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El autor usó como base para su libro la serie de artículos que de manera dispersa e
inorgánica había publicado en revistas como Mundial y Amauta, esta última bajo su
dirección.
Mariátegui se propuso en este libro aplicar los principios del materialismo histórico para
intentar una revaluación completa de la realidad peruana. En el prólogo advierte que no es
un crítico imparcial y objetivo, sino que sus juicios se nutren de sus ideales, sentimientos y
pasiones.
Los ensayos abarcan diversos temas: la evolución económica, el problema del indio, el
problema de la tierra, la instrucción pública, el factor religioso, regionalismo vs. centralismo
y un “proceso” o enjuiciamiento de la literatura nacional. El autor pensaba también incluir
un ensayo sobre la evolución política e ideológica del Perú, pero por parecerle ya excesivo
el número de sus páginas, planeaba darle desarrollo y autonomía en un libro aparte.
Asimismo, era consciente de sus limitaciones, pues deja en claro que ninguno de sus
ensayos estaba acabado y que volvería a estos temas. 2 Sin embargo su prematura muerte
dos años después puso punto final a sus planes.
Más allá de los aciertos o desaciertos del autor en su objetivo de contribuir a la crítica
socialista de los problemas del Perú, este libro tuvo el mérito de incentivar nuevos trabajos
sobre la interpretación de la realidad peruana e iniciar la búsqueda de derroteros distintos
a los tradicionales.34 Es de destacar la réplica que escribió el ilustre pensador Víctor
Andrés Belaunde, titulada La realidad nacional, donde señaló muchos errores y omisiones
de Mariátegui. Belaunde, defensor del pensamiento católico con tendencias sociales
progresistas, quiso plantear un debate abierto con Mariátegui, pero la muerte de éste en
1930 se lo impidió.5
Contenido[editar]
Esquema de la evolución económica[editar]
Mariátegui estudia la evolución económica del Perú aplicando el materialismo histórico,
aunque no de manera rigurosa. En resumen, afirma que el desarrollo económico del
Imperio de los incas, de tipo socialista, se vio “escindido” (interrumpido) por la conquista
española. Los españoles impusieron una estructura económica feudal y esclavista. Dicho
feudalismo se prolonga hasta la República, con el gamonalismo (caciquismo latifundista),
mientras que la esclavitud es abolida. La burguesía nacional (clase capitalista) surge
durante el período del guano y del salitre (siglo XIX) y empieza a fortalecerse a inicios del
siglo XX, pero sin poder suplantar del todo a la clase terrateniente o latifundista
(semifeudal). Según Mariátegui, en su tiempo coexistían en el Perú las tres economías: la
feudal, la burguesa y algunos residuos de la economía comunista indígena en la sierra.
La economía colonial[editar]
Mariátegui alaba el desarrollo económico del Imperio de los Incas, al que califica de
“socialista” y “colectivista”; destaca especialmente el trabajo colectivo que garantizaba el
bienestar material de toda la población del imperio. Este magnífico desarrollo económico
se vio “escindido” (interrumpido) por la conquista española. Los españoles destruyeron la
maquinaria de producción incaica; luego implantaron sus estructuras políticas y
económicas. La economía socialista de los incas fue reemplazada por otra de tipo feudal.
Los españoles no buscaban desarrollar una economía sólida sino solo la explotación de
los recursos naturales. La actividad fundamental de los españoles fue la explotación de las
minas de oro y plata. Al no haber suficiente mano de obra para el trabajo de las haciendas
de la costa recurrieron a la importación de esclavos negros; fue así como conformaron no
solo una sociedad feudal, sino también una sociedad esclavista. Según Mariátegui, la
estructura económica colonial seguía siendo la base histórica de la economía peruana. 6
Las bases económicas de la República[editar]
La segunda etapa de la economía peruana nace de otro hecho político y militar: la
Independencia. Esta tiene como origen la misma política de la Corona Española, que
impedía el libre desenvolvimiento económico de las colonias. Al haber en estas ya una
burguesía criolla, aunque todavía embrionaria, ésta se contagió de las ideas
revolucionarias de la burguesía europea e impulsó la independencia para asegurar su
prosperidad. La independencia se decide entonces por las necesidades del desarrollo
capitalista; en ese sentido, Inglaterra, cuna de la economía del librecambio, cumplió un
papel fundamental al apoyar a las nacientes naciones americanas. La lucha por la
independencia mancomunó a las diversas naciones latinoamericanas, pero una vez
conseguida ella, cada una tomó su propio camino. Las naciones más beneficiadas con el
tráfico libre con el resto del mundo fueron las situadas en el lado del Atlántico, es
decir, Argentina y Brasil, que atrajeron inmigrantes y capitales europeos, que permitió que
en esos países se fortaleciera la democracia burguesa y liberal; mientras que el Perú, por
su posición geográfica, no recibió ese flujo dinamizador y se limitó a acoger a los
inmigrantes chinos, que pasaron a laborar en las haciendas bajo el modelo feudal, cuasi
esclavista. Sin embargo, el Perú necesitaba de “las máquinas, de los métodos y de las
ideas de los europeos, de los occidentales”.7
El período del guano y del salitre[editar]
Otro capítulo de la historia económica peruana se abre con el descubrimiento de la riqueza
del guano y del salitre. Estos productos, de fácil explotación, aumentaron rápidamente la
riqueza del Estado, ya que la Europa industrial necesitaba estos recursos para mantener
su productividad agrícola. Las rentas de dichas riquezas acabaron por ser despilfarradas
por el Estado Peruano, pero permitieron la aparición del capital comercial y bancario. Se
empezó a constituir una clase capitalista, pero cuyo origen se encontraba en la vieja
aristocracia peruana. Otra consecuencia fue la consolidación del poder económico de la
costa, ya que hasta entonces, la minería había configurado a la economía peruana un
carácter serrano. En síntesis, el guano y el salitre permitieron la lenta transformación de la
economía peruana de un sistema feudal a un sistema capitalista, aunque sin dejar de
acentuarse la dependencia con el capital extranjero. Dichas riquezas se perdieron tras
la Guerra del Pacífico.8
Carácter de nuestra economía actual[editar]
Finalizada la guerra con Chile, la postguerra se abrió con un período de colapso de las
fuerzas productoras. La moneda se hallaba depreciada y el crédito exterior anulado. El
militarismo nacido de la derrota tomó el poder, pero pronto la antigua clase capitalista
surgida en tiempos del guano y del salitre retomó su puesto en las directrices de la política
nacional. Para lograr el resurgimiento económico fue preciso recurrir a la ayuda
del imperialismo británico. Por el Contrato Grace (1888) se entregaron los ferrocarriles a
los banqueros ingleses, como prenda y garantía de nuevas inversiones en el Perú. La
puesta en operatividad de los ferrocarriles de la región central activó la explotación minera
a gran escala en esa región. Lentamente, la economía peruana se fue recobrando, con
bases más sólidas que las del guano y del salitre, pero sin perder su carácter de economía
colonial. En esa línea, el gobierno de Nicolás de Piérola (1895-1899) se puso al servicio de
los intereses de la plutocracia, según la percepción de Mariátegui. Luego, enumera las
características fundamentales de la economía peruana de su tiempo (hacia 1928):
El problema de la tierra[editar]
A grandes rasgos:
El factor religioso[editar]
La religión en el Tahuantinsuyo[editar]
Mariátegui empieza señalando que en su tiempo, el concepto de religión había ya crecido
en extensión y profundidad. Estaba ya superada la vieja crítica del anticlericalismo (ateo,
laico y racionalista) de relacionar la religiosidad con el oscurantismo (lo que no impide que
todavía algunos, ingenua o ignorantemente, sigan creyendo en esa relación). Pone como
ejemplo el protestantismo anglosajón para desmentir tal aseveración.
Mariátegui hace notar que el factor religioso ofrece en los pueblos de América aspectos
muy complejos. El estudio del mismo debe partir necesariamente de las creencias de los
pueblos precolombinos. Considera que se cuenta con suficientes elementos sobre la
mitología del Perú antiguo como para ubicar su puesto en la evolución religiosa de la
humanidad.
Según Mariátegui, la religión incaica fue un código moral antes que un conjunto de
abstracciones metafísicas. Se hallaba subordinada a los intereses sociales y políticos del
Imperio, más que a fines netamente espirituales. La alta clase sacerdotal pertenecía al
mismo tiempo a la clase dirigente. Es lo que se llama Teocracia. Es por ello que cuando
los incas conquistaban otros pueblos, no se orientaron a extirpar la diversidad de cultos
(con excepción de aquellos demasiado bárbaros o violentos), sino que, con sentido
práctico, exigieron solamente la supremacía del culto del Sol. El Templo del Sol
o Coricancha se convirtió así en el templo de una mitología un tanto federal.
Ese mismo régimen teocrático explica que la Iglesia incaica (por llamarla de algún modo)
pereciera junto con el Estado Incaico durante la conquista española. Pero sobrevivieron en
la población los ritos agrarios, las prácticas mágicas y el sentimiento panteísta.31
La conquista católica[editar]
Según Mariátegui, la conquista española fue la última cruzada, es decir una empresa
esencialmente militar y religiosa, realizada en conjunto por soldados y misioneros (la
espada y la cruz).
Tras la conquista, empieza el coloniaje, que es una empresa política y eclesiástica. El
Virreinato atrae a nobles letrados y doctores eclesiásticos. Llega la Inquisición y la
Contrarreforma, pero también toda la actividad cultural, concentrada en las manos de la
Iglesia Católica. La Universidad nace fundada por los frailes.
La liturgia suntuosa del catolicismo y el estilo conmovedor de los predicadores cautivaron a
las masas indígenas, más que la misma doctrina evangélica. Es decir, para los indios, lo
más atrayente del culto católico fue su exterioridad y no su interioridad. El indio, en
realidad, mantuvo sus antiguas creencias mágicas adecuándolas al culto católico,
fenómeno al que se conoce como sincretismo religioso.
El rol de la Iglesia católica durante el virreinato fue el de apoyar y justificar al estado feudal
y semifeudal instituido. Si bien hubo choques entre el poder civil y el poder eclesiástico,
estos no tuvieron ningún fondo doctrinal, sino que fueron simples querellas domésticas,
que se superaron eventualmente. 32
La independencia y la iglesia[editar]
Con el advenimiento de la República no hubo cambio. La revolución de la Independencia,
del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco lo hizo con los eclesiásticos.
El alto clero se mostró inicialmente fiel a la Monarquía española, pero al igual que la
aristocracia terrateniente, aceptó la República cuando vio que ésta mantenía las
estructuras coloniales. De entre el bajo clero, hubo muchos que militaron activamente en el
bando patriota.
Si bien entre los patriotas peruanos hubo quienes profesaron el liberalismo, éste nunca
llegó a los extremos del jacobinismo anticlerical, como ocurriera en Francia. El liberalismo
peruano, débil y formal en el plano económico y político, lo era también en el religioso. No
hubo de parte de los liberales peruanos una campaña más incisiva a favor del laicismo y
de otras demandas propias del anticlericalismo. La actuación personal de Francisco de
Paula González Vigil, clérigo célebre por sus críticas a la curia romana, no perteneció
propiamente al liberalismo. El más conspicuo líder liberal peruano, José Gálvez Egúsquiza,
respetaba y cumplía los dogmas de la Iglesia Católica.
El radicalismo de Manuel González Prada surgido a fines del siglo XIX constituyó la
primera agitación anticlerical del Perú, pero careció de eficacia por no haber aportado un
programa económico-social. De acuerdo a la tesis socialista, las formas eclesiásticas y
doctrinas religiosas son propias e inseparables del régimen económico-social que las
sostiene y produce, y por tanto, la preocupación primordial debería ser cambiar dicho
régimen, antes que asumir actitudes anticlericales.33
Regionalismo y centralismo[editar]
Cuando surgió la República Peruana, ésta se constituyó bajo el sistema centralista, pese a
los planteamientos de federalismo que hicieron algunos ideólogos liberales. 34 En la época
de Mariátegui, el problema de la centralización política se mantenía vigente; naturalmente,
para él, la solución de este problema tenía que abarcar necesariamente el plano social y
económico, y no solo el político y administrativo, como se había venido intentando.
Ponencias básicas[editar]
Para Mariátegui, el problema del regionalismo versus el centralismo se planteaba ya en
términos nuevos, quedando atrás los viejos conceptos propios del siglo XIX. Reconocía la
existencia, sobre todo en el sur peruano, de un sentimiento regionalista, pero observaba
que dicho regionalismo más parecía ser «una expresión vaga de un malestar y un
descontento». Enumera las siguientes proposiciones:
El proceso de la literatura[editar]
Mariátegui pone a la literatura bajo cuestionamiento al pasar revista a distintos autores
peruanos. En este proceso de la literatura se enjuicia la capacidad política de la literatura
de constituir un lugar de contestación de la estructura feudal y colonial.
Mariátegui propone una concepción de la literatura que une a la vanguardia estética y al
'nacionalismo indigenista'. De la vanguardia estética toma la necesidad de concebir la
práctica artística como una mediación técnica, como una brecha entre lo representado y la
forma de representar. De Vallejo nos dice:
El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es
íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una
técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de
la esencia y la forma. [..] El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo
en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo
cambiando su estructura.41
Esta 'modulación propia' se debe al estatuto de lo nacional en el Perú. Una literatura no
puede apelar a sus elementos nutricios si está íntimamente imbricada con la estructura
económica feudal y colonial. Una literatura nacionalista sería cómplice de esta estructura
de dominación e injusticia que oprime al indio ya que expresaría la cultura de su oligarquía
feudal. Mariátegui detecta, sin embargo, una 'dualidad de raza y espíritu' que impide que
exista una "literatura orgánicamente nacional", una identidad nacional fija como, por
ejemplo, Argentina:
El criollismo no ha podido prosperar en nuestra literatura, como una corriente de espíritu
nacionalista, ante todo porque el criollo no representa todavía la nacionalidad. Se constata,
casi uniformemente, desde hace tiempo, que somos una nacionalidad en formación. Se
percibe ahora, precisando ese concepto, la subsistencia de una dualidad de raza y de
espíritu.41
La presencia desequilibrante del indígena permite abrir un espacio para la literatura
indigenista. Esta no sería una literatura que se ocupe del indio como tema dentro de una
perspectiva nacional. La perspectiva indígena participa en la lucha por la definición de la
identidad peruana y, como tal, puede ser tomada por la literatura como un elemento
significativo. Las concepciones en pugna, la colonial y la indigenista, se disputan la
identidad nacional. De ahí la importancia de tomar a lo indígena modulándolo para hacer
presente su cosmovisión, no solo presentándolo como un objeto:
El indio no representa únicamente un tipo, un tema, un motivo, un personaje. Representa
un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu. No es posible, pues, valorarlo y
considerarlo, desde puntos de vista exclusivamente literarios, como un color o un aspecto
nacional, colocándolo en el mismo plano que otros elementos étnicos del Perú. 41
Como apunta Löwy,42 Mariátegui busca refirmar un concepto de nación romántico. Este es
una afirmación del concepto de nación que, sin embargo, rechaza la expresión subjetiva
individual y, en cambio, busca la asociación, es esencialmente unanimista:
El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del
novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista. Vallejo,
desde este punto de vista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su
evo.41
En consecuencia con esto último, Mariátegui rechaza el individualismo de la expresión
individual, anárquica:
Políticamente, históricamente, el anarquismo es, como está averiguado, la extrema
izquierda del liberalismo. Entra, por tanto, a pesar de todas las protestas inocentes o
interesadas, en el orden ideológico burgués. El anarquista, en nuestro tiempo, puede ser
un revolté, pero no es, históricamente, un revolucionario. 41
Así, Mariátegui configura una literatura en que se incorporan los componentes de lo
nacional, pero, al mediar la cosmovisión indígena, se conculca la cultura oligárquica contra
la que la literatura debe bregar. Dice Mariátegui que "La nueva peruanidad es una cosa
por crear. Su cimiento histórico tiene que ser indígena." La índole de la cultura indígena
cuya cosmovisión Mariátegui toma prestada no proviene de los buenos deseos del
utopista, sino que, según Mariátegui se asienta en la realidad concreta del Perú:
El mestizo actual, concreto, no es para Vasconcelos el tipo de una nueva raza, de una
nueva cultura, sino apenas su promesa. La especulación del filósofo, del utopista, no
conoce límites de tiempo ni de espacio. Los siglos no cuentan en su construcción ideal
más que como momentos. La labor del crítico, del historiógrafo, del político, es de otra
índole. Tiene que atenerse a resultados inmediatos y contentarse con perspectivas
próximas.41
Desde una perspectiva marxista y materialista, las condiciones materiales inmediatas de la
nación peruana deberán ser usadas como materiales para entender los planteamientos de
la arena política. El intento de pensar un tipo de 'comunismo indígena' no puede basarse
en una raza futura, en un mestizaje por venir sino que tiene que asentarse en las
condiciones étnicas y políticas actuales de Perú.
Mariátegui, de todas formas, avizora el curso de los eventos por venir. Traza un camino
evolutivo de tres estadios para 'lo peruano'. En primer lugar, la época colonial determinada
por España, en segundo la época universal y cosmopolita, y en tercero la afirmación de la
nacionalidad, del proyecto indigenista:
Nuestra literatura ha entrado en su período de cosmopolitismo. En Lima, este
cosmopolitismo se traduce, en la imitación entre otras cosas de no pocos corrosivos
decadentismos occidentales y en la adopción de anárquicas modas finiseculares. Pero,
bajo este flujo precario, un nuevo sentimiento, una nueva revelación se anuncia. Por los
caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprocha, nos vamos acercando cada
vez más a nosotros mismos.41
Se reconoce la conocida tríada dialéctica: en un primer momento tenemos el colonialismo
de corte nacionalista que será posteriormente negado por el universalismo europeizante.
Finalmente el nacionalismo volverá a la afirmación de lo propio, pero eliminando los
elementos coloniales.
En la segunda etapa en la que se encuentra la literatura no puede apelar a lo indígena
como tal sino en cuanto a cómo su cosmovisión puede afectar la cultura nacional en su
totalidad. No se trata de afirmar lo indígena como tal sino encontrar un lugar de
enunciación posible dentro de la cosmovisión indígena y explotarlo como un arma de la
lucha en la definición de lo nacional:
La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio.
Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una
literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena,
si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de
producirla.41
Lo importante no es tanto una reivindicación sectorial de lo indígena sino la redefinición de
lo peruano en términos de una alteridad, de una otredad que da pie para pensar una
identidad peruana distinta.