Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
Justificación
*Relevancia social:
Es interesante profundizar en este tema porque cada vez hay más bandas
organizadas y con más tecnología, lo que hace muy difícil la inspección de las mismas con
las técnicas tradicionales de investigación. Los delitos vinculados al narcotráfico están más
insertos en la sociedad, por lo que necesitamos nuevas técnicas de investigación, y entre
ellas encontramos la figura del agente encubierto.
*Relevancia cognitiva:
Considero que es muy importante una profunda investigación sobre este tema,
puesto que se viene aplicando en todo el mundo esta figura, pero en nuestro país no son
muchos los autores que han tratado este tema, y aún quedan muchos baches por cubrir en la
ley, puesto que solo la ley 24.424 contempla la figura del agente encubierto, y aún pueden
realizarse numerosos aportes a esta figura que, si bien ya hace varios años fue legislada, no
es de mucha utilización por nuestros Tribunales.
Con la investigación tiendo a profundizar y aportar mayor luz sobre esta figura,
diferenciándola de otras similares, y encontrar una aplicación de esta figura para que pueda
ser utilizada sin violentar las garantías del imputado y resguardando la vida y seguridad de
quien actúa como agente encubierto y su entorno familiar.
Me interesa en lo particular este tema porque continuamente se ven jóvenes insertos
en la droga, a quienes las distintas fuerzas de seguridad los detiene una y otra vez, con 20
grs., 30 grs. o 100 grs. de marihuana. Sin embargo, al que comercializa en grandes
cantidades no se lo puede detener y muy pocas veces se llega al líder de esas
organizaciones que realizan ventas de drogas a gran escala.
Que, resulta sumamente dificultoso llegar a los líderes de las organizaciones
criminales dedicadas al narcotráfico en tanto que nunca son los que llevan la carga de
droga, se comunican en códigos por teléfono, cambian todo el tiempo de chips y teléfonos,
cambian de rutas, e incluso lamentablemente tienen gente de la Policía y de la Gendarmería
Nacional entre sus filas, lo que hace muy difícil aprehenderlos in fraganti, por lo que
entiendo que la figura del agente encubierto en este tipo de organizaciones sería útil para
desbaratar la banda.
Por todo ello, creo que debemos aplicar esta figura, pero siempre con el cuidado de
que en la búsqueda de los delincuentes no pasemos por arriba derechos de los imputados.
Pregunta Problema
¿Qué garantías del imputado podrían verse afectadas con la figura del agente
encubierto? ¿Qué valor probatorio tiene la información aportada por el agente encubierto?
Objetivos
General: Determinar qué garantías del imputado podrían verse afectadas con la
figura del agente encubierto y qué validez probatoria tiene su testimonio brindado bajo
reserva de identidad en el marco de la ley 23.737.
Específicos:
Analizar pormenorizadamente la figura del agente encubierto desde el punto de
vista doctrinario y conocer la validez probatoria de la información aportada por el agente
encubierto.
Analizar el estado actual de la jurisprudencia.
Interiorizarme sobre el estado actual de la figura del agente encubierto en la
legislación y jurisprudencia internacional.
Analizar cada una de las garantías del imputado que podrían verse vulneradas con
esta figura.
Hipótesis
Hipótesis I: La figura del agente encubierto vulnera garantías constitucionales del imputado
porque resulta una invasión al derecho a la intimidad del mismo, a la prohibición a la
autoincriminación y una violación a la presunción de inocencia.
Hipótesis II: El testimonio del agente encubierto sin haberse revelado su verdadera
identidad no tiene validez probatoria puesto que el imputado no tiene la posibilidad de
control sobre dicha prueba.
Material y Método
Desarrollo
*Estados Unidos: Las leyes de los Estados Unidos, en la mayoría de los casos,
dejan excento de todo cargo a aquéllos oficiales de policía quienes bajo la autorización de
sus supervisores se encuentran ejecutando la tarea de “agente encubierto” en un caso.
Así, un policía y el detenido se trasladaron hasta dicho domicilio que, era la sede del
Consulado de la República de Bolivia. En ese lugar fueron atendidos por el Cónsul Ricardo
E. Rivas Grana, quien los hizo pasar y ante el cual el policía no se identificó como tal. A
instancia de Fernández, Rivas Grana entregó una caja con la droga que fue trasladada al
asiento policial, donde se confeccionó el acta de estilo. Así, Rivas Grana fue llamado a un
lugar público con el pretexto de asistir a un connacional Chaad, y en esas circunstancias fue
detenido.
Ante ello, el juez autorizó a Fernández a el traslado de los bultos que serían sacados
desde las instalaciones portuarias metropolitanas, en un vehículo dependiente de la
Prefectura y disponiendo que se ponga en conocimiento de la autoridad a cuyo cargo esté el
control de salidas de vehículos de dicho puerto la orden precedente, como así también
secuestrar la mercadería en cuestión y detener al o los presuntos responsables del hecho
delictuoso cuya consumación se pretendía evitar. Como consecuencia de ese auto se
produjo el allanamiento del local donde se depositaron las mercaderías.
Bajo estos últimos hechos en primera instancia se hace hincapié en que la comisión
de Fernández como agente encubierto fue mucho más allá de una mera participación.
Aunque Fernández, en rigor de verdad, tuvo dominio casi absoluto del hecho toda vez que
subordinó las condiciones de su realización a su voluntad; ello no porque el funcionario se
haya desmadrado de un cauce prefijado, sino porque ese cauce excedía a criterio del
magistrado, las características propias de la actividad de prevención mediante la infiltración
de un agente. Es decir, existió un hecho delictual original, quienes ejercieron la dirección de
los hechos asignaron a Fernández un papel que excedía el del agente encubierto,
adecuándose su conducta al rol que parte de la doctrina ha dado en llamar agente
provocador o instigador aparente generando así un llamado delito experimental.
Estas precisiones llevan en sus consecuencias más allá de los límites, ya que no sólo
se ha producido la imposibilidad de que el daño se verifique porque la actuación de agente
provocador, desde el punto de vista de la idoneidad de la acción, pueda considerarse como
posible causa de inidoneidad; sino que además deja al descubierto el problema del sustento
ético de estas acciones emprendidas por organismos y funcionarios del Estado en la tarea de
prevención del delito.
Así las cosas, se constató que la evidencia colectada fue obtenida por un proceder
ilegítimo, dado que se provocó la comisión del hecho y se tomó activa y determinante
participación en el mismo con el paradójico propósito de detener al o los presuntos
responsables del hecho delictuoso cuya consumación se pretendía evitar. Si el papel que
jugó el agente encubierto superó y excedió el marco que debía ceñirlo y la prueba así
adquirida deviene de origen ilegítimo. Esto, sin descuidar que en el caso concreto de
Fernández existió un deber jurídico de actuación que así le fue impuesto, lo que torna
atípica su conducta. Anecdóticamente el magistrado enfatiza en que el reproche es ético y la
consecuencia necesaria e ineludible es la declaración de nulidad de la totalidad de las
actuaciones. Y consecuentemente la Cámara confirma la sentencia apelada ya que concluye
que se ajusta a derecho.
Así fue como el agente promovió contra la decisión del Tribunal un incidente de
nulidad por la previa revelación de su identidad. Alegó que el apartamiento de la regla de
estricto secreto, que impone la institución del agente encubierto, debe estar precedido no
sólo del ejercicio de la opción por el retiro activo de la fuerza policial, sino de la adopción
de las medidas especiales de protección que resulten adecuadas - sustitución de identidad y
provisión de recursos económicos para el cambio de domicilio y ocupación -. Sin embargo,
no se le dio derecho a la protección personal y familiar y, además, se develó su identidad
con daño irreparable de ese derecho, por lo que sólo podría evitarse otro mayor, el de la
individualización fisonómica por parte de los investigados.
El tribunal, con cita del art. 376 del Cód. Procesal Penal, difirió el trámite y su
decisión para el debate, oportunidad en la que rechazó, de conformidad con las partes, la
nulidad de la convocatoria del agente. Sin embargo, adoptó como recaudos la celebración
del acto sin perjuicio y con la sola presencia del fiscal y de los abogados defensores de los
imputados, pero asegurando la audición de los dichos del testigo a estos últimos. En efecto
no medió pronunciamiento alguno respecto de las demás medidas de protección
reclamadas.
Acto seguido el comisario Rolando H. Rossi a cargo de esa repartición dispuso una
serie de tareas de inteligencia tendientes a corroborar la información recibida. Entre ellas la
realizada por un suboficial comisionado, quien se puso en contacto con una persona, que
respondía a las características fisonomistas aportadas tanto por el denunciante como las
brindadas por el resto del personal Policial que intervino en las primeras diligencias de la
encuesta, pudiendo establecer por la conversación mantenida que no era ajena al tráfico
ilícito de sustancias estupefacientes. Como consecuencia de este informe y de otras tareas
de inteligencia realizadas, las actuaciones fueron elevadas al juez federal, quien en virtud
del requerimiento de instrucción formulado por el fiscal dispuso la actuación en la causa de
un agente encubierto conforme lo autoriza el art. 31 bis de la ley 23.737.
Analizando el decisorio del Tribunal bajo estos lineamientos la Cámara sostiene que
la medida dispuesta por el magistrado, encontró sustento en los informes labrados por el
personal Policial interviniente en las tareas de inteligencia, que luego dieron cuenta de la
actividad delictiva por lo que resulta razonable y motivada conforme lo prescriben los arts.
31 bis de la ley 23.737 y 123 del Código Procedimental.
Dicha causa llega al Tribunal en virtud de los recursos de apelación interpuestos por
la defensa de los imputados Alejandro Chiliguay y otros, como también por el señor
Procurador Fiscal, en contra de la resolución de primera instancia por la que se dispuso el
procesamiento y prisión preventiva de los tres primeros como autores "prima facie"
responsables del delito de almacenamiento de estupefacientes, la entrega de estupefacientes
a título oneroso y tenencia de estupefacientes respectivamente.
El señor Cristian Chiliguay declaró que la droga secuestrada les pertenecía a los dos
y a Marcos Corimayo, y la habían adquirido para armar cigarrillos para consumo propio. Su
defensa solicitó se revoque por contrario imperio el auto recurrido, por considerar que se
basa en actuaciones previas viciadas de nulidad absoluta, lo que torna totalmente nulo el
proceso desde la realización de aquellas nulidades hasta el momento; y por la errónea
calificación legal que se le asignó al hecho que se le imputaba, dada que la cantidad de
sustancia secuestrada y las circunstancias que rodearon el hecho, no concordaba con la
realidad de lo acontecido.
Como fundamento de su postura hizo alusión a la actuación del agente encubierto, a
la que calificó como violatoria de la Constitución Nacional toda vez que la compra
controlada de estupefacientes no está permitida por la ley 23.737 en razón de que dicha
actividad consiste en una provocación o instigación a cometer un delito, lo que el Estado no
consiente desde ningún punto de vista, pues se trata de un agente provocador, en tanto que
la misión de aquél es cumplir una función pasiva recepcionando información para luego
trasmitirla a las autoridades que lo designaron.
En efecto, no puede hablarse de agente provocador, pues es claro que éste representa
el papel de instigador, guiado con la finalidad de lograr que el instigado sea descubierto,
situación que no ocurría en autos ya que se tenía información acerca de actividades de
tráfico de drogas. Lo que encuentra sustento, también, en el hecho de haberse observado el
arribo de un gran número de personas al domicilio allanado, en distintas horas,
supuestamente con la finalidad de adquirir el tóxico, y el temor de los vecinos de denunciar
el hecho por las consecuencias que pudieran derivar. Como se puede advertir, en modo
alguno el agente encubierto incito a los imputados a cometer el delito, pues la operación de
venta al agente encubierto podría haber sido con cualquiera de las muchas personas que
llegaban y que luego de permanecer unos instantes se retiraban del lugar.
Los requisitos son muy similares que en su anterior redacción; el agente encubierto
deberá ser un funcionario de las fuerzas de seguridad federales "altamente calificado",
quien, previamente, deberá prestar su consentimiento y, ocultando su verdadera identidad,
se infiltrará en las organizaciones criminales o asociaciones delictivas a efectos de
identificar autores, partícipes o encubridores, con el fin de impedir la consumación del
delito, para reunir información y/o elementos de prueba necesarios para la investigación.
El segundo párrafo establece que una vez que el juez de oficio, o a pedido de parte,
realiza la designación consentida del funcionario es el Ministerio de Seguridad quien está a
cargo de proveer los elementos técnicos para la protección del agente. Por otro lado, no
podrá tener antecedentes penales.
En cuanto al instituto del agente encubierto que realiza esta ley, es que se puede usar
ya no sólo para los delitos relacionados con estupefacientes, sino que se podría infiltrar
agentes para la lucha contra la trata.
Partiendo de esta línea de pensamiento, la actuación penal represiva del Estado sólo
se puede justificar en tanto se haya seguido escrupulosamente las reglas vigentes, pero
tampoco se puede dejar desarticulado al Estado, ni a los ciudadanos que sufrirían los
efectos de las formas más graves de criminalidad. Es absolutamente necesario que los
ciudadanos no puedan sentirse amenazados por el propio Estado a través de sus leyes y
actos, pero es también seguro que los ciudadanos no pueden estar sometidos a amenazas
genéricas e indiscriminadas, pudiendo ser víctimas de delitos especialmente graves.
1 In re “Teixeira de Castro c. Portugal” rta. 9/6/1998, publicada en “Investigaciones”, 1999, t.I, pág. 23 y
sgtes.
En resumen, serían tres reflexiones o indagaciones las que deberán ser contestadas o
analizadas por la autoridad competente antes de dictar la resolución que autorice la puesta
en práctica del plan operacional de infiltración: En primer lugar, si es justificable la
autorización para ingreso de un agente encubierto en un clan de delincuentes organizados,
en razón del nivel de peligrosidad de la amenaza a los derechos y garantías fundamentales
de las personas investigadas. En segundo lugar, si es adecuada la utilización de esta técnica
para los fines de desarticulación de un grupo criminal. Y en tercer lugar si la repercusión de
la concesión de autorización para la infiltración policial puede ser compatible con el
sacrificio de determinadas garantías del investigado en el objetivo de la manutención de la
seguridad colectiva.
El Dr. Madueño, quien lideró la votación en la causa “Gaete Martínez, Rufo Ed. s/
rec. de casación” refiriéndose a la fundamentación de estas decisiones que la exigencia de
motivación (art. 123 del CPPN) no implica necesariamente que el juez deba volcar en la
providencia una exhaustiva descripción del proceso intelectual que lo llevó a resolver en
determinado sentido, ni a aumentar en detalle las circunstancias fácticas que le sirven de
sustento, ni reclama una determinada extensión, intensidad o alcance en el razonamiento.
2 Causa N° 931, registro 1668, rta. el 28/12/1998.
Sino que dicho requisito se cumple cuando “guarde relación con los antecedentes que le
sirven de causa y sean congruentes con el punto que decida, suficientes para el
conocimiento de las partes y para las eventuales impugnaciones que se pudieran plantear.3
La ley 26.044 introduce en el art. 35 de la ley 11.683 la figura del agente encubierto,
facultando a la A.F.I.P. a autorizar a sus agentes, mediante orden de juez administrativo, a
que actúen en calidad de compradores o locatarios de obras y servicios a fin de constatar el
cumplimiento por parte de los contribuyentes de la obligación legal de emitir y entregar
facturas o comprobantes equivalentes por las operaciones realizadas. La orden del llamado
juez administrativo debe estar fundada en los antecedentes fiscales del contribuyente que
obren en el organismo fiscal.
Ahora bien, la normativa si establece que la AFIP podrá autorizar, mediante orden
de juez administrativo, a sus funcionarios a que actúen en el ejercicio de sus facultades,
como compradores de bienes o locatarios de obras y servicios y constaten el cumplimiento,
por parte de los vendedores o locadores, de la obligación de emitir y entregar facturas y
comprobantes equivalentes con los que documenten las respectivas operaciones, en los
términos y con las formalidades que exige la AFIP.
En tal sentido, se establece que la orden del juez administrativo deberá estar
fundada en los antecedentes fiscales que respecto de los vendedores y locadores obren en
poder de la AFIP igualando este requisito el conocimiento de un hecho delictivo grave e
indicios racionales de su existencia. La facultad administrativa de autorizar a sus
funcionarios a actuar de la manera encubierta señalada es de naturaleza excepcional, debe
contar con una orden de juez administrativo que no tiene facultades discrecionales para
ordenar la actuación de un funcionario encubierto y que la misma debe encontrar
fundamento en los antecedentes fiscales que obren en la AFIP respecto de los vendedores o
locadores.
Frente a un proceso penal constantemente se presenta una tensión entre el interés del
Estado por la búsqueda de la verdad y el interés de la persona investigada en la protección
de sus derechos individuales. Ante esta incesante pugna de pretensiones contrapuestas, todo
sistema democrático asume el reto imprescindible de armonizar, por un lado, el interés
público del Estado en conocer lo que realmente sucedió, es decir, que en el proceso se
alcance una verdad no meramente formal sino material, y, por el otro, el interés del
procesado en la salvaguarda de sus derechos fundamentales.
Diversas son las posturas y los autores que establecen las variaciones a las garantías
y principios constitucionales que genera la aplicación de esta figura:
* Igualdad ante la ley: Hace referencia a que todos los ciudadanos gozan de los
mismos derechos y garantías, sin prerrogativa alguna, ya sea de sangre, cargo, etc.,
permitiendo que todos los habitantes sean evaluados con el mismo rigor. A lo largo del
trabajo se analizará si se afecta este principio constitucional al intervenir un agente
encubierto en la investigación.
Algunos autores creen que las reformas legislativas vinculadas con la figura del
agente encubierto han propiciado limitaciones a derechos y garantías fundamentales que
hacen al debido proceso legal, la protección de la privacidad, el domicilio, en suma,
menoscabando el sentido de nuestro sistema republicano y el Estado de Derecho, así lo
entienden los Dres. Héctor Superti y Claudia B. Moscato de Santamaría.(Superti,
25/9/1997).
En efecto, esta doctrina observa que los derechos de los individuos merecen
protección, aun cuando signifique que algunos culpables quedarán impunes. Por ende, el
camino de perseguir la verdad a cualquier costo trae aparejado, eventualmente, un peor
resultado.
Para Ferrajoli, toda intención de adelanto de pena implicaría una lesión a este
principio que se entiende como fundamental para la práctica del derecho penal y desde la
constitución misma (Ferrajoli, 2008, pp. 368-369).
Esta idea implica que al día de hoy se proponen múltiples mecanismos y
dispositivos tendientes a adelantar pena, o a evitar que el supuesto autor siga cometiendo
supuestos ilícitos, lesionando los principios constitucionales elementales. Ello lleva muchas
veces a considerar medios coactivos de recolección de pruebas que lesionan garantías
constitucionales, pero que se basan en la protección de principios más “altruistas” o
mayores para el estado de derecho, como la seguridad y el orden público (Hassemer, 1998,
p. 47-50). Como ya se dijo, esto traería consigo caminos peligrosos que ya se han transitado
en la historia universal y de nuestro país, llevando a la utilización de medios ilegítimos, que
llevan una fuerte carga de poder y que apuntan en muchas oportunidades, a sistemas
políticos o de gobierno de carácter autoritario o desmedido.
Este principio limita la función punitiva del estado, y hasta donde el estado puede
realizar el “catalogo” de conductas típicas (Ferrajoli, 2008, pp. 464-467). En referencia con
el agente encubierto, el derecho penal considera su actuación como “de ultima ratio”, ello
implica que esta rama del ordenamiento jurídico intentara participar lo menos posible en la
realidad social en la que se encuentra, dado el poder punitivo y coactivo que detenta. Esta
intervención mínima es necesaria en los Estados de Derecho modernos, para facilitar la
libertad de las personas. Ahora bien, la existencia de agentes encubiertos en las situaciones
u organizaciones delictivas lleva a considerar la posibilidad de duda o desconocimiento de
quien se encuentra delante de nosotros y que es lo que esa persona que no conocemos del
todo pretende. Por ello, el principio de lesividad necesariamente se acopla a la idea de
utilizar la herramienta del agente encubierto lo menos posible, para no alterar el normal
desenvolvimiento de los hechos dentro del estado de derecho, violentando de esta manera
lo menos posible las instituciones del mismo, y generando un normal desarrollo de la vida
en sociedad.
Por ello, la actuación del Agente Encubierto debe ser limitada y controlada, para
imposibilitar hechos de violencia institucional o colisión de mayores derechos por el solo
hecho de la actuación del Agente.
Asimismo, cabe señalar que este principio conecta directamente con los
denominados límites al ius puniendi del Estado. De ahí que este poder estatal no se puede
ejercer de cualquier forma, ni a cualquier precio, sino que se encuentra limitado por los
principios informadores del derecho penal, entre ellos, el de proporcionalidad.
Es que dicho principio se manifiesta también como un criterio para establecer los
límites a la intervención estatal en la búsqueda de la verdad, equilibrando los intereses del
Estado y los derechos de las personas a investigar.
Por último, se remarca que el legislador delimita la infiltración policial no solo a las
peculiaridades de la investigación, sino también que se corresponde con la excepcionalidad
de la limitación de los derechos fundamentales. En este sentido, el uso del engaño efectivo
a través de la identidad supuesta, su consideración de medio extraordinario y su
determinación como más agresivo con las personas objeto de investigación, son causas
suficientes para hacer que el principio de proporcionalidad no sólo tenga que estar presente
en la adopción de la medida sino en la actuación del agente encubierto con respecto a los
demás integrantes de la organización criminal.
Respecto del control a realizar, debe estar centrado en la protección de los derechos
en juego del investigado, es que se encuentra ya se encuentra ante la desprotección de no
estar informado de la actuación del agente, por lo que no tiene la capacidad de defenderse
ni de impugnar tal situación, por lo que el juez debe ser riguroso en el seguimiento del
proceso. Es claro en consecuencia que en caso de inobservancia tanto del principio de
control jurisdiccional, como de los principios en general conllevará a violaciones de los
derechos fundamentales por lo que lo actuado hasta el momento en el proceso será
plausible de nulidades e impugnaciones.
La mayor parte de la doctrina afirma que para que sea válidamente desvirtuada la
presunción de inocencia, deben existir pruebas firmes y válidas de la responsabilidad de los
imputados.
Cabe aclarar entonces que para que la autoridad pueda emplear medios
extraordinarios de investigación como la técnica del agente encubierto es necesario que
concurran requisitos previos, como son el conocimiento de un hecho delictivo grave e
indicios racionales de su existencia; luego en el momento de poner en marcha estos medios
sui generis de investigación, sí se puede hablar de los límites que el principio impone a la
propia presunción de inocencia. Es decir, primero la presunción de inocencia limita la
intervención estatal y después con el cumplimiento de los requisitos previos se autoriza la
limitación de la presunción.
¿Qué derechos del imputado se verían afectados con la actuación del agente
encubierto?
Nuestra Carta Magna está fundada bajo los preceptos del reconocimiento de la
persona humana como principio, sujeto y fin de las instituciones, lo cual comporta la
sujeción de las actuaciones de las autoridades a dicho postulado. Así consagra el respeto de
la dignidad humana, en el cual las autoridades están establecidas para proteger a todas las
personas en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos y libertades, y donde se
reconoce la primacía de los derechos inalienables de la persona.
En efecto, todos los funcionarios del Estado deben observar en cada uno de sus
actos los derechos fundamentales a favor de todas las personas, teniendo en cuenta que
estos son límites constitucionales para alcanzar cualquier finalidad. Si esto es así, aún más
en la investigación y en el desarrollo del proceso penal deben las autoridades velar por no
violar los derechos fundamentales del implicado, pues el sólo ejercicio de la acción penal
comporta un serio riesgo de coartar o, incluso, anular el disfrute de los mismos. Entonces,
el límite a la persecución penal lo constituye el respeto a la dignidad y a los derechos
fundamentales de la persona investigada, como lo son el derecho a la vida, a la integridad
personal, a la libertad, al debido proceso, a la intimidad, a la no autoincriminación. Estos
además son garantías de un juicio justo, tornándose toda afectación injustificada de los
mismos inadmisible en un Estado democrático.
En principio serían tres los derechos más afectados por la actuación del infiltrado: el
derecho a la intimidad, el derecho a la autodeterminación informativa y a la no
autoincriminación.(Pereira, 2012, pág. 757).
Por ende, se reconoce que la intimidad como noción es algo básicamente subjetivo,
unido a una esfera interior de la vida del hombre y del grupo humano fundamental del cual
haga parte, y estrechamente vinculado al hogar, domicilio o espacio físico reservado, que
debe ser respetado tanto por las demás personas como por el Estado, debido a que las
manifestaciones del ser humano en este ámbito están excluidas del conocimiento público y
de cualquier intromisión ajena, salvo el consentimiento de su titular. Como derecho, se lo
vincula con la idea de libertad del individuo, en el sentido de que hay una esfera de acción
que no le afecta más que a él mismo y en el que la sociedad no tiene más que un interés
indirecto.
De esta manera, si el investigado decide hablar debe ser fruto de su libre voluntad
informada de las consecuencias que le puede acarrear, pero sin que en ningún caso pueda
ser determinante de dicho ejercicio la actividad de agentes externos, pues aunque el objeto
del proceso penal es llegar a una verdad real y no meramente formal, tal propósito no puede
alcanzarse a cualquier precio sacrificando otros derechos fundamentales tan caros para una
sociedad democrática como la libertad, la dignidad de la persona o el debido proceso.
Es necesario determinar que agente encubierto no es un agente provocador y no debe instigar a los
investigados a cometer delitos.
El comportamiento del agente encubierto no se mantiene dentro de los principios del Estado de
Derecho cuando se involucra de tal manera que hubiese creado o instigado la ofensa criminal en la cabeza
del delincuente.
Existe una clara distinción entre la herramienta procesal del agente encubierto (que oculta su
calidad de agente de las fuerzas de seguridad a los fines de investigar o prevenir un delito) y el agente
provocador (que crea la voluntad o instiga a cometer el delito con el fin de someter a su autor a la justicia).
Conclusiones
Es evidente que la implementación de técnicas encubiertas de investigación resulta
indispensable para enfrentar la delincuencia organizada. En ese ámbito, y bajo tal carácter,
“agente encubierto” como técnica empleada por funcionarios de las fuerzas de seguridad
que, de forma solapada, permiten tomar contacto con la organización criminal desde afuera
y desde adentro de la misma, respectivamente.
Ahora bien, debe quedar en claro que el aporte más relevante de los agentes
consistirá en la información brindada en el marco de la investigación, vinculada a la
operación en particular o a la actividad en general de la organización, según cada caso, lo
cual, además de individualizar a los intervinientes en hechos ilícitos, permitirá dar base a
medidas de prueba con el objeto de obtener elementos de convicción independientes para
formular las acusaciones pertinentes.
En efecto, el valor plenamente convictivo de la información del agente encubierto
dependerá de su correlato con elementos de prueba externos e independientes adquiridos de
modo previo o posterior a su intervención, mientras que su existencia sin ese proceso de
corroboración operará simplemente como un indicio.
Desde este punto de partida, el AE puede ser considerado como una herramienta
enquistada en la Sociedad moderna, pero que resulta conflictiva y chocante con la idea del
Estado de derecho. Recabar prueba de un hecho contrario al ordenamiento jurídico
mediante técnicas contrarias al mismo no resulta lógico, menos aún cuando existe
regulación y diversidad de medios y objetos de prueba para incorporar a un proceso
judicial. Así, una herramienta que se fijó como excepcional y de alto costo institucional en
el ámbito del estado de derecho poco a poco se convierte en una práctica asidua, que
desentona con la evolución de las ideas del hombre y con la necesidad de la regulación de
una sociedad justa, equitativa y equilibrada.
En este marco, el Estado no puede ser quien es el encargado de la administración de
justicia y de “hacer cumplir la ley” el mismo tiempo que de incorporar sujetos “protegidos”
que de manera cuasi fraudulenta se inmiscuyen en la vida de determinadas personas
apuntadas, ejecutando todo un abanico de ardides y artificios a los efectos de engañar a los
mismos, para luego incorporar esa probanza en un juicio legal, cuando dicha actividad ha
pasado por encima principios como el de reserva, legalidad, defensa, intimidad, propiedad,
proporcionalidad, no autoincriminación, entre otros.
Así, pues, cual es el fin verdadero que tiene esta práctica para la sociedad y cuál es
el ejemplo que el estado quiere dar con esta práctica, ya que, si bien hay un fin un poco más
“institucionalmente altruista” en la idea de esta herramienta, como es contar con pruebas de
difícil recolección, el costo institucional y social de estas prácticas parecen ser muy altos en
comparación con el tipo de delitos que se busca perseguir. Incluso en la antigüedad, este
tipo de prácticas eran solo acotadas a cuestiones esenciales de estado, situaciones de guerra
o posibles expansiones territoriales militarizadas, en donde existía realmente un grave
riesgo para una porción importante de un Pueblo, Estado o Nación determinados. Entonces
no resulta dudosa la real materialización de esta práctica en hechos concretos, y en donde
pueda realmente existir un concreto control y cuidado de garantías constitucionales.
Si nuestro enfoque fuese positivista, quizás la convicción de que esta práctica no es
correcta mermaría considerablemente, dada la mirada pragmática y directa de esta corriente
dirigida al imputado o acusado, pero desde el enfoque garantista, pensamos que esta
herramienta debe regularse lo más posible, o incluso ser eliminada, por el riesgo
institucional que conlleva realizarla, más allá de los fines que se logran. Ya que, de no
pensar así, caeríamos en la máxima (y ya superada) idea Maquiavélica de que “el fin
justifica los medios”.
Dado el carácter novedoso de las figuras y el estado incipiente de su
implementación en las investigaciones vinculadas a la delincuencia organizada es que se
espera que estas líneas aporten al debate.