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LA PROCESIÓN DE LAS ESTRELLAS

Como la última mujer yagán en toda la tierra

parada frente al mar en el escenario mismo del fin del mundo,

pero en un fin del mundo que se repite todos los días

y que quema en los ojos

o como la misma mujer yagán que atraviesa la Latinoamérica,

ferozmente salvaje, en una canoa

buscando una boca abierta

con las palabras SER y HUMANO

rayadas entre los dientes para no perder la esperanza,

cuando no perder la esperanza significa no evaporarse

y cuando no evaporarse significa no morir.

O como la misma mujer en el mismo lugar,

pero armando con papelitos un hijo dentro de su guatita,

un hijo que está quemado antes de nacer

porque no sabe que en su idioma hijo no se dice hijo

madre no se dice madre

y dios no se dice adiós,

condenados a perderse en un laberinto

dentro de otro laberinto más grande

dentro de una isla.


Ahí, adentro de esa guatita estoy yo.

Nací blasfemo.

Moriré blasfemo.

Y lo haré riéndome

sin ninguno de mis dientes

cuando eso ocurra en un par de horas más.

Pero antes, yo sufría:

Venía saliendo de una fiesta con todos los que son mis amigos

donde el habla y la lengua son cosas del pasado.

Éramos monos inventando ruedas

con los esqueletos de nuestros hermanos-monos fallecidos.

Hasta que lo vi.

Es aquella mismita noche la que me jugó villanamente en contra

y a la vez,

en esas ráfagas de claridad que tienen las noches

y que son contradictorias,

pero de contradicciones vive la gente,

me encontré con la más higiénica comprensión.

De golpe me vi acercado, casi instantáneamente,

a la grasa de su cuerpo.

Es que en esos tiempos y a esa edad

el espacio era un duelo de varones


en medio de una espesa masa de niebla.

El futuro y el pasado se presentaban como una sola cara

o como un montón de caras iguales,

la cara de un niño indio reproducida infinitas veces hasta dar con la correcta,

caras que alteran sus gestos faciales sólo en un mínimo,

produciendo aquella sensación de vértigo,

de irresponsabilidad absoluta,

un popurrí del fallido Genoma Nacional.

A cambio de una bolsa de vino, te digo,

hacíamos peripecias

y yo ingenuamente

llegué a pensar

que sólo en peripecias se iría mi locura.

Yo escribo en cuatro patas,

todos los que son mis amigos escriben en cuatro patas

porque es la única manera que nos queda

de decirnos algo que nos toque en el corazón.

Le dije: ¿Quieres ver cómo son de suaves

los labios de la nueva poesía chilena?

y sentí la pestilencia típica de ese lugar,

a esa hora, en ese país,

producida por la cercanía de nuestras antenas.


Quisiera decir

que somos un vagón

lleno de zombis

intentando instaurar

una nueva democracia.

Quisiera imaginar

que esta torre de cuerpos delante mío

era el mar, pero un mar sin nombre y sin sentido.

Y cuando le iba a preguntar

si no era él en realidad yo mismo

que había viajado desde el futuro

para entregarme un secreto

y así poder decirle al oído

Lo sé, lo sé

y te he estado esperando todo este tiempo,

alzó una de sus cuarenta mil voces

y me dijo mirándome a los tres ojos:

Haber chiquito, pruebe,

que no la saqué para tomar el aire nomás.

¿Te imaginas a mí

- entre la ciencia y la ficción –

este holograma azteca que soy yo –

en ese entonces,
soportando en la cara

un chorro de pichí

de un borracho

en media de la calle?

Mientras todos los que son mis amigos,

que todo este tiempo habían sido en realidad fantasmas

y que provenían de otras dimensiones y de otros planetas,

lloraban de la risa,

me vi tendido,

postrado en una cama de hospital,

pero en una sala bombardeada y vacía

de la Biblioteca Municipal

de la Nueva Ciudad del Himalaya,

viendo en la tele un compacto macabro

de las tres últimas guerras mundiales,

usando como frazada el mismo mapa del infierno

y aún así, muriéndome de frío.

Y me vi repitiendo

en voz alta

las palabras que salían de la boca del narrador:


Maqueta

útero

los patrones

ADN

El Éxtasis…

Haciendo eco una contra la otra.

Generando combinaciones nuevas e irrepetibles.

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