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Manuel Cuesta Aguirre: Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

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ÁREA: Cultura Clásica – Sintaxis Latina

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2 Manuel Cuesta Aguirre

TEMA XXVI:

MÁS ALLÁ DE LA ORACIÓN


LA SINTAXIS DEL DISCURSO EN LATÍN

ISBN: 978-84-9822-813-7

Manuel Cuesta Aguirre (cuestaguirre@hotmail.com)

THESAURUS: Sintaxis, lingüística del texto, pragmática, oración, discurso, coherencia


textual, cohesión textual, Tópico, Tema, Foco, voz pasiva, tiempos verbales,
conectores, anáfora, niveles de la oración, orden de palabras.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: Tema I


(Contenido de la sintaxis), II (La estructura de la oración), X (El sistema pronominal),
XI (Adverbios y partículas), XIII (Las categorías de persona, número y voz), XIV
(Tiempo y aspecto), XVII (La oración compleja), XVIII (Subordinación completiva) y
XXIII (El orden de palabras).

RESUMEN: La perspectiva funcional, aun limitada al ámbito de la oración, acaba


trascendiéndolo de una forma u otra: emprende el estudio lingüístico de segmentos de
discurso más amplios –o de discursos completos–, y tiene en cuenta el contexto
pragmático en que todo discurso –y, por tanto, toda oración– se produce. La
“coherencia textual” es la unidad semántica que subyace a un texto. La “cohesión
textual” es el reflejo lingüístico de la coherencia textual (§ 1). Bolkestein (1983b y
1985) son trabajos clásicos de un proceso en apariencia paradójico: describir
adecuadamente la oración sólo es posible a menudo yendo más allá de ella: desde el
discurso y la pragmática (§ 2.1). Los principales aspectos de la gramática latina
reinterpretados desde una perspectiva textual o discursiva son el juego de las voces y
los tiempos verbales, los conectores del discurso y los fóricos, y los elementos
externos a la estructura de la oración y el orden de palabras (§ 2.2-2.4). A través del
comentario lingüístico de un texto latino, observamos cómo todos estos dispositivos se
complementan en la tarea de señalar su coherencia (§ 3).

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

1. Introducción.

Los capítulos precedentes de esta Sintaxis latina se han centrado en la


descripción y análisis de la sintaxis de la oración desde una perspectiva
fundamentalmente funcional (cf. I.5.5 y II) en la que las ideas de S.C. Dik (1989, 1997)
y de su escuela han resultado sin duda determinantes.
Las ideas de Dik, en efecto, han inspirado buen número de trabajos sobre el
latín (Pinkster, Bolkestein, Risselada, Kroon, etc.), y han sido el punto de partida para
explicaciones alternativas más adecuadas de no pocos fenómenos gramaticales de
esta lengua. Pues bien, el último capítulo de su obra póstuma (Dik 1997), su
testamento lingüístico, se titula Hacia una Gramática Funcional del Discurso.
“Gramática Funcional del Discurso” es, de hecho, como Hengeveld, editor y discípulo
de Dik, ha rebautizado el modelo de su maestro, modelo que, junto con su equipo,
continúa desarrollando. Antes aún de publicarse la obra póstuma de Dik, Más allá de
la oración fue ya como H. Pinkster tituló el último capítulo de su obra de referencia
sobre lingüística latina (1995: 315 y ss.), título que aquí retomamos. Y es que, de una
forma u otra, la orientación funcionalista que subyace a esta Sintaxis, al no quedarse
en la pura forma de las expresiones lingüísticas sino tratar de explicar su empleo y
contextualizarlas, acaba desembocando en el discurso y en la pragmática, es decir, en
el contexto lingüístico de una oración (su “co-texto”) y en la situación comunicativa en
que tanto esa oración como ese discurso mayor en que la oración se inserta siempre
aparecen integrados.
Las personas –explica Dik (1997: 409)– no se expresan “con frases sueltas,
sino que las combinan en secuencias mayores y más complejas que podemos llamar
discursos”. Cuando, en un contexto comunicativo específico y con unos fines
concretos en mente, un hablante produce un discurso de manera natural, las
oraciones que lo “componen” (cf. griego syn-taxis “construcción”) no están
simplemente yuxtapuestas, artificialmente colocadas una tras otra sin más relación,
sino que, por así decir, a todas subyace un hilo conductor que las ensambla en un
cuerpo único. Ese hilo conductor subyacente a los discursos, de tipo semántico, se
denomina coherencia textual. Esta coherencia textual, no obstante, debe tener un
reflejo lingüístico. Para que el oyente pueda descodificar satisfactoriamente los
vínculos textuales y sea capaz, en última instancia, de descubrir las intenciones del
hablante, la estrategia comunicativa de este último se manifestará de alguna manera
formalmente en el discurso que produce. El hablante debe dar “pistas” al oyente,
indicios que le permitan deducir, dado el conjunto del discurso, “por dónde va” en cada
momento, de manera que “no pierda el hilo” sino que perciba el todo coherente que el

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hablante pretende producir. De la misma forma que, en el nivel de la oración, los


casos, las preposiciones o la concordancia delimitan las unidades de análisis o incluso
explicitan las relaciones sintácticas y semánticas que las conectan, también existen
medios gramaticales en el nivel del discurso, y que por lo tanto sólo desde él pueden
describirse adecuadamente. La coherencia textual tiene reflejo lingüístico. Y este
reflejo lingüístico de la coherencia textual que subyace a un discurso se conoce como
cohesión textual. Podemos decir, por tanto, que la cohesión textual es el estudio de
los dispositivos lingüísticos cuya función consiste en señalar o enfatizar la coherencia
textual (Bolkestein 1991a: 428; Kroon 1995: 30).
Desde una perspectiva textual o discursiva, el objeto de estudio del lingüista es
ya no la oración, sino el conjunto del mensaje a que la oración contribuye. La oración
nos interesa, además de como acción comunicativa, en tanto que parte solidaria de un
discurso orgánico. Éste sería, en efecto, la unidad máxima susceptible de análisis
lingüístico, y no la oración compleja. Es más, como en los anteriores capítulos se ha
podido comprobar, aun limitándonos al ámbito oracional, son numerosos los aspectos
gramaticales que sólo desde el discurso podemos explicar de forma adecuada: “ciertos
fenómenos de las oraciones sólo es posible describirlos satisfactoriamente tomando
en consideración el contexto más amplio en que ocurren y con el cual mantienen una
relación cohesiva” (Bolkestein 1991a: 427). Pinkster se aventura aún más con la
siguiente afirmación: “es evidente –comenta de pasada– que hay alguna semejanza
entre la cohesión entre oraciones … y la estructura de los textos como conjunto”
(1995: 315).
Así pues, un análisis funcional acaba transgrediendo los límites tradicionales de
la sintaxis: mira más allá de la oración, contribuyendo así a una importante macro-
corriente de la lingüística actual a la que es posible referirse con “lingüística del texto”,
“gramática del discurso”, “cohesión textual” o “perspectiva funcional-pragmático-
discursiva”, entre otras denominaciones.
En este capítulo nos proponemos, por tanto, tres objetivos:
(i) Recordar, a modo de recapitulación, los principales aspectos de la gramática
latina que en los capítulos precedentes se ha señalado contribuyen a la cohesión
textual más allá del ámbito de la oración (cf. por ejemplo, II.5, XII.6, XVII.5, etc.).
(ii) Al hilo de la exposición, tratar de aislar y, en la medida de lo posible,
sistematizar, los conceptos teóricos –y criterios heurísticos– más importantes y
fructíferos con que esta lingüística supraoracional trabaja.
(iii) Ilustrar lo expuesto en el capítulo con el comentario lingüístico de un texto
latino.

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

Hay que añadir que, al ser el latín una lengua de corpus, su estudio se presta
especialmente a esta perspectiva textual. Perspectiva que, además, tiende de alguna
forma un puente entre la lingüística moderna y la Filología Clásica en su vertiente
estilístico-literaria y, en última instancia, hermenéutica de los textos. En primer lugar,
indagar en dispositivos gramaticales que contribuyen a la cohesión de un texto latino,
sea éste un pasaje o una obra completa, equivale a preguntarse por su estructura, que
es uno de los aspectos tradicionalmente abordados desde los estudios literarios. En
segundo lugar, esto se efectúa desde una actitud funcionalista, que se caracteriza no
sólo por tratar de explicar el uso de las construcciones, sino además hacerlo desde la
consideración del contexto real en que tales construcciones se generan. Así pues, este
tipo de estudios es frecuente que, junto a criterios puramente lingüísticos, manejen
también datos históricos, literarios, de realia, etc. Puede decirse, por tanto, que esta
perspectiva pragmático-discursiva aporta al análisis filológico-literario tradicional
herramientas nuevas, más rigurosas, con cuya ayuda seguir avanzando en la
comprensión de los textos latinos –cf., por ejemplo, Calboli (1986), Van Gils (2001),
Kroon (2002) o Torrego (1995a, 2008d)–.

2. Principales aspectos de la gramática latina reinterpretados desde una


perspectiva textual o discursiva.

2.1. Dos ejemplos clásicos: Bolkestein (1983 y 1985).

Abrimos este apartado ejemplificando lo recién dicho con dos propuestas


paradigmáticas de Bolkestein (1983b y 1985) que muestran hasta qué punto el empleo
de determinadas estructuras sintácticas se justifica por razones pragmáticas y
textuales. Es un proceso en apariencia paradójico: al tratar de describir
adecuadamente la oración, se llega al convencimiento de que en ocasiones sólo es
posible hacerlo mirando más allá de la oración misma, es decir, teniendo en cuenta
factores pragmáticos y discursivos.
Así, por ejemplo, en el capítulo referido a la subordinación completiva (cf.
XVIII.2.3), se comentan las distintas construcciones de Nominativo con Infinitivo (NcI),
y no todas ellas tienen la misma explicación o justificación sintáctica:

(1a) iubeo te uenire (“te ordeno venir”)


(1b) tu iuberis uenire (“eres ordenado (sic) venir”)
(2a) traditum est etiam Homerum caecum fuisse (“se cuenta que además Homero
era ciego”, Cic. Tusc. 5,114)

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(2b) tradunt... Homerum caecum fuisse (“cuentan que... Homero era ciego”)
(3) Homerus … fuisse ante hanc urbem conditam traditur (“Homero... se cuenta que
existió antes de la fundación de Roma”, Cic. Tusc. 5,7)
(4) sed [hi] ab hoc consilio afuisse existimabantur (“pero [sus habitantes] se
consideraba(n) que eran ajenos a esta revuelta”, Caes. Gall. 6,3,5)

La pasiva de (1b) es congruente con el hecho de que en la activa de (1a) te (y


no el conjunto te uenire) es el Objeto sintáctico de iubeo. Una justificación sintáctica
que no es extensible a construcciones de NcI como la de (3). En efecto, mientras que
(2a) se puede considerar la pasiva correspondiente a un ejemplo activo como (2b) –
toda la predicación Homerum caecum fuisse es el Objeto sintáctico de tradunt–, el
Nominativo de (3) se presenta como una excepción, una anomalía o un proceso
analógico, pero sin explicar por qué Cicerón construye en nominativo, y no en
acusativo, el Sujeto sintáctico del infinitivo en (3).
La aportación de Bolkestein (1983b) fue demostrar que –como intuitivamente
las gramáticas tradicionales ya apuntaban– no nos encontramos ante una simple
uariatio gratuita, un puro capricho del estilo, sino que es posible establecer criterios de
distribución complementaria entre la construcción impersonal (2a) y personal (3). Para
ello es preciso mirar más allá de la propia oración que se pretende explicar, y recurrir a
nociones pragmáticas como las funciones de Tópico, Tema, y Foco. Y es que, cuando
el Sujeto de oraciones de Infinitivo como (3) está en Nominativo, se debe a que su
función pragmática, o bien es la de Tópico, es decir, una entidad informativamente
conocida, ya mencionada en el discurso previo y presente, por tanto, en la conciencia
del oyente –así sucede en el ejemplo de (4), donde, por conocido, ni siquiera se
explicita el Sujeto–, o bien se trata –como en (3)– de un nuevo Tema que se introduce
en ese momento, Tema que frecuentemente en las oraciones sucesivas será Tópico.
Por el contrario, la construcción AcI la encontraremos cuando, ya la oración de
infinitivo en su conjunto –como muestra etiam en (2a)–, ya un constituyente suyo,
presenten la función pragmática de Foco, es decir, información nueva
(comunicativamente relevante) que, precisamente sobre la base de un Tópico o un
Tema (información presupuesta) previos, el hablante añade.
El problema planteado en Bolkestein (1985) es el siguiente. Como es sabido,
en latín los verbos de trasferencia o comunicación, cuando aparecen en activa, junto al
Sujeto y Objeto, presentan un tercer argumento cuya marca casual es el dativo y su
función semántica la de Receptor o Beneficiario (cf. VII.2.1.1), del tipo, aliquis aliquid
alicui dat (“alguien da algo a alguien”), como en (5):

(5) [Sc. tu] da mi basia mille (“[Sc. tú] dame mil besos”, Catull. 5,7)

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

Ocurre, no obstante, que algunos de estos verbos en ocasiones presentan un


marco predicativo alternativo (cf. VII.2.1.4). Tal es el caso, por ejemplo, de circumdo,
que, además de una estructura paralela a la ejemplificada con do en (5) –ejemplo (6)–,
a veces presenta otra donde el tercer argumento en dativo de (6) se codifica como
segundo argumento en acusativo; y el que antes era segundo argumento en acusativo,
ahora se presenta como tercer argumento en ablativo. Es decir, que, frente al marco
predicativo aliquis aliquid alicui circumdat –(6)–, también encontramos aliquis aliquid
aliquo circumdat, como en (7):

(6) arma … circumdat … umeris (“Pone… las armas… a / en torno a los hombros”,
Verg. Aen. 2,506-507)
(7) castra ab urbe haud plus quinque milia passuum locant; [sc. castra] fossa
circumdant (“Levantan el campamento a no más de cinco mil pasos de la ciudad; lo rodean
con un foso”, Liv. 1,23,3)

Nótese que, en la segunda oración de (7), aunque sólo se explicita el ablativo


fossa, el co-texto permite que el lector infiera otros dos argumentos que quedan
implícitos (véase, en § 2.3.2, la “elipsis” o “anáfora cero”); en efecto, de circumdant
también dependen un Sujeto correferente con el de la oración anterior, y un acusativo
Objeto correferente con castra.
Bolkestein (1985) empieza constatando que no parece haber razones de tipo
sintáctico o semántico oracional que puedan dar cuenta de la elección por parte de un
autor de una construcción u otra. Muestra, en cambio, que a menudo la elección
responde a un factor de carácter pragmático, textual: el hablante optará entre las dos
construcciones posibles en función del contexto precedente. En casos como (7), la
elección de un marco predicativo, y no el otro, responde a un principio sobre el que
volveremos en § 2.2.1: la “continuidad de perspectiva”. En efecto, que en la
segunda oración de (7) Livio prefiera para circumdo el marco predicativo tipo aliquis
aliquid aliquo circumdat se debe a que, con él, castra se codifica como Objeto porque
Objeto es precisamente la función sintáctica que el mismo término presenta en la
oración precedente. Castra, además, es el Tema que en la oración siguiente pasa a
ser Tópico. La continuidad de la perspectiva está así garantizada.
Así pues, en los dos trabajos de Bolkestein que acabamos de comentar
subyace la misma idea de fondo. Dadas varias construcciones aparentemente
intercambiables, un estudio más profundo muestra que la elección de una u otra
alternativa se justifica desde un punto de vista textual: se elige la que sea más
cohesiva en un co-texto determinado.

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2.2. Función textual de las categorías verbales de voz y tiempo.

Una de las dificultades de los estudios pragmático-discursivos, y


concretamente de su aplicación al latín, estriba en cómo clasificar de una manera
consecuente y no arbitraria todos los dispositivos lingüísticos que de una forma u otra
contribuyen a la cohesión textual. En cualquier intento de clasificación hasta hoy
propuesto (incluido, por supuesto, el del presente capítulo) indefectiblemente abundan
las referencias cruzadas entre epígrafes, hecho que, en rigor, implica la irrelevancia
lingüística de una taxonomía dada. Buena muestra de ello son Bolkestein (2002b) y
Rosén (2002). Concretamente, Rosén (2002: 335) empieza afirmando que los
dispositivos que “posibilitan la coherencia ... dentro de la organización del discurso” se
clasifican según cumplan una de estas tres funciones: (i) “Señalar relaciones de
correferencia”, (ii) “Explicitar la … conexión … entre segmentos del discurso” y (iii)
“Sacar a la luz el lado literario-retórico de la estructura del texto”. “Sin embargo –
observa–, sigo preguntándome hasta qué punto estas tres funciones no se solapan”. Y
cuando, acto seguido, clasifica una serie de medios de estructurar el discurso en las
categorías arriba mencionadas, varios de esos “medios” los asigna al mismo tiempo a
dos categorías distintas –otros, directamente a las tres–. Con otras palabras: nos
hallamos ante una taxonomía arbitraria: categorías de las que es lícito valerse sólo
faute de mieux, teniendo presente que no se desprenden del objeto de estudio y, si se
manejan, conviene hacerlo de manera instrumental. Tomadas, de hecho, como lo que
son –no conclusiones o dogmas sino puntos de partida provisionales–, estas
clasificaciones resultan útiles –son, simplemente, mejores que nada, y es necesario
partir de alguna base–. Como Kroon (1995: 375) observa, “una empresa tan vasta y
complicada como el desarrollo de tal modelo [sc. el de la cohesión textual] debería
proceder de los datos a la teoría, y no al revés”. Así pues, trabajos como Bolkestein
(1987), Kroon (1998), Panhuis (1984), Risselada (1991) o Torrego (1995a) justifican
sobradamente un epígrafe dedicado, por ejemplo, a la función textual del tiempo y la
voz verbales. Y lo mismo rige para el resto de epígrafes de § 2: en todos ellos se
tratan aspectos que atañen a la coherencia textual y que han suscitado ya numerosos
y sugerentes trabajos.

2.2.1. Voz pasiva vs. activa.

Tradicionalmente, la voz pasiva se ha considerado una mera alternativa o


transformación de una estructura activa paralela, un análisis más que cuestionable
tanto desde un punto de vista sintáctico, como semántico y pragmático (cf. XIII.5.2).

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

Desde un punto de vista pragmático, se podría formular el siguiente principio


general (cf. XIII.5.5.1): se usa la voz pasiva cuando el Paciente es más cohesivo que
el Agente, es decir, cuando contribuye a mantener la perspectiva en, por ejemplo, una
narratio. En tales casos el Paciente se codifica como Sujeto y suele referirse a una
entidad que en el discurso previo se ha introducido como Tema y, al permanecer como
tal en la conciencia del oyente, no es necesario que el hablante la repita sino que, o
bien la codifica en forma de pronombre, o bien no recibe marca gramatical alguna
(“elipsis” o “anáfora cero”). Conviene, a este respecto, recordar que dadas “dos
oraciones coordinadas con Sujeto correferente, así como … una oración principal y
una subordinada o una construcción de participio o de infinitivo con igualmente Sujeto
correferente, en ambos casos es regla la expresión cero [sc. del Sujeto retomado]”
(Bolkestein & Van de Grift 1994: 299, n. 3). Veámoslo sobre un ejemplo:

(8) Iam primum adulescens Catilina multa nefanda stupra fecerat, cum uirgine nobili,
cum sacerdote Vestae, alia huiuscemodi contra ius fasque. Postremo captus amore Aureliae
Orestillae (“Ya de joven Catilina había cometido muchas deshonestidades infames con una
doncella noble y con una sacerdotisa de Vesta y otras cosas semejantes contra el derecho y lo
permitido. Finalmente fue poseído por el amor de Aurelia Orestila”, Sall. Catil. 15,1-2)

Como puede verse, Catilina, puesto al principio, introduce un nuevo Tema en el


relato. Una vez establecido como tal, en lo sucesivo del pasaje se mantiene como
Tópico implícito, y la pasiva captus [est] contribuye a que eso ocurra, es decir, a que
no se rompa la cohesión textual. En efecto, de haber optado Salustio por la activa
(amor Aureliae Orestillae eum cepit), habría introducido un nuevo Tema –amor
Aureliae Orestillae– y Catilina, que es quien “importa” ahora, habría dejado de ser
Tópico. En tal caso, además, Catilina no quedaría, como sí en el texto de Salustio,
implícito, como Sujeto correferencial que es, sino que, al pasar a ser Objeto de cepit,
debería explicitarse a través de un pronombre (eum).

2.2.2. Juego de tiempos verbales.

En el ámbito de una oración compleja, no es problemático percibir el tiempo


verbal como un elemento que contribuye a su estructura. Concretamente, el tiempo
imperfecto (cf. XIV.4.4.1), como en general los tiempos llamados “relativos”, suele
asociarse a la expresión de información de “segundo plano”, de “trasfondo”, de –por
así decir–, preparación (o suplemento) de lo principal que, o bien se dirá a
continuación, o bien acaba de decirse:

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(9) ...Crassus, cum sua cunctatione atque opinione timoris hostes nostros milites
alacriores ad pugandum effecissent, atque omnium uoces audirentur expectari diutius non
oportere quin ad castra iretur, cohortatus suos, omnibus cupientibus ad hostium castra
contendit (“Craso, como por su tardanza y por su aparente miedo los enemigos habían hecho
que nuestros soldados anhelaran combatir, y todos proferían voces de que no debía dilatarse la
marcha contra el campamento, tras arengar a sus hombres, se dirigió hacia el campamento de
los enemigos en medio del entusiasmo general”, Caes. Gall. 3,24,5)

En (9), nos encontramos ante una oración compleja que, como tal, tiene una
estructura susceptible de análisis. La oración principal (Crassus, cohortatus suos,
omnibus cupientibus ad hostium castra contendit) aparece modificada por dos
oraciones de “cum histórico”, coordinadas entre sí (cum sua cunctatione … effecissent,
atque omnium uoces … audirentur). Para establecer el estatus subordinado de dichas
oraciones coordinadas contamos con la presencia de la conjunción subordinante cum,
pero además, mientras que el verbo de la oración principal –contendit– aparece en un
tiempo “absoluto”, los verbos de las dos oraciones subordinadas presentan ambos
tiempos “relativos”.
Así las cosas, en virtud de la dicotomía información principal vs. información de
trasfondo, el juego de tiempos verbales puede contribuir a que el receptor descodifique
la organización estructural de una oración compleja.
Pero intentemos ir, de nuevo, más allá de la oración, situando el ejemplo (9) en
un “co-texto” más amplio:

(10) [1] Prima luce productis omnibus copiis duplici acie instituta, auxiliis in mediam
aciem coniectis, quid hostes consilii caperent, expectabant. [2] Illi, etsi propter multitudinem et
ueterem belli gloriam paucitatemque nostrorum se tuto dimicaturos existimabant, tamen tutius
esse arbitrabantur, obsessis uiis commeatu intercluso sine ullo uulnere uictoria potiri; [3] et, si
propter inopiam rei frumentariae Romani sese recipere coepissent, inpeditos in agmine et sub
sarcinis infirmiore animo adoriri cogitabant. [4] Hoc consilio probato ab ducibus, productis
Romanorum copiis, sese castris tenebant. [5] Hac re perspecta Crassus, cum sua cunctatione
atque opinione timoris hostes nostros milites alacriores ad pugandum effecissent, atque
omnium uoces audirentur expectari diutius non oportere quin ad castra iretur, cohortatus suos,
omnibus cupientibus, ad hostium castra contendit (“Al amanecer, sacadas todas sus tropas,
formada una doble línea, concentrados los contingentes auxiliares en la parte central de la
formación, esperaban qué decisión adoptarían los enemigos. Éstos, aunque, a causa de su
multitud, de su antigua gloria en la guerra y del reducido número de los nuestros, creían que
iban a combatir sin riesgo, aun así encontraban más seguro lograr la victoria sin herida alguna,
cerrando los caminos y cortando el suministro; y si, ante la escasez de provisiones, los
romanos intentaban retirarse, planeaban caerles encima cuando estuvieran marchando en

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

formación con las fuerzas mermadas bajo el peso de los fardos. Aprobado este plan por los
jefes, ya desplegadas las tropas romanas ellos aguardaban en su campamento. Comprendido
esto, Craso, como por su tardanza y por su aparente miedo los enemigos habían hecho que
nuestros soldados anhelaran combatir, y todos proferían voces de que no debía dilatarse la
marcha contra el campamento, tras arengar a sus hombres, se dirigió hacia el campamento de
los enemigos en medio del entusiasmo general”, Caes. Gall. 3,24,1-5)

Si, en lugar de la oración compleja de (9), tomamos por unidad de análisis


lingüístico el discurso coherente recogido en (10), resulta sin duda revelador tratar de
extrapolar a este texto el análisis estructural de (9) según el criterio de los tiempos
verbales, para ver en último término si tienen algo que decirnos sobre la estructura del
pasaje.
La primera oración del pasaje (10) tiene por verbo principal expectabant. Tras
el punto, vienen dos oraciones principales más, coordinadas entre sí (arbitrabantur y
cogitabant, respectivamente), a las que sigue otra oración principal en imperfecto
(tenebant). El siguiente verbo principal –el último– es el de (9): contendit.
Como puede verse, los verbos de todas las oraciones aparecen en imperfecto
salvo el último, en perfecto. De alguna forma, el juego de tiempos verbales de este
pasaje es un indicio lingüístico de su estructura narrativa. Estructura que está formada
por dos unidades: una principal, o de primer plano –la oración [5] de contendit – y otra
unidad subordinada, o de trasfondo –el bloque de oraciones [1]-[4]–.
Esto sería, en el fondo, un argumento empírico a favor de la sugerencia de
Pinkster (1995: 315), citada en la introducción del tema, de que la cohesión interna de
las oraciones y la macro-cohesión de los discursos deben guardar alguna semejanza.
Es necesario, aun así, recomendar prudencia. Como Bolkestein (1991: 431)
explica, “el recuento de formas de perfecto e imperfecto de indicativo en todas las
oraciones principales y oraciones subordinadas temporales y causales satélites
(introducidas por cum, ubi, quia, quod o quoniam) en un corpus latino inmediatamente
muestra que no deberíamos generalizar tan fácilmente en lo referente a tal correlación
[sc. entre perfecto e imperfecto, e información de primer y segundo plano,
respectivamente]”. O sea, que nos encontramos no ante criterios absolutos, sino ante
indicios. Es posible, sin embargo, que, como después veremos (§ 3), combinando
indicios de distinto tipo podamos llegar, si no a la certeza, sí a una idea bastante
plausible de la estructura de un texto.

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2.3. Conectores del discurso y fóricos.

Conectores y fóricos son dos dispositivos lingüísticos que contribuyen a la


cohesión textual pero con una diferencia fundamental entre ambos. Los conectores
del discurso tienen por única función establecer o explicitar el vínculo entre un
segmento de discurso y otro, o entre un segmento de discurso y propiedades del
contexto. De ello se infiere que no forman parte de una oración, sino que, en el mejor
de los casos, la conectan con otra –en el mejor de los casos porque, como veremos,
su uis conectora no necesariamente se limita a oraciones complejas, sino que puede
afectar a bloques de tales, de ahí que hablemos de “segmentos de texto”–. Los
fóricos, en cambio, aunque también poseen uis conectora, pues su referente debe
buscarse siempre en una entidad explicitada en el discurso previo (“anáfora”) o
posterior (“catáfora”), sin embargo, a diferencia de los conectores, desempeñan al
mismo tiempo una función en la oración.
Hemos hablado de una uis conectora intrínseca a ambos que justifica su
tratamiento conjunto porque, como veremos, en ambos casos bien puede decirse que
su alcance y función se extienden más allá de la oración. Abundan, de hecho, trabajos
de lingüística teórica donde estos dos dispositivos se estudian como indicios de la
estructura textual –cf. Cortès (2002), Degand (1999), Fernandez-Vest (1982) o Fox
(1987)–.

2.3.1. Conectores del discurso.

Halliday & Hasan (1976) mostraban ya con claridad que las llamadas
“conjunciones” pueden funcionar en dos niveles esencialmente distintos:

(11a) Te quiero mucho.


(11b) Te quiero mucho porque eres muy bonita.
(12a) Te quiero mucho –porque sabes que te quiero mucho–.
(12b) Te quiero mucho porque eres muy bonita –porque sabes que te quiero mucho–.

(11a) es una oración. (11b), también. La diferencia entre una y otra es


únicamente de complejidad interna, una diferencia cuantitativa, no cualitativa: (11a) es
una oración simple; (11b), una compleja. En (11b), porque conecta la oración principal
con una oración subordinada suya, es decir, otra oración junto con la cual constituye
una estructura sintáctica mayor: una oración que estructuralmente es compleja, pero
no por ello deja de ser tal.

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13
XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

Si aplicásemos criterios puramente formales –identidad de marca: identidad de


función–, entre el porque de (11b) y el de (12a) no advertiríamos diferencia, pero un
análisis semántico de estos ejemplos muestra que sí la hay. A diferencia del de (11b),
el porque de (12a) no señala la causa del estado de cosas al que otra oración –te
quiero mucho– se refiere, sino que justifica el propio “acto de habla” (speech act) o
enunciación de dicha oración. Es decir, mientras que la relación que el porque de
(11b) expresa se limita al ámbito de la oración, la relación que expresa el porque de
(12a) trasciende ese ámbito: conecta unidades de discurso. En (12b), de hecho, la
coexistencia de los dos porque permite observar la distinta naturaleza de los niveles
en que cada uno opera: el nivel oracional, y el supraoracional o discursivo,
respectivamente.
Pues bien, además de conjunciones como porque o because en inglés,
capaces de operar tanto en el nivel oracional como en el discursivo, existen
numerosas “partículas” que, como nam o igitur en latín, únicamente funcionan en el
segundo nivel: nunca aparecen conectando meras oraciones; conectan siempre
unidades de discurso.
Este tipo de “partículas” se denominan, en oposición a las simples
“conjunciones”, “conectores del discurso” (cf. XII.6.2). La obra de referencia sobre ellas
en latín es sin duda alguna Kroon (1995).
En esta obra, la autora aborda el estudio de cinco conectores del discurso:
nam, enim, autem, uero y at. Parte de la base de que la categoría de las “partículas”
es un cajón de sastre donde, a falta de criterios rigurosos, tradicionalmente se
adscriben dispositivos lingüísticos heterogéneos con un solo denominador común: que
su auténtica función aún no se comprende. No se ocupa, por tanto, del conjunto de las
“partículas”, sino de un subgrupo con un denominador común: su contribución a la
cohesión textual. Es necesario, sin embargo, una vez aislados de las “partículas” los
“conectores del discurso”, establecer herramientas teóricas que permitan clasificarlos
ulteriormente –encontrar, como en los trabajos clásicos de Bolkestein (1983b y 1985),
criterios de distribución complementaria–. En esa idea, Kroon ha elaborado una de las
propuestas teóricas más sugerentes para el estudio de la cohesión textual.
Sostiene, en primer lugar, que la coherencia se da en varios niveles del
discurso. Concretamente, postula tres: representativo, presentativo y interactivo. Los
niveles representativo y presentativo, a grandes rasgos coinciden con los niveles
oracional vs. discursivo de Halliday & Hasan (1976) antes ilustrados (cf. II.2). En
efecto, el nivel representativo tiene que ver con la representación de “algún mundo
real o imaginario fuera del propio lenguaje” (Kroon 1995: 69). El nivel presentativo,

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14 Manuel Cuesta Aguirre

en cambio, tiene que ver “con la manera como las ideas son transmitidas o puestas en
escena por parte del hablante”, pues tales ideas “no se suceden una a otra según un
orden arbitrario, lineal, sino que están dispuestas en una perspectiva funcional, unas
en relación con otras según plan estructural concreto del hablante” (Kroon 1995: 73).
El nivel interactivo, como su nombre deja traslucir, tiene que ver con el hecho de la
interacción que se produce entre los interlocutores.
En cada uno de estos niveles pueden darse relaciones textuales: los
dispositivos lingüísticos cuya función consiste en explicitar esas relaciones pueden
clasificarse según el nivel del discurso en que lo hagan. Así, en oposición a los
conectores del discurso, las tradicionales “conjunciones”, por ejemplo quia, cum, sed o
et, aunque en ocasiones hemos visto que también pueden operar en el nivel
presentativo, su función primaria la ejercen en el representativo, estableciendo
relaciones “entre los estados de cosas (acciones, eventos o hechos) que constituyen
el mundo representado (relaciones que pueden ser temporales, causal-condicionales,
contrastivas, etc.)” (Kroon 1995: 69). Los conectores del discurso, en cambio, es decir,
aquellas “partículas” que no funcionan nunca en el nivel representativo (y es, por tanto,
contraproducente denominar “conjunciones”) pueden operar sólo en dos niveles: el
presentativo y el interactivo. Estos dos son, por tanto, los niveles supraoracionales,
discursivos. Funciona sólo en el nivel presentativo, por ejemplo, nam. Sólo en el
interactivo funciona enim. At puede, en cambio, aparecer en ambos:

(13) Adibo ad hominem, nam turbare gestio (“Me acercaré a él, pues tengo unas ganas
inmensas de montarle un número”, Plaut. Men. 486)
(14) Quotiens monstraui tibi, uiro ut morem geras, quid ille faciat, ne id obserues, quo
eat, quid rerum gerat. # At enim ille hinc amat meretricem ex proxumo (“¿Cuántas veces te he
dicho que aceptes cómo es tu marido, y no estés pendiente de qué hace, qué come, en qué se
ocupa? # Pero es que quiere a esa ramera de ahí al lado”, Plaut. Men. 787-790)
(15) Illa me in aluo menses gestauit decem, at ego illam in aluo gesto plus annos
decem (“Ella me llevó en la tripa diez meses, pero en cambio yo la llevo a ella en la tripa más
de diez años”, Plaut. Stich. 159-160)

En efecto, en (13) nam opera, como en (12a) porque, no en el nivel de las


ideas expresadas, sino en el de la estrategia según la cual el hablante presenta esas
ideas. Por algún motivo, el personaje considera que la afirmación que acaba de hacer
–adibo ad hominem–, antes de seguir debe primero justificarla, explicar por qué la ha
hecho, y precisamente esa función cumple la unidad que abre nam. Este conector
funciona, por tanto, en nivel presentativo. En (14), en cambio, enim supone una
llamada a la empatía del interlocutor, un guiño cómplice; al utilizar este conector, el

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

hablante da a entender que su afirmación es obvia, indiscutible, y que la reacción


lógica ante ella por parte del oyente es el consenso. Consecuentemente, el nivel
donde este conector funciona es el interactivo.
En (15), la función de at consiste en crear, en la transición de dos unidades
narrativas, un efecto de contraste: nos encontramos, como en (13), en el nivel
presentativo. En (14), por el contrario, at introduce la réplica de un interlocutor ante la
intervención de otro. Aquí se trata, por tanto, del nivel interactivo.
Dado que, desde un punto de vista semántico, en ninguno de estos dos niveles
supraoracionales podemos hablar en términos de estados de cosas, las categorías
tradicionales (causalidad, concesividad, etc.) aquí no son útiles para clasificar los
elementos relatores: nos encontramos ante “un significado, más que referencial,
discursivo o de procedimiento” (Kroon 1995: 99). En primer lugar es necesario, dado
un conector, asignarle un “significado básico”, es decir, “una constante semántica que
todos los distintos usos o funciones de la partícula tienen en común, … características
abstractas y generales que encierran una serie de conceptos universales, semánticos
y pragmáticos” (Kroon 1995: 98). Por ejemplo, el significado tradicionalmente
postulado para nam es la causalidad, es decir, un concepto semántico referencial, del
nivel de la oración. Podría sostenerse, en efecto, que nam expresa causalidad ante
ejemplos como (13), pero ante casos como (16) debe inferirse que tal explicación no
siempre es adecuada:

(16) Nunc hanc laetitiam accipe a me, quam fero. Nam filium tuom modo in portu
Philopolemum uiuom, saluom et sospitem uidi (“Ahora recibe de mí esta alegría que traigo,
pues acabo de ver en el puerto a tu hijo Filopólemo, vivo, sano y salvo”, Plaut. Capt. 872-874)

Kroon propone para nam el significado básico de la “subsidiariedad”, que, al ir


más allá de la causalidad y, en general, de la semántica referencial –o sea: del nivel
representativo, oracional–, permite dar cuenta igual de ejemplos como (13) que como
(16): en ambos casos, la unidad que nam introduce cumple una función subsidiaria,
independientemente de que, al traducir o parafrasear, en algunos casos pueda
hablarse de una relación causal implícita y en otros no. De igual forma, el significado
básico de autem es la “demarcación”, idea mucho más amplia que, por ejemplo, la
adversatividad, significado que, de nuevo en términos semánticos oracionales, y por
tanto impropios para la descripción de un conector del discurso, tradicionalmente se le
atribuía. Mientras que la adversatividad sólo permite explicar casos como (17), el
concepto de “demarcación” que Kroon propone también cubre ejemplos como (18),
donde no es posible hablar de adversatividad aun entendiendo ésta en sentido laxo:

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16 Manuel Cuesta Aguirre

(17) Iniusta ab iustis impetrari non decet, iusta autem ab iniustis petere insipientia est
(“Querer conseguir de justos cosas injustas no conviene; por otra parte, pedir a injustos cosas
injustas es de locos” Plaut. Amph. 35-36)
(18) Abite tu domum et tu autem domum (“Tú, y tú también, marchaos a casa”, Plaut.
Truc. 838)

El significado básico de un conector, al realizarse en uno o más de los tres


niveles de la coherencia textual, dará lugar a “funciones en el discurso”, y a su vez
cada una de esas funciones se especificará en “usos reales”. Enim, por ejemplo, cuyo
significado básico es el consenso, tiene una única función en el discurso, en el nivel
interactivo. Pues bien, esa función puede concretarse en tres usos reales: (i) hacer
menos chocante un enunciado, (ii) ironía o (iii) solicitud de empatía.

(19) Quid rides, inquit, uerbex? An tibi non placent lautitiae domini mei? Tu enim
beatior es et conuiuare melius soles? (“¿De qué te ríes, animal? ¿Es que no te gustan las
larguezas de mi señor? ¿Será que vives más cómodo y frecuentas mejores banquetes?”, Petr.
57,2)
(20) Nunc enim uero ego occidi (“Ahora te digo de verdad que estoy muerto”, Plaut.
Capt. 534)

El ejemplo ya citado de (14) es un caso en que enim ejerce su uso real de


hacer menos chocante el enunciado. El uso real de este conector en (19) es la ironía.
En (20), la solicitud de empatía. A los tres casos, no obstante, subyace el mismo
significado básico –el consenso–, significado que funciona siempre en el mismo nivel
del discurso –el interactivo–.
El resultado de la suma de significado básico, función(es) en el discurso y usos
reales es, por tanto, una plantilla que permite establecer los rasgos distintivos de cada
conector, diferenciándolo así del resto y permitiendo abstraer, más allá de puros
valores de traducción (lo que Kroon llama “efectos colaterales”, como el frecuente
“sabor” causal de nam), cuál es su función auténtica en el establecimiento de la
cohesión textual. Se trata, como la propia autora explica, de un planteamiento
minimalista moderado: si bien el número de etiquetas clasificatorias se pretende
reducir al máximo, no por ello se relega al ámbito supuestamente no-lingüístico del uso
una diferencia semántica que, en realidad, es relevante para la adecuada explicación
de fenómenos estrictamente gramaticales de otra forma tenidos por anomalías o
libertad estilística.

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

Por otra parte, estos tres niveles del discurso se corresponden con los tres
niveles de unidades que componen su estructura comunicativa: acto, movimiento e
intercambio. El acto es la unidad mínima que puede formar parte del discurso; es su
pieza atómica, indivisible; pretender analizar el acto comunicativo supone descender al
nivel interno de la oración: el nivel representativo. El movimiento es una configuración
de actos, es decir, una unidad de discurso compleja. El intercambio, por su parte, es
un movimiento de un hablante, más el movimiento de respuesta de su interlocutor. Por
ejemplo:

(21) Te quiero mucho –porque sabes que te quiero mucho–. # Yo a ti no te quiero nada.

Además, en la estructura comunicativa del discurso, Kroon contempla un


fenómeno esencial como es el de la recursividad: del mismo modo que una oración
compleja puede contener a su vez oraciones complejas, y así sucesivamente, de igual
forma, en un discurso, un movimiento formado por varios actos, junto a otro
movimiento puede formar un movimiento aún mayor, y éste integrarse en otro mayor
hasta, por fin, tras concluir el macro-movimiento resultante, el otro hablante
contraponer a este movimiento “activo” el suyo “reactivo”. Es decir, que este concepto
de estructura comunicativa, con su componente recursivo, idealmente permite el
análisis formal de textos que, por su complejidad o su extensión, tradicionalmente
quedan fuera del ámbito de la lingüística, por ejemplo pasajes, capítulos, o incluso
obras íntegras de autores latinos.
Otro criterio clasificador que Kroon establece para conectores del discurso es el
tipo de relación que explicitan: intratextual o extratextual. Mientras que las relaciones
intratextuales se establecen entre unidades del discurso, las extratextuales se
establecen “entre una unidad de texto y un concepto, idea o situación extratextual”
(Kroon 1995: 63). Tal es, de hecho, la diferencia fundamental entre, por una parte,
nam y at, y enim y uero por otra: mientras los dos primeros establecen relaciones
intratextuales, los dos segundos señalan relaciones extratextuales. En efecto, los
significados básicos de nam y at son la subsidiariedad y la frustración de expectativas,

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18 Manuel Cuesta Aguirre

respectivamente; los significados básicos de enim y uero son –también


respectivamente– el consenso y la realidad. Pues bien, tanto “subsidiariedad” como
“frustración de expectativas” deja implícito “con respecto a (sc. otra unidad de texto)”.
“Consenso” y “realidad”, por el contrario, no sugieren eso sino que aluden, como
hemos dicho, a “conceptos, ideas o situaciones extratextuales”.
Uno de los puntos fundamentales que Kroon trata de sistematizar –y donde
queda patente el carácter pionero e incipiente de los actuales estudios discursivos–
son los criterios heurísticos que sustentan las distinciones teóricas efectuadas, pues
“el valor de las generalizaciones … depende, por supuesto, de si podemos o no definir
y aplicar las distinciones efectuadas de forma intersubjetiva” (Bolkestein 2002: 14).
Así, por ejemplo, existe toda una serie de criterios para delimitar si determinadas
conjunciones de subordinación (por ejemplo, las causales; cf. XX.2.4) funcionan en el
nivel representativo o en el presentativo. Así, el criterio de la interrogación sirve para
mostrar el distinto nivel de integración de ejemplos como (11) y (12):,

(22a) ¿Es porque soy muy bonita por lo que me quieres mucho?
(22b) Porque eres muy bonita, por eso te quiero mucho.
(23a) *¿Es porque sé que me quieres mucho por lo que me quieres mucho?
(23b) *Porque sabes que te quiero mucho, por eso te quiero mucho.

A partir de (11b), donde la conjunción señala una relación en el nivel


representativo, las oraciones (20a) y (20b) pueden construirse sin problema. Si
intentamos lo mismo sobre (12a), donde porque no es conjunción sino conector y
señala, por tanto, una relación del nivel presentativo, obtenemos resultados
claramente agramaticales: (21a) y (21b).
Para las conjunciones de coordinación, en cambio, estos criterios no rigen.

(24) ego hanc amo et haec med amat (“Yo la quiero a ella y ella me quiere a mí”, Plaut.
Asin. 631)
(25) uersae inde ad Tiberium preces et ille uarie disserebat de magnitudine imperii, sua
modestia (“Entonces se hicieron súplicas ante Tiberio, y él se puso a disertar sobre la
enormidad del imperio y sus pocas fuerzas”, Tac. ann. 1,11)

Ante ejemplos como (24) y (25), ¿cómo podría determinarse si la conjunción


supone o no un salto al nivel presentativo? Lo cierto es que, desde que Kroon planteó
el problema, aún no se ha hallado una solución satisfactoria. Insisten en la importancia
de este asunto, por ejemplo, Hannay & Kroon (2005), donde se propone la
consideración de criterios prosódicos. Es necesaria más investigación.

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

2.3.2. Fóricos.

Numerosos y sugerentes son los trabajos producidos en el ámbito de la


lingüística latina sobre los fóricos, especialmente sobre la anáfora. Estos trabajos, aun
con algunos puntos generales en común –y con un fructífero diálogo en proceso entre
las distintas posiciones–, difieren tanto en las soluciones propuestas como en los
criterios aplicados, de manera que, por motivos de espacio, no pasaremos de una
introducción muy somera a algunos de los principales problemas y perspectivas que el
estudio de los fóricos como mecanismo de cohesión textual plantea en latín. La
mayoría de estudiosos, no obstante, adopta la metodología de Bolkestein (1983b y
1985) ya ilustrada: buscan criterios de distribución complementaria para distintas
formas de anáfora en principio intercambiables. Es también tónica general la idea de
que el hallazgo de esos criterios pasa por la consideración del discurso y la
pragmática. Las distintas formas de anáfora habitualmente estudiadas son:
(i) La repetición de un sintagma nominal.
(ii) El uso de un pronombre.
(iii) La elipsis, también denominada “anáfora cero”.

En un trabajo fuente de inspiración para numerosos estudios posteriores,


Bolkestein y Van de Grift (1994) buscan la motivación funcional que determina en latín
la elección entre estos tres medios alternativos a la hora de retomar con función de
Sujeto una entidad explicitada en el discurso precedente, en la idea de que “la
existencia en una lengua de varias formas de expresión alternativas normalmente no
será redundante, sino que estará motivada funcionalmente” (Bolkestein & Van de Grift
1994: 285).
El primer parámetro según el cual estudian cada ejemplo de anáfora es el
grado de topicalidad de la entidad retomada como Sujeto. Este parámetro, establecido
en Givón (1983), se determina según:
(a) La distancia de la anáfora en cuestión con respecto a su antecedente.
(b) La persistencia en el discurso posterior de la entidad que la anáfora retoma.
(c) El grado de ambigüedad, es decir, en qué medida el oyente puede o no
dudar sobre la identidad el referente recogido por el anafórico.
Pues bien, siempre según Givón (1983), el grado de topicalidad de una entidad
es inversamente proporcional al grado de codificación que, al retomarse
anafóricamente, la entidad en cuestión recibe: una entidad con grado máximo de
topicalidad no recibirá marca alguna (anáfora-cero); una entidad cuyo grado de

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20 Manuel Cuesta Aguirre

topicalidad sea nulo, se codificará de forma máxima (sintagma nominal); una entidad
con grado de topicalidad intermedio, se codificará pronominalmente (los pronombres
estudiados son is, hic o ille).
Ahora bien, al ser un parámetro de carácter puramente cuantitativo, “no hace
justicia a la combinación de factores que parecen ser relevantes (sc. para dar cuenta
de la elección por parte de un hablante de una forma u otra a la hora de retomar una
entidad como Sujeto)” (Bolkestein - Van de Grift 1994: 285),. De manera que
establecen cuatro criterios adicionales, pero de tipo cualitativo:
(i) El estatus pragmático del antecedente del Sujeto en cuestión: Tópico, Tema
o Foco.
(ii) La posición primera, segunda o media –i.e. tercera o posterior– del Sujeto
en cuestión en una cadena temática multioracional.
(iii) El cambio de Sujeto, es decir, si el Sujeto en cuestión es la misma entidad
que en la oración anterior o no.
(iv) La coaparición del Sujeto en cuestión con ciertas partículas.
Así pues, combinando el factor cuantitativo de Givón (1983) y sus cuatro
parámetros cualitativos originales, Bolkestein y Van de Grift (1994) concluyen, por
ejemplo, que ille suele retomar antecedentes con función distinta de Sujeto –criterio
(iii)– de entre en principio más candidatos para ser retomados anafóricamente –criterio
(c)–; su posición en una cadena temática multioracional –criterio (ii)– es segunda o
media; en cuanto a las frases siguientes, en ellas por lo general se sigue hablando del
referente que ille retoma –criterio (b)–; su antecedente tiende a ser Foco, y a no ser
Tema –criterio (i)–; la casi no aparición de ille con igitur, y la relativa frecuencia de su
combinación con at, corroboran esta descripción –criterio (iv)–.
En efecto, volviendo sobre ejemplos ya comentados, en (14) y (25) puede
decirse, por ejemplo, que ille retoma un antecedente con función distinta de Sujeto
(25), o que no es el Sujeto de la oración principal precedente (14). En (14),
además, en las frases siguientes se sigue hablando del referente que ille introduce.

(14) Quotiens monstraui tibi, uiro ut morem geras, quid ille faciat, ne id obserues, quo
eat, quid rerum gerat. # At enim ille hinc amat meretricem ex proxumo (“¿Cuántas veces te he
dicho que aceptes cómo es tu marido, y no estés pendiente de qué hace, qué come, en qué se
ocupa? # Pero es que quiere a esa ramera de ahí al lado”, Plaut. Men. 787-790)
(25) uersae inde ad Tiberium preces et ille uarie disserebat de magnitudine imperii,
sua modestia (“Entonces se hicieron súplicas ante Tiberio, y él se puso a disertar sobre la
enormidad del imperio y sus pocas fuerzas”, Tac. ann. 1,11)

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

En cuanto a is e hic, suelen ocupar la posición segunda en una cadena


temática –criterio (ii)–, tener como antecedente un Tema –criterio (i)– y no darse en
contextos con más candidatos para antecedente suyo –criterio (c)–.
La anáfora-cero suele ocupar la posición media en una cadena temática –
criterio (ii)– y su antecedente tiende a ser, por una parte, Sujeto –criterio (iii)–; por otra,
Tópico, y no Tema –criterio (i)–. En (8) podemos observar que esto se cumple: el
Sujeto implícito o elidido de captus –es decir, la anáfora-cero–, tiene como
antecedente Catilina, nominativo en función de Sujeto. Postremo, por su parte, podría
interpretarse como indicio de posición media en la cadena temática:

(8) Iam primum adulescens Catilina multa nefanda stupra fecerat, cum uirgine nobili,
cum sacerdote Vestae, alia huiuscemodi contra ius fasque. Postremo captus amore Aureliae
Orestillae (“Ya de joven Catilina había cometido muchas deshonestidades infames con una
doncella noble y con una sacerdotisa de Vesta y otras cosas semejantes contra el derecho y lo
permitido. Finalmente fue poseído por el amor de Aurelia Orestila”, Sall. Catil. 15,1-2)

El trabajo de Bolkestein - Van de Grift (1994) –que, como se ha dicho,


constituye el modelo de una nueva forma de estudiar la anáfora en latín–, además de
mostrar hasta qué punto de refinamiento llegan las relecturas que, desde una
perspectiva pragmático-textual, se realizan de dispositivos lingüísticos latinos
previamente tenidos por “sinónimos”, pone de manifiesto que, al ser “los parámetros
implicados ... de naturaleza pragmática, es esperable ... que los resultados ... deban
formularse en terminus de tendencias y preferencias relativas, y no ... reglas absolutas
de (a)gramaticalidad” (Bolkestein - Van de Grift 1994: 285).
Los estudios de Bolkestein (1996a), Longrée (2002) o Luraghi (1998) continúan
la perspectiva abierta en Bolkestein - Van de Grift (1994). Siguen trabajando en la
búsqueda de los criterios más adecuados para dar cuenta de las diferencias en el uso
de distintas formas (por ejemplo, entre hic e is, pronombres que, como se ha visto,
Bolkestein - Van de Grift 1994 abordaban conjuntamente), pero también amplían el
grupo de pronombres estudiado, añadiendo, por ejemplo, el llamado “falso relativo”,
cuyo nombre francés tradicional (relatif de liaison) de alguna forma ya dejaba traslucir
su carácter transfrástico, supraoracional.
Sznajder (1998), por su parte, presta especial atención a la anáfora-cero, cuyo
empleo, como puede observarse en (8), es congruente con los conceptos de
topicalidad y continuidad de perspectiva. Llama la atención sobre el hecho de que, al
enfrentarnos, por ejemplo, a un verbo transitivo sin Objeto, es importante primero
establecer si se trata de un uso absoluto o si, por el contrario, nos hallamos ante una

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22 Manuel Cuesta Aguirre

elipsis. En el primer caso (26), desde el punto de vista discursivo en principio no habría
más que comentar. En el segundo (27), en cambio, nos encontraríamos ante un
procedimiento de cohesión textual:

(26) Est oratoris proprium apte, distincte, ornate dicere (“Es propio del orador hablar
con propiedad, claridad y estilo”, Cic. off. 1,2)
(27) Suscepi causam ... et feci libenter (“He aceptado la defensa…, y lo he hecho con
gusto”, Cic. Sull. 20)

En efecto, en (27) el oyente entiende que, aunque no aparezca explícito, feci


presupone un Objeto, y que ese Objeto debe buscarse en el discurso precedente: es,
de hecho, toda la oración precedente —causam suscipere—.
En el conjunto de estudios de la anáfora como mecanismo de cohesión textual
destaca sin duda Pennell Ross (1996). Su aportación fundamental es de método. En
efecto, siguiendo la línea de Bolkestein - Van de Grift (1994), para establecer la
distribución complementaria entre distintas formas de anáfora propone introducir un
nuevo criterio: el número de entidades que, interpuestas entre la anáfora y su
antecedente, en principio también podrían haberse interpretado como antecedente.
Llama la atención, sin embargo, sobre un problema con que choca al ir a aplicar este
criterio. Givón (1983) –argumenta–, y la abundante literatura de él derivada, “se
enfrenta al discurso desde una perspectiva secuencial, y usa medidas cuantitativas”,
pero Fox (1987) “explica que el trabajo cuantitativo ... debería hacerse dentro de un
marco teórico que tome en cuenta el lado jerárquico estructural que tienen los textos,
de manera que podamos comprender su naturaleza de forma plena” (p. 512). “El
análisis cuantitativo –continúa– ... no refleja adecuadamente la sensibilidad de la
anáfora con respecto a la naturaleza jerárquica de la estructura del texto” (p. 513). “Se
otorga un énfasis excesivo –concluye– a la naturaleza lineal de los discursos” (p. 512).
Se trata, por lo demás, de una cuestión que Bolkestein & Van de Grift (1994) ya
planteaban: “asignar las posiciones de una cadena temática equivale a preguntarse
sobre el estatus de las frases implicadas con respecto a la estructura jerárquica global
del discurso” (p. 292). “El empleo de un pronombre, y no de la anáfora-cero, parece
debido a la presencia de una barrera en la estructura del discurso” (1994: 292).
“Asumimos –dicen abiertamente en p. 300, n. 9– que la estructura del discurso ... es
de naturaleza jerárquica”. Bolkestein - Van de Grift (1994) hablan de criterios
cuantitativos vs. cualitativos; Pennell Ross (1996), de naturaleza del texto lineal vs.
jerárquica. Es posible, sin embargo, que, aun difiriendo en la terminología, ambas
dicotomías recojan la misma problemática. Problemática a la que quizás también se

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23
XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

esté refiriendo Kiss (2001: 386-387) cuando afirma que “un demostrativo anafórico
señala… un nuevo comienzo cuando ya no es posible interpretarlo como perteneciente
a la estructura frástica precedente: … el pronombre reenvía a algo que existe
anteriormente en el texto, pero a lo que desde el punto de vista de la jerarquía
sintáctica ya no pertenece”. Sobre este concepto de estructura del texto –introducido
en § 2.2.2 a propósito de los tiempos verbales y algo más desarrollado en § 2.3.1 (al
hilo de los conectores y Kroon 1995)– volveremos en § 3.
Hasta ahora sólo nos hemos ocupado de un tipo de anáfora: “Para evitar
malentendidos” –aclaran Bolkestein - Van de Grift (1994: 299, n. 3)– “sólo se
investigan ejemplos sustantivos (substantival instances)”, es decir, anáforas cuyo
antecedente sea un sintagma nominal. Al decir eso, implícitamente están afirmando la
existencia de otro tipo de anáfora, o, más exactamente, otro tipo de antecedente. En
efecto, poco después (1994: 300, n. 6), los autores dicen: “mientras que ille rara vez
retoma frases enteras o párrafos, is e hic lo hacen con frecuencia”. Es decir, que “los
pronombres anafóricos ... se usan no sólo para indicar la identidad referencial de
entidades, sino también para recoger secciones más amplias de una oración o incluso
de un texto” (Pinkster 1995: 324). Recuérdese, a este respecto, el ejemplo (27): el
Objeto que la anáfora recoge no es un sintagma nominal, sino toda una oración.
Casos donde la anáfora recoge segmentos de discurso más extensos encontramos,
por ejemplo, en giros tan habituales en textos latinos narrativos como haec cum ita
sint, donde también es frecuente el llamado “falso relativo”. Estos casos son, sin duda,
donde más claramente puede verse el alcance macro-textual de la anáfora –cf.
Bolkestein (2000) o Hofmann (1989)–.

2.4. Niveles de la estructura oracional y elementos externos a ella, y orden de


palabras.

El artículo de S.C. Dik et alii “The Hierarchical Structure of the Clause and the
Typology of Adverbial Satellites” (1990) supuso un hito en el desarrollo de la
Gramática Funcional –y fue, quizás, el impulso definitivo que la orientó hacia el
discurso–. Este trabajo contribuyó de forma decisiva a que el funcionalismo
proporcione, como se señala en el primer capítulo de esta Sintaxis (cf. I.5.5), “una
descripción de las estructuras sintácticas mucho más detallada y completa que las
teorías anteriores”, y a que su “comprensión del carácter estructuralmente jerárquico
de la oración” sea “particularmente notable”.

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24 Manuel Cuesta Aguirre

Lo fundamental de Dik et alii (1990) es, sin embargo, para lo que ahora nos
ocupa, que con él se nos ofrece “por primera vez una propuesta concreta sobre la
estructura del discurso”. En efecto, en este trabajo se exponen en detalle los distintos
niveles de integración sintáctica que los constituyentes de la predicación pueden
revestir, pero, más importante aún, se señala que existen niveles externos a la
predicación, es decir: que modifican no ya a la propia oración, sino a la unidad de
discurso. Tales serían, por ejemplo, los llamados “disjuntos” (cf. II.3.3), como en (28) y
(29):

(28) Denique, ut breuiter includam quod sentio, … tam intemperantes in ipsis


miseriis quam sunt ante illas (“Por último, para brevemente decir qué pienso, tan faltos de
mesura están en las propias desgracias como antes de ellas”, Sen. epist. 98,8)
(29) Ac, si quaeritis, plane quid sentiam enuntiabo ante homines familiarissimos (“Y, si
me lo preguntáis, ante hombres tan queridos abiertamente diré qué pienso”, Cic. de orat. 1,119)

En (28) nos encontramos ante una “pseudo-final”: una oración que, en un


análisis superficial, catalogaríamos de subordinada final pero, si tenemos en cuenta el
conjunto de la predicación en que se integra, con todos sus niveles, vemos que se
sitúa fuera de la predicación propiamente dicha. Lo mismo podría decirse de la
“pseudo-condicional” de (29).
Otro ejemplo gráfico de elemento externo a la estructura oracional es el
vocativo, como en (30):

(30) Cenabis bene, mi Fabulle, apud me (“Cenarás bien, Fabulo mío, en mi casa”,
Catull. 13,1)

El vocativo de (30) –mi Fabule–, por una parte cumple una función interactiva,
de llamada al oyente, pero además puede decirse que su ámbito de acción no es sólo
la oración primera, sino todo el poema; Catulo, con ese vocativo, llama la atención de
su interlocutor sobre el mensaje entero que acto seguido va a exponerle, no solamente
sobre su frase inicial; haciendo eso, de alguna forma está presentando todo su
discurso como un cuerpo único, es decir, está contribuyendo a que el oyente perciba la
coherencia que subyace a lo que, de otra manera, no serían sino oraciones
yuxtapuestas sin más relación; puede decirse, por tanto, que en (30) el vocativo
Fabulle, que se repite al final del poema, tiene además una finalidad discursiva.
Para todos estos casos, rige el principio de que el análisis de la estructura de la
frase en niveles o capas guarda con frecuencia relación con la estructura textual:
cuanto más externo es un constituyente (un adjunto más que un argumento, un

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

disjunto más que un adjunto, etc.) más posibilidades tiene de desempeñar una función
textual o cohesiva. En efecto, en (28), la “pseudo-final” se encuentra, con respecto a
los niveles de la cláusula, en uno más externo que la predicación nuclear. Pues bien,
esta posición más externa lleva aparejado un rol textual de más relieve: su función es
no simplemente exponer hechos, sino valorarlos desde el punto de vista de la
enunciación. Denique, por su parte, se encuentra en un nivel más externo que el de la
“pseudo-final” y su papel en la cohesión textual es, además, de más relieve: conecta
cuanto le sigue –“pseudo-final” incluida– con el segmento de discurso anterior,
explicitando que se trata de una nueva unidad discursiva, de un nuevo “movimiento”
en la argumentación.

Por otra parte, trabajos como Bodelot (1996), Cabrillana (1999a) o Giffre (2007)
son representativos de un tipo de constituyente al que a lo largo del capítulo ya varias
veces se ha aludido: el Tema. En efecto, muchos de los casos de “extraposición” o
“prolepsis” que Giffre (2007) estudia, así como muchas de las “oraciones completivas
desligadas” de Bodelot (1996), pueden considerarse constituyentes Tema,
entendiendo este concepto no según la dicotomía Tema / Rema de la escuela de
Praga, sino según los términos supraoracionales con que ese concepto se expuso al
hilo de Bolkestein (1983).
Cabe destacar, por último, que este tipo de investigaciones sobre elementos
externos a la estructura oracional se insertan –a la vez que lo reavivan–, en un debate
más general sobre el carácter o la naturaleza de la macro-sintaxis. Concretamente,
Bodelot (2007b) plantea el problema de si los principios de la sintaxis oracional
guardan o no semejanza con los principios de organización discursiva –cf. también
Muller (2002), Bolkestein (1991b) o Haiman - Thompson (eds.) (1988)–. Llama
asimismo la atención sobre el hecho de que aun no contamos con criterios claros para
determinar, dado un texto, cuándo se produce exactamente el salto del nivel oracional
a ese otro discursivo del que Halliday - Hasan (1976) ya hablaban. Sencillamente, es
necesaria más investigación.

En cuanto al orden de palabras, ya se ha comentado (cf. XXIII.3.2.2-3.2.3) la


importancia de factores pragmáticos y textuales a la hora de explicar la posición en
una frase de determinados constituyentes.
A modo de ejemplo, baste recordar un esquema de orden de palabras (cf.
Bolkestein 1995 y Hoffmann 1991) especialmente interesante para nuestros fines: el
orden –desde el punto de vista del ordo rectus “anómalo”– Verbo-Sujeto (VS). Este

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26 Manuel Cuesta Aguirre

esquema a menudo marca, con la introducción de un nuevo Tema –o la introducción,


al menos, de una entidad que inmediatamente con un pronombre como tal será
retomada–, la transición a una nueva unidad del discurso, como es el caso en (31) y
(32):

(31) Orationem Tulli exceperunt preces multitudinis (“Al discurso de Tulio siguieron las
súplicas de la multitud”, Liv. 7,13,11).
(32) Excepit orationem eius princeps Aetolorum Alexander (“Siguió a su discurso el
príncipe de los etolios Alejandro”, Liv. 32,33,9)

Por otra parte, se acaba de señalar que es frecuente una correlación entre nivel
externo de integración sintáctica y cohesión textual. Pues bien, también existe la
tendencia de que los constituyentes situados en los niveles más externos, en el orden
de palabras ocupen las posiciones más cercanas a la inicial y final. Con otras
palabras, la posición de un constituyente en la secuencia escrita a menudo es indicio
de su nivel de integración sintáctica (cf. XXIII.3.2.3). Dado que, como ya se ha
observado, aun no se cuentan con criterios unívocos para establecer exactamente en
qué nivel se produce el salto de la oración al discurso, el orden de palabras bien
podría ser un indicio más desde el que indagar en este problema.

3. Comentario lingüístico de un texto latino (Caes. Gall. 3,24,1-5).

En este último apartado se persiguen dos objetivos:


(i) Ilustrar, sobre un texto latino concreto, el concepto de “estructura del
discurso” al que en varios puntos del tema se ha aludido –especialmente, en § 2.3.1, al
hilo de Kroon (1995)–.
(ii) Mostrar cómo los varios dispositivos lingüísticos en los apartados previos
estudiados se complementan a la hora de señalar esa estructura; cómo precisamente
a través de la observación de esos dispositivos podemos llegar a aislar, dado un
pasaje, su organización discursiva.

(10) [1] Prima luce productis omnibus copiis duplici acie instituta, auxiliis in mediam
aciem coniectis, quid hostes consilii caperent, expectabant. [2] Illi, etsi propter multitudinem et
ueterem belli gloriam paucitatemque nostrorum se tuto dimicaturos existimabant, tamen tutius
esse arbitrabantur, obsessis uiis commeatu intercluso sine ullo uulnere uictoria potiri; [3] et, si
propter inopiam rei frumentariae Romani sese recipere coepissent, inpeditos in agmine et sub
sarcinis infirmiore animo adoriri cogitabant [sc. illi]. [4] Hoc consilio probato ab ducibus,
productis Romanorum copiis, sese castris tenebant [sc. illi]. [5] Hac re perspecta Crassus, cum
sua cunctatione atque opinione timoris hostes nostros milites alacriores ad pugandum
effecissent, atque omnium uoces audirentur expectari diutius non oportere quin ad castra iretur,

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

cohortatus suos, omnibus cupientibus, ad hostium castra contendit (“Al amanecer, sacadas
todas sus tropas, formada una doble línea, concentrados los contingentes auxiliares en la parte
central de la formación, esperaban qué decisión adoptasen los enemigos. Éstos, aunque, a
causa de su multitud, de su antigua gloria en la guerra y del reducido número de los nuestros,
creían que iban a combatir sin riesgo, aun así encontraban más seguro lograr la victoria sin
herida alguna, cerrando los caminos y cortando el suministro; y si, ante la escasez de
provisiones, los romanos intentaban retirarse, planeaban caerles encima cuando estuvieran
marchando en formación con las fuerzas mermadas bajo el peso de los fardos. Aprobado este
plan por los jefes, ya desplegadas las tropas romanas ellos aguardaban en su campamento.
Comprendido esto, Craso, como por su tardanza y por su aparente miedo los enemigos habían
hecho que nuestros soldados anhelaran combatir, y todos proferían voces de que no debía
dilatarse la marcha contra el campamento, tras arengar a sus hombres, se dirigió hacia el
campamento de los enemigos en medio del entusiasmo general”, Caes. Gall. 3,24,1-5)

Presentamos, en primer lugar, una propuesta de representación de la


estructura del pasaje según el modelo planteado en Kroon (1995: 84-85):

Como ya se ha señalado en varias ocasiones a lo largo del capítulo, es a través


de la observación de varios indicios complementarios, convergentes en la función de
señalar la coherencia textual, como podemos llegar a hacernos una idea de la
estructura de un pasaje. Así pues, como en § 2.2.2. se indicó, las dos unidades en las
que, según la representación propuesta, se organiza la estructura de (10), tienen su
reflejo lingüístico en el juego de tiempos verbales: mientras que las cuatro primeras
oraciones, que constituyen la primera unidad, presentan su verbo principal en

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28 Manuel Cuesta Aguirre

imperfecto, la oración quinta lo presenta en perfecto; nos encontramos, por tanto, ante
una unidad preparatoria, de trasfondo o subsidiaria, seguida de una unidad central, o
de información de primer plano. Otro indicio de que (10) se estructura en estos dos
bloques sería la anáfora presente en el ablativo absoluto con que la frase última –el
segundo bloque de la representación– comienza (hac re perspecta). En efecto, como
en § 2.3.2 se indicó, a menudo la anáfora puede referirse no ya a un sintagma, ni
siquiera a una oración: puede retomar también un bloque de discurso. Tal puede
decirse que es el caso en (10). Hac re recoge el contenido de toda la unidad
preparatoria –el bloque formado por las cuatro primeras oraciones–. Señala, por tanto,
una barrera estructural. Un criterio adicional para separar la oración última del resto
precedente consiste en que en ella, tras el ablativo absoluto, se introduce un nuevo
Tema –Crassus–.
Ahora bien, como Pennell Ross (1996) apunta (§ 2.3.2), la plena comprensión
de los dispositivos de cohesión textual pasa por la consideración del carácter
jerárquico-estructual de los discursos. Con otras palabras, el primer bloque en que la
estructura de (10) se organiza no consiste en cuatro oraciones sencillamente
colocadas una después de otra, sino que, como en la representación se muestra, este
primer constituyente inmediato del pasaje comprende a su vez dos constituyentes
inmediatos: por una parte, la oración primera (prima luce … expectabant); por otra, las
oraciones segunda y tercera (illi … uictoria potiri; et … cogitabant) más la cuarta (hoc
consilio … tenebant).
En efecto, el Sujeto implícito de la primera oración –su Tópico– es los romanos.
La oración segunda, en cambio, se abre con la introducción de un nuevo Tema: el
pronombre illi, cuyo referente es hostes, es decir, los galos. Este Tema, en las dos
oraciones siguientes –tercera y cuarta– pasa a ser Tópico, es decir, funciona como
Sujeto pero no se explicita –anáfora cero–. Así pues, el primer constituyente de la
estructura de (10), que ha sido aislado del segundo con la ayuda del criterio de los
tiempos verbales, podemos analizarlo ulteriormente en dos constituyentes gracias al
criterio de la introducción de un nuevo Tema y su continuidad como Tópico –
manifestación lingüística de lo cual es la anáfora cero–.
De esos dos constituyentes, el segundo incluye tres oraciones –la segunda, la
tercera y la cuarta–, pero, una vez más, esas oraciones no se suceden de manera
puramente lineal, sino que se organizan jerárquicamente. En efecto, mientras que
abriendo la oración cuarta encontramos un anafórico –hoc consilio–, abriendo la
tercera no encontramos anafórico alguno, sino una conjunción –et–. Esta conjunción
bien puede ser indicio de que las oraciones segunda y tercera guardan entre sí una
relación más estrecha, es decir, constituyen un bloque, análisis al que también

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XXVI. Más allá de la oración: la sintaxis del discurso en latín

contribuye la proximidad semántica entre los verbos de ambas oraciones –


arbitrabantur y cogitabant–. Hoc consilio se refiere precisamente al bloque que esas
dos oraciones forman y señala de nuevo una barrera estructural (Kiss 2002).

4. Conclusión.

Como hemos visto, muchos son los aspectos de la gramática latina que sólo
pueden describirse adecuadamente desde un punto de vista supraoracional o
pragmático-discursivo. Hemos visto también que, al ser ésta una manera de entender
la lingüística relativamente reciente, en pleno y constante desarrollo, los conceptos
teóricos de que se vale aún no están completamente sistematizados, por lo que aún es
necesaria más investigación.
Y es que, como Kroon (1995: 26) nos explica, aunque no cabe duda de que
“hay … aspectos gramaticales de oraciones que tienen una función textual”, es decir,
aunque “distinguir unidades de texto mayores que la oración o la oración compleja es
lingüísticamente relevante”, sin embargo “no es de extrañar que este tipo de estudios
gramaticales del texto por lo general no alcancen a explicar en qué consisten
exactamente esas estructuras y esos constituyentes macro-sintácticos. En el nivel del
texto, las dependencias sintácticas –si existen– dan la impresión de ser más laxas y
mucho más variables que en el nivel de la oración, el aparato teórico de cuya
gramática en ningún caso basta para capturar la organización estructural de textos.
Esto puede explicarlo el hecho de que un texto es el producto de un proceso dinámico
de interacción comunicativa donde un número indefinido de objetivos del hablante
puede dar lugar a un número de estrategias lingüísticas casi indefinido que a su vez de
alguna forma pueden quedar reflejadas en la estructura del texto. La cual es, por tanto,
difícil de formalizar”.
Quizás convenga, con todo, no olvidar la afirmación de M. Bakhtine, quien, con
tintes quasi-proféticos, en 1975 –año de su muerte–, decía en relación a enunciados
de la vida corriente, diálogos, discursos, tratados, novelas, etc. que “pueden y deben
definirse y estudiarse de forma puramente lingüística … La sintaxis de las grandes
masas verbales … aún está a la espera de ser fundada; hasta ahora, la lingüística no
ha avanzado científicamente más allá de la frase compleja: tal es el fenómeno
lingüístico más largo que se ha explorado científicamente; el lenguaje metódicamente
puro de la lingüística puede decirse que termina ahí … Es, sin embargo, posible llevar
el análisis lingüístico puro más allá, por difícil que eso parezca, y por tentador que
resulte introducir aquí puntos de vista ajenos a la lingüística” (1975: 59).

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30 Manuel Cuesta Aguirre

BIBLIOGRAFÍA (para las referencias completas a las monografías y obras generales


en las que se incluyen algunos de los trabajos citados, se remite a la BIBLIOGRAFÍA
final):

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