Está en la página 1de 72

MÁSTERES de la UAM

Facultad de Filosofía y Letras


UNIVERSIDAD AUTONOMA

HISTORIA Y CIENCIAS
DE LA ANTIGÜEDAD
Año Académico 2010-11

Alianzas y coaliciones
en la Hispania prerromana

Alberto Pérez Rubio


Alianzas y coaliciones en la Hispania prerromana.

Alberto Pérez Rubio

Director: Eduardo Sánchez-Moreno

Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad


UAM/UCM 2010-2011
Índice

1.- Introducción ........................................................................................................................ 3


2.- Análisis de los testimonios................................................................................................... 4
2.1.- Testimonios directos: las fuentes clásicas..................................................................... 4
2.1.1.- Desde la llegada de Amílcar Barca al 218 a. C...................................................... 4
2.1.2.- La Segunda Guerra Púnica..................................................................................... 7
2.1.3.- La rebelión del 197-195 a. C................................................................................ 10
2.1.4.- Las Guerras Celtibéricas ..................................................................................... 13
2.1.5.- Las Guerras Lusitanas ......................................................................................... 18
2.1.6.- Las Guerras Civiles .............................................................................................. 21
2.1.7.- Las Guerras Cántabras ......................................................................................... 22
2.2.- Testimonios indirectos: epigrafía. ............................................................................... 23
2.3.- Herramientas complementarias ................................................................................... 24
3.- Los mecanismos de articulación de las alianzas y coaliciones. ......................................... 25
3.1.- Fides y clientela ......................................................................................................... 25
3.2.- Hospitium ................................................................................................................... 28
3.3.- Matrimonio y rehenes ................................................................................................ 29
3.4.- Elementos religiosos .................................................................................................. 30
4.- Factores en el surgimiento de coaliciones y alianzas indígenas. Epimachiai y symmachiai.
................................................................................................................................................. 31
5.- Los ejércitos coaligados: cifras y organización. ................................................................ 36
6.- Conclusiones ...................................................................................................................... 38
7.- Bibliografía ........................................................................................................................ 39
8.- Anexos. .............................................................................................................................. 57
8.1.- Tabla cronológica: alianzas y coaliciones en la Hispania prerromana, 237 a. C.-22 a.
C. ......................................................................................................................................... 57
8.2.- Mapas .......................................................................................................................... 60
9.- Indice de mapas.................................................................................................................. 71

2
Alianzas y coaliciones en la Hispania prerromana.

Alberto Pérez Rubio


Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad – UAM/UCM

“Es de creer que las emigraciones de los griegos a los pueblos bárbaros tuvieron por causa su
división en pequeños estados y su orgullo local, que no les permitía unirse en un lazo común,
todo lo cual les privaba de fuerza para repeler las agresiones venidas de fuera. Este mismo
orgullo alcanzaba entre los iberos grados mucho más altos, a los que se unía su carácter
versátil y complejo. Llevaban una vida de continuas alarmas y asaltos, arriesgándose en
golpes de mano, pero no en grandes empresas, y ello por carecer de impulso para aumentar
sus fuerzas uniéndose en una confederación potente […] Luego vinieron a combatir a los
iberos los romanos, venciendo una a una a todas las tribus, y aunque tardaron en ello mucho
tiempo, acabaron, al cabo de doscientos o más años, por poner al país enteramente bajo sus
pies.”

Estrabón, Geografía, III, 4.5

1.- Introducción

La lectura de las fuentes clásicas, como el elocuente párrafo del geógrafo de Amasia con el
que abrimos este trabajo, parece ofrecernos el panorama de unos populi hispanos casi en
perenne conflicto intestino, en una imagen alumbrada y proyectada a lo largo de la historia de
la Península Ibérica por la historiografía tradicional y el pensamiento filosófico
noventayochista, abonando el tópico del “individualismo español” que tanta fortuna ha
hecho1. La concepción misma de la guerra en la Protohistoria peninsular ha venido
condicionada por esa visión, en lo que sería una guerra de bandas y guerrillas2, que solo en
las últimas décadas ha sido cuestionada para valorarla en su justa medida dentro de los
esquemas militares coetáneos en el Mediterráneo (Quesada, 2005, 2011). Superadas ajadas
visiones esencialistas, se ha señalado cómo una mirada atenta a las fuentes nos presenta a los
pueblos hispanos actuando a menudo de manera coordinada frente a la presencia púnica o
romana (Sánchez Moreno, 2002a, p. 158). Lejos de nuestra intención exagerar una
inexistente unidad entre los diferentes populi hispanos frente a la presencia de las potencias
mediterráneas3 –como bien ha dicho Quesada (2001, p. 121), por ejemplo “para los edetanos
los olcades podrían ser tan “exteriores” como los cartagineses o romanos, si no más”– ni
caer tampoco en la fácil reducción binaria de la interacción entre unos y otras a resistencia o
aceptación pacífica de las nuevas realidades, interacción que se ha demostrado mucho más
plural y llena de matices (Sánchez Moreno, 2011).
Nuestro objetivo será el análisis de las alianzas que establecen las comunidades
indígenas entre sí, para las que tenemos noticia a partir de la entrada de la Península en la
1
Para Ganivet, el ideal jurídico del español se resumiría en que “todos los españoles llevasen en el bolsillo una
carta foral con un solo artículo, redactado en estos términos breves, claros y contundentes: este español está
autorizado para hacer lo que le dé la gana” (Cruz, 1998, p. 251); para Salvador de Madariaga “cuanto más
separatista es el catalán o el vasco, más español demuestra ser”, como escribe en su España: Ensayo de Historia
Contemporánea; o ese homo hispanicus de Sánchez Albornoz “orgulloso, irracional, místico, violento e
individualista” (Herr, 2004, p. 56).
2
“Se ha dicho que el guerrillero es la resurrección del alma celtibérica” (Martínez Ruíz, 1995, p. 73)
3
Tal y como se postuló, con total intención ideológica, desde las instancias educativas franquistas (Álvarez-
Sanchís & Ruiz Zapatero, 1998)

3
pugna entre Cartago y Roma por el dominio del Mediterráneo occidental, y que llevaremos
hasta la “pacificación” augustea de cántabros y astures. Abarcaremos pues un arco
cronológico amplio y unas realidades culturales muy diferentes, factores a tener en cuenta
antes de extrapolar conclusiones.
El estudio del tema que nos ocupa no ha recibido, prácticamente, atención de manera
monográfica, habiendo de espigarse las reflexiones sobre el mismo entre trabajos dedicados a
otros aspectos de la Hispania antigua. Sin embargo, cabe mencionar determinados
precedentes sobre los que, enanos a hombros de gigantes, nos hemos aupado, comenzando
con los seminales trabajos de Francisco Rodríguez Adrados (1950) y José Maria Blázquez
(1967), separados casi por dos décadas; el primero analizaba las rivalidades de las
comunidades del noreste peninsular en el marco de la Segunda Guerra Púnica y la conquista
romana, mientras que el artículo de Blázquez, publicado en la Revue Internationale du Droit
d´Antiquité, ampliaba el ámbito espacial y cronológico de su estudio. Casi contemporáneo a
este trabajo, Carmen Alonso Fernández publicó en 1969 un artículo dedicado a las relaciones
de los arévacos con las comunidades vecinas. Julio Mangas, por su parte, avanzó en 1970 la
primera aproximación al papel de la diplomacia en la expansión púnica y romana en
Hispania. Ya en 1988, Blázquez retomó el estudio de las alianzas entre los pueblos ibéricos
del noreste, alrededor de la actuación ilergete durante la Segunda Guerra Púnica, tema que
también Pierre Moret analizó en 1997. Poco después, Fernando Quesada (2001) avanzó un
completo cuadro interpretativo de la guerra en las comunidades ibéricas entre el desembarco
de Amilcar y las campañas de Catón; dentro de la pluralidad de aspectos que trataba
destacaba el enfoque sobre las alianzas y su articulación entre las comunidades ibéricas.
También Francisco Gracia Alonso, en su obra La guerra en la Protohistoria (2003),
reflexionó sobre el tema. Y, en los últimos años, no podemos sino destacar los trabajos de
Enrique García Riaza sobre la interacción diplomática entre Roma y las comunidades
indígenas; los de Toni Ñaco sobre el impacto de la guerra y la fiscalidad romana en las
poblaciones peninsulares; y los de Eduardo Sánchez-Moreno, destacando su reciente visión
sobre la pluralidad de respuestas de las comunidades indígenas ante la presencia romana
(2011). Repaso desde luego sintético y sin ninguna pretensión de completitud, pero que
esperamos sirva como modesto agradecimiento para estos autores cuya obra ha iluminado
nuestra reflexión.

2.- Análisis de los testimonios

Para abordar el estudio de las alianzas y coaliciones en la Hispania prerromana4 contamos


con testimonios directos respecto a las mismas, testimonios indirectos que pueden servirnos
como indicios del fenómeno y herramientas complementarias que nos pueden permitir
comprender mejor el mismo. Nuestro análisis se apoyará, sobre todo, en el primer grupo,
donde entrarían las noticias recogidas en las fuentes clásicas, fundamentalmente Polibio,
Diodoro, Livio y Apiano.

2.1.- Testimonios directos: las fuentes clásicas

2.1.1.- Desde la llegada de Amílcar Barca al 218 a. C.

4
Un término que quizás debiéramos matizar ya que el grueso de testimonios sobre el fenómeno corresponde ya
a un horizonte de interacción entre Roma y las comunidades peninsulares.

4
Sean cuales fuesen las motivaciones últimas que llevaron a los Bárquidas a intentar someter a
dominio púnico el mediodía peninsular (Blázquez Martínez, 1991; Gónzalez Wagner, 1999;
Hoyos, 2011), las escuetas noticias que nos han llegado acerca de las campañas de Amílcar
nos presentan a pueblos peninsulares coaligados. Así, sabemos por Diodoro (XXV, 10) que
los tartesios hicieron frente al general cartaginés auxiliados por “celtas” comandados por los
hermanos Istolacio e Indortes, que bien pudieron ser mercenarios (Blázquez Martínez &
García-Gelabert Pérez, 1988, p. 261), bien aliados de aquellos, sin que nos quede
especificado en el texto. Respecto a la procedencia de dichos “celtas”, sabemos de la
frecuente contratación de mercenarios celtíberos por parte de los turdetanos (Livio, XXXIV,
17, 19) y, además, Amílcar incorporó a su ejército a los supervivientes, por lo que se ha
postulado que estaríamos o bien ante una tropa de mercenarios celtíberos o bien ante célticos
habitantes de la Beturia (Blázquez Martínez, 1962, p. 416-417). Las cifras de efectivos que
Diodoro proporciona –50.000 para el segundo ejército reclutado por Indortes– son
probablemente exageradas, pero es un factor que no conviene perder de vista a la hora de
examinar otros testimonios acerca de coaliciones indígenas por lo que pude indicarnos sobre
su composición. Siguiendo a Diodoro, el caudillo púnico encontraría su fin sitiando la ciudad
de Helike –sobre cuyo emplazamiento hay dudas (Barceló, 1995, p. 20; Gozalbes Cravioto,
2002)–, en cuya ayuda acudió Orisón, rey de los orisios –oretanos–, probablemente junto a
tropas de otros pueblos u oppida, ya que luego Asdrúbal tomó las doce ciudades de los
responsables de la derrota de su suegro (Diodoro XXV, 12). Otra versión de la muerte de
Amílcar, transmitida por Nepote (Amílcar, IV), lo hace fenecer combatiendo contra los
vettones, noticia que no cabe desechar a la ligera: sabemos para momentos posteriores de
correrías vettonas y lusitanas por la Turdetania, y se puede pensar ya en determinadas
relaciones entre oretanos y vettones articuladas a través de la Beturia (Sánchez Moreno,
2000, p. 120-121). Por último Apiano (Iber., 5), también a propósito de la muerte de Amílcar,
nos habla de “[…] los reyes (basileis) iberos y todos los otros hombres poderosos (dynastoi),
que fueron coaligándose gradualmente”. Lo que ya nos están indicando estos textos es la
existencia de relaciones entre diversas comunidades indígenas, probablemente intensificadas
por la amenaza púnica pero sin duda preexistentes, dado que la articulación de coaliciones
militares o incluso el reclutamiento mercenario no son fenómenos que puedan producirse
espontáneamente, sin contactos previos entre las partes, que no tienen porque haber sido de
índole estrictamente militar –comercio, transterminancia, matrimonios, etc.–.
La consolidación del dominio cartaginés con el sucesor de Amílcar, su yerno
Asdrúbal, intensificó el juego diplomático de las comunidades indígenas, tanto con la
potencia púnica, tal y como recogen las fuentes (Polibio, II, 36; Diodoro, XXV, 11; Livio,
XXI, 2; Apiano, Iber., 6) como, sin duda, también entre dichas comunidades. Dentro de la
política de Asdrúbal para atraerse a las élites indígenas está su matrimonio con la hija de un
rey ibero (Diodoro, XXV, 12), algo que repetirá su cuñado y sucesor Aníbal al maridar con
una princesa de Cástulo (Livio, XXIV, 41), la Imilce de Silio Itálico (III, 97). El refrendo de
acuerdos políticos mediante matrimonio no es algo ajeno a los Bárquidas –no en balde
Amílcar había casado a su hija con Asdrúbal (Livio, XXI, 3)– y es harto probable que
también se tratara de una práctica común entre las comunidades peninsulares (Sánchez
Moreno, 1997), con algún otro ejemplo como veremos más adelante.
Asesinado Asdrúbal por un esclavo celta (Polibio, II.36), en lo que se ha interpretado
a veces como un ejemplo de devotio (Prieto Arciniega, 1978, p. 132), le sucede Aníbal, que
ampliará el campo de acción bárquida (Barceló, 1995, p. 30) con campañas contra los olcades
en el 221 a. C. (Polibio III, 13; Livio XXI, 5) y la que en 220 a. C. le llevará hasta el valle del
Duero, en territorio vacceo (Sánchez Moreno, 2000, 2008). Cuando el ejército púnico regrese
hacía sus bases tras asaltar los oppida de Helmantica y Arbucala, se verá atacado por una
coalición de carpetanos, algunos vacceos huidos de Helmantica y olcades –¿celtíberos?

5
(Sánchez Moreno, 2008, p. 389)– tal y como recogen Polibio (III, 14) y Livio (XXI, 5). La
coalición indígena, que habría reunido 100.000 efectivos según Livio, atacará a las tropas
púnicas cuando éstas vadeen el Tajo (Hine, 1979). Es importante resaltar el enclave
geográfico donde se desarrollaría la batalla, un vado, nudo de comunicaciones entre las dos
Mesetas, en el cual comunidades indígenas coaligadas hacen frente a la agresión externa
(Sánchez Moreno, 2001c). Se puede inferir, pues, la existencia de contactos diplomáticos
anteriores entre las diferentes comunidades (Sánchez Moreno, 2008, p. 389), que en
momentos de crisis cuajan en alianzas capaces de reunir un número ingente de tropas, como
nos indica la cifra, probablemente exagerada pero elocuente respecto a su magnitud,
transmitida por el Patavino. Estos pueblos son conscientes de lo que acontece fuera de sus
fronteras –gracias al comercio, servicio mercenario, incursiones, etc.–, y, en su actuación
conjunta, podemos adivinar relaciones previas en que se debatiría la postura a adoptar frente
a estas nuevas realidades de su periferia.
La Península había entrado en la partida entre Roma y Cartago, como podemos
apreciar por los contactos diplomáticos entre Sagunto y la ciudad del Lacio (Polibio III, 15;
Livio XXI, 4; Apiano, Iber., 7). El interés –o mejor, preocupación– romana y de sus aliados
masaliotas (Kramer, 1948) por las actividades púnicas en la Península se detecta ya en la
embajada senatorial que según Dión Casio (XII, frag. 48) Roma envió a Amílcar para
conocer cuáles eran sus intenciones en Hispania. Interés que sin duda fraguó en pactos con
comunidades como Sagunto. No es éste el lugar para detenernos en toda la problemática que
rodea el llamado tratado del Ebro firmado entre Roma y Asdrúbal en el 226 a. C. y las
responsabilidades en el inicio de la Segunda Guerra Púnica (Eckstein, 1984; Díaz Tejera
1996; Sánchez González, 2000), con posturas que van desde el cuestionamiento de la relación
Roma-Sagunto (Sancho Royo, 1976) a la asunción de una cláusula referente a la misma en
dicho tratado (Tsirkin, 1991) o la sugestión, desde Carcopino (1953) de que el Iber de las
fuentes correspondería a un río más meridional que nuestro Ebro, quizás el Júcar o el Segura
(Barceló, 1995, p. 27). Lo que nos interesa es comprobar cómo las comunidades indígenas
van a verse inmersas en la pugna entre las dos potencias, de una manera ya total a partir del
218 a. C. cuando, con el desembarco de Cneo Escipión, Hispania se convierta en un teatro de
operaciones fundamental. Comunidades que, a su vez, juegan una partida menor, basculando
en sus alianzas con púnicos o romanos para asegurar su supremacía local. Aparecen así
“como contendientes, como aliados o en una posición ambivalente en la mayoría de las
ocasiones debido a sus propias contradicciones sociales internas” (Ñaco del Hoyo, 1999, p.
326). Contradicciones que aparecen ya en Sagunto, donde sabemos que dos facciones pugnan
por el control de la ciudad, buscando la a la postre vencedora el apoyo romano mientras la
otra mantendría una postura pro-púnica (Polibio, III, 15), y que vemos repetidas en múltiples
ocasiones jalonando el relato de la expansión romana. La acción diplomática de Roma se
intensifica tras el ataque a Sagunto, en una búsqueda de alianzas con los pueblos peninsulares
que se vio dificultada por la falta de auxilio a dicha ciudad, algo que habría dañado el
prestigio de Roma, como nos narra Livio (XXI, 19)5; sin embargo, no debieron ser contactos
infructuosos porque sabemos que los bargusios –o bergistanos–, son “amigos de los
romanos” cuando Aníbal emprende su marcha hacia Italia (Polibio III, 35), y hubo además de
someter a “los ilergetes y los bargusios y los ausetanos y la Lacetania6” (Livio XXI, 23). Son
populi éstos que vemos participando activamente durante la Segunda Guerra Púnica, con
pactos y alianzas entre ellos y con ambas potencias. Sabemos, además, que 300 –200 según

5
Algo que décadas después sigue impreso en la memoria de las comunidades indígenas, como recuerdan los
legados del rey ilergete Bilistage a Catón en 195 a. C. (Livio, XXXIV, 11).
6
Polibo (III, 35) en lugar de ausetanos y lacetanos nombra a los airenosioi y andosinoi, etnónimos que son un
hápax (Moret, 2004, p. 69) y sobre cuya localización exacta en las faldas pirenaicas hay dudas (Rico, C., 1995,
pp. 113-115).

6
Livio (XXI, 22)– jinetes ilergetes se contaban entre las tropas dejadas por el estratega púnico
a su hermano Asdrúbal (Polibio, III, 12), podemos pensar que casi en calidad de rehenes
(Moret, 1997, p. 148) dado el elevado estatus social de los equites entre las comunidades
peninsulares (Almagro-Gorbea, 2005). La entrega de rehenes será otro mecanismo para
asegurar los pactos (García Riaza, 1997), como veremos más adelante, y sin duda debió venir
motivada por la escasa confianza en lo acordado entre Aníbal y los ilergetes, como demuestra
el que hubiera de enfrentarse a ellos tras cruzar el Ebro y lo tornadizo de estas comunidades
en sus alianzas a lo largo del conflicto.
La narración de los últimos días de Sagunto por Livio nos permite vislumbrar otro
mecanismo de relación intracomunitaria en la embajada de Alorco, “soldado de Aníbal pero
amigo reconocido y huésped de los saguntinos”7, que es conducido ante el pretor –sin duda el
magistrado supremo– y senado de la infortunada ciudad (Livio, XXI, 12). Estamos ante un
ejemplo de relaciones de hospitalidad, esa institución parangonable al hospitium,
normalmente asociada a las áreas indoeuropeas de la Península (Sánchez Moreno, 2001a, p.
392) pero que aquí vemos en contexto ibérico. Más adelante incidiremos en su importancia
como elemento en la articulación de pactos y alianzas entre las comunidades indígenas.

2.1.2.- La Segunda Guerra Púnica

La pugna entre los Escipiones y los púnicos en el noreste peninsular nos ofrece un cuadro de
las alianzas y relaciones entre las comunidades indígenas allí asentadas, que aun basculando
entre uno y otro bando intentan mantener su autonomía o convertirse en el poder dominante
en la zona. Si las dos potencias pugnan por el Mediterráneo occidental, ilergetes, lacetanos o
ausetanos disputan una partida menor, sin reparo alguno en apoyarse en los recién llegados
contra el vecino (Rodríguez Adrados, 1950; Blázquez Martínez, 1967, pp. 219-239).
La actuación de los ilergetes será el caso más claro. Éstos son incitados por Asdrúbal
a combatir contra Cneo Escipión a comienzos del 217 a. C., pese a haberle proporcionado
rehenes. Derrotados por éste y sitiada su capital Atanagrum8, se someten (Livio, XXI, 61).
Polibio (III, 76) nos indica además que su líder Andobales –Indíbil9– fue capturado. Acto
seguido los romanos atacarán a los ausetanos10, también aliados de Cartago, y sitiarán su
capital. En ayuda de éstos acuden los lacetanos11, un cuerpo numeroso a tenor de las 12.000
bajas que menciona Livio. Vemos pues que, al menos entre ausetanos y lacetanos –y
apostamos a que también podríamos añadir a los ilergetes a tenor de acontecimientos
posteriores– existe un vínculo de ayuda mutua, al menos un pacto de epimachia siguiendo la
distinción de Tucídides (I, 44) entre alianzas defensivas y ofensivas. Amusicus, príncipe de
los ausetanos, huirá junto a Asdrúbal y éstos comprarán la paz entregando veinte talentos de
plata. Esta huida nos da pistas sobre otro mecanismo que veremos repetido, como es la
personalización de las responsabilidades en los líderes (Quesada Sanz, 2011, p. 115-116) y,
quizás también, sobre algo que ya vimos en Sagunto, la existencia de facciones encontradas
entre las aristocracias ciudadanas y de los populi.
Otra vez durante el verano del 217 a. C., Mandonio e Indíbil vuelven a atacar a los
aliados de Roma al frente de los ilergetes, siendo de nuevo derrotados. Livio (XXII, 21)

7
“miles Hannibalis, ceterum publice Saguntinis amicus atque hospes”.
8
Acerca de los problemas que plantea esta mención, única conocida, véase Pérez Almoguera, 1999.
9
Para una revisión completa de las figuras de los líderes ilergetes Indíbil y Mandonio, véase Garcés, 1996.
10
Se trataría de los ausetanos de la margen derecha del Ebro, tal y como especifica Livio –in Ausetanos prope
Hiberum–, aliados también con los ilergetes en 205 a. C. Acerca de estos ausetanos u ositanos véase Burillo
Mozota, 2001-2002.
11
Existe debate acerca de la existencia de los lacetanos o si estamos ante una confusión de los autores entre
laietanos y iacetanos (Sanmartí & Padro, 1992, p. 192; López i Melcion, 1986; Broch i Garcia, 2004).

7
especifica que Indíbil ya no era régulo de los ilergetes, quizás desplazado por otra facción o
sustituido por su hermano Mandonio tras su anterior derrota y captura, pero que habría
conseguido recuperar el poder (Moret, 1997, 151).
Al año siguiente, en 216 a. C., se produce una rebelión entre los tartesios, en la
retaguardia de Asdrúbal, instigada por los prefectos navales de éste, recriminados por su
derrota en la batalla naval del Ebro (Livio, XXIII, 26). Además de los tartesios, dirigidos por
un tal Chalbus –nobilem Tartesiorum ducem– se rebelaron algunas ciudades, pero, ¿de qué
ciudades se trata? Pensamos que Livio está hablando de ciudades costeras, poléis fenopúnicas
como Malaca, Sexs o Baria, origen que estimamos más probable para esos prefectos navales
que el interior turdetano, dada su tradición marinera (López Castro, 2000, p. 56). Sabemos
que Malaca y Sexs participan en 197 a. C. en una rebelión turdetana contra Roma (Livio,
XXXIII, 21), y estas poléis habrían tenido autonomía suficiente para establecer pactos y
alianzas con otras comunidades, sin que haya que pensar en una unidad de acción entre ellas
al margen de su koiné cultural (Ferrer Albeada & Pliego Vázquez, 2010: p. 542). Podemos
pensar que el progresivo esfuerzo de guerra (López Castro, 2000, pp. 53-56) habría ido
minando las lealtades a Cartago: sabemos que justo antes del estallido de la rebelión,
Asdrúbal, dado el descalabro naval del Ebro –donde la flota púnica había perdido veinticinco
de sus cuarenta naves (Livio, XXII, 20)–, habría ordenado “que se equipe y prepare la flota
para defender las islas y la costa” (Livio, XXIII, 26). Ese esfuerzo habría recaído, sin duda,
sobre las poléis costeras de origen fenicio12, y el hecho de que la siguiente flota púnica al
mando de Himilcón deba enviarse directamente desde Cartago (Livio, XXIII, 28) nos
reafirma en la insumisión de algunas de ellas. Acciones romanas como la razia que asoló los
alrededores de Cartagena y la desconocida Loguntica –¿Guardamar de Segura? (Ferrer
Albeada & Pliego Vázquez, 2010, p. 553)–, donde la flota romana capturó y quemó grandes
cantidades de esparto (Livio, XXII, 20), afectarían a los intereses de unas comunidades que
ya no ven ventaja alguna en seguir alineados con una potencia, Cartago, incapaz de
defenderlas. Las tropas de los sublevados, dirigidas por Chalbus, serán derrotadas por
Asdrúbal a causa de su indisciplina –“[...] sin mando, sin atender a una señal, sin formación,
sin orden, corrían a la lucha”–, lo que puede indicarnos una escasa cohesión o una ausencia
de unidad de mando efectiva, aunque también puede deber mucho a la caracterización liviana
del bárbaro. En cualquier caso no hay que perder de vista estos lazos entre la costa
fenopúnica y el interior turdetano y de la Beturia, que más adelante observamos más
vivamente, prolongados hasta las guerras lusitanas.
En 211 a. C. volvemos a encontrar a Indíbil aliado a los púnicos, acompañado por
7.500 suesetanos con los que se une a las tropas cartaginesas en algún lugar del sur
peninsular, sin que Publio Escipión pueda impedirlo (Livio, XXV, 34). No se indica
explícitamente que el contingente incluyera también tropas ilergetes, y el que Indíbil, un
ilergete, se encuentre al frente de los guerreros suesetanos –comunidad que habitaría el
territorio entre los ríos Gállego y Aragón, al oeste del territorio ilergete (Moret, 1997, 151)–
ha de verse, probablemente, dentro del marco de las relaciones de clientela. Según Livio
(XXVII, 17) Indíbil y Mandonio serían “los hombres más importantes sin duda de toda
Hispania” –haud dubie omnis Hispaniae principibus–, y ese prestigio justificaría que
pensemos en clientelas extensas entre populi vecinos, como pueden ser los suesetanos, que
habrían cedido el mando al ilergete en virtud de sus capacidades militares. Aunque los textos
no lo aclaran, podemos pensar también en que Indíbil habría, quizás, sido desplazado del
caudillaje ilergete tras su segunda derrota en 217 a. C. por una facción pro-romana, lo que le
llevaría a buscar refugio entre los suesetanos.
12
Esfuerzo que se recrudecería a medida que el conflicto continuara consumiendo recursos, hasta llegar en sus
postrimerías al saqueo de Gadir por Magón: “él mismo les sacó todo lo que pudo a los gaditanos expoliando su
erario e incluso sus templos y obligando a todos los particulares a entregar el oro y la plata” (Livio, XXVIII, 36)

8
La siguiente noticia referente a alianzas entre comunidades indígenas nos lleva ya al
207-206 a. C. Los ilergetes eran aliados de Roma –o mejor de Escipión– desde el 208 a. C.,
cuando el general romano entregó a Indíbil y Mandonio a sus mujeres e hijas, antes rehenes
de los púnicos en Cartago Nova (Livio, XXVII, 17). Pero en el invierno del 207-206 a. C.,
ante el rumor de la muerte de dicho general (Livio, XXVIII, 24; Apiano, Iber. 34; Zonaras
IX, 10), los líderes ilergetes y sus aliados lacetanos rompen con Roma –como en 217 a. C.– y
con la ayuda de las iuventus de los celtíberos –¿en calidad de aliados o cómo mercenarios?–
atacan los territorios de dos populi vecinos que mantenían la alianza con la Vrbs: los
sedetanos, en un ataque en pinza entre los celtíberos y los ilergetes (Moret, 1997, p. 153), y
los suesetanos –que en 211 a. C. habíamos visto en cambio comandados por Indíbil–.
Probablemente las exigencias romanas a las poblaciones indígenas (Polibio, XI, 25)
dediticiae-stipendiariae, mecanismos de aprovisionamiento para las legiones (Ñaco del
Hoyo, 1999, pp. 332-333; in extenso, 2003), tuvieron que ver en el estallido de la rebelión. La
noticia de la recuperación de Escipión acabó con la “revuelta” (Livio, XXVIII, 25), y los
ilergetes regresaron a su territorio, pero para volver al poco a territorio sedetano tras sofocar
el general romano el motín de sus tropas en Sucro. Quizás estamos ante una retirada
estratégica, con la coalición ilergete-lacetano-celtibérica esperando acontecimientos, ya que
el motín legionario podía afectar favorablemente a sus oportunidades de victoria, con un
ejército enemigo descabezado e indisciplinado, o quizás vino motivada por necesidades de
aprovisionamiento13. Sea como fuere, las tropas coaligadas –Livio habla tanto de los ilergetes
como de sus “auxiliares”– regresaron al campamento estable –stativa – que habían levantado
en su anterior incursión en territorio sedetano, lo que nos indica un determinado grado de
organización, ya que suponemos el campamento guarnecido durante su anterior retirada. El
ejército constaba de 20.000 infantes y 2.500 jinetes (Livio, XXVIII, 31), cifras considerables
y que lo acercan a las dimensiones de un ejército consular romano (Quesada Sanz, 2001, p.
143). El desarrollo de los combates nos habla de una batalla campal, un choque en formación
cerrada y de la capacidad para mantener una reserva –la infantería ligera según Polibio, XI,
33– propios de un ejército con una buena cohesión y coordinación, que pese a ser derrotado a
manos de los experimentados Escipión y Lelio consigue inflingir elevadas pérdidas al
enemigo: 1.200 muertos y 3.000 heridos (Livio, XXVIII, 33). Los régulos indígenas –
seguramente Indíbil, Mandonio y un innominado régulo lacetano– pudieron escapar, para
pactar una deditio con Escipión que les obligó a entregar una cuantiosa indemnización (Ñaco
del Hoyo, 2006a, p. 86).
Pese a esta derrota, al año siguiente Indíbil vuelve a levantarse en armas al conocer la
marcha de Escipión de Hispania (Livio, XXIX, 1). Como en el anterior levantamiento, la
relación personal entre el régulo ilergete y el imperator romano es la que parece definir la
alianza, una visión diplomática, en cierta medida arcaizante, que personalizaría las relaciones
en la fides entre individuos y que parece no proyectarlas sobre las comunidades respectivas
(Moret, 1997, p. 160; Quesada Sanz, 2001, p. 115). A los ilergetes se unen los ausetanos y
otros pueblos limítrofes que Livio no nombra –ignobiles populi–, y que reúnen “en cosa de
unos pocos días” –rapidez de movilización que hay que tener en cuenta– un ejército de
30.000 infantes y 4.000 jinetes14 que se concentraron en territorio sedetano (¿aliados esta vez
13
Los ejércitos ibéricos vivirían sobre el terreno, sin trenes de aprovisionamiento (Gracia Alonso, 2003, pp.144-
146) lo que podía comprometer la duración de sus campañas. Lo mismo sucede en el mundo galo (Deyber,
2009, pp. 388-390), donde vemos, por ejemplo, como en 57 a. C. la coalición belga se deshace en menos de una
semana por, entre otros factores, la falta de provisiones (BG, II, 10). El aprovisionamiento de las legiones en
cambio sería más complejo y completo, y combinaría el abastecimiento sobre el terreno –ese bellum se ipsum
alet catoniano, Livio, XXXIV, 9 (Ñaco del Hoyo, 2006b, pp. 154-156; 2006c)– con el avituallamiento externo
(Carreras Monfort, 2006, pp. 170-172).
14
Número elevado que hace dudar de las pérdidas que Livio da para la batalla del 206 a. C., 18.000 entre
muertos y prisioneros (XXVII, 33-34).

9
o, como el año anterior, objetos de ataque?). En la formación de batalla que presenten ante
los romanos los ilergetes ocuparán el flanco derecho –lugar de honor por excelencia en la
Antigüedad, que confirmaría su papel preponderante en la coalición–, los ausetanos el centro
y los pueblos cuyo nombre Livio no se digna a transmitir el flanco izquierdo, con huecos para
que la caballería cargara o desmontará para combatir a pie, lo que se demostró un fatal error
táctico (Quesada Sanz, 1998, p. 177): la aplastante derrota supuso 13.000 indígenas muertos,
entre ellos Indíbil y la mayoría de los jefes, y 1.800 prisioneros. Mandonio convocará una
reunión –concilium– de los supervivientes, que envía una embajada a los generales romanos
Léntulo y Acidino; sus condiciones para la no invasión del territorio ilergete y ausetano serán
la entrega de Mandonio y del resto de jefes supervivientes –otra muestra más de esa
dimensión individual de las responsabilidades– y la entrega aquel año de “tributo doble y
trigo para seis meses, y capotes y togas para el ejército, tomándose rehenes de cerca de treinta
pueblos” (Livio, XXIX, 3), condiciones que la asamblea acepta. ¿Sería ese concilium el
órgano deliberativo y ejecutivo de las coaliciones que hemos visto se van formando entre los
distintos populi? Aunque no hay muchos más indicios al respecto, así lo creemos, y los
dirigentes de estos pueblos –ilergetes, ausetanos y esos pueblos innominados en 205 a. C.,
ilergetes, ausetanos, lacetanos en 217 a. C.– habrían reunido asambleas en las que decidir
sobre los asuntos de guerra y paz, a imagen de las que conocemos para los pueblos galos15.

2.1.3.- La rebelión del 197-195 a. C.

En el 200 a. C. sabemos que Gayo Cornelio Cetego, que había sucedido a Léntulo, “desbarató
en teritorio sedetano un gran ejército enemigo. [...] resultaron muertos en aquella batalla
15.000 hispanos y se capturaron 78 enseñas militares” (Livio, XXXI, 49). La magnitud de
bajas nos permite pensar otra vez en una coalición de pueblos, sin que por desgracia sepamos
de quiénes se trataría.
En el 197 a. C. va a estallar una gran rebelión en la recién creada provincia de la
Ulterior, que al año siguiente se extenderá a la Citerior (Roldán & Wulff, 2001). Marco
Helvio, pretor de la Ulterior, informó por carta al senado de que había estallado una revuelta
encabezada por los régulos Culchas –señor de 17 oppida– y Luxinio –señor de Carmo y
Bardo–, a los que se habían unido las poléis costeras de Malaca y Sexs y toda la Beturia
(Livio, XXXIII, 21). Vemos pues una coalición amplia, que aúna monarcas turdetanos con
ciudades de raigambre fenicia que se gobernarían como poléis púnicas y con las poblaciones
de la Beturia, esos célticos con personalidad propia (Berrocal Rangel, 1994). Tres áreas
culturales y políticas diferenciadas (Moret, 2002-2003, 32) que, de alguna manera, articulan
su proceder político para contestar la presencia romana. Al año siguiente la rebelión se había
extendido también a la Citerior, y el pretor de dicha provincia, Cayo Sempronio Tuditano,
fue gravemente derrotado y herido de muerte (Livio, XXXIII, 25).
Detrás de la rebelión, que aprovecha una coyuntura favorable con Roma envuelta en
otros teatros de operaciones (Apiano, Iber., 32), habría estado el recorte del poder y
autonomía de las élites rectoras que el control romano supone –sabemos que en 206 a. C.,
cuando se pasó a los romanos, Culchas dominaba 28 ciudades (Livio, XXVIII, 13), y ahora
sólo son 17–, en un momento en que dicho control y los cambios que acarrea en todos los
órdenes –político, socioeconómico, cultural– se hacen cada vez más dolorosamente patentes
(García Moreno, 1989). De 199 a. C. sería la queja gaditana a Roma que reprochaba las
exacciones del praefectus enviado contraviniendo el foedus pactado con Lucio Marcio
Septimio (Livio, XXXII, 1), y otras poléis púnicas como Malaka o Sexs, que no disfrutarían
15
Por ejemplo sabemos que los belgas se reúnen en communi Belgarum concilio, decidiendo los contingentes a
aportar por cada civitas en el esfuerzo de guerra contra César (BG, II, 4). Otros pasajes alusivos a las reuniones
de los principes de cada civitas gala son BG I, 30; VI, 30; VII, 63.

10
de esa condición de foederatae, a buen seguro sufrirían de manera semejante (López Castro,
1995, pp. 149-153). Las comunidades indígenas han de hacer frente a una presión fiscal que
exprime sus recursos (Muñiz Coello, 1975, pp. 242-244; Pitillas Salañer, 1996, p. 135; Ñaco
del Hoyo, 1999, p. 341; Ferrer Maestro, 1999), y así conocemos, por ejemplo, los enormes
botines que depositan en el erario romano los gobernadores inmediatamente anteriores a la
rebelión (Livio, XXXII, 27): Gneo Cornelio Blasión, de la Citerior, presentó en su ovatio
1.515 libras de oro, 20.000 de plata y 34.500 denarios acuñados, y Lucio Stertinio, de la
Ulterior, 50.000 libras de plata –sin contar lo que, previsiblemente, cada uno se embolsara a
título particular (Pitillas Salañer, 1996, 134), ya que sabemos que Stertinio levantó dos arcos
honoríficos en el Forum Boarium y uno ante el Circo Máximo, adornados con estatuas
doradas–.
La gravedad de la situación empujó al senado a enviar en 195 a. C. a los dos pretores
de rigor –Apio Claudio Nerón a la Ulterior y Publio Manlio a la Citerior– y a uno de los dos
cónsules del año, Marco Porcio Catón. El cónsul contaría con ingentes recursos: dos legiones,
15.000 aliados latinos y 800 jinetes, mientras que cada uno de los pretores reclutó 2.000
infantes y 200 jinetes a añadir a las respectivas legiones de sus antecesores (Livio, XXXIII,
43). La situación en la Ulterior parece haber sido hasta cierto punto controlada, con la
victoria de Quinto Minucio sobre los generales hispanos –imperatoribus Hispanis– Budar y
Besadines cerca de Turda, con 12.000 muertos en el bando indígena (Livio, XXXIII, 43),
aunque el ataque de 20.000 celtíberos a Marco Helvio en las cercanías de Iliturgi cuando
marchaba de la provincia nos sigue indicando una situación de inestabilidad (Livio, XXXIV,
10)16.
En la Citerior la rebelión alcanzaba los mismos muros de Emporion, cerca de donde
Catón estableció su campamento. Los pueblos que participaron en la misma debieron ser
prácticamente todos los que habitaban al norte del Ebro, como nos dice Zonaras (IX, 17) o a
tenor de lo que declararon los tres legados enviados por Bilistage, rey de los ilergetes: “[...]
¿adónde acudirían si los romanos los rechazaban? No tenían ningún aliado, ninguna otra
esperanza en ningún lugar de la tierra [...]”. Los legados, unos de ellos el propio hijo de
Bilistage, solicitaron al cónsul ayuda frente a los rebeldes, que atacaban los castella ilergetes,
e incluso amenazaron con cambiar de bando de no recibirla (Livio, XXXIV, 11).
Así, podemos pensar que estarían implicados en la rebelión los indigetes de la costa
norte catalana, ya que en su territorio, junto a Emporion, se congregó el ejército indígena,
cuyos efectivos debían ser considerables dadas las pérdidas que sufrió, 40.000 muertos según
Livio (XXXIV, 15) –aunque en Apiano (Iber., 40) esos 40.000 hombres son el total del
ejército, cifra que nos parece más plausible–. La narración del combate (Livio, XXXIV, 13-
15) nos muestra un ejército indígena que cuenta con enseñas, capaz de levantar un castrum
protegido por una empalizada y que combate de una manera coordinada, aunque el Patavino
los haga salir atropelladamente de su campamento por un ardid de Catón. No casa ese
atropello y desorden con el establecimiento de una línea de batalla capaz de hacer retroceder
en tropel a la caballería del ala derecha romana –lo que obligó al cónsul a restablecer
personalmente el orden– y con un modo de combate propio de la batalla campal romana, o,
mejor, mediterránea: tras el intercambio de armas arrojadizas –soliferrea y faláricas– se
desenvainan las espadas para el cuerpo a cuerpo. Sólo el hábil uso de las reservas por parte
del cónsul decantó la lid hacía el bando romano.
No sabemos si otras poblaciones costeras como layetanos o cosetanos habrían
militado junto a los indigetes, aunque es probable, pero sí los bergistanos, que volvieron a

16
Helvio regresó felizmente a Roma, donde recibió una ovatio y entregó al erario “14.732 libras de plata sin
acuñar, 17.023 de plata acuñada en bigati y 119.439 de plata oscense”, lo que sugiere que el saqueo continuaba.
Igualmente Minucio, que dos meses después celebró el triunfo, aportó “34.800 libras de plata, 73.000 monedas
acuñadas con la biga y 278.000 de plata oscense” (Livio, XXXIV, 10).

11
rebelarse hasta tres veces más (Livio, XXXIV, 16, 17): primero, cuando corrió el rumor de
que Catón marchaba a la Turdetania siete castella bergistanos se levantaron; luego, cuando,
tras ser pacificados, las tropas romanas volvieron a Tarraco –la represión esta vez fue mucho
más dura, al ser vendidos como esclavos–; y, por último, durante la campaña del cónsul en la
Citerior, cuando el castrum de Bergium –probablemente la capital bergistana– se convierta en
“[...] un refugio de bandidos y desde él hacían incursiones contra los campos pacificados de
su provincia”. En el relato de Livio se detecta una división de la sociedad de dicho oppidum,
con el príncipe bergistano –probablemente agrupando a la aristocracia local– que se refugia
en su acrópolis –arx– y permite que Catón tome la ciudad, opuesto a esos “bandidos” que son
el resto de habitantes. Las sociedades indígenas no son monolíticas, tampoco en su respuesta
a la presencia romana, y hay que tener presente esta dicotomía entre las élites –tampoco
monolíticas, puede haber grupos de intereses distintos dentro de las mismas17– y el resto del
pueblo, que pensamos es como pueden leerse las tensiones entre seniores y iuventus en la
Celtiberia (Salustio, Hist., II, 92; Apiano, Iber., 94) o la quema del consejo por el pueblo de
Belgeda (Apiano, Iber., 100). Sedetanos, ausetanos y suesetanos también habrían participado
en la coalición indígena y habrían asimismo demostrado cierta insumisión cuando el cónsul
marchó a la Citerior, ya que a su vuelta éste tomó algunos pueblos antes de que se le
rindieran (Livio, XXXIV, 20). Los lacetanos, también en rebelión, fueron sometidos a
continuación, ya que Catón tomó su oppidum con el concurso de auxiliares suesetanos18
(Livio, XXXIV, 20). No se puede pensar en la entente indígena como una coalición sólida;
tras la derrota de Emporion parece producirse un “sálvese quién pueda”, con cada ciudad
enviando de manera independiente legados para ofrecer su rendición al cónsul (Livio,
XXXIV, 16). En este caso no tenemos noticia, como en la rendición ilergete del 205 a. C., de
una asamblea de los pueblos aliados para decidir su deditio, aunque el llamamiento de Catón
a los “senadores” de todas las civitates para conseguir la pacificación quizás apunte en ese
sentido. Creemos que entre dichas civitates existirían mecanismos de comunicación que les
permitirían tomar decisiones conjuntas. La estratagema que el cónsul emplea para conseguir
que todas las ciudades rebeldes derribaran sus murallas simultáneamente –enviando a cada
una cartas selladas, que debían ser entregadas todas el mismo día y que ordenaban la
demolición de sus muros (Apiano, Iber., 41)–, además de una valiosa noticia sobre el empleo
de la escritura en los procesos diplomáticos entre Roma y los indígenas (García Riaza, 2010b,
pp. 161-163), nos indica que las comunidades ibéricas tenían mecanismos para comunicarse e
intentar tomar decisiones coordinadamente. Mecanismos que en, cualquier caso, tampoco
cabe exagerar, durante la estancia de Catón en la Citerior sabemos que bergistanos y
lacetanos pillan las tierras de sus vecinos “pacificados”, aliados hasta la víspera pero sin duda
auxiliares romanos ya: los intereses particulares pesaban más que la resistencia organizada a
Roma.
Además del testimonio de las fuentes, el registro arqueológico parece indicar que
otras comunidades quizás hubieran participado en la resistencia contra Catón, o que, al
menos, habrían sufrido las consecuencias de la reestructuración territorial que éste impulsa
con la destrucción de murallas. Así, parece que la línea fronteriza edetana habría sido
desmantelada entre el 190 y el 180 a. C., con la destrucción de enclaves como Castellet de
Bernabé, Puntal de Llops o la propia Edeta (Mata Parreño, 2000, pp. 36-37).
En la Ulterior Manlio y Claudio Nerón derrotaron a los turdetanos, pero los túrdulos
reclutaron a 10.000 mercenarios celtíberos para continuar la resistencia (Livio, XXXIV, 17),

17
El episodio de la disputa de Corbis y Orsua por el dominio de Ibe, resulto con una ordalía ante Escipión
(Livio, XVIII, 21) sería por ejemplo un reflejo de las disputas entre las familias aristocráticas por el control del
poder en sus comunidades.
18
Distinguibles para los lacetanos por sus armas y enseñas –arma signaque–, lo que nos indica la existencia de
estandartes reconocibles en los ejércitos indígenas (Pastor Eixarch, 2004; Quesada Sanz, 2007, 32-34).

12
que se recrudeció hasta el punto de hacer necesaria la presencia de Catón (Livio, XXXIV,
19). El cónsul intentó que los celtíberos cambiasen de bando, infructuosamente aunque
parece que estos hubieran estado dispuestos a ello por 40.000 libras de plata (Plutarco,
Apoph., 24). No entraremos en detalle sobre la campaña, pero nos sirve para recalcar cómo
existen lazos entre diferentes comunidades indígenas, en este caso de naturaleza mercenaria,
para unos celtíberos a los que las campañas meridionales no les eran desconocidas, dada su
frecuente presencia en la zona desde, al menos, la Segunda Guerra Púnica (Santos Yanguas,
1981, 1982, 1983; Quesada Sanz, 2009b) si no antes (vid. supra).

2.1.4.- Las Guerras Celtibéricas

Los autores clásicos van a recoger abundante noticia de coaliciones entre los pueblos que
habitaron la Meseta, especialmente acerca de los celtíberos, o entre éstos y otras
comunidades, en el marco de la resistencia a la penetración romana en el interior de la
Península.
La primera mención vendría dada por Aurelio Víctor (De viribus illustribus, 52, 1),
que menciona a vettones y oretanos luchando juntos contra Marco Fulvio Nobilior, pretor de
la Ulterior en 193 a. C. (Sánchez Moreno, 2000, p. 120). En el mismo marco de resistencia en
la Submeseta Sur Livio (XXXV, 7) nombra una coalición de celtíberos, vacceos y vettones
derrotada por dicho general romano, que capturó además a su rey Hilerno, en las cercanías de
Toletum en 193 a. C. Estamos en un momento en el que pretores y generales romanos
comienzan a llevar a cabo campañas que tantean la posibilidad de penetración hacía la
Submeseta Norte, ya sea como una etapa más de la expansión romana –Catón en el 195 a.
C.– ya sea como respuesta a las agresiones de estos pueblos19 –como en 188-187 a. C., en que
los pretores C. Atinio y L. Manlio, al mando de la Citerior y Ulterior respectivamente, envían
cartas a Roma dando cuenta de las incursiones de celtíberos y lusitanos contra pueblos
aliados (Livio, XXIX, 7), o en 183 a. C., cuando algunos celtíberos llegaron a fortificar varios
enclaves en territorio ausetano (Livio, XXIX, 56)–, y las comunidades indígenas sin duda van
a ser conscientes de la amenaza. Para hacerla frente, se articula así una alianza supra étnica,
con tres pueblos que se coaligan contra Roma, probablemente con la intención de defender un
vado en el Tajo que abriría las rutas hacía sus respectivos territorios (Sánchez Moreno, 2001).
La noticia que da Livio (XXXIX, 21) sobre los dos combates del pretor Lucio Manlio
Acidino en 186 a. C. contra los celtíberos quizás haga referencia a una coalición de éstos, que
tras un primer encuentro en tablas son capaces de reunir un nuevo ejército y presentar batalla;
ejército considerable a tenor de sus pérdidas –12.000 muertos y 2.000 prisioneros– y que
organizó un campamento, asaltado por los romanos.
Las operaciones de Fulvio Flaco y Tiberio Sempronio Graco entre 182 y 179 a. C.
ponen en contacto directo a Roma con la Celtiberia. Flaco, pretor de la Citerior en 182 a. C.,
atacó la ciudad de Urbicua –de ubicación discutida, como otras mencionadas en estas
campañas como Munda o Cértima (Burillo, 1998, 276)–, en cuya ayuda acudió un ejército

19
Para la primera postura véase por ejemplo Pina, para quien las Guerras Celtibéricas son resultado del
expansionismo imperialista romano y su búsqueda de nuevos territorios a explotar (Pina Polo, 2006, pp. 71-80).
Igualmente Cadiou y Moret piensan que no se puede hablar de peligro para las provincias romanas en la
Hispania del s. II, exagerando sus gobernadores la amenaza de los pueblos limítrofes como justificación de sus
campañas militares (Cadiou, Moret, 2009 pp. 12-13). En cambio para Salinas de Frías (1986, p. 21) “La
conquista de Celtiberia fue el resultado de la colisión de los intereses romanos en mantener el dominio sobre las
zonas conquistadas a los cartagineses después de la segunda guerra púnica y la expansión de la liga de las tribus
celtibéricas en dirección a Carpetania y el valle del Ebro”. García de Castro (1999, pp. 511-520) apunta también
en esa dirección, ante la aparente pobreza de la Celtiberia. Dicho esto, no hay que obviar el sesgo de las fuentes
que presentan la conquista romana como fenómeno civilizador que pacifica a unas siempre turbulentas
comunidades indígenas. Véase por ejemplo Vallejo Girvés, 1994, pp. 165-173

13
celtibérico, infructuosamente (Livio, XL, 16). Al año siguiente, en lo que el Patavino califica
como magnum bellum (XL, 50), los celtíberos reunieron 35.000 combatientes, el mayor
número de tropas que hasta la fecha hubieran congregado. Fueron derrotados por el pretor
Flaco en la Carpetania, en las cercanías de Aebura, pero del relato de Livio se desprende un
ejército perfectamente ordenado, a la usanza mediterránea: castramentación –con una parte
del ejército, 5.000 hombres, guardando el campamento durante el combate–, orden de batalla
cerrado –acies instructa–, caballería e infantería y uso de estandartes (se capturaron 88 de
éstos). ¿Estaríamos ante el ejército de una coalición celtibérica, que además tras la derrota
renueva sus esfuerzos para auxiliar a la ciudad de Contrebia20, solo para ser nuevamente
derrotada? Como ya hemos dicho y más adelante abundaremos, el análisis del número de
combatientes puede darnos una pista sobre si nos encontramos o no ante dicha coalición. En
180 a. C., ante el retraso en la llegado de su sucesor al frente de la provincia, Flaco realiza
una tercera campaña contra los celtíberos, pero se retirará precipitadamente y será emboscado
en el saltus Manlianus por un numeroso ejército celtibérico –Livio habla de 17.000 muertos,
3.700 prisioneros, 77 enseñas y cerca de 600 caballos capturados–, que pese a ser batido es
capaz de infligir 4.491 bajas al enemigo, un número de caídos ciertamente elevado.
El sucesor de Flaco al frente de la Hispania Citerior, Tiberio Sempronio Graco,
continuó las operaciones contra los celtíberos y atacó la ciudad de Cértima, que mandó
enviados a pedir ayuda al campamento de los celtíberos. Diez legados de éstos, lejos de las
“sutilezas” de la diplomacia romana, inquirieron a Graco el porqué del ataque, y ante la
demostración de fuerza del pretor desistieron de socorrer a Cértima, pese a las señales que
desde la ciudad se les hicieron –fuegos encendidos en las torres– (Livio, XL, 47). Acto
seguido Graco atacó el campamento de aquellos celtíberos junto a la ciudad de Alce, a los
que derrota y causa 9.000 bajas, con 320 enemigos presos y 112 caballos y 37 enseñas
capturados. También Alce caerá, y un régulo de aquellos pueblos, Thurros, se pasará a los
romanos: “[...] os seguiré a vosotros en contra de mis antiguos aliados, dado que ellos han
tenido reparos en empuñar las armas para defenderme” (Livio, XL 48-49). Graco además
derrotó a 20.000 celtíberos que asediaban la ciudad de Caravis, aliada de Roma (Apiano,
Iber., 43) y también en el Mons Chaunus, causándoles 22.000 bajas y tomándoles 72 enseñas
(Livio, XL, 50). Su actuación finalizó con la pacificación de la Celtiberia, certificada a través
de una serie de tratados que se mantuvieron vigentes durante las décadas siguientes (García
Riaza, 2005; 2006, pp. 90-92), aunque por desgracia Apiano no nos detalla si dichos acuerdos
se firmaron entre el pretor y los celtíberos como un todo, o si fueron acuerdos individuales
con cada comunidad21. Probablemente se trató de un acuerdo con cláusulas comunes que
cada comunidad refrendaría, tal y como parece deducirse de los sucesos que detonaron la
Segunda Guerra Celtibérica en 154 a. C. Para Salinas de Frías, los acuerdos gracanos habrían
afectado a arévacos, belos y titos22, y también a los lusones, dado que Graco habría
combatido contra oppida que pueden adscribirse a los mismos, como Complega (Salinas de
Frías, 1986, p. 13). Esta homogeneidad en el trato apuntaría a que los celtíberos han
combatido contra Graco de manera coordinada, algo que la cifra de sus efectivos también
sugiere, y de igual modo pactan la paz. Una actuación conjunta que, como veremos, no
siempre se repite.

20
Probablemente se tratase de Contrebia Carbica, identificada en Fosos de Bayona (Burillo, 1998, 206-207).
21
“Llevó a cabo tratados perfectamente regulados con todos los pueblos de esta zona, sobre la base de que
serían aliados de los romanos.” Apiano, Iber., 43.
22
Así parece en efecto deducirse del pasaje posterior en que los habitantes de Nertóbriga piden a Marcelo la paz
y volver a los tratados de Graco, exigiendo este que esta tres etnias la ratifiquen.

14
El casus belli para la Segunda Guerra Celtibérica fue la ampliación de la muralla de
Segeda, oppidum de los belos, en el marco de un proceso de sinecismo23 que buscaba la
integración en dicha población de otras comunidades próximas, entre las que estaría la
limítrofe de los titos (Apiano, Iber., 44). El Senado enviará contra Segeda al cónsul Quinto
Fulvio Nobilior al mando de un ejército de casi treinta mil hombres, y sus habitantes,
enterados de su llegada y sin haber concluido las obras de amurallamiento, huyen con sus
familias para refugiarse en Numancia. Allí se acogen en virtud de su alianza y
consanguinidad con los numantinos –socios et consanguineos suos, (Floro, I.34.3)24–,
reuniendo entre ambos pueblos 20.000 infantes y 5.000 jinetes que, al mando del segedano
Caro, infligirán una sangrienta derrota a los romanos en la batalla de la Vulcanalia, el 23 de
agosto de 153 a. C. (Apiano, Iber. 45). Muerto Caro, arévacos y belos escogen como jefes a
Ambón y Leucón, lo que dio pie a que Schulten aventurara una doble magistratura militar,
con un jefe de cada pueblo, apoyado en que según Floro el primer líder en la lucha habría
sido un tal Megaravico (Floro, I.34.4), ausente en el relato de Apiano y que habría
compartido mando con Caro (Salinas de Frías, 1986, p. 81).
El sucesor de Nobilior, Marco Claudio Marcelo, atacó Ocilis, a la que perdonó el haberse
pasado el año anterior a los celtíberos a cambio de rehenes y una multa de 30 talentos de
plata. Burillo ha descartado la tradicional identificación de Ocilis con Medinaceli,
identificándola mejor con la ceca bela que emitiría como okelakom (Burillo Mozota, 2007,
pp. 199-200). Los habitantes de Nertóbriga25, probablemente también belos (Burillo Mozota,
2007, pp. 197-198), dada la generosidad de Marcelo buscaron pactar con él, a lo que sólo
accedió a cambio de que todos los belos, titos y arévacos solicitaran el perdón (Apiano, Iber.
48). Vemos, pues, que cada ciudad intenta negociar de manera independiente con Roma, al
margen de la coalición y al margen del resto de civitates de su etnia. Arévacos, titos y belos
envían emisarios al cónsul, solicitando un castigo moderado y la vuelta a status quo gracano,
aunque algunas comunidades se habrían opuesto a esto aduciendo que aquellos les habían
hecho la guerra. ¿De qué comunidades hablamos? ¿Civitates de esas mismas etnias opuestas
al conflicto con Roma? Esto parece indicar el diferente trato otorgado a los embajadores de
cada pueblo que, a instancias de Marcelo, viajaron en 152 a. C. a Roma para exponer su
causa ante el Senado, tal y como narran Polibio (XXXV, 2) y Apiano (Iber. 49).
Según Polibio, se permitió a los enviados belos y titos penetrar en la Urbs, mientras
que los de los arévacos debieron esperar fuera del pomerium, como se hacía con las
embajadas enemigas. Además, a la hora de presentarse ante el Senado, Polibio dice que lo
hicieron de forma sucesiva “por ciudades” –katá pólin– (Beltrán Lloris, 2004, p. 102), por lo
que podemos suponer que habrían viajado representantes de distintas civitates de cada etnia,
dado además que la postura entre dichas comunidades no era unánime. Frente a esta
representación por ciudades, pensamos que la coalición habría hablado con una sola voz,
dada la noticia de la entrevista del portavoz de la embajada de la coalición con Marcelo tras
regresar de Roma que da Apiano. Volviendo a Polibio, titos y belos solicitaron la presencia
romana en Iberia como medio para evitar represalias de los arévacos, a los que hicieron
culpables de la guerra. Pero, ¿todos los titos y belos mantenían esta postura? Es algo que se
hace difícil de conciliar con la actuación de los segedenses, por lo que podemos aventurar
disensiones dentro de las comunidades belas, entre las que quizás alguna no estarían de

23
Las excavaciones llevadas a cabo en el Poyo de Mara vendrían a confirmar la noticia de Apiano. Véase
Burillo Mozota, 2007, pp. 193-215.
24
Una acertad reflexión acerca del papel de los lazos de parentesco en la estructuración de los ámbitos privado y
público en Ortega Ortega, 2006.
25
Podemos pensar en que no todos estarían de acuerdo en buscar la paz: mientras unos emisarios nertobrigenses
pactan la paz y se entregan 100 jinetes como auxiliares, otro grupo habría atacado la retaguardia romana
(Apiano, Iber. 48), en lo que parece una clara muestra de disensión interna.

15
acuerdo con la hegemonía de Segeda que su proceso de sinecismo parece sugerir. Si se
analizan, como ha hecho García Riaza (García Riaza, 2002b, pp. 274-275), las civitates de
belos y titos que se habían entregado en deditio a Marcelo –Ocilis y Nertóbriga– se puede
conjeturar que una parte de estas etnias era partidaria de la intervención romana para evitar
posibles represalias por parte de los arévacos de Numancia y Termancia y los segedenses,
traicionados por esos pactos unilaterales. La coalición celtíbera se ha roto con esos pactos de
deditio, ruptura que se agudiza ahora, haciendo esas comunidades el juego al
intervencionismo imperialista romano (García Riaza, 2002b, p. 275), que mueve al Senado a
rechazar la solicitud de paz y vuelta a los pactos de Graco. Ya hemos visto cómo las
rivalidades entre las comunidades indígenas del noreste peninsular favorecen la conquista
romana, al apoyarse una u otra en Roma o Cartago para conseguir la supremacía local.
Podemos pensar que también entre los celtíberos las fricciones locales en el seno de la
coalición se reflejan en las posturas divergentes que Polibio narra para la embajada enviada a
Roma.
Salinas (Salinas de Frías, 1986, pp. 81-85) va a interpretar la postura de titos y belos
como posible indicador de la preponderancia de los arévacos en la coalición celtíbera, algo
que vendría refrendado por el posterior envío de guarniciones arévacas a distintas
poblaciones cuya postura sería tibia o dudosa, como los 5.000 guerreros enviados a
Nertóbriga (Apiano, Iber., 50) o la guarnición numantina en Malia (Apiano, Iber., 77).
Apiano, por contra, relata la embajada sin mencionar disensiones entre los celtíberos, que,
tras la reanudación de las hostilidades, firman conjuntamente –arévacos, belos, titos26– la paz
con Marcelo en 152 a. C.
Pacificados, los celtíberos se mantienen al margen durante la campaña de Licinio
Lúculo contra los vacceos, que se entiende, más allá de las motivaciones económicas del
codicioso cónsul, al valorar la existencia de intensas relaciones comerciales y diplomáticas
entre vacceos y celtíberos (Sánchez Moreno, 2010b, pp. 86-90). Tras tomar a traición Cauca,
Lúculo atacó Intercatia tras recorrer una gran extensión de tierra desértica27. Allí “se habían
reunido, en su huida, más de 20.000 soldados de infantería y 2.000 jinetes” (Apiano, Iber.,
53) datos ambos que nos indican que estaríamos ante una coalición en la que participan
refugiados de Cauca, los intercatienses y quizás tropas de alguna otra civitas vaccea. El acoso
a las tropas romanas por los jinetes vacceos, que forrajeaban fuera de la ciudad cuando llegó
Lúculo y que interceptarían sus líneas de aprovisionamiento (Apiano, Iber., 54) indujo a éste
a aceptar una deditio en la que un joven Escipión Emiliano actúo como mediador en razón a
su prestigio (García Riaza, 2002b, p. 86-88), mediación en la que vemos el componente
personal que tinta la diplomacia indígena. El siguiente objetivo de Lúculo fue Pallantia,
donde las mismas dificultades de aprovisionamiento causadas por el acoso de los equites
palentinos le obligaron a retirarse (Apiano, Iber., 55).
En el 153 a. C., los lusitanos y vettones se habían coaligado en sus incursiones
meridionales, y derrotarán al pretor Lucio Mummio, capturándole “muchas enseñas que los
bárbaros pasearon en son de burla por toda la Celtiberia” (Apiano, Iber., 56), lo que habría
incitado a los celtíberos a la guerra (Diodoro, XXXI, 42). Igualmente en el 143 a. C. las
victorias de Viriato sobre sucesivos generales romanos habrían decidido a aquellos a retomar
las armas (Diodoro XXXI, 42; Apiano, Iber., 76). Podemos colegir de estos testimonios que
entre los celtíberos y los lusitanos existiría cierta visión común de su enfrentamiento con
Roma, con el intercambio de enviados y un determinado nivel de comunicación, y, aunque

26
“Litennon […] afirmó que los belos, titos y arévacos se ponían voluntariamente en manos de Marcelo”.
Apiano, Iber. 50.
27
Se trataría de los famosos “vacíos vacceos”, que la arqueología espacial parece haber confirmado y que
podrían corresponder a “tierras de nadie” entre las distintas civitates vacceas y en sus fronteras. Al respecto
véase Sacristán de Lama, 1989, y San Miguel Maté, 1989.

16
nada nos permita hablar claramente de una unidad de acción, para ellos resultaría evidente
que la simultaneidad de su esfuerzo bélico disminuiría el potencial que Roma podría
desplegar en cada teatro de operaciones. Esto es algo que tampoco escapó al ojo de los
romanos, y en la ratificación por parte del Senado del foedus firmado en 141 o 140 a. C. entre
Viriato y el acorralado cónsul –probablemente ya procónsul– Fabio Máximo Serviliano,
puede adivinarse el intento de aislar a unos celtíberos contra los que estaba fracasando
estrepitosamente Quinto Pompeyo Aulo (Salinas de Frías, 2008, pp. 108). Sin embargo,
tampoco se puede llevar muy lejos la cooperación entre celtíberos y lusitanos, y sabemos que
los primeros sirven como auxiliares a Roma contra los segundos, como los 5.000 belos y titos
exterminados por Viriato en 147 a. C. (Apiano, Iber., 63) o los que sirvieron con Marco
Mario décadas después (Apiano, Iber., 100) –como por otra parte, auxiliares celtíberos
participan en las campañas romanas contra otras civitates celtibéricas–. Igualmente puede
suponerse que en el foedus con el caudillo lusitano (García Riaza, 2002, pp. 149-159) podría
haber entrado la obligación de entregar auxiliares al ejército romano, que combate en esos
momentos contra Numancia (Salinas de Frías, pp. 108-109).
La Tercera Guerra Celtibérica, o bellum numantinum (143-133 a. C) se caracteriza
por una estrategia de asedio y desgaste en torno a la capital arévaca, ausente la red de
alianzas que había permitido anteriormente a los celtíberos medirse de igual a igual con
ejércitos consulares (Sánchez Moreno, 2010, p. 48). Se mencionan ataques a poblaciones de
su entorno como Contrebia –seguramente la Belaisca (Burillo Mozota, 2007, pp. 306)– o
Termancia, o incluso contra los lusones (Apiano, Iber., 77-79), pero no asistimos a la
coalición celtíbera del anterior conflicto. A este respecto las cifras de los ejércitos
numantinos, que ya no celtíberos, son elocuentes, y se pasa así de los 25.000 efectivos del
153 a. C. a los 8.000 guerreros que, una década después, (Apiano, Iber., 76-97) derrotan a
Cecilio Metelo y Quinto Pompeyo (Apiano, Iber., 76), o los 4.000 que según Livio (Per.,
LV.9) obligan al vencido Hostilio Mancino a aceptar la paz en el 137 a. C. Igualmente
elocuente es que la embajada que viaja a Roma para defender este foedus la integren sólo
numantinos (Apiano, Iber., 80).
El relato de la guerra nos da alguna valiosa indicación sobre las relaciones
diplomáticas de los arévacos entre sí, y con los pueblos vecinos. Destacan los episodios de las
guarniciones numantinas de Malia y Lagni, si es que no son el mismo (García Riaza, 2002b,
pp. 90-91) transmitido de manera diversa por Apiano (Iber., 77) y Diodoro (XXXIII, 17). Lo
que a nosotros interesa es cómo en ambas poblaciones, sitiadas por Quinto Pompeyo, se
documentan guarniciones numantinas, que en el caso de Malia es masacrada por sus
habitantes para pasarse a los romanos. Para Lagni, Diodoro nos dice explícitamente que sus
habitantes, sitiados, solicitaron la ayuda de los numantinos, que enviaron cuatrocientos
hombres a socorrer a los de su misma etnia, sólo para ser traicionados a Pompeyo. Estamos,
pues, ante mecanismos de socorro entre la capital arévaca y poblaciones de su hinterland –
aunque no se ha determinado su localización–, que son invocados en virtud de la identidad
étnica, pero que pueden quebrarse si la situación lo aconseja. Esto indica la prevalencia de la
autonomía de las poblaciones frente a un ethnos común cuya significación política sería muy
tenue, en el mejor de los casos. El mismo mecanismo de ayuda, en virtud de la
consanguinidad, será invocado por Retógenes Caraunio y sus cinco compañeros ante las
ciudades de los arévacos, implorando su ayuda –“con ramas de olivo de suplicantes”– para
romper el cerco de Escipión en 133 a. C. Sólo en la iuuentus de Lutia encontrará eco su
súplica, pagándolo 400 de sus miembros con la amputación de sus manos por orden del
general romano, a quien sus seniores habían descubierto sus planes (Apiano, Iber., 94).
Respecto a las relaciones “exteriores” de Numancia, durante el asedio de Mancino el
rumor de que cántabros y vacceos acuden en su socorro provoca el pánico entre los romanos
(Apiano, Iber., 80). Ya hemos mencionado las relación entre arévacos y vacceos, en especial

17
con los habitantes de Pallantia28, que quedan claras en la campaña de Emilio Lépido en 137 a.
C. contra los vacceos –que “habían proporcionado trigo, dinero y tropas a los numantinos”,
Apiano, Iber., 81–. Aunque según Apiano esta acusación era falsa, Lépido atacó Pallantia,
solo para, como antes Lúculo, tener que retirarse por la falta de suministros, acosado por los
vacceos. Calpurnio Pisón repetirá el ataque contra este oppidum en 135 a. C. (Apiano, Iber.,
83), y también quien finalmente debeló a Numancia, Cornelio Escipión, que recorrerá el
territorio vacceo hasta Cauca antes de regresar ante los muros de la ciudad arévaca (Apiano,
Iber., 87-89). Estas relaciones parece que, sobre todo, habrían consistido en el envío de
provisiones, con el campo vacceo actuando de “despensa de Numancia” (Sánchez Moreno,
2010b, p. 89) ya que, aunque Apiano menciona anteriores envíos de tropas, nadie acudirá en
auxilio de la ciudad cuando Escipión la circunvale.
Las posteriores revueltas de celtíberos, como la que combatió entre el 95 y el 94 a. C.
el cónsul Tito Didio, que toma Termancia y Colenda, apenas nos son conocidas. Sólo la cifra
que da Apiano (Iber., 99-100) de 20.000 muertos entre los celtíberos vencidos por el sucesor
de Didio, Valerio Flaco, pueden permitirnos pensar en una renovación de antiguas
coaliciones. Conocemos por Dión Casio (XXXIX, 54) una postrer coalición de pueblos
meseteños: en el 56 a. C. los vacceos se levantaron contra el gobernador Metelo Nepote, y
van a dirigir una rebelión en la que habrían participado otros pueblos –quizás cántabros y
vettones– y derrotar a Nepote cuando éste sitiaba la arévaca Clunia (Amela Valverde, 2002).

2.1.5.- Las Guerras Lusitanas

El mundo lusitano, junto al que encontraríamos a vettones y célticos, ofrece un panorama


diferente al de los pueblos ibéricos, celtibéricos o vacceos a la hora de analizar la articulación
de sus alianzas y coaliciones. Las fuentes no muestran aquí a los centros urbanos como la
entidad política que articule la actuación de las comunidades lusitanas (Salinas de Frías,
2008, p. 89), lo que a veces se ha interpretado como síntoma de un menor grado de
urbanización, pero que quizás más bien se debe a la, a menudo, lejanía del teatro de
operaciones del corazón de la Lusitania (García Riaza, 2002b, p. 100). Las fuentes, además,
proporcionan una caracterización de Lusitania y los lusitanos muy amplia (Pérez Vilatela,
2000; Guerra, 2010), que abarcaría prácticamente desde el Duero hasta el Guadiana, aunque
los escenarios de sus correrías –pese a la vaguedad y contradicciones que a veces
encontramos (Gómez Fraile, 2005)– los sitúen habitualmente en la Beturia, con incursiones
en el valle del Guadalquivir y el Algarve (Rodríguez Martín, 2009, p. 234). El repaso a sus
campañas y choques con Roma, con el momento culmen durante el caudillaje de Viriato,
parecería indicar que, precisamente, esa intensa actividad bélica estaría en buena medida
detrás de la etnogénesis lusitana (Sánchez Moreno, 2006, p.69).
En 194 a. C. Publio Cornelio Escipión Nasica derrota a una “banda” lusitana junto a
Ilipa (Livio, XXXV, 1), lo que indica que quizás éstos, como los celtíberos (vid. supra),
servían como mercenarios de los turdetanos rebeldes (Chic García, 1980, p. 3), aunque quizás
se tratase sólo de una correría en pos de botín aprovechando la agitada coyuntura. En
cualquier caso, el testimonio de Livio parece indicar que estamos más ante un ejército que
ante una “banda” de latrones: cuantiosos efectivos –pierde 12.000 hombres–, enseñas –134
fueron capturadas por los romanos– y marcha en columna –probablemente con el bagaje
rapiñado en el centro de la formación– que, pese a ser sorprendida, puede aguantar durante un
tiempo el choque. En 190 a. C. Emilio Paulo es derrotado en Bastetania, cerca de la ciudad de
Licón, por lusitanos, un número considerable a tenor de las pérdidas que infligieron a los
romanos, 6.000 hombres (Livio, XXXVII, 46). Y en el 189 a. C. vemos que los lusitanos

28
Contra este oppidum es donde concentran los generales romanos sus ataques (Burillo Mozota, 2007, p. 307).

18
siguen operando en el valle del Betis, ya fuera como mercenarios ya como aliados,
probablemente en apoyo de la ciudad de Asta –como indicaría el famoso decreto de Emilio
Paulo (CIL, 12, 614) por el que libera a los habitantes de Lascuta de su dependencia de Asta–
. Derrotados por Emilio Paulo, 18.000 cayeron muertos, 2.300 prisioneros y se asaltó su
campamento –esta castramentación que vemos repetida en varios episodios de las Guerras
Lusitanas, y que, como ya hemos apuntado para los casos ibérico o celtibérico, indicaría un
determinado grado de organización– (Livio, XXXVII, 57). En el 187 a. C., el sucesor de
Paulo, Gayo Atinio, vence a 6.000 lusitanos, toma su campamento y asalta la ciudad de Asta
(Livio, XXXIX, 21). Así, pese a que para Rodríguez Martín (2009, p. 226) sería a partir del
155 a. C. cuando las “bandas armadas de latrones” pasen a constituir “verdaderos ejércitos,
que suponen procesos de confederación o symmachía”, pensamos que ya en estas noticias
cabe atisbar esos procesos que ayudan a fraguar el ethnos lusitano.
En 155-154 a. C. un caudillo lusitano de nombre Púnico vence a los pretores Manilio
y Calpurnio Pisón y da muerte a 6.000 romanos, para unir a sus tropas a los vettones y atacar
a los blastofenicios (Apiano, Iber., 56). Vemos, pues, a lusitanos y vettones unidos, mención
ésta de los vettones que apenas vuelve a repetirse (Apiano, Iber., 58-70), lo que quizás
pudiera interpretarse como que detrás de la vaga denominación de “lusitanos” podríamos
entender que estaría incluido también dicho ethnos (Santos, 2009). El sucesor de Púnico,
Césaro, venció en 153 a. C. al nuevo pretor, Mummio y, cómo ya dijimos, paseó los
estandartes romanos por la Celtibería en son de burla (Apiano, Iber., 57). En relación a la
consolidación del ethnos lusitano, sabemos que la siguiente incursión, al mando de un tal
Cauceno, fue protagonizada por “los lusitanos del otro lado del río Tajo y aquellos que ya
estaban en guerra con los romanos” (Apiano, Iber., 57). Esto indicaría una ampliación de esa
confederación lusitana, lo bastante fuerte –Apiano da como poco la noticia de 15.000 muertos
a manos de Mummio– como para cruzar las columnas de Hércules y poner sitio en África a
Ocilis, donde el pretor los derrotó. Es muy sugerente la hipótesis de Chic García que sugiere
que esta incursión lusitana podría verse dentro de la política cartaginesa que intenta hacer
frente a las agresiones de Masinisa (Chic García, 1980, p. 5), y pensamos que, incluso, ha de
contemplarse dentro del más amplio marco de relaciones entre la Lusitania y el sur
peninsular, en el que las pervivencias fenopúnicas juegan un papel destacado. La coalición de
Malaca y Sexs con los régulos Culchas y Luxino y con las comunidades de la Beturia –esos
célticos que, si no queremos entender dentro del tan vago concepto de lusitanos, sí habrían
tenido intensas relaciones con éstos–, es un primer indicio, reforzado por el elocuente nombre
–¿un apodo de afinidad u origen?– del primer caudillo lusitano que conocemos –Púnico nada
menos– y por las actuaciones lusitanas en zonas de raigambre fenopúnica, como esos
blastofenicios de Apiano (Domínguez Monedero, 1995) o como la zona costera del sureste
peninsular, donde la presencia púnica habría sido intensa (de Francisco Martín, 1989, pp. 59-
60). El cruce lusitano del estrecho, que se habría repetido en el 151 a. C., cuando Lúculo,
pretor de la Citerior que invernaba en Turdetania, mató a 1.500 lusitanos cerca de Gades
(Apiano, Iber., 59), sólo se entiende así con la connivencia de poblaciones costeras, algunas
quizás aún reacias al exigente dominio romano –como habría demostrado la rebelión del 197
a. C.–. El gobernador que sucede en la Ulterior a Mummio, Marco Atilio, realizó en 152 a. C.
una incursión de castigo contra la Lusitania, probablemente aún debilitado su potencial
guerrero tras la deblace africana, y allí sabemos que firmó efímeros tratados con todos los
pueblos vecinos, entre ellos los vettones, a los que otra vez vemos asociados a los lusitanos
(Apiano, Iber., 58).

19
La actuación de Viriato al frente de los lusitanos entre el 147 a. C. y su asesinato en
139 a. C.29 se desarrolla sobre todo en el sector occidental de Sierra Morena, la antigua
Beturia, y el valle del Guadalquivir (Salinas de Frías, 2008, p. 98), un ámbito geográfico más
restringido del que tradicionalmente se ha considerado –se pone en duda por ejemplo su
actuación en la Carpetania (Gómez Fraile, 2005; contra esa opinión, Gozalbes Cravioto,
2007, p. 421)–. Una lectura atenta del confuso relato de Apiano y de las pinceladas que nos
han llegado de Diodoro puede permitirnos vislumbrar una realidad política compleja, que
superaría la mera dicotomía Roma versus lusitanos para implicar a otras comunidades
fluctuantes entre ambos bandos. Durante la campaña de Fabio Máximo Serviliano en 141 a.
C., vemos guarniciones lusitanas impuestas en ciudades antes en poder de Roma, como Ituca,
y en otras como Escadia, Gemela u Obólcoa (Apiano, Iber., 66-68), quizás militando
voluntariamente en el bando lusitano. Voluntariamente se habrían pasado también cinco
ciudades de la Beturia, que Serviliano saqueó, y los conios, que unos años antes habían sido
en cambio objeto de las depredaciones lusitanas de Cauceno (Apiano, Iber., 57) y en cuyo
territorio había invernado Galba en 151-150 a. C. (Apiano, Iber., 60). Incluso quizás grupos
de vacceos, supervivientes de la matanza de Lúculo en Cauca, habrían militado con Viriato
(Apiano, Iber., 61).
La mención a otros “capitanes de bandoleros” como Curio y Apuleyo o Connoba,
vencidos por Serviliano (Apiano, Iber., 68), puede corresponder a lugartenientes de Viriato o
a otras bandas, aunque pensamos más coherente la primera opción. El que Curio y Apuleyo
sean nombres romanos (Salinas de Frías, 2008, p. 112) quizás nos habla de individuos en fase
de adopción de los mores romanos que, sin embargo, hacen defección, y conocemos el caso
inverso de un ibero de Itálica con nombre romano que combate a Viriato, Gayo Marcio
(Salinas de Frías, 2008, 101). En este amplio frente muchas lealtades oscilarían, a menudo,
en función de los avatares bélicos (López Melero, 1988, pp. 252-253), con bandos opuestos
dentro las comunidades, como evidencia la fábula de Esopo que Viriato narra
admonitoriamente a los habitantes de la ciudad de Itucci (Bermejo Barrera, 1984): igual que
un hombre con dos esposas acabaría calvo, “como por su parte los romanos mataban a los
que les eran hostiles, y los lusitanos también daban muerte a sus enemigos, en breve se vería
despoblada la ciudad” (Diodoro, XXXIII, 7). También la figura del suegro de Viriato,
Astolpas, nos presenta a un aristócrata que, antes de pasarse a Viriato, habría estado alineado
con los romanos, como el dux lusitano le reprocha durante sus nupcias (Diodoro, XXXIII, 7).
Astolpas, nombre de raíz ibérica y no lusitana (Salinas de Frías, 2008, p. 114), habría sido un
potentado indígena que se alía con Viriato, quizás para evitar las razias lusitanas contra sus
posesiones, quizás por cálculo político (Koch, 2009), y el pacto se habría refrendado con el
matrimonio de su hija con Viriato. Igualmente la noticia de Dión Casio (frg. 75, Boissevain)
acerca de la ejecución exigida por los romanos de los líderes de los disidentes pasados a
Viriato, entre los que estaría su kedestes –suegro, yerno o cuñado– o la procedencia de sus
asesinos Audax, Ditalco y Minuros, de Urso (Diodoro, XXXIII, 31), indica esos lazos entre
los lusitanos y las comunidades meridionales –o miembros de las mismas– opuestos a la
dominación romana (Koch, 2009, 133-135) –.
Estaríamos ante el germen de un regnum (López Melero, 1988, p. 259), con un dux
lusitano capaz de hablar a Roma de tú a tú como explicita el foedus del 140 a. C., que nos
muestra a un Viriato capaz de pensar en los términos estratégicos que supone una paz con
Roma frente a la ventaja táctica de la aniquilación del ejército de Serviliano (García Riaza,
2002b, pp. 151-152). La consolidación de su poder apunta a una estructuración política que

29
Sobre las divergencias en la duración del caudillaje de Viriato entre Apianio, Diodoro y Livio véase Salinas
de Frías, 2008, pp. 90-93

20
supera el tribalismo lusitano30, con vettones y galaicos insertos en su red de alianzas –de ahí
la campaña de castigo primero de Quinto Servilio Cepión y luego de Sexto Junio Bruto
contra ellos (Apiano, Iber., 73)– y que integra a algunas comunidades urbanas meridionales
(Salinas de Frías, 2008, p. 120), mediante pactos y alianzas cuya naturaleza, por desgracia,
sólo podemos intuir.

2.1.6.- Las Guerras Civiles

Las Guerras Civiles romanas tendrán en la Península Ibérica uno de sus escenarios, primero
con las Guerras Sertorianas (83-72 a. C.) y, luego, con el conflicto entre César y Pompeyo,
con sus dos actos en el 49 a. C. y en el 45 a. C. (Almagro-Gorbea, 2009). Estamos en un
momento en el que la ya duradera presencia romana, con los cambios que ha acarreado en las
relaciones de poder, habría mediatizado, creemos que de manera bastante profunda, la
actuación de las comunidades indígenas. Pero, de igual modo, pensamos que, de alguna
manera, las viejas afiliaciones, esas antiguas alianzas –o enemistades– que a menudo vemos
perdurar en el tiempo, tampoco se habrían desvanecido totalmente. El problema radica en
intentar rastrearlas en unas fuentes que hacen figurar a las comunidades penínsulares como
meras comparsas en el drama de la lucha por el poder en la República.
Así, en la embajada lusitana a Quinto Sertorio en el 80-81 a. C., cuando el líder
popular está en el norte de África, vemos prolongadas esas conexiones lusitanas con las
tierras allende el estrecho que ya hemos descrito. Su ofrecimiento de mando a Sertorio se
entiende si miramos atrás, hacía la tradición de caudillos guerreros lusitanos, pero denota
también un momento distinto: los indígenas no tienen reparos en servir bajo un líder romano.
Por contra, la eficaz actuación de Sertorio contra Cecilio Metelo en 79-78 a. C. revela un
cambio respecto al escenario geográfico de las Guerras Lusitanas, que ahora vemos
desplazado más al norte (García Morá, 1991, pp. 73-135), sin que Sertorio encuentre, como
antaño sus predecesores en el mando militar lusitano, apoyos entre las comunidades urbanas
de la Bética y de la Beturia. Sertorio se trasladará a la Citerior en el 77 a. C., donde
encontrará fuerte soporte en determinadas ciudades como Calagurris, Osca, Ilerda o Tarraco
(Almagro-Gorbea, 2009, p. 237). El líder popular habría encontrado, además, apoyo en la
Celtiberia, entre arévacos, pelendones y vacceos, que le habrían proporcionado tropas y
provisiones –los vacceos precisamente caballería, que tan aguerrida se mostrara contra los
generales romanos durante los conflictos de mediados del s. II a. C.–. Otras comunidades
como los berones y los autrigones le habrían sido, en cambio, hostiles (Livio, fr. XCI). Está
lejos de nuestra intención revisitar la complicada narrativa de las Guerras Sertorianas, pero sí
queremos llamar la atención sobre los mecanismos que parecen haber articulado las alianzas
indígenas con el general romano (Quesada Sanz, 2011b), y que operarían en esas dos esferas
cada vez menos separables: por un lado la expansión de la romanitas y, por el otro, la
pervivencia –¿o autoafirmación?– de lo indígena. En el primer caso destacaría la creación en
Osca de una escuela “de enseñanzas griegas y romanas” para vástagos de las familias nobles
(Plutarco, Sert., XIV), que, aparte de su función como rehenes (Garcia Morá, 1991, 174),
creemos que indica unas miras más elevadas hacia la extensión de los mores romanos entre
las élites indígenas. Respecto al famoso senado sertoriano, aunque sin duda sus miembros
serían fundamentalmente ciudadanos romanos exiliados y quizás también hispanienses de
origen itálico (García Morá, 1991, pp. 181-182), no se puede descartar la inclusión en el
mismo de algunos hispanos (Pina Polo, 2011, p. 30). Y, en cualquier caso, habría servido
como polo de atracción de las élites indígenas, que se verían cercanas al foco de poder

30
Una buena reflexión sobre los procesos de etnogénesis en el ocidente peninsular desde la perspectiva
grecorromana, con especial atención al caso lusitano en Plácido Suarez, 2004.

21
romano, funcionando como elemento de adaptación a esa romanitas (García Morá, 1991, p.
183). En cuanto al elemento indígena, el testimonio de Plutarco (Sert., XIV) sobre la ingente
clientela de guerreros consagrados a Sertorio, que contaría además con una guardia de
celtíberos (Apiano, Bell. Civ., I, 112), nos remite a la fides en su forma más estricta, que sería
esa consagración que Ramos Loscertales (1924) denominara devotio ibérica. La entrega de
armas y túnicas decoradas y otros regalos a los indígenas (Plutarco, Sert., XIV) entra dentro
del intercambio de dones que sella esas relaciones (Quesada Sanz, 2011, p. 32). Por último, la
famosa anécdota de la cierva blanca (Plutarco, Sert., XI), si bien no directamente relacionada
con el establecimiento de pactos, casa bien con el caudillaje carismático de Sertorio, que
propicia el que consiga aglutinar a tan amplios elementos indígenas.
No nos extenderemos en el conflicto entre César y los pompeyanos en la Península,
en el que las clientelas de ambos bandos jugaron un papel destacado (Almagro-Gorbea, 2009,
pp. 239-240)31. En 49 a. C. Afranio habría reclutado auxiliares celtíberos y cántabros, y su
camarada Afranio lusitanos, mientras que en el 46 a. C. Cneo y Sexto Pompeyo cuentan entre
sus once legiones con una, la Vernacula, formada por indígenas a los que se concede la
ciudadania32; además tendrían entre sus filas a esclavos emancipados, celtíberos y lusitanos
(Almagro-Gorbea, 2009, pp. 241-242).

2.1.7.- Las Guerras Cántabras

La primera mención a una posible interacción de los cántabros con otras poblaciones en la
forja de alianzas podría venir por la mención en las Períocas de Livio (XLVIII, 19), cuando,
al referirse a la campaña de Lúculo contra los vacceos en 151 a. C., dice que sometió a éstos
y a los cántabros. Se ha especulado con que algunos de los contingentes de caballería que
hostigaron a las tropas romanas pudieron haber sido cántabros (Peralta Labrador, 2000, p.
259), y sabemos también que en 137 a. C. la noticia de la llegada de un ejército de socorro
vacceo-cántabro precipitó la huida de Mancino de Numancia (Apiano, Iber., 80). Peralta ha
supuesto cierto grado de implicación cántabra en un conflicto que acontece en su periferia, y
que, incluso, habría motivado que comunidades como las asentadas en Celada Marlantes o
Monte Bernorio levantasen sus murallas, conscientes de la amenaza romana (Peralta
Labrador, 2000, p. 259).
Es probable también la participación de algunas comunidades cántabras –o de
miembros de las mismas– en la Guerra Sertoriana, dada la proximidad geográfica de las
campañas del 76 y el 74 a. C., que se desarrollan en la cuenca alta del Ebro. Juvenal (Sat.,
XV, 8-9) menciona a cántabros en la desesperada defensa de Calagurris ante Afranio,
lugarteniente de Pompeyo, y, unos años después, Craso, legado de César, hubo de enfrentar a
cántabros veteranos del conflicto sertoriano. Así, en el 56 a. C., coincidiendo con la
sublevación vaccea en la Meseta –en la que pudieron participar grupos cántabros–, César
(BG, III, 23) da la noticia de cómo los aquitanos enviaron embajadores a las regiones
próximas de Hispania Citerior para pedir ayuda. De allí acudieron tropas y líderes –duces–
con gran experiencia en la táctica romana por su participación previa en la Guerra Sertoriana,
la mayor parte de ellos probablemente cántabros (BG, III, 26). Durante la guerra ente César y
Pompeyo en Hispania Citerior en 49 a. C., Afranio habría reclutado auxiliares cántabros y
celtíberos.
En el 29 a. C. sabemos que cántabros, astures y vacceos son pacificados por Estatilio
Tauro (Dión Casio, LI, 20), sin que sepamos si actuaron coordinadamente en su oposición a
Roma, algo más que probable desde el punto de vista de la estrategia territorial defensiva.
31
Para las clientelas pompeyanas, véase Amela Valverde, 2002. También Novillo López, 2009.
32
Como años atrás ocurriera con la turma salluitana de jinetes del valle del Ebro que combate junto a Pompeyo
Estrabón en la Guerra Social o de los Aliados (Roldán, 1986; Amela, 2000; Pina, 2003).

22
Esta campaña habría supuesto la conquista del norte del territorio vacceo (Wattenberg, 1959,
p. 44), paso previo a la ofensiva contra cántabros y astures. Ésta habría comenzando en el 26
a. C., avanzando en el 25 a. C. las legiones del legado Cayo Antistio hasta el interior de
territorio cántabro, apoyado con el desembarco en la retaguardia cántabra de una flota
enviada desde Aquitania. Simultáneamente, se habría producido un ataque astur contra los
campamentos de tres legiones acampadas en el sur de su territorio y dirigidas por Publio
Carisio; el efecto sorpresa buscado por los astures se perdió debido a la traición de los
habitantes de Brigaecium, que denunciaron sus intenciones (Floro, II, 33), y fueron
derrotados por Carisio. Sin que las fuentes aclaren si entre cántabros y astures se habría
sellado algún pacto, la unidad de acción en la resistencia contra Roma parece indicarnos que
algún acuerdo o connivencia debió existir. De hecho, tres años después, en el 22 a. C., los
astures se levantan contra Carisio y Dión Casio (LIV, 5) comenta que, al conocerlo, los
cántabros también se alzaron en armas. Cada pueblo habría combatido en su propio lar, y
parece que entre los diferentes populi cántabros y astures se habrían producido las inevitables
defecciones, con distintas posturas frente a la presencia romana, como podemos inferir por
esa traición de los astures de Brigaecium o por la colaboración con Roma de los susarros de
Paemeióbriga –frente a la hostilidad de los gigurros de Aiiobrigaecio–, a la postre
recompensdados por Augusto según evidencia el edicto de El Bierzo (Pérez Vilatela, 2001b).

2.2.- Testimonios indirectos: epigrafía.

Respecto a los testimonios indirectos cabe tener en cuenta algunos, ciertamente escasos,
indicadores epigráficos, y, para determinados ámbitos de la Hispania indoeuropea, la
institución del hospitium y su plasmación en las téseras de hospitalidad (vid. infra).
Entre estos testimonios, y aunque realmente referido ya a la interacción con Roma
estaría el famoso decreto de Emilio Paulo y la Turris Lascutana (CIL II, 5401) del 190 ó 189
a. C. (García Moreno, 1986; Díaz Ariño, 2008, pp. 191-194), valioso porque nos documenta
la relación entre dos comunidades indígenas, Asta y Lascuta, esta última en situación de
dependencia de la primera (Mangas Manjarrés, 1977, pp. 167-158). Conocidos son también
los bronces escritos descubiertos en el yacimiento de Botorrita, la antigua Contrebia Belaisca,
que habrían formado parte del archivo de la ciudad (Burillo Mozota, 1998, pp. 320-321). Para
Botorrita I (Prósper, 2008), III (Beltrán Lloris, de Hoz, Untermann, 1996) y IV (Villar, Díaz,
Medrano, Jordán, 2001), en lengua celtibérica y signario ibérico, hay dudas respecto a su
traducción, aunque se ha comentado que Botorrita I reflejaría el uso agropecuario de un
encinar sagrado, con participación de magistrados de Contrebia Belaisca y otras comunidades
(de Bernardo Stempel, 2011). Botorrita II, la tabula contrebiensis (Fatás, 1980), recoge un
texto en latín que refleja el fallo de un tribunal de cinco magistrados de la ciudad que dirime
un pleito entre las comunidades vecinas de Salduie y Alaun. Fechado en 15 de mayo del 87 a.
C., se aprecia claramente la relación jurídica entre comunidades distintas, los vascones de
Alaun, los iberos de Salduie, y los belos de Contrebia, todo bajo la mirada sancionadora del
procónsul de la Citerior Cayo Valerio Flaco (Beltrán Lloris, 2001, p. 256). Se trata de un
pleito pacífico, en el marco del derecho civil y ya bajo la plena dominación romana, pero
muy indicativo por su fecha temprana de que estas comunidades contaban con mecanismos
jurídicos con los que articular sus relaciones, fuera en la paz, como en este caso, fuera en la
guerra.
Tabulae como la de los Zoelas o como las de Montealegre de Campos (Balil Illana &
Martín Valls, 1988), ya tardías, son interesantes porque muestran la renovación de antiguos
pactos de hospitalidad. La tabula de los Zoelas, por la que dos gentilitates de dicho pueblo
astur renuevan su antigua hospitalidad –hospitium antiquum– primero el 27 d. C. y luego el
152 a. C., es un precioso indicio de la perduración en el tiempo de las relaciones

23
intracomunitarias, dentro en este caso del mismo grupo étnico (Castellano & Gimeno, 1999,
p. 366).

2.3.- Herramientas complementarias

Tenemos además a nuestra disposición, aunque dada la modesta entidad de este trabajo no
haremos sino enunciarlas, otras herramientas complementarías que en un futuro pueden
ayudar en el estudio de las coaliciones militares entre las comunidades indígenas. En primer
lugar, las herramientas de la arqueología espacial y los sistemas de información geográfica
(S.I.G.), combinadas con el análisis de fuentes, los mapas viarios, o la distribución
numismática y de jerarquía de cecas, han servido para plantear en los últimos años un mapa
político de distintas zonas de la Península, que, aún con lagunas y puntos debatidos, nos
ayuda a comprender las dinámicas de estas poblaciones en los dos últimos siglos antes de
nuestra era. Ese mapa, que sin duda irá perfilándose a medida que avance la investigación,
con la distribución de las comunidades indígenas, con sus posibles fronteras, los recursos de
sus territorios, o el control de las vías de comunicación, nos ayudará a entender –evitando
desde luego el determinismo geográfico– tanto los mecanismos de solidaridad que fraguan en
alianzas como las fricciones que rompen estas o inclinan a determinadas poblaciones a
apoyar la intervención de Roma.
También se haría pertinente un análisis comparativo con el mismo fenómeno en otras
sociedades contemporáneas de Europa y el Mediterráneo (Aigner, 1994), en determinados
aspectos paralelas en sus procesos de desarrollo a las peninsulares. Tenemos testimonios
sobre las alianzas y confederaciones galas (Zecchini, 1994; García Riaza, 2010a) –algunos de
primera mano, como De Bello Gallico–; en el mundo itálico, con sus abundantes ligas, desde
la latina a la samnita; o en fin, incluso en el mundo griego, con las symmachiai, epimachiai,
sympoliteia y confederaciones étnicas (Larsen, 1968; Pascual, 2007).
Por último, otra línea que pensamos puede resultar fructífera sería la mirada hacía
instituciones altomedievales o manifestaciones etnográficas en las que pueden haber quedado
reflejadas los modos de relación de estas sociedades, partiendo de la idea de que estamos ante
fenómenos de la longue durée braudeliana (Balbín, Torres & Moya, 2007; Moya, 2008). La
etnoarqueología es un camino que autores como Balbín Chamorro, Fernández Nieto o Moya
Maleno, entre otros, ya han comenzado a explorar, y para el tema que nos ocupa caben
destacar los trabajos sobre la pervivencia del hospitium en la organización de la extremadura
castellana altomedieval (Balbín Chamorro, 2005) y acerca de las festividades ecuestres como
la caballada de Atienza y la festividad de Santerón (Fernández Nieto, 1999) o la federación
de San Pedro Manrique (Fernández Nieto, 2005). En el primer trabajo, Fernández Nieto
aventura la existencia de federaciones celtibéricas que aglutinarían a las comunidades del
entorno y se reunirían anualmente en enclaves sacros donde se ha fosilizado dichas
reuniones, y en el dedicado a San Pedro Manrique postula la existencia de otra federación
celtibérica en la cuenca del río Linares, alrededor del oppidum de Munda –conocido por las
fuentes– y siendo la festividad de las Móndidas y el ritual del paso del fuego reminiscencias
de viejos ritos de dicha colectividad. En esa línea pensamos que, siempre con prevenciones,
se podría avanzar en la formulación de hipótesis sobre las relaciones entre las diferentes
comunidades prerromanas, quizás cotejando los mapas de distribución espacial que ya
existen, con la ordenación jerárquica de yacimientos y su control del territorio, con las
festividades y romerías que agrupan a pueblos de determinadas comarcas alrededor de
ermitas que pueden haber fosilizado santuarios prerromanos. El trabajo de Moya Maleno
(2007) sobre los tunos de Segóbriga y el eco en esta celebración de ritos iniciáticos de fratrías
celtibéricas iría, por ejemplo, en este sentido.

24
3.- Los mecanismos de articulación de las alianzas y coaliciones.

Entre las desmadejadas noticias de las fuentes podemos intentar atisbar los mecanismos con
los que las comunidades indígenas formalizarían sus alianzas y sellarían los pactos, sin que
muchas veces sea posible hacer una distinción tajante entre usos indígenas e influencia de la
diplomacia púnica y, sobre todo, romana en el relato que nos ha llegado. Incluso la dimensión
personal que vemos tan presente en las relaciones internacionales entre los indígenas
tampoco está ausente en el más avanzado escenario del Mediterráneo helenístico, donde, por
ejemplo, los parentescos y la consanguinidad, reales o ficticios, tienen un papel importante
(Jones, 1999). En cualquier caso, es necesario tener en cuenta la heterogeneidad cultural,
política y social de la Península, que va a tener su reflejo en la distinta articulación de las
coaliciones que, pensamos, se aprecia en los distintos ámbitos.

3.1.- Fides y clientela

El concepto de fides como acuerdo pactado (Coll i Palomas & Garcés i Estallo, 1998, pp.
442-443) habría constituido un elemento central en las relaciones entre las élites indígenas y
las púnicas y romanas, como queda claro en una serie de ejemplos de los cuáles quizás los
más elocuentes sean las relaciones de Publio Cornelio Escipión con Indíbil y Mandonio,
Edecón (Livio, XXVII, 27) o el princeps celtiberorum Alucio (Livio, XXVI, 50). Y, sin
duda, vertebraría también los pactos entre indígenas, y no sólo al nivel de los grupos
dirigentes. El desarrollo de la cultura ibérica estaría germinando en una sociedad clientelar,
con por un lado pequeños poblados dominados por un clan aristocrático y por otro la
agrupación de oppida que acaba fraguando en entidades políticas mayores, etnias como
ilergetes o edetanos (Ruiz Rodríguez, 1998, pp. 297-298). Las relaciones de clientela
enunciadas mediante la fides permitirían a los grupos dirigentes ampliar su poder y concertar
pactos con las élites de otros oppida, en lo que habría sido el primer paso para esa superación
del carácter mononuclear de la organización política ibérica hacía formas más complejas. La
presencia de Indíbil al frente de 7.500 suesetanos en 211 a. C. podría insertarse en esa red de
clientelas que supera el marco del oppidum y también, en este caso, del propio ethnos.
La fides, pues, es una relación personal, por la que en los casos de Indíbil, Edecón o
Alucio estos caudillos se convertían en clientes del imperator romano mediante un lazo que
va a ser sellado con la entrega de sus respectivas mujeres e hijos, hasta la fecha rehenes
púnicos en Cartago Nova (vid. infra). De manera más general, será la entrega de dona la que
refrende el vínculo: lo vemos en el reparto de botín de Escipión tras Baecula, cuando
entregue 300 caballos a Indíbil (Livio, XXVII, 19), que probablemente éste repartiría a su vez
entre sus clientes (Coll i Palomas & Garcés i Estallo, 1998, p. 443). Ya hemos apuntado
como también Sertorio maneja este mismo recurso en sus relaciones con los indígenas.
La ruptura de este vínculo de fides sólo se produce cuando el patrón quiebra el
compromiso mediante una actuación que deshonra al cliente, como la altanería de Asdrúbal
al exigir rehenes y dinero a Indíbil, en un esquema de mentalidad de vergüenza cercana a la
del arcaísmo griego (Quesada, 2003, p. 114-115). En la justificación de Indíbil a su cambio
de bando está claro el vínculo moral que une a ambas partes, y Escipión le contestará que “no
considerará tránsfugas a quienes no dieron validez a una alianza en la que no había nada
sagrado, ni divino ni humano”. (Livio, XXVII, 17). La fides, así, como algo sacro, que tiene
el doble refrendo humano y divino, al que apelan también los enviados del rey ilergete
Bilistage ante Catón –“ponían a los hombres y a los dioses como testigos”– (Livio, 34, 11)33.
33
Pensamos que, pese a la problemática que rodea la transmisión de estos discursos, reconstruidos y que,
quizás, deben más a la retórica de Livio que a la realidad de lo que aconteció y fue dicho (Torregaray Pagola,
2005, pp. 26-27), ese doble nivel actuaría en la fides.

25
Ya vimos que es la presunta muerte de Escipión primero, y su marcha después, lo que
rompe a ojos de Indíbil y Mandonio lo pactado, para ellos con un individuo, rex desde su
concepción política, más que representante de un poder superior como sería el de la
República (Quesada, 2003, p. 114-115). Esta misma clave personal parece que está presente
en la pretensión de expiar culpas tras la rebelión ilergete-asuetana de 205 a. C. con la muerte
de Indíbil y la entrega y suplicio de Mandonio y otros jefes de la coalición (Quesada, 2003, p.
115) o con la huida del príncipe ausetano Amusico en 217 a. C. Y, sin embargo, tanto en un
caso como en otro, como siempre en el resto de derrotas de los pueblos indígenas enfrentados
a Roma, las consecuencias van a ser colectivas. Pensamos que la articulación política de las
comunidades ibéricas y turdetanas del Levante y Sur peninsular tiene que ver con esta
concepción tan personalista de las relaciones internacionales; aunque sabemos que no todas
ellas eran gobernadas por monarquías (Moret, 2002-2003, pp. 31-32) –tenemos el ejemplo
del “pretor” y senado saguntinos–, las más de las veces las fuentes hacen referencia a
basileos, dinastés, dux, rex, regulus o princeps (Coll i Palomas & Garcés i Estallo, 1998, p.
438) al frente de dichas comunidades. Sin entrar en si entre los iberos del nordeste y los
turdetanos meridionales habría dos tipos de monarquía diferentes –apoyada la una sobre
populi y la otra sobre oppida (Coll i Palomas & Garcés i Estallo, 1998, pp. 440-442)–
pensamos que, es esa forma de gobierno, característica del grado de evolución de las
sociedades ibéricas –entre las jefaturas y el estado– la que tinta de personalismo las
relaciones diplomáticas.
En la Meseta vemos como también la fides y las relaciones de clientela juegan un
papel destacado. El patronato/clientela se ha puesto a veces en relación con el hospitium,
institución funcionalmente diferente (vid. infra) pero que a veces aparece recogida de manera
conjunta en algunos epígrafes conservados, ya de horizonte romanizado. Con la clientela un
individuo o comunidad se acogía a la protección de otra persona, a cambio de determinados
servicios (Balbín Chamorro, 2005, pp. 357-358). La existencia de clientelas entre los
celtíberos está atestiguada en las fuentes, como en el episodio del princeps celtiberorum
Alucio, que se puso al servicio de Escipión con 1.400 jinetes de entre sus clientes (Livio,
XXVI, 50). A su vez, Alucio se habría convertido en cliente de Escipión, como el régulo
celtibérico Thurro lo sería de Tiberio Graco al respetar éste la vida de sus hijos (Salinas de
Frías, 1983, pp. 28-29). Los cinco philoi que acompañan a Retógenes en su búsqueda de
ayuda pueden interpretarse también como miembros de su clientela, e igualmente, y esta vez
a nivel comunitario, la relación entre belos y titos se ha supuesto de clientela (Salinas de
Frías, 1983, p. 29). Un fenómeno que probablemente se agudiza por una distribución inicua
de la tierra que tensa las sociedades indígenas, algo de lo que tenemos noticia abundante en
las fuentes. La integración en la clientela de un aristócrata se convierte así en un refugio para
elementos desposeídos (Muñiz Coello, 1994, p. 98).
Aunque no encontramos en las comunidades celtibéricas y vacceas esa dimensión
unipersonal del poder que parece caracterizar buena parte del área ibérica, con magistrados,
senados y asambleas ejerciendo aquí la dirección política, seguimos hasta cierto punto
detectando un carácter personal en las relaciones diplomáticas. Lo vemos en los pactos que
los indígenas cierran con los generales romanos, como con Sempronio Graco, que a los
celtiberos “les dio y tomó juramentos que serían invocados, en muchas ocasiones, en las
guerras futuras” (App. Iber. XLIII), o con Marcelo, donde el jefe numantino Litennon
“afirmó que los belos, titos y arévacos se ponían voluntariamente en manos de Marcelo”
(App. Iber. L). Se establecerían relaciones de carácter personal entre las élites indígenas –
representantes de sus comunidades y/o de las coaliciones– y los representantes militares de
Roma, también basados en la fides, con pactos que podían ser o no ratificados por el

26
Senado34. Conocido es como los intercatienses, a la hora de negociar con Lúculo, del que
desconfían por haber traicionado su pacto con Cauca, exigen que el parlamento se realice con
Escipión Emiliano, vencedor de un campeón local. En este mismo sentido sabemos por
Plutarco (Tib. Graco, V) como los numantinos, cuando negocien con Mancino, solicitan que
sea su cuestor, el joven Tiberio Graco, su interlocutor, en virtud de su prestigio como hijo del
anterior Graco. A éste se pasó, para combatir junto a él, el mentado régulo Thurros,
prestándole muchos y leales servicios (Livio, XL, 49). E igualmente reveladora es la
anécdota transmitida por Valerio Máximo (De vir. ill., III.2.21) de un jefe celtíbero, Pyrreso,
que tras ser derrotado en combate singular por el legado consular Quinto Ocio, le pide que se
unan por la ley del hospicio –hospitii iure–, algo que sellan con un apretón de manos, a
imagen de las tesserae que representan diestras entrelazadas (Ramírez Sánchez, 2005, pp.
281-282).
En el caso del caudillaje lusitano, el poder de las jefaturas estaría cimentado en la
habilidad militar y las cualidades personales, como se ve claramente en el caso de Viriato
(Salinas de Frías, 2008, p. 113). Los caudillos lusitanos habrían jugado el papel de jefes
redistributivos, rodeados de clientelas militares que son recompensadas a través del reparto
del botín y mediante banquetes (Sánchez Moreno, 2001b, 2002b). El que sea el ejército quien
elija sucesor, como a Tántalo tras el asesinato de Viriato, incide en esta dimensión (Apiano,
Iber., 75). Carácter pues muy personal en la articulación política, con la figura del líder como
pivote de la misma, en un papel que ayuda a entender como se amplia la base territorial y
étnica lusitana, que englobaría en determinados momentos incluso a algunos vettones y
galaicos, ya que como nos dice Apiano sobre Viriato: “[...] aquello que tomaba lo repartía
entre los más valientes. Gracias a ello tuvo un ejército con gente de diversa procedencia sin
conocer en los ocho años de esta guerra ninguna sedición [...]” (Apiano, Iber., 75). No hay
que desechar la posibilidad de que estas clientelas pudieran organizarse como cofradías
guerreras, a semejanza de los fianna irlandeses u otros ejemplos del ámbito indoeuropeo
(García Fernández-Albalat, 1990, pp. 236-241), aunque la actuación de Viriato muestra una
superación de esos esquemas. La interacción constante con las monarquías de los régulos
meridionales habría asomado a los lusitanos a otras realidades que tendrían su influencia en
la fragua de ese hipotético embrión estatal que dicho líder lusitano comenzara a construir.
La consagración conocida como devotio35 sería la forma más extrema de la fides, por
la que los devoti consagrarían su vida a la protección y salvación de su patrón (Ramos
Loscertales, 1924; Prieto Arciniega, 1978; Dopico Caínzos, 1998; Greenland, 2006). La
vemos recogida por Salustio (Hist., I, 112-125) y por Plutarco (Sert., XIV) a propósito de
Sertorio; también por Estrabón, que en su Geografía (III, 4) habla de consagración –
kataspendein– o por Valerio Máximo (II, 6) para los celtíberos. La misma relación habría
ligado a Viriato con los guerreros que combaten tras su funeral junto a la tumba del caudillo
lusitano (Apiano, Iber., 75). La devotio serviría, pues, para fraguar clientelas militares, de una
manera aún más estrecha que la fides, con el elemento personal entre patrón y devotus
todavía más patente e inquebrantable. Clientelas que, como hemos visto, podían ser muy
amplias, y que sin duda integrarían a miembros de diferentes comunidades unidos por el
mismo vínculo con un caudillo determinado.

34
Cómo sucedió con el compromiso entre Hostilio Mancino y Numancia en 137 a. C., sellado con el juramento
de aquel. El Senado luego lo entregó, desnudo y maniatado, a los numantinos para romper dicho juramento.
Véase García Riaza, 2002b, pp. 277-291
35
Mal llamada ibérica porque todos los ejemplos conocidos, salvo quizás el referido a Indíbil y Mandonio con
respecto a Escipión, se refieren al área indoeuropea de la Península (Coll i Palomas & Garcés i Estallo, 1998, p.
443).

27
3.2.- Hospitium

La existencia de redes clientelares ha de ponerse en relación con el hospitium, institución que


se daría tanto a nivel individual como comunitario. Aunque las relaciones de hospitalidad
probablemente jugaran distintos papeles en otras comunidades de la Península, como hemos
visto por la embajada de Alorco ante los saguntinos, será en la Hispania inodoeuropea donde
mejor documentado está este fenómeno. Así, según Diodoro (V, 34), entre los celtíberos:
“Todos quieren dar albergue a los forasteros que van a su país y se disputan entre ellos para
darles hospitalidad; aquellos a quienes los forasteros siguen son considerados dignos de
alabanza y agradables a los dioses”.
El hospitium celtibérico ha sido ampliamente estudiado (Balbín Chamorro, 2006;
Beltrán Lloris, 2011) constituyendo una institución que permite comprender cómo se tejen
lazos entre las diferentes comunidades, no ya celtíberas sino de toda la Hispania indoeuropea
(Sánchez Moreno, 1996, pp. 248-249). Estamos ante pactos de hospitalidad entre individuos,
entre individuos y comunidades, o entre comunidades (Salinas de Frías, 1983, p. 27), por los
que se formaliza un compromiso de acogida y adopción (Sánchez Moreno, 1996, p. 248) o
de concesión de ciudadanía local (Beltrán Lloris, 2001, p. 56), y cuya plasmación material se
realizaría sobre documentos como las tesserae –de las que conocemos más de medio
centenar (Ramírez Sánchez, 2005, p. 280)– o las tabulae de hospitalidad (Balbín Chamorro,
2006). Se ha debatido acerca de las razones últimas que están detrás de este mecanismo,
arguyéndose la necesidad de facilitar los movimientos ganaderos, los problemas surgidos por
la reestructuración del territorio tras la conquista romana, o las necesidades administrativas
de las ciudades (Simón Cornago, 2008, p.135). Sea el que fuere –y somos de la opinión de
que hay que pensar en una pluralidad de razones– y sin perjuicio de la influencia del
hospitium romano (Beltrán Lloris, 2011, p. 280), el hospitium responde a instituciones
jurídicas de origen consuetudinario, emanadas del derecho natural, con las que los pueblos
meseteños regulan las relaciones entre sus diversas comunidades, sin que sea éste el único
mecanismo para las mismas.
Las téseras de hospitalidad, que pueden ser epigráficas –tanto en celtíbero, escritas en
signario ibérico o alfabeto latino, como, más tardías, en latín– o anepígrafas, y que revelan un
fuerte simbolismo en su concepción formal –zoomorfas, geométricas, manos entrelazadas–,
podrían dividirse, según De Hoz (1986, p. 66 ss.), en aquellas unilaterales referidas a un
individuo o grupo familiar –gentilitas–, aquellas de carácter unilateral referidas a una ciudad,
y aquellas de carácter bilateral relativas a un individuo y una ciudad, junto a un elevado
número inclasificables o de clasificación dudosa (Ramírez Sánchez, 2005, p. 281; Beltrán
Lloris, 2011, pp. 276-278). Destaca el exhaustivo análisis cartográfico llevado a cabo por
Simón Cornago sobre las téseras con epígrafes celtibéricos, de las que se desprende la
importancia de la civitas como elemento político, con 28 ciudades mencionadas en 25 de las
téseras que conocemos ejerciendo siempre como parte contratante del pacto (Simón Cornago,
2008, p. 130). Además, en los casos en que conocemos su procedencia, las téseras siempre
han aparecido en yacimientos urbanos, salvo dos al parecer halladas en un campamento
sertoriano (Simón Cornago, 2008, p. 129). Igualmente destacada es la onomástica presente en
las téseras, que presenta la estructura de NP (nombre propio) + NF (filiación gentilicia) +NPg
(nombre propio en genitivo) + abreviatura para “hijo de” (ke/f) (Ramírez Sánchez, 2005, p.
282). Esta misma fórmula36, presente en otros documentos epigráficos como en la tabula
Contrebiensis o en la estela de Ibiza, indica la importancia de los grupos familiares extensos,
las gentilitates, indudable pese a que su tradicional preponderancia historiográfica en la

36
Se ha sugerido que la terminación en kum, normalmente interpretada como filiación gentilicia, podría referirse
a veces a la civitas de origen del sujeto (Simón Cornago, 2008, 130)

28
descripción de la configuración político-social de los celtíberos, primitiva en exceso, ha dado
paso a otros enfoques en los que primaría más el componente cívico. El análisis realizado por
Salinas sobre la densidad y dispersión de las gentilidades celtibéricas documentadas
epigráficamente –en un rango cronológico muy amplio, desde el siglo II o I a. C. hasta el
siglo II d. C.–, reveló un total de ciento y una de estas, con gentilidades que aparecen en
distintas poblaciones. Y es que, a través del hospitium, individuos de un determinado origen
podrían viajar y habitar –aunque fuera temporalmente– en otro lugar o adquirir
reconocimiento en dicho lugar incluso sin desplazarse físicamente, adquiriendo la misma
capacidad jurídica que sus moradores: el hospitium como cobertura legal para la interacción
de individuos de distintas comunidades (Balbín Chamorro, 2006, p. 87).
El estudio de Simón Cornago, que casa lugares de hallazgo y ciudades mencionadas
en las téseras celtibéricas, permite esbozar un mapa, por incompleto que sea dada la
parcialidad de los hallazgos y la imposibilidad de dar una cronología exacta a las téseras, de
relaciones entre distintas civitates meseteñas. Ninguna de estas relaciones coincide con las
alianzas que conocemos por las fuentes para las Guerras Celtibéricas, probablemente tanto
por lo escaso de las téseras conservadas como por el distinto lenguaje que emplean unas y
otras –con civitates como actores en las téseras, mientras que en las fuentes encontramos
junto a éstas a los populi– pero puede aventurarse que las relaciones de hospitalidad y
patronato habrían jugado un papel crucial a la hora de articular dichas alianzas.
El análisis filológico de los nombres de dos de los caudillos celtíberos que tenemos
constatados puede ser revelador al respecto: el segedense Caro y el numantino Retogenes,
apodado Caraunio. Ambos comparten la raíz kar, que sería la palabra –o abreviatura, no hay
unanimidad al respecto– del celtíbero para “hospitalidad” o “amistad” (Jordán Cólera, 2003,
p. 115). Si bien sus nombres o apodos simplemente pueden compartir dicha raíz, que vendría
a significar “amable” (Gorrochategui, Arenas, González & de Bernardo Stempel, 2001, p.
317) o incluso tener otro origen –por ejemplo conocemos el galo caruos para “ciervo”
(Curchin, 1999, p. 398)–, ¿podrían indicar que estamos ante personajes que han concluido
pactos de hospitalidad con otras comunidades? ¿Pactos en virtud de los cuales pueden
reclamar la ayuda de dichas comunidades en caso de agresión, como es el caso de los
segedenses ante Numancia o la infructuosa petición de ayuda de Retógenes a las
comunidades arévacas? En ambos casos va a invocarse la consanguinidad como principio
garante del socorro, si bien en el caso de Segeda estaríamos ante una consanguinidad
“ficticia” entre belos y arévacos, ¿sustentada quizás con pactos de hospitium entre sus élites,
que les permiten conceptuarse como parientes, y que, además, permiten que un sedegense
como Caro sea puesto al mando del ejército de la coalición37? (Ortega Ortega, 2006). Esta
apelación a la consanguinidad juega un papel destacado en el entramado diplomático
celtibérico, ya sea real, como las relaciones de los arévacos numantinos con los habitantes de
Lutia o los de Malia/Lagini, ya sea ficticia, como en el caso de Segeda y Numancia.

3.3.- Matrimonio y rehenes

Precisamente el matrimonio entre miembros de dos comunidades distintas ejemplifica esos


vínculos de consanguinidad. Hemos visto como en dos casos se sellan alianzas entre
comunidades ibéricas y generales púnicos –Asdrúbal y Aníbal– mediante matrimonios, y
dentro del ámbito indígena contamos con la boda de Viriato con la hija de Astolpas, que
habría ratificado el pacto entre el dux lusitano y este probable régulo turdetano. El
compromiso entre una bella joven, rehén cartaginesesa en Cartago Nova liberada por
Escipión y Alucio –princeps celtiberorum–, quizás denote también lazos entre la comunidad

37
Si es que realmente no había al frente dos jefes, vid. supra.

29
de origen de la muchacha, seguramente levantina a tenor de la información de Livio (XXVI,
50) (Martínez-López, 1986; Sánchez Moreno, 1997, 292-293) y algún grupo celtibérico, a los
que vemos actuar en el este y sur peninsular ya desde comienzos de la Segunda Guerra
Púnica. Aunque el matrimonio supondría la relación entre las élites de comunidades
diferentes, no hay que perder de vista que estamos ante un vínculo de carácter personal y
familiar, lo que se inserta en ese personalismo en las relaciones internacionales indígenas
que ya hemos apuntado. Las pugnas entre grupos aristocráticos o la conveniencia política
pueden quebrar el lazo atado con el matrimonio, como nos demostraría el que Cástulo, de
donde era originaria la esposa de Aníbal, se pase a Roma en 215 a. C. (Livio, XXIV, 41),
para luego militar otra vez en el bando púnico tras la muerte de los Escipiones y, finalmente,
en 206 a. C. rendirla un tal Cerdubelo a Publio Cornelio Escipión, entregando a los fugitivos
cartagineses –en lo que puede interpretarse como la existencia de bandos opuestos dentro de
la élite local– (Livio, XXVIII, 20).
La importancia de la mujer como instrumento de presión en las relaciones
diplomáticas (Sánchez Moreno, 1997, 292-293) se aprecia también en esa condición de rehén
que hemos visto para la prometida de Alucio, que compartía cautiverio con la esposa e hijos
de Edecón, caudillo de los edetanos, (Polibio, X, 34) y con la esposa de Mandonio y las hijas
de Indíbil (Polibio, X, 18). La entrega de rehenes para certificar los pactos probablemente
entraba dentro de los mecanismos diplomáticos indígenas y no sea sólo producto de la
imposición púnica o romana, dada la recurrencia en su empleo y el paralelismo de este
instrumento en el mundo galo (García Riaza, 1997, p. 82). Precisamente hemos señalado
como es la liberación de los rehenes púnicos de Cartago Nova, como unos años antes la de
los retenidos en Sagunto gracias a la argucia de un tal Abilix (Polibio, III, 98-99), la que hace
pasarse del bando púnico al romano a muchas comunidades indígenas, o igualmente el caso
del régulo celtibérico Thurrus cuando se ponga al lado de Tiberio Graco.

3.4.- Elementos religiosos

Ya hemos dicho que la fides se refrenda doblemente, ante los hombres y ante los dioses, y ese
mismo doble nivel de garantía habría funcionado en los pactos, que realmente proyectan el
mismo concepto de fides en un ámbito si se quiere mayor –ya que no parece factible disociar
lo personal de lo comunitario–. Los habitantes de Astapa, aliados de Cartago, encomendaron
a cincuenta jóvenes que, si el combate se decantaba del lado romano, dieran muerte a sus
familias, poniendo a los dioses de lo alto y de las profunidades como testigos y maldiciendo a
quien no cumpliera dicho voto (Livio, XXVIII, 22). Los habitantes de Cauca, traicionados
pérfidamente por Lúculo “perecieron cruelmente invocando las garantías dadas, a los dioses
protectores de los juramentos y maldiciendo a los romanos por su falta de palabra” (Apiano,
Iber., 52). También los lusitanos, traicionados arteramente por Galba, murieron “en medio
del lamento general y las invocaciones a los nombres de los dioses y a las garantías dadas”
(Apiano, Iber., 60). Se ha sugerido así la existencia en el ámbito indoeuropeo de una
divinidad garante de los pactos, Tongo o Tokoitos, del radical *tong, para “jurar” (Sánchez
Moreno & Gómez-Pantoja, 2008, p. 251; contra Prósper, 1997, p. 733).
En el mundo ibérico tenemos santuarios que articulan las relaciones entre diferentes
espacios geográficos, como los del Collado de los Jardines de Despeñaperros y el vecino del
Castellar, en el punto de comunicación entre los valles altos de Guadiana y Guadalquivir y
las poblaciones de las dos vertientes de Sierra Morena. Son enclaves sacros que sirven para
legitimar el nacimiento de entidades políticas amplias –como también sería el caso del de la
Serreta de Alcoy– y que pueden actuar tanto como punto de encuentro como frontera entre
comunidades (Ruiz Rodríguez, 1998, p. 297). Sabemos que Viriato se retiró dos veces para
burlar el acoso romano a un monte situado al norte del Tajo que Apiano (Iber., 64, 66)

30
denomina “monte de Afrodita” –Aphrodísion oros–, y se ha supuesto para el mismo algún
carácter sacro, quizás un santuario dedicado a una divinidad indígena que la intepretatio
graeca asimilaría a Afrodita (Salinas de Frías, 2008, p. 100), quizás esa Nabia (Fernández
Albalat, B. G., 1990, pp. 285-310) atestiguada epigráficamente, de carácter guerrero y
relacionada con las corrientes de agua –como es el Tajo–. Enclave sagrado en cualquier caso,
de significación ideológica y en el que recomponer sus fuerzas, probablemente con nuevos
pactos y reclutas, tras algún descalabro. También se ha planteado que Postoloboso, en
territorio veton, sería un santuario de frontera, un espacio de interacción territorial e
ideológica (Sánchez Moreno, 2007, pp. 137-144).
Podemos conjeturar que los pactos entre las comunidades indígenas se habrían
formalizado en este tipo de enclaves, también en el mundo meseteño, donde los santuarios
son peor conocidos (Blanco & Barrio, 2011, pp. 35-36). Por ejemplo, el santuario rupestre de
Peñalba de Villastar habría sido un santuario de frontera, entre el ámbito celtibérico y el
ibérico levantino, con rituales religiosos que presentan características de ambos (Burillo,
1997, pp. 234-235), nada extraño si constatamos, ya sólo en el tema que nos ocupa, el intenso
contacto que se produciría entre dichas esferas: Alucio, la iuventus celtiberorum militando
junto a ilergetes y lacetanos en 207-206 a. C. o celtíberos operando en territorio ausetano en
183 a. C. Nada nos impide pensar en el empleo de santuarios como lugares donde refrendar
sus pactos, lugares propicios para invocar la necesaria garantía divina. Tenemos paralelos en
el mundo galo, donde la rebelión del 53 a. C. contra Roma se pactó en “lugares salvajes y
apartados” (César, BG, VII, 1), como sería el bosque en territorio carnuto donde los druidas
se reunían anualmente (César, BG, VI, 13) o el drynemetos, robledal sagrado donde se
reuniría la asamblea gálata (Estrabón, XII, 5).
El episodío de Olónico u Olíndico, recogido por Livio (Per., XLIII) y Floro (I,
XXXIII), y que para Pérez Vilatela (2000, 2001) responde a acontecimientos distintos, el
primero a fechar en el 170 a. C. y el segundo en 143 a. C., es interesante por el carácter de
levantamiento panceltibérico, de revuelta de todos los celtíberos, que parece se esconde
detrás de la onomástica de este líder celtibérico al que el cielo habría entregado una lanza de
plata (Floro, I, XXXIII). Summus vir en palabras de Floro, Olíndico sería un nombre parlante
–del radical celta *oll-, “arriba”, “encima”– que denotaría ese intento de unión de los
celtíberos (Pérez Vilaela, 2001, p. 137-138). ¿Strategos de una coalición celtibérica, con la
lanza de plata como signum? Idea cuando menos sugerente.

4.- Factores en el surgimiento de coaliciones y alianzas indígenas. Epimachiai y


symmachiai.

¿Qué origina el surgimiento de coaliciones militares entre las comunidades peninsulares?


Somos de la opinión que un factor exógeno, esto es, la presión de los imperialismos púnico y,
sobre todo, romano, sería la causa primera de la articulación de alianzas de carácter militar
entre los pueblos indígenas –sin perder de vista cuál es el momento que dichas fuentes narran
y qué aspectos subrayan–. Pero, también, de que estas reflejan contactos y relaciones
anteriores que posibilitan esas alianzas que, de otro modo, no habrían surgido por generación
espontánea ni habrían sido capaces, como lo fueron en determinadas ocasiones, de hacer
frente al poderío militar romano. La dinámica interna de las sociedades peninsulares nos
permitirá enunciar los factores endógenos que también explicarían los pactos y coaliciones
entre ellas.
Respecto a intentar su clasificación, no hemos abordado en este trabajo el análisis
filológico de los términos empleados en las fuentes; una labor sin duda a acometer en un
futuro, aunque pensamos que, dada su vaguedad, es complicado basarse en ellas a la hora de
intentar caracterizar estos pactos dentro de las categorías tucidideas de alianza puramente

31
defensiva, epimachia, y alianza ofensiva y defensiva, symmachia (Bederman, 2001, pp. 161-
165), pero si que su interpretación puede ayudarnos en un intento de esbozo, para conocer si,
en efecto, algo similar a dichas categorías operaba en las coaliciones peninsulares. ¿Podemos
además rastrear relaciones más complejas, que agruparan a populi y/o civitates a imagen de
las anfictionías o ligas griegas?
Durante las campañas de Amílcar en ámbito bético y levantino vemos a turdetanos
combatiendo junto a “celtas” –¿alianza, mercenariado?– y a doce oppida ibéricos, oretanos,
actuando coordinados –quizás contando incluso con ayuda vettona– en socorro de otra
población, Helike, en lo que podríamos interpretar como un pacto de ayuda mutua, sin que
sepamos si luego, cuando Asdrúbal ejerció represalias sobre ellas, se mantuvo. La campaña
de Aníbal en el Duero del 220 a. C. va a suponer el primer contacto bélico de los pueblos de
la Meseta con las potencias mediterráneas en su territorio. Esto germina en una actuación
conjunta de carpetanos, vacceos y olcades para hacerle frente. El mismo hecho de que estos
pueblos sean capaces de reunir un ejército de elevados efectivos, capaz de hacer frente al
cartaginés nos hace pensar en contactos previos, no en improvisación, pero todo parece
indicar que es la agresión púnica la que fuerza la coalición, más que la existencia de una
epimachía previa. La reactivación de la misma una generación después, en 193-192 a. C. para
hacer frente a Fulvio Nobilior, dice mucho de la pervivencia y perduración de estos pactos.
El juego de alianzas que se desarrolla en el noreste peninsular entre el 217 a. C. y el
195 a. C. habría venido motivado por un lado por la presencia de los ejércitos púnico y
romano; presencia que determina que las comunidades estrechen sus relaciones, obligadas a
tomar partido y sin duda alarmadas ante la presencia de ingentes contingentes militares cuyas
necesidades de aprovisionamiento forzosamente impactarían en ellas en forma de requisas de
provisiones y equipo, exigencia de auxiliares, etc. Por otro lado, se detecta la existencia de
rivalidades preexistentes, como entre lacetanos y suesetanos (Livo, XXXIV, 20), y la
búsqueda de la supremacía regional por parte de los ilergetes, que aparecen o bien al frente de
las rebeliones o, como en 195 a. C., al margen de la misma, quizás tratando de “ganar
puntos” frente al poder romano que tan duramente los había reprimido una década antes. Las
alianzas se muestran a menudo inconsistentes, con populi que cambian de bando, ora amigos
ora enemigos –aunque la confederación entre ilergetes, lacetanos y ausetanos parece más
estable– y sólo en 195 a. C., cuando la realidad palmaria de que Roma había llegado para
quedarse y exprimirlos, el conjunto de pueblos de la zona se coaligan –salvo los ilergetes,
como hemos dicho–. En este ámbito son los populi quienes parecen constituir la unidad de
actuación política, gobernados por monarquías –Indíbil y Bilistage para los ilergetes,
Amusicus para los ausetanos, un innominado príncipe bergistano, Edecón para los edetanos–,
sin perjuicio de que dentro de ellos veamos a veces a oppida actuar de manera independiente,
como cuando tratan de pactar uno a uno con Catón tras su derrota en Emporion o como esos
siete castella bergistanos que se levantan contra el Censor y que parece habrían sido sólo una
parte del ethnos bergistano. Entre ilergetes, ausetanos y lacetenos parece que habría existido
un pacto de symmachía en el que los primeros habrían llevado la voz cantante, y su actuación
conjunta deja clara esa doble vertiente defensiva y ofensiva: en 217 a. C. vemos a los
lacetanos acudir en ayuda de los sitiados suesetanos; en 207-206 a. C. ilergetes y lacetanos –
junto con la iuventus celtiberorum– atacan el territorio sedetano y suesetano; y en 205 a. C.
los ilergetes, ausetanos y otros pueblos desconocidos vuelven a levantarse en pie de guerra.
El ejército coaligado –¿responsable el año anterior de la derrota y muerte de Cayo
Sempronio Tuditano?– que Catón derrota en Emporión tendría también propósito ofensivo,
aunque tras su descalabro vimos cómo la alianza indígena se deshace. Poco podemos decir
sobre el propósito de la alianza entre Culchas, Luxino, Malaca, Sexs y la Beturia en 197 a. C.,
salvo que su propósito parece también ofensivo.

32
En la Celtiberia, las diferentes etnias, o quizás mejor las diferentes civitates, celtíberas
son conscientes del poderío militar romano, y en consecuencia forjan alianzas capaces de
igualar la contienda (Ciprés Torres, 2002, pp. 143-144). La campaña de Fulvio Flaco parece
ofrecernos un claro ejemplo de epimachía celtibérica –sin que podamos determinar qué
comunidades habrían formado parte de ella–: cuando en 182 a. C. ataca Urbicua, un ejército
celtibérico acude en su auxilio; al año siguiente los celtíberos, en previsión de la agresión
romana, habrían reunido un ejército de 35.000 hombres, sin duda con elementos de diversas
civitates, que acude a Carpetania para enfrentarse a Flaco junto a la ciudad de Aebura.
Derrotados, Flaco atacará la ciudad de Contrebia, que pide ayuda a los celtíberos. Éstos,
debido a las inclemencias del tiempo que hicieron impracticables los caminos38, llegaron
cuando la ciudad ya se había rendido; se trataba de un ejército numeroso, ya que,
sorprendidos por Flaco, murieron 12.000 guerreros y otros 5.000 fueron hechos prisioneros.
Además, los fugitivos pudieron advertir a una segunda columna celtibérica de socorro, que se
retiró. El comentario de Livio de que a continuación Flaco realizó una correría de saqueo por
Celtiberia y tomó muchos castella (Livio, XL, 33) parece mera retórica dada la campaña que,
al año siguiente, el mismo Flaco volvió a emprender –a la que se opuso otra vez un ejército
celtibérico– y la de su sucesor Tiberio Graco. Frente a éste vamos a ver otra vez a la coalición
celtibérica acudir en defensa de las ciudades atacadas, Cértima y Alce, en lo que sería una
alianza defensiva, una epimachia entre Cértima, Alce y algunas comunidades celtibéricas,
que cuenta incluso son señales de comunicación pactadas, pero que quedará en agua de
borrajas ante el poderío militar romano. Cuando la prestación de ayuda no se concreta, como
denuncia el régulo Thurros, el pacto se da por roto. ¿Epimachía o symmachía? La mayor
parte de las actuaciones de los ejércitos de la coalición celtibérica parecen defensivas, salvo
el ataque a la ciudad de Caravis, que se entiende dada la alianza de ésta con Roma; parece
que el objetivo de la coalición habría sido la defensa contra la agresión romana, con reunión
de contingentes que anticipan el comienzo de las campañas de los pretores y señales de
alarma pactadas.
El texto de Apiano sobre la Segunda Guerra Celtibérica parece sugerir la existencia de
una coalición de ciudades arévacas, belas y titas, que quizás sea la prolongación de las
alianzas que en 182-179 a. C. vertebran la actuación militar celtibérica contra Roma.
Numancia y Segeda habrían ocupado la posición hegemónica, pero la coalición también
habría incluido otros oppida como Ocilis o Nertóbriga. Estaríamos ante una epimachía, con
los numantinos auxiliando a los segedenses, pero que se resquebrajará por la presión militar y
diplomática romana, con algunas civitates pactando individualmente sus deditiones. Pero,
¿cómo se habría establecido esta coalición? ¿Mediante un pacto global al que se adhiriese
cada civitas? ¿Mediante pactos bilaterales entre todas? Quizás la primera opción sea la
plausible, pero teniendo en cuenta que dentro de ese pacto “global” habrían existido sin duda
pactos bilaterales, de acuerdo a la jerarquía de alianzas, como entre Numancia y Segeda.
Respecto a su funcionamiento, la elección de Caro en 153 a. C., como, tras su muerte, la de
Ambón y Leucón (Apiano, Iber., 45-46) parece que habría correspondido a la asamblea
ciudadana, que también decidiría ir a la guerra (García-Gelabert Pérez, 1990, p.105). Son
decisiones que corresponden a cada civitas, aunque en el momento excepcional de agosto del
153 a. C. numantinos y segedenses se encuentren juntos, pero es evidente que dichas
asambleas no podía ser el órgano que dirigiera la coalición. En la embajada celtibérica a
Roma, que incluye legados de cada ciudad, se intuye la existencia de un órgano deliberativo
que habría agrupado a los representantes de cada civitas, que quizás hubiesen elegido a uno
de ellos como su máximo representante, ya que Apiano individualiza a un portavoz de los
celtíberos (Apiano, Iber., 50). Así, cuando Marcelo ataque Numancia tras dicha embajada,

38
Valiosa referencia a la existencia de vías de comunicación normalizadas en la Meseta.

33
será un numantino, Litennon, quien solicite hablar con él y pacte la rendición en nombre de
arévacos, belos, titos: ¿strategos del ejército coaligado?
Como hemos dicho, a partir del 143 a. C., durante la Tercera Guerra Celtibérica, la
coalición celtibérica parece haberse disuelto, y sólo tenemos noticias de las guarniciones
numantinas en Lagni/Malia y la infortunada intentona de la iuventus de Lutia¸ ayuda
defensiva prestada dentro de comunidades del mismo ethnos. La relación entre Numancia y
Pallantia no parece haber respondido a una epimachía, pese a la falsa acusación de Lépido en
137 a. C., ya que en ningún momento vemos a contingentes pallantinos prestar ayuda militar
a la ciudad arévaca, y quizás haya que conceptuarla como algo similar a la philia en el mundo
griego (Bederman, 2001, pp. 159-161). Esa relación de amistad explicaría, más allá de
motivaciones económicas, el aprovisionamiento de cereal vacceo a Numancia, que acarreará
como hemos visto duras represalias romanas.
En el caso lusitano, el que sea la figura del caudillo quien articule la relación entre las
distintas ethnē que se ponen bajo su mando oscurece el tipo de pactos que éstas hubieran
podido sellar; los relatos de Apiano o Diodoro parecen apuntar más a uniones clientelares de
cara a campañas militares y de saqueo que a las coaliciones que hemos visto en el mundo
celtibérico, aunque, como decimos, bien puede deberse al sesgo de las fuentes. De hecho la
intensa relación que se aprecia entre los lusitanos y ciudades del ámbito turdetano-púnico
parecería indicar un esquema de alianzas más complejo que ese caudillaje clientelar, sin que
por desgracia podamos ahondar en cómo éste habría estado estructurado.
En los distintos ámbitos que hemos analizado, la capacidad de actuar
coordinadamente distintas etnias y civitates –con acuerdos en común, recluta de ingentes
ejércitos, planteamiento de campañas conjuntas, mando unificado, y, a veces, negociación
también conjunta con Roma–, nos habla de un nivel de organización elevado, que
forzosamente debió requerir contactos y acuerdos previos, por desgracia desconocidos y no
aclarados por las fuentes. Aquí es donde podemos intuir que estas alianzas tendrían
precedentes, pudiendo aventurarse los factores endógenos que las habrían favorecido.
En primer lugar, hemos de tener en cuenta los vínculos económicos entre estas
poblaciones, con el control de rutas comerciales y pecuarias que esto supone. En la Meseta, el
hincapié en la defensa de los vados sobre el Tajo apuntaría en este sentido (Sánchez Moreno,
1998, p. 389; 2001). Sánchez Moreno ha defendido la articulación de relaciones
diplomáticas y/o comerciales entre las comunidades meseteñas frente al estereotipo de guerra
endémica que nos pintan las fuentes. El intercambio de bienes de prestigio entre las élites,
documentado por la arqueología, o el hospitium y el patronato serían mecanismos en este
embrionario derecho internacional. Y sí, como hemos visto, el hospitium conferiría una serie
de derechos, cabe pensar que entre ellos desde luego estaría el transito pacífico por la
comunidad que lo otorgaba, por ejemplo en la conducción de rebaños sujetos a movimientos
transhumantes, o, mejor, transterminantes (Sánchez Moreno, 1998, p. 71-78). El mapa de
relaciones documentadas en las téseras celtíberas refrenda esos movimientos entre lugares
diferentes y comunidades diversas, poco probable si nos encontramos con una situación de
inseguridad perpetua que imposibilitara los desplazamientos. Como también apunta Sánchez
Moreno, la campaña de Aníbal en el Duero del 220 a. C., con sus objetivos de proporcionar
víveres y mercenarios al ejército cartaginés –probablemente de manera periódica a lo largo
del conflicto con Roma que ya maduraba–, sólo puede entenderse si entre las comunidades
indígenas existen ya unas “relaciones internacionales intermeseteñas más o menos positivas
y reguladas que permitieran la llegada de la mercancía a la meta final” (Sánchez Moreno,
2000, p. 132). El aprovisionamiento de trigo por parte de Pallantia –que podemos relacionar
con el famoso “colectivismo vacceo”, detrás del que se escondería un mecanismo de
acumulación de excedentes para estos tiempos convulsos (Sánchez Moreno, 1998, pp. 85-86)
– a los arévacos es otro indicio de estas relaciones comerciales que, quizás, aparecen vestidas

34
con pactos de ayuda mutua e intercambio de dones. En resumen, la cierta homogeneidad
cultural que se aprecia en las culturas meseteñas, desplazado el concepto de celtiberización
hacía el plano cultural, es el mejor indicador de un grado de relación que debió ser más
elevado de lo que se estimaba (Sánchez Moreno, 2002a, p. 202), y que planta las semillas
para acciones políticas y militares conjuntas.
El mercenariado debió servir también como instrumento de relación. Más allá de
verlo solo desde una explicación economicista en términos de excedentes de población y
mala distribución de los recursos, el servicio mercenario debió aglutinar a aristócratas con sus
clientelas, probablemente de distintas civitates o etnias, que se coaligan para formar los
nutridos contingentes que sirven a púnicos, romanos o turdetanos. El ethos guerrero que
compartirían muchas élites peninsulares, esos equites que parecen haber formado la clase
dirigente de buena parte de la Hispania de los siglos III y II a. C. (Almagro-Gorbea, 2005, pp.
164-171), casaría bien con la actividad mercenaria, que proporcionando botín y soldada
ayuda a mantener o acrecentar sus clientelas, lo que reforzaría su posición en las
comunidades de origen. Esta actividad bien pudo venir dirigida desde éstas, pero en,
ocasiones, también pudo deberse a la iniciativa individual, y cabe plantearse hasta qué punto
las comunidades tienen control sobre algunos de sus miembros –hemos visto ya múltiples
ejemplos de disensiones internas y partidos enfrentados, que incluso llegan al punto de
situaciones donde una parte de la población combate mientras la otra quiere la paz, como en
Bergium, Nertóbriga o Lutia–. Quizás podemos plantearnos a veces un escenario de guerras
privadas, como el tan traído ejemplo de los Fabios y su aniquilación en la batalla del Crémera
en la Roma arcaica (Livio II, 48-50), y es que la coexistencia de ejércitos de milicia
ciudadana con otros clientelares sería probable (Quesada Sanz, 2001, p. 125). Así podría
interpretarse el que Indíbil esté al frente de los suesetanos en auxilio púnico en 211 a. C., que
haya celtíberos e iberos combatiendo junto a Magón cuando sus ciudades ya se habían pasado
a Roma (Apiano, Iber., 31) o que 4.000 celtíberos combatan en la batalla de los Grandes
Llanos contra Escipión cuando sus comunidades en la Península ya habrían pactado con él
(Livio, XXX, 8).
Y, también directamente relacionado con lo militar, podemos observar otro factor
endógeno que apuntaría hacía la creación de alianzas y confederaciones militares. Se trata de
la expansión de determinadas etnias, como los ilergetes en el noreste peninsular, o de
civitates que se postulan como las preponderantes dentro de su etnia, como por ejemplo
Segeda entre los belos, como deja bien a las claras el proceso de sinecismo que busca incluir
también a los titos en su esfera. Igualmente Numancia entre los arévacos, con las
guarniciones numantinas en Malia y Lagni. Estos procesos hegemónicos aumentarán la
capacidad militar de estas etnias y civitates, que al ampliar su territorio, su chora, amplían el
número de posibles reclutas para sus ejércitos. Podemos pensar en pactos entre las élites de
estos oppida de referencia y aquellos residentes en núcleos rurales o de menores
dimensiones39, procesos que estarían detrás de la fragua étnica y de la forja de alianzas. Son
pactos que cuando las cosas vienen mal dadas no dudan en ser quebrantados, prevaleciendo el
interés local sobre un interés supraétnico más tenuemente percibido (casos de Malia, Lagni o
Lutia).
Cabe también incidir en la perduración de las alianzas indígenas y su lugar en la
memoria de los pueblos. Sabemos que la ruptura de las mismas deja una marca indeleble,
como recuerdan los enviados ilergetes a Catón sobre Sagunto o como en los lusitanos, que
siguen recordando la traición de Galba (Apiano, Iber., 61) –¿apelación de Viriato a esa
memoria histórica para favorecer su encumbramiento?–. Los celtíberos en 154 a. C. siguen

39
Donde, en el caso celtíbero, según Burillo habitarían parte de los jinetes que componen la caballería, sean o
no parte de una élite ecuestre (Burillo Mozota, 2009, p. 140)

35
invocando los tratados gracanos, y cabe pensar en que entre los indígenas amistades y
enemistades, formalizadas las primeras con pactos –léase fides, clientela, hospitalidad–, no
serían efímeras. La hostilidad entre lacetanos y suesetanos por ejemplo vendría de tiempo
atrás, como en término inverso los lazos que segedenses y numantinos compartían, o la
relación entre Pallantia y Numancia, que vemos prolongada durante dos décadas. También
hemos mencionado como la repetida oposición a púnicos y romanos en un vado del Tajo, en
220 a. C. ante Aníbal y en 193-192 a. C. ante Fulvio Nobilior, parece reflejar la perduración o
renovación de un pacto entre las comunidades de la zona durante una generación. Ya tardíos
pero elocuentes son las renovaciones de pactos de hospitalidad que encontramos en las
tabulae de Montealagre de Campos y de los Zoelas. Es éste otro elemento, la perduración,
que nos indicaría la existencia de alianzas y acuerdos previos, dinamizados –a la fuerza
ahorcan– por las amenazas púnica y romana. Estos pactos ocuparían un lugar en la memoria
y en la cosmovisión de las comunidades indígenas, con la correspondiente influencia en su
actuación política.

5.- Los ejércitos coaligados: cifras y organización.

Las coaliciones indígenas van a ser capaces de poner en pie de guerra ejércitos de tamaños
considerables. En el nordeste peninsular encontramos ejércitos de 20.000 infantes y 2.500
jinetes en 207-206 a. C. –con ilergetes, lacetanos y una etérea iuventus celtiberorum–, 30.000
infantes y 4.000 jinetes en 205 a. C. –ilergetes, ausetanos y otros pueblos desconocidos– y
40.000 efectivos –sin que conozcamos la proporción entre tropa a pie y montada– en 195 a.
C.–. Son cifras elocuentes frente a los ejércitos que podría levantar un solo populus, como los
7.500 suesetanos con que Indíbil auxilia a los púnicos en 211 a. C. o los meros 3.000
hombres que Bilistage estima necesarios para defender a los ilergetes del acoso de sus
vecinos en 195 a. C. (Livio, XXIV, 11). Se ha discutido acerca de la verosimilitud de estas
cifras, con opiniones que las cuestionan desde los postulados del análisis arqueológico
(Gracia Alonso, 1998, p. 108) y otras que los creen acertados tomándolos como orden de
magnitud (Quesada Sanz, 2003, p. 142-145). Entre los celtíberos el número de efectivos que
las fuentes dan para sus ejércitos indican que nos hallamos ante coaliciones y no ante el
esfuerzo de una única entidad local: 35.000 guerreros frente a Flaco, 20.000 frente a Graco, y
25.000 reúnen Segeda y Numancia. En los últimos años se ha avanzado en los análisis
demográficos para la Hispania antigua40, aventurándose las horquillas de población que
podrían encontrarse en la Celtiberia del siglo II a. C. Para la coalición entre arévacos, belos y
titos, Burillo ha estimado un territorio de unos 31.250 km² (Burillo Mozota, 2006, p. 60),
cuya población variará, evidentemente, en función del número de habitantes por km² que
consideremos correcta para la época. Quesada es de la opinión de que, tanto tomando entre 5
y 10 h/km² –como sugiere Almagro– como tomando la menor densidad de población
propuesta por Burillo – 4,5 h/km² –, estaríamos en rangos que justificarían las cifras dadas
por las fuentes, conjugando la densidad de población con otro factor: el porcentaje de la
misma movilizado41. Y que, además, son plausibles desde el punto de vista de coherencia
interna de las fuentes, que por norma general aventuran efectivos “de 1.000 a 2.000 hombres
en situaciones normales, de 3.000 a 8.000 hombres para campañas dirigidas por ciudades
importantes, y superiores a 20.000 hombres para el esfuerzo máximo de una confederación de

40
Véase al respecto Almagro Gorbea (2001), Álvarez-Sanchís, J. R., Ruiz Zapatero, G. (2001), Burillo Mozota
(2005), Solana Sainz (1994), Quesada Sanz (2006).
41
Que podría ir entre un 8 y un 15% del total de la población para un esfuerzo de guerra “normal” y un 20-22 %
para un esfuerzo “máximo” (Quesada Sanz, 2006, pp. 154-155), valores que casan con lo que sabemos para
otras poblaciones protohístóricas, como los helvecios en migración que cuentan con 92.000 combatientes sobre
un total de 368.000 personas, un 25% (César, BG, I, 29).

36
varios pueblos” (Quesada Sanz, 2006, pp. 152-156). Podemos también realizar un cálculo
grosero para las poblaciones que habrían ocupado la actual Cataluña: si aventuramos
densidades de población de entre 5 y 10 h/km² –aunque pensamos que esta región estaría
más densamente poblada que la Celtiberia– para una zona como la Indigecia de alrededor de
2.271 km² (Sanmartí, E., Belarte, 2001, p. 172) tendríamos una población de entre 11.355 y
22.710 personas. Aplicando unos porcentajes de reclutamiento mínimo del 10% y máximo
del 22% de la población total nos encontraríamos con cifras de entre 1.135/2.271 y
2.498/4.996 efectivos. Se han calculado tamaños similares para la Cosetania y la Layetania –
2.607 y 2.459 km² respectivamente–, lo que sumado nos daría un ejército del orden de 9.000-
15.000 hombres –en caso de movilización total, como hipotéticamente habría ocurrido para la
batalla de Emporion– solo para los populi costeros. Si, como pensamos, en la rebelión del
195 a, C. militaron además de estas los bergistanos, lacetanos, suesetanos, ausetanos y
sedetanos se puede escalar fácilmente hasta esos 40.000 que hubo de enfrentar Catón.
Estos ejércitos coaligados, sean ibéricos, celtibéricos o lusitanos –sin que queramos
homogeneizar sus prácticas militares, que tienen características a menudo distintas– son
tácticamente capaces de plantear tanto batallas campales –adoptando distintas formaciones–
como emboscadas, acciones de hostigamiento o persecuciones, y de conjugar caballería e
infantería. Además, acampan en castra fortificados y cuentan con enseñas y estandartes, sin
duda empleados para las tres funciones que les asigna la moderna teoría militar, las 3 C´s:
command, control & communication. Ya vimos cómo los lacetanos fueron capaces de
distinguir a los suesetanos por sus armas y enseñas, que podemos considerar marcadores
étnicos, elementos con su propia semántica simbólica (García Bellido, 2010). Pero, ¿qué hay
detrás de esos estandartes? ¿Enseñas de unidades tácticas, de etnias, de civitates, de clientelas
privadas, del ejército coaligado...? ¿Podemos buscar una correspondencia cuantitativa entre el
número de estandartes capturados y los caídos y prisioneros? ¿Qué símbolos se escogen para
los mismos y por qué? Cuestiones sin duda pertinentes y sobre las que se hace necesaria una
reflexión.
Sobra decir que la coordinación de grupos humanos tan numerosos y heterogéneos, su
desplazamiento, avituallamiento y disposición para la batalla no son tareas sencillas, y
habrían requerido de determinada unidad de mando y mecanismos de toma de decisiones. En
los ejércitos celtibéricos parece que habría podido existir una magistratura colegial de dos
hombres, como los ya mentados Caro/Megavarico y Ambón/Leucón al frente de la coalición
belo-arévaca, aunque también vemos a uno solo, Litennon o a Hilerno. En el resto de la
Península encontramos también frecuentes parejas de generales indígenas, como los “celtas”
Istolacio e Indortes; esos Budar y Besadines¸ imperatoribus Hispanis, que quizás estuvieran
al frente del ejército coaligado de turdetanos, malacitanos, sexitanos y célticos de la Beturia
en 196 a. C.; Moenicapto y Vismaro en 214 a. C. – aunque Livio los hace galos y no
peninsulares, cosa que su onomástica confirmaría (Beltrán Lloris, 2006, p. 190)–; o incluso
Indíbil y Mandonio42. Es ocioso traer a colación otras dobles magistraturas coetáneas entre
las cuales la más famosa sería el consulado, y por el momento no podemos más que
sospechar que quizás hubiese sido esta la forma colegiada de dirección de algunas coaliciones
indígenas.
¿Pudo, además de la dirección militar, o mejor, junto a ella, existir una asamblea de
principes que reuniese a los dirigentes de los contingentes aliados? Ya hemos dicho que
sospechamos que para los casos ilergete y celtíbero así habría sido. Cuando Catón intenta
comprar a los celtíberos, que luchan junto a los turdetanos pero que acampan por separado,

42
Para Moret la posición subalterna de Mandonio quedaría clara en las fuentes (Moret, 1997, pp. 26-29), contra
esa opinión Graells i Fabregat, 2008, pp. 129-130.

37
aquellos se reúnen para deliberar, concilium al que se suman los alarmados turdetanos. ¿Una
asamblea de todo el ejército o sólo un consejo de los principes?

6.- Conclusiones

Conocemos el establecimiento de alianzas y coaliciones de índole militar entre las


comunidades peninsulares a raíz de la presencia púnica y romana; aunque sin duda se trata de
modos de relación ya presentes anteriormente o que, al menos, se construyen sobre
entramados políticos, sociales e ideológicos preexistentes, es la presión que las potencias
mediterráneas ejercen la que obliga a que estas alianzas se amplíen y estructuren en un
intento de equiparar el potencial bélico a que deben hacer frente. Un análisis cuantitativo de
los contingentes que las coaliciones indígenas reúnen apunta en ese sentido, contingentes que
además luchan a la manera mediterránea: en formación, con enseñas, con castramentación,
capaces de operar bajo un mando unificado y de adoptar diferentes opciones tácticas. Por
desgracia sólo podemos intuir la manera en que estás coaliciones eran dirigidas, y que
variaría en función de la estructuración política de sus miembros. En determinadas ocasiones
parece que estamos ante un único strategos al frente del ejército coaligado, como vemos con
Indíbil, Chalbus, Hilerno, Viriato o Litennon, aunque se aprecia también la existencia de un
mando doble. Se rastrea además la posible existencia de concilia con los principes de los
populi o civitates, que posiblemente fueran los encargados de escoger al mando del ejército –
fuera único o doble– y de decidir sobre las cuestiones fundamentales –negociación,
rendición, etc. –.
La articulación de las alianzas habría estado basada en los mecanismos de
interrelación presentes entre las comunidades indígenas, de marcado carácter aristocrático,
con la fides jugando un papel central. El elemento personal y el elemento comunitario se
mezclan, sin excluirse, en un ámbito en el que asistimos al despuntar de las primeras
formaciones que podríamos calificar de estatales en la Península. Esa tensión entre lo
comunitario y lo privado se aprecia en que, además de la acción conjunta de las comunidades
vemos en ocasiones reflejos de guerras privadas y de actuaciones de sus miembros que
escapan al control de aquellas. Al fin y al cabo no son comportamientos ajenos a estados
como la Roma republicana, donde los intereses privados de los magistrados e imperatores
marcan en buena medida su agenda.
En el ámbito del nordeste y levante ibéricos observamos como son los monarcas
quienes dirigen a los populi o ethnē, que parecen la estructura política dominante, aunque se
aprecia cómo dentro de los mismos puede haber desavenencias o actuaciones independientes
de algunas de sus civitates. La presencia de clientelas amplias y los lazos entre las
aristocracias de cada civitas explicaría el proceso de construcción étnica y la presencia de
monarquías que aglutinan a dichas poblaciones. La actuación de estos régulos indígenas
parece central en la articulación de las alianzas, como también lo parece en el sur turdetano,
donde los monarcas habrían dominado oppida más que populi. La diferencia entre uno y otro
ámbito habría sido ese diferente papel del ethnos, que vemos en proceso de forja como
comunidad política en el nordeste y levante mientras que en cambio aparece diluido como
superestructura política en el sur peninsular. Modelo distinto sería el liderazgo lusitano, que
supone la aglutinación de distintos grupos étnicos gracias a relaciones de clientela
propiciadas por el reparto de botín, pero que apunta durante el mandato de Viriato a la
creación de un estado con una base territorial y demográfica más amplia y heterogenea. En
cuanto al ámbito meseteño, donde en el caso celtibérico es donde mejor se aprecia la
existencia de lazos de alianza –¿ó incluso de confederación?– , la civitas supone el elemento
básico de actuación política autónoma; aunque la adscripción étnica parece haber operado a
la hora del establecimiento de coaliciones, los intereses locales son los que prevalecen y

38
dictan la actuación de cada comunidad. Aquí, aunque el elemento personal de la fides sigue
presente, la actuación política viene dictada por la existencia de asambleas y consejos, a
veces con intereses encontrados; esta estructuración política ciudadana, aunque se coaligue
en alianzas capaces de hacer frente y pactar más que dignamente con Roma en 179 y 153 a.
C. – como igualmente “los lusitanos” en el sobresaliente foedus del 140 a. C. por el que
Viriato es reconocido como amicus populi Romani (Sánchez Moreno, 2010)–, prevalece
sobre otras solidaridades y es la que a la postre define el naufragio de las coaliciones
celtibéricas ante la presión romana.
Esperamos que este somero repaso a las alianzas y coaliciones forjadas por los
pueblos peninsulares en los tres últimos siglos a. C. sea un aporte más en la comprensión de
los procesos y dinámicas en que aquellos se desarrollaron, al fin y al cabo no muy alejados de
los del resto de civilizaciones mediterráneas coetáneas.

7.- Bibliografía

Aigner Foresti, L. (ed.) (1994). Federazioni e federalismo nell’ Europa antica. Milano: Vita
e pensiero.

Almagro Gorbea, M. (2001). Aproximaciones a la demografía de la Celtiberia. En Berrocal,


L., Garces, P. (Eds.) Entre Celtas e Iberos. Las poblaciones protohistóricas de las Galias e
Hispania, (pp. 45-60). Madrid: Real Academia de la Historia/Casa de Velázquez.

Almagro-Gorbea, M. (2005). Ideología ecuestre en la Hispania prerromana. Gladius: estudios


sobre armas antiguas, armamento, arte militar y vida cultural en Oriente y Occidente, Nº. 25
(Ejemplar dedicado a: El caballo en el mundo prerromano), pp. 151-186. ISSN 0435-029X

Almagro-Gorbea, M. (2009). Las Guerras Civiles. En Almagro-Gorbea, M. (coord.) Historia


militar de España. Prehistoria y Antigüedad, pp. 235-246. Madrid: Laberinto.

Alonso Fernández, C. (1969). Relaciones políticas de la tribu de los arévacos con otras tribus
vecinas. Pyrenae, 5, pp.131-140. ISSN 0079-8215

Álvarez-Sanchís, J. R., Ruiz Zapatero, G. (1998). España y los españoles hace dos mil años
según el bachillerato franquista. Iberia: Revista de la Antigüedad, Nº 1, pp. 37-52. ISSN
1575-0221

Álvarez-Sanchís, J. R., Ruiz Zapatero, G. (2001). Cementerios y asentamientos: bases para


una demografía arqueológica de la Meseta en la Edad del Hierro. En Berrocal-Rangel, L.,
Gardes, Ph. (eds.), Entre celtas e íberos. Las poblaciones protohistóricas de las Galias e
Hispania. (Bibliotheca Archaeologica Hispana, 8, (pp.61-76). Madrid: Real Academia de la
Historia-Casa de Velázquez.

Amela Valverde, L. (2000). La Turma Salluitana y su relación con la clientela pompeyana.


Veleia, 17, pp.79-92. ISSN 0213 – 2095.

Amela Valverde, L. (2002). La sublevación vaccea del 56 a. C. Gallaecia, nº 21, pp. 269-285.
ISSN 0211-8653.

Amela Valverde, L. (2002b). Las clientelas de Cneo Pompeyo Magno en Hispania.


Barcelona: Universitat de Barcelona.

39
Arrayás-Morales, I. (2006). L’ager Tarraconenses (IIIe-Ier siècles av. J.-C.): un territoire
d'arrièregarde, En Ñaco del Hoyo, T., Arrayás Morales, I. (coord.) War and territory in the
Roman world. Guerra y territorio en el mundo romano, (pp. 103-117). ISBN 1-84171-752-5

Asensio i Vilaró, D., Belarte Franco, C., Sanmartí Grego, J., Santacana Mestre, J. (1998).
Paisatges ibèrics: Tipus d'assentaments i formes d'ocupació del territori a la costa central de
Catalunya durant el període ibèric ple. En Aranegui Gascó, C. (coord.) Actas del Congreso
Internacional "Los Iberos, Príncipes de Occidente", Centro Cultural de la Fundación "la
Caixa", Barcelona, 12, 13 y 14 de marzo de 1998, (pp. 373-386). Barcelona: Fundación La
Caixa.

Balbín Chamorro, P. (2005). Una propuesta metodológica: utilización de fuentes medievales


para el estudio de la Historia Antigua peninsular. En la España Medieval, No 28, pp. 355-
378. ISSN 0214-3038

Balbín Chamorro, P. (2006): Hospitalidad y patronato en la Península Ibérica durante la


Antigüedad. Salamanca: Junta de Castilla y León.

Balbín, P., Torres, K., Moya, P. R. (2007). Lo que el viento no se llevó: Interdisciplinariedad,
metodología y práctica para el estudio de la Hispania céltica. En Sainero, R. (coord.), Pasado
y presente de los estudios celtas, (pp. 75-108). A Coruña: Fundación Ortegalia-Instituto de
Estudios Celtas.

Balil Illana, A., Martín Valls, R. (eds.) (1988). Tessera hospitalis de Montealegre de Campos
(Valladolid). Estudio y contexto arqueológico. Valladolid: Monografías del Museo
Arqueológico de Valladolid.

Barceló, P. (1995). Relaciones entre los Bárquidas y Roma antes del inicio de la segunda
Guerra Púnica. En Molina Martos, M., Cunchillos, J. L., González Blanco, J. (coord.) El
mundo púnico: Historia, sociedad y cultura (Cartagena 17-19 de noviembre de 1990), pp.
17-32. Murcia: Consejería de cultura y educación.

Bederman, D. J. (2001). International Law in Antiquity. Cambridge: Cambridge University


Press.

Beltrán Lloris, F., de Hoz, J., Untermann, J. (1996). El tercer bronce de Botorrita (Contrebia
Belaisca). Zargoza: Diputación General de Aragón

Beltrán Lloris, F. (2001a). La hospitalidad celtibérica: una aproximación desde la epigrafía


latina. Palaeohispánica, No 1, pp. 35-62. ISSN 1578-5386

Beltrán Lloris, M. (2001b). Contrebia Belaiska. En Almagro Gorbea, M., Álvarez Sanchís, J.,
Mariné, M. (eds.) Celtas y Vettones (pp. 248-257). Ávila: Real Academia de la Historia.

Beltrán Lloris, F. (2004). Nos celtis genitos et ex hiberis. Apuntes sobre las identidades
colectivas en Celtiberia. En Cruz Andreotti, G., Mora Serrano, B. (coord.): Identidades
étnicas, identidades políticas en el mundo prerromano hispano, (pp.87-145). Málaga:
Ediciones de la Universidad de Málaga.

40
Beltrán Lloris, (2006). Galos en Hispania. Acta Archaeologica Academiae Scientiarum
Hungaricae, Vol. 57, Nº 1, pp. 183-200. ISSN 0001-5210

Beltrán Lloris, F. (2011). El hospitium celtibérico. En Burillo Mozota, F. (ed.) Ritos y Mitos.
VI Simposio sobre Celtíberos, (pp. 273-289). Daroca: Fundación Segeda – Centro de
Estudios Celtibéricos.

Beltrán Lloris, F., Jordán Cólera, I., Simón Cornago, I. (2009). Revisión y balance del corpvs
de téseras celtibéricas. Palaeohispánica, No 9, pp. 625-668. ISSN 1578-5386

Bermejo Barrera, J. C. (1984). La calvicie de la luna: Diodoro Sículo XXXIII, 7, 5 y la


posible existencia de un nuevo mito turdetano. Gerion, Nº 2, pp. 181-191. ISSN ISSN 0213-
0181

Berrocal-Rangel, L. (1994). Oppida y castros de la Beturia céltica. Complutum, Nº Extra 4


(Ejemplar dedicado a: Castros y oppida en Extremadura / coord. por Ana María Martín
Bravo, Martín Almagro Gorbea), pp. 189-242. ISSN 1131-6993.

Berrocal-Rangel, L. (2008). Episodios de guerra en los poblados indígenas de Hispania


céltica: criterios para la identificación arqueológica de la conquista romana. Saldvie, nº 8, pp
181-191. ISSN 1576-6454

Blanco, J. F., Barrio, J. (2011). Elementos de ritualidad y espacios sacros en el reborde


suroriental del territorio vacceo y zonas limítrofes celtibéricas. En Burillo Mozota, F. (ed.)
Ritos y Mitos. VI Simposio sobre Celtíberos, (pp. 35-43). Daroca: Fundación Segeda – Centro
de Estudios Celtibéricos.

Blázquez Martínez, J. Mª. (1962). La expansión celtíbera en Bética, Carpetania, Levante y


sus causas (siglos III-II a.C.) Celticum 3. Actes du Second Colloque International d'Études
Gauloises, Celtiques et Protoceltiques. Mediolanum Biturigum MCMLXI, Châteaumeillant
(Cher) 28-31 Juillet 1961 (Supplément à Ogam - Tradition Celtique 79-81), (pp. 409-428),
Rennes.

Blázquez Martínez, J. Mª. (1967). Las alianzas en la Península Ibérica y su repercusión en la


progresiva conquista romana. Revue Internationale du Droit d´Antiquité, 14, pp. 209-243.
(Reeditado con puesta al día en Blázquez, J. M., España Romana, Madrid, 1996, pp. 95-117.
ISSN 0556-7939

Blázquez Martínez, J. M., García-Gelabert Pérez, Mª. P. (1988). Mercenarios hispanos en las
fuentes literarias y en la arqueología. Habis, Nº 18-19, pp. 257-270. ISSN 0210-7694

Blázquez Martínez, J. M., García-Gelabert Pérez, Mª. P. (1988b). Los ilergetes en el cuadro
de los restantes pueblos iberos durante la Segunda Guerra Púnica. En Prehistòria i
Arqueologia de la Conca del Segre. Homenatge al prof. Dr. Joan Maluquer de Motes. 7ª
Col.loqui Internacional d'Arqueologia de Puigcerdà, 6-8 de juny de 1986, Puigcerdà, (pp.
201-206).

Blázquez Martínez, J. M., García-Gelabert Pérez, Mª. P. (1991). Los Bárquidas en la


Península Ibérica. Atti del II Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici. Roma, 9-14
novembre 1987, Vol. 1, (pp. 27-50).

41
Broch i Garcia, A. (2004). De I'existencia deIs Iacetans. Pyrenae, Núm. 35, Vol. 2, pp. 7-29.
ISSN 0079-8215

Burillo Mozota, F. (1995). Celtiberia: monedas, ciudades y territorios. En García-Bellido,


Mª.P. y Sobral Centeno, R.M., (eds.) La moneda hispánica. Ciudad y Territorio. I Encuentro
Peninsular de Numismática Antigua. Anejos de Archivo Español de Arqueología, 14, pp.161-
177. ISSN 09561-3663

Burillo Mozota, F. (1995). Espacios cultuales y relaciones étnicas: contribución a su estudio


en el ámbito turolense durante la época ibérica. Quaderns de prehistòria i arqueologia de
Castelló, Nº. 18, pp. 229-238. ISSN 1137-0793

Burillo Mozota, F. (1998): Los celtíberos. Etnias y estados. Barcelona: Crítica [2ª Edición
actualizada, 2007]

Burillo Mozota, F. (2001-2002). Propuesta de una territorialidad étnica para el Bajo Aragón:
Los Ausetanos del Ebro u Ositanos. Kalathos, 20-21, pp.159-187. ISSN 0211-5840

Burillo Mozota, F. (2003). Segeda, arqueología y sinecismo. Archivo Español de


Arqueología, Vol 76, No 187-188, pp. 193-215. ISSN 0066-6742

Burillo Mozota, F. (2006). Oppida y ciudades estado del norte de Hispania con anterioridad
al 153 a. C. En Francisco Burillo Mozota (ed.), Segeda y su contexto histórico: Entre Catón y
Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a Antonio Beltrán Martínez, (pp. 35-70). Zaragoza:
Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

Burillo Mozota, F. (2009). Año 153 a.C., identidad social y residencia de los jinetes
celtibéricos en la batalla de la Vulcanalia. En Sastre Prats, I. (coord.): Arqueología espacial:
Identidades. Homenaje a Mª. Dolores Fernández-Posse. (Arqueología Espacial, 27.
Seminario de Arqueología y Etnología Turolense). Teruel, pp.131-144. ISSN 1136-8195

Caballero, C., (2004). La ciudad y la romanización en la Celtiberia. Zaragoza: Institución


Fernando el Católico.

Cadiou, F., Moret, P. (2009). Rome et la frontière hispanique à l’époque républicaine (IIe-Ier
s. av. J.-c.). En Lafazani, D., Velud C. (eds.), Empires et Etats nationaux en Méditerranée :
la frontière entre risques et protection (Actes du colloque international tenu à l’IFAO – Le
Caire, 6-8 juin 2004). Le Caire : Presses de l’IFAO.

Carcopino, J. (1953): Le traité d’Asdrúbal et la responsabilité de la seconde guerre punique.


Revue d’Etudes Anciennes, LV, pp. 258-293. ISSN 0035-2004.

Carreras Monfort, C. (2006). Transition of the military supply from the late republic to the
Augustan perioda case study of the NW of the Iberian peninsula. En Ñaco del Hoyo, T.,
Arrayás Morales, I. (coord.) War and territory in the Roman world. Guerra y territorio en el
mundo romano, pp. 169-178. ISBN 1-84171-752-5

Chic García, G. (1978). La actuación político-militar cartaginesa en la Península Ibérica entre


los años 237 y 218. Habis, Nº 9, pp. 233-242. ISSN 0210-7694

42
Chic García, G. (1980). Consideraciones sobre las incursiones lusitanas en Andalucía. Gades,
Nº 5, pp. 15-26, ISSN 0210-6116.

Chic García, G. (1987). La campaña de Catón en la Ulterior. El caso de Seguntia. Gades, nº


15, pp. 23-27. ISSN 0210-6116

Ciprés Torres, P (2002). Instituciones militares indoeuropeas en la Península Ibérica. En


Moret, P., Quesada, F. (eds.) La guerra en el mundo ibérico y celtibérico (ss. VI-II a.C.) (pp.
135-152). Madrid: Casa de Velázquez.

Coll i Palomas, N., Garcés i Estallo, I. (1998) Los últimos príncipes de Occidente. Soberanos
ibéricos frente a cartagineses y romanos. En Aranegui Gascó, C. (coord.) Actas del Congreso
Internacional "Los Iberos, Príncipes de Occidente", Centro Cultural de la Fundación "la
Caixa", Barcelona, 12, 13 y 14 de marzo de 1998, (pp. 437-446) Barcelona: Fundación La
Caixa.

Cruz Cruz, J. (1998). Tradición histórica y tradición eterna de Ganivet y Unamuno. Anuario
filosófico, Vol. 31, Nº 60, pp. 245-268. ISSN 0066-5215.

Cruz Andreotti, G. (2002-2003). La construcción de los espacios políticos ibéricos entre los
siglos III y I a.C.: Algunas cuestiones metodológicas e históricas a partir de Polibio y
Estrabón. CuPAUAM 28-29, pp. 35-54. ISSN 0211-1608.

Curchin, L. A. (1999). Semantic alternatives in the Celtiberian Bronze Tablet from Luzaga
(Guadalajara). En Villar, F., Beltrán, F. (eds.) Pueblos, lenguas y escrituras en la Hispania
prerromana, (pp. 397-404). Salamanca: Universidad de Salamanca.

De Bernardo Stempel, P. (2011). La ley del 1er bronce de Botorrita: uso agropecuario de un
encinar sagrado. En Burillo Mozota, F. (ed.) Ritos y Mitos. VI Simposio sobre Celtíberos, (pp.
123-145). Daroca: Fundación Segeda – Centro de Estudios Celtibéricos.

De Hoz, J. (1986). La epigrafía celtibérica. En Epigrafía hispánica de época romano-


republicana, (pp. 41-102). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

Deyber, A., (2009): Les Gaulois en guerre. Stratégies, tactiques et techniques. Paris: Editions
Errance.

Díaz Ariño, B. (2008). Epigrafía latina republicana de Hispania. Barcelona: Col·lecció


Instrumenta 26. Universitat de Barcelona.

Díaz Tejera, A. (1996). El Tratado del Ebro y el origen de la Segunda Guerra Púnica. Sevilla:
Universidad de Sevilla.

Domínguez Monedero, A. J. (1995). Libios, libiofenicios, blastofenicios. Elementos púnicos


y africanos en la Iberia Bárquida y sus pervivencias. Gerion, Nº 13, pp. 223-240. ISSN 0213-
0181

43
Dopico Caínzos, M. D. (1998). La devotio ibérica: una revisión crítica. En Mangas Manjares,
J., Alvar Ezquerra, J. (coord.) Homenaje a José María Blázquez, Vol. 2, pp. 181-194.
Madrid: Ediciones Clásicas.

Eckstein, A. M. (1984). Rome, Sagunt and the Ebro Treaty. Emerita: Revista de lingüística y
filología clásica, 52, pp. 51-67. ISSN 0013-6662.

Edmondson, J. C. (1992-1993). Creating a provincial Landscape. Roman imperialism and


rural change in Lusitania. Studia historica. Historia antigua, Nº 10-11, pp. 13-30, ISSN
0213-2052

Fatás Cabeza, G. (1982). Contrebia Belaisca: (Botorrita, Zaragoza) Tabula Contrebiensis.


Zaragoza: Universidad de Zaragoza.

Fatás Cabeza, G. (1987). Apuntes sobre organización política de los Celtíberos. I Symposium
sobre los Celtíberos, (pp.9-18). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

Fernández Nieto, F. J. (1999). La federación celtibérica de Santerón. En Villar, F., Beltrán, F.


(eds.) Pueblos, lenguas y escrituras en la Hispania prerromana, (pp. 183-202). Salamanca:
Universidad de Salamanca.

Fernández Nieto, F. J. (2005). Religión, derecho y ordalía en el mundo celtibérico: la


federación de San Pedro Manrique y el ritual de las Móndidas. Palaeohispánica, No 5, pp.
585-618. ISSN 1578-5386

Ferrer Albeada, E., Pliego Vázquez, R. (2010). ..Auxilium Consanguineis Karthaginiensis


Misere: un nuevo marco interpretativo de las relaciones entre Cartago y las comunidades
púnicas de Iberia. Mainake, Nº. 32, 1, (Ejemplar dedicado a: Los Púnicos de Iberia:
Proyectos, Revisiones, Síntesis), pp. 525-557. ISSN 0212-078X

Ferrer Maestro, J. J. (1999). El botín de Hispania. 205-169 a. C. En Alonso Ávila, A. (coord.)


Homenaje al Profesor Angel Montenegro, (pp. 243-256). Valladolid: Universidad de
Valladolid.

de Francisco Martín, J. (1989). Conquista y romanización de Lusitania. Salamanca:


Ediciones Universidad de Salamanca.

Garcés, I. (coord.) (1996). Indíbil i Mandoni. Reis i guerrers. Lérida: Ayuntamiento de


Lérida.

García Bellido, Mª P. (2001). Numismática y etnias: viejas y nuevas perspectivas. En Villar,


F., Fernández Álvarez, Mª. P. (eds.), Religión, lengua y cultura prerromanas de Hispania,
(pp. 135-160). Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca

García Bellido, Mª P. (2010). Etnias y armas en Hispania: los escudos. Gladius: estudios
sobre armas antiguas, armamento, arte militar y vida cultural en Oriente y Occidente, Nº. 30
(Ejemplar dedicado a: De armas, de hombres y de dioses. El papel de las armas en la
conquista romana de la Península Ibérica), pp. 155-170. ISSN 0435-029X

44
García de Castro, F. J. (1999). Planteamientos económicos en la conquista romana de
Celtiberia. En Burillo Mozota, F. (Ed.), IV Simposio sobre celtíberos. Economía, (pp. 511-
520). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

García-Gelabert Pérez, Mª. P. (1990). Marco socio político de Celtiberia. Lucentum, IX-X,
pp. 103-110. ISSN 0213-2338

García Fernández-Albalat, B. (1990). Guerra y Religión en la Gallaecia y la Lusitania


Antiguas. La Coruña: Ediciós do Castro.

García-Gelabert Pérez, Mª. P., Blázquez Martínez, J. M., (1994). Los cartaginenses en
Oretania. En Molina Martos, M., Cunchillos, J. L., González Blanco, J. (coord.) El mundo
púnico: Historia, sociedad y cultura (Cartagena 17-19 de noviembre de 1990), (pp. 33-54).
Murcia: Consejería de cultura y educación.

García Morá, F. (1991). Un episodio de la Hispania republicana: la Guerra de Sertorio.


Granada: Universidad de Granada.

García Moreno, L. A. (1986). Sobre el decreto de Paulo Emilio y la Turris Lascutana


(CIL,I,2. 614). En Epigrafía hispánica de época romano-republicana, (pp. 195-218).
Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

García Moreno, L. A. (1989). Hispaniae Tumultus. Rebelión y violencia indígena en la


España romana de época republicana. Polis: Revista de ideas y formas políticas de
antigüedad clásica, Nº1, pp. 81-107. ISSN 1130-072

García Riaza, E. (1997) La función de los rehenes en la diplomacia hispano-republicana.


Memorias de Historia Antigua, Nº 18, pp. 81-108. ISSN 0210-2943

García Riaza, E. (1998a). Derecho de guerra romano en Hispania (218-205 a. C.). Memorias
de Historia Antigua, Nº 19-20, pp. 199-224. ISSN 0210-2943

García Riaza, E. (1998b). La presencia cartaginesa en Iberia (237-206 a .C.) aspectos


diplomático-militares. Mayurqa 24, pp. 17-31. ISSN 0301-8296

García Riaza, E. (2001). Aspectos de la diplomacia indígena en Hispania (ss. III-I a.C.). En
Crespo, E., Barrios Castro, M. J. (coord.) Actas del X Congreso Español de Estudios Clásicos
(Alcalá de Henares, 21-24 Septiembre 1999), vol. III, (pp.89-96). Madrid: Sociedad Española
de Estudios Clásicos.

García Riaza, E., (2002a). Dinero y moneda en la Hispania indígena: la mirada de las fuentes
literarias. En Actas del VI Curs d´Història monetària d´Hispania. Funció i producció de les
seques indígenas (Barcelona, 28-29 Novembre 2002), (pp .9-33). Barcelona: Museo Nacional
d’Art de Catalunya, Gabinet Numismátic de Catalunya.

García Riaza, E., (2002b). Celtíberos y lusitanos frente a Roma: diplomacia y derecho de
guerra. (Anejos de Veleia, Series Minor 18). Vitoria-Gasteiz: Servicio editorial de la
Universidad del País Vasco

45
García Riaza, E., (2005). En torno a la paz de Graco en Celtiberia. En Alvar Ezquerra, A.
(coord.) Actas del XI Congreso de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, Vol. I, (pp.
469-480). Madrid: Sociedad Española de Estudios Clásicos.

García Riaza, E., (2006). La expansión romana en Celtiberia. En Francisco Burillo Mozota
(ed.), Segeda y su contexto histórico: Entre Catón y Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a
Antonio Beltrán Martínez, (pp. 81-94). Zaragoza: Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

García Riaza, E., (2010a). Contactos diplomáticos entre civitates galas durante la
intervención cesariana. En Lamoine, L., Berrendeonner, C., Cébeillac-Gervasoni, M., (eds.)
La Praxis municipale dans L’Occident romain, (pp. 143-156) Clermont Ferrand : Presses
Universitaires Blaise-Pascal.

García Riaza, E., (2010b). Escrituras de guerra. Particularidades de la comunicación textual


durante la expansión romana en Hispania y Galia. En Lamoine, L., Berrendonner, C.,
Cébeillac-Gervasoni, M. (dirs) La praxis municipale dans l'Occident romaine, (pp. 157-173).
Clermont Ferrand : Presses Universitaires Blaise-Pascal.

Gómez de Caso Zuriaga, J. (1994). El olvidado tratado del 239/8, sus fuentes y el número de
tratados púnico-romanos. Polis: Revista de ideas y formas políticas de antigüedad clásica,
Nº6, pp. 93-141. ISSN 1130-072

Gómez Fraile, J. M. (2005). Precisiones sobre el escenario geográfico de las guerras lusitanas
(155-136 a. c.). A propósito de la presencia de Viriato en Carpetania. Habis, Nº 36, pp. 125-
144. ISSN 0210-7694

González Echegaray, J. (1999). Las guerras cántabras en las fuentes. En Almagro Gorbea, M.
et al. (coord.) Las Guerras Cántabras, (pp. 145-170). Santander: Fundación Marcelino Botín.

Gorrochategui, J. M., Arenas J., González, M. C., de Bernardo Stempel, P. (2001). La estela
de Retugenos (K. 12.1) y el imperativo celtibérico. Emerita: Revista de lingüística y filología
clásica, Vol. 69, Nº 2, pp. 307-318. ISSN 0013-6662

Gozalbes Cravioto, E. (2002). Hélice y la muerte de Amílcar Barca. En Sanza Gamo, R.


(coord.) II Congreso de Historia de Albacete: del 22 al 25 de noviembre de 2000, vol. I, (pp.
203-211). Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses "Don Juan Manuel

Gozalbes Cravioto, E. (2007). Viriato y el ataque a la ciudad de Segobriga. Revista


portuguesa de arqueologia, Vol. 10, Nº 1, pp. 239-246, ISSN 0874-2782.

Graells i Fabregat, R. (2008). Mistophoroi ilergetes en el siglo IV a. C.: el ejemplo de las


tumbas de caballo de la necrópolis de la Pedrera (Vallfogona de Balaguer-Térmens,
Catalunya, España). Jahrbuch-RGZM, 55, pp. 81-158. ISSN 0076-2741

Gracia, F., Munilla, G., García, E., Playá, R.; Muriel, S. (1996). Demografía y superficie de
poblamiento en los asentamientos ibéricos del NE. Peninsular. En Querol, A. y Chapa, T.
(eds.) Homenaje al Prof Manuel Fernández-Miranda, Complutum extra 6-II, pp. 177-191.
ISSN 1131-6993

46
Gracia Alonso, F. (1998). Arquitectura y poder en las estructuras de poblamiento ibéricas:
Esfuerzo de trabajao y corveas. En Aranegui Gascó, C. (coord.) Actas del Congreso
Internacional "Los Iberos, Príncipes de Occidente", Centro Cultural de la Fundación "la
Caixa", Barcelona, 12, 13 y 14 de marzo de 1998, (pp. 99-114). Barcelona: Fundación La
Caixa.

Gracia Alonso, F. (2003). La guerra en la Protohistoria. Héroes, nobles, mercenarios y


campesinos. Barcelona: Ariel Prehistoria

Gracia Alonso, F. (2006). ¡Ay de los vencidos! Las consecuencias de la guerra protohistórica
en la Península Ibérica. Cypsela: revista de prehistòria i protohistòria, nº 16, pp. 65-86.
ISSN 0213-3431

Greenland, F. (2006). Devotio Iberica and the manipulation of ancient history to suit Spain's
mythic nationalist past. Greece & Rome (Second Series),Vol. 53, No. 2, pp. 235-251. ISSN
0017-3835

Guerra, Amílcar (2010). A propósito dos conceitos de “lusitano” e “Lusitânia”.


Palaeohispánica 10, pp. 81-98. ISSN 1578-5386

Hernández Prieto, E. (2010). La “economía de guerra” romana durante la Segunda Guerra


Púnica en Hispania. El Futuro del Pasado: revista electrónica de historia, Nº. 1, pp. 411-423.
ISSN 1989-9289

Herr, R. (2004). España contemporánea. Madrid: Marcial Pons.

Hine, H. M. (1979): Hannibal’s Battle on the Tagus. Polybius III, 13; Livy XXI, 5. Latomus,
38 (4), pp. 899-901. ISSN 0023-8856

Hoyos, D. (2011). Carthage in Africa and Spain. En Hoyos, D. (ed.) A Companion to the
Punic Wars. Chichester: Blackwell Publishing.

Jones, C. P. (1999). Kinship diplomacy in the ancient world. Harvard: Harvard University
Press

Jordán Cólera, C. (2003). Acerca del ablativo que aparece en las téseras de hospitalidad
celtibéricas. Palaeohispánica, No 3, pp. 113-127. ISSN 1578-5386

Kramer, F. R. (1948). Massilian Diplomacy before the Second Punic War. The American
Journal of Philology Vol. 69, No. 1, pp. 1-26. ISSN 00029475

Koch, M. (2009): Astolpas - ¿colaboracionista? Adaptación y resistencia durante la conquista


romana de Hispania. Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, Nº 45
(Ejemplar dedicado a: Homenaje al Dr. Michael Blech), pp. 129-139. ISSN 0210-4741

Larsen, J. A. O. (1968). Greek Federal States. Their institutions and history. Oxford:
Clarendon Press.

López Castro, J. L. (2000). Las ciudades fenicias occidentales durante la segunda guerra
romano-cartaginesa. En Costa, B. y Fernández, J.H. (eds.): La Segunda Guerra Púnica en

47
Iberia. XIII Jornadas de Arqueología fenicio-púnica (Evisssa, 1998), (pp. 51-61). Ibiza:
Treballs del Museo Arqueològic d’Eivissa i Formentera.

López Domech, R. (1987). Sobre reyes, reyezuelos y caudillos militares en la protohistoria


hispana. Studia historica. Historia antigua, Nº 4-5 (Ejemplar dedicado a: Homenaje al
Profesor Marcelo Vigil I), pp. 19-22. ISSN 0213-2052

López i Melcion, J. B. (1986). Referències a la Lacetània en els textos clàssics. Miscel·lània


cerverina, Núm.: 4, pp. 11-22. ISSN 0213-2451

López Melero, R. (1988). Viriatus Hispaniae Romulus. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II,
Hª. Antigua, t. 1, pp. 247-262. ISSN 1131-7698

Lorrio, A. J. (2009). Las Guerras Celtibéricas. En Almagro-Gorbea, M. (coord.) Historia


militar de España. Prehistoria y Antigüedad, pp. 205-223. Madrid: Laberinto.

Mangas Manjarrés, J., (1970). El papel de la diplomacia romana en la conquista de la


Península Ibérica (226-19 a.C.). Hispania, 116, pp.485-513. ISSN 0018-2141

Mangas Manjarrés, J., (1977). Servidumbre comunitaria en la Bética prerromana. Memorias


de historia antigua, Nº 1, pp. 151-161. ISSN 0210-2943

Martínez Gázquez, J. (1974a). La sucesión de los magistrados romanos en Hispania en el año


196 a. de C. Pyrenae, Vol. 10, pp. 173-179. ISSN 0079-8215

Martínez Gázquez, J. (1974b). La campaña de Catón en Hispania. Esplugues de Llobregat:


Ariel

Martínez López, C. (1986). Las mujeres de la Península Ibérica durante la conquista


cartaginesa y romana. En Garrido González, E. (ed.): La mujer en el mundo antiguo. Actas de
las V Jornadas de investigación interdisciplinar, (pp.387-395). Madrid: Ediciones UAM. (2ª
edic. 1995).

Martínez Ruíz, E. (1995). La guerrilla y la Guerra de la Independencia. Militaria: revista de


cultura militar, Nº. 7, pp. 69-81, ISSN 0214-8765

Mata Parreño, C. (2000). La Segunda Guerra Púnica y su incidencia en los pueblos indígenas
de la costa mediterránea peninsular. En Costa, B. y Fernández, J.H. (eds.): La Segunda
Guerra Púnica en Iberia. XIII Jornadas de Arqueología fenicio-púnica (Evisssa, 1998), (pp.
27-49). Ibiza: Treballs del Museo Arqueològic d’Eivissa i Formentera.

Moret, P. (1997). Les Ilergètes et leurs voisins dans la troisième décade de Tite-Live.
Pallas, Vol. 46, pp. 147-165. ISSN 0031-0387

Moret, P. (2002-2003). Los monarcas ibéricos en Polibio y Tito Livio. CuPAUAM, 28-29, pp.
23-33. ISSN 0211-1608.

Moret, P. (2004). La formation d'une toponymie et d'une ethnonymie grecques de 1'Ibérie:


étapes et acteurs. En Cruz Andreotti, G., Le Roux P., Moret, P. (eds.) La invención de una

48
geografía de la Península Ibérica I. La época republicana, pp. 39-76. Madrid: Casa de
Velázquez.

Moya Maleno, P.R. (2007). Ritos de paso y fratrías en la Hispania Céltica a través de la
Etnología y de la Arqueología. En. Sainero, R (coord.) Pasado y Presente de los Estudios
Celtas. pp. 169-242. A Coruña: Fundación Ortegalia-Instituto de Estudios Celtas.

Moya Maleno, P. R. (2008). Etnografía y Etnohistoria aplicadas a la Hispania Céltica. En


OrJIA (coords.) Actas de las I Jornadas de Jóvenes en Investigación Arqueológica:
dialogando con la cultura material, Vol. I, pp. 215-222. Madrid: Eds. Cersa. pp. 215-222.

Muñiz Coello, J. (1975). Aspectos sociales y económicos de Malaca romana. Habis, Nº 6, pp.
241-252. ISSN 0210-7694

Muñiz Coello, J. (1994). Instituciones políticas celtas e ibéricas: Un análisis de las fuentes
literarias. Habis, Nº 25, pp. 91-106. ISSN 0210-7694

Muñiz Coello, J. (2000). Los miembros de la asamblea celta. Notas para su estudio. Iberia, 3.
pp. 225-242. ISSN 1575-0221

Muñoz, F. A. (1991): Del odio a la paz de los indígenas: guerra y resistencia en la Hispania
meridional. En González Román, C. (ed.) La Bética en su problemática histórica, pp. 199-220

Noguera Guillén, J. (2008). Los inicios de la conquista romana de Iberia: los campamentos de
campaña del curso inferior del río Ebro. Archivo Español de Arqueología, 81, pp. 31-48.
ISSN 0066 6742.

Nolla, J. M. (2008). La campanya de M. P. Cató a Empúries el 195 aC. Algunes


consideracions. Revista de Girona, 108 , pp. 150-157. ISSN 0211-2663

Novillo López, M. A. (2009). Amicitia y relaciones clientelares durante el Bellum


Hispaniense. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 22, 2, pp. 127-139.
ISSN 1131-7698.

Ñaco del Hoyo, T., (1999). La presión fiscal romana durante las primeras décadas de la
conquista de Hispania (218-171 a.C.). Un modelo a debate. En Studia historica. Historia
antigua, Nº 17 (Ejemplar dedicado a: Estudios de Economía Antigua en la Península Ibérica.
Nuevas aportaciones), pp. 321-370. ISSN 0213-2052

Ñaco del Hoyo, T., (2003). Vectigal Incertum. Economía de guerra y fiscalidad republicana
en el Occidente mediterráneo: su impacto en el territorio (218-133 a.C.) Ofxord: British
Archaeological Reports.

Ñaco del Hoyo, T., (2006a). Una historia de la primera fase de la intervención romana en
Hispania (218-133 a.C.). En Ñaco del Hoyo, T., Arrayás Morales, I. (coord.) War and
territory in the Roman world. Guerra y territorio en el mundo romano, pp. 81-102. ISBN 1-
84171-752-5

49
Ñaco del Hoyo, T., (2006b). Rearguard Strategies of Roman Republican Warfare in the “Far
West”. En Ñaco del Hoyo, T., Arrayás Morales, I. (coord.) War and territory in the Roman
world. Guerra y territorio en el mundo romano, pp. 149-167. ISBN 1-84171-752-5

Ñaco del Hoyo, T., (2006c). Bellum se ipsum alet: la guerra como dinámica fiscal
autosostenible en la República. En Francisco Burillo Mozota (ed.), Segeda y su contexto
histórico: Entre Catón y Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a Antonio Beltrán Martínez,
(pp. 95-104). Zaragoza: Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

Olesti-Vila, O. (2006). El control de los territorios del nordeste peninsular (218-100 a.C.): un
modelo a debate. En Ñaco del Hoyo, T., Arrayás Morales, I. (coord.) War and territory in the
Roman world. Guerra y territorio en el mundo romano, pp. 119-148. ISBN 1-84171-752-5

Ortega Ortega, J. (2006). Socios et consanguineos: dos reflexiones sobre la ciudad, el


parentesco y la etnia en Celtiberia. En Francisco Burillo Mozota (ed.), Segeda y su contexto
histórico: Entre Catón y Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a Antonio Beltrán Martínez,
(pp. 169-175). Zaragoza: Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

Palma, E., Andrés Santos, F. J. (1998). La presencia de Roma en la Península Ibérica antes
del año 218 a .c.: motivaciones comerciales y políticas. Revista de Derecho, Vol. IX, pp. 161-
170. ISSN 0718-0950

Pascual González, J. (2007). La sympoliteia griega en las épocas clásica y helenística.


Gerion, 25, pp.167-186. ISSN 0213-0181

Pastor Eixarch, J. M. (2004). Estandartes de guerra de los pueblos prerromanos de la


Península Ibérica. En Redondo Veintemillas, G., Montaner Frutos, A., García López, M. C.
(coord.) Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General, Vol. 3 (2004), pp.
1435-1487

Peralta Labrador, E. (2000). Los cántabros antes de Roma. Madrid: Real Academia de la
Historia

Pérez Almoguera, A. (1999). Livio, 21, 61, 6-7: “Atanagrum urbem, quae caput eius populi
erat”: el problema de Atanagrum y la capitalidad ilergete. Hispania antiqua, Nº 23, pp. 25-
46. ISSN 1130-0515

Pérez Vilatela, L. (1989a). Notas sobre la jefatura de Viriato en relación con la Ulterior.
Archivo de Prehistoria Levantina. Homenaje a D. Fletcher Valls, 19, pp.191-204. ISSN
0210-3230

Pérez Vilatela, L. (1989b). Procedencia geográfica de los lusitanos de las guerras del s. II a.C.
en los autores clásicos (154-139 a. C.). En Actas VII Congreso Español de Estudios Clásicos,
III, (pp.257-262). Madrid: Sociedad Española de Estudios Clásicos.

Pérez Vilatela, L., (2000). La Lusitania. Etnología e Historia. (Bibliotheca Archaeologica


Hispana, 5. Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia). Madrid: Real
Academia de la Historia.

50
Pérez Vilatela, L. (2000). Olónico y Olíndico. Cuestiones de prosopografía, cronología,
política y teurgia celtibéricas. Hispania antiqua, Nº 24, pp. 7-44. ISSN 1130-0515.

Pérez Vilatela, L. (2001). Elementos chamánicos y uránicos en el episodio del celtibero


Olíndico. Ilu, Revista de Ciencias de las Religiones, Nº 6, p. 133-167. ISSN 1135-4712.

Pérez Vilatela, L., (2001b). El Bronce de Bembibre y los colaboracionistas en la conquista


del Norte de Hispania. En Hernández Guerra, L., Sagrado San Eustaquio, L., Solana Sainz,
J.Mª. (eds.), Actas del I Congreso Internacional de Historia Antigua. La Península Ibérica
hace 2000 años (Valladolid, 23-25 de noviembre de 2000), (pp.417-423). Valladolid:
Universidad de Valladolid. Centro Buendía.

Pina Polo, F. (2003). ¿Por qué fue reclutada la turma Salluitana en Salduie? Gerion, 21,
pp.197-204. ISSN 0213-0181

Pina Polo, F. (2006). Imperialismo y estrategia militar en la conquista de Hispania Citerior


(218-153 a.C.). En Francisco Burillo Mozota (ed.), Segeda y su contexto histórico: Entre
Catón y Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a Antonio Beltrán Martínez, (pp. 71-80).
Zaragoza: Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

Pina Polo, F. (2011). Sertorio, el patriota republicano. Desperta Ferro, No 5, pp. 26-31. ISSN
2171-9276

Pitillas Salañer, E. (1996). Una aproximación a las reacciones indígenas frente al


expansionismo romano en Hispania (205- al 133 a.n.e.). Memorias de historia Antigua, Nº
17, pp. 133-156. ISSN 0210-2943

Plácido Suarez, D. (2004). La configuración étnica del occidente peninsular en la perspectiva


de los escritores grecorromanos. Studia historica. Historia antigua, Nº 22 (Ejemplar dedicado
a: Identidades y culturas en el Imperio Romano), pp. 15-42 ISSN: 0213-2052

Prieto Arciniega, A. (1978). La devotio ibérica como forma de dependencia en la Hispania


prerromana. Memorias de historia antigua, Nº 2, pp. 131-135. ISSN 0210-2943

Prósper, B. M. (1997). Aproximación a los nombres de agente celtibéricos en *-et-"tokoitos",


"tokoitei", "ires" y "aleites" en el bronce de Botorrita y un nuevo esquema toponímico
celtibérico. En Hinojo Andrés, G. Fernández Corte, J. C. (eds.) Munus Quaesitum Meritis:
Homenaje a Carmen Codoñer, (pp. 731-739). Salamanca: Universidad de Salamanca.

Prósper, B. M. (2008). El Bronce celtibérico de Botorrita I. Pisa. Fabrizio Serra Editore.

Quesada Sanz, F. (1998). Aristócratas a caballo y la existencia de una verdadera caballería en


la cultura ibérica. En Aranegui Gascó, C. (coord.) Actas del Congreso Internacional "Los
Iberos, Príncipes de Occidente", Centro Cultural de la Fundación "la Caixa", Barcelona, 12,
13 y 14 de marzo de 1998, (pp. 169-183). Barcelona: Fundación La Caixa.

Quesada Sanz, F. (2001). La guerra en las comunidades ibéricas (c. 237-c. 195 a.C.): un
modelo interpretativo. En Morillo Cerdán et alii. (eds.) Defensa y territorio en Hispania de
los Escipiones a Augusto: espacios urbanos y rurales, municipales y provinciales, (pp. 101-
158). Madrid: Casa de Velázquez

51
Quesada Sanz, F. (2006). Not so different: individual fighting techniques and small unit
tactics of Roman and Iberian armies within the framework of warfare in the Hellenistic Age.
En François, P., P. Moret, S. Péré-Noguès (eds.), L’Hellénisation en Méditerranée
Occidentale au temps des guerres puniques. Actes du Colloque International de Toulouse, 31
mars-2 avril 2005, (pp. 245-263). Toulouse : Presses universitaires du Mirail

Quesada Sanz, F. (2006). Los celtíberos y la guerra: tácticas, cuerpos, efectivos y bajas. Un
análisis a partir de la campaña del 153. En Francisco Burillo Mozota (ed.), Segeda y su
contexto histórico: Entre Catón y Nobilior (195 al 153 a.C.): homenaje a Antonio Beltrán
Martínez, (pp. 149-178). Zaragoza: Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda

Quesada Sanz, F. (2007). Estandartes militares en el mundo antiguo. Aquila legionis:


cuadernos de estudios sobre el Ejército Romano, nº8, pp. 11-116. ISSN 1578-1518.

Quesada Sanz, F. (2009). La conquista romana del territorio ibérico. En Almagro-Gorbea, M.


(coord.) Historia militar de España. Prehistoria y Antigüedad, pp. 194-204. Madrid:
Laberinto.

Quesada Sanz, F. (2009b). Los mercenarios hispanos. En Almagro-Gorbea, M. (coord.)


Historia militar de España. Prehistoria y Antigüedad, pp. 165-173. Madrid: Laberinto.

Quesada Sanz, F. (2011). Guerrilleros in Hispania? The myth of Iberian guerrillas against
Rome. Ancient Warfare V.2, pp. 46-52. ISSN 1874-7019

Quesada Sanz, F. (2011b). Sertorio y los hispanos. Desperta Ferro, No 5, pp. 32-35. ISSN
2171-9276

Ramírez Sánchez, M. (2005). Clientela, hospitium y deuotio. En Jimeno Martínez, A. (ed.),


Celtíberos: tras la estela de Numancia, (pp. 279-284). Soria: Diputación Provincial de Soria

Ramos Loscertales, J. M. (1924). La devotio ibérica. Anuario de la historia del Derecho


español, pp. 7-26. ISSN 0304-4319

Rico, C., (1996). Sur les traces d'Hannibal dans les Pyrénées: une nouvelle approche. Ítaca.
Quaderns Catalans de Cultura Clàssica, Núm. 9, 10, 1 : 1995, pp. 111-119. ISSN 0213-6643

Rodríguez Adrados, F., (1950). Las rivalidades de las tribus del noreste español y la
conquista romana. En de Balbín, R. (ed.) Estudios dedicados a Menéndez Pidal, I, (pp. 563-
587). Madrid: CSIC/Patronato Menéndez Pelayo

Rodríguez Martín, G. (2009). Las Guerras Lusitanas. En Almagro-Gorbea, M. (coord.)


Historia militar de España. Prehistoria y Antigüedad, pp. 224-234. Madrid: Laberinto.

Roldán Hervás, J. M., (1986). El bronce de Ascoli en su contexto histórico. En Fatás Cabeza,
G., (ed.), Epigrafía hispánica de época romano-republicana, (pp.115-135). Zargoza:
Institución Fernando el Católico.

Roldán Hervás, J. M., Wulff Alonso, F. (2001). Citerior y Vlterior. Las provincias romanas
de Hispania en época republicana. Madrid: Akal.

52
Rubio, X. (2008). The battle of Emporion: Cato's Triumph. Ancient Warfare, I.4. ISSN 1874-
7019

Ruiz Rodríguez, A. C. (1998). Los príncipes iberos: procesos económicos y sociales. En


Actas del Congreso Internacional "Los Iberos, Príncipes de Occidente", Centro Cultural de
la Fundación "la Caixa", Barcelona, 12, 13 y 14 de marzo de 1998, (pp. 285-300).
Barcelona: Fundación La Caixa.

Sacristán de Lama, J. D. (1989). Vacíos vacceos. Arqueología espacial, Nº 13 (Ejemplar


dedicado a: Fronteras), pp. 77-88. ISSN 1136-8195

Salinas de Frías, M., (1983) La función del hospitium y la clientela en la conquista y


romanización de Celtiberia. Studia historica. Historia antigua, Nº 1, pp. 21-42. ISSN 0213-
2052

Salinas de Frías, M., (1986). Conquista y romanización de Celtiberia (2ª edic. 1996).
Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.

Salinas de Frías, M., (1989). Quintus Fulvius Q. F. Flaccus. Studia historica. Historia
antigua, Nº 7 (Ejemplar dedicado a: Problemas de la Hispania Republicana) pp. 67-84. ISSN
0213-2052.

Salinas de Frías, M., (2008). La jefatura de Viriato y las sociedades del occidente de la
Península Ibérica. Palaeohispanica 8, pp. 89-120. ISSN 1578-5386.

Sánchez González (2000). La Segunda Guerra Púnica en Valencia. Problemas de un casus


belli. Valencia: Institució Alfons el Magnánim.

Sánchez Moreno, E. (1998). La agricultura vaccea: ¿un topos literario? Ensayo de valoración.
Memorias de historia antigua, Nº 19-20, pp. 81-110. ISSN 0210-2943.

Sánchez Moreno, E., (1996). Organización y desarrollo socio-políticos en la Meseta


Occidental prerromana: los vettones. Polis: Revista de ideas y formas políticas de antigüedad
clásica, Nº 8, pp. 247-273. ISSN 1130-0728

Sánchez Moreno, E., (1997). La mujer en las formas de relación entre núcleos y territorios de
la Iberia protohistórica. I. Testimonios literarios. Polis: Revista de ideas y formas políticas de
antigüedad clásica, Nº 8, pp. 247-273. ISSN 1130-0728

Sánchez Moreno, E., (1998). De ganados, movimientos y contactos Revisando la cuestión


trashumante en la protohistoria hispana: La meseta occidental. Studia Historica. Historia
Antigua, Vol 16, pp. 53-84. ISSN 0213-2052

Sánchez Moreno, E., (2000). Releyendo la campaña de Aníbal en el Duero (220 a. C): la
apertura de la Meseta Occidental a los intereses de las potencias mediterráneas. Gerion, Nº
18, pp. 109-134. ISSN 0213-0181

Sánchez Moreno, E. (2001a). Cross-cultural links in ancient Iberia: socio-economic anatomy


of hospitality”. The Oxford Journal of Archaeology, 20 (4), pp.391-414. ISSN 1468-0092

53
Sánchez Moreno, E. (2001b). Algunas notas sobre la guerra como estrategia de interacción
social en la Hispania prerromana. Viriato, jefe redistributivo (I). Habis, Nº 32, pp. 149-169.
ISSN 0210-7694

Sánchez Moreno, E. (2001c). El territorio toledano, un hito en la articulación interna de la


meseta prerromana. En Actas del II Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo. La
Mancha occidental y La Mesa de Ocaña (Ocaña, Toledo; 13-15 Diciembre 2000), II (pp.
125-145). Toledo: Diputación Provincial de Toledo.

Sánchez Moreno, E., (2002a). Preliminares sobre un aspecto desatendido: el comercio


vacceo. En Alonso Avila, A., Crespo Ortiz de Zárate, S. (Coord.) Scripta antiqua: in
honorem Angel Montenegro Duque et José María Blázquez Martínez, (pp. 195-209).

Sánchez Moreno, E. (2001b). Algunas notas sobre la guerra como estrategia de interacción
social en la Hispania prerromana. Viriato, jefe redistributivo (II). Habis, Nº 33, pp. 141-174.
ISSN 0210-7694

Sánchez Moreno, E. (2005). Caballo y sociedad en la Hispania céltica: del poder aristocrático
a la comunidad política. Gladius: estudios sobre armas antiguas, armamento, arte militar y
vida cultural en Oriente y Occidente, Nº. 25 (Ejemplar dedicado a: El caballo en el mundo
prerromano), pp. 151-186. ISSN 0435-029X

Sánchez Moreno, E., (2006). Ex pastore latro, ex latrone dux…Medioambiente, guerra y


poder en el occidente de Iberia. En Ñaco del Hoyo, T. y Arrayás Morales, I. (eds) War and
territory in the Roman World (Guerra y territorio en el mundo romano), pp.55-79. Oxford:
British Archaeological Reports, BAR International Series.

Sánchez Moreno, E., (2007). Los confines de la Vettonia meridional: identidades y fronteras.
En Carrasco Serrano, G. (Coord.) Los pueblos prerromanos en Castilla-La Mancha, (pp.
107-164). Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha

Sánchez Moreno, E., (2008). De Aníbal a César: la expedición cartaginesa de Salamanca y


los vetones. Zona arqueológica, Nº. 12, (Ejemplar dedicado a: Arqueología Vettona: La
meseta occidental en la edad del hierro), pp. 380-393. ISSN 1579-7384

Sánchez Moreno, E., (2010a). El final de la Céltica hispana: las guerras celtibéricas. Desperta
Ferro, No 2, pp. 44-51. ISSN 2171-9276

Sánchez Moreno, E., (2010b). Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual. En
Romero Carnicero, F. y Sanz Mínguez, C. (eds.) De la Región Vaccea a la Arqueología
vaccea. (Vaccea Monografías, 4. Centro de Estudios Vacceos “Federico Watteneberg”),
(pp.65-103). Valladolid: Universidad de Valladolid.

Sánchez Moreno, E. (2010). Viriatus, dux of the Lusitani [var. Viriathus]. En Coskun, A.
(ed.) Amici Populi Romani. Prosopographie der auswärtigen Freunde Roms /
Prosopography of the Foreign Friends of Rome, APR 03 (22/04/2010), (pp.259-261).
Waterloo: Waterloo Institute for Hellenistic Studies, WIHS-Department of Classical Studies,
University of Waterloo. On-line: http://apr.uwaterloo.ca/APR_03_100422.pdf

54
Sánchez Moreno, E. (2011). De la resistencia a la negociación: acerca de las actitudes y
capacidades de las comunidades hispanas frente al imperialismo romano. En García Riaza, E.
(ed.), De fronteras a provincias. Interacción e integración en Occidente (ss. III-I a.C.), (pp.
97-104). Palma de Mallorca: Edicions UIB

Sánchez Moreno, E., Gómez-Pantoja, J. L. (2008). Historia de España. Protohistoria y


Antigüedad de la Península Ibérica vol. II. La Iberia prerromana y la romanidad. Madrid:
Sílex.

Sancho Royo, A. (1976). En torno al tratado del Ebro entre Roma y Asdrúbal. Habis, Nº 7,
pp. 75-110. ISSN 0210-7694

Sanmartí, E., Padro, J. (1992). Áreas geográficas de las etnias prerromanas en Cataluña.
Complutum, Nº 2-3 (Ejemplar dedicado a: Paleoetnología de la Península Ibérica: actas de la
Reunión celebrada en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense,
Madrid, 13-15 diciembre de 1989), pp. 185-194. ISSN 1131-6993.

Sanmartí, E., Belarte, C. (2001). Urbanización y desarrollo de estructuras estatales en la costa


de Cataluña (siglos VII-III a. C.). En Berrocal, L., Garces, P. (Eds.) Entre Celtas e Iberos.
Las poblaciones protohistóricas de las Galias e Hispania, (pp. 161-174). Madrid: Real
Academia de la Historia/Casa de Velázquez.

San Miguel Maté, L. C. (1989). Aproximación a la territorialidad y la frontera en el occidente


vacceo. Arqueología espacial, Nº 13 (Ejemplar dedicado a: Fronteras), pp. 89-110. ISSN
1136-8195

Santos, M. J. (2009). Lusitanos y Vettones en la Beira Interior portuguesa: La cuestión étnica


en la encrucijada de la arqueología y los textos clásicos. En Sanabria Marcos, P. J. (coord.)
Lusitanos y vettones: los pueblos prerromanos en la actual demarcación Beira Baixa, Alto
Alentejo, Cáceres, (pp. 181-196). Cáceres: Junta de Extremadura.

Santos Yanguas, N. V. (1977). El tratado del Ebro y el origen de la Segunda Guerra Púnica.
Hispania: Revista española de historia, Vol. 37, Nº 136, pp. 269-298, ISSN 0018-2141

Santos Yanguas, N. (1980). Los celtíberos en los ejércitos romanos de época republicana.
Celtiberia, 60, pp. 181-201. ISSN 0528-3647

Santos Yanguas, N. (1981). Los celtíberos en los ejércitos cartagineses. Celtiberia, 60, pp.
51-72. ISSN 0528-3647

Santos Yanguas, N., Montero Honorato, M. P. (1982). Los celtíberos, mercenarios de otras
poblaciones ibéricas, Celtiberia, 63, pp. 5-16. ISSN 0528-3647

Silgo Gauche, L. (2010). La organización política de los íberos en la Segunda Guerra Púnica
según Tito Livio y Polibio (237-195 a. C.). Arse, 44, pp. 67-83. ISSN 0213-8026

Simón Cornago, I., (2008). Cartografía de la epigrafía paleohispánica I. Las téseras de


hospitalidad”. Palaeohispanica, Nº 8, pp. 127-142. ISSN 1578-5386

55
Solana Sainz, J. M. (1994a). Ensayo demográfico correspondiente a los años 153-133 a.C.
(guerra celtibérica). Hispania Antiqua, 18, pp. 91-104. ISSN 1130-0515

Solana Sainz, J. M. (1994b): “Ensayo demográfico correspondiente a los años 153-133 a.C.
(guerra lusitánica)”, en Hispania Antiqua, 18, pp.105-118. ISSN 1130-0515

Tirador García, V. (2011). Caballo y poder las élites ecuestres en la Hispania indoeuropea. El
Futuro del Pasado: revista electrónica de historia, Nº. 2 (Ejemplar dedicado a: Razón,
Utopía y Sociedad), pp. 79-95. ISSN 1989-9289

Torregaray Pagola, E. (2005). Embajadas y embajadores entre Hispania y Roma en la obra de


Tito Livio. En Torregaray Pagola, E., Santos Yanguas, J. (eds.) Diplomacia y
autorrepresentación en la Roma antigua (pp. 25-61). Vitoria: Instituto de Ciencias de la
Antigüedad.

Tsirkin, J. B. (1991). El tratado de Asdrúbal con Roma. Polis: Revista de ideas y formas
políticas de antigüedad clásica, Nº 3, pp. 147-152. ISSN 1130-0728

Vallejo Girvés, M. (1994).El recurso de Roma al bandidaje hispano. Espacio, Tiempo y


Forma, Serie II, Hª. Antigua, t. 7, pp. 165-173. ISSN 1131-7698

Villar, F., Díaz, Mª. A., Medrano, M. Mª., Jordán, C. (2001). El IV Bronce de Botorrita
(Contrebia Belaisca): Arqueología y Lingüistica. Salamanca: Ediciones Universidad de
Salamanca.

Wattenberg, F. (1959) La Región Vaccea. Celtiberismo y romanización en la cuenca media


del Duero. Madrid: Bibliotheca Praehistorica Hispana.

Zecchini, G. (1994). Aspetti del federalismo celtico. En Aigner Foresti; L. et alii (eds),
Federazioni e federalismo nell’ Europa antica, (pp. 407-423). Milano: Vita e pensiero.

56
8.- Anexos.

8.1.- Tabla cronológica: alianzas y coaliciones en la Hispania prerromana, 237 a. C.-22


a. C.

AÑO ALIANZA/
LÍDERES OPONENTE EFECTIVOS CARÁCTER FUENTE MAPA
(a. C.) COALICIÓN
¿237- Tartesios Istolacio/ Amílcar Sin Diodoro, Map.
50.000
229 ? “Celtas” Indortes Barca definir/¿Mercenariado? XXV, 10 1
Diodoro,
Helike
XXV, 12
229- Orisios/Oretanos Amílcar Map.
Orisón Epimachia Nepote,
228 (12 oppida) Barca 2
Amílcar,
¿Vettones?
IV
Vacceos de Polibio,
Helmantica III, 14 Map.
220 Aníbal Barca 100.000 ¿Epimachia?
Carpetanos Livio, 3
Olcades XXI, 5
Livio,
Ilergetes
Indíbil Cneo Lacetanos > XXI, 61 Map.
217 Ausetanos ¿Symmachia?
Amusicus Escipión 12.000 Polibio 4
Lacetanos
III, 76
Tartesios Asdrúbal Livio, Map.
216 Chalbus Sin definir
¿Poléis púnicas? Barca XXIII, 26 5
Cneo y
Suesetanos Livio, Map.
211 Indíbil Publio 7.500 Sin definir
¿Ilergetes? XXV, 34 6
Escipión
Sedetanos
Ilergetes Suesetanos 20.000 Livio,
207- Indíbil Map.
Lacetanos Publio infantes Symmachia XXVIII,
206 Mandonio 7
Celtíberos Cornelio 2.500 jinetes 24-33
Escipión
Ilergetes Indíbil Cornelio
30.000
Ausetanos Mandonio Léntulo Livio, Map.
205 infantes Symmachia
Pueblos ¿Concilium Manlio XXIX, 1-3 8
4.000 jinetes
desconocidos jefes? Acidino
¿Sedetanos y Cornelio Livio,
200 > 15.000 Sin definir
otros pueblos? Cetego XXXI, 49
Turdetanos:
Culchas: 17
oppida Livio,
Culchas Map.
197 Luxino: Carmo, Marco Helvio ¿Symmachia? XXXIII,
Luxino 9
Bardo 21
Malaca, Sexi
Beturia
Livio,
¿Turdetanos y Budar/ Quinto Map.
196 >12.000 ¿Mercenariado? XXXIII,
celtíberos? Besadines Minucio 9
43
AÑO ALIANZA/
LÍDERES OPONENTE EFECTIVOS CARÁCTER FUENTE MAPA
(a. C.) COALICIÓN
Indiketes
Bergistanos
Sedetanos
Marco Porcio
Ausetanos Livio, XXIV, 11-20 Map.
195 Catón 40.000 Symmachia
Suesetanos Apiano, Iber., 40 10
Ilergetes
Lacetanos
¿Cestanos?
¿Layetanos?
Turdetanos Apio Claudio
195 >10.000 Mercenariado Livio, XXXIV, 17 Map. 9
Celtíberos Publio Manlio

Aurelio Víctor, De
Vettones Map.
193 Fulvio Nobilior Epimachia viribus illustribus,
Oretanos 11
52

Celtíberos
Map.
193 Vacceos Hilerno Fulvio Nobilior Epimachia Livio, XXV, 7
12
Vettones

190 Lusitanos Emilio Paulo Sin definir Livio, XXXVII, 46

Lusitanos Map.
189 Emilio Paulo >20.300 Sin definir Livio, XXXVII, 57
Asta 13
Lusitanos Map.
187 Gayo Atinio >6.000 Sin definir Livio, XXXIX, 41
Asta 13

186 Celtíberos Manlio Acidino >14.000 Sin definir Livio, XXXIX, 21

Map.
182 Celtíberos Fulvio Flaco Epimachia Livio, XL, 16
14
35000 Map.
181 Celtíberos Fulvio Flaco Epimachia Livio, XL, 30
>17.000 14
Map.
180 Celtíberos Fulvio Flaco >20.700 Epimachia Livio, XL, 39-40
14
Sempronio Map.
179 Celtíberos 20.000 Epimachia Apiano, Iber., 43
Graco 14
Sempronio Map.
179 Celtíberos >22.000 Epimachia Livio, XL, 50
Graco 14
Manilio
155- Lusitanos Map.
Púnico Calpurnio Symmachia Apiano, Iber., 56
154 Vettones 15
Pisón
Caro/
¿Megaravi
Arévacos 20.000
154- co? Apiano, Iber., 44- Map.
Belos Fulvio Nobilior infantes Epimachia
152 Ambón/ 45 16
Titos 5.000 jinetes
Leucón
Litennon
Lusitanos Map.
153 Césaro Lucio Mummio Symmachia Apiano, Iber., 56
¿Vettones? 15

58
AÑO ALIANZA/
LÍDERES OPONENTE EFECTIVOS CARÁCTER FUENTE MAPA
(a. C.) COALICIÓN
Lusitanos
(del norte y Map.
153 Cauceno Lucio Mummio > 15.000 Symmachia Apiano, Iber., 57
del sur del 15
Tajo)
Lusitanos Map.
152 Marco Atilio Sin definir Apiano, Iber., 58
Vettones 15
Intercatia
Refugiados
20.000
de Cauca Apiano, Iber., 51- Map.
151 Licinio Lúculo infantes Epimachia
¿Otras 55 17
2.000 jinetes
civitates
vacceas?
Lusitanos
Oppida Máximo
turdetanos Serviliano
141- Oppida de la Quinto Servilio Apiano, Iber., 66- Map.
Viriato Symmachia
139 Beturia Cepión 68 18
Conios Sexto Junio
Vettones Bruto
Galaicos

Numancia Apiano, Iber., 77


Quinto Map.
141 Lagni/ Epimachia Diodoro XXXIII,
Pompeyo 19
¿Malia? 17

Licinio Lúculo
Emilio Lépido
151- Numancia Apiano, Iber., 55, Map.
Calpurino Pisón ¿Philia?
133 Pallantia 81, 83, 87-89 19
Escipión
Emiliano

Retogenes Apiano, Iber., 94


Numancia Escipión Map.
133 Caraunio Epimachia Apiano, Iber., 81,
Lutia Emiliano 19
Avaro 83, 88-89

Tito Didio Apiano, Iber., 99-


95-94 Celtíberos >20.000 Sin definir
Valerio Flaco 100
Vacceos
Arévacos
Dión Casio Map.
56 (Clunia) Metelo Nepote Epimachia
XXXIX, 54 19
¿Vettones?
¿Cántabros?
Cántabros Publio Licinio César, BG, III, Map.
56 50.000 Sin definir
Aquitanos Craso 23-26 20
¿Vacceos,
Map.
29 astures, Estatilio Tauro Sin definir Dión Casio LI, 20
21
cántabros?
Floro, II, 33
Cántabros Cayo Antistio Map.
26-25 Sin definir Dión Casio, LIII,
Astures Publio Carisio 21
25
Cántabros Cayo Furnio Dión Casio LIV, Map.
22 Sin definir
Astures Publio Carisio 5 21

59
8.2.- Mapas

Map. 1: ¿237-229 a. C.? Tartesios/turdetanos con “celtas”

Map. 2: 229-228 a. C. Oretanos ¿y vettones?


Map. 3: 220 a. C. Vacceos (Helmantica), carpetanos y olcades.

Map. 4: 217 a. C. Ilegertes, ausetanos y lacetanos.

61
Map. 5: 216 a. C. Tartesios/turdetanos y ¿poléis púnicas?

Map. 6: 211 a. C. Suesetanos ¿e ilergetes?

62
Map. 7: 207-206 a. C. Ilergetes, lacetanos y celtíberos.

Map. 8: 205 a. C. Ilergetes, ausetanos y pueblos desconocidos.

63
Map. 9: 197-195 a. C. Culchas, Luxino, Malaca, Sexi, Beturia. ¿Mercenarios celtibéricos?

Map. 10: 195 a. C. Indigetes, bergistanos, sedetanos, ausetanos, lacetanos, ¿cesetanos,


layetanos?

64
Map. 11: 193 a. C. Vettones y oretanos.

Map. 12: 193 a. C. Celtíberos, vacceos y vettones.

65
Map. 13: 189-197 a. C. Asta Regia y lusitanos.

Map. 14: 182-179 a. C. Celtíberos.

66
Map. 15: 153-152 a. C. Lusitanos y vettones

Map. 16: 154-152 a. C. Arévacos, belos y titos.

67
Map. 17: 151 a. C. Intercatia y refugiados de Cauca.

Map. 18: 141-139 a. C. Lusitanos, oppida de la Turdetania y la Beturia, conios, vettones y


galaicos.

68
Map. 19: 151-133 a. C. 151-133 a. C. Numancia y poblaciones arévacas (Malia/Lagnia,
Lutia) y relación con Pallantia.

Map. 20: 56 a. C. Vacceos y arévacos (Clunia). Cántabros y aquitanos.

69
Map. 21: 29-22 a. C. Cántabros y astures.

70
9.- Indice de mapas

1. Map. 1: ¿237-229 a. C.? Tartesios/turdetanos con “celtas”........................................ 63


2. Map. 2: 229-228 a. C. Oretanos ¿y vettones? ............................................................ 63
3. Map. 3: 220 a. C. Vacceos (Helmantica), carpetanos y olcades................................. 64
4. Map. 4: 217 a. C. Ilegertes, ausetanos y lacetanos. ................................................... 64
5. Map. 5: 216 a. C. Tartesios/turdetanos y ¿poléis púnicas? ........................................ 65
6. Map. 6: 211 a. C. Suesetanos ¿e ilergetes? ................................................................ 65
7. Map. 7: 207-206 a. C. Ilergetes, lacetanos y celtíberos. ............................................ 66
8. Map. 8: 205 a. C. Ilergetes, ausetanos y pueblos desconocidos. ............................... 66
9. Map 9: 197-195 a. C. Culchas, Luxino, Malaca, Sexi, Beturia. ¿Mercenarios
celtibéricos? ................................................................................................................ 67
10. Map. 10: 195 a. C. Indigetes, bergistanos, sedetanos, ausetanos, lacetanos, ¿cesetanos,
layetanos? ................................................................................................................... 67
11. Map. 11: 193 a. C. Vettones y oretanos. .................................................................... 68
12. Map. 12: 193 a. C. Celtíberos, vacceos y vettones. ................................................... 68
13. Map. 13: 189-197 a. C. Asta Regia y lusitanos. ........................................................ 69
14. Map. 14: 182-179 a. C. Celtíberos. ............................................................................ 69
15. Map. 15: 153-152 a. C. Lusitanos y vettones ............................................................ 70
16. Map. 16: 154-152 a. C. Arévacos, belos y titos. ....................................................... 70
17. Map. 17: 151 a. C. Intercatia y refugiados de Cauca. ................................................ 71
18. Map. 18: 141-139 a. C. Lusitanos, oppida de la Turdetania y la Beturia, conios,
vettones y galaicos. .................................................................................................... 71
19. Map. 19: 151-133 a. C. 151-133 a. C. Numancia y poblaciones arévacas
(Malia/Lagnia, Lutia) y relación con Pallantia. ......................................................... 72
20. Map. 20: 56 a. C. Vacceos y arévacos (Clunia). Cántabros y aquitanos. .................. 72
21. Map. 21: 29-22 a. C. Cántabros y astures. ................................................................. 73

71

También podría gustarte