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Grado de Geografía e Historia

2020-2021

Trabajo Fin de Grado


“La Romanización de la Península Ibérica entre las
Guerras Celtíberas y la Guerra Sertoriana (133-72 a.C.)”

Yeray Campos Gracia

Tutor:
Sabino Perea Yébenes

Facultad de Historia y Geografía, UNED, abril de 2021


UNED. Facultad de Geografía e Historia. Grado en Geografía e Historia 2

Resumen
Este trabajo aborda el estado de la cuestión del progreso de la romanización de la
Península Ibérica entre la derrota de la ciudad de Numancia en el 133 a.C. y el fin de la Guerra
Sertoriana en el 72 a.C. Esta romanización, todavía incipiente, donde el cambio en el estatus
jurídico de los habitantes de la península tuvo un papel secundario, se analiza en sus aspectos
políticos, económicos y culturales. Además, se lleva a cabo un repaso de los diferentes
acontecimientos que dieron forma al periodo y, para enmarcarlo, se caracteriza el fenómeno
imperialista romano, la crisis de la República tardía y las relaciones de poder e influencia
cultural entre conquistadores y conquistados.

Palabras Clave: Romanización, República Romana, Latinización, Hispania, Sertorio,


Numancia.

Abstract
This work approaches the state of the art of the romanization progress in the Iberian
Peninsula between the defeat of the city of Numantia in 133 B.C. and the end of the Sertorian
War in 72 B.C. This romanization -yet incipient, in which the change of legal status of the
inhabitants of the peninsula had a lesser role- is analyzed in its political, economic, and cultural
aspects. In addition, a review of the different events that shaped the period is provided; and in
order to frame it, the following aspects are depicted: the roman imperialist phenomenon, the
crisis of the late Republic and the power relations and cultural influence between conquerors
and conquerees.

Keywords: Romanization, Roman Republic, Latinization, Hispania, Sertorius,


Numantia.
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Sumario

Introducción .................................................................................................................................. 4
Romanización temprana de la Península Ibérica........................................................................... 8
La Península Ibérica tras la derrota de Numancia ....................................................................... 15
Un punto de inflexión: la Guerra Sertoriana ............................................................................... 18
El progreso de la latinización ...................................................................................................... 21
Otros aspectos de la romanización .............................................................................................. 23
Conclusiones ............................................................................................................................... 26
Bibliografía ................................................................................................................................. 28
Fuentes .................................................................................................................................... 28
Estudios ................................................................................................................................... 28
Anexos......................................................................................................................................... 30
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Introducción
El objetivo principal de este trabajo es el de ofrecer una síntesis que permita
comprender el estado de la cuestión sobre el desarrollo de la romanización entre el final de las
Guerras Celtíberas (133 a.C.) y el final de la Guerra Sertoriana (72 a.C.). Un periodo de sesenta
años entre dos grandes acontecimientos que marcaron el devenir de la Península Ibérica. Este
periodo transitorio fue poco atendido desde Roma, ocupada en otros asuntos, hasta la propia
Guerra de Sertorio, por ser la prolongación de un conflicto civil romano. Resulta sugerente
pensar que, durante este tránsito, en el que los niños que vieron morir a Viriato pasaron a ser los
ancianos que vieron morir a Sertorio, sucedieron progresos fundamentales para el avance de la
romanización. Igualmente, este trabajo comprende la que se considera como la primera “guerra
civil” de las muchas que tuvieron lugar en la Península Ibérica. Es un periodo amplio, con una
bibliografía extensa. Sin embargo, a causa de la magnitud de lo acontecido en los periodos
inmediatamente posteriores: épocas de César y Augusto, queda ensombrecido y no es tan
conocido por la población general.
La aculturación que se produjo en la Península Ibérica, lo que denominamos
“romanización”, es el principal tema de estudio de este trabajo, consecuencia de las relaciones
entre conquistadores y conquistados. Hoy somos herederos de este proceso de romanización
que, como veremos, es incipiente en la época que este trabajo atiende, pero fundamental en las
transformaciones en la forma de vivir que tuvieron lugar.
El tema de este trabajo ha sido consensuado con el profesor Sabino Perea Yébenes y
realizado bajo sus orientaciones, consejos y recomendaciones. Como es apropiado en un
Trabajo de Fin de Grado, se han empleado dos tipos de fuentes: estudios historiográficos
modernos y fuentes históricas aportadas por los autores antiguos y más cercanos a los
acontecimientos. El objetivo, como se ha mencionado arriba, es presentar una síntesis
bibliográfica que nos permita conocer el estado de la cuestión que se nos presenta.
Una de las principales limitaciones a superar a la hora de realizar este trabajo ha
derivado de la actual situación de excepcionalidad sanitaria que ha provocado el cierre de salas
de lectura. Estas, dotadas de los recursos de una biblioteca universitaria, son el espacio natural
para el desarrollo de un trabajo de este tipo. Además de la bibliografía recomendada en la Guía
de la Asignatura, bases de datos académicas como Dialnet, dependiente de la Universidad de la
Rioja, o Google Schoolar han sido fundamentales para la búsqueda de la bibliografía consultada
en este trabajo.
La mayor parte de las obras que se han empleado han sido estudios historiográficos. Sin
embargo, se ha comenzado revisando las principales fuentes literarias relativas a este periodo,
utilizando ediciones comentadas y, en la medida de lo posible, actualizadas. El testimonio de la
Guerra Numantina y de la de Viriato lo aportó Apiano, trescientos años más tarde de que
tuvieran lugar los acontecimientos narrados1, en su libro VI Sobre Iberia que nos ha llegado
completo y es también la única fuente literaria sobre lo que ocurre entre Numancia y Sertorio2.
Por su parte, la principal fuente literaria sobre la Guerra Sertoriana la constituyen las detalladas
biografías de Sertorio y Pompeyo, escritas por Plutarco entre el 96 y el 120 d.C.3 Se ha revisado
también la obra de Estrabón, que dedicó su libro III a la geografía de Iberia. Las descripciones
de Estrabón se refieren al periodo augústeo, que él vivió, pero traza un recorrido de épocas
anteriores y, además, realizó un sistemático mapeado etnográfico de la Península Ibérica4.
Se ha buscado, en base de una mejor comprensión de las actuaciones de los
conquistadores y de los mecanismos por los que ejercieron el poder e influyeron en la cultura de
los conquistados, realizar un repaso a obras que expliquen el desarrollo de la República durante
sus últimos dos siglos, la expansión territorial romana y la caracterización de su imperio. Para la
comprensión de la problemática social republicana, fue importante la obra de Peter A. Brunt

1
GÓMEZ, 2016, p.15.
2
PINA, 1999, p.56.
3
AGUILAR, 2004, p. 18.
4
GÓMEZ, 2015, pp. 20-48.
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Conflictos sociales en la república romana5, una obra de historia social donde las
transformaciones económicas juegan un papel principal en la explicación de los procesos
políticos. Muy en esta línea estaría la obra en dos tomos de Claude Nicolet Roma y la conquista
del mundo mediterráneo67. El segundo tomo es una obra colectiva en la que Daniel Nony
colaboró con el capítulo relativo a la Península Ibérica8. Este capítulo, aunque muy claro en su
desarrollo, aporta poca información sobre el proceso de romanización hasta la llegada de
Augusto, en parte debido a no poderse beneficiar del posterior desarrollo de la arqueología.
Resulta llamativo que, por ejemplo, se mencione el bronce de Ascoli pero no se relacione su
contenido con el desarrollo de la romanización.
Un importante debate historiográfico es el que se suscita en torno a la caracterización de
la política imperial romana. El debate afecta, sobre todo, a un momento anterior a nuestra
cronología, pero se ha tenido en cuenta ya que las fechas en las que hay acuerdo en dar una
caracterización imperialista a Roma, sí guardan relación con el ámbito cronológico que este
trabajo trata. A las tesis de William V. Harris de un imperialismo romano de aparición
temprana, detalladas en su libro Guerra e imperialismo en la Roma republicana 327-70 a.C.9, se
oponen las de Marcel Le Glay, que en su libro Grandeza y decadencia de la República
Romana10 defiende la caracterización de este imperialismo romano como “defensivo” hasta
fechas más tardías.
Para completar la comprensión del panorama de los conquistadores, se ha examinado un
conflicto que precede a la Guerra Sertoriana y en el que se presentaron cuestiones importantes
para la romanización como la ciudadanía, la llamada Guerra Social. No estaría de acuerdo con
llamarla así Luis Amela, que realizó un magnifico análisis de esta y de su conexión con las
guerras civiles en su libro monográfico El toro contra la loba: la guerra de los aliados (91-87
a.C.)11. El estudio pormenorizado de las clientelas pompeyanas desarrollado por Luis Amela se
ha tenido únicamente en cuenta en la medida en que es en la época que tratamos el momento en
el que estas comenzaron a desarrollarse, como él mismo explica en su artículo «El desarrollo de
la clientela Pompeyana en Hispania»12.
En resumen, se han utilizado las anteriores obras para ofrecer el marco en que, en los
términos de la historia de Roma, se desarrolló la romanización de la Península Ibérica entre el
133 y el 72 a.C. También para obtener una caracterización de los conquistadores y de los
procesos internos que afectaban a la sociedad romana en aquellos momentos.
Para una visión global del propio proceso de romanización, resulta imprescindible la
obra de José María Blázquez. A comienzos de los años sesenta, tres de sus artículos abordaron
esta cuestión y, en buena medida, fijaron el andamiaje sobre el que se basa la visión moderna
del fenómeno en la Península. En 1962 su artículo «Estado de la Romanización de Hispania
bajo César y Augusto»13 se centra en la época inmediatamente posterior al objeto de este
trabajo, pero ya comienza a tratar cómo se produjo aquel estado de cosas y, por tanto, aporta
información relativa a las décadas anteriores. Posteriormente, Blázquez profundizará en esta
cuestión en su serie de artículos «Causas de la romanización de Hispania»14 15 16 17, publicados
en 1964, y donde introduce un primer esquema de las principales causas que trabajaron en el
proceso de la romanización. En sentido inverso, Blázquez tuvo también en cuenta en esta época
las considerables consecuencias que tuvo para Roma su entrada en Hispania en su artículo «El

5
BRUNT, 1973.
6
NICOLET, 1982.
7
NICOLET, 1984.
8
NONY, 1984.
9
HARRIS, 1989.
10
LE GLAY, 2001.
11
AMELA, 2007.
12
AMELA, 1989.
13
BLÁZQUEZ, 1962b.
14
BLÁZQUEZ, 1964a.
15
BLÁZQUEZ, 1964b.
16
BLÁZQUEZ, 1964c.
17
BLÁZQUEZ, 1964d.
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impacto de la conquista de Hispania en Roma»18. Las aportaciones de estos tres artículos


quedan actualizadas e integradas en la obra de síntesis en dos volúmenes La Romanización19 20
publicada por Blázquez en 1986, que cubre el periodo que trascurre desde la Segunda Guerra
Púnica hasta el Bajo Imperio inclusive, en un estudio cronológico en su primer tomo (hasta el
Principado) y de análisis socioeconómico en el segundo (desde el Principado). Cabe ahondar en
esto: en esta obra la romanización es un “proceso” hasta Augusto y un “estado” hasta el fin del
periodo romano. No se ofrece, por lo tanto, una descripción del estado de la romanización en el
periodo que nos ocupa, sino que hemos de deducirlo a través de las causas que el autor describe
y de los acontecimientos que narra. El análisis de fuentes literarias que realizó José María
Blázquez es un trabajo colosal, pero un periodo donde éstas escasean, como el que transcurre
entre las Guerras Celtíberas y el inicio de la Guerra Sertoriana, tiene poco peso en sus páginas.
Así, Blázquez lo describe de esta manera:
«A estos años sigue un periodo de relativa paz, o de guerras que no alcanzaron la
importancia de las dos citadas, hasta las campañas de Sertorio.» (Blázquez, 1986a, pp. 151-52).
Esta descripción parte de la lectura de Apiano que, como se ha adelantado, es la única
fuente literaria para estos años y que los reduce a unos pocos párrafos. Como se tratará en el
trabajo, la causa de la escasez de fuentes, más que con una situación de paz en la Península,
tiene que ver con la atención de los romanos a su propia crisis interna.
Blázquez introduce la latinización como una de las principales causas de la
romanización, si bien no llega a desarrollar este aspecto en profundidad en las obras que hemos
citado. Una visión más completa la aportó Antonio García y Bellido, autor más cercano a las
evidencias epigráficas, con su artículo «La latinización de Hispania»21, publicado en 1967.
A pesar de ser un estudio regional, también se ha examinado para este trabajo la obra de
Guillermo Fatás Cabeza La Sedetania: las tierras zaragozanas hasta la Fundación de
Caesaraugusta, por cubrir el área del valle del Ebro, de especial importancia durante la Guerra
Sertoriana22.
Como se ha dicho, Blázquez presenta un esquema de las causas de la romanización en
Hispania que es mantenido en obras de síntesis posteriores. Para la realización de este trabajo,
se ha consultado Historia Antigua de España I23, manual elaborado por José Manuel Roldán
Hervás para la UNED y que ofrece una obra muy completa, en la que Roldán traza un hilo
conductor de la romanización a través del avance del urbanismo. Sin embargo, como Blázquez,
centra el análisis del estado de la romanización en el periodo del Principado. También se ha
atendido a la obra de Pedro Barceló y Juan José Ferrer Maestro Historia de la Hispania
romana24, que aporta una interesante idea del periodo que se inicia tras la derrota de Numancia
como aquella fase en la que Hispania pasa a incidir sobre la política interna romana, pero cuyo
examen transversal de la economía y la sociedad también se centra en los periodos posteriores a
los que tratamos. Con todo, estos dos manuales, más actuales que el trabajo de Blázquez, sí que
coinciden en dar una mayor consideración a los conflictos que se desarrollan en la Península en
los años que van del 133 a.C. al 82 a.C., a pesar del silencio de las fuentes literarias.
De la misma opinión es Francisco Pina Polo. Su obra La Crisis de la República 133-44
a.C.25 trata el periodo de manera global, pero presta una atención a los sucesos en la Península
Ibérica que no encontramos en los trabajos de los autores de apellido anglosajón o francés que
se citan más arriba. Además, a pesar de ser una obra sobre un aspecto parcial, también se ha
revisado su artículo «Deportaciones como castigo e instrumento de colonización durante la

18
BLÁZQUEZ, 1962a.
19
BLÁZQUEZ, 1986a.
20
BLÁZQUEZ, 1986b.
21
GARCÍA Y BELLIDO, 1967.
22
FATÁS, 1973.
23
ROLDÁN, 2001.
24
BARCELÓ y FERRER, 2007.
25
PINA, 1999.
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República romana: el caso de Hispania»26 por la información adicional que nos aporta sobre los
mecanismos de control que Roma puso en funcionamiento tras las Guerras Celtíberas.
Siguiendo esta misma línea, que pone tela de juicio la “paz” habida tras la derrota de
Numancia, resulta de interés la aportación de Jonathan Edmondson en su artículo «Hispania
capta: reflexiones sobre el proceso e impacto de la conquista romana en la Península Ibérica»27,
publicado dentro de la obra Conquistadores y conquistados: relaciones de dominio en el mundo
romano.
El debate historiográfico ha ido alterando la visión de partida sobre el proceso de
romanización en la Península Ibérica, dándole una mayor atención a las transformaciones
ocurridas antes de la política de colonizaciones y obras públicas de César y Augusto. En
palabras de Francisco Beltrán Lloris:
«La entidad de las transformaciones experimentadas por las sociedades provinciales
hispanas en el curso de los siglos II y I a.E. no admite obviamente una comparación en grado de
intensidad con las desarrolladas a partir de Augusto. […] el término de comparación adecuado
no es la situación que se crea a partir del Principado, sino la preexistente.» (Beltrán, 2017, p. 22).
De este autor ha sido especialmente útil, para la elaboración de este trabajo, la propuesta
del concepto de “romanización temprana” que introduce en sus trabajos «La romanización
temprana en el valle medio del Ebro (siglos II-I a.E.): una perspectiva epigráfica» 28 y «Acerca
del concepto de romanización»29.
Al margen de las obras ya citadas por su especial importancia, quedan referenciadas en
la bibliografía final cualquiera otra que haya sido empleada para consulta de datos concretos.

26
PINA, 2004.
27
EDMONDSON, 2014.
28
BELTRÁN, 2003.
29
BELTRÁN, 2017.
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Romanización temprana de la Península Ibérica


Empleamos en este trabajo el concepto de romanización para referirnos al proceso de
integración de las comunidades conquistadas por Roma que se desarrolló de manera diversa,
heterogénea y con la participación de esas mismas comunidades30. Esto es un concepto de
romanización utilizado en sentido lato31 y que actualmente es manejado por la historiografía
frente a concepciones heredadas del colonialismo o de su posterior contestación anti-colonial32.
La romanización puede verse aquí como un resultado final, pero también como un proceso
dentro del cual existen diferentes grados de cercanía o lejanía al modelo de Roma, que no
trabaja sobre una tabula rasa, y que lo hizo con diferentes ritmos e intensidades, afectando a lo
cultural, lo económico o lo social.33
Como hemos visto, el actual concepto de romanización que maneja la historiografía se
ha descargado de la ideología colonial del siglo XIX que utilizó a Roma como modelo y
justificación. Estas tesis daban especial importancia a los procesos de integración jurídica de las
comunidades conquistadas, equiparando la romanización a una forma de nacionalización y
destacando, por tanto, aquellos periodos en los que los cambios jurídicos de los conquistados
fueron más notables (en lo que afecta a la Península Ibérica, la política de colonizaciones de
César y Augusto). Hoy se entiende esta romanización como un proceso que no pudo ser ejercido
por Roma de forma premeditada a causa de su débil burocracia y que, por tanto, no puede
equipararse a los procesos de desnacionalización/nacionalización ejercidos por las potencias
coloniales.34
En este sentido, cobran interés en el proceso de romanización de la Península Ibérica,
las épocas previas al consulado de César o a la instauración del Principado. Beltrán, antes que
prescindir del concepto de romanización en una época en la que los cambios políticos o
jurídicos tienen un papel secundario, prefiere adjetivarla, proponiendo el uso del término
“romanización temprana”. Una romanización temprana con profundas transformaciones
(generalización de la amonedación y la escritura, desarrollo de la epigrafía, del urbanismo, del
comercio…) que se producen de manera progresiva en cuanto Roma aparece en escena y que
allanarán el camino a la homogenización cultural sin precedentes que supondrá la cultura
Imperial a partir de Augusto35.
En lo que respecta a la historiografía sobre la romanización de la Península Ibérica,
Blázquez destacó la existencia de dos tesis contrapuestas. La primera tesis defendía que ésta
actuó únicamente como una “superestructura” política que no logró eliminar las estructuras
sociales indígenas, que fueron capaces de resurgir en los reinos cristianos tras la conquista
musulmana. La segunda tesis descartaba la pervivencia de lo indígena, solamente rastreable en
el nombre de las entidades administrativas del cantábrico y el Pirineo36. Blázquez es más
cercano a esta segunda tesis, pero matiza que, con todo, resistieron elementos lingüísticos
prerromanos de los cuales la lengua vasca sería el mejor ejemplo37. A pesar de ello, no hubo en
la Península, tras la caída de la parte occidental del Imperio, un “renacimiento celta” como en
Gran Bretaña o la Armórica, por lo que la romanización debió de ser un proceso más profundo y
determinante, que terminó por transformar completamente la sociedad anterior38. El fenómeno
fue para Blázquez y, salvo en el Norte, de gran intensidad y acabó con las instituciones
indígenas prerromanas39. La época que estudiamos tuvo una considerable importancia para este
proceso pues precisamente marcó los límites de esa “romanización intensa” a aquellas zonas de

30
BELTRÁN, 2003, pp. 179-91.
31
BELTRÁN, 2017, pp. 20-21.
32
ROLDÁN, 2001. 444.
33
Ibidem, pp. 445.
34
Ibidem, pp. 445-47.
35
BELTRÁN, 2003, pp. 192-92.
36
BLÁZQUEZ, 1986a, pp. 61-63.
37
Ibidem, pp. 79-80
38
Ibidem, p. 81.
39
BLÁZQUEZ, 1986b, pp. 18.
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la Península en las que Roma penetró tras la derrota de Numancia o que jugaron un papel
durante el conflicto sertoriano. Con la incorporación de la Celtiberia y la Lusitania, el territorio
que controlaba Roma en la Península se duplicó. Se había incorporado la meseta al territorio
provincial, lo que se tradujo en el fin de la etapa más virulenta de la resistencia lusitana y en una
reorganización provincial40. Todo lo anterior tuvo como efecto que la romanización saliera de su
zona inicial: el ámbito ibérico que, por encontrarse dentro del horizonte mediterráneo, había
sido el más propicio para su asimilación en fechas anteriores41. En todo caso, las comunidades
indígenas de la meseta tuvieron ya por seguro que no podrían revertir la situación de
sometimiento a Roma. Todavía faltaba tiempo para que se produjera una extensa política de
colonizaciones, por lo que las nuevas fundaciones fueron muy limitadas. Sí se inició una
progresiva reorganización de las ciudades indígenas42, si bien con efectos limitados. Blázquez
señala que, a finales del periodo republicano, la romanización político-administrativa de la
Bética todavía se encontraba muy atrasada43 y esto, siendo el área donde la romanización
penetró de manera más precoz44.
Las fuentes literarias que nos hablan de la Península Ibérica en los años que van de la
derrota de Numancia a la Guerra Sertoriana son escasas45, sin embargo, en ellos ocurre una
transformación en las relaciones entre Roma y las provincias hispanas que dejan de ser un
escenario de campañas de conquista, al menos hasta las Guerras Cántabras, para convertirse en
el campo donde Roma librará conflictos intestinos, empezando por el del propio Sertorio46. Más
allá de los importantes cambios económicos, culturales o sociales que tuvieron lugar, es aquí
donde se evidencia que los conquistados, los habitantes de las provincias hispanas, pasaron a
formar parte del mundo romano con todas sus consecuencias.

40
ROLDÁN, 2001, pp. 245-262.
41
Ibidem, pp. 394.
42
Ibidem, pp. 394-95.
43
BLÁZQUEZ, 1986b, pp. 56.
44
Ibidem, pp. 18.
45
BARCELÓ y FERRER, 2007, p. 181.
46
Ibidem, p. 193.
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Roma: entre la expansión y la transformación

La escasez de fuentes sobre los asuntos de la Península entre el fin de las Guerras
Celtíberas y el comienzo de la Guerra Sertoriana contrasta con la profusión de fuentes en torno a
la llamada “crisis tardorrepublicana”, que es uno de los periodos de la historia de Roma que
mejor conocemos47. Es precisamente esta crisis, este proceso de trasformaciones sociales y
políticas aceleradas que tienen lugar en la metrópoli, lo que distraerá a los autores clásicos de su
interés por la Península Ibérica48.
El origen de estos cambios lo encontramos en el surgimiento de un imperialismo
romano, entendido como fenómeno de expansión del imperium populi Romani, que se acelera
en los últimos dos siglos del periodo republicano. Entre la derrota de Cartago en la Primera
Guerra Púnica (241 a.C.)49 y la victoria de Octavio en Accio en el 31 a.C.50, Roma se hizo dueña
y señora de la práctica totalidad del Mediterráneo. Este fenómeno ha tenido diferentes
interpretaciones, con un debate en torno a la voluntad conquistadora de Roma o al carácter
defensivo de esta expansión en sus primeros momentos. Queda fuera de la cronología del
presente trabajo aclarar este debate, donde autores como William V. Harris han defendido la
caracterización de Roma como una potencia expansiva desde su primer enfrentamiento con
Cartago, solo limitada por la propia incapacidad de Roma de asimilar nuevos territorios en
ciertos momentos o por la reticencia del senado a ceder poder a ciertos individuos51; en tanto
que otra tendencia, de la que Marcel Le Glay sería partidario, ha defendido que Roma no fue
una potencia imperialista por voluntad propia, sino forzada por las circunstancias, al menos
hasta que se produjera un giro en esta tendencia entre el 170 a.C. y el 146 a.C.52
En cualquier caso, lo que este debate deja claro es que, para la época objeto de estudio,
existe un consenso historiográfico en que Roma ya había adoptado una tendencia claramente
expansiva (independientemente de cuando hubiese surgido esta tendencia).
De hecho, para sostener las tesis del imperialismo defensivo, Le Glay centra su vista en
Oriente, dedicando poca atención a lo que ocurre en la Península Ibérica, con la creación de dos
provincias que, sin embargo, señala prioritaria para el Senado53. Para Daniel Nony, la derrota de
Cartago dio lugar a 10 años de pillaje Romano en la Península (206-197 a.C.)54 y a la efectiva
sustitución de la presencia púnica por la romana en los territorios del antiguo territorio de los
Bárcidas55, si bien señala que, hasta la Guerra Sertoriana, la presencia de los conquistadores fue
limitada lo que, combinado con lo extenso del territorio, la diversidad étnica y lo disperso del
poblamiento, habrían dificultado un despliegue más acelerado más allá de los centros de
explotación mineros o agrícolas56.
José María Blázquez destaca que, con el final de la Segunda Guerra Púnica, las
intenciones romanas son ya las de permanecer en la Península Ibérica57, con el envío, primero
de Escipión y, después, de magistrados anuales para gobernar y pacificar a los pueblos ibéricos.
Para Nony, empleando una brutalidad que contrasta con la prudencia con la que se había tratado
al mundo heleno58. Sin embargo, a diferencia de éste59, Blázquez considera que la presencia
romana, tanto militar como de hombres de negocios, no fue escasa, sino muy notable en la
Península desde el principio, en comparación con otros territorios, y una de las principales

47
BARCELÓ y FERRER, 2007, p.193.
48
Ibidem, p. 181.
49
NONY, 1984, p. 478.
50
LE GLAY, 2001, p. 352.
51
HARRIS, 1989, pp. 67-159.
52
LE GLAY, 2001, 99-118.
53
LE GLAY, 2001, PP. 111-12.
54
NONY, 1984, p. 533.
55
Ibidem, p. 532.
56
Ibidem, pp. 538-41.
57
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 11.
58
NICOLET, 1984, p. 743.
59
NONY, 1984, p. 543.
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causas de su temprana romanización60. Las dos provincias de Hispania serían las primeras que
se fundan fuera del contexto italiano y en ellas se desarrollaría una lucha contra los indígenas de
una contundencia sin precedentes61. En esta misma línea, Harris destaca que el continuo envío
de refuerzos a la Península ibérica iría más allá de la intención de destruir el Imperio Cartaginés
y que hubo un verdadero interés en hacerse con el botín y posibilidades de explotación62,
emprendiendo ya campañas contra los pueblos del interior entre los años 195 y 175 a.C.63,
fechas que sin duda son directamente anteriores al giro en la política exterior que señalaría Le
Glay.
Como vemos, podemos llegar a la conclusión de que, al menos desde la Segunda Guerra
Púnica, Roma entra en una fase expansiva que va más allá de los límites de Italia y sus islas. La
Península Ibérica sería un ejemplo de esta expansión. Es, además, el primer ensayo general de
provincialización fuera del ámbito italiano y pasará medio siglo hasta que Roma cree nuevas
provincias64, en un proceso que se acelera a partir de la segunda mitad del siglo II a.C. Para Le
Glay, esta aceleración supone un cambio de tendencia, otros la consideran la consolidación del
fenómeno imperialista iniciado décadas antes. En todo caso, son fechas vitales para el tema del
presente trabajo pues, tras décadas de calma como consecuencia de los pactos llevados a cabo
por T. Sempronio Graco65, a partir de aquí se produce una intensificación de las operaciones
militares en la Península Ibérica. Dos acontecimientos son especialmente problemáticos para
Roma, en gran medida coincidentes en el tiempo: la Guerra Numantina iniciada en el 154 a.C. y
las Guerras Lusitanas que dan comienzo en el 155 a.C., que requirieron grandes esfuerzos
materiales y humanos por parte de los conquistadores para mantener y expandir su Imperium66.
En estrecha relación con este fenómeno expansivo, la República Romana, a partir del
comienzo del siglo II a.C., se ve envuelta en una serie de procesos de cambio que irán minando
todo su aparato institucional hasta que el mismo mantenimiento del orden republicano sea
imposible. Le Glay denomina a esta época como, a la vez, de grandeza y de decadencia.
Grandeza por la expansión imperial y el esplendor alcanzado por la Ciudad67, decadencia
relativa, por las crisis sociales, políticas y culturales que suponen el paso de un mundo viejo (la
ciudad-Estado republicana) a otro (el Principado)68.
Esta crisis tardo-republicana, o conjunto de crisis, supondría una serie de cambios
acumulados y mutuamente relacionados, como son el desarrollo de un sistema agrario basado en
la mano de obra servil y orientado al mercado, la ruina y desposesión del campesinado pequeño-
propietario, su éxodo hacia Roma y otras urbes, el ascenso económico de grupos sociales
vinculados a la economía provincial, el aumento del poder personal de los altos mandos
militares o la formación de un clima de violencia política69. No es objetivo de este trabajo
profundizar en la caracterización de la República Romana en sus últimas fases, pero, como
veremos, estas transformaciones se relacionan de manera muy íntima con el proceso de la
romanización en el periodo que nos ocupa.
Así, durante la Guerra Numantina, Roma se encuentra inmersa en un recrudecido
conflicto en torno a la cuestión agraria70. Las dificultades en el reclutamiento censitario, como
resultado de la decadencia de la clase campesina, y la impresión al ver los campos de Etruria
trabajados por esclavos a su vuelta de la campaña en Hispania parece que pudieron haber sido
uno de los alicientes para la promulgación de la Ley Sempronia por parte de Tiberio Sempronio

60
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 11.
61
Ibidem, p. 11.
62
HARRIS, 1989, p. 205.
63
Ibidem, p. 206.
64
PINA, 1999, p. 55.
65
EDMONDSON, 2014, p. 22.
66
BLÁZQUEZ, 1964a, pp. 14-15.
67
LE GLAY, 2001, p. 30.
68
Ibidem, pp. 205-30.
69
PINA, 1999, p. 16.
70
Nicolet prefiere hablar de “cuestión” antes que de “crisis” agraria, pues el fenómeno tiene una duración
de varios siglos y sitúa su inicio en el 486 a.C. (NICOLET, 1982, p. 41)
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Graco71, que bien pudo haber desarrollado animadversión hacia el senado a causa de la
anulación que éste hizo de su tratado con Numancia72. También, en esta misma guerra, habría
tenido lugar la formación del primer ejército personal, la turma amicorum, por parte de Escipión
Emiliano, en un peligroso precedente, aunque con diferente intencionalidad, de los ejércitos que,
por ser leales a su general antes que al Estado, tomarían partido en las guerras civiles del siglo
siguiente73.
Los problemas sociales y económicos que pretende resolver la Ley Sempronia dieron
lugar a un clima de violencia y agitación durante las décadas siguientes en el que finalmente
cristalizan una serie de conflictos civiles a partir del 91 a.C. No debemos extrañarnos sobre la
relativa escasez de fuentes que se refieran a la Península Ibérica durante estos años, pues los
asuntos de Italia, junto con la amenaza de Yugurta74 o la invasión de cimbrios y teutones75,
acaparan toda la atención de cronistas e historiadores hasta que, con el apéndice de la Guerra
Civil que es la Guerra Sertoriana76, la vista vuelve a dirigirse hacia las dos provincias hispánicas
en el 82 a.C.
Luis Amela Valverde, en su obra monográfica, considera la Guerra de los Aliados (91-
87 a.C.) como el primero de estos conflictos civiles77, dado que en la formación del pueblo
romano habían intervenido todos los pueblos que en aquel momento se le enfrentaban y que los
propios aliados no eran ya sino ciudadanos de segunda, afectados directamente por las
decisiones que tomaba la República Romana, pero sin tener capacidad de interceder ni de
beneficiarse de ellas78.
El gran alcance que tuvo esta guerra, especialmente en lo que respecta al reclutamiento
de efectivos, con la movilización de unos 100.000 hombres por cada bando en la fase inicial del
conflicto79 y de hasta 175.000 por parte de Roma y 130.000 por parte de los aliados durante el
transcurso de toda la guerra80. Hay que tener en cuenta el peso que los auxiliares itálicos tenían
por aquel entonces en el ejército romano, aportando un contingente regular de unos 80.000
hombres81 que podrían suponer, dependiendo del momento, entre algo más de la mitad y dos
tercios de los efectivos totales a disposición de la República Romana82. La ventaja ganada por
Roma a lo largo de la guerra se explica, pues, gracias a su capacidad para suplir estos auxiliares
italianos, a los que ahora se está enfrentando, con reclutamientos en las provincias:
especialmente en África, la Galia Cisalpina y la Península Ibérica83. Los auxiliares hispanos ya
se habían reclutado en gran número desde la Segunda Guerra Púnica8485, pero esta es la primera
vez que tropas de origen hispano intervendrán en un conflicto interno romano y movilizadas
masivamente fuera de los límites geográficos de la Península Ibérica (por Roma, pues los
hispanos ya habían pisado Italia integrados en las fuerzas de Aníbal). Testimonio de esta
participación sería el Bronce de Ascoli, en el que Pompeyo Estrabón otorga la ciudadanía a un
escuadrón de jinetes procedentes del valle del Ebro por su papel destacado en el asedio de

71
BLÁZQUEZ, 1964b, p. 184.
72
BLÁZQUEZ, 1986a, p. 188.
73
Ibidem, pp. 181-82.
74
NONY, 1984, p. 502.
75
Ibidem, p. 558.
76
PINA, 1999, p. 127.
77
(AMELA, 2007, pp. 7-8.) El autor evita el uso de Guerra Social, muy utilizado por la historiografía, por
la confusión que provoca sobre la naturaleza del conflicto y por ser “aliados” y no “socios” el término
actual que se correspondería con lo que los romanos denominaban socii.
78
AMELA, 2007, pp. 7-12.
79
Ibidem, pp. 73-77.
80
Ibidem, p. 182.
81
NICOLET, 1982, p. 199.
82
Ibidem, p. 227.
83
AMELA, 2007, p. 77.
84
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 13.
85
BLÁZQUEZ, 1964d, pp. 493-94.
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Ausculum86. Sobre este bronce y su importancia para entender el estado de la romanización en el


periodo que nos ocupa, volveremos más adelante.
Además de por la presencia de auxiliares hispánicos, este conflicto nos interesa por su
propio casus belli y resolución. El conflicto se inicia por el deseo de los aliados, o al menos de
su sector mayoritario, de acceder a la plena ciudadanía romana y decae con la promulgación de
la Lex Plautia Papira en el 89 a.C., que supone el acceso de la mayor parte de los aliados a la
ciudadanía87, únicamente se mantuvieron alzados en armas, a partir de entonces, Samnitas y
Lucanos, que habrían tenido aspiraciones independentistas88. La extensión de la ciudadanía
romana a los pueblos itálicos sembró un interesante precedente para los pueblos de la Península
Ibérica. Para empezar, abre un camino que será aprovechado e imitado por otros, caso de las
rebeliones que se dieron en la Bética en el 68 a.C., con la misma motivación que había llevado a
los aliados de Italia a la guerra y con apenas dos décadas de diferencia89. Por otro lado, a
consecuencia de esta guerra se concedió el derecho latino a los pueblos transpadanos, como un
escalón intermedio90, lo que supuso un modelo para la integración jurídica escalonada que se
desarrollaría tiempo después en las provincias91.
La Guerra de los Aliados es también relevante por ser el acicate92 de la Guerra Civil que
tendrá lugar entre Cina y Sila entre el 88 y el 81 a.C.93 y que tiene como resultado la victoria del
segundo y el establecimiento de una dictadura que reafirmó el poder senatorial y sometió a
proscripciones a los partidarios del bando vencido, muchos de los cuales se refugiarán en
Hispania, asunto que abordaremos cuando tratemos la Guerra Sertoriana.
Sin pretender entrar en profundidad en el siguiente tema: desde la cuestión agraria hasta
el estallido de este último enfrentamiento, se ha estado incubando un conflicto partidario que es
necesario explicar, al menos a grandes rasgos. En los dos últimos siglos del periodo
republicano, la política estuvo a menudo dividida en dos partes, partidos: los optimates y los
populares9495. Hemos de evitar relacionar estos partidos con las modernas instituciones de
representación política96. No hay tal cosa en Roma, donde no existen ni siquiera los rudimentos
del gobierno representativo97. Para Nicolet, es un error la traducción que se ha hecho de estos
dos partidos como “conservadores” y “demócratas”98. Lo popular se configuraría como un
cierto comportamiento o bien “favorable al pueblo” o bien “amado por el pueblo”, aunque sí
podría llegar a distinguirse un cierto programa de reformas constitucionales: fortalecimiento de
las competencias del tribunado de la plebe, leyes agrarias y en favor de la reducción de las
deudas y una tendencia a la invocación de la soberanía popular99. El comportamiento optimate
sería el de oposición a tales reformas100.
En cualquier caso, y a pesar de que no se pueden utilizar categorías actuales para
clasificar a estas dos tendencias en la política de la República Romana, Brunt sí considera que,
si los optimates, eran sin duda oligárquicos, igualmente puede otorgarse la etiqueta de
democráticos a los populares, en un sentido limitado: por su discurso en torno a la soberanía
popular, independientemente de sus verdaderas intenciones o de sus prácticas101. En todo caso,
la incapacidad de los populares para imponer sus reformas, necesarias para la transformación de

86
AMELA, 2007, pp. 143-44.
87
Ibidem, pp. 159-60.
88
Ibidem, p. 167.
89
BLÁZQUEZ, 1964c, p. 328.
90
AMELA, 2007, p. 160.
91
ROLDÁN, 2001, p. 344-45.
92
AMELA, 2007, pp. 173-83.
93
PINA, 1999, pp. 108-114.
94
NICOLET, 1982, pp. 343-44.
95
BRUNT, 1973, p. 142.
96
NICOLET, 1982, p. 344.
97
BRUNT, 1973, p. 23.
98
NICOLET, 1982, PP. 342-43.
99
Ibidem, pp. 344-46.
100
BRUNT, 1973, p. 140.
101
Ibidem, p. 141.
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la República Romana en plena expansión, sería la principal explicación a la degradación y


definitiva ruptura del sistema republicano y a la salida autocrática del mismo102.
Resumiendo lo explicado arriba, en lo que respecta al panorama general de los
conquistadores, en el medio siglo que va desde el fin de la Guerra Numantina al comienzo de la
Guerra Sertoriana, Roma parte de la consolidación de una fase expansiva que ha acabado por
socavar las instituciones republicanas, con una pirámide social que se complejiza y en la que el
campesino italiano, base del sistema, se arruina y acaba siendo desposeído. Los conflictos en
torno al problema de la tierra y a la necesidad de adoptar reformas constitucionales derivarán en
una escalada de violencia que sumirán a Roma en un periodo de intensas guerras intestinas, en
las que el destino del Estado se pone en manos de grandes generales. Es esta agitada República
Romana la que influye de forma determinante sobre los pueblos de la Península Ibérica.

102
PINA, 1999, pp. 79-83.
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La Península Ibérica tras la derrota de Numancia


Tras la muerte del dirigente lusitano Viriato en el 138 a.C. y la derrota de Numancia en
el 133 a.C.103, se pone fin a los dos principales focos de resistencia indígena a los que Roma
tuvo que hacer frente, al menos hasta que tuvieran lugar las Guerras Cántabras cien años más
tarde. La principal consecuencia de haber superado este escollo será la extensión del territorio
ocupado por Roma, que apenas había variado desde el final de la Segunda Guerra Púnica y que
por entonces se habría duplicado con la incorporación de los territorios de lusitanos y
celtíberos104.
Se ha tendido a magnificar la importancia de Numancia como un hito equivalente a la
destrucción de Cartago o de Corinto, pero su importancia fue menor, acaso un ejemplo más del
empleo de la brutalidad por parte de Roma durante su fase expansiva105. Sin embargo, a nivel
regional, su derrota sí que marca el quiebre de una importantísima resistencia indígena en el
interior. La resistencia de la ciudad de Numancia y la capacidad de Viriato para organizar a los
lusitanos hizo necesario el despliegue de numerosos contingentes romanos de forma continua,
doblando el número de efectivos en ambas provincias por lo cruento del devenir de ambos
conflictos106, impopular para los llamados a filas y que exigió a Roma hacer cambios en el
reclutamiento: estableciendo un sistema de sorteo y un máximo de seis años de servicio. Con
Escipión esta presencia militar romana se reforzó aún más, al tiempo que se reclutarían gran
cantidad de auxiliares indígenas107.
Esta relativa pacificación habría permitido, en principio, la penetración de Roma en el
interior peninsular, buscando evitar, además, las incursiones de los lusitanos y sus vecinos sobre
la Bética por necesidad económica108, según nos insisten los autores clásicos (Ap. Iber. 59.) en
lo que Blázquez denomina una “falta de control económico-social”109; así como la presión de
los celtíberos sobre la Tarraconense110. Esto es un ejemplo de por qué señala Jonathan
Edmondson, que hay que huir de modelos simplistas que durante mucho tiempo explicaron el
proceso de la conquista romana de la Península demasiado influidos por modelos más
adecuados para explicar la conquista del Oeste en el siglo XIX por parte de los EEUU. Por el
contrario, aquí hay avances y retrocesos de forma continuada, momentos en los que se respeta el
statu quo y otros en los que Roma pierde el control de una zona o se rompen las alianzas111.
Un mayor control por parte de Roma, que superó ya el área mediterránea y los centros
de explotación mineros y agrarios obtenidos tras la Segunda Guerra Púnica112, posibilitó una
primera extensión de la red de calzadas113, limitada hasta entonces a la primitiva red prerromana
y a la vía Heráclea, ya identificada como el camino que había recorrido Aníbal114 y después
Escipión el Africano115 y que constituía el principal eje de vertebración del mediterráneo con el
centro minero de Cástulo y la Turdetania. La conquista de la Narbonense hacia el 120 a.C.
habría permitido su prolongación hasta Italia con la construcción de la vía Domicia116, de forma
que se conectaron ambas penínsulas y se aseguró el camino por tierra. En el interior de la
península, se formaría por estas mismas fechas una vía que conectaría Tarragona con Oyarzun,
pasando por Lérida. Esto es, vertebrando internamente la Citerior y uniendo la costa
Mediterránea con la Aquitania. Habría aparecido una tercera vía para su uso militar, atribuida al

103
NONY, 1984, p. 546.
104
PINA, 1999, p. 55.
105
ROLDÁN, 2001, p. 256.
106
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 17.
107
Ibidem, p. 17.
108
BLÁZQUEZ, 1964b, p. 176.
109
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 71.
110
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 508.
111
EMONDSON, 2014, pp. 20-24.
112
NONY, 1984, pp. 529-32.
113
PINA, 1999, p. 54.
114
SILLIÈRES, 1977, pp. 31-83.
115
BLÁZQUEZ, 1964c, p. 346.
116
PINA, 1999, p. 54.
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consulado de Q. Cecilio Metelo en torno al 139 a.C., que uniría el Guadiana con la Sierra de
Gredos, penetrando por tanto en las tierras lusitanas desde la Bética117. Esta primera expansión
viaria refleja el cambio en el control romano del territorio, que comenzó a hacerse notar cada
vez más en el interior peninsular. Y es un precedente de la obra constructiva, mucho más
impresionante, que se llevará a cabo en época de Augusto118.
Roma asentó este proceso sobre una cierta reconfiguración territorial, se mantuvieron
por lo general las estructuras autónomas indígenas de división tribal o gentilicia119, mientras que
se desarticularon aquellas agrupaciones urbanas que pudieran ser un estorbo, caso de Segeda en
el origen de la Guerra Numantina (Ap. Iber. 44.) o se forzó a desplazarse a poblaciones enteras;
caso de los lusitanos tras la rebelión de Viriato120, probablemente al sur del Tajo, pues allí los
ubica Estrabón (Str. Geo. III. 1.6.); o de la posible deportación de celtíberos, señalada por Pina
Polo, en la Beturia121. Paralelamente a estas deportaciones, Roma también benefició a aquellos
pueblos que le habían sido propicios, siendo un ejemplo el reparto de las tierras de Numancia
entre sus vecinos (Ap. Iber. 98.); o la fundación de una ciudad por Marco Mario en el 102 a.C.
para veteranos auxiliares celtíberos122. Quedaba atrás la política de pactos y relativa autonomía
por una en la que primaba el sometimiento y una administración directa por parte de las
autoridades romanas123.
Sin llegar, en ningún momento, a la tarea colonizadora que se desarrolló después en
tiempo de César y, posteriormente, de Augusto124, desde la propia llegada de Roma va a
producirse una primitiva reordenación de la red urbana. Pero, salvo la excepción de Carteia,
fundada como colonia latina125 en el 171 a.C. para resolver la situación de 4000 descendientes
de uniones mixtas de romanos con mujeres indígenas126 , estas fundaciones se realizaron sin la
concesión de privilegios jurídicos127.
La llegada de inmigrantes italianos en el siglo II a.C., algunos de ellos solo parcialmente
romanizados128, habría tenido como resultado la permanencia de rasgos arcaicos o restos de los
dialectos oscos, en el latín de Hispania129. Recordemos que la mayor parte de las tropas romanas
eran de origen italiano y que el osco todavía estaba muy vivo en el sur de Italia para la época de
la Guerra de los Aliados130. Esta corriente de emigración itálica, producida por circunstancias
económicas, se produce de manera espontánea y sin trazado previo131, a contracorriente de la
política del senado, contrario a las colonizaciones en ultramar 132.
Durante los años que van de las Guerras Lusitana y Numantina a la Guerra Sertoriana
hay un progreso en las fundaciones como resultado del mayor control ejercido en el interior 133:
hacia el 138-136 a.C. Bruto fortifica Obispo durante sus campañas en la Callaecia, Valentia es
fundada en la misma época con veteranos que habían combatido contra Viriato. Campamentos
militares, que no llegarían a obtener el estatus colonial, como Castra Servilia o Castra
Liciniana se fundan también en el 139 a.C. y el 96 a.C. respectivamente. Como vemos, se
multiplican los núcleos desde donde se ejercería el poder romano, pero la tendencia no cambia:
todavía no asistimos a un proceso colonizador.

117
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 346.
118
BLÁZQUEZ, 1962a, p. 347.
119
BLÁZQUEZ, 1964c, PP. 339-340.
120
PINA, 2004, p. 232.
121
Ibidem, pp. 239-45.
122
BLÁZQUEZ, 1964b, p. 170.
123
ROLDÁN, 2001, p. 268.
124
BLÁZQUEZ, 1962b, pp. 75-77.
125
BLÁZQUEZ, 1964b, p. 168.
126
NONY, 1984, p. 540.
127
Ibidem, p. 540.
128
TOVAR, 1968, pp. 37-39.
129
Ibidem, pp. 13-36.
130
AMELA, 2007, p. 72.
131
BARCELÓ y FERRER, 2007, p. 473.
132
ROLDÁN, 2001, p. 396.
133
BLÁZQUEZ, 1964b, pp. 169-70.
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El cambio en esta tendencia, y un precedente para lo que ocurrirá más tarde, lo


constituyen las fundaciones de Palma y Pollentia en las Baleares durante el consulado de
Metelo debido al incremento de la piratería por sus habitantes, de origen púnico. En estas
fundaciones, ya con título de colonias, se asentarían al principio 3.000 ciudadanos romanos
originarios de Hispania134.
En relación con este impulso de la vida urbana promovido por Roma, así como con las
necesidades impuestas por las campañas militares y el pago de tributos135, se produjo un
aumento en las acuñaciones tras la conquista de Numancia136.
Hubo, como se ha adelantado, límites a este pretendido control de Roma sobre la
Península Ibérica. La pacificación no era completa, no sólo por el hecho de que el noroeste
peninsular permaneció libre hasta Augusto, sino por las constantes rebeliones que se producen
por parte de los pueblos indígenas: a partir del 114 a.C. Cayo Mario tiene que reprimir una
rebelión lusitana. A partir de ese momento, aunque la atención de Roma no está en la Península
Ibérica137, las rebeliones entre celtíberos y lusitanos se continuarán una tras otra, alcanzando
cierta importancia si atendemos a los tres triunfos obtenidos contra los lusitanos (107, 98, 93
a.C.) y contra los celtíberos (93 a.C.)138, que pocos años antes habían logrado repeler la invasión
cimbria por sus propios medios139, si bien no se atestiguan nuevos envíos de contingentes desde
Roma140. El orden se reestablece a partir del 93 a.C. en un momento muy oportuno para Roma,
teniendo en cuenta, como hemos visto, que dos años después va a requerir de los recursos y
efectivos de la Península Ibérica para enfrentarse a sus viejos aliados italianos.
En este último conflicto se produce, como ya se ha introducido, la concesión de la
ciudadanía romana a un escuadrón de caballería formado por indígenas del valle del Ebro, la
Turma Sallutiana. Existe un debate sobre si los tres ilerdenses mencionados en el bronce de
Ascoli, debido al uso que hacían de nombres romanos, habrían accedido ya a la ciudadanía
latina, lo que lleva a Blázquez a considerar que para entonces Ilerda ya contaría con estatus de
colonia latina141; al contrario, Amela defiende que se habrían cambiado el nombre de manera
irregular142. Estemos ante uno u otro caso, ambos serían prueba del avance de la romanización,
jurídica o cultural, entre las élites indígenas.

134
PINA, 1999, p. 56.
135
BLÁZQUEZ, 1964c, pp. 340-43.
136
NONY, 1984, p. 536.
137
La única fuente literaria que nos ha llegado para este periodo es Apiano y él apenas dedica unos
párrafos a describir, de manera muy somera y simplificada, estos acontecimientos (Ap. Iber. 99-100).
138
PINA, 1999, p. 56.
139
ROLDÁN, 2001, p. 263.
140
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 19.
141
BLÁZQUEZ, 1964c, p. 326.
142
AMELA, 1989, pp. 108-9.
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Un punto de inflexión: la Guerra Sertoriana


En el 83 a.C. Quinto Sertorio, un oficial popular de los ejércitos de Cina y Mario, fue
nombrado pretor para el gobierno de la Hispania Citerior. Poco después, la toma del poder por
parte de Sila (82 a.C.) supuso su destitución y el inicio de su resistencia armada al dictador
optimate143. A partir de este momento, la Península Ibérica se convirtió en un refugio para los
exiliados del bando popular, derrotados y perseguidos por el régimen de Sila144.
La vida de Sertorio, muy bien documentada gracias a la biografía que le dedica
Plutarco, ya había estado relacionada con la Península Ibérica durante su juventud: fue tribuno
militar justo después de las campañas contra Cimbrios y Teutones (Plut. Sert. 4.). Durante
dichas campañas el pretor rebelde había mostrado una cierta sensibilidad hacia el elemento
indígena, poco habitual en un militar romano, que había sabido utilizar en su provecho. Así,
Plutarco nos informa de que había aprendido la lengua de los galos y que, vestido como uno de
ellos, realizó labores de espionaje mezclado entre los enemigos (Plut. Sert. 3.).
Tras plantear una resistencia, Sertorio se vio obligado a embarcar en Cartagena con
3.000 hombres y huir hacia la Mauritania. Estos hombres se habían reclutado de entre los
ciudadanos romanos de la Hispania Citerior, y constituyen una cifra cercana a la de una legión
completa de 4.200 hombres según las describe Polibio (Pol. Hist. VI. 20.), lo que nos habla de
que el cuerpo ciudadano residente en la provincia ya era capaz de ofrecer una leva de cierta
entidad.
Después de varios periplos por África, Sertorio volvió a la Península Ibérica en el 80
a.C., la causa nos la contó Plutarco:
«Entonces, mientras deliberaba adónde debía dirigirse, los lusitanos le llamaron enviando
embajadores para ofrecerle el mando, porque necesitaban un general de gran prestigio y con
experiencia ante su temor a los romanos. Ellos confiaban solamente en él y sabían de su carácter
por los que con él habían convivido.» (Plut. Sert. 10.)
Estas líneas han provocado diversas apreciaciones entre los historiadores. Pina Polo
duda de que esta llamada se haya producido, aunque señala que la rebelión de los lusitanos,
dados sus antecedentes, no sería extraña145. Lo cierto es que Apiano no menciona este episodio
(Ap. Iber. 101.), pero su relato de la Guerra Sertoriana es esquemático. Blázquez no duda de
que esta llamada se produjera146 y Brunt afirma que debió realizarse con aspiraciones
independentistas por parte de los lusitanos147.
Sobre la primera cuestión, el fenómeno del caudillismo no era extraño entre los pueblos
hispanos y había sido ya utilizado por los cartagineses y generales romanos anteriores a
Sertorio148. Los lusitanos eran un pueblo que se había visto perjudicado por la presencia romana
en cuanto a que, como hemos visto, ponía freno a su bandolerismo endémico y, dadas sus
continuas rebeliones (ut supra), contarían con una cierta capacidad y experiencia bélica. Sin
embargo, Francisco José Blanco, en su trabajo sobre las fuentes de financiación de Sertorio
durante el conflicto, opina que es poco probable que el pretor apoyara un levantamiento
planificado por los propios indígenas, sino más bien que agentes suyos, que hubiesen quedado
en la Península tras su partida en el 82 a.C., habrían promovido esta alianza y que, por tanto, el
movimiento de los lusitanos fue producto de la iniciativa romana149.
No podemos conocer, en todo caso, las verdaderas intenciones de los lusitanos, dado
que los indígenas no nos dejaron testimonios literarios150. Durante la rebelión de éstos
encabezada por Césaro, Apiano nos habla de cómo pasearon enseñas capturadas a los romanos
143
PINA, 1999, p. 128.
144
Ibidem, pp. 129-130.
145
Ibidem, p. 129.
146
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 495.
147
BRUNT, 1973, p. 167.
148
BLÁZQUEZ, 1964d, pp. 504-505.
149
BLANCO, 2019, p. 28.
150
NONY, 1984, p. 545.
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en señal de burla (Ap. Iber. 56.). Pero en esta ocasión se pusieron bajo mando de un militar
romano y no de uno de sus propios caudillos. Es muy atrevido aventurarse a decir algo sobre sus
aspiraciones reales. En cualquier lugar, podemos realizar una comparación con el caso de los
rebeldes samnitas que, tras ver frustradas sus aspiraciones de lograr la independencia, buscaron
una solución que les permitiera mejorar su posición bajo la autoridad romana, exigencias que
fueron aceptadas por los generales populares en los últimos momentos de la Guerra de los
Aliados151. Sea como fuere, si buscaban la independencia, Sertorio no pareció estar dispuesto en
ningún momento a otorgarles tal cosa152, ni siquiera participación en el poder político que estaba
levantando en Hispania (Plut. Sert. 22.).
Sertorio se apoyó principalmente en los elementos más levantiscos y menos
romanizados de cuantos se encontraban bajo el yugo romano en Hispania: celtíberos y lusitanos,
utilizando su descontento en favor de su causa153. Esto contribuyó a la romanización de estos
pueblos, al ponerse bajo disciplina militar romana154. Sertorio creó unas instituciones paralelas,
una especie de gobierno popular en el exilio155, con la intención, no de separarse de Roma, sino
de lograr una posición fuerte para volver a Italia y sustituir al gobierno optimate156. En este
proceso de reorganización de la gran parte de la Península Ibérica que había quedado bajo su
control, Sertorio desarrolló un programa consciente de romanización de las élites indígenas, con
una escuela en Osca para los hijos que los jefes hispánicos157 le habían enviado, como rehenes, a
modo de garantía de lealtad158. En esta escuela recibían una educación al estilo romano, y
pudieron adquirir elementos como la lengua y los “signos exteriores” de la romanización159
como la vestimenta o el uso de bullas160.
Nony sugiere que el Estado creado por Sertorio era “muy abierto”161. Como ya hemos
dicho, Plutarco apunta que no se otorgó participación a los indígenas en el Estado, por lo que
esta apertura debemos de buscarla en el proyecto de romanización sertoriano y en el hecho de
ver funcionar esas instituciones y no de participar en ellas162.
La influencia de Pompeyo Magno, que puso fin a la Guerra Sertoriana, también fue
trascendente para el proceso de romanización. Luis Amela ha escrito sobre la formación de estas
clientelas Pompeyanas. Con precedentes en la presencia de Quinto Pompeyo entre los años 141
y 136 a.C.163 y en la concesión de la ciudadanía, por parte de Cneo Pompeyo Estrabón, padre de
Pompeyo Magno, a la Turma Salutiana durante la Guerra de los Aliados164, pero fue a causa de
su participación en la Guerra Sertoriana que estas clientelas se expandieron e hicieron
importantes165. Algunas de sus actividades de captación de clientelas, como la concesión de
ciudadanía a ciertos individuos, la penetración en territorio de los vascones o la fundación de
ciudades como Pompaelo o Lugdunum Convenarum166, se corresponden con las principales
causas de la romanización de Hispania que enumera Blázquez167. Durante la guerra Sertoriana,
esta red clientelar comenzó a implantarse en la Citerior.168 El otro líder optimate, Metelo, tuvo

151
AMELA, 2007, pp. 179-80.
152
PINA, 1999, p. 128.
153
Ibidem, p. 128.
154
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 496.
155
PINA, 1999, p. 130.
156
Ibidem, p. 130.
157
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 506.
158
Ibidem, pp. 505-7.
159
Ibidem, p. 496.
160
Ibidem, p. 506.
161
NONY, 1984, p. 541.
162
BLÁZQUEZ, 1964d, pp. 506-7.
163
AMELA, 1989, pp. 105-6.
164
Ibidem, 106-11.
165
Ibidem, 111.
166
AMELA, 1989, p. 113.
167
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 6.
168
AMELA, 1989, p. 114.
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sus bases de apoyo en la Bética. Esto es, en las zonas más ricas y que ya se encontraban más
romanizadas169.
La Guerra Sertoriana supuso un punto de inflexión en el proceso de romanización
debido, como apunta Nony, a los esfuerzos desplegados por ambos bandos170. Se multiplicó el
número de efectivos romanos en la Península Ibérica, con un importante reclutamiento de
auxiliares indígenas en ambos bandos171172, se produjeron, como hemos visto arriba, nuevas
fundaciones y se impulsaron políticas de romanización por parte de las “grandes
personalidades” como Sertorio, que “hizo para la organización civil, cultural e industrial del
país más que todos los gobernadores de la República juntos”; o Pompeyo, cuyas concesiones de
ciudadanía provocaron la promulgación de la Lex Gellia Cornellia de Civitate en el 72 a.C., a
efecto de ratificarlas173. Las concesiones realizadas por Sertorio o Metello tampoco debieron de
ser menores174. A modo de ejemplo localizado, Fatás señala la gran importancia que esta guerra
tuvo “como acicate para la romanización y latinización” en una región como el valle medio del
Ebro donde los habitantes estaban antes “muy lejos de ser romanizados” 175.
Los efectos posteriores de la participación de indígenas hispanos en un conflicto civil
romano se hicieron sentir con el uso de caballería hispana por parte de César durante su
campaña en las Galias176 o por la movilización, tanto por él como por Pompeyo, de cohortes
auxiliares durante la guerra entre ambos en las provincias hispanas177 o incluso el reclutamiento
que hizo Pompeyo de tres legiones de entre los ciudadanos romanos de la provincia178. Estas
últimas, gracias al “incremento extraordinario del número de ciudadanos romanos” que se
produjo tras el conflicto sertoriano179.

169
BLÁZQUEZ, 1986a, p. 221.
170
NONY, 1984, p. 541.
171
BLÁZQUEZ, 1964a, pp. 19-21.
172
Nony se aventura a dar una cifra de 100.000 efectivos por bando (NONY, 1984:541), pero Blázquez la
rebaja a 68.000 por el bando senatorial y el mismo número para Sertorio (BLÁZQUEZ, 1964a:19-21).
173
AMELA, 1989, p. 113.
174
BLÁZQUEZ, 1964b. p. 327.
175
FATÁS, 1973, pp. 205-9.
176
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 496.
177
Ibidem, p. 497.
178
BLÁZQUEZ, 1964a, p. 22.
179
NONY, 1984, p. 541.
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El progreso de la latinización
El latín aparece con la misma llegada de Roma a la Península Ibérica, siendo su uso
como lengua oficial una de las principales causas de la romanización de sus habitantes180 y
acabó por sustituir a las diferentes lenguas indígenas, a excepción de la lengua vasca181. Fue una
causa de la romanización no solo por su implantación como lengua oficial, sino también por su
aprendizaje, especialmente por parte de los auxiliares que participaban en el ejército romano182,
así como la afluencia de inmigrantes itálicos183 cuya presencia se reforzó y que, como ya
dijimos, determinó los rasgos del latín hablado en Hispania.
Dada la diversidad y el diferente grado de desarrollo de las comunidades indígenas, el
proceso de adopción de la lengua latina debió ser rápido en el Sur y el Levante y más lento
conforme se avanza hacia el Norte y el interior184. Esta expansión tendría su comienzo en el
siglo II a.C. y siguió un proceso análogo a la fase orientalizante de la cultura íbera.185
Para la época que nos ocupa, el avance era ya notable en las grandes ciudades de la
Bética, con un alto grado de urbanización en zonas como la Turdetania aunque aún no habría
penetrado a las áreas más alejadas de las grandes urbes. Allí Metelo se rodeaba de una corte de
poetas indígenas que le dedicaban versos en latín186. Por otro lado, una ciudad púnica como
Gadir mantenía su legislación y lengua propias187. En la Citerior, la influencia de Tarraco o
Valentia hicieron que esta latinización también fuera temprana, con penetración en el valle del
Ebro (Ilerda); pero muy escasa en la Celtiberia188. Tampoco habría grandes avances en
Lusitania, a excepción de núcleos como Medellín y Castra Caecilia, a pesar del influjo
sertoriano189.
El avance del latín como lengua de las élites tuvo también como causa la implantación
del sistema educativo romano, ya conocemos el ejemplo de la escuela creada en Osca por
Sertorio, con la llegada de gramáticos a las ciudades de las provincias hispanas 190 a impartir
clases de latín o griego. Este es el caso de Asclepiades, a principios del siglo I a.C., al que
encontramos en las grandes ciudades de la Bética191. En una de estas ciudades, Corduba, la
familia de Séneca era ya un ejemplo del éxito de la latinización entre las élites a mitad del
mismo siglo.192
En lo que respecta a las escrituras paleohispánicas, su uso se había visto reforzado a
partir de la entrada de Roma en la Península en el siglo III a.C. (ver ANEXO). Su extinción y
sustitución definitiva por la escritura latina es posterior a nuestra cronología, bien entrado el
siglo I a.C. Sin embargo, es en el siglo II a.C. cuando comienza este proceso de sustitución,
marcado por la aparición del bilingüismo en las inscripciones193.
Como vemos, la latinización de la Península Ibérica para la época que nos ocupa estaba
ya avanzada en algunas zonas como las principales ciudades de la Turdetania o del Levante,
reduciendo a las lenguas indígenas a una posición subordinada, familiar. El mapa, sin embargo,
es multiforme. Ya hemos visto a Gadir como ejemplo de vitalidad de las lenguas fenicias en el
ámbito público y, en el resto del territorio dominado por Roma, la latinización es muy parcial y
las lenguas paleohispánicas conservan su vigor. La fecha de extinción de cada una de estas

180
BLÁZQUEZ, 1964d, pp. 485-86.
181
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, p. 3.
182
BLÁZQUEZ, 1964d, p. 485.
183
ROLDÁN, 2001, p. 514.
184
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, pp. 10-11.
185
BARCELÓ y FERRER, 2007, p. 278.
186
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, pp. 10-13.
187
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 93.
188
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, pp. 17-25.
189
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 121.
190
ROLDÁN, 2001, p. 515.
191
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, p. 10.
192
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 94.
193
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, pp. 24-26.
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lenguas nos es desconocida194 y, en todo caso, la implantación del latín discurrió al ritmo de la
urbanización, arrinconando a estas lenguas a posiciones cada vez más marginales195.

194
GARCÍA Y BELLIDO, 1967, pp. 27-29.
195
ROLDÁN, 2001, p. 515.
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Otros aspectos de la romanización

Si, como hemos visto, la lengua fue el principal elemento de transmisión cultural, hubo
otros importantes elementos de transformación presentes en el proceso de romanización de la
Península Ibérica. Roma adopta el esquema etnográfico griego, que opone civilización y
barbarie. Pero esta oposición no es racista, sino cultural, por lo que todo bárbaro es civilizado en
potencia196.
Guillermo Fatás definió así esta situación:
«Nada de lo romano estuvo ausente de la Península desde el mismo momento en que los
republicanos pusieron el pie en ella por vez primera. Esta presencia no hizo más que acentuarse,
en el espacio y con el tiempo, superponiéndose, cada vez con mayor fuerza, a las infraestructuras
sociales, culturales, económicas y políticas de la vida indígena. »197
Centrándonos en el periodo que nos ocupa, ya hemos mencionado que los signos
externos, como la vestimenta, fueron los primeros en ser adoptados. Además, es precisamente
en el siglo II a.C. cuando comienza la difusión de las formas arquitectónicas romanas. Apenas
nos han llegado vestigios de esta época, como los restos del foro de Emporiae o el primer
amurallamiento romano de Tarraco. Pero este primer impulso urbanizador, con fundaciones
enfocadas al control militar o a la explotación económica, es el antecedente directo de las
impresionantes transformaciones urbanas que se dieron a partir de las colonizaciones de César
y, sobre todo, de Augusto198.
La principal causa de esta necesidad que tuvo Roma de implantar una vida urbana en la
Península Ibérica, especialmente en aquellas zonas donde no la había antes, la encontramos
precisamente en las dificultades para hacerse con el control de la meseta donde, como ya hemos
visto, subsistían comunidades como la celtíbera o la lusitana que, habiendo aceptado
nominalmente la soberanía romana, se rebelan continuamente por causas económicas. Roma no
estaba, por supuesto, dispuesta a promover una reorganización de la propiedad en aquellas
zonas, pues precisamente se apoya en las élites indígenas propietarias, pero sí atenderá a la
urbanización del territorio como forma de garantizar el control de la península199. Roma
potencia la conversión de las etnias en civitates, porque éstas actuaban como centros
administrativos y de extracción de rentas fiscales200. La integración del área ibérica, la más
urbanizada, se había logrado realizar mediante el modelo experimentado en Sicilia, pero ahora
se trataba de asimilar territorios que no habían conocido antes un tipo de vida urbano. Este
control territorial no era posible sin las ciudades, de nueva fundación o surgidas de la
reorganización de los núcleos de población indígenas, así como sin la colaboración de las
propias élites indígenas, canalizadas al servicio de Roma201.
La forma de captación de estas élites más efectiva fue, ya hemos visto el ejemplo que
nos da el Bronce de Ascoli, su empleo en el ejército como auxiliares, ejército que fue a su vez
uno de los principales elementos de romanización202. El uso de auxiliares hispanos por parte de
Roma empezó ya en la Segunda Guerra Púnica, pero, como ya se ha dicho, se incrementó con
las campañas en la meseta, en la Guerra de los Aliados y durante la Guerra de Sertorio. La
adopción del latín y una forma de vida urbana suponían para estas élites un signo de
modernidad que reforzaba su estatus203.
Otra transformación notable consistió en la extensión de la economía monetaria ibérica.
Ésta había aparecido a partir del gobierno de Tiberio Sempronio Graco (180-179 a.C.) y
obedecía al interés de las propias autoridades romanas de facilitar operaciones extraordinarias

196
NICOLET, 1984, p. 745.
197
FATÁS, 1973, p. 181.
198
ROLDÁN, 2001, pp. 517-18.
199
Ibidem, pp. 265-66.
200
Ibidem, pp. 268-69.
201
Ibidem, pp. 394-95
202
BARCELÓ y FERRER, 2007, p. 281.
203
ROLDÁN, 2001, p. 279.
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como pagos de tributos, botines o indemnizaciones y se mantuvo en funcionamiento hasta el


final de la Guerra Sertoriana204, esto es, se desarrolló durante toda la fase de consolidación del
poder Romano en el interior peninsular. El denario ibérico se acuñó en plata o bronce, con
iconografía propia y leyendas en escritura indígena hasta la segunda mitad del siglo I a.C.,
momento en el que ya solo se acuñará en latín. Uno de sus efectos fue el florecimiento de una
creciente actividad comercial205.
Además de la economía monetaria, esta vida comercial se vio beneficiada por el
desarrollo de vías de comunicación y por la urbanización que ya hemos tratado más arriba 206 y
supuso la introducción de nuevos patrones de consumo, con la generalización del consumo de
vino como mejor ejemplo. En la segunda mitad del siglo II a.C., acontece un incremento de las
importaciones de vino suditálico, acompañado del aceite, y a causa del mayor número de
inmigrantes itálicos asentados en la Península Ibérica. La producción propia terminará por
sustituir estas importaciones, pero será ya en época cesariana207. En todo caso, las importaciones
de aceite y vino itálico provocaron la difusión de la cerámica campana, de mayor calidad que las
indígenas y fósil director del periodo republicano en la Península Ibérica208. Testimonio de este
comercio es el faro de Chipiona, Turris Caepionis, cuyos cimientos fueron construidos en el
siglo II a.C. por Cepión para facilitar la entrada y salida del Guadalquivir209.
El intercambio con Italia sucedía también en sentido inverso, como atestigua que en la
Guerra Sertoriana, Verres ordenara matar a mercaderes que arribaron a Sicilia desde las
provincias hispanas por considerarlos fugitivos de la facción de Sertorio210.
A pesar de la conversión de tierras de los conquistados en ager publicus y su
redistribución en beneficio de cultivadores itálicos211, no se produjo hasta finales del siglo I
a.C., ya fuera de nuestra cronología, la implantación del modelo de explotación de las villae, en
tierras tan propicias como la cuenca del Guadalquivir212.
La transformación de las mentalidades también afectó al mundo religioso, si bien, hasta
el inicio de las colonizaciones de César y Augusto fueron más frecuentes los fenómenos de
sincretismo que la extensión “sin mezcla” de la religión romana213, a pesar de que el culto a
Júpiter ya era intenso en el siglo II a.C. y ésta sería la divinidad romana más adorada en
Hispania214. La tolerancia y la reinterpretación fueron las tendencias romanas en este aspecto,
también hacia el elemento fenicio: en el siglo I a.C. pervivía el importante culto de Melqart en
Gadir215.
La introducción de los cultos romanos coincide con la aparición de templos de tipo
itálico durante los siglos II y I a.C.216. Los indígenas alteraron sus costumbres religiosas por
influencia romana, un ejemplo de ello lo encontramos, con una datación que los coloca entre los
siglos II y I a.C., en la inclusión de peanas grabadas con epigrafía ibérica, que sostendrían
figuritas de bronce similares a los tradicionales exvotos ibéricos del Sudeste217.
Por último, señala Blázquez que instituciones como la devotio o la clientela, propias de
los indígenas, tenían todavía gran vigor en el siglo I a.C., pero estarían ya cerca de empezar a
degradarse con la llegada del Principado218.

204
ROLDÁN, 2001, p. 427.
205
BARCELÓ Y FERRER, 2007, pp. 483-84.
206
BLÁZQUEZ, 1964d, pp. 486-90.
207
BARCELÓ Y FERRER, 2007, p. 485.
208
FATÁS, 1973, pp. 185-89.
209
BLÁZQUEZ, 1986b, p. 144.
210
Ibidem, p. 145.
211
BARCELÓ Y FERRER, 2007, pp. 471-72.
212
Ibidem, p. 512.
213
ROLDÁN, 2001, p. 504.
214
BLÁZQUEZ, 1986b, p. 113.
215
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 93.
216
BELTRÁN, 2017, p. 22.
217
BELTRÁN, 2017, p. 23.
218
BLÁZQUEZ, 1962b, p. 115.
UNED. Facultad de Geografía e Historia. Grado en Geografía e Historia 25

Podemos deducir que nos encontramos en un periodo de transición. El poder romano se


encuentra ya asentado en la Península y ha penetrado en la Meseta, con lo que es capaz de
influir de gran manera sobre la forma de vida de los indígenas. Pero todo lo que vemos, entre las
Guerras Celtíberas y el fin de la guerra Sertoriana, son únicamente los cimientos, o un anuncio,
de lo que vino después, una vez Roma fue capaz de resolver su crisis institucional mediante la
solución autocrática y pudo ejercer una administración más acorde a su extensión imperial219.
El cambio, como vemos, fue gradual y diverso y acabó conduciendo a la desaparición
de las formas de vida indígena y la adopción de un modo de vida romano por parte de los
conquistados, que acabarían por integrar la misma comunidad que sus conquistadores.

219
LE GLAY, 2001, pp. 405-33
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Conclusiones

Se ha buscado ofrecer, a lo largo del presente trabajo, una visión global del proceso de
aculturación que tuvo lugar en la Península Ibérica entre el 133 y el 72 a.C. Un periodo que
discurre entre dos acontecimientos cruentos como fueron las Guerras Celtíberas y el conflicto
Sertoriano y que no estuvo, como vimos, libre de conflictos y agitaciones.
Estas seis décadas pueden ser consideradas un periodo de transición, tanto para los
conquistados, como para sus conquistadores. Por un lado, en estas fechas se concluye el control
territorial de la mayor parte de la Península Ibérica por parte de Roma. El quiebre de los
principales puntos de resistencia indígena: celtíberos y lusitanos, hizo que no hubiera una vuelta
atrás. A partir de ese momento, y hasta las Guerras Cántabras, las relaciones de los indígenas
con la potencia conquistadora se produjeron en clave interna romana. Por otro lado, Roma entró
en un proceso de aceleración de su propia crisis institucional, que tuvo como resultado la
instalación de un clima de violencia política creciente, hasta el estallido de guerras civiles
abiertas entre las distintas facciones que se disputaban la dirección del Estado. La confluencia
de estos dos factores es la Guerra Sertoriana.
Si bien encontramos en estas fechas los primeros ejemplos de concesiones colectivas de
ciudadanía romana a los indígenas de la Península Ibérica, los cambios de estatus jurídico no
son lo que define al proceso de romanización en este periodo. Sin embargo, la forma de vida de
los indígenas se vio sensiblemente alterada: la extensión de las amonedaciones, del comercio y
de un modo de vida urbano, con ciudades organizadas en una red más extensa y que actuaron
como focos de la “romanidad”. Este modo de vida urbano, acompañado del empleo de las élites
guerreras como auxiliares en el ejército romano, produjo una aculturación entre esas mismas
élites, que aprendieron latín y modificaron sus patrones de consumo.
La difusión del latín fue, de hecho, la principal transformación que reconocemos en este
periodo. Podemos concluir que, para las fechas que aborda este trabajo, estaba ya avanzada en
los núcleos urbanos de la Ulterior, el Levante o el valle del Ebro y que vino de la mano de la
introducción de un modelo educativo romano y de los cultos y sentimientos religiosos de Roma.
No es tampoco despreciable el incremento de inmigrantes que, venidos mayormente del
sur de Italia, se asentaron en la Península. Ésta dejaba de ser aquel lugar mítico, situado en los
confines del mundo, donde Roma acudía a extraer materias primas y que los soldados querían
evitar a toda costa; para convertirse en un lugar atractivo al que mudarse y llevar un estilo de
vida no demasiado diferente al que se conocía en Italia.
Todos estos cambios no los produjo la mera presencia de Roma en la Península, sino las
relaciones de dominación que Roma estableció en ésta y que marcaron la diferencia con los
pueblos, llegados del Mediterráneo oriental, que se habían establecido con anterioridad. Roma
desarrolló una política imperial, de expansión territorial, que la hizo salir de Italia y que se
intensificó desde la segunda mitad del siglo II a.C. Como se ha explicado, esto tuvo como
consecuencia en la Península un choque con la resistencia de los pueblos del interior que, una
vez quebrada, dio a Roma un amplio control de nuevos territorios. Sin embargo, y como hemos
apuntado, este control fue relativo y siguió enfrentando resistencias y retrocesos entre el 114 y
el 93 a.C. El proceso de conquista no fue lineal, pero fue irreversible.
Igualmente, podemos entender que la Guerra Sertoriana supuso un verdadero golpe de
timón y una aceleración del proceso de romanización en la Península. Esta guerra, ya lo hemos
avanzado, fue consecuencia de un proceso largo, una lucha intestina dentro de la República
Romana que marcó su crisis final y que la enfrentó a sus propios aliados itálicos entre el 93 y el
87 a.C. para, justo después, derivar en una serie de guerras civiles de la que Sertorio fue un
apéndice y en la que se movilizaron miles de auxiliares hispanos. Sin embargo, sin los cambios
producidos en las provincias de Hispania a raíz del fin de las Guerras Celtíberas, la Península
Ibérica nunca habría sido el escenario propicio para una guerra entre romanos.
Por supuesto que la época que tratamos queda ensombrecida, en cuanto a la
espectacularidad de los cambios producidos por la romanización en la Península Ibérica, por lo
ocurrido en las décadas que le siguen. La obra colonizadora de César y Augusto, el surgimiento
de una “cultura imperial” que unificó occidente y la extensión del derecho latino y romano
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durante el Principado fueron clave para el desarrollo posterior de nuestra historia. Pero sus
cimientos hemos de buscarlos aquí, en este periodo de transición, de “romanización temprana”
que causó una verdadera fractura con lo que Hispania había sido para Roma y Roma había sido
para Hispania. Ciertamente, el pasado no nos habla de aquellos años con tanta fuerza. Pero esa
es nuestra labor: interrogarlo.
UNED. Facultad de Geografía e Historia. Grado en Geografía e Historia 28

Bibliografía

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Anexos
A partir de los siguientes mapas, elaborados por Javier de Hoz y Daniel Romero, se
ilustra como se produjo una verdadera explosión en el uso de las escrituras indígenas en la
Península Ibérica a partir de la llegada de Roma en el 218 a.C.
Mapa 1: Inscripciones anteriores al siglo IV a.C. Javier Hoz y Daniel Romero. Imagen tomada de
http://hesperia.ucm.es/img/Mapas_Cronologicos_Inscripciones_1.jpg (consultada el 13/02/21).
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Mapa 2: Inscripciones anteriores entre los siglos IV y III a.C. Javier Hoz y Daniel Romero. Imagen
tomada de http://hesperia.ucm.es/img/Mapas_Cronologicos_Inscripciones_2.jpg (consultada el
13/02/21).
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Mapa 3: Inscripciones desde el siglo III a.C. Javier Hoz y Daniel Romero. Imagen tomada de
http://hesperia.ucm.es/img/Mapas_Cronologicos_Inscripciones_3.jpg (consultada el 13/02/21).

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