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La Historia Económica plantea una reflexión sobre la economía desde una perspectiva histórica
como modo de comprender el proceso de formación de nuestras relaciones económicas y
sociales, así como punto de referencia a la hora de proponer reformas o soluciones a
problemas actuales. Con este fin, la Historia Económica establece una serie de etapas en el
proceso de crecimiento o desarrollo económico que responden a la interacción entre cambios
estructurales a largo plazo y causas coyunturales, así como progresan a distinto ritmo según
períodos o áreas geográficas.
-desarrollo: crecimiento de una economía durante el cual tienen lugar una serie de cambios
estructurales conducentes a elevar el nivel de vida de la población. En sociedades capitalistas,
este proceso se identifica con el acceso a la modernización y la acumulación de capital
necesaria para incrementar la producción de bienes y servicios, así como generar un mayor
bienestar en la población. De forma convencional, se mide mediante el PIB/cápita. Con todo, al
obviar este indicador importantes factores como la distribución de la renta nacional, cada vez
se recurre más a otras referencias que informen sobre la calidad media de vida. El índice de
desarrollo humano calcula un indicador mediante la combinación de tres variables: la
esperanza de vida, el nivel de educación y tasa de alfabetización de una sociedad y su renta
per cápita.
1) Despegue. Concepto introducido por W.W Rostow a través de su “teoría de los estadios”,
donde establece un proceso secuencial de desarrollo tras una ruptura en la fase inicial de
crecimiento. Estas etapas serían:
-era del consumo en masa, marcado por el crecimiento del poder adquisitivo de la población y
la adopción de economías de escala
Este modelo ha suscitado numerosas críticas. Entre otras, Rostow explica sólo de forma parcial
el paso de un estadio a otro, atribuye excesiva importancia a algunos sectores de arrastre y a la
noción de despegue, dado que el crecimiento requiere por norma general un proceso lento.
No considera diferencias regionales ni interacciones de los procesos económicos a escala
regional, nacional e internacional. En suma, basado en la revolución industrial inglesa, se trata
de un modelo de “imitación sin variantes” que define un líder (Gran Bretaña) para crear así un
esquema obligatorio de desarrollo.
2) Atraso relativo. Al constatar que muchos países con un crecimiento análogo presentan
numerosas diferencias en su desarrollo, A. Gerschenkron analiza los dos estadios más
importantes definidos por Rostow, el de formación de condiciones previas y el de despegue,
así como su aplicación a países atrasados para iniciar su desarrollo. Crea así el concepto de
“atraso relativo” respecto al país líder. Este concepto implica que la carencia de requisitos
previos se puede remediar mediante factores sustitutivos. Al existir distintos niveles de atraso
relativo entre los países, deben adoptarse políticas económicas diferentes según el caso. Por
tanto, hay distintas vías hacia la industrialización y el desarrollo económico.
Nacen así las “ventajas del atraso”. Según esta teoría, un mayor nivel de atraso puede
compensarse mediante un más rápido desarrollo industrial (y un menor crecimiento agrícola),
una mayor concentración en la producción de bienes de equipo, una mayor importación de
capital y técnicas extranjeras y un mayor papel de las instituciones. La segunda revolución
industrial ofrece buenos ejemplos de las “ventajas del atraso”. Países como Alemania y EEUU
procedieron a una rápida absorción de la tecnología británica sin invertir los recursos en
investigación y desarrollo previos para luego proceder a superarla. El papel del Estado o del
sistema bancario resulta asimismo relevante durante este período en la industrialización de
Alemania, Italia, Rusia o Japón.
3) La dimensión regional. Las principales críticas al modelo de Rostow realizadas por S. Pollard
se concretan en la unidad de análisis. La noción de despegue se debía aplicar a la dimensión
regional y no a la nacional dado que regiones de un mismo país viven procesos de desarrollo
diferentes. De igual modo, desarrollos de la economía internacional se interfieren en las
decisiones nacionales y generan distintas consecuencias según países.
4) La senda de dependencia. Acuñado por P.A. David, este concepto alude a que la explicación
de los cambios tecnológicos e institucionales no debe buscarse en leyes económicas
universales, sino en el recorrido histórico del proceso. Las cadenas de acontecimientos acaban
impidiendo alternativas en principio posibles y determinando el campo de elección. Por tanto,
de nuevo se sostiene que no hay una única vía hacia el desarrollo.
5) El enfoque institucional. Recuperado por D. North, este enfoque a veces criticado como
demasiado mecanicista sostiene que el cambio económico es concebido como resultado del
cambio institucional. La competencia entre áreas no sólo se da en tecnologías y métodos de
producción, sino también en las regulaciones institucionales y su capacidad para promover el
desarrollo y hacer más eficiente la economía. Así, durante el siglo XIX incluso el librecambismo
reconocía ciertas funciones al Estado, cuya intervención económica resultó más clara en países
de unificación reciente (Alemania, Italia, Bélgica, EEUU). Esta intervención estatal se vio
acentuada por la recesión económica vivida en los países industrializados durante el período
de entreguerras, que alumbró nuevos regímenes políticos y económicos como los socialistas o
fascistas. Tanto desde el Estado regulador de EEUU como desde el modelo más centralista
europeo consolidados durante el siglo XX, el peso del Estado en la economía ha ido creciendo a
lo largo del tiempo, con especial énfasis en la segunda mitad de la centuria ante la mayor
demanda de servicios por parte de la población y la creciente complejidad de las relaciones
económicas en una etapa de clara globalización económica.
TEMA 2.
-lenta evolución de instituciones financieras, como la bolsa o la banca. Esta última se veía
limitada por su escasa especialización y falta de liquidez. Sólo a fines de la época preindustrial,
surgen las bancas nacionales, con una eficiencia reducida.
La cultura, en manos de los grupos dirigentes (Iglesia), cooperaba a la afirmación del orden
establecido al defender el peso de la tradición, la desigualdad jurídica y la jerarquía social. La
ciencia sufría una desconexión entre reflexión teórica y aplicación práctica a la economía que
remitía la innovación técnica al empirismo artesanal. La moral económica se hallaba poco
ligada a los principios de una economía de mercado (noción de precio justo o beneficio
moderado, condena de la usura o préstamo con interés).
Consecuencia última, todos estos rasgos impedían que las economías preindustriales
experimentasen un crecimiento sostenido que generase a su vez cambios estructurales
promovedores de desarrollo.
Se caracteriza por altas tasas de natalidad (35-40 por mil en Europa durante la Edad Moderna)
y mortalidad (28-25 por mil) con especial incidencia en la infancia: las tasas de mortalidad
infantil (primer año de vida) suponían entre un 180-260 por mil. Lo elevado de ambas tasas
permitía un escaso crecimiento natural, quebrado por la aparición de crisis demográficas, que
actuaban como reguladoras del frágil equilibrio entre población y recursos: catástrofes
climáticas, agrarias o epidémicas.
La baja productividad del trabajo agrario exigía extender el área de cultivo para procurarse
alimentos (crecimiento extensivo). Al cultivarse tierras marginales de peor calidad, los
rendimientos decrecientes al agotarse el suelo imposibilitaban alimentar de forma suficiente a
la población. Se generaban así crisis agrarias o de subsistencias, que debilitan a la población y
la hacen vulnerable a las enfermedades endémicas o epidémicas. Al no funcionar los frenos
preventivos (celibato, matrimonio diferido, prácticas contraceptivas), actuaban los positivos o
represivos (hambre, guerra, epidemias). Reducido el exceso demográfico, la población disponía
de mejores tierras y pastos para obtener rendimientos crecientes y el ciclo se reanuda.
b) Hipótesis epidemiológica (Livi-Bacci). Defiende que los factores epidémicos, no los ciclos
agrarios, son los reguladores exógenos del sistema.
En las sociedades con fuerte incidencia de crisis epidémicas, la adaptación a esta elevada
mortalidad se produce mediante regímenes demográficos de alta presión –matrimonio precoz
o universal, alta fertilidad-. El resultado es la frecuencia de situaciones de tensión entre
población y recursos, con bajas tasas de ahorro y niveles de renta.
En las poblaciones más sanas de los climas templados, con menor presencia de enfermedades
endémicas, la adaptación a los recursos se realiza mediante otras respuestas de la sociedad
para configurar un régimen demográfico de baja presión, caracterizado por su menor
fertilidad. En Europa, entre estas respuestas se contaban la difusión elevada del celibato, la
avanzada edad de matrimonio y la limitación del número de hijos.
Este sistema económico, político y social sustituye al anterior sistema esclavista, común en la
Edad Antigua, a raíz de la caída del Imperio Romano. El sistema feudal pervivirá durante las
épocas medieval y moderna (siglos VIXVIII) hasta la llegada de las revoluciones liberales e
industriales.
Así, en el plano político, la desaparición del Estado fuerza a los reyes a ceder tierras y rentas a
los señores a cambio de servicios militares hasta construir una pirámide social que distinguía
entre sectores privilegiados (nobleza, clero) y grupos pecheros o contribuyentes
(comerciantes, artesanos, campesinos). En el plano económico, el sistema feudal se impone
debido a que la mano de obra esclava se hace escasa y cara tras disminuir las grandes guerras
a fines del Imperio Romano. La gran plantación, basada en abundante mano de obra esclava,
no puede ser eficiente ante las convulsiones políticas y sociales existentes y la destrucción de
las relaciones económicas (financieras, comerciales, monetarias) que las habían sustentado. Al
sustituirse la relación amo-esclavo por la relación señor-vasallo, se consolidan unas relaciones
sociales y económicas feudales que perduraron en Europa durante toda la Edad Media y
Moderna.
En este nuevo marco, el señor ejerce cierto poder político sobre un territorio, aplica la justicia
y ofrece al vasallo su protección gracias a su fuerza militar. El vasallo recibe en usufructo
tierras del señor (tenencias) a cambio del pago de rentas y servicios. Con la familia como
unidad de producción básica, el vasallo trabaja para sí mismo estas tierras, cuya explotación se
asegura mediante la transmisión hereditaria del usufructo a sus descendientes.
-las tenencias, cultivadas por los vasallos, cuyo peso porcentual dentro del señorío creciendo
con el tiempo al demostrarse su mayor eficiencia. A cambio de la cesión del usufructo sobre
estas tierras y en reconocimiento de su vasallaje, al margen de participar en campañas
militares bajo el liderazgo del señor durante determinados períodos de tiempo, los campesinos
le cedían distintas prestaciones económicas:
Estas prestaciones señoriales, cuyo alcance concreto podía variar en cada caso en función de
circunstancias políticas, sociales y económicas, se completaban con la cesión a la Iglesia por su
liderazgo espiritual del diezmo o décima parte de la cosecha y las primicias o primeros frutos
recogidos. Al suprimir la reforma protestante implantada en el siglo XVI estos impuestos,
fueron mantenidos sólo en la Europa católica durante la Edad Moderna.
El sistema feudal se ve sujeto a una lenta evolución desde su origen. Tras la crisis económica y
social de la Baja Edad Media (siglos XIV-XV), saldada con la reducción o supresión de las
corveas en Europa occidental, la evolución del feudalismo al capitalismo se aceleró en Europa
durante la Edad Moderna (siglos XVI-XVIII). El debate gestado entre los historiadores sobre las
causas de esta transición reconoce dos causas esenciales:
-la influencia externa del capital comercial, asentado en las ciudades, que genera el paso de un
sistema de producción para el uso a otro sistema de producción para el cambio (Sweezy).
La producción gremial, asentada en las ciudades, incluía los bienes de mayor calidad y más
caros, que requerían una mayor especialización. Se hallaba dirigida por gremios o
agrupaciones de artesanos (aprendices, oficiales y maestros) que regulaban el aprendizaje del
oficio y posterior acceso al trabajo, las normas de producción y el precio de los bienes
elaborados.
Sobre este esquema dado, el crecimiento demográfico y económico del siglo XVI provoca una
demanda creciente de productos industriales que la rigidez del sistema gremial no permite
satisfacer. La solución puede venir bien de la mano del Estado o de los comerciantes.
El Estado, fortalecido con la afirmación de las naciones durante la Edad Moderna, dispone la
creación de ciertas fábricas con el fin de promover la industria nacional. Favorecidas por
monopolios y exenciones fiscales, sus producciones se hallan vinculadas a los principales
intereses del Estado:
Frente a la ineficacia estatal, los comerciantes desarrollan desde mediados o fines del siglo XVI
el paso del sistema doméstico al sistema de producción por encargo (putting-out system). Este
proceso, denominado protoindustrialización, supone el traslado de la producción industrial al
campo para crear formas más sencillas de organización del trabajo frente a la regulación
gremial. Sus mejores exponentes son la nueva pañería, más barata que la urbana, y ciertas
actividades metalúrgicas y mineras.
Si bien la producción gremial y la producción por encargo coexisten durante el siglo XVI gracias
al aumento de la demanda, la contracción demográfica y recesión económica del siglo XVII
provocó un descenso de la demanda global y en un enfrentamiento entre los dos sistemas:
-la artesanía urbana prevalecerá cuando la prioridad sea la mano de obra especializada, el
control gremial y el acceso a la financiación o a los circuitos comerciales
-la industria rural ligada a la producción por encargo vencerá cuando la prioridad sea la
obtención de mano de obra abundante y barata o un fácil acceso a fuentes de energía y
materias primas. El fuerte aumento de las exportaciones de nuevas pañerías durante el siglo
XVII (Norte de Países Bajos e Inglaterra) frente a las tradicionales pañerías urbanas (en
decadencia en Italia y España) evidencia la mayor competitividad de la industria rural.
Esta primacía industrial fomentó el desplazamiento de los polos de desarrollo desde el sur del
mediterráneo, cuya economía se hallaba en auge en el siglo XVI, al noroeste atlántico y
favoreció cierta especialización regional en actividades económicas: determinadas zonas con
una baja productividad agrícola se orientaron hacia la elaboración de manufacturas y
demandaron alimentos de zonas que aprovecharon su mayor productividad para generar una
especialización agrícola y adquirir manufacturas de las zonas anteriores.
La Edad Moderna asiste a una expansión del comercio internacional, conocida como
“mundialización de la economía” que preludia el proceso de globalización vivido ya en el siglo
XIX. Si su participación en el comercio total era reducida, el comercio internacional resultó
clave en el proceso de formación de capital antes de la industrialización, proporcionó a Europa
importantes recursos y gestó cambios institucionales, en buena parte ligados al papel
creciente de los Estados en las economías nacionales. A esta expansión del comercio
internacional colaboran:
El historiador Hamilton ya estableció una correlación directa entre las remesas de plata
llegadas a Europa y el proceso de inflación de precios que caracteriza el siglo XVI. De acuerdo
con la teoría cuantitativa, dedujo que el aumento consiguiente de la masa monetaria en
circulación habría disminuido su valor y contribuido a dinamizar el comercio exterior e interior.
La explicación de Hamilton fue ampliada por el economista Keynes al establecer que esta
inflación extendió la diferencia entre precios y salarios, favoreció la acumulación de capital y el
desarrollo del capital mercantil.
Las hipótesis de ambos autores se basan en la teoría cuantitativa del dinero, que defiende que
todo incremento en el stock monetario genera un alza proporcional en los precios si
permanecen constantes el volumen total de las transacciones y la velocidad de circulación de
dinero. Las críticas a sus opiniones se centran en el mayor aumento de los precios de los
productos agrarios, de demanda inelástica y sujetos a rendimientos decrecientes, frente a los
productos industriales. Por tanto, sin desestimar la influencia del aumento de la masa
monetaria en circulación, el crecimiento demográfico del siglo XVI también habría contribuido
al alza de los precios.
Si durante el siglo XVII Holanda se consolida como centro del comercio internacional,
Inglaterra obtendrá la supremacía en el siglo XVIII. El perfeccionamiento del comercio
internacional permite a Inglaterra establecer una coordinación funcional por zonas llamada
comercio triangular. A grandes rasgos, en este esquema, Europa exportaba manufacturas,
África aportaba esclavos y América materias primas y productos coloniales.
Si bien el crecimiento económico del siglo XVIII potencia la demanda de materias primas,
productos coloniales y metales preciosos desde Europa, se aprecia que desde mediados de
siglo la producción nacional de estos países se acopla mejor al comercio internacional (Así,
Inglaterra y Francia remiten una mayor proporción de su producción agrícola e industrial a las
colonias). Por tanto, el comercio internacional favoreció tanto la expansión de las
manufacturas como la acumulación de capital en los países europeos más desarrollados, con
excepcionales resultados en el caso inglés.
6. El mercantilismo (1500-1750).
-si el país carece de minas de oro y plata, es indispensable obtener una balanza comercial
favorable: se limitarán mediante impuestos y prohibiciones las importaciones u otros
movimientos de capital que la deterioren.
-promoción del incremento de la población para mantener los salarios bajos y fabricar
productos industriales competitivos mediante medidas de apoyo a matrimonios precoces y
familias numerosas.
-defensa de la explotación de las colonias en beneficio de las metrópolis, bien para obtener
metales preciosos, productos coloniales o materias primas en condiciones ventajosas y sanear
la balanza comercial.
TEMA 3.
INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO ECONOMICO.
2) Mayor importancia de la industria (en menor grado del sector servicios), que permite la
introducción de la mecanización, la división del trabajo y la especialización de la mano de obra.
El crecimiento se halla vinculado a la gestación de una sociedad urbana que demanda nuevos y
mayores servicios y al inicio del éxodo rural, proceso lento que sólo culminó en muchos países
de Europa en la segunda mitad del siglo XX.
3) Aumento de la productividad, sobre todo en el sector industrial, que acapara una mayor
cantidad de recursos que en épocas anteriores. Pese a la carencia de políticas de redistribución
de la renta, este incremento fue esencial para permitir aumentar la capacidad adquisitiva de
amplios grupo sociales en las últimas décadas del siglo XIX.
7) marco institucional y social más proclive al crecimiento. Las sociedades liberales permiten
una mejor asignación de recursos por el mercado al introducir la igualdad jurídica de los
derechos individuales y una unificación normativa de las relaciones económicas. De acuerdo
con North y Veblen, la mayor calidad de las instituciones incentivaría así las iniciativas e
inversiones al garantizar mejor estos derechos reconocidos por la ley, incluido el de propiedad
privada o intelectual.
La cultura, cada vez más vinculada a los grupos burgueses y desde una concepción más laica,
plantea una ruptura con el orden del Antiguo Régimen y defenderá los principios del
liberalismo Tras introducir el método experimental ya en el siglo XVII, la ciencia relaciona en
mayor grado la reflexión teórica y su aplicación práctica a la economía, en especial al proceso
industrial. La nueva teoría económica emergente desde 1750 se halla más ligada a los
principios de una economía de mercado. El sociólogo Max Weber vinculó el espíritu capitalista
a la ética protestante, más favorable a adoptar el espíritu de ganancia y trabajo como valores
morales en la vida.
Gracias a este nuevo marco institucional, la acumulación de capital ligada al sistema capitalista
va acompañada de una mayor incorporación de innovaciones técnicas al proceso productivo y
de la mejora del capital humano disponible, procesos intensificados bajo la segunda revolución
industrial. Proceso ya iniciado en la Edad Moderna, vinculado a la importancia dada por la
religión protestante a la lectura individual de la Biblia, la alfabetización de la población
progresó a mayor ritmo en el siglo XIX en las sociedades del Norte y Noroeste de Europa que
en la Europa mediterránea, de tradición católica, o en la Europa oriental, de mayoría
ortodoxa.
Con claras líneas de continuidad con procesos en curso ya a fines del período preindustrial, la
transformación de las bases económicas se desarrolla a distinto ritmo según los países. Su
plasmación más temprana tiene lugar en Gran Bretaña, donde se suceden con gran rapidez
cambios de tal magnitud entre 1750 y 1830 que consolidan la industrialización. La supremacía
británica facilitará e impondrá la difusión de este modelo de desarrollo, cuyas consecuencias
alcanzan una repercusión mundial ya durante el siglo XIX.
-Sustitución del sistema de campos abiertos, de explotación comunal, por campos cerrados, de
propiedad privada. Este proceso, que alcanza su máximo desarrollo en la segunda mitad del
siglo XVIII y principios del siglo XIX, favoreció la concentración de la propiedad, la inversión
agrícola y la introducción de métodos de cultivo más intensivos.
1.3. El capital.
El capital que financió la revolución industrial inglesa provenía, en esencia de las actividades
agrícolas (invertido por lo general en minería y siderurgia) y del comercio exterior con América,
África y Extremo Oriente. Industria ligeras, como la textil, disponían de capacidad de
autofinanciación mediante la sistemática reinversión de los beneficios al requerir unos costes
iniciales de capital fijo reducidos hasta la adopción de la máquina de vapor.
Compuesto por el banco de Inglaterra, los bancos privados de Londres y unos 400 bancos
locales, el sistema bancario colaboró en esta ampliación del mercado de capital al agilizar los
pagos de las empresas mediante la emisión de papel moneda y al facilitar créditos industriales
a corto plazo (mediante letras de cambio) y a largo plazo; pero con notables restricciones
debido a problemas de liquidez.
-construcción de carreteras por compañías privadas que las explotaban en régimen de peaje y
con nuevas técnicas de construcción, que aumentan la velocidad y comodidad del transporte
rodado de mercancías y pasajeros.
-construcción de canales navegables; que abaratan los precios de las mercancías pesadas,
conectan regiones agrícolas e industriales y fomentan la constitución de sociedades por
acciones para financiar su construcción.
-desarrollo de la maquina de vapor, a través de las innovaciones de James Watt en 1775, que
conoce fuerte difusión a partir de 1800 y permite suministrar fuerza motriz a la maquinaria
industrial. Desde principios del siglo XIX se consigue su adaptación al transporte terrestre
(ferrocarril) y marítimo o fluvial (navegación a vapor).
Símbolo del proceso de modernización, los efectos de la construcción del ferrocarril pueden
clasificarse en:
Al depender los eslabonamientos hacia delante del estado precio de las infraestructuras y
otros medios de transporte alternativos, su evaluación se realiza mediante el cálculo del
ahorro social, que expresa la diferencia resultante entre atender la demanda de transporte de
mercancías y viajeros a través del ferrocarril o mediante la mejor combinación posible de los
medios de transporte alternativos. Así, allí donde existía una buena red de canales (Gran
Bretaña, Holanda, Alemania) el ahorro social fue bajo mientras países que como España
carecían de estas posibilidades fue alto. Como demuestra el caso de Rusia, una elevada
extensión de territorio podía contribuir a reducir el ahorro social y restringir los
eslabonamientos hacia delante.
Las consecuencias de esta expansión del comercio exterior para la economía inglesa fueron
múltiples:
-al importar materias primas, dota a los territorios suministradores (en parte, colonias) de
medios económicos para adquirir manufacturas inglesas: se refuerza la división mundial del
trabajo
-genera una acumulación de capital que ayuda a financiar la revolución industrial inglesa
Se trata en esencia de la aplicación a la actividad económica del carbón mineral al resultar más
barato que el vegetal. De origen inorgánico, supone una fuente de energía estable capaz de
apoyar el sistema productivo de forma constante. Susceptible de almacenamiento, el
aprovechamiento de la energía motriz que genera consolida el sistema de fábrica, incrementa
la productividad y permite así satisfacer la demanda de una población creciente y atraer
nuevos capitales para la inversión industrial.
-hornos de coque (variante de la hulla con bajo contenido en azufre), que sustituyen a los
anteriores de carbón vegetal y permiten la producción de hierro colado y forjado tras
descubrirse el método de pudelación
-máquinas de vapor, que generan fuerza motriz para la maquinaria industrial, las bombas
elevadoras de agua de las minas y las locomotoras y barcos de vapor.
4. La innovación tecnológica.
Frente a las constantes dificultades para introducir el cambio técnico en las sociedades
preindustriales, sorprende el gran número de innovaciones técnicas desarrolladas durante la
revolución industrial inglesa, sobre todo en sus inicios durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Su surgimiento ha sido explicado mediante dos hipótesis:
b) hipótesis sistemática, defiende que toda innovación responde a una necesidad económica
concreta y se desarrolla mediante un proceso uniforme, de etapas sucesivas. Esta hipótesis
sistemática se apoya en tres nociones esenciales para explicar el cambio técnico.
1) La noción de cuello de botella alude a los desequilibrios en la capacidad productiva entre las
diversas fases del proceso de producción, provocados por la introducción de una mejora
técnica en alguna de éstas. Se generan así presiones para orientar la actividad investigadora a
eliminar estos estrangulamientos o “cuellos de botella” en el proceso de producción.
-innovación, fase esencial, al suponer una ruptura con la tradición y resistencia social aplicando
una invención previa y revolucionando el proceso productivo
En el caso de la revolución industrial inglesa, las razones de los empresarios para invertir en
estas innovaciones técnicas a pesar de disponer de una numerosa oferta de mano de obra
ligada al fuerte crecimiento poblacional aportado por la transición demográfica remiten a dos
razones:
Las consecuencias de estas innovaciones resultan fundamentales para asentar las bases del
crecimiento económico moderno:
Ambas posturas sustancian una visión distinta del cambio estructural promovido por la
revolución industrial. Así, para la visión optimista, las mejores posibilidades laborales atraerían
a los trabajadores agrícolas a las ciudades. Para la postura más pesimista, primarían factores
de expulsión que operaban en el campo como la quiebra de las manufacturas rurales al
irrumpir el sistema fabril o la carencia de tierras del campesino que le privarían de sus medios
tradicionales de sustento y le impondrían el éxodo a la ciudad.
TEMA 4.
1. El mercado de trabajo.
El paso de una sociedad rural agrícola a una civilización industrial y urbana comportó una
profunda modificación de la estructura ocupacional de la población. La disminución del sector
primario (agricultura, ganadería, pesca) promovió una expansión clara del sector secundario
(industria, minería) y otra más modesta del sector terciario (administración pública, banca,
actividades comerciales, profesiones liberales) ante un crecimiento moderado del Estado y una
mayor movilidad de capital y población ligada al liberalismo económico. El cambio estructural
progresa a distinto ritmo según países: si durante la segunda mitad del siglo XIX se acelera en
Alemania, se retrasa en Francia, España e Italia, países mediterráneos donde el sector agrícola
continúa siendo determinante para la economía. Idéntica lentitud demuestra Europa oriental,
más retrasada en el proceso de industrialización.
En las primeras etapas de la industrialización, el mercado laboral se atenía durante el siglo XIX
a unos principios liberales que lo volvían muy flexible ante la carencia de intervención por
parte de las instituciones. Por una parte, la regulación estatal sobre aspectos laborales
(asistencia, seguridad) se demoró en la mayoría de los países europeos hasta fines del siglo
XIX. Por la otra, si bien las organizaciones sindicales se hallan conformadas en Gran Bretaña –
Trade Unions- ya a mediados de siglo, tanto los sindicatos como los partidos socialistas
tardaron en consolidarse en el resto de Europa hasta fines del siglo XIX ante la dificultad de su
reconocimiento legal por los Gobiernos liberales. Limitados en principio a agrupar a obreros
con cierto grado de especialización, a pesar de la paulatina introducción de la ideología
marxista a través del Manifiesto comunista -1848- o El Capital -1867-, sólo el crecimiento de la
afiliación al difundirse la industrialización permitió a los sindicatos ver reconocida su función y
ganar capacidad de negociación.
Los efectos de la industrialización sobre el reparto de la renta en este mercado de trabajo poco
intervenido han sido analizados por Kuznets a mediados del siglo XX. Este autor defiende que
en las fases iniciales de la industrialización, aumenta la desigualdad económica a causa de la
elevada diferencia de productividad intersectorial (unos pocos trabajadores en sectores
modernos ganan mucho más que la mayoría, ocupada en actividades tradicionales). En un
momento determinado, la tendencia se invierte por el aumento del porcentaje de ocupados
en los nuevos sectores y la reducción de las diferencias de salario entre éstos y los
trabajadores empleados en el resto de las actividades económicas. Esta reducción de la
desigualdad permitiría una demanda más estable y consolidaría el crecimiento económico. Con
todo, la carencia de políticas económicas de redistribución de la renta en la población como las
introducidas en el siglo XX moderaría el incremento de la renta y la capacidad de consumo de
amplios sectores sociales.
La concepción de la empresa moderna se verá sujeta a fuertes cambios durante el siglo XIX. En
las primeras fases de la industrialización, existía un universo de pequeñas unidades
autónomas. Herederas del taller gremial, incluían trabajos de oficio sofisticados, que requerían
largos periodos de aprendizaje. Pese a la introducir la división del trabajo y especialización por
la industrialización, las distintas actividades no se hallaban aún bien coordinadas y vertebradas
ante la carencia de una jerarquía administrativa bien definida. Incapaces de ejercer una
influencia decisiva sobre los precios, estas empresas desarrollaban una “competencia
perfecta”. Con una importante base en la autofinanciación dadas las limitaciones aún
existentes para la circulación del capital, el empresario se proponía conseguir el mayor
rendimiento posible de los capitales invertidos más bien que obtener un determinado volumen
de producción o reducir su coste. Hasta los años sesenta, la mayor parte de la producción
industrial provenía de empresas pequeñas o medias, cuyo capital pertenecía a un individuo
solo o asociado a alguna otra persona. En este último caso, se trataba de una sociedad
colectiva, caracterizada por la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios.
Ya hubiesen sido con anterioridad comerciantes, artesanos o incluso inventores, el éxito de los
empresarios dependía de su adaptación al mercado y la reinversión de los beneficios. En este
contexto de competencia perfecta, la mortalidad entre las nuevas empresas creada era muy
alta y la unión entre familia y empresa constituía una constante.
No obstante, pese a su predominio numérico, las empresas familiares no podían financiar las
inversiones en nuevas tecnologías que requería la segunda revolución industrial. Fueron
apareciendo empresas de grandes dimensiones que procedieron a realizar una integración
vertical de todas las actividades relacionadas con el proceso productivo, desde la obtención de
las materias primas a la distribución del producto final. Gracias a la coordinación de sus
actividades por una jerarquía administrativa que incluía ejecutivos y directivos profesionales,
estas empresas practicaron una “competencia imperfecta” al conquistar posiciones
dominantes en el mercado y controlar los precios de ciertos productos mediante oligopolios y
monopolios.
Un primer paso de este proceso fue la difusión de sociedades anónimas por acciones en la
segunda mitad del siglo XIX al ir derogando los países las leyes que las prohibían y aceptando el
principio de responsabilidad limitada. Se reforzaron también las concentraciones industriales.
Con la consolidación de nuevos sectores, una parte creciente de la producción dependía de un
reducido número de empresas. En algunos sectores con elevada concentración de capital, su
número decrecía conforme aumentaban los negocios. Este aumento de dimensión favoreció la
introducción de economías de escala al disminuir los costes de producción por el aumento de
las series de fabricación y la distribución de los costes fijos en un volumen mucho mayor de
fabricación. Tanto la mecanización como la racionalización del proceso productivo adoptados
por la gran empresa hallaron su mejor plasmación en EEUU hasta consolidar el modelo
fordista, diseñado para sacar el mayor partido de la integración vertical de actividades. Si bien
la empresa moderna generó una mayor demanda de técnicos cualificados, la principal
importancia de estas innovaciones radica en la simplificación del trabajo (cadena de montaje),
acortamiento del período de aprendizaje y consiguiente mayor rentabilidad del trabajo
semicualificado.
-cartel o acuerdo mediante contrato entre empresas que establecen los volúmenes de
producción, los precios de venta y las condiciones de reparto de beneficios, como los
establecidos en la industria carbonífera y metalúrgica en Alemania.
3. El sistema bancario.
Al comenzar la revolución industrial, los bancos tuvieron un papel débil. En la primera mitad
del siglo XIX financiaron sobre todo el comercio internacional y la colocación de préstamos
gubernamentales. A grandes rasgos, había tres clases de bancos:
2) Grandes bancos privados de Londres y París: poco atraídos por el crédito comercial, no
concedían préstamos a largo plazo a industriales, aceptaban letras de cambio y suscribían
empréstitos públicos.
Expresión de las limitaciones crediticias sufridas por sistema bancario en Europa durante la
primera mitad del siglo XIX, la creación por Jacques Laffitte en 1825 de la Caja General de
Comercio e Industria, destinada a apoyar las actividades empresariales en Francia mediante la
concesión de préstamos a largo plazo a industriales, se saldó con un rotundo fracaso.
b) bancos de negocios, que no tienen sucursales y sus recursos proceden de depósitos a medio
y largo plazo de ricos capitalistas o sociedades y también de sus propias reservas. Asumen
mayores riesgos al ocuparse de inversiones a largo plazo a particulares y gobiernos.
Pese a este rasgo común, el sistema bancario contaba con distintas características según
países, como demuestra la siguiente comparación entre Inglaterra, Francia y Alemania.
Francia contó con una especialización menos pronunciada. El Crédito leonés, orientado a
conceder créditos a corto plazo a particulares y préstamos gubernamentales, ejemplifica las
limitaciones del sistema crediticio francés, cuya falta de elasticidad y elevado coste
perjudicaron al desarrollo económico del país. La principal novedad fue la fundación del
Crédito mobiliario por los hermanos Pereire en 1852, con capacidad para emitir obligaciones
entre el público y realizar fuertes inversiones de capital en ciertos sectores (ferrocarril, minas,
industria pesada). Estas inversiones crearon una fuerte inmovilización de capital que provocó
su quiebra en 1866-67; pero fue el prototipo de banco de crédito industrial para muchos
países de Europa.
Alemania muestra la estrecha relación entre banca y desarrollo en un país relativamente pobre
en capitales durante la segunda revolución industrial. Las nuevas instituciones financieras
como (Banco alemán, Banco de Dresde) eran a la vez bancos comerciales que concedían
créditos a corto plazo y bancos de inversión que orientaban a créditos a largo plazo su propio
capital y parte del de sus clientes. Apoyaron con fuerza la creación y ampliación de capital de
las sociedades industriales, ayudaban a aquellas en dificultades y poseían paquetes de
acciones que les conferían cierto control sobre la gestión de la empresa. Para reducir riesgos,
apoyaron la protección del mercado interior y el recurso al cartel entre empresas. Este modelo
de banco halló imitadores en Europa central, Suecia, norte de Italia y España.
4. El Estado.
La intervención del estado en el crecimiento económico del siglo XIX adoptó diversas
modalidades. Países con fuerte autonomía local (Gran Bretaña, EEUU) confiaron en mayor
medida en el espíritu de empresa. Otros países con un fuerte aparato estatal (Alemania o
Francia) desarrollan una intervención más articulada mediante monopolios y subvenciones a
empresas. Países con un desarrollo tardío (Rusia, Italia, Japón) encontraron en el Estado un
agente sustitutivo de una débil burguesía y la escasez de capitales.
1) la noción de equilibrio presupuestario limitaba los gastos del Estado. Este garantizaba la
defensa del territorio y el orden social; pero sólo podía endeudarse en situaciones límite
(guerra) y asumía menos funciones que en la actualidad, sobre todo, en aspectos como la
sanidad y educación pública.
2) La política fiscal perpetúa las desigualdades económicas de la sociedad. Se recurrió así más a
los impuestos indirectos que a los directos, los impuestos sobre la renta fueron excepcionales
y leves, así como los derechos sucesorios no gravaron los patrimonios. Esta estructura fiscal
estimuló las inversiones; pero redujo el consumo, gravado por impuestos indirectos.
Junto a estos rasgos generales, la incidencia de la intervención estatal en la economía del siglo
XIX puede evidenciarse en estos dos ejemplos.
a) Política comercial. En países de formación reciente (EEUU, Alemania, Italia, Bélgica), donde
una presencia más activa de los poderes públicos parecía favorecer la unificación política y
social, el proteccionismo estatal se desarrolló pronto frente a las corrientes defensoras del
librecambio.
TEMA 5.
El objetivo de este tema es explicar los procesos de integración económica internacional que,
desarrollados desde principios del siglo XIX hasta los inicios de la Primera Guerra Mundial,
generaron una primera globalización económica mundial que se verá continuada durante la
segunda mitad del siglo XX. Vinculados a la transición demográfica, los movimientos
migratorios ganaron en amplitud y gestaron profundos cambios en el mercado de trabajo. La
gestación del librecambismo otorgó al comercio internacional un papel dinamizador de la
economía desconocido hasta entonces y facilitó las transferencias de bienes y servicios. El
incremento de los movimientos de capital y la creación de un sistema monetario y financiero
más acorde con este proceso de integración mundial favorecieron asimismo este proceso.
1. Transición demográfica.
La transición demográfica puede definirse como el paso progresivo de un régimen con fuertes
tasas de natalidad y mortalidad a otro de natalidad media y mortalidad baja. Esta transición
suele conllevar un incremento demográfico, de especial intensidad en el período de mayor
distancia entre ambas variables o plétora demográfica. Durante el siglo XIX esta transición se
centró en Europa y los países de inmigración europea, sitos en zonas templadas, con una
escasa influencia en el resto del mundo.
a) descenso de la natalidad, por lo común más lento que el de la mortalidad, debido bien a
factores económicos (crisis agrarias e industriales, predominio de la pequeña propiedad
agrícola) y sociales (nueva concepción de la familia, retroceso de las creencias religiosas,
aumento del nivel de vida).
Ambos factores propician la utilización por muchas parejas del control de natalidad, que se
difunde por los países occidentales sobre todo a partir de 1870, coincidiendo con la depresión
económica. La planificación familiar y el control de natalidad debilitaron la tradicional
correlación entre matrimonio y fertilidad al vincular el número de hijos al problema del
consumo y del status social que, en la nueva sociedad burguesa ya no se basa en el
nacimiento, sino en la renta y el consumo. Un menor número de hijos no sólo permitía una
mayor calidad de vida de los padres, sino una mejor instrucción de los hijos.
Ya practicado en los siglos XVII y XVIII en algunas áreas de Europa por sectores acomodados, el
control de natalidad se difunde más en el siglo XIX alcanzando antes a las clases sociales
medias y altas que a las clases bajas. Todavía hacia 1900, las tasas de natalidad eran altas en
sectores populares. Sólo a partir de la Primera Guerra Mundial, al recibir obreros y campesinos
instrucción en el frente sobre la utilización de anticonceptivos, el control de nacimientos se
vuelve general entre los sectores populares. En este proceso, el siglo XIX contempla el choque
de dos corrientes:
-la mortalidad infantil (durante el primer año de vida) disminuyó con lentitud, en parte debido
a los escasos progresos en pediatría y puericultura
-hay una disparidad ante la muerte según clases sociales y categorías profesionales
(mortalidad diferencial). Más beneficiados por el progreso material y científico, los sectores
acomodados vieron aumentar bastante su esperanza de vida. Su ascenso fue menor en los
estratos más pobres, sobre todo en las regiones industriales, por su peor alimentación, falta de
higiene y asistencia médica en los lugares de trabajo. Esta realidad promovió la legislación
protectora del “Estado providencia” a fines del siglo XIX.
2. Movimientos migratorios
Este aumento general de la población europea sólo podía ser absorbido sin traumas por los
países más avanzados. Se generan así áreas de expulsión, de escaso dinamismo económico
(Irlanda, Escocia, Escandinavia, zonas de Alemania y Austria-Hungria) y áreas de atracción
(Inglaterra, Norte de Francia, Sajonia, valle del Rhin).
a. Causas de la inmigración.
Hasta 1870, predominan los factores de expulsión en el país de origen del inmigrante. Estos se
identifican con cambios estructurales tales como la ruina de la artesanía e industria rural a
domicilio por la competencia fabril, la menor necesidad de mano de obra en el campo o la
carencia de tierras. También influyen crisis coyunturales, bien económicas –gran hambre en
Irlanda (1845-49)- o políticas –guerras o revoluciones (1848)-.
A partir de 1870, predominan los factores de atracción en el lugar de destino, si bien algún
factor de expulsión continúa siendo importante. Entre estos factores de atracción destacan:
-el abaratamiento y mayor rapidez de los transportes marítimos desde mediados del siglo XIX,
que permite la organización de viajes colectivos con el patrocinio de las compañías de
navegación
En general, la opinión pública y privada era favorable a la emigración de los grupos sociales
más pobres, lo que promovió la remoción de restricciones estatales a estos flujos migratorios
en muchos países emisores (Gran Bretaña, Alemania, Suecia). Con todo, los inmigrantes a
veces se enfrentaban a trabas burocráticas para emigrar de su país de origen (Rusia) o medidas
discriminatorias en el de acogida (EEUU). Bajo un criterio en esencia racial, EEUU estableció
cupos o la exclusión directa sobre contingentes de población asiática –chinos y japoneses- en
1882-1913. Tras la Primera Guerra Mundial, se fijaron cupos sobre los inmigrantes de la
Europa oriental y mediterránea en beneficio de los anglosajones y germánicos.
Los países receptores recibían un aporte humano muy valioso por la necesidad de mano de
obra y la despoblación del territorio. Al margen de la difusión de ciertas técnicas, no siempre
factibles de adaptar en otras latitudes por cuestiones climáticas, su principal efecto en la
economía era conformar un mercado interior más poderoso al incrementar la demanda, así
como moderar la fuerte inflación de los salarios tras ampliarse la oferta de mano de obra y
aceptar los inmigrantes retribuciones más bajas que la población ya asentada, si bien mayores
que las recibidas en sus países de origen.
La distinta evolución de los mercados de trabajo en los países de origen y destino condicionó
la influencia de los factores de atracción y expulsión sobre los flujos migratorios. Así, la mejora
de los salarios reales en el Noroeste de Europa disminuyó desde 1880 los contingentes de
inmigrantes ingleses y alemanes a EEUU (debido a que las diferencias de salario ya no eran tan
acusadas). Por el contrario, la crisis agraria finisecular aumentó el número de emigrantes
eslavos y latinos. Esta redistribución del capital humano se hizo más ajustada al crecer la
migración transitoria intercontinental a fines del siglo XIX por la reducción del tiempo y los
costes de transporte.
La gran novedad en el siglo XIX fue la irrupción del librecambismo en el comercio mundial. Su
origen se encuentra en el líder económico y tecnológico, Gran Bretaña, y se halla posibilitada
por el fin del bloqueo comercial impuesto en Europa durante las guerras napoleónicas, que
finalizan en 1815 y abren un período de menores conflictos bélicos.
A raíz de las transformaciones generadas por la revolución industrial inglesa, impulsadas por la
expansión del comercio exterior, el librecambismo cuenta con brillantes defensores entre los
economistas clásicos británicos, quienes lo consideran indispensable para cimentar el
crecimiento económico:
-Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776) vinculaba los logros de la especialización y
división del trabajo con la expansión del libre comercio nacional e internacional para afianzar
el incremento de la productividad.
Estas argumentaciones teóricas se veían sustentadas por los intereses económicos de nuevos
grupos sociales ligados al proceso de industrialización y urbanización, que adquirieron mayor
peso político al acceder al derecho a voto las clases medias urbanas en 1832, con inclusión de
comerciantes e industriales que serán el germen del futuro partido liberal. Estos sectores se
enfrentarán cada vez más a los intereses de los grandes propietarios agrícolas, defensores de
una política comercial de orientación mercantilista cuya pieza central era las leyes del grano.
Estas leyes imponían aranceles sobre el trigo importado que reducían la competencia en el
mercado interno y encarecían su precio. Al rebajar así la capacidad adquisitiva de la población
durante una época de expansión demográfica, perjudicaban a la demanda de manufacturas.
Tras una batalla política durante los años cuarenta del siglo XIX, el estallido de la epidemia de
la patata en Irlanda permitió a los liberales derogar en 1849 las leyes del grano y convertirse en
defensores del librecambio frente a los conservadores. Este impulso inicial se vio completado
al suprimirse ese año las Actas de Navegación, legislación mercantilista que prohibía a los
barcos extranjeros participar en las transacciones comerciales con las colonias ya que éstas
debían realizarse desde puertos británicos. En las décadas de los años cincuenta y sesenta, con
la aprobación del ministro de Hacienda Gladstone, el Gobierno eliminó o rebajó los aranceles
aduaneros que financiaban al Estado: el resultado fue un aumento del comercio tan fuerte que
compensó la rebaja arancelaria y acrecentó los ingresos del Estado.
Al extenderse los tratados a otras naciones e incluir la cláusula de nación más favorecida, se
producía una rebaja general de los aranceles en los territorios afectados. Como resultado,
Europa aceleró en 1860-70 la fuerte participación del comercio exterior en el crecimiento
económico que se venía produciendo desde 1820 y la industria tuvo que reorganizarse y
promover una mayor eficiencia técnica y productividad para afrontar una mayor competencia
internacional. Este proceso de integración general por el libre comercio se ve favorecido por la
creación en 1850-75 de instituciones internacionales para favorecer las comunicaciones (Unión
Internacional de Telégrafos, Unión Postal Universal). Generó una mayor sincronización de los
movimientos de los precios entre países, ligados a fluctuaciones internacionales de la oferta y
la demanda o a la incidencia de factores monetarios.
Entre 1860-70, Europa se aproximó al librecambio absoluto hasta un grado al que no volvería
hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, este proceso se detiene en la
década de los años setenta como consecuencia de dos hechos:
-el pánico financiero desatado en 1873 en Viena y Nueva York, extendido con rapidez a otras
naciones industriales. La creciente producción y mayor competencia provocaron un descenso
del precio de las manufacturas que fomentó la concentración empresarial (EEUU, Alemania)
-la crisis agraria desatada en 1870 por la llegada a Europa de gran cantidad de grano
procedente de EEUU, Canadá, Argentina, Australia y Ucrania, gracias a la mayor difusión del
ferrocarril y transporte marítimo. Con vastas áreas de cultivo en estos territorios, su
competencia en el mercado provocó un descenso general de los precios agrarios. Esta seria
crisis se vio agravada al saturarse a fines del siglo XIX el mercado internacional de productos
mediterráneos elaborados en países como España, Francia e Italia.
Afianzado conforme se difunde la idea de nación con las revoluciones liberales en el siglo XIX,
este proteccionismo provoca a raíz de las crisis ya comentadas un fuerte ascenso de aranceles
desde los años ochenta en defensa del mercado nacional (Alemania, Francia, Rusia, EEUU), si
bien al consistir en cuotas por unidad importada el nuevo ascenso de los precios desde 1896
moderó su efecto. También provocó el estallido de guerras arancelarias entre dos países al
proceder ambos a elevar las tasas aduaneras para perjudicar las exportaciones de su
oponente. Aunque los países con mayor población y mercado podían dañar más a sus
competidores con estas tácticas, el fuerte perjuicio mutuo imponía al final acordar la rebaja
mutua de aranceles.
En esta expansión general del proteccionismo, sólo algunos países continuaron ejerciendo el
librecambio. Centro financiero y comercial internacional, Gran Bretaña siguió apostando por el
librecambismo para mantener los beneficios derivados de sus servicios financieros, de
transportes y seguros, así como de sus inversiones en el exterior. Con todo, optó por ejercer
cierta reserva de sus mercados coloniales frente a la competencia de países en ascenso como
Alemania y EEUU. Los restantes seguidores del librecambismo en Europa se hallaban
compuestos por pequeños países como Holanda y Dinamarca, que reestructuraron su
producción agraria (el cultivo de cereales fue sustituido por el desarrollo de la ganadería y
productos lácteos) para reducir los efectos de la crisis y evitaron el recurso a los aranceles.
Las consecuencias de esta política proteccionista a fines del siglo XIX fueron moderadas. Así, el
comercio creció en 1871-1913 más rápido que la producción; pero impulsó menos el
crecimiento económico que en 1820-70. Más lenta en 1873-93, la expansión comercial creció a
mayor ritmo en 18941913 conforme se atenúan los efectos de la crisis. La continuidad de este
proceso no sólo elevó la participación de las exportaciones en el PNB de los países más
desarrollados, sino favoreció una mayor integración en el comercio internacional de la Europa
periférica (mediterránea y oriental), Latinoamérica, los territorios de inmigración europea y
zonas coloniales. Por tanto, debido a la necesidad mutua de bienes y servicios, trabajo y
capital, el proceso de integración de la economía internacional siguió avanzando hasta la
Primera Guerra Mundial para no verse retomado hasta mediados del siglo XX.
b) gran auge de la inversión extranjera a partir de los años cuarenta, coincidente con el
desarrollo de las ideas librecambistas, las instituciones financieras y nuevos instrumentos de
crédito.
A los países prestamistas tradicionales, sobre todo Gran Bretaña y en menor medida Francia,
se sumaron nuevos países antes receptores de capital y mano de obra especializada que, tras
acceder al proceso de industrialización, se convirtieron también en exportadores de capital
(EEUU, Alemania). El desarrollo europeo absorbió a lo largo del siglo XIX la mayor parte de la
inversión extranjera, canalizada en una primera etapa hacia la adquisición de deuda pública y
desde mediados de siglo hacia la construcción de infraestructuras como el ferrocarril. Fuera
del continente europeo, la mayor inversión de capitales se dirigió a dominios y colonias
británicos o territorios bajo su influencia política o comercial. Las colonias alemanas, francesas
o belgas recibieron menores aportes de capital procedentes de sus metrópolis.
Gran Bretaña fue el mayor exportador de capitales incluso al iniciar su declive económico
durante el último tercio del siglo XIX (en 1914 sus inversiones en el exterior suponían un 43%
del total mundial). Junto a los ingresos por servicios (transportes, seguros, finanzas), los
beneficios de las inversiones en el exterior compensaban el déficit existente en la balanza
comercial británica durante la mayor parte del siglo XIX. Este hecho favorecía el
mantenimiento del librecambio, al frenar el Gobierno nuevos aranceles para limitar las
importaciones de materias primas dado que éstas reportaban altos beneficios a los inversores
británicos que equilibraban la balanza de pagos. El interés comercial y financiero primaba, por
tanto, sobre el industrial.
La integración de la economía internacional gestada en las últimas décadas del siglo XIX se vio
favorecida por dos cambios esenciales en el sistema monetario y financiero internacional
2) la modernización del sistema bancario en la segunda mitad del siglo XIX y la adopción de
nuevos mecanismos de crédito.
A comienzos del siglo XIX coexisten en los países europeos tres patrones monetarios, basados
en el monometalismo oro, monometalismo plata y bimetalismo oro-plata. Las ventajas del
bimetalismo y la tardía introducción del patrón oro derivan de satisfacer la necesidad creciente
de medios de pago ante la insuficiencia de oro y evitar el peligro de deflación. Principal
inconveniente del bimetalismo, la necesaria adaptación automática entre el valor legal del oro
y de la plata era muy difícil al alterarse éste en el mercado por las variaciones de la oferta y la
demanda como sucede al descubrirse oro en la década de los cincuenta y plata en la de los
setenta del siglo XIX.
En ambos casos, los nuevos yacimientos hacían caer el precio del metal como mercancía en el
mercado, por lo que resultaba sobrevaluado en su relación legal con el otro metal. Empezaba a
operar así la ley de Gresham: la moneda ligada al metal precioso más abundante,
sobrevalorada en su relación legal frente a su valor de mercado desplaza en las transacciones a
la moneda infravalorada en esta relación legal, que se atesora ante la mayor escasez del metal
que la compone. Pese a los esfuerzos de los países bimetálicos (Francia, Bélgica, Suiza,
Holanda, Italia) a través de la Unión Monetaria Latina –creada en 1865- por mantener este
sistema, a partir de las alteraciones iniciadas en 1870 se adopta de forma general el patrón
oro.
Al ser el oro el medio casi exclusivo de pagos internacionales, la adopción del patrón oro
requería ciertas reglas:
1) la exportación e importación de oro eran libres, hecho que generó que su valor fuera
homogéneo entre los países adheridos al sistema.
2) la moneda de cada país venía definida por cierto peso en oro, que fijaba su paridad legal,
precio aceptado por el banco central
3) los billetes eran convertibles en oro y libre la acuñación de moneda
4) consecuencia de la anterior, la emisión de billetes venía regulada por las reservas de oro
existentes en el banco central
5) los tipos de cambio estaban fijados por el peso de oro contenido en cada divisa, moviéndose
en unos límites estrechos por encima o debajo de la paridad legal llamados los “puntos” del
oro. El ajuste se basaba en la relación existente entre las variaciones generales de los precios y
las transferencias internacionales de oro.
En casos de déficit comercial, el papel teórico del banco central consistía en elevar el tipo de
interés para acelerar la caída del nivel general de precios (se incentiva así el ahorro para
contener el consumo) y evitar la sangría de reservas de oro, componente fundamental del
sistema. El problema era que la deflación producía desempleo, una caída de la demanda y una
reducción de las importaciones, problemas que colocaban a la economía en una situación
delicada hasta su definitiva recuperación.
El funcionamiento del patrón oro requería una relación armónica entre la balanza comercial y
de pagos, que eliminase déficits y superávits continuos. En los países industrializados, el
superávit en la balanza de bienes y servicios permitía realizar préstamos e inversiones en el
extranjero sin originar déficit en la balanza de pagos. Estas salidas de capital cubrían los déficits
de la balanza comercial de otros países. Esta armonía se perderá tras la Primera Guerra
Mundial al someterse a fuertes alteraciones los tipos de cambio entre monedas y perderse la
confianza en el funcionamiento global del sistema.
Con todo, la verdadera importancia del patrón oro viene dada por su uso por parte de Gran
Bretaña en las relaciones económicas internacionales a través de Londres como centro
comercial y financiero mundial dado que:
2) El dominio del dinero bancario (billetes, depósitos a la vista) a través del uso de la letra de
cambio reduce el uso directo de oro y amplia la oferta monetaria. Si en 1848 el dinero bancario
suponía el 37% de la oferta monetaria frente al oro y plata acuñados, era ya el 87% en 1913.
3) La creación de una red multilateral de pagos armonizó los movimientos de capital, servicios
y mercancías, así como disminuyó las transferencias de dinero necesarias para su financiación.
Frente al patrón oro, la modernización del sistema bancario facilitó en mayor medida los
movimientos de capital al satisfacer la demanda creciente de medios de pago al aumentar la
renta nacional, movilizar el ahorro y favorecer iniciativas empresariales en los ámbitos nacional
e internacional.
TEMA 6.
Como objetivo inicial, este tema expone las líneas esenciales de los procesos de
industrialización vividos por los países más avanzados como representantes de aquellas áreas
más beneficiadas del crecimiento económico vivido por la economía mundial en el siglo XIX
como son Europa y los países de inmigración europea. Propósito último, su comparación
implícita revela una distinta capacidad de adaptación al creciente proceso de globalización
económica vivido en esta centuria como resultado no sólo de una diferente dotación de
factores productivos, sino de la acción institucional.
Favorecida por el retraso industrial de los restantes países europeos, Gran Bretaña alcanzó el
cenit de su progreso entre 1850 y 1873. Convertida en el “taller del mundo”, su liderazgo
técnico mundial se plasma en el desarrollo de la Exposición Universal de Londres (1851). Su
poderío económico se manifiesta en la gran producción de materias primas esenciales –carbón
y hierro- de la primera revolución industrial, si bien su primacía se ve reducida o superada en
1870-1914 por la emergencia de dos serios competidores, líderes de la segunda revolución
industrial: Alemania y EEUU. La posesión de estas materias primas contribuyó a una fuerte
expansión de la industria siderúrgica y metalúrgica, potenciada por los efectos de arrastre
ligados a la construcción del ferrocarril. Por último, Gran Bretaña mantiene la supremacía de
otra gran industria típica de la primera revolución industrial: la textil.
A pesar de esta posición, a partir de 1870 decrece el empuje británico, con especial énfasis en
la producción de bienes de equipo y materias primas: las ventajas comparativas en el precio
del carbón y hierro se van anulando así frente a los países líderes de la industrialización a fines
del siglo XIX. Este declive responde tanto a causas generales de la economía mundial como a
otras propias del desarrollo británico. En primer lugar, tiene lugar un fuerte descenso de los
precios de la economía europea entre 1874 y 1896, acentuado en Gran Bretaña por la
reducción del valor de las manufacturas al disminuir los costes de producción. Este descenso
coincidió con un incremento de los salarios exigidos por el movimiento obrero, mejor
organizado, ocasionando un descenso de los beneficios de la empresa y las inversiones.
Estas condiciones desfavorables se vieron agravadas en Gran Bretaña por el menor dinamismo
del sector empresarial. Debido a su escaso interés en realizar inversiones en innovaciones
técnicas, pese a haber muchos inventores británicos, las nuevas industrias de alta tecnología
características de la segunda revolución industrial –química, electricidad, óptica, automóvil- se
desarrollaron en Alemania y EEUU, mientras la maquinaria británica envejecía y se volvía
menos competitiva en el mercado. Este retroceso se vio agravado por la escasa formación
técnica facilitada por el sistema educativo británico, sobre todo en la Universidad. El
mantenimiento de industrias pequeñas, con ideas tradicionales, dificultaba la innovación y
competitividad hasta el punto de forzar la creación de fusiones de empresas a fines del siglo
XIX en la industria siderúrgica, construcción naval y textil. Este último sector, característico de
la industrialización británica, resistirá mejor la creciente competencia de los nuevos líderes de
la segunda revolución industrial.
Este mayor conservadurismo de la sociedad británica en el último tercio del siglo XIX se
manifestó en la respuesta a la depresión económica. En vez de reformar sus estructuras,
decidió conquistar mercados subdesarrollados mediante el imperialismo: su política colonial
primaba la explotación comercial sobre el dominio político mediante la imposición de tratados
de comercio desigual, que fuerzan a los territorios sometidos a aceptar imponer bajos
aranceles sobre la importación de manufacturas británicas. Al decrecer el comercio exterior
británico a fines del siglo XIX, pese a mantener el librecambismo para proteger sus intereses
financieros, el Gobierno consideró conveniente gestar un mercado protegido. Basado en la
“preferencia imperial” diseñada por Chamberlain, consistente en el trato comercial
privilegiado otorgado a dominios y colonias, esta opción terminará por configurar tras la crisis
de 1929 la Commonwealth.
2. La industrialización en Francia.
-escasez relativa de recursos naturales: el carbón era importado de Bélgica y el hierro del
Norte de Francia y Lorena era de mala calidad.
-escasa inversión industrial y excesivo peso de la pequeña empresa artesanal reacia a las
innovaciones técnicas
-marginación de la industria por la política económica estatal durante la primera mitad del
siglo XIX en beneficio de otros sectores económicos: la agricultura (1815-30) y el comercio
(1830-48)
Este proceso de expansión lleva a su fin en 1870. En el plano político, la derrota de Sedán
frente a Alemania provocó la caída de Napoleón III y la instauración de la república. Generó
fuertes dificultades a la industria al anexionarse Alemania los territorios de Alsacia y Lorena,
sede de industrias textiles y siderúrgicas, así como de yacimientos de hierro. Estos problemas
se ven agravados por una fuerte crisis agrícola no sólo por la llegada de trigo más barato de
ultramar, sino por el estallido de una fuerte plaga de filoxera en el viñedo (1870-85), que
reduce a la mitad la superficie cultivada.
Esta depresión, de especial gravedad dado el fuerte peso del mundo agrícola en Francia,
provocará un mayor recurso al proteccionismo en defensa de la agricultura e industria, más
replegadas en el mercado interior y con más posibilidades de perpetuar métodos tradicionales.
Marcada por las carencias de carbón y hierro, el crecimiento industrial continuará en sectores
típicos de la primera revolución industrial: el textil (Norte de Francia) y el siderúrgico, que
aumenta su concentración empresarial y producción a fines del siglo XIX. Por el contrario, con
excepción de la nueva industria del automóvil, este crecimiento margina los sectores líderes de
la segunda revolución industrial. Esta realidad determina una menor presencia de los
productos franceses en los mercados exteriores, con excepción de los mercados reservados
creados en las colonias, de alcance más modesto que los del Imperio Británico.
3. La industrialización en Alemania.
3.1. Las precondiciones del progreso económico.
En segundo término, se desarrollan durante el siglo XIX reformas agrarias que transforman las
anteriores relaciones feudales en capitalistas con serias variantes regionales. En Prusia, núcleo
del futuro Estado alemán, la liberación de los siervos decretada a principios de la centuria les
obligaba a devolver una tercera parte de las tierras que cultivaban al señor. A diferencia de
Francia, se consolidó una clase de señores terratenientes (junkers) que modernizaron sus
grandes explotaciones mediante la introducción de nuevos cultivos, la estabulación del ganado
y la contabilidad comercial, así como ya a fines del siglo XIX, de maquinaria y fertilizantes.
Exportadores de cereal, los junkers serán librecambistas hasta la llegada de la crisis agraria
finisecular mientras los pequeños propietarios agrícolas de los Estados del Oeste de Alemania,
más atrasados, se mantienen proteccionistas.
En tercer lugar, destacan las mejoras en los transportes como los caminos, construidos y
gestionados por administraciones públicas mediante el cobro de peajes, o la red de canales,
utilizada en beneficio de la industria para transportar materias primas como el hierro. El
ferrocarril contribuirá en buena medida a la unificación económica al reducir durante la
década de los cuarenta el coste de mercancías en un 80-85% y crear los nuevos centros
industriales en torno al Ruhr y a Berlín, relegando a los tradicionales.
Por último, el desarrollo económico se ve acelerado por la creación del Zollverein (Unión
Aduanera). Si ya desde 1815 cada Estado estimuló el tráfico aduanero igualando impuestos y
suprimiendo aduanas internas, Prusia inicia en 1828 una unión aduanera con otros Estados del
Norte que en 1834 incluye mayores aspectos (aduanera, monetaria, legislativa) para incluir en
1848 a todos los Estados alemanes, salvo Austria. Esta unificación genera tensiones entre los
Estados miembros sobre la política comercial conjunta.
Austria, los Estados del Oeste y Sur de Alemania son proteccionistas. Líder del Zollverein y de
ideología librecambista, Prusia negocia en 1862 con Francia la reducción de aranceles
aduaneros en todo el Zollverein.
Las consecuencias económicas del Zollverein serán en esencia tres. En primer lugar, la
unificación monetaria de Alemania. En segundo término, la ampliación de capital y tecnología
procedente de Gran Bretaña, Francia y Bélgica en 1850-70. La multiplicación de empresas
industriales se debe no sólo a las inversiones británicas, decisivas para construir el ferrocarril,
sino al traslado de numerosas empresas belgas, suizas y alsacianas al Zollverein para
aprovechar las ventajas de un mercado más amplio. En tercer lugar, se asiste a un fuerte
desarrollo de la minería y la industria siderúrgica, sobre todo en el Ruhr, mientras la
mecanización del sector textil fue más lenta y muestra fuerte dependencia de la tecnología
británica.
Cimentada sobre estas bases iniciales, el desarrollo industrial alemán conoce en enorme
desarrollo en 1870-1914 gracias a diversos factores. Al mayor crecimiento demográfico y
urbano se añade la unificación política realizada por Prusia en 1870. El fuerte interés estatal
por la industrialización se unirá a los intereses de los grandes terratenientes ante la crisis
finisecular para introducir un creciente proteccionismo selectivo que reserve el pujante
mercado interior a unas empresas alemanas cada vez más competitivas. La concentración
bancaria desarrollada tras padecerse sucesivas crisis financieras (1873, 1890-91, 1901)
permitió eliminar la dependencia de capitales del exterior, así como a estas instituciones
controlar el crédito y las principales empresas industriales del país.
Característica marcada frente a Gran Bretaña y Francia, tras la crisis económica de 1873, la
industria alemana conoce una fuerte expansión de las organizaciones monopolísticas bajo dos
formas esenciales:
-cartel, acuerdo temporal entre empresas para regular precios mínimos de venta, cuotas de
producción y la distribución geográfica de los mercados, adoptado ya a principios del siglo XX
por todos los sectores industriales.
Estados Unidos se cuenta entre los territorios de inmigración europea que, carentes de todo
pasado feudal, conocen un claro desarrollo durante el siglo XIX ligado al proceso de integración
de la economía internacional. Rasgo distintivo frente al resto, por lo común dominios del
Imperio británico, su rápida afirmación económica se halla ligada a una absoluta
independencia política tras derrotar a Gran Bretaña y constituirse en 1783 en una república.
Este proceso de afirmación económica se divide en dos períodos: entre la independencia y la
guerra de Secesión (1783-1860) y entre el fin de la guerra de Secesión y la Primera Guerra
Mundial (1865-1914).
En este período inicial se van configurando distintos factores que caracterizan el desarrollo
económico de los Estados Unidos. Así, junto a la abundancia de recursos naturales, se asiste
durante toda la centuria a una clara expansión demográfica debido tanto al crecimiento
natural como a la creciente inmigración desde países europeos promovida tanto por factores
de expulsión en el país de origen como de atracción desde EEUU (salarios altos, acceso a
tierras), más poderosos éstos últimos conforme crece la economía del país.
Con todo, el rápido progreso económico de EEUU incluye ciertos inconvenientes, sobre todo la
dependencia de Gran Bretaña en servicios comerciales y financieros. Las carencias de capital se
ven agravadas durante el siglo XIX por la poca vertebración del sistema bancario, dividido en
múltiples entidades. Confiada su organización a cada Estado, el escaso control público se
evidenciaba en fenómenos inflacionarios ligados a una excesiva emisión de billetes. Todavía a
fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando EEUU era ya un líder mundial, la inversión en
industrias o infraestructuras requería el concurso de grandes banqueros que conseguían
canalizar las reservas disponibles en miles de bancos de depósito existentes en el país.
-El Medio Oeste, bien comunicado con la costa atlántica, se especializó en la producción de
materias primas (cereal, ganado, madera).
-El Sur, peor conectado en su interior y con el exterior por el ferrocarril, se especializó en
cultivos tropicales (algodón, tabaco, azúcar), trabajado en plantaciones por mano de obra
esclava y orientado a la exportación, sobre todo a Gran Bretaña.
A partir de este esquema, la guerra de Secesión que estalló en 1861-65 entre el Norte y el Sur
no sólo respondió a diferencias políticas, sino a la progresiva divergencia de dos modelos
económicos que agudizaban esta desigualdad y solicitaban medidas distintas de un mismo
Gobierno. Así, el progreso del Norte extremaba la dependencia comercial y financiera del Sur.
Respecto a la política comercial, orientado a un desarrollo industrial volcado en el mercado
interno, el Norte optó por el proteccionismo. El Sur, centrado en una agricultura de
exportación, por el librecambio. El triunfo final del Norte consolidará en todo el país su modelo
económico.
Este período asiste a la afirmación de EEUU como primera potencia económica mundial.
Factores favorables ya existentes en el período anterior incrementan su peso. La expansión
demográfica creció ante una inmigración robustecida por los factores de atracción más la crisis
agraria finisecular. La expansión del ferrocarril integra el mercado nacional e incrementa el
flujo de mercancías y viajeros. El eje del progreso se centra en el desarrollo industrial y agrícola
basado en el incremento de la productividad y del mercado interno.
La expansión agrícola se halla favorecida tanto por la venta de tierra a precios moderados por
parte de compañías ferroviarias, autoridades federales o estatales como por la misma cesión
del terreno al cabeza de familia por instalarse en éste y cultivarlo. El fuerte aumento de la
superficie cultivada, más la temprana introducción de maquinaria para solucionar la carencia
de mano de obra que eleva los salarios incrementan en gran medida la producción de cereal.
Con una producción por superficie menor a la europea, el descenso de los costes de
producción permitió obtener una mayor productividad. Como contrapartida, este proceso
generó un descenso de los precios agrícolas, el endeudamiento y pérdida de sus propiedades
por parte de muchos campesinos. Más atrasado en su desarrollo técnico, el Sur conoce una
fuerte crisis al caer el precio del algodón por la competencia de Egipto y la India.
Por último, EEUU cuenta con una balanza comercial excedentaria, favorecida por el fuerte
proteccionismo arancelario –sobre todo industrial- y desde 1865, por la creciente
competitividad agrícola e industrial. Sólo la dependencia de los servicios comerciales y
financieros británicos equilibraba la balanza de pagos de EEUU. Dada su fuerte orientación al
mercado interior, sólo desde fines del siglo XIX el capital americano invertirá en el exterior (en
Europa y sobre todo, en América Central, en búsqueda de productos tropicales y materias
primas). Si bien esta orientación no se traduce en un colonialismo directo, EEUU sí introduce
un imperialismo informal sobre los territorios de Latinoamérica más próximos y útiles a su
economía. Esta intervención conduce a la guerra contra España en 1898, que se saldó con la
independencia de Cuba y la posesión norteamericana de Puerto Rico y las islas Filipinas.
5. La industrialización en Japón.
Japón es un caso aislado de desarrollo industrial en Asia a fines del siglo XIX al partir de una
estructura feudal (como en Europa y a diferencia de los países de inmigración europea). A esta
transformación colaboran distintas causas. En primer lugar, las presiones internacionales
(Rusia, EEUU) por poner fin a la política aislacionista del Japón, que fuerzan la concesión de
derechos comerciales a Rusia, EEUU, Gran Bretaña y Francia. En segundo lugar, la emergencia
de serios problemas económicos (malas cosechas) y alteraciones sociales que imponen un
cambio. Por último, la renovación del shintoismo, religión que defiende la autoridad suprema
del emperador.
Todas estas causas imponen, tras una guerra civil, un fuerte cambio político, traducido en la
caída tanto de la dictadura militar o shogunato como de la dinastía Tokugawa y la restauración
de la dinastía Meiji (1868-1912). Este cambio político abrió paso al papel clave del Estado en la
modernización del país, con especial vigor hasta 1880, mediante diversas medidas.
a) Reformas agrarias.
b) Reformas industriales.
Pese a moderarse la intervención estatal desde 1880-82, tanto la baratura de la mano de obra
como la existencia de importantes mercados exteriores para las manufacturas japonesas
favorecieron el crecimiento. Tras la inflación desatada por su esfuerzo industrial, el Estado
procedió en 1882 a la estabilización monetaria y a la reorganización de la banca.
-empresas grandes, de bienes de equipo, con tecnología extranjera, intensivas en capital físico
y humano.
6. La crisis de final del siglo XIX y las nuevas características de la sociedad capitalista: la
segunda revolución industrial.
Así, pese a ser en ocasiones su rendimiento por superficie inferior a otras zonas, áreas con
ventajas comparativas en el cultivo de cereal gracias a la abundancia de tierras y la
mecanización agrícola se afirmaron en el mercado internacional al reducir los costes de
producción. Por el contrario, áreas carentes de estas ventajas reducirán sus cultivos de cereal
en beneficio de otras producciones agrarias. En los países mediterráneos las opciones serán la
vid, el olivo, las frutas y hortalizas. En países del Noroeste de Europa como Dinamarca y
Holanda, los productos lácteos y la carne.
El éxito de este ajuste se veía beneficiado en los países más desarrollados, como Gran Bretaña,
por la reducción de la población ocupada en el sector primario y por la obtención de una
mayor renta per cápita, que potenciaba la capacidad de absorción por el mercado interno de
nuevas especialidades agrarias. De lo contrario, caso de saturarse el mercado exterior, se
vivían crisis de sobreproducción como la padecida por los artículos mediterráneos a fines del
siglo XIX. Con todo, la reconversión agrícola planteó dificultades incluso en países como
Francia y Alemania para ser más severa en la Europa mediterránea y oriental. En estos
territorios, al padecerse la crisis finisecular, los menores rendimientos del sector agrario y su
fuerte porcentaje de población activa incrementaron el paro o el trabajo estacional, así como
la emigración bien hacia núcleos urbanos u otros países, con especial fuerza hacia los países de
inmigración europea y Latinoamérica.
-la extensión de las transformaciones técnicas e industriales a un mayor número de países, que
generó un aumento de la producción en sectores típicos de la segunda revolución industrial.
En este mercado más plural y competitivo, la remodelación asumida por los distintos sectores
industriales contempla los siguientes aspectos:
1.2. Petróleo. Fuente de energía de aplicación limitada en este período, ligada al desarrollo del
motor de combustión, su utilización creció tras la Primera y, sobre todo, tras la Segunda
Guerra Mundial. Junto a la flexibilidad de suministro y facilidad de empleo, destaca su elevado
poder energético.
De forma lógica, las industrias intensivas en capital se hallan mejor preparadas para introducir
reformas del proceso de producción tales como:
-la cadena de montaje (Henry Ford), que incorpora la mecanización al proceso productivo y
fragmenta el trabajo en operaciones simples, de más rápido aprendizaje
-la racionalización del trabajo o taylorismo (estudios del ingeniero Taylor, difundidos en 1880-
90), que reduce costes de producción y el precio de las manufacturas mediante la mejor
organización y mecanización, así como la concesión de primas al trabajador por una mayor
productividad.
Asumidas estas reformas sobre todo por grandes empresas surgidas en este período de
concentraciones verticales y horizontales, este proceso se completó en países como EEUU con
el surgimiento desde 1890 de filiales y fábricas en el extranjero (multinacionales) para sortear
barreras arancelarias, reducir costes de transporte y solucionar los problemas de distribución.
Afianzadas por el fuerte control sobre el mercado, las mejoras obtenidas en la productividad
por estas empresas gestaron un fuerte aumento de la producción y una reducción de su precio
que resultaron decisivos para la consolidación de una sociedad de consumo.