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Metáfora del jardín

Suponga que usted es un jardinero que ama su jardín, que le gusta cuidar de sus
plantas, y que nadie más que usted tiene responsabilidad sobre el cuidado de sus
plantas. Suponga que las plantas son como las cosas que usted quiere en su vida… así,
¿cuáles son las plantas de su jardín? ¿Cómo ve las plantas como jardinero? ¿Tienen
flores, huelen bien, están frondosas? ¿Está cuidando las plantas que más quiere como
usted las quiere cuidar?… Claro que no siempre dan las flores en el lugar que usted
quieres, en el momento que lo desee; a veces se marchitan a pesar del cuidado; la
cuestión es cómo ve que las está cuidando, ¿qué se interpone en su camino con las
plantas, en su quehacer para con ellas? Quizás está gastando su vida en una planta del
jardín. Ya sabe que en los jardines crecen malas hierbas. Imagine un jardinero que las
corta tan pronto las ve, pero las malas hierbas vuelven a aparecer y nuevamente el
jardinero se afana en cortarlas y así, ¿es ésa su experiencia con su problema? Surge…
(Cualquier problema, ansiedad, depresión o pensamientos y recuerdos que le hacen
sentir mal) y… abandona el cuidado del jardín para ocuparse de ese problema. No
obstante, las malas hierbas, a veces, favorecen el crecimiento de otras plantas, bien
porque den espacio para que otras crezcan, bien porque hagan surcos. Puede que esa
planta tenga algún valor para que las otras crezcan. A veces, las plantas tienen partes
que no gustan pero que sirven, como ocurre con el rosal que para dar rosas ha de tener
espinas. ¿Qué le sugiere? ¿Puede ver sus plantas y las áreas de su jardín donde aún
no hay semillas? Algunas estarán mustias y otras frondosas. Hábleme de sus plantas y
de si las cuida como usted quiere cuidarlas. Dígame si está satisfecho/a con el cuidado
que da a sus plantas, si las cuida de acuerdo con lo que valora en su vida. (…) Es
importante que sepamos, los dos, que yo nunca podré plantar semillas en su jardín, ni
decirle qué semillas plantar, y cómo crecerán mejor; que nunca podré cuidar de sus
plantas. Sólo usted podrá hacerlo. Y ahora, le pregunto si, por un minuto, ¿podría dejar
de centrarse en la planta que le molesta, la que le ha traído aquí? ¿Estaría dispuesto/a
aun con cualquier pensamiento sobre esta planta que no quiere hablar de las otras
plantas de su jardín, de cómo están, e incluso estaría dispuesto a hacer algo con ellas,
a cuidarlas incluso sin ganas?… Dígame, ¿qué hay entre usted y el cuidado de sus
plantas? ¿Qué le impide cuidarlas ya? (Luciano & Wilson, 2002)
La metáfora del autobús
Imagínese la vida como si hubiera un autobús con muchos pasajeros del que usted es
el conductor. Va por una carretera que lleva hacia nuestras metas y con el motor de
nuestros valores. Los pasajeros son pensamientos, sentimientos, recuerdos y todas
esas cosas que cada uno de nosotros tiene por el hecho de vivir. Es un autobús con una
única puerta y sólo de entrada. Algunos de los pasajeros son temibles, visten chaquetas
de cuero negro y llevan navajas. Lo que ocurre es que usted va conduciendo y los
pasajeros comienzan a amenazarlo, diciéndole lo que tiene que hacer, dónde tiene que
ir: le dicen que tienen que girar a la derecha, luego girar a la izquierda. O, también,
pueden ser predicciones catastrofistas: “si sigues ese camino vas a sufrir mucho”, “te
vas a estrellar”, “vas a tener un accidente”, “te vas a morir”, “te vas a volver loco”, “se
van a reír de ti”, “sintiéndote como te sientes ahora no vas a ser capaz”. Se nos echan
encima, nos aprietan nuestro estómago, se suben a nuestros hombros, o nos agarran
del cuello. Además, nos dicen “tuerce ya”, “haz lo que sea para evitarlo”, “no sigas el
camino que tanto deseas porque va a ser un desastre”, “no lo hagas”, “¡para!”. Para
conseguir que haga lo que ellos le piden, le tienen amenazado. La amenaza que le han
hecho es que si no hace lo que ellos le dicen, van a situarse a su lado y no se quedarán
al fondo del autobús, que es donde usted quiere que ellos estén para que no le molesten.
Es como si usted hubiese establecido el siguiente trato con estos pasajeros: “vosotros
os sentáis en el fondo del autobús y os agacháis de tal manera que yo no pueda veros
con demasiada frecuencia, y entonces yo haré lo que digáis, todo lo que digáis”. Ahora
bien, qué pasa si un día se cansa del trato y dice: ¡No me gusta esto! ¡Voy a echar a
esa gente fuera del autobús! Con esa idea, para el autobús y se da la vuelta para
enfrentarse con los pasajeros que le amenazan y molestan. Entonces, se da cuenta de
que la primera cosa que ha hecho es parar. Así que ahora usted no está yendo a ninguna
parte, tan sólo está enfrentándose con esos pasajeros. Y, además, ellos son realmente
fuertes, no se han planteado abandonar. Entonces, forcejea con ellos, pero no sirve de
mucho. Por lo tanto, de momento usted vuelve a su asiento para y para tratar de
aplacarlos y conseguir que se sienten otra ven en el fondo, donde no pueda verlos.
Usted dirige el autobús donde ellos mandan. El problema con esa actitud es que, a
cambio de que se calmen y de no verlos, usted hará lo que le ordenen, y cada vez lo
hace antes, pensando en sacarlos de su vida. Muy pronto, y casi sin darse cuenta, ellos
ni siquiera tendrán que decirle “gira a la izquierda”, sino que usted se da cuenta de que
tan pronto se acerque a un giro a la izquierda los pasajeros van a echarse sobre usted
como no gire a la izquierda. Sin tardar mucho, justifica la situación lo suficiente de modo
que casi cree que ellos no están en el autobús y se convence de que está llevando el
autobús por la única dirección posible. Se dice simplemente a sí mismo que la izquierda
es la única dirección en la que uno puede girar. Entonces, cuando ellos aparecen otra
vez, lo hacen con el poder añadido de todos los enfrentamientos que ha tenido con ellos
en el pasado.

Ahora bien, el truco acerca de toda esta historia es el siguiente: el poder que estos
pasajeros tienen sobre usted está basado en un cien por cien en que funcionan
diciéndole algo así: “si no haces lo que te decimos, apareceremos y haremos que nos
mires”. Eso es todo lo que pueden hacer. Es verdad que cuando ellos se manifiestan,
parece como si pudieran hacer mucho daño: tienen navajas, cadenas, etc. Parece como
si pudieran destruirlo. De esta manera usted acepta el trato y hace lo que ellos dicen
para calmarlos, para que se vayan al final del autobús donde no los pueda ver. El
conductor (usted) tiene el control del autobús, pero ha depositado ese control en esos
tratos secretos con los pasajeros. En otras palabras, intentando mantener el control de
los pasajeros, en realidad ¡ha perdido la dirección del autobús! Aunque los pasajeros
afirman que pueden destrozarlo si no gira a la izquierda, ellos nunca han sido capaces
de hacer eso sin su cooperación. Ellos no giran el volante, ni manejan el acelerado ni el
freno. El conductor es usted.

¿Qué podemos hacer con nuestras emociones y pensamientos negativos?

1. Hacerles caso y “torcer”, “parar” o lo que nos digan. Consecuencia: abandonaremos


muchas cosas importantes en nuestra vida, lo que nos hará sufrir

2. Establecer una lucha con el pensamiento Consecuencia: nos distraemos y quedamos


exhaustos, con riesgo de accidentes y enfermar

3. ACEPTAR Consecuencia: Si aprendemos a conducir en estas adversas condiciones,


llegaremos a donde queremos, y probablemente desaparezcan nuestras emociones y
pensamientos negativos

ACEPTACIÓN DE PENSAMIENTOS MIENTRAS CAMINO HACIA LA DIRECCIÓN


VALIOSA DE MI VIDA
El dique con agujeros

Imagine un dique que tiene agujeros por los que antes o después sale agua y suponga
que aquí está una persona para quien ver correr el agua a través de esos agujeros le
produce una sensación de descontrol tremenda y desasosiego extremo que no puedo
soportar. Pero no hay problema, porque esta persona parece que ha encontrado un
modo de evitar su desasosiego y su necesidad de controlar que el agua fluya (el
terapeuta hace los movimientos). Esta persona está pendiente de ver si fluye el agua
por los orificios. Tan pronto ve que el agua fluye por uno, rápidamente se tranquiliza
porque lo resuelve poniendo el dedo índice en el pequeño agujero. Más tarde, tampoco
tiene problemas, ya que cuando el agua fluye por otro orificio, sitúa el otro dedo índice.
Más tarde, ve que fluye agua por otro, pero tampoco hay problemas, coloca un dedo del
pie derecho. Más tarde, coloca el dedo del pie izquierdo en otro orificio. Vuelve la
tranquilidad y la sensación de control Aún sigue sin problemas, ya que cuando surge
agua por otro agujero sitúa su nariz en el orificio y vuelve a tranquilizarse. Y así
sucesivamente. Parece que está controlando ¿verdad? Fíjese cómo está (la postura es
ridícula y el cliente sonríe)… Sin embargo, este hombre no encuentra la tranquilidad, ya
que sí parece que pueda controlar el agua, pero ¿a qué precio? Se lamenta de no poder
llevar su vida tiene que estar controlando que el agua no salga. Finalmente, no es feliz
en esa posición. ¿Qué le sugiere?, ¿qué es lo que, como el agua no puede soportar? Y
¿cuál es el precio que tiene que pagar por no ver fluir el agua?
La leche derramada

Un viejo granjero tenía una granja lechera. Estaba hablando con el nuevo mozo que
recientemente había llegado a su granja para ayudarle con las vacas, como parte de su
rehabilitación después de haber resultado herido en el frente. El mozo había estado
aprendiendo distintas tareas, como hacer regresar las vacas al establo, conducirlas a
los compartimentos, darles de comer, limpiarlas, ordeñarlas y llevar los cubos llenos de
leche a la nevera, y posteriormente, a las mantequeras. El mozo estaba preocupado
porque había derramado parte de la leche de la mantequera, así que intentó limpiar el
suelo con la manguera. Cuando el granjero pasó por ese rincón, ahí estaba el inexperto
mozo mirando con desesperación el inmenso charco blanco que había creado. “Ah –
dijo el granjero-, ya veo qué problema tienes. Cuando el agua se mezcla con la leche,
todo parece lo mismo. Si has derramado medio litro de leche, parecerán cinco litros. Y
si has derramado cinco litros, parecerán… bueno, más o menos ese lago en que te
encuentras. El truco consiste en encargarse simplemente de la leche derramada. Déjala
correr y limpia lo que quede con el cepillo, empujándola hacia el sumidero; y sólo
entonces, cuando el suelo esté lo suficientemente limpio, puedes lavarlo con la
manguera.” La leche que había derramado el mozo se había mezclado con el agua con
la que había intentado limpiarla, y ahora todo parecía lo mismo. Eso es lo que ocurre
con nuestros estados de ánimo. Nuestros mejores intentos por disiparlos pueden
empeorarlos, pero cuando esto ocurre no nos damos cuenta: todo parece lo mismo, de
modo que lo único que conseguimos es intensificar nuestros intentos desesperados de
arreglar las cosas. No hay nadie que agite una bandera para avisarnos y diga: “espera
un momento; ese sufrimiento adicional que acabas de sentir no formaba parte del estado
de ánimo que tenías al principio”. No hay nada “ahí fuera” que nos recuerde que, a pesar
de nuestras buenas intenciones, lo que estamos haciendo es empeorar
considerablemente nuestros problemas.
Línea de la vida

El psicólogo dibuja una línea oblicua en un papel y pide al paciente que escriba en el
extremo inferior todos aquellos pensamientos y sentimientos que pueden interferir en lo
que desea conseguir en su vida actualmente. A continuación, pide que en el extremo
superior de la línea escriba todo lo que desea conseguir en un intervalo de tiempo
determinado (por ejemplo 1 año o 5, dependiendo del caso particular).

El psicólogo invita a la reflexión: “¿Qué aspecto tiene la línea? Es oblicua. Si estás aquí,
por ejemplo (trazando una X justo en la mitad de la línea), ¿A qué tendrá tendencia
siendo la línea oblicua? A bajar. Siempre a bajar, porque lo fácil es caer. A todos nos
pasa, la diferencia es lo que hacemos cada uno. Dime en qué parte de la línea te
encuentras tú ahora mismo. Dibújalo y en un tiempo te lo preguntaré de nuevo (es
probable que el paciente se dibuje abajo del todo o muy cerca del extremo inferior de la
línea). ¿Qué es lo siguiente que puedes hacer para dar el primer paso hacia lo que
quieres conseguir? Cuando uno hace siempre lo mismo y no funciona, hay que cambiar
la metodología. Tienes que establecer fechas concretas para los objetivos que deseas
conseguir.”
Papeles en la cara
El psicólogo proporciona al paciente papeles adhesivos y le pide que escriba en cada
uno de ellos un pensamiento negativo que tenga en mente usualmente. El psicólogo
comienza la reflexión: “¿Qué ves aquí? Te los voy a pegar en la cara (pega todos y cada
uno de los papelillos que ha escrito con sus pensamientos negativos en su cara,
tapándosela casi por completo). ¿Cómo estás? ¿Puedes ver algo? Dime qué había ahí
fuera, fuera de tus papeles. Está el mundo entero, la vida, tu vida. ¿Qué tienes en la
cara? ¿Qué representan estos papeles? ¿Qué están haciendo en ti? Te están
impidiendo ver lo que ocurre más allá de ellos, lo que pasa en la vida, lo que pasa en el
mundo. ¿Cómo te hacen sentir? Imagina que fuera está tu jardín, está todo aquello que
te importa. ¿Qué hacen tus pensamientos y sentimientos? Te impedirán ver tu jardín.
¿Qué podrías hacer con todo lo que tienes en la cara? ¿Te lo quieres quitar? Quítatelos.
Si te dijera que estos papeles no se pueden despegar de ti, ¿Dónde los pondrías? (el
paciente se señalará otras partes menos incómodas, como el pecho, piernas, etc.).
Póntelos ahí. Estos papeles forman parte de ti como persona, forman parte de tu
historia. La diferencia es si el miedo, la preocupación, la llevas aquí (en la cara) o aquí
(en el pecho). ¿Qué pensamiento te vendrá cuando quieras avanzar un paso más hacia
aquello que deseas conseguir? ¿Dónde estará, en la cara o en el pecho? Puedes elegir
tenerlo en la cara y no avanzar nunca o elegir tenerlo en el pecho. Siempre te
acompañarán porque son parte de ti, todos tenemos nuestros papeles. En cuanto te
vengan esos pensamientos y sentimientos tienes que regar tus plantas, buscar
soluciones, avanzar. Sabiendo que ese chorro de papeles estarán contigo, dime, ¿Qué
vas a hacer?”
Burrito y granjero

Había una vez un granjero que tenía un asno muy viejo. Un día, mientras el asno estaba
caminando por un prado, pisó sobre unas tablas que estaban en el suelo, se rompieron
y el asno cayó al fondo de un pozo abandonado. Atrapado en el fondo del pozo el asno
comenzó a rebuznar muy alto. Casualmente, el granjero oyó los rebuznos y se dirigió al
prado para ver qué pasaba. Pensó mucho cuando encontró al asno allí abajo. El asno
era excesivamente viejo y ya no podía realizar ningún trabajo en la granja. Por otro lado,
el pozo se había secado hacía muchos años y tampoco tenía utilidad alguna. El granjero
decidió que enterraría al viejo asno en el fondo del pozo. Una vez tomada esta decisión,
se dirigió a sus vecinos para pedirles que vinieran al prado con sus palas. Cuando
empezaron a palear tierra encima del asno, éste se puso aún más inquieto de lo que ya
estaba. No sólo estaba atrapado, sino que, además, lo estaban enterrando en el mismo
agujero que le había atrapado. Al entremecerse en llanto, se sacudió y la tierra cayó de
su lomo de modo que empezó a cubrir sus patas. Entonces, el asno levantó sus cascos,
los agitó, y cuando los volvió a poner sobre el suelo, estaban un poquito más altos de lo
que habían estado momentos antes. Los vecinos echaron tierra, tierra y más tierra, y
cada vez que una palada caía sobre el asno, éste se estremecía, sacudía y pisoteaba.
Para sorpresa de todos, antes de que el día hubiese acabado, el asno apisonó la última
palada de tierra, y salió del agujero a disfrutar del último resplandor del sol. (Luciano &
Wilson, 2002)
Las piernas cansadas

El psicólogo pide al paciente que estire las piernas elevándolas en un ángulo de 90


grados sentado en la silla y las mantenga así. Le pide que eleve y estire también sus
brazos. “Imagina que la cosa más importante y que te hace más feliz es mantener las
piernas y los brazos elevados, y yo te iré haciendo preguntas. ¿Qué has pensado
primero? ¿Alguna sensación que te venga? ¿Cansancio? ¿Cuánto del 0-10? ¿Algún
otro pensamiento que tengas? ¿Qué piensas? ¿Qué grado de cansancio tienes y por
dónde? ¿Alguna otra sensación? ¿Otro pensamiento? ¿Cuál es tu grado de cansancio
ahora? (las preguntas continúan mientras pasa el tiempo y el grado de cansancio es
cada vez mayor) A pesar del cansancio, ¿continuas con tu tarea? ¿Por qué? En la vida
real, ¿Cuándo sientes cansancio? ¿En qué situaciones? ¿A pesar del cansancio, que
estás haciendo, continuas? ¿Qué debes hacer ahí fuera? Aunque la felicidad implique
cansancio, debes seguir regando tus plantas, las cosas que te importan. ¿Qué grado de
cansancio tienes? ¿Cuánto quieres estar así? ¿Hasta cuando tienes que decidir tú que
no quieres seguir así? Tú eliges si elevarlos y ser feliz pero estar cansada, y de ser así,
hasta cuando, o no elevarlas. Lo eliges tu, no tu cansancio.”
El tablero de ajedrez

Se pide al cliente que se imagine un tablero de ajedrez en el que hay fichas blancas y
negras jugando una partida. Las fichas blancas serían, p. Ej., los pensamientos
"positivos" que el paciente tiene, aquellas cosas que le gusta pensar. Por el contrario,
las fichas negras son los pensamientos, emociones, etc. contra las que el paciente ha
estado luchando, aquello que ha intentado expulsar de su vida. Pues bien, planteada
así la situación, se pregunta al cliente quién sería él en esta hipotética situación.
Habitualmente, las personas suelen contestar que ellos son las fichas blancas. Ante esta
respuesta el terapeuta debería pararse y pedirle al cliente que considere alguna otra
posibilidad. Si él no fuera las fichas blancas ¿quién sería? Se puede sugerir al cliente
que tal vez fuera el tablero que contiene tanto las fichas blancas (los pensamientos,
emociones, etc. que gustan) como las negras (los que no gustan). De hecho, está claro
que él tiene (con-tiene) tanto aspectos "blancos" como "negros". El juego ha sido, hasta
ahora, intentar que las blancas ganen la partida; pero este juego ha resultado muy poco
fructífero y tal vez haya traído más costos que beneficios. Otro juego posible sería mover
el tablero hacia la dirección que se estima adecuada, vayan ganando las blancas o las
negras. Tal vez sea más difícil mover el tablero (la persona) cuando las negras van
ganando la partida; pero desde luego que no es imposible. (Luciano & Wilson, 2002)
El dedo en la cara

Pon tu dedo índice frente a tu cara. Míralo. Este dedito te dice: (incluir aquí todos
pensamientos, recuerdos o sentimientos negativos que aborden al paciente). Continúa
mirándolo. Póntelo un poco más cerca. Y un poco más. No dejes de mirarlo nunca.
¿Acaso si estás mirando el dedo puedes ver con claridad lo que hay fuera? ¿No lo ves
borroso? Fuera esta lo que nos importa: la familia, los amigos, etc. Cuando vayas a
hacer algo piensa si en realidad estas mirando tu dedo hablándote o estas mirando hacia
fuera. El dedo no se puede quitar, pero tú puedes elegir si mirarlo o mirar hacia fuera,
sabiendo que seguirá ahí.
El invitado grosero

Suponga que se dispone a celebrar la fiesta de su vida y usted es el anfitrión. Solo hay
una única norma en la localidad para poder celebra fiestas, y es que se ha de poner un
cartel en la entrada que diga: “Bienvenidos todos”. Usted accede, aunque no está muy
convencido. Pone el cartel y comienzan a llegar invitados. Cualquiera puede entrar, ya
que esta el cartel “Bienvenidos todos”. Antes de que pueda usted disfrutar de su fiesta,
observa a un invitado grosero, sucio, maloliente y maleducado. Inmediatamente, se
alerta y va hacia él para echarle, pero no puede hacerlo (esta el cartel de “Bienvenidos
todos” e inmediatamente volvería a entrar). No encuentra otra acción que ir detrás del
invitado grosero para conseguir que no moleste a otros invitados. ¿Qué hacer para que
no moleste? Se le ocurre que puede encerrarlo en una habitación, pero entonces tiene
que estar pendiente de que no salga. Finalmente, no le queda más opción que estar
llevándole a la puerta de salida y quedarse allí para que no moleste más. Si se despista,
rápidamente se mezcla con los invitados y usted tiene que volver a estar de él para que
no incordie. La cuestión es que si quiere que el invitado no moleste, tiene que ser su
guardián, y a pesar de ello, se le escapa frecuentemente. Lo puede hacer, es libre de
hacerlo, pero tiene un coste muy alto. ¿Está el anfitrión realmente en su fiesta o se la
está perdiendo? (Luciano & Wilson, 2002)
El funeral

Quiero que cierres los ojos y te centres en mi voz… trata de relajarte durante unos
minutos y deja al margen las cosas de las que hemos estado hablando… (El terapeuta
hace relajación durante 2 o 3 minutos). Ahora quiero que imagines que has muerto y
que eres capaz de asistir a tu funeral en espíritu… Quiero que te veas yaciendo y que
mires y escuches los elogios hechos por tu mujer, tus hijos, tus amigos, la gente con la
que has trabajado… Imagina que estas en esta situación… ahora quiero que visualices
o que te gustaría que estas personas que fueron parte de tu vida recordaran de ti. ¿Qué
te gustaría que tu mujer dijera de ti, como su marido, aun compañero?... Deja que ella
hable sobre eso. Se valiente. Deja que ella diga exactamente lo que realmente a ti más
te gustaría que ella dijese sobre ti si tuvieras total libertad sobre lo que eso podría ser…
Ahora, ¿Qué te gustaría que tus hijos recordaran de ti, como padre? De nuevo, se
valiente. Si pudieras hacerles decir algo, ¿Qué sería? Incluso si actualmente no has
cumplido con lo que quisieras, deja que ellos digan lo que a ti más te gustaría…Ahora
que te gustaría que tus amigos dijeran sobre ti, como un amigo. Déjalos decir todas esas
cosas que a ti te gustaría que dijeran y no retengas nada. Deja que digan lo que más te
gustaría que dijeran. Haz una nota mental de estas mental de estas cosas cuando los
oigas hablar… (El terapeuta puede continuar con esto, hasta que sea claro que el cliente
ha entrado en el ejercicio. Entonces el terapeuta ayuda al cliente a volver a la sesión y
comentan sobre el camino que el cliente tiene y el camino que quiera tener.) (Luciano &
Wilson, 2002)
Las llaves que abren puertas

Le pedimos al cliente sus llaves (un manojo de llaves sirve mejor para nuestros
propósitos). Le pedimos que imagine que cada una de esas llaves es una sensación, un
pensamiento o recuerdo que no le gusta, que le atemoriza. Es más, le eso que siento
en este mismo momento (“no quiero, me atemoriza”) son más llaves. Por ejemplo, esta
llave (identificando una de ellas) es el pensamiento de “tener miedo a que la ansiedad
sea mayor”, esta otra llave es “las ganas que tienes de beber”, esta “tu pensamiento de
que no vas a poder aguantarlas”, esta otra llaves son “tus dudas”, esta es “tu tristeza”,
esta es “tu pensamiento de ser una mala persona”, y así sucesivamente. Le
preguntamos, entonces, si las llaves le impiden ir donde quiere ir: “Te las puedes meter
en el bolsillo de tu pantalón. Quizás si antes no las has llevado nunca contigo, puede
que las notes al principio, pero finalmente ¿Qué ocurre?... Parece que forman parte de
ti y ni las notas, pero lo cierto es que las llevas. Y son muy útiles. Dime para qué sirven
las llaves, aunque a veces resultan molestan en el pantalón y no te guste llevarlas (eso
de “no me gusta llevarlas, abultan…” eso es otra llave). Dime para que sirven…sirven
para abrir puerta y entrar en sitios y hacer lo que te importa en tales sitios. ¿Y si te
planteas que todas esas cosas que sientes y piensas son llaves y que, como las llaves,
tienen u gran valor aunque no te gusten? ¿Y si estas llaves también te sirven para abrir
puertas que ha estado cerradas mucho tiempo, quizás toda la vida? ¿Y si hacer uso de
esas sensaciones, llevarlas contigo en vez de rechazarlas, también te abre puertas?
Llevarlas como se llevan las llaves, sin pelear con ellas. Al principio de nuestro trabajo
no querías llevar ninguna llave y no abrirías ninguna puerta de las que querías. Ahora
llevas ya algunas llaves pero parece que no estás dispuesto a llevar todas las que tienes.
Dime: ¿Cuánto podrías ganar si dejaras de ser selectivo con las llaves que tu historia te
da? ¿Y si cada una que la vida te da la miras bien, la pones en tu mano y después la
sitúas en tu bolsillo y te vas con todas a abrir las puertas de tu vida? ¿Qué te lo impide?…
(Cualquier cosa que el cliente diga ahí es otra razón que sirve como barrera, es
contenido del yo, otra llave); le decimos:”Eso es otra llave. Ponla en tu bolsillo y llévala
contigo, ¿acaso no puedes caminar con ella? ¿Acaso llevarla cambia lo que te importa?”
(Luciano & Wilson, 2002)
Los dos monjes

Dos monjes caminaban por el sendero de un bosque en algún lugar de Asia. Ambos
iban en silencio para mantener el precepto de no hablar a favor del noble silencio.
Llegaron a una curva en el sendero y divisaron a una joven mujer muy atractiva vestida
de blanco que dudaba en el borde de una ensenada cubierta de lodo. No había manera
de atravesar la ensenada sin mancharse sus vestidos en las aguas muy sucias. Ambos
monjes sabían que tenían votos de no tocar, ni siquiera mirar, a una mujer como parte
de su tradición religiosa. Cuando se aproximaban a la mujer, sin embargo, uno de los
mojes rápidamente tomo en sus brazos a la mujer y la llevo al otro lado sin decirle una
palabra. Los dos monjes siguieron caminando. Pasaron varias horas y el otro monje no
daba crédito a lo que había visto. Finalmente no pudo soportarlo más y rompió su voto
de silencio. Gritando, le dijo: “¿Cómo has podido hacer eso? No solo la miraste, sino
que la tomaste en tus brazos y la llevaste al otro lado”. El otro monje miro a su acusador
y pausadamente le replicó: “Yo deje a esa mujer en el suelo hace ya horas. Parece como
si tú la estuvieras transportando aun, ahora mismo”. (Luciano & Wilson, 2002)
El hombre en el hoyo

Un hombre iba por el campo, llevando una venda en los ojos y una pequeña bolsa de
herramientas. Se le había dicho que su tarea consistía en correr por ese campo con los
ojos vendados. El hombre no sabía que en la granja había hoyos grandes y muy
profundos, lo ignoraba completamente. Así que empezó a correr por el campo y cayó
en uno de esos grandes agujeros. Empezó a palpar las paredes del hoyo y se dio cuenta
de que no podía saltar fuera y de que tampoco había otras vías de escape. Miro en la
bolsa de herramientas que le habían dado, para ver si había algo que pudiera usar para
escapar del hoyo, y encontró una pala. Eso es todo lo que tenía. Así que empezó con
diligencia, pero muy pronto advirtió que no salía del hoyo. Intento cavar más y más y
más y más rápido, pero seguía en el hoyo. Lo intento con grandes paladas y con
pequeñas, arrojando lejos la tierra o arrojándola cerca… pero seguía en el agujero. Todo
ese esfuerzo y todo ese trabajo, y lo único que conseguía es que el hoyo se hiciese
cada vez más y más profundo. Entonces se dio cuenta, que cavar no era la solución, no
era la forma de salir del hoyo, al contrario, cavando es como se hacen los hoyos más
grandes. Entonces empezó a pensar que quizás todo el plan que tenía estaba
equivocado y que no tenía solución, ya que cavando no pueda conseguir una
escapatoria, lo único que hacía era hundirse más. (Luciano & Wilson, 2002)

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