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FACULTAD DE PSICOLOGÍA - Departamento de Psicología Social

PROGRAMA DE DOCTORADO
“INFLUENCIA SOCIAL: RELACIONES, PROCESOS Y EFECTOS”

TESIS DOCTORAL:
“Poder local para
el Desarrollo
Comunitario:
un estudio
comparativo
Chile - España”

ALBA XIMENA ZAMBRANO CONSTANZO

DIRECTOR DE TESIS
DR. ALIPIO SANCHEZ VIDAL

Barcelona, Noviembre 2006


CAPITULO I

CONSECUENCIAS SOCIALES
DE LA MODERNIDAD,
POSMODERNIDAD Y GLOBALIZACIÓN
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 15

1. CONSECUENCIAS SOCIALES
DE LA MODERNIDAD,
POSMODERNIDAD Y GLOBALIZACIÓN

La subjetividad moderna no es sólo un derecho adquirido,


es también una responsabilidad:
la de moldear el hogar común
que habitamos de acuerdo a los diseños que soñamos
y acordamos colectivamente.

(Pedro Güell)

No hay duda alguna de que nos encontramos frente a un escenario de múltiples y agitados
cambios en diversos planos de nuestras vidas, y consecuentemente con ello, la sociedad
contemporánea en su globalidad se ve sometida a reconfiguraciones que dan origen a nuevas e
inesperadas formas sociales y políticas. Según Beck (2002), estas nuevas formas de configuración
arrancan de las contradicciones y crisis de la modernidad.
Lo cierto es que nos encontramos ante un cambio de época que trae consigo un verdadero
cambio de civilización, que si bien aún permanece en fase de transición, conlleva modificaciones de
gran alcance que afectan nuestra forma de ser y entender el mundo, nuestras categorías
conceptuales y por cierto nuestras prácticas y relaciones sociales (Ibáñez, 2001).
La presencia en la sociedad contemporánea, de poderosas fuerzas sociales contradictorias
que obligan a las personas a vivir circunstancias vitales marcadas por la paradoja de la
interdependencia y fragmentación social, son fenómenos, como lo podremos ver más adelante, que
tienen importantes consecuencias en el campo de la subjetividad y de las relaciones sociales, que
implican la resignificación de los procesos de democratización, participación y revinculación social.

1.1. ¿Modernidad o Posmodernidad?

La Modernidad, es un período histórico que aparece, especialmente en el norte de Europa al


final del siglo XVII y se cristaliza al final del siglo XVIII. Implica formas de organización y vida cuyas
influencias han logrado alcanzar un nivel mundial. Este período de la Historia, conlleva todas las
connotaciones de la era de la Ilustración, que está caracterizada por instituciones como el Estado –
nación y los aparatos administrativos modernos (Giddens, 1994; Escobar, 2002). Tomás Ibáñez
(2001), agrega que la modernidad no puede ser separada en su constitución de la ciencia y de las
múltiples innovaciones tecnológicas que de ella se derivan.
Lo cierto es que la modernidad presenta ritmos acelerados de cambios, que no tienen
precedente en la historia mundial y adicionalmente estos cambios se hacen extensivos
16 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

prácticamente a escala mundial, dando origen al fenómeno de la mundialización o globalización, a


los que haremos mención con posterioridad. En este sentido hay consenso en admitir que lo
característico de la modernidad es que las formas de vida introducidas han arrasado, de manera sin
precedente, todas las modalidades tradicionales del orden social, cobrando estas transformaciones
en extensión y profundidad mayor intensidad que los cambi os característicos de períodos previos
(Giddens, 1994; Beck, 2002; Berger y Luckman, 2003; Bauman, 2003; Borja y Castells, 2004)
El análisis de modernidad según Ibáñez debe realizarse en dos frentes, uno en su dimensión
discursiva y el otro en la dimensión sociológica. Respecto de la dimensión discursiva el autor señala
que “el discurso de la modernidad es un discurso totalizante que se presenta como válido para todos
y en todos los tiempos” (Ibáñez, 2001:96). Las meta narrativas que se derivan, se expresan en
valores de tipo universal: progreso, verdad y emancipación. Adicionalmente, la modernidad es un
proyecto y proceso de secularización.
En la perspectiva sociológica, la modernidad es un proceso en donde se configuran una serie
de fenómenos. Ibáñez (2001) destaca los siguientes:
• Industrialización y centralidad del trabajo con la dotación de mecanismos que transforman el
trabajo en un valor
• Urbanización
• Comercialización de los bienes, y transformación de la mercantilización de los bienes como
principio articulador de la sociedad en sus diversas dimensiones.
• Burocratización de la gestión de lo social, con la construcción de instituciones y de
dispositivos encargados de la racionalización de las regulaciones sociales, de la gestión
política y de la esfera productiva.
• En el plano político la modernidad es responsable de generalizar el modelo democrático de
participación política, como la herramienta más apropiada para posibilitar el proceso de
modernización. Se trata de una verdadera revolución democrática que tiene en principio,
como su principal frente la creación de los Estados Nación (aunque ellos mismos rompan en
reiteradas ocasiones el principio de la democracia)
En la lógica del proceso de la modernización, indica Ibáñez (2001), ella alcanza su mayor
expresión en la década de los cincuenta, con lo que se ha denominado proceso de modernización.
Que situó como uno de los principales valores políticos para los gobernantes el acelerar el proceso
de la modernidad, para lo cual se buscó maximizar la racionalización de la economía y de la
sociedad. La modernización entendida como “camino o proceso a la modernidad”, ha sido el gran
horizonte del desarrollo, el que ha sido entendido a la luz de la lógica del consumo material y de los
niveles de vida en las naciones altamente industrializadas, interpretación que por cierto no es viable
para todo el mundo (Sagasti, 2005).
Como lo indica Daniel Duhart (2005), específicamente para la realidad latinoamericana pero
que ejemplifica lo antes expuesto, la modernización se constituyó en una importante meta desde la
segunda mitad del siglo pasado desde la lógica de distintos paradigmas del desarrollo, en todo este
recorrido se ha producido una gran paradoja: importantes avances en diversas áreas que han
mejorado las condiciones de vida de mucha gente, pero también el aumento dramático de las
brechas e inequidades entre los habitantes de la región.
Zigmunt Bauman (2005) en su reciente libro “vidas desperdiciadas, la modernidad y sus
parias”, analiza una de las más dramáticas consecuencias de la modernidad. Él indica que la
producción de “residuos humanos” o generación de población superflua, es una consecuencia
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 17

inevitable de la extensión de la modernización a las diversas áreas del planeta. Señala el autor, que
durante gran parte de la historia moderna las vastas regiones denominadas regiones “retrasadas”,
eran tratadas como el destino natural del exceso de población de los países “desarrollados”. El
diferencial de poder entre ambos tipos de sociedades, mediante procesos de colonización e
imperialismo, permitió a los países “modernos” del planeta buscar e implementar soluciones
globales a problemas de “superpoblación” localmente producidos. Pero una vez que la modernidad
se ha convertido en la condición universal estas soluciones globales ya no están disponibles para
los problemas producidos localmente. Hoy, un número cada vez más elevado de seres humanos se
encuentran privados de medios adecuados de subsistencia, a la vez que el planeta se está
quedando sin lugares donde poder ubicarlos. De tal modo las categorías de refugiados, inmigrantes,
asilados, entre otros, son la expresión más cruda de lo que Bauman denomina “aguda crisis de la
industria de eliminación de residuos humanos” (Bauman, 2005).
De un modo muy general, y en un intento por destacar los principales rasgos de la
modernidad, podemos indicar al menos cuatro que continuamente son referidos por los autores
consultados en esta investigación: racionalidad, secularización, descontextualización y la
autoreflexibidad.
En la modernidad tanto la ciencia como la razón se consideran como vectores del progreso y
emancipación. Desde la lógica de la modernidad el incremento de la racionalidad conlleva un
incremento de de libertad al mismo tiempo que trae consigo la posibilidad de progreso social. Así se
puede sostener que la racionalidad juega un rol fundante de la cultura y del discurso moderno
(Ibáñez ,2001)
La modernidad en palabras de Ibáñez (2001) es también un proyecto y un proceso de
secularización ya que los principios y valores sobre los que se articulan la ideología y axiología de la
época ya no radican en el cielo sino que en la propia humanidad. Esta situación tendrá importantes
impactos en diversos planos de la vida de las personas, aportando a los procesos de
autodeterminación, libertad por ejemplo, pero también debilitando el sentido compartido entre los
individuos y la sensación de certidumbre.
La descontextualización, por su parte, implica el despegar o arrancar la vida local de su
contexto. Esto según Giddens (1994) es el resultado de dos rasgos distintivos de las instituciones de
la modernidad: la separación del tiempo y del espacio y el desarrollo del mecanismo del desanclaje.
Por desanclaje entiende “despegar las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción y
reestructurarlas en indefinidos intervalos espacio temporales” (Giddens, 1994:32).
La autorreflexidad aludiría, siguiendo a Giddens (1991) al fenómeno de revisión continua que
se realiza a la actividad social y a las relaciones materiales con la naturaleza, a la luz de nuevas
informaciones y conocimientos (Giddens, 1991). La modernidad sería el primer momento de la
historia donde el conocimiento teórico y el conocimiento experto se retroalimenta sobre la sociedad
para transformarse mutuamente. Se trataría, por tanto, de una apropiación reflexiva del
conocimiento, que como analizaremos con posterioridad tiene también consecuencias en la
construcción de la subjetividad.
Beck (2002) autor de la obra “La sociedad del riesgo global”, va más allá en este concepto
destacando que la reflexividad de la modernidad alude a la preocupación surgida por las
consecuencias no deseadas, riesgos e incertidumbres fabricadas en la modernidad industrial. El
aspecto esencial que puede caracterizar este riesgo es que las personas tienen cada vez menos
control directo sobre circunstancias que les pueden afectar negativamente o positivamente
18 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

(Bauman, 1996, Beck, 1998, Robles, 2000). Esta percepción de los riesgos que nos amenazan
determinaría nuestro pensamiento y acción.
La expresión empleada por Beck (2002) de “sociedad del riesgo global” se refiere a algo más
que al hecho de que la vida social moderna introduce nuevas formas de peligro. La vida en la
sociedad moderna implica introducir una actitud de permanente cálculo hacia nuestras posibilidades
de acción. En este escenario, Beck (2002) propone que la reflexividad es una importante y necesaria
posibilidad de generar algunas dinámicas de cambio cultural y político con la finalidad de introducir
cambios radicales a los sistemas en crisis.
Como lo señalan numerosos autores, una posición de mayor reflexividad y responsabilización
es fundamental en el actual escenario mundial en el que coexisten graves amenazas latentes
fabricadas o favorecidas por el ser humano, como la ecológica sobre la biosfera y la nuclear, entre
otras tantas más. Estas amenazas requieren sin lugar a dudas de una posición conciente frente al
presente y al futuro la que pasa por analizar y tomar conciencia de las consecuencias de nuestras
acciones u omisiones (Morin, 2005).
Anthony Giddens (1994) en su obra “Consecuencias de la modernidad” sostiene que las
transformaciones que vive nuestra sociedad corresponden a la radicalización y universalización de
las tendencias de la modernidad, dando origen a lo que él ha denominado período de alta
modernidad. Como veremos luego, autores como Tomás Ibáñez (2001) y Alain Touraine (2005)
prefieren hablar de este período como un cambio de civilización que recién comienza y que
comparten en denominar Posmodernidad.
Beck (2002), por su parte, en una posición cercana a Giddens, establece una distinción entre
primera y segunda modernidad. El primer término lo emplea para describir la modernidad basada en
las sociedades de Estado-nación, en las cuales las relaciones, redes sociales y comunidades son
entendidas en su sentido territorial. Predominan en esta etapa el progreso y controlabilidad, la
existencia de pautas colectivas de vida, pleno empleo y explotación de la naturaleza. En la segunda
etapa, a la que él denomina también modernidad reflexiva, se presentan cinco procesos
interrelacionados: la globalización, la revolución de los géneros, el subempleo y la presencia de
riesgos globales. Aquí se constituiría un nuevo tipo de capitalismo, economía, un nuevo tipo de
sociedad y un nuevo tipo de vida personal, se trataría de una modernidad radicalizada, en la que la
dinámica de la individualización, la globalización y el riesgo socavan la primera etapa de la
modernidad industrial del Estado-nación. En esta segunda etapa, colapsarían las ideas de
controlabilidad, certidumbre y seguridad características de la primera modernidad.
Con todo, esta segunda fase de la modernidad se caracteriza por la confluencia de la
incertidumbre, predominancia del riesgo, y la globalización en los planos económicos y culturales.
En un escenario de tal naturaleza, las crisis de sentidos, la existencia de riesgos compartidos por
todo el mundo (tanto los naturales como los producidos por la acción humana), la interconexión,
ampliación de oportunidades para algunos y la existencia de profundas desigualdades caracterizan
el funcionamiento de las sociedades actuales.
Alain Touraine (1994) en su libro “Crítica de la modernidad”, señala que el proyecto que logró
consolidar la modernidad no pudo cumplir la promesa de libertad, abundancia y felicidad que ofrecía
a la humanidad bajo condición de que obrara según las leyes de la racionalidad. En contrapartida,
señala el mismo autor, el sujeto quedó sin mundo sagrado, natural y divino, dominado por el dogma
de la racionalidad al servicio de la sociedad de la producción basada en la acumulación de capital, y
en consecuencia terminó separándose de los sistemas sociales.
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Así la historia de la modernidad, ha desembocado en una sociedad en estado de permanente


ruptura: el producto ha sido separar al sistema de sus propios actores. Señala textualmente Turaine:
“ya no hay nada que se pueda denominar “sociedad”: encontramos, una al lado de la otra, una
fragmentación ilimitada de experiencias, que llamamos sin dudarlo”culturas”, y un mundo que “pasa
por encima de todo”, que no posee ningún contenido particular aparte de algunas necesidades más
o menos solventes” (Touraine, 2005:201). Así, la crisis de la modernidad llega a su cima cuando la
sociedad se aparta de todo principio de racionalidad y cuando los actores sólo tienen referencias
culturales, comunitarias o individuales para su integración a la sociedad. Ya no existen referencias
comunes, por lo que las definiciones de uno mismo, o incluso las definiciones de interacción con los
demás deben ser construidas desde una definición desde el interior, en un mundo definido
únicamente por el exterior desde las reglas de la economía global (Touraine, 2005).
El desafío para este sociólogo se encuentra hoy en la necesidad de reconstruir los vínculos
entre los diferentes sectores de la experiencia humana, produciendo formas de mediación entre
cultura, economía, ciencia, razón, sujeto, libertad, etc. Para ello, en “la modernidad de la
modernidad, en la reflexividad de la modernidad, sentimos la necesidad de definirnos no
socialmente (…) la cuestión es como puede crearse un individualismo que combata el individualismo
consumidor, y desborde así el aspecto político, social y económico mediante la memoria, la reflexión
y la sexualidad a la vez” (Touraine, 2005: 204). Se trataría de la recuperación del “individuo” como
ser único con capacidad de actor, capaz de dialogar desde su diferencia. Es en este contexto de
crítica a la racionalidad y al progreso modernista -y ante la necesidad de reconstrucción- que surge
para Alain Touraine el posmodernismo.
La polémica de si nos encontramos en una etapa tardía de la modernidad, en su radicalización
y crisis o en otro momento que la supera, es una polémica vigente. Para quienes se sitúan desde
esta última posición la posmodernidad significa la ruptura con todo aquello que se había establecido
como la forma universal, como los modelos o patrones generales en todos los campos a los que
todas las sociedades se habrían de ajustar. Se trata del término de los grandes relatos y consensos
que permitían que el conocimiento fuera legitimado. En ese sentido “se plantea que el
postmodernismo significa el fin del sujeto, el fin de la historia y el fin de las ideologías, en su lugar
predomina, se reproduce se pone de moda la existencia de la diferencia, de tomar las cosas por su
particularidad, por sus características y valores distintivos” (Castañeda, 2005:9). La pretensión
central de la posmodernidad es reconstruir al modernismo -concepto al que nos refereriremos luego-
en todos sus campos, analizándolo, para romper con sus antiguas reglas y poder correlacionar la
emergencia de nuevos rasgos en la cultura con la emergencia de un nuevo tipo de sociedad
(Castañeda, 2005).
Para Ibáñez (2001), al igual que la modernidad, la postmodernidad debe considerarse en la
doble vertiente discursiva y sociológica. El discurso de la posmodernidad es legitimador y
programático de un cambio radical que está ocurriendo desde hace algunos años, abriendo una
nueva época. Aunque su carácter central es cuestionar una diversidad de conceptos que han
perdido su utilidad, el autor señala que el discurso legitimador de esta nueva época, es aún un
discurso confuso, diverso, contradictorio, incoherente y fragmentado. En todo caso hoy presenta dos
dimensiones: (a) una crítica: de demolición y reconstrucción del discurso de la modernidad y de sus
presupuestos ideológicos, y (b) una dimensión legitimadora de la nueva época y con ello una
propuesta programática.
20 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Respecto de la primera dimensión, se critica la noción de la razón como emancipadora en la


modernidad. Existen múltiples argumentos para señalarla como aniquiladora (favoreciendo procesos
de barbarie como el Nazi, Hiroshima, etc.) y con efectos totalitarios (fragmentando, suprimiendo
diferencias, universalizando, etc.). Tomás Ibáñez (2001) destaca que detrás del discurso legitimador
de la modernidad (verdad, neutralidad, objetividad, universalidad, entre otros) se escondían
narraciones que legitimaban el uso engañoso del poder y de los procesos de sujeción.
En relación a la segunda dimensión, legitimadora de la nueva época, el discurso de la
postmodernidad insiste sobre las fragmentaciones de la realidad y del sujeto y también del
relativismo del conocimiento y de los valores. De acuerdo a este autor estos relativismos nos obligan
a ser más críticos y también más responsable políticamente, para tener una actitud vigilante con las
posibles nuevas formas de sujeción y poder dominación.
En contraposición a la postura universalizante de la modernidad, desde una posición
postestructuralista, se presenta una interesante idea que compartimos. Escobar (2002) destaca el
aporte que particularmente efectúan los antropólogos postestructuralista, cuando señalan que el
mundo actual se compone de variaciones múltiples de la modernidad, resultante de la infinidad de
encuentros entre la modernidad y las tradiciones: existen modernidades “híbridas”, “locales”,
“mutantes”, “alternativas “o “múltiples”.
Desde esta última posición, indica Escobar (2002), el desarrollo tal como se entiende desde la
modernidad radicalizada (modernidad desde el mundo supuestamente desarrollado) sería resistido y
negociado desde las localidades para convertir a la modernidad en algo distinto. Este acto de
reapropiación y resistencia, continúa el autor, es la expresión de la reapropiación cultural de la
modernidad y un giro hacia otra racionalidad. Se trataría en definitiva de “desoccidentalización” y
“deseuropización” de la historia de la modernidad, la que siempre ha sido híbrida.
Es necesario reconocer que en el campo de la IS, la visión desarrollista que entiende el
desarrollo desde el modelo mental de los valores propios de la modernidad ha estado y sigue
estando presente. Esta situación ha tendido a dejar fuera lo que se entiende por desarrollo desde las
realidades particulares en cada contexto histórico-cultural, primando el modelo que ve al desarrollo
como producto del avance de las culturas y sociedades desde la tradición o el “atraso” hacia la
modernidad. Esto en muchas ocasiones lo que ha implicado en la práctica es un proceso de
occidentalización y de dominio cultural como una prolongación del fenómeno histórico de la
colonización (Duhart, 2005).
Cabe preguntarse, como lo hace Sánchez Vidal (2004) “¿qué es desarrollo o progreso desde
el ideal de la modernidad y qué es retroceso desde la dimensión humana?”. Ello puesto que es
constatable en la práctica, que quienes se suponen son las sociedades “menos desarrolladas”,
tienen en el plano de la calidad humana mucho que entregar, en contraposición , a veces, a las
sociedades “desarrolladas” o más ricas que muestran, con cierta frecuencia, mayor desintegración y
menos consideración por el otro. Esperamos a lo largo de esta tesis continuar problematizando en
esta dirección.

1.2. Globalización: un fenómeno complejo y paradójico

Desde la posición de Giddens (1991, 2005), la globalización sería el resultado de la


radicalización y universalización de la modernidad. Una consecuencia directa de ello es que los
países occidentales pierden el pleno control de la modernidad, adquiriendo ésta lo que Beck (2002)
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 21

describe como trayectorias divergentes de las modernidades, en las cuales unos y otros países del
mundo por pequeños o distantes que sean se interinfluyen, al mismo tiempo que los espacios
locales siguen trayectorias –aunque influidas por la globalización- que les son propias a sus
particularidades históricas y culturales.
Diferentes pensadores adoptan frente a este concepto posturas muy diversas. Como lo
destaca Giddens (2005), se podrían identificar dos grandes posturas respecto de la globalización,
opuestas entre sí. Una escéptica, que plantea que la economía globalizada no es especialmente
diferente de la que existía en períodos anteriores, abierta y con gran volumen de comercio, siendo
por ello el funcionamiento del mundo relativamente similar al que ha tenido por muchos años. La
idea de globalización desde esta posición, sería una ideología propagada por librecambista que
quieren desmantelar los sistemas de bienestar, recortando los gastos estatales. La otra postura es la
de los radicales, quienes señalan que no sólo la globalización es muy real, sino que sus
consecuencias pueden ser vistas en todas partes. El mercado global estaría mucho más
desarrollado que antaño, excediendo como nunca antes las fronteras nacionales. Los estados han
perdido gran parte de la soberanía y los políticos su capacidad de influencia sobre los
acontecimientos. Sin lugar a dudas, es esta segunda posición la que mejor refleja el impacto de la
globalización en el mundo actual.
La globalización, es definida por Martín Wolf (2002: 24) como un “proceso de integración de
los mercados de bienes y servicios, capitales y quizás incluso de la mano de obra, proceso que se
ha desarrollado continuamente desde la segunda guerra mundial”. Los motores centrales de este
fenómeno de integración, siguiendo al mismo autor, son dos: los cambios tecnológicos, en particular
la reducción de los costes de los transportes y las telecomunicaciones, y la disminución de las
barreras arancelarias sobre la circulación de bienes, servicios y capitales.
Esta definición destaca exclusivamente la dimensión económica y sin lugar a dudas es un
error remitir la globalización a un fenómeno económico (Estefanía, 2002; Giddens, 2005). La
globalización es además de económica, política, tecnológica y cultural. Se trata de un proceso que
se ha visto influido, a partir de la década de los setenta, especialmente por cambios en los sistemas
de comunicación (Gómez, 2002).
Más allá de las posiciones a favor o en contra que desata, hay coincidencia en calificar al
proceso de globalización o mundialización 1 como un proceso paradójico en sus efectos. Es
TPF FPT

necesario mantener una actitud vigilante, pues la globalización supone oportunidades, allí donde se
concreta, pero al mismo tiempo amenazas y homogeinización que a menudo esconden
desigualdades y hegemonías.
Como ya se ha propuesto, distintos autores concuerdan en que la globalización no es un
fenómeno reciente, pues lleva actuando a lo menos dos siglos en el plano tecnológico y en los
procesos crecientes de liberalización de los mercados (Wolf, 2002). Pero también hay coincidencia
en que la globalización en muchos sentidos es en la actualidad no sólo nueva sino que también
revolucionaria. Ella traduce en la actualidad una serie compleja de procesos que influyen de un
modo determinante en la vida diaria de las personas como también en los acontecimientos que se
suceden a escala mundial, reestructurando nuestros modos de vivir de una forma muy profunda
(Giddens ,2005).

1
TPAunque aquí empleamos el concepto de globalización por su amplio uso,muchos autores, particularment franceses, que prefieren
PT

el vocablo mundialización
22 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Esta complejidad es recogida en la siguiente definición de globalización propuesta por Comas


(2002: 107): “es un proceso de internacionalización de la economía, tecnología, las finanzas, las
comunicaciones o la producción cultural; expresa, en definitiva la escala mundial de muchos
fenómenos”. El concepto resaltaría la interdependencia a nivel mundial, y aunque esta
interdependependencia no sea nueva, si lo son la amplia escala de interconexión entre sociedades,
la inmediatez de las comunicaciones a distancia, la rapidez cada vez mayor de los medios de
transportes, cuestiones todas que implican una ruptura respecto a la forma de concebir y de
organizar el tiempo y el espacio.
Aunque se reconoce la amplitud de las transformaciones asociadas a la globalización, hay
autores que señalan que al centro de estas transformaciones, se encuentra la revolución
tecnológica, que a partir de fines del siglo pasado se organiza en torno a las tecnologías de
información (Costa Filho, 2004; Wong, 2004). El proceso de globalización de la economía y la
comunicación basado en la nueva infraestructura tecnológica ha cambiado las formas de producir,
consumir, gestionar, informar e incluso las formas de pensar (Borja y Castells, 2004).
El planeta es hoy, sin duda alguna, asimétricamente interdependiente y esa interdependencia
se articula cotidianamente en tiempo real, a través de nuevas tecnologías de información y
comunicación, en un fenómeno históricamente nuevo que abre de hecho una nueva era de la
historia de la humanidad: la era de la información (Borja y Castells, 2004). La sociedad en esta
nueva lógica, está organizada en un sistema de flujos globales: financieros, de información, de
imágenes, etc., dando origen a lo que Castells (1997) denomina como “sociedad de flujos”. De tal
modo, el poder y la riqueza quedan ahora organizados -según este autor- en redes globales por las
que circula información.
En la era de la información, las nuevas tecnologías de la información, constituyen la
infraestructura básica de fenómenos que afectan a las relaciones sociales en ámbitos diversos pero
estrechamente interrelacionados como el económico, cultural y el político.
La economía globalizada aunque sea de larga data en el mundo, se ha venido transformado
en lo que Borja y Castells (2004) denominan “economía global/infomacional”, adoptando (como ya lo
hemos enfatizado) características peculiares sin precedentes. Las actividades económicas
estratégicamente dominantes funcionan, en este nuevo contexto, como unidad a nivel mundial en
tiempo real o potencialmente real. Ejemplo de ello son el mercado de capitales, gestión de empresas
en red, compras por Internet, operaciones monetarias, entre otras tantas manifestaciones.
Así la economía global es hoy una economía en la que el incremento de la productividad
depende cada vez menos del incremento cuantitativo de los factores de producción (capital, trabajo,
recursos naturales) y cada vez más de la aplicación de conocimiento e información a la gestión,
producción y distribución de procesos y productos. En consecuencia, esta nueva economía viene
modificando las relaciones de trabajo y la estructura de empleo, pues impone un modelo flexible de
relaciones laborales que provoca precariedad en el empleo, socava el Estado de Bienestar y pone
en cuestión el rol de los sindicatos (Borja y Castells, 2004). Modifica por ejemplo, de forma
dramática las condiciones de empleo y la organización del trabajo: las empresas tienden a
relocalizarse en zonas de menores costos, de regulación más laxa, o de disponibilidad de productos
para aprovisionarse de ellos con facilidad y a bajo costo; el trabajo tiende hacia la individualización
de las tareas y fragmentación de los procesos de trabajo. Son comunes los fenómenos de
descentralización productiva, subcontratación parcial y a tiempo parcial, empleo por cuenta propia y
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consultoría y externalización de servicios. Estos y otros aspectos colaboran en transformaciones de


gran profundidad en la fuerza laboral actual en diversos lugares del mundo.
El resultado del curso que ha adoptado la economía mediante el libre-mercado -que incluye
altas tasas desempleo y ocupaciones inestables- es el paso desde una sociedad basada en el
trabajo a una basada en el conocimiento lo que conduce a muchos a una inseguridad endémica
(Tironi, 2005).
La globalización también ha tenido importantes impactos en el ámbito cultural, expresado en la
mundialización de los estilos de vida y los modelos de consumo. Este fenómeno ha derivado en
importantes consecuencias negativas para la identidad y cultura de diversos sectores de la sociedad
(Duhart, 2005 y Giddens, 2005)
También hay una transformación en el plano de las comunicaciones y por consiguiente en el
ámbito cultural. Para comprender, por ejemplo, las diversas esferas de producción cultural tales
como el arte, la literatura, la ciencia, la filosofía, etc., es conveniente analizar la relación que estas
tienen con la televisión, más precisamente cómo ésta las condiciona. Gómez (2002), citando a
Bourdieu, destaca que el campo periodístico que tiene su principal tribuna en la televisión, ejerce un
monopolio efectivo sobre los instrumentos de producción y difusión a gran escala de la información.
Recordemos que el periodismo suele estar al servicio de grandes empresas de
comunicaciones que defienden determinados intereses económicos y políticos. Se produce una
suerte de uniformidad mediática, que impone criterios y propuestas de interpretación. El discurso
mediático, que se produce y reproduce en los distintos medios de comunicación audiovisual,
elaboran un universo de representaciones simbólicas con propuestas de cosmovisiones, a la vez
que construyen una realidad con pretensiones de ser reflejo de la realidad social (Gómez, 2002).
Así pues, nuestra sociedad está cada vez más organizada en torno a la producción,
distribución y manipulación de símbolos, y la política no se ha escapa a esta lógica siendo capturada
por los medios de comunicación. El nivel simbólico de la política es ahora más importante que nunca
y por tanto, los mensajes en el ámbito de la política, deben generar símbolos capaces de recibir
apoyo, anclados en personalidades creíbles y fiables y en lo posible carismáticas (Borja y Castells,
2004).
Por otra parte, y aunque su uso sigue estando restringido a una élite, el extraordinario
desarrollo de internet está multiplicando las fuentes de información e intercambio horizontal a nivel
mundial. La flexibilidad del nuevo sistema de comunicación ha aumentado su capacidad de
absorción de tipos de expresiones culturales, sociales, políticas, en un universo digital
electrónicamente comunicado y difundido (Borja y Castells, 2004). Además de los múltiples efectos
benéficos de este medio de comunicación, no se puede desconocer, también, otra serie de efectos
que comienzan a sentirse.
La revolución tecnológica como lo plantean Kennedy y Sagasti en el foro UNESCO ¿A dónde
van los valores?, solo afecta a una minoría de la población sobre todo de los países más ricos,
aumentando las distancias entre estos y los países más pobres. Mientras uno de cada dos
norteamericano utiliza internet, la proporción mundial no pasa de una persona de cada diez; en los
estados árabes, solo una persona de cada cuarenta tiene acceso a Internet, mientras que en África,
sólo solo una de cada ciento treinta (Kennedy, 2005).
Otro aspecto preocupante, entre los usuarios de internet corresponde a los efectos adversos
que pueden acarrear estas tecnologías a nivel psicosocial; algunos estudios mencionan efectos
indeseados como la disminución de la comunicación interpersonal a nivel de espacio cotidiano,
24 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

depresión y aislamiento del individuo puesto que las relaciones virtuales no ofrecen el apoyo y calor
necesarios para el bienestar y desarrollo. Adicionalmente se ha indicado que al menos el 6% de
usuarios experimentan adicción en el sentido médico del término (Gómez, 2002).
Como ya se ha ido apreciando, el tema del poder no está ajeno a las reflexiones que concita la
globalización. Susan George (2002), desde una postura critica indica que solo se puede pensar en
la globalización como algo “arrastrado” o empujado por las grandes empresas multinacionales, “una
suerte de maquinaria destinada a concentrar la riqueza y el poder hacia lo alto de la escala social,
maquinaria que en todos los campos, toma a los mejores y deja a los restantes” (p.23). El gran
cambio que ha implicado la globalización actual, desde la posición de esta autora, es que las
multinacionales como los mercados financieros han alcanzado un poder tanto económico como
político sin precedentes.
Dirigida por Occidente, lleva la impronta del poder político y económico de Estados Unidos y
es altamente desigual en sus consecuencias (Giddens, 2005). Esta concentración del poder,
después del fin de la guerra fría, ha quedado innegablemente en manos de Estados Unidos. Noam
Chomski en numerosas obras y conferencias muestra el mecanismo mediante el cual se ha
generado y mantenido esta concentración del poder (Chomski, 2002, Halperín 2003). Él señala, por
ejemplo, que los programas neoliberales de última generación son parte de una estrategia de varios
siglos de duración para “transformar no sólo los hábitos y la conducta sino también las mentes y
actitudes de modo que la gente acepte la subordinación (…) restrinja sus aspiraciones a
necesidades artificiales creadas por la industria de la publicidad y del entretenimiento” (Chomski,
2002:123).
Alvin Toffler (1990), realiza un análisis más amplio y señala que estaríamos enfrentando una
masiva reestructuración de las relaciones de poder, una verdadera revolución en la propia
naturaleza del poder. Si bien en la actualidad tres serían las potencias que concentran la mayor
parte del poder mundial: Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, no habría que dejar de atender
que no estamos simplemente en una dinámica de transferencias del poder sino que
fundamentalmente en una transformación de la naturaleza misma del poder. Ello está implicando en
el presente, y lo hará más en el futuro, que se pase del poder radicado en la violencia y en la riqueza
hacia el poder del conocimiento, de tal modo que el control del conocimiento es el punto capital de la
lucha mundial por el poder.
Este poder, se encarna en la circulación mundial de capital e información que se hace
extraterritorial, sin que las instituciones políticas con asiento local puedan revertir los efectos
(Bauman, 2003). En la llamada “sociedad del conocimiento”, las fracturas ocasionadas por las
brechas entre países son abismales. Para ilustrar esta situación basten algunas cifras: la relación
actual de la renta per cápita media entre los 24 países más ricos y los 42 países más pobres es de
62 y 65 a 1, sin embargo, la relación del gasto anual per cápita en investigación y desarrollo es
superior a 250 a 1 (Sagasti, 2005). Esto hace prever que la concentración en la generación de
conocimiento, y la utilización que se pueda hacer de él, nuevamente queda fuertemente concentrada
en unos pocos países con capacidad de invertir en este ámbito, aumentando aún más las
inequidades y las relaciones de dependencia.
Dolores Comas en el libro “Los límites de la globalización”, efectúa una crítica al concepto de
globalización y las ideas que se asocian a él. Ella indica que “el término globalización evoca la
unidad del sistema mundial dejando en segundo plano las formas de poder y desigualdad existentes
en él a pesar de que ellas también, cristalizan a escala mundial” (Comas, 2002: 85). Esto según esta
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 25

autora, obligaría a reconstruir el término, cuestionando si la noción de unidad del sistema -que
constituye una de las ideas fuerzas del concepto- es efectiva en la práctica. Reconoce que esta
unidad es cierta en algunas dimensiones: se han incrementado las conexiones que permiten más
proximidad, más sentido de comunidad y reciprocidad; Pero no es un sistema unitario en otros
aspectos, puesto que en la escala mundial hay desigualdades, diversidad y fragmentación cultural.
La autora destaca que la globalización comporta: El aumento de desigualdades; se manifiesta
de diversas formas y adicionalmente, incrementa la reivindicación de la diferencia cultural.
Revisemos cada uno de estos aspectos a continuación.
En primer término, se reconoce que la globalización ha incrementado las desigualdades y la
exclusión social. La globalización no está avanzando equitativamente y las estadísticas son
angustiosas a este respecto como ya lo hemos expuesto con anterioridad. El Informe de Desarrollo
Humano del PNUD (1999), muestra que la globalización va acompañada de crecientes
desigualdades y mientras en regiones y estratos poblacionales hay quienes pueden beneficiarse del
sistema global, hay otros que por diversas razones no pueden hacerlo. Así por ejemplo, la porción
de renta global de la quinta parte más pobre de la población se ha reducido del 2,3% al 1,4% entre
1989 y 1998; en contraste con la proporción que se lleva el 20% de la humanidad que corresponde
al 84% (Giddens, 2005; Comas 2002). Esta lógica de concentración de la riqueza, queda aún más
de manifiesto al ver que 225 multimillonarios en el año 2002, concentraban fortunas equivalentes al
total del ingreso obtenido por el 47% de la población (Comas, 2002).
Otra expresión de esta inequidad es la ausencia en muchos países poco desarrollados de
normas de seguridad y medio ambiente, por lo que allí algunas empresas transnacionales venden
mercancías como medicinas de baja calidad, pesticidas destructivos o cigarrillos con alto contenido
de nicotina y alquitrán, productos todos prohibidos en los países industrializados (Giddens, 2005).
Las diferencias en la riqueza se traduce en una suerte de clasismo ambiental, de tal forma que
el enorme consumo de los países más ricos hace que estos hagan cada vez más demandas de
recursos naturales, repercutiendo en los países más pobres que son quienes normalmente los
proveen a bajo costo y con lógicas de producción depredatorias (Comas, 2002).
La hegemonía del capitalismo conjuntamente con mundialización de la economía y las
finanzas está siendo, a decir de Dolores Comas (2002), utilizada para aumentar los desequilibrios
económicos, sociales y políticos a escala planetaria, creando serias dificultades de adaptación de
numerosos países. Las grandes diferencias entre países pobres y ricos en términos de riquezas y
garantías sociales promueven una creciente ola migratoria desde el sur hacia el norte o entre países
del este europeo.
En segundo término, es una constatación que la globalización no se presenta de un modo
uniforme en diferentes partes del sistema, pudiéndose observar que la globalización se manifiesta
de diversas formas. Hay sin duda alguna, diversidad de respuestas ante la globalización; existiría
una síntesis particular y distintiva entre las grandes corrientes económicas y las respuestas locales
ancladas en tradiciones culturales (Comas, 2002). La globalización encierra muchos órdenes
sociales, que expresan esta forma de reapropiación de la modernidad desde las particularidades de
las culturas. Como lo indica Arturo Escobar (2002), la globalización puede ser vista como el
encuentro de modernidades bajo condiciones desiguales de poder que produce síntesis propias:
modernidad islámica, china, India, y otras tantas pequeñas modernidades de las comunidades
indígenas.
26 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Existen variados movimientos sociales surgidos en espacios culturales que han venido
configurando economías, culturas y relaciones de poder diferentes a la configuración dominante que
adopta la modernidad neoliberal. Serían una suerte de “pliegue” que le aparece a la modernidad,
que acuden a lo global para fortalecer lo local (tómese como ejemplo el Movimiento Zapatista y al
Movimiento de las comunidades negras del Pacífico Sur, entre otras muchas).
Este fenómeno es definido por Ulrich Beck (1998) como la glocalización, indicando con ello,
que la globalización ha implicado la conexión de diversos espacios locales, los que reconociéndose
en su diversidad logran colaborar entre sí.
Por último, se puede apreciar un aumento de la reivindicación de la diferencia cultural. Los
procesos de globalización al mismo tiempo que han favorecido la homogenización cultural han
promovido el resurgimiento de identidades culturales locales en diferentes partes del mundo y una
tendencia a la fragmentación cultural. En este sentido, es posible apreciar que se las presiones que
reivindican la autonomía local y la identidad cultural regional se intensifican (Giddens, 2005).
A este respecto, Borja y Castells plantean que: se “están creando y desarrollando sistemas de
significación cada vez más en torno a identidades expresadas en términos fundamentales.
Identidades nacionales, territoriales, regionales, étnicas, religiosas, de género” (2004:30). La
afirmación de identidad histórica o reconstruida constituye una reacción y contradicción al sistema
de flujos globales que resultan ser –como lo hemos ido arguementando-extremadamente
excluyentes. El fundamentalismo sería una expresión concreta, según los mismos autores, de “una
exclusión de lo excluyente”.
Comas (2002) indica que el sistema global sería el contexto en el que emerge la conciencia de
identidad y donde se refuerzan los mecanismos para el fortalecimiento de la configuración cultural
particular, ya que la especificidad cultural es invocada para marcar los límites y diferencias de un
grupo respecto de otro. Este intento de mantener la identidad, y con ello el sentido de pertenencia
cotidiana a una sociedad concreta, sería una reacción frente a la hegemonía de valores
universalistas que han perdido la capacidad de aglutinar a la sociedad y que carecen de base
histórica y territorial que otorgue significado a los sujetos (Borja y Castells, 2004).
Sea dicho de paso, como claramente lo expone Norberte Bilbeny (2002), que una cuestión
inherente a las identidades es que no son ni universales ni particulares. Por ello, se puede entender
que las identidades particulares que se proponen como resistencia a la globalización, son ellas
mismas sintéticas y el resultado de múltiples influencias, incluida –por cierto- la influencia de la
globalización aunque se vea “en el otro lado”.
Expresiones concretas de estas tendencias son el resurgimiento de los nacionalismos en
Europa del este con fuertes conflictos étnicos, y los movimientos indigenistas en América que
persiguen reivindicar derechos sociales, económicos y políticos y que ponen en primer plano la
especificidad cultural (Comas, 2002; Fundación Encuentro, 2005).
Otras expresiones la constituyen reacciones de racismo y xenofobia, las que por ejemplo en
Europa han aumentado, como reacción a la inmigración. Allí se evidencia progresivamente, una
etnización de la fuerza de trabajo, donde los inmigrantes suelen tener aquellos empleos más
precarios del mercado laboral y en donde se observan reacciones de exclusión y rechazo aduciendo
a las diferencias culturales y religiosas.
A diferencia de la sociedad industrial, apunta Alvin Toffler (1990), en donde los grupos
raciales, étnicos y religiosos buscaban de algún modo la asimilación a la cultura receptora, hoy
exigen el derecho a ser y a mantenerse orgullosamente diferente. La diversidad es el nuevo ideal,
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 27

en donde se espera que conviva la diferencia, pero sin lugar a dudas en este contexto están
surgiendo disputas de creciente complejidad y potencialmente violentas, para la que muchos
gobiernos requieren de herramientas jurídicas y sociales que les permitan mediar (Bilbeny, 2002).
En consecuencia, la desigualdad económica mundial, el efecto de las telecomunicaciones y el
aumento de los flujos migratorios, no han hecho más que acentuar el carácter multicultural de los
países democráticos y económicamente desarrollados; estos han aumentado su pluralidad de tipo
cultural (Bilbeny, 2002). Por tanto, la gestión de las diferencias socio-culturales de los distintos
grupos de la población que cohabitan un espacio, y su integración en una cultura compartida que no
niegue las especificidades históricas, culturales y religiosas, es una de las tareas pendientes para
las sociedades y gobiernos en nuestro tiempo (Borja y Castells, 2004).
Alain Touraine en su libro ¿Podemos vivir juntos?, manifiesta una crítica aguda respecto de la
invasión que ha constituido la globalización en diversos planos de la vida humana. La ya
mencionada ruptura entre el mundo instrumental impuesto por la economía mundial globalizada y la
construcción de subjetividad, deja fuera los elementos para la construcción de sujetos con derechos.
Al respecto expone: “el significado de la globalización es que algunas tecnologías, algunos
instrumentos, están presentes en todas partes, es decir, no están en ninguna, no se vinculan a
ninguna sociedad ni a ninguna cultura en particular” (2000:9). Pero esta capacidad de deshumanizar
y desintegrar que tienen las distintas esferas -económica, tecnológica, cultural y política- encuentra
resistencias en lo propio, en lo local, en lo autóctono.
Con todo, a pesar de los efectos erosionantes de la globalización, es posible constatar como
ya lo han referido varios autores, que tiene un impacto fortalecedor en el ámbito local. Duhart (2005)
señala al respecto que en el mundo global al encontrarnos con “otros” desconocidos, estamos
interpelados a preguntarnos primero quiénes somos nosotros para poder presentarnos hacia fuera,
revitalizando nuestra identidad.
Una de las caras positivas de la globalización es el potencial que ofrece la interdependencia e
integración mundial. Este proceso ha sido conceptualizado como planetización, enfatizando la
importancia de la cooperación y articulación de la diversidad cultural a escala planetaria la que
puede permitir abordar problemas que afectan a diversos pueblos y aportar variados beneficios a
favor del desarrollo respetando la diversidad cultural (Duhart ,2005)
Como hemos podido apreciar, todo parece indicar que la modernidad y la globalización, con
sus diversos matices, ofrece un escenario adverso a la vida social en muchas dimensiones,
especialmente en lo que respecta a la reproducción de vínculos comunitarios. Como claramente lo
expresa Alipio Sánchez (2004), “la destrucción de la comunidad y la alteridad serían a la vez que el
programa implícito de la modernidad, el efecto inevitable de las instituciones y valores que la
sustentan. La modernidad se ha construido sobre la base de valores -como la autonomía individual,
interés propio y la utilidad social- que han supuesto la creciente desarticulación de los complejos y
delicados ligamentos, vinculaciones y relaciones entre personas y grupos sociales que son la base
de la comunidad social” (Sánchez Vidal, 2004:97).
Pero también, como veremos a continuación, hay coincidencia en destacar que existe una
atmósfera creciente de revalorización de una sociedad más humana, democrática y responsable, en
definitiva una demanda por “comunidad” (Tironi, 2005). Desde espacios diversos se interpela y se
trabaja por recuperar la alteridad y vinculación social. Hay grados importantes de riqueza en el
discurso legitimador de la postmodernidad que esperamos progrese en un “proyecto que alcance
para todos”.
28 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

1.3. Modernidad/Postmodernidad, subjetividad y sociabilidad: el retorno al ideal


comunitario

Autores como Giddens, Beck, Bauman, Berger y Luckmann, Sennett, entre otros tantos,
destacan en sus análisis, importantes impactos de la modernidad y de la globalización en ámbitos
tan diversos como: la identidad, estructura familiar, lazos comunitarios y vida pública.
Todas estas transformaciones configurarían, como hemos anunciado con antelación, un
escenario que es en muchos sentidos especialmente adverso a la reproducción de los vínculos
comunitarios. Esta situación puede evidenciarse en tendencias tales como el aumento generalizado
de la desconfianza e inseguridad, el enfriamiento de las relaciones entre individuos y la perdida de
ataduras de todo tipo. También en la aparición de una nueva forma de vivir el espacio público, que
privilegia la intimidad y privacidad por encima de cuestiones comunes (Tironi, 2005).
A continuación examinaremos cómo los principales pensadores sociales contemporáneos
sitúan las transformaciones de la subjetividad y la sociabilidad y cómo se proyectan los procesos
sociales en el nuevo orden de cosas. Adicionalmente, efectuaremos algunas referencias más
específicas respecto de lo que ocurre tanto en Chile como en España en el campo de las relaciones
sociales y las posibles transformaciones de la subjetividad a la luz de algunos estudios recientes en
cada uno de estos países

1.3.1. Subjetividad y sociabilidad en la sociedad contemporánea


En una extensa revisión de la literatura nos podemos encontrar con posturas que convergen
en señalar que hay transformaciones sustantivas en la subjetividad y en la sociabilidad, pero los
impactos que estas transformaciones tienen en las posibilidades de desarrollo de las personas
cobran diferentes énfasis. Algunos autores sostienen una evaluación bastante negativa frente a
estas transformaciones, mientras otros indican que se trata de cambios que en importantes
dimensiones de la vida favorecen el desarrollo de la autonomía personal, o al menos constituyen
desafíos para que puedan ocurrir importantes cambios en dirección positiva.
Desde la psicología, y especialmente desde la PC, enfatizamos que la persona y sus vínculos
sociales son el centro y motor del desarrollo, para que podamos aportar en ello requerimos ante
todo reconocer los nuevos escenarios sociales y enfrentar los desafíos inéditos que ellos nos
presentan.
El sociólogo chileno, Pedro Güell (2006:1), propone que la subjetividad “es aquella trama de
percepciones, aspiraciones, memorias, saberes y sentimientos que nos impulsa y nos da una
orientación para actuar en el mundo. Subjetividad social es esa misma trama cuando es compartida
por un colectivo”. Ella permite construir relaciones y que las personas puedan percibirse como un
colectivo y actuar como tal. Continua el autor señalando que la subjetividad es parte de la cultura,
pero es aquella parte que es inseparable de las personas concretas, por tanto es la parte más
cambiante y frágil de ella.
El sujeto se construye como tal en la interacción con los otros, en palabras de Ana de Quiroga
el “sujeto es producido”, emergente de procesos sociales, institucionales, vinculares, y es por ello
que las transformaciones acontecidas en los diversos planos de la sociedad contemporánea
convergen en generar nuevas formas de cotidianidad y organización de la experiencia que como lo
indicaramos tiene profundo impacto sobre la subjetividad (de Quiroga, 2002). Más aún, si
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 29

consideramos que en la actualidad las culturas tienden a una creciente fragmentación y


diversificación, cabría suponer que la subjetividad individual y colectiva emerge como nunca antes
en la vida social, quedando por lo tanto más expuesta (Güell, 2002).

1.3.2. Transformaciones de las relaciones íntimas


Hay coincidencia en indicar que los cambios en los que nos vemos envueltos tienen su
máxima expresión en la vida privada, es decir en las relaciones interpersonales, sexualidad,
matrimonio y familia. Habría, en expresión de Giddens (2005:65) “una revolución acerca de cómo
nos concebimos a nosotros mismos y cómo formamos lazos y relaciones con los demás”.
Uno de los principales cambios reconocidos es en la familia. Esta se ha diversificado,
mostrando hoy un paisaje diverso, en donde emergen diferentes formas de vivir en familia que van
desde la familia nuclear biparental, cohabitación extraconyugal, parejas sin hijos, uniones formadas
por homosexuales, familias uniparentales, familias con hijos de diferentes progenitores que se
suman a las tradicionales familias extendidas (Tironi, 2005). La familia, también experimenta un
marcado proceso de desintitucionalización, perdiendo paulatinamente importancia el matrimonio
como vínculo formal y normativo, además aumenta la tasa de divorcios y se generan nuevas y más
flexibles formas de vinculación entre parejas con un marcado énfasis afectivo. La pareja es cada vez
más una unidad basada en la comunicación emocional o intimidad (Giddens, 2005; Tironi 2005).
Para entender los cambios en las relaciones íntimas que se producen en las parejas –pero
también en las relaciones padres-hijos y en las de amistad- Giddens (2005: 74) introduce el
concepto de relación pura, aludiendo con él a “una relación basada en la comunicación emocional,
en la que las recompensas derivadas de ella, son la base primordial para que la misma continúe”. Si
bien este es un tipo de relación “ideal”, el concepto permite entender la direccionalidad que buscan
adoptar las relaciones en la actualidad en el ámbito de la intimidad.
Se trataría de un tipo de relación que requiere de confianza y en donde es importante
mostrarse al otro. Esta nueva configuración en las relaciones, se aproximaría a lo que el mismo
autor denomina democracia de las emociones en la vida diaria, que supone una relación entre
iguales en que cada una de las partes tiene los mismos derechos y obligaciones y cada cual respeta
al otro deseando, por consiguiente, lo mejor para él o ella. Esta forma de relación se basa en la
comunicación y empatía, además de una confianza que se tiene que construir en el mutuo
conocimiento. Este tipo de relación, aunque sea una abstracción, marca el estilo relacional que se
intenta sostener tanto en la pareja como en otros planos íntimos de la vida. Giddens (2005),
concluye que en el plano de las relaciones personales, hay hoy una oportunidad de intimidad y
expresión del yo que no estaban presentes en los medios tradicionales y que proveen de nuevas
oportunidades de desarrollo a los sujetos.
Como una forma de comprender las fuertes transformaciones acontecidas en el plano de la
familia, Ulrich y Elizabeth Beck (citado en Tironi, 2005) proponen la teoría de la individuación. Estos
autores proponen que este proceso obliga a las personas a ser protagonistas de su propia biografía,
moviéndose para ello a menudo fuera de los márgenes sociales tradicionales para poder lograr los
propósitos personales. Entonces hoy las familias pasan cada vez más a estar subordinadas a las
biografías individuales de sus miembros. Los efectos de ello, es que cada día es necesaria más
coordinación para poder hacer frente a los proyectos individuales de cada integrante del grupo
familiar.
30 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Este movimiento que hace que la familia se conduzca bajo una lógica emocional y flexible y
que tiene como eje proyectos de vida individuales, es producto de la concurrencia de diversos
factores. Entre estos factores se cuentan: los cambios acontecidos en el Estado de bienestar, los
que han conducido a que éste que ya no logre brindar todo el apoyo requerido a la familia; las
presiones de la sociedad de libre mercado y los requerimientos surgidos en los procesos de
individuación de los integrantes de la familia (Tironi, 2005).
Los efectos que trae consigo la impersonalidad de la vida moderna en el plano de la intimidad,
también requieren ser examinados (Giddens, 1994; Bauman 1999). Según lo expresa Giddens
(1991), hoy lo impersonal ha inundado lo personal, lo que tiene por consecuencia no solo una
disminución de la vida personal a favor de los sistemas de organización impersonal, sino que una
verdadera transformación de lo personal. Como consecuencia de la desaparición del marco
protector de la pequeña comunidad y ante la presencia de organizaciones más amplias e
impersonales, el individuo se sentiría despojado y solo en el mundo, al que siente incapaz de
proveerle los apoyos psicológicos y de la seguridad que necesita (Giddens, 1991). Se trata de una
“crisis” como un estado permanente de cosas, que se introduce en el corazón de la identidad del yo:
el mundo que el sujeto enfrenta ahora es un mundo repleto de riesgos y peligros (Bauman, 1999;
Beck, 2002 y Giddens, 2005).
La transformación de la intimidad en el contexto de la vida cotidiana según Giddens, debe
analizarse en términos de la construcción de mecanismos de fiabilidad. Hoy la fiabilidad 2 en las TPF FPT

personas no está enmarcada por conexiones personalizadas dentro de la comunidad local ni por
redes de parentesco. La fiabilidad en un plano personal se convierte en un proyecto, algo que ha de
ser “trabajado” por las partes implicadas, y que exige franqueza. En las relaciones, la confianza no
está dada previamente sino que ha de conseguirse y el trabajo implicado en este proceso
representaría un proceso mutuo de auto-revelación. En este proceso, la reflexividad propia de la
modernidad tardía, se vuelca también en el sujeto, traduciéndose en un proceso continuo de
“encontrarse a sí mismo”, como un proceso de intervención y transformación activa. De tal modo, la
construcción del yo es un proyecto reflexivo (Giddens, 1991).

1.3.3. Crisis de sentido y crisis de valores


Los individuos siguen necesitando marcos de sentido dentro de los cuales poder conducirse
activamente en la vida, pero la estructura cultural emergente, que mantiene en el centro esta
progresiva reflexividad de los sujetos, les interpela a construir sus identidades en medio de un
proceso de desautorización de las denominadas “agencias secundarias” como la familia, las
asociaciones, iglesia, movimientos sociales, etc.
El “sentido” representa la categoría esencial sobre la que se fundamenta la lógica de las
acciones humanas. Constituye una manifestación consciente orientadora del comportamiento, el
sentimiento y el pensamiento humano en los más diversos espacios de la vida cotidiana, este se
construye en los intercambios con el entorno, a través de las experiencias y acciones concretas
(Fundación Encuentro, 2005). Berger y Luckman (2002) en su libro “modernidad, pluralismo y crisis

2
TP PTLa noción de fiabilidad se vincula estrechamente a la noción de confianza, pero a diferencia de ésta aquella surge del
reconocimiento de riesgo que aparece en la modernidad. “Se trataría de confianza en una situación o sistema, por lo que respecta
de un conjunto dado de resultados o acontecimientos, expresando en esa confianza cierta fe en la probidad o el amor de otra
persona o en la corrección de principios abstractos o conocimientos técnicos” ( Giddens ,1994:43)
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 31

de sentido”, analizan las nuevas circunstancias en que opera la crisis de sentido en la sociedad
moderna e introducen algunas pistas para favorecer la negociación y objetivación social del sentido.
Estos autores señalan que el sentido compartido es uno de los fundamentos para que exista la
normativa social y cultural, así como para que se puedan construir los roles y su posterior
institucionalización. Este dependería de una dinámica histórico-social y de los procesos de
generación y consenso que se van articulando y desarticulando permanentemente a través de las
contingencias temporales que acompañan la vida social y que se expresan tanto en la semántica de
la cultura, como en su estructura social (Rodríguez y Arnold, 1991). Las condiciones generales y la
estructura básica de sentido en la vida, se configura en un complejo proceso; el sentido se construye
en la conciencia humana, la que se va formando en la relación dialéctica del sujeto con la realidad
transformada en experiencia. El sentido sería una forma algo más compleja de conciencia del hecho
de que existe una relación entre varias experiencias (Berger y Luckman, 1997).
De este modo, la acción del individuo está moldeada por el sentido constituido subjetivamente
en intercambio con la estructura intersubjetiva de relaciones sociales dentro de la cual el individuo
actúa y vive. Como sabemos, todos nacemos y nos criamos dentro de una comunidad de vida y a
menudo también nos integramos a lo largo de nuestro desarrollo en otras comunidades de vida.
Estas comunidades presuponen la existencia de un mínimo sentido compartido.
Lo que se aprecia, sin embargo en parte importante de la sociedad contemporánea –
especialmente en los países industriales en donde la modernización ha llegado más lejos- es que
las reservas de sentido han dejado de ser patrimonio común de todos los miembros de la sociedad.
El individuo crece en un mundo en el que no existen valores comunes que determinen la acción en
distintas esferas de la vida, y en el que tampoco existe una realidad única idéntica para todos.
Hoy en las sociedades converge una multiplicidad de morales, impidiendo la existencia de un
orden de valores únicos y de aplicación general. Esto es producto, según indican Berger y Luckman
(1997), de la creciente diferenciación estructural de la función que experimentan las instituciones
para poder llevar a cabo racionalmente las funciones para las que fueron creadas, y también es
producto del pluralismo moderno. En ambos casos, se ven afectados los sistemas de sentido
compartido y la existencia de valores supraordinales de validez general. Y aunque en las sociedades
modernas se cuente con instituciones especializadas para la producción y transmisión del sentido,
éstas ya no tienen la capacidad de hacerlo a nivel global. Esto crearía las condiciones para la
aparición de crisis de sentido subjetivas e intersubjetivas (Berger y Luckman, 1997).
El sociólogo francés Claude Dubar (2002), plantea en este misma dirección que el escenario
de múltiples y acelerados cambios afectan las cuestiones identitarias intensificando las crisis
existenciales. Los lazos son probablemente en el nuevo escenario social menos seguros y estables,
dado que las personas se ven interpeladas a construir una y otra vez su subjetividad, pero en
contrapartida tienen la posibilidad de ser protagonistas de su vida en sociedad.
Se estaría produciendo el tránsito de miembros “sometidos” 3 más o menos protegidos a TPF FPT

actores más expuestos e inseguros con la capacidad de construir a lo largo de la vida relaciones de
conocimiento mutuo y rechazar todo aquello que sea potencialmente una amenaza a la democracia.
Giddens (1994), complementa esta idea señalando que, aunque las relaciones personales resultan
ahora más que nunca arriesgadas y peligrosas, nos ofrecerían en el nuevo contexto de reflexividad,
oportunidades de intimidad y expresión del yo que faltaban en otros medios más tradicionales.

3
TP PT Por la dominación masculina, de tradiciones impuestas, estatus heredado propias de lo que él denomina sociedades comunitarias
32 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Esta tarea de autoconstrucción se torna desde la posición de otros autores, aún más
complicada ante la inexistencia de referentes para pensar el mundo. La caída de las grandes
doctrinas y de los grandes referentes políticos, interpelan al sujeto a construir sus propias
respuestas. Pero en una cultura capitalista, reflexiona De Gaulejac (2000), la construcción del si
mismo se transforma en una dura tarea, que llena al sujeto de angustia existencial, ya que
convertido él mismo en un capital, debe fructificar en una carrera permanente por ir más lejos
compitiendo con otros. En esta misma dirección, el sociólogo ingles Richard Sennett (2001), plantea
que con el desarrollo del individualismo, el yo de cada individuo se ha convertido en su principal
carga, pues ahora este es él principal responsable de su devenir. Este vuelco hacia el sujeto,
advierte De Gaulejac (2000) presenta el riesgo del individualismo, en donde la alteridad ya no existe
más y como posible consecuencia se podría terminar psicologizando la cuestión social.
En el artículo “Los jóvenes y su sentido de la vida” contenido en El Informe España 2005, se
plantea una reflexión respecto de la dura tarea que deben enfrentar los jóvenes frente a la
desmembración social del sentido. Ellos se verían situados hoy en medio de un proceso de
autotransformación cultural, ante un orden moral contingente, permanentemente incompleto y sin un
sentido predefinido, que se autogenera desde la diversidad de racionalidades y éticas. En este
contexto, los jóvenes deben construir su propio sentido sin valerse casi de apoyos institucionales.
Esto llena de angustia a muchos, a pesar de tener resueltas otras necesidades vitales. Algunos han
comenzado a buscar referentes con fórmulas diferentes a las tradicionales (por ejemplo sentido de
trascendencia sin participar en dogmas o rituales; religión sin institucionalidad), pero lo cierto es que
hay una demanda por una institucionalidad más empática frente a estos procesos, que exige dotar
de vías de participación capaces de generar mecanismos más flexibles para convivir con un sentido
compartido en construcción más plural y complejo.
De esta forma estamos en, términos generales, frente a un individuo que continuamente debe
actuar en escenarios cada vez más inciertos. Un sujeto que debe acostumbrarse al conocimiento
incompleto y a la falta de certeza de los resultados de sus propias decisiones. Esto hace que las
lealtades personales sean menores y que crezca exponencialmente el sentimiento de inestabilidad
(Tironi, 2005).
Por otro lado, en el plano de los valores, también se han descrito importantes cambios que se
traducen en modificaciones apreciables de la conducta y relaciones de las personas. Hay
coinciencia en indicar que estamos presenciando una crisis en este plano. Pero apreciamos
divergencias, respecto de si esa crisis responde a la falta de valores o por el contrario a la confusión
que produce el estar enfrentado a una multiplicidad de valores.
En un mundo cada vez más fragmentado y funcionalmente más diferenciado y exigente (como
ya lo señalara Touraine, 2005 y Berger y Luckman, 2002) se ven favorecidas las condiciones
estructurales para el surgimiento de la crisis de sentido, particularmente en lo que respecta a la
dimensión valórica. Matsuura, director general de la UNESCO, refiere que está crisis del sentido de
los valores se refleja en que “hay demasiados valores, pero no tenemos clara la dirección hacia la
cual dirigirnos; los valores no nos faltan, la cuestión es cómo orientarnos en medio de ellos”
(Matsuura, 2005:14).

1.3.4. La seguridad en jaque


Para Zygmunt Bauman, el problema contemporáneo más siniestro y penoso puede expresarse
bajo el termino alemán Unsicherheit que fusiona tres palabras castellanas: incertidumbre,
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 33

inseguridad y desprotección (Bauman, 1999). Las personas se sienten según el autor, inseguras
pero además carecen de instrumentos para encontrar soluciones colectivas a su inseguridad, pues
el temor y la preocupación por el futuro les impiden encarar los riesgos que implica toda acción
colectiva. La trampa está, según Bauman, en que toda la angustia dispersa y difusa se concentra
solo en uno de los componentes del Unsicherheit: la seguridad. Este es el único aspecto en el que
aparentemente se puede hacer algo y en donde las acciones pueden ser observables por las
personas. Pero la mayoría de las medidas ideadas para atacar la inseguridad tienden a dividir, crear
suspicacia entre los individuos, separan las personas, inducen a suponer enemigos, y “acaban por
volver más solitario a los solos” (Bauman, 1999:13).
La experiencia generalizada de inseguridad, lleva al predominio de lo privado sobre lo público,
al refugio en los barrios cerrados por sobre la vida en espacios abiertos y compartidos (Sennett,
2001). Con todo, la fragmentación y desconfianza social, parecen crecer a la par aumentado aún
más las sensaciones subjetivas de soledad, aislamiento e inseguridad (García y Zambrano, 2006)
Para el sociólogo norteamericano Robert Wuthnow, por su parte, el origen de la inseguridad
está en lo que el denomina “porosidad”. Con este concepto alude a un tipo de instituciones que no
ofrecen al individuo un vínculo fuerte, sólido o permanente, sino por el contrario, límites “blandos”
fácilmente traspasables. Así, siempre está la posibilidad de fluir de una institución a otra, con la
imposibilidad de vincularse de un modo duradero con otros. Las consecuencias son la carencia de
redes informales de apoyo, el sentimiento de soledad, una disminución del interés por los otros y
una reducción de la motivación para tomar roles activos en la comunidad (Wuthnow, 1998, citado en
Tironi, 2005)
Wuthnow también extiende su tesis de la “porosidad” al campo de la familia. Allí bajo estas
nuevas circunstancias dejarían de existir vínculos durables, imperecederos y obligatorios. Los lazos
en la familia, también se disuelven con facilidad y sus límites se desdibujan amenazando la
condición de unidad básica.
En el plano de la amistad, el panorama no es más alentador. Bauman (1999), pregunta por el
sentido de la amistad cuando las condiciones del contexto son de nulo control. Cuando por ejemplo
se pierde el empleo a causa del “ajuste”, cuando el propio proceso de capacitación se ha tornado
obsoleto ante las nuevas demandas, cuando los vínculos laborales y del vecindario se han
derrumbado. El autor señala “Ahora, no es probable que la unión con los amigos consiga mitigar o
disipar ningún peligro o amenaza” (Bauman, 1999:63). Esta inutilidad de la amistad como protección
ante la amenazas conduciría a una mayor frialdad en las relaciones humanas y también mayor
soledad.
Al mirar los datos aportados por diversos estudios efectuados en Chile y en España, podemos
apreciar algunos matices respecto de los argumentos señalados.
El Informe de Desarrollo Humano que se elabora en Chile cada dos años a partir del año
1996, nos reporta interesantes elementos acerca de evolución la subjetividad social en el país.
Particularmente el estudio del año 1998 denominado “Las paradojas de la modernización”, detectó
entre los chilenos y chilenas un desajuste entre subjetividad y modernización, revelando un malestar
debido al predominio de una sensación generalizada de inseguridad en la población. El informe
muestra la paradoja de un país que experimenta el más impresionante desarrollo económico y
aumento de las oportunidades materiales y que, sin embargo, genera un extendido malestar de la
gente frente a la modernización, al punto que le resta legitimidad y confianza a sus instituciones. El
34 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

sentimiento de malestar podría explicarse como una debilidad de la Seguridad Humana 4 , TPF FPT

manifestada en el temor a los otros, a la exclusión y al sin sentido. Aquí es necesario entender el
concepto de Seguridad Humana como una construcción permanente en la vida cotidiana de las
personas. Es a ese nivel donde las amenazas del desempleo, las enfermedades, la delincuencia o la
falta de previsión tienen un real impacto en la gestión de planes personales y familiares de vida.
El estudio revela los siguientes temores en un nivel de mayor detalle (a) Un temor a la
exclusión: el miedo a al exclusión tiene que ver, en parte importante con demandas de protección,
reconocimiento e integración. Las personas no están seguras de llegar a aprovechar las
oportunidades existentes en el país (salud, educación, seguridad social, previsión). Esta percepción
genera sentimientos de inequidad e invalidez, las que se potencian por la existencia de
desconfianza en las relaciones interpersonales; (b) Un miedo al otro: el temor a la delincuencia, al
delincuente, resulta en realidad una metáfora a un fenómeno que nos debe llevar a preocupación. El
“otro” es percibido como un potencial agresor; las personas dudan seriamente si la persona que los
rodea realmente los ayudará en caso de necesidad. Esta situación dificulta seriamente la posibilidad
de construir acciones colectivas, solidarias, por el contrario, llevan a que las personas se retraigan a
la vida familiar, en la casa; y debilitan la construcción de vínculos sociales. (c)Un temor al sinsentido:
la sociedad le resulta a las personas caótica; la vida diaria, de alto estrés, agresividad, desconfianza
y contaminación, refuerza el sentimiento de falta de control sobre los sucesos del entorno social
cotidiano y macrosocial, y (d) Un bloqueo de los sueños: las personas en la actualidad no cuentan
con sueños compartibles (sueños o aspiraciones de futuro, ideales). Son las propias personas en su
vida diaria las que obstaculizan el surgimiento de sueños. La consecuencia es la ausencia de
proyectos colectivos, las aspiraciones en la población se refieren a la propia familia o a sí mismo. Lo
colectivo “aparece” en la queja por una mayor calidad de vida. La falta de sueños compartidos,
colectivos incide en la falta de participación en los espacios en que se desarrolla la vida cotidiana.
Por su parte, el Informe España 2005 refiere una inseguridad social compartida por la mayoría
de los españoles. Una de las principales causas corresponde a la violencia, en particular el temor al
terrorismo. El informe señala que durante los últimos 25 años este tema ha ocupado
sistemáticamente los primeros lugares entre las preocupaciones de los españoles. Una reacción
frente a este temor, según los autores, es que frente al peligro surge un estilo de protección basado
en la distancia cognitiva de que el problema “no va con nosotros”.
A este fenómeno de violencia que se aprecia como una amenaza omnipresente, se añade otro
más próximo a la vida cotidiana como lo es la violencia contra las mujeres, niños y ancianos que
asumen cifras alarmantes en el país. También ha crecido la violencia entre jóvenes que tiene en
ocasiones consecuencias fatales; la violencia contra migrantes, homosexuales, indigentes y
marginales. Así para un número importante de personas parte de su inseguridad corresponde al
temor a ser víctima de algún delito o de la violencia.
Todo parece indicar que los vínculos sociales que normalmente son percibido como resguardo
y protección frente a la inseguridad inevitable de la vida cotidiana, han comenzado a presentar
dificultades aumentando las condiciones existenciales de temor e incertidumbre.

4 La Seguridad Humana significa que la gente puede ejercer opciones para acceder a oportunidades en forma segura y libre, y que
TP PT

puede tener relativa confianza en que las oportunidades que tiene hoy no desaparecen totalmente mañana (PNUD, 1994)
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 35

1.3.5. Transformaciones de la sociabilidad


La siempre inconclusa tarea de construirse (cada vez más en solitario, como ya ha sido
argumentado), el creciente enfriamiento de las relaciones humanas, la mayor fragilidad de los
vínculos de amistad y vecindad, el incremento de la “porosidad” de las instituciones (incluida la
familia), conducen, también, a la depreciación de lo que varios autores han venido denominando
como capital social (Tironi, 2005).
Este es un concepto de relativa reciente introducción en las ciencias sociales y apunta a la
idea que una serie de componentes no visibles del funcionamiento cotidiano de una sociedad como
el tejido social, confianza, colaboración, participación y vinculación con los distintos espacios
sociales, inciden en las posibilidades de crecimiento y desarrollo (Klinsberg, 2001).
Eugenio Tironi (2005), sugiere que la valorización de este concepto revela el retorno -aunque
camuflado- a la vieja cuestión de las interdependencias comunitarias. El capital social, continúa el
autor, supone estar inserto en una estructura de asociación, expectativas, reciprocidad con otras
personas. Este capital se localiza en la estructura de relaciones sociales, constituyéndose en un
atributo no solo de los individuos, sino que de las comunidades o naciones que lo acumulan.
El capital social es situado por Durston (2003: 15) en el plano conductual de las relaciones
sociales y definido por lo tanto como “el contenido de ciertas relaciones y estructuras sociales, es
decir, las actitudes de confianza que se dan en combinación con conductas de reciprocidad y
cooperación”. El contenido básico de las relaciones sociales serían la confianza, la reciprocidad y
cooperación las que actúan de un modo interrelacionado entre sí, formando un circulo virtuoso.
Una evidencia clara del declive del capital social es mostrada en la sociedad norteamericana
por Putnam (2002) en su famoso libro “Solo en la bolera”. Allí se pone de relieve que hay una
población en ese país cada vez más desconfiada, retraída y escéptica. Este diagnóstico es
confirmado también por Frank Eran (1997, citado en Tironi, 2005), quien indica que el excesivo
interés sobre el individuo ha hecho que se pierdan los compromisos hacia los demás, una menor
efectividad en los sistemas de control social y una disminución del interés hacia la participación
cívica y participación en organizaciones comunitarias.
Estamos en definitiva enfrentados al fenómeno que diversos autores denominan como
“privatización” de las relaciones sociales. Se trataría de una tendencia de las personas a percibir y
concebir que las características de sus vidas cotidianas son personales, no compartidas o no
compartibles por las demás personas, y por tanto se vive la vida en el espacio cercano, alejado de
las relaciones sociales. A mayor privatización de la vida es posible evidenciar: menor confianza y
cooperación, menor participación cívica, mayor pasividad y lejanía de la política y esto termina por
afirmar que lo único que importa es la suerte individual y la del entorno familiar (Tironi, 2005).
Existen, según lo planteado por Berger y Luckman ciertas estructuras sociales que permiten
de algún modo neutralizar los efectos referidos a las dificultades de contar con un sentido
compartido que permita mayor vinculación social. Los autores señalan que estas son las
denominadas “instituciones intermedias”. Aunque estás son “sólo capaces de administrar dosis
homeopáticas que no eliminan las causas, evitan que las crisis de sentido se agraven” (1997:116).
Es por tanto un tipo de institución que debe ser apoyada, allí donde los miembros se desarrollan
como portadores de una sociedad civil pluralista. Estos espacios conseguirían que los diversos
sentidos ofrecidos, y que son comunicados por distintas entidades, sean objeto de una apropiación
36 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

comunicativa y procesada de un modo selectivo de manera tal que se transformen o favorezcan


elementos constituyentes del sentido de las comunidades de vida.
Berger y Neuhaus (1977), en esta misma dirección plantean que las estructuras intermedias
proveen de importantes efectos psicosociales y culturales tales como: sentido de identidad, fomento
de la autovaloración, fortalecimiento de la asociatividad, confianza, desarrollo de habilidades
sociales, entre otros. Es por ello que destacan el papel que debe cumplir la política pública a través
de sus diversos instrumentos para proteger, apoyar y fomentar estas estructuras.
El panorama descrito hasta aquí, aparece como una fuerza centrífuga en que la globalización
lo invade todo sin tregua. Pero como lo indica Pedro Güell (2002), parte importante de la autonomía
o descontrol que han alcanzado los procesos de desregulación social y globalización se deben en
gran medida a la pasividad con que hemos asistido al debilitamiento creciente de los vínculos
colectivos y de proyectos y acciones compartidas.
El mismo autor señala a partir de los datos obtenidos en América Latina y en Chile respecto
del desarrollo humano, que es posible detectar tres elementos claves, cuya interacción y mutuo
reforzamiento podrían conducir a un aumento de la capacidad social de control y conducción de los
procesos de modernización. En primer lugar, el capital social, al que ya hemos hecho referencia.
Adicionalmente el manejo y construcción de aspiraciones colectivas, esto es el proceso de
conversaciones públicas que permiten compartir la diversidad de deseos privados de carácter
inmediatista y transformarlos en referentes colectivos con un horizonte temporal de largo plazo y ,
por último, un nuevo énfasis en la ciudadanía que, junto al reforzamiento de una cultura de los
derechos políticos de las personas, insista también en el fortalecimiento de los lazos sociales, y
trascienda el carácter puramente instrumental de la política para recuperar también su carácter
dialogante y festivo (2002:4).
Desde esta perspectiva, el desafío del Desarrollo Humano proviene de la capacidad de
recuperar lo colectivo en un contexto de diversidad. Ello supone, como propone Güell (2002) la
potenciación de la capacidad de reflexión y diálogo público con otros. También supone la decisión
de los sujetos respecto de sus propios vínculos sociales y de sus vínculos con los sistemas, para
que éstos no aparezcan como algo ajeno y sin conexión con la vida. Pero para ello, necesitamos de
mecanismos para fortalecer nuestra capacidad para moldearlos y gobernarlos.
Desde el ángulo de la psicología comunitaria y de las nuevas tendencias de los gobiernos
locales que buscan favorecer la proximidad en la toma de decisiones, la dimensión comunitaria
cobra especial interés como un valor y como recurso para avanzar en una tarea de mayor
proactividad y protagonismo. Nuestro propósito, en esta investigación es reafirmar a la comunidad
como una síntesis o integración del valor de la persona y del contexto social más próximo, en base a
una alteridad y vinculación social que tienen la potencia de transformar la realidad.

1.4. ¿El ideal comunitario es una posibilidad?

El concepto de comunidad es uno de los conceptos más polémicos de las ciencias sociales,
dando pie con frecuencia a ambigüedad y malos entendidos. Para algunos su sola mención trae a la
mente reivindicaciones nostálgicas y el cuestionamiento radical a los procesos de modernización en
vigencia. Para otros, en cambio, se trata de una evocación positiva, una respuesta a la demanda de
refugio, compañía y seguridad ante la “crisis del sentido” (Berger y Luckman, 2002) en una
“sociedad del riesgo” (Beck, 2002) o en un “mundo desbocado” (Giddens, 2005). Sería, la respuesta
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 37

posible para tener una causa común que permita una ética para la diversidad en un nuevo orden
social (Bilbeny, 2002).
Cuando las sociedades están siendo sorprendidas por los procesos globales -y por la
experiencia de desamparo e impotencia- la idea de comunidad está reapareciendo como una utopía.
Esta búsqueda representaría como lo señala Sánchez (1996:72) un retorno “homeostático hacia
formas de agrupación social más humanas, psicológicamente más significativas y socialmente más
estabilizadoras”. Así, gran parte de las reflexiones actuales sobre comunidad son nostálgicas, se
llora la comunidad perdida, el declive de lo que podría haber sido en el pasado, una edad de oro,
donde el bien común seria el supremo valor de todos. Se llora “la comunidad, de ese supuesto hogar
natural o de ese círculo que se mantiene cálido por fríos que sean los vientos del exterior” (Bauman,
2003: 22).
Autores de posiciones políticas opuestas tienden a coincidir en señalar que habría un declive
de la comunidad. Los políticamente conservadores presentan el desarrollo de la modernidad como
una ruptura de las antiguas formas de “comunidad” en detrimento de las relaciones personales
dentro de las sociedades modernas, mientras que autores que se sitúan en el otro extremo político,
asumen que las instituciones modernas se han apoderado de enormes áreas de la vida social,
despojándolas del significado que un día tuvieron (Giddens, 1994). Una tercera postura, critica el
declive de la comunidad, señalando en contrapartida que los lazos comunitarios se las han
arreglado para sobrevivir bajo las circunstancias modernas, en los márgenes o en el propio corazón
de sus procesos, logrando sustraerse en ocasiones a la lógica contractual del mercado o a la
jerarquía burocrática del Estado (Giddens, 1994; Fistetti, 2004).
La teoría sociológica clásica se concentró en estudiar el paso de las sociedades tradicionales
a las sociedades modernas, haciendo de la comunidad un concepto central para entender la forma
en que se desarrollaba la vida social en las primeras. El concepto de comunidad aparece aquí como
una forma social premoderna que se encuentra en oposición a la idea de sociedad que se gesta en
la modernidad (Tironi, 2005).
La teoría de Tönnies, señala una antítesis entre los conceptos de comunidad y sociedad. Este
autor a fines del siglo XIX, postula que lo que distingue a la antigua y pérdida comunidad respecto
de la sociedad moderna es que en la primera existía un “entendimiento compartido por todos los
miembros” que precede a toda discusión o argumentación, y que no se entiende como un logro final
sino como un punto de partida (Bauman, 2001:11). En esta teoría también se plantea que las
sociedades tradicionales rurales o preindustriales (de base comunitaria) se han transformado hacia
sociedades modernas, asociativas y urbanas con declive de la "comunidad". Tönnies sostiene que
los fenómenos del industrialismo y la urbanización asociados a la modernidad, han provocado la
disolución de la comunidad tradicional (Tönnies, 1947, citado en Sánchez, 1991)
Coincidentemente Fistetti (2004:137) señala que “la característica principal de la era moderna
es el pasaje de la comunidad a la sociedad -o sea de formas de convivencia fundadas en lazos
naturales, familiares, no impregnados por la racionalidad anónima del mercado, y reguladas por
relaciones personales o voluntarias- a formas de convivencia caracterizadas por el artificio, la
convención y el arbitrio, típicas de las sociedades industriales y de mercado”.
Este cambio conduce a la necesidad de distinguir –como lo hace Munné (1979)- entre
comunidad o agregación comunitaria y agregación asociativa. En la primera está la finalidad
afectiva, de base espontánea, con pautas organizativas microsociales, con escasa movilidad
geográfica, social, estratificación simple, con predominio de grupos primarios, de relaciones directas
38 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

y duraderas. En cambio en la agregación asociativa hay pautas organizacionales macrosociales,


basadas más en relaciones contractuales que en vínculos tradicionales, en la movilidad geográfica o
territorial y en relaciones sociales más indirectas y temporales.
Munné (1979) señala dos causas de la evolución de las comunidades tradicionales a las
modernas: por una parte los procesos de complejización y diferenciación social ligados al
industrialismo y por otro el declive de la vecindad geográfica y el aislamiento autosuficiente
característico de la comunidad rural tradicional.
Podríamos indicar que lo que un día definió indiscutidamente a la comunidad hoy está en
tránsito; de allí que al analizar los procesos de cambio de las comunidades, sea posible detectar que
la noción de comunidad se modifica adquiriendo las propiedades de la época. El principal cambio
referido por Bauman (2003) en la noción de comunidad, es el desplazamiento de la territorialidad a
la aterritorialidad y extraterritorialidad (en co-existencia a la territorialidad). Por su parte, Germán
Rozas (2006) al efectuar distinciones entre las características de las comunidades premodernas,
modernas y postmoderna, centra su análisis en dos de las variables más abordadas en la literatura:
la variable espacial o territorial y la variable identidad.
El autor señala que la identidad original surgida y asociada al territorio en la fase premoderna
y en parte de la modernidad, se desliga del mismo para centrarse ahora en las personas, las cuales
constituyen nuevas comunidades basadas en intereses y objetivos comunes ajenos a un territorio
determinado. En el nuevo contexto surgen otras formas de comunidad que se relacionan con la
virtualización de las relaciones. En la sociedad de redes, a través de Internet se forman relaciones
que conforman “comunidades virtuales”, desterritorializadas, activada por personas que sobre la
base de una afinidad temporaria de gustos e intereses entran en contacto (Rozas, 2006). Etzioni
(2001), por su parte descarta que los grupos que comparten solo intereses específicos, sin contar
con lazos afectivos ni cultura compartida puedan ser llamados comunidad. Pero si las relaciones
virtuales refuerzan el encuentro cara a cara sobre la base de los dos factores mencionados,
calzarían en la denominación de comunidad.
Coincidimos con algunos autores (Etzioni, 2001; Bauman, 2003; Fistetti, 2004 y Tironi, 2005)
en indicar que la dimensión comunitaria emerge en la sociedad actual como una cuestión cada vez
más relevante, aunque ello se remita más al plano del deseo y aspiración que a una realidad
concreta. Expresión de lo anterior lo son por una parte, el uso frecuente del concepto en diversos
contextos y por otra, el surgimiento de diversas formas de comunitarismo informal especialmente en
culturas con altos niveles de desintegración social como la estadounidense.
Es evidente la necesidad de que la comunidad renazca, aunque ahora sea con nuevos ropajes
(Fistetti, 2004), más aún, es la instancia comunitaria un aspecto necesario de los procesos de
modernización y globalización (Touraine, 1997; Tironi, 2005). Por ello, podríamos sotener que no es
accidental el surgimiento del comunitarismo, pues constituye una expresión del deseo de que las
relaciones sociales se transformen en una dirección diferente a la que imponen los nuevos tiempos.
El comunitarismo puede ser caracterizado, como una corriente de pensamiento que apareció
en la década de los ochenta y que ha crecido en permanente polémica con el liberalismo. Amitai
Etzioni es considerado como el principal impulsor del pensamiento comunitarista, del que brotan las
propuestas sociopolíticas identificadas bajo la denominación de la “Tercera Vía”. Este autor,
inspirado en los planteamientos del filósofo Martín Buber, propone que la buena sociedad, es
aquella capaz de alimentar las relaciones entre las personas, en donde estas “se tratan mutuamente
como fines en sí mismas y no como meros instrumentos; como totalidades personales y no como
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 39

fragmentos; como miembros de una comunidad unidos por lazos afectivos y compromiso mutuo”
(Etzioni, 2001:15). Amitai Etzioni, reconoce que la buena sociedad es una utopía, pero que tienen la
virtud de proporcionar dirección a un proyecto de sociedad por el que hay que trabajar. La buena
sociedad, señala este autor, es una sociedad equilibrada con tres puntos de apoyo: el Estado, la
comunidad, y el sector privado (el mercado). Estos tres entes debieran coordinarse, mediante lo que
él denomina “bagaje social de la humanidad”. El estamento político sería el llamado a permitir y
promover el mayor protagonismo comunitario.
La idea comunitaria básica, propuesta por Etzioni, apunta a que las personas tenemos
derechos inalienables y responsabilidades sociales para con los demás. Esto es, poseemos el
derecho a ser tratados como fines, pero también estamos llamados a hacer lo mismo con las otras
personas. Mientras el mercado se funda en las relaciones basadas en medios, como también es
instrumental la relación Estado-ciudadanía, las comunidades serían los únicos entes sociales
capaces de alimentar las relaciones humanas basadas en fines. Ello, pues tiene la capacidad de
proveer de lazos afectivos y también transmitir una cultura moral compartida. Ambas condiciones
serían distintivas de este grupo social respecto de otros.
Aún reconociendo que en muchas ocasiones las comunidades en el pasado conservaron
rasgos opresivos con sus integrantes, en las sociedades verdaderamente democráticas, aunque
lejos de ser perfectas, señala Etzioni son menos opresivas y ofrecen una diversidad de elementos
que favorecen la calidad de vida de la gente que la conforma. Al respecto, en su libro “La tercera vía
hacia una buena sociedad. Propuesta desde el comunitarismo”, argumenta solidamente a partir de
datos empíricos las diversas ventajas de la comunidad para impulsarnos hacia la buena sociedad.

1.4.1. Los riesgos de la comunidad


También podemos encontrar manifestaciones de alarma frente al resurgimiento del valor de lo
comunitario. La comunidad puede tener un lado oscuro, ya que en ocasiones ha tenido
responsabilidad en la opresión del individuo por el peso de la tradición, por la tendencia a la
homogenización y resistencia frente a lo nuevo y desconocido.
Senett (1992), adopta una posición crítica respecto al comunitarismo. Su argumento destaca
la segregación social que las comunidades producen al interior de la sociedad, transformando lo
local en una suerte de ghetto. Él señala que la personalidad compartida por la comunidad y el
sentimiento fraterno asociado promueve la empatía con los que se suponen forman parte de lo
propio y adquiere un carácter agresivo hacia lo externo. Esto conduce a que todo lo diferente sea
excluido, y que los extraños sean rechazados. La consecuencia hacia el exterior de la comunidad es
una sociedad fragmentada y sectaria, que limita la sociabilidad y el intercambio. La sociabilidad y la
relación humana íntima, queda remitida a lo próximo con una retirada emocional de la sociedad y un
alejamiento de lo político.
Alain Touraine (1997), también comparte aprehensiones respecto del resurgimiento de las
comunidades. El autor señala que estas emergen como alternativa, no necesariamente positiva,
frente a una sociedad globalizada que impide marcos de referencia identitarios tales como
ciudadano o trabajador. Así definirse por la etnia, género, religión o creencias conduce al
resurgimiento de comunidades culturales. El riesgo radica en que proliferen organizaciones tipo
sectas, o que cada cultura se cierre sobre lo propio en una experiencia particular incomunicable. En
este sentido, el retorno a la comunidad puede implicar la guerra hacia los diferentes, la
homogenización, intolerancia, autoritarismo y la posibilidad de totalitarismo.
40 Consecuencias sociales de la modernidad, posmodernidad y globalización

Estas voces de alerta, son necesarias de escuchar pues efectivamente se producen


fenómenos comunitarios en esta dirección. Pero lo que aquí proponemos, es entender a la
comunidad como un valor en sí misma, en la medida que es capaz de sostener la solidaridad, la
colaboración, la justicia social y el empoderamiento, contrarrestando como lo indica Sánchez Vidal
(2004) aquellos procesos que fragmentan, aíslan y empobrecen la vida de las personas. Se trata sin
duda, de la búsqueda de un equilibrio entre persona y comunidad que reconozca ambas realidades
y su mutua dependencia, evitando las tiranías del individualismo disgregador y las del colectivismo
homogenizador.

1.4.2. Comunidad: delimitación conceptual


Como ya adelantáramos, el término comunidad se usa de un modo polisémico, identificándose
variantes en su uso. Según lo indica Ander-Egg (1980), cuando se habla de comunidad el término
puede designar:
• Una localidad o área geográfica, se trata de todas las definiciones que tienen primordialmente
en cuenta los límites geográficos o la influencia de factores físicos sobre las relaciones
sociales.
• Para designar la estructura social de un grupo, estudiándose las instituciones del mismo y los
problemas de los roles, estatus y clases sociales, que se dan en su interior; en este caso la
comunidad es considerada fundamentalmente como un conjunto de relaciones sociales.
• Destacar el aspecto psicológico, considerando a la comunidad como sentimiento o conciencia
de pertenencia, y por último
• Se emplea el término comunidad como equivalente o sinónimo de sociedad
La literatura empírica y analítica coincide en definir comunidad sobre la base de las
dimensiones de territorio, relación y vinculación social y cultura compartida (Sánchez Vidal, 2004).
Un buen ejemplo de ello, es la definición que propone Maritza Montero (2004), en la que destaca la
conjugación de estos tres elementos: Cierto tipo de relaciones entre personas que se producen en
un grupo social que comparte características sociohistórica, económica, espacial y cultural; esas
relaciones están marcadas por la proximidad física, psicológica, afectiva y una interacción habitual, y
por último, generan sentido de pertenencia e identidad social.
La comunidad sería un grupo, o varios grupos, que se encuentran en constante evolución y
transformación, cuyo eje es el aspecto relacional con los atributos ya señalados. Montero plantea
que aunque los miembros de la comunidad tengan algún grado de interdependencia y puedan
trabajar en torno a propósitos comunes, su trayectoria no está exenta de conflictos que pueden
afectar su integridad y desarrollo. La comunidad por ser una construcción social, tiene un carácter
dinámico y por ello es conveniente aproximarse a su comprensión desde la noción de conjunto
borroso (Montero, 2004).
Por su parte, Mariane Krause (2001), elabora una propuesta de redefinición del concepto de
comunidad sobre la base de lo observado en el nuevo contexto histórico. Según indica, en la
actualidad se va desvaneciendo la noción de territorio físico de las comunidades, estableciéndose
redes y agrupaciones de personas que no comparten una ubicación geográfica común. Esta autora
también plantea que las definiciones habituales de comunidad aluden a una comunidad ideal, un
deber ser, más que a una manifestación menos perfecta de comunidad, que es en realidad con la
que se encuentra el psicólogo o psicóloga comunitaria en terreno. Su propuesta entonces, es la de
TESIS DOCTORAL: “Poder local para el desarrollo comunitario: un estudio comparativo Chile - España” 41

una definición sin la carga valórica incluida en los conceptos “ideales”, y que contiene los elementos
mínimos necesarios para distinguir comunidad de lo que no lo es. Esta definición queda constituida
de tres elementos:
• Pertenencia, es decir, “sentirse parte de”, este sentido de comunidad que permite a uno
sentirse parte integrante de una red más amplia en que ocurre el apoyo mutuo.
• Interrelación, es decir, comunicación, interdependencia influencia mutua de sus miembros, y
por último
• Cultura común, destacándo la existencia de significados compartidos.
Esta propuesta de definición enfatiza el componente subjetivo, contenido habitualmente en el
concepto de sentimiento de comunidad y elimina el componente territorial.
Hay coincidencia entre los autores en señalar que la comunidad es, junto a otras estructuras
sociales “primarias”, fuente fundamental de pertenencia, significado e identidad. Cuestiones que
como hemos destacados son muy necesarias en estos tiempos. Es claro el efecto de su ausencia,
como también su papel central en el desarrollo personal y social manifestado por diversas
evidencias empíricas (Sánchez Vidal, 2004). Recordemos que la naturaleza social de la persona
permite que sólo en la relación con otros alcance su desarrollo, individuación y significado. La
realización de los individuos se hace siempre en referencia a otros, porque el sentido de sí mismo se
afirma en el marco de la vida colectiva, dado que es allí donde pueden acceder a los recursos
afectivos, materiales y simbólicos que le permiten desplegar su potencial (PNUD Chile, 2004).
Una definición complementaria es entender la comunidad como “un conjunto de sistemas y
servicios interrelacionados” (Nelly, 1971, p. 897-903, citado en Le Bossé y Dufort, 2002). En esta
perspectiva, la persona y su entorno no son percibidos como independientes, o simplemente en
interacción, sino que constituyen una entidad única. Esto adicionado al aspecto subjetivo y relacional
al que hiciéramos mención es de importancia para las intervenciones situadas en el espacio local.
Particularmente, cuando los enfoques actuales de TC destacan la articulación de recursos del
territorio, lo que pasa previamente por modificaciones a veces sustantivas en el estilo relacional
entre actores, redes sociales y entidades diversas .
Para finalizar este capítulo, es de relevancia consignar el llamado de atención que realizan
Barbero y Cortès (2005), respecto del uso del concepto “comunidad”. Ellos indican que este
concepto con frecuencia genera imágenes que evocan armonía y homogeinidad, calidez, ayuda
mutua etc., que tienden a sobre simplificar la compleja realidad social; excluyendo la pluridad de
intereses, relaciones y realidades que coexisten y que en ocasiones pueden conducir a conflictos.
Paralelamente, continúan los autores, opera como concepto que permite la ocultación y/o
legitimación de fenómenos sociales como: la disminución del gasto social, o la agresión hacia
quienes se entienden como extracomunitarios (recordar el uso que se hizo del concepto “comunidad
internacional” para avalar la guerra contra Irak).
A pesar de lo anterior, indican que si bien el concepto se presta a equívocos, no es realista
proponer su abandono por su consolidada utilización en el ejercicio profesional de la IS y de la IC.
Pensamos por nuestra parte, que con las precauciones indicadas, el concepto de comunidad tiene
plena vigencia como elemento identitario cuando se trata de iniciar y consolidar procesos de trabajo
conjunto y también como un horizonte que orienta hacia ciertos valores y estilos de funcionamiento,
claro está que acordados por y “apropiados” para quienes se definen como parte de una comunidad.

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