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pasiones y guerras
Jorge García Garrido
Alrededor de la hoguera
hablamos de
pasiones y guerras
Corrección: Autorquía
Diseño de portada: Iban Lafont Herrero
Maquetado: Jorge García Garrido
www.jorgegarciagarrido.es
Índice
1. Conversación con arma al fondo
2. Play Sensation
3. Hechizo de mar
4. Fechas señaladas
5. Canciones
6. Roedor
7. El ser inexplicable
8. Dioses, ángeles y otros monstruos
9. Un día tonto
10. Suenan las sirenas
11. De creadores y creados
12. Reflexiones
13. Txoritxo (pajarito)
14. Hoy he visto
15. Poemas
16. Anomalía
17. La niña que podía matarte con la mirada
18. Cadena I
19. Cadena II
20. Cadena III
Agradecimientos
Acerca del autor
A la memoria de mi padre. Siempre te recordaremos.
A mi mujer, a mi madre y a mi familia.
J. G. G.
1. Conversación con arma al fondo
Tenía ganas de ver su rostro cuando le dijera que iba a morir.
Pedro no podía desprenderse de esa sensación casi olvidada de
ansiedad asfixiante. En su recuerdo se veía lejana la última vez que disfrutó
de un «acto de limpieza»; así denominaba a sus espeluznantes crímenes.
Confundía varios conceptos básicos de moral y ética. Claro que su
percepción del bien y del mal se entremezclaban en su mente de manera que
una anulaba a la otra; ganando siempre la psicopatía.
Sentado a una mesa en la que se veía una pistola, una cartera y un
abrecartas colocados en paralelo, sostenía una copa de vino tinto. Al otro
lado se encontraba un hombre de unos treinta años atado a una silla con la
robustez suficiente como para disuadir al pobre diablo de escapar. Debajo,
cubriendo el suelo de la cocina, había un enorme plástico que protegía todo
del posible escenario. Los muebles cercanos también estaban recubiertos.
El hombre se encontraba inconsciente. Llevaba el pelo rapado, lo que
dejaba ver varias cicatrices fruto de una niñez muy movida. De su frente
caía un hilo de sangre que llegaba a su ojo derecho desde una brecha
abierta.
El color, la textura y el sabor del caldo que degustaba le encantaban.
Podía ser por su similitud con la sangre, aunque el resultado en el paladar
era muy diferente; o simplemente porque sí. Era capaz de tolerar los demás
vinos, aunque su preferido era el cárdeno oscuro.
Miraba la frente de su prisionero y saboreaba su bebida.
Un solo linternazo le había bastado para reducir al intruso. Ese pobre
desgraciado se metió en la boca de un depredador famélico, imparable; no
iba a dudar en apretar las mandíbulas alrededor de su cuello. Incauto. Ajeno
al peligro que corría. Probablemente alentado por el estado de abandono de
su edificio, un bloque de seis pisos y tres apartamentos en cada uno de
ellos, en el que solo vivían tres personas contando con él mismo. Poco a
poco, los vecinos fueron abandonando sus hogares huyendo del propio
diablo. Era evidente que no se iban a producir «actos de limpieza» en su
vecindario. Sería delatarse. Los despreciaba por eso. Se sentía orgulloso de
sus logros y, sobre todo, de haber salido airoso de todas las atrocidades
perpetradas con «sus chicas».
Se consideraba el más listo. Cómo se reía en la cara de esos malditos
perros de caza cuando intentaban encontrar el arma o, más bien, el conjunto
de herramientas que utilizaba en sus juegos. Nadie podía demostrar nada.
Después de varios años sin satisfacer sus necesidades especiales, el apetito
fue desapareciendo. Se hacía viejo y el acceso a internet le saciaba de casi
todo.
Tuvo su momento de gloria, el cual condicionó su poca vida social y
esto lo convirtió en un ser despreciado por todos. Los medios de
comunicación llevaban años sin interesarse por él. Los jueces no podían
juzgarle ni arrestarle, pero sus vecinos ya tenían el veredicto. Malditos
bastardos. Y ahora los robos. Parecía que el mundo se volvía más inseguro
que nunca.
Se preguntaba quién demonios era ese tipo. Lo había registrado con el
resultado que se veía sobre la mesa. Su cartera delataba su nombre, José,
una dirección, sus dos preciosos hijos y poco más. Lo miraba y se podía
hacer una idea del perfil de individuo que tenía delante. Era un ladrón
solitario. Había revisado el exterior del edificio y la escalera sin encontrar
ninguna señal de compañía.
Lo primero que Pedro había encontrado era el abrecartas de plata de
su madre. Seguro que la vieja hubiera disfrutado rajándolo en canal con ese
elegante instrumento. Pronto se sacó de la cabeza a su difunta progenitora y
se centró de nuevo en su presa. Tenía poco apetito, pero esa inesperada
visita revivió en él un sentimiento apartado durante demasiado tiempo.
Claro que le gustaban las mujeres, jamás jugaba con hombres, pero era lo
que había. Tenía, además, la dirección de dos guapos niños para continuar
con el festín. Se le ocurrían varias opciones muy jugosas y estuvo a punto
de ir a buscarlos para disfrutar de la intensa relación paternofilial.
La situación le excitaba demasiado y prefirió ser cauto. Tenía un
fabuloso manjar delante. Ese rostro ensangrentado debía proporcionarle
mucho placer.
Pensaba darle un final glorioso y decidió hacerlo en la cocina, el
marco más propicio para limpiar después los restos. Mientras meditaba y
degustaba el fabuloso tinto, le vinieron a la cabeza esas ilustraciones
realistas de un alemán del siglo XIX de cuyo nombre no se acordaba.
Situaciones cotidianas con trajes lujosos de la época. Esta sería una estampa
ideal para crear un cuadro con un título parecido a Conversación con arma
al fondo. Miraba la ropa del intruso y la suya propia y no veía grandiosidad
en nada. Con el tiempo se habían perdido las formas.
Siempre estuvo tentado de realizar fotografías de sus atrocidades para
el recuerdo, pero representaban un gran peligro.
—Mmmmmmm —gimió el hombre atado a la silla.
Ese gesto llamó la atención de Pedro. Parecía que empezaba la
acción. José movía la cabeza todavía mirando hacia abajo. En su recuerdo
no aparecía el momento del golpe y, por consiguiente, no entendía nada de
lo que pasaba. Sus ojos permanecían cerrados. Le costaba levantar la
cabeza. Con esfuerzo lo consiguió e hizo el primer intento por introducir
claridad en sus ojos. Demasiada luz. Una nube se fue mitigando hasta dejar
ver al causante de su trastorno.
—¿Qué hostias…? —murmuró.
En ese momento se dio cuenta de que estaba amarrado. El instinto de
llevarse una mano al foco del dolor en la frente se vio frustrado por las
ataduras. Cualquier esfuerzo era en vano y le propició una punzada
dolorosa en la cabeza. Soltó un quejido. Entonces se fijó en Pedro.
—No te esfuerces. Es imposible que te desates y, por mucho que
grites, no te escuchará nadie. —José lo miraba atónito. La voz de Pedro
sonaba muy nasal y se entendía con cierta dificultad—. Me gustaría decirte
que la próxima vez que intentes robar te lo pienses dos veces, pero no va a
haber próxima vez.
—No, no, espera, no quería hacer daño a nadie. Es, es cuestión de
vida o muerte. Si no, no haría esta mierda —replicó José intentando no
sonreír.
Pedro miró el arma sobre la mesa. Nadie sale a robar con un arma sin
pensar en usarla. Empezaban bien, con mentiras y esa mirada. Como un
sexto sentido percibía la mofa del ladrón ante su problema nasal. Cuánto se
habían reído de él, chicos, chicas, padres, madres… Todo el mundo se reía a
sus espaldas o en su propia cara. Reían mucho hasta que el pavor las hacía
callar y entonces se reía de ellas, las torturaba, las vejaba, mutilaba, violaba.
Eran mujeres las que recibían toda su furia. Eran más manejables. Tenía que
parar de pensar en ellas porque su pulso estaba demasiado acelerado.
—¿Pensabas utilizar este juguete? —preguntó mientras dejaba la copa
y cogía la pistola.
—No. Es solo para protegerme —respondió José rápidamente,
aunque no pudo esconder una pequeña sonrisa.
—¡Te parece gracioso! —gritó Pedro mientras se levantaba y ponía el
cañón de la pistola en la mandíbula del ladrón—. Nadie sale de casa con un
arma sin estar dispuesto a usarla. —Estaba todavía más alterado y se le
entendía muy mal. José apretaba los ojos y la boca, aterrado por el arma.
—Perdón, perdón —lloriqueaba José—. Solo es para intimidar. La
compré para asustar. Casi no sé utilizarla.
Pedro se separó del asustado prisionero y empezó a caminar por la
cocina.
—¡La has cagado, tío, la has cagado! —Se debatía entre la mejor
manera de disfrutar de su regalo. Había estado a punto de volarle la boca
para borrar esa mueca de mofa—. No te puedes meter en la casa del diablo
y mentirle a la cara.
—¡Oye, tranquilízate, soy un gilipollas que se ha equivocado! —El
terror se mostraba con claridad en los ojos de José. Veía la situación que
tenía en frente y el final parecía trágico—. Mira, déjame ir y te aseguro que
no me verás el pelo en tu vida.
Pedro se paró de repente y se acercó a su presa mirándola a los ojos.
Como una araña, tenía su manjar paralizado, impotente. Le observaba
intentando retener todos los matices de su rostro, todo rastro de
desesperación ante lo que se le venía encima. Comenzó a reírse
teatralmente, con una risa asmática, silenciosa.
—¿Crees que vas a escapar de aquí? —le preguntó rompiendo la
pequeña sonrisa de confusión que se mostraba en su cara—. Estás a punto
de sufrir el mayor dolor de tu vida. Estás muerto.
—¿Estás loco?
—No es aconsejable insultar a tu verdugo —dijo Pedro tras reírse
espontáneamente—. Tienes suerte. No vas a ver lo que tengo preparado.
José miró la cartera que había encima de la mesa por acto reflejo.
Enseguida supo a qué se refería.
—¡Ni se te ocurra poner un dedo encima a mis hijos! —gritó con la
cólera de un titán—. ¡No tienen nada que ver en esto, maldito zumbado! —
Seguía gritando a la vez que su corazón latía a un ritmo desenfrenado,
bombeando toda su sangre hasta hinchar venas, arterias y músculos en un
intento de generar la suficiente presión capaz de disparar sus palabras
directamente a la cabeza del psicópata—. ¡Te mato, hijo de puta!
¡Suéltame! ¡Suéltame! —Se agitaba con brusquedad intentando soltarse de
sus anclajes. Tanta rabia y desesperación surtió efecto: liberó un brazo ante
la mirada de gozo de su captor. Antes de poder quitarse la atadura del otro
brazo, Pedro le lanzó un potente directo a la cara. De la fuerza del golpe,
José cayó hacia un lateral junto a la silla, quedándose aturdido sobre el
plástico. Con gran enfado, el depredador reató el brazo libre de su presa y lo
puso en posición correcta: de nuevo sentado frente a la mesa.
El anfitrión salió de la cocina, dejando la pistola colocada en la mesa.
José, recomponiéndose del puñetazo y, con la mirada fija en la pistola,
empezó de nuevo a removerse. Las ataduras estaban muy prietas, por lo que
no consiguió nada. El torturador regresó con un estuche parecido a los que
se utilizan para herramientas y lo colocó en la mesa. Se miraron unos
segundos.
—Vale, perdona por los insultos. Creía que este edificio estaba vacío
y entré para ver si había algo de valor —dijo José con voz cansada—.
Déjame ir. Te juro que no volverás a verme.
—Este edificio es mío. Todos temen al monstruo que vive dentro. —
Pedro parecía no escucharle—. Tengo que limpiar tu suciedad. —Según
decía esto extendió en la mesa sus herramientas personales. Entre varios
tipos de cuchillos, tenazas y punzones había algunos bisturís—. Alegra esa
cara, hombre, te aseguro que no volveré a verte ni volverás a verme después
de esto.
—¿Quién cojones eres? —preguntó José muy sorprendido por el
juego de utensilios macabros—. No puedes hacerme esto. Estoy en paro por
la puta crisis. Estoy desesperado.
—Sí, es verdad, la culpa la tiene el Gobierno. —Esta vez el que se
mofaba era Pedro. Cuando torturaba, violaba, mutilaba y desmembraba esos
jugosos cuerpos de jovencitas con un futuro tan prometedor, no sentía ni el
más mínimo remordimiento; como para detener sus actos con alguien que
había profanado su hogar—. Nos obliga a hacer muchas barbaridades.
José miraba nervioso las herramientas y la pistola. Pedro se levantó,
le cogió dos dedos de la mano derecha y se los rompió. El inmovilizado
ladrón se retorció entre gritos e insultos. Su torturador le dio otro puñetazo
y le rompió otros dos dedos de la mano izquierda. El dolor era insoportable.
—¿Ya se te han quitado las ganas de coger tu pistola? —Se lo
preguntaba cerca del oído con una expresión de placer enfermizo que
asustaría al mismísimo Mason—. ¿Ves lo que me obligas a hacer?
Entre espasmos producidos por el mal que sufría, José lanzó un
cabezazo que sorprendió al psicópata. Esto encendió todavía más su ira.
Cogió las tenazas y le arrancó el lóbulo de la oreja izquierda. Acto seguido,
mediante un certero corte con uno de los bisturís, separó la oreja de José. El
éxtasis en el que se encontraba envuelto el depredador le provocaba risas
cortas e hiperventilación. Acabó clavando el bisturí en el hombro del
malogrado intruso. Se apartó para ver el estado de su obra cuando descubrió
que los gritos de pavor que emitía su juguete se convertían en una risa
incontrolada.
—¿De qué te ríes, maldito bastardo? —Algo no estaba bien. Debería
estar sufriendo, incluso desmayado del dolor—. ¿Te gusta lo que estoy
haciendo, lo que voy a hacer a tus hijos? —Esta vez le agarraba de la única
oreja que le quedaba, pero el malnacido seguía riéndose. Pedro se separó
algo confundido.
—Yo no tengo hijos —dijo con esfuerzos el ladrón—. No tengo nada.
—Y volvió a reír con esfuerzo—. ¡Tú me lo arrebataste todo, gilipollas! —
Este reproche provocó un acto reflejo en el torturador. Cogió un punzón y
se lo clavó en la tripa—. Te creías muy listo y no eres más que un puto
psicópata. Acabas de delatarte, bastardo.
Pedro no entendía nada, mejor dicho, no podía creer lo que le decía su
víctima. Nadie había encontrado nunca ninguna prueba contra él. Ese
maldito desconocido parecía seguro de sus palabras. Le miró serio y algo
aturdido.
—Eva Matís —dijo mostrando una sonrisa entre rastros de sangre.
Todo el esfuerzo daba sus frutos.
El nombre de la preciosa niña retumbó en la cabeza del asesino.
Cuánto había disfrutado con ella. Ya hacía más de diez años de aquello. La
pequeña no tenía padres, vivía con su hermano mayor. De repente, la
revelación invadió todo su cuerpo: estaba delante del hermano de Eva, pero
en aquella época llevaba barba, rizos y gafas. «Puto hipster». No era común
esa tendencia en aquella época. José debió ser un pionero. Ahí estaba
delante de él, sufriendo como un cerdo en San Martín. Tenía sus huellas y
las de sus herramientas por todo el cuerpo. Parecía una encerrona.
—Soy la prueba de quién eres y esta vez no te vas a librar —decía
José mientras reía de puro subidón de adrenalina—. No puedes hacer nada.
Esta vez te he pillado con las manos en la masa.
Pedro se agarraba la cabeza nervioso. Tenía que pensar algo rápido.
Quizás si cambiaba el método despistaría a esos malditos perros de caza. En
realidad, estaba jugando con un hombre, eso ya era un gran cambio, pero
tenía las mismas marcas que sus niñas. Lo relacionarían enseguida. Aunque,
si muriera de otra manera a lo mejor… Pedro cogió la pistola y disparó dos
veces contra José. Este no dejaba de reír. Por donde debería brotar la sangre
a borbotones no había nada, ni siquiera los agujeros de las balas.
—Esa es la señal —decía mientras reía y caía al suelo. El plan estaba
saliendo perfectamente. Las balas de fogueo eran el truco final. Se merecía
un descanso, doblegarse al cansancio de sus heridas. Quedó inconsciente.
Unos fuertes golpes sonaban en la puerta.
—¡Abra! ¡Policía! ¡Abra! —gritaban desde el exterior.
Ajeno al ruido de la puerta cuando era derribada, el gran depredador
observaba la chapuza en la que se había envuelto y el fin de su reinado.
Jamás olvidaría el rostro de satisfacción del hombre que le llevó a la ruina.
Una copa vacía lo acompañaba mientras llegaban sus captores.
2. Play Sensation
«Tienes una sola vida y te la estás jugando»
Raúl escuchó el golpe seco del cinturón con el arma al caer sobre el
suelo. Acarició el mando con el dedo gordo mientras se imaginaba cómo
sería matar a esos asquerosos y putrefactos enemigos con una pistola de
verdad. Percibía lo que pasaba a su alrededor mejor de lo que sus padres
imaginaban. Se centró en seguida en la nueva oleada de comecerebros,
aniquilándolos con más violencia que antes.
No es cuestión de dinero.
Una bala sin precio
alojada en sus cerebros.
Otra vez metiendo miedo.
Mercaderes del desaliento,
nos quedamos sin tiempo.
***
Os deseo a todos besos, abrazos, caricias y risas tres veces al día, por lo
menos. Sin receta médica. Si ya lo hacéis aumentad la dosis y la frecuencia
sin miedo. Todo lo demás ya vendrá si ha de venir.
4.04 (San Sebastián)
Siempre de frente.
Se necesitan valientes.
Demuestra lo que vales.
Tú decides que pase o no pase.
Ayuda, comparte, defiende.
Nadie es mejor que nadie.
Insultar es fácil, de cobardes.
Se esconden con golpes crueles.
Te temen, saben que les puedes.
4.11 (El día de la música)
La bella Corina.
Dulce envoltura.
Recuerdo día a día
sus noches de locuras.
La bella Corina.
Envidia de la Luna.
Llena de caricias
las noches más oscuras.
La dulce Corina.
Trátala con dulzura.
Disfruta de su alegría
y de sus travesuras.
5.05 Quiero (Tonos)
(Pop rock)
Me aguantas un rato
hasta que sale caro.
Recojo los pedazos
y lo veo muy claro:
no todos son malos.
Quiero y no puedo
vivir conmigo dentro.
No quiero hacerte esto
aún te queda el resto.
Anoche en la discoteca
me acerqué a una chica guapa.
Solo pregunté su nombre
y amanecí con las cabras.
6. Roedor
El mensaje lo dejaba claro, había conseguido eliminar el Alzheimer del
sujeto seis. El analizador operaba con un software muy técnico carente de
cualquier interface amigable o detalle artístico. Sin embargo, en la cabeza
del científico sonaba la típica musiquilla que en los videojuegos marcaba un
logro interesante. Con toda probabilidad se convertiría en un retorno
económico impresionante.
Se levantó enfundado en el gorro de piscina fabricado con una agradable
y manejable silicona azul, ideal para contener la posible contaminación
procedente del cuero cabelludo además de evitar que nada entrara en sus
oídos. Por la nariz y la boca no le importaba tanto que penetrara algo capaz
de flotar por el aire.
No podía parar.
La imagen de sus detractores arrastrándose por el suelo mientras se
tragaban sus insultos impregnados de una envidia enfermiza le excitaba
sobremanera. «¿Quién era el maníaco desequilibrado ahora?». Le entraban
ganas de arrancarles esas lenguas con las que habían pronunciado horribles
calificativos hacia su persona. También encontró agradable la idea de
amputarles los genitales y hacérselos tragar.
Vestido con su bata de laboratorio, con el complemento de piscina y
esa expresión diabólica, daba la impresión de estar en un psiquiátrico
jugando a ser médico. Balanceaba una probeta con la solución acuosa que
representaba el fin de una epidemia mundial. Se ajustó las gafas, siempre se
le desencajaban cuando se movía deprisa, y a punto estuvo de llorar después
de recordar el increíble esfuerzo que le había llevado hasta ese
descubrimiento. Debía diseccionar al sujeto para ver si alguno de sus
órganos estaba dañado. Era un pequeño sacrificio asumible en pro del
avance científico. Al fin y al cabo, se trataba de un pequeño ratón de
laboratorio.
Al separar la mirada del recipiente con la cura se fijó en la jaula y se
le helaron los huesos. No disponía de muchos recursos en este nuevo
emplazamiento por lo que había tenido que meter más de un ratón en la
misma pecera. La que compartían los participantes involuntarios cinco y
seis estaba rota. Uno de ellos había utilizado a su compañero como ariete y
había reventado el cristal con su cabeza, que colgaba con la lengua fuera.
El científico asustado corrió hasta la pecera rota con el temor ya
conocido de haber creado algo incontenible. Comprobó que no se trataba
del sujeto seis, ya que este tenía un mechón gris justo al comienzo del rabo.
Había escapado. Debería estar por debajo de las mesas y armarios. Era
urgente atraparlo antes de que propagase su estudio por el mundo.
Un fuerte ruido reventó la puerta del laboratorio y un grupo de diez
soldados entró capitaneado por uno con cara de pocos amigos. El gesto en
su boca denotaba la costumbre de llevar un habano con cierta regularidad
entre sus labios y ahora era sustituido por un palillo de plástico.
—¡Cerrad esa puerta, por el amor de Dios!
—¡Lo has vuelto a hacer! —El capitán observó el cristal roto y se
acercó nervioso hasta su posición—. ¡Cerrad la puerta, rápido!
—Tiene que estar por aquí. Hay que encontrarlo, es el estudio de
cuatro años.
Se puso a buscar a su alrededor sin hacer caso a los intrusos. Nada era
más importante que su trabajo. Bueno, sí había algo más importante: el
equilibrio biológico mundial. En ese instante las dos cosas corrían un grave
peligro.
—¡Capitán, hay dos docenas de cajas de sustancia XSI dispuestas
para ser enviadas!
—Déjame ver. —Se acercó hasta el subordinado y analizó una de las
cajas. Era bastante llamativa y sobresalía la palabra «Matatodo»—. ¿Tenéis
la fecha de caducidad?
—Sí. —Su expresión horrorizada decía todo lo que tenía que decir.
—A ver, puto loco —le dijo al científico, quien seguía con la
búsqueda desesperada del espécimen. Lo agarró de la solapa y se lo puso a
cinco centímetros de la cara—. ¿Has vuelto a fabricar esa puta mierda?
—Eh… Tenía que comer. —Sudaba asustado—. No he vendido casi
nada.
—Muchos… —Al militar le era difícil hablar y mantener la presión a
la que sometía a sus molares—. Muchos compañeros cayeron en servicio
para arreglar tu última demostración de estupidez y locura. ¡Está caducado!
—Lo iba a destruir… Enseguida.
Tras darle un empujón sacó la pistola. Mientras, el genio loco
intentaba no caer al suelo y levantaba un caos de papeles que volaban por la
estancia. El sargento lo encañonó y le pegó un tiro en la cabeza.
—Debería haberlo hecho antes.
Todos los asistentes se asustaron y permanecieron expectantes ante la
reacción de su superior.
—¡A qué estáis esperando! ¡Que no quede ni una viva!
Rezó a un ser superior con la esperanza de que existiera, estuviera a
su favor y fuera lo suficientemente poderoso para que todo acabara ahí.
***
A mí me da igual
si eres tú o tu engaño.
Solo espero ver el final
posarse sobre el océano.
***
Atravieso el corazón del engendro
demasiado concentrado en su presa.
Su cara de asombro y sin aliento
se retuerce como la estaca que lo atraviesa.
El bocado llorando cae al suelo.
Está viva, sana y entera.
El cascabel me ha guiado hasta otro monstruoso ser.
Sabe que nunca dejaré de tener fe en él.
La satisfacción de destruir al maligno,
todos tan parecidos y voraces,
colma mi arduo camino.
Me fallan las fuerzas, pero no el coraje
que tira de mí cuando no he vencido.
Un sentimiento que fluye salvaje, incontrolable.
Esa música insistente alertaba mi oído
y preparaba mi vista para el combate.
Un tacto preciso y un olfato exquisito
alejaban las indecisiones del enjambre
que rodeaba mi propio raciocinio.
Todo se veía cristalino y abarcable.
El demonio se escondía de la luz diurna
moviéndose por las sombras, suave.
Podía ocultar su desgarbada figura
moldeando su cuerpo y postura.
El espectro minino de mirada dura
le miró y este perdió la cordura.
Creía estar a salvo en la penumbra.
La llamada había roto mi sueño,
me obligó a buscar otro reto.
Lo había visto acechando de nuevo
ajeno a mi presencia, no muy lejos.
Fue marcado por el dueño del sonajero,
yo lo destruiría a cualquier precio.
Soy el Guardián de Ánimas en riesgo.
Azote del terror que asola el universo.
De una forma extraña, en este universo,
el singular gato tenía una meta:
mantener un equilibrio entre hechos,
ya sean heroicidades o tragedias,
sin preferir ninguno de ellos.
Elige el que más le convenga.
No me preguntes por su paradero
antes y después de cada suceso.
Se presenta ágil, en silencio,
portando su liviano peso.
Bajo un aspecto de animal indefenso
se esconde el monstruo más sangriento.
12.01
No pidas perdón.
Respeta desde el principio.
Simple educación.
Un buen comienzo.
12.05
Siempre es ayudar.
Simplemente, sin interés.
Hacerlo por gusto personal.
Un poco ante la escasez.
Minúsculo para ti para mí descomunal.
Es lo que me sienta bien.
Mi forma de luchar contra el mal
12.06
Cuando dudes piensa que no hace falta cantar ópera para componer una.
Si fuera así no existirían muchas obras maestras. También piensa que
siempre va a haber alguien mejor que tú y no quiere decir que lo hagas mal.
El esfuerzo y la pasión se notan y se aprecian.
12.09
Hay que hacer el amor todos los días, a todas horas y en ocasiones
practicar sexo.
12.10
Haz lo que quieras y serás más feliz. Se consecuente con lo que haces y
serán más felices las personas que te importan.
12.14
... no es nada.
12.18
***
14.01
Ya no te sorprendo mirándome.
Ya no lucen tus ojos con mi reflejo.
Ayer te encontré hoy no sé dónde
dejaste mi cura y los festejos.
Un calendario sin futuro ni presente
y sobrepasado por el vacío hueco
de tu ausencia dura, impertinente.
Me recuerda que ya estás muy lejos.
Ya no hay previstos observándome.
15. Poemas
Como un río desemboca inevitablemente en una masa acuosa más
portentosa, las líneas llenas de palabras y de algún que otro verso no podían
más que derivar en varios poemas. Con mayor o menor acierto me quedo
con un buen sabor de boca.
15.01
Tenemos un trato,
te quedas a mi lado
y yo me deshago.
Tenemos un trato,
mi vida es solo un rato
pegado a tu regazo.
Tenemos un trato,
tú llenas mi vaso,
yo camino a tu paso.
Tenemos un trato,
limpiamos los trapos,
compramos más platos.
Tenemos un trato,
nos respiramos,
nos atamos las manos.
Un trato tenemos
simple, barato,
tú, yo y un contacto eterno.
15. 07
—La niña que puede matarte con la mirada es capaz de devolver a través de
sus ojos toda la violencia que ha visto y sufrido.
Maite escuchaba la frase de boca de Dadi, una esbelta mujer de
Nigeria que vivía en el barrio. Estaban en la cola del supermercado. Iba
acompañada de una amiga, no tan agraciada, y mantenían una conversación
sobre leyendas de sus respectivos lugares de origen.
Llevaban poca compra y le habían pedido a Maite que les dejara
pasar. A pesar del inmenso dolor que le produjo Dadi al agarrarla del brazo
para llamar su atención, cedió sin problemas con una amplia sonrisa. Le
caían muy bien. Sentía un gran respeto por los emigrantes y, sobre todo, por
las mujeres. Para ella era inimaginable abandonar su hogar e introducirse en
ese peligroso éxodo con la incertidumbre colgada del cuello; con una vida
mucho más complicada.
El contraste de las pieles se acentuaba al estar al lado de la indígena
local. Esta, blanca como la leche, se tapaba a pesar del caluroso verano que
azotaba la zona, encontrando en el cobijo de su apartamento, junto a su
marido, el lugar correcto para consumir su vida. La cantidad de ropa que
portaban también las diferenciaba, pero, en este caso, Maite conseguía
destacar sobre los demás.
—A mí la llorona me parece aterradora —dijo la acompañante de
Dadi con el mismo acento exótico que su amiga.
—Pero es que esta pequeña presagia un final sangriento. En ocasiones
suceden hechos horrorosos en los pueblos de los alrededores.
—¿En tu tierra?
—Sí.
Dadi miró a la menuda mujer blanca que las escuchaba.
—Es un alivio no preocuparnos por esos cuentos por aquí.
—Pienso que también viajan con nosotras. Esas historias no mueren
nunca. Una vez me encontré a una anciana que sobrevivió a la niña.
La cajera les llamó la atención para que pasaran. El ritmo de la vida
seguía e intentaba hacer que se movieran todos con él. Llegó el turno de
Maite, todavía intrigada por la conversación de las dos extranjeras. Era una
creyente convencida. En su cabeza entraban todo tipo de fenómenos
sobrenaturales y, al contrario de muchos feligreses ególatras que defendían
su única verdad, creía en la vinculación de todos ellos a lo largo del globo
terrestre. Temía la presencia del diablo en cualquier lugar del mundo.
Puso los consumibles encima de la cinta transportadora mientras
reflexionaba con la mirada perdida en el exterior del establecimiento. De
repente se fijó en la espalda desnuda de una pequeña adolescente de tez
morena. No le veía el rostro, ya que miraba hacia la calle, pero sus
movimientos espasmódicos podían llamar la atención de cualquiera. Nadie
se percataba de ella, solo la mujer pálida. El lector de códigos creaba un
sonido con ritmo hipnótico mientras la niña parecía girarse. La piel curtida
por el sol iba poco a poco dejando ver una boca con labios carnosos,
pómulos suaves y una dentadura afilada y aterradora.
—Así son cincuenta y ocho con cincuenta ¿Tiene tarjeta de puntos?
—La cajera sacó del trance a su clienta dándole un pequeño susto. La
distrajo y, al volver a examinar el exterior, no vio a nadie.
Maite se disculpó por su despiste y continuó con su rutina, pero sus
pensamientos estaban enmarañados. Se mezclaban sin remedio y volvían a
reincidir en ese rostro hambriento que había creído ver en la niña de la
puerta.
Hizo el camino a casa agobiada por la sensación de que alguien la
observaba, la acechaba. Se hacía tarde y tenía muchas tareas antes de que
llegara Elías, su marido.
En el apartamento todo parecía estar como siempre. La luz de la calle
no iluminaba lo suficiente debido a la orientación de su fachada y tuvo que
encender las luces.
Se acercaba la noche.
Durante un rato se desplazó de una estancia a otra, apagando y
encendiendo las lámparas. En una de estas ocasiones algo se movió entre
las sombras, metiéndose en una de las habitaciones oscuras. Lo vio con el
rabillo del ojo, pero no fue capaz de distinguirlo. Aterrada por el suceso del
super, se acercó despacio hasta el habitáculo en penumbra y pulsó el
interruptor. Los fotones inundaron el lugar, dejando ver su contenido. Nada
fuera de lo corriente. La mujer se tranquilizó un momento desde el umbral.
La calma duró muy poco, ya que miró a su derecha y, al alzar la vista, una
niña semidesnuda la acechaba con un rostro demoníaco. Recordó la frase de
Dadi y, al ver esos horrendos ojos, comprendió de repente a qué se refería.
Si algo era mortal estaba atrapado en esas cuencas.
Sobresaltada, cerró la puerta y salió corriendo al pasillo. Se topó de
bruces con su marido.
—¿Se puede saber qué haces? —preguntó algo enojado al verla tan
alterada—. Aparta, que voy a cambiarme. —Maite no decía nada. No se
atrevía a contarle su nuevo trastorno. Lo último que quería era que pensara
que se estaba volviendo loca.
Elías se metió en la habitación ocupada por la niña. La mujer hizo un
intento de avisarle, pero se quedó paralizada. Al parecer, su marido no se
percató de nada. Con cuidado, la paliducha ama de casa entró de nuevo en
la estancia examinando todos los rincones. La amenaza había desaparecido.
El hombre la observaba extrañado, pero sin darle mucha importancia.
—Estará hecha la cena, ¿no? —Esperaba que su mujer hubiera
aprovechado el tiempo en casa como él lo hacía en su trabajo.
Tras terminar de cenar, Maite recogió la mesa y se puso a fregar en la
cocina. Tenían lavavajillas, pero no lo utilizaban por el ruido y la falsa
sensación de consumir demasiado. En realidad, era ella la que prefería ser
más silenciosa para no molestar a su marido. Este se había terminado una
botella de tinto y, cuando la mujer fue a tirarla, se le escapó de las manos,
armando mucho ruido en la cocina. Paralizada, esperaba una queja o gesto
de desaprobación por parte de su cónyuge. El silencio devolvió la
normalidad a sus pulsaciones.
Cuando iba a continuar con sus quehaceres, algo se desplazó en el
costado de la nevera. Desde la rendija lateral del electrodoméstico
aparecieron unos dedos ensangrentados que hicieron fuerza hasta sacar el
espectral cuerpo de la niña. Su cara estaba aplanada, pero seguía dando
mucho miedo. Poco a poco ganó un volumen normal mientras se le
acercaba. Maite cogió una escoba para hacerle frente. Le temblaba todo el
cuerpo.
Recibió un fuerte golpe que le arrebató la escoba de las manos y la
empujó contra la pared. Fue golpeada varias veces en la cara, acompañada
de la sonrisa maléfica de la niña. Un último empujón acabó en un
traumatismo craneal cuando la estrelló contra el granito de la encimera. Se
apagaron las luces en su cabeza.
***
***
***
Dadi, fuera del pequeño supermercado, con una compra muy parecida a la
que le había regalado Maite hacía unos años, contemplaba seria las
ambulancias que asistieron al matrimonio. Una niña que solo ella podía ver
le tiró de la falda, llamando su atención. La nigeriana la miró y esta sonrió
con la mismísima sonrisa del diablo.
18. Cadena I
Me llamo Iker Gauss y soy ingeniero de telecomunicaciones. Hace dos
meses me ocurrió algo que no puedo explicar, pero sí narrar. Dejo a las
futuras generaciones la decisión de tomar en serio el relato o mandarnos al
olvido. Estoy acostumbrado a crear entradas en blogs especializados y
ciertas revistas del sector, pero este suceso es difícil de catalogar. Me están
llamando loco antes de empezar.
Todo ocurrió en La Rioja la pasada Semana Santa. Mi mujer y dos
amigas se fueron la víspera de Resurrección a pasar el día a la famosa calle
Laurel de Logroño. A la vuelta pasaron por Nájera para disfrutar de la
bonita tarde que, por sorpresa, les brindó ese día. Llegaron a casa bastante
más tarde de lo que yo pensaba, pero había visto fotos de la jornada y,
sintiendo que se lo estaban pasando muy bien, no le di importancia.
Me iba a retirar a dormir cuando aparecieron muy alteradas. Era ya
medianoche. Estaban en estado de shock. Después de un rato
tranquilizándolas me contaron lo sucedido. En su trayecto de vuelta, a las
afueras de Haro, decidieron venir por una carretera comarcal menos
transitada. Obviamente, sabía el porqué, ya que las fotos compartidas lo
revelaban, pero no era lo importante en ese momento. En la carretera,
mientras cantaban una famosa canción que sonaba en la radio, perdieron el
control del coche. Dudaban sobre lo que pasó ya que no se salieron de la
carretera, sino que el coche se apagó de pronto y no pudieron frenarlo. El
contacto no funcionaba y la radio tampoco. El extraño suceso las dejó
confundidas unos segundos antes de que algo cayera sobre el techo y rodara
por el parabrisas. Quedó tirado en medio de la carretera delante del morro.
Parecía tener forma esférica. Mi mujer y sus dos amigas salieron a ver que
era, asustadas y nerviosas. El artefacto, después de soltar varios chispazos,
se elevó. Era un ojo mecánico, redondo, de unos veinte centímetros de
diámetro. Se apreciaba perfectamente el iris, la pupila y el cristalino.
Empezó a vibrar lanzando rayos que quemaban. Las tres se lanzaron a un
lado evitando esos millones de agujas luminosas que sentían penetrar en su
piel. En pocos segundos, el ojo mecánico estalló, dejando solo minúsculas
partículas de metal.
Mientras asimilaba lo que me estaban contando me asaltaron muchas
dudas. A ninguna de ellas se les ocurrió hacer una foto. Cuando pregunté
casi me lanzan a la cabeza los móviles; fritos por algún tipo de onda
electromagnética, pensé. Según me dijeron, el coche empezó a funcionar al
reventar la esfera. Salí a ver el coche y vi el bollo en el techo. Sintonicé
varias radios para saber si había ocurrido algo parecido, pero no hubo
ninguna noticia. Decidimos ir a dormir y descansar. Nos costaría mucho
borrar esa noche de nuestras cabezas.
Todo hubiera acabado en ese momento si no fuera por la marca que
todavía prevalecía en ellas. Las pesadillas impedían dormir a mi mujer y a
sus dos amigas. Por supuesto, si ella no dormía, yo a duras penas lo
conseguía. Sin embargo, estas pesadillas desaparecieron cuando limpiamos
el coche. Un fin de semana nos dispusimos a darle un repaso a la carrocería
armados con mangueras, jabón y esponjas cuando nos dimos cuenta de que
el agua dejaba ver un sistema binario impreso en la chapa y el cristal del
automóvil. Esta vez sí que sacamos fotos. Daba la impresión de que el agua,
vital para la vida, nos mandara un mensaje.
Todavía estoy intentando descifrar qué pone y he decidido
compartirlo con todos en el siguiente post:
Enlace caído.
19. Cadena II
Estás a salvo, has entrado en las cloacas.
Si estáis leyendo este comunicado aseguraos de tener protegida la IP
desde donde os conectáis. Vuestro ordenador no corre ningún peligro, no
quiero que penséis que vais a ser infectados o controlados por troyanos ni
mierdas de esas. Corréis peligro de muerte. Tengo evidencias de asesinatos
y desapariciones por no ser cautos. No os va a salvar un pedazo de cinta
aislante en vuestra webcam, tenéis que aseguraros de no ser visibles por
completo.
Como ya sabéis, existen muchas herramientas para monitorizar alertas
y hacer búsquedas sofisticadas de todo lo que se publica en internet, ya sea
en páginas, redes sociales, blogs, etc. Si no teníais ni idea de esta
posibilidad no veo salvación en vosotros. Hace unos meses conseguí unas
fotos de un suceso extraño sucedido en España, en concreto en La Rioja.
Me descargué unas fotos de un mensaje impreso en el chasis de un
automóvil. En la siguiente búsqueda habían desaparecido. El chico que las
publicó junto con su mujer y otras personas también relacionadas con la
noticia, se encuentran en paradero desconocido. Nadie sabe nada y existen
cuatro denuncias en dependencias de la Guardia civil.
El hecho de no poder comunicarme con ellos me intrigó de tal manera
que me puse a investigar el código. En la subred, las entrañas de internet,
como a mí me gusta llamarla, contacté con un potente programador. Le
expliqué mi problema y se dispuso gustoso a ayudarme. Me proporcionó un
software de reconocimiento de imágenes muy sofisticado con el que poder
analizar las fotos en busca de patrones, rostros y otros detalles difíciles de
ver a simple vista.
Lo llamó Leonardo en un alarde de originalidad.
Gracias a este software, he descubierto en las fotos un código binario
impreso que a su vez contiene más código. El software ha llegado a
encontrar cincuenta capas de información en cada dígito. La pareja que lo
descubrió eran expertos en calidad de fotografía y las imágenes eran
enormes. Me expuse mucho descargándolas, pero ahora veo que ha
merecido la pena.
Se trata de una nueva fuente de energía generada por biomáquinas,
pero no he descubierto quién lo ha mandado ni, por su puesto, de dónde
proviene. Parece tecnología muy avanzada. Algo que puede ser codiciado
por grandes fortunas. Hay que andar con mucho cuidado. Si una cosa tengo
clara es que lo compartiré con todo el mundo.
Por cierto, me llaman Racu, el vigilante de las cloacas que, al igual
que en las playas, se encuentran todas las miserias de la gente. Si no te lo
crees todavía, déjame que te diga que hay demasiada mierda.
Os seguiré informando. Difundid todo lo que encontréis en las
cloacas. Aquí os dejo el mensaje original:
Enlace caído.
20. Cadena III
Me gustaría presentarme, pero no va a ser posible; por lo menos por ahora.
Quiero seguir con la cadena de mensajes iniciada por Iker Gauss,
ingeniero desaparecido junto a su mujer y otras personas cercanas. A mi
parecer se está obrando muy mal con este asunto en el que claramente se
han saltado a la torera los derechos de los ciudadanos. Es todo demasiado
turbio. No hablo de un hecho ocurrido en un país remoto, hablo de sucesos
que transcurren en La Rioja y en Euskadi, hasta donde yo sé.
Conozco a un trabajador de una empresa de seguridad privada que
sustituía a un compañero en las cuevas de Ekain en Zestoa, Gipuzkoa. Son
cuevas con pinturas rupestres espectaculares que forman parte del
Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde hace tiempo. Él me
contó lo que ahora mismo relato.
El día en cuestión todo iba como la seda. Empezó una nueva ronda
relajado sin pensar en nada. Tenía que revisar una zona donde había
material muy caro para escaneo y fotografía. Estaban en la segunda fase de
una digitalización del contenido de las cuevas para deleite de todo el
mundo. Ya habían colgado varias fotos y la gente podía disfrutar del interior
de las enormes cavernas mediante su navegador. La calidad de esas
fotografías es espectacular. Todavía se pueden ver.
Cuando pasó por allí, un ruido llamó su atención. Se trataba del
disparador de una cámara réflex. El lugar debería estar vacío. Se imaginó
que algún currela estaría metiendo horas y decidió ir a llamarle la atención,
ya que su hora de retirada iba ligada a la salida del colega. Al verle
aparecer, el individuo guardó la máquina y salió corriendo del lugar. Se
inició una tremenda persecución en la que el vigilante, bastante pasado de
peso, dijo darlo todo por atrapar al ladrón. Estaba seguro de que se trataba
de alguien que se llevaba alguna de las cámaras. En la carrera, el guarda se
cayó y rompió el walkie, además de parte del uniforme. En resumen, el
fugitivo se escapó y le echaron una bronca tremenda por romper material de
la empresa, incluso por el uniforme, que ya tenía más de cinco años. El jefe
no se creía nada de lo que le contaba porque no había desaparecido nada, no
había registros en vídeo ni huellas. Ya había tenido algún encontronazo con
él a causa de su dejadez y su baja forma física.
Después de varias cañas y de ver como la Real casi volvía a dejarse
remontar, me empezó a contar lo sucedido. Despotricó sobre el jefe y la
baja estima que le profesaba. «Ese cabrón piensa que me caí sobre el walkie
sin más. Él sí que es un puto torpe», me decía caliente por la cerveza. Me
divertía toda la historia y empecé a interrogarle sobre cómo era el presunto
ladrón. Me dijo que llevaba coleta, tenía grandes entradas, y vestía una
cazadora de cuero. Además, en el cuello llevaba un tatuaje con unos y
ceros. Estos dígitos se repetían como si fueran algo significativo en varias
líneas. He de reconocer que mi colega tenía cierto don para fijarse en
detalles importantes y que, yo, con algo de alcohol en el cuerpo, podía
parecer la sombra de Jessica Fletcher.
Todo quedó en una simple anécdota hasta que, un día, cuando salía del
trabajo, me encontré con un individuo que encajaba perfectamente con la
descripción de mi amigo. No le di importancia hasta que me lo encontré
varias veces más. Le vi con un bolso para material fotográfico profesional.
Lo comenté con mi amigo y me instigó a que le siguiera. Me picaba la
curiosidad, así que una tarde le seguí hasta su domicilio. Entró a un portal y,
desde la calle, tras unos segundos de espera, se encendía una luz en el
segundo piso. Me iba a acercar para ver si ponía algún nombre en el
telefonillo, pero entonces dos hombres se dirigieron al portal. Disimulé un
poco y, cuando entraron, miré los nombres. Ponía «J.C. Cuadrado». De
repente, varios cristales llovieron de la ventana rota y el sospechoso cayó
después torciéndose el pie derecho. Con una cojera pronunciada me
atropelló en su torpe huida. Se paró, me entregó un pendrive repitiendo la
frase «corre por tu vida» y salió escopetado. Escuché ruidos desde el
segundo piso y me escondí entre varios setos. Cuando se calmó el asunto
conseguí reunir el valor suficiente para abandonar el escondite y poner
rumbo a mi casa.
Pensaba que me había librado de morir en extrañas circunstancias hasta
que vi el contenido del pendrive. Me quedó muy claro que había que
compartirlo.
Os dejo el enlace:
Enlace caído.
Agradecimientos
A Elena, Estitxu, Molly e Iban por la paciencia y la manera de
involucrarse en estos pequeños proyectos.
Acerca del autor
Soy Jorge García. Nací en 1973, en Guipúzcoa. Actualmente trabajo como
profesor de Formación Profesional en San Sebastián.
Siempre me ha gustado contar historias y darle una vuelta de tuerca a lo
que sabemos. Hace poco decidí publicar los relatos que tenía metidos en un
cajón y alternarlos con argumentos nuevos. Ya he publicado cuatro libros.
El primero es el comienzo de una serie de temática fantástica que tiene
lugar en el entorno donde nací y transcurre en los años ochenta. Se titula El
tesoro de Nita: El no dragón hambriento. El segundo, El nido de Mus, trata
el acoso escolar de manera diferente, mediante una lección de vida.
Después, publiqué la segunda parte de la saga, El tesoro de Nita: El
lenguaje de la tierra. El siguiente trabajo fue la novela Tonos, con la que
me metí de lleno en el thriller urbano. Seguí con el comienzo de una
trilogía en la que la primera parte se titula Elisea siente. Esta primera parte
con forma de thriller.
Con este libro pretendo recopilar relatos editados por separado, textos
que he compartido en redes sociales y trabajos inéditos en los que ofrecer
gran variedad de temas tratados de manera muy personal.
En mi sitio web voy colgando más trabajos: Jorge García Garrido.