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Abrir puertas a la tierra

Microanálisis de la construcción
de un espacio político

Santa Fe, 1573-1640

Darío G. Barriera
Juan Carlos Garavaglia partió el 15 de enero, cuando este
2017 despuntaba.

Su partida nos dejó tristes, fanés, descangallados, con un des-


consuelo de difícil manejo.

Dedico esta segunda edición a su encantadora presencia, que


es indeleble y –hablo por muchos– felizmente nos habita.
Abrir puertas a la tierra
Microanálisis de la construcción
de un espacio político

Santa Fe, 1573-1640

Darío G. Barriera

2017
Darío G. Barriera
Abrir puertas a la tierra : microanálisis de la construcción de un espacio político : Santa
Fe, 1573-1640 . - 2a ed. - Santa Fe : Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de
Santa Fe, Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, 2017.
424 p. ; 22,5x15,5 cm.

ISBN 978-987-46522-0-1

1. Historia de América del Sur. I. Título.


CDD 980

Composición y diseño: mbdiseño


Diseño de Tapa: mbdiseño
Ilustración de tapa: La parte sur de Sudamérica, Petrus Plancius (c. 1592), detalle. Re-
producción alojada en el Archivo Histórico de Guayas, Ecuador -archivo disponible bajo
licencia CC0 1.0.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS


HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Darío Gabriel Barriera


© de esta edición: Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, Santa Fe

Realizado con el apoyo del Programa Espacio Santafesino


del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y


de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico,
sin expresa autorización del editor.

Este libro se terminó de imprimir en ART Talleres Gráficos, Rosario, Argentina,


en abril de 2017.

Impreso en la Argentina

ISBN 978-987-46522-0-1
Índice

Introducción........................................................................................... 9

Agradecimientos..................................................................................... 15

Siglas y abreviaturas más utilizadas........................................................ 17

CAPÍTULO I
El Río de la Plata
Construyendo los bordes de la Monarquía Hispánica................................ 19

CAPÍTULO II
Urbis et civitas
La ciudad como dispositivo de conquista y colonización........................... 49

CAPÍTULO III
Un lugar para la historia........................................................................... 75

CAPÍTULO IV
Organizar la extensión
Occidentalización y equipamiento político del territorio............................ 97

CAPÍTULO V
La dimensión local del gobierno y la justicia............................................. 135

CAPÍTULO VI
La rebelión de 1580
Significado y escalas de un acontecimiento............................................... 159

CAPÍTULO VII
Una organización política sensible:
el cabildo santafesino entre 1573 y 1595.................................................... 197

CAPÍTULO VIII
La dimensión política de la medida de las cosas........................................ 209
CAPÍTULO IX
La encomienda y los encomenderos
Constricciones y oportunidades, derecho y fuerza..................................... 239

CAPÍTULO X
Clero regular ordena mundo secular
Los Jesuitas en Santa Fe .......................................................................... 267

CAPÍTULO XI
La política local como espacio de negociación
La ley y su interpretación por el cabildo entre dos gobernaciones
(1615-1625).............................................................................................. 291

CAPÍTULO XII
La familia del fundador
Tejido de lealtades, espacio de confrontación............................................ 327

CAPÍTULO XIII
La Justicia como laboratorio
Del mundo seguro al terreno de la incertidumbre...................................... 359

Conclusiones........................................................................................... 415
CAPÍTULO II

Urbis et civitas
La ciudad como dispositivo de conquista y colonización1

“Desde el fuerte Navidad y la Isabela, las numerosas ciuda-


des fundadas por los conquistadores españoles y portugue-
ses constituyeron núcleos destinados a concentrar todos sus
recursos con el fin de afrontar no sólo la competencia por el
poder sino también la competencia ética y cultural entabla-
da con las poblaciones aborígenes en el marco de la tierra
conquistada y por conquistarse. Las ciudades fueron formas
jurídicas y físicas que habían sido elaboradas en Europa y
que fueron implantadas sobre la tierra americana, práctica-
mente desconocida.”
José Luis Romero2

E
l proceso de expansión que condujo a la conquista de los territorios ame-
ricanos transformó las sociedades y los ecosistemas3 de las Américas y
también de Europa.
La salida de la crisis feudal que indujo a los europeos a extender sus domi-
nios y a la monarquía agregativa a incorporar nuevos territorios por conquista,

1 [2012] Entre la presentación de mi tesis de doctorado y este demorado libro se publicaron La cons-
trucción de una ciudad hispanoamericana. Santa Fe la Vieja entre 1573-1660 (2005) y Vivienda y ciudad
colonial. El caso de Santa Fe (2011), ambos del arquitecto Luis María Calvo, editados en Santa Fe
por la UNL. No aparecen citados en las páginas siguientes porque no introduje modificaciones a
este capítulo, pero remito a su lectura, imprescindible para que los temas aquí abordados se com-
prendan mejor desde el punto de vista del urbanismo y de la arquitectura. En cambio, sí podrá
verse reiteradamente reflejado el aporte del director del Museo Etnográfico en sus obras del año
1990 y 1999.
2 ROMERO, José Luis Latinoamérica: las ciudades y las ideas, SXXI, Buenos Aires, 1986 [1976], p.
47.
3 En el sentido de “...comunidades de seres vivientes fundadas en una serie de intercambios recí-
procos –cadenas tróficas o alimentarias– que están enmarcadas por un medio abiótico y que a
su vez, modifican activamente ese medio”, tal y como lo recupera GARAVAGLIA, Juan Carlos
“Las relaciones entre el medio y las sociedades humanas en su perspectiva histórica”, en Anua-
rio del IEHS, VII, Tandil 1992, pp. 41 a 57. La definición proviene de BERTRAND, Georges
“L’impossible tableau géographique”, in DUBY, Georges y WALLON, A. –editeurs– Histoire de
la France Rurale, PUF, Paris, I, pp. 37 a 111. CROSBY, Alfred Imperialismo…, cit.
50 Darío G. Barriera

produjo experiencias violentas de diferente grado. La superioridad numérica y,


en algunos casos, la mejor estructura organizativa de los pueblos indígenas del
Nuevo Orbe, no fue suficiente para superar la tremenda dificultad que significó,
en este encuentro desigual, el que los españoles poseyeran y utilizaran armas de
fuego.4
Pedro Mártir de Anglería llamó a los primeros asentamientos con el anti-
guo vocablo de colonia, resaltando su carácter de avanzada militar. Reforzando el
mismo aspecto, el primer tipo de ciudad hispanoamericana ha sido denominada
como “ciudad-fuerte”.5 La voluntad de avanzar militarmente sobre el territorio
existió y fue preponderante a la hora del sometimiento por la fuerza, pero cons-
tituyó sólo una de las formas a partir de o a través de las cuales estos espacios
fueron violentados.
La alianza entre españoles e indígenas, presente desde los inicios de la em-
presa conquistadora, introdujo desequilibrios en las relaciones de dominación
preexistentes en el área.6 Operativa para algunos, en general invirtió las dinámi-
cas políticas locales y, frente a conflictos que no eran comprendidos o zanjables
por la vía de la negociación con los caciques de los diferentes grupos indígenas,
los jefes militares hispánicos no dudaron en apelar a la superioridad que les con-
fería el uso de las armas de fuego. El desequilibrio que se introducía de cualquier
forma (ejerciendo violencia sobre los pueblos americanos o desnivelando la capa-
cidad de negociación o de fuerzas entre ellos) era de gran magnitud.7
José Luis Romero advirtió además acerca de la artificialidad de un elemen-
to que, en algunas áreas, resultaba totalmente extraño a la extensión. En áreas
como la rioplatense en sentido amplio, la introducción del patrón urbano de
asentamiento actuó como desarticulador de la organización espacial indígena
y como dispositivo central de la construcción de una enteramente nueva. Pese a
que los europeos encontraron aquí condiciones muy diferentes a las de México
o Perú, también consiguieron plantear y sostener un modelo de trazado de los

4 Cfr. SALAS, Alberto Las armas de la conquista de América, Buenos Aires, 1984. Recuérdese que,
de todos modos, para esta coyuntura, se hace todavía referencia a la “hueste indiana”, que no
implica el tipo de organización supuesto por la “milicia”, forma cronológicamente asociada con
la consolidación de las ciudades. Cfr. al respecto GOYRET, José Teófilo “Huestes, milicias y
ejército regular”, en Nueva Historia de la Nación Argentina. 2 – Período Español (1600-1810), cit., pp.
351 y ss.
5 Cfr. ROMERO, José Luis Lationamérica... cit.
6 Puso de relieve ese aspecto STERN, Steve Los pueblos indígenas del Perú frente al desafío de la Con-
quista Española, Alianza, Madrid, 1986. [1982], Versión Española de Fernando Santos Fontenla.
En la crónica de Schmidel, puede verse con claridad además el aprovechamiento que los españo-
les hicieron de las diferencias y conflictos intertribales. Cfr. SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit.
7 STERN, Steve “Paradigmas de la Conquista: historia, historiografía y política”, en Boletín de
Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Tercera serie, número 6, septiembre de 1992, pp.
7 a 39, trad. de María Florencia Ferré.
Abrir puertas a la tierra 51

núcleos urbanos de reminiscencias romanas,8 experimentado en el ámbito de la


Corona de Castilla durante las campañas que terminaron por incorporar bajo su
éjida a los reinos moros de Andalucía.9
Recuperando también una tradición greco-latina,10 el modelo urbano no se
agota en el aspecto físico fijado por las parrillas de hierro y la formalización de la
cuadrícula: la espacialidad urbana va de la mano de un tipo de institucionalición
de relaciones de poder que le son correspondientes: la civitas. La ciudad indiana,
de hecho, representa la reunión formal de dos niveles diferentes de relaciones
de poder político que contienen cargas de experiencia histórica potentes: urbis
(la forma física organizada como planta hipodámica)11 y civitas (su forma social,
organizada como cuerpo político).
En la extensión, la ciudad funcionó como un dispositivo que tuerce la flecha
del tiempo y, en términos de Ricoeur, gana autonomía, posibilitando la construc-
ción de “...una historia de las acciones [algunas veces] diferente del proyecto de
los actores hegemónicos.”12

8 Un precedende al “damero” romano son los trazados de Hipódamo de Mileto, quien habría
intervenido en la reconstrucción de Mileto hacia 479 a. C. El diseño, que se repite en Rodas,
resulta del cruce perpendicular de calles que forman una malla cuadrada o rectangular, de mó-
dulos iguales. Alejandro de Macedonia y los Diacos utilizaron profusamente este modelo. El
sistema romano proviene “...de la organización de los campamentos militares sobre dos ejes o
calles pincipales: el cardo y el decumanus que se cruzan en el centro de la ciudad. Calles paralelas
y perpendiculares a ambos ejes, definen manzanas rectangulares o cuadradas. En el cruce de dos
ejes principales se sitúan los edificios públicos más representativos y el foro, que combinaba en
un solo complejo todos los órganos esenciales de la vida pública: el templo, los edificios cívicos
(basílica, tribunal y curia) y los establecimientos comerciales.” AGUILERA ROJAS, Javier Fun-
dación de ciudades hispanoamericanas, Mapfre, Madrid, 1994, p. 30.
9 Situación bien diferente considerando el desarrollo de los territorios controlados por la monar-
quía omeya. Cfr. GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel La época medieval, en “Historia de
España Alfaguara”, Vol. II, Alianza, Madrid, 1983, 9ª. Edición, [1973] p. 58 y ss.
10 Véase CHATELET, François El nacimiento de la historia, SXXI, Madrid, 1985 [Paris, 1962], trad.
de César Suárez Bacelar, especialmente p. 267 y ss. y 344 y ss.
11 Algunos trabajos muestran que el patrón no fue seguido a rajatabla en todas las fundaciones. Cfr. el
trabajo sobre Concepción del Bermejo de Susana Conlazzo en CHIAVAZZA, Horacio y CERUTI,
Carlos N. Arqueología de ciudades americanas del siglo XVI, UNCuyo, Mendoza, 2009.
12 SANTOS, Milton De la totalidad al lugar, Oikos-Tau, Barcelona 1996, p. 149. En un sentido si-
milar apuntaban las sugerencias de GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel en “Organización
social del espacio: propuestas de reflexión y análisis histórico de sus unidades en la españa me-
dieval”, Studia Histórica, Ha. Medieval, Vol.VI, Salamanca 1988, pp. 195 y ss. [2012] Sobre el
problema historiográfico de la ciudad he publicado Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la
capilla al municipio (1725-1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010, Cap. I y II.
52 Darío G. Barriera

Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades en


las regiones tucumana y cuyana entre 1550 y 1562 - Grafica las tendencias
desde el Perú - Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la
Historia, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 396. Límites internacionales
e interprovinciales actuales presentes en la cartografía de esa obra.
Abrir puertas a la tierra 53

Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades en las regiones


tucumana, cuyana y rioplatense entre 1565 y 1600 - Grafica las tendencias desde
el Perú y desde el Río de la Plata - Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia
Nacional de la Historia, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 437. Límites
internacionales e interprovinciales actuales presentes en la cartografía de esa obra.
54 Darío G. Barriera

La diferenciación social, así como la de los lugares donde los agentes se rela-
cionan, son procesos durante los cuales, como señala González Alonso, estas
distinciones aparecen licuadas:
“Hasta épocas muy avanzadas abundaron en todas partes, en
Castilla acaso en mayor medida, los núcleos de base campesina
a caballo entre el poblamiento rural y la ciudad propiamente di-
cha. La mención estereotipada a las ´ciudades, villas y lugares´
(habitual en la documentación medieval y moderna) resulta en-
gañosa; aparenta clasificar y distinguir, mas en el fondo diluye la
heterogeneidad subyacente a esos tres términos al reunirlos en la
misma cláusula.”13
La diferencia entre ciudades, villas y lugares,14 estriba básicamente en una dis-
tinta jerarquía jurisdiccional, afectando en consecuencia la posición relativa del
Cuerpo y de los actores en las relaciones con otros elementos de la constelación
de los poderes de la Península. Detrás de la preocupación por esa indiferencia-
ción, se lee la convicción de una historiografía que ha priorizado el estudio políti-
co-administrativo de las ciudades (el municipio) en clave de su aspecto funcional
más saliente: el gobierno.
Durante la última parte del siglo XX, la historiografía hispánica posfran-
quista revisó el tema, poniendo en evidencia el problema histórico de la ideali-
zación del “municipio castellano medieval” o del “municipio foral” catalán.15 El
origen de esta carga quizás proviene de un conflicto de intereses historiográfico
que acompañó la disolución del Antiguo Régimen peninsular. A ciertas obras
muy importantes de una cultura política definida, escritas durante el Antiguo
Régimen –desde la Política para Corregidores de Castillo de Bobadilla (1597), los
Discursos de Francesc de Gilabert (1616) hasta El Corregidor Perfecto de Guardiola
y Sáez (1785) o la visión idílica de la organización local del medievo barcelonés
en las Memorias... de Capmany,16 –en mayor o menor medida identificadas con el
absolutismo monárquico, se opone la producción decimonónica, solidaria con el
proyecto de un Estado Nacional, cuya característica parece ser la de “...constatar

13 GONZÁLEZ ALONSO, Benjamín Sobre el Estado..., cit., p. 58.


14 Definidos para Castilla, “...de acuerdo con Chatelain, en Francia...” como señoríos domésticos,
cuyo centro estaría constituido por la Casa Fuerte, a cargo de un alcaide. Cfr. CARZOLIO DE
ROSSI, María Inés “La Casa Fuerte, instrumento señorial”, en Anuario de la Escuela de Historia,
núm. 12, Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, Rosario, 1986-87, p. 59.
15 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía sobre el municipio en la España Moderna, Lleida
1997, 183 pp.
16 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., pp. 21 y ss.
Abrir puertas a la tierra 55

un progreso, siempre entendido como avance continuo de la nación hasta culmi-


nar su perfeccionamiento en la época coetánea.”17
De esta manera, siguiendo a Antoni Passola Tejedor, “El estudio histórico de
los municipios se vió envuelto en un gran debate sobre el poder local y su lugar
en la organización del Estado. Para los más tradicionalistas, la conservación de
los fueros y la defensa del feudalismo (que distinguían del absolutismo), eran su
bandera. [...] Para los liberales, la libertad imponía la destrucción de cualquier
privilegio y diferenciación ya que aquella sólo podía alcanzarse por la igualdad
[...] El debate interno entre los liberales [...] se centraba en el punto hasta donde
había de llegar la centralización. Los moderados eran partidarios de la centrali-
zación máxima, que incluía hasta el ámbito municipal, reducto de progresistas
y demócratas. Los progresistas defendían la compatibilidad entre unificación y
autonomía del poder local, en el que se había de preservar el funcionamiento
democrático para frenar los excesos del gobierno central, normalmente en manos
moderadas. Para los federalistas, las peculiariedades locales y regionales eran
leyes superiores que no podían ser borradas por decreto...”18
En ese clima, y recordando que el absolutismo, desaparecido de la teoría,
permanece bajo la forma de una idea de poder que “...regentea desde arriba la
sociedad...”,19 la factura de unas historias locales e historias del gobierno municipal
era propicio a la manipulación de los términos del análisis. Distinguida por una
polarización que, en la diversidad, encontró el rechazo al absolutismo y el filome-
dievalismo como puntos de convergencia,20 los intelectuales del siglo XIX echaron
mano de la Edad Media para construir una mítica armonía fundacional en la cual
el nuevo orden hundía sus lejanas, profundas y prestigiosas raíces.
Estas características de la producción decimonónica vaciaron el estudio de
la ciudad y el gobierno municipal durante la Edad Moderna.21 Los correctivos de

17 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., p. 34; véase también PEIRÓ MARTÍN, Ig-
nacio Los Guardianes de la Historia. La historiografía académica de la Restauración, Instituto Fernando
el Católico, Zaragoza, 1995. Cirujano Marín, Paloma; Elorriaga Planes, Teresa;
Pérez Garzón, Juan Sisinio Historiografía y Nacionalismo Español (1834-1868), CSIC, Madrid,
1985 y Clavero, Bartolomé “Institución política y derecho: acerca del concepto historiográfi-
co de ´Estado Moderno´”, en Revista de Estudios Políticos, 19, 1981, pp. 43 a 57.
18 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., pp. 34 y 35. Véase también VARELA
SUANCES-CARPEGNA, Joaquín La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispáni-
co. Las Cortes de Cádiz, CEC, Madrid, 1983, 434 pp.
19 GUERRA, François-Xavier “El Soberano y su Reino”, en SABATO, Hilda –coordinadora– Ciu-
dadanía política y formación de las naciones, El Colegio de México, Fideicomiso Historia de las
Américas y FCE, México, 1999, p. 58.
20 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., p. 38.
21 Denunciado aún como dificultad metodológica en ARTOLA, Miguel en su prólogo al libro de
HIJANO, Ángeles El pequeño poder. El municipio en la Corona de Castilla: siglos XV al XIX, Funda-
mentos, Madrid, 1991, p. 7.
56 Darío G. Barriera

la historiografía de la segunda mitad del siglo XX se hacen sentir aún con fuer-
za y, de alguna manera, las tendencias regionalistas que sucedieron a la caída del
franquismo operaron (aunque benéficamente) como cualquier contraofensiva: a la
idealización del municipio medieval opusieron la genealogía de la región que, salvo
excepciones, quizás realizó una tarea tan creativa como la primera.22

Como escribió Romero, “la ciudad fue europea en un mundo poblado por
otras gentes y con otra cultura.”23 En el esquema de conquista y colonización
planteado por la Corona hispánica, la ciudad funcionaba como estrategia militar
e ideológica que debía permitir “...asegurar la conquista, explotar y dominar las
tierras y las personas que se iban incorporando, afirmar la soberanía real y esta-
blecer y extender la fe.”24 Pero antes que ciudades, se identifican fuertes. En las
Partidas de Alfonso X puede verse la estrecha relación que, en este punto, veía el
Rey Sabio entre la tradición de la castramentatio romana, la reflexión y previsión
sobre asuntos militares y la implementación de trazados ordenados de campañas
que podían y solían rematar en la fundación o en la refundación de una ciudad.
Estas prácticas sociales ligaban en los hechos un orden teórico (geométrico-
ideal) con otro político (de los cuerpos, geométrico-real). En este último orden se
deja ver con claridad el peso de la función militar de los enclaves urbanos:
“La planta de Santa Fe de Granada ha sido considerada como
el precedente más inmediato a las ciudades hispanoamericanas,
sobre todo por su posible relación con la fundación de la ciudad
de Santo Domingo llevada a cabo por Nicolás de Ovando en
1506 y manteniéndose la posibilidad de que la traza de Santa Fe
se hiciera a imitación de la de Villarreal, hecho poco probable
por la distancia temporal y física entre una y otra. Santa Fe tiene
su origen en el campamento militar que mandaron hacer los Re-

22 En términos de sociología de la ciencia, el movimiento bien puede caracterizarse con lo que


Bourdieu ha denominado la “estrategia de subversión”. TORRES ALBERÓ, Alberto Sociología
política de la ciencia, Siglo XXI, CIS, Madrid, 1997. El origen de las genealogías de las regiones,
sin embargo, no debe buscarse en la historia. La misma puede ubicarse en la resolución de unas
polémicas que, hacia finales del siglo XIX, dirimen las líneas hegemónicas de la geografía acadé-
mica, cuando Vidal de la Blache opone, a la Anthropogeographie de Ratzel su Geographie Humaine
en torno del concepto de “género de vida”. Cfr. SIMIAND, François “Géographie humaine et
sociologie”, L’ Année Sociologique, 1909, IX, pp. 723-732. KARADY, Victor “Stratégies de réussite
et modes de faire-valoir de la sociologie chez les durkheimiens”, Revue française de sociologie, 20
(1), 1979, p. 70; y sobre todo CHARTIER, Roger “L’histoire entre géographie et sociologie”, en
Au bord de la falaise, Albin Michel, Paris, 1999.
23 En ROMERO, José Luis Latinoamérica…, p. 47.
24 ARECES, Nidia “Las sociedades urbanas coloniales”, en TANDETER, Enrique –editor– Nueva
Historia Argentina. II, La Sociedad Colonial, Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 148.
Abrir puertas a la tierra 57

yes Católicos frente a Granada ‘para mostrar su inquebrantable


voluntad de adueñarse de la ciudad’. Su planta de origen clara-
mente militar constaba de un rectángulo de 560 por 436 metros
(400 por 312 pies) [sic] rodeado de una muralla. Probablemente
la idea primitiva consistió en un rectágulo atravesado por tres
calles en sentido longitudinal y otras tres en sentido transversal
con una plaza centrada. [...] El resultado final no es homogéneo
ni en el ancho de las calles ni en el tamaño de las manzanas rec-
tangulares que resultan y tampoco conserva una ortogonalidad
perfecta. Tampoco [...] la plaza tiene la forma cuadrada de los
modelos americanos del siglo XVI ni la proporción vitrubiana de
las Ordenanzas de Felipe II de 1573.”25

La insistencia de Aguilera Rojas sobre el carácter modélico de Santa Fe de Gra-


nada contiene los elementos necesarios como para pensar las pistas que nos pro-
ponen la evaluación de semejanzas y diferencias:
“[...] en la ciudad de Santa Fe de Granada, se recupera, por una
parte, el sentido unitario de las actuaciones que tuvieron los
campamentos romanos y que se adivina de una manera mucho
menos clara en algunas de las fundaciones de carácter regular
realizadas en la península Ibérica; y por otra parte se aprecia una
clara intención de realizar una estructura regular de manzanas y
calles distribuidas ortogonalmente alrededor de una plaza cen-
tral como componente esencial del conjunto. Sin duda el prece-
dente más contundente de lo que luego sería el modelo utilizado
por los españoles para las fundaciones del continente americano
a pesar de su formación con una ciudad cerrada, amurallada,
frente al carácter de ciudad abierta, sin límites, de las ciudades
hispanoamericanas.”26

25 AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades... p. 44.


26 AGUILERA ROJAS, Javier Fundaciones..., pp. 44-46.
58 Darío G. Barriera

Plano de Santa Fe de Granada


DEEC – Santa Fe – Digitalización: Banco de Imágenes
Florián Paucke (Provincia de Santa Fe)
Abrir puertas a la tierra 59

Esta ciudad-fuerte, cuyos terraplenes o parapetos de barro y madera mal podían


imitar a las sólidas murallas de su referente europea, era acompañada de manera
coetánea o a posteriori, según los casos, con la recreación del órgano de gobierno
que le correspondía. Las Instrucciones entregadas a Cristóbal Colón por los Re-
yes Católicos exhortaban la instalación (aun provisoria o precaria) de municipios
y delegaban en el Almirante, capitulación de por medio, los poderes necesarios
para hacerlo.27 Bayle subraya la temprana aparición de recomendaciones en este
sentido, relacionando la instalación urbana con el reparto de tierras como recur-
so para asegurar la vinculación de los pobladores con una condición jurídica –la
de vecinos– a partir de un complejo de derechos y obligaciones que apuntaban,
sobre todo, a asegurar la estabilidad temporal de los asentamientos:
“Los Reyes Católicos, por Cédula al Almirante de 22 de julio de
1497, le concedieron facultad de repartir tierras en la Española a
su albedrío, con la única condición de que las cercasen con una
tapia en alto y tener vecindad y casa poblada en la isla dentro de
los cuatro años siguientes. Trataban de fomentar la población y
agricultura en la nueva colonia...”28
La prerrogativa del poder para fundar ciudades pertenecía a este conjunto de
potestades que se trasladaban, por contrato y delegación, a través de los nudos de
unas redes de potestas y auctoritas que, en su parte más ancha, tendían a superpo-
nerse y ofrecer un efecto de confusión. Así como el Adelantado nombraba gober-
nadores y cedía la potestad de fundar ciudades en su nombre –recuérdese el caso
recientemente citado de la Zaratina– el Gobernador hacía reposar en su Teniente
idéntica facultad y responsabilidad. De ciertos capítulos de las Ordenanzas del
Bosque de Segovia (1573), se desprende que “...el fundar equivalía la ocupación
definitiva del territorio, y se consignaba entre las obligaciones del conquistador,
según su dignidad: el Adelantado ´dentro del tiempo que le fuere señalado, ten-
drá erigidas, fundadas, edificadas y pobladas por lo menos tres ciudades, una
principal y dos sufragáneas; el Alcalde mayor, dos sufragáneas y una diocesana;
el Corregidor, una sufragánea y los lugares de su jurisdicción que bastaren para
la labranza y crianza de los términos de la dicha ciudad´”29

27 BAYLE, Constantino Los cabildos seculares en la América española, Madrid 1952, p. 16. DURÁN
MONTERO, María Antonia Fundación de ciudades en el Perú durante el siglo XVI. Ensayo Urbanísti-
co, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, CCXLVII, Sevilla,
1978, p. 10.
28 BAYLE, Constantino Los cabildos... p. 90.
29 BAYLE, Constantino Los Cabildos... cit., p. 19. Para Romero era “...un acto político que signifi-
caba el designio –apoyado en la fuerza– de ocupar la tierra y afirmar el derecho de los conquista-
dores. Por eso se perfeccionaba el acto político con un gesto simbólico: el conquistador arranca
60 Darío G. Barriera

En esas ordenanzas se encuentran contemplados aspectos tan diversos como


elección del sitio, disposición y delimitación de la cuadrícula. La “ciudad ideal”
perceptible en este conjunto presenta, de manera solapada, la tardía aplicación
de los ideales renacentistas del orden y la regularidad junto a la influencia de
obras más antiguas como la De Architectura de Vitrubio o los escritos de Alberti y
Palladio.30 Otros autores, en cambio, señalan “...la semejanza existente entre los
preceptos contenidos en De regime principium, de Santo Tomás de Aquino y las
Ordenanzas de Población”.31 Otra idea aceptada, encuadrable dentro de la línea
del “origen espontáneo” de las ciudades hispanoamericanas, se sustenta en la
idea según la cual el modelo damero32 se ajustaba bien a cuestiones de economía
en la organización del espacio físico.
Puede agregarse que la disposición de los elementos del trazado urbano
exhibe el peso asignado a los tres niveles indisociables de la civitas católica: go-
bierno (cabildo), justicia (plaza y rollo) y religión (Iglesia). Este conjunto, en su
presencia, constituye una de las formas físicas y simbólicas desde las cuales el
grupo conquistador organizaba las referencias desde donde desplegar su lógica
para prevalecer en la dominación.33 Sancionados estos elementos en la rúbrica de
un acta fundacional, puede hablarse con propiedad de una ciudad, al margen de
una atendible miseria relativa de recursos y de la escasa presencia de hombres y
mujeres en número.
Al fundador le incumbía señalar los sitios para emplazar las instalaciones
políticas y jurídicas –rollo, cabildo e iglesia– procedía al reparto de los solares y
de tierras para los vecinos (dentro y fuera del núcleo urbano) y señalaba también
el ejido y los “términos”, es decir, la jurisdicción sobre la cual el gobierno de
esta ciudad extendería su “señorío civil y criminal”. Al respecto de los términos,
escribió Bayle que, en el Libro IV de la Recopilación....
“Al ordenarlo, la ley 13 empieza por señalar ejido, en competen-
te distancia de la población, con miras a que, de crecer, siempre
quede bastante espacio para holgar la gente y pacer los ganados.

unos puñados de hierba, da con su espada tres golpes sobre el suelo y, finalmente, reta a duelo a
quien se oponga al acto de fundación.” ROMERO, José Luis Latinoamérica... cit., p. 61.
30 KUBLER, Georges “Ciudades y culturas en el período colonial en América Latina”, Boletín
del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas de la Universidad Central de Caracas, Caracas, 1964;
BENEVOLO, Leonardo Historia de la Arquitectura del Renacimiento, Madrid, 1972 y AGUILERA
ROJAS, Javier Fundación de ciudades... cit., especialmente Cap. II.
31 AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades.. cit., refiriéndose al padre Guarda, p. 49.
32 Que, en rigor, debiera denominarse solamente de “trazado en cuadrícula”, en el sentido de “...
malla de líneas que determinan los espacios destinados a la edificación y a los espacios destina-
dos a las calles...” AGUILERA ROJAS, Javier Fundaciones... cit., p. 67.
33 Por ejemplo ROJAS MIX, Miguel La plaza mayor. Urbanismo como instrumento de dominio colonial,
Barcelona, 1975.
Abrir puertas a la tierra 61

Un poco más lejos, acótese la dehesa, ´en que pastar los bueyes
de labor, caballos y ganados de la carnicería´, y los que los po-
bladores han de tener a mano; otra parte dedíquese a propios del
Concejo; las tierras de labor divídanse en suertes, tantas como
solares o vecinos; y lo demás quede baldío, para que el Rey tenga
de dónde hacer merced. Hecha la partija y las siembras comien-
ce cada cual a sustituir el rancho provisional con casa (ley 15), y
dense prisa a sembrar y a multiplicar el ganado (ley 26), a fin de
que no falten bastimentos.”34
Se trataba en rigor de una extensión sobre la cual alcanzaría el accionar de sus
“justicias”, a semejanza del alfoz de las ciudades castellanas. La presencia de
bastimentos y de tierra para ganados es fundamental en el montaje jurídico de
este escenario retratado con trazos “naturales”: la existencia de recursos “a la
mano”, aparece ya –desde las ordenanzas de Segovia– como un elemento con-
natural al establecimiento de la ciudad. De esta manera, las primeras percepcio-
nes acerca de la ciudad como artefacto de avanzada de milicias, se rodea de las
connotaciones que la ligan a su estructuración como espacio que, organizado en
torno a la explotación de esos recursos, se erige como centro de administración,
mercadeo y de primitivos pero indispensables servicios.
La extensión de estas jurisdicciones –como de hecho se trabaja en otro apar-
tado en función de unos conflictos concretos– se realizaba de manera tal que, a
pocos años de comenzado el proceso, podían identificarse, a nivel de las gober-
naciones, no pocos solapamientos jurisdiccionales. Como señala Bayle, “... la va-
guedad y amplitud de las gobernaciones se repetía en los términos municipales;
no había quien los disputase.”35 Cuando hubo quien los dispute, los conflictos
resolvieron la “vaguedad” que los provocaba. Algunos llegaron a apelarse ante
las Reales Audiencias, pero en general fueron negociaciones larguísimas con tre-
guas por acuerdos que duraban algún tiempo.
Si se aceptan todavía las hipótesis de Kubler e, incluso las observaciones de
sus críticos acerca de la versión “mestiza” que significa la desnudez de las ciuda-
des hispanoamericanas sin murallas,36 los bordes del municipio también eran más
o menso fluidos. La apuesta por “las murallas espirituales” era acompañada,

34 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit. p. 86.


35 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 97.
36 KAGAN, Richard “Un Mundo sin Murallas: la Ciudad en la América Hispana Colonial”, en
FORTEA PÉREZ, José Ignacio –editor– Imágenes de la Diversidad. El Mundo Urbano en la Corona
de Castilla (Siglos XVI-XVIII), Universidad de Cantabria, Asamblea Regional de Cantabria, 1997,
p. 51 y ss. La tradición medieval y bajomedieval de la construcciones ligadas a la fortificación
para la defensa –principalmente pero no exclusivamente desde una concepción militar– no se
reduce, por otra parte, sólo a las ciudades. Cfr. CARZOLIO DE ROSSI, María Inés “La Casa
Fuerte…”, cit.
62 Darío G. Barriera

como lo señala Richard Kagan, por mojones y algunas prácticas de protección


–en general precarias fortificaciones militares.
El primer paso para la instalación de la jurisdicción era la instalación del ro-
llo de la justicia: como recuerda Bayle, “...se alzaba lo primero, para significar la
jurisdicción del Soberano: atentar a ella equivalía a desconocerla, y se castigaba
rigurosamente. Se consideraba símbolo de la ciudad.”37 En aquel orden antiguo-
rregimental, fue ícono de la ciudad, de su jurisdicción, de la presencia de la jus-
ticia del Rey: allí se realizaban las ejecuciones, para aleccionar. Nuestra lengua,
pródiga en pervivencia de arcaísmos, ha conservado que estar o ser puesto en “la
picota” –sinónimo del rollo de la justicia– connota una situación incómoda, una
puesta en cuestión del honor de un sujeto.
La instalación de la justicia, acompañada de la distribución de solares y de
tierras en el término era simultanea de la creación de una condición jurídica:
algunos o todos los soldados de la hueste fundadora obtenían la “vecindad”. Así
como la caballería villana se consideraba una “...consecuencia de las necesidades
militares provocadas por la reconquista...”, creada por el Fuero de Castrojeriz
(año 974), la vecindad es la condición cuyas ventajas derivan de los riesgos y
de los costos que el súbdito asumió al integrar el grupo que ha acompañado a
su capitán desde la confección del alarde hasta la fundación de una ciudad para
beneficiar a su Rey. Las obligaciones, relacionadas con la radicación y la defensa,
derivan de la necesidad de asegurar el éxito de la instalación, de asegurar la tierra.
La vecindad tiene similitudes evidentes con las condiciones del fuero de Castro-
jeriz. Siempre según Bayle, “...en los tiempos heróicos, [la vecindad] se adquiría
como espontáneamente. Resuelta la fundación por el Capitán, elegido el paraje,
efectuada la solemnidad, pregonábase que cuantos quisieran avecindarse dieran
su nombre al escribano.”38 Era consecuencia de la convalidación política de cierta
acumulación de fuerzas o recursos simbólicos indispensables en el marco de una
sociedad basada en las desigualdades jerárquicas. Estos recursos, como se verá en
su hora, permitían el acceso a los materiales.
A unos vínculos de pertenencia o de identidad jurídica derivadas de la rela-
ción entre el hombre y el reino o su príncipe –súbdito, vasallo y vasallo natural,
sobre todo– se sobreponía otra condición, a la que no se accedía por vía heredita-
ria. No obstante, como lo ha notado María Inés Carzolio, ser hijo de vecino o con-
traer matrimonio con una hija de vecino podía contarse como un buen antecedente
a la hora de solicitar la vecindad. El avecindamiento podía ser otorgado o solici-
tado, pero, en ambos casos, la condición de tener una casa poblada –residencia y
matrimonio– era el requisito primordial.

37 BAYLE, Constantino Los cabildos… cit., p. 29.


38 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit. p. 61.
Abrir puertas a la tierra 63

La vecindad implicaba derechos y también obligaciones. Entre los primeros


las tierras, la capacidad de participación política en el cabildo, derechos y privi-
legios referidos “...a ciertas perspectivas y a las posibilidades efectivas de obtener
cierto provecho económico.”39 Carzolio afina el trazo y describe que se trata de
“....la protección de una legislación propia (fuero, ordenanzas), el disfrute de los
bienes comunales y la participación relativa –dependía de la condición personal
del vecino– al menos en ciertos niveles del gobierno local...”40. Bayle cita casos
del período temprano en las ciudades de Quito y Cuenca (hacia 1550 y 1562 res-
pectivamente), en los cuales las solicitudes de vecindad daba lugar a “...tráficos
chalanescos”. Algunos, una vez obtenidas las concesiones de solares y campos
de siembra, realizaban su expectativa poniendo en venta los bienes recibidos.41
Esta práctica originó también la insistencia prescriptiva sobre los tiempos míni-
mos de residencia exigibles a quien quisiera obtener la condición de vecindad. En
América generalmente fue de 4 años,42 con variaciones locales que difieren en en
función del momento y de la jerarquía del municipio.43
Juan López de Velasco definió a los vecinos como aquellos “...que tienen re-
partimiento en la tierra, que no los pueden tener si salen della sin licencia, y están
obligados a tener armas y caballos para la defensa della”44. Algunas ordenanzas
de la primera mitad del siglo XVI, muestran esta tensión inherente a la condi-
ción: “Y para sujetar los más e impedir arrebatos de hombre suelto, se los obliga-
ba a edificar casas de piedra, a casarse, plantar árboles de fruta y leña.”, mientras
que, en contrapartida, según señala Constantino Bayle, “...eran grandes los pri-
vilegios de los vecinos: permitíanseles armas ofensivas y defensivas, las cuales ni
los caballos, esclavos, camas, etc., no se las podían ejecutar por deudas, porque
equivaldría a imposibilitarlos en sus funciones militares.”45 Las ejecuciones de
bienes, que se sucedieron de todos modos, dieron lugar a las airadas protestas
de vecinos de distintas ciudades –Bayle señala los casos de Santiago de Chile y

39 ROMERO, José Luis Latinoamérica... cit., p. 60.


40 CARZOLIO, María Inés “Aspectos de continuidad y de discontinuidad entre vecindad y ciuda-
danía españolas del siglo XVII a la Constitución de 1812”, Buenos Aires 2001, mimeo, gentileza
de la autora.
41 BAYLE, Constantino Los cabildos… cit., p. 67.
42 Para el caso peninsular, y siguiento las Ordenanzas de Potes (1468), las de Alcalá, de Monda
(1574), Chipiona (1477), María Inés Carzolio señala las diferencias en la exigencia de residencia
para estas ciudades, consistentes en 10, 7 ó 10, 12 y 5 años respectivamente. CARZOLIO, María
Inés “Aspectos...”, cit.
43 Por ejemplo el caso de Piura, entre otros, donde se exigían 5 años. Referido por Bayle, Los cabil-
dos... cit.
44 LÓPEZ DE VELASCO, Juan Geografía y Descripción Universal de las Indias, cit. El pasaje de refe-
rencia está citado en ARECES, Nidia, LÓPEZ, Silvana, REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda
“La ciudad y los indios”, en Poder y sociedad. Santa Fe la Vieja, 1573-1660, UNR-Manuel Suárez,
Prohistoria, Rosario, 1999, p. 46.
45 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 68, 69 y 70.
64 Darío G. Barriera

Villarica, el primero en 1559– que dieron nuevo pregón a la Real Ordenanza de


1537 que guardaba sus privilegios. Las Ordenanzas del Bosque de Segovia (132,
133, 134 y 137) subrayan la exhortación real para construir edificios de carácter
permanente, “...criterio orientado sin duda a fijar la población y a conseguir nú-
cleos lo más arraigados y consolidados posibles”.46
Algunas ordenanzas previas dejan ver que se producían situaciones poco
claras: Carlos V mandó “que no pueda ser elegido por Alcalde el que no fuere
vezino: y donde huviere milicia, lo sea el que tuviere casa poblada.”47 La prescrip-
ción, típicamente casuística, parece haber sido promovida por el nombramiento
de algún alcalde que no cumplía las condiciones mínimas. Es evidente que al-
gunos asentamientos fueron “milicias” o “fuertes” antes que ciudades pero se
trataría de algún caso excepcional, dado el carácter simultáneo que conllevan la
sanción del establecimiento de un cabildo con la del estatuto de ciudad para la
villa y de vecino para los soldados que acceden a la condición de pobladores con
derechos políticos en ella. Más allá de la problemática derivada de la manifesta-
ción carolina, la medida subraya la preferencia que debía darse al hombre “...con
casa poblada”.
Basándose en el capítulo 27 del tercer libro de la Política Indiana de So-
lórzano, en León Pinelo (Tratado de las Confirmaciones Reales, I, 9), y en ciertos
párrafos de la Historia Natural... del Padre Acosta, Bayle introduce una variación
de “uso”, que al contrario de algunas afirmaciones anteriores, no puede extrapo-
larse temporal ni espacialmente a la totalidad del orbe hispanoamericano:
“Llamábanse vecinos únicamente a los encomenderos, los que te-
nían indios; y nació el nombre de la obligación de residir, para
llenar las cargas de la encomienda, esto es, la defensa de la tierra
y la instrucción y amparo de los indios encomendados, a seme-
janza, escribe el Padre Acosta, de los colonos romanos, guarda-
dores de las fronteras.”48

46 AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades... cit., p. 132. Los fragmentos de las Ordenan-
zas de 1573 allí recuperados rezan: “...comienzen [...] con mucho cuidado y valor a fundar sus
casas y edificarlas en buenos cimientos y paredes [...] dispongan los solares y edificios que en
ellos hicieren de manera que les permitan goçar de ayres de mediodia y de norte [...sic...] con pa-
tios y corrales [...] y con mucha anchura [...] y todo lo que fuera posible para la salud y limpieça
procuren que cuanto fuera posible los edificios sean de una forma por el ornato de poblaçion [...]
de maner quando los indios los vean les cause admiracion y entiendan que los españoles pueblan
alli de assiento y no de passo”.
47 R. C. del Emperador D. Carlos y la Princesa, en su nombre, en Valladolid a 21 de abril de 1554,
en Sumarios... cit., Libro IV, Título V, ley 12.
48 BAYLE, Constantino Los cabildos…, cit., p. 55. El resaltado me pertenece.
Abrir puertas a la tierra 65

Estos vecinos-encomenderos constituyen, en realidad, una subcategoría (supe-


rior) que aquí se consignará como “vecinos-feudatarios”.49 Es probable que en
los primeros tiempos de la conquista, en el área caribeña sobre todo, haya habido
identificación entre vecindad y cesión de una merced de encomienda, pero este
fenómeno es bastante improbable ya en la conquista peruana, donde se estable-
cen diferencias que estriban en los repartos de botín. Durante las jornadas de
Cajamarca o del Cuzco, algunos soldados que recibieron la condición de vecin-
dad, por ejemplo, no necesariamente recibieron en lo inmediato mercedes de
encomienda, objeto por el cual tuvieron que dar sus propias batallas personales
con los jefes de la conquista y, en algunos casos, hasta abandonar el sitio conquis-
tado para acceder a una de éstas en tierras lejanas, perdiendo así, por ejemplo,
la condición de vecino en la ciudad de la que parten o son expulsados.50 Lo que
interesa subrayar es estos vecinos fueron quienes tomaron a su cargo el gobierno
de la ciudad y, en ese sentido, la administración social de los recursos del común,
muchas veces imbricados con los propios:
“Todas las ciudades tenían sus gobiernos locales, los cabildos
españoles o los senados da câmara portugueses. Estos concejos
municipales [...] desempeñaban diversas funciones legales, po-
líticas, fiscales y admnistrativos que incluían la supervisión de
la recaudación local de impuestos, la higiene, las obras civiles
y la aplicación de la ley, actuando como corte de primera ins-
tancia en casos civiles y penales de la zona. [...] Pertenecer al
concejo municipal siempre proporcionaba un prestigio adicional
a aquellos seleccionados entre la élite local, ya fuese que el cargo
en el gobierno se obtuviese por elección, por adquisición o por
herencia.”51
Al margen de esta primera y significativa diferencia entre vecinos y habitantes
(los moradores, los estantes y los extranjeros, por un lado; los indígenas de distin-
ta condición por el otro), la dinámica urbana en las ciudades americanas permite
observar, además, un proceso de diferenciación interna a la “república de los
españoles”.52

49 Tal y como es utilizado en el trabajo antes citado de Areces et al, “La ciudad y los indios”, p. 46.
50 Cfr. LOCKHART, James El mundo Hispanoperuano…, cit.; The man of Cajamarca…, cit.; TRE-
LLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo…, cit.
51 HOBERMAN, Louisa Schell y SOCOLOW, Susan Midgen –compiladoras– Ciudades y Socie-
dad... p. 11.
52 Serían los europeos y criollos, o lo que Areces y Tarragó, para establecer una primera distinción
socio-jurídica entre los grupos indígenas y los conquistadores, sus descendientes y otros inmi-
grantes radicados en las ciudades hispanoamericanas durante el período colonial temprano, lla-
maron “la etnía blanca”.
66 Darío G. Barriera

De todos modos, la principal es la que David Brading describe como la


“...división más simple entre la gente de razón, es decir, la comunidad hispánica,
y los indígenas...”53 Tanto Hoberman y Socolow como David Brading, plantean
por ejemplo la distinción entre la autodenominada “gente decente” y el resto.54
El universo de derechos políticos estaba acotado a un número de sujetos que
habían sido premiados (por sus aportes al Real Servicio) con un recurso que po-
dían utilizar en nuevas luchas de derecho o de fuerza. La vecindad formaba parte
de ese proceso de acumulación de recursos simbólicos y materiales (ya que en las
designaciones coetáneas a las fundaciones, iba acompañada del otorgamiento de
solar para vivienda y tierras para chacras o estancias). El acto político anudaba
un vínculo entre el conquistador y la figura Regia y pautaba los parámetros de
inclusión que funcionarían como elemento diferenciador entre los miembros del
grupo conquistador en el espacio americano. La adquisición de esta habilitación
en el universo político de la ciudad, creaba una primera identidad entre los suje-
tos que la compartían. Sus efectos homogeneizantes, en cambio, se vuelven más
complejos en la medida en que pasa el tiempo y, se propician nuevos criterios
diferenciales.

Las ciudades y el número de los hombres


Las ciudades fundadas por los españoles en América aumentaban vertiginosa-
mente en número, pero se desarrollaron de manera disímil. “Hacia 1580 había
225 ciudades muy pobladas dentro de los dominios españoles, número que au-
mentó a 331 alrededor de 1630. Además, alrededor del año 1600 prácticamente

53 BRADING, David Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), FCE, primera reim-
presión, México 1983 [Londres, 1971], trad. de Roberto Gómez Ciriza, p. 40.
54 Cfr. con Socolow: “Los habitantes de las poblaciones eran asimismo caracterizados como gente
decente (personas respetables, también de ascendencia ibérica y dedicadas a profesiones hono-
rables) o gente plebeya (las masas de gente común). En las zonas de densa población indígena
había una clara distinción legal y cultural entre los miembros de la sociedad hispánica (gente de
razón) y los indios. En la sociedad urbana, la condición legal y el estatus social regían la posición
de los habitantes no hispánicos. El estatus legal se reflejaba en la legislación, que detallaba las
desventajas a que estaban sujetos los indios, los negros y las castas (personas de ascendencia
racial mixta). Todas las personas libres clasificadas como negras o pertenecientes a una casta
debían pagar tributo y estaban legalmente inhabilitadas para ejercer cargos públicos o pertenecer
a un gremio de artesanos. Los individuos de piel más clara podían superar estos impedimentos
legales entrando en las cofradías de artesanos de menor rango o accediendo a puestos inferiores
en el cabildo, y por lo general lograban ‘pasar por’ españoles (personas de ascendencia española
o nacidas en España). Todas las personas racialmente mixtas estaban sujetas a incapacidades
legales, y en los primeros tiempos de la colonia se presumía que eran de origen ilegítimo. En
teoría, ni los negros ni los mulatos (personas de ascendencia mixta, blanca y negra) podían portar
armas; pero en tiempos de grandes emergencias a ambos grupos se les permitía servir en milicias
especialmente reclutadas....” HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan Ciudades y sociedad...
cit., p. 12.
Abrir puertas a la tierra 67

la totalidad de los grandes centros urbanos de la América hispánica [...] habían


sido fundados, aunque no todos eran prósperos.”55 En la parte superior del cua-
dro siguiente, puede leerse el número de vecinos que se registraron en las ciuda-
des más y mejor vinculadas con los grandes centros administrativos y mineros
de los virreinatos españoles en fechas cercanas a 1580 y 1620. El crecimiento
de esta franja poblacional, ligada conceptualmente a la reproducción del grupo
eurocriollo –entiéndase como vecinos a los hombres españoles y otros de origen
europeo, sus descendientes, todos ellos mayores de 25 años con propiedad ur-
bana y derechos políticos otorgados por el cuerpo de gobierno de la ciudad– es
marcado. El alza en Potosí, La Plata y Cochabamba, está ligado con el auge de
la explotación argentífera. Los problemas producidos en la década de 1630 con
la distribución del mercurio, utilizado para el beneficio del metal, pusieron en
aprietos a mineros y empresarios, pero el movimiento continuó con otras estrate-
gias y en medio de ríspidos conflictos políticos.56
Como lo sintetizan Hoberman y Socolow, “Si bien la población indígena
sufrió una impresionante declinación numérica, el componente blanco [sic] de
las poblaciones urbanas se estabilizó durante el siglo XVII, al mismo tiempo
que crecía la cantidad de negros y de descendientes de uniones mixtas.”57 En
consecuencia, mientras que, en líneas generales, lo que constituye el grupo que
prevalece y se organiza para prevalecer en el ámbito de la lucha por los recursos,
el principal componente demográfico de la mano de obra que producía efectiva-
mente esos recursos, colapsaba. Las características de las poblaciones indígenas
reducidas en torno de estos centros urbanos también diferían de aquellas que
los conquistadores habían logrado dominar y orientar hacia sus intereses en las
urbes ubicadas en la parte baja del cuadro. Relegados a un papel secundario en
la distribución de la renta minera, de la cual obtenían algún beneficio por la vía
de la circulación, los vecinos de ciudades como Asunción, Córdoba, Corrientes,
Buenos Aires o Santa Fe, se aplicaban al ejercicio de la explotación de comunida-
des indígenas que, excepción hecha de los grupos guaraníticos, planteaban algo
más que una disputa importante en el nivel de las luchas de fuerza. Los indígenas
que poblaban el litoral de los ríos, como se lo llamó ya en el siglo XVIII, no te-
nían patrones culturales de producción que los europeos encontraran maleables;
imponer los tiempos de trabajo que, de alguna manera, formalizaran una versión
mestiza de la renta feudal les resultó más complicado.

55 HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan –compiladoras– Ciudades…, cit., p. 7.


56 Cfr. ISRAEL, Jonathan Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610 - 1670, México
1980 [Londres, 1975], trad. de Roberto Gómez Ciriza, 309 pp. BAKEWELL, Peter Mineros de la
montaña roja. El trabajo de los indios en Potosí (1545-1650), Alianza, Madrid, 1989.
57 HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan – compiladoras– Ciudades... pp. 8 y 9.
68 Darío G. Barriera

Número de vecinos en ciudades hispanoamericanas entre 1580 y 162058


CIUDAD 1580 1620
México 3.000 20.000
Quito 400 3.000
Lima 2.000 9.500
Potosí 400 4.000
Santa Fe de Bogotá 600 2.000
Cochabamba 30 300
La Plata (Chuquisaca) 100 1.100
Santiago de Chile 375 500
Córdoba - 210
Buenos Aires 70 205
Santa Fe 70 123
Corrientes - 91
Asunción - 650

58 Se tomó como base el propuesto por HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan – compilado-
ras– Ciudades… p. 10. Las cifras fueron complementadas con otras obras y, en todos los casos en
que fue posible, cotejadas con tesis (publicadas e inéditas) más actuales que el libro de referencia.
Los datos que se tienen, para Quito en la década de 1570, no son fácilmente confrontables. Mien-
tras que un historiador del siglo XIX atribuye la abultada cifra de 1000 vecinos para esa época,
Lara prefiere apoyarse en las apreciaciones del oidor Salazar de Villasante, quien encuentra que,
hacia 1571, la ciudad “...será de hasta cuatrocientos vecinos en sus casas, españoles, y las casas
son buenas....”. LARA, Jorge Quito, Mapfre, Madrid 1992, p. 90. Para Quito en 1620, se toma
“...españoles vecinos, con los mestizos, que son hijos de españoles y de mujeres indias, sin contar
los muchos transeúntes...” Vázquez de Espinosa, en 1628, citado por LARA, Jorge S. Quito, cit.,
p. 93. La cifra correspondiente a Lima en 1580, coincide con la que manejan Günther Doering y
Lohmann Villena. Un recuento de “habitantes”, que incluye sólo a unos 400 indígenas, propone
para el año 1600 unas 11.059 almas, mientras que otro realizado un siglo después apunta 36.558
moradores. GÜNTHER DOERING, Juan y LOHMANN VILLENA, Guillermo Lima, Mapfre,
Madrid 1992, pp. 141, 142 y 314. Los datos que Hoberman y Socolow ofrecen para Santiago
de Chile parecen muy fidedignos. Los he cotejado con algunas cifras consideradas por Jean-
Paul Zúñiga, quien expone las fuentes y el tratamiento que le conduce a esas conclusiones. “En
1614, Antonio Vázquez de Espinoza dénombre 346 maisons à Santiago, dont 285 de ‘fort bonne
qualité’ et 61 de ‘peu de prix’...”; “Pour le début du XVIIe siècle, un ensemble de rapports auto-
risent à évaluer la population hispanique de la ville de Santiago à près de deux mille personnes,
en prenant le parti –faute d’une meilleure solution– d’appliquer le facteur cinqu aux nombre de
‘vecinos’ donnés par les documents”, refiriéndose a los 500 vecinos denunciados por Fray Diego
de Ocaña en abril de 1602. Cfr. ZÚÑIGA, Jean-Paul Espagnols d’autre mer... cit., p. 113 y p. 116.
Las cifras para Santa Fe en 1580 han sido estimadas en función del número de hombres de la
hueste fundadora en 1573 y los nombres de “vecinos” que aparecen en las actas capitulares hasta
la fecha. La correspondiente a 1620, tiene como punto de referencia el recuento de Góngora de
1622. Susana Frías considera la cifra de 210 para Córdoba en 1620 como población total. Su
fuente es un “informe del vicario de Predicadores al Cabildo”, sin signatura. FRÍAS, Susana “La
Expansión de la población”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, II, cit., p. 94. No he podido
confrontar la fuente pero –en función de comparaciones, número de vecinos registrados en Actas
Capitulares, etc.–, me inclino a pensar que podrían ser 210 vecinos; para Buenos Aires en el
mismo año las fuentes son la crónica de Vázquez de Espinosa (informa 200 vecinos españoles)
Compendio y descripción…, cit., p. 640 y el padrón de Góngora. La cifra para Asunción también
proviene de Vázquez de Espinosa, p. 623.

Abrir puertas a la tierra

Carta geográfica de las Provincias de la Gobernación del Río de la Plata, Tucumán y Paraguay…,
Juan Ramón Koening (Cosmógrafo mayor del reino del Perú), 1685
69

AGI, Mapas, Buenos Aires, 123


70 Darío G. Barriera

El “espacio peruano”
Coetáneamente con los inicios de las investigaciones de Assadourian, y al abrigo
de las líneas de trabajo alentadas por don Nicolás Sánchez Albornoz desde Ro-
sario, en 1962 se publicaba en esta ciudad un trabajo de alcances más modestos
que el ya mencionado de Assadourian, pero que funda una historiografía que
ha dejado huellas decisivas sobre la comprensión del universo colonial: Estela
Toledo encaraba el estudio del recorrido que, durante siglos, habían realizado
mulas y mercaderes.59
A partir de un informe de la Junta General de Comerciantes de la provincia
de Salta, rubricado en 1852,60 la autora se libra a esbozar la genealogía de este
diseño de rutas que, para la fecha estaba consolidado. Retomando la hipótesis de
Emilio Coni, quien afirmaba que el movimiento de ganados de Córdoba al Alto
Perú se iniciaba desde el año 1600,61 Toledo comoprobó la existencia de estos
flujos a partir de documentos (básicamente fletamentos) relacionados con venta
e invernadas de mulas en Salta –provenientes de Córdoba– como antepuerta del
mercado potosino. Aunque sin generalizar a partir de esto, señaló que la brusca
fluctuación ascendente de los precios y del volumen de animales comerciado
hacia 1694, estaba estrechamente ligada a un alza en la actividad minera de la
cuenca de Jauja, sobre la cual no poseía lamentablemente datos fidedignos.62
Pocos años más tarde, el citado trabajo de Assadourian sobre la economía
cordobesa, redactado hacia 1968, mostraba la validez de la reflexión de Este-
la Toledo y dejaba ver con claridad las dimensiones cuantitativas del tráfico de
mulas63 desde comienzos del siglo XVII, tal y como lo había propuesto Emilio

59 TOLEDO, Estela “El comercio de mulas en Salta: 1657-1698”, en Demografía Retrospectiva e His-
toria Económica. 6to. Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacio-
nal del Litoral, Dir. Nicolás Sánchez Albornoz, Rosario 1962-1963, pp. 165 a 190.
60 Que reza lo siguiente: “El Comercio de Salta lleva hta. Lima y todo Bolibia mulas qe. viene
reuniendo pr. compra desde Buenos-aires, Entre-Ríos, Santafe Cordoba Santiago y Tucuman,
con mensaje qe. trahe de Cuyo Rioja y Catamarca: las inverna aquí, y al año siguiente las arrea
a Bolibia y Peru. Este trafico es industria en todas sus circunstancias naturalmte Argentino, pr.
la propiedad de su teritorio pa. el Pastoreo”; ubicado en la p. 165 del citado trabajo, la autora
anota haberlo tomado de BARBA, Enrique “El comercio de Salta a mediados del siglo pasado”,
en Trabajos y Comunicaciones, núm. 7, Universidad Nacional de La Plata, 1958, p. 50.
61 La referencia es CONI, Emilio “La agricultura, ganadería e industrias hasta el Virreinato”, en
LEVENE, Ricardo –dir.– Historia de la Nación Argentina, Tomo IV, Buenos Aires 1940.
62 TOLEDO, Estela “El comercio de mulas...”, cit., pp. 179 y 180.
63 La mula se produce. Es un híbrido resultante de la cruza de una yegua con un burro. La fortaleza
de su complexión y la regularidad de su marcha le otorgaban gran resistencia como animal de
carga. Que el estudio de este tráfico conducía a las entrañas de la historia económica americana
era una convicción compartida también por Nicolás Sánchez Albornoz, quien ubica el origen de
la temprana demanda de mulas en la “...necesidad de disponer de fuerza motriz y de medios de
transporte en zonas de topografía escarpada...”. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás “La saca de
Abrir puertas a la tierra 71

Coni.64 Por su parte, Acarette Du Biscay, señalaba ya a mitad del siglo XVII que
la salida de mulas desde Córdoba hacia el Perú, podía estimarse en 28 ó 30.000
al año, lo que puede considerarse como una fuente bastante fiable, en la medida
en que el observador mostraba una cierta sensibilidad por este tipo de datos.65
Casi de manera contemporánea a los estudios que Assadourian realizaba
en Córdoba, Sánchez Albornoz –también apuntando hacia el tráfico mular, pero
en el período tardocolonial– exponía en otra clave lo que el discípulo de Garzón
Maceda denominaba el “efecto de arrastre”. En un trabajo que también ha hecho
época, el historiador español afirmaba:
“A unos cientos de leguas de los centros mineros del Alto Perú
se extendían los valles y planicies del Tucumán, y más al sur las
amplias y feraces pampas del Río de la Plata, capaces de ali-
mentar enormes rebaños equinos que, hasta entonces, se habían
reproducido de manera espontánea formando una crecida ha-
cienda cimarrona de escaso provecho. Para estas tierras, aún no
surcadas por labores agrícolas y no holladas por otro ganado, la
mula vino a representar una primera forma de racionalizar su
aprovechamiento. En virtud de la demanda peruana, desde comienzos
del siglo XVI [sic, evidentemente XVII], Tucumán y Buenos Aires,
ambos en sentido lato, surtieron de mulas en forma generosa y creciente
a todo el virreinato. Criadas en esta región, se llevaban jóvenes a
los valles salteños donde invernaban mientras ganaban fuerza y
resistencia para la dura jornada que les esperaba, la de trepar los
Andes camino del Alto Perú y del Perú meridional. Más ade-
lante, a medida que nuevos distritos mineros reclamaron más
recursos energéticos y de carga, y también creció la producción
de este ganado, las recuas se internaron en el Perú central (cuen-
cas de Huancavélica, Jauja y Pasco) e incluso llegaron hasta los
confines septentrionales del virreinato. Así llegó a integrarse una de
las corrientes de tráfico más significativas de Hispanoamérica, no solo
por la distancia recorrida que, entre los extremos sobrepasó los
cuatro mil kilómetros, sino también por la índole y el volumen de las

mulas de Salta al Perú, 1778-1808”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas de la Univer-
sidad Nacional del Litoral, Núm. 8, Rosario, 1965, p. 263.
64 ASSADOURIAN, Carlos Sempat El sistema... cit., p. 45 y ss.
65 DU BISCAY, Accarette Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú. Con observacio-
nes sobre los habitantes, ya sean Indios o Españoles, las Ciudades, el Comercio, la fertilidad y las riquezas de
esta parte de América, Alfer & Vays, Colección El Viajero y la Ruta, [1ª. Parte aparecida en francés
en 1663, segunda y tercera en 1666 y cuarta en 1672] Buenos Aires 1943, Prólogo y notas de Julio
César González, traducción de Francisco Fernández Wallace, p. 56 y 57.
72 Darío G. Barriera

operaciones, pues, a cuanto ascendiera el valor de la corriente Sur-Norte,


habría que sumar el tráfico que, en compensación, apareció en sentido
inverso, formado por metales y mercaderías.”66
La cita se justifica porque explica la construcción histórica y analítica del espacio
peruano. Lo que Sánchez Albornoz señalaba varios años antes de que se hubie-
ran publicado investigaciones que permitieran afirmarlo con evidencia en mano,
está relacionado con las escasas limitaciones que pueden señalarse al trabajo de
Assadourian. Si Assadourian señalaba que los efectos de arrastre del polo de
crecimiento potosino alcanzaron, en sus ondas expansivas, hasta las lejanas pam-
pas rioplatenses, su consideración de un Atlántico excesivamente “portugués”, o
escasamente interesante desde lo cuantitativo para los siglos XVI, XVII y hasta
XVIII, lo condujeron a construir una imagen que, desde la trama empírica, es
fuertemente mediterránea (en el sentido de interior). En el concepto de Assado-
urian, la creación del Virreinato rioplatense y la sanción del Reglamento de Libre
Comercio de 1778 siguen operando como momentos fuertes a partir de los cuales
se justifica prestar ojos y oidos a un frente atlántico del espacio peruano que,
como él mismo lo señalaba, tenía arte y parte en el asunto.
La ruta descrita por Accarette du Biscay a mediados del siglo XVII, estaba
consolidada. Sus caminos secundarios, conectaban eficazmente puntos más o
menos importantes de una red que parecía conducir el flujo de la circulación
en dos direcciones principales: de un lado, lo esencial del movimiento regional
altoperuano se dirigía a Lima, la sede de operaciones que la Corona había esta-
blecido como “oficial” para realizar el tráfico legal ultramarino. Por el otro, el
Alto Perú y el Atlántico constituían los extremos de un eje “secundario” pero
cuyo volumen fue adquiriendo una importancia creciente en cantidad y en cali-
dad, integrando economías regionales distantes y hasta comienzos del siglo XVII
poco conectadas entre sí. Desde los trabajos de Alice Canabrava67 a los de Zaca-
rías Moutoukias, la acumulación de estudios sobre esta suerte de trastienda del
Virreinato del Perú durante los siglos XVII y XVIII, acuñó una imagen distintiva
que, detrás de la opacidad político-administrativa que la metrópoli había reser-
vado para esta región, descubre un movimiento ingente que diseña rutas fijas y
otras más o menos permanentes que unen ciudades, regiones, productos y perso-
nas a lo largo y a lo ancho de las gobernaciones sureñas del virreinato peruano.68

66 SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás “La saca de mulas...” cit., p. 264. Los resaltados son míos.
67 CANABRAVA, Alice O comercio portugues no Rio da Prata, 1580-1640, Sao Paulo 1944.
68 En este sentido confrontar los trabajos de ASSADOURIAN, Carlos El sistema de la economía
colonial, Lima 1982 y GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado interno y Economía Colonial, México
1982. Como es sabido, ambos estudiosos produjeron los trabajos que constituyen el cimiento
más firme en relación a la formación y funcionamiento de un mercado interno colonial; pero
mientras que los estudios del primero ponen el acento en una dinámica que se basa en las teorías
Abrir puertas a la tierra 73

El corte de 1776 como hito para explicar las conexiones entre el Alto Perú
y el Atlántico, no tiene la misma relevancia que en otros tiempos. Desde posi-
ciones heterogéneas, existe un consenso sobre que aquella fecha otrora clave en
la periodización de la historia rioplatense es la sanción de situaciones dadas.69 A
partir de finales del siglo XVII se advierte que la bifrontalidad (Pacífico/Atlánti-
co) y la multidireccionalidad de los flujos mercantiles que atraviesan el esquema
del espacio peruano es un proceso prácticamente consolidado: el crecimiento
de Buenos Aires fue razón y sucedáneo del mismo, donde la emergencia de una
“Argentina” litoral hunde sus raíces.70 El desenvolvimiento de mercaderes y co-
merciantes puede considerarse un factor estructurante: implicó un complicado
ciricuito donde se involucraron un amplio abanico de rubros y un recorrido que
muestra los hilos conductores del flujo mercantil interregional –los caminos del
mercado interno colonial ya señalados por Garavaglia y Assadourian– así como
también un buen número de personas que formaban parte además del universo
social más cercano y más vital de actores.71 Esta organización, que responde a
la integración entre regiones a partir de polos generadores de movimiento y de
centros de distribución y de paso, no es anónima: las relaciones parentales (reales

de Perroux y el rol de Potosí como polo de atracción que provoca un efecto de arrastre sobre
las economías del Tucumán –y cuyo principal problema parece ser la subestimación del lado
atlántico para el siglo XVII– Garavaglia se ocupó del circuito de la yerba mate, producto de la
región paraguaya a partir de cuyo flujo mercantil se traza la parabólica Asunción–Santa Fe–Cór-
doba–Salta–Potosí. No obstante, tanto este autor como Jorge Gelman –entre otros– sostienen
que Buenos Aires no se afirmará de manera definitiva como centro de arrastre hasta finales del
siglo XVIII -Cf. con GELMAN, Jorge Daniel De mercachifle a gran comerciante. Los caminos del
ascenso en el Río de la Plata Colonial, Universidad Internacional de Andalucía, UBA, Sevilla 1996,
especialmente p. 19. En cuanto al dinamismo del frente atlántico durante el siglo XVII, el trabajo
de MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y control colonial, Buenos Aires 1988, es insoslayable.
Al tratarse de investigaciones que perseguían objetivos que permitían prescindir del tema, en nin-
guna de ellas encontramos una suficiente atención sobre Santa Fe (exceptuando quizás el libro de
Garavaglia, quien aborda incluso la problemática del “puerto preciso”), señalada como llave de
paso; esta pequeña brecha que dejan los excelentes estudios mencionados son el punto de partida
de las contribuciones que pueden hacerse estudiando el espacio local santafesino.
69 Por ejemplo los trabajos de TANDETER, Enrique; MILLETICH, Vilma y SCHMITT, Roberto
“Flujos mercantiles en el Potosí colonial tardío”, Anuario del IEHS, 9, Tandil 1994, pp. 97 a 126;
MIRA, Guillermo “La minería de Potosí, las élites locales y la crisis del sistema colonial”, en
MENEGUS BORNEMANN, Margarita –coordinadora– Dos décadas de investigación en historia
económica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, El Colegio de Méxi-
co, México 1999, pp. 401-402. MOUTOUKIAS, Zacarías “Comercio y Producción”, en Nueva
Historia de la Nación Argentina, Planeta, Buenos Aires 1999, pp. 51 y ss.
70 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y Guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina
criolla, edición corregida, SXXI, Buenos Aires 1979.
71 Como un Julián García de Molina, mercader sin vecindad que, como muchos otros, “anudaba”
estos espacios concretamente. Véase el trabajo de REGIS, Élida “Julián García de Molina: mer-
cader residente”, en ARECES, Nidia –compiladora– Poder y Sociedad... cit., p. 149 y ss.
74 Darío G. Barriera

y ficticias), la amistad, el compadrazgo y –para ciertas tareas como el recluta-


miento de fleteros, boyeros y peones– el control de las pequeñas clientelas en
cada pago, constituyen la argamasa del funcionamiento efectivo y cotidiano del
circuito mercantil que integra ese sistema económico del Río de la Plata, Paraná
arriba y pampa adentro, hasta la cordillera, la puna y las menas argentíferas.
Santa Fe, en la dinámica de la conquista efectiva del subcontinente sud-
americano, fue planificada como posta entre Asunción del Paraguay y el Río de
la Plata, a la vez que como una llave de paso entre el Paraguay y el Alto Perú.
Cuando se logró el objetivo de reponer la salida atlántica en el nuevo puerto de
Buenos Aires (1580), la función prevista para Santa Fe se afirmó. La restitución
de su experiencia, se espera, aportará también al funcionamiento temprano de
esta dinámica del “espacio peruano”.72 El desarrollo del proceso no está exento
de matices ni de contradictorias fibrilaciones que hacen aun más interesante la
apuesta de enfrentar su reconstrucción comprensiva.

72 Una descripción y una ponderación del enorme valor de la obra de C. S. Assadourian en PA-
LOMEQUE, Silvia “Homenaje a Carlos Sempat Assadourian – Presentación”, en Anuario del
IEHS, núm 9, Tandil, 1994, pp. 11-15; también MENEGUS BORNEMANN, Margarita –coor-
dinadora– Dos décadas de investigación…, cit. - [2012] más recientemente, PRESTA, Ana María
“Potosí y la minería en la historiografía argentina: El “espacio” de los maestros”, en Surandino
Monográfico, Vol. I, núm. 2, Buenos Aires, 2010, en línea: http://www.filo.uba.ar/contenidos/
investigacion/institutos/ravignani/prohal/mono.html y GELMAN, Jorge “Una historia dada
vuelta. Los aportes de C. S. Assadourian a la historia económica y agraria rioplatense”, en Nuevo
mundo, mundos nuevos, www.nuevomundo.revues.org/64714, puesto en línea el 5/12/2012.

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