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COLECCIÓN MUNDO ANTIGUO

Nueva Serie
n.º 13

Consejo Editorial de la Colección MUNDO ANTIGUO


Presidente: Prof. Dra. Carmen Castillo
Vocales: Prof. Dra. C. Alonso del Real; Prof. Dr. F. J. Navarro; Prof. Dr. J. B. Torres

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la


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municación pública y transformación, total o parcial,
de esta obra sin contar con autorización escrita de los
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mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
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Penal).

Primera edición: Julio 2010

© Copyright 2010. Francisco Javier Navarro (Ed.)


Ediciones Universidad de Navarra S.A. (EUNSA)

ISBN: 978-84-313-2713-2
Depósito legal: NA 1.925-2010

Fotografía de la cubierta: Cabeza de Medusa, mosaico del Museo Nacional Arqueológico de Tarragona.
Fotografía de la contracubierta: placa marmórea procedente del Nemeseion del acceso oriental al anfi-
teatro de Itálica (M.A. de Sevilla); gentileza de Antonio Caballos.

Imprime: Gráficas Alzate, S.L. Pol. Comarca 2. Esparza de Galar (Navarra)


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ÍNDICE

PRESENTACIÓN ........................................................................................ 7
CARMEN CASTILLO GARCÍA, La Hispania de Adriano: nuevos datos .............. 9
ANTONIO SARTORI, Insubri ce ne sono anche oggi .......................................... 15
GIAN LUCA GREGORI, Momenti e forme dell’integrazione indigena
nella società romana: una riflessione sul caso bresciano............................. 25
MARIA FEDERICA PETRACCIA, Sentinum municipio dell’Italia romana .......... 51
FRANCISCO PINA POLO, Las migraciones en masa y su integración
en el Imperio romano................................................................................... 63
JUAN MANUEL ABASCAL, Rafael Martínez de Carnero y las
inscripciones del sur del conventus Carthaginiensis ................................... 81
MAURO REALI, Le “microcomunità” insubri: localismo o integrazione?......... 93
ANTONINO GONZÁLEZ BLANCO, Integración lingüística en la
Antigüedad tardía: la dialéctica latín-lenguas indígenas ............................. 109
MARCO BUONOCORE, Il Samnium e l’Hispania............................................... 121
JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA, La religión pública como
espacio integrador de la sociedad municipal romana .................................. 141
ISABEL RODÀ DE LLANZA, La promoción de las elites en las ciudades
del Conventus tarraconensis ....................................................................... 177
FRANCISCO JAVIER NAVARRO, Los gobernadores de la provincia
Citerior como agentes de la romanización .................................................. 189
GUIDO MIGLIORATI, Hispaniensis nella Historia Augusta............................... 207
ANGELA DONATI, I cippi di confine: alcune considerazioni ............................ 215
ENRIQUE MELCHOR GIL, Homenajes estatuarios e integración de la
mujer en la vida pública municipal de las ciudades de la Bética................. 221
GABRIELLA POMA, Processi di acculturazione in una città umbra:
il caso di Sarsina.......................................................................................... 247
6 EL MUNDO ROMANO, MODELO DE INTEGRACIÓN

ANTONIO CABALLOS RUFINO, Adriano, la Colonia Aelia Augusta


Italicensium y una nueva inscripción del “Traianeum” de Itálica ............... 265
GIOVANNI MENNELLA, Il collegium nautarum e l’integrazione delle
risorse forestali nell’economia di Luna........................................................ 279
ALFREDO VALVO, Esercito e integrazione politica fra tarda
repubblica ed età imperiale .......................................................................... 287
EVA TOBALINA ORAÁ, Origen geográfico y promoción social:
algunas consideraciones acerca de los senadores transpadanos................... 299
ANDREINA MAGIONCALDA, I cavalieri greco-orientali
nell’amministrazione romana: il caso degli ab epistulis Graecis ................ 321
ROBERTO SCEVOLA, L’applicazione del diritto nei processi privati:
modello romano e realtà locali in epoca imperiale ...................................... 357
SERGIO LAZZARINI, Guardare a Roma: Diritto romano e testamenti
nella documentazione latina d’Egitto........................................................... 385
FRANCISCO JAVIER FERNÁNDEZ NIETO, Conclusiones ................................... 393
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN
EN EL IMPERIO ROMANO

FRANCISCO PINA POLO


Universidad de Zaragoza - Grupo Hiberus

Es evidente que la movilidad poblacional en la Antigüedad no es comparable en


intensidad y número a la que existe en el mundo contemporáneo. Sin embargo,
no deja de ser equivocado aceptar una imagen propia de una foto fija de la pobla-
ción, como si en el mundo antiguo no existiera una importante emigración. Aun
con las limitaciones evidentes de los medios y vías de transporte, entonces como
ahora las personas se movían hacia otros lugares donde asentarse en busca de una
mejor forma de vida, tanto a título individual como de forma colectiva, en parti-
cular en momentos de crisis económica y fundamentalmente individuos pertene-
cientes a los grupos más desfavorecidos.
Baste a este respecto una sola indicación cuantitativa. En la primera mitad del
siglo II a.C., en particular en el primer tercio de la centuria, en torno a al menos
unas cien mil personas cambiaron de domicilio en Italia para asentarse en las
nuevas colonias fundadas por Roma, sobre todo en la mitad meridional de la Pe-
nínsula Itálica y en la Galia Cisalpina, así como para tomar posesión de las tierras
que el Estado romano distribuyó de forma individual entre romanos y latinos en
el valle del Po. Esa cifra se vio aún considerablemente incrementada por las de-
portaciones de los pueblos ligures, así como por la emigración no organizada de
latinos hacia la ciudad de Roma1. Obviamente se trata de un período de
excepcional movilidad poblacional, que no tenía precedentes con esa intensidad
cuantitativa y que muy probablemente no volvería a producirse en la historia de
la Italia romana. Con todo, da una idea de la extensión a la que podían llegar los
movimientos de población en la Antigüedad, así como de las implicaciones so-
ciales y económicas que traían consigo: impacto demográfico en un área determi-
nada, nuevos impulsos económicos, procesos de intercambio e integración cultu-
ral, etc.
El propósito de mi intervención es analizar los grandes movimientos en masa
conocidos dentro o en la periferia del Imperio romano en época republicana,
tanto en lo que respecta a aquellos pueblos que intentaron encontrar acomodo en
territorio bajo control de Roma, como los que, habitando ya en él, fueron obliga-
dos a trasladarse a otros lugares. En este sentido, me interesa no tanto las razones
que impulsaron a pueblos como cimbrios y helvecios a enfrentarse a Roma en
1
Véase sobre la cuestión F. PINA POLO, 2006, 171-206. Véase asimismo los artículos de P. ERD-
KAMP, 2008, 417-449, y W. BROADHEAD, 2008, 451-470.
64 FRANCISCO PINA POLO

busca de tierras, como precisamente cuál fue la actitud de los romanos ante esas
invasiones, y cómo al mismo tiempo Roma utilizó el traslado forzoso de determi-
nadas poblaciones para acabar con su resistencia.
En los siglos II y I a.C., Roma impidió a algunos pueblos establecerse en el
Imperio romano, expulsó de él a otras gentes y trasladó a determinados pueblos
dentro de él. La primera cuestión es determinar qué entendían los romanos como
Imperium Romanum. A partir de Augusto y durante el Principado, el Imperio ro-
mano era un territorio dotado de unas fronteras bien delimitadas, dentro del cual
existían subdivisiones en forma de provincias, cada una de ellas asimismo con
unos límites precisos. Las fronteras del Imperio estaban por lo general fijadas
mediante accidentes geográficos, ríos, montañas o desiertos, y además en casos
específicos reafirmadas y reforzadas por líneas de defensa construidas a tal efec-
to, el muro de Adriano en el norte de Britania, el limes a lo largo del Rin y del
Danubio en la Europa central. Esto creaba una percepción muy nítida del espacio,
distinguiendo claramente entre el territorio del Imperio romano y el territorio
exterior a él, en el que vivían unos pueblos bárbaros de los que había que prote-
gerse.
Sin embargo, esta percepción del Imperio romano durante el Principado fue el
fruto de una evolución conceptual llevada a cabo en el período anterior. Los ro-
manos de época republicana, especialmente en el siglo II, pero también en el si-
glo I2, no veían el Imperio necesariamente como un espacio concreto ligado a la
creación de unas provincias con territorios perfectamente delimitados bajo el go-
bierno de un magistrado o promagistrado romano. Como se desprende frecuente-
mente de Polibio, contemporáneo de la expansión romana por el Mediterráneo al
tiempo que víctima de ella y finalmente admirador del poder de Roma, el impe-
rium populi Romani consistía ante todo en una cosa, en la capacidad de los roma-
nos para obligar a otras poblaciones a obedecerles3. No se trataba tanto de una
ocupación territorial o de la creación de unas estructuras administrativas que per-
mitieran una explotación económica, sino simplemente de ejercer el poder y la
supremacía sobre unas determinadas poblaciones. En realidad, esta percepción
estaba íntimamente vinculada con el significado del mismo concepto latino impe-
rium. El ciudadano romano tenía la obligación de someterse al imperium del cón-
sul en tanto que magistrado supremo de la civitas romana. Del mismo modo, una
comunidad extranjera era sometida por la fuerza o se sometía voluntariamente al
imperium de Roma, lo que implicaba su obediencia al Estado romano a través de
sus representantes. Es decir, para los romanos de época republicana, en particular
en el siglo II, una comunidad extranjera no era tanto parte del Imperio romano,

2
Cf. CIC. Phil. 5.48: Cicerón alude a Flaminino como uno de los ilustres antepasados que amplia-
ron el imperium (“populi Romani imperium auxerint”), a pesar de que Macedonia tardó aún cin-
cuenta años en convertirse oficialmente en una provincia. Cicerón se refiere evidentemente a la im-
posición sobre Grecia del poder romano (imperium populi Romani) sin que esto implique anexión
territorial.
3
P.ej. POL. 3.4.3. Véase al respecto las clarificadoras observaciones de R. MORSTEIN KALLET-
MARX, 1995, 22-29. Cf. P.S. DEROW, 1979, 1-15; A. LINTOTT, 1981, 53-67, esp.64-66; J. RICHARD-
SON, 1991, 1-9; A.M. ECKSTEIN, 2006, 567-589: “the imperium populi Romani did not require the
existence of provinces, soldiers, and governors. It was enough for the exercise of imperium, for its
geographical scope, if a Greek state (or Celtic tribe), legally independent, obeyed what it was told
to do by Rome or by a representative of Rome” (568).
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 65

tal y como nosotros tendemos a comprenderlo, sino que estaba bajo la obediencia
de Roma.
Desde esta perspectiva, el Imperium Romanum en época republicana no tenía
necesariamente un significado territorial, con unas fronteras perfectamente deli-
mitadas y frente a ellas unos pueblos exteriores potencialmente peligrosos. Los
límites del Imperio eran menos netos que a partir de Augusto, pero Roma actuaba
en la práctica como propietaria de todo el territorio sobre el que ejercía su poder
e influencia, lo cual implicaba la capacidad de decisión sobre quiénes podían ha-
bitar en él y dónde dentro de él.
Es evidente que el senado tenía la potestad de determinar quién podía vivir en
la ciudad de Roma, y en uso de sus prerrogativas las fuentes antiguas informan
de expulsiones decretadas por los senadores. En el primer tercio del siglo II a.C.,
numerosos grupos de latinos que se habían establecido en la Urbs fueron expulsa-
dos en diversas ocasiones. Así, en el año 206 los latinos que se habían refugiado
en Roma durante la guerra Anibálica fueron forzados a regresar a sus campos,
una vez que las operaciones militares se habían alejado del Lacio4. En el año 187
el senado romano recibió en audiencia a legados procedentes de las ciudades lati-
nas aliadas5. Ante los senadores, se quejaron los embajadores de que un gran nú-
mero de latinos había emigrado a Roma y se había censado en ella, lo que supo-
nía para sus ciudades una merma de población considerable6. El senado atendió
inmediatamente las quejas de sus aliados, de modo que se ordenó al praetor pere-
grinus que se encargara de buscar a todos aquellos que se encontraran en esa si-
tuación irregular para obligarles a regresar a sus ciudades de origen. Como con-
secuencia de la investigación llevada a cabo por el pretor, doce mil latinos fueron
expulsados de Roma. Se trataba de una cifra importante, pero seguramente sólo
una pequeña porción de las personas que estaban acudiendo a la Urbs, puesto que
Livio finaliza el pasaje en cuestión afirmando que una “multitudo alienigenarum”
llenaba entonces la ciudad7.
Exactamente diez años más tarde, en 177, se repitió una situación semejante.
De nuevo el senado romano se vio obligado a recibir a una embajada procedente
de diferentes ciudades latinas. Como entonces, el problema suscitado era el gran
número de latinos que había emigrado a Roma. Si se les permitía permanecer en
la Urbs, afirmaban los embajadores, se corría el riesgo de que sus ciudades y sus
campos quedaran desiertos, de manera que serían incapaces de aportar al ejército
romano el número de soldados que su relación de alianza con el Estado romano
les exigía8. Como en el año 187, los legados solicitaron del senado que obligara a
los latinos a regresar a sus hogares, pero también que quienes se hubieran conver-
tido en ciudadanos romanos de pleno derecho fueran desposeídos de tal condi-
ción y recuperaran el ius Latii que caracterizaba a las poblaciones latinas. El se-
nado atendió de nuevo los ruegos de los latinos, y el cónsul G. Claudio Pulcher
emitió un edicto con el que pretendía restringir la emigración de latinos a Roma9.
4
LIV. 28.11.8-10.
5
LIV. 39.3.4-5.
6
M. HUMBERT, 1978, 108-122; A. KEAVENEY, 1987, 3-4; 22.
7
LIV. 39.3.6: “Hac conquisitione duodecim milia Latinorum domos redierunt, iam tum multitudine
alienigenarum urbem onerante”. Vgl. M. HUMBERT, 1978, 112-116.
8
LIV. 41.8.6-12.
9
LIV. 41.9.9-10.
66 FRANCISCO PINA POLO

En cualquier caso, el proceso de expulsión debió de resultar complicado, puesto


que en el año 172 el cónsul L. Postumio hubo de emitir un nuevo edicto para
obligar a los latinos viviendo en Roma a que regresaran a sus lugares de proce-
dencia10.
En otros casos, los decretos de expulsión del senado iban más allá de Roma, e
implicaban la obligatoriedad de abandonar asimismo Italia en un plazo de tiempo
determinado. Eso ocurrió en varias ocasiones con embajadores de Estados
extranjeros en guerra con Roma. Sucedió por ejemplo con los legados etolios que
habían llegado a la Urbs en el año 190 para negociar con Roma un tratado11. Tras
escuchar sus argumentos, los senadores debatieron durante días. Ante la falta de
acuerdo, el senado ordenó a los embajadores que abandonaran Roma en el mismo
día en que la decisión había sido tomada, y que salieran de Italia en el plazo má-
ximo de quince días12. Ocurrió asimismo con grupos de diversa índole que el se-
nado romano consideró peligrosos para la convivencia y que fueron condenados
colectivamente a salir de Roma. Durante el consulado de Fanio Estrabón y Vale-
rio Mesala en el año 161, un senadoconsulto expulsó de Roma a filósofos y a
maestros de retórica13. En el año 139, los astrólogos, a los que las fuentes se refie-
ren como caldeos, fueron expulsados de la Urbs y de Italia en un plazo máximo
de diez días14. Valerio Máximo añade que los judíos que corrompían las costum-
bres romanas bajo pretexto de propagar el culto a Júpiter Sabacio fueron, no sólo
expulsados de Italia, sino obligados a regresar a su país de origen. Claramente to-
dos los afectados por las expulsiones eran extranjeros que habitaban en Roma
desde hacía más o menos tiempo. Pero no han de ser vistas estas medidas ni otras
posteriores como xenófobas, sino como una consecuencia del temor de las clases
dirigentes romanas a sufrir una contaminación que pudiera poner en peligro el
mos maiorum, la religión cívica o las relaciones sociales de poder15.
Llama la atención el diferente ámbito geográfico al que se refieren los decre-
tos de expulsión en cada circunstancia. En el año 161, filósofos y retóricos fueron
expulsados de Roma porque su actividad se consideraba perniciosa, pero ninguna
norma parece haberles prohibido que se asentaran en cualquier otro lugar de Ita-
10
LIV. 42.10.3.
11
LIV. 36.35.1-6; 37.1.1. Cf. POL. 21.2.3-6. Cf. J. BRISCOE, 1981, 289-290; F. CANALI DE ROSSI,
1997, 27-28.
12
LIV. 37.1.6. No es la única ocasión en que unos embajadores extranjeros fueron obligados por el
senado a salir de Roma y a abandonar Italia en un plazo determinado: LIV. 37.49.7-8; POL. 29.6.3-
4; 31.20.3; 33.11.5; APP. Hann. 31; CASS.DIO fr.99.2; SALL. Iug. 28.2. Cf. M. COUDRY, 2004, 529-
565, esp.544-545.
13
GELL. 15.11: “C. Fannio Strabone M. Valerio Messala coss. senatusconsultum de philosophis et
de rhetoribus factum est: ‘M. Pomponius praetor senatum consuluit. Quod verba facta sunt de phi-
losophis et de rhetoribus, de ea re ita censuerunt, ut M. Pomponius praetor animadverteret curaret-
que, uti ei e republica fideque sua videretur, uti Romae ne essent”.
14
VAL.MAX., 1.3.3: “Cn. Cornelius Hispalus praetor peregrinus M. Popilio Laenate L. Calpurnio
coss. edicto Chaldaeos intra decimum diem abire ex urbe atque Italia iussit. Levibus et ineptis inge-
niis fallaci siderum interpretatione quaestuosam mendaciis suis caliginem inicientes. Idem Iudaeos,
qui Sabazi Iovis cultu Romanos inficere mores conati erant, repetere domos suas coegit”. Cf. ULP.
de off.procos. 7. En el año 33 a.C., Agripa expulsó de Roma a astrólogos y a otros individuos rela-
cionados con prácticas de magia (CASS.DIO 49.43.4), y ya durante el Principado se sucedieron otras
expulsiones semejantes de grupos diversos. Véase al respecto J.-P. MARTIN, 2007, 83-93. Cf. D.
NOY, 2002.
15
Sobre la importancia para las clases dirigentes del control del mos maiorum y de lo que en cada
momento debía ser entendido como tal, véase F. PINA POLO, 2004, 147-172.
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 67

lia, incluso cerca de la Urbs16. En el año 139 la expulsión de los astrólogos se


extendió a toda Italia, pero el decreto nada decía del resto del Imperio romano.
Lo que era peligroso en Roma e Italia parecía no serlo tanto o no tener tanta im-
portancia en otros lugares más allá del Tirreno, el Adriático o los Alpes. Nada pa-
rece haberles impedido ejercer sus artes en cualquier otro lugar del territorio bajo
control de Roma. Sin embargo, en ese mismo año los practicantes del culto a Jú-
piter Sabacio fueron forzados a volver a sus lugares de procedencia en el Próxi-
mo Oriente. Nada dice Valerio Máximo sobre el modo en que el decreto fue
puesto en práctica, pero hemos de suponer que probablemente los expulsados se-
rían obligados a embarcar para ser deportados hacia el Mediterráneo oriental.
Resulta especialmente interesante que en el siglo II a.C. el decreto de expul-
sión de los astrólogos mencionara Italia como frontera más allá de la cual debían
ubicarse las personas indeseables. Desde hacía siglos buena parte de la Península
Itálica estaba bajo el dominio de Roma. El norte había sido casi en su totalidad
sometido definitivamente en la parte final del siglo III. Evidentemente se había
producido en el tiempo transcurrido un cierto nivel de integración política y cul-
tural, pero las tensiones entre romanos e itálicos subsistían, hasta el punto de que
cincuenta años más tarde de la expulsión de los astrólogos estalló el bellum So-
ciale, tras el cual se produjo finalmente la igualación jurídica de todos los habi-
tantes libres de Italia17. En el siglo II, había todavía una diferencia jurídica abis-
mal entre los ciudadanos romanos de pleno derecho y los socii itálicos, en reali-
dad súbditos bajo el imperium populi Romani. Pero al mismo tiempo Italia y los
itálicos estaban en una posición claramente superior al resto de los integrantes del
Imperio romano18. Esta posición es la que se refleja en el decreto de expulsión de
los astrólogos en el año 139 y en otros posteriores: Italia es convertida en una
prolongación de Roma y su territorio ha de servir como barrera frente a las in-
fluencias perniciosas ejercidas por determinados grupos humanos que ponen en
peligro el orden social tradicional romano.
Precisamente el norte de Italia había sido en el primer cuarto del siglo II a.C.
el escenario en el que se habían producido intentos por parte de algunos pueblos
galos para establecerse en el territorio, así como la discutida expulsión de los bo-
yos de la región que ocupaban hasta entonces. Los boyos eran un pueblo celta,
posiblemente originario de Europa central, que pudo asentarse en el norte de
Italia al final del siglo IV19. Desde entonces habitaron en la región de la Galia Ci-
salpina próxima a Bolonia. Durante el siglo III se enfrentaron en un par de oca-
siones a las legiones romanas20, y al inicio de la II guerra Púnica se posicionaron
16
PLIN. ep. 3.11.2-3, muestra cómo Artemidoro, filósofo amigo de Plinio que acababa de sufrir la
expulsión de Roma por decreto de Domiciano, se instaló en el suburbium de Roma, adonde iba Pli-
nio a visitarle. No hay razón para entender que la expulsión de Roma llevaba siempre aparejada la
salida de Italia. Los decretos, tanto los senatoriales de época republicana como los altoimperiales
promovidos por emperadores, parecen haber diferenciado según las circunstancias, y así lo recogen
las fuentes que los mencionan. Cf. J.-P. MARTIN, 2007, 88-89.
17
Sobre la cuestión itálica véanse las monografías de F. WULFF, 1991 y 2002, así como H. MOU-
RITSEN, 1998, E. BISPHAM, 2007.
18
J.-P. MARTIN, 2007, 93: “La situation juridique de l’Italie es particulaire. Elle n’est pas Rome,
mais elle est une zone de ‘dignité’ intermédiaire entre le centre et les citoyens des provinces… Ces
exclusions sont surtout significatives du statut privilégie de Rome et l’Italie”.
19
VELL. 2.109; STR. 7.1.3. Sobre este pueblo véanse, entre otras publicaciones, V. KRUTA, 1980. 7-
32; I. WERNICKE, 1991, 73-163.
20
LIV. per. 20; POL. 2.20-21; 2.27-31; DIODOR. 25.13; FLOR. 1.20.
68 FRANCISCO PINA POLO

a favor de Aníbal, con quien colaboraron en su marcha hacia Italia21. Una vez ter-
minada la guerra en el año 201 siguieron combatiendo contra Roma junto con
otros pueblos galos, llegando a saquear la colonia de Placentia y a atravesar el río
Po22. En los años siguientes se sucedieron las campañas contra los boyos23, hasta
que fueron definitivamente derrotados en 191 por P. Cornelio Escipión Nasica24.
De acuerdo con Livio, Escipión Nasica tomó rehenes entre los boyos y confis-
có a los vencidos casi la mitad de su territorio, con el objetivo de fundar en él co-
lonias si así era decidido por el senado25. Al año siguiente el senado ordenó a Q.
Minucio, procónsul en Liguria, que llevara su ejército al territorio de los boyos y
lo entregara al procónsul Escipión Nasica con el fin de llevar a cabo la expulsión
efectiva de este pueblo de sus tierras26. Esta información de Livio puede ser pues-
ta en relación con un texto de Estrabón, quien afirma que los boyos emigraron a
la zona del Danubio y que habitaron allí junto a los tauriscos27. Estrabón estaba
probablemente confundido en lo que respecta a la zona a la que los boyos emi-
graron, y hasta hoy mismo sigue siendo objeto de discusión la región concreta en
la que se establecieron, de donde procedían originalmente, así como si existían
diferentes ramas28. Pero independientemente de ello es perfectamente plausible
que una parte importante de los boyos fuera realmente expulsada de su territorio
en el norte de Italia, del mismo modo que, como veremos más adelante, otros
pueblos fueron asimismo deportados en torno a esa misma época29. La diferencia
respecto a estos últimos radica en que a los boyos el Estado romano no parece
haberles ofrecido como alternativa un área donde asentarse en otra región bajo
control romano, sino que simplemente fueron obligados a dejar sus tierras y diri-
girse a otro lugar, tal vez al norte de los Alpes, fuera del Imperio romano en el
sentido de regiones bajo obediencia a Roma.
La Galia Cisalpina fue en la década siguiente escenario de la llegada de miles
de galos con la intención de asentarse en la región. En el año 186, galos proce-
dentes de los territorios situados al norte de los Alpes, habitualmente identifica-
dos como tauriscos, entraron en la zona nororiental de Italia30. Livio afirma que
21
LIV. 21.29.6; POL. 3.34.2-6; 3.40.6; 3.44.5-6; 3.48.3-14.
22
LIV. 31.2; 31.10.
23
LIV. 32.29-31; 33.22-23; 33.36-37; 34.22; 35.4-5.
24
LIV. 36.38-40.
25
LIV. 36.39,3: “P. Cornelius consul obsidibus a Boiorum gente acceptis agri parte fere dimidia eos
multavit, quo, si vellet, populus Romanus colonias mittere posset”.
26
LIV. 37.2.5: “Exercitum ex Liguribus Q. Minucius… traducere in Boios et P. Cornelio proconsuli
tradere iussus ex agro, quo victos bello multaverat, Boios deducenti”.
27
STR. 5.1.6. Cf. POL. 2.35.4; PLIN. n.h. 3.116. En otro contexto, Estrabón (7.2.2), citando a Posi-
donio, sitúa nuevamente a los boyos en Europa central, en conexión con la marcha de los cimbrios
antes de la batalla de Noreia en el año 113 a.C.
28
Existe una amplia bibliografía sobre el tema, por ejemplo G. DOBESCH, 1993, 9-17; O.H. URBAN,
1996, 371-384; H. ZABEHLICKY – S. ZABEHLICKY, 2004, 733-736.
29
J. BRISCOE, 1981, 279, considera exagerada la idea de que todos los boyos fueran expulsados.
Por su parte, W.V. HARRIS, 1979, 211, piensa que tal vez Estrabón exagera, pero que la expulsión
es creíble. El verbo deducere (“Boios deducenti”) utilizado por Livio se acomoda perfectamente a
la idea de un traslado forzoso de un grupo importante de población, puesto que es el mismo que el
autor latino usa en alguna ocasión para describir la deportación de los pueblos ligures posterior-
mente: LIV 40.38.2. Más frecuente es el uso de traducere : LIV. 40.38,3; 40.38.6; 40.41.4.
30
Sobre la cuestión véase F. SARTORI, 1960, 1-40; F. CASSOLA, 1979, 83-112; A. GRILLI, 1987, 15-
25; A.-M. ADAM, 1989, 13-30; R.F. ROSSI, 1991, 201-217; G. BANDELLI, 2003, 49-78. Cf. Asimis-
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 69

ocuparon sin hacer uso de la fuerza un lugar poco alejado de donde poco después
se fundaría la colonia de Aquileia. La reacción del senado romano fue enviar
unos legados más allá de los Alpes para tratar con los pueblos de origen de los
emigrantes la razón de su llegada. La respuesta fue que esas gentes habían par-
tido sin autorización y por su cuenta, y que no se sabía qué hacían en Italia31. Los
senadores romanos parecen no haber tomado ninguna iniciativa más en ese mo-
mento, pero en el año 183 su actitud cambió. Cuando al comienzo del año consu-
lar se discutió en el senado la situación internacional y se atribuyeron a los ma-
gistrados superiores sus provinciae, se constató que los galos transalpinos que ha-
bían llegado a Italia en 186 a través de pasos alpinos desconocidos, probable-
mente en el sentido de poco utilizados hasta ese momento32, estaban construyen-
do una ciudad en el territorio que luego perteneció a Aquileia33. La respuesta se-
natorial fue ahora más contundente. Se encargó al pretor L. Julio que marchara
de inmediato para comunicarles la prohibición de construir la ciudad. En la medi-
da de lo posible debía lograr su propósito sin combatir. Si no lo conseguía y era
necesario hacer uso de las armas, debía informar de ello a los cónsules, para que
uno de ellos se dirigiera con sus legiones contra los galos34.
El cónsul M. Claudio Marcelo marchó en efecto contra los galos, quienes se
rindieron de inmediato sin combatir35. Según Livio, doce mil galos armados se
habían establecido en la región, presumiblemente junto con sus familias36. Marce-
lo confiscó sus armas, así como todos sus enseres y propiedades37. Esto provocó
la queja de los galos, que enviaron por ello una embajada al senado romano. En
la Curia, los embajadores galos explicaron que la razón de su emigración había
sido la superpoblación en su lugar de origen, y argumentaron que se habían asen-
tado en una región despoblada en la que no perjudicaban a nadie. La respuesta
del senado fue recriminar a los galos que se hubieran asentado en una tierra que
no era suya, y que hubieran construido una ciudad sin el permiso de ningún ma-

mo J. BRISCOE, 2008, 297-298.


31
LIV. 39.22.6-7: “Eodem anno Galli Transalpini transgressi in Venetiam sine populatione aut bello
haud procul inde, ubi nunc Aquileia est, locum oppido condendo ceperunt. Legatis Romanis de ea
re trans Alpes missis responsum est neque profectos ex auctoritate gentis eos, nec quid in Italia
facerent sese scire”.
32
Sobre el posible itinerario seguido por los emigrantes, F. CASSOLA, 1979, 110-111; A. GRILLI,
1987, 16.
33
Pisón (fr. 35 Peter = FRH I 38 = PLIN. n.h. 3.131) afirma que la ciudad de los galos estaba a doce
millas de distancia de Aquileia: “Et ab Aquileia ad XII lapidem deletum oppidum etiam invito
senatu a M. Claudio Marcello L. Piso auctor est”. Cf. A.-M. ADAM, edición La Budé del libro
XXXIX de Livio, París 1994, 175: se han propuesto diversas localizaciones para el oppidum de los
galos, sobre todo el Monte di Medea, al nordeste de Aquileia. Pero esta localización deriva de una
mala interpretación del nombre antiguo de Medeia (véase en el mismo sentido A.-M. ADAM, 1989,
19 n.18). Cf. F. SARTORI, 1960, 17.
34
LIV. 39.45.6-7: “Galli Transalpini per saltus ignotae antea viae, ut ante dictum est, in Italiam
transgressi oppidum in agro, qui nunc est Aquileiensis, aedificabant. Id eos ut prohiberet, quod eius
sine bello posset, praetori mandatum est. Si armis prohibendi essent, consules certiores faceret: ex
his placere alterum adversus Gallos ducere legiones”.
35
LIV. 39.54.
36
G. BANDELLI, 2003, 52: el número total de los emigrantes, incluyendo sus familias, podría oscilar
entre 36.000 y 48.000 individuos.
37
Parece haber una contradicción respecto a LIV. 39.22.6-7, donde se afirma que la emigración era
pacífica. Sin embargo, simplemente la situación puede haber cambiado entre 186 y 183. Cf. F. SAR-
TORI, 1960, 15; J. BRISCOE, 2008, 298.
70 FRANCISCO PINA POLO

gistrado romano que tuviera autoridad sobre esa provincia38. El senado reafirmó
la obligación de los galos de regresar a su territorio de origen, pero ordenó al
mismo tiempo que el cónsul debía devolverles sus propiedades. Según el analista
Calpurnio Pisón, el oppidum galo fue destruido39, algo que parece lógico si lo que
se pretendía era mandar a posibles futuros emigrantes un mensaje claro de intran-
sigencia en relación con su presencia. Al tiempo que los galos abandonaban la
Galia Cisalpina, una nueva embajada romana fue enviada al otro lado de los Al-
pes con el fin de advertir a las comunidades galas que debían mantener su pobla-
ción lejos de Italia40.
El episodio deja clara la actitud de Roma frente a cualquier posible emigra-
ción en territorio italiano, incluyendo sin lugar a dudas en Italia también toda la
Galia Cisalpina. Incluso si el asentamiento se produce de manera pacífica y en
zonas relativamente despobladas, el senado percibe toda emigración como una
invasión, y por lo tanto se muestra dispuesto a impedirla si es preciso con el uso
de las armas y al máximo nivel, con un ejército consular41. Indudablemente los
romanos eran conscientes de que transigir con el establecimiento de unos miles
de emigrantes en la Galia Cisalpina podía provocar un efecto de contagio y traer
consigo la llegada de muchos más galos. Los Alpes, dicen los senadores en su
respuesta a los embajadores galos, deben ser una frontera inexpugnable: “Alpes
prope inexsuperabilem finem in medio esse”42. Roma reafirma así el dominio ab-
soluto de todo el territorio al sur de los Alpes, incluso de la zona del Véneto, don-
de la presencia romana no parece haber sido activa hasta ese momento43. Pero,
como se ha dicho anteriormente, el imperium suponía la obediencia hacia Roma
sin implicar necesariamente la anexión territorial, y está claro que el senado ro-
mano consideraba la zona sometida a su gobierno, independientemente de cues-
tiones meramente jurídicas o administrativas. Por esa razón todo movimiento de
población o cualquier fundación de una nueva ciudad debían ser autorizados por
el magistrado romano que tenía bajo su control todo el norte de Italia44. Para con-
firmar en la práctica el dominio romano sobre la región, el senado decidió en el
mismo año 183 la inmediata fundación de la colonia latina de Aquileia, fundada
de manera efectiva dos años más tarde45.
38
LIV. 39.54.10: “Huic orationi senatus ita responderi iussit, neque illos recte fecisse, cum in Ita-
liam venerint oppidumque in alieno agro, nullius Romani magistratus, qui ei provinciae praeesset,
permissu aedificare conati sint”. Cf. F. SARTORI, 1960, 20: “Il termine provincia non è necesaria-
mente da intendere in senso amministrativo… Esso indica che il territorio rientrava –a qualsivoglia
titolo– nella sfera d’interessi di Roma e perciò era controllato dal governo dell’Urbe”.
39
Pis. fr. 35 Peter = FRH I 38 = Plin., n.h., 3.131. Cf. G. BANDELLI, 2003, 52 n.19.
40
Liv. 39.54.11-13.
41
Cabe preguntarse por qué el senado romano tardó tres años en decidir la expulsión de los galos,
puesto que la primera reacción en 186 fue aparentemente mucho más tibia. Se ha apuntado la posi-
bilidad de que fuera el cónsul Marcelo quien presionara en ese sentido, supuestamente debido a sus
vínculos clientelares con los habitantes del Véneto, quienes habrían solicitado su intervención (R.F.
ROSSI, 1991, 204-205). Más que fruto de una decisión personal, el cambio de actitud debe ser atri-
buido colectivamente al senado y seguramente estaría motivado por la misma evolución de los
acontecimientos en el norte de Italia, tal vez por un mejor conocimiento de las dimensiones del
fenómeno migratorio y por el peligro latente de nuevas migraciones masivas.
42
Liv. 39.54.12.
43
Sobre los intereses económicos y militares de Roma en el área, A. GRILLI, 1987, 17.
44
J. BRISCOE, 2008, 405.
45
Liv. 39.55.5. En el relato de Livio, la fundación de Aquileia es presentada implícitamente como
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 71

El riesgo de que nuevos contingentes galos pretendieran asentarse en Italia no


desapareció con la expulsión del año 183, pero el mensaje de la total soberanía
romana sobre el territorio parece haber calado. En el año 179, nuevamente tres
mil galos transalpinos atravesaron los Alpes y entraron en Italia. Lo hicieron de
manera pacífica y pidieron al Estado romano –al senado y a los cónsules, dice
Livio– que les fuera concedida tierra donde poder asentarse bajo la soberanía de
Roma (“sub imperio populi Romani”). El senado no aceptó la petición y, por el
contrario, les ordenó abandonar Italia. Adicionalmente, pidió al cónsul Q. Fulvio
Flaco que investigara quiénes habían sido entre los galos los instigadores del
paso de los Alpes y que los castigara por ello46.
La provincia del cónsul Fulvio Flaco era Liguria, y es probable que los galos
transalpinos llegaran en esta ocasión al noroeste de Italia y procedieran de un lu-
gar diferente a los emigrantes de 186-18347. Como entonces, se trataba de una
emigración pacífica, e incluso los recién llegados solicitaron permiso para esta-
blecerse en algún lugar sometiéndose al imperium Romanum. La soberanía roma-
na sobre todo el territorio al sur de los Alpes que el senado había exigido en 183
no era puesta en cuestión. Pero la respuesta volvió a ser la misma, la expulsión.
La razón sin duda fue de nuevo el peligro de que estos emigrantes fueran segui-
dos por otros miles de galos48.
De hecho, el riesgo constante de que pueblos galos transalpinos quisieran
asentarse en zonas poco habitadas de la Cisalpina, unido a la reciente pacifica-
ción del territorio ligur49, debió de ser una de las razones de que el senado roma-
no pusiera en marcha una de las políticas colonizadoras más ambiciosas hasta ese
momento. A partir del año 173 se llevó a cabo la colonización de los agri Ligusti-
ni et Gallici, entregando a cada ciudadano romano diez yugadas de tierra y tres a
los aliados latinos, siendo ésta la primera vez que existe constancia de que los la-
tinos fueran incluidos en distribuciones individuales, aunque ya habían sido ad-
mitidos en algunas de las colonias romanas fundadas en las dos décadas anterio-
res. Fue designada una comisión de decemviri para que se encargara de la aplica-
ción de la orden senatorial, lo cual da idea de la dimensión de la tarea50. Si en el
una consecuencia lógica de los episodios relacionados con el establecimiento de los Galos Transal-
pinos en sus proximidades. Cf. A. GRILLI, 1987, 24-25. Cuestión más complicada de resolver es a
quién pertenecía el amplio territorio en el que fue fundada Aquileia, o si se trataba realmente de tie-
rra desocupada. Sea como fuere, es evidente que Roma actuó como si se tratara, real o pretendida-
mente, de ager publicus. Al respecto, G. BANDELLI, 2003, 56-57.
46
LIV. 40.53.5-6: “Galli Transalpini, tria milia hominum, in Italiam transgressi, neminem bello
lacessentes agrum a consulibus et senatu petebant, ut pacati sub imperio populi Romani essent. Eos
senatus excedere Italia iussit, et consulem Q. Fulvium quaerere et animadvertere in eos, qui
principes et auctores transcendendi Alpes fuissent”.
47
J. BRISCOE, 2008, 554.
48
En los últimos años, el riesgo de migraciones masivas de galos era latente. En el año 182, Livio
(40.17.8) recoge el rumor de que un buen número de galos se estaba preparando para atravesar los
Alpes, lo que hizo que el senado decretara que uno de los cónsules debía invernar con su ejército en
Pisa en previsión de que tuviera que acudir a cualquier zona del norte de Italia en la que se pudiera
producir la invasión. Cf. J. BRISCOE, 2008, 457.
49
La pacificación definitiva en la Cisalpina tuvo lugar, primero con la derrota de los boyos en el
año 191, y luego con las sucesivas victorias logradas sobre los ligures apuanos, friniates y estatela-
tes, de modo que en el año 175 el problema ligur estaba resuelto. En detalle sobre las campañas
contra los ligures, y llamando la atención sobre la estrecha relación entre los conflictos contra
boyos y ligures, A. BARIGAZZI, 1991, 56-57.
50
LIV. 42.4.3-4: “Eodem anno, cum agri Ligustini et Gallici, quod bello captum erat, aliquantum
72 FRANCISCO PINA POLO

año 183 la fundación de Aquileia había sido la respuesta romana a la llegada de


galos a una zona aparentemente poco poblada, la colonización viritana llevada a
cabo en la Cisalpina desde el año 173 respondía a la misma política, la de cubrir
una zona potencialmente apetecible para emigrantes transalpinos con colonos ro-
manos y latinos.
Con posterioridad a estos acontecimientos y todavía durante el período repu-
blicano, Roma hubo de hacer frente a dos grandes movimientos migratorios, el de
cimbrios, teutones y ambrones, junto con otros pueblos menores, y el de los hel-
vecios. Por razones desconocidas, aunque con toda probabilidad de índole econó-
mica, los cimbrios, teutones –a los que Posidonio consideraba un subgrupo de los
helvecios– y ambrones habían abandonado las regiones de la Europa septentrio-
nal donde tradicionalmente habitaban e iniciado en grandes grupos una larga
marcha hacia el sur pasando por el Danubio medio y por los Alpes51. En su reco-
rrido, otros pueblos se fueron uniendo a ellos, como por ejemplo los tigurinos, un
grupo étnico dentro de los helvecios. El ejército romano hizo un primer intento
para detenerlos en el Nórico, una zona con la que los romanos mantenían rela-
ciones, pero que no estaba incorporada al Imperio romano y que todavía tardaría
un siglo en ser anexionada. En Noreia, el cónsul Papirio Carbón sufrió una im-
portante derrota en el año 113. Los emigrantes no se dirigieron entonces hacia
Italia, sino hacia la Galia. Allí solicitaron al Estado romano que se les concediera
tierra cultivable, lo que indica indirectamente que la falta de ella había provocado
la gran expedición. Los cimbrios no habían entrado en lo que propiamente podía
ser llamado Imperio romano, y solicitaban tierra en una zona que realmente no
pertenecía a Roma, puesto que la mayor parte de la Galia fue conquistada por Cé-
sar décadas más tarde. El senado rechazó en cualquier caso la petición, y envió
contra los cimbrios y sus acompañantes al cónsul del año 109, Marco Junio Sila-
no. El enfrentamiento tuvo lugar en el valle del Ródano, y en él las legiones ro-
manas volvieron a ser derrotadas.
En los años inmediatamente posteriores, la situación empeoró, y entonces sí
los cimbrios y teutones invadieron zonas bajo control romano al penetrar en la
Galia Narbonense e Hispania. En el año 107, el ejército romano fue derrotado
una vez más, en esta ocasión dirigido por el cónsul Casio Longino, que además
murió en el curso de la batalla. Al año siguiente, Servilio Cepión logró un éxito
temporal al recuperar la región gala de Tolosa, lo que hizo que el senado le con-
firmara en el mando de las operaciones para el año 105 como procónsul, al tiem-
po que enviaba al cónsul de ese año, Cneo Malio, con tropas de refuerzo. Cepión
se negó a unir su ejército con el de Malio y esto provocó la derrota de ambos por
separado cerca de Arausio y la muerte de miles de soldados romanos, en el que
fue considerado el peor descalabro sufrido por Roma desde la guerra Anibálica.
Después de atravesar la Galia Narbonense, grupos de invasores llegaron a entrar
en la Hispania Citerior en el año 103, donde fueron rechazados en el valle del
Ebro por los celtíberos.

vacaret, senatus consultum factum, ut is ager viritim divideretur. Decemviros in eam rem ex sena-
tus consulto creavit A. Atilius praetor urbanus… Diviserunt dena iugera in singulos, sociis nominis
Latini terna”. En particular sobre la colonización en la Galia Cisalpina, véanse los trabajos de G.
BANDELLI, 1988a; 1988b, 105-116; 1999, 189-215.
51
B. MELIN, 1960.
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 73

En esas circunstancias, Gayo Mario, ya triunfador en África, fue visto como el


único capaz de acabar con el peligro exterior, razón por la cual fue elegido cónsul
en los años sucesivos52. Su tarea se vio facilitada por la división de los emigrantes
en varios contingentes. En el año 102, Mario venció a teutones y ambrones en
Aquae Sextiae y restableció la paz en la Galia Narbonense. Su colega Catulo fue
en cambio derrotado en dos ocasiones en el norte de la Península Itálica, viéndo-
se obligado a retroceder hasta el río Po y dejando en manos de los invasores la
mayor parte de la Galia Cisalpina. Mario se dirigió hacia el norte de Italia, donde
unió sus tropas a las de Catulo, y logró una victoria concluyente contra los cim-
brios cerca de Vercellae en el verano del año 10153.
La escasa información existente sobre estos movimientos migratorios deja
muchos interrogantes. Las fuentes hablan de que los cimbrios fueron literalmente
aniquilados tras su derrota, y presentan dramáticas imágenes de las mujeres suici-
dándose antes que entregarse. Nada se nos dice de los posibles supervivientes,
salvo de los tigurinos, que habrían regresado a su lugar de origen al norte de los
Alpes. Es imposible saber si algunos regresaron al norte de Europa, o incluso si
pequeños grupos pudieron llegar a establecerse en zonas de la Galia que atravesa-
ron antes de ser derrotados, aunque esto último parece improbable, al menos en
un número de cierta importancia, dada la férrea oposición romana y la presumi-
ble de los pueblos galos.
Por lo que respecta a los helvecios, en el año 58 abandonaron sus tierras en la
actual Suiza junto con otros pueblos menores54. De acuerdo con César, nuestra
principal fuente de información, dejaron sus casas de manera definitiva con el fin
de asentarse en la parte occidental de la Galia. Este territorio estaba lejos de la
Galia Narbonense y fuera del Imperio romano. Al llegar al territorio de los aló-
broges, los helvecios solicitaron a César que se les permitiera atravesar pacífica-
mente la zona septentrional de la Narbonense camino de su destino final, pero
César no les autorizó. Los helvecios tomaron entonces una ruta más al norte, evi-
tando la Narbonense. Atravesaron y saquearon el territorio de los eduos, que pi-
dieron ayuda a César55. El general romano obtuvo el triunfo en una batalla en la
que, siempre según sus propios escritos, derrotó a los tigurinos, vengándose así
de las derrotas sufridas por Roma en los años finales del siglo II. Los helvecios
mandaron una embajada con Divico a la cabeza. Casi a modo de rendición, pidie-
ron a César que les permitiera asentarse en el territorio que le pareciera conve-
niente. La falta de acuerdo se tradujo en nuevos enfrentamientos militares, que
desembocaron en la batalla de Bibracte, en la que los helvecios fueron derrota-
dos. César permitió a los vencidos que regresaran a sus lugares de origen y re-
construyeran sus poblados, y autorizó al grupo de boyos que habían acompañado
a los helvecios en su aventura a asentarse en la región de los eduos, de acuerdo
con el deseo de este pueblo.
César da cifras precisas sobre el número de emigrantes. Habla de 368.000 in-
dividuos, de los cuales 92.000 habrían sido guerreros. Del total, 263.000 serían

52
Sobre los consulados de Mario y sus enfrentamientos con los cimbrios, teutones y ambrones,
véase J. VAN OOTHEGEM 1964; T.F. CARNEY 1970; R.J. EVANS 1994.
53
Cf. J. ZENNARI, 1958.
54
Véase G. WALSER, 1998. Cf. B. KREMER, 1994, 133-142; A. FURGER-GUNTI, 1991, esp.95-118.
55
CAES. Gall. 1.12. Cf. G. WALSER, 1998, 59-60.
74 FRANCISCO PINA POLO

helvecios, y 32.000 boyos56. Las cifras son con toda probabilidad exageradas, y
sólo pretenden ensalzar la victoria cesariana. No obstante, el contingente de emi-
grantes debió de ser ciertamente numeroso y hubo de contarse en decenas de mi-
les incluyendo varones, mujeres y niños.
Tanto en el caso de los cimbrios como en el de los helvecios (englobando en
ambos nombres el conjunto de emigrantes de distintas procedencias), llama la
atención el hecho de que Roma, a través de sus magistrados y promagistrados,
actuó como autoridad en regiones que no habían sido anexionadas expresamente.
En lo que respecta a la expedición de los cimbrios, el primer enfrentamiento ar-
mado tuvo lugar en el Nórico, al norte de los Alpes, y los siguientes en parte en
zonas galas fuera de la Narbonense. En cuanto a los helvecios, César se enfrentó
a ellos fuera de la Galia Narbonense, provincia que precisamente los helvecios
quisieron evitar en su ruta hacia la tierra en la que deseaban establecerse. Roma
utilizó ciertamente sus alianzas con otros pueblos como pretexto para intervenir
en ambos casos, y César en particular aprovechó la circunstancia para iniciar la
conquista de toda la Galia. Pero, en cualquier caso, está claro que el Estado ro-
mano se arrogaba el derecho a autorizar los cambios de residencia de contingen-
tes migratorios, no sólo naturalmente en el territorio administrado directamente
por magistrados romanos, sino asimismo en zonas nunca conquistadas hasta el
momento. Y también en el territorio de los aliados, puesto que los eduos precisa-
ron de la autorización de César para que los boyos que se habían unido a los hel-
vecios se asentaran junto a ellos. Este comportamiento ilustra la idea de que, para
los romanos de época republicana, el concepto imperium Romanum iba más allá
de la anexión y provincialización de territorios, y que tenía más que ver con la
obediencia y el sometimiento al poder de Roma.
En el interior del Imperio romano, es evidente que Roma controló los grandes
movimientos de población en función de sus intereses políticos, económicos y
estratégicos. Me interesa tratar brevemente en la parte final de mi contribución
las deportaciones promovidas por el Estado romano durante el período republica-
no. Entre los siglos III y I a.C., Roma obligó al traslado forzoso de grupos de po-
blación desde su hábitat a otros territorios señalados por el propio Estado roma-
no, situados a decenas o a cientos de kilómetros de distancia. Las deportaciones
fueron concebidas como castigo contra un pueblo –o parte de él– tras su derrota
en un conflicto bélico, y llevadas a cabo inmediatamente después de la finaliza-
ción de la guerra bajo la dirección de los comandantes romanos que habían lide-
rado las operaciones militares, cónsules o procónsules. Todas ellas fueron lógica-
mente aprobadas por el senado, quien determinó tanto el número de los deporta-
dos como la región en la que debían ser asentados.
Me limitaré aquí a enunciar las deportaciones seguras o probables que son co-
nocidas a través de las fuentes antiguas, sin entrar en la discusión sobre los deta-
lles de su ejecución o en el debate, en algún caso concreto, de si realmente el
traslado forzoso llegó a llevarse a cabo57. La más antigua deportación conocida
56
CAES. Gall. 1.29. Cf. G. WALSER, 1998, 72-74, con un estado de la cuestión sobre la credibilidad
concedida a las cifras cesarianas en la historiografía moderna.
57
Esta cuestión ha sido tratada ampliamente en F. Pina Polo, 2004, 211-246, así como más sintéti-
camente en F. Pina Polo, 2006, 178-192. En ambos artículos se recoge una amplia bibliografía
suplementaria sobre el tema en general y sobre cada uno de los episodios de deportación en particu-
lar, que omito aquí para dar una mayor agilidad a mi argumentación.
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 75

pudo ser la de los picentinos, que ofrece no obstante dudas. A ella se refiere Es-
trabón, quien afirma que, tras su derrota en el año 268, un grupo de Picentes ha-
bría sido trasladado desde el Piceno al golfo de Posidonia junto al mar Tirreno.
Desde entonces esa región había sido llamada ager Picentinus58.
Durante la guerra Anibálica, habitantes de Campania fueron castigados por el
senado romano a abandonar sus tierras y a establecerse en Etruria, Lacio y otras
regiones campanas a final del siglo III59. La cuestión ha sido muy debatida, por
un lado en lo que respecta a la fiabilidad de la información que proporciona
básicamente Livio sobre el senadoconsulto que decretó la deportación, por otro
respecto a si realmente ese castigo llegó a ejecutarse. Algunos investigadores han
dudado de ello argumentando que la deportación de tan gran número de personas
habría dejado huella en las fuentes antiguas. Sin embargo, hay que señalar que el
decreto no afectaba a todos los campanos, sino sólo a una parte de ellos, tanto ha-
bitantes de Capua como atelanos, calatinos y sabatinos que se habían significado
en su apoyo a los cartagineses. El objetivo del senado romano era fraccionar y
dispersar a estos individuos, al mismo tiempo que les daba tierras donde asentar-
se para proporcionarles un medio de vida. En ese sentido, resulta interesante
comprobar que los campanos fueron confinados en tierras del interior, con la
expresa prohibición de residir en la costa, lo que les excluiría de facto del comer-
cio marítimo como actividad económica. Las ciudades de origen de las personas
transferidas siguieron existiendo, como los datos arqueológicos demuestran.
Un caso diferente, de deportación selectiva de elites, es el de miles de nota-
bles griegos que, probablemente junto con sus familias, fueron obligados a residir
en Italia tras la victoria romana en Pydna en el año 167 a.C.60 La deportación
constituía un castigo por el apoyo prestado por esos aristócratas, entre ellos el
historiador Polibio, al bando perdedor en el conflicto. Sólo es conocido el núme-
ro de aqueos, mil de ellos, que fueron asentados en diversas ciudades de Etruria,
donde permanecieron durante diecisiete años. Pero los desterrados procedían de
otras regiones griegas: Macedonia, Épiro, Acarnania, Etolia y Beocia. Fueron
distribuidos individualmente o en grupos en diversas ciudades de Italia. El objeti-
vo era privar de liderazgo a pueblos potencialmente hostiles y permitir que nue-
vos líderes se hicieran con el poder en sus comunidades bajo el control romano.
La deportación mejor conocida es sin duda la de los ligures. Roma hubo de
enfrentarse una y otra vez durante el primer tercio del siglo II a estos pueblos,
hasta que progresivamente logró su rendición final, algo que probablemente tuvo
mucho que ver con la definitiva victoria sobre los boyos y su parcial expulsión de
su territorio61. Como medio de pacificar definitivamente la región, Roma utilizó
con los ligures un mismo método de sometimiento: a una victoria militar seguía
el desarme de los vencidos y su deportación. La consecuencia fue que, entre los
años 187 y 172 a.C., una buena parte de los ligures (friniates, apuanos y estatela-
tes) fueron forzados a abandonar su patria y llevados con seguridad al Samnio y,
58
STR. 5.4.13. E.T. SALMON, 1967, 288-289; F. PINA POLO, 2004, 212. En contra, A. BARZANÒ,
1995, 181, para quien sólo la similitud entre los nombres de los picenos y de los picentinos habría
llevado a pensar en una posible deportación que no tiene por qué haberse producido.
59
LIV. 26.16; 26.33-34; 28.46.6; 31.29.11. F. PINA POLO, 2004, 213-219; 2006, 178-185.
60
POL. 30.13.6-11; 32.5.6; LIV. 45.31.9-10; PAUS. 7.10.7-11. F. PINA POLO, 2004, 223-225; 2006,
190.
61
A. BARIGAZZI, 1991, 56-57.
76 FRANCISCO PINA POLO

muy probablemente, a otros lugares de la Galia Cisalpina62. Livio informa con es-
pecial celo sobre la deportación de los ligures apuanos llevada a cabo en el año
180, cuando fueron trasladados cuarenta y siete mil apuanos, con mujeres y ni-
ños, a la región del Samnio situada al nordeste de Benevento, a unos quinientos
kilómetros de distancia de su patria. El traslado se financió con dinero público, y
del reparto de la tierra adjudicada se encargaron los cónsules Bebio y Cornelio
con la ayuda y asesoramiento de una comisión de cinco miembros nombrada por
el senado.
Ya en el siglo I, Pompeyo recibió un mando extraordinario en el año 67 para
luchar contra la piratería. Tras finalizar la campaña militar, promovió el traslado
forzoso de los piratas vencidos y de sus familias a diversos lugares donde los
obligó a asentarse63. Los piratas, que se encontraban refugiados en gran número
en la zona montañosa cilicia, fueron llevados principalmente a diferentes ciuda-
des de la Cilicia costera, entre ellas Soloi, que según Estrabón habría pasado des-
de entonces a llamarse Pompeiopolis. Fuera de Cilicia, grupos de piratas fueron
deportados al Peloponeso (Dyme), a la Cirenaica (Ptolemais), e incluso tal vez al
sur de Italia.
De manera semejante, en Hispania también se produjeron deportaciones en
los siglos II y I a.C.64 Por un lado, de las fuentes antiguas parece deducirse que
grupos de lusitanos fueron deportados tras el final de la guerra contra Viriato pro-
bablemente a alguna región entre los ríos Tajo y Guadiana65. Es asimismo posible
que una parte de los celtíberos fueran deportados en el contexto de las guerras
celtibéricas del siglo II, o tal vez del comienzo del I a.C., al sudoeste de la Penín-
sula Ibérica, a la región que las fuentes antiguas conocen como Beturia Céltica66.
Finalmente, no hay duda de que Pompeyo deportó tras la finalización de la guerra
sertoriana en los años 72-71 a grupos de indígenas que se habían destacado por
su apoyo al bando sertoriano67. De acuerdo con Jerónimo68, los deportados fueron
grupos de vetones, arévacos y celtíberos. Con ellos Pompeyo fundó la ciudad de
Lugdunum de los Convenae en el sur de la Galia, y posiblemente algunas otras
ciudades en esa región y tal vez también en el norte de Hispania.
Es evidente que la razón fundamental por la que Roma llevó a cabo todas
estas deportaciones fue la de castigar a un pueblo enemigo tras su derrota, en par-
ticular a pueblos que como los ligures se habían significado por su pugnacidad en
el enfrentamiento constante con las legiones romanas. El objetivo era desarraigar
a esos pueblos, alejarlos definitivamente de sus lugares de origen, fragmentarlos
para que dejaran de ser un peligro para Roma. Las deportaciones tuvieron siem-
pre por lo tanto un carácter estratégico y punitivo. Pero resulta altamente intere-
sante que junto a ese carácter punitivo, las deportaciones pretendían asimismo so-
62
LIV. 39.2.9; 40.37-38; 40.41; 40.53.1-3.; 42.22.5-6. F. PINA POLO, 2004, 219-223; 2006, 185-
190.
63
F. PINA POLO, 2004, 225-229.
64
Véase al respecto F. PINA POLO, 2009.
65
STR. 3.1.6; APP. Iber. 75; DIODOR. 33.1.4; LIV. per. 55. Cf. F. PINA POLO, 2004, 230-232
66
Cf. PLIN. n.h. 3.13. La hipótesis se basa en datos numismáticos (ceca de Tamusia, monedas de
Sekaisa) y toponímicos (Segida, Nertobriga). Véase la argumentación en F. PINA POLO, 2004, 239-
245.
67
F. PINA POLO, 2004, 233-239.
68
HIER. adv.Vigil. 4 (ed. Migne, Patr.Lat. XI 389-390). Cf. STR. 4.2.1; PLIN. n.h. 4.108.
LAS MIGRACIONES EN MASA Y SU INTEGRACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO 77

cializar a los pueblos desplazados en un entorno diferente. En la práctica, estos


traslados forzosos eran en parte una deportación, en parte un proceso de coloni-
zación, lo que explica que en ocasiones el verbo que Livio utiliza para referirse a
ellos sea deducere. En todos los casos conocidos, los deportados recibieron
tierras donde asentarse, y en general fueron ubicados en ciudades preexistentes o
de nueva creación, con lo que se les ofrecía tierra suficiente para su superviven-
cia al tiempo que eran introducidos en la civilización urbana propia de Roma.
Aún más interesante es el hecho de que, en la medida en la que podemos juzgar
por los datos conocidos, los pueblos deportados no volvieron a plantear proble-
mas militares a Roma y parecen haberse integrado correctamente en su nuevo há-
bitat, a pesar de tener que convivir con gentes hablantes de otras lenguas y con
culturas diferentes. El caso más evidente es por supuesto el de los ligures trasla-
dados al Samnio, quienes, conocidos como ligures bebianos y cornelianos de
acuerdo con el nombre de los cónsules que los deportaron, seguían viviendo en
torno a Benevento siglos más tarde.
En síntesis, Roma impidió en los siglos II y I a.C. que emigraciones en masa
permitieran a importantes grupos de población asentarse en el Imperio romano.
En el primer tercio del siglo II Roma defendió Italia frente a la llegada de pue-
blos galos transalpinos, y el senado dejó claro que los Alpes debían constituir una
frontera infranqueable. En la posterior emigración de cimbrios y helvecios, Roma
no sólo defendió esa frontera, sino que se arrogó el derecho a prohibir el asenta-
miento de estos pueblos en zonas que realmente no habían sido todavía ni con-
quistadas ni anexionadas, pero que el senado romano obviamente consideraba
que estaban o que potencialmente podían estar sub imperio populi Romani. En
las zonas efectivamente anexionadas, todo movimiento migratorio de cierta im-
portancia fue siempre controlado por el Estado romano, tanto en Italia como en
otras regiones, tanto en lo que respecta a la colonización como en lo que se
refiere a los traslados forzosos de poblaciones enemigas vencidas, que fueron
concebidos siempre como una mezcla de deportación y gran movimiento coloni-
zador.
78 FRANCISCO PINA POLO

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