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Ápice del tiempo que ya es ido

en su piel, una esquela


dulcísima y escrita por la mano aún firme
que acarició mi rostro,
su olor a fruta y labios corregidos con extinto carmín
o un acercamiento de ligereza atroz para salvarme,
para salvarte a ti de tus mentiras -recuerdas la canción
de Whitney Huston?- y regresar a sensaciones fuertes
que nos hicieron como somos hoy: amasijo después del
huracán, presión entre universos que no sabremos
nunca si existieron así porque el amor fue apenas una
mota de luz en lo inmenso del cosmos.
Cuba: dos sílabas y el mismo sufrimiento,
mi taza de café tiembla a diario en las mañanas
cuando no puedo respirarte ni sentir
que haya podido hacer algo,
que existes más allá de once horas de avión
y un tiempo depravado
cuando feliz en tus ciudades
amasaba el deseo.
Ay, Borges

La adoración a Cristo,
que nunca me fue dada,
las pautas de la Fe
en un Dios, cualquiera,
o ese recogimiento que precede a la palabra culpa
me separan de ti.
Primavera en La Plana
y un montón de amapolas silvestres detuvieron el tren,
campos de Catalunya bien soleados al tacto de una mañana inútil:
cualquier verso me salva,
“mas que lebrel, ligero y dividido”
“el lent record
dels dies
que són passats per sempre”
y será sobre mí, como tu verbo, aquel silencio.
Es La Misa del Gallo en Barcelona,
siento el olor a mar en las campanas de la iglesia gótica
y el olor de este mundo, tranquilo y misterioso como el día
que entramos por primera vez a un aula
y vimos los pupitres, la pizarra verde y la foto del Che,
olor de abecedario y palabras propensas
a despertar recuerdos que no son míos ni tuyos,
una amalgama,
un cierzo,
las frases italianas
que puedo repetir porque siento ya mías
tan leves y perennes.
Qué será de Petrarca en estos días,
qué será de Novalis,
qué será del poema que escribí en otro tiempo,
un poema sincero, yo pensaba,
un instante en la historia de Cuba y su dolor.
para Lexis y Mónica

El pequeño pájaro voló hacia el vidrio


sin atender
la fragilidad del ala
y ese miedo a querer salir y chocar
una y otra vez
contra algo que no se ha vivido
volando sobre el monte que devastó el incendio
hacia el tiempo donde espera el pájaro hembra.
Lo he visto entrar al cuarto de los niños
como un vuelco,
como cuando alguien dice las palabras velatorio,
infarto, como el corazón de Carlos,
el de Andrés latiendo junto a mí en el agua.
Ha volado de estancia en estancia
sin comprender
ese estado de transparencia que llamamos vidrio
hasta que el choque frontal lo dejó en mi mano.
Lo arropo en el chal rojo de Mónica y salgo a la terraza:
su vida bullirá un segundo entre mis dedos
antes del vertiginoso arranque hacia los montes
al otro lado del pueblo, al otro lado del mar,
hacia algún campanario abandonado
con su ala gris oscura sobre mí
rumbo a algún nido que llamaremos casa.
Minibolero

Recordaré tu boca, 
el sabor
a nectarina fresca en medio del invierno
y la única frase lúcida que pude articular:
no valen las palabras.
Luego un mensaje en otra lengua en medio de la noche:
can’t sleep,  canciones italianas
en un viaje a ningún sitio
y los pájaros:
mira su pulpa desmedida,
es el deseo.
Diesel

 …se apagaban las luces y los amantes muertos.


                Anna Ajmátova

Con la colonia atada


a la absurda vaina de su voz,
cuando esperábamos un tren cierta noche en la isla,
me habló de los fantasmas marinos
y espantos que poblaron su casa.
Ahora reposa en algún sitio
entre Consolación y San Cristóbal,
pueblos católicos que vieron ir y venir
su gorra oscura en los días soleados y de invierno.
 
Por los potreros,
hierbazales purísimos y sembrados de anón,
en las presas donde habitan
la claria y el sofí,
en los panales tibios me lo encuentro.
 
Algo de su antigua libertad en  la flor de tabaco,
las amapolas salvajes y el romerillo,
doble la imagen del torso
desnudo sobre la tierra como una procesión.
 
Y ahora sé que ha muerto.
Y ahora sé que no estará por esos campos
el perfume atado al cuello de mi dios.
Rosa de Francia

Una cola de sirena, un surtidor, minúsculas esferas de luz sobre la tierra: sus brazos un
encanto. Cenamos a la antigua usanza, ella habló de toreros y yo de historias de toros.
Lanzábamos minúsculas migajas de pastel al agua. No habíamos pedido nada, tuvimos
absolutamente todo lo que es posible desear, un amor deshecho y una larga vida trunca. Ella
alzó su brazo y las pulseras tintinearon –el oro sobre la piel de un blanco equidistante-. Mon
cherrie, dijo y luego citó algo de Lacan, menuda cosa. Los surtidores y la luz de la luna me
vuelven a esa noche, un cadáver putrefacto entre ella y yo. Quería salir a cabalgar la playa,
quería escribir una novela de amor, quería pronunciar la palabra corazón sin sentir asco. Las
horas se ordenaron ante mí y dije adiós, una larga despedida. A veces la veo entre las dunas,
como Antígona, arrastrar los hermosos surtidores de su dolor.
 
Nikolai

El baby trajo un diseño súbito de joya tracia,


de cosa griega envuelta en celofán eslavo.
Un escarabajo de cientos de colores guiaba su viaje a través de edificios de hormigón, en
Varna, y otros insectos que habitan la línea divisoria de las aguas lo vieron salir del Mar
Negro como en una canción rusa.
Su alegría tiene los colores de los ojos de abuela,
de un patio sembrado de guanábanas en Cuba
y de aquellos montículos por donde respiraban las criaturas de la tierra.
Alma,
que emprendes tu vuelo rasante sobre los humanos,
recuerda mis canciones en riberas lejanas,
en la tierra del mundo que quieran los dioses para ti.
Recuerda mis canciones.
Pinar del Río

Mi ropa almidonada en la terraza


y las nubes de vapor en la calle Cavada
-como pastores en el vidrio de las tardes
cuando aún existían los almendros-
me angustian.
Mientras toco y domino los muebles silenciosos
-el polvo de los años en mi cara-
he vuelto a ver el Palacio de Guach,
los dinosaurios, los dulces de Bomnim,
aquellos labios que besé en un vagón
rumbo a las infinitas plantaciones de tabaco.
Desde hace tiempo,
cuando el auto deja la autopista
y recorre el insólito malecón,
me veo caminar entre los pinos
y siempre pienso:
Dios, si alguna vez me recuerdan
que sea de este modo.
Con mi camisa de hilo almidonada
hacia la deserción, muy lejanos aún los veinte años,
saliendo a la blancura del Teatro Milanés
de mano de mi madre.
Acqua di Giò. After shave balm

No el deseo, que surge


apenas en la noche
y es una bestia triste y es dolor,
ni tus ojos perfectos que nunca he comprendido,
ni tu fragilidad.
Pero a veces
cuando falla el molde preciso
que dibuja tu ropa -un jersey Armani,
los pantalones Gucci que compraste en Florencia-
me pregunto qué voy a recordar de ti.
Tal vez el viento helado sobre la galería
en tanta noche sin poder dormir,
o una tarde en un gran almacén,
o la certeza de que nunca es feliz el ser humano.
Tal vez esa fotografía
donde exhibes una belleza indeleble
y yo aparezco al fondo, tan perdido
como la firma de todos los artistas griegos.
Benjamin

Una camisa de cuadros. La terraza. El parque infantil. El recuerdo borroso de un concierto de


Blur en el Primavera Sound. La piel muy blanca y los tatuajes. Tenía veinte años. Yo aún no
tenía edad. Dijo que era de Manchester, de Valencia, de alguna isla de Croacia. En la noche,
al final del trabajo, solíamos beber una cerveza en un bar de calle Tallers y jugar al futbolín.
Luego me explicó los riesgos de una educación deficiente, de los colegios bilingües, de la
formación inglesa. También habló de las plantaciones de vid de su madre y me prometió un
clarete buenísimo, dijo, para beber frío a las cinco de la tarde y mirar el mar. Había un
montón de mujeres en su vida. En la terraza lo miraban todos, eclipsaba cuanto le rodeaba
con una simpatía sin edad ni condición sexual. Los niños lo adoraban. Y los perros.
Miras al joven rubio.
Su piel y su deseo
te recuerdan un cuento de los veinte años,
aquellas fúlgidas nubes
que atisbaron tu origen. Como un musulmán
entonas la plegaria y te retractas,
tu palinodia personal contra la educación,
la manera en que te enseñan que algo
debe ser ese algo
y no una percepción, un sabor dulce o amargo,
y distorsionan
la educación del joven rubio, como la tuya misma,
la limpia preceptiva de hechos
que forman occidente.
El joven es más bello que la plaza gris
de la ciudad de layos que llaman Occidente.
Ahora respirará sobre tus labios,
mira el sueño de PInk Floyd.
En la banda visual ya está la foto.
Mi vida con Antínoo

La belleza del rostro es lo que importa, y luego la belleza de la nada.


Los artistas romanos copiaban
en sus talleres

los originales griegos, las estatuas


votivas de Alejandro,
cierta posición del brazo contra el muslo,
algo con la gracia del tallo de un jacinto
o un junco que se dobla.
Hace frío en la isla
y te contemplo sobre el fondo negro
de un cartel
que alguien compró en El Prado para mí.
No estoy solo ni sostengo
la belleza del mármol, el deterioro
del labio superior y la nariz,
tanta serenidad que se desploma
en los mullidos lechos, en la elegía
amorosa de la Roma Imperial,
en el rostro del muchacho que vi ayer
bajo la lluvia
en un jardín de la calle Paseo.
La edad vendrá en que otros poetas
se fijarán en ti y esculpirán
con sus palabras más o menos griegas o latinas algún verso que te nombre. Ahora me
desnudo para entrar al agua, ondas de calor
que nos separan más que los siglos

o la historia del lenguaje


y pienso que nunca estaré solo ante ti, que me contemplas
desde la eternidad de la pared del baño.

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