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Sensaciones horribles.

Ricardo Mariño
El 14 de abril la señora Sosa de Sabrida compró en un conocido shopping una caja conteniendo una colección
completa de Sensaciones Horribles. Llegó a su casa a las 21 horas (el señor Sabrida se encontraba de viaje) hizo su
habitual cena de pepinitos en vinagre, vio televisión un rato y a las doce se dispuso a disfrutar de la compra hecha por
la tarde.

Entre las pocas explicaciones que traía la caja estaba la de apagar la luz, abrir la tapa y en lo posible olvidarse de que
“Sensaciones Horribles” se ha puesto en funcionamiento. La mujer siguió las indicaciones: oprimió el interruptor y, a
oscuras, caminó a tientas hasta la caja. Quitó la tapa y se sentó en un sillón a esperar.

Como pasaban los minutos y parecía no suceder nada de lo esperado, la señora de Sabrida decidió investigar. Sin
embargo, al apoyar su mano en el sillón para incorporarse e ir hasta la llave de luz, le pareció a palpar algo extraño.
Insistió realizando una leve presión con la yema de sus dedos: sin duda lo que había tocado era piel de un ser vivo.

Palpó con más detenimiento: se trataba de una mano arrugada. Instintivamente retiró la suya y la oprimió contra su
pecho.

“¿Tendrá que ver con la caja?”, se preguntó. Para confirmarlo, estiró lentamente su mano llevándola al encuentro de
la que acababa de rozar. Sus asustados dedos fueron andando en la oscuridad, demorando el contacto con la mando
arrugada. Al fin dieron con ella.

La mano arrugada se movió apenas, la señora de Sabrida se estremeció y hasta se le puso la carne de gallina, pero no
por eso dejó de tocarla. Al contrario, fue deslizando sus dedos hacia la muñeca pero, oh sorpresa, de pronto tocó una
parte húmeda y allí mismo terminaba la mano. No había ninguna persona ligada a esa extremidad. “¿Y? ¿Será o no
será efecto de la caja?”, volvió a preguntarse la mujer.

Para salir de dudas se le ocurrió encender la luz. Al intentar retirase sintió que los dedos de la mano arrugada se
aferraban a los suyos. Tuvo una sensación de asco y un prolongado escalofrío recorrió su cuerpo. Pero al agitar su
mando intentando desprenderse dela otra, esta se agarro todavía más. Verdaderamente es una sensación horrible
que una mano sin cuerpo quede aferrada a nuestra mano.

La señora Sabrida se incorporó de un salto. En lugar de afirmarse en el piso, sus pies se sumergieron en una materia
viscosa y caliente, agitada por leves ondulaciones y un repugnante burbujeo. Era imposible sacar los pies de allí,
adheridos al fondo como ventosas. A la vez, toda suerte de criaturas babosas parecían ir y venir a su alrededor
rozando sus piernas. Después comenzó a hundirse, tragada por esa sustancia inmunda. De pronto, de entre la
oscuridad y el líquido, vio emerger un cuerpo iluminado: un bebé.

“Al menos se trata de un bebé”, pensó desesperada la mujer. Mas, con vos grave impropia de un bebé, y mirada
diabólica, el bebé dijo:

_Soy Satanás.

No terminó de pronunciar “tanás”, que ya estaba convertido en una vieja desdentada de ojos amarillos. La señora de
Sabrida cerró los ojos espantada pero aun así seguía viéndola. La anciana giró su cara completamente, pero en lugar
de la nuca reapareció la cara del satánico bebé sonriendo con una mueca siniestra.

_Vamos a jugar al fútbol_ dijo el bebé. Al instante desaparecieron brazos, piernas y todo el cuerpo de la señora de
Sabrida. Su cabeza rodó por el piso, repentinamente seco, rebotando contra las paredes.

A continuación sintió que se acercaba a darle un beso un pariente muerto: un enigmático tío de su marido, muerto
diez años antes mientras miraba bajar un piano de un alto edificio. Todavía conservaba algunas teclas incrustadas en
el parietal izquierdo. Le siguieron a esa otras apariciones durante una hora, que era lo que duraba el efecto de la caja
de Sensaciones Horribles.

Pasada la hora, la señora de Sabrida se levantó del sillón, caminó hasta el interruptor, encendió la luz, cerró la tapa de
la caja y, satisfecha, se fue a dormir. Puso el reloj como para despertarse temprano. Dio varias vueltas en la cama y al
fin se durmió.

Tuvo un estúpido sueño en el que ella, convertido en mariposa, iba saltando de florcita en florcita.

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