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Catamarca ‘Minera-lizada’: la represión como ‘política de Estado’ y la rearticulación de un nuevo

régimen de violencia colonial.

Horacio Machado Aráoz (Colectivo Sumaj Kawsay – Asanoa Catamarca – UAC – Universidad Nacional de
Catamarca)

“La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el ‘estado de excepción’ en el que vivimos”.
(Walter Benjamin, “Conceptos de Filosofía de la Historia”, 1959)

A apenas siete meses de su asunción, las esperanzas de distinto tenor que el nuevo gobierno
‘justicialista’ en la Provincia había despertado sobre un anhelado cambio en la política minera han
sido completamente aniquiladas. Por la fuerza de los hechos, aquellas expectativas dan la impresión
de ser parte ya de un pasado remoto; hasta parecen nunca haber traspasado las fronteras de la pura
ficción política. Es que, en lugar del diálogo con los movimientos sociales y de las promesas de “no
permitir el saqueo”, el gobierno de la médica Lucía Corpacci se muestra empeñada en sostener a
rajatabla el modelo de minería transnacional a gran escala. Así, lleva el triste récord de seis
represiones en tan sólo siete meses. Aceleradamente, la nueva gestión trocó las ilusiones en
frustraciones. Y no sólo eso: parece decidida a consolidar un implacable régimen de autoritarismo
e intolerancia represiva en la materia.

Como no puede ser de otro modo, la persistencia en el mismo rumbo provoca la generalización e
intensificación de la violencia. Más allá de todas las ‘condenas’ hipócritas o ya directamente cínicas a
la ‘violencia’, más allá de declaraciones ‘políticamente correctas’ de funcionarios y medios masivos
de comunicación haciendo llamados vacíos al ‘diálogo’, los canales de la resolución democrática del
conflicto son minados desde el poder, toda vez que parten de la descalificación absoluta a los
interlocutores ‘ambientalistas’ y del presupuesto intransigente e innegociable de que la minería se
hace ‘sí o sí’. En ese marco, la violencia se encarna como un rasgo estructural de nuestra sociedad
local; una sociedad -hay que admitirlo- sometida a un brutal colonialismo histórico que, por
supuesto, no es reciente.

En sus reflexiones sobre el fenómeno (“Los condenados de la Tierra”, 1961), hace unos cincuenta
años atrás, Franz Fanon advertía que la violencia impregna característicamente los entornos
coloniales. Tal como lo estamos viendo y sufriendo en nuestra Catamarca y en Nuestra América toda,
la violencia se vuelve un elemento endémico de las sociedades sometidas a coloniaje; afecta a todos
los sujetos y a todas las dimensiones de la vida… Pero no hay que perder de vista quiénes son, en
realidad, los auténticos productores de esa violencia. Es que violento no es cualquiera, ni que se lo
proponga. La violencia originaria sólo surge de y desde el lugar del poder. Los violentos de verdad
no son ‘los que quieren’, sino los que pueden serlo; es decir, los que tienen el control sobre los
recursos y medios de violencia; la capacidad objetiva y estructural para ejercerla.

Tal el caso de las nuevas autoridades del gobierno provincial. A ellas, y a sus aliados desde las
estructuras del poder fáctico (las corporaciones mineras y las fracciones de la burguesía local
subordinadas, la jerarquía eclesiástica y la dirigencia ‘intelectual’ institucionalizada y los dueños
locales del poder mediático), les cabe la responsabilidad originaria sobre esta escalada de violencia
manifiesta que se viene instalando como ‘rutina’ en la cotidianeidad de la vida de los habitantes de
estas tierras.

A no dudar, la responsabilidad central recae sobre las autoridades electas del Ejecutivo provincial. Es
que de allí nace –con todo el respaldo del gobierno nacional- la decisión política fundamental de
sostener a toda costa el ‘modelo minero’. Y esto, de por sí, intensifica la conflictividad estructural. Tal
como puede verse en todo paisaje sujeto a este tipo de explotaciones, como se reproduce
miméticamente en otras geografías locales de nuestra América Latina (en Espinar, en Cajamarca,
ahora en Perú; en San Luis Potosí en México; en Cotacachi, la cordillera del Cóndor y la provincia de
Azuay, en Ecuador; en el Valle de Siria y el Copán, en Honduras; en la región de San Marcos,
Guatemala, y El Dorado, en El Salvador), la porfiada insistencia de los gobiernos en avalar la minería
transnacional a gran escala, conduce, tarde o temprano, a los mismos escenarios de represión
manifiesta, violación sistemática de derechos humanos, secuestro literal de las aspiraciones
democráticas y de los más elementales componentes del Estado de Derecho.

Al insistir en el mismo rumbo de extractivismo neocolonial, el nuevo gobierno de Catamarca parece


decidido a extremar, como política, la depredación de derechos. Hay sí, en este nivel, un peligroso
cambio en las estrategias y tácticas de la política represiva. En pos de aplastar la resistencia social a la
minería transnacional, el gobierno provincial ha venido desarrollando un proceso de intensificación y
diversificación de la violencia que ha terminado desembocando en la conformación de un nuevo
régimen represivo.

Elementos del nuevo estado represivo

Contraviniendo ‘ilusiones’ de propios y extraños, el kirchnerismo catamarqueño asumió como eje de


su gobierno la defensa de los intereses de la minería transnacional implantada en los ’90, en tiempos
de neoliberalismo furioso. Una vez en el poder, abandonó impúdicamente las oportunistas críticas
que desde la oposición profería a los entonces regentes del Frente Cívico y Social. Pero no sólo eso.
En poco tiempo terminó por diseñar y plasmar en los hechos un nuevo formato represivo para
afrontar la resistencia social que, al cabo de quince años de trágica experiencia de Minera Alumbrera,
se fue gestando tanto en el interior de la provincia como en el resto del territorio nacional
amenazado por el mismo flagelo.

Sin siquiera haber intentado avanzar en la construcción de una estrategia de diálogo, tal como lo
había prometido en su campaña pre-electoral, el gobierno de Lucía Corpacci enfrentó como a sus
principales enemigos a los colectivos de vecinos movilizados en contra de las explotaciones mineras.
Ante las primeras manifestaciones de protesta, el gobierno provincial fue ensayando distintas
medidas, entre propagandísticas, disuasorias y lisa y llanamente represivas, que terminaron de
plasmarse en lo que ahora asoma como un nuevo régimen gubernamental minero. Hoy, a siete
meses de ‘gestión minera’, los rasgos constitutivos de ese nuevo régimen están a la vista. Hagamos
un repaso muy esquemático de los elementos y momentos de este proceso.
- Primero. El pacto gubernamental-corporativo. Se completa y perfecciona el proceso de
colonización del aparato estatal por parte de los intereses minero-corporativos. El nombramiento
de un histórico empleado de staff de Minera Alumbrera al frente de la secretaría provincial de
minería y la tan promocionada creación de una nueva empresa estatal minera sellan simbólicamente
este nuevo momento de la gobernanza colonial.

El gobierno procura un pacto con las transnacionales mineras por el que asume la tarea sucia de
garantizar a toda costa la viabilidad de las explotaciones a cambio –otra vez- de casi nada: unos
pocos ‘nuevos’ puestos de trabajo ‘locales’, la renovación del improbable compromiso empresarial
de incrementar sus compras ‘locales’ y ‘alentar’ el ‘desarrollo de proveedores locales’, más la
promesa de engrosar los recursos del ítem de ‘responsabilidad social empresaria’ de sus costos
operativos. Tras ‘reclamos’ entre infantiles e ingenuos, tales como ‘que las mineras abran sus oficinas
en la provincia, contraten abogados y contadores catamarqueños, aumenten la mano de obra local’,
etc., el gobierno provincial ha buscado presentarse a la sociedad como ‘más exigente’ frente a las
mineras a fin de, en contrapartida, legitimar su apoyo oficial a la actividad.

Las ‘exigencias’ que el gobierno plantea a las mineras implican, en realidad, un acta de capitulación
frente a los intereses ya consolidados de las corporaciones. Pues, de hecho, suponen el
renunciamiento del gobierno de la provincia, no digamos ya a modificar la matriz de esta economía
de enclave, sino hasta de buscar reducir la vergonzosa ecuación fiscal y de reparto de costos y
ganancias impuesta por el régimen ‘legal’ minero de los ’90. Muchos de los principales referentes del
actual oficialismo, que en tiempos de ‘oposición’ presentaron proyectos de leyes reclamando la des-
adhesión de la provincia a la Ley de Promoción de Inversiones Mineras (Ley N° 24.196) y sus
correlativas, modificación del régimen de regalías, hoy se asumen como resignados defensores de las
‘reglas de juego’ instaladas en tiempos de vorágine neoliberal. Así, la aspiración más ambiciosa del
gobierno en la materia se restringe a incrementar la tajada de la renta minera a través de la creación
de una empresa estatal, dirigida supuestamente a asegurar que la Provincia participe de un
porcentaje de las utilidades empresariales, un esquema ya aplicado en el caso de Alumbrera a través
de YMAD.

Lo que podemos esperar de este ‘gran cambio’ es, en realidad, bastante gris-oscuro: a contrapartida
de un ‘incremento’ en la porción de la renta minera por parte del Estado provincial (que puede
traducirse en ‘obras’, en aumento de la corrupción, el clientelismo y/o el enriquecimiento de los
contratistas del Estado), se consolida la asociación estratégica entre los ocupantes del aparato estatal
y las transnacionales, que –por el control tecnológico, financiero y comercial que ejercen sobre el
‘negocio minero’- se afianzan como el protagonista central y excluyente de los procesos económicos
–y por ende, políticos y culturales- de la Provincia en general.

Avanzados en este modelo de ‘asociación estratégica’, ir contra las empresas mineras, será ir contra
los intereses mismos del ‘Estado provincial’. Tal como se viene perfilando ya de hace tiempo en la
retórica gubernamental, la minería (es decir, los intereses de las grandes corporaciones mineras) se
instituyen como ‘oficialidad’; una ‘política de Estado’ que se pretende y se presume por encima de
todo cuestionamiento de la ciudadanía, al margen mismo de la voluntad popular.

- Segundo: el aparato de propaganda minera. Otro elemento fundamental a través del cual el
nuevo gobierno avanza en la conformación del nuevo régimen minero tiene que ver con los intentos
de apropiación monopólica del espacio semiótico de lo público y su instalación de la ‘minería’
como rasgo y símbolo central de la ‘identidad catamarqueña’. Si bien esto es parte de un ‘esfuerzo’
que se inició ya con el gobierno anterior del Frente Cívico, el cambio en la intensidad y la masividad
de las ‘campañas de comunicación’ impulsadas por la nueva gestión dan cuenta de un salto
cualitativo en la materia.

Asistimos en los últimos meses a una intensa arremetida propagandística dirigida a instalar la
sensación política de la incuestionabilidad del ‘modelo minero’. Emulando en lo grotesco las
prácticas del trágicamente célebre ministro de Educación Popular y Propaganda del régimen nazi, y
pionero moderno de la guerra ideológica, el nuevo gobierno provincial han puesto un denodado
esfuerzo en montar un aparato goebbelsiano de ‘apoyo a la minería’.

Con la decidida colaboración estratégica de las empresas ‘periodísticas’ locales (de las que nos
ocupamos más adelante) el gobierno ha erosionado gravemente las condiciones de posibilidad del
debate político, adoptando monolíticamente la propaganda como único recurso y modalidad
comunicacional1. La propaganda desplaza y reprime el debate. Instala una base de violencia simbólica
en todo proceso comunicacional que suprime cualquier posibilidad de diálogo. Ante la propaganda,
no hay lugar para la argumentación. Y en tal dirección ha avanzado este gobierno: ha procurado
imponer a sangre y fuego del sello ‘Catamarca minera’ por todos los medios; generando un clima de
asfixia y hasta de persecución ideológica. No ha escatimado recursos ni se ha detenido por ningún
tipo de ‘pruritos’ éticos. El aparato propagandístico montado en la reciente Fiesta Nacional del
Poncho es una muestra ejemplar del nivel de violencia simbólica ejercido, en este sentido, desde el
discurso oficial. Una radio permanente, los stands oficiales y la folletería con la acostumbrada
estética de ostentación, todos, con un mensaje monolítico que se repite hasta el hartazgo:
“Catamarca Minera”. Y al nuevo eslogan ‘identitario’, como haciendo una profesión de fe ideológica,
se sumaban los latiguillos ya archi-conocidos: “Minería participativa, transparente y sustentable”,
podía leerse en carteles y folletos… Como diría Eduardo Galeano, “dime de qué alardeas y te diré de
qué careces”…

La afirmación del absurdo, la aseveración de lo propiamente ilógico, parecen recursos característicos


de una modalidad propagandística directamente enfocada a instalar un régimen de dogma… No hay
allí lugar para el debate, el disenso, ni la comunicación democrática; no hay posibilidad de
argumentación, ni ya de enunciación de las opiniones en contrario. Lo diferente es, a priori e ipso

1
Hablamos de ‘propaganda’ en su estricto sentido técnico: una modalidad de comunicación y estrategia
discursiva explícita y deliberadamente construida y orientada a influir en la actitud y la percepción de la
comunidad hacia algo, para cuyo fin no escatima en recurrir a un discurso monológico y repetitivo, parcial,
sesgado y hasta falaz. Al contrario de la comunicación dialógica, la propaganda es una forma intencional y
sistemática de persuasión ideológica que nada tiene que ver con el diálogo y la comunicación política que se
supone en la base de toda construcción democrática.
facto, descalificado. Tal, el modus operandi y la lógica de la propaganda como comunicación política;
tal, el efecto de la violencia simbólica: la instalación de un escenario semiótico radicalmente
autocrático e intolerante que constituye la antesala legitimatoria de toda práctica represiva
posterior.

- Tercero. El poder de fuego mediático. Otro de los elementos claves que convergen en la
intensificación del entorno autoritario emergente es el papel que vienen desempeñando los que
detentan el cuasi-monopolio local de la comunicación masiva. Se trata de uno de los lugares de
poder clave que vienen ejerciendo una forma de violencia sutil y pretendidamente desapercibida, a
través de su ‘cobertura’ de la conflictividad social en torno a las mega-explotaciones de la minería
transnacional. Las empresas periodísticas locales se han constituido, hoy por hoy, en un medio de
producción de violencia simbólica que ha venido a desempeñar un papel cada vez más
preponderante en la constitución del nuevo régimen minero.

En sus crónicas y en sus líneas editoriales en general, los principales diarios y radios comerciales de
Catamarca vienen ejerciendo sistemática y crecientemente un inusitado nivel de violencia que
exacerba los más profundos reflejos de autoritarismo e intolerancia, propios de una sociedad de
exclusiones y desigualdades históricas extremas, como la nuestra.

Desde el aparente lugar de la ‘neutralidad’ y la ‘objetividad’, recurriendo a la trampa ideológica de


colocarse ‘fuera de la escena’, apropiándose espuriamente del ‘interés general’ para hablar ‘en
nombre de todos’, ocultando los indisimulables vínculos materiales y simbólicos que los atan a los
otros nodos del poder (gobierno y corporaciones), las empresas periodísticas locales vienen
disparando indiscriminadamente su artillería pesada con municiones de guerra contra la resistencia
socioambiental a la minería transnacional, en nuestra provincia, en la región y en el país en general.
De modo cada vez más desfachatado vienen manipulando y tergiversando recurrentemente los
hechos, fabricando con sus versiones una ‘realidad’ a imagen y semejanza de sus intereses y
posiciones ideológicas.

Creyéndose o sabiéndose virtualmente impunes (¿cómo refutar masivamente sus aseveraciones?),


estos mercaderes de la ‘información pública’ vienen apelando inescrupulosa y sistemáticamente a las
falacias argumentales más burdas y a la directa distorsión y falseamiento de los hechos, a tal punto
que exceden ya lo grotesco. Con su activa y deliberada intervención vienen contribuyendo
notablemente a la instalación y legitimación de un clima societal de autoritarismo, represión e
intolerancia política que no sólo socava las condiciones básicas de un ‘estado democrático’, sino ya
las garantías y derechos elementales de un ‘estado de derecho’.

Los contenidos y estilos adoptados en la ‘cobertura’ de la última acción de protesta en Cerro Negro y
del violento desalojo realizado por fuerzas policiales y parapoliciales el pasado viernes 13, no han
sido una excepción a la regla, sino más bien su exacerbación. La vinculación de los principales medios
comerciales con la política represiva del Estado excede ya el nivel de la complicidad y pasa a
constituirse en un agente promotor clave de tales políticas. La alianza económica e ideológica que
conforma la comunión de intereses entre el Estado, las corporaciones mineras y sus súbditos, y los
grandes medios locales conforma la estructura institucional operativa del nuevo régimen minero
instalado como gobierno de facto que ejerce el poder sobre nuestro territorio y nuestra población.
Bajo este inédito régimen neocolonial no hay lugar ya para el ejercicio de derechos, ni para la Ley, ni
para la Verdad. Lo burdo y lo grotesco se instalan como estética del coloniaje mediático… En defensa
de una empresa de origen suizo, que tiene domicilio legal en las Islas Caimán, que exporta todo
nuestros minerales, nuestra agua y nuestra energía para subsidiar la industrialización voraz de China,
practica un chauvisnismo localista ridículo, ‘acusando’ de ‘foráneos’ a vecina/s de otras provincias,
igualmente afectados por el mismo flagelo extractivista, ya minero, ya sojero, como si la Constitución
Nacional no fuera una sola, válida para todo el territorio nacional; como si Minera Alumbrera sólo
tuviera su teatro de operaciones en la provincia de Catamarca y su pluma contaminante no se
extendiera a otras provincias; como si el hecho de haber nacido en otra provincia o el hecho de
movilizarse en defensa de nuestra Madre Tierra fueran ahora peligrosas tipologías delictivas del
Código Penal… Con una aridez argumental desopilante, las empresas periodísticas locales ejercen
igualmente su poder de fuego azuzando la violencia; instigando a la represión… Y hay que
preguntarse si como sociedad nos merecemos esto… ¿Hay derecho a tanta impune violencia? ¿Hay
derecho a tanto maltrato y a tan brutal subestimación de la cultura política de nuestra sociedad?

- Cuarto: sin división de poderes, todos unidos en la represión y la criminalización. El recurso a la


violencia que ha hecho este gobierno como forma de imponer la identidad minera, por supuesto,
no se restringe al campo de lo simbólico. Ha avanzado abierta y manifiestamente en la
diversificación de las estrategias de la violencia represiva y material de los hechos y las armas.

En este campo ha avanzado a fuerza de ensayo y error. Primero, ha recurrido al uso burdo y tosco de
la represión brutal y manifiesta; tal los casos de los violentos desalojos de los bloqueos selectivos en
las rutas de acceso a Minera Alumbrera en las rutas nacionales de Santa María, Belén y Tinogasta,
durante enero y febrero de este año. A los detenidos en Santa María, por parte de un fiscal que
adujo aplicar la flamante ley anti-terrorista contra los manifestantes, se sumó la represión,
persecución y detención del bloqueo selectivo en Belén, para culminar en la brutal intervención de la
infantería provincial en el desalojo de la ruta N° 60 contra una masiva manifestación de resistencia
del pueblo tinogasteño. Mujeres, niños, adultos mayores, hombres, todos los que buscaron seguir
sosteniendo el bloqueo selectivo a los insumos mineros, fueron indiscriminadamente reprimidos con
el recurso a bastonazos, balas de goma, gases lacrimógenos y la intervención de la ‘división canina’.

El despeje de las rutas a fuerza de violencia bruta ha sido, sin embargo, muy costoso para el
gobierno, aún con todo el ‘apoyo moral’ de los medios masivos locales. Se hace insostenible el
discurso oficial de presentarse como un “gobierno que no reprime la protesta social”. Los artilugios
de disimular mediáticamente la represión, de eludir la responsabilidad política de la misma
endilgándoselas cínicamente entre el poder ejecutivo y el poder judicial, se mostraron a todas luces
insuficientes para cubrir los costos políticos de la brutalidad represiva.

Le siguió la intensificación de la ya aludida campaña propagandística. Se sumaron otras voces y otros


‘argumentos’. Desde el poder judicial, la presidenta del máximo tribunal de justicia de la provincia,
Amelia Sesto de Leiva, disparó “la única solución para los ambientalistas es la Cárcel” (Diario El
Ancasti, 1° de junio de 2012). Vale la pena reproducir sus declaraciones textuales pues, en su lapsus,
expresan el absurdo jurídico y político de la medida: “Ustedes han visto por ejemplo por televisión
que los ambientalistas en otras partes se prenden de las máquinas (...) se tiran al mar. Son gente que
está dispuesta a exigir que se cumpla su derecho y bueno, a esa gente habrá que sacarla y llevarla a
la cárcel” (Diario El Esquiú, 02 de junio de 2012). Sin comentarios…

En realidad, las declaraciones de Sesto de Leiva anticiparon la convicción y disposición de las propias
autoridades de la Justicia para actuar e intervenir al margen de la ley si fuera necesario para impedir
que las protestas obstaculicen las operaciones de las mineras. ¿Qué otra cosa significa que hay que
llevar a la cárcel a “aquellos que están dispuestos a exigir que se cumpla su derecho”?. Y eso es lo
que finalmente sucedió en los hechos pasados de Cerro Negro: la violación de los principios más
elementales de un Estado de Derecho.

En el ‘pacífico’ desalojo de Cerro Negro, se cometieron atropellos gravísimos. La propia Justicia y las
instituciones del Estado actuaron al margen de la Ley. La fiscal provincial de Tinogasta (Silvia Álvarez)
extendiendo ilegalmente su injerencia en jurisdicción federal y sin mediar comisión de delito de
alguno; la policía de la provincia procediendo a la literal usurpación y posterior deportación de un
colectivo que trasladaba a 54 personas cuyo único ‘delito’ fue venir a solidarizarse con la medida de
protesta decidida por las asambleas de Catamarca y de todo el país en el Acampe de Cerro Negro;
interviniendo con la más absoluta arbitrariedad y abuso de poder, golpeando y amenazando a los
que procuraron resistir semejante atropello y actuando aún como ‘fuerzas de seguridad’ en territorio
jurisdiccional de otras provincias (La Rioja y Córdoba); más, la actuación ilegal de policías ‘de civil’
que engrosaron las filas de los ‘manifestantes pro-mineros’. Y por si todo esto fuera poco, la
detención ilegal del ciudadano tinogasteño Pablo Romero por parte de efectivos de la Policía de la
Provincia que se conducían sin sus uniformes reglamentarios y en un automóvil con los vidrios
polarizados y sin la correspondiente chapa patente identificatoria, a la más burda usanza de los ‘años
de plomo’.

Efectivamente, como en tiempos de la dictadura, en Cerro Negro se procedió a la privación ilegítima


de la libertad de personas, al secuestro y la detención arbitraria de ciudadanos, sin la previa eventual
comisión de delitos; agentes y oficiales de justicia actuaron violando la propia normatividad
constitucional, avasallaron competencias jurisdiccionales e incluso la división funcional de poderes.
Se violentaron fundamentos básicos del Estado de Derecho. Todo, con el único fin de impedir el
bloqueo temporal de los insumos a Minera Alumbrera.

Así, el poder minero no se contenta con haber colonizado el aparato administrativo del Estado, con
haber instituido la legalidad del nuevo régimen de saqueo (Ley 24.196 y sus correlativas), sino que
ahora incluso arremete contra la propia institucionalidad formal violando flagrantemente los
principios más elementales del ordenamiento constitucional. Como en otros territorios de América
Latina, el régimen minero se muestra manifiestamente incompatible con el Estado de Derecho y con
el respeto de los Derechos Humanos.
- Quinto: los nuevos grupos de tarea y la tercerización de la política represiva. Ante los hechos
consumados de la violación del orden jurídico, desde el Estado se instala un clima de impunidad
que se complementa con la ‘tercerización’ y el camuflaje ‘social’ de la política represiva. Como se
ensayó previamente en el desalojo de Belén y ante el bloqueo ‘pro-minero’ perpetrado en la ciudad
de Andalgalá, en la semana en que se cumplían dos años de la violenta represión del 15 de febrero
de 2010, desde el gobierno provincial y de ciertos gobiernos municipales se recurrió al reclutamiento
de una fuerza de choque dirigida a instigar y amedrentar a los manifestantes en la ruta. En Cerro
Negro se ha visto el recurso a esta estrategia en su máxima expresión: la formación de grupos para-
estatales, autodenominados grupos por el ‘trabajo’, que contaron con todo el respaldo logístico y
político de las autoridades provinciales y policiales para actuar con total impunidad, amenazando
abiertamente a recurrir al uso de la fuerza para desplazar por sus propios medios a los manifestantes
en contra de las explotaciones mineras.

Con esta irresponsable estrategia es que se apela al enfrentamiento directo entre fracciones de la
población como medida para eludir el costo político de la política represiva del Estado. Demostrando
la prácticamente inexistente raigambre de la minería transnacional en el tejido social local, para la
formación de estos grupos, debieron recurrir a empleados municipales, policías vestidos de civil y
grupos de barra-bravas de clubes de fútbol ‘importantes’ de provincias vecinas. El colmo del cinismo,
es que la policía de la provincia ‘procede al desalojo’ de la/os asambleístas bajo el ‘argumento’ de
hacerlo para resguardar la integridad física de los mismos, atentos a que de otro modo, no podrían
garantizar evitar el ataque de los grupos ‘pro-mineros’.

Con el hostigamiento de la patota oficialista –que llegó a tirar piedras y bombas de estruendo al
campamento de asambleístas- y la inminente intervención represiva de la guardia de infantería de la
provincia y el Grupo Kuntur, la asamblea nacional de Cerro Negro decidió acatar el desalojo para
evitar un desborde aún mayor de violencia, esta vez de consecuencias incalculables. Pero los
acontecimientos no terminaron ahí: la policía de la provincia, como se dijo, secuestró literalmente el
colectivo de manifestantes que vinieron en apoyo de distintos puntos del país para proceder a
deportarlos por la fuerza del territorio provincial, impidiéndoles acampar y/o detenerse aún en
territorio de la provincia de La Rioja y conduciéndolos hasta los límites con la provincia de Córdoba.
¿Con qué autoridad? ¿Bajo qué cobertura legal? ¿Qué tipología delictiva se supone que se aplicó, por
cuál organismo de Justicia? Absolutamente ninguna. Puro abuso de poder. Usurpación y ejercicio de
facto de la fuerza represiva del Estado al margen de la propia legalidad que pone en suspenso las
garantías constitucionales y que deja a la ciudadanía en condiciones de indefensión jurídica. Cabe
tomar nota de que, sin exagerar, éste es uno de los rasgos básicos de lo, en la ciencia política, que se
conoce como ‘terrorismo de Estado’.

En definitiva, a través de los momentos y elementos señalados, desde la brutal represión al bloqueo
selectivo en Tinogasta el 10 de febrero de 2012 al accionar de mafias para-estatales en Cerro Negro,
el pasado 20 de julio, se puede constatar que el gobierno ha venido alimentando irresponsablemente
una creciente escalada de violencia –de la material y la simbólica, de la manifiesta y la latente; de la
institucional y de la extra-oficial- dirigida a arrancar de cuajo todo vestigio de resistencia y/o
manifestación popular en contra del ‘modelo minero’, asumido como ‘política de Estado’. La
instalación de un clima generalizado de (auto)censura, miedo social y/o de resignación parecieran ser
los objetivos no declarados de esta nueva estrategia.

El nivel de expropiación al que como poblaciones de un territorio-objeto-de-saqueo nos vemos


sometido es ya extremo: alcanza ya el más elemental plano de la institucionalidad formal y el de la
legalidad. Lo que debería ser considerado como expresión de virtud cívica, necesaria en un estado
democrático, (la activa participación ciudadana en la defensa de los intereses generales), se lo asimila
lisa y llanamente a una figura delictiva. Hay, de hecho, un avance del derecho penal represivo sobre
la órbita de los derechos humanos básicos. Los ciudadanos (independientemente de la jurisdicción
provincial en la que nacieron, todos igualmente sometidos a los dictados generales de la Constitución
Nacional) son considerados y tratados como delincuentes por el solo hecho de manifestarse, aún
haciéndolo pacíficamente y en el más estricto respeto por la legalidad.

Así, esta escalada de violencia está desembocando, de hecho, en una profunda y grave metamorfosis
del propio régimen de gobierno. Venimos asistiendo a la progresiva configuración e imposición de un
nuevo régimen gubernamental de facto. Hay una nueva configuración de poder que rige en el
territorio provincial, estructurada a partir de la articulación funcional y operativa de autoridades
electas y poderes fácticos, que se impone por encima del ordenamiento jurídico constitucional,
disolviendo garantías y derechos básicos, licuando la división de poderes y de competencias
jurisdiccionales, y que se sirve discrecionalmente de las instituciones y funciones del Estado con la
única finalidad de viabilizar las operaciones de las grandes empresas mineras que actúan en la
Provincia.

Desde su asunción a esta parte, llegando a los acontecimientos recientes de Cerro Negro, la actual
administración kirchnerista de la Provincia está llevando la furia extractivista demasiado lejos. Está
minando las bases elementales del Estado de Derecho. Y parece no tener ningún tipo de escrúpulos
con el fin de impulsar y usufructuar como socios subordinados una nueva etapa de saqueo minero
transnacional. La seguridad jurídica garantizada a las empresas, se traduce en una literal licencia para
depredar derechos; un estado de impunidad que se plasma en la precarización y vulneración de los
derechos de los pobladores. Los hechos consumados señalan que estamos ante un escenario de
peligrosa fragilidad de las garantías constitucionales y donde, desde las más altas esferas de
gobierno, se viene imponiendo un régimen de autoritarismo, represión y persecución ideológico-
política que es inédito en tiempos de ‘democracia’.

La complicidad manifiesta de los medios de (des)información pública, la inercia rutinaria de


atropellos que llevan a la resignación primero, y al acostumbramiento después, no deberían ser
suficientes para anestesiar los nervios políticos de nuestras aspiraciones democráticas. Lo que ha
acontecido en Cerro Negro ha sido grave. Demasiado grave como para ‘dejarlo pasar’ y ‘mirar para
otro lado’. No podemos dejar de tomar conciencia sobre ello; ni podemos permitir que se siga
avanzando en este rumbo. Pues la pasividad, la falta de reacción ciudadana, ya sea por temor, por
resignación, por ‘cansancio’, ‘comodidad’, o por conveniencia, nos convierte literalmente en
cómplices del curso de los acontecimientos. Y los gerentes del poder, y sus lacayos mandamases
locales, están buscando justamente eso; están reclutando cómplices… Sólo extendiendo la
membresía de complicidades, lo intolerable puede tornarse ‘norma’…

Las PASO 2013 y balance de la era K. Una lectura desde el ecologismo popular

Autor: Administrador

• Miércoles 21 agosto, 2013

Horacio Machado Aráoz


(Colectivo Sumaj Kawsay – Universidad Nacional de Catamarca)

No nos confundimos. (Y pedimos) no nos confundamos. No hay nada que festejar; aunque tampoco
demasiado que lamentar… Digo, no hay ninguna novedad que agreguen los resultados de las
recientes elecciones PASO a los motivos (históricos, estructurales y coyunturales) de nuestros
lamentos…
El modo como se ha planteado la derrota del kirchnerismo en las PASO no abre ningún motivo de
alegría o expectativas positivas de cara al futuro, por más prudentes o moderadas que aquellas
fueran. El panorama político del país –y que se ha venido gestando desde los últimos años- se
presenta bastante más sombrío todavía hacia adelante, considerado, claro, desde las aspiraciones
emancipatorias populares… Pues, en efecto, el massismo no es “más de lo mismo”… Es todavía peor
que eso[1] . Pero eso no es una ‘novedad’: las alternativas de ‘recambio por derecha’ (-extrema en
este caso, para no ser injustamente generoso con el oficialismo)’, no son una fatalidad, sino el
resultado previsible de un proceso político del que el kirchnerismo es un protagonista clave y con lo
que, por tanto, ‘tiene algo (o bastante) que ver’, aunque, por cierto, no es el único responsable….

El sentido político de la era K: del “que se vayan todos” a la profundización del “estado de
sujeción colonial”[2]

Desde la gran rebelión popular que en el 2001 puso término a la era del neoliberalismo
desembozado se abrió un proceso de promisorias expectativas que, con el transcurso de los
acontecimientos políticos, acabó siendo drásticamente defraudado…. Desde hace tiempo que
estamos en una encerrona política, que acorrala a la sociedad hacia un callejón sin otras salidas que
diversas ‘alternativas’ de derecha. Por motivos complejos y diversos que pueden hallarse en la
mixtura entre las específicas configuraciones políticas de la sociedad argentina, la del oficialismo y la
de las distintas fuerzas de la oposición partidaria, lo cierto es que en los últimos años, los de “la
década ganada”, lejos de haber avanzado hacia la construcción de alternativas populares de mayor
democratización real (es decir, de igualdad social, económica, cultural y política), el país se ha ido
sumiendo en un tránsito de ‘normalización’ del capitalismo dependiente y neocolonial, matizado
y posibilitado, a la vez, por un ciclo de auge económico que no se ha realizado a ‘contramarcha’ de
las fuerzas dominantes del mercado (nacional –regional y mundial) sino al contrario.
Es así que el extraordinario ciclo de crecimiento a ‘tasas chinas’ (no tanto por la magnitud, sino por el
motor impulsor del mismo) verificado en el transcurso de la ‘década ganada’ se ha realizado en base
a la matriz productiva ‘heredada’ de la fase del neoliberalismo de plomo iniciado en los ’70 con el
terrorismo de estado y finalmente rediseñado durante los ’90. Pese a la retórica antineoliberal, la
senda estructural seguida por el kirchnerismo muestra intensas continuidades con políticas claves
instauradas entre los ’70 y los ’90. La plena vigencia de la Ley de Inversiones Extranjeras (Ley 21.382
sancionada por la dictadura y luego ratificada por el Decreto 1853/93), así como las políticas seguidas
en materia agropecuaria y biotecnológica, pesquera, forestal, minera, hidrocarburífera y energética,
han significado la  consolidación de un régimen que garantiza al capital transnacional el acceso y
control irrestricto sobre las riquezas naturales del país.

De modo tal que el proceso de expansión económica que se inicia tras la devaluación,  lo que hace es
profundizar e intensificar la morfología y los patrones estructurales de lo que quedó de ese aparato
‘productivo’ ‘nacional’ y de su esquema de ‘inserción internacional’[3] .  El resultado, es para el
interior de nuestro movimiento, bastante conocido: la re-implantación del modelo extractivista =
reprimarización, concentración y extranjerización de la economía ‘nacional’[4].

Bajo lo que Maristella Svampa llama el “consenso de las commodities”[5] , el territorio nacional ha
sido objeto de un drástico proceso de fragmentación a manos de grandes capitales que lo han
reducido de hecho, en ‘reserva ecológica’ para el abastecimiento primario-energético de las cadenas
globalizadas de valor. La expansión de manchones extractivistas ha provocado un profundo rediseño
de las regiones, ahora reconvertidas en cuadrículas mono-exportadoras de materias primas, bajo el
control tecnológico, comercial y financiero de grandes transnacionales. Las implicaciones ecológico-
políticas del “modelo”, no dejan márgenes para inconscientes triunfalismos. Hemos atravesado una
era signada por la drástica erosión de las bases materiales de la soberanía política, esto es, la
soberanía territorial, alimentaria, hídrica y energética. La ‘década ganada’ ha sido la de la mega-
sojización, que intensificó la degradación de suelos y la exportación de agua y nutrientes[6] ; la de los
desmontes a gran escala y el despojo en masa de comunidades originarias, campesinas y rurales[7] ;
la de la inédita expansión de la minería transnacional a gran escala, es decir, el inicio del dinamitado
de glaciares y la intoxicación de las cabeceras de las cuencas hídricas cordilleranas; en fin, la de la
irresponsable dilapidación de las reservas hidrocarburíferas[8]  del país, cuyos costos estamos hoy
evidenciando y que ponen en vilo a todo el aparato productivo del país (finalmente, toda actividad
económico-productiva es fundamentalmente un proceso energético y no monetario, aunque esto
sea demasiado difícil de entender para las mentes coloniales del presente).

Así, en definitiva, amortiguado y anestesiado por el ciclo de crecimiento económico (que, claro, ha
significado una ‘recuperación’ de empleos y del consumo, en particular significativa si se las compara
con fines de los ’90 y la crisis de 2001, pero sin marcar un crecimiento neto respecto de los niveles de
los ‘70) el país ha avanzado en una onerosa senda de profundización de las dinámicas expropiatorias
propias de la actual fase del capitalismo globalizado. El tan mentado ‘modelo’ ha fraguado, de tal
modo, en una sociedad de mayores y más gravosas asimetrías reales, es decir, ecológicas,
económicas y políticas.
Desmantelando recursos y herramientas sociopolíticas, culturales, económicas, epistémicas y
jurídicas, ha terminado malversando ese capital político transformador de las rebeliones originarias
del ciclo; lejos de potenciar alternativas poscapitalistas y poscoloniales, el kirchnerismo ha optado
por la vieja vía del populismo neodesarrollista, pero esta vez, con su peor cara: no la del
autonomismo periférico que ensaya una transformación industrialista de su matriz productiva y una
mayor cohesión interna, con la reducción de las enormes e históricas asimetrías socioterritoriales y
sectoriales; sino la de seguir los vientos del mercado mundial, apenas captando parte de las rentas
extraordinarias generadas en la súper-explotación de la naturaleza para ensayar esquemas difusos y
precarios de ‘redistribución’ del ingreso…

Como señalan mayoritariamente los analistas económicos del país, tanto los críticos como los
cercanos al gobierno, la preocupación central del gobierno se puede resumir y concentrar en los
esfuerzos por mantener a toda costa el crecimiento económico. Literalmente, a toda costa; es decir,
sin preocuparse demasiado por la calidad y los efectos estructurales de ese ‘modelo de crecimiento’.
No sólo por sus impactos socioambientales -ya apuntados-, sino también por sus impactos
socioeconómicos estructurales (mayor concentración, ensanchamiento de las brechas patrimoniales
y de ingresos; dependencia comercial, tecnológica y financiera) y sus consecuencias políticas.

Si bien en muchos aspectos esta década pasada ha significado el avance en la restitución y


recuperación de derechos, hay que marcar que se ha abierto también un nuevo ciclo de violación a
los derechos humanos. Las falacias del progresismo extractivista pretenden plantear una situación
dilemática entre ‘derechos sociales’ vs. ‘derechos ambientales’. Sin embargo, no hay afectación al
ambiente que no implique vulneración de los derechos humanos fundamentales.  Y acá se han
afectado los derechos más elementales de poblaciones fumigadas, intoxicadas a gran escala,
sometidas a voladuras y a la contaminación masiva de sus fuentes de agua, sus suelos y su
atmósfera; poblaciones perseguidas y reprimidas.

En las provincias ha crecido el fe-u-deralismo extractivista: los ‘ingresos’ de las actividades primario-
exportadoras ha contribuido muy poco a avances en la democratización; más bien han crecido el
rentismo, el clientelismo y la corrupción.  Si bien se han recuperado los niveles de salarios y empleo,
también es cierto que ha crecido la población cautiva, sujeta a punteros que  manejan políticas y
recursos asistencialistas. Entre los movimientos socioambientales ha habido muertos en represiones,
personas irregularmente detenidas y cientos de judicializados. Se han prohibido plebiscitos
(Calingasta, Andalgalá, Tinogasta, Famatina y Chilecito) en nombre de la ‘democracia y la
constitución’, siempre a favor de las grandes corporaciones.  En definitiva, la ecuación política del
extractivismo se resume en la combinación de la depredación de los ecosistemas, la degradación de
las condiciones de salud, la vulneración de derechos y el deterioro de las condiciones de una
democracia sustantiva.

Si bien es innegable que se ha logrado reducir la pobreza por ingresos, no menos cierto es que se han
incrementado la pobreza estructural (por despojo de tierras y bienes comunes) y las desigualdades
ecológicas y económicas en general.  Es que el kirchnerismo ha aplicado, digamos así, un
‘progresismo superficial’, limitando sus esfuerzos en políticas de distribución secundaria, pero sin
alterar ni afectar los mecanismos de generación y distribución primaria de la riqueza social. Así, al
alentar el crecimiento y la expansión indiscriminada del consumo (sin mayor problematización del
estilo de crecimiento y del tipo de consumo, de su estratificación y de sus impactos estructurales) el
‘alivio’ de las condiciones extremas de pobreza y desempleo ha ido acompañado de una mayor híper-
concentración de la riqueza, no sólo en términos de ingresos, sino sobre todo de la brecha
patrimonial entre los distintos estratos de clase. Consecuentemente, los principales beneficiarios del
‘modelo’ han extendido su capacidad de disposición, control y usufructo sobre el aparato productivo
del país, sobre la capacidad de trabajo y los medios de subsistencia de la población, y sobre el fondo
de los bienes comunes territoriales en general.

Esto es, en el fondo, lo que explica las severas restricciones políticas y económicas estructurales que
emergen en la actualidad, y que no sólo impiden mayores ‘avances’ en la ‘profundización’ del
‘modelo’ (crecimiento y consumo), sino que incluso torna bastante frágiles y precarios los propios
‘logros’ obtenidos.  Sin alterar la matriz patrimonial básica, la estructura de apropiación de los bienes
económicos de fondo, todo proceso de distribución secundaria (vía la política fiscal y social del
Estado) se torna cada vez menos eficaz, más conflictiva y precaria. Las propias ‘fuerzas del mercado’
llevan a contrarrestar todo intento redistributivo, ya sea vía inflación, fuga de capitales, caída de la
tasa de actividad, o una combinación de todas ellas…. Y las fuerzas del mercado, “los titulares”, como
ha acuñado recientemente la presidenta, parecen haber optado por ‘cambiar el caballo antes de
cruzar el río’…

Saldo de “la década extractiva”[9] . Desafíos. Aprendizajes.

Después de diez años de “crecimiento con inclusión social”, nos hemos tornado en una sociedad con
muchos y más graves problemas estructurales para afrontar la arremetida neocolonial del
capitalismo contemporáneo… Desde el punto de vista ecológico-territorial, somos un país mucho
más fragilizado, fragmentado, destruido y entregado; con un gravoso saldo de dilapidación de
nuestras reservas energéticas estratégicas y de afectación y contaminación de nuestras principales
fuentes hídricas, de las cuales depende toda la biodiversidad, la capacidad productiva y la salud de la
población. La grave situación de vulnerabilidad de nuestros ecosistemas se halla profundizada por la
extrema dependencia macroeconómica del país a corto y mediano plazo respecto de un ‘modelo
productivo’ insustentable, depredador y tóxico.

No sólo en lo económico y en lo ecológico, sino también en lo político, el rumbo trazado ha obturado


el potencial transformativo del ciclo abierto con la histórica rebelión popular anti-neoliberal de 2001.
El kirchnerismo terminó fraguando en un proceso de ‘normalización’ capitalista en el marco de una
recomposición del poder de clase liderada por el capital transnacional y por fracciones de las
burguesías internas mejor posicionadas en las redes de la economía global. Como resultado general,
somos hoy una sociedad más pobre, más contaminada, más vulnerable, pero sobre todo más
dependiente. Hoy, es claro en qué medida es el capital y no el Estado el que dispone y hace uso del
territorio.
De modo tal que tan grave como la pérdida del capital ecológico del país resulta la pérdida del capital
político de los sectores populares. Pues, en estos diez años hemos visto drásticamente recortado el
horizonte de las energías revolucionarias y emancipatorias, amortiguadas bajo el regazo del
‘progresismo’. Lo de ‘progresismo’ alude acá al ‘modelo de desarrollo con inclusión social’ ensayado
por el oficialismo –y mayoritariamente apoyado por nuestra sociedad, hay que decirlo-; pero donde
‘desarrollo’ significa crecimiento impulsado por la entrega sacrificial del territorio y los bienes
comunes, y lo de ‘inclusión social’, remite a asimilación – resignación – participación (imperfecta,
precaria, desigual) en la fiesta consumista que propone el capital, en su cara más ‘seductora’. La
expansión de la fiebre consumista, lo sabemos, provoca estragos en las energías revolucionarias;
opera como una gran planta de fabricación de subjetividades capitalistas; de colonización de los
cuerpos en sus esferas más íntimas y complejas, la de los deseos, las emociones y los sentimientos…
El consumo, por eso, es fetichismo. La forma mercancía parece la portadora de la felicidad… Y
cuando eso sucede –por inconciencia, por resignación o por convicción- el universo de los ideales
políticos, las máximas aspiraciones libertarias, igualitarias y de justicia, se reducen drásticamente a la
aspiración minimalista de ‘participar’ en el consumo de mercado…

Hace pocos días atrás, en pleno fragor todavía de la campaña, en un acto en el partido más pobre y
poblado del conurbano bonaerense, la presidenta arengaba a su público diciendo: “¿Cuándo,
matanceros, soñamos con un shopping en La Matanza? Los shoppings eran para los muy ricos,
estaban en el centro de la Capital y ahora tenemos en Avellaneda, en La Matanza, ¿y saben por qué?
Porque ascendimos socialmente, compañeros, con salarios[10]” . Soñar con un shopping: toda una
definición del proyecto político. Y eso refleja exactamente lo que queremos plantear con la erosión
del capital político de nuestro pueblo…
Si la aspiración máxima de las energías utópicas del poder popular se reduce a ir de shopping, creo
definitivamente que -como sociedad y como especie- tenemos los días contados…

Y el problema es tanto más grave cuanto menos se lo visualiza como tal. En efecto, ante cualquier
crítica, el oficialismo insiste que estamos en un proceso reformista que “va por más”; vale decir, de
un proceso que, para avanzar hacia mayores niveles de democratización sustantiva, precisa continuar
en el mismo rumbo y profundizar el ‘modelo’. En sus primeras alocuciones públicas pos-electorales,
la presidenta ha señalado que si se pretende cambiar el rumbo, se pueden derrumbar ‘todas las
conquistas’. Los grupos oficialistas que se auto-ubican más a la izquierda del Gobierno, insisten que
el camino es ‘ir por lo que falta’; que se las elecciones se perdieron por lo que resta hacer: “la gente
se olvida muy rápidamente cómo estaba en el 2003; se compara con ayer y anteayer y quiere cada
vez estar mejor”, esbozó un panelista de 678 al momento de ensayar una explicación a los
resultados, la noche misma del domingo electoral.

Acá, por el contrario, lo que se plantea es que es el propio ‘modelo’ el principal problema y no, parte
de la solución. Si lo que se pretende es afianzar la soberanía popular con mayores niveles de
igualdad, justicia social y vigencia de derechos, lo que se requiere es un cambio rotundo del ‘modelo’
y no su profundización.
Persistir en este desvarío nos va a conducir a escenarios cada vez más difíciles y dolorosos; las salidas
van a ser cada vez gravosas para las mayorías populares. Pero claro, no se trata exclusivamente de un
problema del gobierno. El “consenso de los commodities” es mucho más complejo y abarca todavía a
muchos sectores y actores de nuestra sociedad; incluso a amplios fragmentos del campo popular.
Abarca, por caso, a buena parte del movimiento obrero (sobre todo, el sindicalizado), que se dedicó a
luchar por el consumo, abandonando la lucha por la reapropiación de los medios de vida y la
emancipación del trabajo. A la mayoría de la izquierda tradicional, que sigue pensando en términos
productivistas y, mientras espera la ‘maduración de las condiciones revolucionarias objetivas’, puja
por las conquistas obreras en términos bienestaristas. A buena parte de sectores del campo nacional
y popular, que pasan por alto que el ‘desarrollo’ no es la alternativa a la dependencia, sino el nombre
de fantasía de su profundización. Se extiende también a buena parte del ‘pensamiento crítico’,
intelectuales orgánicos y prominentes personajes de ‘la cultura’ (Carta Abierta et Alt.) que
abandonaron –o nunca entendieron de- la economía política y se dedicaron in extremis al “análisis
del discurso”; dejaron de lado la lucha de clase, como algo ‘perimido’, y ahora plantean la política
en los exclusivos términos de la “batalla kultural” (claro, desde esa lógica, es fácil –y también
cómodo- pensar y atribuir todas desgracias y las dificultades al genio perverso de Magneto y “la
Corpo”).

Los (superficiales) progresismos del presente centran sus críticas en el neoliberalismo, pero pasan
por alto que éste no es sino una fase del capitalismo. Siguen –ilusa y colonialmente- soñando con un
capitalismo serio y ‘nacional’; creen en un capitalismo ‘con rostro humano’… Parecen estar
convencido de que el Estado es lo contrario del capital, y pasan por alto que no es sino apenas su
contracara, que no hay uno sin el otro y que el capital nunca –menos ahora- ha podido prescindir del
Estado… El flaco progresismo oficialista dice luchar contra las políticas de ajuste, pero no dice nada
de dominación ni mucho menos de alienación. Olvida o desconoce que el ajuste y la recesión son
sólo una de las formas y etapas de la explotación y que el crecimiento puede co-existir –
tranquilamente y mucho mejor- con la acumulación por desposesión[11] . La retórica anti-
imperialista se dirige a los viejos Estados imperiales (que no han dejado de serlo), se inflama en la
OEA, la ONU o ante el FMI, pero se calla y baja la cabeza ante las grandes corporaciones
transnacionales; a ellas, les prepara, en cambio, políticas de ‘atracción de inversiones’…

Ante este panorama, desde una minúscula fracción de los movimientos del ecologismo popular de
Nuestra América, pensamos y sentimos que el desarrollo es el nombre de la colonialidad. Que la
crisis que atravesamos no es apenas una crisis económica, ni financiera, ni política; es una profunda
crisis civilizatoria. Por eso, no queremos ni creemos en el “desarrollo” y menos aún en la “inclusión
social”… Pues se trata justamente de resignarnos y asimilarnos a los parámetros y modos de ‘vida’ de
una civilización enferma (Aimé Césaire). Por eso, tanto el concepto de “inclusión social” como el de
“redistribución del ingreso” son conceptos obsoletos; históricamente perimidos, al menos, como
consignas políticas útiles para abrir caminos emancipatorios. Por eso hablamos de Buen Vivir.

Buen Vivir, no es asimilable ni equiparable a ‘desarrollo’; más bien, todo lo contrario. Buen Vivir
significa reapropiar-nos colectivamente del trabajo, de sus medios y sus frutos; reapropiarnos
políticamente de los procesos productivos y de los medios fundamentales de vida; re-crear la
comunidad de vida como condición para producir históricamente la nueva era de la libertad…

Y claro, siempre teniendo presente que “la libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el
hombre socializado, los productores libremente asociados, regulen racionalmente su intercambio de
materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como
por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de energías y en las condiciones
más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana” (Karl Marx, El Capital, 1867).

[1] Es válida la aclaración que ‘massismo’ acá no remite taxativamente al aparato político que
empieza a aglutinarse en torno al ex jefe de gabinete k, sino que alude más generalizadamente a la
movediza arena ultra-conservadora del pan-peronismo que ya se apresta para el ‘recambio’,
ciertamente acicateado material y simbólicamente por fracciones del capital que sienten el fin de
ciclo cerca –no el ciclo de ‘Cristina’, sino el ciclo de la fase de expansión económica que típica e
históricamente tuvo el aparato productivo de un capitalismo periférico-dependiente como el
nuestro, el famoso ‘stop and go’ de los economistas: crisis por estrangulamiento externo –
devaluación – auge y crecimiento por competitividad de las exportaciones que financia la
‘reindustrialización’ y el consumo interno hasta agotarse – fuga de capitales – crisis del sector
externo – presiones devaluacionistas, inflacionarias y estancamiento -…

[2] Adrián Scribano (2010) “Un bosquejo conceptual del actual estado de sujeción colonial”.
Disponible en http://onteaiken.com.ar/ver/boletin9/0-1.pdf.

[3] Esto es, básicamente, un aparato caracterizado por un entramado industrial sumamente


fragmentado y tecnológicamente dependiente (principalmente ‘dinamizado’ por el sector
automotriz, por cierto bajo control de las corporaciones extranjeras emblemáticas) y un sector
primario-exportador extendido, ‘modernizado’ y ‘competitivo’ (ha sido clave la introducción de la
soja RR instalada por Felipe Solá –no olvidar, hoy, alineado a Massa- y luego ratificada con los
convenios de diverso tipo entre Cristina y el ‘dueño de la pelota’ como a ella le gusta decir, o sea,
MONSANTO; también ha sido clave la continuidad de la política de exportación de crudo por parte de
las transnacionales petroleras hasta que se secaron las reservas hidrocarburíferas; y por cierto, clave
también, las reformas mineras del ’93 y su profundización con el Plan Nacional Minero de Néstor en
el año 2004… En decir, todas, políticas iniciadas en los ’90 y ratificadas y profundizadas en la fase de
la ‘década ganada’).

Para ampliar, una cruda radiografía de la debilidad estructural del aparato industrial ‘nacional’ puede
verse en una nota reciente firmada por un periodista muy afín al gobierno y publicada en un medio
más que complaciente (http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-226173-2013-08-
07.html). Una muestra: luego de resaltar el extraordinario crecimiento de la ‘producción’ de celulares
en las fábricas fueguinas, que de ‘ensamblar’ 400 mil unidades en 2009 se pasó a 14 millones en el
2013, el cronista acota: “Alrededor de 7 millones de celulares al año de las marcas Samsung,
Motorola, BlackBerry y HTC son ensamblados por Brightstar, firma de capitales estadounidenses. La
empresa tiene varias plantas en la ciudad de Río Grande, donde recibe unas 60 piezas importadas por
cada teléfono… Luego pequeñas máquinas ubicadas en cada módulo y manejadas por un operario
sellan esos componentes. Los aparatos se someten a controles de calidad tanto manuales como
electrónicos. Los únicos elementos de fabricación nacional son la caja y folletería. (Resaltado
nuestro)

[4] Las exportaciones de materias primas saltaron de u$s 8.644 millones en el 2000 a u$s 19.282
millones en 2010, llegando a representar el 69,2 % del total. Mientras que a lo largo de los ’90 se
transfirieron al exterior 331 millones de toneladas de materias primas, en la primera década del 2000
ese valor superó las 585 millones de toneladas. De acuerdo a la CEPAL, las exportaciones de bienes
primarios del país representaron el 69,2 % del total (Estadísticas de la Cepal, Año 2009).

[5] Maristella Svampa (2012) “Consenso de los commodities, giro ecoterritorial y pensamiento crítico
en América Latina”. Revista OSAL, CLACSO N° 32. Disponible
en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/osal/20120927103642/OSAL32.pdf.

[6] Con cada tonelada de soja se exportan 1.000 m3 de agua y una ingente cantidad de nutrientes
básicos, que se traducen en una pérdida de suelos de entre 19 y 30 toneladas por campaña (GRAIN,
2013). El estudio de GRAIN precisa que, con una producción de 47.380.222 toneladas (campaña
2006/07), se produjo una extracción neta de 1.148.970,39 toneladas de nitrógeno,  255.853,20
toneladas de fósforo, 795.987,73 toneladas de potasio, 123.188,58 toneladas de calcio, 132.664,62
toneladas de azufre y 331,66 toneladas de boro.

[7] Entre 2004 y 2012 las topadoras arrasaron 2.501.912 hectáreas de bosques nativos. En la última
década, diversos estudios dan cuenta del desplazamiento de más de 200.000 familias de campesinos
en la última década, que se suman a la extinción de más de 100.000 unidades productivas registradas
por el último Censo Nacional Agropecuario. Como contracara, crece la concentración: en el 2010,
más del 50 % de la producción de soja estuvo controlada por el 3% del total de productores, a través
de extensiones de más de 5.000 has.

[8] El mantenimiento durante la casi totalidad de los diez años de gobierno del régimen de
privatización y liberalización de los recursos hidrocarburíferos (Ley 24.145/92) ha significado una
insoslayable co-responsabilidad en el vaciamiento de YPF y dilapidación de las reservas estratégicas
de hidrocarburos del país.

La tardía y parcial re-estatización de YPF se muestra como una acción resarcitoria sumamente
limitada e ineficaz para cubrir este oneroso pasivo ecológico. Al momento de la re-estatización, las
reservas de petróleo equivalían sólo al 34 % de las que había adquirido Repsol en 1999; mientras
que las de gas, apenas alcanzaban el 24 %. Mientras tanto, la firma española repatrió el 97 % de las
utilidades de YPF entre 2003 y 2007, e incluso, sobregiró utilidades ($14.900 millones sobre
ganancias declaradas de $ 12.900 millones) entre 2008 y 2010.

[9] Darío Aranda http://www.comambiental.com.ar/2013/05/la-decada-extractiva.html.

[10] http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-226020-2013-08-04.html.
[11] David Harvey (2004) “El ‘nuevo’ imperialismo: acumulación por desposesión”. Disponible
en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/social/harvey.pdf.

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