh, conocido creyente hindú, hizo
de la oración una práctica constante tras su costosa conversión: ‘Yo solía rogar pidiendo
cosas concretas. Pero ahora ya sólo aspiro a tener comunión con Dios…Cómo cambia
nuestra vida al estar en compañía de un noble amigo. Y cuánto más lo será por tener
comunión con Aquel que es bondadoso más allá de toda medida.’409
Los servicios religiosos en el templo eran ocasiones en las que la acción de gracias y
la oración se expresaban mejor con los cánticos. El superintendente de los levitas en
Jerusalén era Uzi, hijo de Bani, hijo de Hasabías, hijo de Matanías, hijo de Micaía, de los
hijos de Asaf, cantores para el servicio de la casa de Dios (22). Matanías era jefe para
comenzar la acción de gracias en la oración (17) y aparece asimismo incluido en la lista
de los sacerdotes y levitas que regresaron como ‘encargados de los cánticos de acción
de gracias’ (12:8). Había dos coros y ambos se daban la réplica durante las ceremonias
al ofrecer adoración y acción de gracias, según lo prescrito por David, hombre de Dios,
sección por sección (12:24).
La música ha desempeñado un papel importantísimo en la alabanza del pueblo de
Dios, y a lo largo de la historia la iglesia ha contraído una deuda impagable con solistas,
coros, tañedores de instrumentos y grupos musicales que han puesto sus capacidades
al servicio del Señor, viéndose así enriquecida nuestra alabanza y nuestra adoración en
los cultos de las iglesias de todas partes del mundo.
Estas listas onomásticas dan fe del compromiso espiritual de cientos de ciudadanos
de Jerusalén. Junto a los líderes y personajes destacados, como era el caso de
sacerdotes, levitas, servidores del templo y descendientes de los siervos de Salomón
(11:3), había otros muchos, cuyas respectivas capacidades, dones y experiencia habían
sido puestos de buen grado al servicio de Dios. La maza del cantero no era menos
representativa de sincera devoción que las voces del coro.

6. La gracia de la humildad
Todos reconocemos la necesidad, el privilegio y la responsabilidad que conlleva un

176
liderazgo en plenitud de dones, pero no todos están dotados para liderar. Y no es
porque se trate de que ‘cuando todo el mundo es algo resulta que nadie es nada’, como
con gracia oportuna señalaban en su comedia musical Gilbert y Sullivan, sino que hay
infinidad de tareas llevadas a cabo con entera dedicación por personas comprometidas
a las que no les importa no ocupar puestos de mayor relumbre. Junto al líder respetado
y a los oficiales principales, en la lista aparecen los nombres de personas dispuestas a
servir como encargados, ayudantes, colegas y compañeros de aquellos que figuraban en
lugares más prominentes. Así, leemos acerca de parientes que hacían la obra del templo
(12). Incluso Matanías era segundo entre sus hermanos (17). Y de los sirvientes del
templo que habitaban en Ofel, Ziha y Gispa estaban encargados de los sirvientes del
templo (21). Alguien tenía que ocuparse de su bienestar, pero no todos podían ocupar
ese puesto. Junto a los líderes, tendrá que haber sirvientes. La lista de sacerdotes y
levitas que regresaron con Zorobabel y Jesúa incluye los nombres del personal al cargo,
pero haciendo referencia al mismo tiempo al ministerio clave de los asociados a la tarea
(12:7–9). Puede que sus nombres no figuraran en la lista, pero el trabajo llevado a cabo
es recordado.
La crónica de la obra cristiana y el testimonio que la acompañaba en el curso de los
años era algo mucho más enriquecedor que el registro de nombres ilustres y
acontecimientos destacados. Lo que ahí encontramos es el recuerdo de millones de
creyentes anónimos comprometidos con su fe, miembros de a pie de las iglesias,
ministerios olvidados, evangelistas, distribuidores de tratados, maestros de escuela
dominical, responsables de escuela bíblica, visitadores de enfermos, encargados de
aprovisionamiento, mantenimiento y limpieza, porteros y celadores y, lo más
importante de todo, intercesores a los que nada les arredraba. Al escribir su historia de
la iglesia del siglo XIX, A. R. Vidler lamentaba no haber reseñado más.
…acerca del común de las gentes cristianas en las parroquias y en las
congregaciones que habían sabido mantenerse firmes en el curso de sucesivas
generaciones, pues sin ellas no habría historia alguna que mereciera la pena
contar. Eso no es algo que ocupe las cabeceras de los periódicos y se pierde
además con excesiva facilidad en la vasta red de eventos insólitos y hazañas
irrepetibles de los historiadores al uso, interesados como están en someterlos a
pública inspección.
Ésa es la clase de personas que se conforma con ser simplemente asociadas sin
nombre específico, creyentes que eran perfectamente conscientes de que todo aquello
que se haga, sea al frente de un liderazgo o como apoyo en segundo plano, no tendrá
que no buscar la alabanza individual, sino la gloria de Dios. Pedro les recordaba a los
creyentes de ese primer siglo del cristianismo que todo cuanto hagamos en acto de
servicio, con aplauso o sin reconocimiento, será en el fondo oportunidad para Dios, y
asimismo para otros, en exaltación de su gloria.
Siempre habrá necesidad de hombres y mujeres comprometidos con su trabajo
como colaboradores leales y compañeros dignos de confianza. Son muchas las grandes

177
hazañas cristianas a lo largo de los siglos que nunca habrían sido posibles si no fuera por
ese ministerio asumido en sacrificio por personas dispuestas a tener un papel
secundario en la obra de Cristo. William Wilberforce no habría podido llevar a cabo
todo cuanto hizo por libertar a los esclavos de no haber sido por los años de duro
trabajo en la trastienda por parte de Thomas Clarkson. El investigador en Wisbech era
tan crucial como el parlamentario de West-minster. Sin una persona de confianza,
suministrándole continuamente información vital, la obra de ese formidable
reformador no se habría realizado. La vigorosa actividad evangelizadora de D. L. Moody
por medio de la predicación sirvió para llevar a miles de personas a una fe en Cristo,
pero pocos saben que todo empezó en aquella mañana de sábado en 1855, cuando
Edward Kimball invitó al joven Moody ‘a aceptar a un Cristo que le amaba, que
esperaba un afecto recíproco y que no debería negársele’. Moody recuerda al respecto
que ‘había lágrimas en los ojos de Kimball’. Edward Kimball era un creyente de
testimonio tímido con pocas dotes para la predicación, pero esas lágrimas suyas habían
sido tan elocuentes como lo serían después los maravillosos sermones de Moody. Ese
olvidado maestro de escuela dominical contribuyó de forma inimaginable a la historia
de la evangelización en el siglo XIX. Lo mejor de la historia de la iglesia lo descubrimos a
veces oculto tras una callada y discreta labor de apoyo en segundo plano. Los apóstoles
sabían la importancia estratégica de colaboradores dispuestos a ayudar sin figurar, y sus
epístolas son testimonio de esa inapreciable contribución y de esa ayuda práctica suyas
sin igual.

7. La importancia de la familia
De los hijos de Judá: Ataías, hijo de Uzías…hijo de… (4). Al repasar esas listas
onomásticas, nos damos cuenta de que ahí tenemos algo más que un mero catálogo de
personas consagradas. La reseña incluye las familias de procedencia y el alimento
espiritual y formación recibida. El árbol genealógico se remonta a seis o siete
generaciones atrás en el tiempo, reconociéndose, pues, el papel crucial de la familia. La
familia, como unidad primaria de cuidado personal y educación espiritual, estaba
pensada para ser una parte muy importante del pueblo de Dios. Y esas listas, junto con
otras genealogías de las que dan fe las Escrituras, son testimonio fehaciente de un firme
compromiso por parte de Israel de compartir la Palabra de Dios con los niños y con la
‘casa’ al completo: ‘Una generación alabará tus obras a otra generación.’
En la sociedad contemporánea, las familias son tremendamente vulnerables y están
expuestas a peligros cada vez mayores. Se calcula que, como mínimo, un 40 por ciento
de los matrimonios que se celebran en el Reino Unido acaban en divorcio. Y los estudios
al respecto parecen indicar que ‘las probabilidades de divorcio son mayores en los casos
de niñez afectada por ruptura matrimonial de sus progenitores’. Si las tasas de divorcio
persisten en su nivel presente, más de uno de cada cuatro niños en hogares de
progenitores casados verá a sus padres divorciarse antes de cumplir dieciséis años.418
Estas listas de Nehemías ponen de relieve una estructura familiar que le aportaba al

178
niño seguridad emocional, necesidades materiales cubiertas, cuidados físicos, estímulo
intelectual, valores morales y enseñanza espiritual. El compromiso de los israelitas con
la atención prioritaria a la familia supone todo un reproche a la ligereza con que el
matrimonio es considerado en la actualidad. Y es recordatorio a los creyentes de hoy de
su responsabilidad para estimular, nutrir y proteger los valores familiares, y de que,
ante situaciones trágicas de ruptura familiar, las iglesias locales tienen un papel vital
que desempeñar ofreciendo amor, comprensión, apoyo, cuidados prácticos y seguridad.
Una de las mayores oportunidades estratégicas del mundo actual podría ser
proporcionar, con sensibilidad y de forma discreta, esa necesaria comprensión: ‘fui
forastero, y me recibisteis’. Pero va a ser difícil que las personas vean a Cristo en
nosotros si somos incapaces de ayudarles en situaciones de crisis.

Nuestro “principal propósito”


Nehemías 12:27–47

Los líderes israelitas reflexionaban acerca de la bondad del Dios que les había
permitido completar la reconstrucción de la muralla en tan breve lapso de tiempo. Y lo
que querían ahora era ofrecer alabanza a Dios de forma pública por haberles guiado,
ayudado y protegido, consagrando no sólo la muralla reconstruida, sino también la
propia comunidad para gloria suya. La vívida descripción que Nehemías hace de esa
ceremonia de acción de gracias puede ser para nosotros una buena guía respecto a la
naturaleza, la centralidad y el propósito de la adoración en alabanza.
La adoración es en verdad ‘postrarse ante’, y es un término que indica la disposición
de mente, corazón y voluntad de reconocer con agradecida humildad la grandeza y
soberanía de nuestro Dios. No puede haber actividad humana más elevada y
determinante en su componente espiritual que la adoración a Dios. Los cristianos de la
tradición reformada lo definen como el objetivo primordial de nuestra existencia
humana; así, ‘nuestro principal propósito y fin es glorificar a Dios y disfrutar de su
Persona para siempre’. La adoración es algo más que participación oral y auditiva en un
culto con sus oraciones, sus himnos y cánticos, lecturas bíblicas, ofrenda y sermón o
predicación. La adoración es, en realidad, la total sumisión de todo lo que tenemos y
somos porque conocemos a Dios. William Temple definió la adoración como ‘la
emoción más sublime y menos egoísta de que es capaz nuestra naturaleza, y por ello el
remedio más eficaz contra el egocentrismo como componente básico del pecado
original y fuente de nuestra pecaminosidad presente.’421
Sin embargo, aun reconociendo como creyentes la esencial prioridad de la
adoración, no nos ponemos de acuerdo respecto a su carácter y forma. Como cuestión

179
primordial, es objeto de análisis y debate preferente en la iglesia de hoy, quizás en
ocasiones incluso con mayor vehemencia de la debida, dedicándose los creyentes con
ahínco, y en conjunción con otros ‘monólogos respecto a los posibles distintos
ministerios’, a dilucidar qué son en realidad la adoración carismática (puesta en práctica
de los dones descritos en 1 Corintios 14), la adoración ecuménica (hasta qué punto
necesitan los creyentes estar en total armonía doctrinal para adorar de forma
conjunta),
la comunión de distintas confesiones de fe (determinando si es posible que los
seguidores de distintas religiones del mundo puedan reunirse para celebrar cultos en
armoniosa unión), adoración actualizada (las diferencias entre lo más tradicional en
oposición a las pautas modernas de culto, o la combinación de ambas posibilidades),
adoración ‘equilibrada’ (la relación entre la Palabra y el Espíritu en la adoración), ‘la
excelencia en el culto’, los cultos y celebraciones de fácil seguimiento y asimilación por
parte de la feligresía, y la impresión que puedan causar nuestras formas de adoración
en los no creyentes y su posible repercusión a posteriori, y así sucesivamente según
vayan surgiendo e imponiéndose. Los temas y las posibilidades no se excluyen
mutuamente; y son varios los casos en los que el debate sobre uno de ellos se hace
extensivo de manera natural a las otras formas. Controversia, pues, que no tiene visos
de un pronto final.
Los creyentes llevan ya un tiempo considerable debatiendo el tema, pero pocos de
ellos afirmarían que las controversias hayan originado en mejores formatos y prácticas
de adoración en el culto. Una de las cuestiones más apremiantes, que por fuerza ha de
estar en el centro mismo de los debates en la actualidad, es decidir no lo que más nos
complazca a nosotros en la adoración, sino qué es lo que más honre a Dios en su
elaboración y realización. Con demasiada frecuencia, este tema se trata desde
perspectivas sumamente subjetivas, lo cual no supone una ayuda, sino todo lo
contrario. Las preferencias particulares varían e incluso divergen muchísimo, y sin la
ayuda de las Escrituras no va a ser posible llegar a un acuerdo sobre lo que más agrada
a Dios en la adoración. El propósito de la adoración no es proporcionarnos una
experiencia de exultante satisfacción. De hecho, la euforia en la adoración puede llegar
a no diferenciarse mucho del placer que experimentamos escuchando una sinfonía de
Brahms o de Albéniz. Dicho de otra forma, la validez de posibles formas distintas de
adoración no puede estar determinada por criterios subjetivos, esto es, aquello que nos
resulta provechoso a título personal. Lo que para unos puede ser ‘útil’, es posible que
no sea del agrado de Dios.
A lo largo y ancho de este mundo, las personas se afanan incansables en la práctica
de distintas formas y modos de religiosidad –adorando ídolos, arrodillándose en el duro
suelo, haciendo ayuno, lacerando su cuerpo, encendiendo velas, recitando letanías,
haciendo peregrinaciones más o menos dilatadas en el tiempo– y todo ello por creer
que les va a ayudar a aliviar la culpa, a disipar la ansiedad, a obtener el perdón, a hacer
patente su lealtad y a garantizar su seguridad personal. Pero, aunque que la impresión
subjetiva que se tenga sea ‘positiva’, no se sigue de ello que estén honrando al único
Dios verdadero. De hecho, algunas de esas formas en particular son condenadas por la
180
Palabra. Por eso, hemos de acudir a la Biblia en busca de guía para cuestión espiritual
de tan vital importancia.
El terreno se vuelve más firme cuando dejamos a un lado nuestras preferencias
personales, esforzándonos entonces por examinar el tema con la mayor objetividad
posible. Una enseñanza bíblica clara y ponderada será, sin duda, la mejor guía que
podamos encontrar. Si creemos genuinamente en la existencia de la autoridad, la
fiabilidad y la relevancia de las Escrituras, como única fuente de auténtico conocimiento
espiritual, nada más lógico que esperar que la Biblia tenga importantes cosas que
decirnos, y no sólo acerca del modo en que los personajes bíblicos adoraban (en pasajes
descriptivos como el que ahora nos ocupa), sino igualmente sobre la mejor forma de
seguir su ejemplo (donde lo descriptivo se convierte en prescriptivo), para que no sea
tan sólo algo que leer con interés, sino materia esencial para copiar e imitar con todo
entusiasmo.
El ciclo de celebración en adoración, acción de gracias y dedicación personal no ha
sido preservado por Nehemías como esquema de obligatorio cumplimiento, pues, de
ser así, necesitaríamos dos coros que desfilaran en dirección opuesta rodeando la
comunidad de creyentes y con acompañamiento de músicos tañendo sus instrumentos
de cuerda, sus trompetas y sus címbalos de forma previa a la entrada en el santuario.
Por el contrario, lo que aquí tenemos es un modelo o paradigma distinto. Modelo que,
de hecho, invita al estudio, y no con la intención de reproducirlo al pie de la letra, sino
para descubrir cuál era la intención que subyacía en sus distintas partes y cómo, con el
respaldo de otros pasajes de las Escrituras, podríamos destacar diferentes formas
apropiadas para la oración en el seno de la iglesia contemporánea.
Una lectura atenta de Nehemías 12 nos lleva a considerar diez aspectos cruciales en
un tema tan importante como es la correcta adoración.

1. Su propósito
El propósito de semejante adoración en aquel lejano siglo V a. C. era nada menos
que la celebración de todo cuanto Dios había hecho, agradeciéndole su providente
generosidad al tiempo que se consagraba a pueblo y obra para gloria suya. Así,
buscaron a los levitas de todos los lugares para traerlos a Jerusalén, a fin de celebrar la
dedicación con alegría, con himnos de acción de gracias y con cánticos (27). Celebración
en agradecimiento, acción de gracias en particular y dedicación específica son los tres
grandes temas que nos llevan de inmediato al núcleo central de la auténtica adoración.
En primer lugar, los israelitas exaltan el nombre del Señor. La celebración es el
factor fundamental de la adoración. Y es un acto que no tiene su inicio en lo que
podamos estar haciendo al orar, al cantar, al hablar o al meditar en un silencio pleno de
significado. La celebración tiene su inicio en una reflexión sobre la persona de Dios y
todo aquello que ha hecho y dicho. Nosotros nos gloriamos ahora en lo que sucedió aun
antes de desear dirigirnos o pensar en Él. En la adoración, celebramos exultantes esa
gloriosa iniciativa por parte de Dios haciendo memoria de todo cuanto ha hecho y dicho

181
y es para su pueblo.
En segundo lugar, el pueblo agradece todas las dádivas de Dios. La acción de gracias
era otra de las facetas de la adoración. La inmerecida generosidad de Dios era motivo
de maravillado pasmo que les llevaba a una reflexión en encendida adoración,
acompañada de pública expresión de su inmensa gratitud. El compromiso de la
congregación en pleno con esa acción de gracias explícita se repite de forma deliberada
a lo largo de todo el pasaje. Y, junto a esta explicación a modo de introducción (27) de
lo acaecido dentro de tan memorable jornada, se nos informa sobre esa función
específica de acción de gracias de los coros (31), acto que iba seguido, tras la
correspondiente procesión alrededor de las recién reconstruidas murallas, de la entrada
en el templo (40) ocupando el lugar correspondiente.
Nuestra acción de gracias tiene que ser específica. No basta con darle expresión con
frases estereotipadas de uso común. El agradecimiento ha de hacerse caso por caso, y
ello de manera que se hagan evidentes las múltiples maneras en que estamos en deuda
con tan providente y generoso Dios. Nehemías y su gente tenían muchas razones para
dar fervorosas gracias al Señor.
Los motivos eran ciertamente diversos: la guía divina, la presencia de Hananías en
Susa compartiendo la carga de proveer para las necesidades de las gentes, la pronta
respuesta de Nehemías, la aprobación del rey persa a su solicitud de volver a Judá, la
provisión de materiales por parte de Artajerjes y la llegada sin percances tras arriesgado
viaje a través del desierto.
Nehemías daba gracias también por todos los que habían compartido con él su
interés por hacer revivir Jerusalén embarcándose en arriesgada y penosa tarea. Su
agradecimiento a Dios obedecía a su protección ante tan arteros enemigos, por las
fuerzas que les habían sostenido cuando las cosas se habían puesto difíciles, por la
abnegada dedicación de todos los obreros empleados en la reedificación y el espíritu de
perseverancia que les habían animado a proseguir hasta la satisfactoria conclusión del
proyecto, y por la fortaleza espiritual que no se había doblegado ante las burlas y los
ataques de sus enemigos. Aunque, por encima de todo ello, le daban las más sentidas
gracias por haber podido finalizar la obra con éxito. Obra que ahora querían justamente
dedicarle al Señor para gloria y honra suya.
Pero eso no era todo. La presente jornada de agradecimiento no iba a ser
manifestación única e irrepetible de un acto devocional de tiempo limitado. Muy al
contrario, su agradecimiento iba a seguir vivo y activo tras esa dedicación inaugural. El
pasaje deja bien explícito (45–46) que los cánticos de alabanza y agradecimiento a Dios
iban a ofrecerse no sólo aquel día, sino asimismo en posteriores ocasiones en el marco
de la adoración del pueblo.
En tercer lugar, los israelitas estaban ofreciéndose a sí mismos con absoluta
dedicación, lo cual significaba ‘depositar la obra hecha por manos de hombre en las
manos de Dios como su legítimo propietario’. No bastaba con celebrar los logros de
Dios en el discurrir de la historia y su experiencia, agradeciendo su misericordiosa
intervención. La adoración demanda la entrega de la propia persona, rindiendo ante Él
todo cuanto nos ha dado de forma previa, para ponerlo a su entera disposición.
182
Tres factores principales que ocupan lugar prominente dentro del concepto de
adoración del Nuevo Testamento. La nota de jubilosa celebración queda expresada en
la palabra que repite el pueblo ante la victoria de un campeón en la arena del circo,
‘Axios, Axios’ (¡Digno eres de alabanza!). La celebración es tema principal en el libro de
Apocalipsis con su presentación de los que adoran en el cielo, y ello a modo de reflejo
del modelo de adoración de los primeros tiempos del cristianismo. La multitud celebra
la realidad de la persona de Dios: ‘¡Digno eres de recibir la gloria y la alabanza [axios]
Señor y Dios nuestro…pues tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas’. Cristo es magnificado por su obra a favor nuestro: ¡Digno eres de alabanza
[axios], porque tú fuiste inmolado y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda
tribu, lengua, pueblo y nación para Dios!
Las multitudes gozosas que adoran en el cielo son ejemplo de una adoración ideal
que, en acción de gracias, honran a Dios. La acción de gracias es siempre pujante
expresión de alabanza en la congregación de las personas redimidas reunidas alrededor
de la Mesa del Señor. Y, al igual que Jesús dio las gracias en esa Última Cena, los
creyentes recuerdan hoy agradecidos su muerte en sacrificio a favor suyo en la cruz.425
Uno de los primeros nombres que se le dio a esa forma de culto de celebración fue
‘Eucaristía’, término derivado de eucaristos, ‘agradecidos’. La acción de gracias es factor
lamentablemente ausente en la vida de algunos cristianos, pero es del todo imposible
leer las epístolas del apóstol Pablo sin darse cuenta de que, incluso estando en prisión,
seguía dando gracias por las muchas bendiciones en su vida.427
El apóstol Pablo también hace hincapié en este tercer factor, a saber, la ofrenda de
nosotros mismos, porque esa ofrenda del propio ser es ‘sacrificio vivo’ que es el
verdadero ‘culto racional’.

2. Su naturaleza
El secreto de una correcta adoración no radica en lo que hacemos, sino en cómo lo
hacemos. La práctica de la adoración era ahora para esas gentes una muy gozosa
experiencia. Los levitas habían llegado a Jerusalén para celebrar con alegría la
dedicación de la muralla (27), y ofrecieron aquel día grandes sacrificios y se regocijaron
porque Dios les había dado gran alegría, también las mujeres y los niños se regocijaron y
el regocijo de Jerusalén se oía desde lejos (43).
Poder ensalzar y adorar a Dios era ocasión de supremo gozo. La encendida
adoración que brotaba de sus labios era genuina muestra del gozo que sentían. Gozosa
celebración recurrente en tras distintas ocasiones: al poner los cimientos del templo,
cuando se terminó de construir, y en la celebración de la Pascua. La gente que se había
congregado con ocasión de la lectura de las Escrituras por deseo expreso de Nehemías,
lo celebraban con gran fiesta, porque comprendieron las palabras que les habían
enseñado’ (8:12). Al tomar parte en la fiesta de rememoración de las tiendas de
enramada en el desierto, ‘hubo gran regocijo’ (8:17), y ello en apropiada obediencia a
las ordenanzas del Señor tiempo atrás.

183
La adoración nunca había sido concebida como experiencia de pesado y monótono
duelo, y ciertamente se esperaba del pueblo de Dios que acudiera ante su presencia
con gozoso cántico. De hecho, tenían más razones que nadie para sentirse
verdaderamente gozosos. Pero lo cierto es que, tal como la realidad suele demostrar, la
alabanza también puede ser práctica aburrida y obligación impuesta. Eso no es ni
mucho menos lo que Dios quiere. La adoración ha de ser reflejo vivo y espontáneo de
un espíritu jubiloso. De ser bien entendido, el cristianismo es la más gozosa religión de
este mundo, y ello en contraste con otras religiones, en las que el acudir con gozo a
rendir culto no es lo habitual.
La exultante alegría del cristiano debería tener su cauce ideal en la adoración
corporativa, lugar y momento en el que se hace memoria de las muchas bendiciones
confirmadas y compartidas. Pobre resultará entonces el testimonio si los no creyentes
que nos visiten se encuentran un culto pobre en su expresión y vacío en su contenido,
al que acompañan caras tristes y en exceso serias más propias para un funeral que una
celebración de nueva vida. Puede que esto suene a exageración cercana a la caricatura,
pero lo cierto es que ésa es una realidad que muchos hemos tenido la triste ocasión de
comprobar, y es algo que debería cambiar radicalmente. Los que dirijan la adoración
son responsables de hacer sonar la nota gozosa de una celebración que brota de un
corazón sincero, acompañado de la oportuna acción de gracias y la genuina alegría del
creyente consciente de la razón de su presencia en ese lugar y sabedor del modo
adecuado de dar fondo y forma a esa adoración.

3. Sus variedades
La adoración que se ofreció en Jerusalén en aquella ocasión tan especial nada tenía
de estereotipada y monocromática. Los responsables de dirigirla no habían dudado en
servirse de múltiples registros musicales para hacer patente tan gozosa devoción. La
adoración ha de ser experiencia compartida en aportación de dones. Y, en ocasión tan
señalada, muchas habían sido las personas que se habían desplazado a propósito con el
fin de entonar alabanza musical a Dios sirviéndose de las propias voces para
enriquecerla. Y se reunieron los hijos de los cantores del distrito alrededor de
Jerusalén…pues los cantores se habían edificado aldeas alrededor de Jerusalén (28–29).
Los que tocaban algún instrumento participaban en la procesión con cánticos,
acompañados de címbalos, arpas y liras (27), mientras que los hijos de los sacerdotes lo
hacían con trompetas (35, 41), y todo ello en armonía con los que tañían los
instrumentos musicales de David, hombre de Dios (36). Las arpas eran del tamaño
adecuado para su transporte y la variedad de instrumentos reflejaba los distintos
estados de ánimo, tal como ocurre con los salmos. La sonoridad de las trompetas y el
repicar de los címbalos eran en verdad sonidos más que apropiados para exaltar la
grandeza de Dios, mientras que la sutil armonía de los instrumentos de cuerda reflejaba
muy adecuadamente sus más íntimas expresiones de gratitud por la misericordia
mostrada por Dios hacia los pecadores.

184
La música coral gozaba de posición preeminente en esa doble conjunción coral que
elevaba su cántico de fervorosa alabanza al tiempo que rodeaba la muralla en acción de
gracias por todo el pueblo (31, 38, 40, 42).
Surge ahí el deseo natural de saber cuál fuera el salmo escogido para hacer
manifiesta su gratitud por haber coronado con éxito la reconstrucción de la muralla.
Resulta tentador pensar en el salmo 48 como muy apropiada posibilidad, destacando
esa referencia a las seguras defensas de ‘la ciudad del Dios nuestro’:
Ve y circunda la ciudad de Sión,
cuenta el número de sus torres,
contempla sus rampas,
observa sus ciudadelas,
para que puedas contárselo a las generaciones venideras.
Pues nuestro Dios es Dios ahora y por la eternidad,
y Él será nuestro fiel guía hasta el mismo final.

4. Su preferencia
Por muy diestros que fueran los músicos y los cantores, la Escritura resalta por
encima de todo una cualidad que está más allá de toda posible habilidad musical y el
vivo deseo de participación en esa adoración. El corazón de los que allí adoraban era de
mayor importancia que sus voces y su cántico. Al Señor no le conmueven las palabras
grandilocuentes o las melodías cautivadoras si lo que hay por debajo de ellas no es
digno de ser aceptado. Antes de que la procesión se pusiera en movimiento, tanto los
sacerdotes como los levitas se purificaron, y también purificaron al pueblo, las puertas y
la muralla (30).
Ese ritual de purificación conjunta de líderes y pueblo distaba mucho de ser mera
formalidad dentro del culto. En realidad, esos actos eran ocasiones de la máxima
importancia en los tiempos del Antiguo Testamento, y simbolizaban una purificación
interna. Su propósito era dirigir la atención del pueblo hacia la necesidad de limpiar el
interior del propio corazón. De hecho, si los creyentes aspiramos a poder estar
presentes en el ‘lugar santísimo’ de la adoración, deberemos estar dispuestos a ser
‘limpios de manos y puros de corazón’. El salmista era consciente de que el ritual
externo de nada iba a servir si la persona no confesaba antes su pecado. Así, su oración
se eleva en consciente necesidad ‘¿Quién podrá estar en su lugar santo?’ ‘Crea en mí,
oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí…Porque no te
deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería. Los sacrificios de Dios son el
espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás.’ Isaías ponía
de manifiesto el pecado de aquellos adoradores que cubrían los patios de la casa de
Dios con costosos sacrificios, siendo sus ofrendas, en cambio, pesada carga a los ojos
del Señor. Esas personas alzaban sus brazos en ostentosa oración, pero las manos que
no están limpias y los labios que pronuncian palabras no sentidas convierten esos
sacrificios en una afrenta para un Dios que escudriña el fondo de los corazones y sopesa

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la pureza de las intenciones. El profeta también necesitaba purificarse. Para poder
ofrecer adoración acepta a los ojos del Dios, primero es necesario reconocer el propio
pecado de ‘labios inmundos’. Y hasta que esa limpieza no es una realidad, no va a
producirse el llamamiento para servir a Dios.
En los tiempos del Nuevo Testamento, Jesús quería algo más que pureza
ceremonial. En el curso de su ministerio, se encontró en más de una ocasión con
extremistas religiosos más interesados en la limpieza externa que en la santidad del
interior. De ahí que reprochara a los fariseos su desmedido afán por el ritual ‘limpiando
el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno’.
Dios mira en el interior, penetrando hasta los pliegues más profundos del corazón y de
la mente. Y sabe con certeza si lo que decimos con palabras se corresponde con lo que
sentimos y vivimos.

5. Sus tradiciones
Consciente del sentido y significado del acontecer histórico, el pueblo congregado
reconocía la deuda con la tradición de adoración en el pasado, experimentando al
mismo tiempo una suerte de continuidad en relación a todos aquellos que habían
rendido culto y adoración antes que ellos. La lista de los que habían regresado del exilio
es objeto de atención incluso antes de la dedicación del muro, y en ella se hace
justamente referencia al hecho indiscutible de que, a partir del reinado de David, los
salmos habían enriquecido en gran manera las manifestaciones personales de alabanza
y adoración. De hecho, los salmos impregnaban esa actividad con una muy profunda
percepción de su naturaleza corporativa, proporcionando al mismo tiempo la medida
del compromiso la congregacional. Los levitas ‘alababan y daban gracias, según lo
prescrito por David hombre de Dios’ (24). La participación como respuesta espontánea
anulaba la posibilidad de que la congregación se convirtiera en mera espectadora de un
acto orquestado por los líderes y que nada tenía que ver con ellos como seres
individuales.
De forma muy similar, a los que tocaban instrumentos les animaba saber que
contaban con el antecedente de David, hombre de Dios (36); además, los cantores
también unían sus voces en coro de alabanza según lo ordenado por David y su hijo
Salomón (45).
Ese conjunto de adoradores se complacía en servir de continuidad respecto a la
tradición del templo que había enriquecido la actividad de la adoración en el discurrir
de los tiempos. Porque en los días de David y Asaf, en tiempos antiguos, había directores
de los cantores, cánticos de alabanza e himnos de acción de gracias a Dios (46).
Y aunque era una novedad que la procesión discurriera alrededor de unos muros
recién reconstruidos, lo cierto es que música y palabras ponían de manifiesto la deuda
contraída con la tradición cúltica del pasado. Mucho antes de que ellos hubieran
nacido, sus antepasados ya adoraban al Dios único, reconociendo sus muchas mercedes
y respondiendo por ello con entrega sin condiciones a su obra y servicio. Los salmos que

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entonaban constituían, pues, una rica dimensión rememorativa en el seno de su
adoración en alabanza.
Lamentablemente, el debate respecto al papel y el valor de la adoración en el
panorama actual viene a quedar ensombrecido por la renuencia, tanto por parte de los
‘tradicionalistas’ como de los ‘modernos’, a reconocer lo mucho que pueden aportarse
mutuamente. Los himnos y cánticos de reciente composición suponen aires nuevos de
frescura, renovada vitalidad dentro de esa rica tradición de siglos. Y si bien su letra no
sea tan conocida como la de las composiciones de siempre, puede decirse que la
mayoría de ellas tienen el mérito de haberse esforzado por atenerse al texto de las
Escrituras. Sea como fuere, lo cierto es que, tanto si es himno antiguo como si se trata
de composición de reciente factura, siempre va a estar presente el riesgo de cantar sin
detenerse a reflexionar acerca del verdadero sentido de lo que se está diciendo.
Por otra parte, muchos de los grandes himnos de nuestra fe, ricos en enseñanza, en
devoción y en lenguaje, han servido para sostener y alentar a millones de creyentes en
momentos de dificultad y de duda. Ése es, pues, un legado que no puede dejar
insensible al creyente, siendo tarea casi preceptiva tratar de conjuntar lo antiguo con lo
nuevo. En el caso que ahora nos ocupa, tres fueron los beneficios que se derivaron para
esas gentes de la Jerusalén recién repoblada al entonar los grandes salmos de su
pasado espiritual con ocasión del culto de dedicación como genuina manifestación de
fe.
En primer lugar, esos salmos eran confirmación de la realidad de su fe. Hay
experiencias en la vida en las que la propia fe puede verse sometida a dura prueba,
viéndonos entonces expuestos a los vaivenes de la vida y sintiéndonos perplejos e
inermes. En esas ocasiones, la llama de nuestra fe puede oscilar con riesgo de apagarse,
pero esos grandes himnos del pasado evocaban justamente el poder de una fe que,
llegado el momento de la dura prueba, puede demostrarse capaz de superar las
mayores adversidades. Ésa es la fe que se ve fortalecida pese a nuestra humana
fragilidad, siendo además una fe compartida por tantísimos creyentes que han ido
haciendo suyo tema y texto a través de los tiempos. Nosotros podemos ahora, al igual
que ellos en aquella ocasión, reforzar nuestra fe gracias al heroísmo y la devoción de
sus antepasados. Al entonar esos maravillosos salmos, y pese al tiempo transcurrido,
nos damos cuenta que no estamos solos en la experiencia del sufrimiento,
evidenciándose que somos en realidad parte de ese inmenso número de creyentes de
todos los lugares del mundo que han ido conformando el pueblo de Dios en el
transcurso de los tiempos, siendo receptores de su bondad y provisión suficiente.
En segundo lugar, esos salmos expresaban la continuidad de su fe. La certeza de
haber contado con la guía y la protección del Señor en el discurrir de los tiempos era
ahora motivo de exultante regocijo, y por eso no dudaban en dejar constancia de la
gran fidelidad de su Dios. Y ciertamente no porque se lo merecieran, pues, tal como
ocurría frecuentemente, como pueblo, le habían fallado al Señor, revelándose
incapaces de estar a la altura de lo que se esperaba de ellos, faltando al mismo tiempo
a las resoluciones de amor y lealtad proferidas en su momento. Pero, a pesar de esa
inmensa mayoría que había fallado estrepitosamente, siempre había habido un
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remanente fiel de creyentes. Y Dios se había ido sirviendo de esos sucesivos
remanentes fieles en el transcurso de los tiempos para seguir llevando a cabo su
milagrosa obra de continuidad. Es, pues, obligado dirigir la mirada hacia atrás para
constatar cómo, a pesar de las repetidas deserciones e infidelidades del pueblo elegido,
nosotros seguimos siendo deudores de ese pasado. Dios no había dejado en momento
alguno de llamar, dotar y promocionar a los adoradores de corazón sincero que, con
genuino espíritu de servicio, estaban dispuestos a participar en tan milagrosa
continuidad generación tras generación. Al volver la mirada hacia atrás, constatando la
realidad de esa historia cristiana, nos damos cuenta de que, a pesar de tantos fallos y
mermas del pueblo de Dios, la antorcha de la fe ha ido pasando pese a todo de una a
otra generación, quizás no por la abundancia de gentes perfectas, pero sí por hombres
y mujeres que se reconocían deudores de la soberana gracia de Cristo, sabiendo que no
podían guardarse para ellos solos tan glorioso mensaje de vida y salvación.
En tercer lugar, esos salmos declaraban la solidaridad de la fe israelita. Con la
repetición de los grandes salmos del pasado, no sólo daban expresión a la fe de sus
orígenes, sino que testificaban también acercade las grandes verdades que unen al
pueblo de Dios en cada sucesiva generación. En su día, Lutero contrastaba la
espiritualidad expresada en los salmos (‘Biblias resumidas’, según él) con la evidenciada
por las biografías en miniatura de los santos, a la venta en ferias y plazas de mercado en
la Europa medieval. En el salterio, ‘hallamos no sólo lo que cada santo hizo de
particular, sino lo que el santo más santo y más excelso había hecho, siendo eso ahora
práctica a seguir por los santos de nuestros tiempos. Y así habrá de hacerse evidente en
su actitud ante Dios…y asimismo en su forma de vivir y de comportarse según vayan
presentándose las vicisitudes y dificultades de esta vida.’ Nuestra fe no tiene por qué
ser experiencia solitaria, y las magníficas palabras que nos ha legado el pasado deberán
ser nexo de unión entre el pueblo de Dios redimido a través de los tiempos. Y como
bien puntualizaba Lutero, cuando escuchamos, leemos o cantamos esas palabras de
antaño, tenemos la certeza de ‘estar en la compañía de los santos…pues es cosa cierta
que ellos se unen a nosotros en los cánticos’. Así, ‘podemos servirnos de sus palabras
para dirigirnos a Dios tal como ellos lo hicieron en su momento’. ‘Pasaporte válido para
caminar sin peligro junto a los santos de toda época y lugar’, y ello ‘a manera de espejo
pulido y brillante que reflejará la verdadera naturaleza del cristianismo’, siendo todo
ello, en definitiva, parte de ‘los innumerables beneficios’ que podemos disfrutar.
En mayor o menor medida, todos somos deudores del pasado. Los grandes salmos,
los himnos y los cánticos espirituales son testimonio de las experiencias vividas por el
pueblo de Dios a través de los tiempos, recordándonos al mismo tiempo todo lo que ha
ido contribuyendo para nuestro beneficio espiritual. Los creyentes no han pues de
desestimar tan rica herencia. Eso no significa ausencia de faltas en los cristianos de los
primeros tiempos, tal como sigue ocurriendo ahora con nosotros. Habrá, sin duda,
momentos y ocasiones en los que se haga evidente el abandono de grandes verdades
bíblicas por parte de nuestros antecesores, pero también habrá abundancia de otras
tremendas verdades que habrán sido ignoradas por nosotros hoy. Es realmente mucho
lo que podemos esperar recibir de ellos. Aquellos que nos acompañarán en el cielo nos
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dejaron un magnífico legado que enriquece hoy nuestra adoración y alabanza.

6. Su testimonio
La procesión conjunta de ambos coros alrededor de la muralla constituía un acto
público de testimonio que culminaba con un culto de acción de gracias en el templo.
Hecho que en momento alguno tuvo el carácter de cónclave exclusivista restringido a
los religiosos oficiales. La nación entera podía tener conocimiento de esa manifestación
de gloria y honra al nombre de su Dios, exaltando al mismo tiempo su bondad hacia
ellos. Los que rendían culto de adoración eran, sin duda, vistos y oídos en su gozosa
proclamación de la deuda de gratitud contraída con Dios. Circulando en dirección
opuesta por la parte superior del muro, ambos coros, con sus correspondientes
instrumentos, eran visibles por el pueblo (31, 38). Y todo el mundo tendría así noticia
de lo que estaba pasando, siendo además audibles sus cánticos de alabanza en todas
partes de la ciudad, pues el regocijo de Jerusalén se oía desde lejos (43).
Cada culto de adoración es un acto corporativo de testimonio de la naturaleza de
Dios, de su palabra y de sus hechos. La persona sin una fe definida que asista a un culto
cristiano deberá tener, cuando finalice, una idea clara acerca de lo que creemos y por
qué lo creemos. La centralidad del Señor ha de ser factor esencial en nuestros cultos y
celebraciones, existiendo sin embargo el peligro de que esa verdad se vea relegada al
margen en el mundo de hoy. Con el muy comprensible deseo de hacer más atractivos
los cultos, más relevantes y, desde luego, más a favor de los que puedan estar
presentes, se corre el peligro de que algunas de las formas actuales de culto sigan,
quizás incluso de forma inconsciente, el modelo imperante en los grandes medios de
comunicación, más parecido en su formato a un animado programa de sobremesa, que
a una ocasión propicia para la adoración y la alabanza.
Toda posible ocasión de culto de adoración (a diferencia de las oportunidades
reservadas para la evangelización) ha de incorporar por fuerza los elementos esenciales
indispensables: la adoración, la acción de gracias, las peticiones, la seguridad del
perdón, la proclamación de la Palabra de Dios en sincera sumisión a su mensaje, la
ofrenda de nuestros dones y capacidades y también de nuestra persona, la intercesión
por el mundo en que vivimos y por determinadas personas en particular, y el
ofrecimiento voluntario para futuro servicio. Y todos cuantos tomen parte deberán
poner especial cuidado a la hora de compartir sus dones, y ello de manera que el centro
de atención sea la persona de Cristo y no nosotros mismos. Y al compartir en el seno de
la congregación nuestra particular forma de manifestar alabanza y adoración, ya sea de
forma individual o en grupo, haremos bien en emular el espíritu y el deseo que alentaba
en Juan el Bautista al hablar del Señor: ‘Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya’.
Todo cuanto se nos ocurra hacer, de poco aprovechará si no lleva a las personas a
volver la mirada a la gloria de Cristo.

7. Su vitalidad

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Este pasaje es merecidamente memorable por su abundante uso de superlativos. Lo
que de hecho pretende resaltar es la vitalidad de una obra llevada a cabo con maestría
y dedicada con corazones sinceros y por personas determinadas a dar lo mejor de sí
mismas, convirtiendo la ocasión en motivo de gozoso recuerdo. El pueblo israelita tenía
razones suficientes para mostrarse apasionado y entusiasta en su agradecida alabanza
al Señor. Celebraban con alegría (27). Y eso se reflejaba en que sus cantores estaban
integrados dentro de grandes coros (31). Los sacerdotes, por su parte, también ofrecían
grandes sacrificios, regocijándose porque Dios les había dado gran alegría (43). Las
manifestaciones a medias no tenían ahí razón de ser. El pueblo manifestaba sin
cortapisas la munificente generosidad de un Dios que siempre les había ayudado y
protegido, colmándoles con innumerables e inmerecidas bendiciones. Confiados en la
certeza de su ‘gran bondad’ (9:25), habían podido disfrutar de sus múltiples dones
(9:35) y buscar refugio en su ‘gran misericordia’ (9:31), pudiendo experimentar así su
‘gran compasión’ (9:19). No ha de extrañarnos, pues, que estuvieran ahora más que
dispuestos y hasta ansiosos por demostrar su agradecimiento con grandes sacrificios
(43).

8. Su unidad
Ese acto de celebración había sido ocasión para estrechar lazos y unir no sólo a los
ciudadanos de Jerusalén, sino asimismo a las gentes de alrededor. La población urbana
y la rural se entremezclaban ahora en agradecida alabanza conjunta de la misericordia
divina. Así, en la dedicación de la muralla de Jerusalén buscaron a los levitas de todos
sus lugares para traerlos a Jerusalén, a fin de celebrar la dedicación con alegría, con
himnos de acción de gracias y con cánticos, acompañados de címbalos, arpas y liras. Y se
reunieron los hijos de los cantores del distrito alrededor de Jerusalén (27–28).
Donde se hace con sinceridad, sensibilidad y dignidad, el culto de alabanza y
adoración cristiana puede ser ocasión de sentida unidad entre los creyentes.
Absolutamente todo el mundo, sea cual sea su clase y condición, necesita la
misericordia del Señor, y todos por igual somos deudores de su gracia. Muchas de las
cosas que de otro modo les separarían pierden entonces importancia gracias a un
propósito común en privilegiada acción de gracias y compromiso.
Pero lo triste es que tan magnífica oportunidad de unidad se vea malograda en
ciertos contextos por posturas extremas e intransigentes y por falta de voluntad para
admitir distintas percepciones, una empecinada ausencia de tolerancia y espíritu de
perdón, y una flagrante incapacidad para entender que la variedad de contextos,
circunstancias y personalidades pueden dar lugar a diferentes formas de expresar un
mismo espíritu de adoración y de alabanza. Hay quien genuinamente necesita quietud y
sosiego para reflexionar, con un silencio creativo de sentida adoración, mientras que
hay quien se manifiesta de forma espontánea y exuberante en su exaltación del Dios al
que rinde adoración. Si los que tocaban los címbalos en esa procesión no hubieran
parado nunca de hacerlo, los tañedores de cuerda habrían estado de más. Ambas clases

190
de instrumentos, los que retumban y los de suave sonido, tienen su lugar, y su
momento, siempre que todos los participantes no abriguen otro deseo que el de tocar
para alabanza y gloria de Dios.

9. Su cualidad
La narración como tal transmite con notable nitidez la cualidad de esa vívida
adoración ofrecida por el pueblo israelita en tan extraordinaria ocasión. Todo cuanto se
hacía se hacía bien. Nada se había dejado al azar y la improvisación, ni tampoco había
allí nada de apresurado. Todo había sido planificado con la suficiente antelación y el
necesario cuidado: el reclutamiento de los cantores, la composición del coro, la
combinación de los instrumentos, la ruta a seguir durante la procesión y la persona
encargada de dirigirles: y su director era Izrahías (42).
El Señor se merece lo mejor de nosotros, y es lamentable que no siempre lo reciba.
La vida está llena de cosas que nos ocupan y distraen nuestra atención, y las presiones
suelen estar a la orden del día. Entretenidos como estamos con los asuntos de este
mundo, la alabanza y adoración que ofrecemos a nuestro Dios suele carecer de
preparación y presencia de un compromiso íntegro.

10. Su coste
Los versículos finales (44–47) nos llevan a otro de los aspectos de la auténtica
adoración: el ofrecimiento de nuestro dinero junto con nuestro tiempo para beneficio
de la obra del Señor. Aun con todo su esplendor y magnificencia, el gran culto de
dedicación tenía por fuerza un final, siendo obligada entonces la provisión de una
continuidad en lo cotidiano. Tanto los sacerdotes como los levitas, los que vivían en
Jerusalén y los que venían de lejos, debían ser sustentados por los dones prescritos y
especificados por el Señor. El pueblo había prometido que esas ofrendas no fueran en
modo alguno retenidas (10:35–39), de ahí que el párrafo final concluya con el
nombramiento pormenorizado de los hombres a cargo de las cámaras destinadas a
almacenes de las contribuciones, de las primicias y de los diezmos (44). Y así ocurrió que,
todo Israel, en días de Zorobabel y en días de Nehemías, daba las porciones
correspondientes a los cantores y a los porteros como se demandaba para cada día, y
consagraban parte para los levitas, y los levitas consagraban parte para los hijos de
Aarón (47).
Al dejar constancia de tales hechos, nuestro autor se esfuerza al máximo por
detallar las seis características principales de esas aportaciones a favor de la obra del
Señor. Se trataba, pues, de algo organizado (fueron designados hombres, 44), específico
(contribuciones, primicias, diezmos, 44), agradecido (pues el ministerio de los siervos de
Dios había supuesto gran contento entre las gentes: pues Judá se regocijaba por los
sacerdotes y levitas que servían, 44), obligatorio (todo Israel daba, 47), regular
(porciones…para cada día, 47) y universal (todos, incluidos los levitas que también

191
tenían una parte que aportar para los hijos de Aarón, 47).
El apóstol Pablo insistía con razón en que los siervos de Dios y las personas
necesitadas debían ser atendidos de forma regular y continuada, y la adoración
practicada en los primeros tiempos del cristianismo proporcionaba amplia oportunidad
para hacerlo así mediante la colecta. No puede hablarse de adoración aceptable y digna
que permita que los siervos del Señor sufran necesidades básicas.
Lamentablemente, a tenor de la experiencia del Israel más tardío, esta viva estampa
que ahí se nos ofrece de generosas aportaciones hechas de buen grado, y con gozo, con
motivo de la dedicación, parecen ahora un sueño de algo pasado que nunca volverá.
Cuando Nehemías partió de Jerusalén para retornar a su puesto en la corte persa, las
cosas empezaron a desvirtuarse. Una de las primeras cosas en resentirse fue la
generosa aportación de los levitas, siendo ese abandono tema de los capítulos finales
del libro.

“Se encontró escrito en el libro”


Nehemías 13:1–3

El realismo que caracteriza a las Escrituras es fascinante. Con firme y decida


voluntad de no presentar una versión edulcorada de la vida, los acontecimientos no
siempre siguen el curso que más nos gustaría. La sabiduría secular ya nos avisa sobre
ello: ‘Un feliz comienzo no garantiza un final feliz’. Hay personas con grandes dones que
no llegan a desarrollar todo su potencial. Las narraciones bíblicas nos presentan casos
de ambiciones frustradas, fracasos estrepitosos, oportunidades desaprovechadas y
promesas truncadas. El pecado suele ser el responsable de tales desastres. Las tretas de
Abrahán, los engaños de Jacob, los arrebatos de ira de Moisés, el adulterio de David y
las negaciones de Pedro, esto último ya en tiempos del Nuevo Testamento, son buena
prueba de ello. La honestidad a ultranza de la Biblia es lo que hace que su lectura sea
algo tan atrayente en su pura radicalidad.
Transcurrido el tiempo de reedificación, el relato de Nehemías se revela rico en
promesas y en realidades. Así, se nos presenta el sincero interés del pueblo por oír el
contenido de las Escrituras (8:1–12), su gratitud por la misericordia divina (8:13–18), lo
genuino de ese arrepentimiento patente en su oración (9:1–37), su decidido
compromiso con el pacto (9:38–10:39), su firme determinación de hacer de Jerusalén
una ‘ciudad santa’ (11:1–2), la gozosa dedicación del muro recién reconstruido
(12:27–43), su alegría por poder contar con líderes espirituales (12:44–47), su resuelta
voluntad de mantener puro el culto de adoración (13:1–3). A la vista de todo eso, nada
más lógico que esperar que ese espíritu de amor y lealtad perdure. Sin embargo, el

192
capítulo final de Nehemías nos aboca a una muy realista conclusión, y ello justamente
por mostrarnos con qué facilidad hasta la comunidad más espiritual puede encontrarse
con que sus cimientos han sido socavados con el fin de acomodarse a las presiones de
un mundo secularizado. En la fiesta de dedicación, los obreros que habían trabajado en
la reedificación del muro celebraban una victoria moral en su lucha contra la
secularización y el materialismo. Pero lo cierto es que la batalla definitiva distaba
mucho de haber sido ganada.
Este capítulo final de Nehemías pone de manifiesto las desastrosas consecuencias
de un liderazgo débil e ineficaz (4, 28), el daño causado por la desobediencia a la
Palabra de Dios (4–9), las insidiosas tentaciones de una sociedad materialista (15–18) y
el peligro de hacer caso omiso de los valores propios de la familia (23–27). Puede que
Nehemías tuviera la tentación de concluir su relato con un final más optimista y más
edificante, dirigiendo nuestra atención tan sólo a ese hermoso culto de dedicación en
adoración (12:27–43), a la diligencia en el servicio (44–46), a la generosidad en las
ofrendas (47) y a una atenta escucha en obediencia (13:1–3), pero, aunque todo eso era
muy cierto, la impresión causada sería un tanto equívoca respecto a la auténtica
espiritualidad de las gentes de Judá en la mitad de ese siglo V antes de Cristo.
De la primera ofensa cometida habían derivado todas las demás en patente
abandono de los mandamientos de Dios (1–3). Cada uno de los pecados que se
enumeran en ese capítulo final tenía su origen en una fuente común: la desobediencia a
la Palabra de Dios. En los acontecimientos que ahí se reseñan, Nehemías hace frente
exactamente a las mismas cuestiones suscitadas con motivo de la renovación pública
del pacto, tal como se nos describe en 10:28–39. Los temas a los que se había prestado
atención, y los votos y promesas hechas en presencia de Dios, aparecen nuevamente en
ese relato final de enmienda y reforma: obediencia a la Palabra de Dios (10:28–29),
pureza en el matrimonio (10:30), la santidad del Día del Señor 10:31), la generosidad
necesaria para el mantenimiento de los siervos de Dios, el respaldo práctico a los
sacerdotes y a los levitas, y el cuidado del templo (10:32–39).
Los pasajes correspondientes a 10:28–39 y 13:1–31 están pensados para ser vistos
de forma conjunta y en paralelo, y los nexos literarios son lo suficientemente claros
como para leer uno a la luz del otro. La firme convicción con que se renovaba el pacto,
‘No descuidaremos la casa de nuestro Dios’ (10:39), va seguida de esa posterior
reprimenda por haber faltado a lo prometido, ‘¿Por qué está la casa del Señor
abandonada?’ (13:11).
El pacto del capítulo 10 se iniciaba con una firme proclama de lealtad a la Palabra de
Dios 10:28–29). El capítulo final del libro comienza con la descripción de la
despreocupada actitud de Israel respecto a lo que Dios había dicho en el Libro de
Moisés (1) sobre a la pureza de su adoración: ‘En aquellos tiempos’ (1; En aquel día es la
misma expresión que encontramos en 12:44) en los que Nehemías era gobernador y
muy posiblemente tras la ceremonia de dedicación, siendo leídas las Escrituras como
parte del acto religioso público. Los que estaban presentes pudieron así darse cuenta
de su flagrante descuido de lo requerido por el pacto como parte indivisible de la
obligada lealtad en exclusiva a Dios. Y ahora escuchaban las palabras de Moisés cuando
193
los israelitas se encontraban en el umbral de su entrada en la tierra de la promesa. La
ley dejaba bien claro que ‘ni los amonitas ni los moabitas ni ninguno de sus
descendientes podía entrar a formar parte de la asamblea del Señor’. El pecado de esas
naciones quedaba bien explícito en la propia Palabra de Dios. El pecado de los amonitas
era de desafecta omisión: no habían recibido a los israelitas con agua y pan, en tanto
que la transgresión moabita había sido por cruel comisión: contrataron a Balaam para
maldecirlos (2). La narración nos invita, pues, a considerar el pecado de los amonitas y
los moabitas, al tiempo que nos lleva a reflexionar acerca de la firme determinación del
Señor de bendecir y la resolución de Israel a obedecer.

1. La ayuda amonita que no llega


Suele ocurrir con frecuencia que nuestro concepto de pecado se limita a aquello
que se comete y es una ofensa para Dios, perjudica a otras personas y nos echa a
perder a nosotros. Pero las Escrituras no fomentan esa forma de enjuiciar el fallo
humano. Podemos agraviar a Dios igualmente con lo que no hacemos o dejamos de
hacer pero deberíamos haber hecho. Los amonitas tuvieron una oportunidad única de
tratar bien a los israelitas, pero se obstinaron en negarles todo tipo de ayuda. Como
peregrinos exhaustos tras incontables jornadas por tierras inhóspitas, necesitan
desesperadamente agua y comida, solicitando poder adquirirla pagando, pero los
amonitas endurecieron su corazón negándoles esa oportunidad. Los israelitas habían
prometido solemnemente no acampar en territorio moabita, su intención era
únicamente pasar a través del país utilizando los caminos principales, respetando
además sus viñas y sus pozos. Pero el trato que habían recibido por esas gentes, e
igualmente por los amorreos, que ocupaban una franja de territorio contiguo442, había
sido abominable y extremadamente cruel. A diferencia de otras naciones con mayor
voluntad de cooperación, esos dos pueblos se habían negado, inmisericordes a
complacer su petición.
Pero los pecados por omisión son algo grave en las Escrituras. En los evangelios,
tanto las narraciones como las parábolas ponen de manifiesto muy claramente ese
peligro. El pretencioso fariseo que se escandaliza ante la conducta de Jesús, no tiene en
cuenta su propio fallo al haber olvidado la más elemental cortesía oriental, y los nueve
leprosos curados de su enfermedad no dieron ni una sola muestra de gratitud.445
En las parábolas de Jesús, el fallo por omisión se enfatiza repetidamente. El hombre
rico no se preocupaba en absoluto del pobre que yacía a su puerta, y interesado tan
sólo en sus cosas, no hacía caso de la Palabra de Dios. El sacerdote y el levita de la
parábola del Buen Samaritano no se habían compadecido para ayudar al hombre herido
en el camino a Jericó. El rico hacendado no pensaba en la eternidad y por ello no se
preocupaba de guardar también para el cielo.448 Las vírgenes imprudentes no habían
hecho provisión de aceite para sus lámparas y el siervo timorato no se había atrevido a
negociar su talento con provecho. A quienes ya están ante el trono450 de gloria se les
hace rememorar los tiempos en los que eran también gente sin porvenir y privados de

194
las mayores bendiciones y de las cosas buenas de esta vida: agua y alimento, como lo
más básico para poder subsistir (a semejanza de los viajeros israelitas), cobijo, fortaleza
física y libertad. Las penosas condiciones en que viven tantas personas hoy día,
padeciendo hambre, sed, falta de techo, enfermedad y persecución es un poderoso y
terrible aldabonazo a la conciencia al establecerse su paralelismo con la parábola de
Jesús. La tragedia que supone la vida a diario para tantos miles de personas aparece de
forma fugaz, pero insistente, en las pantallas del televisor y los periódicos se hacen eco
de ello con lacerante regularidad. Pero lo cierto es que, por pura saturación, se corre el
peligro de acabar perdiendo un genuino interés en el caso, resultando inmunes a su
impacto.
Los cristianos no deberíamos ser precisamente los que emuláramos la encallecida
conducta de amonitas y amorreos negando ayuda al que la necesite. Necesitamos
descubrir formas originales en las que ofrecer hoy ‘agua y pan’ en nombre de Cristo en
una sociedad de injusticias, haciendo algo decididamente práctico para remediar las
acuciantes necesidades de millones de personas.

2. La trama urdida por los moabitas


El pecado de los moabitas había sido por despiadada comisión. Decididos como
estaban a impedir que los israelitas se asentaran en Canaán, contratan los servicios del
profeta Balaam para que los maldijera. Este caso de recurso a un profeta mediante
pago es interesante en el contexto que nos ocupa, siendo algo que, a buen seguro, no
pasaría inadvertido a las gentes del lugar. Así, en un momento clave en el plan de
reconstrucción de la muralla, los que se oponían al proyecto ‘contrataron’ a Semaías
para ‘intimidar’ a Nehemías y hacer profecía en contra suya. El término hebreo que se
traduce como ‘contratar’ (6:12–13; 13:2) es el mismo en ambos casos, haciéndosele
evidente al lector que siempre habrá quien se oponga a la obra del Señor y a sus
siervos. Y es un hecho que nos alerta respecto a la oposición que suele presentarse en
lugares insospechados y con medios inesperados. El propio Jesús así lo sufrió, y el
apóstol Pablo alude a ello en varias ocasiones. Pero, a pesar de los repetidos intentos
de Balaam de maldecir al pueblo de Dios, todos sus esfuerzos resultaron vanos. Tanto el
rey pagano como el profeta en connivencia habían olvidado tener en cuenta a Dios.

3. La determinada resolución de bendecir


Pero nuestro Dios convirtió la maldición en bendición (2). Las más perversas
intenciones de los enemigos de Israel estaban desde un principio condenadas al
fracaso, pues era nada menos que Dios quien estaba de parte del pueblo israelita.
Puede que Balaam fuera el elegido por razón de lo acostumbrado de sus éxitos. Los que
eran el blanco de su inquina le tenían comprensible temor y las gentes de la localidad
estaban absolutamente convencidas de que sus maldiciones siempre eran efectivas: ‘A
quien tú maldices es maldecido’.

195
Pero esa actitud para nada estaba teniendo en cuenta a Dios. Dios se dirige
entonces de forma directa a ese profeta pagano trastocando por completo sus
intenciones. Así, a pesar de que el rey moabita estaba dispuesto a aumentar el pago, los
esfuerzos por provocar la desgracia de Israel resultan vanos. En cuatro ocasiones
distintas, el profeta contratado tan sólo puede emitir palabra de aliento, quedando sus
amenazas reducidas a nada. Balaam había percibido el dinero correspondiente al igual
que lo había recibido Semaías, pero en ambos casos no les había aprovechado para
nada. Dios puede servirse de las condiciones más adversas para mayor gloria suya, para
bendición nuestra y para enriquecimiento de otras personas.
Pocas cosas podrían ser más devastadoras para los misioneros en China que ser
expulsados del país al que Dios les había enviado. Tras décadas de continuado esfuerzo
y dedicación, el fruto de su trabajo corría ahora grave peligro. El comunismo empezaba
ya a desplazar al cristianismo. En el año 1951, todos los misioneros extranjeros habían
sido obligados a salir del país y, no mucho después, pastores, líderes y evangelistas
empezaron a ser enviados a prisión y campos de trabajo forzoso. Se registraban las
casas en busca de Biblias y, donde se encontraban, eran quemadas de inmediato. Las
iglesias fueron clausuradas. Durante la revolución cultural, que tuvo lugar de 1966 a
1976, no sólo los líderes sino también los miembros de la iglesia sufrieron implacable
persecución. Pero lo cierto es que, a día de hoy y según los cálculos más moderados,
son más de 50 millones los creyentes cristianos en la China actual. Durante cuarenta
años le fue negada a la iglesia cristiana en China la ayuda directa de los cristianos de
otras partes del mundo, y no se pudo hacer mucho más que orar y esperar. Pero lo
cierto es que esas oraciones tuvieron respuesta en abundante bendición al transformar
Dios la maldición en bendición (2). A ese respecto, David Wang está absolutamente
convencido de que ‘el fenómeno del crecimiento de la iglesia en China es consecuencia
directa de la soberana intervención de Dios’.
La gente de los tiempos de Nehemías necesitaba que se les recordara que Dios está
por encima de cualquier contingencia. Y ése había sido el caso con Balaam. La muralla
había podido ser reedificada porque Dios estaba de su parte. A pesar de la creciente e
insidiosa oposición, todos los esfuerzos de sus enemigos por frustrar el proyecto habían
sido en vano. Los ataques verbales, el ridículo al que les habían expuesto, las veladas
amenazas, las invitaciones engañosas y los ataques deliberados habían fracasado
justamente porque ‘la mano bondadosa de Dios’ había estado a favor de su pueblo (2:8,
18). El Señor puede transformar las experiencias más terribles en algo hermoso y
enriquecedor. Su soberanía y su compasión hacia su pueblo nunca van a desaparecer.
Ésa es la razón de que, escribiendo acerca de las privaciones, las persecuciones y las
amenazas de muerte a cruel espada, el apóstol pueda afirmar en ese primer siglo del
cristianismo: ‘Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?’, El Dios que entregó a
su Hijo a favor nuestro no nos negará nada que considere necesario para nuestra vida y
nuestro trabajo.

4. La resolución a obedecer de los israelitas

196
Al enterarse por la Palabra de Dios que los amonitas y los moabitas no podían ser
admitidos en la asamblea de Dios, excluyeron del culto no sólo a las gentes de esas dos
naciones, sino asimismo a todo extranjero presente (3), lo cual no quería decir, ni
mucho menos, que esos pueblos no pudieran tener la oportunidad de creer en el Dios
de Israel. Son varios los pasajes, dentro del Antiguo Testamento, que dejan bien claro
que los gentiles también podían ‘volverse a Dios’, si bien su conversión debía ser firme,
genuina y definida. A los moabitas que persistieran en el apego a sus creencias no se les
iba a permitir la asistencia a los cultos israelitas, pero, aun así, el libro de Rut narra la
historia personal de una moabita que no sólo fue admitida a la asamblea de Dios, sino
que, a su tiempo, de su estirpe nacería el rey David. Rut había hecho pública profesión
de fe: ‘Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.’ Noemí reconocía la
autenticidad de la fe de su nuera, teniendo gran gozo en que la joven viuda amara al
Dios de Israel, ‘bajo cuyas alas’ ella se había refugiado. Y sin duda, con intención de
resaltar y subrayar la radical transformación que el Señor puede operar en la vida de las
personas, la expresión ‘Rut la moabita’ se repite a lo largo del relato.459 Y aún hay más.
Tal como tuvimos ocasión de comprobar en 10:28, esa clase de conversiones no era
algo exclusivo del pasado.
El sincretismo había sido siempre una amenaza latente para la vida espiritual del
pueblo de Dios. Fuera como cautivos en Egipto, residentes en Canaán, exiliados en
Babilonia o en Persia, las influencias paganas habían sido una constante alrededor suyo.
Si es que en verdad Israel iba a poder transmitir la fe única de una a otra generación, el
núcleo central del mensaje no podía ser ni adulterado ni comprometido por
incorporación de elementos espurios tomados de las religiones del entorno. La pureza
de la fe de Israel había sido factor crucial durante el exilio. La idolatría de Babilonia y la
religión carente de imágenes de Persia suponían una amenaza por igual para el pueblo
de Dios. En una cultura materialista de factura extranjera, no podía ser fácil mantener
un testimonio firme y no adulterado. Un compromiso decidido y patente era objetivo
prioritario. El libro de Daniel ha conservado una serie de historias ilustrativas tanto de
los peligros incipientes como del heroísmo ejemplar de los siervos de Dios que habían
permanecido firmemente fieles a la fe única y verdadera.
Tampoco había sido tarea fácil mantener esa fidelidad en el seno de la primitiva
iglesia cristiana. El apóstol Pablo advertía a los creyentes de Roma acerca del peligro de
la mundanalidad: ‘No os adaptéis a este mundo.’ Es, pues, riesgo constante el que
corremos en un mundo en el que para ser cristiano hay que nadar contra corriente en
las turbulentas aguas de la sociedad contemporánea. Debemos, por tanto, vivir en el
mundo, pero sin dejar que el mundo viva en nosotros.
Los ciudadanos de Jerusalén habían sido alertados de la importancia de mantener la
pureza en el seno de la adoración, tal como se había leído del Libro de Moisés a oídos
del pueblo (1). La lectura diaria de las Escrituras y su fiel exposición en el ámbito de una
predicación con fundamento es factor esencial para el crecimiento y madurez del
cristiano. Cuando estudiamos la Biblia por nuestra cuenta o escuchamos la exposición e
interpretación en el ámbito de la enseñanza, Dios se ocupa de corregirnos, animarnos e

197
instruirnos. Sus correcciones se producen al identificar nuestros pecados, tanto por
comisión como por omisión, con el propósito de enmendarlos. Su intención es la de
animarnos al hacernos ver que Él puede transformar las maldiciones en bendiciones, y,
al igual que con los israelitas, se nos insta a rectificar todo aquello que pueda
perjudicarnos, estorbar a terceros y desilusionar a Dios.

Templo, mercado, hogar


Nehemías 13:4–31

Nehemías había dedicado doce años a su trabajo en Jerusalén (1:1; 2:1; 13:6) y, una
vez terminada la obra principal, regresaba ahora a Susa para informar al rey. Tras una
estancia de período impreciso, Nehemías obtiene permiso para volver de nuevo a Judá.
Puede que esa ausencia fuera de varios años, quizás el tiempo suficiente para que
algunos de sus hombres hubieran contraído matrimonio con mujeres extranjeras y
criado a sus hijos sin conocimiento de la lengua hebrea (23–24).
En Jerusalén, las cosas no seguían tal como las había dejado. Su influencia había sido
ejemplar en su momento, pero, tras su marcha, las cosas habían empezado a declinar. A
pesar de que gran número de los ciudadanos, y asimismo de la gente de los
alrededores, habían ratificado con su propio sello el compromiso con el pacto, ese
primer celo pronto había degenerado en desidia, yendo todo de mal en peor. Eso era
algo que no había ocurrido de forma súbita ni dramática; la gente había empezado de
forma gradual a vivir su vida sin tener en consideración la Palabra de Dios. El centro de
su vida eran ellos mismos y apenas si había tiempo, o deseo, de consultar al Señor. Por
haber dejado de contribuir para el mantenimiento de los levitas, faltando a la promesa
hecha, el ministerio de enseñanza que éstos tenían a su cargo dejo de ser una opción
regular, por lo que el pueblo ya no tenía presentes los valores espirituales. Los israelitas
de todas partes del país dejaron asimismo de hacer provisión para el día de reposo,
pese a lo que se ordenaba en las Escrituras. El matrimonio y la familia ya no eran
asuntos para los que se buscase la dirección divina y, no mucho más tarde, la fe de Judá
empezó a verse negativamente afectada. La vida en su vertiente religiosa (7–11),
comercial (15–22) y doméstica (23–27) dejó de ser reflejo de la voluntad de Dios.
El recinto del templo, el ámbito del mercado y el núcleo del hogar ya no eran
espacios en los que se reverenciara el nombre de Dios y se honraran sus
mandamientos. El capítulo anterior, con su interesante relato de unos cantores devotos
en su fe, unos porteros ejemplares en su trabajo, unos tañedores de instrumentos
magistrales en su tarea, sacerdotes que gozaban del aprecio general (12:44) y levitas
comprometidos, se ve ahora completamente trastornado al ser sustituido por unos

198
levitas desalentados (10), unos cantores silenciados (10), unos comerciantes díscolos
(15), unos mercaderes impíos (16), unos nobles materialistas (17) y unos maridos
desafectos en cuanto a sus responsabilidades espirituales (23). El liderazgo ejemplar de
Esdras y Nehemías (12:26) había sido suplantado por la nefasta gestión de Eliasib (4, 7)
y el hijo de Joida, del que no se explicita el nombre (28).
Este capítulo final del relato de Nehemías es un aviso precautorio ante la
negligencia espiritual, recordándosenos con cuánta facilidad y de forma tan
imperceptible pueden las cosas empezar a degenerar. La robusta fe de un momento
dado no es garantía de que vaya a seguir siendo así en adelante. De entrada, Dimas es
mencionado y estimado junto con Lucas. Siendo como eran ambos hombres religiosos,
el apóstol Pablo podía decir con afecto desde su prisión: ‘Lucas, el médico amado, os
envía saludos, y también Dimas.’ Para el final de la vida de Pablo, esos dos nombres
vuelven a hacer su aparición, pero esta vez la realidad es muy distinta. El médico amado
se ha mantenido fielmente al lado del apóstol, poniendo sus capacidades a su servicio
en esa última etapa de su vida, pero, en cambio, no ha sido así con ese otro voluntario:
‘Tan sólo Lucas sigue conmigo’. ‘Dimas, por su mucho amor a este mundo, me ha
abandonado’.
Las personas cambian y lo mismo ocurre con las iglesias. Cuando Juan escribe
dirigiéndose en un principio a las iglesias del Asia Menor, los creyentes de Éfeso
destacaban por sus muchas cualidades – trabajo duro, perseverancia, lealtad a la
verdad, discernimiento, coraje y paciencia. Pero, con el paso de los años, habían ido
perdiendo lo mejor: ‘Pero…has dejado tu primer amor…arrepiéntete, y haz las obras
que hacías en el principio.’ A los cristianos de Éfeso se les advertía, pues, que si no
recuperaban su primer amor a Cristo, su buen testimonio iría resintiéndose hasta el
punto de desaparecer por completo. A pesar de unos inicios privilegiados,464 de contar
con recursos inmensos (según se nos informa en la epístola de Pablo a los efesios) y de
una experiencia considerable, su candelero iba a ser retirado y su luz ya no volvería a
brillar en ciudad tan populosa y afamada del mundo antiguo.
Al regresar Nehemías a Jerusalén, la llama del testimonio particular de Israel corría
el riesgo de extinguirse. De seguir degenerando de esa forma sus principios, la
influencia espiritual iba a acabar viéndose grandemente afectada. Del pueblo de Dios se
esperaba que fuese ‘luz para los gentiles’ y ello justamente por estar destinados a llevar
la salvación ‘hasta los confines de la tierra’. Pero, para los mercaderes y los
comerciantes de otros países, era evidente que ya no ponían el mismo celo en la
celebración del día de reposo. Las plazas y los mercados registraban ese día especial el
mismo índice de bullicio y animación que cualquier otro día de la semana. Al volver a
Persia, Nehemías había dejado tras de sí una ciudad en la que la vida familiar era
sacrosanta, pero, con el paso del tiempo, los niños en Israel vivían más la influencia de
unas madres paganas que el ejemplo de sus padres hebreos. Incluso los sacerdotes
responsables, que tendrían que haber sido modelos de espiritualidad y compromiso
según las ordenanzas de Dios, eran tan culpables como el que más (4, 7, 28).
Nehemías no restringía su interés a la capital. De visita por las villas y ciudades de
Judá (15), veía el deterioro generalizado del país. La ciudad santa ya lo era tan sólo de
199
nombre (11:1, 18), porque la realidad de su glorioso pasado estaba ausente.
Los párrafos que ponen el broche a sus memorias, describen la reforma que había
tenido lugar bajo su enérgico y brillante liderazgo. Los pecados más evidentes habían
sido denunciados y erradicados, y los problemas que afectaban a la sociedad en general
habían sido admitidos y corregidos. El capítulo final del relato nos presenta el modo en
que se habían ido solucionando esas irregularidades. El pueblo había ofendido a Dios en
ausencia de Nehemías en varias formas.

1. La casa de Dios profanada (13:4–9)


El aviso de exclusión de amonitas y moabitas del ámbito de la vida de adoración nos
introduce de lleno en uno de los pecados más graves con los que se había encontrado
Nehemías a su regreso a Jerusalén. Un personaje principal de entre los amonitas que,
en su momento había hecho todo lo posible por frustrar los planes de reedificación del
muro de la ciudad, disfrutaba ahora de alojamiento nada menos que en unas amplias
estancias dentro del recinto del templo. Así, pese a que Tobías había sido enemigo
declarado y acérrimo de esa reedificación, Eliasib le había preparado un gran aposento,
donde anteriormente colocaban las ofrendas de cereal, el incienso, los utensilios, y los
diezmos del cereal, del mosto y del aceite prescrito para los levitas, los cantores y los
porteros, y las contribuciones para los sacerdotes (5). Pero lo cierto es que esas
dependencias no se utilizaban tan sólo como almacén. Una parte del templo se
reservaba para ‘los sacerdotes, los porteros y los cantores’ (10:39) que residían en otros
lugares de Judá, pero que visitaban con frecuencia la capital y su templo, para que
llevaran a cabo la tarea que les había sido asignada en determinadas festividades. Con
el fin de proporcionar acomodo a Tobías, esos servicios esenciales ya no estaban a
disposición de los que oficiaban en la casa de Dios.
Aunque es poco probable que ese Eliasib fuera el sumo sacerdote de idéntico
nombre en 3:1; 12:10, es muy posible que el sumo sacerdote estuviera enterado de lo
que estaba ocurriendo en el templo, y no puede por tanto exonerársele de culpa. Todo
el que asuma un puesto de liderazgo ha de asegurarse que aquellos en los que ha
delegado responsabilidades están sirviendo de manera que glorifique a Dios y responda
a las necesidades de las gentes.
La historia de Tobías como inquilino del templo constituye una muy grave
advertencia. A Eliasib se le había confiado una responsabilidad privilegiada, pero, al
cultivar amistades nada recomendables, había incurrido en abuso de autoridad
sirviéndose de su posición para sus propios fines, desbaratando además la obra
acometida por Dios.
Y esa responsabilidad privilegiada consistía en el cuidado y supervisión de los
aposentos de la casa de Dios (4). Al ser renovado el pacto, ésas habían sido justamente
las dependencias a las que se había llevado el grano correspondiente al diezmo (10:38),
y había sido asimismo allí adonde el pueblo israelita, junto con los levitas, ‘tenían que
llevar su contribución de grano, de vino nuevo y de aceite’, productos todos ellos que

200
eran utilizados a diario en los sacrificios. De hecho, era además el lugar utilizado para
guardar ‘los objetos del santuario’ y residencia temporal del personal adscrito al templo
en sus visitas esporádicas.
Las tareas específicas eran delegadas con frecuencia en diversos sacerdotes a título
personal, y a Eliasib le había sido asignada la muy grata tarea de supervisar que todas
las estancias destinadas a almacén estuvieran en las debidas condiciones para ese uso
en concreto, con el fin de que el culto en Jerusalén se mantuviera de forma apropiada,
digna y con la debida regularidad. Ésas eran, pues, estancias destinadas a recepción de
ofrendas, depósito de objetos sagrados, y residencia temporal de personal itinerante.
Eliasib había tenido una ocasión única para desempeñar su tarea de forma que honrara
a Dios y ahora la había desaprovechado por completo.
Para empezar, Eliasib se había relacionado con la gente menos recomendable; y
buena prueba de ello era su estrecha relación con Tobías. La expresión puede que
hiciera referencia a su relación de parentesco por matrimonio. De ser así, el capítulo
tendría tanto su inicio como su final con el relato concerniente a esas dos familias
sacerdotales (4, 28) que habían puesto en peligro por igual su lealtad a la Palabra de
Dios. El buscapleitos amonita había logrado establecer vínculos familiares muy
estrechos con los principales habitantes de Judea. Por su matrimonio, había pasado a
formar parte de una familia israelita, haciendo exactamente lo mismo su hijo (6:18). Es
muy posible que, de una u otra forma, el sacerdote Eliasib hubiera establecido un
vínculo, por distante que fuera, con Tobías. Y tanto si eso había sido así como si no, lo
cierto es que se habían creado unos fuertes vínculos entre Eliasib y Tobías, y esa
asociación suya en nada había beneficiado al sacerdote. Nuestras vidas pueden verse
arruinadas de la noche a la mañana por una relación indebida. Los apóstoles querían,
sin duda alguna, que los creyentes vivieran dentro del mundo granjeándose el favor de
las gentes con un testimonio firme y consecuente del amor y el poder de Cristo, pero
era el caso que sus líderes sabían demasiado bien que, a pesar de que el compromiso es
un factor crucial, la absorción es un riesgo siempre presente.
En segundo lugar, Eliasib había abusado sin duda alguna de su posición de
autoridad, empleando un privilegio santo para un propósito secular. Ese gran aposento
(5) no estaba destinado a práctico centro de operaciones de un peligroso opositor del
pueblo de Israel. Su utilidad consistía en fines más elevados y más acordes con el lugar,
pero, en su deseo de complacer a Tobías, Eliasib había dejado al margen las prioridades
espirituales que debieran haberse tenidoen cuenta en función del templo. De forma
trágica, la laxitud moral del sacerdote y su ausencia de sensibilidad espiritual no habían
sido actos aislados de deslealtad. A lo largo de la historia, siempre ha habido personas a
las que se les ha brindado la oportunidad de promover la obra del Señor, siendo el
resultado final, como consecuencia directa de una forma de vivir en desacuerdo con lo
establecido por la Palabra, la deshonra del nombre de Dios y el menoscabo del
testimonio. Hubo personas en tiempos de Pablo que dejaron de lado el evangelio, y no
serán los últimos en hacerlo. Aquellos a los que se ha confiado una tarea de
responsabilidad en el ministerio cristiano, han de asegurarse de que su forma de vida
no es distinta de lo que proclaman.
201
En tercer lugar, Eliasib había entorpecido la obra de Dios. Los versículos finales
(10–13) nos informan de que, en ausencia de Nehemías, la gente ya no realizaba
aportaciones para el sostenimiento del personal del templo. Los levitas y los cantores se
habían visto forzados a abandonar entonces su ministerio espiritual y a trabajar en el
campo para mantener a sus familias. Resulta imposible, sin embargo, saber qué fue lo
primero que tuvo lugar – la desobediencia del pueblo respecto a las ofrendas
(produciéndose así vacantes en el templo para beneficio de Tobías) o la transgresión del
sacerdote (al destinar un aposento para un uso indebido) y ello de manera que no había
lugar alguno para almacenar las ofrendas ni aposento en el que acomodar a cantores y
porteros. Durante el período comprendido entre la llegada de Zorobabel y la gestión
administrativa de Nehemías, esas ofrendas para sostenimiento de los levitas, de los
cantores y de los porteros habían sido fielmente aportadas sobre una base regular
(12:47), pero la ocupación indebida de esas estancias por gentes contrarias al pueblo de
Dios había dado al traste con todo lo acostumbrado, sentando un mal ejemplo y un
pésimo precedente de cara al pueblo israelita. A la vista de lo sucedido, nada más fácil
que concluir que, para ellos, las ventajas materiales estaban por delante de las
expectativas espirituales.
En cuarto lugar, otra de las advertencias que se desprende de tan anómala situación
es que el pecado nunca es un fenómeno aislado. Una transgresión lleva de forma
inevitable a otra. El pecado de la codicia, que hizo que la gente olvidara las necesidades
de los levitas, puede que alcanzara ese primer objetivo de estancias gratis en el templo
de Jerusalén, pero lo cierto es que ese nuevo inquilino no tenía nada de recomendable.
Dejar de hacer un bien posible suele ser ocasión para que haga su aparición un mal no
pensado. El fallo a la hora de mostrar amor e interés a quienes lo necesiten puede dar
lugar a un sufrimiento emocional, un sentimiento de abandono, una queja por
negligencia y una actitud crítica hacia los demás – y ello, de forma y manera que esa
iniquidad primera pronto viene a verse multiplicada. El pecado siempre se extiende y
ramifica. La palabra dicha con descuido o el juicio carente de amor, rara vez tiene su
punto final en un silencio indiferente; su trayectoria es similar a la de un misil que
tuviera como objetivo futuras conversaciones ajenas, sembrando el caos y la
destrucción por donde va pasando.
Finalmente, Eliasib actuaba con total indiferencia pese a la gravedad del pecado. Si
hubiera vivido en más estrecha comunión con Dios, nunca habría permitido que Tobías
se alojara en las dependencias del templo. Como edificio singular, había sido edificado
para honrar a Dios, no para promoción personal. Pero, por un exceso de familiaridad
con lo santo y sagrado, el sacerdote involucrado ya no era sensible a las cosas
espirituales. Él sabía bien que los amonitas no debían entrar jamás en la asamblea de
Dios (2), pero lo cierto es que las circunstancias, unidas a sus propias inclinaciones, le
habían empujado a actuar como lo hizo. Y así fue como dejó de ser el siervo obediente
que se espera sea todo sacerdote. Actuación y circunstancias por completo alejadas,
pues, del sacerdocio ideal descrito con tan amorosa minuciosidad por Malaquías. El
trabajo que se realiza para Dios siempre ‘demanda reverencia’. El sacerdote idóneo
‘teme’ el nombre del Señor. ‘De su boca salía verdadera instrucción y no se encontró
202
falsedad en sus labios’. Caminó junto a Dios ‘en paz y rectitud, apartándose del pecado’.
Pero, al igual que tantos otros en tiempos de Malaquías, Eliasib ‘se apartó del buen
camino’ y, por causa de su mal testimonio, ‘fueron muchos los que tropezaron y
cayeron’. Aunque con toda probabilidad, el ministerio profético de Malaquías precedió
al de Nehemías, su exposición de lo auténticamente espiritual y moral era asunto
crucial en ese intervalo entre la partida de su gobernador tras la reparación del muro y
su retorno desde Persia. En tiempos de Malaquías, el pueblo se había vuelto
tremendamente materialista, los diezmos se habían resentido por ello y los sacerdotes
habían desacreditado su propia función. Situación que recordaba en mucho a la que se
encontró Nehemías a su vuelta a Jerusalén.
Nehemías juzgaba la actuación de Eliasib por lo que era — una ofensa contra un
Dios santo, una negación pública de la precedencia de lo espiritual sobre lo material y
un acto de patente desobediencia a las Escrituras. Nehemías no podía permitirse
interpretar la actuación de Eliasib como gesto amistoso ante un visitante influyente. Y,
por ello, no duda en llamar a las cosas por su nombre. Lo que allí había tenido lugar no
era un acto de bondad, sino un ‘mal’ perpetrado a conciencia (7). Todo creyente
necesita desarrollar una percepción más aguda del pecado. Con demasiada facilidad, un
hecho feo primero es tolerado, e incluso contemplado a la vista de su posible utilidad,
pasa después a ser algo permisible y, por último, acaba siendo algo atrayente. Y no es
que todo eso suceda en un mismo momento. Lo que en realidad ocurre es que se van
aumentando gradualmente los niveles de permisividad y tolerancia. El pecado recibe
entonces otro nombre. Y lo que antes era inaceptable pasa a ser ahora lo
acostumbrado. Así es cómo se desmoronaron grandes imperios: colapsándose desde su
interior. Y así es también cómo se hunden las buenas reputaciones y cómo pierden su
norte algunos creyentes – por no verse el pecado desde la perspectiva de Nehemías, ‘lo
malévolo’ que echa a perder el fruto más escogido y que, no siendo detectado,
estropea lo más granado de la cosecha.
Tras la identificación de un problema, lo que se impone es actuar de forma drástica
y contundente. No es ése, desde luego, momento para una reflexión que debía haber
tenido lugar mucho antes, ni tampoco caben dilaciones y componendas. El relato que
nos ocupa transmite la emotiva intensidad de un auténtico drama: Me enteré del
mal…Esto me desagradó mucho, por lo cual arrojé todos los muebles de la casa de
Tobías fuera del aposento. Entonces ordené que limpiaran los aposentos, y puse de
nuevo allí los utensilios de la casa de Dios con las ofrendas de cereal y de incienso (7–9).
Lo que corrompía fue quitado de en medio sin contemplaciones, reemplazándolo
sin dilación por el bien correspondiente. Nehemías actuó tal como lo hizo Jesús cinco
siglos más tarde. Él también se encontró con que el recinto sagrado estaba atestado de
cosas que contaminaban su gloria, poniendo en entredicho su santidad y malogrando
por ello el testimonio. Al entrar en los atrios del templo, la atención del que allí acudía a
adorar se desviaba de inmediato del Señor, fijándose en cambio en los tenderetes de
los comerciantes. Pero ese lugar santo había sido edificado para glorificar a Dios, no
como lonja de mercadeo. Su función era promover el enriquecimiento espiritual, no las
ganancias materiales.
203
Al igual que Nehemías antes que él, Jesús volcó las mesas de los cambistas y los
tenderetes de los comerciantes. El recinto como mercado había venido a desbancar la
actividad tendente a la santidad. El secularismo había pasado a ser el pensamiento
dominante. En tiempos de Jesús, el pecado alcanzó incluso cotas más graves y
ofensivas. Las transacciones comerciales estaban siendo realizadas en el Patio de los
Gentiles, zona en la que se les permitía a los no judíos escuchar la Palabra de Dios e
incluso orar. Los que buscaban enriquecerse ocupaban ahora el lugar de los que
buscaban la verdad. Ésa era la razón de que Jesús les recordara indignado las palabras
de Isaías: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones’. La desfachatez
en el uso que se estaba haciendo del recinto santo no podía ser pasada por alto. El
templo estaba ahí para que los extranjeros también pudieran acercarse al Señor, no
para uso y disfrute de los que no le honraban. Y lo cierto es que los gentiles temerosos
no podían ahora ni escuchar las enseñanzas ni compartir las oraciones.
Esta parte del relato de Nehemías reviste parecida importancia a la que
posteriormente tendría la limpieza del templo, y ello nos enseña con qué facilidad, e
incluso cuán imperceptiblemente pueden acontecer en nuestras vidas hechos dañinos
que pasan a ocupar el lugar de las cosas deseables. El apóstol Pablo recurría a lo
ilustrativo en sus enseñanzas a los corintios. Los cristianos residentes en ciudades
griegas estaban acostumbrados a ver impresionantes templos y hermosos santuarios
erigidos en honor de deidades paganas. De ahí que recordara a su auditorio griego que
‘Dios no mora en templos hechos por mano de hombre’. Durante su ministerio en la
tierra, Cristo hizo de su cuerpo el templo de Dios, el punto focal de la revelación, del
sacrificio y del perdón en la intercesión.473 Hoy día tampoco vamos a poder encontrar
edificio físico alguno, pues el templo del Señor se ubica en el interior de las propias
personas. Pablo les hace ver a los creyentes de Corinto que el Espíritu de Dios mora en
dos lugares: en el interior de la persona y en la comunidad espiritual.
Lo que el apóstol nos está diciendo es que, ahora que Cristo ya ha ascendido a los
cielos, el creyente es el templo de ese Espíritu que nos ha sido dado como un don. Y el
apóstol se sirve de ese argumento para apremiar a los creyentes de esa ciudad a velar
para que el templo espiritual no sea contaminado por su forma de vivir en lo material.
Las vidas de los creyentes le pertenecen al Señor. Y, por haber sido comprados por un
precio, debían ‘honrarle con sus cuerpos’. Mucha era ciertamente la inmoralidad y
contaminación que había que limpiar en Corinto, al igual que lo había habido también
en el templo de Jerusalén. El cuerpo es para el Señor, y en manera alguna puede
tolerarse que sea mancillado como en el caso del tándem Eliasib-Tobías. Todo lo que
estorba la auténtica vida en el Espíritu acaba por convertirse en foco de corrupción: las
cosas que poseemos o que nos poseen a nosotros, las cosas que vemos o anhelamos
ver, aquello que hemos oído o que querríamos oír, todo lo que hayamos hecho o lo que
nos gustaría hacer. El templo de la vida en Cristo es recinto vulnerable que ha de
conservarse a salvo de todo aquello que lo pueda mancillar. Su limpieza es esfuerzo a
realizar de forma constante y puede ser tarea verdaderamente costosa. Jesús mismo se
ocupó de hacérnoslo saber por medio de sus enseñanzas. Así, la mano que codicia ha
de ser amputada, el ojo que ansía ha de ser arrancado. La santidad conlleva un cierto
204
grado de sacrificio. La demora en su práctica supone un riesgo. La falta de una firme
resolución puede resultar desastrosa. En palabras del propio Jesús: ‘Porque es mejor
que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno’.475 Cristo
hace, pues, comprender esa gran verdad en el contexto del deseo sexual y la tentación,
y así lo recalca igualmente Pablo. En unos tiempos como los actuales, en los que la
permisividad es materia de intensa propaganda y los delitos de carácter sexual están a
la orden del día, esas advertencias cobran un valor especial. Para gloria de nuestro Dios,
por mandato de Cristo y en virtud del poder del Espíritu, necesitamos erradicar de
nuestras vidas todo cuanto pueda contaminar el templo santo que es nuestro propio
cuerpo.
En otra de sus epístolas a Corinto, Pablo utiliza la imagen del templo de una forma
distinta. Y es entonces cuando la vida corporativa de la comunidad de creyentes es
igualmente templo del Señor: ‘Porque nosotros somos templos del Dios vivo: Habitaré
en ellos y andaré en ellos.’ Y si el pecado puede echar a perder la vida de la persona,
también puede afectar muy gravemente a la integridad de la comunidad de creyentes.
Las iglesias locales son vulnerables y puede darse asimismo el lamentable caso de
Tobías, atestándose la iglesia de ‘cosas indeseables’, cosas que nuestro gran enemigo
‘hace multiplicarse’ – morralla sin valor, divergencias carentes de espiritualidad,
ambiciones no santas, rivalidad impía, egoísmos encubiertos que entorpecen e incluso
ahogan la vida de sus miembros como comunidad de testimonio. Eso era justamente lo
que ocurría en Corinto y Pablo no vacila en denunciarlo a riesgo de caer en desgracia
según otros criterios. Algunos de los que allí se reunían hacían ‘la vista gorda’ ante la
evidente ‘impureza, inmoralidad y sensualidad’ que caracterizaba a algunos de sus
miembros. Algo que quizás no llamaba la atención en Corinto, pero que no era
permisible ni en el templo como recinto santo, ni en la iglesia como lugar de adoración,
ni en la conducta personal de los creyentes responsables de un testimonio de cara al
mundo. Nehemías había tenido el valor de limpiar el templo, erradicando todo foco de
contaminación, y su buen ejemplo ciertamente dio su fruto un tiempo más tarde.

2. Los siervos de Dios desatendidos (13:10–13)


No cabe duda de que, de habérseles empleado en Jerusalén, como debiera haber
ocurrido, los levitas pronto habrían puesto coto a esa política permisiva de Eliasib, que
dio pie a que los amonitas se acomodaran en el templo. De hecho, los levitas tenían
como tarea específica la enseñanza de principios bíblicos y mantener bien alto el nivel
espiritual. Pero su ministerio pronto se fue reduciendo al empezar a escasear los
donativos que lo mantenían activo, hasta que llegó un momento en que desapareció
por completo. En origen, el plan de Dios había sido que el diezmo subviniera a sus
necesidades, y esa había sido la razón de que, al ser repartido el país, no se les hubiera
asignado un territorio concreto como tribu en Judá. El Señor era la porción de su
heredad. Su tarea iba a ser por completo espiritual, siendo atendidas sus necesidades
mediante las aportaciones regulares del diezmo. Ésa había sido la promesa hecha por

205
todos aquellos que en un primer momento se habían reafirmado en su compromiso con
el pacto de la alianza: ‘Traeremos el diezmo de nuestro suelo a los levitas’ (10:37). Junto
con el sello de ratificación del pacto, habían asegurado rotundos: ‘No descuidaremos la
casa de nuestro Dios’ (10:39). Con todo, y no pasando mucho tiempo, la casa de Dios
había vuelto a caer en la desidia, por pecado conjunto de comisión y de omisión – a la
vista del error cometido (permitir que Tobías se instalara en el recinto santo) y por un
incumplimiento (dejando de aportar ofrendas para sostenimiento de los levitas).
Las ofrendas apartadas para su uso en los sacrificios tenían que serle entregadas al
sacerdote en la estancia que ahora ocupaba Tobías profanándola con sus posesiones. El
ministerio del templo ya no era efectivo en el ámbito de la vida espiritual de Israel. En
ese siglo V anterior a nuestra era, la vida espiritual en Jerusalén se definía por su
indolencia, su sacerdocio por su descuido, y los levitas por carecer de apoyos; y todo
ello queda bien reflejado en las enseñanzas de Malaquías y en esa presentación suya de
unos líderes que se conformaban con cualquier sucedáneo.
Malaquías también había señalado a los que se habían divorciado de sus esposas
israelitas para poder casarse con mujeres extranjeras, quizás por puros intereses
materiales de establecer nuevas relaciones comerciales con los países vecinos. Y
condiciones muy similares son las que Nehemías se había encontrado a su regreso a
Jerusalén, pues ‘los judíos se habían casado con mujeres asdoditas, amonitas y
moabitas’ (23). El enemigo tiene más de una forma de establecer una cabecera de
puente en el seno del pueblo de Dios. Así, era cosa relativamente fácil desalojar a un
amonita del templo, pero la cuestión es que había ya numerosas mujeres amonitas
activas en el entramado moral y espiritual de Israel, esto es, en el seno mismo de la
familia. Los amonitas, como extranjeros que eran, habían sido excluidos del templo,
consiguiendo sin embargo un buen punto de apoyo en el núcleo familiar.
La cuestión básica que preocupaba a Malaquías era la morosidad en el pago de los
diezmos. De ahí que inste a la gente a llevar al templo las ofrendas obligatorias para
sostenimiento de los levitas. Por su parte, Nehemías sabía hasta qué punto había sido
crucial la tarea de éstos en la enseñanza de la Palabra (8:7–9, 11) y, en su faceta de
cantores, en la práctica de la adoración (12:46–47). Privados del sostenimiento
necesario, se habían visto forzados a buscar trabajo en el campo para poder mantener a
sus familias. Con una labor de enseñanza en estado de abandono (a falta de levitas) y
una práctica de la adoración muy mermada (falta de cantores), la vida espiritual de
Jerusalén se había visto drásticamente reducida. Las personas designadas por Dios para
mantener un nivel espiritual elevado ya no estaban allí para hacerlo. No es de extrañar,
pues, que las leyes respecto al día de reposo no se observaran y que se hiciera
asimismo caso omiso de las ordenanzas relativas al matrimonio.
Un pecado seguía a otro con gran rapidez. Cuando se deja de leer, enseñar, estudiar
y poner en práctica la Palabra de Dios, pronto hacen su aparición muy graves
problemas. La cultura propia de Jerusalén pronto se secularizó. El materialismo vino a
ser el nuevo dios de Judá. La estudiada indiferencia hacia la Palabra de Dios no tardó en
estar al orden del día, ya para nada importaba lo que Dios pudiera opinar y lo que los
levitas tuvieran que enseñar al respecto. La gente estaba encantada consigo misma. Y, a
206
la vista de los ingredientes, la receta para el desastre estaba servida. Quienes de forma
sistemática se niegan a escuchar al Dios que les ama, no pueden esperar llevar una
existencia verdaderamente satisfactoria y útil.
El pago de los diezmos para sostenimiento de los levitas era cuestión fundamental
para su existencia. Los sacerdotes podían subsistir con las porciones asignadas de los
sacrificios que se llevaban a cabo en el templo, pero los levitas tan sólo contaban con
los ingresos de los diezmos. Si ese dinero no era aportado, la voz de Dios, audible a
través de ese ministerio específico, se quedaba en virtual silencio. Lo cual venía a
suponer un cambio radical respecto a la situación vivida un tiempo atrás cuando, con
corazones rebosantes de agradecimiento y pletóricos de buenas intenciones, las gentes
habían ratificado mediante sello el nuevo pacto, compartiendo colectivamente la
dedicación del muro recién reedificado. En aquella ocasión, los almacenes habían
estado repletos de aportaciones de parte de un pueblo de Dios agradecido (12:44). Dar
y compartir no se vivía entonces como una pesada carga. Las personas se sentían felices
por poder contribuir al sostenimiento de sus maestros y sus líderes espirituales: ‘pues
Judá estaba contento con el ministerio de los sacerdotes y de los levitas.’ Con total
espontaneidad, donaban para el ministerio de la Palabra de Dios y de su obra. Con
cuánta facilidad y rapidez pueden, sin embargo, declinar gravemente las cosas.
Son muchas las partes del mundo en las que se podría llevar a cabo una excelente
labor si se contara con los recursos suficientes. Y es de triste que se haya de renunciar a
la puesta en práctica de muy apropiados e imaginativos proyectos porque las
sociedades cristianas y las agencias misioneras no reciben suficientes aportaciones
económicas para poder cubrir los gastos más imprescindibles y, menos aún, para poder
hacerlo por cuenta propia y en solitario. Todo creyente debería entender el hecho de la
negligencia de Israel respecto a los levitas como una advertencia y un estímulo, pues
por una parte nos previene para no caer en una actitud materialista a ultranza, que
para nada se plantea las necesidades de los demás, y por la otra, nos lleva a pensar con
toda seriedad respecto a la necesidad de unas aportaciones regulares, sistemáticas y
proporcionadas. Sin tener por ello que incurrir en obligaciones de sesgo legalista, son
infinidad los creyentes en todas partes del mundo que han hecho del diezmo israelita la
base mínima de sus aportaciones para la obra del Señor.
Así, al que igual que Nehemías había procedido a limpiar el templo de todo cuanto
no era digno de figurar allí, se aprestaba ahora con idéntico celo a llenarlo de cosas
buenas y santas. Hay una parábola de Jesús que nos avisa del riesgo de dejar nuestras
‘estancias vacías’. Nehemías no duda, pues, en organizar un equipo de ayuda (véase
posteriormente el cap. 18) con el fin de asegurar que el flujo de diezmos en forma de
grano, vino y aceite (12) destinados a los levitas (10) llegara de forma correcta a esas
estancias recientemente desalojadas y ya dispuestas. Nehemías sabía que de nada sirve
obsesionarse con el mal; el líder experto se ocupa, por el contrario, de fomentar el bien.
Puede, pues, darse el caso de unos líderes eclesiales perfectamente capacitados para
detectar lo que está mal, pero que, sin embargo, se muestran mucho menos
imaginativos a la hora de promocionar lo que está bien. Nehemías fue capaz de atender
a ambas necesidades. Sin la expulsión de lo malo, lo bueno no puede prosperar; sin la
207
promoción activa y responsable del bien, el mal puede resurgir inesperadamente.

3. Un mal aprovechamiento del día del Señor (13:15–22)


Al establecer Dios un pacto con su pueblo, había dado amplias muestras de su amor
y de su firme compromiso con ellos. Algo que había quedado patente mediante la
entrega de un libro (la ley), un lugar (primero el tabernáculo y después el templo), un
ministerio (sacerdotes y levitas) y un día de la semana especial (el sábado de reposo)
consagrado en exclusiva al Señor. Por el momento, en este capítulo 13, hemos tenido
ocasión de constatar cómo se habían contaminado gravemente las tres primeras
muestras: la Palabra de Dios había sido desobedecida (1–3), su templo había sido
profanado (4–9) y sus ministros de culto habían sido flagrantemente desatendidos
(10–11). Y es ahora cuando empezamos a constatar hasta qué punto la práctica de ese
día dedicado a Él en exclusiva había caído en desuso.
A su regreso a Jerusalén, Nehemías se encontró con que, no sólo en la ‘ciudad
santa’, sino igualmente en las comunidades de sus alrededores, no había interés alguno
en mantener ese día como algo especial. El séptimo día de la semana era muy parecido
a cualquier otra jornada. Esa muestra semanal externa de su compromiso con Dios de
cara al testimonio hacia las otras naciones brillaba ahora por su ausencia. Debido a su
desobediencia a la Palabra de Dios, habían pasado a adorar a ídolos no visibles de su
entorno religioso. Esos dioses invisibles, conocidos como humanismo, secularismo,
materialismo y pluralismo habían sustituido al único y verdadero Dios. La ocupación del
templo por Tobías venía a ser el pecado de Israel encapsulado. Y tal como los enseres
amonitas habían atestado las dependencias del templo, desbancando con ello el
ministerio de los levitas, los intereses de orden material habían relegado al margen la
práctica del sábado de reposo. Los visitantes gentiles de Jerusalén (16) ya no tenían
posibilidad de dar testimonio, como en otros tiempos, de la devoción, la integridad y la
lealtad implícita en esa celebración semanal de adoración y santo reposo.
Una vez más, Nehemías es plenamente consciente de la necesidad de actuar de
forma inmediata. Y, de nuevo, le duele en lo más profundo todo cuanto ve, aunque, sin
embargo, el desagrado inicial (8) da paso a una santa ira. Nehemías sabe bien que esa
flagrante desobediencia por parte del pueblo, en conjunción con la obsesiva
preocupación por las cosas materiales, ha puesto en peligro muchas otras cosas. Y,
siendo como es, hombre de acción, se plantea de inmediato qué hacer respecto a ese
pecado nacional. Lamentarlo no es suficiente. William Carey lamentaba que millones de
personas todavía no supieran nada del evangelio. Ante lo lastimoso del hecho, se
aprestó a hacer el mapa geográfico de la situación con recortes de cuero de su taller de
zapatero, a lo que unió los apuntes de viaje del Capitán Cook y una serie de estadísticas
relevantes, todo lo cual vertió en su conocido libro, An Enquiry, con el propósito
expreso de persuadir a las personas oportunas de la tremenda necesidad que el mundo
tenía y de la vigencia de la comisión de Mateo 28:15–20. A la vista de todo ello, estaba
claro que algo había que hacer. Y fue su firme determinación a no sólo estudiar y

208
analizar sino asimismo a actuar, lo que le llevó a poner en marcha un movimiento
misionero de corte decididamente moderno.
En la sociedad actual, son varias las cuestiones sociales que necesitan defensores
comprometidos – hombres y mujeres verdaderamente dispuestos a entrar en acción.
De poco va a servir lamentarse sobre cuestiones tales como el aborto, el consumo de
drogas, el alcoholismo, la falta de techo, la pobreza y la eutanasia. Organizaciones
cristianas como CARE reúnen suficiente información fidedigna como para poder hacer
una llamada de atención al respecto, apelando a políticos parlamentarios para la
implantación de unos niveles éticos básicos, instando al mismo tiempo a los creyentes a
orar (dimensión realmente vital) y a utilizar sus prerrogativas para hacer oír, y valer, su
voz en cuestiones morales de actualidad. Ser consciente de la necesidad es el primer
paso, que tiene que ir necesariamente acompañado del segundo. La inacción es delito
grave para el creyente comprometido y el apóstol Santiago así lo indica en su epístola:
‘A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado.’
El día de reposo había sido instituido para recordar tanto la Creación como la
Redención. El pueblo de Dios debía descansar al igual que Dios lo había hecho,
disfrutando de esa disposición divina. Durante su estancia en Egipto, el pueblo hebreo,
sometido como estaba a la esclavitud, había anhelado ardientemente ese período de
descanso. De hecho, entre las disposiciones del pacto figuraba ese día especial: ‘no
harás en él obra alguna’. Pero, indiferentes a la Palabra de Dios, los hombres y mujeres
de Judá seguían trabajando en el campo (15), haciendo todo cuanto la Ley prohibía en
ese día: ‘aun en el tiempo de arar y de segar, descansarás’.
Durante el tiempo de la cosecha, no sólo trabajaban ellos, sino que también hacían
trabajar a sus criados, privando a las bestias de carga de un necesario descanso. El
ganado tenía también que disfrutar de ese tiempo de reposo, pero, tal como Nehemías
había podido constatar, en la época de cosecha se cargaba a los asnos con pesados
fardos, haciendo caso omiso de lo que decía la Ley. Ocupados como estaban recogiendo
la uva, cosechando el grano, acarreando las cargas con los asnos, transportando el
producto final (vino, pasas, higos, y toda clase de mercancía) y vendiendo lo
conseguido, y todo ello en el día de reposo, no había lugar para lo que Dios les había
ordenado. La señal, o insignia, de la lealtad prometida apenas si tenía sentido. En lugar
de poner a Dios primero, tal como habían pactado (10:28–29), sus intereses
comerciales habían tomado precedencia, haciendo ídolos de propiedades y dinero.
La señal de la relación tan especial que les unía a Dios ya no era evidente de cara a
la sociedad. Inicialmente, se había pretendido con ello no sólo honrar a Dios, al tiempo
que les era de ayuda a ellos mismos, sino también como medio para persuadir a otros.
El día de reposo tenía un gran potencial como testimonio. Era una forma patente y fácil
de hacer ver lo mucho que Dios contaba para ellos. En pasadas generaciones, los
visitantes que llegaban a Israel difícilmente habrían dejado de percibir hasta qué punto
honraban a Dios: su voluntad tenía prioridad sobre la suya, y sus ordenanzas estaban
por encima de sus deseos. Al llegar el día séptimo de cada semana, los gentiles iban a
poder comprobar por sí mismos cuán grande era el amor que los campesinos israelitas,
sus mercaderes, sus comerciantes, sus criados, sus amos, sus esposas y sus hijos le
209
tenían a Dios.
Pero ahora todo era diferente. Nehemías contemplaba cómo los fenicios, que
habían hecho de Jerusalén su lugar de residencia, se comportaban en sábado igual que
en cualquier otro día: Habitaban allí, en Jerusalén, tirios, que importaban pescado y toda
clase de mercancías, y lo vendían a los hijos de Judá en el día de reposo (16). Los
israelitas de los pueblos de alrededor ya no iban a la ‘ciudad santa’ para adorar en el día
de reposo, sino para hacer sus negocios en el mercado de la ciudad, vendiendo y
comprando cuanto allí se podía ver en puestos y tenderetes. La costumbre que les
distinguía del resto de los pueblos había sido abandonada, y no quedaba nada de esa
señal emblemática de su testimonio. Los gentiles ya no tenían forma de distinguir entre
unos israelitas piadosos y la gente de otras culturas y países.
Nehemías no duda, pues, en apelar directamente a los nobles de Judá. Los líderes
de cualquier posible comunidad tienen una responsabilidad moral y social para
enderezar lo que se haya torcido. Y son varias las características de la forma que tuvo
Nehemías de enfrentarse al pecado de Israel que merece la pena destacar.

a. Su conocimiento de las Escrituras


Las referencias anteriores a la recogida de la cosecha y su transporte con los asnos
manifiestan hasta qué punto conocía bien el pacto y las regulaciones específicas de la
Ley de Moisés: ‘seis días trabajarás, pero el séptimo día dejarás de trabajar, para que
descansen tu buey y tu asno…estad alertas en cuanto a todo lo que os he dicho’. Pero el
pueblo ya no hacía caso de la Palabra de Dios.
De hecho, Nehemías recurre en dos ocasiones a un lenguaje sacado de Isaías y
Ezequiel cuando acusa a la gente de profanar el día de reposo (17, 18). Isaías aseguraba
que ‘aquellos que guardaran el día de reposo sin profanarlo, tendrían dicha sin fin’. Por
su parte, Ezequiel se lamentaba ante los ancianos de la congregación por el desatino de
esa repetida desobediencia a lo largo de los siglos, pues ‘no habían seguido los decretos
del Señor, rechazando sus santas leyes…profanando de continuo el día de reposo’. Pero
lo cierto es que sabían muy bien que debían guardar el día del Señor ‘santo, como señal
entre Dios y su pueblo’ para que todas las gentes ‘supieran que el Señor había hecho
santo a su pueblo’.492
El día de reposo había sido instituido por Dios no sólo como ocasión para un
descanso físico sino asimismo, y sobre todo, como señal visible de que Dios era el Señor
de los israelitas y de que ellos eran su pueblo ‘apartado’ para llevar a cabo su obra y ser
testigos suyos en un mundo descreído.

b. Su uso de la historia
¿No hicieron lo mismo vuestros padres, y nuestro Dios trajo sobre nosotros y sobre
esta ciudad toda aflicción? (18). Una vez más, Nehemías recurre a la Escritura profética,
citando ahora el bochornoso caso de profanación del sábado en tiempos de Jeremías.

210
Retrocediendo en el tiempo, unos 150 años antes de que hiciera su irrupción en la
historia Nehemías como gobernador, los habitantes de Jerusalén estaban
comportándose exactamente igual que a su regreso de Persia. El Señor ya les había
advertido por boca de Jeremías, ‘Cuidaos mucho de llevar carga en el día de reposo’,
pero ahí estaban otra vez, siglo y medio más tarde, cargando pesados fardos a lomos de
sus jumentos. Jeremías les había advertido de que no debían hacer pasar sus cargas por
las puertas de la ciudad’, pero eso era exactamente lo que Nehemías descubrió que
estaban haciendo de forma deliberada y sin vergüenza alguna, trayéndolos a Jerusalén
en el día de reposo (15).
Jeremías ya había advertido en su momento a esos profanadores del sábado que, de
empeñarse en seguir comerciando en el día apartado de forma especial para Dios, el
Señor ‘prendería un fuego a sus puertas que consumiría los palacios de Jerusalén’. Todo
israelita sabía bien que las predicciones de Jeremías se habían cumplido a una escala
verdaderamente catastrófica. Las puertas que ahora se mencionaban, objeto de
ajetreadas entradas y salidas en un mercadeo incesante, habían sido reducidas a
cenizas por los ejércitos del cruel Nabucodonosor. Por orden de Nehemías, la ciudad
disponía ahora de nuevas puertas, erigidas en ese mismo lugar (6:1; 7:1), y ahora, por
su desobediencia, calco de sus antepasados, campesinos y mercaderes por igual
estaban poniendo en idéntico grave peligro la seguridad de la ciudad. Los pueblos rara
vez aprenden de lo ya experimentado, pero Nehemías había intentado advertir al
pueblo de las probables consecuencias de su pecado, recordándoles esas antiguas
trasgresiones y las inevitables, y trágicas, consecuencias de todo ello.
Jeremías había hecho notar la diferencia entre los que habían venido a Jerusalén
con sus ofrendas para el sacrificio y esos mercaderes avariciosos, cuyo único interés en
esta vida era acumular para sí cuanto pudieran, sin preocuparse en absoluto de las
necesidades de la obra del Señor. Las sentidas alusiones del profeta a las ofrendas de
grano y de agradecimiento difícilmente iban a pasar inadvertidas entre quienes habían
retenido su grano para propio beneficio con su venta en vez de ofrecerlo para los levitas
(15).

c. La decidida intervención de Nehemías


El caso era que Nehemías no estaba dispuesto a conformarse con dirigir la atención
del pueblo a la Palabra de Dios en las Escrituras y su intervención a lo largo de la
historia. Sin duda, había llegado el momento no sólo de oír, sino de tener en cuenta y
hacer frente al reto del presente. De ahí que Nehemías hablara con firmeza y que
pasara, asimismo, a actuar con determinación, sirviéndose para ello de sus innegables
dotes para un discurso directo. Así, reprende a los oficiales (11) por no haber provisto lo
necesario para mantenimiento de los levitas. Amonesta a los que vendían los víveres
(15) en el día de reposo y reprende asimismo a los nobles de Judá (17) por haber
contravenido la ley. Advierte (21), además, a esos mercaderes desaprensivos que
recurren a cualquier posible señuelo con tal de vender su mercancía, instalando para

211
ello sus tenderetes a las afueras de la ciudad en vísperas del día de reposo, atrayendo
así a los israelitas de carácter más débil al otro extremo de los muros de la ciudad e
induciéndoles a comprar en sábado. Y reprende igualmente a los que habían roto sus
votos de fidelidad a Dios en la cuestión del matrimonio (25). El discurso directo y sin
concesiones de Nehemías buscaba retar y hacer el seguimiento de las personas de
carácter más débil que llevaban una vida más descuidada y de conducta más
inapropiada.
Pero este esforzado siervo de Dios no se limitaba tan sólo a hablar, sino que unía la
acción a la palabra. Así, se enfrenta a los trasgresores, visita a los nobles de la ciudad y
desafía a los mercaderes. Acto seguido, toma medidas prácticas necesarias para
restablecer el orden espiritual y moral. Ordena el cierre de las puertas de la ciudad al
anochecer la víspera del sábado. Y los intentos de reanudar la venta en las vísperas sólo
se repiten en una o dos ocasiones (20) por parte de unos arteros comerciantes que no
querían renunciar a sus ganancias. Cuando Nehemías hablaba y actuaba, tenían que
verse los resultados. No ha de extrañarnos, pues, que esos mercaderes dejaran de venir
en el día de reposo (21).
En el curso de la historia bíblica, los creyentes han aprendido agradecer el atrevido
discurso y la decidida actuación de muchos hombres y mujeres consagrados a la obra. El
heroico ejemplo de Daniel y sus compañeros en su juventud había sido motivo de
inspiración a la hora de resistir los pactos con concesiones. Al negarse a comer unos
alimentos preparados contra toda norma, hacía patente su confianza en Dios,
insistiendo por ello en mantener lo que era correcto. Y Dios le había vindicado.
Posteriormente, ya como hombre maduro, Daniel siguió manteniéndose inconmovible
en esa fidelidad, negándose a modificar sus hábitos de oración a pesar del irrelevante
edicto de un rey pagano objeto de aviesa manipulación. De igual manera, los
compañeros de Daniel se manifestaron determinados a no inclinarse ante un ídolo, por
muy impresionante que fuera su apariencia. Todos ellos estaban, pues, firmemente
convencidos de que su Dios era perfectamente capaz de rescatarles incluso en las
situaciones más difíciles; pero aunque no fuera así, le dijeron al rey, seguirían sin querer
adorar la imagen de oro de Nabucodonosor. En el transcurso de los siglos, la iglesia de
Cristo en todo el mundo se ha visto enriquecida por el ejemplo creativo de personas de
toda clase y condición que no sólo hablaron sin temor, sino que, asimismo, vivieron y
actuaron con coraje, haciendo lo correcto y apropiado a los ojos de Dios, sin reparar en
el posible coste. Nehemías era persona de ese calibre, y la vida del pueblo de Dios vino
a beneficiarse grandemente tanto por lo esforzado de su trabajo, como por lo decidido
y firme de su testimonio.
Ahora bien, ¿qué importancia reviste para nosotros hoy esa exhaustiva campaña de
Nehemías a favor de la reinstauración del sábado de reposo? Los cristianos consideran
el domingo como día especial para la adoración, el testimonio, el servicio y el descanso
personal, pero sería un error traspasar de forma automática las enseñanzas del Antiguo
Testamento respecto al día del Señor al Nuevo. Este episodio en concreto dentro del
ministerio de Nehemías no tiene que ser ni copiado con fervor ni rechazado sin mayor
preocupación. Tal como ya hemos tenido ocasión de comprobar, esas situaciones
212
propias del Antiguo Testamento nos proporcionan un paradigma sumamente revelador
y, si bien no hay por qué imitar su estricta postura respecto al día de reposo, el relato
de Nehemías contiene importantes lecciones que aplicar al uso que nosotros estemos
haciendo del domingo como día del Señor, al tiempo que resalta la necesidad de un
descanso adecuado dentro del ajetreo de la vida moderna.
Más adelante, el nuevo error que cometieron los israelitas respecto al día de reposo
radicó en su exacerbado legalismo en el apartado de las sanciones. Para el siglo I de
nuestra era, ¡la prohibición de arar figuraba en la normativa rabínica asimilada a pasar
el peine por los cabellos! Jesús denunció, sin embargo, tan rigurosa aplicación de la ley,
enseñando a sus seguidores que ‘el día de reposo había sido hecho para el hombre, y
no el hombre para el día de reposo’ Era sin duda un día para beneficio de la gente, no
para causar irritación y disputa. Jesús, además, y por poner otro caso, deploraba el
rígido conservadurismo de aquel líder de una sinagoga que tanto se había enojado por
el milagro de curación en sábado497 de una mujer tullida. Jesús valoraba más el
bienestar de la mujer, que la observancia de las disposiciones. La obsesiva preocupación
por el cumplimiento legalista de la ley había acabado por ahogar toda posible
manifestación de amor compasivo. Pero lo cierto es que el día de reposo había sido
creado tanto para gloria y exaltación de Dios, como para beneficio y disfrute de sus
criaturas.
Nehemías había destacado el burdo materialismo de las gentes de su tiempo, para
las que contaba más la acumulación de capital que la obediencia a Dios. Su profanación
del día de reposo había supuesto no sólo la pérdida de una oportunidad para el solaz de
la adoración espiritual y el beneficio de un descanso físico, sino que estaban además
privando a sus criados y a su ganado del derecho a descansar.
Nehemías no era ni mucho menos un aguafiestas. De hecho, sabía muy bien que no
había nación que pudiera esperar agradar a Dios si hacían caso omiso de sus leyes y
ordenanzas, privando con ello a sus trabajadores de un merecido y fundamental
descanso. Pero no por ello deja de ser igualmente necesario evitar caer en rígidas
regulaciones y estrictas prohibiciones respecto al día de reposo. Por muy buenas que
puedan ser en origen esas intenciones, una vez emprendido ese camino, podemos
acabar fácilmente en ese otro legalismo que Jesús echaba en cara a los religiosos de su
tiempo. Por otra parte, tampoco cabe esperar que la gente de hoy apruebe de forma
automática nuestra idea del mejor aprovechamiento del domingo. Lo que sí podemos, y
deberíamos, es fomentar la noción de un descanso semanal como provisión de Dios
para la persona, y el domingo sigue quizás siendo la mejor opción para hacerlo de
forma conjunta. Jesús había precisado que ese día de descanso era ‘para el hombre’, y
no tan sólo para los israelitas. Una de las cosas más tristes y lamentables en relación a
ese aumento progresivo de mercadeo en domingo era la manera en que interrumpía la
vida familiar. En el Reino Unido actual, las mujeres integran la mitad de la plantilla
laboral empleada en tiendas y supermercados, lo cual supone que son innumerables los
hogares en los que la madre (o el padre) está ausente en un día ideal para pasarlo en
familia. Existen ya datos que apuntan a un incipiente aumento de trabajadores que
piensan que tratar de mantener el domingo como día especial para la familia podría
213
repercutir de forma negativa en sus perspectivas laborales hasta el punto incluso de
abocar al desempleo.
Al demandar del pueblo que apartaran ese séptimo día para el uso que Dios
deseaba darle, Nehemías estaba resaltando la centralidad de la adoración, la
importancia del testimonio, la necesidad de descanso y la primacía del amor. Lo cual
venía a decir que la obediencia en amor es mejor que una bolsa llena.
Una correcta comprensión, con proyección de futuro, se traducía en la experiencia
del día de reposo no como una carga irritante, sino como un inmenso ‘placer’. Dios
nunca exige de su pueblo algo que no sea para beneficio de ellos mismos. Así, al ignorar
con espíritu mercenario la celebración del día de reposo, aquellas gentes estaban
dañando gravemente el entramado físico, espiritual y social de su propia existencia.
Precio, sin duda, demasiado alto a cambio de un mero bienestar económico.

4. Las normas de Dios ignoradas (13:23–28)


Nehemías había expuesto los pecados y faltas de su pueblo evidentes en templo y
mercado. Y ahora era la vida familiar y social la que se resentía. En ausencia suya, cada
uno de los votos del pacto (10:28–39) habían sido quebrantados, incluyendo el
compromiso de no casarse con gente extranjera que no compartiera su fe. A su regreso,
Nehemías se había encontrado con judíos que se habían casado con mujeres asdoditas,
amonitas y moabitas. De sus hijos, la mitad hablaban la lengua de Asdod, y ninguno de
ellos podía hablar la lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo. Tan sólo unos
años atrás, el pueblo de Dios se había ocupado de reedificar la muralla, cuando ‘tanto
amonitas como los hombres de Asdod’ se ‘habían confabulado para subir y pelear
contra Jerusalén’ (4:7–8). Ahora, los enemigos de entonces habían pasado a ser
candidatos aceptos para un matrimonio mixto. Siempre hubo, hay y habrá, más de una
manera de destruir una ciudad.
Ya vimos en su momento (10:30) hasta qué punto era crucial para la fe de Israel que
el pueblo no se uniera en matrimonio con no creyentes, y cómo la ley había sido
desobedecida por muchos en Judá. Al reconvenir a la gente por su falta, Nehemías
había empleado ejemplos sacados de experiencias ya vividas. (23–24) y asimismo, de la
historia y de las Escrituras (25–26) con la esperanza de que vinieran a darse cuenta de la
enormidad de su pecado a los ojos de Dios. Los ofensores habían cometido una serie de
errores de bulto y aunque nosotros vivimos ahora en un contexto diferente, y
distanciados de ellos por dos milenios y medio, la gravedad de sus faltas sigue
conteniendo un mensaje relevante en la actualidad: nosotros también podemos acabar
agraviando a Dios, ignorando las advertencias de las Escrituras y haciendo caso omiso
de las graves consecuencias del pecado.
Para empezar, la ofensa cometida contra Dios era innegable. Nehemías calificaba
ese pecado suyo de acción mala y gran mal obrando infielmente contra nuestro Dios
(27). Espoleados por un materialismo sin aparente freno, es más que probable que los
israelitas que se habían casado con mujeres extranjeras lo hicieran por intereses

214
económicos. Durante el tiempo del ministerio de Malaquías, hubo muchos que se
divorciaron de sus esposas israelitas para poder casarse con mujeres de otras religiones.
El profeta no había dudado entonces en denunciar esa práctica como flagrante pecado,
y aunque no sea posible datar su ministerio con absoluta precisión, es muy factible que
tuviera lugar en ese período posterior al regreso de los judíos tras el exilio, cabiendo
incluso la posibilidad de que llegara a coincidir con el de Nehemías.
A Malaquías le preocupaba que las gentes de Judea hubieran ‘quebrantado su fe’
‘profanando el santuario amado por el SEÑOR al casarse con las hijas de un dios
extranjero’. Al comportarse así, todos cuantos habían contraído matrimonio con
mujeres extranjeras habían efectivamente ‘quebrantado la fe’ debida a sus legítimas
mujeres israelitas al divorciarse de ellas, olvidando que su unión había sido hecha en el
marco de un ‘pacto matrimonial’. Malaquías les había hecho recordar que el Señor
aborrece el divorcio. Para Nehemías, lo más grave de esa acción mala consistía en que
no sólo habían sido infieles a la mujer de su ‘juventud’, sino que, además, habían sido
infieles a su Dios al casarse con mujeres extranjeras. Con su acción, habían roto el
contrato suscrito en la promesa del pacto de guardar lealtad absoluta y definitiva.
En segundo lugar, los ofensores habían hecho caso omiso de las advertencias de las
Escrituras. Dios no sólo había dictado normas bien claras respecto a los matrimonios
mixtos, sino que había puesto en su Palabra ejemplos inequívocos sobre el riesgo
implícito en esas alianzas no deseadas. Nehemías les plantea ahora a los transgresores
una pregunta vital con toda su crudeza: ¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Sin
embargo, entre tantas naciones no hubo rey como él, y era amado por su Dios, y Dios le
había hecho rey sobre todo Israel; pero aun a él le hicieron pecar las mujeres
extranjeras (26).
La ofensa de Salomón a ese respecto había repercutido de forma negativa en el
curso de su historia como nación, abocándoles de la peor manera posible a la división
del reino. Las trágicas consecuencias del pecado de un solo hombre habían venido a
suponer uno de los más tristes episodios de su historia. Las Escrituras no ocultaban la
desgracia acaecida: ‘El rey Salomón, además de la hija de Faraón, amó a muchas
mujeres extranjeras…de las naciones de las cuales el SEÑOR había dicho a los hijos de
Israel: No os uniréis a ellas, ni ellas se unirán a vosotros, porque ciertamente desviarán
vuestro corazón tras sus dioses. Pero Salomón se apegó a ellas con amor.’ Y, a medida
que Salomón fue envejeciendo, ‘sus mujeres desviaron su corazón tras otros dioses, y
su corazón no estuvo dedicado por entero al SEÑOR su Dios, como había estado el
corazón de David su padre…Salomón hizo lo malo a los ojos del Señor…y edificó un
lugar alto a Quemós…y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón.’
El autor de la recopilación de los libros de Reyes nos informa sin rodeos de que
‘Salomón hizo también [lugares altos] para todas sus mujeres extranjeras, las cuales
quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses’.
Teniendo muy presente todo lo sucedido en el pasado, Nehemías exhorta al pueblo
a que reflexione al respecto pensando en lo que dicen las Escrituras y resaltando para
ello, al mismo tiempo, que incluso los que gozan de privilegios (o que son amados por el
SEÑOR, que es el significado de Jededías, otro de los nombres por los que se conoce a
215
Salomón) y que triunfan en la vida (no hubo ningún otro rey como él) pueden, sin
embargo, acabar incurriendo en grave pecado. Salomón gozaba de la estima sin igual de
Dios y su valía era reconocida por todos, pero cometió pese a ello torpe falta. Su caso
era todo un aviso para los israelitas, pero, aun así, habían sido muchos los que habían
cometido idéntica falta en tiempos de Nehemías sin que pareciera preocuparles el triste
final que le había sobrevenido a Salomón a causa de su desobediencia.
Los términos en los que Nehemías reprendía ahora su delito y su desobediencia
suponían toda una confrontación para los hombres de Judea. Algunos de ellos habían
contraído matrimonio con mujeres procedentes de las mismas naciones de las mujeres
de Salomón. Y ellas estaban ahora criando a su descendencia a su manera dentro de
Israel – moabitas y amonitas, los pueblos que habían sido excluidos de la adoración en
el templo (1:3). Era precisamente un amonita el que había vivido instalado un tiempo
en el templo de Jerusalén (4–5), y ahora esas mujeres habían venido para quedarse a
vivir en muchos de los hogares israelitas. Y, una vez establecidas, el riesgo potencial era
incalculable. El pecado cometido por Salomón se había ido reproduciendo de forma
alarmante en el seno de Israel.
En tercer lugar, los ofensores se mostraban indiferentes a las desastrosas
consecuencias de su propia falta. El papel que desempeña la madre en el seno de la
familia era absolutamente crucial. Normalmente, es la madre la que mayor tiempo pasa
con los hijos, y de forma natural esos hijos van a asimilar los principios que ella
ejemplifique, copiando su forma de vivir y, a no dudar, en ese siglo V anterior a nuestra
era, su misma fe. De forma inevitable, los hijos hablarían la lengua de la madre, con lo
cual las probabilidades de que aprendieran la lengua hebrea eran muy remotas. Pero
las Escrituras estaban redactadas en hebreo, Y cuando fueran al templo esa sería la
lengua utilizada por los sacerdotes y los levitas. Nehemías se había dado cuenta de que
la mitad de esos niños de Judá y Jerusalén hablaban con fluidez la lengua de sus
madres, pero que no tenían conocimiento alguno del hebreo. Cuando se leía en voz alta
la Palabra de Dios, no entendían nada de su mensaje. De hecho, poca duda puede caber
que sus madres, fieles a Asdod, Amón y Moab como sus auténticos dioses, les
exhortaban a rezar a esos dioses propios instruyéndoles al mismo tiempo en la religión
de su gente.
Interesados por encima de todo en hacer dinero, sus padres israelitas no se habían
parado a pensar en las inevitables consecuencias de esa desobediencia suya a las
ordenanzas de Dios. Pero lo cierto es que, si cada vez se iba haciendo mayor el número
de israelitas ignorantes de las enseñanzas contenidas en la Palabra de Dios sobre el
matrimonio con un no creyente, entonces, no pasando mucho tiempo, el mensaje
propio de Israel como pueblo santo del Señor se vería comprometido y debilitado hasta
el punto de su desaparición. El futuro de la fe de Israel exigía por parte suya lealtad
espiritual e integrad moral. Cada vez que pecamos, afectamos a alguien con nuestra
conducta en una u otra forma. Entonces, no sólo agraviamos a Dios, sino que nos
perjudicamos a nosotros mismos e involucramos a otros.
Los casos de matrimonios mixtos se habían multiplicado de forma alarmante y no se
limitaban a una única localidad o una determinada clase social. Las familias sacerdotales
216
se habían visto igualmente afectadas en la tradicional transmisión de responsabilidades
espirituales de padres a hijos. Uno de los nietos del sumo sacerdote se había casado
con la hija de Sambalat (28), sin duda uno de los más acérrimos opositores de Israel.
Una vez más, y al igual que en el caso de la ofensa de Eliasib y Tobías, Nehemías había
actuado con rapidez: Le aparté de mí. Según todos los indicios, o al menos en algunos
de los casos, la situación se había vuelto tan grave como en el caso denunciado por
Esdras en Jerusalén. Así, hasta algunos de los sacerdotes se habían unido en alianza
desigual con mujeres de religiones paganas.

Soluciones divinas para problemas humanos: Nehemías y nosotros


La secuencia de acontecimientos que aparece descrita en los párrafos finales de
este capítulo, o la correspondiente actitud hacia cuestiones religiosas como las que
aparecen en esta última parte del libro, es del todo relevante en una sociedad como la
nuestra, afectada de forma tan adversa por el secularismo, el materialismo, el
pluralismo y el relativismo moral
El secularismo ha venido a ser descrito como ‘una actitud de total indiferencia hacia
las instituciones religiosas y sus prácticas, e incluso hacia las cuestiones religiosas como
tales’. En ausencia de Nehemías, un proceso de indiferencia religiosa en aumento había
desembocado en la gradual erosión de la necesaria vitalidad espiritual y los parámetros
morales de la población. En este capítulo final del libro, ese hecho queda nítidamente
ilustrado en esa conducta destructiva por parte de los sacerdotes. Al permitir que un
amonita viviera en los atrios del templo, Eliasib había evidenciado su indiferencia hacia
la Palabra de Dios y los principios y valores espirituales de la nación israelita; la voluntad
revelada de Dios ya no era asunto de primera importancia. Aunque seguían
manteniéndose formalmente las funciones cotidianas del templo en ausencia de
Nehemías, los principios de inspiración divina habían abandonado con total y absoluta
deliberación. La actitud permisiva de Eliasib ponía de manifiesto su falta de interés en
las enseñanzas de fondo de la Palabra, y su total falta de responsabilidad como modelo
de espiritualidad a seguir por la comunidad.
Esa secularización progresiva en la manera de vivir en Judá se hacía asimismo
evidente en la estudiada negativa de la nación a proveer económicamente para sus
líderes espirituales, esto es, para los levitas. Al retener su diezmo, el pueblo israelita
hacía patente su apatía hacia la Palabra de Dios y la marginación de sus prioridades
espirituales.
El creciente materialismo del pueblo de Dios se hacía patente en su total falta de
atención hacia las ordenanzas de la ley respecto al sábado como día de reposo. En un
entorno así, los comerciantes paganos disfrutaban de mayor credibilidad que los
maestros levitas. El dinero contaba más que Dios. La sociedad actual en Occidente se
está volviendo cada vez más materialista. La imparable popularidad de la Lotería
Nacional es síntoma evidente del creciente interés en la prosperidad material. Se
cuentan por millones los que aspiran a hacerse ricos así. Pero, en palabras de uno de los

217
pocos afortunados ganadores, ‘La vida ya no tiene alicientes ahora que puedo
permitirme todo lo que se me antoje…Ya no hay nada que excite mi interés y, para ser
honestos, resulta todo bastante aburrido.’ Ésa sería justamente una de las vertientes
negativas de los logros materiales; ‘el opio del pueblo’, en palabras de Herbert
Schlossberg. Y, una vez iniciado, ya no hay nada capaz de satisfacerlo.
Todas las auténticas necesidades – como la comida, la bebida y la compañía
humana – pueden ser verdaderamente colmadas. Los deseos ilegítimos – el
orgullo, la envidia, la avaricia – son insaciables…Nunca basta con lo
suficiente…Eso es lo que verdaderamente nos horroriza en el caso del gigante de
Bunyan y la bruja malvada de C. S. Lewis, que dan un alimento a sus víctimas que
hace que tengan todavía más hambre.
El pluralismo arraigó en Judea al hacer los israelitas caso omiso a las enseñanzas de
la Palabra de Dios y unirse en matrimonio desigual con mujeres paganas. En la sociedad
actual, tan permisiva, las convicciones inamovibles de Nehemías, junto a su acción
correctiva, no serían consideradas una virtud, pero él sabía muy bien que lo que estaba
en juego era nada más y nada menos que la preservación de un mensaje único por su
origen y contenido. Dios había inspirado y, a su tiempo, utilizado ese compromiso firme
y costoso. Y lo cierto era que sin, esa valiente intervención en crisis, la fe característica
de Israel ‘se habría desvanecido, sin apenas dejar rastro tras de sí, tal como ha ocurrido
con la historia religiosa de la fe de los samaritanos’. Defensores de la fe así de resolutos
y bien instruidos es lo que se necesita con urgencia en el seno de esta sociedad
multicultural de Occidente. Todos cuantos confiesan a Cristo necesitan ser también
capaces de dar razón y defensa de lo que proclaman a la luz del contenido de las
Escrituras en pleno y exclusivo compromiso con la fe cristiana, creando así
oportunidades imaginativas para comunicar un mensaje de incomparable contenido
con verdadera convicción y genuina compasión.
El relativismo que nos invade rechaza la convicción cristiana de que Dios nos ha
dotado de niveles morales absolutos e inmutables, resumidos de forma magistral en los
Diez Mandamientos. Ese relativismo insiste en mantener que lo que está bien y lo que
está mal es algo variable que depende por completo de circunstancias personales,
contextos locales, costumbres prevalecientes y unas pautas de conducta humana en
constante cambio. Nehemías tuvo, pues, que hacer frente al abandono, por parte de las
gentes de Judea, de su distintiva santidad de vida para amoldarse a la laxitud moral de
sus vecinos paganos (1–3), absorbiendo en el proceso las normas sociales de los
comerciantes fenicios (16) y las costumbres sincretistas en cuanto al matrimonio de las
naciones circundantes (23). A la vista de las circunstancias, Nehemías no había vacilado
en contrastar esa conducta desviada con las enseñanzas propias de la ley (1–2, 10–11,
15), la historia (18, 26) y la profecía (17–18). En el contexto del relativismo imperante
en la sociedad actual, los cristianos necesitamos determinar con firmeza nuestros
principios éticos a la luz de las enseñanzas objetivas de la Palabra de Dios, y no según
mudables formas de entender la vida. Es imprescindible, pues, contrastar toda

218
propuesta alternativa con el ejemplo dado por Cristo509 y su modo de vida en el
Espíritu. Dada la complejidad de las decisiones éticas que la sociedad actual nos obliga a
confrontar, nuestras convicciones se harán patentes en el contexto comunitario de la
iglesia511 a la luz de la Palabra, reconfortados por saber que no es una tarea
emprendida en solitario: el contenido y mensaje de las Escrituras, el ejemplo de Jesús y
la guía del Espíritu nos ayudarán a establecer nuestros valores éticos y morales como
cristianos confesantes.
En sus esfuerzos por reformar el lastimoso estado espiritual de Israel y su flagrante
desviación ética y moral, Nehemías muestra algunas de las soluciones alternativas
propuestas por Dios para los problemas humanos. La lamentable situación a la que se
enfrentaba ese fiel siervo de Dios fue así paulatinamente corregida de cinco formas
distintas.

a. Una confesión imprescindible


El libro de Nehemías comienza y acaba con el reconocimiento de una necesidad
humana muy seria. La confesión de la falta cometida, tanto personal como
corporativamente, da forma a la introducción de una narrativa por completo
absorbente. Antes de solucionar las necesidades materiales de las personas, Nehemías
se ocupa del problema mayor de su degradación espiritual (1:5–7). En el transcurso de
la historia más tardía, son dos las ocasiones públicas en las que los israelitas confiesan
su pecado en rebeldía (8:8–11; 13:1–3). Reconocen sin ambages su contumaz
desobediencia en el transcurso del tiempo y que su vida ha estado regida por los más
burdos intereses personales y no por las ordenanzas y mensaje de las Escrituras
(9:5–37). A su regreso a Jerusalén tras su estancia en Persia, Nehemías enfrenta a las
gentes con la cruda realidad de su pecado y su mundanalidad. Su conducta se regía por
la forma de vida y los principios de sus vecinos paganos. Y lo cierto es que no había
posibilidad alguna de cambio y progreso espiritual comunitario hasta que esa burda
falta no fuera primero denunciada, después expresamente reconocida y, por último,
consecuentemente abandonada.
Todo avivamiento espiritual de proporciones considerables ha tenido que
enfrentarse y solucionar el problema de la gravedad de todo pecado y su devastador
potencial para aniquilar lo mejor de las personas. La iglesia actual encuentra mucho
más fácil adoptar nuevas formas, que renunciar a viejos pecados. En muchísimos casos,
la iglesia ha dejado a un lado la cuestión del auténtico pecado y la falta grave y, al igual
que en tiempos de Nehemías, se ha permitido que una sociedad que hace caso omiso
del pecado sea la que imponga las normas, alterando según propia conveniencia el
mensaje de la Palabra, comprometiendo el auténtico fondo de sus demandas y
cambiando a voluntad los valores por los que regirse. ‘¡No améis este mundo!’, exhorta
contundente el apóstol Juan a una generación de cristianos en peligro de sufrir
absorción cultural y declive moral. Con demasiada frecuencia, y acomodándose sin
apenas darse cuenta a los valores imperantes sin cuestionar su origen y validez, las

219
iglesias se preocupan de cuestiones secundarias, como las buenas y eficientes
campañas publicitarias, los componentes característicos de todo buen liderazgo y las
mejores estrategias de ‘marketing’. Así, puede suceder que nos encontremos a nosotros
mismos haciendo lo debido de forma indebida o por motivos no recomendables. Una
iglesia que honre a su Dios empieza por tener presente la realidad el pecado,
admitiendo que, de no reconocerse y confesarse la existencia del pecado tanto personal
como corporativamente, poco será lo que se logre que sirva para la eternidad. Si no
estamos dispuestos a admitir nuestro fracaso, pocas probabilidades habrá de tomar
conciencia de nuestro auténtico potencial.

b. Una prioridad renovada


El pecado nunca podrá ser identificado en toda su realidad como el poder malévolo
que es, pero sí que puede quedar manifiesto por la penetrante luz de la Palabra de
Dios. Como parte central del mensaje de Nehemías, está la urgente necesidad que tiene
la humanidad del mensaje bíblico. Mucho antes de que le llegara noticia de la apurada
situación en que se encontraba Israel, Nehemías ya había hecho suyas las enseñanzas
de las Escrituras. Como escritos de carácter realmente excepcional, sus páginas
contenían no sólo relatos e historias de unos tiempos ya pasados, sino que, muy por el
contrario, rebosaban de inmediatez y aplicación válida para todos los tiempos. Así,
Nehemías eleva una oración como eco del lenguaje inspirador de la propia Palabra de
Dios y su contenido; la aventura espiritual que acomete se basa en precedentes
bíblicos; sus categorías obedecen a una enseñanza genuinamente escritural, y su
fortaleza espiritual se nutre de unas promesas divinas. Dos son entonces las grandes
ocasiones públicas en las que la lectura de las Escrituras ante todo el pueblo reunido
lleva directamente a una reforma práctica (8:7–12; 13:1–3). Había sido, pues, la
predicación de la Palabra, unida a una enseñanza aplicada, lo que había conducido a un
cambio en la vida de las personas.
Atraída por el señuelo de los modernos comunicadores, la iglesia de nuestros
tiempos ha dejado a un lado la primacía de la predicación expositiva. Parece que todo
ha de reducirse ahora a ‘unidades mínimas de comprensión’. Los medios de
comunicación insisten en que el escenario visual y el mensaje verbal han de estar
sometidos a continuo cambio si aspiramos a captar la atención de un público que nos
esquiva. Las personas verán su deporte favorito o escucharan la música que les guste
durante horas, pero se insiste en decir que la mente moderna tiene una capacidad de
atención por un tiempo limitado y que las personas ya no son capaces de escuchar
concentradas mucho tiempo seguido. Pero, cuando se trata de aplicar esos principios a
la predicación, ese razonamiento hace aguas ante lo que la propia enseñanza bíblica
tiene que decir al respecto, la evidencia histórica y la experiencia evangélica actual. Las
congregaciones dispuestas a conceder tiempo a una exposición viva, bien
documentada, fiel y relevante de las Escrituras, se perfilan como comunidades que
responden a los anhelos más profundos del corazón humano y las necesidades más

220
acuciantes de su mente.

c. Una afirmación decisiva


El mensaje de Nehemías nos enfrenta a la total grandeza y absoluta suficiencia de
Dios. Aparta nuestra atención de lo que pudiera distraernos, para centrarnos en el
genuino tema capital del libro: la incomparable magnitud de la naturaleza de Dios, la
total fiabilidad de su palabra, el profundo esplendor de su santidad, la insondable
profundidad de su amor y la ilimitada capacidad de sus recursos y su poder. No todo el
mundo describiría a Nehemías como ‘la personalidad más genial de entre todas las que
nos presenta la Biblia’,52 pero sí que es muy probable que todos estén de acuerdo en
que sus logros habían estado inspirados y dirigidos por el Dios que le había capacitado y
dado fuerzas. La nota dominante de su testimonio, que se mantiene a lo largo de todo
el escrito, desvía la atención de un posible enorgullecimiento humano para apuntar a
esa capacitación divina. La actual generación de creyentes necesita renunciar, según el
caso, a ese triunfalismo vano o a un pesimismo descalificativo para confiar en la
superlativa grandeza de Dios. Todo lo que pueda apartar nuestra atención de la
obsesiva preocupación por el propio yo, tan característica de finales del siglo pasado, e
incluso del presente siglo en el que vivimos, para hacer que nos concentremos en la
realidad trascendente de Dios y en su abundante suficiencia, estará sin duda en sintonía
con la tradición propia de Nehemías y de todos aquellos que colaboraron con él.

d. Un compromiso radical
Con todo, nuestro conocimiento de Dios, por muy inspirado y grandioso que pueda
ser, nunca podrá quedarse simplemente en lo meramente emocional o de lo
excelsamente intelectual. Si nuestra doctrina acerca de Dios es plenamente bíblica,
nuestra voluntad se verá activada. En modo alguno podrá, pues, permanecer desligada
de la auténtica verdad, y tendrá entonces que ser algo más que felices sensaciones y
pensamientos elevados. De forma inevitable y absolutamente esencial, el conocimiento
de la verdad deberá traducirse en una santidad de vida. Todo el libro de Nehemías tiene
que ver con la santidad a la luz de las Escrituras, tal como se desprende de lo instituido
por Dios como norma de vida para el creyente. Y se trata, además, de una santidad en
íntima relación cotidiana, en oración reflexiva (1:5–11), demostrada en una entrega
voluntaria (2:1–9), manifestada en el servicio (2:11–20), puesta a prueba en el conflicto
(2:10, 19; 4:1–5), patente en su amor (5:1–19; 8:10–12) y confesada en perseverancia
(6:1–19; 13:4–31). En nuestro mundo moderno, la santidad de vida del creyente sigue
siendo la más efectiva y potente forma de dar testimonio en la evangelización. El
mensaje de Nehemías nos recuerda que la santidad de vida no es algo reservado en
exclusiva para la vida de iglesia o los cultos del domingo. No se trataba, pues, en su caso
de una santidad confinada a los márgenes del templo, sino algo para hacer manifiesto y
poner en práctica en todos los aspectos de la existencia, fueran éstos los de las

221
actividades laborales y comerciales o la vida doméstica en familia (13:23). Un pueblo
santo es el mejor vehículo de comunicación para un mensaje que quiere transformar
vidas.

e. Una necesidad urgente


La comunidad israelita posterior al exilio se enfrentaba a varios peligros — oposición
externa, desánimo emocional, indiferencia doctrinal, letargo espiritual y permisividad
moral. Los tiempos no se diferenciaban mucho de los actuales, y Dios respondió a las
necesidades de su pueblo llamando a su servicio a un hombre de fe atento a las
órdenes de su Dios. La Judea de ese siglo V necesitaba una persona comprometida en el
servicio y dispuesta, al mismo tiempo, a enfrentarse a la situación con realismo,
premura y determinación. Y Dios encontró en su siervo Nehemías a la persona ideal. El
Señor sigue hoy día capacitando a sus líderes sobre la base de los principios y las pautas
de la soberanía cristiana, y ello tal como lo encontramos justamente en Nehemías
13:4–31.

Pautas de liderazgo
Nehemías 13:4–31

Algunos de los párrafos con que concluye Nehemías 13:4–31 nos proporcionan un
fascinante comentario a la cuestión crucial del papel del líder bien capacitado. La
presentación que se hace de las cualidades que han de caracterizar un liderazgo eficaz
es tanto más atrayente por estar en un contexto que evidencia las amargas
consecuencias de gobernar sin cumplir con las expectativas creadas (4, 29).
El sumo sacerdote, Eliasib, era el responsable directo del bienestar espiritual del
pueblo, pero lo cierto es que no había supervisado con el necesario interés la vida y el
trabajo en el ámbito del templo. Su pariente (4) había permitido de hecho que un
prepotente amonita ocupara de forma permanente una de las dependencias del templo
reservadas para asuntos espirituales y, con ello, no sólo había mancillado la casa de
Dios, sino que había dejado al margen a sus siervos, esto es, a los levitas. Eliasib parece
haber ignorado los avances del secularismo patentes ya hasta en el propio seno del
templo del Señor y entre sus siervos. Es muy posible, además, que preocupado por
otros asuntos, ese sumo sacerdote hiciera la vista gorda ante la infidelidad de sus
colegas. Esa política de contemporización de su pariente ponía en peligro la vida
espiritual del pueblo de Dios, echaba a perder su testimonio y suponía un descrédito
para su ministerio como sacerdote.

222
La grave falta de deslealtad por parte del nieto del sumo sacerdote (29) había
provocado la difamación del nombre de Dios. Tobías había sido admitido en el templo
y, ahora además, otro enemigo declarado, Sambalat, había pasado a formar parte de la
familia del sumo sacerdote mediante matrimonio. Los dos hombres que con mayor
encono se habían opuesto a la reconstrucción de la muralla ocupaban ahora puestos
influyentes dentro del templo, y eso era algo que habían conseguido simplemente
manipulando a dos sacerdotes carentes de genuina espiritualidad.
¿Cómo iba la gente a tomarse en serio las Escrituras cuando habían sido
patentemente menospreciadas y dejadas a un lado por los responsables de exponerlas
y obedecerlas? El sacerdote Eliasib y el sumo sacerdote de idéntico nombre eran
merecedores de la ‘amonestación’ de Malaquías al respecto, como dos casos
exponenciales dentro de un sacerdocio corrupto y merecedor por ello de la condena del
profeta. Esos dos infames sacerdotes no habían puesto su corazón al servicio del Señor,
ni se habían mostrado dispuestos a escuchar su palabra, ni habían ‘honrado’ a Dios en
sus corazones. Como sacerdotes, deberían haber apartado a las gentes del pecado,
pero, con el suyo, habían sido ellos mismos los que ‘se habían apartado del buen
camino’.
La desobediencia de esos dos sacerdotes había perjudicado de forma tremenda al
pueblo de Dios. El relato supone una muy seria advertencia para los cristianos. Su tono
didáctico es inconfundible en el uso que hace de ciertos pasajes bíblicos: ‘Estas cosas
sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como
ellos lo codiciaron’. El pecado en un líder es algo extremadamente destructivo. Es algo
que deshonra a Dios y desacredita al ofensor; el evangelio queda en entredicho y la
iglesia resulta perjudicada.
Dejamos ahora a esos pobres líderes para centrarnos en tres buenos modelos de
liderazgo tal como el texto nos los ofrece.

1. Un liderazgo compartido (13:12–13)


Al descubrir Nehemías que, durante su ausencia, el pueblo había quebrantado su
promesa de hacer entrega del diezmo de las cosechas para sostenimiento de los levitas
(10:37), da de inmediato los pasos necesarios para rectificar la situación. Era cuestión
vital para la vida espiritual del pueblo de Dios que la enseñanza y el ministerio pastoral
de esos hombres quedaran restaurados de inmediato. Normalmente, los diezmos eran
recaudados por los propios levitas, siempre acompañados de un sacerdote, pero
Nehemías es perfectamente consciente de que ahora el sistema tenía que cambiar para
que fuera efectivo. Tras echar en cara a los nobles el abandono de obligación tan
crucial, nombra a cuatro funcionarios como equipo de ayuda en esa tarea de
recaudación y administración de ofrendas, y ello de tal forma que todo Judá pueda
aportar con facilidad su diezmo del grano, del vino nuevo y del aceite para su
almacenaje en las estancias recientemente dejadas libres por Tobías.
El nombramiento de ese pequeño equipo es, en sí mismo, representativo de un

223
liderazgo compartido que abarca cuatro áreas en concreto.

a. La coordinación de las aportaciones


Ese equipo cuatripartito incluía: un sacerdote, un levita, un escriba (o
‘administrador’) y un asistente u obrero, Hanán, que, según todos los indicios,
pertenecía a la familia israelita de cantores del templo (12:8). El trasfondo, vocación y
experiencia de esos cuatro hombres era muy diferente, pero Nehemías había escogido
adrede a unas personas con distintas dotes y capacidades de manera que se
complementaran entre sí, redundando todo ello en beneficio mutuo. De ser correcta la
referencia a la familia de Hanán, Nehemías habría tenido en cuenta que cada una de las
cuatro ramas principales del servicio al templo estuviera debidamente representada y
atendida.
Un sacerdote desleal, Eliasib, había abusado de su cargo, por lo que era adecuado
que otro digno de confianza, Selemías, se ocupara ahora de llevar a cabo las tareas
requeridas según el pacto: ‘Un sacerdote…estará con los levitas cuando los levitas
reciban los diezmos’ (10:38).
Habían sido muchos los levitas privados de su sostenimiento, por lo que era lógico
que, tras la restauración de su ministerio, Pedaías, levita, estuviera allí para hacerse
cargo de las aportaciones del pueblo.
Un escriba llamado Sadoc iba a estar presente para llevar el registro de las ofrendas,
siendo todos ellos ayudados por un asistente más joven, Hanán, que ayudaría a
almacenar el grano, el vino y el aceite que iba llegando al almacén del templo recién
purificado.
Con un equipo bien trabado en su diversidad de capacidades, Nehemías nos ofrece
un modelo válido para nuestros tiempos. El apóstol Pedro, en sus escritos a los
creyentes de ese siglo I en Asia Menor, insta a sus lectores a reconocer la naturaleza
complementaria de los distintos ministerios. Las iglesias, por su parte, han de darse
cuenta de que los dones de Dios han sido concedidos a título personal y distribuidos de
forma general. Y es necesario administrarlos con fidelidad, sabiendo que todos los
siervos de Dios verdaderamente comprometidos en honrar y glorificar a Dios, siempre
van a contar con las fuerzas necesarias.
Como verdaderos responsables, los cuatro integrantes del equipo estaban
presentes en el almacén con objeto de ser testigos (el sacerdote), recibir (el levita),
tomar nota (el escriba) y organizar (el asistente) todo cuanto se recibía. Cada uno de
ellos tenía una función que cumplir y eso era lo que hacían en perfecta conjunción.

b. La delegación de las responsabilidades


Nehemías había nombrado a esos cuatro funcionarios para que realizaran su labor
en perfecta coordinación y, habida cuenta del potencial riesgo de corrupción, bajo la
mirada atenta de todo un equipo y no de un solo individuo. Cada uno de sus

224
integrantes podía hacerse cargo de que las ofrendas fueran distribuidas para el uso
exclusivo al que estaban destinadas. Sobre todo, en cuestiones de finanzas, es muy
importante que las personas involucradas lleven a cabo su tarea prestando escrupulosa
atención al detalle, vigilando además que su posterior gestión sea completa y
responsable. Son de lamentar las numerosas historias de corrupción que tienen su
origen precisamente en un descuido inicial por parte de unos responsables que no
tuvieron en cuenta el riesgo potencial de la tentación asociado a la recogida y
distribución de grandes sumas de dinero. Nehemías pensaba que ya estaba bien de
tanta corrupción e intereses mercenarios en Judea. Sin duda, había llegado el momento
de abrir un nuevo capítulo en la vida espiritual y ética del pueblo. Ese equipo recién
nombrado vino así a ser ejemplo de servicio moral y responsable.

c. La importancia de la integridad
La primera preocupación de Nehemías al nombrar a esos nuevos responsables no
había sido tan sólo poder contar con la representación correspondiente de cada una de
las áreas del personal del templo, sino que a los cuatro se les consideraba dignos de
confianza (13). Nehemías había estado un tiempo ausente de Jerusalén, por lo cual,
para la elección de las personas adecuadas, es más que probable que buscara el consejo
de otras personas con más información. Aun así, se había asegurado de que los
integrantes de equipo tan singular fueran, en sus diferentes esferas, personas
competentes y de probada solvencia moral como fieles siervos de Dios.
La insistencia en un testimonio bíblico coherente, reflejado en el propio carácter, es
una constante en las Escrituras. Al verse Samuel frente a frente con Eliab, hijo mayor de
Isaí, pensó que un hombre de su porte y de su categoría social sería, sin duda,
candidato adecuado como rey, pero el profeta tuvo que aprender que Dios no puede
ser engañado por las apariencias externas. Él escudriña los corazones, ahondando en
esas cualidades que no siempre se hacen evidentes en lo externo. Nehemías confiaba
en ese nuevo equipo por estar persuadido de su incorruptibilidad moral. El apóstol
Pablo sostenía que únicamente debería encomendarse la responsabilidad del
liderazgo517 a personas de esa probada categoría.

d. La primacía del amor


Nehemías tenía un acendrado sentido de la comunidad y creía firmemente que, por
muy bien que estuviera organizado su sistema, no se lograría el propósito deseado si no
se contaba con un equipo equivalente de donantes, administradores y receptores o
recipiendarios ligados por el nexo de un amor común a Dios y entre ellos mismos. Todos
aquellos cuyos ministerios iban a depender de esas ofrendas eran sus parientes (13).
Con el uso repetido del término, el tema vital de un amor recíproco va haciendo su
aparición en diferentes contextos a lo largo del libro. Nehemías consideraba que todos
sus compatriotas no sólo eran conciudadanos y paisanos israelitas, sino verdaderos

225
hermanos en la fe como miembros integrantes de una misma familia (1:2; 4:14, 23; 5:1,
8, 10, 14; 10:29). Los parientes y los compañeros han de ser amados, servidos,
instruidos, exhortados, animados y protegidos en la medida que les sea necesario; y así
queda reflejado en las memorias de Nehemías. El tema de la ‘hermandad’ o parentesco
sigue vigente y activo en el Nuevo Testamento, con una enseñanza muy práctica
relativa a la propia iglesia, recordándosenos que todos los que confiesan su lealtad a
Cristo se pertenecen entre sí.

2. Un liderazgo eficiente (13:30–31a)


En el párrafo final del libro, Nehemías informa de lo ocurrido tras la expulsión del
nieto de Eliasib por la transgresión cometida: los purifiqué de todo lo extranjero, y
designé oficios para los sacerdotes y levitas, cada uno en su ministerio, e hice arreglos
para la provisión de leña en los tiempos señalados y para las primicias que habían de ser
presentadas por el pueblo de Israel.
Una vez más, se nos presenta a otro equipo de colaboradores en el ministerio, si
bien de mayor tamaño que ese primer grupo de cuatro encargado de recoger los
diezmos. Nehemías está dando cumplida noticia de la actividad de los sacerdotes, los
levitas y otros responsables más, incluyendo de paso esas cinco áreas concretas de
gestión en un servicio permanente. Exhortados por Nehemías a seguir adelante con su
tarea, se enfrentan al futuro con deseos de servir con lealtad (purificados de todo lo
extranjero), con responsabilidad (designé oficios…), con perseverancia (provisión de leña
para todo el año) y con todo su corazón. Todo lo cual quedaba ejemplificado en esa
ofrenda general de las primicias. Lo mejor de todo, en primer lugar para Dios.
La nota con que concluye el relato apunta hacia una tarea permanente asumida de
forma corporativa en virtud de líderes nombrados de forma específica y concreta, y ello
con la participación del resto del pueblo de Israel. Aun con su brevedad, el lenguaje
utilizado y las ideas que lo sustentan recuerdan los términos de un pacto suscrito por
dirigentes y pueblo llano, y ratificado mediante sello (10:28–39). La referencia a la
pureza, lo concreto de las responsabilidades a asumir por parte de sacerdotes y levitas,
las aportaciones de leña en los tiempos previstos y la ofrenda de los primeros frutos
eran recordatorio de unos votos anteriores hechos por los israelitas con promesa de no
descuidar la casa de nuestro Dios (10:39b).
Frases finales, pues, que condensan todo un servicio asumido con devoción y en
aras de unos ideales, que, tanto en este caso como en otros similares dentro de las
Escrituras, han de ser de estímulo y aliento para los creyentes de hoy.

3. Un liderazgo ejemplar (13:14, 22, 29, 31b)


La personalidad más destacada de este capítulo final es, sin duda, la del propio
Nehemías, el hombre cuyas dotes de liderazgo han ido haciéndose evidentes a lo largo
de todo el relato, desde ese primer momento de la reedificación de las murallas hasta la

226
reforma moral y espiritual de un pueblo que se había apartado del buen camino. En
este capítulo 13, la atención se centra en esas breves oraciones que, en determinados
momentos, parecen extraídas de su diario espiritual más íntimo, con pasajes
ocasionales que, en su origen, no estaban destinados al escrutinio público. ‘Son
memorias que brotan de lo más profundo de la experiencia humana, y nosotros
accedemos a ellas como auténticos intrusos.’ Esas cuatro oraciones son, sin embargo,
reveladoras de las actitudes de fondo de su auténtica esencia espiritual.

a. Nehemías oraba con convencimiento


Las cuatro breves oraciones de este capítulo final se prestan fácilmente al equívoco.
El ruego inicial en tres de ellas, Acuérdate de mí (14, 22, 31), podría entenderse como
una excesiva preocupación por los propios intereses. Pero, de juzgarse así, estaríamos
dejando a un lado el hecho capital de que Nehemías había hecho de la oración
constante su norma de vida. Es más, en la tercera de esas cuatro oraciones, Acuérdate
de ellos (29), está justamente intercediendo a favor de los sacerdotes y los levitas que
habían pecado. Y es interesante destacar que cada uno de esos encuentros concluye
con una oración intercesora. Lo que tenemos, pues, es un líder que aspiraba a hacerlo
todo en el marco de una confianza demostrada a diario en su relación con Dios como
garante absoluto y fiel de todo recurso necesario. Sus memorias comienzan (1:4–11),
pues, y continúan (2:4; 4:4–5, 9; 5:19; 6:14) con una encendida oración, y las frases
finales evocan su fidelidad a Dios como prioridad constante en su vida y ministerio
como siervo de su Señor.

b. Nehemías era poseedor de una profunda fe personal


Aunque preocupado por los intereses de la comunidad en su dimensión espiritual,
moral y social, como líder dirigente asume la importancia de una experiencia personal
con Dios y aprecia en lo más vivo la relación que se desprende de ese pacto suscrito
entre Dios y su pueblo, pero al llegar al lugar de oración se dirige al Señor no tan sólo
como el Dios de Israel sino asimismo, a título absolutamente personal, como mi Dios
(14). Esa relación personal en íntima confianza es distintiva de una dimensión vital de la
auténtica experiencia de la fe constante a través de los siglos. El trabajo expositivo que
Lutero hace de Gálatas 2:20 (‘el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí’) apremiaba a las gentes de su tiempo a reconocer la importancia crucial de esos
pronombres personales:
Pues cuando Cristo está presente todo es gozo y dulzura para el corazón
contrito y atribulado, tal como ahí hace constar el apóstol…con esas muy
reconfortantes palabras… ‘el cual me amó y se entregó a sí mismo por MÍ’…
Leed, pues, con gran vehemencia esas palabras en concreto ‘MÍ’ y ‘POR MÍ’ y, en
consecuencia, practicad en vuestro interior la certeza de una fe propia que da
lugar a concebir e inscribir ese ‘MÍ’ en el propio corazón… sin dudar en

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momento alguno que pertenecéis al número de aquellos incluidos en ese ‘MÍ’.
Al igual que cientos de devotos creyentes de los tiempos del Antiguo Testamento,
Nehemías se gozaba en esa posible comunión íntima con su Dios y Señor, llevado de
una fe que, tras la venida de Cristo, iba a verse aún más coherente, dinámica y
reforzada en todos cuantos hacían nueva confesión de sus creencias.

c. Nehemías dependía por completo de la gracia


A lo largo de su vida, Nehemías había demostrado ser un hombre de acción, pero
sabiendo en todo momento y circunstancia que, aunque una relación personal con Dios
necesita ser expresada mediante obras en lógica consonancia, nunca va, en cambio, a
ser posible alcanzarla en primera instancia en base a meras obras. Nehemías solicita en
oración que su Dios le muestre su favor según la grandeza de su misericordia (22). Se
utiliza ahí el término hebreo hesed, de tan amplia y profunda resonancia, que
encontramos continuamente en las páginas del Antiguo Testamento, que en tantos
casos se ha traducido como ‘amor misericordioso’, ‘amor de pacto’ o, sencillamente,
‘misericordia’. El término describe y engloba la naturaleza compasiva de un Dios en el
que se puede confiar; de un Dios, además, que se ha avenido a suscribir un pacto en
firme con su pueblo, y un Dios que ha prometido no abandonar nunca a los que ama.
Término, en definitiva, que pone de relieve ‘La extraordinaria constancia de Dios en su
amor a un Israel díscolo y persistente en su infidelidad’, algo ya señalado con
anterioridad por Nehemías en su presentación de ese amor de carácter único y
extraordinario de Dios (1:5; 9:17, 32). Y ciertamente todos los que experimentan la
sublime y persistente realidad de ese amor que no tiene precio nunca se atreverían
siquiera a imaginar la posibilidad de alcanzarlo por mérito propio.

d. Nehemías era consciente de la responsabilidad humana


Esas cuatro oraciones finales, que apelan a la misericordia divina con un Acuérdate
de mí, nos presentan de una perspectiva eterna de la existencia. Lo que Nehemías pide
ahora es que, en un distante futuro, el Señor no olvide ni ‘los muchos actos de amor y
misericordia’ (hesed) experimentados en el curso de su ministerio (14), ni la deslealtad
de aquellos que habían ‘profanado’ (29) el testimonio de carácter único de Israel. Los
que se le oponían se movían por puros intereses económicos y logros sociales, pero él
tan sólo aspiraba a ser aprobado por Dios. Blenkinsopp destaca ahí que ‘tratar de
asegurarse de que se cuenta con la aprobación divina es una aspiración muy legítima
que no debe movernos a crítica’. Nehemías pensaba en ese día anticipado por los
profetas Daniel y Malaquías cuando los cielos revelarán todo lo registrado de lo hecho
en la tierra.523
Tal como Kidner destaca, la oración final de Nehemías solicitando ser recordado
‘con favor’ tuvo generosa respuesta, pues, junto con Esdras, se concedió al pueblo de
Dios ‘una vitalidad, un coraje y una claridad de fe y visión’ que ya no iba a dejarles

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nunca. Por sus dotes administrativas, sus entusiastas reformas, su integridad doctrinal y
estilo de vida ejemplar, Nehemías ha sido fuente de consuelo y modelo a seguir por
innumerables generaciones de creyentes a lo largo de todos los tiempos con unas
memorias tan atrayentes como instructivas. Al igual que los otros autores del Antiguo
Testamento, Nehemías escribió ‘llevado por el Espíritu’.525 Y ese Espíritu que inspiró su
escrito es el que exhortará con poder a los creyentes para obedecer a todo cuanto Dios
tenga que decirnos también hoy.

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