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INTRODUCCIÓN

La prisión preventiva es una de las medidas cautelares que pueden


ser adoptadas por los juzgados de control para garantizar la
comparecencia de la persona imputada en el juicio, para garantizar el
desarrollo de la investigación y para proteger a la víctima, a los
testigos o a la comunidad.

Dentro del catálogo de medidas cautelares, la prisión preventiva es la


más gravosa porque implica mantener en la cárcel a una persona
mientras se desarrolla el proceso. Es decir, significa ir a la cárcel sin
condena. Para decidir sobre la prisión preventiva, los juzgados de
control deben aplicar los principios de subsidiariedad,
excepcionalidad, idoneidad, necesidad y proporcionalidad.

La prisión preventiva oficiosa está regulada en el artículo 19 de la


Constitución Política de México. Implica mantener en prisión durante
el proceso a personas que sean acusadas por la fiscalía de alguno
de los delitos mencionados en dicho artículo siempre que un juzgado
decida que hay méritos preliminares para seguir investigando a la
persona.

Artículo 19.- Ninguna detención ante autoridad judicial podrá exceder


del plazo de setenta y dos horas, a partir de que el indiciado sea
puesto a su disposición, sin que se justifique con un auto de
vinculación a proceso en el que se expresará: el delito que se impute
al acusado; el lugar, tiempo y circunstancias de ejecución, así como
los datos que establezcan que se ha cometido un hecho que la ley
señale como delito y que exista la probabilidad de que el indiciado lo
cometió o participó en su comisión.
LA PRISIÓN PREVENTIVA EN MÉXICO

Es común que la legislación de un país contemple la prisión


preventiva como una posible medida cautelar en el sistema penal.
Sin embargo, como indicó la Corte IDH, ―al ordenarse medidas
cautelares restrictivas de la libertad, es preciso que el Estado
fundamente y acredite, de manera clara y motivada, según cada caso
concreto, la existencia de‖ las condiciones que justifican y hacen
necesaria la privación de la libertad.

En México, se registra un sobreuso de la prisión preventiva, derivado


en gran parte de normas que permiten su uso sin cumplir con los
estándares de derechos humanos. La Corte IDH encontró que la
normatividad aplicada a las víctimas ―establece preceptivamente la
aplicación de la prisión preventiva para los delitos que revisten cierta
gravedad, sin que se lleve a cabo un análisis de la necesidad de la
cautela frente a las circunstancias particulares del caso‖.

Además la Corte IDH señaló que la incompatibilidad de las normas


mexicanas con los derechos humanos no sólo persiste hoy, sino que
diversos aspectos problemáticos de la legislación ―fueron incluso
ampliados‖ mediante reformas. En materia de prisión preventiva, los
retrocesos aludidos se ejemplifican en la figura de la prisión
preventiva oficiosa (PPO) actualmente contemplada en el artículo 19
constitucional. Bajo esta figura, las personas acusadas de cualquiera
de una larga lista de delitos son encarceladas a partir del inicio del
proceso penal de manera obligatoria, sin que el ministerio público
tenga que presentar alguna razón que justifique la privación de la
libertad. Una serie de órganos de Naciones Unidas han determinado
que la PPO es incompatible con los derechos humanos.
La prisión preventiva oficiosa se aplica de manera automática con
determinados delitos considerados como ―graves‖. Si un juez que
atiende un caso de homicidio doloso lo considera necesario, podría
mandar encarcelar al imputado sin una condena previa.

Los delitos graves citados en la legislación mexicana para los que la


prisión preventiva aplica son:

 Homicidio doloso
 Feminicidio
 Violación
 Secuestro
 Trata de personas
 Abuso o violencia sexual contra menores
 Delincuencia organizada
 Robo de casa habitación
 Uso de programas sociales con fines electorales
 Corrupción tratándose de los delitos de enriquecimiento ilícito
 Ejercicio abusivo de funciones
 Robo al transporte de carga en cualquiera de sus modalidades
 Delitos en materia de hidrocarburos, petrolíferos o petroquímicos
 Delitos en materia de desaparición forzada de personas y
desaparición cometida por particulares
 Delitos cometidos con medios violentos como armas y explosivos
 Delitos en materia de armas de fuego y explosivos de uso exclusivo
del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea
 Delitos graves que determine la ley en contra de la seguridad de la
nación, el libre desarrollo de la personalidad, y de la salud

La prisión preventiva oficiosa, se encuentra validada en la


Constitución, y tiene límites temporales. Los imputados no pueden
pasar más de dos años en prisión sin una condena, a menos que la
prolongación de la prisión preventiva se deba al ejercicio del derecho
a la defensa del imputado. Las personas que hayan sido puestas en
esta modalidad y que en dos años no hayan recibido una sentencia
serán puestas en libertad, sin que eso implique la continuidad de sus
procesos o la aplicación de otras medidas cautelares.

Hoy, el sobreuso de la prisión preventiva, incluida la ampliación de la


PPO a partir de una reforma constitucional de 2019, trastoca
seriamente la efectiva investigación y enjuiciamiento de los delitos en
México. En diciembre de 2022, más del 40 por ciento de la población
privada de libertad en centros penitenciarios en México se
encontraba en prisión preventiva; en promedio, la duración de los
procesos penales con prisión preventiva en 2021 se ubicaba entre
141 y 248 días, pero hay personas que llevan años esperando
sentencia desde la cárcel. Pasar meses o años en prisión preventiva
tiene graves impactos familiares, económicos y de otra índole en la
vida de las personas encarceladas, aunados al sufrimiento, riesgos y
violaciones de derechos humanos que puedan conllevar las
condiciones de detención en sí. Desde tal situación de
desesperación, las personas tienen un fuerte incentivo por buscar
cualquier manera de salir de la cárcel lo más pronto posible, incluso
si eso implica confesar un delito que no cometieron. Investigaciones
no gubernamentales nacionales e internacionales alertan sobre el
riesgo de que personas procesadas en México estén aceptando lo
que se conoce como el procedimiento abreviado —es decir, aceptan
confesar el delito y renunciar al derecho a un juicio, a cambio de una
reducción de la pena— no necesariamente por ser culpables o por
pensar que serán condenadas en un eventual juicio, sino por el
simple hecho de estar encarceladas. Es importante recordar en este
contexto que la prisión preventiva tiene impactos desproporcionales
extensivamente documentados en las personas pobres y en
las mujeres.
Tal como se desprende de lo anterior, a través de la prisión
preventiva y especialmente la PPO, la mera apertura del proceso
penal se convierte en un castigo de facto que las autoridades
ministeriales pueden presentar públicamente como un logro. Si las
personas encarceladas además aceptan el procedimiento abreviado,
el resultado es una sentencia condenatoria que la autoridad puede
citar como indicador de combate a la impunidad, sin que la acusación
se tenga que comprobar en un juicio. Así, la facilidad de imponer la
prisión preventiva resta importancia a la necesidad de construir casos
sólidos, capaces de ser sostenidos en juicios, que efectivamente
resulten en el esclarecimiento y sanción de los responsables de los
delitos.

Pese a que el gobierno ha sostenido que la medida contribuye a


combatir el crimen, no hay evidencia que sostenga dicha afirmación.
Por el contrario, la figura viola derechos humanos porque convierte a
la prisión preventiva en la regla cuando debería ser excepcional de
acuerdo con los estándares interamericanos. Aunque está justificado
dictar una medida cautelar para evitar que la persona acusada afecte
a víctimas o testigos o se evada de la acción de la justicia, la decisión
sobre cuál medida procede, debe justificarse individualmente.

Además, la medida viola el principio de proporcionalidad. En algunos


casos, bastaría con que se pida a la persona investigada que se
presente periódicamente ante el juzgado o que no abandone una
zona geográfica. En otros casos será necesaria -y bastante- una
garantía económica o colocarle un brazalete electrónico. Como
última medida es posible imponer la prisión preventiva.
Sin embargo, cuando el juzgado dicta la prisión preventiva
basándose solamente en el delito imputado y omitiendo revisar si
otras medidas cautelares son idóneas, la privación de la libertad se
torna arbitraria y la prisión preventiva se convierte en un castigo sin
sentencia.

El debate alrededor de la prisión preventiva en su modalidad oficiosa


es que contribuye al punitivismo en el sistema penal y a la violación
de derechos humanos. Adicionalmente, no sólo no contribuye sino
que entorpece los procesos de procuración e impartición de justicia.

Algunas organizaciones de la sociedad civil y activistas señalan que


privar de la libertad a los imputados sin un argumento penal
justificado y sin sentencia, además, fomenta la impunidad, porque al
tener a un presunto culpable de cierto delito preso, las fiscalías y
autoridades reducen la importancia o urgencia de dichos casos.

Como en el caso de la mujer indígena, y decenas de personas que


se encuentran privadas de la libertad, la privación de la libertad se
ejecuta bajo un prejuicio más que un juicio, particularmente cuando
no hay factores que efectivamente comprueben la necesidad de
encarcelar a los imputados.

¿QUÉ ES LA PRISIÓN PREVENTIVA


JUSTIFICADA?

A diferencia de la oficiosa, la prisión preventiva justificada no se


aplica de manera automática sólo por el tipo de delito del caso, sino
por un análisis más completo de los riesgos.

La prisión preventiva justificada parte del argumento de que, si el


imputado conserva su libertad bajo la presunción de inocencia, hay
probabilidades importantes de que se fuge, de que los testigos o
víctimas estén en riesgo, que se manipulen las pruebas o que pase
cualquier otra cosa que afecte la procuración de justicia.

Un ejemplo aplicable de esta medida es la privación de la libertad


citado en el inicio del artículo, un ex funcionario público cuya posición
y recursos económicos y sociales, así como el historial de detención
y otros factores, abonan al argumento de que su libertad implicaría
riesgos para el proceso penal.

Las organizaciones de la sociedad civil señalan que, en contraste


con la prisión preventiva oficiosa, la modalidad justificada ofrece una
aplicación más apegada a los derechos humanos de las personas,
debido a que no es sólo un prejuicio o una decisión arbitraria la que
dirige el motivo de prisión.

Sin embargo, todavía los sistemas de justicia y las organizaciones


internacionales,

¿POR QUÉ ESTÁN EN EL DEBATE


COYUNTURAL EN MÉXICO?

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se encuentra


discutiendo la constitucionalidad de la prisión preventiva oficiosa en
delitos graves –estos están explícitamente señalados en el Artículo
19 de la Constitución y el Artículo 167 de Código Nacional de
Procedimientos Penales–.

Aunque la experiencia en datos muestra que en todos los años en los


que México ha utilizado la prisión preventiva oficiosa como una
medida cautelar no ha logrado reducir los niveles de inseguridad e
impunidad, todavía una gran parte de la población se muestra a favor
de este recurso.
EL 74% de la población adulta considera que los acusados deben
permanecer en prisión durante su proceso penal, de acuerdo con
cifras procesadas por Impunidad Cero. Además, 8 de cada 10
mexicanos está de acuerdo con que todos los delitos deben ser
castigados con cárcel.

La experiencia internacional también ha mostrado que el punitivismo


no es efectivo para reducir la inseguridad, la violencia y la impunidad.
En México, el reto no sólo es en materia legislativa; también en
materia social.

Paradójicamente, la prisión preventiva oficiosa fue adoptada por el


Congreso Mexicano en el marco de la reforma constitucional en
materia penal de 2008 que significó transitar de un sistema penal
inquisitivo a un sistema penal acusatorio y adversarial más
respetuoso de los derechos humanos.

Durante la vigencia del sistema penal antiguo, la legislación


mexicana contemplaba un modelo en el que la prisión preventiva
durante el proceso era la regla y la libertad era la excepción. Con el
nuevo sistema penal, en lugar de abandonarse ese modelo, se optó
por uno en el que solamente cuando una persona era investigada
formalmente por ciertos delitos, procedía la prisión preventiva en
forma automática. En ese momento se contemplaron algunos delitos
como delincuencia organizada, homicidio doloso, violación y
secuestro.
EL ARRAIGO: ¿QUÉ ES Y QUÉ ORDENÓ LA
CORTE IDH?

Desde 2008, la Constitución mexicana establece en su artículo 16


una forma de detención denominada arraigo. Presentada como una
herramienta contra el crimen organizado, el arraigo autoriza la
detención de una persona por hasta 80 días sin que las autoridades
ministeriales presenten acusaciones penales en su contra; durante el
periodo del arraigo, las autoridades pueden buscar la forma de
acusar a la persona de un delito, por lo que este tipo de detención se
conoce informalmente como ―detener para investigar‖.

El arraigo ha sido vinculado reiteradamente a prácticas de tortura y


fabricación de delitos. Los órganos de derechos humanos que han
analizado la figura han sido unánimes en señalar que es violatoria de
derechos humanos, al autorizar un plazo de detención fuera del
marco de un proceso penal, y sin el debido control judicial, que
excede por mucho el límite permisible. Tampoco el arraigo se puede
considerar un mecanismo eficaz contra la delincuencia organizada,
considerando los niveles de violencia e impunidad que ha vivido el
país durante la vigencia del arraigo constitucional. Las propias
autoridades han reducido de manera notable el uso del arraigo en
años recientes. Sin embargo, sigue vigente y la Fiscalía General de
la República (FGR) lo aplicó a más de 50 personas entre 2019 y
2021.
CONCLUSIÓN

Finalmente, se espera que la Corte IDH emita la sentencia de


muchas personas, en la que podría decidir que el Estado mexicano
es responsable de violar los derechos humanos de las presuntas
víctimas y ordenar al Estado que como medida de no repetición
modifique su legislación y elimine la prisión preventiva oficiosa. Sin
embargo, una decisión así implicaría ordenar a México que reforme
su Constitución, lo cual no es una práctica común.

En suma, pese a que una mayoría de al menos 8 ministros y


ministras de la SCJN sostienen que la prisión preventiva oficiosa es
contraria a las obligaciones convencionales de México, no han
acordado una metodología que se resuelva el problema. El reto no es
menor debido a que la figura está prevista en la Constitución.

Para este año 2023, la decisión de la Corte IDH podría conjugarse


con el asunto pendiente de la Suprema Corte para que finalmente
pueda eliminarse esta perniciosa figura del sistema penal mexicano.
Miles de personas aguardan por las decisiones de dos tribunales que
podrían ayudarles a salir de prisión.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) subrayó


que no está en contra de la prisión preventiva justificada, cuando se
aplica, como lo exige la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
de manera excepcional, bajo criterios de necesidad, proporcionalidad
y de legalidad; sino de la prisión preventiva oficiosa, que transgrede
diversos derechos humanos como la libertad personal, de tránsito, al
debido proceso, a la seguridad jurídica, a la presunción de inocencia
y contraviene al derecho internacional de los derechos humanos.

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